Chapter 1: Robby
Chapter Text
Capítulo 1. Robby
Sentado en aquel banco en medio del vestuario del parque de bomberos 41 de San Diego, a pocos minutos de empezar el que sería su primer turno como aspirante, Robby se tomó un momento para respirar hondo y, mientras echaba un vistazo a las fotos guardadas en su teléfono, se puso a rememorar los acontecimientos importantes acecidos en los tres últimos años que le habían llevado hasta allí.
El camino no había sido fácil.
Tres años atrás, Tory y él habían ganado el Sekai Taikai, ambos en el podio, como se prometieron. Pero representando a dojos distintos. Y con consecuencias muy diferentes para ambos.
Como ganadores del torneo, varios patrocinadores les ofrecieron becas de estudios, para poder seguir con el karate en la universidad, y un contrato para ser la imagen publicitaria de varios productos relacionados con ese deporte. Tory aceptó y, sin mirar atrás, se marchó becada a la universidad de Tampa, además de convertirse en la imagen oficial de una marca de nunchakus.
En cuanto a Robby, recibió inicialmente una oferta similar por parte de una marca de ropa deportiva especializada en artes marciales llamada Ronin, pero la alegría duró poco. Pocas semanas después, cuando ya de vuelta en Los Ángeles, el representante de Ronin le visitó y le explicó que, tras descubrir que Robby había pasado varios meses en el reformatorio, su empresa se veía obligada a retirar su oferta.
Johnny montó en cólera, evidentemente, y amenazó con demandarlos. Carmen, Miguel y Rosa también estaban presentes, y se mostraron realmente disgustados. Rosa incluso insultó gravemente al hombre, aunque lo hizo en español y este no se enteró demasiado.
Tras varios minutos de discusión acalorada, Robby los mandó callar a todos y se dirigió con calma al representante de Ronin, proponiéndole la siguiente solución: que, en su lugar, le dieran la beca a Miguel.
Todos se le quedaron mirando como si hubiera dicho una barbaridad, excepto el representante de Ronin. Si bien Miguel no había luchado en el torneo de capitanes del Sekai Taikai, su excelente actuación en el resto del torneo no había pasado desapercibida para nadie y menos para los patrocinadores. El hombre accedió casi de inmediato, y una nueva discusión, esta vez entre Carmen, Miguel y Robby, empezó. Inicialmente Carmen, que en ese momento estaba a punto de dar a luz, se negó en redondo a que Robby le cediera su beca a Miguel. Y Miguel tres cuartos de lo mismo. Pero Robby defendió muy bien sus argumentos: en primer lugar, Miguel de momento solo había conseguido una beca parcial para Stanford para estudiar Pre—Medicina, así que sin la beca de Ronin difícilmente cumpliría su sueño de ir a esa prestigiosa y cara universidad. En segundo lugar, Robby ni siquiera tenía la opción de ir a la universidad de momento, ya que aún le faltaban muchos créditos para graduarse del instituto. Y, en tercer lugar, había estado pensando mucho sobre su futuro y había tomado recientemente una decisión que aprovechó para comunicarles en ese momento: quería ser bombero.
Tras el shock inicial, y cuando los ánimos ya estaban más calmados, Robby esgrimió su último argumento: quería hacer esto por Miguel porque se lo debía.
El representante de Ronin no entendió a qué se refería, pero los demás sí. Hubo un momento de silencio solemne, hasta que Miguel lo rompió y le recordó a Robby que eso era agua pasada. Carmen dijo lo mismo.
Pero Robby insistió. Y nadie consiguió hacerle cambiar de idea sobre cederle la beca a Miguel.
Unos días después, Ronin y Miguel cerraron el trato, así que al terminar el verano Miguel podría irse a Stanford con todos los gastos pagados.
Aquel fue un verano de muchos cambios.
Tras la victoria de Robby en el Sekai Taikai como integrante del Miyagi-Do, varios patrocinadores se interesaron por este inusual dojo e invirtieron mucho dinero, mucho más del que Johnny y Daniel habían soñado conseguir. Además, de vuelta en Los Ángeles hubo una avalancha de nuevos interesados e interesadas en unirse al flamante dojo ganador de un torneo a nivel mundial. El pequeño dojo ajardinado herencia del señor Miyagi se quedó rápidamente pequeño.
El dinero de los patrocinadores hizo posible que la pareja de senséis pusiera en marcha un nuevo Miyagi-do, ubicado en un gran local entre Encino y Reseda. Johnny pudo cumplir su sueño de convertirse en senséi a tiempo completo y vivir de ello. Daniel seguía trabajando en el concesionario por las mañanas, pero por las tardes ayudaba a Johnny con las clases, que era cuando había mayor afluencia de alumnos. Chozen en cambio decidió irse a vivir a Corea del Sur, aunque prometió regresar a California a menudo.
El nuevo dojo tenía tanto éxito y tan buenas expectativas, que Johnny decidió finalmente no alquilar una casa para la familia sino comprarla. Tras muchas semanas de búsqueda, encontró una bonita casa unifamiliar de cuatro habitaciones en Reseda Sur, no muy lejos del nuevo dojo.
En un principio Johnny y Carmen habían pensado que Miguel y Robby tuvieran cada uno su habitación, ya que el bebé que estaba por llegar dormiría de momento con ellos en la habitación principal, y que Rosa tuviera también su propia habitación, y si acaso cuando la bebé fuera más mayor, que compartiera habitación con su yaya. Pero Miguel y Robby lo hablaron entre ellos y decidieron que su hermana debería tener su propia habitación desde el principio, ya que ellos apenas tendrían que compartir habitación un verano, pues en septiembre Miguel se marcharía a Stanford.
Así pues, Miguel y Robby compartieron habitación todo el verano, lo que estrechó aún más su relación.
Por último, el cambio más importante fue el nacimiento de Sara.
A pesar del susto durante el Sekai Taikai, su hermana pequeña nació a término y completamente sana, y se convirtió en seguida en el júbilo de la familia. A Robby y a Miguel se les caía la baba con ella.
Aunque vaya pulmones tenía la chiquilla cuando lloraba.
A finales de agosto, Johnny y Carmen se casaron. Fue una ceremonia sencilla, en el ayuntamiento, con un pequeño banquete que Amanda insistió en celebrar en el jardín de la casa familiar de los Larusso. Su madre, Shannon, había asistido a la boda. Johnny y ella estaban por fin en buenos términos.
El verano terminó, y casi todos empezaron un nuevo camino.
Miguel se marchó a Stanford, y Dimitri al MIT.
El padre de Kenny fue destinado a Alaska, y él y su familia tuvieron que mudarse de nuevo, aunque seguían en contacto con él a través de las redes sociales.
Devon optó por estudiar Ciencias Políticas en la UCLA, pero dejó el karate y apenas usaba las redes sociales, así que poco a poco perdieron el contacto con ella.
En sustitución de Chozen, un tercer senséi en prácticas se unió al Miyagi-do: Halcón. El chico de la cresta, tras su decisión de no ir con Dimitri al MIT en Massachusetts, prefirió quedarse en Los Ángeles y estudiar ingeniería informática en Caltech. Y no solo ayudaba a Johnny y Daniel con las clases, sino que creó para ellos un programa de contabilidad (lo suficientemente fácil para que incluso Johnny aprendiera a manejarlo) y una app para los alumnos, e incluso se ocupaba a menudo de la recepción.
En cuanto a Sam, quien aún no tenía muy claro qué hacer en el futuro, decidió tomarse un año sabático antes de entrar en la universidad y viajar por el mundo. Esa decisión no sentó muy bien a Miguel, quien había esperado que Sam se fuera con él a Stanford.
Robby fue el único que al empezar septiembre tuvo que regresar al instituto. Pero estaba decidido a conseguir su objetivo de ser bombero, así que por primera vez en su vida se centró en los estudios, aunque sin dejar de lado el karate.
Como él y Halcón eran los únicos del grupo que se habían quedado en Encino, y además se veían a menudo en el nuevo dojo, su relación se estrechó y poco a poco se convirtieron en buenos amigos. Incluso se presentaron juntos a un examen oficial de cinturón negro primer dan que aprobaron sin dificultades.
Durante aquel curso, Miguel solo regresó a casa tres veces, por Acción de Gracias, por Navidad y por Pascua. Y en cada ocasión lució más agobiado que la anterior. Pre-Medicina no era nada fácil.
El esfuerzo de Robby con los estudios dio resultado. No solo consiguió graduarse, sino que también consiguió plaza en la academia regional de bomberos de Los Ángeles.
El verano siguiente volvió a traer cambios.
La relación a distancia entre Miguel y Sam terminó siendo demasiado difícil para ambos, y tras un año de verse poco y discusiones virtuales continuas, un nuevo ataque de celos de Miguel a causa de un joven islandés que Sam había conocido en Marruecos, hizo que esta optara por terminar la relación.
Dimitri regresó a Los Ángeles a pasar el verano acompañado de su nueva novia, una chica muy guapa y muy pelirroja llamada Sandy con los mismos gustos nerd que él. Pero al darse cuenta de que Halcón y Robby habían hecho tan buenas migas, Dimitri tuvo un ataque de celos fraternal que el paciente Halcón tardó varios días en sofocar.
Ninguno de los chicos vio a Sam ese verano, seguramente a causa de la reciente ruptura con Miguel. Pero se enteraron por Daniel de que la joven había dado por concluido su viaje alrededor del mundo y que había conseguido plaza en Yale.
El verano terminó. Los universitarios marcharon nuevamente a sus universidades, y Robby empezó por fin sus estudios en la academia de bomberos.
La academia fue dura, más de lo que se esperaba. Pero Robby no se rindió. Y no solo se sacó en un año el título de bombero, sino que el curso siguiente también se sacó otros títulos que podían ayudarle a conseguir trabajo pronto, tales como el título de paramédico, entre otros.
Y vaya si consiguió trabajo pronto, aunque no en Los Ángeles como él quería, sino en San Diego.
Al principio se había sentido un poco reacio a mudarse al sur de California, donde no conocía a nadie. Vivir con Johnny, Carmen, Rosa y Sara no había estado nada mal, la verdad. Robby se había pasado los primeros dieciséis años de su vida prácticamente viviendo solo, con un padre ausente y una madre alcohólica, y pasar de eso a convivir con una familia de cinco miembros (seis cuando estaba Miguel), había sido un gran cambio, pero uno bueno.
Ahora tenía que apañárselas nuevamente solo, en un pequeño apartamento de una habitación ubicado en el barrio de East Village, en pleno centro neurálgico de la ciudad, y a pocos minutos andando del parque 41.
—Ey, chaval. Keene, ¿verdad?
Robby alzó la vista. Un bombero de mediana edad, con el pelo corto y cano, le miraba con expresión divertida.
—Así es. —Robby se levantó, dejó el teléfono en su taquilla, y ofreció su mano al hombre—. Soy Robby Keene. El nuevo aspirante del primer turno.
El veterano bombero le estrechó la mano con fuerza.
—Yo soy Sexton. Bienvenido al primer turno del Parque 41.
—Gracias.
—Has llegado pronto.
—Bueno, es mi primer día. Hay que causar buena impresión.
Sexton sonrió.
—Esa es la actitud. Bueno, ¿quieres que te enseñe el parque? ¿O ya lo conoces?
—El jefe Peterson me mostró las instalaciones la semana pasada.
—Bien, entonces podemos ir a la cocina a desayunar directamente mientras esperamos a que llegue el resto del equipo, ahora que aún hay donuts. Porque en cuanto llegue Connery, olvídate. El muy glotón se los zampa todos.
Robby sonrió. Sexton parecía un buen tipo. Cerró su taquilla y siguió al hombre hasta la cocina.
La cocina del Parque 41 no era solo una cocina. La cocina solo ocupaba una pequeña parte de la gran sala. La mayor parte de la estancia estaba ocupada por sofás, mesas y sillas, y también un enorme televisor.
Poco a poco el resto de integrantes del turno de día fueron apareciendo. Sexton le presentó a todos: a Connery, a Geigerman, a Clarke, a Reynolds… Robby ya no podía recordar más nombres. Pero había un nombre que aún no había sido mencionado, el único que Robby conocía de antemano.
—¿Y el teniente Powell?
—Oh, estará por llegar.
Robby no pudo evitar sentir algo de nervios ante la inminente llegada del que iba a ser su superior más directo. El jefe Peterson le había hablado maravillas de él.
Jason Powell era veterano de guerra, y tras dejar el ejército se había reconvertido en bombero. Ascendió a teniente con tan solo 29 años, convirtiéndose en el teniente más joven del sur de California. De eso hacía ya seis años, así que tenía en ese momento 35 años.
—Mira, ahí lo tienes.
Un hombre alto, de constitución fuerte pero delgada, con el cabello rubio oscuro un poco largo y despeinado y barba de dos días entró por la puerta de la cocina con las manos en los bolsillos.
Se detuvo justo frente a Robby y le obsequió con una sonrisa que al chico le pareció algo burlona.
—El nuevo aspirante, ¿verdad?
A esa distancia, pudo distinguir que el teniente tenía los ojos del azul más claro que había visto en su vida.
Robby tragó saliva.
Maldita sea. Eso no se lo esperaba.
Fin del capítulo 1
Chapter Text
Capítulo 2. Miguel
Sentado en un banco del vestuario de médicos residentes del Hospital Presbiteriano de Los Ángeles, Miguel Díaz chequeó una vez más su teléfono móvil antes de guardarlo, solo para comprobar que no tenía mensajes nuevos. Miró de nuevo la hora. Las ocho en punto de la mañana.
"Mierda."
El peso en su estómago seguía creciendo. Robby llevaba desde las nueve de la noche del día anterior sin dar señales de vida. Pero eso no era lo peor. Lo peor era que los mensajes que le mandaba Miguel no estaban siendo recibidos en el móvil de Robby, por lo que este tenía el móvil apagado o fuera de cobertura.
"Maldita sea, ¿dónde estás, Robby?"
No sabía qué hacer. Ni a quién llamar. No quería preocupar a nadie. Y si acudía a la policía diciendo que su hermano llevaba once horas desaparecido, se reirían en su cara.
Pero dada la situación, once horas eran demasiadas.
Intentó recordar si la noche anterior Robby había dicho algo que pudiera darle una pista de a dónde había ido, pero nada. Robby nunca le contaba sus planes. Solo le decía que había quedado con un tío y que no sabía si dormiría fuera o no.
Pero siempre, siempre que finalmente dormía fuera, Robby le mandaba un mensaje para avisarle, fuera la hora que fuera. Ese había sido el trato.
Pero esa mañana, Miguel se había levantado a las seis y media, como siempre, y Robby no estaba en casa. Y no tenía ningún mensaje suyo.
Empezaba a entender por qué Johnny estaba tan cabreado. Todo por esa maldita app.
Es decir, Miguel se alegraba de que, por fin, después de casi dos años deprimido y prácticamente recluido, Robby se hubiera animado a salir y conocer gente nueva. La terapia parecía estar funcionando por fin.
El problema era que toda esa "gente nueva" eran tipos a los que Robby conocía a través de una app de citas para hombres homosexuales.
Miguel no tenía nada en contra del sexo libre y sin ataduras. Y si eso era lo que necesitaba Robby en ese momento de su vida, después de todo lo que había sufrido, no iba a juzgarlo.
Johnny no estaba tan de acuerdo.
Miguel no se había enterado del conflicto entre Johnny y Robby hasta hacía dos meses, cuando una noche de viernes Robby y Carmen aparecieron en la puerta de su apartamento, Robby con una mochila bajo el brazo.
Según explicó su madre, pues Robby permaneció en enfurruñado silencio hasta que ella se hubo marchado, Johnny y Robby habían discutido fuertemente esa tarde debido a que Johnny había exigido a su hijo que dejara de tener citas nocturnas con hombres desconocidos. Robby se había negado y la discusión había escalado rápidamente, hasta el punto de que Robby había acusado a gritos a su padre de homófobo, pues según palabras textuales del chico, si sus citas fueran mujeres seguro que Johnny estaría orgulloso en lugar de disgustado.
Miguel no podía darle la razón a Robby en eso. Esas palabras podrían haber sido ciertas una década atrás, pero no ahora. Johnny había cambiado mucho desde entonces. Su padrastro, antaño machista y bastante desconsiderado con los sentimientos ajenos, era ahora una persona muchísimo más tolerante y tenía de homófobo lo mismo que su yaya Rosa de republicana.
La cuestión era que la discusión había llegado al punto de que Robby había decidido hacer una maleta y marcharse de la casa familiar, pero Carmen, la única que había mantenido la calma, consiguió que Robby al menos no se marchara quién sabe a adónde, sino que accediera a instalarse con Miguel.
No entraba en los planes de Miguel tener a Robby como compañero de piso en esos momentos. No cuando estaba a punto de pedirle lo mismo a Sam.
Pero Robby, su mejor amigo, su hermano, al que le debía su carrera de médico, le necesitaba.
Así que por supuesto que dejó que Robby se instalara con él. Y se quedaría todo el tiempo que fuera necesario. Lo de Sam tendría que esperar.
—Miguel, ¿qué haces aún aquí? ¡Tu primera operación empieza en 15 minutos!
La voz de Leah, su compañera de residencia de cirugía, le sacó de sus pensamientos. Era una chica morena, menuda, un poco impertinente, y a la que a veces le faltaba tacto al hablar. Pero era una buena persona y se estaba convirtiendo en una buena amiga.
—Voy —dijo mientras guardaba el teléfono en el bolsillo derecho de su bata.
Los dos jóvenes residentes de primer año salieron del vestuario y se encaminaron por el pasillo que conducía al área común de la planta de Cirugía, a la que algunos residentes llamaban jocosamente el "puesto de mando estelar".
—¿Y bien? ¿Nervioso ante tu primera operación como cirujano de apoyo?
—Un poco.
Mentira, estaba muy nervioso. Su primer año de residencia acababa de empezar, pero de algún modo había conseguido caerle en gracia al hosco doctor Wilson, y este le había invitado dos días atrás a acompañarle esa mañana de sábado en una sencilla operación de hernia. La que sería la primera operación de la carrera como médico de Miguel.
Se detuvieron en medio del puesto de mando, entre la pared donde colgaba la pizarra donde se anotaba la ocupación de cada quirófano (doctor a cargo, nombre del paciente y tipo de intervención) y el mostrador de enfermería.
Miguel observó la pizarra esperando ver el nombre del doctor Wilson en alguna casilla, pero no lo encontró. Era extraño, ya que a esas horas su operación de hernia ya debería tener quirófano asignado.
En ese momento la doctora Kirkman, la jefa de residentes -su jefa directa- y coordinadora del departamento de Cirugía, llegó y se colocó entre ellos y la pizarra.
—Lo siento, doctor Díaz, pero la operación del doctor Wilson se ha suspendido —informó en tono casual.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Esta noche han entrado varias urgencias y necesitan los quirófanos.
Miguel suspiró. Vaya decepción.
—Esos médicos de urgencias, siempre reclamando quirófanos y saltándose la cola —se quejó Leah.
La doctora Kirkman ignoró el comentario, quitó el tapón del rotulador y se giró para escribir varios nombres en la pizarra.
Miguel leyó el último nombre que acababa de escribir la doctora Kirkman en la casilla del quirófano 6 y el corazón le dio un vuelco.
R. Keene
—Qué demonios... —exclamó—. ¿Keene? ¿Robby Keene?
La doctora Kirkman se giró hacia él mientras tapaba el rotulador.
—¿Qué ocurre, doctor Díaz?
—¿Es Robby Keene? —insistió.
La doctora Kirkman se encogió de hombros.
—No lo sé. En la intranet solo pone R. Keene. Tampoco pone aún de qué intervención se trata. Pregúntale a Garret.
Garret era la jefa de enfermeras de Cirugía, aunque a veces parecía la jefa del hospital.
Miguel echó a correr hacia el puesto de enfermeras.
—¡Enfermera Garret! —la llamó, en voz tan alta que todo el personal que había alrededor se giró hacia él.
Garret le miró con una ceja alzada. No estaba acostumbrada a que Díaz se dirigiera a ella de esa forma. Nadie se dirigía a ella de esa forma, en realidad.
—¿Sí, doctor Díaz? —preguntó con cautela.
—¿Es Robby Keene? preguntó—. El paciente del doctor Atwood, en el quirófano seis. ¿Es Robby Keene?
A Garret no se le escapaba nada, y enseguida se imaginó lo qué pasaba. La enfermera buscó rápidamente en su tablet.
—Quirofano 6. Robert Keene. Varón, veintiséis años. Llegó a urgencias hace treinta minutos. —Garret le miró fijamente—. ¿Lo conoces?
Miguel tuvo que agarrarse al mostrador.
—Sí, es... es mi hermano —susurró.
Robby estaba en quirófano.
—¿Tu hermano?
—¿Tu hermano? —repitió otra voz femenina. Leah estaba otra vez a su lado. Y la doctora Kirkman también.
—Pero no tenéis el mismo apellido. Oh, espera... —Leah se llevó una mano al pecho—. ¿Eres adoptado?
—No, él... es el hijo del marido de mi madre.
En el maldito quirófano 6.
—¿Pero ese no era Johnny Lawrence? Tampoco es el mismo apellido...
Miguel agitó los brazos, exasperado.
—¡Qué más da! Garret, ¿por qué está mi hermano en quirófano? ¿Qué le ha pasado? ¿Qué dice el informe de urgencias?
Garret siguió leyendo en su tablet. Y la expresión que apareció de pronto en el rostro de la mujer, asustó muchísimo a Miguel.
El joven médico no pudo contenerse y le quitó la tablet de las manos. Garret no se lo impidió.
Empezó a leer, y la sangre se le congeló en las venas.
—¿Qué ocurre, Miguel...? —El tono de Leah era ahora mucho más suave—. Te has puesto gris.
Miguel no pudo responder. Estaba mareado.
Releyó la última frase del informe.
EFAS solicitado.
No, no podía ser, eso no podía haberle pasado a Robby. No, imposible. Tenía que ser un error.
Tenía que comprobarlo.
Echó a correr. Oyó que la doctora Kirkman le llamaba antes de entrar en el pasillo de los quirófanos, pero no se detuvo.
En apenas dos minutos había llegado al quirófano 6. No lo dudó y cruzó la puerta.
El equipo del doctor Atwood al completo se giró hacia él al oírle entrar.
— Doctor Díaz, ¿qué demonios se cree que está haciendo? —preguntó el cirujano jefe en un tono muy poco amable.
El equipo médico rodeaba al paciente y Miguel no podía verle el rostro. El joven médico tuvo el acierto de al menos colocarse una mascarilla antes de dar un paso.
—Disculpe, doctor Atwood, pero... necesito saber si es o no mi hermano.
—¿Su hermano?
Miguel asintió.
El doctor Atwood suspiró y se apartó un poco.
—Solo un paso más —le advirtió.
Miguel así lo hizo y miró el rostro del paciente.
El alma se le cayó a los pies.
Sí, era Robby. Tenía el rostro hinchado y apenas reconocible a causa de los hematomas y heridas que lo cubrían, pero definitivamente era su hermano.
¿Qué había pasado? ¿Quién le había hecho esto?
Una mano le jaló del brazo.
—Lo lamento, doctor Atwood —dijo la doctora Kirkman—. Ya salimos.
La doctora Kirkman empujó a Miguel fuera del quirófano. Él no se resistió.
¿Quién? ¿Habría sido el tipo con el que había quedado la noche anterior?
—Doctor Díaz, tienes que llamar a vuestro padre.
Robby era cinturón negro de karate. ¿Qué clase de tipo podría haberle hecho algo así a él?
¿Qué demonios había pasado esa noche?
—Miguel, escúchame. —Al oír su nombre de pila, el joven latino reaccionó y miró a los ojos de su mentora—. Tu hermano está en quirófano, lo que significa que en cualquier momento podría salir el doctor Atwood y pedirte que tomes una decisión vital. ¿Estás dispuesto a tomarla?
—¿Qué? No, yo no...
—Pues llama a vuestro padre. Y que venga rápido.
Miguel inspiró hondo.
Mierda, Johnny.
¿Cómo iba a contarle esto?
El busca de la doctora Kirkman empezó a pitar.
—Lo siento, doctor Díaz, tengo que irme. Llama a vuestro padre. Ya.
—Sí, voy...
—Y recuerda que tu hermano está en buenas manos.
La jefa de residentes le dio un apretón cariñoso en el brazo antes de alejarse. Leah apareció tras ella. Había estado todo el tiempo allí en el pasillo con ellos, pero Miguel ni la había visto.
—Te acompaño a un lugar más tranquilo para llamar, ¿vale?
—Sí...
Leah le llevó hasta la sala de descanso de los residentes.
Miguel se apoyó en un sofá y sacó su móvil del bolsillo.
No sabía aún qué y cómo decirle a Johnny, pero no tenía tiempo para pensarlo.
Sin más, marcó el número del móvil de su padrastro, pero este no contestó. Miró la hora. Ocho y media. Johnny estaría empezando la clase de yoga.
Marcó el teléfono de la recepción del dojo.
—Miyagi-do. ¿En qué puedo ayudarle? —Eli contestó a los pocos tonos.
—Eli, soy Miguel. —Tragó saliva—. Tengo que hablar con Johnny.
—¡Hola, serpiente! —Eli saludó alegremente—. Lo siento tío, pero tu padre está dando una clase. ¿Le digo que te llame al terminar?
—No, Eli. Tengo que hablar con él ahora. Es urgente.
Eli captó el tono serio y sombrío.
—¿Ha pasado algo, Miguel?
—Sí, Eli, ha pasado algo. Dile a mi padre que se ponga. Por favor.
—De acuerdo, de acuerdo. Un momento.
Miguel trató de respirar hondo, pero cada vez sentía una opresión mayor en el pecho que le impedía hacerlo con normalidad.
—Miguel, ¿qué ocurre?
La voz de Johnny sonaba ya preocupada. Lógico, no era normal que Miguel le llamara un sábado a las 8:30 de la mañana al dojo y le obligara a salirse de en medio de una clase.
—Johnny, es... es Robby. Está aquí, en el hospital.
—¿Qué?
—Tienes que venir cuanto antes.
—Pero, ¿qué ha pasado? ¿Robby está bien?
—No, no está bien, papá. —A Miguel empezaba a quebrársele la voz—. Le han... le han hecho daño.
Mucho daño, estuvo a punto de añadir, pero no lo hizo.
No podía sacar de su mente la última frase del informe de urgencias.
EFAS solicitado.
Un examen forense de agresión sexual.
También conocido como un rape-kit.
—¿Qué...?
—Papá, ven. Ven ya.
Oyó a Johnny tragar saliva.
—Vale, voy para allá.
Miguel colgó el teléfono.
Ya no pudo aguantar más y se echó a llorar.
Fin capítulo 2
Notes:
Si hay confusión respecto a las líneas temporales, no tengo problema en explicarlas con más detalle.
Chapter 3: San Diego
Chapter Text
Capítulo 3. San Diego
La vida en San Diego no estaba tan mal.
El trabajo en el Parque 41 le encantaba. Era exactamente lo que había imaginado desde que había aplicado para la academia. ¿A cuántas personas había ayudado ya? ¿A cuántos hombres y mujeres había rescatado ya de incendios menores, coches estrellados, accidentes laborales, y de alguna que otra situación rocambolesca, como el chaval que se había quedado atrapado bajo un árbol caído? ¿Veinte? ¿Treinta? Estaba perdiendo la cuenta. No era mala señal.
Y sus compañeros eran de lo mejor. Habían integrado a Robby en el grupo desde el principio. Las novatadas no habían sido demasiado terribles. Una taquilla llena de espuma de afeitar, y el dudoso honor de ser el elegido para rescatar a un gato subido a un árbol en el barrio del este de San Diego —sí, esas mierdas pasaban en la vida real—, con Connery moviéndole la escalera de lado a lado haciéndolo pasar por una avería en el mecanismo.
El único que mantenía la distancia con él era el teniente Powell, pero Sexton le había asegurado que este era así con todos.
Y si bien el sueldo de bombero no era precisamente elevado —menos el de un aspirante—, y San Diego era una ciudad cara, al no tener otros gastos aparte del alquiler de su apartamento, estaba ahorrando lo suficiente como para comprarse un coche. Lo que sí era bueno del trabajo era el horario: un turno de 24 horas seguidas, con un período de descanso de 48 horas entre turnos. Es decir, Robby y el resto de sus compañeros en el Parque 41 trabajaban un día y descansaban dos.
Muchos bomberos aprovechaban sus días de descanso para trabajar en otros oficios (como Sexton, que tenía un bar con su mujer). Robby había optado por apuntarse a varios cursos online, entre ellos uno de español, un idioma muy demandado en San Diego por su proximidad con México.
Además, pensó que sería divertido si algún día era capaz de sorprender a Rosa respondiéndole en su propio idioma.
También era su intención aprovechar esos días libres para practicar karate, pero todavía no había encontrado aún ningún dojo de su gusto al que apuntarse. El Miyagi—do había dejado el listón muy alto.
De momento, para no perder la forma física, Robby había cogido la costumbre de llegar al Parque 41 una hora antes de empezar el turno y así aprovechar el estupendo gimnasio completamente equipado con el que contaban las instalaciones.
Normalmente estaba él solo en el gimnasio, excepto algunos días en los que coincidía con algún miembro del tercer turno.
Pero ese día, el primero de primavera, a quien encontró en el gimnasio fue al teniente Powell.
El joven aspirante estuvo a punto de dar media vuelta. Aquel hombre le imponía demasiado —además de generarle sentimientos inquietantes que aún no era capaz de identificar—, y la idea de estar a solas con él en el gimnasio le provocaba un poco de ansiedad.
Pero la actividad que estaba realizando Powell allí llamó demasiado su atención. El hombre no estaba en la sección de pesas donde solían estar siempre los otros bomberos, sino dando patadas al saco de arena.
¿Patadas de kickboxing? No, eran de karate, Robby estaba seguro.
La posibilidad de compartir una afición con aquel hombre tan aparentemente perfecto pero enigmático y distante y así conectar con él de alguna forma, animó a Robby a ir a charlar con él.
—Buenos días, teniente —saludó cuando estuvo lo suficientemente cerca para hablarle, pero no demasiado para no molestarle en su ejercicio.
El hombre se detuvo un segundo, y le echó una ojeada rápida antes de proseguir con las patadas.
—Buenos días, aspirante.
El teniente era el único que le llamaba todavía así. Todos los demás miembros del equipo le llamaban por el apellido, como era costumbre en el Cuerpo. Robby no sabía cómo tomárselo.
—¿Eso es karate? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
El hombre se detuvo de nuevo. Cogió una pequeña toalla de encima de una bolsa de deporte que tenía cerca y se secó la cara de sudor.
Robby no pudo evitar fijarse en los bíceps sudorosos, a la vista gracias a la estrecha camiseta de tirantes negra que no dejaba mucho a la imaginación.
—Sí, es karate. ¿Por qué?
—Yo también lo practico.
—¿Ah, sí?
El tono condescendiente del teniente hizo que a Robby le ardiera la cara. No debería haber ido a hablar con él...
—Sí, yo... bueno, estoy buscando un dojo donde entrenar —dijo para poder seguir la conversación de alguna forma—. ¿Me puede recomendar alguno, aquí en San Diego?
—No, lo siento. —Powell se secó los brazos—. En realidad, hacía mucho tiempo que no practicaba. Ya no es lo mío.
—Ah, ok...
—Me voy a la ducha. —Cogió la bolsa del suelo y se la echó al hombro—. Te veo luego, aspirante.
—Hasta luego...
Robby se quedó a solas en el enorme gimnasio.
A pesar de lo que dijera Sexton, Robby empezaba a pensar que no era del agrado de su teniente.
***
El verano en San Diego era muy caluroso, mucho más que en Los Ángeles.
Como no tenía aún ni coche ni días de vacaciones que poder usar, Robby no pudo regresar a su ciudad natal. A cambio, recibió varias visitas.
La primera visita fue la de Johnny, Carmen y Sara, quienes se quedaron una semana entera en San Diego. Como no cabían en el apartamento de Robby, se quedaron en un hotel cercano. Bueno, Sara sí se quedó con Robby una noche, en la cual montaron una acampada con mantas y cojines en medio de la salita de estar.
Esa semana se dedicaron a hacer algo de turismo y visitar lugares a los que Robby aún no había ido, como el Parque Balboa y el zoológico de San Diego, para deleite de Sara.
Johnny le puso al día de lo que se cocía en Encino.
Rosa estaba de viaje en Hawái con un tipo de casi ochenta años, viudo y al parecer adinerado, que había conocido dos meses atrás en clase de pilates. Por eso no les había acompañado a San Diego.
De Miguel y Sam no tuvo que contarle mucho porque ellos y Robby se mensajeaban todas las semanas. Miguel se había quedado el verano en Stanford, ya había terminado Pre—Medicina y estaba preparando su próximo ingreso en Medicina en otoño, que también cursaría en Stanford. Y seguía saliendo con la misma chica, una compañera de clase llamada Emma. Llevaban ya tres meses juntos. Sam por su parte sí estaba pasando el verano en Encino, y saliendo con un tal Nathan que había conocido en la facultad de Yale.
Daniel, Amanda y Anthony estaban todos bien. Anthony se estaba planteando estudiar Dirección de Empresas y así tomar algún día las riendas del concesionario.
El Miyagi-do seguía creciendo. Incluso tenían una lista de alumnos en espera de poder apuntarse a las clases de la tarde. Daniel y Johnny se estaban planteando seriamente abrir otro dojo, pero de momento no habían encontrado a un nuevo senséi de su agrado para dirigirlo. Incluso se habían planteado que lo dirigiera Eli, quien acababa de aprobar el segundo dan de karate.
Carmen le preguntó si volvería a casa por Acción de Gracias, pero el cuarto jueves de noviembre coincidía con su turno. A cambio, les prometió visitarlos en Navidad.
La segunda visita fue la de Sam, quien aprovechando las vacaciones fue a San Diego a pasar un fin de semana. Y es que, a pesar de la ruptura entre ella y Miguel, Robby y la joven Larusso habían mantenido la amistad y se mensajeaban muy a menudo. Para Robby era un poco complicado a veces ser amigo de las dos partes de una pareja rota, pero gracias a la distancia nunca coincidían los tres y no había momentos incómodos.
Sam sí se quedó el fin de semana en el apartamento de Robby, aunque evidentemente no durmieron juntos, sino que Robby le cedió la cama a Sam y él durmió en el sofá.
Ese fin de semana Sam le habló en más detalle de su vida en Connecticut y de su relación con Nathan. Robby por su parte le habló sobre todo de su trabajo como bombero y de los diferentes escenarios que se había encontrado.
La tercera visita fue la de su madre, Shannon. Ella también se quedó en su apartamento, y Robby la llevó a conocer las mejores playas de la ciudad.
Al finalizar el verano, ya no hubo más visitas y Robby retomó la cotidianidad de su vida en San Diego.
***
El verano dio paso al otoño y el otoño al invierno.
La Navidad se aproximaba y el Parque 41 ya estaba completamente decorado.
Tras un turno tranquilo que estaba a punto de terminar, Robby, Sexton, Connelly y Clark estaban jugando a las cartas en la gran cocina. Geigerman y Reynolds estaban semitumbados en el sofá, mirando un partido de baloncesto en el canal de deportes.
El teniente Powell entró, se sirvió un refresco y se sentó en la misma mesa a un par de sillas de distancia.
—¿Has encontrado billetes, teniente? —preguntó Sexton.
—Sí —respondió el aludido.
—Tu padre estará contento de verte.
—Supongo.
Como nadie decía nada más y Robby tenía curiosidad, se decidió a preguntar.
—¿Vuelve a casa por Navidad, teniente? ¿Dónde es eso?
El teniente Powell dio un sorbo a su refresco antes de responder.
—Montana.
Tierra de vaqueros, pensó Robby. Se imaginó al teniente con sombrero de vaquero y espuelas, cabalgando sobre un gran semental. Se sonrojó un poco y miró a otro lado para disimularlo.
En la televisión, el partido de baloncesto había terminado y ahora estaban retransmitiendo un combate de artes marciales. Robby recordó que por esas fechas solía ser el campeonato mundial de karate, que ese año tenía lugar en Dubái. Se levantó y se acercó a la televisión, pese a las quejas de Connelly por abandonar momentáneamente la partida.
En cuanto pudo distinguir quién estaba luchando, se quedó atónito.
Era Tory.
Pasada la impresión inicial, Robby sonrió.
Tory lo había conseguido.
—¿De qué te ríes, Keene? —preguntó Geigerman.
—La conozco —explicó Robby. Señaló a la combatiente rubia—. A Tory Nichols.
—¿En serio?
—Sí, era mi... —estuvo a punto de decir "novia", pero sin saber muy bien por qué decidió no dar tantos detalles— amiga, en el instituto.
Reynolds silbó.
—Pues tu amiga está a punto de pasar a las finales. Es un portento.
—Lo sé.
—El aspirante también practica karate —dijo de pronto el teniente Powell. Robby le miró sorprendido por el comentario—. ¿No es así?
—Eh... Sí.
—¿Ah, sí? ¿Y se te da igual de bien que a tu amiga? —preguntó Geigerman.
—Bueno, ya no estoy al nivel de Tory, evidentemente, pero antes de terminar el instituto, los dos ganamos el Sekai Taikai en nuestras categorías.
No era su intención alardear al contar aquello, pero Robby había esperado al menos escuchar algún sonido de aprobación.
—¿Ah... sí? —dijo Geigerman—. No conozco ese torneo. Teniente, tú también practicabas karate. ¿Lo conoces?
—Me suena un poco. Es un torneo para adolescentes, ¿puede ser?
A Robby le ardieron las mejillas. No por lo que había dicho en sí, que era la pura verdad, si no por el tono despectivo que había usado. Pero ganar el Sekai Taikai había sido un gran logro en la vida de Robby. Y no pudo evitar rebotarse.
—Participó usted en algún torneo, ¿teniente?
Powell le dedicó de repente una media sonrisa.
—En alguno.
—¿Sí? ¿En cuál?
El teniente dio un largo sorbo antes de dignarse a contestar.
—Tokyo 2008.
Robby parpadeó, confuso.
—¿Qué?
Por unos momentos nadie dijo nada.
Finalmente, Sexton se aclaró la voz.
—El teniente Powell ganó la medalla de oro en el Campeonato Mundial de Karate de 2008, en Tokio, en la categoría open. ¿No lo sabías?
A Robby no le pareció necesario contestar. Estaba seguro de que la cara de imbécil que se le había quedado respondía por sí sola.
"En realidad hace mucho tiempo que no practicaba. Ya no es lo mío."
Hacía meses que habían hablado del tema del karate, aquel día en el gimnasio. ¿Por qué el teniente no le había contado sobre eso en ese momento?
¿Por qué le había ridiculizado enfrente de todos?
Definitivamente, su jefe le odiaba, y Robby no entendía por qué.
Fin del capítulo 3
Chapter 4: Defensa
Chapter Text
Capítulo 4. Defensa
Las analíticas y el informe de toxicología de Robby habían tardado algo más de lo habitual en llegar, nada menos que tres largos días, debido a varias bajas de personal sin cubrir que había en ese momento en el laboratorio del hospital, pero al fin tenían ya los resultados, y estos daban algo de luz sobre lo que le había sucedido a Robby, aunque también generaban nuevas preguntas.
El resultado del EFAS, en cambio, había sido inconcluyente. No porque hubiera dudas de si Robby había sufrido una agresión sexual o no —a esas alturas era ya dolorosamente evidente que sí la había sufrido— pero no se habían encontrado restos biológicos dentro de Robby —su agresor seguramente se había puesto condón—, y el ADN extraído de debajo de sus uñas tampoco había servido de nada, ya que su agresor no estaba fichado por la policía. Así se lo habían comunicado el día anterior los dos detectives que estaban llevando el caso. Pero ambos agentes habían asegurado a la familia que seguirían investigando hasta encontrar al culpable.
Miguel releyó el informe de toxicología una vez más en su tablet. Quizás esos resultados pudieran ayudar a la policía en algo.
A su lado, el doctor Atwood le colocó una mano amable en la espalda.
—¿Vamos? —preguntó.
Miguel asintió. Se sentía agradecido por que el doctor Atwood le permitiera estar al tanto de todo en el caso de Robby, aunque, al ser un familiar, tenía completamente prohibido tratarle.
Los dos médicos se dirigieron al pasillo central de la UCI, y se detuvieron frente al cerramiento acristalado que delimitaba la primera habitación.
Miguel miró primero a Robby a través del cristal. Su hermano seguía inconsciente, completamente sedado, e intubado. Su rostro era más reconocible ahora que la hinchazón facial había bajado un poco, pero el color de los moratones, inicialmente rojos, se estaba volviendo de un feo violeta intenso. Su cabello, suelto y largo hasta los hombros, pues hacía dos años que no se lo cortaba, había tenido que ser rapado cerca de su sien derecha, allí donde habían tenido que operarle, abriéndole el cráneo para aliviar la inflamación del cerebro.
Luego miró a Johnny, sentado y encorvado en una butaca, sin afeitar, mirando a la nada. Su padrastro tampoco tenía buen aspecto, la verdad.
Johnny Lawrence llevaba esos tres días enteros sin salir del hospital, metido en esa habitación con su hijo inconsciente. Solo se separaba de él momentáneamente para tomarse un café o ir al baño, nada más. Apenas comía ni dormía. Carmen, Rosa y Miguel le insistían para que les permitiera hacer turnos para estar con Robby y así él podría descansar un poco, pero el hombre se negaba en rotundo.
El doctor Atwood tocó suavemente en el cristal con un nudillo. Johnny alzó la vista, se levantó con esfuerzo de la butaca, y salió al pasillo.
—¿Alguna novedad? —preguntó en voz baja, monótono. Lucía verdaderamente exhausto.
—Tenemos el informe de toxicología —informó el doctor Atwood.
—A buenas horas —masculló Johnny, pero no tenía energía para mostrar su mala leche habitual—. ¿Y bien?
—Positivo en alcohol. 0.10 gramos por litro en sangre.
—Pero eso es poco, ¿verdad?
—Una cerveza —confirmó Miguel.
—Os lo dije —murmuró Johnny mirando a su hijastro.
Johnny se refería al debate que había habido en la familia sobre cómo era posible que Robby, con sus conocimientos de autodefensa, hubiera terminado así. Rosa había insinuado la posibilidad de que Robby hubiera estado borracho, pero Johnny se negó en redondo a creer eso. Robby no bebía apenas.
—Tenías razón —dijo simplemente Miguel—. Pero hay algo más.
—¿Qué más?
Miguel lo intentó, pero no le salieron las palabras. El doctor Atwood acudió en su rescate.
—El informe también muestra un positivo en flunitrazepam.
Johnny miró al médico fijamente.
—¿Qué es eso?
—Tambien se le conoce como Rohypnol. Es una droga depresora del sistema nervioso. Para entendernos, señor Lawrence, es un potente sedante que se usa habitualmente en violaciones. Seguramente haya oído en alguna ocasión hablar de él. Anula la voluntad de las personas y en muchos casos las deja inconscientes.
Miguel miró a Johnny, preocupado por su reacción. Este parecía haberse tomado la noticia con relativa calma, pero Miguel le conocía mejor que eso. Los ojos azules llameaban de furia.
—No lo entiendo —masculló finalmente—. No tiene sentido. Si ese... bastardo drogó a mi hijo... ¿por qué... por qué esto? —Johnny señaló el cuerpo fuertemente magullado de Robby y fue alzando paulatinamente la voz—. Si con esa droga pudo dejarlo inconsciente, entonces, ¿por qué? ¿Por qué casi mató a mi hijo a golpes?
Miguel se preguntaba lo mismo.
¿Con qué clase de psicópata se había topado Robby?
—Lamento no poder darle ese tipo de respuestas, señor Lawrence. Todo lo que podemos hacer ahora es enviar este informe a la policía.
Johnny cerró los ojos y se frotó el puente de la nariz.
—Sí, háganlo. Por favor. —Sonaba absolutamente derrotado.
El doctor Atwood se despidió y Miguel se quedó a solas con Johnny.
—Voy a... voy a llamar a Carmen —dijo Johnny—. Le prometí que la llamaría si había novedades.
—De acuerdo...
—¿Te veo luego?
—Sí, por supuesto.
Tras un apretón cariñoso en el hombro, Johnny regresó al interior de la habitación.
Miguel se quedó mirando a su padre y a su hermano a través del cristal, hasta que un zumbido en su bolsillo le alertó de que había recibido un mensaje.
Era Sam.
Ey. ¿Cómo está Robby? ¿Alguna novedad?
Sam y el resto de los Larusso eran las únicas personas fuera de la familia que habían sido informadas de lo sucedido a Robby, ni siquiera a Eli se le habían dado los detalles. Evidentemente, los Larusso también se habían quedado en shock. Especialmente Sam.
Miguel empezó a teclear.
Sigue igual. Pero sí, hay novedades: han llegado los resultados de toxicología.
¿Y…?
Fue drogado.
Sam tardó unos segundos en responder.
Ese maldito BASTARDO.
No era habitual en su novia expresarse con tacos, pero la situación lo merecía. En ese momento el busca de Miguel empezó a sonar. Era la doctora Kirkman.
Tengo que volver al trabajo.
Ok. Te echo de menos. :3
Y yo a ti. :3
Miguel guardó su teléfono y fue en busca de la doctora Kirkman para seguir con su trabajo de residente.
***
Horas después, durante un descanso a media tarde, Miguel se encontró con su madre en la sala de espera de la UCI. Como solo podía entrar un familiar en la habitación de Robby, Johnny y Carmen solían quedar allí para verse e intercambiar enseres que Johnny pudiera necesitar, tales como snacks y recambios de ropa.
Carmen solo había visto a Robby unos minutos el día anterior, sustituyendo a Johnny mientras este se tomaba el enésimo café del día. A pesar de que era enfermera y había visto de todo, la mujer había salido de la UCI con el rostro descompuesto.
—Hola, mijo. —Su madre le saludó con un beso en la mejilla.
—Hola, mamá.
Carmen le acarició la cara con una pequeña sonrisa de orgullo. No podía evitarlo, era su reacción siempre que le veía con la bata blanca de médico. Pero en seguida se puso seria de nuevo.
—Johnny me ha contado lo del Rohypnol. No me lo podía creer.
—Ya, yo tampoco. Ha sido un shock.
—¿Cómo está? ¿Alguna mejoría?
—La inflamación sigue bajando. Las pruebas de respiración espontánea son excelentes. El doctor Atwood dice que si sigue así en 48 horas le retirará la sedación.
Carmen se llevó la mano al pecho.
—Espero que todo vaya bien... pero va a ser duro. Miguel, tienes que preparar a Johnny.
—Lo sé.
Sí, Miguel lo sabía.
Robby tenía ocho huesos rotos. Ocho. Tres costillas, la clavícula izquierda, dos fracturas en la pelvis, el hueso nasal y el pómulo izquierdo.
Johnny no había exagerado al decir que casi le habían matado a golpes.
La sedación era lo único que mantenía el dolor de Robby a raya. En cuanto se la retiraran, ningún fármaco que pudieran darle iba a aliviarle lo suficiente.
Le iba a doler. Y mucho.
—Ejem. Buenas tardes.
Miguel y su madre se giraron. Los dos detectives que llevaban el caso estaban ahí. Si no recordaba mal, sus apellidos eran Winter y Hernández.
Carmen no se molestó en saludar.
—¿Han averiguado algo?
—¿Está el señor Lawrence por aquí? Oficialmente debemos informarle primero a él.
—Ahora mismo le aviso. —Carmen se sacó el teléfono del bolso y empezó a teclear.
Miguel se dirigió al detective Winter, de mayor edad, un hombre con algo de sobrepeso y mirada inteligente.
—¿Han recibido el informe de toxicología?
—Sí, esta mañana.
—¿Les ha servido de algo?
—Es posible. Por eso estamos aquí.
Johnny llegó al cabo de un minuto. Tampoco se molestó en saludar.
—¿Y bien? ¿Han averiguado algo?
—Señor Lawrence, hemos añadido el resultado del informe de toxicología del señor Keene a nuestro propio informe del caso, y al ampliar la búsqueda en nuestro sistema nos hemos topado con un caso similar en Las Vegas.
—¿Un caso similar? ¿Se refiere a otra víctima?
—Sí. —El detective Winter abrió una pequeña carpeta que llevaba en las manos y sacó unos papeles. Miguel no pudo evitar pensar que estaba un poco anticuado: una tablet era más cómoda.
