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Había sido una casualidad. De verdad había sido una casualidad. Aunque últimamente las casualidades que estaba teniendo Miyata eran cada vez más en su contra… pero prefiere no pensar demasiado en ellas.
La cuestión es que, en total, fueron 3 casualidades en su contra:
1. Se había encontrado a Takamura de casualidad.
2. Lo había invitado a visitar el gimnasio Kamogawa para saludar (o sea lo arrastró hasta allí)
3. Tuvo que saludar a todo el bendito gimnasio incluso a la gente que no conocía (y no tenía el mínimo interés en conocer).
Sin embargo, notó que su eterno rival no se encontraba presente, lo cual Takamura notó, sonriendo de lado con una sombra maliciosa en ella, que le provocó escalofrío, esperando algún chiste desubicado de los suyos.
—Está viéndote.
—¿Qué?
—Hace una hora que está encerrado mirando la grabación de tu última pelea —dijo desinteresado Kimura preparándose para ejercitar su juego de piernas— creo que lo habrá visto más de diez veces…
—Ninguna de esas chicas que te aman está tan obsesionado —comentó riendo Aoki poniéndose los guantes.
—Ese maldito… ¡yo no entro a esa habitación hasta que la limpien bien! –-gritó Takamura exaltado de diversión provocando que todo el mundo que lo escuchó se riera con él. Menos Ichirō, que en algún momento se encorvó de vergüenza, mirando hacia otro lado. Al notar su expresión, el más grande levantó una ceja divertido— ¿Qué sucede Miyata? ¿Estás interesado?
—No. Sucede que cada día tus chistes se me hacen cada vez más desagradables.
—¡¿Cómo dices?!
—Voy a saludar a Kamogawa ya que estoy aquí.
—¡Oye! ¡Espera! ¡¡¡Repite eso maldito!!! —bramaba Takamura siendo detenido por Aoki y Kimura.
Miyata, acostumbrado a la actitud del mayor gracias a sus años como su kohai, siguió de largo subiendo las escaleras alejando las ideas que surgieron a partir de esos comentarios. No creía que fuera capaz realmente de ver a Makunouchi a la cara después de lo que pasó hace un mes y que sucedía al menos una vez a la semana, aunque no le gustara admitirlo. Solo quería saludar al entrenador Kamogawa y marcharse de allí lo antes posible. En todo caso trataría de actuar normal si se lo cruzaba.
Tocó la puerta de la oficina de Kamogawa y nadie respondió, así que decidió que podía pasar. Abrió un poco la puerta, y entonces pudo oír el ruido de la televisión encendida. Ese sonido estático y algo molesto resultaba ser un video de una pelea. Miyata ya se esperaba lo peor. Pero no pudo dejar de husmear al menos un segundo para confirmar lo que sospechaba, asomándose lo suficiente para ver a Ippo arrodillado frente al televisor, observando atentamente la pelea que Ichirō ganó dos semanas atrás.
El chico estaba con la boca entreabierta y los ojos grandes y brillantes admirando cada movimiento en la pantalla ¿ese tono rojizo en sus mejillas era lo que creía que era? Brillaba de una admiración y reverencia que jamás había visto en una persona.
Se ocultó tras la puerta, irremediablemente nervioso. Jamás lo había estado de esta forma y eso también provocó que se irritara, haciendo una mezcla extraña de sentimientos que nunca había saboreado. Cerró los ojos con fuerza, para borrar la imagen que acababa de ver. Para no pensar en nada extraño y probablemente muy equivocado.
“Probablemente… ¡¡No!! ¡No pienses nada de eso! ¡No hay nada que pensar! ¿¡Qué carajo te pasa!?”
Se repitió una y otra vez que Ippo simple y llanamente lo admiraba como probablemente admirase a muchos otros boxeadores. No era malo, era común. Normal y ya.
Ya estaba por retirarse en absoluto silencio, pero para su mala suerte o malas casualidades (que en total ya van 5 junto con la de ver a Makunouchi), Kamogawa llegó, subiendo las escaleras.
—¡Miyata! ¡Cuánto tiempo!, ¿qué haces por aquí?
Al diablo lo de irse con sigilo. La voz potente del hombre mayor debió resonar en todo el lugar, incluso a través del sonido estático de la televisión.
—Entrenador Kamogawa, buenos días. Fue una casualidad. ¿Usted cómo se encuentra?
Habló lo más tranquilo posible, con su expresión seria, aunque internamente trataba de deshacerse de la tensión en su mandíbula causada por el enojo de que su plan de marcharse silenciosamente hubiera fallado y por cierta ansiedad ante la idea de que saliera de la oficina el objeto de sus varios dilemas actualmente.
