Work Text:
Michael y Shouei se encontraron llegando al complejo de departamentos en el que vivían. Intercambiaron un par de palabras sobre lo ocurrido en el día: Michael había ido a averiguar cómo debía prepararse para seguir con su carrera universitaria en el país del sol naciente, y Shouei, como cada día, había ido a trabajar.
—¿No hay demasiada tranquilidad?
El alfa soltó al entrar al lugar. Shouei reparó en sus palabras y en que, efectivamente, el silencio reinaba.
—¿Se habrán ido a comprar algo?
Shouei lo acompañó en la sala de estar, mientras dejaba sus pertenencias sobre el sillón.
—Traje todo lo que me pidió por la mañana. Iré a ver si está durmiendo.
El beta pasó de largo e ir por Eiichi, si es que estaba allí con su padre. Michael encontró el lugar vacío. Shouei llamó su atención, por lo que salió en su encuentro en la habitación de su hijo. Al entrar allí, vio un precario fuerte armado con ropa. En su interior, Yoichi se encontraba arropado con vestimentas de Michael y Shouei, mientras se frotaba contra el beta de una manera cariñosa. Entre ambos, Eiichi jugaba con un libro infantil. El alfa no pudo evitar la emoción del momento y sacó una fotografía sin que Yoichi se diera cuenta. Sin embargo, para su pesar, Shouei sí lo hizo.
—¿Qué rayos haces?
El alfa se llevó su teléfono al rostro para cubrir su sonrisa, fallando en el intento.
—No pude contenerme.
—Michael… —Yoichi llamó la atención del alfa mientras se agarraba del borde de la remera de Shouei y frotaba su rostro sobre el cuello—. Ven aquí tú también.
—Por supuesto, por supuesto. —El omega se pegó aún más a Shouei, haciéndole lugar a Michael a su lado. Yoichi lo agarró del brazo para atraerlo a él—. ¿Quieres que me acueste encima tuyo?
El omega asintió. Michael podía ver su mirada llena de felicidad y eso lo hizo sonreír. El peso de ambos hizo que Shouei terminara recargándose sobre la pared y suspirara. El movimiento hizo que Eiichi se girara para prestar atención a lo que estaba sucediendo.
—¡No es justo! ¡Yo también quiero!
—Ven aquí, cachorro.
Shouei hizo un hueco entre Yoichi y él, y el pequeño estaba por meterse sin pensarlo dos veces.
—Ah. Espera.
Eiichi volvió sobre sus pasos, dejó el libro que tenía en el estante que correspondía y agarró a Leon-san con una mano y el peluche que Michael le había regalado con la otra.
—Estoy haciendo espacio para ti, no para tus juguetes. —La expresión de tristeza en el niño hizo que el beta cambiara de opinión—. ¿Por qué no dejas que papi Mii se haga cargo de ellos?
Michael, que ya estaba acomodado, se incorporó para aceptar los peluches de su hijo, que quedaron sobre la espalda de Yoichi. Una vez se sintió satisfecho, Eiichi hizo compañía a sus padres. El alfa miró a Shouei, trataba de decirle algo con la mirada pero, estaba tratando con un beta después de todo.
—¿No lo sientes?
—¿Sueño? Sí.
—No. Las feromonas de Yoichi.
Shouei arqueó una ceja y se inclinó para oler el cuello del aludido. Como él no era un alfa, apenas lograba distinguir la diferencia de aromas entre una flor y las feromonas de un omega salvo que Michael se lo indicara.
—Sí, las siento. Pero, todavía no es la fecha de su celo. Y Yoichi es regular.
—Quizás esté ansioso por algo. —Su oyente le acarició los cabellos al omega, que se inclinó para recibir más muestras de afecto de su parte—. ¿No te molesta dormir así?
—Nah. Así está perfecto.
La mano de Shouei sobre uno de sus brazos hizo sonreír al alfa, que se recargó sobre Leon-san y cerró los ojos para dormir.
Meguru y Rin habían reunido a su familia y a sus amigos más cercanos. Todos pensaban que la ocasión era la pedida de mano de parte del alfa, sin embargo, la verdadera razón sorprendió a todos por igual. La madre de Meguru pegó un grito de felicidad al oír que sería abuela. Yoichi fue el segundo en saludar a la pareja, fundiéndose en un abrazo con su mejor amigo.