—Se trata de un joven de edad y apariencia física similar a la del señor Keene —explicó la detective Hernández, una mujer joven, de origen latino, con el cabello recogido en una elegante coleta alta—. Fue drogado con Rohypnol y agredido sexualmente en un motel por horas de las afueras de Las Vegas.
Miguel tragó saliva. Sí que era un caso muy similar. A Robby le había encontrado una limpiadora en el suelo de una habitación de un motel por horas en North Hills, semidesnudo, inconsciente y herido. La mujer había llamado a una ambulancia, y los dos paramédicos que habían acudido decidieron afortunadamente llevar a Robby al hospital más cercano: el Presbiteriano de Los Ángeles, donde casualmente trabajaba Miguel desde hacía pocas semanas. También había sido una suerte que la habitación del motel estuviera a su nombre y que su agresor no se hubiera llevado su cartera, ya que gracias a eso llegó identificado a Urgencias.
—¿Detuvieron al agresor? —preguntó.
—No. Aún no.
—¿Y cuándo fue eso? ¿Cuándo fue agredido ese chico de Las Vegas? —inquirió Johnny.
—Fue hace dos años.
—¡¿Dos años?! —repitió el hombre, incrédulo—. ¿Me está diciendo que hay un violador que se dedica a drogar y a agredir a veintañeros en moteles desde hace mínimo dos años y aún no lo han pillado?
—No sabemos aún con certeza si se trata del mismo agresor ni si hay más víctimas —dijo el detective Winter—. Pero ahora tenemos una posible descripción física. En cuanto su hijo despierte del coma, le interrogaremos y así sabremos si la descripción coincide.
—No está en coma —dijo Miguel. No lo estaba.
—En cuanto recupere la conciencia — corrigió la detective Hernández.
—¿Y cómo está ese otro chico? —preguntó Johnny—. ¿Se recuperó por completo?
—Oh, sí. —El detective Winter releyó sus notas—. Solo estuvo un par de días en observación.
—¿Solo un par de días en observación? ¿Cómo es posible? —se extrañó Miguel.
Los dos detectives se miraron un segundo entre ellos.
—La víctima de Las Vegas fue agredida sexualmente, pero no físicamente —explicó la detective Hernández—. Según hemos leído en el expediente de la policía de Las Vegas, el chico declaró que empezó a sentirse mal y que, al darse cuenta de lo que estaba pasando, decidió no oponer resistencia a la agresión sexual.
Un tenso silencio se produjo momentáneamente en la familia Lawrence-Díaz.
Johnny parecía no encontrar las palabras. Cuando habló, lo hizo con la voz quebrada.
—Me está diciendo que... me está diciendo que mi hijo está así... ¿porque él sí se resistió? Que casi matan a mi hijo... ¿porque se defendió?
Miguel empezaba a sentir náuseas.
—Señor Lawrence, aún no sabemos con certeza lo que ocurrió. Es mejor no llegar a conclusiones precipitadas.
—Por favor, avísenos en cuanto su hijo pueda hablar con nosotros.
—Eso haremos... —dijo Carmen. Johnny parecía estar conmocionado.
En cuanto los agentes se hubieron marchado, Carmen abrazó a su marido. Johnny apenas correspondió el abrazo.
—¿Es culpa mía...? —susurró—. ¿Robby está así... porque yo le enseñé a defenderse?
Carmen le agarró de la cara con suavidad.
—Mi amor, conozco a tu hijo. Tú conoces a tu hijo. Incluso sin saber karate, sabes muy bien que Robby jamás se habría dejado poner una mano encima sin resistirse. Es su naturaleza.
—Mamá tiene razón —dijo Miguel. Siempre la tenía.
Johnny no dijo nada más, pero no parecía convencido del todo.
—Johnny, estás exhausto —señaló Carmen—. Deja que esta noche me quede yo con Robby, y tú vete a casa a dormir. Lo necesitas. Además, Sara te echa de menos.
—Y yo la echo de menos a ella. Créeme. Pero no puedo irme de aquí. —Negó con la cabeza—. De verdad que no puedo. Yo... le fallé completamente a Robby los primeros dieciséis años de su vida. Y le seguí fallando después, varias veces. Mira, es... me parece realmente un milagro que me haya perdonado. Me prometí a mí mismo que jamás le fallaría de nuevo. Jamás. Y ahora me necesita, más que Sara, más que Miguel. —Echó una mirada rápida a su hijastro—. Lo siento.
Miguel le hizo un gesto haciéndole saber que lo entendía perfectamente.
—No tienes que disculparte, amor... —Carmen suspiró—. De acuerdo, quédate con él. Pero al menos regresa a casa un par de horas. Te duchas, arropas a Sara, le das las buenas noches y regresas. Te juro que yo no me voy a mover de la habitación.
Johnny vaciló.
—Johnny, yo también estoy aquí, ¿vale? Tranquilo. Ve un rato con Sara. Y dúchate. En serio. —Miguel sonrió levemente.
El sensei esbozó una pequeña sonrisa. La primera en tres días.
—Vale, de acuerdo. Dos horas, no más.
Miguel y Carmen suspiraron aliviados.
Johnny necesitaba descansar y recuperar fuerzas.
Porque lo peor estaba por llegar.
Fin del capítulo 4
Notes:
La verdad estoy bastante orgullosa de cómo me ha quedado este capítulo (y no suele pasarme, siempre publico con muchas dudas). Espero que os guste a vosotros también.
Cualquier comentario, duda, opinión... estaré encantada de responder.
Chapter 5: Navidad
Notes:
Volvemos con Robby. Este capítulo es un poco de relleno pero es necesario para desarrollar la historia.
Recordad que si tenéis alguna duda sobre el tema de las líneas temporales y dónde se sitúan no tenéis más que preguntarme.
Chapter Text
Apenas había salido del coche y Johnny ya estaba fuera de la casa, cruzando el jardín, con Sara en brazos.
—¡Lobby, Lobby, Lobby! —gritaba la pequeña de tres años y medio, que aún no sabía pronunciar la "r" correctamente, agitando las manitas efusivamente.
Robby se acomodó la mochila en la espalda.
—¡Ey! ¿Cómo está la hermanita más guapa del mundo?
—¡Bieeen!
En cuanto estuvo lo suficientemente cerca, Sara prácticamente saltó de los brazos de Johnny a los de Robby.
—Uff, madre mía, ¡qué grande estás! ¿Pero qué te dan de comer en esta casa?
—Todo lo que pide, y más. —Johnny le abrazó por el lado que tenía libre—. Bienvenido a casa, hijo.
—Gracias, papá.
—¿Qué tal el trayecto?
—Bien, no había mucho tráfico.
—Ahora que tienes coche, espero que vengas más a menudo.
—Lo haré, lo prometo.
Robby se fijó que el coche de Miguel estaba aparcado cerca, así que este ya había llegado.
—Va, entremos, que ha refrescado y esta señorita va muy ligerita de ropa —apremió Johnny.
—¿Tan pronto y ya te quejas de eso? Espérate que cumpla los quince.
—Ja ja. Muy gracioso.
Los tres cruzaron el jardín de regreso a la casa, Sara aún en brazos de Robby. No tenía pinta de soltarle en breve. En la puerta esperaban Carmen y Rosa.
—Bienvenido a casa, Robby. —Carmen le dio un efusivo abrazo.
—Gracias.
—Bienvenido, mijo —le dijo Rosa con dos sonoros besos en las mejillas.
—Gracias, Rosa.
—Pasa, pasa.
El interior de la casa no había cambiado mucho desde la última vez que Robby había estado ahí. Bueno, había muchos más juguetes por el medio, y más decoración de Navidad que el año anterior.
La repisa de la chimenea tenía cada vez más fotografías enmarcadas encima, pero dos destacaban sobre las demás: una fotografía de Miguel de su graduación en Pre-Medicina en Stanford, y una fotografía de Robby de su graduación en la Academia de Bomberos de Glendale.
—¿Qué tal el invierno en San Diego? —preguntó Rosa.
—¿Qué invierno? —bromeó Robby. Miró de nuevo a su alrededor—. ¿Y Miguel?
—Está arriba, deshaciendo las maletas. Creo que está con los cascos puestos y no se ha enterado de que has llegado.
—Él se va a quedar todas las vacaciones —explicó Rosa, con un deje de reproche—. No como otros...
—Lo siento, Rosa. Soy el novato, os dije que aún no puedo coger vacaciones. —Robby se encogió de hombros.
—Déjale en paz, mamá —dijo Carmen—. Al menos la Navidad ha coincidido bien para que pudiera venir entre turnos.
—Sara, ¿por qué no sueltas a Robby y le dejas subir a su habitación para dejar sus cosas y ponerse cómodo? —preguntó Johnny.
—¡Nooo! —gritó la chiquilla, aferrándose con más fuerza al cuello de Robby.
—Cariño, le vas a hacer daño... —Carmen suspiró—. Con Miguel igual. No le ha soltado en media hora —advirtió.
—Eso es porque os ve demasiado poco —intervino Rosa, de nuevo con tono de reproche.
—Mamá, ya basta. Los chicos están haciendo su vida. No pueden volver a casa cada semana porque los echemos de menos. —Carmen habló en español.
—Cada semana no, ¡pero al menos una vez al mes, no es mucho pedir!
—Ahora tengo coche, os prometo volver más a menudo.
Carmen y Rosa le miraron con la boca abierta. Robby les había hablado en un español bastante decente.
Johnny se echó a reír. Y aprovechó que Sara se había despistado para recuperarla de los brazos de Robby.
—Anda, sube a saludar a tu hermano. La cena estará lista en diez minutos.
Robby subió las escaleras sin dejar de sonreír. El curso de español empezaba a dar sus frutos.
La puerta de la habitación que compartía con Miguel en la casa familiar estaba abierta. Robby dejó la mochila en el suelo y se quedó apoyado en el umbral, viendo cómo Miguel iba de un lado para otro moviendo cosas, con los cascos puestos y cantando una canción de Led Zeppelin en voz baja. El moreno estaba igual que siempre, con la excepción de que se había dejado una perilla. Estaba tan ensimismado en la tarea y en la música que tardó un par de minutos en percatarse de su presencia.
—¡Ey! —exclamó con una sonrisa mientras se quitaba los cascos—. ¡Hola!
—Hola. —Robby le devolvió la sonrisa.
Se abrazaron efusivamente. No era para menos, hacía casi un año que no se veían en persona.
Y ninguno de los dos lo iba a reconocer en alto, pero se habían echado muchísimo de menos.
***
Se pusieron al día rápidamente.
A Miguel ya no se le veía tan agobiado como en su primer año en Stanford. Se notaba que se había adaptado al nivel de exigencia de esa universidad y que estaba metido de lleno en sus estudios de Medicina. Aún practicaba karate; no podía dejarlo porque de lo contrario perdería la beca.
En cuanto a su novia, Emma, acababan de romper. Según explicó Miguel, Emma había querido que pasaran las navidades en casa de los padres de ella, a lo que Miguel se había negado. A Robby le pareció un motivo un poco absurdo para romper una relación, pero prefirió no comentar nada al respecto.
Robby por su parte le contó que todo iba bien en San Diego. Estaba a gusto con su apartamento, con su coche, y, sobre todo, con su trabajo y con sus compañeros.
—Son todos unos tipos geniales —afirmó. Pero la escena que había tenido lugar dos turnos atrás le vino a la mente y torció el gesto—. Bueno, casi todos.
—¿Por qué dices eso?
—Es que... creo que a mi teniente no le caigo bien, eso es todo.
—Venga ya, eso no puede ser. ¿Por qué no ibas a caerle bien?
Robby se encogió de hombros.
—Ni idea. Y eso que él también practica, o, mejor dicho, practicaba karate, ¿sabes? Pensé que teniendo eso en común a lo mejor le caería más en gracia, pero ni por esas.
—¿También practicaba karate? Ya es casualidad. ¿Era bueno?
Robby resopló.
—Joder si lo era. Ganó la medalla de oro en Tokyo 2008, categoría open.
Miguel abrió mucho la boca.
—¿Quién demonios es tu teniente?
—Jason Powell. ¿Lo conoces?
—Pues no, pero en 2008 tú y yo teníamos seis años...
—Ya...
—Tengo curiosidad, voy a googlearlo.
En un par de segundos, Miguel ya había sacado su teléfono y tecleado el nombre. Rebuscó entre las imágenes y le mostró una a Miguel.
—¿Es este?
Era la misma imagen de alta resolución que él había encontrado en la red días antes. Un joven y sonriente Jason Powell en el podio, vestido con un gi blanco con la bandera de Estados Unidos en el brazo, cinturón negro y medalla de oro al cuello. Robby asintió.
Tras escudriñar la imagen, Miguel silbó.
—Vaya porte.
—Pues deberías verlo ahora. Parece una estrella de cine.
Al notar la expresión curiosa de Miguel, Robby se ruborizó.
—Chicos, ¿estáis listos o no? —Johnny estaba en la puerta—. La cena está en la mesa.
—Perdona, sí, ya bajamos —dijo Miguel. Y sin que Robby pudiera impedirlo, añadió—. Oye, Johnny, ¿tú conoces a un tal Jason Powell?
—¿Jason Powell? Me suena. ¿En qué contexto?
—Karate.
—¡Ah, sí! Medalla de oro en Japón 2008.
—Tokyo —corrigió Miguel.
—Pues eso. —Johnny se encogió de hombros y Miguel rodó los ojos—. Recuerdo que se hizo bastante famoso por ser muy joven. Era un desconocido, nadie lo tenía en sus quinielas. ¿Por qué preguntas?
—Es el teniente de Robby.
Johnny abrió mucho los ojos.
—¿En serio? ¿Y qué le pasó? ¿Por qué se retiró apenas empezar su carrera?
—Creo que porque se metió en el ejército.
Johnny asintió.
—Entiendo. Pues es una pena, era muy bueno. Por cierto, hablando de karate. Mañana me acompañareis al dojo. Los dos.
—¿Al dojo? ¿Por qué?
Johnny solo sonrió enigmáticamente.
***
La conversación durante la cena giró mayoritariamente entre los estudios de Miguel y el trabajo de Robby. Miguel habló de asignaturas, prácticas y profesores. Robby les contó los casos y avisos más curiosos y/o relevantes en los que el Parque 41 se había visto envuelto desde el verano.
Johnny, Carmen y Rosa les escuchaban con fascinación.
En un momento dado, Carmen cogió su servilleta y se secó un ojo.
—¿Estás bien, cariño? —le preguntó Johnny.
—Sí, es solo que... —Carmen señaló con la mirada a los dos muchachos—. Míralos. Uno trabaja salvando vidas, y el otro hará pronto lo mismo.
—Lo sé. —Johnny miró a sus hijos, el pecho henchido de orgullo—. Lo sé.
***
A la mañana siguiente, después de que una emocionadísima Sara abriera todos los regalos (tanto los suyos como los de los demás), Johnny, Miguel y Robby se fueron al Miyagi-do.
El nuevo dojo contaba con un gimnasio, una sala de relax con máquinas expendedoras y bonsáis, dos vestuarios enormes, y dos salas de entrenamiento. Al ser festivo, aquel día estaba cerrado al público. La sala principal, dedicada exclusivamente a karate, tenía tres tatamis, y las paredes decoradas con pósteres que aún no estaban colgados la última vez que Robby había visitado el lugar. En varios de ellos salía Miguel, posando haciendo katas, vestido con gis de la marca Ronin.
—Vaya. Bonitas poses —sonrió Robby, señalando los pósteres con la barbilla.
Miguel se sonrojó un poco.
—Deberías salir tú en esos pósteres.
Robby se encogió de hombros.
—No me importa. Estoy donde quiero estar.
El joven bombero hizo un par de movimientos de calentamiento con ambos brazos. Era extraño volver a llevar un gi después de tanto tiempo, pero la sensación de la gruesa tela sobre su piel era reconfortante.
—¿Qué crees que pretende Johnny? —preguntó Miguel, también empezando a calentar—. ¿Querrá que nos enfrentemos entre nosotros?
—Ni idea...
—Vaya, vaya, vaya... pero si son El Serpiente y Bomberoman en persona...
Los dos chicos se giraron. Eli "Halcón" Moskowitz había entrado en la sala, vestido con un gi blanco y un cinturón negro con dos rayas amarillas en un extremo. Seguía llevando el cabello peinado con una cresta, pero de baja altura, y de su color castaño natural, sin teñir.
Los tres chicos se saludaron efusivamente.
—¿Qué tal estás, Eli? —le preguntó Miguel. Eli ya solo se hacía llamar Halcón en el tatami.
—Muy bien. Aquí, defendiendo el fuerte.
—Enhorabuena por conseguir el segundo dan —dijo Robby.
—Gracias. Estuvo chupado.
Miguel y Robby rodaron los ojos.
Johnny entró también en la sala, vestido también con un gi y su característica cinta negra en la frente, acompañado de Daniel LaRusso, quien iba vestido de calle.
—¡Ey, señor LaRusso! —exclamaron Miguel y Robby.
—¡Hola, chicos! —saludó Daniel, dándole un efusivo abrazo a cada uno—. Cómo me alegro de veros. Ha pasado demasiado tiempo desde la última vez. Robby, ¿qué tal el trabajo de bombero en San Diego?
—Todo bien, señor LaRusso.
—Me alegro. Ten mucho cuidado, por favor. —Daniel le dio una palmada afectuosa en la mejilla, y luego se dirigió a Miguel—: ¿Y tú qué tal, Miguel? ¿Cómo van los estudios de Medicina?
—A tope, señor LaRusso.
El señor LaRusso y Miguel chocaron el puño. La ruptura entre Miguel y Sam no había afectado demasiado a la buena relación entre ellos, por lo que podía observar Robby.
—Muy bien, veo que ya estáis listos. —Johnny dio un par de palmadas para llamar su atención—. Empecemos.
—Aún no nos has dicho qué quieres que hagamos... —dijo Miguel.
—¿Ah, no? —Johnny sonrió ladino—. Veréis, Daniel y yo le hemos prometido a Eli que, si os ganaba a ambos, podrá empezar a dar clases en solitario.
Miguel y Robby se miraron entre ellos y luego a un motivado Eli, quien se estaba crujiendo los nudillos con una sonrisa anticipadamente triunfal en la cara.
***
Tras ganar primero a Miguel y luego a Robby, en sendos combates muy reñidos con un resultado de tres puntos a dos, Eli se convirtió oficialmente el nuevo sensei del Miyagi-do.
Mientras Johnny y Daniel felicitaban a Eli, Miguel y Robby descansaban sentados a un lado del tatami central.
—Puto Eli —resopló Miguel, muy bajo para que ni el aludido ni los senséis le oyeran, frotándose las doloridas espinillas—. ¿Cuándo se ha vuelto tan fuerte?
—Bueno, es el único que se dedica casi exclusivamente al karate, y para colmo, trabaja en un dojo. Debe pasarse el puto día entrenando... —aventuró Robby.
—Supongo. Bueno, tengo que reconocer que ha sido divertido.
Robby miró fijamente a Miguel.
—Ey. ¿Estás muy cansado?
—¿Mm? ¿Por qué?
El joven bombero sonrió.
—¿Qué tal si ahora combatimos tú y yo?
Miguel le devolvió la sonrisa y se levantó. Le ofreció una mano y le ayudó a levantarse.
—Vamos.
Los dos jóvenes volvieron al centro del tatami.
***
El ganador del tercer combate fue Robby, con el mismo resultado ajustado de tres puntos a dos. Aunque Robby se sintió satisfecho con la victoria, era consciente de que en aquella ocasión había conseguido ganar a Miguel únicamente porque su hermano estaba cansado del combate previo con Eli, mientras que Robby, aunque técnicamente se había quedado atrás respecto a Miguel y Eli, ya que llevaba meses sin practicar en un dojo, estaba en plena forma física gracias a su exigente trabajo.
Aquella noche, Robby se despidió de su familia para volver a San Diego, ya que al día siguiente tenía turno. Miguel, en cambio, tal y como había comentado Rosa, iba a quedarse todas las fiestas.
—Qué pena que tengas turno en Año Nuevo y no puedas venir a celebrarlo a casa de los LaRusso —le decía Carmen mientras le abrazaba.
—Ya... Tengo entendido que la fiesta de los LaRusso cada año es más salvaje —sonrió Robby.
—Eso es exagerar un poco... —dijo Johnny—. Pero hay que reconocer que Amanda y Daniel se lo curran bastante. Hacen unos margaritas de lujo.
Johnny se despidió de Robby con un abrazo muy largo.
—Cuídate, hijo.
—Lo haré.
—Te quiero.
—Y yo a ti.
Robby se despidió también de Rosa y Sara. Iba a despedirse de Miguel, pero este le dijo que le acompañaba hasta el coche.
—Ey, ¿tú vas a ir a la fiesta de Año Nuevo en casa de los LaRusso? —le preguntó Robby mientras cruzaban la calle.
—No lo creo... Sam estará allí con su novio, y no me apetece mucho ver eso, la verdad.
Robby asintió, comprensivo.
Se pararon junto al coche.
—Sabes, no es del todo cierto que Emma y yo hayamos roto por discrepancias sobre dónde pasar las fiestas. Ha sido Emma quien ha roto la relación —admitió Miguel de repente—. Y ha sido porque... tuve un ataque de celos cuando me dijo que su ex novio, que es el hijo de unos amigos de sus padres, también pasaría las fiestas en su casa.
—Oh... vaya.
—Ya... Es la segunda vez que una chica rompe conmigo por mis celos. Creo que necesito terapia o algo así. —Miguel se encogió de hombros—. O quizá estoy exagerando, no lo sé...
—En la academia de bomberos nos hablaron mucho sobre salud mental, y si algo me quedó claro es que no hay que temer buscar ayuda profesional sea cual sea el problema, pequeño o grande.
Miguel asintió, pensativo.
—Tengo que irme —dijo Robby—. Escríbeme si necesitas cualquier cosa.
—Lo haré.
—Nos vemos, tío. Cuídate.
Los dos muchachos se abrazaron.
—Cuídate tú también. Mucho. Johnny y mi madre no te dirán nunca nada, pero están muy preocupados con esta profesión tuya que has elegido. En serio, ¿no podías haberte dedicado a vender coches, como te ofreció el señor LaRusso? Nooo, tú tenías que elegir ser un puto bombero.
Miguel hablaba medio en serio medio en broma. Robby rió.
—Tranquilo. Es San Diego. Nunca pasa nada en San Diego —afirmó.
Qué equivocado estaba.
Fin del capítulo 5
Chapter 6: Despertar
Chapter Text
El despertador sonó como siempre a las seis y media de la mañana. Miguel se levantó, se vistió, tomó un café, cogió las llaves de su coche y se fue del apartamento en dirección al hospital.
Llegó sudando. Aquellos días estaban siendo muy calurosos. En cuanto se hubo cambiado de ropa y puesto el uniforme y la bata, Miguel se reunió con el doctor Atwood y una enfermera llamada Dawson, y juntos se dirigieron a la habitación de Robby en la UCI.
Había llegado el momento de despertar a Robby.
Al pasar por la sala de espera, Miguel vio a la madre de Robby, Shannon, dormida en una de las butacas. Habían conseguido localizarla apenas dos días antes, ya que Robby era el único que tenía su nuevo número en Sidney y el teléfono móvil de Robby estaba bloqueado. Pero Eli había conseguido dar con ella, y al enterarse de lo que había pasado, la mujer había cogido un avión y había llegado a Los Ángeles la noche anterior.
Dentro de la habitación les esperaba Johnny, visiblemente inquieto dando vueltas por la habitación. Se detuvo al verlos entrar.
—Buenos días, señor Lawrence —saludó el doctor Atwood.
—Buenos días, doc.
El doctor Atwood se paró junto a Robby. La enfermera Dawson se colocó justo al otro lado de la cama. Miguel se quedó a los pies de la cama, junto a Johnny.
—Señor Lawrence, tal y como le expliqué ayer, las pruebas de respiración espontánea de Robby son muy buenas, así que voy a proceder a retirarle la sedación hoy, tal y como teníamos previsto —explicó el doctor Atwood con voz pausada—. Tardará varias horas en recuperar la conciencia. Entonces le extubaremos. Le haré una serie de preguntas para determinar su estado. En función de sus respuestas a estas preguntas, ajustaremos la cantidad de analgésicos, y seguiremos haciéndolo a lo largo de los próximos días. No queremos que Robby sufra, pero hay un tope que no podemos sobrepasar. ¿Lo ha entendido, señor Lawrence?
—Sí.
—¿Alguna pregunta?
—No. Proceda, por favor.
El doctor Atwood le hizo una seña a la enfermera Dawson. Esta asintió y empezó a manipular el gotero.
—Ya está —dijo la enfermera al cabo de pocos segundos.
—Bien. Señor Lawrence, avísenos si nota cambios. Nos vemos más tarde.
—De acuerdo, doc. Gracias.
El doctor Atwood y la enfermera Dawson salieron de la habitación. Miguel se quedó un poco más. Su padrastro estaba un poco pálido.
—¿Estás bien, Johnny?
—Sí, yo... —Johnny suspiró—. Bueno, no, no del todo. Si te soy sincero, estoy acojonado.
—¿Por qué?
—Porque no sé qué pasará cuando Robby despierte. Sí, ya sé que estará dolorido, ya me lo habéis dicho, pero lo que no sé es cómo va a reaccionar después de lo que le ha pasado, ni siquiera sabemos lo que recordará y lo que no. Y tampoco sé si querrá tenerme aquí.
—¿Cómo no iba a querer tenerte aquí? Qué tontería.
—Tú no estabas la noche que discutimos, antes de que Carmen le llevara a tu apartamento. Fue una discusión bastante horrible. Y lo peor de todo, es que esa fue la última vez que hablamos antes de que pasara esto.
—Fue solo una discusión, Johnny.
—Fue más que eso. Me acusó de estar disgustado porque ahora saliera con hombres. Cómo si a mi me importara con quién se acuesta. —Johnny acarició la frente de Robby y le colocó cariñosamente un mechón de cabello tras la oreja, al mismo tiempo que dejaba escapar una pequeña risa amarga—: Solo quiero que sea feliz, joder.
—Mira, Johnny, te has desvivido por Robby los últimos tres años, y él lo sabe. Es imposible que una discusión borre eso, ¿de acuerdo? —El busca de Miguel empezó a sonar. Comprobó rápidamente que se trataba de la doctora Kirkman—. Tengo que ir a trabajar. Avísame en cuanto se despierte, y vendré en seguida.
—Sí, por favor... —murmuró Johnny.
Antes de salir de la habitación, Miguel le dirigió un último vistazo a su inconsciente hermano. Con un poco de suerte, la próxima vez que lo viera, ya estaría despierto.
Y, al igual que Johnny, también temía ese momento.
***
Miguel estaba casi terminando sus rondas de la tarde cuando recibió el mensaje de Johnny.
Se está despertando. Por favor, ven.
El joven médico sintió que se le aceleraba el corazón. Buscó a la doctora Kirkman, se lo explicó y le pidió permiso para ausentarse. Ella le dijo que por supuesto que sí. La verdad, la hosca jefa de residentes había sido muy comprensiva y amable con él desde que ingresaran a Robby.
Aunque no debía hacerlo, Miguel cruzó corriendo la planta de cirugía y bajó las escaleras a toda prisa en dirección a la planta donde se ubicaba la UCI. En esta ocasión no vio a Shannon en la sala de espera.
En la habitación de Robby estaban Johnny y la enfermera Dawson, cada uno a un lado de la cama.
Miguel fijó toda su atención en Robby. Tenía los ojos cerrados, el ceño un poco fruncido, y estaba tosiendo por culpa de la sonda orotraqueal.
—¿El doctor Atwood está avisado? —preguntó Miguel.
—Sí, ya viene —dijo la enfermera.
Robby seguía tosiendo, con el rostro cada vez más contraído.
—Le molesta el tubo —dijo Johnny, como si solo él se hubiera dado cuenta—. ¿No se lo podéis quitar?
—Se lo tiene que quitar un médico —dijo la enfermera.
Johnny miró a Miguel.
—Johnny, ya te he dicho que no puedo intervenir, tenemos completamente prohibido tratar a familiares. El doctor Atwood me deja seguir el caso de Robby con él por cortesía.
El hombre iba a protestar, pero entonces llegó el doctor Atwood. La enfermera Dawson se apartó, cediéndole su sitio.
—¿Cuánto hace que se ha despertado? —preguntó el médico.
—Ha empezado a toser hace un par de minutos —contestó Johnny—. ¿Puede quitarle ese maldito tubo de la garganta, por favor?
El tranquilo doctor Atwood ignoró el taco. Observó con calma el panel de monitorización de Robby y asintió, más para sí mismo que como respuesta a Johnny. Con ambas manos, cogió la magullada cabeza de Robby con mucho cuidado y la echó un poco hacia atrás en la almohada.
—¿Me ayudas, doctor Díaz?
—Sí, por supuesto.
—Aguanta aquí.
Las manos de Miguel sustituyeron las del doctor Atwood. A continuación, con movimientos seguros y precisos, el doctor Atwood retiró las gasas de sujeción, desenroscó la sonda del respirador y finalmente extrajo el fino tubo de plástico muy lentamente del interior de la garganta de Robby. El muchacho tosió con más fuerza.
—Eso es —dijo el médico—. Tranquilo, Robby. Ya está fuera.
—Gracias a Dios —suspiró Johnny, pasándose las manos por el cabello.
Miguel retiró las manos de la cabeza de Robby. Este tosió un poco más. Todavía tenía los ojos cerrados.
El doctor Atwood cogió una pequeña linterna del bolsillo de su bata. Mientras levantaba con cuidado los párpados de Robby un segundo para examinarle los ojos, el médico le hablaba con su característica voz pausada.
—Robby, soy el doctor Atwood. Estás en el hospital Presbiteriano de Los Ángeles. Tu padre y tu hermano están aquí. ¿Cómo te encuentras? ¿Robby? Sé que cuesta, pero necesito que me respondas. Robby, ¿me oyes?
Los segundos pasaban y Robby no decía nada, ni tan siquiera parecía que intentara hacer el esfuerzo. Johnny se mordía las uñas, inquieto.
—¿Qué ocurre? —preguntó, sin poder contenerse más—. ¿Por qué no contesta? —Como nadie le respondió, insistió—: ¿Miguel?
—Calma, Johnny —dijo este.
Aunque Miguel también se estaba empezando a preocupar. Miró al doctor Atwood, pero este parecía tranquilo.
Robby abrió los ojos por fin, parpadeando lentamente.
—Aquí estás —dijo el doctor Atwood—. Bienvenido, Robby.
Miguel soltó el aire que había estado reteniendo sin darse cuenta. Johnny suspiró también, aliviado.
—¿Cómo te encuentras? —insistió el médico.
Esta vez sí, Robby hizo un claro esfuerzo por hablar, pero no fue capaz de pronunciar ninguna palabra.
—Inténtalo, Robby. Otra vez. ¿Cómo te encuentras?
De nuevo, Robby parpadeó lentamente. Parecía que le costaba mantener los ojos abiertos. Johnny balanceaba su peso de un pie al otro. Robby intentó hablar de nuevo. Esta vez, pronunció un par de sonidos, pero ninguna palabra inteligible.
—Venga, Robby. Tú puedes. ¿Cómo te encuentras?
El muchacho lo intentó por tercera vez. Y esta vez se le entendió perfectamente.
—Me... duele...
—Lo sé, chico. Vamos a trabajar en ello, ¿de acuerdo?
—¿Dónde está... Jason?
Miguel intercambió una mirada primero con Johnny, y luego con el doctor Atwood. Miguel negó con la cabeza lentamente.
—Está desorientado —explicó el doctor Atwood—. Es normal.
A Johnny parecía que le habían dado un puñetazo en el estómago.
El veterano médico se retiró un poco.
—Me pasaré de nuevo en un rato, y volveremos a intentarlo.
Cuando el doctor Atwood y la enfermera Dawson se hubieron marchado, Miguel y Johnny se aproximaron a Robby. Este volvía a tener los ojos cerrados.
Johnny le acarició tentativamente la muñeca. Miguel observó las pequeñas cicatrices en la palma de la mano derecha de Robby.
—Ey, Robby... soy papá.
Pasaron varios minutos. Robby no reaccionó. Parecía que se había quedado dormido.
—Podría tardar horas aún en despertar del todo —advirtió Miguel.
Johnny suspiró, decepcionado.
—Voy a avisar a Shannon. Me ha dicho que quería entrar en cuanto se despertara.
—Ok.
Tras echar una última ojeada a Robby, Johnny salió al pasillo.
Miguel recordó que él también tenía mensajes sin responder a Sam. Sacó el móvil del bolsillo y empezó a teclear.
—¿Miguel...?
A Miguel casi se le cayó el teléfono. Miró a Robby.
Robby le estaba mirando. Fijamente.
Miguel guardó el teléfono y se inclinó un poco hacia su hermano.
—Ey —le saludó con una pequeña sonrisa—. Hola.
Robby paseó la mirada por la habitación.
—¿Dónde...? —empezó, pero tenía la voz rasposa y no consiguió terminar la frase.
—En el Presbiteriano.
Robby se fijó en la bata blanca.
—Es donde... tú trabajas.
—Sí, fue una casualidad que te trajeran aquí.
—¿Me trajeran...? ¿Quién?
Miguel tragó saliva.
—Los paramédicos que acudieron al motel de North Hills. —Robby solo parpadeó. Miguel reunió coraje y se decidió a preguntar—: Robby, tú... ¿recuerdas lo que pasó allí?
En un primer momento, parecía que Robby no había entendido la pregunta. Pero unos segundos después, Miguel distinguió claramente un cambio en su expresión. Se oscureció.
Robby desvió la mirada y se quedó contemplando el techo.
—En parte —susurró.
Instintivamente, Miguel le apretó cariñosamente la muñeca, el mismo gesto que había realizado Johnny minutos atrás.
Robby se estremeció y apartó el brazo, y al hacerlo gritó de dolor.
—¡Joder! —exclamó—. ¿P-por qué coño me duele tanto...?
—Tienes varios huesos rotos. Y no son huesos que se puedan escayolar. Me temo que no vas a poder moverte en un tiempo...
—¿Cuánto...?
—No lo sé con certeza. Pero varias semanas, como mínimo. Puede que un par de meses.
—Joder...
—Shannon no está en la sala. Quizá está en el bañ... —Johnny había vuelto a entrar en la habitación. Al ver a Robby tan despierto, se quedó paralizado.
—Mira quién ha vuelto en sí —dijo Miguel para aligerar el ambiente.
Johnny se acercó a Robby lentamente.
—Ey. Hola, hijo —susurró.
—Hola, papá. —Robby miró a Johnny de arriba abajo—. Estás horrible...
Johnny trató de sonreír, pero solo le salió una mueca.
—Johnny no se ha separado de ti desde que ingresaste —dijo Miguel-. Y tu madre también ha venido de Sidney.
Parecía que Robby iba a decir algo, pero en lugar de eso gimió de dolor.
—¿P-por qué mierda me duele cada vez más...? —siseó.
—Eso es porque la sedación se va eliminando de tu torrente sanguíneo, y a medida que eso pasa...
—¿Y n-no puedes darme algo para el dolor...? —interrumpió Robby.
—Ya estás con morfina. —Miguel señaló el gotero con la barbilla—. Se te irá ajustando la dosis en los próximos días.
Robby cerró los ojos y gimió de nuevo. Tenía los puños apretados y estaba empezando a respirar agitadamente. Trató de moverse un poco, quizá buscando una posición más confortable, y entonces gritó.
—¡Robby! —exclamó Johnny.
—¡No te muevas! —exclamó Miguel al mismo tiempo.
Pero su hermano no parecía escucharle. Tenía el rostro completamente contraído, y su pecho subía y bajaba de forma espasmódica. Intentó incorporarse un poco, y volvió a gritar.
—Robby, ¡para! —exclamó Miguel—. Te lo digo en serio, no debes moverte. Si lo haces, tendremos que sedarte de nuevo, o inmovilizarte a la fuerz...
Robby abrió los ojos al instante.
—¡NI TE ATREVAS, JODER! —gritó, haciendo que Miguel se echara instintivamente un poco hacia atrás.
El panel de monitorización cardíaca empezó a pitar.
Robby echó la cabeza hacia atrás y volvió a gritar.
—¡¿Qué le está pasando?! —gritó Johnny.
—¡Que le duele! ¡Te avisé que le dolería!
—¡¡No le está doliendo, está agonizando!!
Miguel ya no sabía qué hacer. La situación le estaba sobrepasando, y estaba agotado. Incluso sintió que estaba empezando a marearse.
Por suerte, el doctor Atwood regresó en ese momento, acompañado de dos enfermeras.
—Los dos fuera —dijo el médico, esta vez con voz más dura de lo que era habitual en él.
Johnny iba a protestar, pero Miguel le cogió con fuerza del brazo y le sacó de la habitación sin contemplaciones. En el pasillo, observaron a través del cristal cómo el doctor Atwood trataba de calmar a Robby. El pitido cesó. Tras unos minutos, una de las enfermeras manipuló el gotero.
Robby no gritó más.
Cuando el doctor Atwood salió de la habitación, estaba muy serio.
—La UCI no es sitio para andar gritando. Robby tiene excusa, pero, ¿cuál es la vuestra?
—Lo siento, doctor Atwood... —murmuró Miguel.
—Sí... lo sentimos, doc. ¿Cómo está mi hijo?
—Le he subido un poco la dosis de morfina. Por hoy no se la podemos subir más. Las horas siguientes van a ser duras. ¿Podréis manejarlo? ¿U os tengo que prohibir la entrada a la UCI?
—No, por favor —dijo Johnny.
—Bien. Me pasaré de nuevo más tarde.
El doctor y las enfermeras se marcharon. Miguel y Johnny se miraron.
—Siento haberte gritado —dijo Johnny.
—No pasa nada... —dijo Miguel, pero no pudo evitar que un par de lágrimas se asomaran a sus ojos. La situación empezaba a sobrepasarle.
Johnny se dio cuenta y lo atrajo a él para abrazarlo.
—Lo siento. Lo siento —repitió—. Sé que tú también estás exhausto...
Sí, lo estaba.
Y aunque sabía y entendía que la prioridad de Johnny tenía que seguir siendo Robby, Miguel aprovechó y se dejó abrazar por un largo rato por su padrastro.
Fin del capítulo 6
Chapter 7: Colisión
Chapter Text
El aviso se produjo a media mañana. Incendio estructural. Edificio residencial de ocho plantas, en la calle India, en pleno centro de la ciudad. Humo en las plantas séptima y octava. Cuarenta y ocho apartamentos en total, según les estaba explicando un asustado conserje. Y sin escalera exterior.
El teniente Powell dio las órdenes.
—Muy bien equipo, vamos a ello. Aspirante, Sexton, planta siete. Clarke, conmigo, planta ocho. Ya sabéis lo que hay que hacer. Búsqueda y rescate. Miller, revisa el ascensor. Connery, coloca el camión y saca la escalera. Geigerman y Reynolds, subid por ella y ventilad la cubierta. —Powell se giró hacia el resto del equipo—. Vosotros, preparad mangueras y estad preparados por si hay que relevar a alguien.
En la calle había cada vez más curiosos contemplando el incendio. La ambulancia 22 llegó al lugar.
Sexton, Robby, Clarke y Powell se pusieron las máscaras y entraron en el edificio. Subieron las escaleras por orden: primero Powell, luego Clarke, luego Sexton, y por último Robby.
Al llegar a la planta séptima, Robby y Sexton se quedaron en ella y empezaron a recorrer un pasillo oscuro y lleno de humo, golpeando y abriendo a la fuerza todas las puertas que encontraron a su paso.
—¡Cuerpo de bomberos! ¿Hay alguien dentro? ¡Griten!
No encontraron a nadie hasta llegar al último apartamento, el 706.
Una adolescente de unos quince años y una niña de unos cuatro o cinco estaban agazapadas en medio del salón, muy asustadas.
Los dos bomberos se aproximaron rápidamente a ellas. Por la radio, escucharon a Miller decir que el ascensor estaba despejado.
—¿Estáis bien? ¿Cómo te llamas, cielo? —le preguntó Sexton a la chiquilla.
—Carla —respondió ella, sorbiéndose los mocos—. Y esta es mi hermana Mónica.
—Escúchame Carla. Este bombero tan guapo y yo vamos a sacaros de aquí a ti y a tu hermana.
—¿Y Jenny?
Sexton y Robby intercambiaron una rápida mirada.
—¿Quién es Jenny?
—Es mi mejor amiga. Vive arriba. —Señaló con el dedo el techo—. Estábamos jugando a las Barbies y ha dicho que se había dejado en casa la caravana.
—¿La caravana?
—La caravana de Barbie.
—¿Ha subido sola? —preguntó Robby, dirigiéndose a la chica mayor.
—Vive justo un piso más arriba —contestó ella a la defensiva—. ¡Se suponía que iba a volver en unos minutos!
—¿En qué apartamento?
—El 806.
—¿Y estáis seguras de que no ha salido ya a la calle? —preguntó Sexton.
—¿Sola? Lo dudo. Solo tiene cuatro años.
Sexton pulsó el botón de su radio.
—Teniente, aquí Sexton. Una inquilina del 706 dice que hay una niña de cuatro años sola en el apartamento 806.
Pocos segundos después se escuchó la voz alta y clara de Powell.
—Negativo. En el 806 no había nadie.
—¡Pero Jenny ha subido! —gritó la niña.
En ese momento apareció Miller.
—¿Necesitáis ayuda por aquí? Esto se está poniendo feo. Hay que ir saliendo.
—Sexton, tú baja con Miller y las chicas. Yo subiré a la planta octava a buscar a la niña —dijo Robby.
—Pero, ¿qué dices, Keene? ¡No puedes tomar esas decisiones por tu cuenta!
Pero Robby ya estaba saliendo del apartamento.
—¡Hablaré con el teniente de camino! —gritó.
Sexton le respondió algo de vuelta también a gritos, pero ya no pudo escucharlo.
Mientras subía las escaleras, pulsó el botón de su radio, pero el teniente se le adelantó.
—Riesgo de derrumbe en planta superior. Evacuamos ya.
Robby volvió a pulsar el botón.
—Teniente, aquí Keene. Estoy subiendo a la planta octava.
Powell habló de inmediato.
—Pero, ¿qué dices, Aspirante? Date la vuelta. He dicho que evacuamos.
Robby vaciló un momento, pero finalmente siguió subiendo. Ya casi estaba en la planta octava.
Estaba a punto de pulsar el botón de su radio otra vez cuando se topó con Powell y Clarke.
—¿Qué cojones estás haciendo aquí? —le espetó Powell.
—Hay una niña en el apartamento 806.
—¡Os he dicho que el apartamento está vacío! —casi gritó el hombre.
—¡Estará escondida! —gritó Robby a su vez, e intentó pasar entre Powell y Clarke.
Pero el teniente le agarró del brazo.
—¡¿Dónde coño te crees que vas?!
Con un movimiento ágil, Robby se zafó del agarre y accedió a la planta octava.
—Clarke, sal de aquí ya —escuchó decir al teniente a la bombera—. Ya voy yo a por él.
Robby se dirigió directamente al apartamento 806. No fue fácil llegar. En aquella planta el humo era mucho más denso, y el calor sofocante.
—¡Cuerpo de bomberos, griten! —gritó al entrar.
El teniente Powell entró tras él.
—¡Maldita sea! ¡Te he dicho que está vacío!
—¡La niña dijo que su amiga había subido aquí!
—¡La niña se equivoca!
Robby buscaba frenéticamente por todo el apartamento, en todas las habitaciones, bajo todos los muebles, en todos los armarios, pero ni rastro de Jenny.
—¡Tenemos que salir de aquí YA! —gritó Powell.
—¡Hay que encontrar a la niña!
—¡No está aquí!
Robby empezaba a pensar que su jefe tenía razón.
Un gran estruendo resonó en el pasillo. Salieron a mirar.
El falso techo de escayola y varias viguetas de hormigón se habían desplomado en medio del pasillo, y el fuego, que hasta ese momento no había sido apenas visible, engulló toda la zona, bloqueando la salida hacia las escaleras del edificio.
—¡Joder! —exclamó Powell—. Ya no podemos salir por ahí. Habrá que salir por la escalera.
El teniente Powell le agarró del brazo para guiarle de vuelta al interior del apartamento, hacia un gran ventanal al fondo del salón. Esta vez Robby no opuso resistencia. Otro estruendo resonó en el pasillo.
—Teniente, ¿dónde cojones estáis tú y Keene? —se escuchó la voz de Sexton por la radio.
—Salida interior bloqueada. Vamos a salir por la escalera. Connery, colócala bajo el ventanal grande de la fachada sur en la planta octava.
—Roger.
La gran ventana estaba ya medio abierta. Powell terminó de abrirla y se asomó. Robby también se asomó.
La escalera del camión estaba ya junto al ventanal, pero todavía a la altura de la planta cubierta. Se oyó otro estruendo proveniente del pasillo. Powell apretó el botón de la radio.
—¿A qué esperas, Connery? Baja la maldita escalera.
—No sé qué le pasa a la escalera, teniente. Está bloqueada.
—Vamos, no me jodas, Connery.
A pesar de la distancia, podían ver perfectamente a Connery encima del camión, manejando desesperado los mandos de la escalera. Pero la escalera no se movía. Se oyó otro estruendo, esta vez parte del techo se había desplomado justo en la entrada del apartamento.
—¿Sigue bloqueada? —preguntó Powell a Connery a través de la radio.
—Sigue bloqueada…
Powell miró hacia las llamas que se veían a través de la puerta abierta del apartamento, y escuchó los espeluznantes crujidos del techo del apartamento.
—No podemos esperar. Equipo, preparad la colchoneta—. Powell miró a Robby y luego le señaló la parte inferior de la escalera con la barbilla—. Habrá que saltar.
Robby tragó saliva. La escalera estaba a apenas un metro por encima de sus cabezas. Dar un salto desde el alfeizar y agarrarse a las barras que hacían de peldaños no era una maniobra difícil, era casi un juego de niños. Pero, si saltaban y no acertaban a agarrarse a ellas, les esperaba una caída de unos 20 metros. La colchoneta no iba a amortiguar lo suficiente.
La gran colchoneta estaba ya casi hinchada del todo. Un centenar de personas miraban hacia ellos, la mayoría, cómo no, brazos alzados grabando con el móvil.
—Ey. Escúchame, Keene. Puedes hacerlo.
El joven bombero miró a su jefe. Era la primera vez que le llamaba por su apellido en lugar de "Aspirante ".
—Quítate la máscara, el casco y la chaqueta —le indicó Powell mientras hacía lo propio—. Yo saltaré primero, así podré ayudarte a ti si es necesario. ¿Entendido?
—Sí... entendido.
—Bien, allá voy.
Dicho y hecho, el teniente Powell saltó al vacío. El corazón de Robby se detuvo un segundo. Pero su jefe se cogió a las barras limpiamente, aunque la escalera le recibió con un chirrido inquietante.
Con una agilidad impresionante, Powell subió las piernas y, tras rodear la escalera por un lateral, en un momento ya estaba por encima de ella. Le hizo gestos apremiantes a Robby.
—¡Tu turno, Keene!
Otro estruendo. Todo el techo de la cubierta se estaba desplomando sobre la planta octava, justo detrás de él. No había más opciones.
Robby hizo un cálculo rápido y saltó. Al igual que Powell, agarró una barra con ambas manos, pero, por culpa de una mezcla entre sudor y hollín, la mano derecha se le resbaló.
Por una milésima de segundo, Robby estuvo seguro de que iba a caer al vacío. Un murmullo de horror se escuchó 20 metros más abajo.
Pero algo le asió la mano. Alguien, mejor dicho.
—Te tengo. —El teniente estiró con fuerza y Robby consiguió subir a la parte superior de la escalera del mismo modo que había hecho su teniente minutos antes.
Otro murmullo, esta vez de alivio, se escuchó abajo en la calle India.
Uno detrás del otro, los dos bomberos bajaron por la escalera hasta que de un salto aterrizaron en el asfalto.
Robby nunca había estado tan feliz de pisar tierra firme.
—¡Equipo, preparad las mangueras! —gritó Clarke.
Aunque debería haberlo previsto, el ataque de ira del teniente Powell le pilló desprevenido.
—¡Tú, imbécil! —Powell le agarró de la camiseta con ambas manos y le zarandeó violentamente—. ¡¿Cuál es tu puto problema?!
