Chapter 1: One of these nights
Notes:
One of these nights — Eagles
Olvidé mencionarlo: Esta historia está fuertemente relacionada a mi serie anterior "Serenata del Agua", y hace especial referencia a "Balada del pez del viento", principalmente con eventos posteriores.
Chapter Text
Abrió los ojos en una habitación tenuemente iluminada por piedras luminosas, demasiado conocida para su gusto —o, quizás, vergüenza. La poca que le quedaba, al menos—. No había manera de enterarse de la hora, pero carecía de la menor importancia. Link iba a salir de todos modos de ese lugar, cuidando no despertar a su “compañero de cama”, un zora de escamas albas —como todos los de su mundo— que había conocido la noche anterior y cuyo nombre no recordaba.
Se burló amargamente de él, aunque tampoco tenía la abyección de culparlo por su presunción. Como hombre, entendía perfectamente que el zora había querido impresionarlo, luego de que Link gimiera su nombre intercambiado por el de otro en pleno desafuero, sin la menor consideración por el orgullo del amante nocturno. «¿ϰȹɪƨ? ¿Quién es ϰȹɪƨ? Mi nombre es Ποσειδῶν, ¿ya se te olvidó?», dijo el albino, entremezclado de jugueteo y agravio. Pero Link no se incomodó:
—¿Y qué importa? Solo estamos cogiendo —soltó sin remordimiento—. No nos volveremos a ver una vez que me vaya por la mañana.
Los ojos del zora, que parecían contener una galaxia entera, con sus constelaciones y planetas entre la oscuridad sosegadora, se ampliaron ligeramente justo antes de esbozar una sonrisa pretenciosa. Al hombre le gustaban los retos. No por nada se había convertido en el capitán de la guardia real zora. Y el agresivo realismo del hyliano, más su frialdad que helaba el corazón, no vulneraría su orgullo de macho y mucho menos su interés en él; si acaso, lo soliviantaba. El rubio con el que se estaba entrelazando era demasiado hermoso como para no emprender una tentativa de conquista.
—Entonces te cogeré de tal manera que no volverás a olvidar mi nombre, y tampoco querrás irte por la mañana —declaró antes de tomar los labios de Link con una fuerza de hombre antropomórfico, al ritmo del aceleramiento de sus embestidas, arrancándole gemidos al hyliano.
«Siempre se puede olvidar», musitó Link como la tundra en los confines de su mente, sentado al borde de la cama completamente desnudo, sacudiéndose los remanentes de la evocación. Era una verdad inequívoca que conocía demasiado bien, habiendo pasado la mayor parte de su vida en el olvido. Jamás se dejaría convencer de lo contrario.
Tras haber sido devuelto a su infancia por la primera Zelda que conoció, como un “premio” no solicitado por su coraje y heroísmo demostrados al salvar Hyrule a través de las barreras misteriosas e infinitas del tiempo, Link se encontró ante una realidad desalentadora en la que no era ningún héroe. Solo un huérfano irreconocible con un secreto inaudito que, de atreverse a contárselo a alguien, lo creerían un loco. Porque nadie podría jamás creer que él era el Héroe del Tiempo, el que salvó al reino entero de las manos siniestras de Ganondorf, el Gran Rey del Mal.
Y es que, ¿quién podría? Si aquello nunca sucedió. No en esa realidad.
Refunfuñó un poco. Odiaba pensar en cosas desagradables justo al despertar de una noche de jolgorio. En realidad, había otro problema que le molestaba aun más que sus quejas sobre el pasado, o el presente, o lo que mierdas fuera. Sus aventuras de media noche se estaban volviendo una costumbre. Una desagradablemente repetitiva, de la cual sospechaba que no había vuelta atrás.
No podía evitarlo.
No ahora que su búsqueda por él se había afianzado como una obsesión.
La dinámica era simple y siempre la misma: apenas tenía unos días libres del castillo de Hyrule, donde Link era coronel de la milicia hyliana, se iba directo al Dominio de los Zora. Alquilaba una habitación del hotel, visitaba el bar, tomaba un par de copas para desestabilizar su timidez, coqueteaba con alguno de los hombres y terminaba acostándose con él en su habitación. Por la mañana despertaba, escapaba de puntillas, tocaba el Preludio de la Luz con la ocarina y, ¡tada! Ya estaba de vuelta en el Templo del Tiempo, junto a la plaza del mercado, listo para regresar al castillo.
Lo molesto de esa rutina —o ritual—, que debiera hacerlo sentir satisfecho, era que solo le dejaba aquel resabio añejo que se encargaba de ensalzar su miseria: la decepción. Y lo más estúpido era que, a pesar de conocer el resultado, no podía parar.
No. No era decepción por su promiscuidad; le era indiferente saberse o sentirse como una puta. Lo que le amargaba era el hecho de no encontrar lo que buscaba con tanta desesperación, aquello que anhelaba inmensamente su corazón como su alma. Y lo mataba un poco más, cada vez, que ninguno de esos zoras con los que se metía se pareciera a él.
Se llevó ambas manos al rostro, tallándose con frustración.
Cómo odiaba tener que despertar tan temprano por las mañanas.
Empezaba a convencerse de lo inútil que era tratar de encontrar en esos hombres a quien solo había visto en sus sueños. Como un estólido, se empecinaba en no aceptar que jamás tendría lo que vislumbraba en “aquella vida”, que se parecía tanto a la suya, y que sin embargo era tremendamente distinta. Seguramente era porque no lo merecía. Él no había sido tan heroico como para merecer semejante felicidad.
Chasqueó la lengua y empezó a reunir su ropa para vestirse. Necesitaba desaparecer antes de que despertara el capitán y volviera a insistir en conquistarlo, porque sin duda Link se quedaría para otra ronda, pero para un vago e insípido intento de romance, nunca.
Sin ponerse las botas, abandonó la habitación con el sigilo de un gato y, una vez afuera, terminó de alistarse. Caminó a paso rápido hacia el lobby y se vio obligado a dedicarle un saludo breve al dependiente, quien acababa de llegar a su turno en la recepción. «Buenos días, Sir Link», le dijo como quien ya estaba acostumbrado al escapismo de su cliente. El caballero sonrió, forzado, y abandonó el lugar de inmediato.
Aún era muy temprano en el Dominio de los Zora, con apenas uno que otro habitante comenzando sus diligencias. El mundo apenas despertaba. Las primeras luces del alba se filtraban a través de la diafanidad de la cascada en la entrada principal y comenzaban a refractarse en el cielo de piedra y las paredes, iluminando maravillosamente la gigantesca caverna que guarecía la ciudadela y sus deslumbrantes aguas cristalinas, que proveían a todo el reino.
Entonces apareció Navi, con una expresión de desaprobación que decía que estaba lista para desatar un aluvión de sermones.
Sospechando las intenciones de su amiga, Link suspiró audiblemente, tratando de disuadirla.
—Ahora no, Navi…
—No cambias, Link —dijo ella, ignorando la súplica—. ¿Es que no sientes ningún tipo de remordimiento? Andas por ahí jugueteando con el corazón de otros solo porque el tuyo está roto.
Link bufó y esbozó una sonrisa amarga.
—Te equivocas —respondió, despreocupado—. Yo no tengo corazón.
—¿Ah, no? —cuestionó la hada—. ¿Y entonces por qué siempre pareces deprimido después de acostarte con alguien?
El hyliano no respondió. Ya se sentía lo suficientemente insatisfecho y taciturnado como para todavía escuchar a la hada decir lo que él ya sabía, más precisamente porque así era como se sentía: de la mierda. Por un segundo, consideró meterla en un frasco para acallar sus quejas, pero si se atreviera, terminaría con la única amistad incondicional que le quedaba y, entonces sí, estaría tan solo como un Poe, trajinando en las inclemencias de la sobrenaturalidad. Deseó que Navi no fuera tan entrometida, pero ella era parte de él como lo era su propio brazo o su pierna, y sabía que la soledad dolía más que la verdad echada en cara.
—No sé de qué hablas, Navi. Es obvio que esté cansado después de pasar toda la noche con alguien —dijo, inexpresivo, mientras sacaba la ocarina de su bolsa—. Y para que lo sepas, uno no siempre se acuesta por amor. Es más común de lo que te imaginas, en especial entre los hombres. Ninguno ha sufrido por un corazón roto.
La hada resopló, preguntándose en sus pensamientos «¿Pero qué hay de ti?». De cualquier forma, decirlo en voz alta era fútil; Link no hablaría al respecto. No importaba cuánto lo presionara o cuánto lo provocara para que le respondiera de vuelta, el caballero jamás rompería el silencio sobre lo que lo aquejaba. ¿Y qué lo aquejaba? Era algo que Navi también deseaba conocer, pues así encontraría la manera de ayudarlo a separarse de su soledad y terminaría con ese ciclo de despecho que claramente dejaba a su amigo estragado.
Había estado con él casi toda su vida, desde que el Gran Árbol Deku le pidió que lo acompañara en su misión para salvar a Hyrule, hasta en sus viajes insólitos entre el pasado, presente y futuro, superando todas las imposibilidades más fabulosas y quiméricas dentro de una vorágine vertiginosa en la que todos los tiempos del universo se entramaban y confluían a la vez. Eran casi un alma. Sin embargo, incluso así, no lograba desentrañar qué tenía a Link tan desolado.
A veces lo veía perdido en sus pensamientos, escrutando más allá de lo que veían los ojos comunes, como tratando de encontrar algo, o a alguien, que le hacía falta. En cada espacio vacío escuchaba sus suspiros y el latido lento y parsimonioso, casi lívido, de su corazón. Era como si hubiera quedado perdido en el tiempo y quisiera alcanzar algo que no podía tener en el presente. En otras ocasiones, imaginaba que buscaba su deseo en cada uno de los zora con los que se encamaba. Navi sabía que Link no era tan descorazonado como para romper el corazón de otros, sino que, en realidad, trataba de encontrar la felicidad haciendo añicos el suyo para conseguirlo.
Dolía solo de verlo y no poder ayudarlo…
Al final, la hada se limitó a suspirar, sintiéndose inútil.
—¿Ya nos vamos al castillo? —preguntó con suavidad, dejando entrever que quería una tregua.
Link sonrió gentilmente, aceptando el trato incondicional de paz.
—Sí —respondió, sintiendo de pronto un atisbo de culpa por haberse descontentado con ella—. Oye, discúlpame por responderte de esa manera, y por dejarte sola toda la noche. Tal vez prefieras quedarte en casa la próxima vez. Sería más cómodo para ti.
—Estoy bien —sonrió ella con dulzura—. Prefiero vigilar que no hagas ninguna tontería. Además, el lobby del hotel es muy cómodo. Tengo un gran cojín para mí sola, más cómodo que el que tengo en casa.
—Recuérdame tomar ese cojín la próxima vez.
Las risas de ambos disiparon la tensión y, finalmente, Link tocó con la ocarina el Preludio de la Luz, desapareciendo en un resplandor albo que los envolvió a ambos.
Chapter 2: As if in a dream
Notes:
As if in a dream — L'arc en ciel
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Las cortinas se mecían ondulantes bajo la luz de la luna, movidas por un viento gentil y fresco que soplaba desde el embalse. No hacía frío, pues unas manos cálidas, casi ardientes, encendían las llamas de su cuerpo con un afecto y un tacto solo reconocibles en aquel hombre. Nadie lo amaba nunca como lo hacía él. Los dedos se paseaban libres sobre su piel de lienzo, dibujando preciosas obras que evocaban la pasión más profunda. Unos labios pálidos derrochaban sus cariños en cada parte de su cuerpo, incluso las más ocultas y remotas, mientras una mano lo manipulaba con una lascivia amorosa. Él jamás lo haría dudar de la adoración que le tenía, acaso lo amaría más de lo debido.
Las orbes doradas lo miraban en la oscuridad, tan brillantes e intensas que revocaban la posibilidad de perderse en la penumbra y magnificaban la inevitabilidad de consumirse en su mirada.
Era bello, hermoso, su único amor. El único que podía concederle la felicidad eterna.
«Mi perla, mi amor, mi Link», le susurraba al oído con esa voz aterciopelada tan preciosa, suave y poderosa como el rompimiento de las olas. Sintió su mano entrelazándose con la suya, cobijándolo con la sedosa tela de entre sus dedos.
«Sidon…», musitó, especialmente dulce, como si aquella voz realmente le perteneciera.
El zora de escamas escarlatas unió sus labios con lo suyos, inundándolo con la torridez de su lengua, que deshizo el pedernal de su corazón. Danzó con la suya, enviando millones de descargas a través de su cuerpo, inspirándolo a gemir a mares con la simpleza del contacto. De pronto, sintió el oleaje entre sus piernas, colmándolo hasta las profundidades con una masculinidad vehemente. Ahh, cómo amaba esa sensación; cómo lo amaba a él . Sidon era el único que podía hacerlo sentir que estaba vivo, tan cálido, tan amado, tan… enamorado. Si tan solo… Si tan solo…
Entonces, un débil toque en la puerta interrumpió el romance. El rey se volvió de inmediato hacia la entrada cerrada, sin salir de entre sus piernas.
«¿Qué ocurre?» preguntó, grave, con una ligera mueca de inconformidad esbozándose en su rostro.
Él sabía cuánto odiaba Sidon que los interrumpieran, sin embargo, las sospechas de quién podía ser lo hicieron atenuar una risita con el interior de su mano.
«¿Papi? Quiero mi mami…», se escuchó del otro lado una vocecita seráfica que parecía contener un mar de lágrimas.
Sidon dejó caer la cabeza, derrotado, y suspiró. «Mierda…». Con el dolor de su corazón, se separó de él para dirigirse hacia la puerta, esperando un poco antes de abrir para que Link se vistiera y, en su caso, la disipación de sus bríos. «Ya voy, cariño. Mamá está aquí, conmigo». Se giró una vez más hacia él, que seguía riendo sobre la cama, con una mirada apremiante. «¿Qué esperas para vestirte, amor?», susurró.
«Ya estoy en eso. No tardaría tanto si no hubieras arrojado mi ropa por doquier —replicó, divertido, mientras buscaba sus prendas bajo la cama—. A veces creo que sería más fácil andar como los zora: nada más que los atavíos. De todos modos, tú no aprecias mi ropa», sugirió, sacando finalmente su pantalón de debajo de la cama y comenzando a ponérselo.
«Y entonces me tendrías dentro de ti todo el santo día, y nuestro hijo sufriría por no poder estar con su madre», soltó el zora con una sonrisa lasciva, considerando seriamente la propuesta.
«Eres un degenerado —fingió indignarse Link, conteniendo una sonrisa mientras se abrochaba el pantalón—. No te contienes ni porque mi bebé está del otro lado de la puerta» añadió, visiblemente acalorado por la insinuación de su marido.
«¿Mami…?», se escuchó gimotear al cachorro, más impaciente.
«¡Ya ábrele la puerta, Sidon! —urgió al monarca, quien enseguida obedeció—. Aquí estoy, mi amor. ¿Qué…»
Abrió sus ojos azules, anegados en lágrimas. Se enderezó, llevándose las manos al rostro para enjugar sus mejillas, y comenzó a regular su respiración para contener los sollozos. Aquel había sido un sueño hermoso. Uno que le hubiera gustado con el alma que no fuera un sueño, sino su propia realidad.
Pero uno no puede adueñarse de la realidad de otro alguien. Por desgracia. Por fortuna.
—¿Link? ¿Estás bien? —se acercó Navi, somnolienta.
—S-sí… —respondió Link en un hilillo de voz.
No dijo nada más. Se levantó de la cama y comenzó a prepararse para salir. En su despacho seguramente lo esperaba un montón de pendientes que prefería resolver antes del mediodía; así podría dedicar el resto de la tarde a entrenar. Eso le ayudaba a distraerse del recuerdo de sus visiones oníricas, dulces y atormentadoras.