—Muchas felicidades.
—Oye, Isagi…
Meguru lo olfateó con disimulo y se acercó al oído para decirle algo. Él se lo quedó mirando un buen rato hasta que Hyouma y Rensuke se acercaron a saludar a los nuevos padres. Vio a Sae hablando con Michael y Shouei. Cuando llegó a su lado, el hermano de Rin ya se había alejado de ellos.
—¿De qué hablaban? Es raro que sea tan charlatán.
—Comentaba la posibilidad de cumplirle el sueño de Shouei de tener un hijo contigo.
Michael se apresuró a responder antes de que Shouei lo hiciera.
—Yo no dije eso.
—Dijo que es posible.
—Ya cállate, Kaiser.
—¡Papi Sho! ¡Mira! ¡Un Leon-san gigante!
—Es más grande que tú, cachorro.
—¡No lo es!
Yoichi vio a Shouei yendo a jugar con su hijo. Aunque la escena fuera entrañable, las palabras de Michael le dejaron una sensación amarga.
—Él no dijo eso. —El omega se volvió a Michael que lo observaba con atención—. Sae sí mencionó la posibilidad de que un omega geste el hijo de un beta, pero Shouei no dijo nada al respecto. No le des vueltas al asunto, ¿sí?
Shouei regresó a la habitación donde Yoichi descansaba. Le acarició los cabellos para llamarle la atención. El omega se despertó, pero se movió apenas en su lugar.
—Ya me voy. —Yoichi asintió débilmente con la cabeza. Trató de frotarse contra su mano, y el beta sonrió por ello. Se inclinó y le dio un beso en la frente, haciéndolo sonreír—. Cualquier cosa, llámame. Kaiser fue a llevar a Eiichi, ya debe estar por llegar. —El aludido volvió a asentir—. Cuídate, ¿sí?
Yoichi escuchó a Shouei hasta que salió del departamento. Abrió los ojos para ver el polvo que entraba junto con el rayo de sol atravesando la ventana. Se sentó en la cama con lentitud y se cubrió con las frazadas. Sintió el aroma de Shouei y Michael en ella y se sintió en casa. De pronto, recordó que ninguno de ellos, ni Eiichi se encontraba ahí. Lo embargó un sentimiento de angustia que lo obligó a levantarse, pero lo hizo tan rápido que terminó cayendo al suelo. Sentía un nudo en la garganta, y aunque tuviera ganas de llorar, no lo lograba. Agarró la frazada con fuerza y jaló de ella para rodear su cuerpo. Con el paso de los minutos alcanzó a calmarse. Las manos todavía le temblaban, pero así y todo, pudo incorporarse y salir con pasos lentos de la habitación.
El doctor de toda la vida de Yoichi oía a su paciente mientras leía los resultados de los exámenes de emergencia que solicitó. Por sobre el informe que estaba leyendo veía el estado de nervios que todavía manejaba el omega.
—Para ser sincero, Isagi-san, me sorprende que no se haya dado cuenta de su estado hasta ahora. —El aludido lo miró, sorprendido—. Después de todo, ha tenido los mismos síntomas cuando estaba esperando a Eiichi-kun.
—¿A Eiichi…?
La expresión usualmente neutral del hombre se volvió en una más suave mientras le extendía los exámenes a su paciente.
—Felicidades, Isagi-san. Usted está esperando un bebé.
Yoichi vio que los labios del profesional frente suyo se movían, pero no escuchó nada salvo el pronóstico al que él no había querido llegar, y que Meguru le había adelantado en su reunión.