Los ojos azul claro lucían furiosos. Robby no se atrevió a defenderse, ni verbal ni físicamente.
—Dime, ¡¿es que no te enseñaron en la puta academia a seguir órdenes?! —Powell le zarandeó de nuevo.
El resto del equipo les rodeaba en un incómodo silencio, hasta que Clarke intervino, colocando sus manos en las muñecas de Powell.
—Tranquilo, Jason.
Tras un par de tensos segundos, Powell soltó a Robby con un fuerte empujón y se alejó en dirección a Connery, quien a todas luces tenía pinta de ser el siguiente en probar su ira.
—No te preocupes chico, se le pasará —le dijo Sexton.
Robby no estaba tan seguro.
***
El resto del día fue tranquilo, sin más avisos, pero el ambiente estaba enrarecido.
Tras cenar en silencio, todos los miembros estaban repartidos por la cocina, cada cual a lo suyo: unos mirando la televisión, y otros la pantalla de su móvil.
Robby y el teniente Powell estaban sentados lo más alejados posible el uno del otro, el primero en un sofá junto a Geigerman, y el segundo en la mesa de comedor, con Sexton y Clarke.
Inesperadamente, Geigerman soltó una risita. Todos le miraron.
—Tu casi salto de puenting sin cuerda se está haciendo viral. Mira.
Geigerman se estiró y le enseñó la pantalla de su teléfono a Robby, quien frunció el ceño al verse en un reel de Instagram. Por suerte, aunque a Powell se le distinguía bastante bien, a Robby no se le veía la cara, y el zoom no era lo bastante potente para que se distinguiera con claridad la palabra "Aspirante" en la espalda de su camiseta. Menos mal. De lo contrario, y si ese reel llegara a ojos de Johnny, a su padre le daría un infarto.
El móvil del teniente Powell empezó a vibrar. Descolgó ahí mismo.
—Powell. —El hombre escuchó atentamente por unos minutos. De repente, alzó la mirada y clavó los ojos en Robby. Siguió escuchando unos minutos más—. Gracias por la información.
Colgó el teléfono.
—Era Nolan, del equipo de desescombros —informó en voz alta a su equipo, pero sin dejar de mirar a Robby—. Han encontrado el cuerpo de una niña en la planta octava.
Un murmullo de desazón recorrió la cocina. Robby se levantó de un salto.
—¿En la octava? ¿Cómo es posible? Revisamos los apartamentos dos veces —dijo Clarke, impactada.
—Se lo dije —dijo Robby—. Le dije que había una niña en el apartamento 806...
—No la han encontrado en el apartamento 806 —interrumpió secamente el teniente—. Estaba escondida en un armario en un cuarto de limpieza.
—¿Qué...?
—¿Qué hacía esa niña ahí? —preguntó Geigerman.
—Quizá al salir de su apartamento vio el humo, se asustó, y en lugar de bajar, buscó un sitio donde esconderse —aventuró Sexton.
—Pero el cuarto de limpieza de la planta octava estaba muy cerca del foco del incendio… Seguramente cuando el teniente y yo llegamos a esa planta, ya estuviera inconsciente por el humo.
—Pobre niña. Y pobre familia...
Robby se sentía enfermo.
¿Cómo podían hablar de aquello con esa serenidad?
Una niña estaba muerta. Una niña de solo cuatro años.
Tenía ganas de vomitar. Necesitaba aire fresco.
Sin dar explicaciones, el muchacho salió de la cocina y del parque y se detuvo en medio de la explanada frente a la entrada de camiones.
El aire fresco de la noche alivió un poco su malestar físico, pero no el mental.
Cuatro años.
La misma edad que Sara.
¿De verdad que habían hecho todo lo posible?
Escuchó unos pasos tranquilos acercándose. Era Sexton.
—¿Estás bien, chaval?
Robby suspiró.
—No...
Sexton le colocó una mano fuerte en el hombro y le dio un apretón.
—Es normal. Lo que ha pasado hoy ha sido una mierda, hablando claro.
—Sí, lo ha sido. Pero vosotros parecíais que os lo estabais tomando con... no sé... ¿resignación?
—Para nada, chico. Te aseguro que estamos todos jodidos. Lo que pasa es que con los años uno aprendre a sobrellevar estas tragedias de otra manera.
Robby miró a Sexton, no muy convencido, pero tampoco tenía motivos para desconfiar de él.
—Escucha, hemos quedado mañana por la noche todos en el bar de mi mujer. Para ahogar las penas juntos. Vente. Te invitaré a una cerveza.
—No bebo.
—Pues a un refresco. La cuestión es estar todos juntos, ¿vale?
Tras sopesarlo unos segundos, Robby accedió.
Quizá, al contrario de lo que había tenido que hacer casi toda su vida, ya no tenía que superarlo todo por sí mismo.
Fin del capítulo 7
Chapter 8: Dolor
Chapter Text
Los días que siguieron al despertar de Robby fueron difíciles para todos, especialmente para él. Robby estaba dolorido, enfadado y muy poco comunicativo.
Una de las pocas veces que Robby le dirigió la palabra a Miguel voluntariamente fue dos días después de recuperar la conciencia, para pedirle un espejo. Aquel había sido un momento bastante duro. Miguel le insistió en que poco a poco su rostro volvería a la normalidad, pero Robby simplemente le devolvió el espejo y no volvió a hablar en todo el día.
En cuanto le trasladaron de la UCI a una habitación normal, los detectives Winter y Hernández se presentaron para hablar con él. Robby prefirió hablar con ellos en privado, así que nadie sabía qué les había contado exactamente. Los detectives solo informaron a Johnny y Shannon de que Robby les había dado la misma descripción física que la del agresor de aquel chico de Las Vegas, por lo que ya daban por hecho de que se trataba del mismo tipo, y también que Robby había estado de acuerdo en prestarles su móvil para que pudieran revisar la conversación que había mantenido online con él en busca de pistas.
La de la policía había sido la única visita a la que Robby había accedido de momento, así que los únicos que podían entrar en esa habitación eran los mismos que habían estado haciendo turnos cuando estaba en la UCI: Miguel, Johnny, Shannon y Carmen. Pero Shannon había tenido que regresar a Sidney un par de días por un asunto laboral, aunque había jurado que regresaría justo después.
Con quien Robby había accedido al menos a hablar por teléfono era con la doctora Mallory, la terapeuta que el Cuerpo de Bomberos de San Diego le había proporcionado para tratarle en Los Ángeles por su depresión. Ella era la que le había conseguido a Robby un puesto temporal en la Centralita de Emergencia de Los Ángeles, mientras no tuviera su permiso para reincorporarse a su antiguo puesto como bombero. Pero como también había preferido hablar con ella en privado, no tenían ni idea de qué le había contado. Así que, el alcance de lo que Robby recordaba o no de esa fatídica noche, seguía siendo un misterio.
***
Aquella mañana, antes de empezar su turno, Miguel se dirigió a la planta sexta de hospitalización a visitar a Robby. También se pasaba a la hora del almuerzo y al finalizar su turno, todos los días desde su traslado. Al llegar, tocó suavemente con los nudillos en la puerta de madera chapada con el número 609 grabado.
—Adelante —escuchó decir a Johnny.
Miguel entró en la habitación. Johnny estaba de pie junto a la ventana, apoyados en el alféizar interior. Robby estaba sentado en la butaca junto a la cama vacía, con una fina manta de color azul cielo echada sobre las piernas (afuera hacía mucho calor pero en el interior del hospital el aire acondicionado estaba muy alto). En el brazo derecho tenía la vía, que le suministraba los analgésicos a través de un gotero en el portasueros. El brazo izquierdo en cabestrillo, para inmovilizar la clavícula rota.
Era buena señal que cada vez pasara más tiempo sentado y no en la cama.
—Ey. Buenos días —saludó Miguel.
—Buenos días, hijo.
Como venía siendo habitual, Robby no dijo nada. Ni siquiera le miró a los ojos.
El joven médico se sentó en la cama vacía. Sin decir palabra, escudriñó atentamente el rostro de su hermano. La inflamación en nariz y pómulos había bajado considerablemente. Los moratones seguían su curso, ahora eran de color amarillo—verdoso. Y la cicatriz de la sien derecha estaba siendo disimulada cada vez más por el cabello de alrededor que volvía a crecer.
Después de varios minutos, Robby por fin le devolvió la mirada.
—¿Quieres una foto? —le espetó.
—Robby... —suspiró Johnny.
—No, gracias. Me romperías el objetivo.
De reojo, notó que Johnny se tensaba. Pero Robby solo puso los ojos en blanco y volvió a ignorarle.
Aquella venía siendo su dinámica de los últimos días. Robby le ignoraba, Miguel le provocaba, Robby se molestaba, Miguel se burlaba, y Robby volvía a ignorarle.
Miguel no sabía si estaba haciendo lo más correcto al interactuar con Robby de ese modo, pero al menos estaban interactuando. De otro modo, Robby simplemente le ignoraba, al igual que ignoraba a Carmen. La única que había conseguido arrancarle alguna palabra amable había sido Shannon.
En cuanto a Johnny, Robby parecía haber decidido desfogarse solo con él, dirigiéndole toda su furia y malestar, y el pobre hombre no hacía más que aguantar los embistes estoicamente.
—Acabo de hablar con la yaya —contó Miguel—. Me ha vuelto a decir que quiere venir a verte.
—No —dijo Robby secamente.
—También Sara quiere venir a verte.
Robby tragó saliva.
—No —repitió, pero en un tono mucho más suave.
—Es pronto, Miguel —dijo Johnny—. Quizá en unos días.
Robby levantó la mirada hacia su padre. Los magullados ojos verdes relampaguearon.
—¿Crees que en unos putos días esto va a mejorar? —preguntó señalándose con furia la cara—. ¿Que no le va a dar pesadillas a una niña de ocho años?
Johnny no respondió.
Tras ese exabrupto, permanecieron varios minutos en silencio, hasta que Robby se revolvió incómodo y soltó un pequeño quejido. Johnny se acercó de inmediato a él.
—¿Estás bien?
—Tengo que ir al baño.
—Ah, ok. Te ayudo.
—Ya le ayudo yo —dijo Miguel.
—No necesito que me ayudéis ninguno de los dos, joder. Puedo ir a mear solo.
No, no podía, no aún. Pero Robby parecía habérselo marcado como objetivo (se negaba a usar una cuña), y lo intentaba una y otra vez.
Miguel y Johnny observaron cómo Robby apartaba la manta a un lado y trataba de levantarse con cuidado de la butaca. En cuanto apoyó la mano libre en el reposabrazos e hizo fuerza para levantarse, su rostro se crispó en una mueca de dolor.
Johnny se mordía una uña, tratando con toda su voluntad de no intervenir.
Y es que Robby era testarudo como él solo.
Al final consiguió levantarse solo de la butaca, pero había gastado todas sus fuerzas. El chico se quedó de pie, agarrando con fuerza el palo del portasueros, incapaz de dar un paso, resoplando.
—Ven, vamos —dijo Johnny, sujetando a su hijo cuidadosamente de la cintura y ayudándole a avanzar poco a poco. A pesar de la actitud de Robby con él, parecía que Johnny era el único que podía tocarle sin que el chico se estremeciera.
Mientras Johnny y Robby estaban metidos en el cuarto de baño, Miguel recibió un mensaje de Sam.
"Buenos días, love. ¿Cómo está Robby hoy?"
"Buenos días :3 Robby sigue igual. Igual de cabreado."
":(("
"Es normal. Es imposible estar de buen humor cuando tienes dolor".
"Supongo... Me gustaría ir a verle, pero aún no es el momento, ¿verdad?"
"No, sigue sin querer visitas."
"Ok..."
Johnny y Robby salieron del baño. Miguel guardó su teléfono.
—Ve a desayunar, Johnny. Yo me quedo.
—No hace falta que te quedes —masculló Robby mientras se sentaba. Otro gesto de dolor le cruzó el rostro—. Puedo quedarme solo diez malditos minutos.
—Ya. A no ser que tengas que volver al baño.
—Que te jodan.
—¡Ey! —exclamó Johnny—. No puedes hablarle así a tu hermano.
—¿No puedo? Pues sabes qué, que te jodan a ti también.
La expresión dolida de Johnny fue desoladora. Miguel decidió que ya había llegado el momento de hablar muy seriamente con el paciente.
—Johnny, vete. —insistió Miguel. El hombre dudó—. En serio.
—De acuerdo... Enseguida vuelvo.
En cuanto Johnny salió de la habitación, Miguel se levantó, cogió un taburete y se sentó aún más cerca de Robby.
—Mira, Robby, tienes que darle algo de tregua a tu padre —dijo Miguel—. En serio, no se merece que le trates así. No se ha separado de tu lado desde que llegaste. Él también lo ha pasado mal, ¿sabes?
Robby parecía haberse calmado momentáneamente. Echó un poco la cabeza hacia delante y se masajeó con cuidado la frente.
—¿Te duele la cabeza? —inquirió el moreno, preocupado.
—Me duele todo, Miguel —siseó Robby—. Todo el tiempo. Me duele cuando respiro, joder. —Robby hizo un gesto hacia la vía de su antebrazo—. Tienes que aumentarme la dosis.
—No podemos. Está al máximo.
—¿Pero qué mierda de médico eres tú?
Eso era innecesario. Miguel apretó los puños, cabreado. Estaba perdiendo la paciencia.
—Ya está bien, Robby. Sé que te duele, sé que estás cabreado, pero...
—Tú no sabes una mierda.
—¡SÍ LO SÉ! —gritó Miguel, haciendo que Robby enmudeciera—. ¡¿Te crees que eres el único que se ha visto postrado en una silla, cabreado y dolorido, sin poder ir a mear ni a cagar por su cuenta?!
Robby apretó la mandíbula y no respondió a la pregunta retórica.
—No, no lo eres —respondió Miguel por él—. Yo estuve en una situación parecida. Y sí, fue un asco, lo recuerdo muy bien.
Tras unos segundos en silencio, Robby volvió a hablar:
—Al menos tú tenías a alguien a quién culpar. Yo solo puedo culpar a mi propia estupidez.
—¿De qué coño hablas?
—Mi padre me lo advirtió...
—¿Qué? ¿Qué te advirtió Johnny?
—Que, si seguía quedando con desconocidos, podría llevarme un susto.
A Miguel se le encendió la bombilla.
—¿Es por eso que estás así con él? ¿Porque crees que te va a soltar un "te lo dije" o algo así? Porque estoy segurísimo de que ni se le ha pasado por la cabeza.
—Pues debería. —Robby echó un poco la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y continuó hablando con voz quebrada—. Fui tan estúpido, Miguel... tan tan estúpido...
—No lo fuiste. Tú no hiciste nada mal. Ese hombre te drogó y te agredió. Ni se te ocurra pensar que algo de eso fue culpa tuya, ¿me oyes?
—Pero tuve un mal presentimiento desde el principio, y lo ignoré. Y cuando me di cuenta de que me había metido algo en la cerveza, ya era tarde...
Miguel tragó saliva y escuchó atentamente. Era la primera vez que Robby daba detalles de su agresión a alguien que no fuera la policía o a -probablemente- la doctora Mallory.
—Intenté salir de la habitación, pero él no me lo permitió, y todo me daba vueltas —continuó Robby. Le temblaba el labio inferior y tenía los ojos llorosos—. Aun así, conseguí darle un par de golpes, pero eso solo le cabreó aún más. Se puso hecho una furia... De verdad pensé que me mataba.
A Miguel también se le humedecieron los ojos al imaginarse la horrible escena.
—Quizá... quizá debería haber hecho como aquel chico de Las Vegas del que habla la policía, y simplemente dejar que hiciera lo que quisiera conmigo. Al menos me habría ahorrado esta agonía...
Miguel no sabía qué decir a eso.
Robby suspiró y cambió de tema.
—Sabes, Miguel, la doctora Mallory iba a darme el alta...
—¿Sí? —Vaya, eso era una gran noticia. Aunque dada la situación actual...
—Sí. En nuestra última sesión, la semana antes de que esto pasara, por fin me dijo que estaba listo para reincorporarme a mi puesto. Pero ahora...
Con su mano libre, Robby se tapó el rostro a medias y rompió a llorar.
—Robby... —A Miguel se le rompía el corazón de verle así. Otra vez.
—Ahora ya... ya no sé cuándo será eso... —consiguió decir entre sollozos—. Esta vez ya no sé... no sé si me voy a recuperar...
Al escuchar eso, Miguel dio un pequeño salto y se plantó en cuclillas frente a Robby.
—Por supuesto que te vas a recuperar. ¿Me estás escuchando? Eso ni lo dudes. —Robby seguía con la cara medio tapada, sollozando—. Robby, mírame. Rob.
Robby bajó la mano y le miró, los magullados ojos verdes enrojecidos y llenos de lágrimas.
—Todo irá bien, Robby. Te pondrás bien. Te lo prometo.
Era una promesa muy aventurada, pero necesaria.
—¿Qué ha pasado?
Los dos chicos alzaron la vista. Johnny estaba de vuelta y no se habían dado cuenta. El hombre se arrodilló también frente a Robby.
—¿Qué pasa, hijo?
Robby negó suavemente con la cabeza.
—Yo solo... Lo siento, papá. —Se le escapó otro sollozo—. De verdad que lo siento...
Johnny le acarició cariñosamente las rodillas.
—No tienes que disculparte, chaval...
Miguel se levantó y, sin decir nada, salió de la habitación. Padre e hijo necesitaban hablar a solas.
El joven médico se detuvo en el pasillo e inspiró hondo. Escuchar a Robby decir que no sabía si esta vez se iba a recuperar, le había puesto la piel de gallina, la verdad.
Fin del capítulo 8
Chapter 9: Punto de inflexión
Summary:
Robby y su teniente tienen otro encontronazo, esta vez con un final inesperado.
Notes:
Supongo que la mayoría ya habréis visto el final de la serie, pero me guardaré mis comentarios para más adelante, por si acaso.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
La vibración del teléfono le despertó de golpe. Robby se había quedado dormido en el sofá. Cogió el aparato y aprovechó para mirar la hora: eran ya casi las seis de la tarde. Aun así, con lo poco que había dormido la noche anterior en el parque, habría preferido dormir un poco más. Descolgó.
—Hola, mamá.
—Hola, cariño —saludó Shannon—. ¿Cómo estás?
Aquella era una cuestión difícil de responder con sinceridad en ese momento, sobre todo porque no le apetecía hablar del incendio de la calle India con su madre, así que optó por la respuesta clásica.
—Estoy bien...
—¿Seguro? No lo has dicho muy convencido...
—Ayer fue un turno duro y estoy cansado, eso es todo. —Antes de que su madre pudiera preguntarle más al respecto, continuó—: ¿Y tú qué tal estás?
—Estoy muy bien, la verdad. —Su madre en cambio sí sonaba sincera y animada.
—¿Sí? Me alegra oírlo. ¿El nuevo trabajo va bien, entonces?
Tras años de tumbos entre trabajos precarios y mal remunerados, Shannon parecía haber encontrado la estabilidad en su último trabajo como vendedora en una tienda de productos industriales de jardinería en Santa Mónica.
—El trabajo va genial. Estoy muy contenta con él. La verdad es que esto de las ventas se me está dando muy bien. De hecho, de eso quería hablarte...
—¿Sí? ¿Qué ocurre?
—Resulta que me han ofrecido un ascenso... a jefa de departamento de ventas.
—¡Eso es estupendo, mamá!
—Sí que lo es. Resulta que el actual jefe se jubila en unos meses y me han ofrecido su puesto. La cuestión es... —Shannon parecía buscar las palabras—. Verás, cariño, la empresa en la que trabajo tiene la sede en Sídney, ya te lo había comentado, ¿verdad?
—Creo que sí.
—Pues... mi nuevo puesto sería allí, en Sídney.
Robby se quedó en silencio.
¿Sídney?
Había visto a su madre dos veces en un año y eso que ahora estaban a solo dos horas en coche de distancia.
¿Cada cuánto vería a su madre si esta se mudaba al otro lado del Pacífico?
—Robby... sé que es repentino, y que Sídney está lejos, y lo entiendo perfectamente si no te gusta la idea. A mí tampoco me agrada alejarme tanto de ti. Lo he estado pensando mucho, créeme, y he decidido que, si no estás conforme, no me voy.
Aquello le sorprendió.
—Pero, ¿qué dices, mamá? Claro que no me gusta la idea de que te mudes tan lejos, pero te ha costado mucho encontrar la estabilidad que tienes ahora, y si ese trabajo en Sídney te va a hacer feliz, adelante.
—Sabía que dirías eso. —Shanon suspiró—. De verdad, Robby, que no sé que he hecho para merecerte. Con lo pésima madre que he sido...
—No has sido una pésima madre.
—Quizá no he sido una pésima madre, pero no he sido la madre que te merecías. Un chico tan bueno como tú, con ese corazón tan grande que tienes... te merecías algo mejor, a alguien mejor. —A Shannon se le escapó un pequeño sollozo—. Lo siento, cariño, lo siento mucho. Siento que...
—Mamá, para.
—No, tienes que oírlo. Hace mucho tiempo que te debo esta disculpa. Te debo muchas cosas, Robby. Así que, te lo digo completamente en serio: esta vez voy a hacer las cosas mejor.
El muchacho inspiró hondo. Tiempo atrás, Johnny le había hecho una promesa similar. Y no podía negar que escuchar a Shannon admitiendo también su negligencia era en cierto modo un... alivio. Tras una infancia llena de decepciones, con un padre ausente y una madre alcohólica, Robby había llegado a pensar que la culpa había sido suya, que él había sido el mal hijo que no se merecía unos padres que le cuidaran y lo protegieran.
—Así que... lo digo en serio, cariño. Si no estás conforme, no me voy. Es más, si quieres, desde hoy mismo empiezo a buscar un trabajo en San Diego —continuó la mujer.
—Oh, no te lo recomiendo. Es una ciudad horrible, con tanto sol y tanta playa de arena blanca —bromeó Robby. Shannon rió al otro lado—. Ahora en serio... Te agradezco que me hayas pedido opinión. Y también te agradezco todo lo demás que has dicho. Pero mi respuesta es la misma. Si ese trabajo te va a hacer feliz, vete. Si tú eres feliz, yo soy feliz.
Shannon suspiró.
—Te quiero mucho, hijo. Muchísimo.
—Yo también te quiero, mamá.
—Vendré a verte un fin de semana antes de mudarme, si te parece bien.
—Claro que sí.
Tras un par de minutos de charla trivial, madre e hijo se despidieron.
***
Unas horas después, Robby decidió cumplir su palabra con Sexton, así que se vistió un poco más formal de lo habitual —que para Robby era ponerse unos vaqueros y un jersey nuevo— y se peinó el cabello hacia atrás. Al entrar en la academia, aunque no era obligatorio, se había cortado el cabello bastante corto, pero ahora volvía a llevarlo más o menos igual de largo que durante su segundo All Valley, quizá un poco más —tendría que decidir si cortarlo de nuevo o dejárselo más largo para poder recogérselo en una coleta y que no le molestara en el trabajo. Al terminar, salió a la calle camino al bar propiedad de Sexton y su mujer.
El bar, llamado Ginger's, estaba a apenas dos minutos andando del bloque de apartamentos donde vivía Robby, muy cerca también del Parque 41. Era un local pequeño e íntimo, de forma alargada, con la barra en un lado y varias mesas altas con taburetes en el otro. Las paredes estaban llenas de fotografías enmarcadas, todas del mismo tema: edificios de parques de bomberos antiguos, incendios y rescates famosos, equipos de bomberos del siglo XX, algunos incluso de finales del XIX.
Cuando Robby entró en el bar, allí ya estaban Sexton, Connery, Reynolds y Clarke, sentados alrededor de la mesa situada más al fondo. También reconoció a un par de bomberos del segundo y del tercer turno. La mujer de Sexton estaba tras la barra. Era pelirroja, de ahí seguramente el nombre. Clarke fue la primera en verle, le sonrió y le hizo señas para que se acercara. Robby así lo hizo.
—Ey, Keene, me alegra que hayas venido.
—Hola.
Los demás también le saludaron uno por uno, muy sonrientes. La mesa estaba llena de botellines de cerveza vacíos. Normal que estuvieran tan animados, pensó el muchacho.
—Lo prometido es deuda —dijo Sexton—. ¿Qué quieres para beber? ¿Una cola?
Robby pensó que quizá a él también le iría bien animarse un poco.
—Sabes qué, mejor una cerveza.
—¿Estás seguro?
—Sí.
Sexton se encogió de hombros.
—Una cerveza pues.
Mientras Sexton estaba en la barra, Robby se sentó en un taburete vacío junto a Clarke.
—¿Cómo estás? —le preguntó ella en voz baja, mientras Connery y Reynolds hablaban de sus cosas, en concreto de un derby de baloncesto que iba a tener lugar al día siguiente.
—Estoy bien. Creo. —Robby se encogió de hombros—. Pero no dejo de pensar en el incendio de ayer —admitió.
—Es normal, cielo.
Maggy Clarke, la única bombera mujer del Parque 41, era una mujer delgada, pero fuerte y ágil, rubia y de ojos color azul zafiro. No sabía mucho de ella, aparte de que era madre soltera de un niño pequeño, y que había coincidido con el teniente Powell en la academia. Robby no había tardado en darse cuenta de que eran bastante cercanod (ella era la única a la que Robby había escuchado llamar al teniente por su nombre de pila, Jason). Y a pesar de ser de los miembros más jóvenes del equipo, siempre tenía un deje maternal cuando se dirigía a los demás.
—La de ayer fue tu primera víctima, ¿no?
—Sí.
—No te mentiré diciéndote que pronto lo superarás, porque lo dudo mucho. Todos recordamos para siempre a nuestra primera víctima. Pero sí te puedo decir que el tiempo calmará poco a poco ese sentimiento de frustración que ahora te llena. Y recuerda que, aunque no podemos salvar a todo el mundo...
—Salvamos a la mayoría —interrumpió Sexton, con dos botellines de cerveza en la mano, uno de las cuales dio a Robby.
—Así es —sonrió Clarke.
Quizá tuvieran razón, pensó Robby. Ambos llevaban mucho más tiempo siendo bomberos que él, así que seguramente la tuvieran.
Pero de momento, no era consuelo suficiente. El muchacho se llevó la cerveza a los labios y empezó a beber.
***
Robby llevaba ya tres cervezas cuando el teniente Powell entró en Ginger's.
El muchacho observó con los ojos entrecerrados cómo el hombre saludaba en primer lugar a la mujer de Sexton, y le pedía una cerveza. Era extraño verle sin el uniforme, pero había que reconocer que esos vaqueros negros y esa camisa azul oscuro bastante ceñida también le quedaban muy bien.
Powell se sentó entre Sexton y Connery con una botella de cerveza Corona en la mano.
—De verdad, teniente, que no sé cómo puedes beberte esa porquería —rió Connery.
—No todos aguantamos el horrible sabor de una cerveza artesanal —replicó Powell.
Tras una breve y seguramente repetida discusión sobre cuál era el mejor tipo de cerveza, Powell miró fijamente a Robby, quien no había dicho una palabra, y alzó una ceja.
—¿Cuántas cervezas lleva este? —preguntó a nadie en particular.
—Solo tres —respondió Clarke.
—¿De verdad?
Clarke asintió.
—Creo que nuestro aspirante no está acostumbrado a beber —rió Connery.
A Robby le molestó que hablaran de él como si no estuviera presente, y aún más que se burlaran de su baja tolerancia al alcohol. Y la llegada de Powell le incomodaba un poco. Decidió que era el momento de irse, y se levantó.
—¿Ya te vas? —preguntó Sexton. El veterano bombero le miraba un poco preocupado.
—Sí, estoy un poco cansado —mintió.
—No has venido en coche, ¿verdad, Keene? —preguntó Clarke.
Robby negó con la cabeza.
—Vivo aquí al lado…
—Creo que será mejor que alguien te acompañe —dijo la mujer.
—No es necesario —dijo Robby—. No estoy borracho, ¿vale? —exclamó molesto.
Robby no mentía. Tres cervezas habían sido un poco demasiado para alguien que no estaba acostumbrado a beber, pero definitivamente no estaba borracho. La única vez que Robby se había emborrachado de verdad, Zara Malik se había aprovechado de él, la noche antes del torneo final del Seikai Taikai. Robby nunca había llegado a saber qué había ocurrido exactamente esa noche, pero si había ocurrido algo, no había sido consentido. Tras aquello, había decidido que nunca más volvería a beber hasta ese extremo.
—Ya lo hago yo —dijo inesperadamente Powell.
Robby le miró sorprendido.
—He dicho que...
—¿Vas a volver a insubordinarte, Aspirante?
Robby enrojeció. En ese momento no estaban de servicio, así que Powell no podía darle órdenes. Y aun así, se las estaba dando, y de paso recordándole a todos, cómo no, la vergonzosa escena del día anterior.
—No necesito que nadie me acompañe —repitió secamente, mordiéndose la lengua para no añadir algo de lo que después pudiera arrepentirse. Aunque no estuvieran de servicio, insultar a su teniente era muy mala idea—. Me voy. Adiós.
Escuchó a sus espaldas un par de sorprendidos "adiós" mientras salía del bar.
Eran las once de la noche de un día laborable para la mayoría, así que apenas había nadie por la calle. Robby echó a andar en dirección a su apartamento.
—Aspirante, espera.
No podía ser. Robby se detuvo en seco.
Se giró, y vio al teniente Powell acercándose tranquilamente a él, las manos en los bolsillos.
—¿Qué quiere?
—Te acompaño a casa.
—No necesito que me acompañe a casa.
—Lo sé. Pero te acompaño igualmente.
Robby bufó.
—Bien, haga lo que quiera.
El muchacho reanudó su camino. Powell le seguía unos pocos pasos atrás.
—Deberías ser más amable con tus compañeros —escuchó decir a Powell de repente.
—Yo soy amable —replicó Robby, sin pararse ni mirarle.
—No esta noche. No de la forma que te has ido del bar.
—Me he despedido.
—Sí, lo has hecho. Como un adolescente enfurruñado.
Justo habían llegado al portal del bloque de apartamentos donde vivía Robby, cuando este no aguantó más. Se giró de golpe y encaró a su jefe.
—¿Por qué me odia tanto?
Powell le miró entrecerrando los ojos.
—¿De qué estás hablando? Yo no te odio.
—¿Entonces por qué no deja de humillarme?
El hombre lo miró entonces con incredulidad.
—¿Humillarte? ¿Cuándo te he humillado? —Powell alzó una ceja—. ¿Te refieres a lo de ayer, tras tu insubordinación? ¡Porque deberías darme las gracias de que no te haya echado de una patada de mi parque!
Robby se sonrojó, pero estaba demasiado enfadado y desinhibido por el alcohol como para razonar.
—¿Y por qué no lo ha hecho?
—La verdad es que ahora mismo me lo estoy replanteando.
—¡Pues hágalo! ¡Vamos, écheme!
El teniente se le acercó con mirada amenazante.
—No me provoques, niñato. Se me está acabando la paciencia.
—¿Y qué va a hacer? ¿Va a golpearme? ¡Inténte...!
De repente, la espalda de Robby chocó dolorosamente contra la pared del portal del bloque de apartamentos. Powell le había dado un fuerte empujón con un movimiento tan preciso y rápido que Robby había sido incapaz de esquivarlo. Todavía sin tiempo para reaccionar, el puño derecho del teniente agarró el cuello de su camiseta, manteniéndole atrapado entre él y la pared.
—No sé qué demonios te pasa, aspirante, pero te recomiendo que te calmes.
La voz del teniente sonaba ahora tranquila, pero los ojos azules relampagueaban con furia y algún otro sentimiento igual de intenso pero que Robby todavía no era capaz de identificar.
La verdad, Robby tampoco sabía qué demonios le pasaba. Estaba disgustado por lo de la niña fallecida en el incendio de la calle India, evidentemente, y también molesto por la escena del bar y por todas las veces que el hombre se había burlado de él, pero nada de eso era motivo suficiente para hablarle a su jefe como lo estaba haciendo.
¿Por qué? ¿Por qué las interacciones con el teniente Powell le afectaban tanto?
Los ojos azules seguían clavados en él, desafiantes.
Robby sabía la respuesta. En el fondo, la sabía.
"A la mierda."
Sin dar tiempo al otro de reaccionar, Robby le agarró también de la camisa y juntó a la fuerza sus labios.
Notó que el hombre se tensaba, y apenas un par de segundos después, la espalda de Robby volvió a golpear la pared.
Por un momento Robby creyó que, esta vez sí, Powell iba a golpearle.
Pero en lugar de eso, el teniente le besó.
La mente de Robby se quedó en blanco. El beso era intenso, el más intenso que Robby había experimentado nunca. El teniente Powell devoraba su boca mientras apretaba su pelvis contra la de él. Las piernas del muchacho temblaban. De no ser porque el hombre le mantenía atrapado entre él y la pared, seguramente estas le hubieran fallado y se hubiera ido al suelo de forma vergonzosa.
Después de lo que podrían haber sido segundos, minutos u horas, Robby ni lo sabía, el teniente Powell rompió el beso, pero mantuvo sus cuerpos pegados y sus rostros muy cerca.
Robby podía sentir la erección del hombre contra su ingle. Un doloroso ramalazo de pura excitación le recorrió la columna.
—Subamos a mi apartamento —propuso sin pensar.
Powell tardó lo que le pareció una eternidad en contestar.
—¿Has estado alguna vez con un hombre? —la voz de Powell sonó grave, ronca.
Al escuchar esa pregunta, Robby se vio a sí mismo en aquel rincón apartado de West Hollywood Park, agotado y hambriento, de rodillas frente a un desconocido.
Habían pasado casi cinco años de aquello, pero la escena aún le atormentaba a veces.
El día que le pidió perdón a Miguel por haberle hecho pasar por el peor momento de su vida y le dijo que él también había pasado por el peor de la suya, Robby no se refería al reformatorio.
Se refería a ese momento.
Sí, Robby había estado antes con un hombre. Pero antes se pegaría un tiro a confesarle a alguien que una vez le había hecho una felación a un desconocido por cincuenta pavos.
—No... —mintió.
—Lo suponía. —Robby vio atónito cómo Powell se separaba de él—. Mejor que subas solo, aspirante.
—¿Qué...?
—Te veo pasado mañana.
Y, sin más, se marchó.
Robby le observó alejarse, incrédulo, e incapaz de decir una palabra.
No entendía nada.
Las piernas finalmente cedieron. El muchacho dejó resbalar la espalda en la pared, hasta quedar sentado en el suelo.
Las mejillas le ardían, y el corazón le martilleaba fuertemente el pecho. Por no hablar de la dolorosa erección que tenía entre las piernas.
¿Y ahora qué...?, se preguntó.
Fin del capítulo 9
Notes:
Si queréis leer la escena a la que se refiere Robby en West Hollywood Park, la encontraréis en mi perfil, es un one-shot que se llama "De rodillas". Aviso que es más explícito.
Chapter 10: Paseo
Summary:
Miguel y Sam toman juntos una importante decisión sobre su relación. El estado físico de Robby sigue mejorando poco a poco, pero a Johnny le preocupa más su estado mental.
Chapter Text
Tras muchos días sin verse, Miguel le pidió a Sam pasar la noche con ella, a lo que ella evidentemente accedió, y le invitó a dormir a su apartamento de una habitación en Sun Valley.
Después de hacer el amor tiernamente solo una vez (Miguel no tenía energía para más), ambos se quedaron en la cama, abrazados.
Miguel pensó que ojalá pudieran quedarse así para siempre. No quería que amaneciera y tener que volver al hospital. Vale que le encantaba su trabajo, pero las últimas semanas habían sido muy duras, ya que había invertido todos sus ratos de descanso en visitar a Robby, y estaba exhausto.
Al menos, Robby seguía mejorando. El doctor Atwood había ordenado que empezara a caminar. Y en cuanto a su estado de ánimo, también había mejorado: ya estaba más comunicativo. Incluso había accedido a hablar con Rosa, Sara, Sam y Daniel por teléfono, aunque todavía no había contestado a los mensajes de Eli y Demetri.
Sam empezó a acariciarle el pecho.
—¿En qué piensas?
—Adivina.
—En Robby.
—Lo siento.
—No lo sientas. Es normal. Yo también pienso a todas horas en él. Estoy tan horrorizada por lo que le ha pasado...
—Ya...
—¿Qué pasará cuando le den el alta? ¿Se instalará de nuevo contigo?
—No, Johnny y mi madre ya han dicho que volverá a instalarse con ellos.
—¿Y si no quiere?
—No podrá negarse. Aunque le den el alta hospitalaria, aún va a estar convaleciente un tiempo, y necesitará mucha ayuda. Y rehabilitación. Y yo trabajo diez horas al día, no podría ocuparme de él.
Sam permaneció en silencio unos segundos antes de hablar de nuevo:
—Entonces... ¿qué tal si te mudas conmigo?
Miguel la miró sorprendido. Y se echó a reír.
—¿Por qué te ríes? —preguntó Sam, sonriendo.
—Es que... yo iba a pedirte lo mismo. Hace meses. Pero entonces Robby se instaló conmigo, y tuve que posponerlo.
—Entonces... ¿eso es un sí?
Miguel la besó.
—Es un 'por supuesto'.
Sam sonrió y le devolvió el beso.
—Pero... ¿seguro que prefieres que me mude yo contigo? —preguntó el joven médico—. ¿No prefieres mudarte tú conmigo? Mi apartamento tiene dos habitaciones...
—Lo sé, pero es que me encanta este apartamento. Está muy cerca de mi trabajo, y puedo ir andando. En cambio, tú, tienes que coger el coche para ir al hospital tanto desde uno como del otro. Además... —Sam hizo una pausa—, si algún día, por lo que sea, necesitamos más espacio, igualmente preferiría mudarnos a una casa.
A Miguel no se le escapó la indirecta. Y se sintió muy feliz de que Sam pensara en esos planes de futuro con él.
—De acuerdo —dijo simplemente—. Nos quedamos con tu apartamento.
—Gracias.
—No hay de qué.
Se besaron de nuevo. De pronto, un dolor agudo en la espalda hizo jadear a Miguel.
—¿Qué pasa? —exclamó Sam.
Miguel se acarició la parte baja de la espalda. El dolor ya había remitido.
—Nada, creo que me ha dado un calambre.
—¿En la espalda?
—Sí. Pero no te preocupes, seguro que será el estrés.
Sam no parecía convencida. Y, a decir verdad, Miguel tampoco lo estaba.
***
Tras terminar sus rondas de la tarde, Miguel se dirigió como de costumbre a la habitación de Robby. De camino se topó con Leah.
—Ey. ¿Ya has terminado por hoy? —preguntó su compañera de residencia.
—Sí. Ha sido un día tranquilo.
—¿Vas a ver a tu hermano otra vez?
—Así es.
—¿Cómo está?
—Mejor. El doctor Atwood quiere que empiece a caminar ya, aunque él no está por la labor. Es normal, ya que aún le duele mucho.
—¿Alguna noticia de la policía?
—Precisamente ayer llamaron los detectives que llevan el caso, y dijeron que se pasarían esta tarde.
—Ojalá pillen pronto a ese cabrón.
—Sí... ojalá.
—Oye, cambiando de tema, ¿sabes que el doctor Bradford se retira?
El doctor Bradford era el jefe del Departamento de Cirugía Cardiotorácica del hospital, y lo había sido durante casi veinte años.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—Según Garret, le queda un mes aquí.
—Vaya noticia. ¿Y se sabe quién lo sustituirá? ¿Promocionarán a alguien o traerán a alguien de fuera?
—Ni idea. Pero si me entero, te lo cuento.
—Vale, gracias.
—Bueno, te veo mañana.
—Sí, hasta mañana.
Miguel continuó su camino hacia la planta sexta del ala de hospitalización. Al llegar a la habitación 609, vio a una mujer desconocida saliendo de ella. Era una mujer de unos cincuenta años, de piel oscura, con un peinado muy llamativo de trenzas africanas, vestida con un traje chaqueta gris.
La mujer vio venir a Miguel y le esperó.
—Tú debes de ser Miguel, el hermano de Robby, ¿verdad?
—Sí. ¿Y usted es...?
La mujer le tendió la mano.
—Soy la doctora Mallory, la terapeuta de Robby.
Sorprendido, Miguel le estrechó la mano.
—Encantado de conocerla por fin. ¿Le ha pedido Robby que viniera? —inquirió.
—Sí, me llamó ayer.
Otra buena señal, pensó Miguel.
—Lo que le ha pasado es... horrible —suspiró la terapeuta—. Me quedé conmocionada cuando me enteré.
—Ya... fue un shock para todos. —Miguel se decidió a preguntar—: ¿Cómo le ha visto?
—Bueno... está enfadado y triste, evidentemente, y se culpa a sí mismo por haberse metido en esa situación.
—Pero no fue su culpa...
—Obviamente. Ese es uno de los puntos que trabajaremos en cuanto podamos retomar la terapia.
—Robby me contó que usted le había dicho que iba a permitirle reincorporarse...
—Y así era. Había mejorado muchísimo en los últimos meses, incluso había dejado de tomar los antidepresivos.
—Lo sé, me lo dijo cuando se instaló conmigo. ¿Tendrá que volver a tomarlos...?
La doctora Mallory vaciló.
—Espero que no. Haré lo posible para que pueda seguir sin ellos.
Miguel asintió.
—Tengo que irme. Ha sido un placer conocerte, Miguel. Tu hermano me ha hablado mucho de ti.
—Espero que solo cosas buenas —sonrió Miguel mientras estrechaba de nuevo la mano de la mujer.
Esta solo sonrió enigmáticamente y se marchó.
Miguel tocó con los nudillos la puerta de la habitación. En cuanto escuchó el 'adelante' de Robby, entró.
Robby estaba sentado en la butaca, leyendo un libro que Sam le había hecho llegar a través de Carmen, y solo. Eso era una novedad, ya que siempre había alguien con él. En teoría esa tarde Shannon debía estar ahí.
—Ey —saludó.
—Ey —murmuró Robby.
—Acabo de conocer a la doctora Mallory. Parece maja.
—Lo es —dijo Robby simplemente.
—¿Y tu madre?
—Está en la cafetería. Se ha marchado al llegar la doctora Mallory, para dejarnos hablar a solas. Le he dicho que le mandaría un mensaje cuando la doctora se fuera.
—¿Y lo has hecho?
Robby desvió la mirada.
—No —reconoció.
—¿Por qué no?
Robby suspiró y dejó el libro a un lado.
—Solo quería estar unos minutos a solas, ¿vale?
—Ok, lo entiendo. Bueno, lamento haberte fastidiado el plan, pero tenemos trabajo qué hacer.
Robby alzó una ceja.
—¿Trabajo?
—Ya lo sabes. El doctor Atwood dijo que mínimo dos paseos diarios. Ayer solo diste uno, y hoy todavía ninguno. Así que venga, levántate.
—Ya, bueno, eso no va a pasar. Lo de ayer fue una agonía. Paso.
—Ya, bueno, sí va a pasar. Órdenes médicas.
—¿Puedes darme un poco de tregua, joder? Ya haré esos malditos paseos cuando me duela un poco menos.
—Lo siento, pero no puedo. Y no te quejes, que podría ser peor. A mí tu padre me colgó de un maldito arnés.
Robby le miró sorprendido.
—¿Que hizo qué?
—Venga, vamos. Levántate. O te cierro el gotero.
—No lo harías, imbécil.
—No me pongas a prueba.
Robby le miró fijamente, molesto, pero se rindió. Se quitó la fina manta de encima y, muy lentamente, se puso de pie.
—¿Vamos? —Miguel abrió la puerta de la habitación.
Robby resopló resignado y asintió. Con la mano derecha sujetando fuertemente el palo del portasueros, empezó a caminar.
El pasillo de la planta sexta del ala de hospitalización medía unos veinte metros de largo en total. Miguel le dijo a Robby que, con llegar al final y volver, sería suficiente por ese día.
Robby caminaba muy lentamente, pero caminaba, con el único apoyo del portasueros con ruedas que iba arrastrando con él. Tenía el rostro un poco contraído, pero parecía que de momento lo soportaba bien. Miguel caminaba a su lado al mismo ritmo, lo suficientemente cerca para poder sujetarle en el caso de que Robby perdiera el equilibrio.
—¿El doctor Atwood se ha pasado hoy? —preguntó el moreno.
—N—no, aún no... —contestó Robby—. Cada vez pasa menos.
—Eso es una buena señal. No me extrañaría que en breve te diera el alta. —Robby no dijo nada, así que Miguel continuó hablando—. Johnny y mi madre quieren que te instales de nuevo con ellos. ¿Te parece bien...?
—Creo que no tengo opción...
—Sara estará feliz de volver a tenerte en casa.
Al pasar por delante de un panel de anuncios acristalado, Robby se detuvo un segundo y miró fijamente su reflejo. Miguel supuso lo que estaba pensando.
—Luces muchísimo mejor. —Era cierto: los moratones ya solo eran visibles en nariz y pómulo, y la inflamación había prácticamente desaparecido—. Sara no va a asustarse ni nada de eso, si es lo que te preocupa.
Robby no dijo nada, y siguió caminando.
—Eli y Demetri no dejan de preguntarme por ti… —mencionó Miguel. Robby entrecerró los ojos y Miguel se apresuró a añadir—: No, no saben lo que te ha pasado exactamente, pero sí saben que estás hospitalizado y están empezando a asustarse. —Como Robby seguía sin decir nada, Miguel insistió—: También son tus amigos, Robby. Y te lo han demostrado. No hace falta que les cuentes los detalles, pero estaría bien que les respondieras los mensajes.
—Lo haré —concedió Robby—. Eventualmente.
Llegaron al final del pasillo y dieron la vuelta.
—Quería comentarte también que... ya que te vas a instalar de vuelta con Johnny y mi madre... Yo voy a mudarme con Sam.
—Ya era hora... —fue la inesperada reacción de Robby.
Cuando faltaban pocos metros para la habitación 609, Robby se detuvo. Ahora sí tenía el rostro bastante crispado.
—N-no puedo... —jadeó—. No puedo más.
—Vale, no pasa nada. Lo has hecho genial. —Miguel estuvo a punto de sujetar a Robby por la cintura, pero recordó a tiempo que Robby no toleraba demasiado bien el contacto últimamente. En lugar de eso, preguntó—: ¿Quieres la silla de ruedas?
—Sí, por favor…
Johnny y Shannon salían del ascensor en ese momento. Al verlos, se dirigieron hacia ellos.
—Ey —saludó Johnny, mirando a Robby con una expresión mezcla de orgullo por verle en pie y preocupación por notarle tan exhausto—. ¿Estás bien?
Pero Robby ya no tenía energía ni para responder, así que Miguel lo hizo por él.
—Está cansado. Pero es normal, acaba de recorrer el pasillo de arriba abajo. Lo ha hecho muy bien. —Robby le miró algo molesto, pero Miguel le ignoró—. Johnny, ¿puedes traer la silla de ruedas?
—Claro que sí.
Mientras Johnny iba por la silla, Shannon se dirigió a Robby.
—¿Cuánto hace que se ha marchado la doctora Mallory? ¿Por qué no me has avisado?
—Lo siento —murmuró Robby, que ya había recuperado un poco el aliento.
Shannon iba a decir algo más, pero Miguel le hizo un gesto para que lo dejara estar.
Johnny regresó con la silla. Robby se sentó en ella, y Johnny le empujó de vuelta a la habitación, seguidos de Miguel y Shannon.
Apenas hacía un minuto que Robby se había tumbado en la cama —estaba demasiado dolorido para regresar a la butaca— cuando alguien llamó a la puerta.
—Deben ser ellos —murmuró Miguel.
Efectivamente, eran los detectives Winter y Hernández.
—Buenas tardes —saludaron.
El detective Winter les estrechó la mano a todos. Llevaba una carpeta azul bajo el brazo. La detective Hernández les saludó solo con un gesto.
—¿Cómo estás, Robby? —preguntó el detective Winter.
—Mejor que la última vez —respondió Robby educadamente.
—Y que lo digas —asintió el detective—. Te veo muchísimo mejor.
—¿Y bien? —preguntó Johnny, tan impaciente como siempre—. ¿Han pillado ya al hijo de puta?
—Me temo que aún no, pero estamos en ello, se lo aseguro.
—Primero de todo —habló la detective Hernández—. Robby, ¿quieres que hablemos a solas?