—¿Miyata-kun?
Y ahí estaba…
—Hola, Makunouchi, ha pasado un tiempo…
Realmente trato de disimular su nerviosismo. Esperaba que así fuera. Y usualmente las personas no se dan cuenta ¿no? A menos que fuera su padre (por obvias razones) y Takamura (por razones no tan obvias, pero el tipo era más perceptivo de lo que podría a llegar a parecer a simple vista). Pero mirar a la cara al más joven le recordó esas noches que no debieron suceder en primer lugar, y sin embargo…
—¿¿Q-qué haces por aquí?? —El tartamudeo nervioso de Makunouchi y el color carmín en sus mejillas le estaban dando señales que intentaba ignorar para su propio bien— no pensé que pasarías por aquí…
—Es que no lo iba a hacer. Takamura me encontró mientras corría y me arrastró hasta aquí para que saludara.
—¿¡Takamura te interrumpió mientras entrenabas!? —gritaron al unísono el púgil y entrenador, prosiguiendo este último— ¿Cómo se le ocurre hacer tal cosa? Realmente no tiene respeto por nadie…
— ¿¡Qué estás diciendo de mí ahora viejo!? —Se escuchó a Takamura gritar desde abajo de las escaleras.
—¡Takamura! ¡Grandísimo idiota!
—¡No sé de qué se me acusa pero la fiscalía me dicta inocente de todos los cargos!
—¿¡De qué estás hablando ahora!? —exclamaron Makunouchi, Kamogawa, Aoki y Kimura (que en algún momento aparecieron) y hasta el propio Miyata.
Kamogawa bajó rápidamente las escaleras y agarró por la oreja al boxeador estrella y comenzó a lanzarle todas las injurias directo en el oído probablemente dejando medio sordo al hombre que no paraba de retorcerse mientras Aoki y Kimura les daban la espalda para ocultar sus risas. Ambos pesos pluma observaban la escena mientras una gota de sudor les recorría la sien. En algún momento de la escena Ippo miró discretamente a Ichirō. Aunque fue lo suficientemente descarado para que el más alto notara la presencia de ojos ajenos sobre su rostro y se girase a verlo. Hubiera jurado que jamás vio un cuello girar tan rápido. Decidió no preguntar. No quería hablar para no arriesgarse a que hiciera o dijera algo demasiado extraño o incriminatorio. No necesariamente por Makunouchi, sino por Takamura que era incapaz de dejar pasar una oportunidad para molestar a alguien sin importar si está ocupado con otra cosa.
—Uh… Miyata-kun…
El chico solo respondió con un sonido, dejando en claro que lo está escuchando.
—Me preguntaba… tú estás viviendo demasiado lejos como para cruzarte casualmente con Takamura no es así? ¿No te parece un poco extraño?
Miyata lo meditó un instante y en realidad Makunouchi tenía razón. Era demasiado extraño que se hubiera cruzado con cualquiera de este gimnasio.
—Tienes razón, es extraño. No lo había pensado…
—¿No? ¿De verdad?
—Claro que no. Con el tiempo entendí que intentar encontrar una razón a los caprichos de Takamura es una pérdida de tiempo… ¿de todas maneras que fue ese tono?
—¡AH! ¡¡No fue nada!! Sólo me sorprendió un poco que no te lo hayas preguntado. Pero tienes razón… Takamura y sus cosas son todo un tema…
Y volvieron a mirar la pequeña escena que había cambiado ligeramente desde que dejaron de prestarle atención, ya que en algún momento Takamura libró su oreja (que estaba roja y palpitante) y le devolvió con más gritos e injurias al entrenador que mantenía su posición estoica aunque con el ceño más fruncido de lo normal. La gota de sudor volvió a recorrer las sienes de ambos púgiles, y probablemente de media cuadra ante los gritos desaforados.
En algún momento la mirada del entrenador se desvió a mirar a los jóvenes parados en el final de la escalera, ignorando a Takamura, meditando alguna idea.
—Ippo, Miyata —habló con su voz firme.
—¡¡No me ignores viejo arrugado!!
—¡¡¡¡¡Cállate un momento!!!!! Si terminaste de ver la grabación y tú no tienes problema, continúen el entrenamiento juntos. Vayan a correr.
Ichirō se sobresaltó ante la idea e Ippo se encogió un poco con emoción.
—Entrenador Kamogawa con todo respeto-
—¡Sí! ¡Ya terminé de ver los videos y estoy listo para salir a correr! ¿Y tú, Miyata?