El espadachín y la hada atravesaron el campo de entrenamiento hasta llegar a una oficina cercana a la cámara de guardias del castillo. Todo mundo se encontraba atareado por aquí y por allá con sus deberes. Algunos corrían hacia su hora de entrenamiento, y otros acarreaban armas o montaban guardia en sus puestos. El castillo de Hyrule se activaba desde muy temprana hora, todos tenían algo que hacer.
Al abrir la puerta, la mirada azulada de Link se posó en un hombre alto y fornido, que estaba de espaldas frente a su escritorio dejando algunos documentos; era su asistente personal. Entonces, el hombre de cabello rojo como el rubí se volvió, y de inmediato esbozó una sonrisa resplandeciente, como si se iluminara ante su llegada.
—Buenos días, Sir Link —saludó.
El áureo de sus ojos era tan cegador que Link tuvo que parpadear un par de veces antes de responder. El joven lucía tan alegre, como era habitual —a diferencia de él, cuya mañana sabía de lo más amarga—, que su buen ánimo trasminó hasta su interior y percibió un sutil cambio en el ritmo de sus latidos, levantando un poco la pesadumbre que lo había estado agobiando desde su despertar. Era como si las nubes se hubieran abierto para dejar pasar los rayos de sol pese a la lluvia menuda.
Naturalmente, Link le sonrió de vuelta.
—Buenos días, Nodees —lo saludó—. Supongo que eso que acabas de poner sobre la mesa son más pendientes para mí.
—Así es —acentuó su sonrisa el pelirrojo—. Montañas de ellos, de hecho. Muchos, muchísimos. Tal vez la próxima vez prefiera no tomarse días extemporáneos.
Link suspiró.
—¿Tú también empezarás a molestarme?
—¿Hay alguien más diciéndole sus verdades?
—Ahí está tu colaboradora, por si no la habías notado —señaló a Navi, quien se apresuraba en el aire para colocarse a su lado. La pequeña hada tintineó, agraviada por el comentario del rubio.
—Discúlpame, Navi, no te había visto —dijo Nodees con sonrisa apenada—. Espero que no te esté alcanzando la amargura de mi jefe esta mañana.
La pequeña hada se sacudió en el aire en un gesto de «Para nada». Nodees emitió una risita.
—Bien, si no hay nada más que necesite de mí, me retiro —se despidió, encaminándose hacia la puerta.
—Espera —lo detuvo Link, tomando un sobre muy llamativo que reposaba sobre el legajo en el escritorio—. ¿Qué significa esto?
—No creerá que es una carta de amor, ¿o sí? —respondió Nodees con sarcasmo. El rubio alzó una ceja, aunque en sus ojos podía vislumbrarse una halo de sorpresa ante la broma.
Un suspiro abandonó los labios del pelirrojo, cansado de tener que recordarle lo que ya le había mencionado cientos de veces, con más de un mes de anticipación. No era posible que un hombre tan inteligente y capaz como Link tuviera tan pésima memoria. Sin embargo, desde hacía algún tiempo, había notado un leve deterioro en su atención. Cada vez eran más recurrentes sus abstracciones, como si algo le estuviera preocupando o molestando desde hacía meses.
En secreto, a Nodees comenzaba a preocuparle más que solo un poco.
—Es la invitación al Gran Baile Real que se celebrará en el palacio con motivo del cumpleaños de la Reina Zelda dentro de tres días —explicó pacientemente—. Llevo recordándoselo desde hace más de un mes. También le recuerdo que tiene que terminar de organizar la seguridad de ese día. Ya está todo casi listo, pero aún tiene que aprobar el…
La voz del asistente se volvió un eco distante mientras Link comenzaba a perderse en sus cavilaciones. «¡Mierda!». ¿Cómo podía haberlo olvidado? Dentro de tres días sería el cumpleaños de Zelda y todo el reino asistiría al evento. Fuera del palacio, también se celebrarían festividades en la ciudadela; Hyrule entero se vestía de fiesta para conmemorar un año más de vida de su honorable soberana. Sinceramente, no se hallaba de humor para nada de eso. El solo pensar que tendría que hacer al menos un acto de presencia en la celebración, pues era un amigo distinguido de la reina —más que eso, eran muy, muy cercanos—, ya le provocaba un dolor de cabeza. Odiaba esos eventos. En especial, porque implicaba hablar y convivir con otras personas, lo cual siempre le había representado una dificultad.
—Lo olvidé por completo… —murmuró Link a regañadientes.
De pronto, se escucharon unos pasos ligeros aproximándose hacia él, y entonces se vio envuelto en un aroma conocido que le recordaba el dulzor de un río, similar al de la Región de los Zora. Su corazón se aceleró. Alzó la vista y encontró la mirada preocupada de Nodees, extremadamente cerca. El joven le cubrió la frente con la palma de su mano, palpando su temperatura. Su piel era cálida, a la vez que fresca, como si acabara de darse un chapuzón.
Link se quedó completamente inmóvil ante su toque, que se sentía inesperadamente agradable.
—¿Estás bien? —dijo Nodees, con voz gentil y sedosa—. Últimamente te he notado un poco decaído. ¿Estarás por enfermarte?
El aliento se desvaneció de los pulmones de Link, y los tañidos de su corazón comenzaron a resonar en sus oídos. Nodees estaba demasiado cerca. Muy cerca. Tan cerca que le daba miedo que se convirtieran en uno solo en cualquier momento. Siempre que lo tocaba, su piel quemaba, cercándolo al punto del derretimiento, y cuando retiraba sus dedos, dejaba un hormigueo que perduraba por el resto de la tarde.
Era extraño.
Las sensaciones que despertaba en él cuando se arrimaba tanto, tal como en ese momento, eran inefables, desconocidas, y… y por lo tanto, debían ser incómodas. Porque aquello no era para nada normal. De ninguna manera. Ninguna otra persona lo había hecho sentir así.
Y, sin embargo, era tan agradable.
Pero…
Se quitó la mano de Nodees gentilmente, aunque con firmeza.
—No sé de qué me hablas, estoy perfectamente bien —respondió, volviéndose de espaldas, sintiendo su rostro en llamas—. En vez de preocuparte por mi salud, deberías estar yéndote a entrenar a los nuevos.
El joven pelirrojo soltó un suspiro.
—De acuerdo. Llámeme si necesita cualquier cosa, Sir Link.
Nodees se encaminó hacia la puerta nuevamente y, antes de abrirla, se dirigió a la hada que sobrevolaba en un rincón.
—Hasta luego, Navi —se despidió y salió.
Solo entonces pudo Link recuperar el aliento. Siempre que veía a Nodees, sin excepción, se sentía extraño y le inspiraba cierto sentimiento de nostalgia.
No lo soportaba.
Consideró que tal vez lo mejor sería cambiar de asistente. Lo había contemplado una y otra vez, pero…
«No».
Simplemente, no podía hacerlo. Había algo que no le permitía deshacerse de Nodees. Y aunque sentía curiosidad por saber qué sería aquello, prefería mantenerse en la incógnita.
—Nodees me cae muy bien —dijo Navi de repente, sacándolo de sus pensamientos—. No puede escucharme, pero siempre se preocupa por saludarme. Es muy amable y atento. La otra vez me trajo un dulce de chocolate y lo desenvolvió para mí. No sé cómo supo que me gustaba.
Finalmente, el rubio se sentó lánguido en su silla, presionándose las sienes con las yemas de los dedos para disipar la tensión. Soltó un suspiro y luego miró a Navi.
—Debí habérselo mencionado sin darme cuenta —comentó, sintiendo un impulso repentino de mordacidad—. Si se llevan tan bien, tal vez deberías acompañarlo a él en vez de a mí, ya que te parece «tan amable y atento» —soltó, insidioso.
El revoloteo de las alas del hada se detuvo un microsegundo, incrédula de lo que acababa de escuchar decir al hyliano.
—¿Acaso estás celoso? —contraatacó Navi, percibiendo el jugueteo malicioso de Link—. Si tanto te gusta, deberías estar cortejándolo a él en vez de estarte acostando con todo zora que se te cruza enfrente.
La expresión juguetona de Link se desvaneció al instante, reemplazada por una mirada imperiosa.
—¿Por qué crees que estaría celoso de él? —bufó, ofendido—. ¿No comprendes que estoy celoso de ti?
Si el resto de los hylianos pudieran, habrían escuchado la risotada expansiva de Navi que repercutió hasta las afueras del despacho. Quienes pasaban cerca de ahí solo alcanzaron a escuchar un tintineo muy familiar.
—Por supuesto que no estás celoso de mí, grandísimo terco —replicó ella—. ¿A quién intentas engañar? ¿Crees que no te conozco? He visto cómo te sonrojas y te quedas sin aliento cada vez que miras a Nodees, y cómo te pone nervioso cuando se acerca. Es obvio que él te atrae, ¡pero eres tú quien no quiere reconocerlo!
Las orbes azules se expandieron como un par de lunas llenas en una expresión de total incredulidad e indignación. ¿Cómo se le ocurría a Navi decir que a él le atraía Nodees? ¿Se había vuelto loca? ¿O es que le fallaba la vista? ¡A él sólo le atraían los hombres zora! Había sido así desde siempre, y luego, lo reafirmó la primera vez que vio a Sidon en sus sueños, las visiones de una vida que no era la de él, pero cómo deseaba que lo fuera. Si se atreviera, le diría que no podía amar a nadie, porque su corazón estaba reservado solo para él y estaba prohibido buscar el amor con alguien más. También le diría que no podía sentir afecto hacia ningún otro, y que solo buscaba, con una vehemencia obsesiva, casi delirante, en cada uno de esos zora con los que se acostaba, a aquel amante que solo habría de ser suyo en aquella realidad alternativa, convencido de que si en ese mundo era su esposo, entonces podía encontrarlo en el propio. Le diría que Sidon era el único hombre con el que podía encontrar la felicidad y el amor y la pasión que tanto necesitaba y anhelaba su alma, que era el único que haría de su existir menos miserable y le daría una razón para creer que volver al pasado, a su infancia, no había sido una injusticia después de todo, porque estaría en el lugar que verdaderamente le correspondía: junto a su Sidon. Si tuviera el valor, le confesaría que Sidon era lo único que necesitaba, y que solo con él podría arrancarse del abismo y volvería a sentir latir su corazón como uno vivo y recobraría el aliento y levantaría la opresión de su pecho y terminarían las noches heladas en que la soledad lo consumía hasta convertirlo en un cuerpo vacío, desértico de lágrimas, y que solo estando a su lado terminarían los lamentos silenciosos en la oscuridad de sus párpados, cuando su mente se veía atormentada y endulzada por los atisbos dichosos a través de los ojos de aquel otro Link en túnica celeste.
Hacía mucho se había desvelado para él aquella verdad inapelable, pero no se atrevía a compartirlo con su alma gemela, porque difícilmente lo entendería; probablemente le diría que abandonara tal ilusión. Jamás diría a nadie que solo encontrando a su Sidon podría vivir, y que, mientras tanto, no era nada más que un Gibdo. No había espacio para Nodees.
—Ya te volviste loca.
Chapter 3: No surprises
Notes:
No surprises - Radiohead
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El siguiente vals coronaba la velada en el castillo que parecía sacado de un sueño. Todos bailaban a un mismo ritmo con sus trajes y vestidos brillantes y vibrantes en un mar de lentejuelas que se extendía en el recinto, adornado con guirnaldas, ornamentos y tapices que cubrían cada rincón a lo largo y a lo ancho. El ambiente se aromatizaba de vino y de delicias capaces de satisfacer con solo una inspiración los estómagos de los hambrientos, entremezclados con el perfume elegante de la gala nocturna.
Hyrule entero estaba de fiesta. Todos disfrutaban.
Todos, excepto Link.
Desde un rincón, observaba las diferentes caras, cada una más desconocida que la anterior o menos interesante si llegaba a reconocerla. En una habitación tan amplia y tan abigarrada como aquella, siempre era posible la magia funesta que demostraba que se podía estar desolado en el lugar más alborozado. Las figuras se tornaban borrosas; sus risas y cantos, ininteligibles; sus aromas, insípidos; y sus toques accidentales, inertes. Eran un montón de sombras que decoraban una ilusión de vida. Una que era ajena e inhóspita para Link.
Estaba fuera de lugar.
No pertenecía ahí.
Contaba los minutos para escapar.
Sin embargo, era el mejor amigo de la reina, y, como tal, debía estar ahí, aunque fuese solo por un par de horas. «Prométeme que te quedarás más de una hora esta vez, Link» —le había suplicado la Reina Zelda. Link se contuvo de hacer una mueca y, en cambio, le había sonreído forzadamente: «Solo si me acompaña, su majestad».
El enfado se dibujó en el rostro de la reina, quien detestaba que Link la llamara “su majestad”. Le parecía tan impersonal. «¿Qué te he dicho sobre llamarme así? —lo reprendió, cruzándose de brazos—. Tú no tienes por qué dirigirte a mí con títulos. Antes que ser la reina, soy tu amiga. Y no me importa que estemos ante los demás; solo tú tienes ese derecho», le sonrió.
El caballero suspiró. Zelda había prometido que volvería con él después de saludar a unos líderes, pero ya había pasado un buen rato, y no parecía que su regreso fuera a suceder pronto. Era exactamente como siempre durante los eventos del castillo. Sin embargo, por alguna razón, Zelda se empeñaba en revivir sus memorias de cuando eran niños, pidiéndole que se quedara junto a ella, como en aquellas épocas en que él acababa de llegar del futuro y lo habían acogido en el castillo como su compañero de juegos, para, eventualmente, designarlo su guardia personal.
Habían estado juntos hasta que el Rey Rhoam, padre de Zelda, consideró que ya era tiempo de que Link prestara sus servicios en la guardia real y, más tarde, por decisión propia, en la milicia, mientras Zelda se abocaba a sus deberes para convertirse en reina.
El monarca nunca hizo ningún comentario explícito delante de su hija, pero tanto ella como Link sospechaban que su padre quería evitar el surgimiento de un romance entre los dos, y que fue por esa razón que decidió separarlos. Y es que su precaución también se derivaba del hecho de que Zelda había sido prometida a otro príncipe desde su nacimiento —con quien posteriormente se casó—, así que el rey debía hacer todo lo posible para evitar que su hija terminara enamorándose de otro.
Sin embargo, las preocupaciones del Rey Rhoam eran infundadas, pues Link estaba interesado en hombres de otra especie y, aún si hubiera sentido atracción por mujeres hylianas, y se hubiese enamorado de Zelda, ella solo lo veía como a su mejor amigo.
La reina —además de Navi— era la única que había logrado comprender verdaderamente a Link y, también, la única que lo reconocía como el Héroe del Tiempo. Era para él una parte que lo mantenía estable en su nuevo presente.
Pero ahora, ella estaba ocupada siendo reina, y él, estaba terriblemente solo.
—Vámonos, Navi. Ya me siento cansado —dijo Link, abandonando su copa vacía sobre una de las mesas.
—Pero, ¿y la reina? —dudó ella.
—Estará muy ocupada. Además, ella sabe que no me gustan este tipo de cosas. Lo entenderá.
La pequeña hada asintió y, cuando estaban a punto de marcharse, una voz algo conocida hizo que el hyliano se girara sobre sus talones, ampliando los ojos con asombro y sorpresa.
—¿Te vas tan pronto, Link? —saludó un zora muy familiar, presidido por una enorme sonrisa—. Esperaba que pudieras concederme la siguiente pieza —gesticuló elegantemente.
«Ay no». Si la memoria no le fallaba, aquel zora masculino era nada más y nada menos que el capitán de la guardia real zora con el que se había acostado semanas antes.
La situación no podía tornarse más incómoda.
—No esperaba verte de nuevo, aquí, Squall —sonrió, enfatizando con tono mordaz sus palabras, aunque sintiendo el calor subir a sus mejillas.