Robby paseó la mirada lentamente por las personas de la habitación. Miguel estaba convencido de que Robby les pediría que se marcharan, como la última vez, pero, inesperadamente, este negó con la cabeza.
—De acuerdo. Verás, Robby, estamos bastante convencidos de que tiene que haber más víctimas entre el chico de Las Vegas y tú, pero que no denunciaron. Creemos que la parte que os dijo de que se movía mucho por el país debido a su trabajo, es cierta. Ambos dijisteis que tenía acento de Texas, pero no podemos saber si vive allí. Pero como no tenemos ningún otro dato de él aparte de una descripción física y un nombre falso, y ni su adn ni sus huellas están en el sistema, nuestros psicoanalistas están tratando de realizar un perfil psicológico.
—¿Un perfil psicológico...? —repitió Johnny, sarcástico, pero Shannon le dio un codazo de advertencia para que se callara.
—Nuestros psicoanalistas creen que el agresor es una persona inteligente y manipulativa —continuó la detective Hernández—, de tendencias sádicas, con una obsesión por mantener un control absoluto sobre sus víctimas en todo momento, de ahí que use drogas para sedarlas, incluso cuando estas están dispuestas a tener sexo con él, al menos inicialmente.
—A partir de ese perfil, y de la descripción física que ya tenemos, hemos preparado una lista de delincuentes sexuales buscados. —El detective Winter abrió la abultada carpeta por la mitad y se la tendió a Robby—. Te traemos unas cuantas fotografías y un par de retratos robots. ¿Puedes mirar por favor si alguno de ellos es tu agresor?
Robby cogió la carpeta. Todos en la habitación permanecieron en silencio mientras Robby miraba las fotografías una por una.
Al terminar, Robby le devolvió la carpeta al detective Winter.
—No es ninguno de ellos.
A Johnny se le escapó un suspiro de decepción.
—De acuerdo. No te preocupes.
—Otra cosa —dijo la detective Hernández—. Hemos estado revisando también la conversación online que mantuviste con él. En ella, él te dijo que, antes de ir al motel, pararía por el camino a comprar unas cervezas. Dinos, Robby. ¿Estaban muy frías las cervezas cuando llegó?
—Pues... —Robby frunció el ceño. Él también parecía muy sorprendido por esa pregunta—. Sí. Sí que lo estaban.
Miguel no se pudo contener.
—¿Qué importancia tiene eso?
La detective Hernández se giró hacia él.
—El día de la agresión, fue uno de los más calurosos del año. Si las cervezas estaban muy frías, significa que las compró cerca del motel. Revisaremos las cámaras de seguridad de todos los establecimientos cercanos en busca de alguien que coincida con la descripción que tenemos.
—Entiendo.
—Eso es todo, Robby —dijo el detective Winter—. Te avisaremos si hay novedades.
Los dos detectives se despidieron.
—Yo también me voy —anunció Miguel—. A no ser que necesitéis algo.
—No, gracias, Miguel. Ves a descansar.
Miguel se dirigió a Robby.
—Te veo mañana.
Robby asintió.
—Te acompaño fuera —dijo Johnny.
Miguel y Johnny salieron al pasillo.
—La doctora Mallory ha venido a ver a Robby esta tarde —le dijo Johnny.
—Lo sé, me la he cruzado.
—¿Sí? ¿Te ha dicho algo?
—No mucho... Lo que Robby ya suponía: que van a seguir con la terapia.
—¿Te ha dicho algo sobre recetarle medicación de nuevo?
—Me ha dicho que intentará que pueda seguir sin ella.
Johnny hizo un gesto de exasperación.
—¿Qué pasa, Johnny? ¿Quieres que Robby vuelva a tomar antidepresivos?
—No es que quiera que vuelva a tomarlos, Miguel. Pero la otra vez, funcionaron. Y si los hubiera tomado desde el principio, quizá las cosas no se hubieran puesto tan feas.
Miguel visualizó las pequeñas cicatrices en la palma derecha de Robby. Él no estaba presente cuando su hermano se hirió, pero Johnny se lo había relatado.
—Y no puedo... no creo que pueda pasar por lo mismo otra vez —seguía diciendo Johnny.
—Confiemos en la doctora Mallory, ¿vale? Sabe lo que se hace.
Johnny asintió, aunque no parecía muy convencido.
Era normal que Johnny estuviera preocupado, pensó Miguel.
Y es que, los primeros meses que Robby estuvo de vuelta en casa, habían sido bastante… perturbadores.
Fin del capítulo 10
Chapter 11: Sin aire
Summary:
Robby se anima a contarle a Sam lo sucedido con su teniente. Al día siguiente, la conversación con él no es la esperada.
Chapter Text
Aquella noche, Robby no pegó ojo. Durante horas dio vueltas en la cama, rememorando una y otra vez la intensa escena en el portal, y preguntándose qué había hecho mal para que el teniente Powell se hubiera marchado de esa manera tan precipitada.
Estaba amaneciendo cuando finalmente se quedó dormido.
Le despertó un mensaje de Sam a mediodía.
Creo que voy a romper con Nathan.
Robby se frotó los ojos, se levantó de la cama, y se fue a la cocina para encender la cafetera de cápsulas que le había regalado Rosa las navidades pasadas.
Sentado en la mesa de la pequeña cocina, con el café ya servido y humeando frente a él, respondió a Sam.
Lamento oír eso. ¿Qué ha pasado?
No ha pasado nada. Nunca pasa nada con Nathan. Ese es el problema.
El verano anterior, cuando Sam le había visitado y le había hablado más en detalle de su relación con Nathan, a Robby ya le había parecido que no parecía muy emocionada con ella.
Entonces... ¿te aburres con él? ¿Es eso?
"¡Sí! Y me siento fatal por sentirme así, porque es un chico maravilloso.
Pero, ¿tú le quieres?
Sam tardó unos cuantos segundos en responder.
Creía que sí, pero últimamente, no lo tengo tan claro.
A mí me da la sensación de que sí lo tienes claro.
Agh, no lo sé, no sé qué hacer. En fin, necesito aclararme. Perdona que te moleste con mis divagaciones.
Para nada. Así me distraes.
¿Distraerte de qué?
Mierda. Lo había escrito sin pensar y ahora ya era tarde para borrar el mensaje.
Robby se tomó unos segundos para decidir si contarle o no a Sam sobre el teniente Powell. Y finalmente decidió que, de hecho, Sam era la única a la que le apetecía contarle algo así.
Ayer besé a mi teniente.
¡¿Que tu qué?! OMG. Espera... ¿tu teniente no era un hombre?
Robby se tomó otro momento antes de contestar. Estaba bastante seguro de que a Sam eso no le importaría, pero no podía evitar sentir un poco de ansiedad.
Lo es.
Sam tardó bastantes segundos en responder.
Lo siento, estoy... flipando. No me habías contado nunca que te atraen los hombres.
No me atraen los hombres. Solo él.
¿Desde cuándo?
Desde que le conocí que estoy colgado por él. Aunque me ha costado un poco reconocerlo...
Bueno, supongo que es normal, si es la primera vez que te atrae un hombre. ¿Y ayer os besasteis? ¿Cómo sucedió?
Estábamos varios compañeros tomando algo en un bar, y cuando me fui, insistió en acompañarme. Y... nos besamos en el portal.
OMG. ¿¿Y luego??
Me preguntó si tenía experiencia con hombres, le dije que no, y se despidió y se marchó.
¡¿Qué?! Eso es muy... raro.
Ya... No sé qué pensar.
¿No le has visto desde entonces?
No. Pero mañana le veré en el parque.
¿Y hablarás con él?
¿Del beso? No lo sé. Según de qué humor le vea...
Si hablas con él, me escribes. Quiero saberlo TODO.
Ok, la mantendré informada, señorita LaRusso.
Más le vale, señorito Keene. Casi me has dado un infarto, contándome esto de la nada.
Robby envió un par de emoticonos de disculpa y un par de besos, y dejó el teléfono sobre la mesa.
Mientras se terminaba el café, se dio cuenta de que se sentía un poco mejor al haber compartido aquello con Sam.
***
Después de comer, Robby visitó un dojo en Liberty Station, al este de la ciudad. No le convenció del todo, pero se apuntó.
No iba a dejar que Eli le ganara otra vez.
***
Al día siguiente, Robby llegó un poco pronto al Parque 41. Estaba en los vestuarios terminando de cambiarse, cuando el teniente Powell salió de la ducha con una toalla anudada en la cintura.
Evidentemente, no era la primera vez que Robby veía a su teniente semidesnudo en los vestuarios, pero después del beso de dos noches atrás, la sensación al respecto era... diferente.
—Buenos días —dijo el teniente Powell.
—Buenos días...
El teniente se paró junto a su taquilla y empezó a preparar su uniforme.
Instintivamente, Robby se dio la vuelta. Estuvo a punto de marcharse, pero, tras sopesarlo un instante, Robby decidió quedarse.
Cuando se dio la vuelta, el teniente Powell ya estaba vestido. Robby se acercó a él.
—¿Querías algo, Aspirante?
—Quería hablar con usted de lo que ocurrió la noche pasada.
El hombre cerró la taquilla de un golpe un poco más fuerte de lo esperado, haciendo que Robby se estremeciera, y se alejó un par de pasos. Por un momento, Robby creyó que iba a marcharse sin más, pero no.
—Está bien. —El teniente le encaró—. ¿Qué pasa con eso?
—¿Que qué pasa con eso? —repitió Robby, incrédulo—. Nos besamos, joder.
—Lo hicimos. ¿Y qué? Solo fue un calentón.
Eso dolió.
—¿Un calentón?
—Sí, un calentón. No le des más vueltas.
—Pero... usted... —empezó Robby, aunque realmente no sabía qué decir.
—Mira, aspirante. —El teniente Powell se cruzó de brazos y le miró duramente—. Creo sinceramente que deberías preocuparte más de tu trabajo y no de mí.
—¿De mi trabajo? ¿A qué se refiere?
—Me refiero a que eres un puto aspirante. Ni siquiera tienes asegurado un trabajo en este parque. El jefe Peterson ya tiene mi informe sobre ti y va a tomar su decisión sobre tu puesto en breve. ¿Qué tal si te centras en no cagarla otra vez, como en el incendio de la calle India?
Robby se dio cuenta, avergonzado, de que efectivamente se había olvidado de que, como estaba a punto de cumplir un año como aspirante, el jefe Peterson tenía que decidir si contratarlo definitivamente como bombero en el Parque 41 o prescindir de él.
—¿Cuándo le entregó el informe...? —preguntó en voz baja.
—Justo el día antes del incendio de la calle India —respondió Powell—. Tras aquello, estuve a punto de rehacerlo. Pero había sido tu único error en un año, así que lo dejé estar.
Robby no sabía qué decir. Powell dio media vuelta y se encaminó a la puerta de los vestuarios.
—Eres un buen bombero —dijo antes de salir, sin girarse—. Pero tienes que centrarte, joder.
Robby se quedó solo en los vestuarios. Suspiró. La conversación no había ido como esperaba. Pero tenía que admitir que probablemente el teniente tenía razón.
Tenía que concentrarse en conseguir ese trabajo. No podía permitirse lo contrario.
***
Durante la mañana, no hubo avisos.
Después de comer, Robby se metió en la sala de descanso, se tumbó en su catre, y escribió a Sam.
Olvida el tema sobre mi teniente y yo. No sé lo que pasó la otra noche, pero él no está interesado. Y a mí me conviene pasar también.
Pasaron varios minutos y Sam seguía sin estar en línea. Robby supuso que estaría en clase.
Entonces recibió un mensaje de Miguel.
Ey. ¿Qué tal? Quería contarte que al final me decidí y voy a ir a terapia. He encontrado una psicóloga muy maja, aquí en Stanford. Espero que pueda ayudarme con mis neuras...
Robby tecleó la respuesta.
Ey. Seguro que irá bien.
La sirena del parque empezó a sonar. Robby se levantó de un salto.
"Camión 41. Ambulancia 22. Fuego en Otay Ranch..."
El joven bombero se reunió de inmediato con sus compañeros junto al camión. Se pusieron el equipo rápidamente y se subieron al vehículo.
En pocos minutos llegaron al lugar del incendio. La ambulancia 22 llegó justo tras ellos.
No era lo que se esperaban. Había un incendio, sí: unos contenedores de basura de gran tamaño estaban ardiendo justo en la entrada de una vieja nave industrial supuestamente abandonada. Pero la nave no estaba vacía: se oían gritos en el interior.
—Joder, ahí dentro está lleno de okupas —exclamó Clarke mientras bajaban del camión.
—Todas las ventanas están tapiadas. El único acceso es la puerta principal, justo donde están los contenedores —observó Sexton.
—Connery, llama a la central y pide refuerzos —ordenó el teniente Powell.
Junto a los contenedores, un hombre de mediana edad les hacía señas, desesperado.
—¡No he podido mover los contenedores! —gritaba—. ¡Hay gente atrapada ahí dentro...!
—No se preocupe, ya nos encargamos nosotros. —Powell se giró hacia su equipo—. Geigerman y Connery, manguera de bruma. Sexton, Clarke, aspirante, poneos las máscaras y conmigo. En cuanto Geigerman y Connery despejen, entramos.
En pocos minutos, la manguera de bruma había apagado el fuego de los contenedores, permitiendo que todas las personas que se habían amontonado detrás pudieran salir. Los dos sanitarios de la ambulancia 22 se pusieron a atenderles.
—Nuestro turno —dijo Powell—. Vayamos a comprobar que no queda nadie dentro.
—¿Por qué hay tanto humo y tan denso? —se preguntó Sexton mientras entraban—. No me cuadra.
—Esto era una nave de almacenamiento de productos químicos —explicó Clarke—. Quizá al cerrarla se dejaron restos, y el incendio de los contenedores los ha alcanzado.
Dentro de la nave estaba lleno de tiendas de campaña, basura, bidones, y carritos de supermercado.
Robby pensó en Gina, la indigente que había conocido los días que estuvo viviendo en la calle, antes de entrar en el reformatorio. Se preguntó qué habría sido de ella.
El teniente Powell dio las instrucciones.
—Desplegaos. Clarke, tú por el lado derecho. Aspirante, lado izquierdo. Sexton, tú el área central. Yo iré a chequear el fondo de la nave.
Robby obedeció y se fue a comprobar una a una todas las tiendas de campaña del lado izquierdo de la nave. El lugar era enorme y tardó un buen rato. No encontró a nadie. Informó por radio a su teniente y este le dijo que saliera. Robby así lo hizo.
Fuera de la nave ya estaban todos menos el teniente Powell. Dos ambulancias más habían llegado al lugar y habían montado una zona de triaje, con un montón de personas teniendo que ser atendidas con mascarillas de oxígeno.
Sexton llamó al teniente por radio. No hubo respuesta. Sexton probó de nuevo, con el mismo resultado.
El equipo del Parque 41 intercambió miradas nerviosas. El corazón de Robby empezó a latir muy deprisa.
Sexton probó una tercera vez. Nada.
—Vale, voy a entrar —dijo Clarke, cogiendo de nuevo la máscara.
—Voy contigo —dijo Robby.
—Esperad —dijo Sexton—. ¿Oís eso?
Un pitido sordo y agudo se escuchaba en el interior, cada vez más cerca de la entrada.
—Es él —suspiró Clarke—. Está saliendo. Se habrá quedado sin aire.
Efectivamente, pocos segundos después el teniente Powell salió entre el humo, sin casco y sin máscara, cargando a un hombre a sus espaldas.
Nada más llegar a ellos, el teniente cayó de rodillas. Sexton y Connery se apresuraron a ir a ayudarle y a colocar a la víctima en el suelo. Dos sanitarios se acercaron rápidamente, subieron al indigente a una camilla y se lo llevaron.
—Ya era hora, teniente —dijo Clarke—. Estábamos empezando a preocuparnos. ¿Estás bien?
—¿Queda… alguien… dentro? —preguntó a su vez Powell, aún de rodillas, mientras tosía.
—No, no queda nadie dentro —aseguró Sexton.
El teniente Powell no se levantaba y no dejaba de toser.
—¿Cuánto hace que te has quedado sin aire? —preguntó Sexton.
—¿Estás bien, teniente? —insistió Clarke.
El hombre no respondía. De repente, dejó de toser, su mirada se desenfocó, torció la cabeza y se desplomó hacia atrás. Sexton le sujetó justo a tiempo para evitar que su nuca diera con el duro asfalto.
—¡Teniente! —exclamaron todos.
—¡Jason! —gritó Clarke.
Sexton colocó a Powell con cuidado de espaldas en el suelo. Reynolds le abrió la chaqueta del traje. Connery y Geigerman le palmearon la cara, pero el hombre estaba inconsciente. Clarke se giró hacia la zona donde estaban las ambulancias y gritó con todas sus fuerzas:
—¡¡Ey, necesitamos ayuda aquí!!
Dos sanitarios se acercaron corriendo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó uno de ellos, mientras el otro tomaba el pulso al hombre tendido en el suelo.
—Se ha quedado sin aire. Habrá inhalado humo.
Los sanitarios asintieron y se pusieron manos a la obra. Entre los dos le quitaron la chaqueta del traje y le extendieron los brazos hacia atrás. Tras ponerle una mascarilla de oxígeno, uno de ellos empezó a darle un masaje en el pecho con el puño cerrado, justo en medio del esternón.
Robby contemplaba la escena con el corazón en un puño.
—Vamos, Jason, vamos... —oía susurrar a Clarke a su lado.
Pasaron segundos que se sintieron como horas. Powell seguía sin volver en sí. El sanitario insistió en el masaje.
—Vamos, vamos, vamos...
De repente se escuchó un jadeo fuerte y seco. El sanitario detuvo el masaje.
—Eso es, eso es...
Los sanitarios ayudaron al teniente Powell a incorporarse hasta quedar sentado. No tenía buena cara y volvía a toser, pero al menos había recuperado la conciencia. Se oyeron muchos suspiros de alivio alrededor.
Robby recién se dio cuenta de que había contenido el aliento todo el rato y jadeó en busca de aire.
—Ok, teniente, eso es —dijo el sanitario que le había dado el masaje—. Con calma. Vamos a ir a por una camilla y lo llevamos al hospital, ¿de acuerdo?
—No es... necesario —susurró Powell.
—¡Por supuesto que vas a ir a puto hospital, Jason! —exclamó Clarke.
A pesar de la escena tan estresante que acababa de tener lugar, Robby casi sonrió al ver la expresión confusa del teniente ante el exabrupto de Clarke. Se notaba que no estaba acostumbrado a ser él el que recibiera las órdenes.
—Ok —aceptó de mala gana, mientras Reynols le ayudaba a ponerse de pie—. Pero no necesito una camilla. Puedo subir yo mismo a la ambulancia.
—Está bien —dijeron los sanitarios.
—¿A qué hospital vais a llevarlo? —preguntó Clarke mientras todos acompañaban a Powell a la ambulancia.
—Al Sharp Memorial.
—Ok. Nos vemos allí más tarde, teniente.
—Te quedas al mando, Clarke —fue lo último que dijo Powell antes de que cerraran las puertas de la ambulancia.
El equipo del Parque 41 observó cómo la ambulancia se alejaba.
Alguien posó su mano en el hombro de Robby. Era Sexton.
—Vaya susto, ¿eh? Pero no te preocupes, se pondrá bien.
Robby asintió. Pero siguió observando la ambulancia a lo lejos, dándose cuenta de algo inquietante.
Y es que a esas alturas ya era incapaz de imaginar su trabajo, y su vida, sin el teniente Powell.
Y eso le asustaba también.
Fin del capítulo 11
Chapter 12: Proposición
Summary:
Miguel pretende dar un paso más en su relación con Sam, al mismo tiempo que toma una decisión importante sobre su futuro profesional.
Notes:
Estamos llegando al ecuador de la historia.
Chapter Text
Miguel estaba emocionado. Y por dos motivos muy diferentes.
El primer motivo, de carácter profesional, era que el departamento de Cirugía Cardiotorácica del Hospital Presbiteriano de Los Ángeles tenía un nuevo y revolucionario jefe: Kevin Hartley. Un médico joven (solo tenía treinta y un años, cinco más que Miguel), proactivo, con ideas innovadoras y métodos a veces polémicos. La doctora Kirkman y el doctor Atwood tenían encontronazos continuos con él a causa de su forma de ser descarada y arrogante.
Miguel, en cambio, le adoraba.
En su primer día en el hospital, el doctor Hartley había conseguido salvar a un chico víctima de una reyerta que había llegado con un cuchillo clavado en el corazón.
Un maldito cuchillo clavado en el corazón.
Miguel había decidido que quería ser como él.
Así que, sí, por fin había tomado una decisión respecto a su futuro como cirujano: iba a especializarse en Cirugía Cardiotorácica.
Y el segundo motivo por el que Miguel estaba emocionado, el más importante, era que había tomado la decisión de pedirle matrimonio a Sam.
Solo llevaban varias semanas viviendo juntos en el apartamento de ella, pero eso a Miguel le era indiferente. Habían estado separados demasiado tiempo por culpa de los celos de Miguel, y ahora que por fin eran pareja de nuevo, y que la convivencia estaba siendo genial, Miguel no quería perder más el tiempo sino dar el próximo paso cuanto antes.
Ya tenía el anillo. Y esa noche de sábado había quedado con Sam para cenar para celebrar el décimo aniversario de su primera cita (a pesar de los años que habían estado separados habían decidido mantener esa fecha), así qué, ¿para qué esperar más?
Por la tarde visitó a su familia. Por supuesto, no les contó nada de sus planes de arrodillarse. Los quería mucho, pero eran unos bocazas. El único al que se lo iba a contar, si encontraba el momento, era a Robby.
De lo que sí les habló a todos fue de sus planes de especializarse en Cardio, mientras estaban reunidos en el acogedor salón.
—Eso es fantástico, Miggy —dijo Carmen, emocionada.
—Serás un "médico del corazón" genial, estoy segura —dijo Rosa.
—Gracias, yaya.
—¿Qué es un médico del corazón? —preguntó Sara, alzando la cabeza.
La pequeña estaba tumbada en el sofá con la cabeza apoyada en el pecho de Robby, quien le acariciaba distraídamente el rizado cabello. Tras recibir el alta hospitalaria, este se había mudado de nuevo a la casa familiar, tal y como estaba previsto. A Sara, evidentemente, no le habían contado la verdad de lo que le había pasado a su hermano mayor, era demasiado pequeña para entenderlo, así que le habían dicho que su estancia en el hospital había sido a causa de un accidente de coche.
—Es un... médico que arregla corazones rotos —murmuró Robby.
Sara pareció conforme con la respuesta y se acomodó de nuevo en el regazo de su hermano mayor.
—¿Qué hay de ti, Robby? —preguntó Miguel—. ¿Cuándo regresas a la Centralita?
—La semana que viene.
El estado físico y psíquico de Robby había mejorado mucho en las últimas semanas, observó Miguel, y aunque no estaba recuperado al cien por cien, sí que podía reincorporarse a su trabajo de oficina. Para reincorporarse a su antiguo puesto como bombero de campo, tendría que esperar no solo a que la Doctora Mallory se lo permitiera, sino también tendría que ponerse en forma primero.
Sara se había quedado dormida. Robby se movió de debajo de ella muy despacio para no despertarla y se levantó con cuidado del sofá.
—Me voy arriba —dijo.
—¿Estás bien, cielo? —preguntó Carmen.
—Sí, tranquila. Solo necesito tumbarme un rato, eso es todo.
—Si necesitas algo, nos llamas —dijo Johnny.
—Te acompaño y recojo mi mochila, que Sam estará a punto de llegar —dijo Miguel, levantándose también del otro sofá.
—¿Viene Sam a recogerte? —preguntó Robby.
—Sí, pero me esperará fuera, en el coche.
Robby no dijo nada más. Aunque había retomado el contacto telefónico con todo el mundo, el muchacho aún no había permitido que nadie le visitara en persona, ni siquiera su mejor amiga.
Miguel siguió a Robby por las escaleras.
Robby subía los escalones muy despacio. A media escalera se detuvo.
—¿Todo bien? —preguntó el moreno.
—La cadera me está matando —admitió Robby—. No ha sido buena idea quedarme tanto tiempo sentado en el sofá.
—¿Te ayudo?
Robby dudó, pero finalmente asintió. Con un movimiento deliberadamente lento, Miguel rodeó con un brazo la cintura de su hermano. Notó que este se tensaba con el contacto, pero no se apartó. Luego se pasó un brazo de Robby por los hombros, y, paso a paso, le acompañó hasta su habitación.
Robby se dejó caer en la cama con un pequeño quejido.
—¿Puedo hacer algo más? —preguntó Miguel.
—Si no te importa, podrías pasarme los analgésicos y la botella de agua que hay en el escritorio.
Miguel fue al escritorio, donde, aparte del bote de pastillas y una botella de agua, había una fotografía enmarcada de Robby y Jason. El marco no tenía cristal. Al coger el bote de pastillas en la mano, Miguel no pudo evitar comprobar que las pastillas eran las que Robby tenía recetadas de Metamizol y no otras. El joven médico le había insistido mucho a Robby (y Carmen también) que no pidiera receta de analgésicos opioides. Por suerte, Robby había estado de acuerdo y se había conformado con el Metamizol.
Tras tomar una de las pastillas con un trago de agua, Robby se recostó boca arriba apoyando la espalda sobre un par de cojines.
—¿Has tenido noticias de la policía? —preguntó Miguel.
Robby negó con la cabeza.
—Tengo noticias del hospital, sin embargo. Sobre mis analíticas.
—¿Y bien…? —Miguel contuvo la respiración. Como habían pasado ya seis meses desde la agresión, Robby había tenido que someterse a un último análisis de ETS para poder descartar ya definitivamente que ese hijo de puta le hubiera contagiado algo.
—No hay nada.
Miguel exhaló.
—Gracias a dios…
Miguel cogió su mochila de encima de su cama, y se sentó en el borde de la cama de Robby.
—Bueno, pues... yo quería contarte una cosa —empezó.
—¿Qué cosa?
En lugar de responder, Miguel sacó de la mochila la caja que contenía el anillo de pedida de Sam y la abrió.
Robby abrió mucho los ojos y se incorporó de nuevo, despacio.
—Dios mío, Miguel —exclamó—. ¡Pensé que nunca me lo pedirías!
Miguel sonrió.
—Idiota.
Robby cogió la caja y observó detenidamente el elegante anillo de oro blanco con un pequeño diamante en solitario. Por un momento, a Miguel le pareció que su mirada tenía un matiz… nostálgico.
—Es precioso. Sam va a flipar.
—Espero que diga que sí...
—Pues claro que va a decir que sí. ¿Se lo vas a pedir esta noche?
—Sí.
—¿Dónde?
—En los mismos recreativos donde tuvimos nuestra primera cita hace diez años, el Golf N’ Stuff.
—Diez años. —Robby silbó—. Sí que ha pasado tiempo.
—Sí...
Robby le devolvió la caja y Miguel la guardó.
—Siento algo de envidia —admitió Robby—. Vosotros seguís avanzando y yo... aquí estoy, estancado, viviendo aún en la casa familiar. Tu madre debe estar harta de tenerme aquí.
Miguel frunció el ceño.
—Primero, tú no estás estancado. En breve volverás al trabajo. Sí, sé que el trabajo de oficina no te emociona, pero pronto estarás completamente recuperado y podrás ponerte en forma para recuperar tu antiguo puesto. —Robby iba a replicar, pero Miguel le acalló con un gesto—. Segundo, ¿a qué viene esa gilipollez sobre mi madre? ¿Por qué iba a estar harta de tenerte en casa?
—¿Cómo no va a estarlo? Solo he sido una carga desde que me mudé de vuelta aquí después de San Diego.
—Por el amor de Dios —exclamó Miguel—. ¿Una carga? ¿En serio? Robby, estabas pasando por un mal momento, y para eso está la familia. Igual que ahora.
Robby no parecía convencido. Y Miguel se horrorizó al darse cuenta de que, incluso a esas alturas, a Robby le seguía costando sentirse parte de la familia Lawrence—Díaz.
—Dime una cosa, Robby. Durante mi primer año en Stanford, cuando Johnny y mi madre estaban exhaustos por Sara porque apenas les dejaba dormir, ¿quién les ayudó?
Robby frunció el ceño, sin entender a qué venía esa pregunta.
—Rosa y yo les ayudamos.
—Y cuando Johnny, mi madre y la yaya cogieron el Covid a la vez... ¿quién se ocupó de Sara durante una semana entera?
—Bueno... Yo lo hice.
—Y cuando Johnny se fue de viaje con el señor LaRusso a Corea del Sur a visitar a Chozen, ¿quién acompañaba a la yaya a sus clases de Pilates todos los días? ¿Quién la siguió acompañando incluso después de que Johnny regresara, porque según sus palabras, "Johnny es un peligro público al volante"?
—Yo la acompañé... ¿Cómo sabes todo eso?
—¡Porque mi madre me lo contó! Cada vez que hablamos por teléfono durante ese año, ella me decía que no sabía cómo se las apañarían sin ti.
Robby se retorcía las manos, pensativo.
Miguel iba a seguir hablando, pero recibió un mensaje.
Hola, amor. Ya he llegado. Te espero en el coche.
—Vaya, es Sam. Está aparcada fuera.
Robby seguía retorciéndose las manos.
—Quizá... podrías decirle que suba un momento... Si quiere.
Miguel abrió mucho los ojos.
—¿En serio?
Robby asintió.
Miguel tecleó rápidamente, sonriendo.
Robby pregunta si quieres subir ;)
Sam respondió al segundo.
SÍ!!
Miguel se asomó a la ventana, y vio como una emocionada Sam salía del coche y cruzaba corriendo el jardín. Escucharon el timbre y una corta y seguramente sorprendida conversación de bienvenida. Luego unos pasos apresurados por la escalera.
Sam se detuvo en el umbral de la puerta. Robby se levantó muy despacio.
—Robby... —susurró Sam.
—Hola, Sam.
Sam dio un par de pasos hacia él.
—¿Puedo... puedo darte un abrazo?
Robby sonrió levemente.
—Claro. Pero no aprietes muy fuerte. Aún tengo huesos a medio soldar.
Sam parecía que no sabía si reír o llorar. Terminó de aproximarse a Robby y le dio un cuidadoso pero sentido abrazo.
Miguel cogió su mochila.
—Os dejo solos para que os pongáis al día. Sam, te espero abajo.
Miguel les observó a ambos un segundo y después salió de la habitación.
Se apoyó un momento en el pasillo y dejó escapar un suspiro de alivio.
Que Robby admitiera de nuevo a Sam en su vida era muy buena señal.
***
Miguel se arrodilló justo enfrente del kiosko de regalos donde diez años atrás, en su primera cita, Sam había elegido un pulpo de peluche como premio.
Sam dijo que sí incluso antes de que Miguel terminara la pregunta.
Fin del capítulo 12
Chapter 13: Acuerdo
Summary:
Tras una importante charla con el jefe Peterson, Robby se decide a aclarar las cosas con el teniente Powell.
Notes:
Ahora sí que hemos llegado al ecuador de la historia. A partir de este capítulo la trama va a variar un poco. Estoy un poco nerviosa por la acogida, así que agradecería mucho comentarios al respecto.
Chapter Text
Durante los siguientes dos días, Robby se mantuvo en contacto constante con Sexton para conocer la evolución del teniente Powell.
El teniente solo había tenido que permanecer en el hospital 24 horas. Según Sexton, Clarke se había quedado con él. Tras el alta, Clarke le había acompañado a su casa y se había quedado con él el resto del día. Según le había dicho Clarke a Sexton, Powell estaba perfectamente, pero el jefe Peterson le había obligado a tomarse un turno de descanso.
Robby se sintió enormemente aliviado, aunque no estaría tranquilo del todo hasta que volviera a ver al teniente Powell con sus propios ojos.
El sustituto del teniente Powell durante el siguiente turno fue la teniente Hudner, igual de competente, pero con una actitud mucho más seria y estricta.
El turno estaba siendo tranquilo, sin ningún aviso. Por la mañana, la teniente Hudner tuvo al equipo dos horas haciendo ejercicios de maniobra con las mangueras. A la hora de comer, estaban todos hambrientos. A media tarde, el jefe Peterson hizo llamar a Robby a su despacho a través de su joven asistente, Cloe.
A Robby solo se le ocurría un motivo por el cual el jefe Peterson quisiera hablar con él en privado: tal y como le había anticipado el teniente Powell, había llegado el momento de tratar su puesto en el Parque 41.
Con el corazón en un puño, el joven bombero entró en el despacho de la máxima autoridad del parque.
—Buenos días, jefe. ¿Me ha mandado llamar?
El jefe Peterson estaba sentado tras el escritorio, y le señaló a Robby la silla al otro lado.
—Buenos días, Keene. Siéntate, por favor.
Robby obedeció. Encima del escritorio había una carpeta marrón llena de papeles. El jefe Peterson la abrió y extrajo un par de ellos. Los colocó sobre la mesa y se dirigió a Robby con voz tranquila pero firme.
—Como ya te habrás imaginado, estamos aquí reunidos para discutir tu sitio en este parque, Keene.
Robby asintió y entrelazó sus manos, expectante.
—Ahora mismo llevas justo un año con nosotros —continuó el jefe Peterson—. Y ha llegado el momento de tomar la decisión de si eres adecuado o no para quedarte con nosotros de forma indefinida. —El hombre hizo una pausa—. La decisión de ofrecerte o no un puesto indefinido en el Parque 41 es solo mía. No obstante, es evidente que para tomar este tipo de decisiones tengo muy en cuenta la opinión del teniente Powell, que es quien trabaja codo a codo contigo y puede valorar mejor tu trabajo. —Otra pequeña pausa—. El teniente Powell considera que tu desempeño como bombero es, en general, correcto. La verdad, después de enterarme del incidente entre vosotros en el incendio de la calle India, yo tenía mis dudas. Pero el teniente me ha asegurado que aquello fue un error de novato más que una insubordinación. También, y no menos importante, me ha hecho saber que te has integrado perfectamente en el equipo. Así que, en resumen, parece que estás cualificado para el puesto. El problema, Keene, es de otra índole.
A Robby le empezaron a sudar las manos. No le gustaba la forma en la que había sonado eso.
—Tengo que confesarte una cosa, Keene, y es que, al principio, tras leer tu expediente, no estaba muy seguro de contratarte. Sí, tu rendimiento en Glendale había sido excelente, pero hay un anexo en este expediente que me preocupó entonces, y me sigue preocupando ahora.
Cómo no, pensó Robby, sintiendo un déjà vu.
¿Cuántas veces más iba a joderle la vida el haber estado en el reformatorio?
—Mi estancia en Sylmar —murmuró.
—Exacto. Tu estancia en Sylmar. Ya sé que ya hablamos de esto en nuestro primer encuentro, y que ya me explicaste que te condenaron por herir sin querer a un compañero de instituto. Pero le he estado dando vueltas a este asunto, y aunque Powell me insiste en que a él no le importa...
La respiración de Robby se entrecortó.
—¿El teniente sabe que estuve en el reformatorio?
El jefe Peterson le miró un poco molesto por la interrupción.
—Por supuesto que lo sabe, Keene. Está en tu expediente y él también tiene acceso.
—Lo siento —murmuró Robby.
—Bien, como te decía: aunque Powell me insiste en que a él no le importa lo de tu estancia en Sylmar, yo sí necesito que me aclares un detalle importante.
Robby asintió.
—Lo que sea, señor.
—Bien. Lo que quiero saber es, si, como me dijiste, la caída de ese chico fue un accidente, ¿por qué una condena de privación de libertad? ¿Por qué no servicio comunitario?
El muchacho se frotó las manos sudorosas, nervioso. Odiaba tener que rememorar y dar explicaciones una y otra vez sobre ese asunto.
—Porque... huí.
—¿Huiste?
—Sí. Hui del instituto después de que el chico cayera.
—¿Por qué?
—Porque pensé que nadie creería que no lo había hecho adrede.
—¿Por qué pensaste eso?
—Era mi primer día en aquel instituto, no conocía a casi nadie, y las pocas personas que conocía, sabían que Mig... ese chico y yo no estábamos en buenos términos.
—Aun así, ¿por qué no esperaste a que llegaran tus padres? Ellos sí te habrían creído, ¿no?
—Mis padres no estaban... disponibles en ese momento. Mi madre estaba en rehabilitación, era... es alcohólica. Y mi padre... bueno, justamente el día anterior habíamos estado juntos, pero él no había estado presente nunca en mi vida, y, además, era el sensei de karate de ese chico. Ellos dos estaban muy unidos y mi padre sabía que yo estaba celoso, así que pensé que tampoco me creería.
El jefe Peterson lucía bastante sorprendido y un poco confuso.
—Dices que tu padre no había estado presente en tu vida, excepto por el día anterior. Y tu madre estaba en rehabilitación. ¿A cargo de quién estabas en ese momento, entonces?
—Vivía con mi sensei de karate. Pero de forma extraoficial, no es que él tuviera mi custodia ni nada de eso: fue un acuerdo entre él y mi madre.
—¿Y él tampoco te habría creído?
—No lo sé... El día anterior se había enfadado mucho conmigo por culpa de un malentendido con su hija, y me dijo que no quería volver a verme. —Robby no pudo evitar que se le humedecieran un poco los ojos. Había pasado tanto tiempo, pero ese recuerdo, las despectivas palabras del sensei LaRusso, aún le dolían—. Además, el karate que él me había estado enseñando no tenía nada que ver con la actitud agresiva que mostré en esa pelea, y no quería ver su cara de decepción otra vez...
El jefe Peterson se acariciaba el bigote, pensativo. Pasaron varios segundos que a Robby le parecieron eternos.
Finalmente, el jefe Peterson colocó las manos sobre la carpeta y habló:
—Vaya, Keene. De veras lamento que te encontraras en una situación así, sin tener a nadie a quien recurrir. Debió ser duro. En fin, gracias por explicármelo. —El hombre firmó uno de los papeles y luego se lo acercó—. Aquí tienes tu nuevo contrato como bombero fijo en el Parque 41. Solo tienes que leerlo, firmarlo, y entregárselo a Cloe, y de aquí al siguiente turno ya será oficial. Y en un par de turnos llegará tu nuevo uniforme.
Robby le miró sorprendido.
—¿En serio?
—Por supuesto. Te he hecho una pregunta delicada, y creo que me has respondido con sinceridad. Además, la conclusión del informe del teniente Powell es muy clara, y la verdad, no tengo ganas de discutir con él, ni mucho menos de tener que buscar a un nuevo aspirante. —Al ver la expresión confusa de Robby, añadió rápidamente—: Es una broma, chico. Bienvenido al Parque 41.
Robby se secó las lágrimas que amenazaban con caer con la palma de la mano.
—Gracias...
***
Tras salir del despacho, Robby se dirigió a los vestuarios, y una vez allí se metió en la zona de lavabos. Abrió un grifo, se lavó las manos y luego se echó agua fría en la cara. No quería que nadie del equipo se diera cuenta de que había salido del despacho del jefe Peterson casi llorando.
Lo había conseguido.
Sexton y Clarke aparecieron detrás de él.
—¿Y bien? —preguntaron casi a la vez.
Robby se giró y apoyó las manos en el borde de la encimera del lavabo.
—Me quedo —respondió con una amplia sonrisa.
—¡Sí! —Sexton hizo un gesto de victoria, y Clarke dio un par de palmadas y luego le abrazó.
—Bienvenido definitivamente al Parque 41 —le dijo la bombera.
Sexton y Robby chocaron las manos.
—Me alegro mucho de que te quedes, chaval —dijo el hombre—. Eres un buen bombero.
—Gracias...
El resto del equipo también le dio la enhorabuena y una nueva bienvenida en cuanto se enteraron de las noticias. Incluso la hosca teniente Hudner le felicitó.
Después de un brindis con refrescos a su salud en la cocina, Robby se retiró a la sala de descanso para escribir y dar la noticia a sus seres queridos: su padre, su madre, Miguel, Sam, Eli, y el señor y la señors LaRusso. Todos le respondieron casi de inmediato, felicitándolo efusivamente. Miguel, además de felicitarle, le anunció que le tenía preparada una pequeña sorpresa.
Al escribir a Sam, releyó los últimos mensajes que se habían intercambiado.
Olvida el tema sobre mi teniente y yo. No sé lo que pasó la otra noche, pero él no está interesado. Y a mí me conviene pasar también.
No sé qué ha pasado, pero eso de que no está interesado en ti, es una chorrada. Te besó, te desea. Es así de simple.
Tumbado en su catre, Robby empezó a darle vueltas a aquella frase. Rememorando el beso en el portal, la verdad, a Robby también le costaba creer que el teniente no estuviera interesado en él. Que solo fuera un "calentón", como dijo.
También pensó en la conversación que había mantenido media hora atrás con el jefe Peterson, cuando este le había hecho saber que el teniente Powell le había defendido y que no le importaba que Robby hubiera estado en el reformatorio. Estaba claro que Robby le debía a él su recién conseguido puesto fijo en el Parque 41.
Robby se preguntó si el jefe Peterson le habría contratado de saber lo que había pasado entre él y Powell, y entonces tuvo una revelación.
"¿De eso se trataba...?"
Necesitaba hablar con el teniente y aclarar las cosas. Robby se decidió y regresó a la cocina en busca de Clarke.
—Ey, Clarke. —La mujer alzó la vista de la revista que estaba leyendo.
—¿Sí?
—Me gustaría darle las gracias al teniente Powell. Si no fuera por él, el jefe Peterson no me habría contratado. —Clarke no le contradijo—. Pero no tengo su número. ¿Tú me lo podrías dar?
—Deja que le pregunte antes, ¿vale? —Clarke dejó la revista a un lado y sacó su teléfono del bolsillo.
—Claro.
Robby esperó pacientemente a que Clarke se comunicara con Powell. Al terminar, la mujer le mostró un número en pantalla.
—Es este.
Robby apuntó el teléfono, le dio las gracias a Clarke y regresó a su catre.
Tras meditar unos minutos sobre cómo empezar la conversación, Robby se decidió a ir a por todas.
Soy Keene. Te debo una cerveza. ¿Te parece bien si me paso por tu casa al terminar el turno?
El muchacho esperó la respuesta con el corazón acelerado.
El teniente Powell le respondió con una ubicación en Normal Heights, al norte de la ciudad.
***
En cuanto el primer turno terminó, Robby se duchó rápidamente, y se fue a su apartamento para recoger las llaves del coche. De camino a Normal Heights, siguiendo las instrucciones del GPS, se paró un momento en un supermercado para comprar un pack de cervezas frías marca Corona.
El GPS le indicó que se detuviera frente a una pequeña casa unifamiliar en la avenida Collier, rodeada de un minúsculo jardín. Robby aparcó el coche justo delante, cogió las cervezas y salió del vehículo.
Había llegado el momento de la verdad. Cruzó el pequeño jardín hasta la puerta principal y tocó el timbre.
El teniente Powell le abrió la puerta. Iba vestido con una sencilla camiseta blanca y unos pantalones de chándal grises. Tenía la barba un poco más larga de lo habitual, pero por lo demás, estaba igual que siempre. Clarke no había mentido. Robby se sintió aliviado.
—Hola —le saludó el hombre con expresión neutral.
—Hola —saludó Robby, y le enseñó el pack de cervezas—. Lo prometido es deuda.
—Coronas, ¿eh? —El hombre cogió las cervezas—. Venga, pasa.
El teniente se apartó del umbral y Robby pasó al interior de la vivienda, directamente a un salón con cocina abierta con isla. La estancia era acogedora, aunque no había demasiados muebles ni enseres, ni tampoco fotografías, y todo estaba muy ordenado.
-¿Cómo está? -preguntó Robby educadamente.
-Perfectamente. -El teniente dejó el pack de cervezas sobre la isla de la cocina, y abrió dos de ellas. Le tendió una a Robby-. Así que ya no puedo seguir llamándote 'Aspirante', ¿eh? Brindemos por eso.
Chocaron la parte inferior de los botellines y dieron un trago.
—Ha sido gracias a usted —dijo Robby—. No solo por su informe, sino también... por decirle al jefe Peterson que no le importaba que yo hubiera estado en el reformatorio.
—Yo no le dije que no me importaba.
—¿No...?
—Le dije que me importaba una mierda.
Robby sonrió. Inesperadamente, el teniente le devolvió la sonrisa, y Robby sintió mariposas en el estómago.
Te besó, te desea. Es así de simple.
El muchacho dejó la cerveza sobre la encimera. Apenas había bebido dos tragos, pero necesitaba tener la mente bien clara para la conversación que quería que tuviera lugar.
—Teniente... necesito saber algo... Y, por favor, sea honesto conmigo. El motivo por el que ha sido tan distante conmigo desde el principio... El motivo por el que me rechazó el otro día, después de habernos besado... ¿Fue para no poner en peligro mi contratación?
El hombre también dejó la cerveza y suspiró.
—Sí —dijo simplemente.
El corazón de Robby se aceleró.
—Entonces, ahora que...
—No, no podemos hacer esto, Keene —interrumpió el hombre.
—¿Por qué no? Ya no soy un aspirante.
Powell le miró muy serio.
—No ha cambiado nada. Yo sigo siendo tu superior, y tú mi subordinado.
—Pero... el Cuerpo no prohíbe las relaciones entre bomberos de diferente rango.
—No, pero hay que firmar y entregar un consentimiento por escrito a Recursos Humanos. Es decir, habría que hacerlo público delante de todo el Cuerpo de Bomberos de San Diego. ¿Es así como quieres empezar tu carrera? ¿Poniendo por escrito que estás liado con tu teniente?
Robby vaciló. Dicho así, la verdad es que no sonaba nada bien.
—No... —musitó. El muchacho se mordió el labio, pensativo—. Quizá... ¿podríamos no decírselo a nadie? ¿Mantenerlo en secreto?
El teniente Powell suspiró y se pasó la mano por el cuello. Robby se dio cuenta de que su superior ya se había planteado esa opción.
—Eso es... arriesgado. Sobre todo, para ti. Porque si nos descubren, a mí solo me degradarían, pero a ti... Bueno, evidentemente, si se diera el caso, intentaría llevarme toda la culpa, pero no estoy seguro de si colaría.
—¿Por qué intentaría llevarse toda la culpa? —preguntó Robby, desconcertado.
—¿No es evidente? Para protegerte.
No era evidente porque Robby no estaba acostumbrado a que nadie le protegiera. A lo largo de su vida, nadie había cuidado de él Las mariposas de su estómago se intensificaron. Dio un paso hacia Powell y le miró fijamente.
—¿Me desea? —preguntó en un susurro.
Powell le devolvió una mirada hambrienta.
—Te he deseado desde que te conocí, Keene.
Robby acercó mucho su rostro al del hombre.
—Igual que yo.
Powell clavó sus ojos azul claro en él.
—No lo hagas. No te conviene involucrarte conmigo.
—Demasiado tarde. —Robby se acercó un poco más, dejando los labios de ambos a apenas unos milímetros de distancia, y con un dedo acarició el abdomen del hombre por encima de la camiseta, hasta llegar a la cinturilla de los pantalones—. Te deseo. Deseo esto.
—Joder, Keene...
El teniente Powell le agarró de la nuca y le besó con fuerza. Robby gimió contra su boca. Con su brazo libre, el hombre le rodeó por la cintura y estrechó a Robby contra él todo lo posible, mientras seguía devorándole los labios de forma salvaje. Instintivamente, Robby rodeó los hombros de Powell. Estaban tan pegados el uno al otro que Robby no tardó en notar la erección del hombre contra la suya.
Sin dejar de besarse, el teniente Powell instó a Robby a caminar hacia atrás, hasta que este notó que chocaba contra el borde del sofá. Entonces Powell sí rompió el beso y le empujó; Robby cayó de espaldas sobre el sofá, y Powell se colocó encima de él, sujetándolo por las muñecas.
El corazón de Robby martilleaba fuertemente en su pecho.
—Antes de... seguir con esto, tenemos que dejar claras unas cuantas cosas. —jadeó Powell.
—¿Qué cosas...? —preguntó Robby, también jadeando.
—Lo primero, lo que ya hemos comentado: nadie puede saberlo. ¿Le has contado a alguien que nos besamos?
—Solo a mi mejor amiga. Pero ella está en Yale, no...
—Me refiero a alguien de aquí, de San Diego.
—No.
—Bien, que siga así. Segundo. —Powell hizo una pausa—. No me gusta compartir. Si estás conmigo, no estarás con nadie más. Ni tampoco flirtearás con nadie.
—¿Lo mismo va para ti?
—Lo mismo.