Ichirō quedó estupefacto mirando la expresión de absoluta emoción en el rostro de Makunouchi. La sonrisa era tan amplia que hinchaba hacia arriba sus mejillas ya bastante regordetas (¿Cuándo se dio cuenta que tenía mejillas regordetas…?) y ni hablar del rubor y brillo en sus ojos. Ningún fanático, por gran admirador que se proclamase, tuvo una expresión similar al verlo.
—Bien, ya váyanse, ¿no tienen todo el día o si? —habló Kamogawa, tomando el silencio de Miyata como un sí.
—¡Sí entrenador!
Ichirō se quedó quieto en su lugar, aún sorprendido. Pero también tuvo el presentimiento de que estaba algo mareado y si siquiera intentaba dar un paso se caería rodando por las escaleras y sería la burla del gimnasio entero (Takamura) por al menos un mes.
Ippo, sin embargo, se dio cuenta luego de cuatro o cinco escalones que el mayor no lo seguía, dándose la vuelta con intriga.
—¿Miyata-kun, vienes?
—Ah —Se quedó en blanco. Nunca le pasó algo así. "¡Qué diablos contrólate!"— Sí…
“Sí”. Un miserable y casi entrecortado “Sí”. Y encima sonó tan bajo…
Comenzó a seguir al más joven, y al pasar por al lado de Takamura notó un mal brillo en sus ojos que casi le provoca un escalofrío.
Los demás boxeadores los saludaron antes de que salieran, volviendo rápidamente a sus actividades cuando el griterío de Kamogawa y Takamura continuó su curso habitual.
Realmente Ippo estaba obsesionado.
Hacía al menos una hora estaban corriendo y el tipo no paró un minuto de parlotear sobre el video que había visto (y estaba algo sorprendido por su capacidad de hablar mientras corría). A Miyata le comenzó a parecer ligeramente exasperante en vez de resultarle halagador. En un inicio no pudo evitar prestar atención a lo que decía, En parte porque como rivales le interesaba lo que Makunouchi podría llegar a decir porque tal vez le serviría para un futuro. Y por el otro… no quería admitirlo ni siquiera en su cabeza. Sintió que insultaba a medio mundo y malinterpretaba el buen corazón de su rival y su propia causa. Y no es que entienda bien eso, después de todo no quiere pensar ni profundizar en ello, porque si lo hiciese sería aceptarlo, y era inconcebible para su relación de rivales. Porque eran rivales. Nada más. No cabía otra cosa allí.
—¿Miyata-kun? ¿Hacia dónde vas?
Ichirō volvió a mirar hacia el frente, dándose cuenta recién entonces que estaba tomando la dirección que no era.
—Uh, estaba pensando… No me di cuenta…
—Ah, está bien, a veces también me pasa —habló con un tono entre divertido y avergonzado—. Esto… ¿Te encuentras bien?
—¿Qué? ¿Por qué lo dices?
—Pareces ausente…
—Ah, si. Bueno. Yo estoy bien —respondió escuetamente. Miró hacia arriba dándose cuenta por dónde se encontraba el sol, que ya no faltaba demasiado para que comenzara a caer, brindando su lugar a la luna—. Y además parece estar haciéndose tarde. Mejor que vuelva a mi casa.
—¡Ah espera! Umh…
—¿Qué?
—No es nada. Solo pensaba que podríamos volver al gimnasio. No creo que quieras volver hasta tu casa en tren todo sudado… No habrá problema si usas las duchas y debe haber alguna toalla de más por ahí…
Miyata volvió a recordar en dónde se encontraba y consideró las circunstancias por un momento. Cuando Takamura lo trajo él lo llevó corriendo hasta el gimnasio porque era un animal en cuanto a resistencia y habilidad física. Pero él estaba hambriento, sediento, sudoroso y definitivamente no tenía ninguna intención de correr hasta el gimnasio que estaba más lejos que su propia casa. Pensó en algunas alternativas solo por pensar, pero ya sabía que la idea de Makunouchi era la mejor y la más razonable.
—Sí, creo que tienes razón. Volvamos.
La vuelta, por suerte, fue bastante silenciosa. Algunos comentarios de parte del más joven, algunas miradas y asentimientos del mayor. Pero por lo general parecía que Makunouchi ya se había cansado de hablar o se había dado cuenta que estaba hablando demasiado para el gusto de su ídolo.
Al llegar casi nadie se encontraba en el gimnasio. Aoki y Kimura ya estaban saliendo por la puerta mientras hablaban de alguna cosa que hicieron durante el entrenamiento. Se detuvieron cuando los notaron.