—¡Auch! Sigues afilando esa lengua tuya —respondió el zora, despreocupado—. Es increíble cómo algo tan cálido y suave es capaz de soltar palabras tan hirientes injustificadamente —levantó los brazos en un gesto de tregua—. No he venido para molestarte. Te recuerdo que soy capitán de la guardia zora que protege a la Princesa Ruto.
Un leve pinchazo de culpa atravesó a Link en la nuca; su ataque había sido innecesario. Tan engreído —o paranoico— era que había asumido que Squall estaba ahí exclusivamente por él, buscando armarle una escena —como ya le había sucedido con otros en el pasado—, en vez de considerar que simplemente estaba cumpliendo con su trabajo. A veces deseaba no actuar a la defensiva con tanta facilidad, pero ese hábito se había convertido en un reflejo instintivo como el uso de su espada.
—Lo siento, es solo que me siento muy incómodo en este tipo de eventos —explicó, ya más tranquilo—. De hecho, estaba por irme.
—Te comprendo, las fiestas tampoco son lo mío —dijo Squall con simpatía—. ¿Te importa si te acompaño a tomar un poco de aire fresco? —sonrió de lado, investido de un aire seductor.
La garganta hyliana onduló, y miró a Navi por unos segundos en una señal que solo ella podía comprender. La hada chistó y voló a otro sitio, sabiendo lo que esperaba si decidía seguirlo. «Era un tonto».
—No me molestaría —respondió finalmente. El zora sonrió triunfal.
Se encaminaron con discreción hacia una de las salidas, mientras una mirada áurea los observaba entre la multitud.
Chapter 4: Wind of gold
Notes:
Wind of gold - L'arc en ciel
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Entraron dando tumbos en la oficina de Link, sin separar sus labios, avanzando a pasos torpes hasta el escritorio, donde el fuerte zora lo depositó, separándole las piernas para acomodarse sobre él. Link exploraba la boca de su amante en turno con fiereza, agarrándolo de la nuca para evitar que se separara, mientras sentía la invasión sobre su piel bajo la pechera y la camisa carmesí. Su boina había salido volando hasta debajo del escritorio, y sus guantes blancos fueron arrojados al otro lado de la sala. Squall lo desvestía diestramente, acariciándole el abdomen suave y tibio durante el proceso, y deslizaba sus blancas manos sobre los pectorales en busca de los botones de cerezo. Cuando los encontró y los apresó con la frescura de sus dedos, sintonizó la suave melodía de los gemidos tiernos de Link, igual que aquella noche en la que había intentado conquistarlo.
—Squall… —gimió Link en la boca del zora.
—Así me gusta —sonrió él con satisfacción—. No vayas a olvidar mi nombre esta vez. Quiero que lo repitas una y otra vez mientras te…
¡Tock, tock!
Llamaron a la puerta de repente. Ambos se paralizaron por un instante y volvieron la mirada hacia la entrada, invadidos por la sorpresa.
—¿Sir Link? —llamó una voz muy conocida del otro lado—. La reina Zelda quiere verlo de inmediato.
«Mierda…», susurró el espadachín, llevándose una mano a la cabeza al reconocer la voz. «¿Por qué ahora?». Al escuchar de nuevo su nombre, acompañado por los insistentes golpes en la puerta, se enderezó, sintiéndose cada vez más presionado.
—¿Sabes quién es? —preguntó Squall en voz muy baja, con un destello de diversión en sus ojos de constelaciones.
—Es mi asistente —respondió Link a regañadientes. Luego, alzó la voz hacia la puerta—: Estoy muy cansado, Nodees, y me duele la cabeza. Discúlpame con la reina, por favor.
Hubo un breve silencio.
—Me temo que debo insistir en que acuda, Sir Link —dijo Nodees con severidad—. La reina ha solicitado su presencia por un asunto inesperado y requiere forzosamente su atención. Es muy urgente.
—Si es para verla soplar las velas del pastel, entonces…
—Los generales ya se están reuniendo en este momento —interrumpió con gravedad.
De nuevo, Link se enderezó sobre el escritorio, esta vez estupefacto y mirando hacia la entrada como si estuviera frente a Nodees y su expresión de seriedad. Empezó a dudar de que en realidad se tratara de una treta de Zelda para hacerlo volver a la fiesta, pues nunca se había comportado Nodees tan insistente a menos que fuera algo de suma importancia, lo cual era raro. Su persistencia resultaba demasiado intensa como para ignorarla. Tal vez algo malo sí había sucedido, después de todo.
—Mierda… —farfulló otra vez.
—Creo que debes ir a ver qué pasa, Link —sugirió Squall con calma, separándose de él—. No sea que algo grave haya sucedido y, entonces sí, será una “mierda”. Luego podemos continuar con lo nuestro.
El caballero suspiró.
—Solo espero que todo esto no sea una farsa de la reina para hacerme acompañarla en su canción de cumpleaños —se restregó la cara, fastidiado.
El zora albino emitió una risita, cuidando de que no lo escuchara quienquiera que estuviese afuera.
—Esperemos que solo sea eso, así terminarás pronto y podremos retomar desde donde nos quedamos —dijo con voz aterciopelada y profunda, deslizando su pulgar sobre el labio inferior de Link; este soltó un suspiro—. Regresaré con los demás; avísame cuando termines. Estaré esperándote.
Besó sus labios esponjosos una vez más en despedida.
—Aunque creo que antes debo hacer una pequeña pausa aquí en tu oficina… solo hasta que se me baje el “ímpetu”.
Una ligera risita escapó de la boca de Link.
—De acuerdo.
Acomodándose el uniforme y colocándose una vez más la boina, Link salió del despacho, encontrándose con Nodees justo afuera. Al verlo, un estremecimiento sacudió su espina: el pelirrojo parecía echar lumbre por los ojos, semejando la lava ardiente de la Montaña de la Muerte en una expresión extrema de encabronamiento. En todos sus años de conocerlo, nunca lo había visto tan enojado. Y lo peor de todo era que no entendía por qué.
—¿Nodees, qué pa…?
Sin responder ni una palabra, y sin permitirle terminar de formular su pregunta, el cabellos de fuego lo tomó por el brazo y lo llevó prácticamente a rastras muy lejos de ahí. Su agarre era firme e inescapable, como un grillete recién forjado, y era sordo a los numerosos reclamos de su superior, quien ordenaba que lo soltara. Pasaron frente a la cámara de los guardias, atravesaron el campo de entrenamiento y, a zancadas explosivas, se dirigieron hasta el cuartel del caballero, donde Nodees irrumpió de golpe y lo arrojó al interior con una facilidad humillante.
Decir que el rubio estaba echando humaredas de furia sería quedarse corto.
—¡¿Se puede saber qué carajos crees que haces?! —interpeló Link, encabronado.
Nodeez azotó la puerta tras de sí y se paró frente a Link, consumiendo al hyliano de menor estatura en la inmensidad de su sombra, ostentando un poder de intimidación sobrehumano. Estaba furioso. El dorado de sus iris era una tormenta de relámpagos, sus pupilas grandes y tenebrosas como dos agujeros negros. Su rostro estaba endurecido como la máscara de Fiera Deidad, acentuando su apariencia de bestia salvaje con ganas tremebundas de aniquilarlo.
A pesar del aura intimidante de Nodees, el caballero no se perturbó… no por completo. Percibía un leve sentimiento de incorrección, como si hubiera cometido un acto indebido o una traición de algún tipo.
—¿Qué demonios estabas haciendo con ese zora en tu despacho? —lo interrogó Nodees de repente, a punta de una lanza invisible.
Hubo otro estremecimiento en el cuerpo de Link.
Pero no se contuvo de bufar.
—¿En serio me llamaste para eso? —dijo, alebrestándose a medida que procesaba el cuestionamiento del pelirrojo, volviéndose su respiración más agitada—. ¿Y a ti qué putas te importa lo que yo estuviera haciendo con él en mi despacho? —espetó, finalmente rebasado por la ira—. ¡¿Desde cuándo yo te debo explicaciones a ti, mi asistente?!
Los ojos de Nodees refulgieron en llamaradas carmesí.
—Estabas cogiendo con él, ¿cierto? —volvió a interrogar con tono metálico.
Estupefacto al principio, la mirada de Link se tornó fulminante mientras se consumía en un fuego desaforado que prometía sacarlo de sus casillas.
—¿Cómo se te ocurre preguntarme eso? —le reclamó Link al hombre, echando chispas—. ¡¿Te has vuelto loco?! Y aunque así hubiese sido, ¿a ti qué carajos te importa? ¡Es mi puto problema con quién me acuesto! ¿Con qué derecho te crees tú para meterte en mi vida privada?
—Él no te ama —increpó Nodees—, y tú tampoco lo amas.
Link se invistió de perplejidad.
—¡¿Y eso en qué demonios te afecta a ti?! —exclamó alterado—. ¡Eso es asunto mío! Y, además, ¿quién putas coge solo por amor? Si me aman o no me aman, qué me importa. Qué te importa a ti. ¡No tiene nada que ver contigo! ¡Ni siquiera tendría por qué estar hablándote de esto!
Su respiración agitada resonaba en el aire, mientras que Nodees parecía aún más irritado, a punto de escupir fuego. Algo que estaba muy cerca de suceder.
—¿En serio estás diciéndome que quieres que te utilicen y te desechen así, sin más? ¡¿Sin ningún respeto por ti?! —espetó, ofuscado—. Deberías tener más respeto por ti mismo —remató.
Un aguijón atravesó el pecho del rubio, enfureciéndolo a niveles irracionales. El temblor, que comenzó sacudiéndole las manos, se extendió al resto de su cuerpo. Abría y cerraba las manos en sendos puños. Su mandíbula se convirtió en una abrazadera de metal, fija en un apretón perenne, a la vez que sentía su cuerpo calcinándose entre llamaradas iracundas.
Estaba a punto de desbordarse.
No soportaba ver ni escuchar a Nodees.
Si el pelirrojo no salía de ahí en ese mismo momento, estaba seguro de cometer un acto irreversible.
Lo iba a matar.
—Sal de aquí…
—No.
—¡Que te largues, te dije! —gritó Link, enardecido—. ¡No quiero volver a verte!
—¡No me iré hasta que me respondas lo que te pregunté!
—¡LÁRGATE!
—¡No hasta que respondas!
—¡¿Por qué carajos te importa tanto?!
—¡Porque no quiero que nadie te toque, maldita sea! —estalló Nodees.
La respiración agitada de ambos resonó en la habitación antes de sumirse en un silencio ensordecedor que apagó la furia ígnea con un sutil soplo. Los ánimos alebrestados de Link se disiparon con la confusión, incapaz de entender lo que acababa de oír.
Una vaga idea se vislumbró en la oscuridad caótica —energúmena— de su mente. Una que prefería no reconocer.
—Eso no es lo que mereces —continuó Nodees tras varios segundos, un poco más serenado—. Tú debes ser tratado con respeto, y tratarte a ti mismo de la misma forma. Si lo que quieres es un desfogue, esta no es la manera…
Las palabras se desvanecieron de la lengua viperina de Link. El fuego deforestador de su mirada comenzó a apaciguarse con el aumento súbito del ritmo de su corazón, imaginando por breves segundos que la ira de Nodees no era otra cosa que preocupación por él, y que se equivocaba al interpretar su veneno como un juicio o un escarnio de su libertinaje.
Tal pensamiento le pareció agradable, y ayudó a aligerar levemente la densidad en su pecho.
Sin embargo, había una fuerza más poderosa que cualquier razonamiento coherente o la sospecha de un afecto sencillo, y esa era la persistencia insidiosa de su soledad. Su propio demonio pronto lo convenció de que no era así, desvirtuando vociferante las intenciones del pelirrojo como una falta de razón para preocuparse por él, disuadiéndolo de que, en realidad, se trataba de una decepción derivada de las idealizaciones resquebrajadas que tenía de él.
Sí, eso era.
Nodees había descubierto un defecto suyo y ahora estaba profundamente decepcionado. Su preocupación no era genuina… aunque tampoco Link la necesitaba en primer lugar. Solo habría de quererla si se tratara de Sidon. Solo entonces debía importarle lo que él pensara.
Pero era Nodees, un hombre por el que no sentía la más mínima atracción. No debía. No. Debía.
Link solo había de pensar en Sidon. Debía esperar hasta encontrarlo. ¡Se lo había prometido a sí mismo!
Convenciéndose de esto, Link se pasó una mano por el cabello, percibiendo finalmente la disipación de su enojo, y suspiró.
—No sé qué clase de historia te estés formando en la cabeza, Nodees, pero seguramente lo tienes todo mal —dijo, ya más tranquilo—. Y déjame decirte que las personas no solo tienen sexo por amor. No siempre se está en busca de este. A veces, solo quieres compañía —añadió, con un atisbo de melancolía—. De cualquier forma, este es un asunto mío y no necesito que me cuides.
Enmascarado con una expresión inescrutable, Nodees permaneció en silencio, como si de pronto se hubiera vuelto mudo. Al ver que no decía nada, Link decidió preguntar, esta vez con más paciencia:
—¿Por qué de pronto estás tan interesado en mi vida sexual? ¿Por qué te importa si me respetan o no?
Tras varios segundos reverberantes, el hombre de las orbes de oro respondió:
—Porque no quiero que te lastimen.
El corazón del héroe se aceleró, el aire esfumándose de sus pulmones.
—¿Qué?
Los ecos de Nodees acercándose retumbaron en las paredes craneales de Link, dejándolo inmóvil, haciéndolo sentir más y más pequeño. Un par de soles intensos se aproximaron con una fuerza gravitacional hacia su rostro, obligándolo a separar los labios para tomar aire. Nodees estaba muy cerca. Tan cerca. Demasiado cercademasidodemasiadomuycercatancercacercacercajuntosestabademasiadocerca. No podía pensar con claridad, y mucho menos con la revolución en su abdomen y la debilidad repentina de sus piernas. Dio un paso atrás; Nodees un paso adelante. Dio otro paso hacia atrás; Nodees otro hacia adelante. Y, entonces, el caballero cayó de sentón al borde de la cama, tumbado por el brío en la mirada áurea de su subordinado que no dejaba de observarlo, como si pudiera ver a través de su alma. La mano del pelirrojo se ancló a su lado, sobre el colchón, cortándole la escapatoria al estar casi encima de él.
Link tembló.
Tragó saliva.
—N-no sé de qué hablas —balbuceó al cabo de la eternidad de un segundo, aclarándose la garganta—. Nadie me ha lastimado en ningún momento.
Desvió la mirada, sintiendo la intensidad de la del otro, y exhaló entrecortadamente, atolondrado por la cercanía colisionante de su subordinado. Tuvo que aferrarse a la decisión que estaba por tomar antes de que su corazón implosionara en la prisión de su pecho. Si no cortaba a Nodees en ese instante, quién sabe qué podría suceder después. A ese paso, estaba seguro de que moriría de un infarto o una insolación.
—Puedo entender y respetar tus idealismos puritanos, pero lo que no puedo permitir es que te entrometas en mi vida privada, incluso si es con buenas intenciones —dijo, nervioso, dudando de su propia credibilidad. Luego hizo una breve pausa, tratando de ignorar los gritos en su interior que le rogaban que no lo hiciera—. Sobrepasaste la línea, Nodees. Tendré que ponerte a disposición —enunció, escarmentado con la inmediatez del látigo invisible del arrepentimiento.
Aún así, no cedió. No se retractó de su admonición hacia el hyliano pelirrojo.
El calor que emanaba de Nodees se intensificó como el sol de mediodía, a punto de derretir a Link con su fervor. El caballero no se atrevió a alzar la vista, consciente de sus escasas posibilidades de ganar el encuentro de miradas; tampoco podía rescatar la voluntad en su cuerpo para alejarlo. Por el contrario, una fuerza inefable en su interior le ordenaba que buscara su cercanía compenetrante, que sucumbiera a su calor abrasador.