En la sala de estar del hospital, las palabras que Michael había dicho seguían dando vueltas en la cabeza de Yoichi. ¿Sería posible que Shouei se arrepintiera de haberse hecho cargo de un hijo que no era suyo? ¿Cómo reaccionaría ahora que había otro bebé en camino? Ahora que Michael había regresado, ¿había llegado a la conclusión de que él sería dejado a un lado y que ellos tres serían la familia que, por norma social, siempre estuvieron destinados a ser? La marca que Shouei había dejado sobre su nuca, y que seguía allí con la misma intensidad que la hecha por Michael, ardió a causa de esos pensamientos. No. Shouei no podría siquiera insinuar que los abandonaría. Aunque a Michael le gustara molestarlo, y él también lo provocara, Shouei ya había decidido quedarse con ellos, y había dejado claro que su familia inmediata estaba formada por cuatro personas. Shouei había asumido el papel de padre de Eiichi desde que supo de su existencia. ¡Él había conseguido a ese peluche con forma de león que Eiichi tanto adoraba aunque tuviera un ojo hecho con hilos entrecruzados y hubiera sido remendado varias veces, con distintos colores! Un sollozo lo hizo volver a tierra. La mano de una enfermera sobre uno de sus hombros la hizo mirarla.
—¿Todavía sigue aquí, Isagi-san? ¿Se encuentra bien?
—Um… Sí. Supongo que sí.
—¿Necesita algo?
—No. —Yoichi arrugó los resultados de los exámenes que tenía entre sus manos, acariciando su vientre en el proceso—. Me voy a casa.
El torbellino de sentimientos en su interior lo impulsó a ponerse de pie y salir del hospital. Quería llegar a su hogar, contarles a Michael y Shouei del embarazo, decirle a Eiichi que tendría un hermanito o hermanita. No cabía en su emoción. Prácticamente se atravesó frente a un taxi para tomarlo, quería llegar lo más rápido posible. No podía contener la sonrisa que decoraba su rostro, y el paisaje que veía a través de la ventanilla parecía haberse teñido de unos colores vibrantes que no había notado antes. El vehículo se detuvo en un embotellamiento y Yoichi prefirió pagar la tarifa completa y seguir en el camino a casa a pie, trotando al comienzo y corriendo cuando faltaban sólo dos cuadras. Abrió la puerta de su hogar de un golpe, alertando a Michael y Eiichi, que se asomaron desde la sala de estar por el estrepitoso sonido. No hacía falta que preguntara por Shouei, sabía que estaba ahí. Lo encontró en la cocina, sorprendido por la manera en que entró. Antes de que pudiera preguntarle algo, Yoichi se abalanzó sobre él, abrazándolo con fuerza. Eso generó que el beta se preocupara.
—¿Yoichi? Oye, ¿qué pasa? —Shouei lo agarró de los brazos para tratar de zafarse, pero el recién llegado no parecía querer ceder y, en algún momento empezó a sollozar—. Ey, ¿qué te sucede?
Los demás integrantes del hogar les hicieron compañía. Eiichi agarró los exámenes que Yoichi había dejado caer y se los extendió a su padre, que los leyó antes de acercarse a Shouei y Yoichi.
—Lo siento mucho. —El sollozo del omega se convirtió en un llanto desgarrador. Todo el pasado y el malestar que le generaba pensar en las situaciones en las que había metido a Shouei lo superaron—. Yo no quería que pasara esto, y entiendo si quieres irte, pero no quiero que te vayas, no podría soportarlo.
—¿Te vas a ir, papi Sho?
Eiichi jaló de los pantalones de ambos. En su tono de voz se notaba que estaba al borde del llanto.
—Yoichi, espera, ¿de qué rayos estás hablando?
Michael alzó a su hijo en brazos y lo meció para que no terminara largándose a llorar.
—¡Estoy esperando un bebé!
La confesión dejó sin palabras hasta a Eiichi. Shouei lo abrazó con ternura, conteniéndolo.
—¿Estás embarazado?
—¡Sí!
El beta no podía evitar sonreír por la situación. Incluso Eiichi trataba que su padre dejara de llorar acariciándole el hombro. Michael le extendió a Shouei los resultados y asintió cuando sus miradas se encontraron.
—¿Qué te hace pensar que me iré por eso? ¿Abandonarte? ¿Yo? ¡Me harás padre por segunda vez!
—Pero, este bebé…
—Es de Kaiser y tuyo, sí. Y también es mío. Y voy a amarlo como amo a Eiichi. —El beta agarró los hombros de Yoichi para obligarlo a mirarlo—. Como a todos los hijos que tengas con él.
Michael acortó la distancia que los separaba. Liberó sus feromonas para calmar a Yoichi, que se refugió en aquel abrazo.