—Entonces me parece bien.
—Tercero. —Otra pausa—. No soy pasivo. Lo que significa que, todo lo que vayamos a follar de aquí en adelante, yo voy a ser el que te folle a ti.
Robby se estremeció. Pero tampoco era ninguna sorpresa.
—Está bien —susurró.
—Entonces, tenemos un acuerdo.
—Lo tenemos.
El teniente Powell le soltó las muñecas y volvió a besarle. Esta vez, de forma mucho más suave, lamiendo de vez en cuando sus labios con la punta de la lengua. Robby sintió como si todo su cuerpo se estuviera derritiendo encima de aquel sofá.
Al cabo de unos minutos, Powell rompió el beso de nuevo. Se enderezó un poco y le miró fijamente.
—Así que... ¿nunca te han follado?
—No...
—¿Quieres probar?
Robby abrió mucho los ojos.
—¿Ahora?
Powell apretó su erección contra la de Robby. Robby gimió.
—Ahora.
Robby tragó saliva.
—¿Duele?
—Yo nunca te haría daño.
Y no lo hizo.
Fin del capítulo 13
Chapter 14: Anuncio
Summary:
Miguel y Sam anuncian su compromiso a la familia.
Chapter Text
Era 31 de diciembre, y Leah y Miguel estaban en la cafetería del hospital, comiendo un sándwich y hablando de sus planes para Nochevieja. Miguel había conseguido librar esa noche, pero Leah no.
—¿Así que cenáis todos en casa de los padres de tu prometida? —preguntó Leah. Miguel asintió—. ¿Y aún no saben que es tu prometida?
—De hecho, la idea es contárselo a todos precisamente esta noche, después de cenar, en el brindis —explicó Miguel.
—Tienes que pedirle a alguien que grabe el momento en que lo anunciáis. Será un bonito recuerdo.
—Buena idea. Se lo pediré a Robby, ya que él es el único que lo sabe.
Apenas diez minutos después de que Sam hubiera dicho "sí", Miguel le había escrito a Robby para confirmarle que estaban prometidos, y luego Sam le había mandado un selfie de ambos luciendo anillo. Robby se había alegrado mucho por ellos.
Miguel arrastró un poco la silla para acomodarse un poco mejor, y al hacerlo sintió un ramalazo de dolor en la parte baja de la espalda. Torció el gesto. Leah se dio cuenta.
—¿Estás bien?
—Sí... —Miguel se frotó la espalda, justo por encima de la cicatriz de su operación de columna—. Me duele un poco la espalda, eso es todo.
—¿La espalda? ¿Donde te operaron?
—Sí. Debe ser el estrés.
—Deberías ir a Radiología y que te hagan unas placas, por si acaso. Para asegurarte de que todo está bien.
—Tienes razón. En cuanto tenga un rato libre, me pasaré.
Leah miró detrás de Miguel.
—No te pongas nervioso, pero tu segundo amor verdadero viene hacia aquí con una bandeja. Creo que va a sentarse con nosotros.
Miguel se enderezó de inmediato.
—No le llames mi "segundo amor verdadero", por dios —susurró.
Efectivamente, el doctor Hartley apareció a su lado, llevando una bandeja con una ensalada y un zumo de naranja.
—¿Qué tal, chicos? —saludó el cirujano, sonriente—. ¿Os importa que me siente con vosotros? —preguntó.
—Por supuesto que no —se apresuró a responder Miguel.
No era la primera vez que el doctor Hartley se sentaba con residentes en la cafetería en lugar de con otros médicos adjuntos. Seguramente porque era más próximo a ellos en edad.
—¿De qué hablabais? —preguntó el jefe de Cardio—. ¿Planes para Nochevieja?
—Exacto —respondió Leah—. Aunque mi plan es básicamente brindar en el mostrador de enfermería con Garret, que tampoco libra.
—Yo tampoco he conseguido librar hoy. Eso me pasa por ser el nuevo.
—Entonces está invitado a brindar con nosotras, si le apetece.
"Garret estará feliz", pensó Miguel. La jefa de enfermeras también había sucumbido a los encantos del nuevo médico; se notaba en la forma tan sorprendente amable con que lo trataba.
—Lo haré, gracias. —El doctor Hartley sonrió y se dirigió a Miguel—. ¿Y tú, doctor Díaz? ¿Has conseguido librar hoy?
—Sí, he tenido suerte.
—¿Y cuál es tu plan? ¿Cena con la familia, o fiesta salvaje con los amigos?
—Cena con la familia.
—El doctor Díaz y su novia van a anunciar esta noche que están prometidos.
—¡Leah! —exclamó Miguel en voz baja.
—Vaya, ¡enhorabuena!
—Gracias, doctor Hartley.
El doctor Hartley dio un par de sorbos a su zumo, pensativo.
—Me das envidia, doctor Díaz. Yo ya casi no recuerdo lo que es tener una pareja estable —dijo de pronto.
—¿No le gusta estar soltero, doctor Hartley?
—En absoluto. De hecho, si conocéis a algún buen tipo que pudiera estar interesado en tener una cita conmigo, podéis darle mi número. O mi Insta, que es más fácil de recordar.
Miguel y Leah se miraron un segundo entre ellos, sorprendidos.
—No sabía que era usted gay —dijo Leah.
“Garret se llevará un chasco.”
—Bueno, me alegro de haber mantenido algo de misterio sobre mí —bromeó el hombre.
—El hermano del doctor Díaz también es gay.
—¡Leah! —exclamó Miguel.
El doctor Hartley miró a Miguel con curiosidad.
—¿Ah, sí?
Miguel no supo responder inmediatamente. Una vez, Robby le había dicho que Jason era el único hombre por el que se había interesado. Pero teniendo en cuenta que se había descargado esa app gay, quizá había cambiado de opinión.
—Bueno, no sé si Robby es gay o bisexual —murmuró—. Nunca me lo ha aclarado.
—¿Y está soltero ahora?
—Eh, sí...
—¿Qué edad tiene?
—Tiene la misma edad que nosotros —dijo Leah, ignorando la mirada asesina de Miguel.
—¿La misma edad? ¿Sois gemelos?
Leah se echó a reír.
—Para nada. No pueden ser más diferentes.
El doctor Hartley miró a Miguel esperando una explicación.
—Robby es en realidad mi hermanastro. Él es el hijo del marido de mi madre.
—Ah, entiendo. Y... ¿tienes alguna foto?
Miguel no sabía qué hacer. Por un lado, estaba bastante seguro de que a Robby no le iba a hacer ninguna gracia si se enteraba de esa conversación. Por otro lado, no quería que el doctor Hartley creyera que él pensaba que no era lo suficientemente bueno para su hermano o algo así.
Leah se dio cuenta de su vacilación y la malinterpretó.
—Bueno, quizá Robby no esté por la labor, teniendo en cuenta que hace unos meses... ¡Ay!
Esta vez, Miguel le había dado una patada en la espinilla a la chica para que cerrara el pico de una vez. Lo que le había pasado a Robby meses atrás era algo demasiado privado como para contárselo incluso al doctor Hartley.
—¿Qué ocurre, doctora Choi?
—Nada, nada...
—Le enseño una foto —dijo Miguel para desviar la atención.
Miguel rebuscó en su teléfono una foto reciente de Robby, pero tuvo que ir muy atrás. Robby no había sido muy propenso a dejarse fotografiar en los últimos años —y menos aún en los últimos meses. Solo usaba Instagram por la mensajería. Finalmente encontró una foto de Robby con Sara.
Le tendió el teléfono al doctor Hartley, quien miró fijamente la pantalla por varios segundos.
—Vaya —murmuró el cirujano—. Es... muy atractivo. ¿Y a qué se dedica?
—Bueno, él es… bombero. Pero ahora trabaja en una oficina.
—¿Y eso?
—Tuvo una lesión. —Robby no trabajaba en una oficina por una lesión, ya que eso había ocurrido después, pero no se le ocurrió otra cosa que decir sin mentir demasiado.
El hombre se echó hacia atrás en la silla.
—¿Crees que tengo alguna posibilidad con él?
El tono del cirujano era ligero, pero estaba claro que esperaba una respuesta. Miguel se revolvió incómodo en la silla. Optó por ser lo más sincero posible sin dar demasiada información.
—No lo sé. Él también lleva soltero bastante tiempo, pero no sé si está interesado en empezar otra relación.
—¿Se lo podrías preguntar?
A regañadientes, Miguel aceptó preguntar.
***
Eran poco más de las ocho cuando Miguel llegó a casa de los LaRusso. Aparcó el coche fuera de la casa, ya que seguramente era el último en llegar y tendrían el aparcamiento lleno.
Amanda le recibió en la puerta con un cariñoso abrazo. A su lado apareció Daniel, que hizo lo mismo. Al entrar en la casa comprobó que efectivamente ya estaban todos: Johnny, su madre, Rosa, Anthony, la madre de Daniel, el novio de la madre de Daniel, Sam, Sara y Robby. Todos estaban charlando en la cocina, menos los tres últimos, que estaban en el salón. Miguel saludó primero a todos los que estaban en la cocina y luego cruzó el claustro para ir a dónde estaban sus hermanos y su prometida.
Sam y Sara estaban de pie en una esquina del salón, cerca del sofá, rodeando a Robby, quien estaba sentado en una silla. Al acercarse más vio que le estaban haciendo trencitas en el cabello.
Sam y Robby levantaron la vista hacia Miguel. Sam llevaba un espectacular mono rojo con escote en pico que realzaba su bonita figura. Robby, al igual que Miguel, llevaba pantalones de traje y camisa.
—¡Ey, hola! —Sam se detuvo un momento y le dio un beso a Miguel en los labios—. ¡Qué guapo estás!
Inconscientemente, Miguel se colocó el cuello de la camisa.
—Tú sí que estás preciosa. —Se dirigió a Robby y le ofreció el puño a modo de saludo—. ¿Qué tal, tío? Te veo ocupado.
—Ya ves. —Robby chocó su puño con el de Miguel—. Estoy en plena sesión de peluquería.
—¡Le vamos a llenar el pelo de trencitas! —explicó Sara.
Robby llevaba el cabello tan largo ya que le sobrepasaba los hombros, pero como casi siempre lo llevaba recogido en un moño bajo, no se le notaba.
Miguel le dio un beso cariñoso en la frente a Sara, pero esta no le hizo mucho caso: estaba concentrada en su tarea.
—Pareces un elfo del Señor de los Anillos —dijo Miguel a Robby.
Sam rió.
—Es cierto.
—Muy gracioso. —Robby cogió un mechón de su cabello y lo contempló pensativo—. Creo que ya va siendo hora de cortarlo.
Miguel y Sam se miraron entre ellos, sorprendidos. Ese no era un comentario casual viniendo de Robby, quien no se había cortado el cabello en años.
Miguel, quien no tenía pensado hablarle aún a Robby de la conversación con el doctor Hartley de esa mañana, de repente se sintió en la necesidad de quitarse ese tema de encima cuanto antes.
—Sam, Sara, ¿podríais hacer una pausa y dejarme hablar un momentito a solas con Robby?
—Claro que sí. Sara, ¿qué te parece si ayudamos a poner la mesa?
Sara refunfuñó un poco, pero accedió. Nunca le negaba nada a Sam: tenía devoción por ella, más incluso que por sus hermanos mayores.
Mientras se iba, Sam le señaló el bolsillo izquierdo de su mono a Miguel y le guiñó un ojo. Miguel supuso que se había guardado allí el anillo de compromiso. Le devolvió el guiño.
El joven médico se sentó en el borde del sofá, cerca de Robby, quien empezó a deshacerse las trenzas.
—Sara se va a enfadar...
—Lo sé, pero no pienso sentarme a cenar con estas pintas. Además, hoy será una cena legendaria, ¿no es así? —Robby le guiñó un ojo.
Miguel se frotó las manos.
—Espero que todo vaya bien.
—¿Y qué podría ir mal? Los LaRusso te adoran, y los Lawrence-Díaz adoramos a Sam. Todo el mundo se va a alegrar mucho.
—Los Lawrence-Díaz-Keene —corrigió Miguel, y miró a Robby con toda la intención del mundo. Robby captó la indirecta y le sonrió tímidamente—. Por cierto, ¿podrías hacernos un favor a Sam y a mí?
—Claro, dime.
—¿Podrías grabar disimuladamente cuando lo anunciemos? Sería un bonito recuerdo.
—Sin problema, yo me encargo.
—Gracias. —Miguel sonrió levemente y luego se puso serio—. Robby, tengo que hablarte de una cosa. Y por favor, no te enfades.
Robby se detuvo un momento con una trenza a medio deshacer en las manos y le miró extrañado.
—¿Qué pasa?
—Prométeme que no te vas a enfadar. La culpa ha sido de Leah.
—No puedo prometerte eso. ¿Y quién es Leah?
—Es una de mis compañeras de residencia en el hospital. La conociste brevemente el día que te dieron el alta.
Robby frunció el ceño, tratando de recordar.
—Ah, sí. ¿Y por qué es culpa suya? ¿Y de qué estamos hablando...?
Miguel tomó aire.
—Verás, el doctor Hartley... ¿recuerdas que os hablé del doctor Hartley cuando os conté que me había decidido por Cardio?
—Sí.
—Pues, el doctor Hartley se ha sentado hoy con nosotros para comer. Hemos estado hablando y... bueno, resulta que es gay, está soltero, pero no quiere estarlo, y nos ha preguntado si nosotros conocíamos a alguien para presentarle...
Robby terminó de deshacerse la última trencita mientras le miraba con una ceja alzada.
—¿Y...? Supongo que no habrás pensado en mí. —Al ver a Miguel tragar saliva, insistió—: ¿Miguel? Dime que no se te ha ocurrido de verdad intentar emparejarme con tu jefe.
—A mí no se me habría ocurrido hacer eso, en serio, pero Leah es una bocazas y...
—¿Pero qué demonios, Miguel?
—...y el doctor Hartley no es mi jefe, no mi jefe directo. No aún, al menos.
Robby bufó.
—Mira, me da igual. Me da igual si es tu jefe, o tu vecino. No necesito que me busques un tío. Si quisiera uno, me lo buscaría yo solo.
—¡Vale, de acuerdo! Pero espero que la próxima vez no lo busques en esa maldita app. —En cuanto esas palabras salieron de su boca, Miguel se arrepintió.
Robby abrió mucho los ojos, incrédulo ante lo que acababa de oír.
—Lo siento, Robby, lo siento —se disculpó Miguel inmediatamente—. No quería...
—Que te jodan. —Su hermano no se quedó a escuchar sus disculpas; tras dedicarle una mirada aterradora, se levantó y se alejó a zancadas de él.
—¡Robby, espera!
Miguel fue tras él. Al otro lado del salón, Sam, la única que había visto de lejos la escena, le preguntó a su prometido con un gesto que qué había pasado. Pero Miguel no tenía tiempo para explicárselo, la había fastidiado bien con Robby y tenía que arreglarlo cuanto antes.
Robby había salido al jardín y estaba junto a la piscina, dándole la espalda. Miguel se colocó tras él.
—Robby, lo siento mucho. No sé por qué he dicho eso, de verdad. Lo he soltado sin pensar. Es que estoy.... estresado, y nervioso, y...
Robby se giró, suspirando.
—Está bien.
¿Está bien?
No era propio de Robby desinflarse tan rápido. El antiguo Robby le habría partido la cara o, al menos, amenazado con hacerlo.
Se quedaron en silencio. Robby se puso a contemplar el juego de luces de la piscina con gesto ausente, y Miguel le contempló a él.
Físicamente, volvía a ser el Robby de siempre. Había recuperado el peso perdido en el hospital, pero no el que había perdido en los últimos años, por lo que seguía más delgado que cuando era adolescente. En su rostro, solo la pequeña cicatriz en la sien recordaba lo sucedido aquella fatídica noche de verano.
Pero mentalmente... eso era otra historia. Sí, estaba mucho mejor que en el hospital, eso era evidente. Pero esa mirada en sus ojos seguía siendo la misma mirada vacía que tenía al regresar a Los Ángeles.
Era curioso cómo el proceso de sanación del cuerpo y del alma podían ser tan diferentes. Robby había sido capaz de recuperarse de ocho huesos rotos en apenas seis meses. Y, sin embargo, dos años y medio después de lo de Jason, aún no se había recuperado de un corazón roto.
Tal y como había insistido en dejar claro, de no ser por Leah, a Miguel no se le habría ocurrido hablarle de Robby al doctor Hartley. En parte porque había temido que la reacción de Robby fuera precisamente la que acababa de tener. Pero la principal razón era que dudaba mucho de que Robby estuviera dispuesto a que nadie ocupara el sitio de Jason. Por eso seguramente se había descargado aquella app, donde podía encontrar a hombres sin involucrarse sentimentalmente, solo para tener sexo. Quizá ahora ya ni eso le interesaba.
De repente, recordó la pequeña conversación entre Sara y Robby de hacía unas semanas.
"¿Qué es un médico del corazón?"
"Es un... médico que arregla corazones rotos."
El doctor Hartley era un médico del corazón. Robby tenía el corazón roto.
Era un pensamiento infantil, absurdo.
Pero ahora ya no podía quitárselo de la cabeza.
De perdidos al río, pensó Miguel.
—Bueno, si cambias de opinión... que sepas que él sí que está interesado.
—¿Qué? —Robby se giró hacia él.
—Que el doctor Hartley está interesado en ti. Le he enseñado una foto tuya y...
—¿Le has enseñado una foto? ¿Qué foto?
—La que te hice con Sara las navidades pasadas. Y ha dicho que eras muy atractivo.
Miguel no podía estar seguro porque ahí afuera en el jardín había muy poca luz, pero juraría que su hermano se había sonrojado.
—¿Qué le has contado de mí? —Robby se cruzó de brazos.
—Prácticamente nada. Que tenemos la misma edad, que trabajas en Investigación de Incendios, y que estás soltero.
Robby empezó a tamborilear los dedos de una mano, con gesto pensativo.
—¿Nada más?
—Te lo juro.
Parecía que Robby iba a preguntar algo más, pero en ese momento alguien más salió al jardín.
—Chicos, la cena está lista —les anunció Amanda—. ¿Venís?
—Sí, ya vamos —dijo Miguel. Se dirigió de nuevo a su hermano—. Bueno, piénsatelo al menos. Es un buen tipo.
Robby no dijo nada.
Los dos muchachos echaron a andar hacia la anfitriona.
—Suerte con el brindis —susurró Robby—. Todo irá bien.
—Gracias...
Miguel se aflojó el cuello de la camisa.
***
Tal y como habían planeado desde hacía días, Miguel y Sam anunciaron su compromiso durante el brindis con champán, al mismo tiempo que Sam enseñaba orgullosa el brillante anillo en su dedo anular.
Hubo gritos de asombro, vítores e incluso aplausos. Daniel y Amanda se emocionaron tanto que se les caían las lágrimas, aunque Daniel insistía en que se le había metido algo en el ojo. Johnny bromeó sobre ser los peores consuegros de la historia, y Rosa y Lucille comenzaron a debatir por su cuenta sobre dónde y cómo debería ser la boda, si católica o civil.
Todos, uno a uno, les felicitaron. Robby les felicitó el último, y aprovechó para enseñarles el vídeo que había grabado discretamente durante el anuncio.
A falta de unos minutos para la medianoche, todos salieron el jardín a contemplar los fuegos artificiales que Daniel y Johnny preparaban cada año desde que celebraban la Nochevieja juntos. Miguel abrazó a Sam mientras contemplaban las ráfagas de colores brillantes. Robby subió a Sara a hombros.
Al finalizar, volvieron al interior de la casa. Lucille y su novio se despidieron y se marcharon, y Rosa, que estaba cansada, se marchó con ellos. Los LaRusso se metieron en la cocina para preparar unos margaritas, mientras Johnny y Carmen recogían un poco la mesa. Sara se echó en un sofá y se quedó dormida. Robby se sentó junto a ella, y Miguel se sentó junto a Robby.
—Bueno, ahora que ya es oficial... serás mi padrino, ¿verdad?
Robby le miró sorprendido.
—¿Quieres que sea tu padrino?
—¿Cómo no voy a querer que seas mi padrino? Eres mi hermano. Y mi mejor amigo. —Miguel tragó saliva—. Sé que la he cagado muchas veces, pero...
Con un gesto, Robby le acalló.
—Claro que seré tu padrino.
Los dos muchachos sonrieron, un poco avergonzados.
Sara empezó a roncar.
—Madre mía, se nota que es una Lawrence —rio Miguel.
Estuvieron unos minutos en silencio, contemplando a la pequeña de la familia.
—Sobre lo que hemos hablado antes... —dijo Robby de improviso—. ¿Tienes una foto suya? ¿Del doctor Hartley?
Miguel sonrió triunfal y sacó su teléfono.
—Sí, me ha dicho su Insta.
Tras buscar el perfil del doctor Hartley en Instagram, Miguel le tendió el teléfono a Robby. Este empezó a deslizar el dedo por la pantalla, mirando detenidamente las fotos. Miguel también había curioseado horas antes el perfil del cirujano y había descubierto que era un experto buceador y un fan del senderismo y el volei playa.
—No está mal, ¿verdad? —Miguel sonrió cuando Robby se detuvo en una fotografía donde aparecía el doctor Hartley sin camiseta frente una red de volei playa. Parecía el típico surfero de cabellos dorados, pero con el pelo corto. Viéndole en esas fotos, nadie diría que era un cardiocirujano famoso.
Robby le devolvió el teléfono.
—No, no está mal —acordó.
—¿Entonces?
—Me lo pensaré.
Miguel se guardó el teléfono, satisfecho.
Fin del capítulo 14
Chapter 15: Sexo y charlas
Summary:
Robby y Jason empiezan una relación.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Desde aquella primera vez en casa del teniente Powell, la relación entre él y Robby cambió completamente.
Para empezar, Robby dejó de llamarle 'teniente' en privado, y pasó a llamarle simplemente Jason. Al contrario de lo que pensó inicialmente, se acostumbró sorprendentemente rápido.
En cambio, le costó más acostumbrarse a que Jason le llamara también por su nombre de pila. Sobre todo, cuando lo hacía susurrándole al oído mientras follaban.
El gran cambio en su relación, evidentemente, había sido el sexo.
Antes de estar con Jason, Robby jamás hubiera pensado que sería capaz de disfrutar tanto teniendo sexo con otro hombre. Quizá porque su única experiencia al respecto —aquella vez en West Hollywood Park— había sido bastante traumática.
El sexo con Jason era intenso, a veces salvaje, y siempre alucinante. Pero no traumático. Jason estaba cumpliendo su palabra, y jamás le hacía daño. Ni siquiera le hizo ningún daño la primera vez.
No obstante, Robby no había tardado en darse cuenta de que Jason era bastante... autoritario en la cama. Siempre estaba al cargo. Incluso cuando era Robby el que tomaba la iniciativa —lo cual sucedía cada vez más a menudo— al final era Jason el que tomaba el control.
La cosa era que aquello no suponía un problema para Robby. Más bien al contrario.
Robby había tenido que cuidarse solo durante toda su infancia y adolescencia. Durante diecisiete años, no había tenido a nadie en quien confiar lo suficiente como para ceder el control sobre ningún aspecto de su vida. Pero ahora sentía que, aunque solo fuera en esa situación en concreto, durante el sexo, podía hacerlo. Que, por primera vez, podía dejar de pensar, dejar de preocuparse, dejar de anticipar... simplemente cerrar los ojos, dejarse llevar y disfrutar.
Era una sensación nueva y refrescante.
Donde su relación con Jason sí era la misma de antes de acostarse juntos, era mientras estaban de turno en el Parque 41, con la excepción de que Jason había pasado a llamarle por su apellido en lugar de 'Aspirante', como el resto del equipo.
Otra cosa que había cambiado era la rutina diaria de Robby. Ya que, cuando no estaban de turno, Robby pasaba la mayoría de días de descanso con Jason —excepto cuando iba a entrenar al dojo de Liberty Station—, pues este no tenía tampoco ningún otro trabajo aparte del de bombero. Normalmente se veían en casa de Jason, ya que era más seguro que verse en el apartamento de Robby, que estaba demasiado cerca del Parque 41 y del Ginger's. Pero no siempre se quedaban en la casa. No podían salir por la ciudad, pues se arriesgaban a que alguien conocido les viera, pero nada les impedía coger el coche y visitar lugares alejados de San Diego, como el Bosque Nacional de Cleveland o el Anza—Borrego Desert State Park. A Jason le encantaban ese tipo de excursiones; se notaba que se había criado en Montana y que necesitaba de vez en cuando retomar el contacto con la naturaleza. Y Robby también las disfrutaba.
Y otra cosa que Robby también disfrutaba, aparte del sexo y de las excursiones, era simplemente hablar con Jason.
A lo largo de varias sesiones de charla post—sexo, Robby le había contado a Jason prácticamente toda su vida. Le habló de su madre y de su infancia en North Hills. Le habló de su adolescencia y de la complicada relación con su padre durante esa época. Le habló de los errores que cometió entonces, cuando traficaba con Molly en el instituto y robaba portátiles en Tech Town. Le habló del señor LaRusso, del Miyagi-Do y de Sam. Le habló de Miguel, de la pelea en el instituto y del reformatorio. Le habló de Cobra Kai, de Kenny, y de la reconciliación con su padre y con Miguel. Le habló del Seikai Taikai. Le habló de Tory y de su ruptura. Le habló de la convivencia con la familia Lawrence-Díaz y, sobre todo, le habló de la pequeña Sara.
Un día, aún en la cama tras una intensa sesión de sexo, fue Jason el que se animó a contarle más detalles sobre su vida, su familia, y su propia relación con el karate.
—Mi familia entera es de Bozeman, en Montana. Tenemos un rancho de caballos a las afueras. Mi padre es la tercera generación. Yo soy el tercero de cuatro hermanos: Rick, Kyle, yo, y Emily. Mi madre murió cuando yo tenía siete años y Emily dos: cáncer de mama.
—Lo siento.
—Gracias. Rick es la mano derecha de mi padre en el rancho. Emily es maestra de escuela en Bozeman. Mi hermano Kyle practicaba karate y fue él el que me animó a practicar con él. Resultó que se me daba bastante bien, así que Kyle decidió dedicarse a ser mi entrenador. En cuanto terminé el instituto me dediqué exclusivamente al karate. Mi hermano era un buen entrenador. Gracias a él gané ese oro. Fue la ostia, la verdad. Pero después todo se fue a la mierda.
—¿Qué pasó?
—Kyle había tenido un accidente montando a caballo, un año antes de Pekín. Se cayó y se lesionó gravemente la columna. No se quedó paralítico ni nada de eso, pero le dolía horrores. Y le recetaron oxicodona.
Robby frunció el ceño, temiendo por donde iban los tiros. Había oído hablar mucho de la oxicodona y de la crisis de los opiáceos del país.
—Como tantos otros, se volvió adicto —confirmó Jason—. Los meses siguientes al torneo, se descontroló. Aquella época fue una pesadilla. Y seis meses después, murió de sobredosis.
Robby le miró horrorizado, sin saber qué decir.
—No tuve ánimos de seguir con el karate después de aquello —continuó Jason—. Ni de seguir en el rancho. Me apunté al ejército y me enviaron a Afganistán. Al terminar los cuatro años de servicio activo, me vine a San Diego y me apunté a la academia de bomberos, donde coincidí con Clarke. Y el resto creo que más o menos ya lo sabes.
Robby asintió y, tras varios segundos en silencio, empezó a acariciar el tonificado abdomen de Jason, sin ninguna intención en particular, solo reconfortarle un poco tras lo que acababa de contarle. Pero Jason era insaciable. A los pocos minutos el hombre se incorporó y se colocó sobre Robby, apretándole contra el colchón.
—¿Listo para otra ronda? —preguntó con voz ronca.
—¿En serio?
—Siempre.
Jason le mordisqueó una oreja. Robby apretó la nariz contra el cuello de Jason, e inhaló profundamente. Jason olía a desodorante, a sudor y a sexo.
—Ok...
Aquellas primeras semanas de descubrimiento mutuo en su relación con Jason, fueron probablemente las más felices en la vida de Robby.
***
Tal y como le había prometido, Robby le contó a Sam las novedades sobre su relación con Jason —sin entrar en detalles íntimos— y le pidió mucha discreción. Sam se alegró por él, le prometió no contárselo a nadie, y a su vez le contó que finalmente había roto con Nathan, pero que estaba bien.
***
Mientras todo el equipo del primer turno se cambiaba en el vestuario del parque, tras finalizar un turno tranquilo, Connery anunció que al día siguiente iba a cumplir cuarenta años, así que esa noche les invitaba a todos a una ronda de cervezas en el Ginger's. Todos los miembros del primer turno aplaudieron y confirmaron su asistencia.
Cuando ya todos habían salido del vestuario menos Jason y Robby, el teniente se acercó a él.
—¿Nos vemos en mi casa? —le preguntó en voz baja.
Robby vaciló.
—Debería pasar por mi apartamento. Si no, no tendré nada que ponerme esta noche. Y tengo varias tareas que hacer, ya que hace una semana que no voy por allí.
—Ok. ¿Te veo esta noche en el Ginger's, pues?
—Sí.
Jason le guiñó un ojo y se marchó.
Robby habría preferido un beso de despedida, pero sabía que era demasiado arriesgado.
***
El local estaba lleno a rebosar. Connery no solo había invitado a los miembros del primer turno del Parque 41, sino también a los del segundo y tercer turno.
Jason aún no había llegado. Robby saludó a todos sus conocidos. Connery le indicó que pidiera lo que quisiera en la barra.
Robby se decidió por una cerveza sin alcohol. Mientras esperaba a que la mujer de Sexton se la sirviera, un chico de unos veintipicos años se colocó a su lado. Era uno de los bomberos del segundo turno. Si no recordaba mal, se apellidaba Hunter.
—Hola — le saludó el chico con una sonrisa amable.
—Hola.
—Keene, ¿verdad?
—Sí. Tú eres... ¿Hunter?
—Eso es. —El chico le sonrió más ampliamente—. He oído que ya no eres el aspirante del primer turno.
—Correcto.
—Felicidades.
Robby le devolvió la sonrisa.
—Gracias.
Hunter se apoyó en la barra.
—¿Eres de San Diego? —preguntó.
—No, de los Ángeles —contestó Robby.
—¿En serio? Yo también.
—¿Ah, sí? ¿Qué barrio?
—West Adams. ¿Y tú?
—North Hills.
La mujer de Sexton le dio la cerveza a Robby.
—Y dime, ¿tienes pensado pedir en algún momento el traslado de vuelta a Los Ángeles? —preguntó Hunter.
Robby vaciló. Esa había sido su intención desde el principio: en cuanto consiguió el trabajo en San Diego, planeó pedir un traslado en el futuro, para regresar cerca de su familia. Pero ahora las cosas habían cambiado un poco. Su madre, por ejemplo, ya no estaba en Los Ángeles, sino en Sídney.
Y luego estaba Jason.
—Pues no lo sé, la verdad. De momento, estoy bien aquí.
—No está mal la ciudad, ¿verdad?
—No, no está mal.
—¿Has estado en Hillcrest?
Robby frunció el ceño, pensativo.
—No me suena.
—Ah, ¿no? —Hunter sonrió, pero esta vez su sonrisa fue algo extraña—. Podemos ir allí a tomar algo un día, y te enseño el barrio, si te apetece.
—Em...
De repente, Robby notó una presencia en su otro lado. Giró el rostro y vio a Jason, que le estaba pidiendo una Corona a la mujer de Sexton.
—Ey, hola, teniente —saludó.
—Hola —murmuró Jason.
—Hola, teniente Powell —saludó Hunter.
Jason saludó al bombero del segundo turno con solo un gesto. Cogió la Corona que le trajo mujer de Sexton y se marchó a la mesa donde estaban los integrantes del primer turno.
—Em, yo voy a ir con ellos también. Es el cumpleaños de Connery —dijo Robby.
—Claro, claro. No te entretengo más. Nos vemos.
Robby fue a la mesa de sus compañeros y se sentó entre Clarke y Reynolds. Enfrente tenía a Jason, pero este no le dirigió la mirada en toda la velada.
***
Tras dos horas de charla, bromas, y rememorar anécdotas de Connery en el Parque 41, poco a poco todos se fueron retirando. Cuando solo quedaban Jason, Sexton, Clarke y Robby, el primero anunció que también se marchaba. Robby le observó salir del bar. Unos minutos después, Robby también se despidió y salió en su busca.
Sabía dónde Jason solía aparcar el coche, así que dio fácilmente con él.
—Ey, Jason —le llamó.
Al oírle, Jason se detuvo y se dio la vuelta.
—Teniente —señaló el hombre.
—¿Qué?
—Estamos muy cerca del bar. Alguien conocido podría oírnos. Llámame teniente. O Powell, al menos.
Robby tragó saliva. Jason tenía razón, pero no podía ser por eso que estaba tan claramente molesto.
—Ok. Teniente. ¿Qué es lo que pasa? Me has ignorado toda la noche.
El hombre se cruzó de brazos.
—Te dije que nada de flirteos.
—¿De qué hablas? —Robby alzó las cejas—. ¿Qué flirteo?
—De tu flirteo con Hunter.
Robby estaba desconcertado.
—Pero si solo estaba… hablando amigablemente con él.
—¿Hablando amigablemente con precisamente el único bombero gay del segundo turno?
—Yo no... ni siquiera sabía que era gay.
—Pues lo es, y te estaba tirando la caña.
—No creo que me estuviera tirando la caña.
Jason se acercó un paso más a él.
—Te estaba tirando la caña.
El muchacho se mordió el labio. Quiso contradecir al hombre, pero Robby era bastante novato en este lado del juego y quizá se había perdido algo que el otro no. Cambió de argumento.
—Bueno, pues... lo siento por él, porque no me interesa. Tú sabes que no me interesa. Joder, Jas... teniente, ¿tú crees que, teniéndote a ti, podría tener interés en otro? ¿Te he dado motivos en este tiempo para desconfiar de mí?
Tras unos segundos, la expresión de Jason se suavizó un poco.
—Lo siento.
Robby exhaló.
—Más te vale.
Jason se inclinó un poco con intención de besarle, pero Robby se apartó.
—Estamos muy cerca del bar. Alguien conocido podría vernos. —Robby repitió casi exactamente las mismas palabras de Jason con toda la intención—. Teniente.
—Cierto. —Jason sonrió ladino—. Sabes, si quieres, puedes seguir llamándome 'teniente' en la cama. Sería interesante.
—Ya, seguro que sí. Pero eso no va a pasar. Ya eres lo suficientemente mandón en la cama.
—Con que 'mandón', ¿eh? Pero a ti te gusta.
—Puede...
Jason volvió a acercar sus rostros y clavó sus ojos azules en los del muchacho.
—Así que... ¿qué hacemos ahora?
Robby se mordió un labio.
—Podríamos... ir a mi apartamento y follar ahí.
—Suena bien...
***
Nada más cruzar la puerta del apartamento de Robby, Jason le atrapó y comenzó a besarle. Robby le devolvió el beso con ganas. Entre besos, se fueron desvistiendo el uno al otro, y para cuando llegaron al dormitorio, ya estaban prácticamente desnudos, a falta de la ropa interior.
Jason lanzó a Robby sobre la cama.
—Dime que tienes todo lo necesario —dijo con voz ronca—. Porque no voy a conformarme con una mamada.
—Tengo todo lo necesario —confirmó Robby, alegrándose de haber sido previsor. Abrió el cajón de su mesilla de noche, mostrando una caja de condones y un tubo de lubricante, todo sin estrenar.
—Bien.
Jason se tumbó encima de Robby y siguieron besándose.
No sabía por qué, pero Robby se sentía más excitado que nunca. Quizá por el simple cambio de escenario, ya que era la primera vez que Jason estaba en su apartamento, y en su cama.
De pronto, Jason se incorporó y alzó un poco a Robby con él. A continuación, con un movimiento preciso y rápido, el hombre volteó a Robby sobre la cama, de manera que este quedó boca abajo en el colchón.
Robby jadeó de la sorpresa, y jadeó de nuevo cuando Jason le cogió de la nuca y apretó suavemente su cara contra el colchón.
A Robby no le gustaba demasiado esa postura, porque prefería poder verle la cara a Jason mientras tenían sexo, pero tenía que reconocer que era una postura 'cómoda', por decirlo de alguna manera, ya que facilitaba a ambos llegar rápidamente al orgasmo.
Jason le soltó un momento para quitarle la ropa interior, y a continuación Robby escuchó el sonido del envoltorio de un condón al rasgarse. Unos segundos después, se estremeció al sentir el chorro de frío lubricante entre sus nalgas y los dedos expertos de Jason preparándole.
A esas alturas, ya no necesitaba demasiada preparación. Pocos minutos después, Robby gimió de puro placer contra el colchón cuando Jason empezó a entrar en él poco a poco.
Robby no entendía qué le pasaba. No entendía cómo podía disfrutar tanto siendo penetrado por otro hombre. ¿El sexo entre hombres era siempre así? ¿O era así porque era con Jason?
¿O no era solo sexo?
A Robby le asustaba la respuesta.
Entonces Jason empezó a moverse, y Robby dejó de pensar.
***
A la mañana siguiente, nada más despertarse, tuvieron sexo de nuevo.
Al terminar, los dos estaban empapados en sudor. Jason le pidió permiso para darse una ducha. Robby también necesitaba esa ducha, y estuvo tentado de ducharse con él, pero estaba tan exhausto que decidió descansar un poco y esperar su turno.
Cinco minutos después, Jason salió del baño con una toalla envuelta en la cintura.
—¿Estás bien? —preguntó el hombre, al ver que Robby seguía en la cama.
—Sí.
Jason le besó en la frente.
—Necesito un café urgentemente. ¿Tienes? —preguntó.
—Tengo una cafetera de cápsulas —respondió Robby, mientras se levantaba despacio de la cama.
—Me vale.
Jason salió del dormitorio, y Robby se metió en el baño.
Justo al terminar la ducha, escuchó el timbre del apartamento. Robby recordó que su nuevo gi de entrenamiento, encargado en Amazon unos días atrás, debería estar al llegar.
—¿Puedes abrir? Debe ser Amazon —dijo en voz alta.
Jason no respondió, pero le oyó abrir la puerta. Robby empezó a vestirse: se puso la ropa interior y unos pantalones cortos.
—Robby, ¿puedes venir? No es Amazon —escuchó decir a Jason.
Extrañado, Robby salió del dormitorio, y al ver quien estaba en la puerta, se congeló.
Efectivamente, no era un repartidor de Amazon.
Era Miguel.
Notes:
Solo un apunte: Hunter sí le coqueteaba a Robby. Hillcrest es el barrio gay de San Diego, pero Robby no lo sabe.
Chapter 16: Cirugía
Summary:
A Miguel no le queda otra que pasar por el quirófano de nuevo.
Chapter Text
Estaba siendo un miércoles tranquilo en la planta de Cirugía. Miguel estaba supuestamente revisando unos informes en el mostrador de enfermería, pero tenía la cabeza en otra parte.
Después de posponerlo demasiado, esa misma mañana el joven residente se había pasado por fin por Radiología para hacerse unas placas, y averiguar por qué su espalda, después de una década, volvía a molestarle. Allí en Radiología se había topado con la doctora Hewitt, la cirujana jefa de Traumatología, y al explicarle por qué estaba allí, ella se había ofrecido amablemente a hacerle un hueco en su apretada agenda y revisar ella misma los resultados.
Mientras se preguntaba cuánto más podía tardar la doctora en llamarle, el doctor Hartley se acercó a saludarle.
—Doctor Díaz. Buenos días.
—Doctor Hartley. Buenos días.
—¿Qué tal la mañana?
—Tranquila.
Aunque tenía ganas de compartir su ansiedad con alguien, Miguel no podía contarle al doctor Hartley nada sobre sus radiografías. No ahora que estaba saliendo con Robby.
Aunque quizá salir no era la palabra adecuada. Que Miguel supiera, Robby y el doctor Hartley solo habían quedado un par de veces. No sabía los detalles, ya que no había visto a su hermano en persona desde antes de que tuvieran su primera cita. Y tampoco podía interrogar al doctor Hartley al respecto, ya que Robby les había pedido a ambos, tanto a Miguel como al doctor Hartley, que por favor no hablaran de él a sus espaldas. Supuestamente, para no entorpecer la relación laboral entre Miguel y su superior.
Al doctor Hartley, sin embargo, le estaba costando un poco respetar el acuerdo. Aunque nunca le contaba nada indiscreto ni nada que Miguel no supiera ya.
—El sábado volví a quedar con Robby —comentó.
—Sí, lo sé. No le he visto, pero me escribió. ¿Todo bien?
—Sí, muy bien.
—Me alegro.
El hombre vaciló.
—Sé que se supone que tú y yo no deberíamos hablar de él, pero... solo quería comentarte que me ha contado lo de Jason.
—Oh. Ya veo. —Miguel no dijo nada más. Dudaba mucho de que Robby le hubiera dado detalles, y no iba a meter la pata hablando de más.
—Debió ser... duro para él.
"Duro" era quedarse muy corto. Pero Miguel asintió.
—Sí, lo fue.
El doctor Hartley tamborileó con los dedos sobre el mostrador. Parecía estar reflexionando sobre si seguir hablando o no.
—¿Necesita algo más, doctor Hartley? —cuestionó Miguel en tono amable.
—No. No, gracias, doctor Díaz. Nos vemos.
Miguel le observó mientras se alejaba. El pobre hombre parecía de verdad interesado en su hermano, y dudaba que Robby fuera a ponérselo fácil.
Unos minutos después, la doctora Hewitt, la cirujana jefa de Trauma, vino por fin a buscarle.
—Doctor Díaz —le llamó.
—Doctora Hewitt...
La doctora Hewitt le mostró la tablet que llevaba en las manos.
—Ya he revisado tus resultados. Ven a mi despacho y hablamos.
Miguel tragó saliva, asintió y luego siguió a la mujer hasta su despacho en el ala este de la planta, aguantando a duras penas las ganas de hacer preguntas por el camino.
Una vez dentro del despacho, la doctora encendió una gran pantalla colgada en una pared lateral, y, tras toquetear su tablet, las radiografías de la columna vertebral de Miguel aparecieron en la pantalla.
Aunque Miguel solo era un residente y no era ni mucho menos un experto en Trauma, al examinar de cerca sus radiografías, podía ver exactamente cuál era el problema.
—Para empezar, tengo que decirte que, tras haber revisado tu historial, la cirujana que te operó hace diez años hizo un grandísimo trabajo. Pero no es infrecuente que, en este tipo de cirugías de columna, con el paso del tiempo, alguna de las vértebras vuelva a desplazarse. —La doctora señaló un punto en concreto de la imagen—. En tu caso, como ya te habrás dado cuenta, es la vértebra T—12 la que se ha desplazado, y por eso has estado sintiendo molestias últimamente.
Miguel asintió, tratando de mantener la calma. Aquello era un jarro de agua fría, pero podría haber sido mucho peor.
—El desplazamiento es mínimo, pero podría ir a más con el tiempo —continuó la doctora.
—¿Qué me recomienda? —preguntó Miguel.
—La cirugía, sin duda. Sería una operación sencilla, nada que ver con la primera. Con un postoperatorio muy rápido. Y puedo operarte yo misma, si quieres.
—¿Me operaría usted?
—Por supuesto. El lunes tengo un hueco debido a una cancelación. ¿Qué me dices?
No había mucho que decir, pensó Miguel. No iba a perder la oportunidad de ser operado por la jefa de cirugía de Trauma del hospital, y además saltándose una lista de espera de seguramente meses.
Tendría que avisar a Sam, y a su familia.
Aquella misma noche le dio la noticia a Sam. Y aunque le insistió a su prometida que no había nada de qué preocuparse, que era una operación sencilla, y que además iba a realizarla la mejor cirujana de Trauma del Presbiteriano, Sam se echó a llorar.
Cuando Sam se calmó por fin, Miguel, que al principio se había planteado simplemente avisar a su familia por teléfono, decidió que sería mejor hablarles del tema cara a cara. Así que escribió a su madre y le pidió si ese viernes Sam y él podían ir a cenar, a lo que su madre respondió que obviamente.
Llegó el viernes y Miguel y Sam acudieron a la casa familiar de los Lawrence-Díaz.
Aunque tenía llave, Miguel siempre tocaba el timbre. Robby les abrió la puerta.
—¡Oh, dios mío! —exclamó Sam.
Robby se había cortado el pelo. Bastante corto, parecido a como se lo había cortado al entrar en la academia de bomberos, con la parte de la nuca casi rapada.
—¿Qué? —Robby sonrió levemente—. ¿No te gusta?
—Claro que me gusta. Pero no me lo esperaba. A ver, en Nochevieja dijiste que ibas a hacerlo... pero no me esperaba que te lo cortaras tan corto.
—Es más cómodo —dijo simplemente.
Robby se apartó de la puerta para dejarles pasar. Los tres se dirigieron a la gran sala-comedor, donde Sara fue la primera en ir corriendo a saludarles. Johnny, Carmen y Rosa estaban en la cocina.
—Bienvenidos, pareja —saludó Johnny.
Después de los saludos pertinentes, Sara cogió a Sam de la mano y se la llevó junto a la chimenea, donde había montado una gran zona de juegos repleta de Barbies.
—Madre mía, ¿eso es una Barbie karateca? —exclamó Sam, cogiendo una de las muñecas.
—Edición limitada Tokio 2020 —confirmó Robby—. Se la trajo Santa Claus la Navidad pasada —y guiñó un ojo.
—Pues dile a Santa Claus de mi parte que yo también quiero una.
—Eso está hecho.
—Vosotros dos, ¿podéis ir poniendo la mesa, por favor? —pidió Carmen, señalando a Miguel y a Robby.
—Roger —dijo Robby.
Robby sacó los cubiertos del cajón superior de la gran alacena del comedor. Los dejó sobre la mesa, y entre él y Miguel empezaron a colocarlos.
—Así que, nuevo novio, nuevo corte de pelo, ¿eh? —comentó Miguel en voz baja.
—No es mi novio —replicó Robby con suavidad.
—Pero vais a seguir quedando, ¿no?
Robby no respondió inmediatamente. Colocó los cubiertos que faltaban, y luego miró a su alrededor, cerciorándose de que nadie los escuchaba.
—No estoy seguro —musitó.
—¿Por qué no? ¿No te gusta? A él le gustas, desde luego. Tendrías que ver cómo le brillan los ojos cuando habla de ti.
—Os pedí expresamente que no hablarais entre vosotros de mí...
—Y no lo hacemos. Apenas hablo con él en general, está demasiado ocupado. Pero hoy nos hemos cruzado y me ha comentado que este fin de semana habíais vuelto a quedar.
—¿Nada más?
—Bueno... me ha dicho que le hablaste de Jason. Me ha sorprendido un poco, la verdad.
Robby se encogió de hombros.
—¿Por qué? Han pasado casi tres años. Aún duele, por supuesto. Pero puedo hablar de ello.
Aunque dijera eso, Robby nunca hablaba de Jason. Excepto la vez que había preguntado por él en el hospital, recién despertado de la sedación, desorientado y sin saber ni dónde estaba ni qué año era (y seguramente no se acordaba de ello), Robby no había pronunciado su nombre en años. Pero también era cierto, que nadie se atrevía a preguntarle al respecto. Quizá deberían empezar a hacerlo.
—¿Le has hablado al doctor Hartley de lo que pasó después...? —preguntó Miguel en su lugar.
—No puedo hablar de lo que no recuerdo.
—Algo recordarás de esos tres meses.
—Bueno... recuerdo perfectamente que me sacaste de la cama a rastras, que me desnudaste, y que me metiste en la ducha a la fuerza. Y que te metiste conmigo. —Robby alzó una ceja y le miró con una sonrisa divertida—. ¿Quieres que le cuente eso a Kevin...?
—Yo estaba vestido —puntualizó Miguel—. Pero tienes razón, mejor no le cuentes eso. —Dudó un momento antes de preguntar—: ¿Y sobre tu agresión...? ¿Vas a hablarle de ello?
—No —respondió Robby taxativamente—. Eso es otra historia, y no estoy listo aún. Miguel, que no se ocurra decirle nada.
—Claro que no.
—Bien.
—Aún no me has dicho por qué no estás seguro de seguir viéndole.
Robby miró a su alrededor. Johhny y Carmen se acercaban a la mesa con grandes bandejas llenas de carne asada y patatas gratinadas.
—Te lo cuento en otro momento, ¿vale?