No fueron necesarios los esfuerzos. De repente, la canícula emanando de la frente de Nodees lo absorbió: estaba tan cerca como nunca lo había estado. Link estaba a punto de convertirse en el deshielo, igual que aquella tundra que congeló la región de los zora ante la maldición de Morpha, y que se deshizo tras su derrota. Un suspiro abandonó sus labios. Por primera vez se atrevió a mirar directamente a los ojos dorados, intensos y profundos.
—¿Nodees? ¿Q-qué…?
—Ponme a disposición si eso es lo que quieres —dijo él, impasible, rozando la punta de su nariz con la de Link—. Pero cuando busques compañía, que sea la de alguien que sí te quiere.
Un temblor recorrió la espalda del caballero. Y en respuesta, impulsado por su nerviosismo, osó bromear sin pensarlo:
—¿Cómo quién? ¿Como tú?
Los labios de Nodees tomaron los suyos en un beso súbito, que empezó como un oleaje suave hasta convertirse en un embate implacable, desmoronando las murallas de su guardia que hasta ese momento habían parecido infranqueables. Eran de papel. Tan endebles como sus fútiles remedos de resistencia. Sus muñecas quedaron atrapadas por un agarre firme pero gentil, en tanto el pelirrojo le arrebata el aliento en la invasión impune de su boca, detentando una posesividad deliciosa como poderosa. No podía hacer nada contra el robo al despoblado de Nodees. Tampoco quería hacer nada en absoluto.
Obedeciendo a sus instintos, bajo el hechizo dominante del hombre de cabello de fuego —aunque parecía que ya había perdido la razón desde hacía mucho tiempo—, Link deslizó sus brazos alrededor de su cuello mientras se recostaba en la cama, posicionándose debajo de él con una experiencia acendrada por muchos zoras anteriores. Su cuerpo lo obligaba. Ninguna voz en la penumbra de su inconsciente era lo suficientemente audible ni estentórea para recordarle obedecer a las razones de su reserva. El nombre que había estado grabado en su cerebro se evaporó con las llamas solares del cuerpo del otro, cuyo nombre, más recordable, era Nodees.
«Ahh», qué bien se sentía tenerlo tan cerca. Así de cerca. Demasiado cerca. Ojalá pudiera arremolinarse un poco más. Si pudieran volverse uno, tal vez entonces se completaría su ser al fin y su existencia dejaría de ser un perpetuo desamparo.
—Ah… Nodees…
En un parpadeo, la ropa ya había desaparecido del cuerpo de Link. Solo era piel y calor y ansias y unas ganas insaciables de ser devorado por un tiburón. Nunca antes un hyliano lo había hecho desear tanto. El perfume sublime de SidonNodees, le rellenaba las fosas nasales y serpenteaba por las circunvalaciones más profundas de su cerebro. Le embriagaba de tal manera que no le dejaba otra alternativa que abrirse como una flor de loto ante él. El aliento masculino rozaban las curvas de su cuello, mientras las manos bronceadas acariciaban cada centímetro de su desnudez. La voz profunda y aterciopelada canturreaba en sus oídos, deslizando cada letra como seda suave alrededor de sus tímpanos. «Link…», le oía decir una y otra y otra vez. Jamás su nombre había sonado tan hermoso, como el canto de un tenor.
Y entonces escuchó:
—Te amo…
Contrario a lo que Link había anticipado de esas palabras letales, no se disgustó. Se sumergió en las aguas tibias de un lago de ensueño, empapándose de sensaciones apacibles, serenas, placenteras y atenuantes del retumbar aplastante de su desdicha.
Se dejó amar.
Una línea de besos que inició en la esquina de su boca se dibujó a través de su cuello, el pecho, las finas líneas del abdomen, hasta la cúspide más alta de su cuerpo varonil. Su necesidad se derramaba en alabastro líquido, cual lágrimas de sirena, y con tan solo el tenue tacto de las yemas ajenas sobre su cima, su boca liberaba canciones de éxtasis. Sin embargo, la verdadera aria suprema se alzó con la humedad suspirante de Nodees guareciendo su masculinidad. Lo amaba con su boca, lo amaba con sus labios, en un subir y bajar inmisericorde y dulce que inspiraba su esencia y lo perdía en la bruma del paroxismo.
Cuando por fin se liberó su llanto en medio de una nota alta sin estridencia, la garganta del pelirrojo onduló al beber de su rocío, y los soles nocturnos relumbraron bajo el claro de plata filtrándose por el cristal. Link acarició el argénteo revistiendo el rostro de Nodees, que solía ser bronce bruñido por la mañana, oro rosado durante la tarde y ligeramente leonado al bañarlo los candiles de la noche. Había un ligero relieve sobre su mejilla, fruto de la batalla aguerrida. No obstante, era terso, fino y placentero, como todas aquellas sensaciones confusas que le despertaba, pero que, sin importar cuán insólitas e irreconocibles fueran, siempre se percibían agradables.
Nodees se acurrucó en su palma y depositó un cándido beso que envió la potencia de mil rayos a través de sus terminaciones nerviosas. «Ahh». Seguramente así se sentiría si estuviera con él. Todo parecía un sueño. Uno que ya había tenido muchas veces.
Las manos incandescentes de Nodees se deslizaron sobre sus piernas, separándoselas lentamente, alimentando sin pretenderlo la expectativa de un deseo que Link desconocía vivo dentro de sí. Lo esperó. Observó cada uno de sus movimientos, desde que se enderezó para quitarse la camisa blanca y los pantalones hylianos, revelando un cuerpo bien trabajado con los años de adiestramiento con la lanza, mucho más voluminoso que el suyo, hasta que se liberó con un resplandor la inmensidad de su hombría; una que le demostraría cuánto lo amaba.
Sus dedos gentiles se deslizaron a través del umbral del cuerpo de Link, afectándolo con delicadeza hasta cercarlo al borde de la erupción, con mociones giratorias y espiralizadas, entrando y saliendo a gusto propio. Entonces, el hombre de fuego encontró su punto designado para la felicidad.
—¡Ahhh…! Hngh, Nodees… —gimió Link, estentóreo.
El pelirrojo sonrió con satisfacción.
—Creo que ya estás listo, jefe.
El cuerpo de Link se abrió jubiloso para recibirlo, percibiendo el traspaso extenso de cada centímetro de Nodees, ardiente como un torrente de lava. El sonido del aire escapando de sus pulmones le reventó la garganta, emitiendo pequeños quejidos que después se convirtieron en verdaderos lamentos de exaltación. Podía sentirlo profundamente, cada palpitar, cada nervadura y los vapores obnubilantes de las feromonas. Era un vaivén sensual que rápidamente aumentó su impetuosidad, como las aguas furiosas de los rápidos. Era destructivo y sublime. Si el paraíso existiera, probablemente se parecería a eso.
El corazón de Link se hinchó, rebosante de gozo. Nunca se había sentido tan amado, igual que en sus sueños, los cuales, al final del día, no eran más que meras ilusiones; no eran reales. Pero esto sí. Todo estaba sucediendo en verdad. Nodees estaba ahí, podía sentirlo, tocarlo, lo estaba tomando como desde hace tanto tiempo esperaba que alguien lo hiciera. Siempre había sido agradable su presencia, ¿pero esto? ¡Esto era el puto cielo! ¡La glorificación de todo aquello que había deseado tras sus viajes en el tiempo! Estaba en el momento y lugar exactos.
«Link… Te amo…», lo escuchó musitar en su oído. Buscó el rostro de Nodees y, con ambas manos, lo atrajo hacia su boca, devorándolo con una pasión tórrida, preso de la irracionalidad febril del apareamiento.
Lo quería para siempre. Quería repetir el mismo viaje una y otra vez, como lo hizo muchas veces con la Espada Maestra en el Templo del Tiempo, hasta que, finalmente, algún día, encontrara a su…
«Sidon».
Entonces todo terminaría. Como en un sueño.
Chapter 5: Eye in the sky
Notes:
Eye in the sky - The Alan Parsons Project
Después de mil años por fin pude actualizar de nuevo. La traducción de mi serie anterior está consumiendo gran parte de mi tiempo libre :/
Este fin de semana caí víctima del resfriado por el cambio de clima, pero, por fortuna, hoy me sentí mejor y pude terminar de editar este capítulo. La verdad, me da un poco de miedo la cadencia más rápida de esta historia 🤔 espero que no esté resultando demasiado confusa. Originalmente iba a ser un one-shot pero, ¡pff! Bueno, tal parece que a mí no se me dan las historias demasiado cortas 😆 Eso, y que además es un fic más experimental. Sé que hay muchas cosas al aire pero estas se resolveran casi al final; por favor, ténganme paciencia ✌🏻
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«Papi, ¿qué pasó, mami, ahí?», se escucharon los murmullos dichosamente familiares de un pequeño.
«Le picó un mosquito… ¡No lo despiertes! Déjalo que duerma un poco más», susurró Sidon entre los sonidos de las sábanas.
«¿Grande, verdad?», volvió a inquirir el cachorro en voz bajita.
«Sí, por eso hay que dejarlo descansar, para que se recupere y… ¡No lo toques ahí!», escuchó decir a su esposo, ahora un poco más fuerte, mientras un dedito le picoteaba el cuello.
Finalmente, Link abrió los ojos en medio de las risas, encontrándose con los enormes ojos azules de su hijo, que lo observaban con curiosidad.
—Hola, mi amor —saludó Link a su pequeño, quien ocultó el rostro en su pecho después de hacer su travesura de despertarlo.
—Ya lo despertaste… —dijo Sidon, derrotado, antes de dedicarle una enorme sonrisa a Link—. Lo siento, amor. Insistió en que nos quedáramos contigo hasta que despertaras, pero luego le intrigó demasiado la marca en tu cuello.
Link se tanteó el cuello, recordando al instante el motivo por el que aquella dichosa marca estaba ahí en primer lugar.
—Ah, sí, la que me dejó el mosquito gigantesco que casi me succionó anoche —bromeó, provocando una mueca avergonzada de Sidon bajo sus mejillas enrojecidas.
—¿Qué es “suh… soh… suuh…”? —preguntó Ciel, confundido y con dificultades para pronunciar la palabra.
—“Succionar”; que casi me come, así como tú te comes los peces que te da tu abuelo —respondió Link.
El cachorro zora jadeó de espanto.
—¡No, mami! —exclamó, abrazándolo con fuerza.
Entonces, Sidon intervino:
—No es verdad, corazón. Tú mamá estaba bromeando —miró a Link, sacudiendo la cabeza con desaprobación—. Nada se lo quiso comer, solo estaba jugando.
El caballero se echó a reír y atrapó a Ciel entre sus brazos en medio de una lluvia de mordiscos juguetones. «¡Ahm, ahm, ahm!». Las risas del cachorro resonaron en la habitación como los trinos de las aves, cándidas y ligeras.
De pronto, se oyó la voz de Muzu desde el pasillo, buscando al joven príncipe para prepararlo para el desayuno. El monarca lo llevó en brazos hasta la puerta de la habitación, abriéndola para que fuera con el viejo zora antes de que lo regañara por escabullirse de sus aposentos. Antes de irse, el pequeño se despidió de Link con el cierre sucesivo de su manita y le dio un beso a su padre en la mejilla.
Una vez que Sidon echó el pestillo de la puerta, volvió a la cama junto al hyliano y lo envolvió en sus brazos, inundándolo con su calor y su perfume.
—Cada día está más grande nuestro cachorro —dijo el zora escarlata con orgullo—. A veces quisiera que dejara de crecer. Quiero que siga siendo nuestro cachorrito para siempre.
—Cuando menos lo esperemos estará tan grande como tú —respondió Link, nostálgico—. Lo único que los va a diferenciar es el color de las escamas y que sus ojos son un par de zafiros.
La risita ligera de Sidon meció los cabellos dorados de Link.
—No tengo dudas sobre ello —dijo Sidon, contento—. Aunque también creo que lo único que lo diferenciará de ti es que es un zora, porque en su forma de ser es muy parecido a ti: glotón y dormilón. Además de eso, prefiere las espadas a las lanzas. El otro día, Bazz me dijo que lo vio jugando con un palo; decía que era su Espada Maestra.
—Eso es porque tu no dejas de contarle historias sobre mí antes de dormir —rió Link, acercándose al pecho de su esposo—. También deberías contarle tus proezas, Gran Rey de los Zora.
—No hay tantas sobre mí, y las pocas que hay ya se las cuentas tú, amor mío.
Link se separó ligeramente para verlo directo al rostro.
—Para que lo sepas, le encanta la historia del Octorok de Hateno Bay y aquella de cómo enfrentaste a Ganondorf para defenderme —presumió el rubio.
—Haces que me sonroje —soltó una risa, y luego apretó su abrazo alrededor del hyliano—. Te amo mucho, perla mía.
—Te amo demasiado, mi Sidon…
El peso cálido del brazo sobre su costado terminó por despertarlo de un sueño plácido. Era el primero en mucho tiempo que realmente resultaba reparador. Se acurrucó otro poco, percibiendo las vibraciones del corazón durmiente a su lado y el rumor arrullador de la respiración. El aroma acentuado de su Sidon se percibía tan nítido que se preguntó si en verdad seguía soñando…
Entonces, Link abrió los ojos de golpe.
Frente a él estaba Nodees, durmiendo como un tronco.
«Puta. Madre». Se alejó lentamente del cuerpo abrasador, apresado por la conciencia de que SE HABÍA ACOSTADO CON SU ASISTENTE. «No puede ser…». Se llevó las manos a la cabeza, sentándose lánguido sobre la cama. Qué error garrafal había cometido. No conforme con haberse revolcado con un allegado, encima este era un hyliano, ¡no un zora! ¿En qué momento se había vuelto “normal”?
«Te amo…», lo recordó decir, no una, sino cientos de veces, como una melodía sempiterna. ¿Habría estado hablando en serio?
Pff… Por supuesto que no. El infeliz acababa de insultarlo diciéndole que no tenía respeto por sí mismo, prácticamente que era una puta, y de pronto ya lo tenía encima cogiéndolo. ¿Dónde había quedado el respeto que supuestamente le tenía?
«Cuando busques compañía, que sea la de alguien que sí te quiere».
Bastardo.
De repente, se escucharon los sonidos somnolientos de su compañero de cama y, antes de que este se despertara por completo, Link se levantó rápidamente para vestirse. No quería verle la cara y tampoco que lo viera desnudo… lo cual (pensó) era reverendamente estúpido, porque para ese punto Nodees ya le había visto hasta la conciencia.
Y algo le decía que también su vulnerabilidad.
—Mmm… ¿Link? —lo llamó Nodees, modorro.
Él no respondió. Continuó subiéndose los pantalones sin prestarle atención a Nodees, quien lo observaba extrañado desde la cama.
—¿Link? —insistió, ahora con la preocupación más notoria en su voz—. ¿Estás molesto?
—¿Por qué? ¿Porque me cogiste? —respondió el espadachín con tono lanceolado, vistiéndose con la túnica esmeralda que usaba para entrenar—. No, para nada —añadió con sarcasmo—. Si no hubieras sido tú, habría sido el zora con el que me encontraste. Aunque él al menos no es un hipócrita.
Aquello fue como un apretón de bolas para el moreno, punzante e invalidante. Enseguida trató de reponer:
—Link, por favor, deja que te…
—Eres un bastardo —atajó el rubio, volviéndose hacia él y acercándose con un aire amenazante—. Me sacaste de mi despacho, donde yo decidí meterme con otro hombre que yo escogí, solo para cogerme. No conforme con interrumpirme y preocuparme con mentiras de un asunto grave, se te antojó darme un jodido sermón de moralidad, prácticamente tachándome de puta.
—Link, yo no…
—¡Ah, ah, ah! —gesticuló para que cerrara la boca—. Luego me dijiste que, si iba a buscar un acostón, al menos fuera con “alguien que me quisiera”, que resultaste ser tú, para mayor conveniencia.
—Espera, Link… —dijo Nodees a duras penas, incorporándose al borde de la cama.
Pero Link no estaba para tentativas de rectificación.