— ¡Ah¡, ¡Ippo, Miyata! ¿Cómo les fue?
—Bien, ignorando la parte de que él habló casi todo el trayecto.
Makunouchi se retorció consternado mientras los pesos ligeros se doblaban de la risa.
—Si, no me di cuenta, lo lamento…
—¡Eres muy pesado a veces!
—Y seguro lo que escuchaste fue apenas la punta del iceberg. ¡¡No sabes lo que es cuando mira tus peleas!! —expresó eufórico
—¡Hasta deja de respirar a veces! —acotó Kimura entre carcajadas.
—¡Ey! ¡Ya es suficiente, cállense! —gritó rojo de vergüenza Makunouchi acercándose para taparles las boca a ambos, fallando y encima siendo atrapado por el cuello— ¡¡¡¡Suéltame Aoki-san!!!!
Ichirō sólo miró la escena sin siquiera pensar algo. Estaba muy, muy cansado y necesitaba una ducha. Así que simplemente pasó de largo y entró al gimnasio vacío salvo por Kamogawa que subía las escaleras.
—Ah, Miyata, ya volvieron. ¿Necesitas algo?
—Sí, quería saber si podía usar las duchas.
—¡Pero por supuesto que sí! Ni siquiera deberías preguntar, adelante, este también fue tu gimnasio alguna vez.
—Muchas gracias.
Hizo una reverencia y pasó directamente al cuarto de duchas y vestidores, encontrándose inoportunamente a Takamura, que terminaba de vestirse.
—¡¡Ah!! ¿Ya volvieron los tortolitos? No hicieron nada indecente en plena vía pública ¿no?
A Miyata se le arrugó la cara de disgusto.
—¿Qué diablos tienes en la cabeza?
—Nada que no haya pasado por tu cabeza.
El más joven se quedó sin palabras por un instante, sólo pudiendo responder toscamente.
—Estas loco…
El joven comenzó a sacarse la ropa comenzando por abrir la cremallera de chándal.
—¿Hay alguna toalla por aquí?
—Sip, allí.
—Gracias.
—Pero respóndeme ¿No habrán hecho cosas raras como tomarse de las manos o si?
La vena en la sien del más bajo se hincho de molestia.
—Claro que no —respondió entre dientes ya molestándose por las preguntas burlonas del mayor.
—¡AJÁ! ¿¡Entonces hicieron otras cosas !?
—¡¡QUE NO!!
Takamura se quedó callado frente al estallido de Miyata, pero no estaba sorprendido. El maldito estaba total y absolutamente complacido por la reacción, e Ichirō entendió que cayó en algún tipo de juego malicioso que le iba a costar muy, muy caro. Y comenzó a sudar frío.
—Tranquilo vaquero, solo son chistes —murmuró con su tono molesto y burlón de fingida inocencia.
Ichirō trató de volver a la calma. No podía caer en los juegos estúpidos del boxeador estrella, o al menos no debía seguir haciéndolo. Porque si hablaba de caer, probablemente ya había caído en uno. Entonces recordó lo que dijo Makunouchi hacia rato.
—Oye… —Takamura se limitó a responder con un murmullo— ¿por qué me trajiste hasta aquí? Más bien, ¿por qué estabas en la zona por la que vivo y me trajiste innecesariamente hasta aquí?
Escucho el inicio de una pequeña risa oscurecida por el bajo volumen con que salió.
—Creo que deberías haberte dado cuenta.
—No lo creo.
—¿Oh? ¿En serio?
—Puedo suponer que era simplemente para burlarte de mí porque hace tiempo que no lo haces.
Takamura estalló en una carcajada.
—Podría decirse que sí, es divertido y lo extrañaba. Pero no. No fue exactamente por eso.
—¡No des al vueltas y suéltalo de una vez!
—Qué impaciencia… Nada, simplemente por Ippo.
Miyata sudó frio.
—¿Por Ipp– por él?
—¡Claro! ¿Sabes lo molesto que se puso en estos días después de ver tu pelea? Pensé que si te veía descargaría toda esa emoción y energía dedicada a ti y nos dejaría en paz a todos los demás.
—Bueno… tal vez lo hizo. Habló casi todo el trayecto sobre eso.
Takamura estalló en risas y Miyata no pudo evitar sonreír, pero solo torciendo la comisura del lado donde el mayor no pudiese verlo.
—Gracias por tu sacrificio ¡Será recompensado placenteramente!
—¿Q-que? ¿De qué hablas? —Takamura no respondió nada, tomando su bolso y dirigiéndose a la puerta— ¡Ey! ¿De qué recompensa de que hablas?