—Vale.
Miguel estaba intrigado, pero no le quedaba otra que esperar.
La cena transcurrió con normalidad. El tema principal de conversación fue la futura boda. Sam puso al día a su futura familia política sobre el estado de los preparativos iniciales. Al final se habían decidido por una boda católica. Rosa sonrió satisfecha.
Durante el postre, Sara se puso a bostezar, y Johnny subió con ella para acostarla. En cuanto su padrastro regresó a la mesa, Miguel decidió que ya era hora de contar el motivo por el que habían ido a verlos.
—Familia, tengo que contaros algo —anunció—. Y, por favor, dejadme acabar antes de asustaros.
Su madre le dirigió una mirada de pánico. Johnny, Rosa y Robby le miraron preocupados.
—Demasiado tarde —exclamó Johnny—. ¿Qué pasa, Miguel?
—He estado sufriendo molestias en la espalda desde hace unos meses. Así que el miércoles me hicieron unas radiografías y resulta que una de las vértebras se ha desplazado unos milímetros. No es algo infrecuente tras una operación de columna como la mía. Solo tienen que volver a operarme y recolocarla.
—¿Tienen que volver a operarte? —repitió Carmen, espantada.
Johnny cogió de la mano a su esposa. Rosa se santiguó. Robby se había puesto pálido.
—Sí, pero esta será una operación muy sencilla. Y me va a operar la doctora Hewitt, que es ni más ni menos que la cirujana jefa de Traumatología del Presbiteriano. Es de las mejores cirujanas de Trauma de California. —Al ver que su familia seguía con cara de espanto, insistió—: Os lo digo en serio, ¿vale? No es gran cosa. En unos días estaré como nuevo.
—¿Y cuándo te operan? —preguntó Johnny.
—El lunes.
—¿Este lunes ya?
—Sí. La doctora Hewitt ha tenido una cancelación y me ha colado. He tenido muchísima suerte.
Carmen, Johnny y Rosa parecía que se estaban relajando por fin. Miguel miró entonces a Robby, que seguía pálido.
—No es gran cosa, te lo juro —le insistió.
Robby abrió la boca, aunque tardó un par de segundos en conseguir formar las palabras.
—Se suponía que... se suponía que estabas bien —susurró.
—Y estoy bien. Esto es solo... un poco de trabajo de mantenimiento.
Robby apoyó el codo en la mesa y apoyó la frente en su mano, escondiendo el rostro. Carmen y Johnny intercambiaron una mirada de preocupación que no pasó desapercibida para Miguel. Sam, que estaba sentada al lado de Robby, le puso una mano en la espalda para reconfortarle. Pero Robby se apartó y se levantó.
—Necesito... tomar el aire.
Todos observaron en silencio cómo Robby desaparecía por la puerta trasera de la cocina.
Johnny suspiró.
—Esto va a ser duro para él también.
El comentario molestó un poco a Miguel, que no pudo evitar ponerse un poco a la defensiva.
—Bueno, ¿y qué se supone que tenía que hacer? ¿Ocultárselo? Además, esto no va sobre él, va sobre mí. Es a mí a quien van a operar, joder.
—Esa lengua, Miggy —le advirtió Carmen.
—Por supuesto que esto no va sobre él —concedió Johnny—. Pero tienes que entender cómo debe sentirse. Se suponía que este tema estaba zanjado.
—Vaya. Lamento que mi espalda esté en desacuerdo.
—Miguel, vamos... No te pongas así.
Miguel alzó las manos en gesto de derrota.
—Está bien, está bien. Tenéis razón. Lo siento.
Sam se levantó.
—Voy a ver cómo está Robby.
Apenas su prometida había salido, cuando volvió a entrar corriendo a la casa.
—¡Tenéis que venir! Algo malo le pasa a Robby.
Al escuchar eso, Johnny se levantó como un resorte. Miguel, Carmen y Rosa también se levantaron y siguieron a Sam y a Johnny hasta el porche trasero.
Robby estaba sentado en los escalones de madera del porche, doblado hacia delante, con los brazos cruzados sobre las rodillas y la cabeza entre ellos. Al pararse a su lado, rodeándole, pudieron escuchar perfectamente su respiración sibilante.
—Es otro ataque de ansiedad... —dijo Carmen.
—¿Qué quieres decir con otro? —exclamó Sam—. ¿Ya le había pasado antes?
—Cuando le solicitaron una segunda entrevista en Glendale —explicó la mujer—. Y cuando se cortó la mano...
—Eso fue más que un ataque de ansiedad —murmuró Johnny, mientras se arrodillaba frente a su hijo—. Robby, vamos, tienes que calmarte. No tienes por qué ponerte así. Miguel está bien. Estará bien. Mírame, chaval.
Pero Robby no se movió. Carmen también se arrodilló frente a él y colocó sus manos sobre las del muchacho.
—Robby, mírame. Mírame. —Robby alzó la cabeza por fin—. ¿Recuerdas aquella vez en tu dormitorio? Recuerdas lo que hicimos, ¿verdad? —Robby asintió—. Bien, pues ya sabes qué hacer. Aguanta el aire. Uno, dos, tres, y cuatro. Y exhalas lentamente. Vamos.
Sin dejar de mirar a Carmen, Robby cerró la boca y aguantó el aire cuatro segundos, y después exhaló lentamente. Repitió el mismo proceso varias veces durante varios minutos, hasta que el silbido desapareció.
—Bien hecho, Robby. ¿Estás mejor? —Carmen apretó sus manos con cariño.
Robby la miró con lágrimas en los ojos.
—Lo siento, Carmen —sollozó quedamente—. Siento tanto que tengáis que pasar por esto otra vez...
—No es tu culpa, cariño. Nunca lo fue.
Después de ver lo realmente afectado que estaba Robby con la noticia, y aquella interacción entre él y su madre, Miguel se sintió fatal por sus palabras de unos minutos atrás.
—¿Me dejáis a solas un momento con Robby, por favor? —pidió.
Johnny y Carmen le miraron y asintieron. Se levantaron y, seguidos de Sam y Rosa, regresaron al interior de la casa.
Miguel se sentó en los escalones junto a Robby.
En realidad, no sabía qué más decirle que no hubiera dicho ya, así que Miguel se limitó a rodear a Robby con un brazo y apretarle contra él en un cariñoso abrazo.
Por primera vez en meses, Robby se dejó abrazar sin ningún reparo.
El lunes a primera hora, Miguel entró en quirófano.
Mientras le preparaban, Miguel miró hacia arriba, hacia la galería. Leah estaba allí, y le saludó con un gesto de apoyo.
El anestesista de confianza de la doctora Hewitt, el doctor Simons, le advirtió que estaban a punto de dormirle. Miguel conocía el protocolo, y sin que tuviera que pedírselo, empezó a contar hacia atrás desde cien.
Despertó un tiempo indeterminado después en la sala de Reanimación, sintiéndose aturdido y con la boca seca. Escuchó a una enfermera preguntar por la doctora Hewitt. Pocos minutos después, la doctora apareció a su lado.
—Hola, doctor Díaz. ¿Cómo te encuentras?
—Un poco aturdido. ¿Cómo ha ido la operación...?
—Ha ido muy bien. Perfecta, de hecho. Volverás a casa en un par de días. Y luego te esperan unas vacaciones de tres semanas. ¿Cómo suena eso?
Miguel sonrió.
—Suena perfecto...
Una hora después, un celador trasladó a Miguel en cama desde Reanimación hasta la planta quinta de hospitalización. En el pasillo esperaban Sam, su madre, Johnny y Robby.
Sam y su madre no pudieron esperar a que el celador metiera la cama en la habitación y casi se abalanzaron sobre él.
—Gracias a Dios, Miggy. Gracias a Dios que todo ha ido bien...
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Sam.
—Perfectamente.
—¿De verdad?
—De verdad.
Carmen se apartó para que Johnny pudiera acercarse también. Miguel alzó la mano para poder chocar la de su padrastro.
—Bien hecho, chaval.
—No ha sido mérito mío, pero gracias.
El último en acercarse fue Robby. Miguel le ofreció su mano, al igual que con Johnny. Robby se la apretó en silencio.
—Te lo dije —sonrió Miguel.
Robby asintió.
Era cierto que los médicos eran los peores pacientes. Miguel odiaba estar en cama. Después de tantos años con la mente ocupada todo el día con sus exigentes estudios de Medicina y luego con su demandante trabajo como residente, encontrarse de repente postrado sin poder hacer nada de nada, era frustrante. Menos mal que solo iban a ser tres días.
El primer día tras su operación, a Miguel le fue imposible convencer a Sam, su madre, Johnny o a Robby para que se fueran a casa. Lo máximo que logró convencerles fue que salieran a comer. Sam, su madre y Johnny accedieron a ir a la cafetería del hospital. Pero Robby se quedó con él en la habitación, sentado en un taburete cerca de la cama.
—Deberías haber ido también a comer algo —le reprochó Miguel en cuanto estuvieron a solas.
—Iré a comer cuando ellos regresen. Además, ¿y si necesitas ir al baño?
—Llamaría a un enfermero para que me trajera la cuña.
—No hay necesidad. Puedo traerla yo.
—Prefiero que lo haga un enfermero. —Miguel notó una pequeña sonrisa bailando en los labios de Robby—. ¿Te estás vengando por algo?
—Para nada.
Robby parecía de buen humor, ahora que lo peor había pasado. De hecho, recordó Miguel, el viernes anterior, antes de dar la noticia de su operación, Robby también había estado de buen humor.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro.
—¿Estás tomando antidepresivos otra vez?
La pregunta no pareció sorprender demasiado a Robby.
—No. Esta vez, la doctora Mallory me ofreció elegir entre tomarlos de nuevo o probar una alternativa más natural.
—¿Qué alternativa?
—Meditación. Si quiero recuperar mi antiguo trabajo no puedo tomar según qué medicación, así que le dije a la doctora Mallory que lo intentaría con la meditación, y le pedí ayuda al señor LaRusso.
—¿Estás meditando con el señor LaRusso? Vaya. No lo sabía.
—Te lo iba a contar, pero pasó todo esto... y, sinceramente, se me olvidó. Solo he quedado un par de veces con él, en el antiguo dojo, para que me guíe un poco. Ha sido... agradable, la verdad. Ya sabes, volver a hacer algo él y yo solos.
En verdad, Miguel no conocía demasiado sobre la estrecha relación inicial que habían mantenido Robby y el señor LaRusso al principio de conocerse, ya que se había producido en un momento en el que Miguel no tenía relación con ninguno de los dos. Pero Sam le había contado que esa relación había sido muy importante para su padre, y lo mal que lo había pasado cuando tuvo que sacrificar dicha relación y entregar a Robby a las autoridades. Y, aunque habían hecho las paces tras la fusión entre Miyagi-Do y Colmillo de Águila, no habían tenido oportunidad de, como había dicho Robby, de retomar la relación a solas.
Alguien tocó a la puerta.
—Adelante —dijo Miguel, pensando que sería Leah.
Pero no era Leah. Era el doctor Hartley.
—Buenos días, doctor Díaz —le saludó el jefe de Cardio—. Me han dicho que la operación salió perfecta. ¿Cómo te encuentras?
—Estoy muy bien. Gracias por pasarse.
—No hay de qué.
El cirujano miró entonces hacia Robby y se acercó a él. Se agachó un poco y le dio un pico en los labios.
—¿Tú cómo estás?
—Bien. Aquí, haciéndole un poco de compañía.
—Te he echado de menos este fin de semana. —Y volvió a besarle.
Al verlos juntos por primera vez, Miguel no pudo evitar sonreír. Robby se dio cuenta y se sonrojó un poco.
—¿Qué miras?
—Soy una celestina que te cagas.
Robby puso los ojos en blanco.
Alguien tocó la puerta de nuevo. Tras el 'adelante' de Miguel, entraron la doctora Kirkman y el doctor Atwood.
Al ver a Robby, el doctor Atwood le sonrió.
—Ey, Robby, me alegro de verte.
El doctor Hartley miró a uno y a otro.
—¿Ya os conocéis?
Robby le dirigió una mirada de pánico a Miguel que no pasó desapercibida para el doctor Atwood. Y era un médico demasiado experimentado como para saltarse la confidencialidad sin querer.
—Solo a través de Miguel. —Tras recibir una mirada agradecida por parte de Robby, el doctor Atwood se dirigió a Miguel—: ¿Cómo estás? La doctora Hewitt está muy satisfecha con la operación.
—Me siento muy bien. Con ganas de levantarme ya.
Tras unos minutos de conversación trivial, los doctores Atwood y Kirkman se marcharon. Un par de minutos después, el doctor Hartley también se fue, no sin antes despedirse de Robby con otro beso.
De nuevo solos en la habitación, Robby suspiró y se pasó la mano por el cabello.
—Eso ha estado cerca. No se me ocurrió que el doctor Atwood pasaría a verte.
—Es que soy muy popular —bromeó Miguel, pero Robby seguía serio.
—Al menos no se ha cruzado con mi padre...
Miguel alzó una ceja.
—¿No quieres que se conozcan?
—Creo que es muy pronto... Además, ya te dije que no creo que duremos mucho, así que no vale la pena hacer las presentaciones.
—Cierto, pero al final no me dijiste por qué piensas eso. No lo entiendo. Parece que él te gusta. Se os ve muy bien juntos.
—No quiero molestarte ahora con mis problemas sentimentales.
—Mírame. -Miguel hizo un gesto amplio con la mano, señalándose a sí mismo-. Me quedan dos días más aquí. Estoy más aburrido que una ostra. Hablarme de tus problemas sentimentales sería una buena distracción.
Robby suspiró otra vez.
—Como quieras. —Robby hizo una pausa, y bajó la mirada—. Él me gusta, es cierto —admitió—. Pero hay un problema.
—¿Qué problema?
—El sexo.
—Oh.
—Tú has preguntado.
—Lo sé, lo sé. ¿Y cuál es el problema exactamente?
—Que no hay, Miguel. No nos estamos acostando. No estamos haciendo nada.
—Bueno, tampoco lleváis tanto tiempo saliendo.
—Ya lo sé. Pero en la segunda cita lo intentamos... y, bueno, fue un absoluto desastre.
—¿Qué pasó?
—Estábamos en su casa, enrollándonos en el sofá, y al principio parecía que todo iba bien. Pero en cuanto trató de desabrocharme los pantalones, me bloqueé completamente. Le pedí que parara y paró, pero yo ya estaba temblando.
—¿Qué pasó después? —preguntó Miguel con suavidad—. ¿Qué explicación le diste?
—Una muy vaga. Que había tenido una mala experiencia en mi última vez, y que necesitaba tiempo.
—¿Y él qué te dijo?
—Que no tenía prisa, y que esperaría el tiempo que hiciera falta.
—Eso es bueno, ¿no?
—En teoría, sí. Pero tarde o temprano se le acabará la paciencia.
—¿Y si le cuentas la verdad...?
—No puedo. Me da mucha vergüenza.
—Por el amor de dios, Robby, no fue...
—No fue mi culpa, ya lo sé. Aun así, no puedo.
—¿Entonces? ¿Qué vas a hacer?
—No hay mucho que pueda hacer. Disfrutaré de su compañía hasta que se canse de mí...
Robby parecía resignado. Miguel se sentía mal por él, pero la verdad, no se le ocurría ninguna manera en la que poder ayudar. Si Robby no quería contarle al doctor Hartley sobre su agresión, nadie podía forzarlo. Además, Miguel lo entendía. ¿Cómo se le cuenta a alguien que te gusta, pero apenas conoces, que te drogaron, te golpearon, te violaron, y te dejaron medio muerto en el suelo de una habitación de motel...?
Un momento.
Miguel se congeló. No se había dado cuenta hasta ese momento de ese detalle.
Era una habitación de motel. Había una cama. Pero la chica de la limpieza que llamó al 911 encontró a su hermano en el suelo, y los paramédicos lo confirmaron.
—¿Por qué estabas en el suelo? —cuestionó Miguel sin poder contenerse.
—¿Qué?
—¿Te violó en el suelo?
Robby parpadeó, sorprendido, ya fuera por lo inesperado de la pregunta o por su crudeza. Tardó unos segundos en responder.
—No.
—¿Entonces? ¿Se supone que te violó en la cama y luego te tiró al suelo?
La mandíbula de Robby se tensó.
—No. —Hizo una pausa y bajó la mirada—. Cuando se fue, yo estaba aún en la cama. Intenté levantarme, pero me caí al suelo. Y ya no recuerdo nada más hasta que me desperté en el hospital.
La sangre de Miguel se heló en su pecho.
—¿Aún estabas consciente cuando te violó? —exclamó horrorizado.
—Sí...
—¿Cómo es posible? Esa droga actúa en minutos...
Robby se encogió de hombros.
—Supongo que porque no me terminé la cerveza. Ya sabes que apenas bebo.
Todo este tiempo, desde que Robby le había dicho al despertar en la UCI que solo recordaba la agresión "en parte", Miguel había dado por hecho que solo recordaba la primera parte, la agresión física. Por conversaciones que había mantenido con Johnny, sabía que su padrastro creía lo mismo. Y Miguel no se había molestado en comprobar si los niveles de flunitrazepam en sus analíticas eran lo suficientemente altos como para haberle noqueado realmente en minutos. Pero el doctor Atwood tenía que haberse dado cuenta de que no, de que los niveles eran demasiado bajos.
—El doctor Atwood lo sabía. —No era una pregunta.
—Sí. Él me preguntó al respecto la primera vez que hablamos a solas. También me preguntó si quería que viniera a verme un psicólogo o un psiquiatra del hospital, pero le dije que ya tenía a la doctora Mallory.
—¿Y por qué nos lo has ocultado a nosotros?
—Pensé que, si creíais que no me acordaba de todo, así os resultaría más fácil a vosotros lidiar con lo que me había pasado.
Puto Robby. Siempre tratando de causar las mínimas molestias a los demás. Incluso había sido capaz de mentir para ello, cuando llevaba apenas unos minutos despierto, tras varios días sedado.
¿Cuál era su maldito problema?
Por primera vez, Miguel se preguntó si lo que les había contado Robby sobre lo que le había sucedido a Jason era toda la verdad, o si también les había ocultado detalles de una verdad más horrible...
Chapter 17: Sorpresa
Summary:
Miguel aparece por sorpresa en San Diego y se entera de la relación entre Robby y su teniente.
Chapter Text
La mirada atónita de Miguel se paseaba entre los dos hombres semidesnudos dentro del apartamento.
—¿Miguel? ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Robby, aproximándose a su hermano.
Jason se alejó un poco de la puerta, aún con el café en la mano. Robby le echó una mirada rápida y maldijo su mala suerte. Si al menos Jason hubiera abierto la puerta vestido, podrían haber dado cualquier excusa. Pero este iba aún solo con la maldita toalla alrededor de la cintura. Y ambos iban con el pelo mojado. Para Robby, era malditamente evidente lo que habían estado haciendo, y suponía que para Miguel también.
—Te dije que... cuando me contaste... lo de tu... trabajo... —Miguel parecía tener dificultades para formar una frase con sentido. Finalmente apartó la vista de los marcados abdominales de Jason y se centró en responder a Robby—. Te dije que iba a darte una sorpresa.
—Con darme una sorpresa... ¿te referías a venir sin avisar?
—Miré el calendario que nos pasaste a la familia y sabía que hoy no tenías turno —se defendió Miguel—. Además, parece que... la sorpresa me la he llevado yo.
Miguel volvió a mirar hacia Jason. Robby carraspeó.
—Miguel, te presento a... Jason Powell, el teniente del parque donde trabajo. Jason, te presento a mi hermano Miguel.
Jason volvió a acercarse a Miguel y le ofreció su mano libre. Miguel se la estrechó.
—Sí, yo... le he reconocido de la fo... Umpf—. Sin pensar, Robby le había tapado la boca a Miguel para que no terminara la frase. Miguel se apartó—. ¿Qué demonios?
Robby se giró hacia Jason, quien los miraba con expresión confusa.
—Jason, ¿y si te vistes? —le propuso.
—Roger.
El hombre dejó la taza vacía en el fregadero y se metió en el dormitorio. El único dormitorio del apartamento.
Miguel dejó la pequeña mochila que portaba en el suelo y encaró a Robby.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó en voz baja. Sin dar tiempo a Robby a responder, añadió—: ¿Estáis... estáis liados?
—...lo estamos.
La confirmación dejó a Miguel sin palabras. Parecía que le estaba costando un poco procesar la situación. Robby cerró la puerta tras él, le puso una mano en la espalda y le guio hasta la pequeña mesa de la cocina.
—Ven a tomarte un café, anda.
—Creo que necesito algo más fuerte...
—No tengo alcohol.
—Lo suponía. Está bien, ponme el café.
Mientras Robby preparaba un café para Miguel y otro para él, Miguel no le quitaba la vista de encima.
—¿Cuánto hace? —inquirió finalmente.
—¿Mm?
—¿Cuánto hace que estáis liados?
—Tres meses.
—¿Tres meses? —repitió el moreno, incrédulo—. ¿Tres meses? ¿Cuándo pensabas contármelo?
—No lo sé, Miguel. Verás, es que se supone que no deberíamos estar liados. Así que cuanta menos gente lo sepa, mejor.
—¿Por qué se supone que no deberíais estar liados?
—Porque en el Cuerpo, si dos bomberos de diferente rango empiezan una relación, deben comunicarlo a Recursos Humanos, y nosotros no lo hemos hecho.
—¿Por qué no?
—Porque justo me acaban de contratar como fijo en el parque. No daría buena impresión.
—Oh. Entiendo. No lo sabe nadie, ¿entonces? Aparte de mí, quiero decir.
Robby titubeó.
—Solo Sam.
A Robby no le pasó desapercibido el gesto de dolor que cruzó el rostro de Miguel.
—¿Se lo contaste a Sam y a mí no?
El joven bombero no supo qué decir.
—Lo siento.
Resignado, Miguel se pasó las manos por el cabello. Pasados unos segundos, volvió a hablar.
—Así que... ¿ahora eres gay?
Robby dejó dos humeantes tazas de café sobre la mesa y se sentó frente a su hermano.
—No lo sé. Jason es el único hombre por el que me he interesado. ¿Quizá soy bi? Estaba realmente enamorado de Tori. —Se encogió de hombros—. No me importa, la verdad, así que tampoco me he preocupado mucho de etiquetarme.
Miguel dio un sorbo a su café, pensativo. A pesar del shock inicial, daba la impresión de que ya se había repuesto, y así se lo comentó Robby.
—Bueno, yo... le he reconocido en cuanto me ha abierto la puerta. Y recordando cuando me hablaste de él en Navidad, ahora me resulta obvio que sentías algo por él —explicó Miguel.
—Ya... —murmuró Robby, sonrojándose un poco. Bajó la mirada hacia la taza de café en sus manos—. Entonces, tú... ¿estás bien con esto?
—¿Qué quieres decir?
—Eres católico...
—Ah, eso. Pff, sí, a ver, estoy bautizado, pero no soy muy practicante, precisamente.
—¿Y tu madre y tu abuela?
—¿Que si son practicantes? Bueno, más que yo, desde luego, pero no son unas fanáticas religiosas.
Robby se mordió el labio.
—¿Qué crees que dirían si se enteraran?
Al darse cuenta de la preocupación de Robby, Miguel abrió mucho los ojos.
—Espera, ¿de verdad te preocupa que les pueda parecer mal? Geez, ni de coña, tío. No les va a importar lo más mínimo. Te adoran. Joder, a veces pienso que te quieren más a ti que a mí.
—No digas tonterías...
—Robby, en serio, no te preocupes. —Miguel alargó su mano por encima de la mesa y la posó suavemente sobre el antebrazo de Robby, de forma tranquilizadora—. Oye, volviendo al tema de antes, a mí me preocupa lo que me has dicho sobre llevarlo en secreto. ¿Qué pasará si os descubren?
—Si eso pasara, me ocuparé de que las consecuencias sean solo para mí. —Jason, ya vestido con la misma ropa del día anterior, había regresado al salón—. Lo siento, no era mi intención escuchar, pero en este apartamento se oye todo.
Los ojos de Jason se posaron en la mano de Miguel sobre el antebrazo de Robby. Instintivamente, Robby apartó el brazo. Se levantó y fue a su encuentro.
—Lo siento, se lo he tenido que contar. Era demasiado obvio.
—No pasa nada. Es tu 'hermano', ¿no? —Jason pronunció la palabra de forma algo extraña.
—Sí...
—¿Vas a quedarte mucho tiempo, Miguel? —preguntó Jason.
—Eh, no, me vuelvo a Stanford esta misma tarde.
—Bueno, pues me voy para que podáis pasar el día juntos.
—¿No te importa? —preguntó Robby.
—Claro que no. —Se giró un segundo hacia Miguel—. Adiós, Miguel. Encantado de conocerte.
—Igualmente.
Robby acompañó a Jason a la puerta.
—Nos vemos mañana en el parque.
—Sí.
El muchacho se alzó un poco de puntillas con la intención de darle un casto beso en los labios al hombre a modo de despedida, pero este le agarró de la cintura, le estampó la espalda contra la pared, y empezó a besarle de cualquier forma menos 'casta'.
Y Miguel que podía verlos perfectamente desde la cocina. Maldito Jason.
—N-no... —Robby intentó hablar, pero tenía la lengua de su teniente metida hasta la garganta.
Con su mano libre, Jason le agarró del cuello, y entonces se oyó un ruido sordo. Robby vio de reojo que Miguel se había levantado de golpe y la silla se había ido al suelo. Recordando lo protectivo que podía ser su hermano, Robby supo que tenía que detener aquello cuanto antes. Colocó ambas manos en el pecho de Jason y empujó con fuerza. Jason no se resistió y se separó de él.
—¡Joder, Jason! —siseó, pasándose el dorso de la mano por la comisura de los labios para limpiarse la saliva—. Tenemos un invitado, por si no te has dado cuenta.
—Es de la familia, hay confianza, ¿no?
—Jason... —le advirtió.
—Está bien. Lo siento, lo siento...
Miguel tenía la mandíbula tensa y los puños apretados, pero no se había movido del sitio. Jason miró hacia él con una sonrisa más burlona que de disculpa, luego le dio un beso a Robby en la mejilla y se marchó.
Robby cerró la puerta tras él y regresó con Miguel, quien ahora lo miraba con los ojos muy abiertos.
—¿Qué cojones ha sido eso? —demandó, haciendo aspavientos con las manos.
—¿El qué? —Robby se hizo el tonto.
—¿El qué? Te ha estampado contra la pared y te ha puesto la mano en el cuello. ¿Siempre es así de agresivo?
—Claro que no. Solo intentaba provocarme. O provocarte a ti. No estoy seguro.
Su hermano no parecía convencido.
—Te lo pregunto en serio, Robby. ¿Debo preocuparme?
Robby le miró fijamente.
—No.
La expresión de Miguel se relajó un poco.
—Vale.
Miguel colocó de nuevo la silla en pie.
—Bueno, pues... ¿qué te apetece que hagamos? —preguntó Robby para cambiar de tema cuanto antes—. Tú no has estado nunca aquí en San Diego, ¿verdad?
—No, no he estado nunca. —Miguel se encogió de hombros—. La verdad, lo que tenía pensado era, creyendo que seguías soltero, es que nos fuéramos a ligar a un par de pavas a la playa, pero...
—¿Un par de pavas? Madre mía, Miguel.
—Pero ahora que te has cambiado de bando... Bueno, más para mí, supongo.
Robby cogió un trapo de cocina y se lo lanzó a Miguel a la cara.
—Tú lo que necesitas es una novia. Pero va, vamos a la playa...
Fue realmente agradable y divertido para Robby pasar el día con Miguel en la playa. Hacía muchísimo tiempo que no salían los dos solos. Además, a la hora de la verdad, Miguel no mostró ningún interés en ninguna de las chicas con las que cruzaron miradas o palabras, sino que prefirió pasar todo el rato con él, simplemente charlando mientras tomaban el sol. Miguel le contó que había decidido ser cirujano, aunque aún no se había decidido por una especialidad en concreto, y que, en cuanto terminara la carrera, empezaría enseguida la residencia, a poder ser en un hospital de Los Ángeles. Robby le contó a Miguel cómo había empezado su relación con Jason, pero al igual que con Sam, sin entrar en detalles íntimos.
Robby se preguntó si debería contarle a su hermano que Sam volvía a estar soltera, pero, al igual que había estado haciendo los últimos años, decidió no entrometerse.
Después de comer, regresaron al apartamento de Robby para que Miguel recogiera sus cosas, y luego Robby acompañó a su hermano hasta el coche.
—Bueno, nos vemos en casa en unas semanas, ¿no? —dijo Miguel.
—¿En unas semanas? —repitió Robby, confuso.
—La fiesta de cumpleaños de Sara. Mi madre me ha dicho que vendrás.
—Ah, sí. Sí, no tengo turno, así que ahí estaré.
—¿Vendrás con Jason?
Robby parpadeó.
—Ni me lo había planteado, la verdad.
—Deberías. Mira, no sé si acabo de entender el tipo de relación que tenéis, pero pareces realmente feliz. Y a Johnny le encantaría verte así de feliz.
Robby alzó una ceja.
—Conociendo a mi padre, tú crees que le encantaría... ¿verme con Jason?
Miguel sonrió burlón.
—Para nada. Va a flipar. No puedo esperar a verlo.
A pesar de que para él no era una perspectiva agradable, Robby no pudo evitar sonreír también.
—Que te den.
—¿Pero le traerás o no?
—No lo creo. A ver, la verdad es que me gustaría que viniera conmigo, claro que sí, pero dudo que él quisiera.
—Bueno, ya avisas, para ir comprando las palomitas para el espectáculo. Adiós, hermano. Cuídate.
Se dieron un abrazo y se despidieron.
Al día siguiente, Robby llegó pronto al parque, con la esperanza de que Jason también estuviera allí, y poder estar a solas un rato, aunque no pudieran tocarse.
Le encontró en el gimnasio, dando patadas al saco de arena. Jason le había dicho que el karate ya no era lo suyo, pero por cómo machacaba aquel saco tan a menudo, no lo parecía.
—Ey —saludó Robby con una sonrisa.
Jason se detuvo, y le devolvió la sonrisa.
—Ey.
Qué diferente aquel cálido recibimiento del de la primera vez que le vio en el gimnasio, pensó Robby, cuando su teniente se había mostrado tan frío con él. Ahora sabía que en esa época solo trataba de mantener la distancia entre ellos por el bien de Robby.
—¿Qué tal con tu hermano ayer? —le preguntó Jason mientras se agachaba para coger la toalla.
—Muy bien. Fuimos a Ocean Beach.
Mordiéndose el labio, Robby contempló cómo el hombre se secaba el sudor, primero de cara y cuello, y luego de los fibrados brazos. Jason se dio cuenta.
—Si no dejas de mirarme así, te voy a follar en la ducha.
La amenaza hizo estremecer a Robby. Pero sabía que no iba en serio. Jason jamás se arriesgaría a hacer algo así en el parque.
—No lo harías.
—No, no lo haría —concedió Jason. Tiró la toalla a un lado y se alejó unos pasos hasta el centro de la sala. Se giró hacia Robby y le hizo un gesto para que le siguiera—. Ven.
Extrañado, Robby dejó su mochila en el suelo y obedeció.
—¿Qué pasa?
—Pasa que ya es hora de conocer ese Miyagi-Do karate del que tanto me has hablado. ¿O era Cobra Kai? No tengo claro aún cuál es tu estilo.
—Supongo que es una mezcla entre ambos. Pero, espera... ¿qué quieres decir con conocerlo? ¿Quieres... luchar?
—Eso es.
—¿Aquí? ¿Ahora?
—¿Por qué no? Falta media hora para empezar el turno, y un combate solo dura tres minutos. O incluso podemos hacerlo a muerte súbita. Y esta zona está acolchada.
Efectivamente, había tiempo de sobra y la zona central del gimnasio tenía una estera acolchada de un tamaño muy parecido al de un tatami de karate estándar.
Aun así, la idea de combatir contra Jason no era del agrado de Robby.
—No sé si es buena idea...
—¿Por qué no? Tranquilo, solo será como un combate de entrenamiento. No te haré daño.
Al oír esa frase condescendiente, Robby apretó la mandíbula.
—¿Y si te hago yo daño a ti?
La sonrisa de Jason era retadora.
—Ah... ¿En serio crees que podrás tocarme siquiera?
Sabía que Jason solo intentaba provocarle. Pero lo había conseguido.
—Vale, de acuerdo. —Robby se quitó las deportivas y los calcetines, y ya descalzo, entró en la zona acolchada, y se quedó a dos metros del teniente.
—¿Necesitas calentar?
—No, ya he venido andando.
—Vamos, pues. Oye, ¿y si lo hacemos más interesante?
—¿Más interesante? ¿Cómo?
—Una apuesta.
Aquello empezaba a ser sospechoso.
—¿Qué quieres apostar?
"Por favor, que no sea algo sexual". Robby adoraba el sexo con Jason, pero no estaba seguro de si su cuerpo podría soportar ir más allá, en plan juguetes o algo así.
—Si gano el combate, vendrás este verano conmigo a Montana.
Eso no se lo esperaba.
—¿A Montana? ¿Este verano? -repitió, atónito.
—Sí. He revisado los calendarios y coincidimos una semana de vacaciones.
—Pero... con tu familia, ¿quieres decir?
—Sí. Quieren conocerte...
Robby sabía, porque Jason se lo había contado, que la familia de Jason conocía perfectamente su orientación sexual. De lo que Robby no tenía ni idea, era que Jason les hubiera hablado de él. Miró fijamente al hombre. Por primera vez en más de un año desde que lo conocía, Jason Powell parecía... ¿inseguro? ¿Era eso posible?
¿Por eso estaba montando ese numerito, con el combate y la apuesta? ¿Porque había supuesto que, si simplemente se lo pedía, como una persona normal, Robby diría que no?
¿Al igual que Robby había supuesto que Jason no querría acompañarle a Los Ángeles al cumpleaños de Sara?
Robby se preguntó si de verdad eran ambos tan idiotas.
Pero era su oportunidad.
—¿Y si gano yo?
—Lo que quieras.
—Vale. Si gano yo, serás tú el que me acompañe a Los Ángeles dentro de un par de semanas, al cumpleaños de mi hermana.
Jason entrecerró los ojos.
—Vale —dijo simplemente, y se colocó en posición de combate—. ¿Muerte súbita?
—Ok.
Robby inspiró hondo y también colocó en posición. Gracias a los entrenamientos en el dojo de Liberty Station ya no estaba tan oxidado como cuando había combatido con Eli la Navidad pasada. Y se sentía en plena forma.
Jason era campeón mundial de karate, pero llevaba década y media sin estar en activo, presuntamente. Y aunque estaba en muy buena forma, no dejaba de tener ya 36 años.
Pensó que tenía una posibilidad.
Jason estiró una mano hacia él y, con un gesto provocador, le instó a atacar primero.
"Cobra Kai, entonces".
Robby se lanzó hacia Jason, se agachó e hizo un barrido, que Jason esquivó fácilmente simplemente alzando su pie derecho. Robby repitió el movimiento rápidamente, esta vez apuntando al pie izquierdo de Jason, pero Jason dio un pequeño salto y también lo esquivó. Robby pasó entonces a efectuar una ráfaga de golpes altos, que Jason también esquivó.
No podía ser que no consiguiera ni tocarle. Robby pensó que ojalá hubiera visualizado más combates de Jason en Youtube, aparte de la final que le valió el oro, así al menos conocería algo de su estilo.
"Concéntrate".
Robby respiró hondo, y lanzó una de sus mejores patadas: una patada giratoria de 360 grados. Esta vez Jason no pudo esquivar el golpe, sino que tuvo que bloquearlo con ambos antebrazos.
Al menos, ya había conseguido tocarle. Pero no tuvo tiempo de felicitarse a sí mismo: con un movimiento increíblemente rápido, Jason se agachó y barrió la única pierna que Robby tenía apoyada en ese momento.
La espalda de Robby golpeó contra la colchoneta. El impacto, aunque no doloroso, le dejó por un momento sin aire. El puño de Jason se acercó a toda velocidad a su pecho. Pero Robby aún no estaba acabado. Se dio la vuelta sobre sí mismo a toda velocidad. El puño de Jason impactó sobre la colchoneta.
Robby vio su oportunidad y se lanzó contra Jason para derribarlo, pero este le esquivó. Se pusieron de pie. Aprovechando que el hombre volvía a estar a la defensiva, Robby lanzó un golpe con el puño derecho. Jason le bloqueó, agarrándole el puño con una sola mano. Robby lanzó entonces su puño izquierdo, y Jason lo bloqueó también del mismo modo. Se quedaron inmóviles un segundo, mirándose fijamente, y luego Jason sonrió y le empujó hacia atrás.
Y entonces Jason contraatacó.
Al contrario que había hecho Jason, Robby no fue capaz de simplemente esquivar la ráfaga de golpes altos, tuvo que bloquearlos uno por uno, y no le resultó nada fácil. Necesitó usar sus mejores movimientos de Miyagi-Do para conseguirlo. Jason lanzó un contundente barrido que Robby esquivó a duras penas, y perdió un poco el equilibrio. Entonces Jason consiguió agarrarle de la cintura con una mano. Robby intentó zafarse enseguida, pero Jason fue más rápido, y con su otra mano le agarró del hombro. Robby notó enseguida que Jason le había pillado bien, y, efectivamente, un segundo después, la sala del gimnasio se dio la vuelta ante sus ojos. Jason le había volteado y lanzado por los aires con una facilidad pasmosa.
Aterrizó de espaldas. Esta vez, ya no pudo incorporarse a tiempo, y el puño de Jason impactó sobre su pecho.
Punto y final del combate.
Jason había ganado.
Robby se quedó tendido en el suelo, boca arriba, jadeando, intentando recuperar el aliento. Jason se quedó de rodillas junto a él. Al menos, él también jadeaba por el esfuerzo.
—¿Estás bien? —le preguntó el hombre.
—Sí...
Jason le ofreció la mano, Robby la aceptó y, con su ayuda, se incorporó hasta quedar sentado frente a él.
—Lo has hecho muy bien.
—No lo suficiente. Montana, entonces.
—No voy a obligarte si no quieres.
—Sí quiero ir. Pero conocer a tu familia me causa un poco de... ansiedad.
—Pues no debería. —Jason vaciló antes de continuar—. Así que... ¿quieres que te acompañe al cumpleaños de tu hermana? Si es así, lo haré.
Robby le miró sorprendido.
—¿Lo harías? Pero... he perdido el combate.
—Eso da igual. —Jason le cogió suavemente de la barbilla y clavó sus ojos azul claro en los verdes de Robby—. ¿Aún no te has dado cuenta? Ahora mismo eres lo más importante de mi vida. Estoy loco por ti, Robby. Haría cualquier cosa por ti. Así que, si quieres que vaya a Los Ángeles contigo, iré.
La vehemencia de las palabras Jason hizo que se le contrajera el corazón.
—Sí que quiero.
—Hecho, pues. —Jason sonrió satisfecho, pero luego frunció el ceño—. Pero... tu familia no sabe nada de mí, ¿verdad? Excepto tu hermano.
Robby se mordió un labio.
—Así es.
Jason suspiró.
—Bueno, supongo que será... interesante.
Chapter 18: Discusión
Summary:
Miguel se ve envuelto sin querer en una discusión entre Robby y Kevin.
Chapter Text
Después de una operación de tres horas, Miguel estaba exhausto pero feliz.
No es que él hubiera hecho mucho. Básicamente se había pasado las tres horas aspirando, aguantando pinzas dentro del abdomen abierto de un hombre, y respondiendo a las preguntas de los doctores Atwood y Wilson, los médicos adjuntos que realmente habían llevado a cabo la colectomía.
Aunque solo era residente de primer año, cada vez más médicos adjuntos solicitaban a Miguel como médico residente para sus operaciones. Miguel estaba encantado. Sus compañeros de residencia, como Leah, no tanto. Pero Miguel decidió que no iba a pisar el freno por ellos. Una vez acabada la residencia, había pocas plazas para quedarse en el Presbiteriano como adjunto. Si Miguel quería conseguir una plaza en el departamento de Cardio, tenía que ir a por todas.
Mientras rellenaba el informe correspondiente en su tablet, apoyado en el mostrador de enfermería, el doctor Hartley se acercó a él.
—Doctor Díaz —le saludó—. Te estaba buscando. Tengo que hablar contigo. ¿Te apetece que vayamos a comer juntos a la cafetería?
—Lo siento muchísimo, pero no puedo. Voy a aprovechar la hora del almuerzo para ir a hacer una compra importante. Con Robby, de hecho.
—Oh, es verdad. Algo me comentó. Tu traje de boda, ¿puede ser?
—Eso mismo.
—Entonces hablemos aquí mismo, si tienes un momento.
—Claro. ¿De qué se trata?
—Mañana tengo un reemplazo de la válvula aórtica. Y necesito un residente. ¿Te interesa?
Miguel abrió mucho la boca.
—¡Sí, por supuesto!
—Genial. La operación será mañana a las nueve, en el quirófano 2. Los detalles están en la intranet. Estúdiate el caso, y si tienes alguna duda, me consultas.
—De acuerdo. Muchísimas gracias por la oportunidad.
—De nada. Por cierto, me ha dicho Atwood que hoy lo has hecho muy bien. Y sé que Wilson también está muy contento. Enhorabuena.
—Gracias, doctor Hartley.
El doctor Hartley se apoyó en el mostrador y se inclinó un poco hacia él.
—Por cierto, cuando estamos los dos hablando a solas, se me hace raro que me llames doctor Hartley. Prefiero que me llames simplemente Kevin.
—Oh... De acuerdo.
—¿Puedo yo llamarte Miguel?
—Sí, claro.
—Genial. Bueno, me voy, que me esperan para una consulta en Urgencias. Hasta luego.
—Hasta luego.
Miguel le observó marcharse sin poder evitar sonreír como un tonto. ¡Un reemplazo de válvula aórtica! Los médicos adjuntos no solían solicitar internos de primer año para ese tipo de operaciones, sino de segundo como mínimo.
—Con que un reemplazo de la válvula aórtica, ¿eh?
Miguel se giró hacia la voz femenina. Era Leah.
—Sí...
—Vaya. Supongo que el que un adjunto salga con un familiar tuyo, tiene sus ventajas.
Su compañera de residencia siguió andando, dejando a Miguel con muy mal sabor de boca.
No podía ser que el doctor Hartley le hubiera ofrecido esa operación solo por eso.
¿Verdad?
La imagen que le devolvía el espejo no estaba nada mal, pensó Miguel. Aquel traje le sentaba como un guante.
—Tenías razón —le dijo a Robby, mirándolo a través del espejo—. Este me queda muchísimo mejor.
—Por supuesto que tenía razón —sonrió Robby, sentado en un taburete en una esquina del gran vestidor—. Mi sentido de la moda es mucho mejor que el tuyo.
—¿Ese sentido de la moda se agudiza al volverte queer? —se burló Miguel.
—Ja, ja. Muy gracioso.
Robby se levantó y se aproximó a él hasta quedar cara a cara, muy cerca. Cogió el nudo medio deshecho de la corbata de Miguel y se dispuso a arreglarla. Al tenerle tan cerca, Miguel pudo oler perfectamente su colonia. Luego Robby se apartó, y Miguel volvió a mirarse en el espejo.
—Sí, definitivamente me lo quedo. —Miguel suspiró—. Genial, una cosa menos. Gracias por ayudarme. Yo no habría sabido ni a qué tiendas ir.
—No hay de qué. Es una de las tareas del padrino, además. Ahora solo me falta organizar la despedida de soltero y escribir el discurso del brindis. —Robby hizo una pequeña mueca—. Nunca he escrito un discurso. No sé qué me va a salir.
—Lo siento. Cuando te pedí ser mi padrino, solo pensaba en que quería tenerte a mi lado en el altar. No pensé en todo el trabajo que iba a suponerte.
—No es tanto trabajo. Además, creo que, para la despedida de soltero, voy a pedirle ayuda a Eli.
—¿A Eli? No, no, ni se te ocurra. Acabaríamos perdidos y desnudos en mitad del desierto o algo peor.
—Pero, ¿qué dices? No exageres. Vale que está un poco loco, pero...
—No exagero —interrumpió Miguel—. La última vez que salí de marcha con él, cuando vino a verme a Stanford, fuimos a una discoteca en San Francisco, y el muy loco trepó a la plataforma de las gogós y se desnudó de cintura para arriba, haciendo su numerito del halcón en la espalda. Como te puedes suponer, nos echaron del garito a patadas.
—¿En serio?
—En serio.
—¿Todo bien por aquí? —El dependiente de la tienda asomó la cabeza por detrás de una cortina.
—Sí, todo bien. —Miguel se giró hacia él—. Voy a quedarme con este.
El dependiente, un hombre de unos cuarenta años vestido también con traje y corbata, entró del todo en el vestidor y se acercó a ellos.
—Es una gran elección. —El dependiente dio una vuelta alrededor de Miguel—. La talla le va perfecta. Solo necesita ajustar un poco la espalda y los bajos del pantalón. Vuelvo enseguida.
El dependiente regresó al cabo de un minuto, y fue colocando varias agujas en la tela.
—Ya está listo. Tenga cuidado al quitarse la chaqueta, no se vaya a pinchar. Le espero fuera.
—Gracias.
En cuanto el dependiente salió, Miguel empezó a desvestirse.
—¿Te apetece ir a comer? —preguntó Robby—. El Olive Garden está cerca.
—No puedo. Tengo que volver ya al hospital. ¿Otro día?
—Claro, sin problema.
En cuanto Miguel se hubo cambiado, los dos chicos salieron del vestidor. El dependiente les esperaba en el mostrador. Le dijo a Miguel que tendría el traje listo para la segunda prueba en dos semanas. Miguel pagó el depósito, los dos se despidieron del hombre, y salieron de la tienda.
Echaron a andar hacia donde habían dejado el coche de Robby aparcado.
—Entonces, sobre la despedida, ¿a quién quieres que invite? Aparte de Eli y Demetri, claro.
—Supongo que habría que invitar a Anthony.
—Vale. ¿Alguien más? ¿Algún compañero de trabajo, o de la universidad?
—La verdad es que no. Prefiero algo más íntimo, con amigos de verdad. —Miguel hizo una pausa y le echó una mirada a Robby—. Pero puedes invitar al doc... Kevin, si quieres.
—Gracias, pero creo que no es apropiado. Ni Eli, ni Demetri, ni Anthony le conocen, y les cortaría un poco el rollo. Además, con la agenda que tiene, dudo que pueda permitirse irse de viaje un fin de semana. —Robby se encogió de hombros.
—¿Cómo van las cosas con él? Dijiste que creías que duraríais poco, pero ya lleváis varios meses...
—Ya... La verdad es que me ha sorprendido. No sé cómo puede tener tanta paciencia.
—¿Nada de sexo aún?
Robby sacudió la cabeza.
—Nada de nada.
A Miguel no le sorprendió. Ahora que sabía que Robby lo recordaba todo, que había estado consciente todo el tiempo que duró su agresión, no le extrañaba que a su hermano le costara volver a intimar con alguien.
—Pero hay algo... que ha cambiado en las dos últimas semanas —comentó Robby de repente.
—¿El qué?
—No sé explicarlo. Aunque no estemos teniendo sexo, al menos nos... besábamos. Nos acariciábamos. Pero algo cambió hace dos semanas. Ya no me besa si no soy yo el que lo inicio. No me toca. Me mira diferente. No lo sé, Miguel... es como... es como si lo supiera.
Miguel le miró sorprendido.
—¿Tú crees?
—Sí. Y no dejo de darle vueltas a cómo podría haberse enterado. Se me ha ocurrido una posibilidad, y quería preguntarte al respecto.
—¿A mí? Yo no le he dicho nada.
—Ya lo sé. —Robby se detuvo, y Miguel hizo lo mismo—. Lo que quería preguntarte es... ¿Kevin tiene acceso a mi historial clínico en el Presbiteriano?
Miguel parpadeó. Ni se le había ocurrido pensar en esa posibilidad.
—Tiene acceso. Pero un médico no puede consultar los historiales clínicos de pacientes a los que no ha tratado.
—¿No puede o no debe? Acabas de decir que sí tiene acceso.
—No debe.
—Entonces, él puede haberlo consultado.
—Sí, podría haberlo hecho. Pero Kevin ni siquiera sabe que estuviste ingresado en el Presbiteriano. ¿Por qué te habría buscado en la intranet?