—No sé qué demonios pretendes, Nodees, pero te pasaste de la raya. Eres un infeliz, un cabrón, un maldito hipócrita. Si hay gente que aborrezco más que nada en este mundo es a los santurrones doble cara como tú. Criticaste mi facilidad para acostarme con otros y te aprovechaste de eso mismo para revolcarte conmigo.
Pasmado, Nodees observaba cómo el rostro de Link se tornaba rojo como una brasa, emanando humaredas por las orejas. Estaba iracundo. Conocía su mal humor, pero nunca lo había visto tan ríspido como en ese momento. Se quedó mudo.
Por otro lado, Link se acercó al cajón de la cómoda para sacar su gorro verde mientras continuaba lanzando vitriol a Nodees:
—Me importa una mierda que me hayas dado la mejor cogida de mi vida —espetó, azotando el cajón, y luego se giró de nuevo hacia el moreno—. No quiero volver a ver tu odioso rostro de hipócrita, santurrón, doble moral delante de mí. Haré lo que debí haber hecho desde el principio, cuando comenzaste a provocar sensaciones extrañas en mí y me hiciste sentir confundido desde entonces. Seguramente eres un lacayo de Ganondorf y utilizaste tu magia oscura para arrojarme un hechizo infernal…
De pronto, en los confines oscuros de la mente del Héroe del Tiempo, se urdieron sospechas insidiosas e irrefutables —e irreales—, como la deflagración de un fuego de Din, convenciéndolo de las altas probabilidades de que Nodees era, en realidad, un remanente de Ganondorf. Aquel ser demoníaco que una vez hundió en la miseria a todo Hyrule, solo que reducido a menos: un Ganon fantasma que había roto su sello en el Reino Sagrado para regresar y vengarse de él. Las posibilidades eran tentadoras, forzadas, pero delirantemente convincentes, porque explicarían a la perfección su falta de aire, el aumento súbito de temperatura en su cuerpo, las palpitaciones arrítmicas y el cosquilleo en el estómago que se asemejaba a los revoloteos de las mariposas cada vez que Nodees estaba cerca. Para Link, no había ninguna duda ni confusión si aquello explicaba tan bien las cosas.
Sin embargo, aún deseando adoptar ese sinsentido de verdades inequívocas, el caballero no contaba con pruebas para justificar su eliminación inmediata, y obedecer a su corazonada artificiosa podría costarle incluso la confianza de la Reina Zelda. Además, había de ser sincero consigo mismo: no eran más que conjeturas nacidas de su agravio. Así que decidió esperar un poco más para determinar si Nodees era una amenaza maligna. Esperaría a que cometiera su primera traición para fustigarlo con la Espada Maestra.
Volvió a mirar a Nodees, quien lucía sumamente desconcertado.
—Te relevo de ser mi asistente —enunció el caballero con una mirada penetrante—. Y si me entero de que hiciste algo extraño en el castillo… ¡No! En todo Hyrule, yo mismo acabaré contigo. ¡Demonio! ¡Bastardo!
Y salió hecho una furia de sus aposentos, ahogando la voz de Nodees tras un portazo.
Caminaba a trancadas, sulfurando y mascullando maldiciones rumbo a la cámara de los guardias para distraerse el resto del día entrenando, descargando la ira que le carcomía por dentro. No podía decidir qué era lo que más le molestaba de haber pasado la noche junto al pelirrojo: que él no fuera un zora y aún así se metiera con él, o el haber disfrutado de su entrelazamiento; que le hubiera dicho puta, o el haber disfrutado de su entrelazamiento; la doble moralidad del hombre, o el haber disfrutado de su entrelazamiento; el hecho de que lo hiciera sentir extraño cuando estaba con él, o el haber disfrutado de su entrelazamiento; que por su culpa perdiera a su mejor hombre como asistente, o el haber disfrutado de su entrelazamiento; o… o… el haber disfrutado de su entrelazamiento, o el haber disfrutado de su entrelazamientoelhaberdisfrutadodesu entrelazamientoelhaberdisfrutadodesuentrelazamientoelhaberdisfrutadodesuentrelazamiento…
Y entonces, como todas las inevitabilidades más molestas y mordientes de la vida, se encontró a otro que también le había sacado de quicio antes: Squall, garboso y con una sonrisa radiante en medio de una lluvia de estrellas sobre sus escamas.
«Puta. Madre».
—Buenos días, Link. Espero que lo de anoche no haya resultado demasiado serio, ya que no te vi volver a la fiesta.
El estómago del hyliano se ahuecó.
—Lo siento, al final fue una estupidez, pero tenía que ir a atenderla —soltó lo primero que le vino a la cabeza—. Eh… Dos bastardos de mis soldados se vieron envueltos en una discusión y… terminaron revolcándose.
—Una riña, ¿eh? —El zora amplió su sonrisa con simpatía.— Entiendo. También he tenido que separar a mis zora en medio de pleitos, en especial durante la temporada de celo. Ojalá no haya salido tan mal.
—Para nada —respondió Link, desviando la mirada—. Aunque eso no les quita lo imbéciles…
De pronto, Squall acortó la distancia con discreción, acercándose a escasos centímetros de Link, casi rozándole la oreja puntiaguda con los labios.
—Me quedé esperando tu llamado —susurró—. Ahora que estás libre, ¿qué tal si retomamos donde nos quedamos?
Antes de que Link siquiera pudiera pensar una respuesta a tan tentadora proposición, las imágenes de Nodees y lo que estuvo haciendo con él toda la noche lo inundaron intempestivamente, llevándose las palabras de su boca.
—Ah…
Entonces se escuchó la tenue voz de Nodees llamando a Link, quien, al principio, creyó que era una reminiscencia nítida, como el llamado de la conciencia, hasta que notó que Squall miraba al fondo, detrás de él. El rubio volteó con un latigueo de su gorro esmeralda y vio al pelirrojo a unos cuantos pasos de distancia, con la expresión desencajada. El fuego de su ira se soliviantó de nuevo con solo verlo, y lo fulminó con una mirada de soslayo, incapaz de perdonarle los agravios. Luego, devolvió su atención al zora y le habló tan audiblemente que era imposible que el pelirrojo no lo escuchara:
—¿Qué te parece si vamos a mi oficina? Me esperas allí un poco mientras voy a darme un baño, y entonces retomamos justo donde nos quedamos anoche —propuso con una curvatura en la boca completamente convincente, atravesándole de oreja a oreja.
Los ojos del zora se convirtieron en una noche estrellada.
—Me parece perfe…
—¡Link!
Las palabras del capitán zora quedaron suspendidas en el aire con la intervención abrupta de Nodees.
Hirviendo como las cavernas de la Montaña de la Muerte, Link se giró para encarar a su exasistente con un «¿Qué demonios quie…?», cuando, de repente, la mano de grillete de Nodees lo arrastró lejos de ahí, sin dejarlo terminar con Squall. El zora se quedó plantado en su sitio, envuelto en confusión, mirando cómo Nodees arrebataba al rubio y lo excusaba desde la distancia:
—Lo siento, pero Sir Link no puede atenderlo ahora; tampoco podrá hacerlo el resto del día. Que tenga buen viaje.
Haciendo uso de su fuerza sobrehumana, el pelirrojo se llevó al caballero a la cámara de guardias, sacó a todos los soldados con una orden sucinta y estentórea —e intimidante— y, una vez que el trasiego de los expulsados terminó, echó el cerrojo a la puerta. Caminó impasible hacia el rubio atrabiliario, quien lo escrutaba desde el centro del lugar.
—Te dije que no quería volver a verte —vociferó Link.
—Ya basta —lo cortó Nodees—. Si estás enojado conmigo, puedo entenderlo, pero no tenías por qué decirle eso al zora solo para molestarme. Te pido que te detengas —dijo con severidad—. Tenemos que hablar.
Link bufó, incrédulo.
—Vaya que eres arrogante. ¿Crees que lo hice para molestarte? ¿Tan especial te sientes solo porque cogimos? ¿O es que crees que eso te da algún derecho sobre mí? —espetó con sorna—. Deja de molestarme, Nodees, mi propuesta fue muy en serio. Lo que hice contigo, lo hago con muchos otros, y zoras. Yo no me guardo para nadie, y menos para un hyliano. Así es como soy yo.
La expresión de Nodees se endureció, dibujando una fuerte línea sobre su boca. Un aura imperceptible, proveniente de él, se cernió como una sombra sobre Link, descolocándolo; la piel se le erizó. Era como estar frente a un enorme depredador.
Entonces, Nodees habló.
—Ya tuve suficiente de esa mierda que dices —respondió, acercándose a Link como un tiburón sediento de sangre hacia su presa—. Pero yo sé que ni siquiera tú puedes creer tus palabras. Si quieres, puedes seguir fingiendo que eres una puta, y puedes seguir imaginando que me convences de ello, pero déjame decirte que yo no te creo absolutamente nada. Yo sé que eres diferente y que solo dices toda esa sarta de estupideces para hacerme enojar —se detuvo frente a Link, mirándolo fijamente con sus orbes doradas como lumbreras—. Reconozco que fui yo quien hizo mal en criticarte, y luego en acostarme contigo de la nada, obedeciendo a mis propios deseos por poseerte. Pero te juro por lo que más quieres en este mundo, que es Navi y Epona, que todo lo que te dije es verdad, que mis sentimientos por ti son reales. Y por más que me digas que solo fui un acostón y que seguirás viéndote con otros, eso no va a cambiar lo que siento por ti. Insistiré hasta que llegue el día en que tus ojos me miren sin odio y dejes de aislarte tanto a ti mismo, por no sé qué razón oculta tengas.
Acercó su rostro peligrosamente al de Link y, por un momento, el rubio creyó que le tiraría la primera mordida para asesinarlo. Se quedó paralizado, tensándose con anticipación. Sin embargo:
—Ahora, perla mía… —sonrió Nodees, condescendiente—. ¿Podríamos hablar seriamente como el par de adultos que somos sobre lo que pasó anoche?
La boa invisible que inmovilizaba a Link desapareció, y sus ojos se ampliaron enormes en medio de la perplejidad mientras procesaba con dificultad lo que acababa de oír:
—¿Cómo me llamaste? —cuestionó, anonadado.
El ceño de Nodees se frunció ante la confusión momentánea y suspiró con cansancio, asumiendo que una vez más había ofendido al caballero.
—¿Qué? ¿Perla mía? —preguntó, fastidiado—. Se me acaba de ocurrir —apartó la mirada—. No volveré a llamarte así si te…
La cámara se pintó de azules, rosas y verdes, con algunos destellos largos de dorado. La luz que entraba por los ventanales cerca del techo resplandecía como una fogata cálida que calentó el rostro de Nodees. Pero aquello era una equivocación. La calidez y la electricidad que atravesaban su cuerpo provenían de los labios de Link, que atraparon los suyos inesperadamente. Sus mejillas se serenaron con una humedad insólita y ajena, producto de una felicidad sustituta. El gesto de Nodees se suavizó poco a poco, adormecido por los afectos del rubio, ambos quedando atrapados bajo el mismo encanto que los había envuelto la noche anterior, cuando Link le mostró más que su desnudez.
No podía entender qué estaba sucediendo, pero tampoco hizo el esfuerzo por comprender el temperamento veleidoso del caballero; simplemente dejó que regresara la afabilidad con la que siempre lo había tratado desde su incorporación a la milicia. Supuso que el súbito de su afecto y la disipación de los humos iracundos tenían algo que ver con sus motivaciones ocultas, también relacionadas con lo que estuviera soñando mientras dormía entre sus brazos, aquella ilusión onírica que liberó lágrimas furtivas bajo sus pestañas de trigo.
Solo había vislumbrado una vez su debilidad, pero esta había sido suficiente para entender que Link sufría de la enfermedad silenciosa que aísla con sigilo al ser vivo en todo momento. Podía verlo en el fundamento de sus paseos solitarios por los corredores y jardines del castillo y por las calles bulliciosas de la ciudadela y por los campos vastos y apacibles de Hyrule. Lo veía en la constancia de sus escapadas impulsivas a cualquier hora, cualquier día, hacia quién sabe dónde y con quién sabe quién. Era evidente —hasta para el invidente— en la investidura de su soledad, que tampoco luchaba por disimular.
Link estaba solo. Él lo sabía, y le dolía en lo más hondo que así fuera.
Si pudiera alcanzar a Link con la mano y este se dejara envolver, lo consumiría en el fervor de su amor. Lo había amado desde el primer momento en que lo vio. Lo amaba por las mañanas, por las tardes y en especial por las noches, cuando se fundía en sus propias llamas y se derretía entre fiebres desquiciantes que lo despojaban de toda razón. Y lo seguiría amando hasta el final de sus días. Estaba seguro. Estaba escrito en los libros del destino del mundo. Solo hacía falta que él fuera lo que Link quisiera también.
Y si se convirtiera en lo que Link deseaba, juraba dedicar su vida entera a buscar la felicidad hasta encontrarla y entregársela con una sumisión imposible, a demostrarle lo absolutamente imperecedero que era el lago infinito de sus afectos y a enseñarle la grandiosidad de la obsesión demencial y vehemente de pertenecer y que te pertenezcan, porque era egoísta al final de cuentas, pero poco le importaba lo mal que estuviera reconocerlo, pues eso no lo detendría de amarlo apasionadamente.
Si tan solo Link lo quisiera también. Si tan solo le correspondiera. Nodees tampoco estaría tan solo en un mundo que lo alumbró huérfano.
Chapter 6: A drop of colour
Notes:
A drop of colour - Hyde
Seguimos con la enfermedad, pero actualizando 🫠
No lo sé, pero a veces me dan ganas de borrar esta historia. No estoy segura si he querido escribirla sencilla o, simplemente, me está faltando creatividad. Tengo esta idea, me gusta, la quiero... pero tanta sencillez me asusta, hahaha. Supongo que, a veces, también está bien ser "simple".
Al menos, eso espero yo.
Chapter Text
Retozaron en la cámara de guardias. Volvieron a hacerlo en las regaderas, en el despacho del caballero, en las barracas del lancero, en veintisiete de los ciento veinte cuartitos de enseres del castillo, en la caseta de los guardias en la entrada, en la caseta de los guardias de la entrada principal de la ciudadela, en el hotel de la plaza, entre la arboleda a un lado del río, en la posada que alquilaron en la aldea de Hateno, en el molino del Rancho Lon Lon, entre las sedas coloridas resguardadas en la Fortaleza Gerudo, y, especialmente, un número inimaginable de veces en la cama de Link.
El hombre se dejaba que Nodees le hiciera el amor a su antojo, y él fingía —cada vez más sinceramente que histriónico— que le hacía el amor de vuelta. Y qué delicia se había vuelto fingir el amor. La fina línea entre la realidad y el teatro se hacía más difusa y endeble con cada caricia y lamento de exaltación. Pronto olvidaría lo que lo llevó a aceptar el cariño del pelirrojo hasta solidificar la miel de su enamoramiento ficticio como una verdad, de no ser por las visiones nocturnas que aún le llenaban los párpados de vez en cuando, de aquella vida que tanto anhelaba y que lo terminaban arraigando al oscurantismo de su presente. Sin embargo, algo en las palabras de Nodees aquel día, en medio de la cámara de los guardias, arrojó un encantamiento sobre el raciocinio de Link —quizá demasiado desesperado por una gota de semejanza con la otra vida para su realidad inhóspita—, que convirtió a Nodees en su Sidon. Un vil acto de desesperación sofocante, carente de virtud, que engañaba a la mente y distraía los sentidos. No obstante, a Link no le importó. Era mejor una mentira piadosa que la verdad insufrible de su soledad. Y peor que la soledad, era impensable reconocer la existencia de un sentimiento al que ni las diosas quieran se le ocurriese llamarle por su nombre, porque entonces sería un traidor por el criminal atropello de no haber buscado con más esmero a su zora de escamas escarlatas.