Al poner la mano en el picaporte se dio la vuelta con ese brillo oscuro.
—Bueno, con Aoki y Kimura iremos a comer. Solo estará el viejo.
—¿Y eso tiene que ver? —Ichirō temía lo peor, esperaba que lo peor saliera de esa gran bocota.
—¡De nada! Sólo decía —Ese tono era todo menos “nada”—. Ah y cuídate del amiguito de Ippo. Es gigante, ¡hasta debe tener documento de identidad y pagar impuestos!
Y se marchó rápidamente riendo. Dejando a Miyata entre avergonzado, horrorizado, consternado, y sobre todo rojo. ¿De qué carajo estaba hablando ese maldito? ¿Y qué clase de plan maligno había urdido en su perversa mente?
Dejó de intentar entender algo de lo que ese idiota había dicho y terminó de desvestirse solo poniendo la toalla al rededor de su cintura. En ese momento entró Makunouchi murmurando algunas cosas para sí mismo. Al verlo se quedó algo quieto y Miyata notó en sus ojos que algo estaba procesando. Se sintió algo inhibido, debe admitir. Luego levantó la mirada hacia su rostro, haciendo más obvio que había visto todo menos el rostro.
Parece que él se dio cuenta de su propia acción y reaccionó con sonrisas nerviosas y concentrándose en su ropa.
—Uh… que bien que encontraste una toalla, entra, yo uhh… voy a… uhh… ya sabes ehe…
El mayor solo murmuró afirmativamente y entró a la zona de duchas. Con algo retorciéndose en sus entrañas. Un calor que no era por haber entrenado.
Decidió que lo mejor era alejarse de Ippo yendo al último espacio, se quitó la toalla y abrió la ducha lo más rápido que pudo usando el primer chorro de agua fría para despertar del quiera que sea estado de ánimo en el que estaba entrando porque maldita sea, este día estaba yendo demasiado mal, con muchos riesgos y ni quería pensar en lo que Takamura le dijo porque le afectó de formas que no deseaba. O mejor dicho pretende hacerlo. Porque la sensación familiar del deseo comenzó a asentarse con más fuerza aún frente el agua fría, sin que siquiera lo pidiera. Cerró los ojos con fuerza y apoyó la frente contra los azulejos, dejando que toda el agua recorriera su cuello.
No lo quería. No quería nada de esto. O bueno. Sí, sí lo quería y era el problema. No debía suceder. Esto era un capricho y seguro se le pasaría si era paciente, ¿no es así? Era un problema ahora y seguirá siendo un problema si lo prolongaba en el tiempo más de lo debido. No le gustaba esta presión, la detestaba, y detestaba el hecho de que ver a Ippo comportándose de esa forma lo emocione en el fondo, que alimente lo que no debía alimentar.
La verdad es que no comprendía bien de donde salía el real problema. Por qué se encontraba así por algo que podría ser banal. No sabía si el problema radicaba en el hecho de que era su rival, su amigo o porque era un hombre. Todos eran problemáticos. Podrían ser todos al mismo tiempo.
Ni hablar de que arruinaría la carrera de ambos, arruinaría las relaciones con otras personas, ¡Arruinaría todo! Las consecuencias eran graves en casi todo sentido. Pero su propia terquedad no podía abandonar nada. No importaba todos los razonamientos que se había planteado hasta quemarse las neuronas para dejar de que sucediera lo que le estaba sucediendo. No había nada lo suficientemente bueno como para hacerlo detenerse y eso también le brindaba la sensación amarga y rasposa en su garganta. Porque también sabía muy bien, que si pensaba que había una posibilidad y esa posibilidad ocurriese, no se detendría. Ante nada y ante nadie. Por terco, por intenso. Él sabía muy bien que era una persona muy, muy intensa. En muchos sentidos, se pone nervioso a sí mismo de imaginarlo. Y también había oculto un dejo de emoción al pensarlo, lo admitía….
¿qué diablos debía hacer?
Escuchó la otra ducha abrirse y volvió a la realidad, obligándose a sí mismo de salir al menos un momento de su propia cabeza. Lo pensaría más tarde, en cualquier otro lugar, caminando hacia la estación, en el tren, de camino a casa, en casa, donde sea menos aquí. En el gimnasio era peligroso, y sobre todo estando a solas en las duchas con el objeto de su actual deseo. Decidió que debería bañarse de una vez y se dio la vuelta, dándose cuenta que, oh dios, no estaba en su gimnasio ni tenía sus cosas así que no, no tenía ni un jabón de manos.
—Maldita sea…
—¿Dijiste algo?