—Yo qué sé, Miguel. Habrá atado cabos.
—¿Y si se lo preguntas?
—Si se lo pregunto, y yo me equivoco, entonces sí se enterará de que estuve ingresado en el Presbiteriano.
—Ya, tienes razón...
—¿Hay alguna manera de saber si Kevin ha mirado mi historial?
A Miguel no le estaba gustando nada el rumbo que estaba tomando la conversación.
—Si Kevin ha consultado tu historial, habrá quedado registrado en la intranet, en el mismo archivo, con la fecha y hora de la consulta.
—¿Y tú puedes averiguarlo?
—Sí... solo tendría que acceder yo también.
—¿Eso supondría un problema para ti?
—No, porque yo sí estaba en tu caso... Es decir, no podía tratarte directamente ni tomar decisiones, pero podía hacer un seguimiento.
—Entonces, ¿podemos comprobarlo hoy mismo? ¿Por favor?
—¿Podemos? ¿Quieres que lo miremos juntos?
—¿Por qué no? Es mi historial. ¿Acaso no puedo verlo yo también?
Claro que podía, pero las cosas no se hacían así, pensó Miguel.
Pero era la primera vez en mucho tiempo que Robby le pedía un favor importante.
Como para decirle que no.
—Está bien... —suspiró—. Vamos.
Tras dejar el coche en el aparcamiento subterráneo del hospital, Miguel y Robby subieron primero por un ascensor y luego por otro (por normativa de calidad de aire, un mismo ascensor no puede comunicar las plantas de uso aparcamiento con las plantas de uso hospitalario) hasta la planta de Cirugía, y una vez allí Miguel guio a su hermano por los pasillos hasta la sala de descanso de los residentes. Por el camino, se toparon con Leah y Garret, quienes les saludaron un poco extrañadas al verle pasar con Robby, pero no hicieron ningún comentario al respecto.
Dentro de la sala de descanso, los dos muchachos se sentaron juntos frente a uno de los ordenadores.
—Vale, vamos allá... —murmuró Miguel.
El joven médico tecleó sus credenciales para poder acceder a la intranet del hospital. Luego fue al buscador de historiales, y tecleó 'Robert Keene'.
Tras un par de clics, el historial clínico de Robby se mostró en pantalla. Miguel hizo clic en la pestaña "consultas recientes" en un lateral, y apareció una lista de nombres y fechas.
El primer nombre de la lista era Dr. Kevin Hartley, con fecha de dos semanas atrás.
Las sospechas de Robby habían resultado ser totalmente ciertas.
Miguel miró a Robby, quien seguía mirando fijamente la pantalla con rostro pétreo.
—Lo siento —fue lo único que se le ocurrió decir a Miguel.
—No eres tú quien debe sentirlo.
La puerta de la sala de descanso se abrió. Los dos chicos se giraron. Y cómo no, pensó Miguel, era el doctor Hartley.
—Ey —saludó el hombre—. La doctora Choi me ha dicho que estabais aquí. ¿Ocurre algo?
—¿Fisgaste en mi puto historial clínico? —fue el gélido saludo de Robby.
Miguel se estremeció y observó al doctor Hartley, que se había quedado paralizado.
—Robby, yo... —empezó, pero no parecía que tuviera intención de terminar la frase.
Robby se levantó y dio un par de pasos hacia él.
—¿Cómo has podido? Has invadido mi intimidad.
—Lo siento. Lo siento, Robby. —El hombre hizo un gesto de derrota con las manos—. Pero me estaba volviendo loco. Necesitaba saber qué te había pasado.
—Y yo solo necesitaba más tiempo. Te lo dije. Y te dejé muy claro que, si tú no estabas de acuerdo con esperar, podías romper la relación cuando quisieras.
—¿Romper la relación? —El médico frunció el ceño—. No voy a hacer eso. Te lo dije: estoy enamorado de ti, joder.
Miguel abrió mucho la boca.
Pero Robby ni se había inmutado.
—No deberías haber hecho esto.
—Tienes razón, Robby. No debería haberlo hecho. De verdad que lo siento.
Robby se giró hacia Miguel.
—Me voy —dijo simplemente—. Gracias, Miguel. Ya nos veremos.
—Robby...
Robby echó a andar hacia la puerta.
—Robby, espera...
El doctor Hartley se movió rápidamente hacia él para interceptarle, y le agarró del brazo. Robby se revolvió como un gato furioso.
—¡NO ME TOQUES!
Sobresaltado, Miguel se levantó enseguida, dispuesto a intervenir. Pero no fue necesario, porque el doctor Hartley soltó inmediatamente a Robby y dio un paso atrás. Robby salió de la sala dando un portazo.
Tras varios segundos de incómodo silencio, el doctor Hartley se dirigió a Miguel.
—Deberías haber hablado primero conmigo, ni que fuera por cortesía profesional. No venir con él y meterlo en la sala de residentes.
Genial, pensó Miguel. Ahora el doctor Hartley, con suerte su futuro jefe, el profesional que más admiraba, estaba cabreado con él.
Pero era el doctor Hartley quien se había equivocado, no Miguel.
—Y tú no deberías haber fisgado en el historial de Robby —le espetó—. ¿En qué demonios estabas pensando? Podría demandarte.
El doctor Hartley se dejó caer en el sofá, derrotado.
—Y yo qué sé. No me atrevía a seguir preguntándole porque no quería presionarle. Ya no sabía qué más hacer para averiguar el alcance del daño.
La última frase desconcertó a Miguel.
—¿Ya sabías lo que le había pasado?
El jefe de Cardio se burló otra vez.
—¿Crees que soy tonto? 'Mala experiencia', mis cojones. Supe enseguida que a Robby le habían agredido. Era evidente. —El hombre suspiró—. Y cuando le vi con el doctor Atwood, se me ocurrió que quizá le habrían atendido aquí. Pero lo que no sabía era que había estado casi un puto mes en la UCI. Que casi le habían matado.
Sin saber muy bien qué hacer, Miguel se sentó en el sofá, aunque a una distancia prudencial del otro hombre.
—Entonces... ¿qué va a pasar ahora? —preguntó en voz baja.
—Ni idea. —El doctor Hartley echó la cabeza hacia atrás, hasta apoyarla en el respaldo del sofá—. Ahora tiene la excusa que buscaba para romper conmigo, así que...
—¿A qué te refieres? ¿Por qué iba a buscar mi hermano una excusa para romper contigo?
El hombre ladeó la cabeza y le miró fijamente.
—Tu hermano no está solo asustado del sexo, Miguel. También le asusta el amor. En el momento en que le dije que estaba enamorado de él, lo noté. Supongo que tendrá algo que ver con ese Jason.
Miguel asintió.
—Probablemente...
—Robby le amaba, eso está claro. ¿Jason le amaba a él?
—Yo solo coincidí con él unas pocas veces, pero... sí. Estoy convencido de que amaba a mi hermano. Habría hecho cualquier cosa por él.
"Le salvó la vida, de hecho. ¿Hay mayor prueba de amor que esa?”
—Bueno, no me extraña. Tu hermano es especial, ¿sabes?
—Sí, lo sé.
Kevin suspiró y se levantó.
—En fin. Yo ya he terminado por hoy. Me voy a casa. Nos vemos mañana en el quirófano. No llegues tarde.
Miguel alzó una ceja.
—¿Todavía me quieres en la operación?
El médico le dirigió una mirada dura.
—¿Acaso te crees que te he invitado a mi operación porque salgo, o salía, con tu hermano? ¿Qué cojones, Miguel?
Miguel se sonrojó.
—No, claro que no. Lo siento.
—No, claro que no —repitió el hombre—. Te he invitado a la operación porque ahora mismo eres el mejor residente de primer año y porque me dijiste que estabas interesado en especializarse en Cardio. Así que lo dicho: estúdiate bien el caso. No llegues tarde. Y no la cagues.
Miguel asintió, más sonrojado aún.
Chapter 19: Presentación
Summary:
Conocer al padre siempre es delicado... sobre todo si ese padre es Johnny Lawrence.
Chapter Text
—Vale, recuérdame cuál es el plan.
—No vamos a decir nada hasta que la fiesta haya terminado. No quiero fastidiarle el cumpleaños a mi hermana.
—¿Por qué se lo ibas a fastidiar? ¿Tan mal crees que se lo va a tomar tu padre?
—No se lo va a tomar bien, eso seguro. Mi padre es un poco... anticuado en algunas cosas. Y cabezota. Muy cabezota.
—¿Y la excusa para yo acompañarte hoy es...?
—Se me ha roto el coche y tú, como buen teniente y amigo, te has ofrecido a llevarme.
—Pero eso no es excusa suficiente para quedarme en la fiesta.
—Conozco a Carmen, y, sobre todo, conozco a Rosa. Te insistirán en que te quedes.
—Si tú lo dices...
—Ya lo verás.
—¿Tu hermano y esa tal Sam están avisados para que no digan nada antes de tiempo?
—Están avisados.
Iban por la altura de la playa de San Onofre, lo que significaba que todavía quedaba más de una hora para llegar a Reseda Sur, tal y como indicaba el GPS. Robby miró hacia la izquierda, hacia el mar. Bajó un poco más la ventanilla, echó la cabeza hacia atrás en el asiento del copiloto, y cerró los ojos.
Debido a los nervios, aquella noche no había dormido demasiado, y entre la agradable brisa marina y la vibración del coche eléctrico de Jason, se quedó dormido.
Se despertó al detenerse el coche.
—Buenos días, Bella Durmiente. Creo que hemos llegado. O eso dice el GPS.
Robby miró hacia la casa familiar. No había nadie en el jardín delantero, pero se oían voces en el patio trasero.
—Sí, es aquí.
Bajaron del coche. Robby recogió la bolsa con el regalo para Sara del maletero. Atravesaron la cancela del jardín, y rodearon la casa para ir directamente hacia el patio trasero.
El jardín estaba lleno de globos rosas y blancos, y una gran guirnalda de letras colgada en el porche trasero donde se podía leer 'Feliz 4° cumpleaños Sara'. Johnny, Carmen, Rosa, Sara, los señores LaRusso y Anthony estaban rodeando la barbacoa que Johnny había construido el verano anterior. Al parecer estaban todos enfrascados en una discusión sobre la mejor forma de hacer las hamburguesas para que quedaran en su punto, y no fue hasta que Sara gritó, que no se dieron cuenta de su llegada.
—¡Robbyyyyy! —Al parecer, la pequeña ya había aprendido a pronunciar la 'r' correctamente.
Como de costumbre, Sara se lanzó a su cuello, y Robby la aupó.
—Feliz cumpleaños, hermanita —le dijo mientras la besaba en el cabello.
—¿Quién es? —preguntó Sara, señalando a Jason.
Robby no respondió inmediatamente. A Miguel y a Sam no se les veía por ningún lado. Robby no se había fijado esta vez en los coches aparcados en la calle. Seguramente aún no habrían llegado.
—¡Ey, Robby! —saludaron el resto de presentes.
—Hola, chicos.
Robby se aproximó a la barbacoa, con Sara en brazos, seguido de cerca por Jason. Bajó a su hermana al suelo con cuidado y saludó a todos con un abrazo. Luego, todos miraron al hombre más alto con curiosidad.
—Os presento a Jason. Es mi teniente en el parque donde trabajo. Como le he comentado a mi padre antes de venir, mi coche no arrancaba y él se ha ofrecido a traerme.
Carmen sonrió al hombre.
—Eso ha sido muy amable por tu parte, Jason. Muchas gracias.
—Un placer. —Jason le devolvió la sonrisa.
Robby observó las reacciones de su familia. Carmen y Rosa le miraban como si Jason fuera un héroe solo por haberle traído a casa. El señor LaRusso tenía una expresión pensativa, como si tratara de recordar algo. La señora LaRusso estaba... ¿sonrojada? Anthony estaba a lo suyo, mirando su móvil. Y su padre... señaló a Jason blandiendo las tenazas de la barbacoa.
—Mi hijo me habló de ti. Aluciné cuando me dijo que Jason Powell era su teniente. Recuerdo perfectamente tu combate final en 2008. Fue una pasada.
—Gracias.
—¡Eso es! —exclamó Daniel—. Jason Powell, medalla de oro en 2008. Ya decía yo que me sonaba de algo su cara.
—¿Medalla de oro? —Eso captó la atención de Anthony lo suficiente como para que alzara la vista de la pantalla—. ¿En qué?
—¡En karate!
—¿En serio? —Anthony miró de arriba abajo a Jason.
—Jason, vas a quedarte a comer, ¿verdad? —dijo Carmen.
—No quiero molestar. Solo quería conocer a la familia de Robby.
—¡No es ninguna molestia! —Rosa le puso una mano en la parte baja de la espalda (Jason le sacaba casi medio metro de altura) y le guió hacia el cubo de hielo con bebida junto a la mesa de jardín—. Ven, aquí está la bebida. ¿Te gusta la carne? Si no, tenemos hamburguesas vegetarianas. Son de tofu, aunque no sé exactamente qué es eso...
Mientras Rosa se llevaba a Jason, este y Robby intercambiaron una mirada. La de Robby decía "te lo dije".
Daniel se aproximó a Robby.
—Me he enterado de que tu madre se ha mudado a Sídney... ¿Cómo lo llevas?
—La echo de menos, claro... Pero ella está muy feliz con ese trabajo, así que no había otra opción.
—¿A qué te refieres con que no había otra opción?
—Bueno, ella... me ofreció rechazar el puesto que le ofrecían en Sídney si yo no quería que se mudara. Pero, evidentemente, le dije que lo aceptara.
—Evidentemente, ¿eh? —Su antiguo sensei frunció el ceño y le miró con una expresión mezcla de preocupación, cariño y orgullo—. Bueno, si necesitas cualquier cosa, ya sabes dónde estamos.
—Gracias, señor LaRusso.
Daniel le dio una palmadita afectuosa en la cara y luego regresó junto a la barbacoa, junto a Johnny. Mientras, Jason regresó a su lado con una cerveza en la mano y un refresco en la otra que le dio a Robby.
—Gracias. ¿Te enseño la casa?
—Vale.
Robby y Jason entraron a la casa por la puerta trasera de la cocina. Robby le enseñó la planta baja, donde se ubicaban el recibidor, un baño de cortesía, y la gran sala—comedor—cocina con la chimenea.
—¿Chimenea? —se sorprendió Jason.
—La casa es muy antigua. De antes del cambio climático —bromeó Robby—. Pero era la única de cuatro habitaciones que mi padre y Carmen podían permitirse en este barrio.
—Creía que a tu padre y a su socio les iba muy bien con el dojo.
—Y les va muy bien. Pero al momento de comprar la casa, el negocio estaba aún arrancando.
Subieron por las escaleras. Al llegar al pasillo, Robby le señaló cuáles eran los dormitorios de Johnny y Carmen, el de Rosa, y el de Sara, pero sin entrar en ellos.
—Y este es el que comparto con Miguel.
Robby abrió la puerta de su habitación. En el interior, Miguel y Sam, que se estaban comiendo la boca, se separaron de un salto, sorprendidos.
—¡Joder! —exclamó Miguel, secándose la saliva de la boca con el dorso de la mano—. ¡Llama a la puerta!
—¿Que llame a la puerta? —repitió Robby, incrédulo—. ¡También es mi habitación!
—Miguel, tranquilo. No pasa nada, es Robby —dijo Sam, aunque estaba roja como la grana.
Robby miró a uno y a otro.
—Así que... juntos de nuevo, ¿eh? ¿Cuándo ha pasado esto?
Miguel y Sam se miraron entre ellos de forma algo cohibida.
—Volvimos a escribirnos hace un par de semanas... —explicó Sam—. Le conté que había roto con Nathan.
—Y yo le conté que, desde que rompí con Emma, he estado yendo a terapia.
—Y hoy, cuando nos hemos visto... ha pasado esto.
Robby puso los ojos en blanco.
—Justamente, hoy. ¿Se lo vais a contar a la familia?
—¡No! —exclamó Sam—. Es muy pronto. Además, sabemos que hoy te toca a ti anunciar algo.
Sam miró por encima del hombro a Jason, quien se había quedado en el umbral de la puerta, contemplando la escena en silencio.
—Jason, te presento a Sam, mi mejor amiga. —Miguel tosió. Robby puso los ojos en blanco otra vez—. Mi mejor amiga chica. A Miguel ya lo conoces.
—Encantada. Robby me ha hablado mucho de ti.
Sam ofreció su mano a Jason. Jason se la estrechó, y luego la alzó para besarle el dorso.
—Encantado —le dijo con un guiño y su mejor sonrisa.
Sam soltó una risita. Miguel frunció el ceño, pero no dijo nada. Robby se preguntó por qué Jason parecía empeñado en que Miguel le odiara.
—¿Cuándo daréis la noticia? —preguntó la chica.
—Creo que esperaré a que tus padres se vayan. No porque no quiera que lo sepan, eso me da igual, pero me preocupa la reacción de mi padre, y creo que, cuanta menos gente haya alrededor, mejor —respondió Robby.
—Lo entiendo. ¿Y yo? ¿Quieres que me quede?
—Sí, tú sí. Me vendrá bien tu apoyo, igual que el de Miguel.
—Entonces, cuando mis padres se vayan, les diré que me quedo con cualquier excusa y luego ya pediré un Uber.
—No hace falta que pidas un Uber, yo te acompañaré a casa —ofreció Miguel.
—Ah, vale. Gracias...
Sam sonrió a Miguel como una adolescente enamorada, y Miguel le devolvió la misma tonta sonrisa.
De nuevo, Robby observó a uno y a otro, y esta vez no pudo evitar sonreír también.
Esos dos estaban hechos el uno para el otro.
La fiesta transcurrió con bastante normalidad. Jason, al ser la novedad, no pudo evitar convertirse en el centro de atención durante una gran parte de la velada. Johnny y Daniel le hicieron bastantes preguntas sobre su experiencia con el karate profesional y también sobre su experiencia en el ejército, pero de forma educada y sin entrar en cuestiones indiscretas. Cuando Johnny le ofreció una segunda cerveza y Jason dijo que no porque tenía que conducir, Johnny le preguntó que qué coche conducía, y al responder Jason que un Toyota eléctrico, Johnny rio y dijo que eso no era un coche. Robby puso los ojos en blanco y, antes de que Jason pudiera replicar, Daniel intervino y dijo que los coches eléctricos no solo eran coches sino que eran el futuro, con lo que empezó una discusión entre los dos senseis.
—Y así siempre... —suspiró Robby, dirigiéndole una mirada divertida a Jason—. Si no es por una cosa, es por otra.
—Ya veo...
—Oíd, chicos... —Frente a ellos, Amanda LaRusso llamó su atención.
—¿Sí, señora LaRusso?
—Este parque de bomberos en el que trabajáis... ¿hacéis calendarios?
—¿Disculpe? —preguntó Jason.
—¡Mamá! —exclamó Sam, sentada a su lado.
—¿Qué pasa, hija? Algunos parques de bomberos editan calendarios benéficos. Solo era para... contribuir a la causa. La que fuera.
—Por Dios, mamá... —Sam se tapó la cara, avergonzada.
Robby solo pensó que, si alguna vez lo hacían, tenían que poner a Jason en portada. Recaudarían una pasta.
Al terminar la comida, Carmen sacó una gran tarta de chocolate con cuatro velas. Todos cantaron el cumpleaños feliz a la pequeña de la casa, comieron la tarta y luego le entregaron los regalos.
Era casi media tarde cuando Carmen consiguió que Sara se fuera a echar la siesta. Un rato después, los señores LaRusso y Anthony se despidieron.
Rosa también se fue a descansar, así que en la mesa del jardín ya solo quedaban Johnny, Carmen, Robby, Jason, Miguel y Sam.
Robby cruzó miradas con los tres últimos para hacerles saber que había llegado el momento.
Carraspeó.
—Oye, papá... Carmen. Tengo que deciros algo.
Johnny dejó su botellín de cerveza sobre la mesa. Carmen hizo lo mismo con su café.
—¿Qué pasa, hijo?
—Jason y yo... no hemos sido del todo sinceros al llegar. Pero esta era la fiesta de Sara y no quería provocar un revuelo, ni acaparar la atención... por eso he querido esperar a que la fiesta terminara. —Robby hablaba a ambos, pero no apartó la vista de su padre.
—¿Qué quieres decir?
Robby inspiró hondo.
—Jason no es solo mi teniente. O mi amigo. Él es... —Robby se dio cuenta que hasta ese momento no habían usado esa palabra, pero después de las palabras de Jason en el gimnasio del parque, no tenía motivos para no hacerlo—. Él es mi novio.
Johnny frunció el ceño. Carmen abrió la boca por la sorpresa, y luego miró a su marido.
—¿Qué quieres con... tu novio? —preguntó Johnny, mirando alternativamente entre Robby y Jason—. ¿Novio en plan... novio?
—Sí. Estamos saliendo.
Poco a poco, el completo significado de aquella revelación fue abriéndose paso en el sorprendido y confundido cerebro de su padre. Los ojos azul zafiro se abrieron de par en par.
Carmen sonrió a la pareja, aunque parecía un poco nerviosa.
—Eso es maravilloso, Robby. No tenías por qué esperar a que la fiesta terminara.
Pero ni ella se lo creía. El joven bombero miró rápidamente a su alrededor. Jason estaba a la expectativa. Miguel no le quitaba la vista de encima a su padrastro. Sam le hizo un pequeño gesto de apoyo.
Robby volvió a dirigir la mirada hacia su padre, y se sobresaltó. Su expresión ya no era de estupor, sino furiosa.
"Aquí viene", pensó Robby, preparándose para aguantar la embestida, el reproche, o lo que fuera.
Pero Johnny se dirigió a Jason.
—¿Cuántos años tienes? —fue la inesperada pregunta.
—Treinta y seis —respondió el teniente.
—¿Treinta y seis? ¡¿Treinta y seis?! —repitió Johnny—. ¡¿Qué demonios hace un hombre de treinta y seis años como tú con un chico de veintidós?!
Antes de que Jason pudiera contestar, Robby intervino.
—¡Tú y Carmen os lleváis aún más diferencia! —exclamó.
—¡Al menos Carmen ya tenía edad para beber cuando la conocí! —le replicó Johnny.
—¡Y yo! Ya había cumplido los veintiuno cuando conocí a Jason.
—¿Por cuánto, por dos semanas? ¡Claro, eso me deja mucho más tranquilo!
—Señor Lawrence, si me permite...
—¡SILENCIO! —Jason parpadeó, sorprendido por el grito. Miguel se tapó la boca con una mano, tratando seguramente de disimular una sonrisa; el muy bastardo, seguro que estaba disfrutando—. Ahora estoy hablando con mi hijo.
—Amor, cálmate —dijo Carmen.
Preocupado, Robby observó a Jason. Pasada la sorpresa inicial, su expresión se había endurecido. No le había gustado ni un pelo que Johnny le gritara así, pero se estaba controlando. Y lo estaba haciendo por Robby.
—Además, ¿no es tu jefe? —Johnny apretó los puños por encima de la mesa, y miró a uno y a otro—. ¿Qué demonios, Robby?
—Reconozco que no es una situación ideal...
—Por supuesto que no es una situación ideal. Es una situación de mierda. Te creía más listo. ¿En qué diablos pensabas?
Robby apretó la mandíbula. Jason, a su lado, también estaba cada vez más tenso. Miguel ya no sonreía.
—No estaba pensando.
—¡Ya, eso está claro!
—Eso no es del todo justo, Johnny —intervino Miguel.
Sorprendido, el aludido se giró hacia él.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, tú te liaste con la madre de tu alumno —le recordó su hijastro—. ¿En qué pensabas entonces?
Johnny enrojeció.
—Basta ya de redirigir esto hacia Carmen y yo.
—Solo tratamos de que lo vea con otra perspectiva, sensei —dijo Sam.
—¿Otra perspectiva? ¿Qué otra perspectiva? Mi hijo se presenta aquí en casa y me dice de repente que está liado con su jefe, un hombre que casi le dobla la edad, ¡¿y se supone que tiene que parecerme bien?!
Robby rechinó los dientes.
—Vamos a dejar una cosa clara, papá. No necesito que te parezca bien. Solo quiero que nos respetes.
—No hay manera de que yo vaya a respetar esto.
Robby se levantó.
—Entonces ya está todo dicho.
—¿A dónde vas?
—Nos volvemos a San Diego.
—No, Robby, por favor —suplicó Carmen—. Espera un poco.
—Eso, tío, no te vayas así —dijo Miguel.
—No me está dejando otra opción.
Johnny también se levantó.
—¿Es que vas a anteponerle a él antes que a tu familia? —exclamó.
La sangre de Robby empezó a hervir.
¿De verdad su padre acababa de decirle eso?
—¿Me estás vacilando? —preguntó apretando los puños.
—¿Qué?
—No puedo creer que acabes de decirme eso. Precisamente a mí, que en toda mi vida, jamás, jamás, nadie me ha antepuesto ante nada, ni he sido la prioridad de nadie. No lo fui de mamá, y desde luego nunca fui la tuya. Y lo acepté hace tiempo, ¿vale? No me quedó más remedio. Aceptar que para vosotros siempre iba a estar en segundo lugar, o tercero, fue la única manera de no quedarme fuera.
—¿Qué? Robby, eso no es...
—¡CÁLLATE! —explotó el muchacho. Johnny enmudeció—. Ni se te ocurra decirme que no es verdad. Aunque claro, para ti no lo es, porque no tienes ni idea de toda la mierda que tragué para evitar que volvieras a abandonarme. Nunca te diste cuenta. Pero ahora te lo voy a decir. ¿Recuerdas cuando me engañaste para ir a México y luego me dejaste tirado en una parada de autobús? Regresé contigo no porque quisiera ayudarte a encontrar a Miguel, lo hice simplemente para no quedarme solo. ¿Recuerdas cuando me obligaste a luchar con Miguel para que nos reconciliáramos? Yo no quería, papá. Ni luchar con él, ni reconciliarme, no de esa manera. Pero me dio miedo que, de lo contrario, le escogerías a él antes que a mí. Otra vez. ¿Y por qué crees que acepté mudarme con vosotros a la nueva casa? Porque si no lo hacía, estaba claro que pronto te olvidarías de mí.
La expresión desolada de Johnny aplacó un poco la ira de Robby. Y Carmen no lucía mucho mejor.
—Mira, sé que en los últimos años has estado intentando compensarme —continuó el joven bombero, en un tono un poco más suave—. Y te lo agradezco. Pero eso no borra todo lo que pasó antes. Así que no vuelvas a echarme en cara nunca, nunca, que yo le dé prioridad a otra persona antes que a ti. Mi relación con Jason no será perfecta, es cierto, pero al menos sé que, para él, sí soy lo más importante. Igual que él lo es para mí.
Un tenso silencio siguió al arrebato de Robby.
Rosa salió al jardín.
—¿Qué son esos gritos? —preguntó al llegar a ellos—. ¿Ocurre algo?
—Lo siento, Rosa. No pasa nada. Jason y yo ya nos íbamos. Adiós a todos. —Robby dio un paso atrás, mirando a Jason—. Jason, vámonos.
Jason se levantó. Johnny, reaccionando por fin, también.
—¡Robby, espera! —gritó mientras rodeaba la mesa con la intención de alcanzar a Robby.
Jason se interpuso entre Johnny y Robby. Johnny le miró atónito.
—¡¿Qué coño haces...?!
Entonces fue Miguel el que se interpuso entre Jason y Johnny.
—Miguel, dile a tu padre que se calme —dijo Jason con voz fría—. Yo me ocupo de Robby.
Miguel miró a Jason confuso, pero asintió.
Solo entonces Jason echó a andar tras Robby, y juntos salieron a la calle.
Se había levantado un poco de viento. Robby se colocó junto a la puerta del copiloto, esperando que Jason abriera el coche, pero este no lo hizo.
—No vamos a irnos aún —informó el hombre—. No así.
—¿Qué quieres decir?
—Que vas a volver ahí y vas a seguir hablando con tu padre, hasta que lleguéis a un entendimiento. No vamos a irnos hasta entonces.
—¿Por qué quieres que me entienda con él? Ya has visto cómo te ha tratado. Es un energúmeno.
—Robby, hazme caso, ¿vale? Yo ya he pasado por esto. En su momento, mi padre se lo tomó mucho peor, te lo aseguro. Y si te vas ahora, dejando así las cosas, te va a carcomer. Cuanto antes lo solucionéis, mejor.
—No lo entiendes. ¿No has oído lo que he dicho? Con mi padre, siempre tengo que ser yo el que cede.
—Eso solo demuestra que eres más maduro que él. Recuérdaselo si vuelve a mencionar tu edad. —Robby medio sonrió ante ese comentario—. Además, creo que eso no es del todo cierto. Al menos, ahora mismo, estaba dispuesto a seguirte. Pero me ha parecido conveniente que primero te calmaras un poco. Que os calmarais los dos.
—Estoy calmado.
—Entonces vuelve ahí y soluciona esto.
Robby se cruzó de brazos y se mordió el labio, indeciso. Era cierto que la idea de irse en medio de esa discusión le provocaba una gran desazón. No quería volver a distanciarse de su padre.
—¡Johnny, espera! —se escuchó la voz de Miguel
Robby y Jason se voltearon. Johnny había salido a la calle, seguido de Miguel.
—Lo siento, no he podido retenerle más —explicó el moreno.
Jason le hizo un gesto a Robby, y luego fue con Miguel, tras cruzar una rápida y tensa mirada con Johnny.
—Dejémosles que hablen —dijo Jason a Miguel—. Y comprobemos que esa barbacoa está bien apagada. Se ha levantado viento.
En cuanto Jason y Miguel hubieron desaparecido de la vista, Robby suspiró y se dejó caer sentado sobre el bordillo de la acera.
Johnny se sentó a su lado.
Permanecieron unos minutos en silencio, mirando al frente. Robby se negó a hablar primero. No esta vez. Finalmente, fue Johnny el que rompió el silencio.
—Siento haber gritado —murmuró.
—Yo también lo siento.
—Es que... no me lo esperaba. Me has cogido completamente desprevenido.
—Quizá debería habértelo contado a solas. Pero me agradaba la idea de tener a Jason, y a Miguel y a Sam, cubriéndome las espaldas.
—Lamento que sintieras que necesitabas que te cubrieran las espaldas, aunque supongo que te he dado la razón.
—Ya...
—Pero, sobre todo, lamento que aún pienses que tú no eres mi prioridad. Creía que... De verdad creía que lo estaba haciendo mejor.
—Y lo estás haciendo mejor. Pero... nuestra relación siempre va a ser complicada, ¿vale? Esta no va a ser nuestra última discusión. Tenemos demasiada historia detrás.
—Entonces, ¿qué más puedo hacer?
—Tú solo... no te rindas conmigo. Incluso si yo te digo que lo hagas. Como aquella vez en el comedor social, o cuando me quedé en el dojo con el sensei Kreese. Necesito saber que, por feas que se pongan las cosas, por mucho que discutamos, una y otra vez, no vas a dejar de quererme...
—Yo nunca dejaré de quererte.
Robby sonrió y apoyó la cabeza en el hombro de su padre. Johnny le acarició la nuca.
—Así que... vas en serio con él.
—Sí.
—¿Estás enamorado de él?
No se esperaba esa pregunta. Robby se sonrojó furiosamente.
—No estamos aún en ese punto.
Johnny alzó las cejas.
—¿Estás seguro?
El muchacho no supo qué decir, así que se levantó.
—¿Volvemos? Estarán preocupados por nosotros.
—Claro, vamos.
Mientras caminaban de vuelta al jardín trasero, su padre le rodeó con un brazo por los hombros.
—Bueno, supongo que, al menos, cuidará de ti en el trabajo.
—Cuida de todos —le aseguró Robby—. Es un teniente de la ostia. /badass.
Miguel, Carmen y Rosa estaban mirando el móvil de Sam por encima de sus hombros, todos con los ojos muy abiertos. Jason le dirigió a Robby una mirada preocupada.
"¿Qué pasa ahora?", se preguntó Robby.
Johnny se acercó al grupo y también miró la pantalla. Él también abrió mucho los ojos, y con un movimiento muy rápido le cogió el móvil a Sam sin que esta pudiera impedirlo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Robby a nadie en particular.
—Es un vídeo que Anthony acaba de enviarme. Dice que lo vio hace tiempo en Instagram, y que no te reconoció, pero hoy al llegar a casa ha caído en la cuenta de que el otro era Jason —explicó Sam en tono de disculpa.
"Mierda."
Johnny alargó el brazo y le mostró la pantalla.
En ella, el reel donde se veía a Robby colgando de la escalera del camión a 20 metros del suelo, durante el incendio de la calle India, únicamente sujeto a la mano de Jason, se estaba reproduciendo en bucle.
—¡¿Qué DEMONIOS, Robby?!
Robby se tapó la cara con ambas manos y gimió.
Chapter 20: Infierno
Summary:
Un macro incendio en Malibú provoca que los caminos profesionales de Miguel y Robby se crucen.
Chapter Text
Hacía tiempo que Miguel no se sentía tan en forma. En parte, paradójicamente, era gracias a la operación, que le había servido como un toque de atención sobre su cuerpo, y sobre todo, a que, al contrario de lo que se había temido, la doctora Hewitt le había animado a volver a practicar deporte cuanto antes. Ella le había recomendado la natación, y los únicos deportes que la doctora le había recomendado evitar eran el tenis y el golf, puesto que esos deportes involucraban giros bruscos y un uso desequilibrado del cuerpo pudiendo llevar a una sobrecarga de los músculos de la espalda y las vértebras. Miguel no había practicado ni tenis ni golf en su vida, así que no era un problema. Pero la natación tampoco se le daba demasiado bien, así que Miguel decidió volver a ponerse en serio con el deporte que más amaba, el karate, y apuntarse al nuevo Miyagi—do.
Además, entrenar en el Miyagi-Do le salía gratis.
Eran las siete de la mañana y Miguel estaba calentando corriendo en una de las cintas del gimnasio cuando Robby apareció a su lado.
—Ey —le saludó su hermano.
—¡Ey! —saludó Miguel.
Robby también se había apuntado al Miyagi-Do hacía meses, con la misma intención de recuperar su forma física —en su caso no solo por salud sino para recuperar su trabajo —, y habían coincidido varias veces, pero solo en el gimnasio. Johnny le había comentado a Miguel un par de semanas atrás, un poco preocupado, que había intentado varias veces que Robby se animara a volver a practicar algo de karate con él o con Daniel, pero Robby se había negado en rotundo. Por alguna razón que no entendían, Robby no parecía dispuesto a volver a pisar un tatami.
Sin decir nada más, Robby se subió a la cinta de al lado y la puso en marcha. A los pocos segundos, ya estaba corriendo a buen ritmo.
—¿Qué tal el fin de semana? —preguntó Miguel con cautela.
Habían pasado dos semanas desde la fuerte discusión entre Robby y Kevin, y Robby ya le había dejado claro a Miguel desde el principio que no quería hablar del tema. Y, al parecer, por lo que le había contado Kevin, a él tampoco le hablaba; ni siquiera tenía claro si habían cortado o no. El jefe de Cardio del Presbiteriano estaba que se subía por las paredes del mal humor, y en el hospital solo Miguel sabía el por qué.
—Bien. Fui a Sídney a ver a mi madre.
—¿En serio? No tenía ni idea.
—Fue un poco repentino. Vi una oferta de un vuelo, y aproveché.
—¿Y qué tal está Shannon?
—Muy bien. Está realmente contenta con ese trabajo. Y tiene un novio nuevo...
—¿Sí? ¿Y cómo es?
—Es... australiano. —Robby torció un poco el gesto—. De la Australia profunda, además. Apenas le entiendo cuando habla. Pero parece majo, y tiene su misma edad. Es veterinario.
—Vaya. Parece un buen partido.
—Veremos. ¿Qué tal tu fin de semana?
—Sam y yo visitamos un par de sitios posibles donde celebrar el banquete.
—¿Y os habéis decidido por alguno?
—No, todavía no. Hay uno en Laguna Beach que nos gustó mucho a los dos, pero hay mucha lista de espera. Y luego fuimos a ver uno en Anaheim que...
Miguel se detuvo al darse cuenta de que Robby no le estaba escuchando, sino que tenía puesta su atención en el gran televisor que había colgado en una de las paredes del gimnasio. En ese momento estaba puesto un canal de noticias. No tenía el sonido puesto, aunque las imágenes que estaban mostrando eran suficientes para saber que estaban hablando del incendio que estaba asolando el barrio de Malibú desde hacía dos días.
—No pinta bien —murmuró Robby, más para sí mismo que para que Miguel le oyera.
—Siempre hay incendios en esa zona —comentó Miguel.
—Sí, pero este será de los gordos. La previsión es que el viento siga soplando fuerte en los próximos días. Y son vientos de Santa Ana. No se podrán usar ni aviones ni helicópteros. Todo dependerá de los efectivos en tierra.
"Una vez bombero, siempre bombero", pensó Miguel.
De repente, alguien se colocó justo delante de las dos cintas de correr, tapándoles la visión del televisor. Era Johnny, vestido con un gi blanco y su característica cinta negra en la frente.
—Hola, chicos. Eli me ha avisado de que estabais aquí.
—Hola, Johnny.
—Hola, papá.
—La clase de karate para adultos empieza en cinco minutos. ¿Qué os parece si dejáis este rollo del cardio y os venís conmigo a hacer deporte de verdad?
—Sí, por supuesto. Para eso he venido, de hecho. —Miguel detuvo la cinta de correr y se bajó.
—¿Ya puedes practicar karate? —preguntó Robby, frunciendo el ceño.
—Hace semanas que puedo. Estoy perfectamente. Lo que pasa es que tengo poco tiempo.
—¿Y tú, Robby? —preguntó Johnny.
—No —respondió Robby.
—Venga, anímate. Ahora que por fin os tengo a los dos en el dojo, dejadme que presuma de vosotros delante de mis alumnos.
—He dicho que no.
Contrariado, Johnny apretó lo labios, pero no insistió.
—Bien, de acuerdo. Vámonos, Miguel.
Tras echar una última ojeada a su hermano, Miguel siguió a su padrastro hasta la sala principal del dojo.
—No sé qué le pasa ahora —murmuró Johnny—. No hay manera de convencerle. —Se giró un momento hacia Miguel—. ¿Es posible que le duela aún la cadera?
—No. Estuve presente en su última revisión con el doctor Atwood. Está totalmente recuperado. Además, no estaría corriendo así en la cinta si aún le doliera.
—Entonces no entiendo nada —suspiró el sensei.
Miguel tampoco lo entendía.
Era como si el infierno se hubiera desatado en la tierra. Concretamente, en la ciudad de Los Ángeles.
El incendio de Malibú se había convertido en un macro incendio que afectaba ya a tres barrios al oeste de la ciudad. Más de 150.000 personas habían sido evacuadas de sus hogares, y unas 30 habían perdido la vida, entre ellas, cuatro bomberos del LAFD. En cuanto a daños materiales, el incendio había reducido a cenizas más de 10.000 viviendas. Y 50.000 más estaban en riesgo de correr la misma suerte.
La policía de Los Ángeles había decretado un toque de queda durante varias noches seguidas para proteger las casas abandonadas de robos y saqueos por parte de los típicos desaprensivos que siempre se aprovechaban de las desgracias ajenas.
El hospital donde trabajaba Miguel, el Presbiteriano, era de los más próximos a la zona del incendio, por lo que llevaban esos cinco días recibiendo un goteo continuo de personas malheridas, tanto por quemaduras como por inhalación de humo, y también algunas por ataques de ansiedad e incluso un par de infartos. Todas las operaciones no urgentes se habían pospuesto. Y todos los residentes de cirugía, como Miguel, habían sido trasladados a Urgencias para echar una mano.
Miguel llevaba 48 horas seguidas trabajando.
Cuando por fin pudo tomarse un rato para descansar, el joven médico fue a la sala común de los residentes para tomarse una bebida energética, y, antes de regresar a Urgencias, sacó su teléfono móvil del bolsillo de su bata para chequear rápidamente los mensajes de las últimas horas.
Tenía varios mensajes sin leer de Sam, y también del chat de la familia Lawrence—Díaz. Empezó por los del chat familiar.
Robby: Familia, tengo que avisaros de algo. Por favor, no os preocupéis.
Johnny: ¿Qué pasa?
Robby: Es por el incendio. Sigue descontrolado, y el LAFD va corto de efectivos. Están llamando a todos los bomberos fuera de servicio para que se incorporen a los trabajos de extinción. A mí también me han llamado. Me mandan a la zona de Monte Nido.
Johnny: ¿Qué estás diciendo? Pero si tú estás de baja en cuanto al trabajo de campo, no fuera de servicio.
Robby: La doctora Mallory ha dado el ok.
Johnny: ¿No puedes negarte?
Robby: No voy a negarme. Papá, no tengo tiempo para discutir. Tengo que irme ya. Y os aviso que seguramente estaré varias horas incomunicado.
Johnny: No me lo puedo creer.
Carmen: Robby, por favor, ve con mucho cuidado.
Robby: Lo haré. Os iré escribiendo cuando pueda.
Rosa: Dios te guarde mijo.
Carmen: Miggy, ¿tú estás bien? Hace horas que no sabemos de ti tampoco.
Miguel tuvo que apoyarse en la pared.
Miró a través de la ventana que tenía justo enfrente, al brillante horizonte anaranjado que iluminaba todo el oeste de Los Ángeles.
Y ahora Robby estaba allí.
Contestó a su madre en el chat.
Sí, estoy bien.
Revisó las horas en las que se habían enviado los mensajes. El último mensaje de Robby era de hacía más de tres horas. Le escribió un mensaje privado.
¿Todo bien?
Pero Robby no respondió.
De vuelta a Urgencias, Miguel se topó con Kevin.
—Doctor Díaz —le llamó el jefe de Cardio—. Conmigo. Va a llegar otra ambulancia. Trae a dos bomberos heridos.
Mientras le seguía, Miguel tragó saliva, intentando mantener la calma. Había cientos de bomberos ahí fuera luchando contra el fuego. Ninguno de los de la ambulancia tenía por qué ser Robby. No podía ser Robby.
Se detuvieron a esperar en la puerta de entrada de las ambulancias.
—Menos mal que Robby no está ahí —murmuró Kevin mirando al frente, hacia la luz anaranjada.
Miguel se le quedó mirando.
—Sí que está ahí —replicó en voz baja.
Kevin se giró rápidamente hacia él.
—¿Disculpa? ¿Cómo que sí que está ahí? ¿Se supone que está en una oficina por algo?
—Acabo de ver un mensaje suyo de hace tres horas... el LAFD ha solicitado su ayuda, igual que a otros bomberos fuera de servicio. Le han enviado a Monte Nido.
A Kevin parecía que le habían dado un puñetazo en el estómago. Volvió a mirar al frente. La luz anaranjada se reflejaba en sus ojos marrones.
—¡Joder! —gruñó.
El sonido característico de una ambulancia empezó a escucharse a lo lejos. El vehículo de emergencias apareció a los pocos minutos. De él bajaron dos paramédicos y dos bomberos, uno en la camilla y otro por su propio pie. Ninguno era Robby.
El doctor Hartley ordenó a Miguel ocuparse del bombero que se había bajado por su propio pie, mientras él se ocupaba del que iba en camilla.
Mientras Miguel atendía al bombero de varias quemaduras de primer y segundo grado en una pierna, este, un joven de raza negra de unos treinta años, le iba contando cómo estaban las cosas en el oeste.
—Es un infierno, tío. Un puto infierno. Putos vientos de Santa Ana. Nos lo están haciendo pasar putas. Necesitamos más gente. De Canadá, de México, o de dónde coño sea, pero necesitamos más efectivos.
—¿En qué zona estabas?
—En Topanga.
—¿Sabes algo de cómo están las cosas en Monte Nido?
—¿Monte Nido? Ahí es todavía peor.
Eso no era lo que quería oír. Miguel trató de ignorar el peso en su estómago, y terminó de vendar la pierna del bombero.
—Ya estás listo. Ahora descansa un poco. Te lo has ganado.
—Gracias, doc.
Miguel se alejó de la camilla y, antes de que algún adjunto se diera cuenta de que estaba libre y lo llamara, se fue a un rincón, sacó el móvil y chequeó los mensajes otra vez.
Había tres mensajes nuevos en el chat familiar, todos de Johnny.
Johnny: Robby, han pasado casi cuatro horas.
Johnny: Por favor, di algo.
Johnny: Robby???
Miguel escondió el teléfono, sintiendo cada vez un peso mayor en el estómago.
Una hora más tarde, llegaron cinco ambulancias a la vez. La entrada a Urgencias se convirtió en un caos. Por suerte, el médico jefe de Urgencias, el doctor Randall, un médico veterano con experiencia en el ejército, tomó el control de la situación, y en pocos minutos consiguió poner un poco de orden. En cuanto las primeras cuatro ambulancias estuvieron atendidas, se dirigió a Miguel y a Kevin.
—Doctor Hartley, Doctor Díaz, ocupaos de la última.
Dos paramédicos abrieron las puertas traseras de la quinta ambulancia y seguidamente bajaron a un hombre en camilla vestido con un traje de bombero.
"Otro bombero..."
—Dime qué tenemos —demandó Kevin a los paramédicos.
—Varón, cuarenta años. Quemaduras de primer y segundo grado en torso, brazo derecho y espalda. Saturación al 90 por ciento —explicó uno de los paramédicos.
—De acuerdo, vamos adentro. Doctor Díaz, pide... —El doctor Hartley miró por encima del hombro de Miguel y su rostro decidido cambió en una expresión mezcla de sorpresa y temor—. Robby —exclamó.
Miguel se dio la vuelta como un resorte.
Efectivamente, Robby estaba allí mismo. Acababa de bajar también de la última ambulancia, por su propio pie, y se dirigía tranquilamente hacia ellos. Llevaba la chaqueta y los pantalones del traje de bombero completamente llenos de tierra y hollín.
—Robby, ¿qué haces aquí? —preguntó Miguel.
—¡¿Estás herido?! —preguntó Kevin.
Antes de responder, Robby miró primero a Kevin y luego a Miguel.
—Tengo una quemadura en el brazo. Nada grave, pero me han insistido en que viniera.
Robby alzó el brazo derecho hacia Miguel para mostrarle la quemadura. Miguel retiró con cuidado la ancha manga de la chaqueta del traje, y vio la piel roja y con ampollas.
—¿Nada grave? Esto es una quemadura de segundo grado. Hay que tratarla y vendarla.
—Para eso estoy aquí.
Miguel y Kevin se miraron entre ellos. Kevin apretó la mandíbula.
—Ocúpate tú, doctor Díaz —dijo el cirujano—. Y en cuanto hayas acabado, búscame.
—De acuerdo.
Los paramédicos empujaron la camilla hacia el interior de Urgencias, y Kevin fue con ellos.
—¿Por qué no has respondido a tu padre en el chat? —demandó Miguel—. Está de los nervios. Yo también me estaba poniendo de los nervios.
—Me ha explotado la batería...
—¿Qué?
Robby metió la mano izquierda en el bolsillo de la chaqueta y sacó lo que parecía un trozo de plástico negro arrugado. Pero eran los restos de un teléfono móvil.
—Se me ha olvidado dejar el móvil en el camión. —Robby parecía avergonzado—. Nunca me había pasado. Supongo que estoy un poco oxidado.
—Jesús...
Miguel sacó su teléfono y tecleó un mensaje rápidamente.
Robby está bien. Se le ha roto el móvil. Está en el Presbiteriano, conmigo. Pequeña quemadura en el brazo. No es nada.
La respuesta de Johnny fue instantánea. Debía tener el teléfono en la mano en ese momento.
Johnny: Gracias a Dios...
Miguel le puso una mano en el hombro a Robby y le hizo un gesto para que le siguiera.
—Ven, vamos a curarte eso...
—Creía que no podías tratar a familiares.
—No pasa nada porque te cure una quemadura. Además, ni siquiera va a quedar registrado porque no vas a pasar por el mostrador, estamos colapsados.
—Entonces no deberías perder el tiempo conmigo. Véndame y me voy.
—Sabes perfectamente que primero tengo que lavarla y ponerte crema antibacteriana.
Cruzaron las puertas de Urgencias, y Miguel buscó con la mirada una camilla libre. Encontró una casi al final de la sala. Condujo a Robby hasta ella.
Con la ayuda de Miguel, Robby se quitó la chaqueta, y luego se sentó en la camilla.
—Veamos ese brazo.