Pronto encontró una excusa para franquear su fidelidad hacia el espejismo carmesí: solo sería hasta que encontrara a Sidon. Y es que tampoco se le podía culpar demasiado. Todo con Nodees se volvía más agradable, los colores monótonos de pronto adquirían vivacidad, y los espacios vacíos y tiritantes se rellenaban y rebosaban de ardentía. Y, sobre todas las cosas que de repente a Link le parecían vibrantes y nítidas, Nodees poseía un extraordinario parecido al zora que vislumbraba en sus sueños. Lo notaba en sus acciones, en sus gestos, en la manera en que le hablaba y en su toque. Le hacía sentir que estar con él sería como estar con Sidon. Y al nunca haber percibido ni un rastro de duda ante las similitudes, Link supuso que entonces debía ser verdad, lo cual era… extraño.
Con el pasar de los días, todo fue adquiriendo un tono más real: los sentimientos y lo que hacían, lo que dejaban de hacer y lo nuevo que anhelaban, conforme Link dejó de tener accesos a aquella ventana a través de la que veía al rey de los zora.
Sintió miedo sin saber por qué.
Era como si estuviera cambiando súbitamente. Como si sus sentimientos estuvieran cambiando.
¿Qué podría ser?
—¿Link? —llamó Navi como una campanilla— ¿Link?
Poco a poco, el caballero salió de sus cavilaciones para mirar al hada.
—Lo siento, ¿dijiste algo?
Hubo un instante de reticencia de Navi.
—Te decía que es muy raro que Nodees no haya llegado aún… —repitió con un dejo de preocupación—. Desde anoche estás muy distraído, ¿estás bien? ¿Ustedes dos se pelearon o algo así?
La mirada de Link se amplió ligeramente antes de distenderse.
—Nada de eso —se aclaró la garganta—. Solo he estado un poco pensativo, es todo.
—Mmm, supongo que te creo —respondió ella—. Ya me parecía raro que se hubieran peleado. Después de todo, las últimas semanas se la han pasado juntos, prácticamente fundidos. Y, por otra parte, tu actitud intratable yace casi extinta, así que definitivamente no pudiste haberte peleado con Nodees… —hizo una pequeña pausa contemplativa, provocando que el ceño de Link se frunciera, ofendido ante lo último, aunque tampoco tenía manera de replicarle—. He tenido que pasar tanto tiempo en la Fuente de la Gran Hada últimamente que ya me preguntó si tú y yo nos habíamos separado —añadió sin miramientos—. Tuve que decirle que estabas teniendo un romance tórrido con Nodees y que no te despegabas de él (en el peor de los sentidos) para que no pensara mal de ti, porque las demás ya estaban planeando en venir a darte una lección como un enjambre. También le dije que ustedes dos ya lo habían hecho en todos lados menos en su fuente, y creo que le indignó tanta falta de confianza…
—¡Navi! —la increpó Link, enrojecido—. Más te vale que lo que estás diciendo sea una broma, pequeña hada indiscreta.
La pequeña hada lo miró con fingida sorpresa, conteniendo las risotadas ante su reacción.
—Por supuesto que no es broma —admitió con sinceridad insufrible—. ¿Qué querías? ¿Que vinieran por ti? Tú no conoces a un puñado de hadas enojadas, y además amenazaron con no curarte la próxima vez que llegaras arrastrándote semi-muerto.
La réplica de Link quedó atorada en su garganta al escuchar el sonido de la puerta abriéndose, distrayéndolos a ambos. Su cuerpo reaccionó cuando, por el resquicio, observó asomarse aquella mirada soleada que traía la luz del verano a las sombras contemplativas de su estudio: era Nodees. Apenas sus orbes de oro identificaron el brillo de sus zafiros, el hombre entró, arrogando su privilegio que no le exigía ninguna autorización para pasar, porque era el amante del coronel, dejando tras de sí una estela de lluvia. De su cabello resbalaban las perlas de la humedad, y su cuerpo llegó precedido por el perfume refrescante del río. Llevaba la mitad de la camisa desabotonada, con el pecho casi al descubierto, y las mangas enrolladas hasta la mitad de los antebrazos, sobre los que resaltaban los caminos intrincados de las venas palpitantes.
Link suspiró como una doncella; el pelirrojo lucía infernalmente atractivo.
Se puso de pie al instante, y Nodees lo alcanzó casi al mismo tiempo, abrazándolo por la cintura para atraerlo hacia él con una altivez irresistible. Las gotas de rocío que descendían de sus mechones impregnaron la piel de pétalo de Link.
—Bueno días, jefe —le sonrió Nodees, deslumbrante.
—¿Q-qué… qué haces? —respondió Link, nervioso pero sin desprenderse de su abrazo, colocando sus manos sobre el pecho bronceado—. Alguien puede entrar y vernos.
—Nadie nos verá —musitó el pelirrojo, muy cerca de sus labios—. Además, te extrañaba. ¿Tú no?
—Ahh…
De pronto, el tintineo alarmado de Navi puso sobre aviso a la pareja justo antes de que tocaran a la puerta. De inmediato se separaron, aunque no tan rápido. Nodees se apartó a un rincón a abotonarse la camisa y sacudirse el agua del cabello mojado, mientras que Link se aclaraba la garganta —con las mejillas arreboladas— para dar su autorización al de afuera.
—¡Adelante!
Con pasos cautelosos, entró un joven delgado y con lentes, de apariencia tímida y dubitativa. Miró a Link con ojos trémulos y solo hasta que dio un vistazo rápido a Nodees, quien continuaba aliñándose la ropa, finalmente pudo relajarse al saberse en compañía. Estar solo en presencia del Coronel Infernal —como algunos llamaban al rubio a sus espaldas— le intimidaba más que solo un poco. Tenía una fama bien puesta de ser de mecha corta.
—Buenos días, Sir Link —saludó con nerviosismo—. Disculpe mi intromisión, pero hay alguien en la entrada solicitando autorización para realizar una visita. —Sus ojos viajaron rápido hacia Nodees y luego regresaron al espadachín.— Dice que será algo rápido; solo quiere saludar a alguien y dejarle un detalle.
—¿De casualidad es una mujer quien viene de visita? —preguntó Link con curiosidad y una ligera sonrisa ladeada—. De ser así, qué sorpresa. Hacía tiempo que no los visitaban a alguno de ustedes… A menos, claro, que estén recibiendo visitas a mis espaldas —añadió en broma.
—No, no, para nada, Sir Link. No nos atreveríamos —repuso rápidamente el soldado, camuflando la verdad de las fechorías de sus compañeros—. Y sí, de hecho, es una chica —explicó, desviando la atención antes de que lo interrogaran—; está buscando a Nodees.
La sonrisa divertida de Link se borró de su rostro, y la sangre en sus venas se convirtió en una vertiente de lava.
—¿Ah, sí? —musitó en tono metálico.
Imperioso, se volvió hacia el pelirrojo, cuyo semblante cambió de pronto a uno de incomodidad, su piel bronceada transparentada por una palidez parecida a la de Link. El caballero siseó de irritación.
—¿Y quién es ella? —cuestionó al soldado.
—Ah, pues… Se llama…
—Gracias por notificarnos, Noel —interrumpió Nodees de repente—. Enseguida iré para allá, ya puedes retirarte —sonrió, caminando hacia él para invitarlo a salir.
Antes de que Link pudiera interrogar un poco más a Noel —o siquiera intentara interrogar al bastardo de su asistente—, Nodees lo sacó a leves empujones y salió detrás de él, prometiendo que regresaría enseguida. Link quedó con los puños convertidos en piedra. «Infeliz, cretino», pensó, furioso. ¿Cómo podía largarse sin explicar nada? ¿Quién demonios era esa mujer que había ido a buscarlo? Por la incomodidad en su actitud, no podía tratarse de ninguna hermana o familiar. ¡Su instinto se lo decía! Pobre de él si se enteraba de que le estaba viendo la cara de…
«No, espera». No era asunto suyo. Si Nodees se veía con alguien más, aparte de él, ¿qué le interesaba? No eran nada serio; solo se acostaban y ya. No tenían una relación de pareja ni nada por el estilo… Aunque, por otro lado, si el infeliz le había dicho que lo amaba tantas veces y le había impedido en dos ocasiones acostarse con Squall, ¿por qué demonios se estaba cogiendo a otra además de él? ¿Quién carajos se creía? «Maldito garañón, hipócrita, doble cara…».
Se levantó con tal ímpetu que casi tumbó la silla al piso, sobresaltando a Navi que volaba cerca. Comenzó a resoplar humaredas como un dragón furibundo, igual que Volvagia durante su dominio sobre la Caverna de los Dodongos.
—¿Link? ¿Estás enojado? —preguntó Navi con sutileza.
—No —respondió él, apretando la mandíbula.
—¿Quieres ir a ver quién es, verdad?
—…Sí.
Se hizo un breve silencio.
—Pues entonces vamos —zanjó la hada con naturalidad, volando hacia la puerta.
Los ojos de Link se abrieron enormes.
—¿Qué…?
—¿Qué? ¿Pensaste que te diría que no los espiaras o que deberías confiar más en Nodees? —se detuvo frente a la entrada—. Es la primera vez que te veo así de celoso y, además, a mí también me da curiosidad saber quién vino a buscarlo —su aura se tornó carmesí—. No estoy de acuerdo en que lo ande visitando “una amiguita” mientras está contigo. Yo misma le picaré los ojos si resulta que te está engañando.
La mandíbula de Link por poco cae al suelo. Por una vez, Navi no lo regañaba por su talante atrabilario y, en cambio, se ponía de su lado. La furia se disipó un poco ante aquella inesperada complicidad, e incluso esbozó una leve sonrisa.
Así pues, se escabulleron a través del campo hasta la entrada principal, donde rápidamente avistaron al pequeño grupo de guardias rodeando a Nodees y la visitante. Los soldados los embromaban, tonteando alrededor de ellos como un montón de mocosos entrometidos mientras conversaban. Link fue aminorando el paso, prefiriendo observarlos desde la distancia sin interferir demasiado y conservar intacto su orgullo, hasta que la astuta de Navi lo hizo entrar en razón:
—¿No vas a ir allí a ver quién es? —lo cuestionó.
—Desde aquí está bien —respondió Link a regañadientes—. Se verá raro si me acerco.
—¿Cuál raro? Eres el maldito de jefe de este lugar —lo acució la hada—. Además, ¿no quieres ver de frente quién te está tratando de quitar a tu hombre? Deberías ir allá mismo a encararla y dejarle en claro de quién es. Y también que Nodees vea con quién está tratando y que no puede verte la cara de idiota cuando quiera, como si nada —aleccionó, con una firmeza casi vengativa.
«Esta hada está loca…», dijo Link a sus adentros. Pero tenía razón. ¿Quién demonios se creía aquel hombre de cabellos de fuego para engañarlo?
Ya convencido, caminó con paso firme hacia el grupo. Al notar su presencia, los guardias se dispersaron al instante, sobre todo al verle la expresión ríspida que parecía encendida en llamaradas y que tanto pavor les causaba, porque conocían la certeza de que los pondría a entrenar hasta reventar, como ya había sucedido antes cuando lo soliviantaban.
Al notar el sacudimiento y la desaparición repentina de los soldados, Nodees se volvió hacia el origen de la conmoción y se encontró, con profunda sorpresa, a quien menos hubiera deseado ver ahí: su amante.
—Link… ¿qué haces…?
—Hola —saludó él, ignorando al moreno y sacándole la vuelta para dirigirse a la mujer.
Y entonces, finalmente, la conoció.
Era una muchacha menuda, de cabellos rubios y enormes ojos azules, con rasgos delicados que le conferían un aire… extrañamente familiar. Llevaba el pelo recogido en un moño bajo, adornado con pequeñas trenzas, y dos mechones caían a los lados de su rostro junto con el flequillo. Su vestido, de un azul profundo, era sencillo pero bonito, y de su brazo colgaba una pequeña canasta que desprendía un aroma dulce y delicioso. A pesar de la simpleza de su atuendo, parecía haberse esmerado para ver a Nodees; el leve rosado en sus mejillas lo confirmaba.
Las pestañas doradas de la mujer aletearon como las alas de una mariposa en cuanto lo vio.
—Oh, hola —saludó ella de vuelta con una voz suave y tintineante—. Usted debe de ser Sir Link. Lamento causar molestias; solo venía de visita, pero terminé distrayendo a todo el mundo. Lo siento de verdad.
—Por favor, no te disculpes —sonrió Link con hipocresía—. Mis soldados pueden ser bastante indisciplinados por gusto propio. Además, no todos los días reciben visitas de sus novias… Es normal que se alboroten un poco.
El rubor impregnó las mejillas de la chica bajo sus ojos luminosos, y dejó escapar una ligera risita angelical, ocultando tras una mano pálida el brillo de su sonrisa. Lucía tierna y amistosa, seguramente era mucho más agradable que él. De esas mujeres que uno habría de ser muy estúpido para dejar escapar. No dudaba de que Nodees estaría mucho mejor con ella. Y, sin embargo, a pesar de la acritud que le recubría la lengua, no se sintió capaz de odiarla.
De repente, Nodees intervino:
—Ella no es mi novia, Sir Link, es mi amiga. Disculpe la confusión —aclaró sin el menor tacto.
Link estaba a punto de estocarlo con la mirada cuando alcanzó a vislumbrar el desmoronamiento de las ilusiones de la chica ante aquella aclaración, reflejada en la sombra súbita que se cernió sobre su semblante.
Un aire enrarecido se alzó en el ambiente.
—Ah… bueno… creo que ya debo irme —dijo ella, restableciéndose con esfuerzo de la incomodidad (y la desilusión). Luego, se volvió hacia Link con una sonrisa tenue—. Había traído esta canasta de pan para Nodees. Está recién horneado. Me gustaría que también la compartiera con usted y sus compañeros; hay suficiente para todos.
Movido por una culpa que no era suya, Link le devolvió la sonrisa, intentando disipar la incomodidad.
—Muchas gracias, ah…
—Elena —respondió ella.
—Elena —repitió él—, te lo agradezco. Estoy seguro de que estará delicioso. Prometo que no le quitaremos demasiado a Nodees.
Ella rió con dulzura.
—Por favor, no se preocupe. No me molestaría traerles más —dijo con cortesía, volviendo la melancolía de su mirada hacia Nodees, antes de partir—. Supongo que… nos veremos luego. Cuídate, Nodees.
—Adiós, Elena —sonrió él—. Dale mis saludos a tu padre.
Sin decir nada más, la joven asintió con una expresión agridulce y se retiró. Los dos hombres la vieron desaparecer poco a poco tras la curva del camino hacia la ciudadela.
Nodees habló primero:
—Antes de que empieces a hacerte ideas equivocadas, déjame que te explique…
—No tienes que explicarme nada —cortó Link—. Tú mismo lo dijiste: es tu amiga. Y aunque fuera tu novia, me importa un bledo. No es mi problema. No somos pareja, solo nos acostamos y ya.
Ni siquiera iba a esperar una respuesta. Simplemente comenzó a caminar a trancadas, sintiéndose un ridículo por haberle hecho caso a Navi y a sus propios impulsos de ir a ver quién visitaba al pelirrojo. ¿Qué mierda le importaba si era su amiga, su novia, su amante, su esposa o lo que fuera? No era su problema. No debía causarle tanto resentimiento, ni coraje, ni celos…
No, no, claro que no. De ninguna manera estos eran celos. Solo no quería que le estuviera viendo la cara de idiota. Si él no podía meterse con otros zora, entonces Nodees no podía meterse con otras mujeres. Eso era lo justo. Esa era la única razón de su molestia.
—Link, espera. —Nodees lo tomó de la muñeca, sin poder detener su andar.— No volvamos a pasar por un montón de malentendidos como al principio. Solo déjame explicarte.
—No quiero.
—¿De verdad te parece que solo nos estamos acostando?
—Así es. Así que no me importa.
—¿Y entonces por qué pareces tan celoso?