—Uh, no… bueno… ¿tan alto lo dije? —Se reprendió a sí mismo, antes de volver a hablar hacia el otro hombre— bueno, me di cuenta que no tengo nada para asearme. Es solo eso. Supongo que al menos me refrescaré y luego me bañaré más apropiadamente en casa.
—Ah, no te preocupes aquí tengo para prestarte-
Cuando Ichirō oyó la voz de Ippo detrás suyo lo sobresaltó más de lo que le hubiera gustado. Hasta se dio vuelta con la defensa bien arriba, también sorprendiendo a Makunouchi quien soltó el jabón rápidamente ante el brusco movimiento, levantando también la guardia por instinto.
Luego del susto, el mayor reaccionó, bajando un poco los brazos.
—¡Dioses! ¡No me des un susto así!
—¡Lo- lo- lo lamento! No era mi intención…
Cuando el más bajo bajó la cabeza iniciando una disculpa se dio cuenta de la desnudez de su rival y se puso claramente nervioso. Realmente le sorprendió al mayor lo transparente y sincero que Makunouchi resultaba ser siempre. Era hasta… ¿casi tierno?
—¡¡Uh- UH- uhhh per- perdón!! ¡No era mi intención ver! —dijo frenético tapándose la cara con manos y brazos con ese mismo frenetismo.
—Bueno tampoco es para tanto… Como hombres, no tengo nada que esconder —Touche pensó ligeramente. “Como hombres” y “nada que esconder”... huh, empezaba a sonar como el idiota de Takamura— ¿no?
—Si, bueno… yo, uh, supongo que tienes razón.
Murmuró bajando las manos lentamente, mirando hacia otro lado, sudando de nervioso. Miyata mentiría si dijera que no le gustaba al menos un poco verlo en ese estado tan… entrañable.
Pero entonces notó como su postura se encorvó hacia adelante y los brazos bajaban a una posición tensa e innecesaria frente a su regazo oculto por una toalla colgando de su cintura. Le llamó la atención más de lo debido.
—¿Qué te pasa?
—¿Eh?
—¿Por qué estás parado así? ¿Qué ocultas?
“Ichirō Miyata, detente justo ahora”.
—¡Eh! ¡Nada! No es nada je, je…
—Ippo —dijo con un tono de advertencia que no pretendió sonar de forma tan atrevida— ¿Qué ocultas?
—Yo… umm es algo que sucede cuando me pongo nervioso. No es nada raro…
—¿Raro? ¿Qué es raro?
Se acercó despacio, provocando que el contrario intentase alejarse dando un paso hacia atrás.
—De verdad no es la gran cosa…
—Dime que no es la gran cosa.
“Basta, no te arriesgues más, no presiones más”.
—Yo… yo…
—¿Tú, tú…?
Makunouchi chocó su espalda contra la pared de azulejos de la ducha que estaba enfrente de la de Miyata, siendo totalmente acorralado sin esperanza de escapatoria. Jamás, ni estando contras las cuerdas del ring se había sentido tan atrapado.
—Ippo, no me digas que, ahora mismo, tienes una erección.
Ippo dejó de respirar. Claramente consternado. Horrorizado. Avergonzado.
E Ichirō no pudo sentirse más aliviado en toda su corta existencia.
—Bueno…
—Está bien, todos nos ponemos nerviosos de vez en cuando.
—Uh… si, creo que sí.
—¿Qué?¿Te pongo nervioso, Ippo?
Makunouchi parecía que iba a explotar en cualquier momento. Sus músculos se tensaban cada vez más y era visible a tan simple vista que el más alto los vio temblar de tensión en su vista periférica.
—Sí… bueno…
—Está bien. ¿Quieres que me encargue? —preguntó en un tono que pretendía ser tranquilizador, pero sonaba más sucio de lo que debería.
—¿Qué? Sí- ¡digo no! ¡No tienes que!
—Oh vamos, es mi culpa. Déjame resolverlo. ¿Puedo?
Ippo sólo lo miró. Pero no realmente. Veía los engranajes funcionar a tal velocidad dentro de sus ojos que echaban humo y chispas. Pero parecía que cada engranaje comenzaba a trabarse con más frecuencia y fuerza con cada pedacito y detalle de información que recibía. El aire entre los dos que chocaba caliente entre sus pieles, el brazo terso y musculoso de Miyata que usó para arrinconarlo contra la pared, el brillo oscuro de los ojos, los labios, las palabras del más alto…
—¿Por qué tanto interés en… encargarte? —Se atrevió a preguntar, bajando el tono por el calor que se asentó placenteramente en lo profundo de su estómago.