—Entonces, ¿no estás arrepentido de haber criado a Eiichi?
—¿De dónde sacaste eso?
—Michael dijo que estabas averiguando cómo tener un hijo conmigo.
Shouei miró al alfa con una expresión de desaprobación.
—¡Después le dije que había sido una broma! ¡No me hagas esa cara! —El alfa aguantó la risa por el malentendido que había generado y acarició los cabellos del omega—. Lo siento mucho, Yoichi. No era mi intención. —Michael lo abrazó, acariciando también el brazo de Shouei que estaba sobre la cintura de Yoichi—. Voy a volver a ser padre…
—Sí, ahora vas a saber lo que son las náuseas, los antojos a las tres de la mañana, las contracciones…
Yoichi rio con intensidad y con ella, todas sus preocupaciones desaparecieron.
—¿Papi?
Eiichi le llamó la atención, y su padre le acarició los cabellos con ternura.
—Vas a tener un hermanito o hermanita, Eiichi.
El niño sonrió con felicidad ante las palabras de su padre. Estiró sus brazos para que él lo cargara y ambos recibieron el cariño de Michael y Shouei.
Sólo tenía una tarea, y esa era ir por un encargo a la tienda departamental que quedaba en el camino de regreso a casa. Entre esas tareas, implícita, también estaba la de cuidar a su hermano menor. ¿Por qué no podía ponerle un cascabel para conocer su paradero donde sea que fuera? Pero, no. El renacuajo tenía que escabullirse de su lado para irse quién sabe dónde. De pronto, el nuevo pasatiempo que el niño había desarrollado se le cruzó por la mente. No estaba en la tienda de deportes, por el contrario, lo encontró sentado en un banco frente a una tienda de electrodomésticos, meciendo sus pies hacia atrás y hacia adelante absorto en el partido de fútbol que estaban transmitiendo en los televisores que estaban en venta. Su hermano se llevó una mano al rostro para hacer hacia atrás el flequillo de un color añil con puntas rubias, colores que había heredado de sus padres. Se sentó al lado del pequeño, y trató de recuperar el aliento. Él lo miró por un segundo, y volvió a prestar atención a las pantallas frente a sus profundos ojos oscuros.
—No vuelvas a irte así.
—Estaba aburrido…
—No me importa. Nuestros papás me dijeron que tenía que cuidarte.
—Si yo me voy, no vas a tener que cuidarme más.
—¡Oye! —Ese niño no solía hablar demasiado, pero cuando lo hacía, y hablaba con él, era un experto en sacarlo de sus casillas. Eiichi lo agarró del cuello de la remera y la pelota que tenía entre sus brazos cayó rodando al suelo—. Eres mi hermano, ¿de acuerdo? Si te vas sin que yo lo sepa, voy a estar preocupado por ti.
—Pero tú dijiste que no te gusta ser mi hermano mayor.
El aludido soltó al pequeño y pensó detenidamente en sus palabras.
—¿Cuándo dije eso?
—Se lo dijiste a tus amigos el otro día en casa.
Eiichi se revolvió los cabellos. El niño no estaba errado. Sin embargo, él lo había dicho por coincidir con el resto de sus amigos. ¿Cómo podía hacerle entender eso?
—Eso fue una broma, ¿sí? Claro que sabía que estabas escuchando.
—Entonces, ¿tú me quieres, hermano?
El aludido se puso de pie y agarró la pelota para extendérsela.
—Por supuesto que te quiero. Eres mi molesto hermanito menor.
Mientras hablaba, estiró una de sus mejillas, haciéndolo reír.
—¡Me duele!
—Agarra la pelota. —El niño se puso de pie y sacó del bolsillo de su pantalón un llavero con un adorno plano de la cabeza de un león—. ¿Qué es eso?
—Feliz navidad.
Eiichi miró al pequeño y sonrió.
—No era necesario… No tengo nada para darte…
Su oyente negó con la cabeza y, sin soltar la pelota, lo abrazó.
—Que me hayas dicho que me quieres es suficiente, hermano.
Eiichi le palmeó la espalda un par de veces antes de separarse y extenderle la mano.
—Vamos. Volvamos a casa, Kazumi. Tenemos que llevarle este regalo a papá.