—No lo estoy —gruñó Link, avanzando a paso rápido hacia su despacho mientras Navi lo seguía de cerca—. Qué te visiten todas las mujeres de Hyrule si quieren. Me importa una mierda. Solo no vengas a molestarme más. No estoy dispuesto a permitir que te pases de listo conmigo.
Si Link no estuviera tan ofuscado como para mirarlo de vuelta, habría visto la sonrisa complacida de Nodees a sus espaldas. Abrió la puerta y, justo cuando iba a cerrarla de un portazo, la mano grande y fuerte del moreno la detuvo en seco y se metió detrás de él, cerrando con candado.
—Debes considerarme muy atractivo para que pienses que todas las mujeres de Hyrule quieren visitarme, pero aunque así fuera, no estoy interesado en ninguna de ellas. Solo estoy interesado en ti —aclaró juguetonamente, colocando la canasta en el suelo y recargándose en la puerta con las manos en los bolsillos. Solo entonces Link se volvió a observarlo con irritación. Bufó, resentido.
—Eres un arrogante. Dices eso después de salir corriendo a verte con una mujer a la que es obvio que le gustas y que incluso te trajo de comer —señaló con la barbilla el regalo en el suelo—, como una buena novia. Vi tu cara cuando me viste llegar ahí, no querías que me enterara. Y luego ella pareció muy desilusionada cuando la negaste.
—No es que me encante ser cruel, pero ese no es mi problema —respondió Nodees, indiferente—. Me importaba más aclarar el asunto para ti y solo dije la verdad. No es mi novia, y solo me veo contigo. Solo a ti te quiero, Link.
—¿Y entonces por qué saliste corriendo a verla? —contraargumentó—. Ni siquiera dejaste que Noel me dijera quién era…
—Precisamente para evitar todo este embrollo. No quería que interpretaras mal la situación… Aunque resultó inútil de todas formas.
—¿Y tú piensas que yo me voy a creer eso? ¿Que una “amiga” tuya vino hasta aquí a traerte pan? No me creas tan ingenuo, Nodees.
—Pues hay amistades que hacen eso por sus amigos, aunque no lo creas, Link.
—¡Por favor! Seguramente ella se hizo ilusiones porque tú le hiciste pensar que tenía oportunidad contigo y solo vino a hacerte la visita conyugal.
—¿Visita conyu…? —Nodees suspiró, reprimiendo una risa.— Por supuesto que no, yo no le he hecho pensar en nada. Fui muy claro desde el principio. Si se hizo ilusiones, fue por ella misma.
Aquel atisbo de confesión encendió las sospechas del caballero.
—¿Y en qué fuiste muy claro, Nodees, eh? —comenzó a acercársele con una expresión lanceolada, esperando la oportunidad para saltarle encima—. ¿Qué estuviste haciendo con ella para que terminara ilusionándose contigo?
«Mierda…». Nodees tragó saliva, dándose cuenta de que había hablado de más. Como si no fuera suficiente, ahora no solo tenía en la yugular al celoso de su Link, sino que Navi también lo acechaba desde detrás de su cabeza, muy atenta. Estaba acorralado.
—Solo… nos vimos un par de veces. Eso es todo.
—Mientes.
—Es verdad. Solo estuvimos juntos en algunas ocasiones. Pero nunca estuve involucrado sentimentalmente con ella, y Elena tampoco… hasta donde creí.
—Entonces sí te acostaste con ella —afirmó Link, mirándolo directo a los ojos.
Nodees volvió a tragar saliva.
—Solo un par de veces… porque no podía estar con quien realmente quería —confesó, flaqueando su espíritu.
—¿Qué quieres decir?
La mirada dorada se alzó con un dejo de melancolía, investida de una verdad más que predecible.
—¿No es obvio? —susurró—. Ella se parece a ti.
El calor encendió las mejillas del rubio, y su palpitar resonó como percusiones en los confines de su pecho.
—No intentes chantajearme —ocultó su sorpresa—. Me molestas como no tienes idea… Eres un mentiroso.
—Pero te digo la verdad —respondió Nodees, buscándolo de vuelta—. No me enorgullece decirlo, pero me involucré con ella porque le encontré un parecido contigo, porque pensaba que jamás tendría una oportunidad de estar junto a ti.
Tomó el rostro delicado de Link entre sus manos y contempló su mirada azul, que parecía una borrasca.
—Solo tengo ojos para ti, Link. Por favor, créeme. No la he buscado mientras he estado contigo, y tampoco volveré a verla.
Pese a la crueldad que subyacía en aquella confesión retorcida, el corazón del caballero se serenó nuevamente, permitiendo que el terciopelo de las palabras de Nodees acariciara sus oídos con sosiego.
Sin embargo, no podía reconocer tan fácilmente su contento.
—Pues aunque quisieras verla, lo más probable es que no quiera volver a dirigirte la palabra. Le rompiste el corazón delante de mí. Eres un bastardo.
Nodees sonrió, juguetón.
—¿Y desde cuando te pones del lado de tu competencia? Hasta hace unos segundos estabas hecho una fiera por los celos —provocó, suscitando la expresión agraviada del rubio. Aún así, no dejó escapar la oportunidad de molestarlo—. No creas que no me di cuenta de que fuiste a espiarme específicamente —susurró en sus labios—, y además te llevaste a Navi. Nunca pensé que ella sería partícipe de este tipo de cosas. Ustedes dos sí que me han sorprendido de veras.
La sangre se concentró en el rostro del caballero, mientras que Navi se convirtió en un tomate volador. Comenzó a tintinear frenéticamente, tratando de excusarse echándole toda la culpa a Link, aunque no había manera de que Nodees pudiera comprenderlo. Entonces, Link se volvió hacia ella para fulminarla con una mirada imperiosa.
—Hada traidora… ¡Fuiste tu quien me dijo que fuéramos a ver!
Se desató un torrente de intercambios verbales y tintineos escandalosos que solo consiguieron arrancarle carcajadas a Nodees. Al final, tuvo que intervenir, acaparando los labios del rubio ante la imposibilidad de seguir conteniéndose de besarlo, y le permitió a Navi escapar para esconderse tras un mueble. Lo adoraba, lo amaba demasiado. Le llenaba de dicha que Link hubiera reaccionado de una manera tan despechada, con los celos románticos, solo por él. Sentía su deseo cada vez más cerca de volverse realidad: la correspondencia de su amor.
—Deja de regañar a Navi —musitó sin apartar la mirada—. Fuiste tú quien decidió ir a espiarme, después de todo. ¿No es verdad, mi perla?
El cuerpo de Link casi se derritió en sus brazos y tuvo que hacer un gran esfuerzo para sostenerse sobre sus piernas temblorosas.
—Ella dio el empujón final… —admitió, tímido.
—Ya veo… —sonrió Nodees.
Estaban a punto de reconciliarse de nuevo en el fundimiento desaforado, cuando una chispa de incógnita se iluminó en el entramado de los pensamientos de Link, también movido por la oscuridad de su lado menos honorable.
—Espera… —lo detuvo con dificultad, exhalando vapores de deseo—. A todo esto, ¿por qué llegaste tarde hoy? —lo miró con recelo, sin pestañear—. No será que estabas con Elena, ¿o sí?
Nodees se echó a reír.
—Por supuesto que no —respondió, disipando con la punta de su índice el ceño fruncido del caballero—. Fui a nadar al río y se me hizo tarde. Supuestamente me había levantado muy temprano para llegar a tiempo, pero perdí la noción de las horas mientras estuve ahí.
—¿Tú nadas? —preguntó Link, un poco escéptico.
—Sí —lo atrajo en su abrazo, arremolinándolo contra su cuerpo—. Es mi principal ejercicio, aparte de la lanza.
Link posó las manos sobre el pecho moreno, sintiendo la firmeza de sus músculos. Recordó la manera en que destellaban con la humedad cuando llegó, y los pequeños riachuelos que dibujaban las gotas entre las líneas cinceladas… el perfume refrescante que podía embriagarlo hasta llevarlo al frenesí. Su mirada azulada centelleó.
—Apuesto a que apenas puedes flotar en el agua —dijo provocativo.
Pero Nodees no cayó en su trampa, volviéndose inmune al tener la felicidad de su lado. En cambio, su sonrisa se amplió en una media luna resplandeciente.
—En realidad, soy un excelente nadador. En el agua soy imparable —presumió, orgulloso—. Soy capaz de nadar a contracorriente también.
Por algún motivo desconocido, aquella declaración le pareció un poco familiar al espadachín, aunque no se interesó demasiado en ahondar. Simplemente sonrió.
—Eso explicaría cómo fuiste capaz de derrotar con tanta facilidad al Octorok gigante en la región de los zora —dijo, contemplativo—. Parecías un zora nadando entre las olas embravecidas del monstruo, saliendo de tanto en tanto para ajusticiarlo con tu lanza mientras el resto de nosotros lo atacábamos desde la orilla del río. Tuve que utilizar mi gancho para subir y abatirlo, pero al final fuiste tú quien logró darle fin desde la barriga, oculta en las profundidades del cauce. Es una hazaña bastante memorable —reconoció con admiración.
El recuerdo dibujó una sonrisa en los labios de Nodees, y tomó la mano de Link, que reposaba sobre su corazón, para besarle el dorso.
—Fue ahí donde nos conocimos —musitó dulcemente—. Desde ese momento quedé prendado de ti. Menos mal que pude impresionarte lo suficiente como para que me admitieras en la milicia.
—Tendría que haber sido muy estúpido para no haberte invitado —respondió Link, sonrojándose—. Me tenías muy sorprendido; no sé cómo hubiéramos hecho para eliminar esa enorme alimaña si no hubieses estado ahí.
—Tal vez el destino quería que nos encontráramos.
—Tal vez…
No era una posibilidad que se le hubiera ocurrido antes al Héroe del Tiempo y, en realidad, aquello no le sonaba tan mal. De pronto, nada de lo que tenía que ver con Nodees le parecía ominoso o incómodo. Incluso le daba cierto alivio si fuera una absoluta verdad. Algo en su interior quería quedarse a su lado, por tiempo indefinido…
Quizás, si no encontraba a su Sidon, no sería el fin del mundo. Siempre y cuando tuviera a Nodees.
Chapter 7: Perfect World
Notes:
Perfect World - Escaflowne OST
Ahh~ Cómo amo esta canción 😌 Me inspira muchas cosas, casi todas románticas y sensuales, hahaha.
Antes de escribir este capítulo, estaba leyendo obras de Jorge Luis Borges y me inspiró enormemente para esta parte.
Nadie me preguntó, pero quise compartir el dato 😂
Chapter Text
—Estaba pensando, ya que tendremos unos días libres, ¿qué tal si vamos al festival de Jabu-Jabu, que se celebrará esta semana en el Dominio Zora? —decía Nodees mientras acomodaba los documentos recién revisados por Link—. Podríamos pasar un buen rato.
Sentado en su escritorio, Link levantó la mirada de golpe, con el rostro visiblemente desencajado. Para nada aquello le parecía buena idea. De hecho, era una terrible, pésima idea, porque seguramente se encontraría con un sinnúmero de conocidos con los que había retozado y que no dudarían en saltarle a la yugular en cuanto lo vieran, tras haberlos abandonado una mañana sin decir nada, ni siquiera un “buenos días” de despedida. Link era el peor de los amantes, y aquellos hombres estarían dispuestos a evidenciarlo frente a Nodees.
—No.
—¿Solo eso? ¿No? —preguntó Nodees, desilusionado.
Entonces, a Link se le ocurrió:
—Desde hace algunos días he estado pensando en ir al mercado. Abrieron un nuevo restaurante y he tenido mucha curiosidad por conocerlo —propuso, de pronto sintiendo el calor subir a sus mejillas—. Quería preguntarte si podrías ir conmigo…
Hubo un pequeño silencio que hizo alzar la mirada de Link, encontrando la sorpresa de Nodees en una sonrisa incontenible. El pelirrojo estaba complacido, maravillado de que el caballero lo invitara a salir por primera vez.
Apretó los documentos contra su pecho y se aclaró un poco la garganta antes de responder.
—En ese caso, cenaremos en ese restaurante —confirmó, sintiendo el impulso de bromear con el rubio—. Es una mejor idea. Después de todo, si fuéramos al festival, es muy probable que nos encontráramos con Squall. Sería bastante incómodo.
Link casi se ahoga con el café que estaba bebiendo, sorprendido con la guardia baja por el comentario. Acto seguido, Nodees se acercó a darle unas palmaditas.
—Así es —admitió Link una vez que se recuperó de la broncoaspiración, limpiándose los labios con el dorso de la mano—. Aunque… a menos que no te importe que se acerque a seducirme, podemos ir al festival. Porque, ahora que lo pienso, también es muy probable que nos encontremos con Elena en la plaza o el mercado —contraatacó, esbozando una sonrisa insidiosa.
La respuesta de Nodees fue el silencio.
—Declaro mi derrota —admitió, sonriente.
—Rendición aceptada. —Link sonrió de vuelta, victorioso.
Tras el ocaso, el cielo se pintó de profundidades oceánicas, pringado de plata, perlas y conchas, con sus velos neblinosos de morado y azul. Los candiles de la plaza rielaban tenues, entintando de dorado pálido los rostros de la gente que insuflaba vida al mercado. Los olores se entremezclaban de cálidos, dulces, salados e incluso afrutados; una amalgama de naranjas, amarillos y magentas que viajaban como vahos y abrazaban con suavidad las fosas nasales, serpenteando hacia los campos del recuerdo. Los sonidos del mundo se concentraban como una orquesta en aquel anfiteatro, cantando alegremente los acontecimientos de una historia personal.
Se suscitó la necesidad de una pausa ante lo agradable del panorama, y Link miró a Nodees, que caminaba a su lado. Lo contempló. En medio de aquel movimiento del mundo, el hombre era bello. Inquietantemente bello. Sobre la suavidad del filo de su perfil rutilaba un halo de luz amarfilada. Sus ojos, fijos en el frente, refractaban un mar de dorado con la intensidad del sol recién nacido. La comisura de sus labios dibujaba un tenue cóncavo al final del camino seductor. Los mechones de granate se balanceaban sobre la seda leonada, decorada con el tatuaje de una anécdota que aún le faltaba por conocer.
Nodees era bello. Inquietantemente bello.
Sabía que no podía ser su imaginación, sino la ventura de una buena suerte. Link sentía de vez en cuando el roce de sus dedos sobre los suyos, intencionada o inintencionadamente. Pero, intencionalmente, él entreveraba con timidez la calidez del otro, deseando el ardor compenetrante que sacudía su existencia al mismo tiempo que la estabilizaba. «¿Querrá lo mismo que yo?», se preguntó, absurdo. Él conocía la respuesta, que era un rotundo «Sí», pero siempre valía la pena actuar como si se desconociera la verdad. Añadía emoción y, sobre todo, creaba excusas para el apremio de su corazón.
No había necesidad de excusas para Nodees. De cualquier modo, eran pueriles. Él quería exactamente lo mismo que Link: sumergirse en él, entre las llamas de su pira; llevar zafiros en sus ojos dormidos en vez del invaluable oro. Navegar en un océano inconstante, en el que la calma era una dicha fortuita obtenida solo tras el trabajo diligente, porque entonces significaba que era real. Los sentimientos de Link algún día serían reales.
Y también extrañaba el toque de sus manos.
Lo extrañaba por las mañanas, por las tardes, por las noches, en sus sueños, en la vigilia, cuando se ataba los zapatos, cuando se peinaba frente al espejo, cuando tomaba la lanza en su entrenamiento, cuando acarreaba los documentos, cuando le preguntaba si necesitaba algo más o le anunciaba que esos habían sido todos lo pendientes, al robar pequeños instantes de su atención, al tomar su rostro en la distracción de las miradas ajenas, al explorar el interior de sus labios en un acceso de impulsividad, al arrancarle suspiros en el desafuero de la habitación y al repetirle en un cántico perpetuo cuánto lo amaba. Sin importar que se convirtieran en uno, Nodees siempre extrañaba a Link.