“Ichirō, es suficiente, échate hacia atrás, esto es peligroso” insistió su mente.
Al diablo.
—¿Te molesta?
—No… la verdad no…
—Bien, entonces déjame ver…
Las mejillas se tornaron algo más oscuras, y miró ligeramente hacia un costado mientras deshacía el nudo de la toalla y lentamente dejaba ver la monstruosa erección que había intentado ocultar.
—Mierda es… Takamura no bromeaba —expresó con sorpresa y con anticipación.
—¿¡También te lo dijo!?
—Es Takamura, debió decírselo a todo el barrio ya.
Ippo soltó un gemido de consternación, pero Ichirō apenas le prestó atención. Algo sorprendido e hipnotizado por la bestia que tenía enfrente. Su mente empezó a trabajar tan rápido imaginando tantas cosas. Imaginando todas las posibilidades.
Esas ideas fueron directo a su pene que lo sintió temblar de anticipación. La tensión en su estómago comenzó a hundirse y volverse más pesada gracias a la emoción que estaba sintiendo en ese momento. Sin embargo lo único que pudo hacer fue levantar la mano para tratar de sostenerlo. Necesitaba conocer el tacto.
—¿Puedo? —No despegó la vista hasta después de preguntar, mirando con lo que ya sentía en su cuerpo como lujuria. Y sin embargo no fue rechazada en ningún momento por los ojos de Makunouchi, que asintió con frenesí.
—Sí… Sí, hazlo.
Y volvió a mirar hacia abajo sin ningún tipo de vergüenza. Suavemente acarició un costado, recibiendo un suspiro que había sido retenido por cierto tiempo de la boca de Makunouchi. Luego bajó lentamente para sostenerla por debajo, sintiendo la textura que le daba cada vena, sintiendo el peso en su palma. Recibió un suspiro de parte del contrario y el conjunto de todos estos descubrimientos fueron directamente a su propio miembro, que obviamente empezó a reaccionar frente a la nueva y excitante situación.
Decidió poner ambos penes juntos y comenzar a frotarlos juntos despacio al inicio permitiendo sentir cada tirón, cada roce, cada suspiro.
Ippo en algún momento decidió responder a su mirada, casi como si ya no hubiera vergüenza o como si realmente necesitara verle el rostro a Miyata para continuar con el estado de ánimo. Tanta osadía que también se atrevió a levantar la mano sin cubrir el lado que la mano de Ichirōno alcanzaba a cubrir arrancando a ambos un suspiro de placer. Los tirones fueron aumentando cada vez más su ritmo, volviéndose casi frenéticos, buscando solamente la liberación sin querer alargar nada más, porque el alcanzar la cumbre era lo único que importaba en ese momento.
Las oleadas de placer provocaban movimientos innecesarios en las caderas de ambos e Ichirō llegó a apoyar su cabeza en el hombro del más bajo, mientras que Ippo solo tomó uno de los hombros del más alto con su mano libre. Como si no pudieran sostenerse por sí mismos frente a los espasmos de placer que se provocaban mutuamente. Miyata clavó sus uñas también en el hombro de Makunouchi cuando sintió cerca el orgasmo, sin meditar en los sonidos que estaba soltando. El contrario, al oír los gemidos tan cerca de su oído también había comenzado a acercarse peligrosamente al final del túnel, y ni siquiera pudo pensar una razón para detenerse. Al final era estupido no dejar que suceda, porque estaba disfrutando del momento con su idol y eterno rival. Así que se vino primero, pero lejos de detenerse, continuó hasta que el más alto terminó corriéndose entre sus manos también.
Ambos quedaron en las mismas posiciones de antes, sin moverse salvo para relajarse luego de alcanzar la cima, hundiéndose en la neblina post-orgasmo, solo escuchando las respiraciones agitadas volviendo a su ritmo normal y las duchas como ruido blanco allí en el fondo, muy lejos de sus oídos inconscientes. Ichirō comenzó a incorporarse con lentitud, casi como si le costara mover un músculo e Ippo simplemente se quedó en su lugar apoyado en la pared, mirando cada movimiento con atención. Miraron sus manos ahora empapadas de semen. Aun así ninguno dijo nada, deteniéndose a mirar los ojos del otro profundamente.
—¿Hay alguien aquí?
Ambos saltaron de sorpresa, horrorizados. ¿habían hecho mucho ruido?
—Sí, estoy yo —dijo Makunouchi rápidamente.
—Y yo también —habló Miyata, sin dejar de mirar el rostro del contrario, que le respondía sin miedo o vergüenza.