La quemadura no era tan grande como le había parecido inicialmente. Mientras Robby le contaba cómo se la había hecho (una rama ardiendo le había caído encima) Miguel la lavó con agua fría, le puso la crema antibacteriana, le colocó varios apósitos y finalmente le vendó el antebrazo entero.
—¿Quieres algo para el dolor? —preguntó Miguel.
—No hace falta. —Robby empezó a mover los dedos de la mano, comprobando que el vendaje no le apretaba demasiado.
—¿Seguro? Te tiene que doler mucho.
—Supongo que mi tolerancia al dolor ha aumentado bastante desde la última vez que estuve aquí.
Robby se bajó de la camilla y recogió su chaqueta.
—¿Vas a volver al incendio? —preguntó Miguel.
—Claro que sí. Sigue descontrolado. Necesitan todos los efectivos posibles —respondió Robby. Miguel se mordió el labio, contrariado, pero sabía que Robby tenía razón—. Pero antes quiero hablar con Kevin. Te acompaño a buscarlo.
—¿Para qué? —Antes de dar tiempo a Robby a responder, a Miguel se le ocurrió una posibilidad—. Oye, si es para cortar con él, ahora no el momento, tío.
Robby le miró realmente sorprendido.
—¿Por qué iba a cortar con él?
Fue el turno de Miguel de sorprenderse.
—Pues no sé, ¿porque llevas dos semanas sin hablarle? —aventuró.
—¡Porque estaba enfadado con él! Y tenía derecho a estarlo, ¿no crees?
—Sí, pero... Espera, has hablado en pasado. ¿Ya no estás enfadado con él?
Robby echó una mirada a su brazo vendado.
—La vida es muy corta para andar cabreado. Kevin hizo mal, sí, pero no lo hizo con mala intención, y se ha disculpado mil veces. No voy a renunciar a él porque cometiera un error.
—¿Estás... enamorado de él? —preguntó Miguel.
—No. No estoy en ese punto aún. Pero me gusta mucho. No quiero perderle.
Miguel le cogió suavemente del codo.
—Ven.
El joven residente tenía la intención de llevar a Robby a la sala de espera y luego buscar a Kevin, pero a medio camino se cruzaron con él.
—¿Has terminado ya, doctor Díaz? —preguntó el hombre, mirando el brazo vendado de Robby con el ceño fruncido—. Necesito que...
—Kevin —interrumpió Robby—. Tengo que hablar contigo un segundo.
—Ahora no es el momento —fue la fría réplica.
—Lo sé. Pero solo será un segundo.
Robby dio un paso decidido hacia él, le cogió de la cara con ambas manos y le besó.
Miguel no pudo evitar sonreír al ver la expresión de sorpresa del cirujano. Pero este no tardó en reaccionar: rodeó a Robby con ambos brazos y le estrechó con fuerza contra él, devolviéndole el beso.
A pesar de la situación caótica y dramática que se estaba viviendo en Urgencias, las personas de alrededor que se dieron cuenta de la escena, también sonrieron.
El doctor Randall pasó por su lado.
—¿En serio, Doctor Hartley? —fue el escueto reproche.
Robby se separó de él.
—Tenemos que volver al trabajo.
—¿Cómo que 'tenemos'? ¿Vas a volver ahí?
—Sí. —Robby se puso la chaqueta—. Estaré bien, no os preocupéis.
—Más te vale —dijo Miguel.
Robby les sonrió a ambos y se marchó.
Chapter 21: Montana
Summary:
Es el turno de Robby de conocer a la familia de su novio.
Chapter Text
El repentino golpe de aire frío al bajar del avión le sorprendió. Y eso que Jason ya le había advertido. Pero lo que más le sorprendió aun, fue el alucinante paisaje de alrededor. El aeropuerto Bozeman-Yellowstone estaba ubicado en una gran depresión al noroeste de Bozeman, y rodeado casi por completo de cordilleras de montañas nevadas bajo el cielo más azul que Robby había visto nunca. Montañas nevadas. En agosto.
Otra ráfaga de aire frío le hizo estremecerse.
—¿Qué demonios? —exclamó Robby, cruzando instintivamente los brazos sobre el pecho—. Pero si estamos en verano. ¿Hemos cambiado de hemisferio?
Jason rio.
—Mira que te he avisado de que no facturaras la chaqueta...
—Ya, pero... ¡es que estamos en verano!
—Y también muy al norte. —Jason se quitó la fina chaqueta que portaba para ofrecérsela a Robby—. Ten, toma.
—No hace falta, gracias. No quiero que pases tú frío por mi testarudez.
—No voy a pasar frío. Yo estoy más acostumbrado que tú a este clima, chico de California. Venga, póntela.
Robby dudó, pero finalmente accedió a coger y a ponerse la chaqueta de Jason. Sin pensarlo, olió la parte interior de las solapas.
—¿Qué demonios haces?
—Me gusta tu olor.
Jason le miró con una expresión indescifrable.
—Va, vamos a recoger las maletas...
Como el resto de pasajeros, cruzaron la pista andando y se metieron dentro de la terminal. Mientras se dirigían hacia las cintas de recogida de equipaje, Robby no podía dejar de admirar el paisaje a través de las grandes vidrieras.
Por desgracia, Robby no había viajado demasiado en su vida. Su madre nunca había podido permitirse llevarle de vacaciones lejos de Los Ángeles; como mucho a la cabaña de sus abuelos en Bainbridge Island. Y su padre solo le había llevado a México (engañado, para buscar a Miguel, aunque Robby recordaba parte de aquel viaje con cariño). La primera vez que Robby había cogido un avión había sido para ir a Barcelona, al Seikai Taikai. La segunda, esa misma mañana, para ir a Montana.
Por eso, a pesar de los nervios por conocer a la familia de Jason, Robby se alegraba de estar ahí y ver en persona un poco más del mundo que normalmente solo exploraba leyendo libros.
Tuvieron suerte y sus maletas salieron de las primeras en la cinta. Robby abrió la suya para coger su chaqueta y poder devolverle la suya a Jason.
—Mi hermano ya está en el aparcamiento —anunció Jason tras chequear su móvil—. Vamos.
Jason guio el camino hasta la salida de la terminal. Una vez fuera, empezó a buscar con la mirada hasta que señaló hacia un gran jeep negro parado en la zona central del aparcamiento.
—Ahí está.
En cuanto se acercaron, Robby examinó atentamente al hombre apoyado en la puerta del conductor. Era básicamente una versión un poco más mayor de Jason: la misma altura y complexión física, el mismo cabello rubio oscuro desaliñado, aunque con algunas canas, la misma barba de dos días, y, en cuanto se subió las gafas de sol a la frente, comprobó que tenía los mismos ojos azul claro.
Jason y su hermano Rick se saludaron chocando las manos y con un corto abrazo.
—Rick, te presento a Robby.
Robby y Rick se estrecharon la mano.
—Veo que tu gusto ha mejorado. Es más guapo que el último que trajiste.
El comentario no sorprendió a Robby. Jason ya le había avisado de que no era el primer novio que traía a Montana a conocer a su familia. Unas semanas atrás, le había contado que en Afganistán había tenido una relación con un compañero del ejército que había durado tres años, y que él había sido el primero y el último que había llevado a Montana. Lo que no le había contado era por qué se había roto esa relación, y Robby no había preguntado.
Y Robby sabía que era un chico guapo. No era creído, pero tenía ojos en la cara.
—Tú siempre tan amable —se quejó Jason—. Anda, cállate y llévanos a casa.
Jason le ofreció a Robby que se sentara en el asiento del copiloto, pero Robby prefirió sentarse atrás, y dejar que los dos hermanos se sentaran uno junto al otro.
El trayecto en coche entre el aeropuerto y el rancho de la familia de Jason, duraba más de una hora, y la mitad por un camino no asfaltado, según le avisaron. Robby se acomodó en el asiento y se dispuso a disfrutar del paisaje mientras escuchaba hablar a Rick y a Jason. Jason le preguntó a su hermano por su padre (Rick dijo que estaba bien, pero cada vez más sordo) y por su mujer y sus hijos. Rick explicó que los niños estaban pasando el día con los abuelos maternos en Bozeman, pero que volverían para la cena, al igual que el marido de Julia, que estaba trabajando. Luego le fue poniendo al día de los asuntos del rancho, hablándole de caballos, ganado, vacunas, heno, precios de mercado, hectáreas, problemas con lindes, y muchas cosas más que escapaban a la comprensión del muchacho.
Poco más de una hora después de haber salido del aparcamiento del aeropuerto, el jeep cruzó un gran pórtico de madera donde podía leerse en grandes letras talladas 'Rancho Powell'. El camino se volvió aún más pedregoso (no era de extrañar que necesitaran un jeep en aquellos lares para desplazarse), y varias edificaciones, la mayoría de madera, fueron apareciendo a ambos lados del camino. El jeep se detuvo frente a la mayor de todas: una gran casa de piedra vista gris de dos plantas con un gran porche de madera oscura que rodeaba casi toda la planta baja.
Sentados en unas butacas en el porche, había dos mujeres de unos treinta años, una rubia y otra morena, y un anciano de unos setenta. La mujer rubia se levantó y les salió al encuentro. En cuanto llegó a Jason, se lanzó a sus brazos.
—Bienvenido a casa, J.
Jason le devolvió el abrazo con fuerza. Cuando se separaron, Jason le indicó a Robby que se acercara.
—Te presento a mi hermana Julia. Julia, este es Robby.
La hermana pequeña de Jason también se parecía mucho a él y a Rick, solo que tenía el cabello mucho más rubio, y las facciones muy finas. De hecho, era muy guapa. Robby iba a alzar su mano para saludarla con un apretón, pero Julia también le abrazó.
—Ah, ok. Abrazo, pues... —rio el muchacho.
—Bienvenido —le dijo Julia tras separarse—. Tenía muchas ganas de conocerte. Jason me ha hablado mucho de ti.
—¿Sí? —Robby miró de reojo a Jason, pero este había puesto su mejor cara de póquer.
—Espero que te esté tratando bien —continuó diciendo la mujer—. Si no, dímelo y le patearé el trasero.
—Como si pudieras. —Jason puso los ojos en blanco y colocó su mano en la espalda de Robby—. Ven, vamos a saludar a mi padre y a mi cuñada.
Subieron las escaleras del porche. El corazón de Robby se aceleró un poco por los nervios. A pesar de que, al contrario que Johnny, el padre de Jason sí estaba sobre aviso sobre la relación entre ellos, y que Jason le había asegurado que no habría ningún problema con su visita, no podía evitar sentir ansiedad.
Jason se detuvo frente a su padre. El hombre no se movió de la butaca, así que Jason tuvo que agacharse para darle un corto abrazo.
—Ey, papá. ¿Cómo estás?
—Estoy bien.
—Siento que hayan pasado tantos meses desde la última vez que vine.
El hombre hizo un vago gesto con la mano.
—No pasa nada. Supongo que has estado ocupado.
Tras decir eso, los ojos azul claro de Richard Powell se clavaron en Robby. Jason carraspeó.
—Él es Robby. Robby, él es mi padre, Richard.
—Encantado de conocerle, señor Powell.
Robby ofreció su mano. Richard se la estrechó con fuerza.
Y eso fue todo.
“Igualito que Johnny”, pensó Robby con ironía.
A continuación, Jason le presentó a Erica, la esposa de Rick, quien le estrechó la mano mucho más suavemente.
—¿Hasta cuándo os quedáis? —preguntó Richard.
—Hasta el domingo —respondió Jason.
—Bien.
Jason se giró hacia Robby.
—Vamos a dejar las maletas en mi habitación, y luego te lo enseño todo, ¿de acuerdo?
—Ok.
Robby siguió a Jason al interior de la casa.
—Tienes que quitarte los zapatos —indicó Jason en el recibidor, mientras hacía lo propio—. En ese mueble hay zapatillas para los invitados.
Desde el recibidor, a través de un gran arco de madera, podían verse unas escaleras de madera y al fondo un enorme salón con chimenea, con tres sofás de color verde oscuro rodeándola. El suelo estaba lleno de alfombras, de ahí seguramente que tuvieran que quitarse los zapatos al entrar.
Subieron por las escaleras hasta el primer piso, y avanzaron por un largo pasillo revestido con un zócalo de madera. Jason abrió la segunda puerta a mano izquierda, y se apartó para dejar pasar a Robby primero.
La habitación estaba en penumbra. En lugar de encender la luz, Jason fue hasta la ventana y corrió las cortinas, y la luz del sol invadió la estancia.
La habitación de Jason era muy amplia, en consonancia con la casa. Todas las paredes estaban revestidas de madera. Los muebles también eran de madera, excepto la cama, que era de hierro forjado, de tamaño doble, cubierta con un fino edredón negro. Todo el suelo de la estancia estaba cubierto por una gran alfombra gris.
En la pared contraria a la ventana, había una especie de cuadro colgado que llamó la atención de Robby. Al acercarse, comprobó que no era un cuadro. Era una medalla dorada enmarcada.
—Es esta, ¿verdad?
Jason se colocó a su lado.
—Esta es. La medalla de oro que gané gracias a Kyle.
Mientras Robby seguía contemplando embobado el pedazo de metal, Jason abrió la ventana, para ventilar, y las puertas del armario. Metió la maleta dentro, sin deshacer.
—Puedes dejar tus cosas aquí dentro, si te parece.
—Entonces, ¿voy a dormir aquí contigo?
—¿Prefieres dormir en otro lado?
—No, claro que no. —Robby fue hasta él y le rodeó el cuello con los brazos—. Y esa cama parece muy cómoda. No puedo esperar a probarla.
Inesperadamente, Jason le cogió de las muñecas y le hizo soltarse. Estaba extrañamente serio.
—Lo siento, se me olvidó comentártelo. No vamos a tener sexo aquí —anunció.
—¿Qué? —exclamó Robby—. Pero si acabas de decirme que podemos dormir juntos.
—Eso es otro tema. Pero en cuanto al sexo, mi padre tiene una regla muy estricta.
—¿Tu padre? ¿De qué hablas? ¿Qué regla?
—Nada de sexo pre matrimonial en esta casa.
Robby parpadeó.
—¿En serio?
—En serio.
—¿Por qué?
Jason se encogió de hombros.
—Mi padre es muy tradicional. Su familia siempre ha sido muy tradicional en muchos aspectos. Y este es uno de ellos. Pero mi padre también es realista. Así que, a medida que mis hermanos y yo fuimos llegando a la adolescencia, mi padre nos hizo prometerle que al menos no tendríamos sexo antes del matrimonio en esta casa. En mi caso, cuando fue mi turno, yo todavía salía con chicas. Pero incluso tras salir del armario, la regla siguió siendo la misma.
—Así que... en las otras habitaciones, tu hermano puede follar con su mujer, y tu hermana con su marido... ¿pero nosotros no podemos?
—Exacto.
—No tiene sentido.
—Puede que para nosotros no. Pero para mi padre sí. Y gracias a que se fía de mi palabra, al menos podremos dormir juntos. Si no, estarías en la habitación de invitados.
Robby no sabía qué pensar, estaba demasiado desconcertado.
—Entonces... ¿nada de sexo en una semana?
Jason sonrió de forma ladina.
—Yo no he dicho eso.
El resto del día lo pasaron paseando por el rancho. Jason le mostró todos los sitios donde podían llegar andando: la casa principal, los porches, los jardines, el establo de los caballos, el recinto exterior donde los domaban, la casa de los peones, el granero, el almacén de la maquinaria... Pero las partes más salvajes del rancho, como la zona donde pastaba el ganado, estaban demasiado lejos para ir andando.
El último sitio que visitaron el primer día, fue un bonito claro rodeada de arbustos floridos, junto a un arroyo. En medio del claro, había varias lápidas de mármol. Jason se detuvo frente a las más nuevas. Robby leyó las inscripciones.
Lillian Emily Powell
May 27 1953 — Nov. 11 1993
Kyle Christian Powell
Dic. 19 1984 — Feb. 10 2009
Permanecieron allí unos cinco minutos, en silencio. Luego, Jason cogió a Robby de la mano y regresaron a la casa principal.
A la hora de cenar, al igual que había pasado con Jason en el cumpleaños de Sara, Robby se convirtió, a su pesar, en el centro de atención casi toda la velada. Aunque, en realidad, la única que no paraba de hacerle preguntas era Julia. A petición suya, Robby tuvo que explicarle su árbol genealógico, o más bien lo poco que sabía de él. Aunque no todas las preguntas de Julia fueron sobre Robby.
—¿Y cómo es mi hermano en el trabajo? ¿Es un buen teniente?
—Es el mejor. —Robby le echó una mirada rápida a Jason y sonrió—. Aunque un poco mandón.
—Qué novedad. —Rick se rió entre dientes—. A mi hermano pequeño siempre le ha gustado mandar. Incluso cuando no tiene ni idea de lo que hace.
—Cállate —dijo Jason, pero su tono era jocoso.
Rick iba a añadir algo más, pero sus tres hijos (tres pequeños diablos rubios de entre ocho y doce años) empezaron a pelearse entre ellos, y tuvo que interrumpirse para mediar.
Después de cenar, Jason le preguntó a Robby si quería dar otro paseo a la luz de la luna o quedarse en el salón viendo la tele, pero había sido un día muy largo, y Robby prefería acostarse ya. Jason también estaba cansado, así que le pareció un plan perfecto. Así que dieron las buenas noches a la familia y subieron al piso de arriba.
Ya dentro de la habitación, con la puerta cerrada, Robby se cambió de ropa muy lentamente, echando significativas miradas a Jason, pero al parecer este iba completamente en serio con esa estúpida regla de no follar dentro de la casa, porque no se inmutó. Robby suspiró y, ya en pijama, se metió bajo el edredón. Jason hizo lo mismo minutos después.
—¿Tienes frío? —preguntó el hombre.
—Un poco —reconoció Robby.
—Ven.
Jason extendió un brazo a modo de invitación. Robby se pegó a su costado, descansando la cabeza en su hombro. Se quedaron quietos. Era la primera vez que se metían los dos a dormir en la misma cama sin algo de sexo primero, se dio cuenta Robby.
El silencio era absoluto. Fuera de la habitación, de la casa, no se escuchaba ni un solo sonido. Ni tráfico, ni sirenas, ni gente discutiendo de madrugada. Nada. Robby no estaba acostumbrado a dormir sin ruido.
Aunque ya no tenía frío, se apretó un poco más contra Jason, quien empezó a acariciarle el cabello de forma distraída.
Esto tampoco estaba tan mal, pensó Robby.
—Me gusta tu cabello —comentó Jason, rompiendo el silencio.
—¿Sí? Pues debería cortarlo ya. Empieza a molestarme.
—Una pena.
Jason continuó acariciándole mechón tras mechón.
—¿Puedo preguntarte algo? —pidió Robby al cabo de unos minutos.
—Claro.
—Cuando estábamos en Los Ángeles, después de que mi padre se enterara de que estamos juntos... ¿a qué te referías cuando dijiste que tu padre se lo tomó mucho peor? ¿Se enfadó mucho cuando saliste del armario?
Jason resopló.
—Me dio una bofetada.
Robby alzó la cabeza para poder mirarle a los ojos, horrorizado.
—¡¿Te pegó?! ¿Qué edad tenías?
—Dieciséis. A su favor he de decir que fue la primera y última vez. —Jason se encogió de hombros—. Ya te dije que viene de una familia muy tradicional. Pasamos una mala época, pero lo arreglamos.
—Aun así... no debería haberte pegado.
—Ya. Pero es mi padre, ¿qué querías que hiciera? ¿Odiarle para siempre?
—No, claro que no...
Volvieron a quedarse en silencio.
Robby pensó en Johnny. Su padre tenía muchos —muchísimos— defectos, y su negligencia durante diecisiete años era algo que Robby podía perdonar, pero no olvidar. Pero, al menos, nunca le había puesto la mano encima. Ni siquiera le había pegado aquella vez en el dojo de Cobra Kai cuando encontró a Robby entrenando con Kreese y Robby le atacó, y aunque Robby había acabado herido igualmente cuando Johnny le había lanzado contra las taquillas al intentar pararle, aquello había sido un accidente.
Cada familia era un mundo.
Todavía había oscuridad total cuando un movimiento en el colchón despertó a Robby. Abrió los ojos y vio que Jason se había levantado y que se estaba desnudando.
—¿Has cambiado de idea?
—¿Qué? —Jason se giró hacia él—. Lo siento, no quería despertarte.
—¿Qué hora es?
—Las cuatro de la mañana.
—¿Por qué te estás vistiendo a las cuatro de la mañana?
—Voy a ayudar a mi hermano y a los peones a alimentar a los caballos.
—¿A las cuatro de la mañana?
—Díselo a los caballos. —Jason le dio un pico en los labios—. Sigue durmiendo, ¿vale?
No se lo tuvo que repetir dos veces.
Cuando Robby volvió a despertarse, ya era de día. Chequeó su teléfono móvil, y vio que tenía un mensaje de Jason.
Cuando te levantes, baja a la cocina a desayunar. Yo estoy todavía ayudando con un par de cosas. Volveré lo más pronto que pueda.
También tenía unos cuantos mensajes de su padre, pero no privados, sino escritos en el chat familiar que Miguel había creado unos días atrás, y en el que estaban metidos Miguel, Robby, Johnny, Carmen y Rosa.
Todos los mensajes de Johnny eran memes de karate (su padre había descubierto la existencia de los memes no hacía mucho) excepto el último.
Papá: ¿Qué tal por Montana, Robby? Pasa alguna foto.
Robby tecleó la respuesta.
Es una pasada. Luego os mando fotos.
Para no cometer el mismo error del día anterior, Robby se vistió con ropa un poco más abrigada (se puso una sudadera encima de la camiseta), y luego salió de la habitación en busca de la cocina. La casa era enorme, pero no fue difícil de encontrar. Dentro estaban Julia, Erica, y los tres niños, sentados alrededor de una mesa de madera oscura casi tan grande como la del comedor, desayunando.
—¡Buenos días, Robby! —le saludó Julia alegremente—. ¿Has dormido bien?
—Buenos días. Sí, muy bien, gracias.
La mesa de la cocina parecía un desayuno continental de hotel.
—Siéntate, cariño —le instó Julia. Robby se sentó junto a Erica—. ¿Qué te apetece desayunar? ¿Café? ¿Zumo? ¿Tostadas? ¿Huevos revueltos? ¿Un trozo de tarta?
—Em... un zumo y unas tostadas estaría bien —dijo Robby, un poco aturdido ante tanta oferta.
—Sé cómo te sientes —le dijo Erica—. Pero no te creas que es siempre así de amable. Tiene un genio de mil demonios, como sus hermanos.
Julia le miró indignada.
—¡Eso no es cierto! Soy una buena anfitriona, eso es todo.
Las dos mujeres continuaron con una charla trivial. Le preguntaron a Robby por sus planes con Jason ese día, pero Robby tuvo que admitir que no tenía ni idea.
Justo cuando Robby estaba terminando de desayunar, Jason entró en la cocina.
Robby casi se atragantó con el zumo.
Jason iba vestido de vaquero: pantalones de montar, una camisa a cuadros, y un sombrero de vaquero. Un puto sombrero de vaquero.
Menos mal que Jason había insinuado que no tendrían que esperar realmente una semana para follar, aunque Robby aún no sabía cómo iba a solucionar ese tema.
—Buenos días, ladies —saludó Jason al entrar, y luego caminó directamente hacia Robby y le besó en la frente—. Buenos días, babe.
Era la primera vez que le llamaba así. Robby sintió mariposas.
—Buenos días...
—¿Has terminado de desayunar?
—Sí.
—Pues venga, vamos.
—¿A dónde?
—A tu primera clase de montar a caballo.
A Robby casi se le cayó el vaso de zumo de las manos.
—¿Mi primera qué?
El día anterior, Jason ya le había enseñado los establos y el recinto de doma, pero no se habían acercado demasiado a los animales. Por eso, tener a una bestia parda de media tonelada de peso y más de dos metros de altura justo enfrente de él, era algo nuevo y bastante intimidante.
Pero llamarlo bestia en su cabeza quizá era un poco injusto, pensó Robby. Aquel animal era... espléndido. Su piel brillante era enteramente de color chocolate, excepto por un rombo blanco que tenía en el hocico, entre los ojos negros como el carbón. Sus crines y su cola eran de un color amarillo pajizo, casi dorado.
—Se llama Padme —dijo Jason, mientras acariciaba el cuello del animal de arriba abajo—. Mis sobrinos eligieron el nombre. Son fans de Star Wars, como te puedes imaginar.
—Es una yegua, pues.
—Sí. ¿Preparado para montarla?
—Absolutamente no.
Como si se hubiera ofendido por el rechazo, Padme relinchó con fuerza, y Robby dio instintivamente un pequeño salto hacia atrás. Rick se acercó a ellos, riendo entre dientes.
—¿Te has asustado, chico de ciudad?
Al oír el apodo, Robby torció el gesto. Cuando Jason le había llamado 'chico de California' el día anterior, había sido de forma cariñosa. Pero Rick simplemente se estaba burlando de él. Fuera del recinto de doma, apoyados en la barrera de madera que lo delimitaba, Julia, Erica y los tres niños les observaban atentamente.
—Eso no ayuda, idiota —regañó Jason a su hermano mayor. Luego se giró de nuevo hacia Robby, clavando sus ojos azules en él—. Mira, es normal estar asustado la primera vez. Pero no tienes por qué estarlo. Yo voy a estar aquí, justo a tu lado. Nunca dejaría que te pasara nada malo, lo sabes, ¿verdad?
Robby tragó saliva, aturdido una vez más ante la vehemencia de Jason, sintiendo un calor profundo en el pecho, un tipo de calor que cada vez sentía más a menudo, un calor que no podía tener otro origen más que ese sentimiento que apenas se atrevía a nombrar pero que a esas alturas era ya dolorosamente obvio.
—Sí... Lo sé.
—¿Entonces?
—Vale, lo intentaré.
—Bien. —Jason sonrió satisfecho.
Con un gesto, Jason indicó a Robby que se acercara por un lado al animal, y paso a paso, le fue guiando para que se subiera encima. Robby era muy ágil, y no fue difícil. Ya sentado a lomos de la yegua, con los pies perfectamente colocados en los estribos, Jason le pasó las riendas.
—Y ahora, poco a poco.
Tras darle Jason un toquecito en el lomo, la yegua empezó a trotar muy lentamente. Robby aguantó la respiración, pero nada malo pasó. De hecho, lo de montar a caballo estaba bastante bien.
—¡Lo tienes, Robby! —le gritó Julia.
Sí que lo tenía. Robby dio una vuelta entera al recinto a lomos de Padme, sin que Jason se alejara en ningún momento de su lado. Se dio cuenta de que Julia les estaba haciendo fotos. Quizá podría reenviarle alguna a su padre.
—Eso no ha estado nada mal —le felicitó Jason mientras le ayudaba a bajar, mirándole con orgullo.
—¡Chicos, mirad hacia aquí!
Los dos obedecieron y se dejaron retratar para la foto, sonriendo.
Quién le hubiera dicho a Robby que, unos años después, esa inofensiva foto le provocaría una crisis nerviosa.
Incluso sin sexo, Robby disfrutó realmente aquellos días en el rancho Powell. Aunque cada día Jason desaparecía unas cuantas horas para ayudar a su hermano y a los trabajadores en diversas tareas, Robby no se sentía solo. Julia, que como era maestra y era verano, estaba de vacaciones, le hizo mucha compañía. La mujer le caía realmente bien. Los tres sobrinos de Jason también le mantenían ocupado. Robby se divirtió mucho jugando a fútbol con ellos, y comprobó que, aunque hacía años que no tocaba un balón, aún no había perdido el toque. Erica le agradeció profusa y sinceramente por todos los ratos que mantuvo a esos tres pequeños diablos entretenidos.
Al llegar la noche del viernes, Jason le anunció que iban a salir después de cenar.
—¿A dónde vamos a ir?
—A un sitio que creo que te puede gustar. Aunque está un poco lejos.
—¿Y cómo vamos a ir hasta allí?
—En coche. Mi hermano me presta el jeep.
Robby siguió preguntando detalles, pero Jason no soltó prenda. Simplemente le aconsejó que se vistiera un poco más formal de lo habitual. Así que, después de la cena, Robby y Jason fueron a la habitación y se cambiaron de ropa, sustituyendo las camisetas por camisas de vestir. Luego se despidieron de la familia y se subieron al jeep de Rick, Jason al volante.
Una hora después, llegaban a una ciudad llamada Missoula. Jason condujo un buen rato por sus calles hasta llegar a una zona de bares muy animada, con mucha gente paseando por las aceras, aunque eran más de las diez de la noche.
—¿No vas a contarme aún por qué hemos venido hasta aquí? —preguntó Robby al bajar del coche.
—Missoula es la ciudad más tolerante de Montana. Si uno quiere ir a un bar gay en este estado, hay que venir aquí.
Robby abrió mucho la boca.
—¿Vamos a ir a un bar gay?
Así fue. No era un bar muy grande, pero tenía una pista de baile, y había bastante gente. Por lo que pudo observar Robby, no era un bar gay, sino más bien un bar LGTBI, ya que allí había gays, lesbianas, trans... Y la música no estaba nada mal. No era música apabullante de discoteca, sino música tranquila y ligera, con un toque de country. Estaba fuerte, pero no tanto como para que necesitaran hablar a gritos para entenderse.
—No habías estado nunca en un bar gay, ¿verdad? —inquirió Jason, mientras tomaban una bebida en la barra.
—Qué va...
—¿Y qué te parece?
—Es... diferente. Está guay. ¿Tú ya habías estado antes?
—Sí, varias veces, antes de ir a Afganistán. Pero hacía años que no venía. Por lo que veo, el sitio no ha cambiado mucho.
Aprovechando que había salido el tema, Robby se decidió a preguntar.
—¿Puedo preguntarte por qué rompiste con ese chico, el que conociste en Afganistán?
—¿Con Benji? —Jason se encogió de hombros—. Me dejó por otro. Un ex novio suyo con el que aún tenía historia.
—¿En serio? —A Robby le costaba imaginar que alguien pudiera elegir a otro hombre por encima de Jason.
Tras terminar su cerveza, Jason dejó la jarra vacía en la barra. Cuando Robby terminó su refresco, Jason le cogió de la mano y tiró de él.
—Ven, vamos a bailar.
Sin oponer resistencia, Robby dejó que Jason le llevara hasta el centro de la pista. Una vez ahí, Jason le rodeó la cintura con un brazo, y le apretó contra él, instándole a que balanceara las caderas al ritmo de la música, al igual que él.
I know sleep is friends with death
But maybe I should get some rest
Después de cinco días sin hacer nada, tener a su novio tan pegado y encima restregándose contra su ingle... a Robby le estaba resultando realmente difícil mantener la compostura. Intentó centrarse en la música y en el baile y no en el calor que empezaba a sentir en su entrepierna. Y se dio cuenta de que Jason era buen bailarín —cómo no— pero no tanto como él. Por una vez, Robby le superaba en algo. Y decidió presumir un poco.
You and me belong together
Like cold iced tea and warmer weather
Al empezar el estribillo, Robby se soltó de Jason y giró sobre sí mismo, pegando su espalda al pecho de Jason. Entonces, empezó a contonearse siguiendo el ritmo de la melodía, bajando lentamente hasta ponerse en cuclillas, y luego volviendo a subir. No era su intención que esos movimientos tuvieran una intención sexual, pero Jason no opinaba lo mismo.
—Joder, Robby... —exhaló el hombre en su oído.
Robby simplemente sonrió y continuó bailando, hasta que Jason le volteó y atacó sus labios. Robby gimió por la sorpresa, pero pronto respondió al beso con entusiasmo. El calor en su entrepierna aumentó hasta el límite, pero por lo que podía notar, no era el único. Pocos minutos después Jason rompió el beso y le obsequió con una mirada hambrienta.
—Nos vamos de aquí —le informó con voz ronca.
—¿Ya?
—Sí, ya. Voy un momento al baño y luego salimos.
—Vale, te espero en la barra.
Jason salió de la pista en dirección al fondo del local, y Robby se fue a la barra. Apoyó la espalda en ella, y contempló la pista de baile, que cada vez estaba más llena. Mientras recordaba con una sonrisa la reacción de Jason a su sensual baile, un hombre joven, de unos treinta años, pelirrojo, se colocó a su lado.
—Ey —le saludó el hombre.
—Ey —murmuró Robby, dirigiéndole una mirada cautelosa.
—No eres de por aquí, ¿verdad?
—No —respondió secamente.
Esta vez, Robby no iba a cometer el mismo error. No estaba en Ginger's, rodeado de compañeros de trabajo y gente más o menos conocida. Estaba en un bar gay de Missoula. Así que era poco probable que ese hombre le estuviera sacando conversación solo por ser amigable.
Pero el hombre no pilló la indirecta.
—¿De dónde eres? —preguntó.
Estuvo tentado de no contestar. Pero, aunque su educación temprana había dejado mucho que desear, Robby nunca se había considerado una persona maleducada. Además, supuso que ese hombre, o bien acababa de entrar al local, o de salir del baño, porque no era normal que intentara ligar con Robby después del beso que había compartido con Jason en medio de la pista, a la vista de todos los presentes.
—De Los Ángeles.
—Estás muy lejos de casa, pues. ¿Qué haces en Montana?
—Visitando a la familia de mi novio.
Pensó que con aquello sería suficiente para que el hombre perdiera el interés, pero no.
—¿Ah, sí? ¿Tu novio es de Montana? ¿Y dónde os conocisteis?
—Oye, lo siento, pero... ¿me puedes dejar en paz? Te acabo de decir que tengo novio.
—Ah, ¿que sois exclusivos? ¿En serio?
El pelirrojo parecía realmente sorprendido. Robby se preguntó si de verdad era algo tan inusual en una pareja gay, o que ese tipo era simplemente un metomentodo.
—Sí, lo somos.
—Pues es una pe...
De repente, una figura alta se interpuso entre Robby y el hombre. Jason.
—Largo.
Fue una sola palabra, pero Robby se estremeció al oír su tono. Esta vez, al contrario que con aquel bombero del segundo turno, Hunter, Jason no estaba disimulando su malestar.
El hombre simplemente sonrió.
—¿Tú eres el novio?
Jason no se molestó en responder la pregunta. Aprovechando su altura, se cernió sobre el hombre.
—He dicho largo —repitió con voz aún más grave.
Esta vez, el pelirrojo debió notar el peligro, porque, sin añadir nada más, simplemente le echó una última mirada a Robby y desapareció.
Jason se giró hacia Robby con una expresión fría. El corazón del muchacho dio un vuelco.
—No estaba flirteando —dijo Robby rápidamente.
La expresión de su novio se relajó inmediatamente.
—Lo sé. —Jason inspiró hondo y se pasó una mano por el cabello—. Lo sé. Vámonos.
Salieron del local y fueron en busca del jeep.
Los primeros diez minutos del trayecto de vuelta transcurrieron en silencio.
—¿Estás enfadado? —se decidió Robby finalmente a preguntar.
—Claro que no —respondió Jason, sin mirarle. Se habían alejado ya mucho de la ciudad y la oscuridad fuera de la carretera, iluminada únicamente por los faros del jeep, era absoluta.
—Pero pareces enfadado —insistió Robby—. Y no es justo. No estaba flirteando.
Jason suspiró.
—No estoy enfadado contigo. Estoy... molesto conmigo mismo.
—¿Por qué?
—Porque me he dado cuenta de que te he asustado.
—Tú no me has asustado. —Eso no era completamente cierto, pero Jason parecía realmente intranquilo y a Robby no le gustaba verlo así—. Pero sí que has asustado a ese hombre.
—Ese hombre no me importa. Solo me importas tú.
—Entonces no te preocupes. No te tengo miedo. —Eso sí era cierto—. Me dijiste desde el principio que nunca me harías daño, y te creo.
Jason le dirigió una mirada rápida y luego volvió a poner toda su atención en la carretera. Su expresión se había relajado del todo por fin. De repente, redujo la velocidad del vehículo, y giró hacia el lado derecho de la carretera, metiéndolos en un camino de tierra.
—¿A dónde vamos? —preguntó Robby.
—A ningún sitio —fue la enigmática contestación.
Dos minutos después, Jason detuvo el jeep, y apagó el motor y los faros. Estaban en medio de la nada, rodeados de oscuridad. La única luz del lugar era la del interior del jeep. Sin dar explicaciones, Jason se bajó del vehículo y abrió el maletero. Cogió algo, casi a tientas, y volvió a meterse dentro, pero por la puerta de los asientos traseros. Lo que había cogido era una manta, que extendió con cuidado sobre la tapicería, colocándose de rodillas sobre ella.
—¿Qué haces? —preguntó Robby.
—Ven aquí y quítate los pantalones —fue la respuesta de Jason.
Una ola de calor repentino invadió por completo a Robby. Así que, como no podían tener sexo en la casa, iban a tenerlo en el coche. Como si fueran dos adolescentes sin ningún otro sitio donde desfogarse. Pero después de cinco días de sequía, incluso si Jason le hubiera propuesto follar en el granero, Robby probablemente habría aceptado. Se quitó zapatos y calcetines, pasó entre el hueco de los asientos de delante, y se tumbó de espaldas sobre la manta, con una pierna a cada lado de las rodillas de Jason. Mientras el muchacho se desabrochaba los pantalones, Jason cogió su cartera del bolsillo posterior de los suyos, y sacó de ella dos pequeños sobres cuadrados de plástico.
—Mierda... —exclamó el hombre.
—¿Qué pasa? —preguntó Robby, deteniéndose.
—Pensaba que había cogido un condón y un sobre de lubricante. Pero he cogido dos sobres de lubricante.
La expresión desolada de Jason hizo reír a Robby.
—Así que... el infalible Jason Powell ha cometido un error, ¿eh?
—No tiene gracia. Nos hemos quedado sin polvo.
En verdad no tenía gracia. Robby se mordió el labio, un poco inseguro sobre lo que iba a decir a continuación.
—No tiene por qué ser así.
Jason le miró fijamente. Por supuesto, había captado la indirecta.
—¿Estás seguro?
El muchacho se encogió levemente de hombros.
—¿Acaso has estado con alguien más en los últimos seis meses?
—Claro que no.
—Pues yo tampoco. Y tuvimos una revisión médica hace dos semanas, y todo estaba bien, así que...
—¿Así que qué? —Jason le miraba fijamente—. Dilo. ¿Quieres que te folle sin condón? ¿Quieres que... me corra dentro de ti?
Robby se estremeció.
—Sí. Hazlo.
Jason le miró fijamente por unos segundos más, y luego sonrió de forma traviesa.
—¿A qué esperas pues? Fuera pantalones he dicho.
Robby le devolvió la sonrisa y terminó de desnudarse de cintura para abajo.
Para Robby, la sensación en sí de tener sexo sin condón no resultó ser tan diferente, pero seguramente lo era más para Jason. Quizá ese era el motivo por el que el ritmo de las embestidas del hombre estaba siendo mucho más suave de lo habitual, como si quisiera disfrutar del roce entre ellos en cada milímetro de su piel. Y aquella nueva forma de conectar sus cuerpos... deliberadamente lenta, calmada, profunda... sin el habitual desenfreno al que Robby ya se había acostumbrado... eso sí era diferente, y le daba demasiado espacio para pensar.
Y Robby no podía ya pensar en otra cosa que no fuera en el calor de su pecho y en las palabras atoradas en su garganta, pugnando por salir. No iba a poder contenerse mucho más. Y cuando Jason le pasó un brazo por detrás de la cintura, apretándole un poco más contra él, juntando sus cuerpos hasta lo imposible, presionando de golpe y con precisión ese punto en su interior, Robby alcanzó el clímax y perdió el poco dominio de sí mismo que le quedaba. Se arqueó y jadeó y apretó, olas de placer recorriendo su cuerpo una tras otra, y las palabras simplemente... brotaron.
—Te quiero... —gimió—. Te quiero...
Al principio, Jason, con la cara enterrada en su cuello, pareció no haberle oído.
—¡Joder! No aprietes tanto...
Pero Robby no podía evitarlo; el orgasmo había sido muy intenso y todo su cuerpo seguía tenso en consecuencia. Jason no pudo contener su propio orgasmo: embistió solo un par de veces más, terminó dentro de Robby, y luego colapsó encima de él.
Por varios minutos, ninguno de los dos se movió. Robby no habría podido hacerlo de haber querido, con todo el peso de Jason sobre él, y aturdido como estaba aún por las réplicas /aftershock. En el interior del vehículo solo se escuchaban las respiraciones agitadas de ambos. Las ventanillas del jeep se habían cubierto de vaho. Finalmente, Jason se incorporó un poco sobre sus codos, no demasiado, lo justo para dejar de aplastar a Robby y poder mirarle a los ojos.
—Te quiero —dijo el hombre.
Robby clavó la mirada en esos ojos azul claro. Sabía que aquel hombre era brutalmente honesto, y aun así, no pudo evitar la necesidad de asegurarse.
—¿De verdad? —preguntó en voz muy baja.
—¿Lo dudas? —Jason rio, pero había un deje de indignación en su tono.
—No, es que... nunca nadie me lo había dicho. Aparte de mis padres.
Jason cambió su peso de modo que quedó apoyado únicamente sobre su codo izquierdo, y con su mano derecha acarició el cabello de Robby, sus dedos enredándose en el cabello húmedo de sudor.
—Te quiero —repitió simplemente.
Sin saber muy bien por qué, Robby sintió ganas de llorar.
A la mañana siguiente, Jason y Robby estaban en las butacas del porche, sin hacer nada, simplemente disfrutando de sus últimas horas rodeados de aquella naturaleza salvaje. El padre de Jason, Erica y los niños estaban en Bozeman. Julia y su marido estaban todavía en la cocina, desayunando. Rick estaba afuera, trasteando en el jeep, el cual Jason había dejado aparcado a pocos metros del porche la noche anterior.
—¿Dónde está la manta? —preguntó Rick de repente en voz alta, rebuscando en el interior del maletero.
—En la lavadora —respondió Jason.
—¿Por qué está en la lavadora?
—Porque se ensució.
Parecía que Rick iba a seguir preguntando, pero cerró la boca y se quedó mirando a su hermano pequeño con el ceño fruncido. Luego miró a Robby, y luego otra vez a Jason. De pronto abrió mucho los ojos.
—¿Follasteis en mi jeep?
Robby enrojeció al instante.
—Pusimos la manta —apuntó Jason con tranquilidad.
—¡Por Dios Santo, Jason! —gritó Rick—. ¡Mis hijos se sientan ahí detrás!
—Pusimos la manta —repitió Jason, su tono un poco más seco que antes.
—¡¿Eso es todo lo que tienes que decir?!
Jason perdió la poca paciencia que tenía.
—¿Qué más quieres que te diga, Rick? Pusimos la puta manta. ¿Habrías preferido que te ensuciáramos la tapicería?
—¡Lo que habría preferido es que no hubierais follado en mi jeep!
Julia salió al porche, alertada por los gritos.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
Robby contuvo la respiración.
"Por favor, que no se lo diga..."
—¡Follaron en mi jeep! —Rick señaló a la pareja.
"Mierda."
Julia soltó una sonora carcajada. Robby solo quería que se lo tragara la tierra.
Rick volvió a dirigirse a Jason.
—¡¿Es que no podías aguantar una semana?! —le preguntó, todavía gritando—. ¡¿Qué tienes, quince años?!
Julia se giró también hacia Jason.
—¿Todo esto es por la 'regla'? —preguntó, y Jason asintió—. Sabes que papá está perdiendo el oído. No se enteraría.
—Una promesa es una promesa.
Rick cerró el maletero de un portazo.
—¡No voy a dejarte el jeep nunca más! ¡Nunca más! ¡¿Me oyes, Jason?!
El aludido puso los ojos en blanco y se levantó.
—Robby, vamos a dar un paseo.
Incapaz de mirar ni a Rick ni a Julia a la cara, Robby siguió a Jason cabizbajo. Juntos bajaron los escalones del porche y se alejaron por uno de los senderos.
Pasearon en silencio unos minutos, hasta casi llegar al claro donde se ubicaba el pequeño cementerio familiar. Pero Jason se detuvo antes, y cogió a Robby de la mano.
—Estaba pensando... —empezó, su tono menos seguro de lo habitual en él—. Quizá es hora de hablar con Recursos Humanos. Y con el Jefe Peterson.
—Quieres decir... ¿para contarles lo nuestro? —preguntó Robby, sorprendido.
—Sí.
—¿Por qué?
—Lo nuestro ya no va solo de sexo. Ayer lo dejamos claro, ¿no? —preguntó Jason, y Robby asintió—. Tenemos una relación seria. Y en este punto, cuanto más tardemos en contárselo a Peterson, más se molestará. Y si se enterara por terceras personas antes que por nosotros, sería un desastre.
—¿Por quién iba a enterarse? ¿Por Clarke?
Jason le había pedido permiso a Robby unas semanas atrás para contarle lo suyo a Clarke, alegando que era su mejor amiga. Como Robby había hecho lo mismo con Sam desde el principio, no había podido negarse. Curiosamente, al parecer Clarke no se había sorprendido demasiado con la noticia, y seguía tratando a Robby exactamente igual que antes.
—Claro que no; Clarke jamás se iría de la lengua. Pero hay algo que no te he contado. Tres días antes de venir aquí, Connery me preguntó directamente si había algo entre nosotros. No quise mentirle, así que le dije simplemente que esa pregunta estaba fuera de lugar y que se metiera en sus propios asuntos.
—¿Cómo puede haberse dado cuenta Connery? No hacemos absolutamente nada en el parque.
—No lo sé. Quizá se ha dado cuenta de como te miro. Y si alguien tan despistado como Connery se ha dado cuenta... es cuestión de tiempo que los demás también lo hagan.
—Entonces... ¿lo contamos?
—Si te parece bien, sí.
Robby no tuvo que meditarlo mucho.
—Sí, hagámoslo. No quiero esconderme más.
—Bien. Le pediré una reunión a Peterson en el próximo turno y hablaremos con él. Después le enviaremos un burofax a Recursos Humanos.
—Vale. —Robby respiró hondo.
Jason notó su ansiedad.
—Todo irá bien —le aseguró.
El hombre tiró suavemente de él y lo envolvió en un abrazo, que Robby correspondió con entusiasmo.
—¿Y bien? ¿Qué te ha parecido Montana? —preguntó Jason al cabo de unos minutos—. ¿Vas a querer volver?
—Me ha encantado —contestó Robby con sinceridad—. Y sí, quiero volver. De hecho, no quiero que tú vuelvas sin mí. No quiero... no quiero separarme de ti nunca, ¿vale?
Sabía que estaba actuando de forma necesitada y diciendo cosas cursis, y pensó que quizá Jason se burlaría cariñosamente de él, pero no fue el caso.
—Entendido —dijo Jason simplemente, y le abrazó más fuerte.
SamanthaPetrelli on Chapter 2 Sun 01 Dec 2024 05:15PM UTC
Comment Actions
Maeberys on Chapter 2 Sun 01 Dec 2024 06:29PM UTC
Comment Actions
Hela (Guest) on Chapter 2 Sun 15 Dec 2024 03:57PM UTC
Comment Actions
Maeberys on Chapter 2 Mon 16 Dec 2024 09:26AM UTC
Comment Actions
Hela (Guest) on Chapter 5 Sun 05 Jan 2025 03:32PM UTC
Comment Actions
Michi_9 (Guest) on Chapter 17 Mon 21 Apr 2025 06:23PM UTC
Comment Actions
Maeberys on Chapter 17 Tue 22 Apr 2025 09:09AM UTC
Comment Actions
Michi_9 (Guest) on Chapter 17 Tue 22 Apr 2025 07:24PM UTC
Comment Actions
Michi_9 (Guest) on Chapter 17 Sun 27 Apr 2025 12:54AM UTC
Comment Actions
Maeberys on Chapter 17 Sun 27 Apr 2025 09:17AM UTC
Comment Actions
Michi_9 (Guest) on Chapter 17 Mon 28 Apr 2025 09:18PM UTC
Comment Actions
Sofi (Guest) on Chapter 20 Sun 01 Jun 2025 06:41PM UTC
Comment Actions
Maeberys on Chapter 20 Mon 02 Jun 2025 09:56AM UTC
Comment Actions
Sofi (Guest) on Chapter 20 Sun 01 Jun 2025 06:41PM UTC
Comment Actions
Maeberys on Chapter 20 Mon 02 Jun 2025 09:56AM UTC
Comment Actions