—De acuerdo. Apúrense que gastan agua y cerraré el gimnasio en media hora.
—¡Sí entrenador! —respondió el más bajo nuevamente.
Escucharon la puerta cerrarse y los pasos alejarse por el lugar.
Ambos soltaron un suspiro aliviado y volvieron a mirarse con seriedad, ahora un poco fuera del clima.
—Será mejor que…
—Sí…. deberíamos apurarnos.
Ahora en los vestidores ninguno dijo una palabra. En realidad el ambiente estaba algo tenso y ninguno se miraba al rostro, concentrándose en secarse y vestirse.
—Miyata…
—¿Si? —respondió con más interés del que le hubiera gustado, reprendiéndose a sí mismo por enésima vez en el día.
—Uh… ¿quieres que te acompañe a la estación? Digo, porque se hace tarde y como disculpa en lugar de Takamura…
Ippo lo dijo con buenas intenciones pero el nerviosismo se dejó ver a pesar de sus obvios intentos por ocultarlos.
—No, está bien. No tienes que disculparte por nada.
El silencio volvió a reinar con una tensión que aumentaba cada vez más.
—Makunouchi, sobre lo de hace rato…
—¡Está bien! ¡No te preocupes! Era solo, umm… como decirlo, ¡ayuda entre amigos! ¿No? Ja ja…
Miyata lo miró un momento, preguntándose a dónde se había ido ese chico más osado de la ducha y por qué lo había sustituido el chico vergonzoso de siempre. Entonces se dio cuenta que quería ver de vuelta ese lado desvergonzado del joven.
—Sí, bueno… Escucha… ¿te gustaría…? Uh, ¿quieres que nos sigamos ayudando mutuamente? algo así como… ¿amigos con beneficios? ¿O rivales?
—Uh… —El más bajo lo miró algo sorprendido por la pregunta de Miyata, que comenzó a sentir cierto calor en el rostro.
—Oye… ¿vas a decir algo?
—¡AH! ¡Claro! ¡SI! ¡Si me gustaría! Digo… tiene sus… ¿conveniencias?
—Sí… Cualquier cosa puedes llamarme
—Tú también…
—Claro…
—Claro…
Ambos se sonrojaron pensando lo estúpidos que debían estar sonando y terminaron de cambiarse para salir del gimnasio, tomando caminos diferentes luego de saludarse.
Miyata pensó que las coincidencias del día no resultaron ser tan malas después de todo, y Makunouchi estaba extrañamente emocionado y aún así confundido procesando todo lo que sucedió en esas duchas hacía un rato.
El lugar era ruidoso como cualquier lugar de comida. Lo único bueno y que hacía que valiera la pena eran los ricos platos que hacían allí.
O específicamente los de Aoki.
—Carajo Aoki, ojalá boxearas tan bien como cocinas maldito.
—¡Cállate Takamura!
—Me gustaría ayudarte pero Takamura tiene razón.
—¡¡¡Kimura!!!
—Ahhh que delicia ¡Aoki, trae algo de alcohol!
—¿Alcohol? ¿Estamos festejando algo? —dijo Kimura entre confundido y divertido.
—Oh créeme, estamos festejando el inicio de una historia muy, muy interesante… aunque algo homoerótica…
—¿De qué estás hablando ahora? —preguntó divertido Aoki.
—Creo que se volvió loco… —respondió entre risas Kimura, provocando que la ira comenzara a fluir a la cabeza del mayor.
—¿O ya estará borracho? —rio el castaño provocando a la vena en la sien de Takamura.
—¿Alguien puede estar borracho sin tomar alcohol?
—Es Takamura, es lo suficientemente idiota para lograrlo…
—¡CALLENSE LOS DOS DE UNA VEZ Y TRAE EL MALDITO SAKE! —exclamó Takamura ya furioso y ahorcando a Aoki desde la barra.
Los gritos desesperados de Aoki provocaron que Kimura quisiera huir antes que lo ataquen con él, fallando con todo éxito al ser agarrado del cabello con la mano libre de Takamura mientras le clavaba las rodillas en la espalda baja y hundía a Aoki contra la mesada.
No hubo piedad para ninguno de los dos hasta que llegó el gerente y obligó al boxeador invicto a soltar a los otros púgiles bajo amenaza de nunca poder comer nuevamente en ese lugar, y regalándole con dos botellas grandes de sake para él solo (aunque tuvo la “amabilidad” de compartir un poquito con sus compañeros).
—Ahhh, en fin. ¡Que vivan los novios!
Expresó mientras Aoki y Kimura se encontraban derrotados sobre la barra.