Se contemplaron mutuamente en la eternidad.
Especialmente esa noche era perfecta, sin ningún motivo ni una razón. Merecía ser celebrada. Así que, en vez de caminar al restaurante como habían planeado, caminaron hacia el hotel, inmersos en un ámbito invisible pero tangible, en el que los prismas se habían tornado en color de rosa. Iban atados de la mano, abriéndose paso entre el gentío que no notaba el enlazamiento de dos hombres y que, sin embargo, de haberlo hecho, lo habría celebrado; tal como debía ser. Hubo un aceleramiento en el universo que hacía todo más revolucionado, más intrigante, robando el aliento ante la exaltación de lo desconocido. Entraron en la habitación y lo primero que hicieron fue unirse con desespero en un beso, musitando palabras de amor que solo habían de escuchar y esparcir entre ellos. Sin separarse, se quitaron las camisas, se quitaron los pantalones, se desvistieron de toda la galanura que habían preparado escrupulosamente para aquella cita de ensueño, que sucumbió a la prisa de las pasiones. Link suspiró el nombre de Nodees cinco veces. Nodees suspiró el nombre de Link otras diez. No había nada en el mundo que pudiera detener el florecimiento de aquel amor. Era perfecto.
Link amaba a Nodees.
Lo supo en cuanto besó su intimidad con una profunda y desvergonzada devoración, una zalema de sus afectos; en cuanto sintió la fiebre de aquella piel de arena, rezumante de oasis y paraísos en medio de exhalaciones; en cuanto las yemas de sus dedos se quemaron con el apresamiento del cetro ígneo, que su boca no fue capaz de envainar en su totalidad; en cuanto consumió a través de su garganta la exclamación de su nombre en forma de néctar de propósitos de procreación.
Link amaba a Nodees.
Bajó de su trono moreno y se recostó sobre la cama para abrir el interior de su alma al único hombre hyliano que estaba dispuesto a recibir. Quería su amor, recibir todo su afecto y todo su odio, la suma de estos y la totalidad de su poderío. Ansiaba que le hiciera el amor como todas las veces anteriores y como todas las que seguirían.
Nodees amaba a Link.
Se lo dijo mil y una veces, y no se cansaría jamás de decírselo. Lo cantó en el recorrido de su boca sobre la exquisitez de su pierna pálida, que lo encauzó a una vulnerabilidad mostrada solo ante él; de eso estaba seguro. Aquello era un secreto que Link sí le había compartido. Se sintió inspirado a explorar más.
Le levantó la piernas, flexionándolas hacia el pecho del rubio, cuyas llamas azules ardían bajo el claro de luna. Nodees le sonrió con sensualidad, atizando las expectativas de su amante. Se inclinó en una reverencia ceremoniosa y deslizó la punta de su lengua en un viaje que inició en las debilidades del hombre, descendió por la pacificidad del terreno blando, carente de novedades, y bajó un poco más hasta el umbral de las profundidades. Dibujó círculos mojados sobre la flor plisada y dio una pequeña mordida que asustó y exaltó los sentidos del arcángel dorado.
—Ahhh… N-Nodees…
El pelirrojo resopló una risita sobre la entrada, provocando un estremecimiento placentero con su brisa. Dio una lamida de gato y se ocultó en la hondonada, formando arabescos en una danza espiralizada y rítmica en el interior caluroso del alma. Comió, bebió, devoró y se embriagó con apetito y sed insaciables, mientras Link entonaba las romanzas más espléndidas y más obscenas, aferrándose a la estabilidad de las almohadas y las sábanas, vuelto un manojo de lamentos de doncella.
—Por favor… Nodees…
Pero Link no quería la lengua de su SidonNodees, él quería su ímpetu que lo declaraba hombre. Lo quería dentro de él, por completo. De otro modo, se volvería loco de desesperación.
—Te necesito… dentro de mí…
SidonNodees interrumpió su beso apasionado.
—Estoy dentro de ti, mi amor —dijo, provocativo.
Era un mal momento para ponerse a bromear. Sin embargo, por esta vez (y por todas las demás, como en todas las anteriores), Link estaba dispuesto a suplicar, pues lo amaba con el corazón.
—Por favor… —gimió con ojos suplicantes.
Derrumbó el castillo de los juegos de SidonNodees, impeliéndolo a conceder con benevolencia divina.
—Solo porque hoy estás siendo más afectuoso de lo habitual —sonrió, enternecido.
Tomó la cumbre de su masculinidad y, lentamente, se hundió en el cuerpo de Link. Ambos vieron la lluvia de estrellas, el derretimiento de la nieve, la rompiente de las olas, el siseo de los pastizales, el deslizamiento de la arena, el arrullo de una brisa, en un movimiento simple pero poderoso. Sus latidos se sincronizaron.
«Ahh…», gimieron ambos.
En medio del balanceo de su cuerpo, Link abrazó a SidonNodees por el cuello y buscó su rostro para fundirse en él. Estaba desesperado, ansioso; la vida se le escapaba como agua entre los dedos. Estaba enamorado, profundamente, revocado de voluntad y de razón. Cada estocada de SidonNodees lo convencía inequívocamente de ello. Se moriría si él no lo amaba de vuelta. Tanto tiempo buscándolo en los grises de una realidad indeseada, al punto de querer otra vida, que si no lo amaba de vuelta iba a morir en serio. Todo terminaría. La leyenda del Héroe del Tiempo terminaría ahí mismo, un desenlace irreversible.
En medio del amor pasional, Link se desbordó.
—Dime que me amas —«Sidon»—. Dime que me amas o moriré… —suplicó entre jadeos.
Nodees se invistió de desconcierto.
—Por supuesto que te amo, perla mía —respondió solemnemente, tomando su rostro con delicadeza—. Te amo más que a mi vida… ¿Pero por qué dices eso tan de repente? ¿Por qué habrías de morir?
Las lágrimas escaparon esplendorosas de los ojos de Link, silenciado por la timidez.
Aquello fue suficiente para Sidon.
Consumió sus sollozos, embebiéndose de sus inspiraciones, buscando en los confines más recónditos aquella confesión arcana; seguramente era el sublime que tanto anhelaban escuchar sus oídos. La buscó en el encumbrado de sus labios rosas, en la concavidad de su cuello, en los botones sobre su pecho, en el dorso de su mano fina, y volvió a buscar en el relente de su boca. Lo convencería de proclamar su devoción con la fuerza desmedida de su cariño, no conformándose con las romanzas, ni con los cantos de paroxismo, ni con los gemidos procaces, ni con…
—Ahh… Sidon…
El Templo del Tiempo emitió un último eco.
Chapter 8: Kiss me goodbye
Summary:
Kiss me goodbye - Buck-Tick
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Los cuerpos se paralizaron repentinamente, y el rosado del amor que envolvía aquel espacio de tiempo desbravado se desvaneció con el intercambio desdichado, cruel, inmisericorde, de seis letras por cinco.
No solo hubo el aniquilamiento de una letra. También el de un espíritu.
—Ese nombre… ¿Por qué me has llamado así? —musitó Nodees, trastocado—. ¿De dónde…? ¿Cómo…?
Link se convirtió en una estatua de hielo.
—Yo… yo…
—¿Por qué me llamaste Sidon, Link? —volvió a preguntar Nodees, desconcertado.
Una voluntad venenosa, impuesta por los años de una defensa inflexible de su vulnerabilidad, acendrada con perfección por la hombría nefasta que obliga a mantener ocultas las sensibilidades del ánima, secuestró a Link de cuello, manos y piernas para plagiar su lengua. Solo podía ver a través de las ataduras. Amenazado, no podía decir la verdad aunque quisiera. No era más dueño de su cuerpo, mucho menos de su lengua.
Soltó:
—¿Acaso tiene importancia? —«¡No lo digas! ¡Por favor!»—. Solo estamos cogiendo, ¿qué importa? —«¡Te lo suplico! ¡Por favor, detente!»—. Da igual a quién nombre mientras te abra las piernas, ¿no crees?
Un estrépito ilusorio reventó los tímpanos, acompañado del desquebrajamiento de un corazón. El ensueño en el que habían estado inmersos los últimos cuatro meses se rompió.
Desamparado, con la congoja y la desdicha transfigurándose en su rostro, Nodees se separó de él, hundiendo el pecho de Link a extinguirse en el núcleo infernal de la tierra.
En un instante, el caballero se calcinó de arrepentimiento. Intentó detenerlo, intentó asirse a él, pero, contrario a lo que imaginaba que sucedía, en realidad su cuerpo yacía inerte. No se movía. No parpadeaba. No respiraba.
Ya estaba muerto.
Y lo más extraordinario: se podía morir un poco más.
—No puedo continuar con esto —dijo Nodees, sombrío por la aflicción—. Soy un estúpido… Pensé que si me quedaba a tu lado, que si me aferraba, que si te demostraba lo mucho que te amaba, esto algún día podría ser algo más que un sentimiento unilateral. Me negué a aceptar que era imposible. Pero… ya no puedo más.
—Nodees… —musitó Link a duras penas, tratando de zafarse del agarre de su añeja amargura que gobernaba su voluntad. Pero, al final, continuaba arrestado por los años de indolencia rigurosa. «¡Por favor, no, Nodees! ¡No soy yo! ¡NO SOY YO!».
—Ya tuve suficiente… —dijo Nodees, derrotado, poniéndose de pie para empezar a vestirse—. Te amo, pero no puedo seguir permitiéndote que me hagas daño. Eres cruel, Link.
Una sombra ominosa en el interior del pelirrojo lo atrapó entre las tinieblas, cegándolo, ensordeciéndolo ante cualquier claridad y fundamento de que algo, durante un tiempo, fue bueno. Entonces, el rencor añadió por él:
—No sé cuáles sean tus razones para lastimarme, si en verdad quieres estar solo o si me odias, pero ya entendí que yo no debo estar contigo… Puedes quedarte solo el resto de tu vida si así lo deseas.
La lanza que arrancó el último latido de Link atizó la polución de su veneno captor.
—Precisamente por esto no quería involucrarme contigo —soltó dolido—. Eres todo un caso, Nodees, de veras. Eres tú quien se entrometió en mi vida, por más que te pedí que no lo hicieras. ¿Y ahora dices que yo te lastimo? ¿Que te odio? —siseó, sintiendo temblar su cuerpo—. ¿De qué putas estás hablando? ¡Fuiste tú quien vino a arruinarme con sus sentimentalismos absurdos! Yo estaba muy bien haciendo lo que me venía en gana. Jamás te pedí que me amaras o que te quedaras a mi lado, ¡tú decidiste hacerlo! Y tú… tú…
Apretó los puños, ahogando un grito de impotencia. El dolor arrobó su sinceridad, torciendo su lengua para pronunciar mentiras disfrazadas de verdad.
—Sería capaz de volver en el tiempo con tal de evitarme todo este puto drama —remató.
Nodees lo observó durante un largo segundo, rígido por el envenenamiento. Ocultó el cristal empañado de sus ojos y soltó una risilla amarga entre dientes.
—Tienes razón. Todo esto es mi culpa. No debí esperar nunca nada de ti —musitó, afligido—. Debí creerte cada vez que me decías que solo nos acostábamos, y que todas esas ocasiones en que parecías sentir algo más por mí eran una farsa y un capricho de tu humor.
Conteniendo la riada de sus lágrimas, hizo una breve pausa para mirar a los ojos al hombre que acababa de romper su corazón.
—Y tienes toda la razón. Esto no es más que un puto drama que yo mismo provoqué. Fui yo quien se lo buscó… y no tienes ni puta idea de cuánto me gustaría tener el mismo privilegio que tú de regresar en el tiempo. Así volvería a la primera vez que nos conocimos y me alejaría de ti en el primer instante, para evitar enamorarme de un cabrón como tú.
Tomó el resto de sus cosas y salió de ahí con un portazo, dejando a Link completamente solo entre las sombras sobrecogedoras de la habitación.
Link rompió en llanto.
Notes:
Fue un golpe para mí escribir este capítulo. Me pregunto si habré podido transmitir los sentimientos 🤔
Chapter 9: I'm not in love
Notes:
I'm not in love - 10cc
Sí que me tomé mi tiempo para actualizar esta vez 😅 He estado muy inmersa en la traducción de mi primera serie porque me entraron esas ansias que surgen cuando estas cerca de terminar algo y porque, no voy a mentir, ya quiero terminar esa parte. Ya me cansé y quiero pasar a lo que sigue, hahaha. Además, me ha ayudado a recuperar el ritmo de escritura, después de que las semanas anteriores fueron complicadas por cuestiones de salud --no mías, sino que tuve que cuidar a mi convaleciente después de su cirugía, hahah--, y no pude escribir durante esos días.
Por otra parte, la segunda razón por la que he tenido un poco abandonada esta historia es que me encuentro escribiendo una nueva (obviamente de SidLink), pero debo decir que esa será demasiado "angsty". Por lo que no recomiendo leerla una vez que empiece a publicarla 😆
En fin, una disculpa si la narrativa es un poco extraña en estilo y en ritmo. Tal vez luego regrese a revisarla, pero hasta el momento me siento satisfecha con el resultado final.
Saludos!
Chapter Text
Las sombras bajo el celeste nublado de sus ojos eran los remanentes de una noche luctuosa. El dolor del alma le cortaba la lengua cada vez que Navi, preocupada, le preguntaba qué había pasado, y se veía incapacitado para decir nada. Luego, cuando le preguntaba por Nodees y la prolongación de su ausencia esa mañana… Link volvía a morir. Pensar en el pelirrojo lo mataba, y después de resucitar con la distracción de la cotidianidad, moría de nuevo al vislumbrar en su mente los destellos carmesíes.
Desesperado por aquietar su sufrir, y sin darse cuenta, el estólido de su orgullo secuestró una vez más su razón para convencerlo insidiosamente de que todo lo que estaba sintiendo, el amor y el desamor, era una vil mentira de la imaginación, una patraña. Link realmente no amaba a Nodees. No estaba enamorado de él. Aquel a quien le falta un corazón desde el nacimiento no es capaz de sentir el verdadero amor.
Estúpido. Tonto. ¿Cómo pudo haberlo olvidado? ¿Cómo pudo pensar en romances cuando no se trataba de Sidon?
«Ese nombre… ¿Por qué me has llamado así? ¿Por qué me llamaste Sidon, Link?».
Sacudió la cabeza, jalándose el cuello de la camisa para permitirse respirar. Una rosaleda marchita se enredaba en su corazón, atravesándolo de lado a lado, extendiéndose después al resto de su cuerpo y convirtiendo sus huesos en bejucos espinosos a punto de reventarle la piel.
Al llegar por la mañana a su oficina, encontró a otro hombre que no era Nodees y que, sin embargo, hacía de espejo: realizaba lo que le correspondía a su verdadero asistente y, además, dejaba sobre el escritorio una carta mortal que culminaría su aniquilamiento: la renuncia de Nodees.
«Bien», fue todo lo que Link dijo.
Inmutable, el sustituto se retiró del despacho, oportunidad que Navi aprovechó de inmediato para cuestionar al hyliano:
—¡Link! ¿No harás algo al respecto? ¿No piensas ir a buscarlo?
—No.
—¿Pero por qué? —replicó, atónita—. Link, ¿qué pasó? Solo dímelo. Tal vez aún podamos ir a…
—¡No pienso ir a buscar a nadie, Navi! ¡Ni siquiera a Nodees! ¿Entiendes? —cortó de golpe—. Si se quiere ir, que se largue. Me importa un carajo lo que haga. Estoy harto de todo esto. Estoy harto de ustedes. Tanto tú como él no han hecho nada más que meterse en mis asuntos, y ya tuve suficiente de tener que escucharlos todo el maldito tiempo diciéndome lo que debo o no debo hacer. ¡Solo quiero que me dejen en paz!
Navi lo miró por un largo segundo, aturdida, y de pronto su aura se tornó de un azul profundo y acongojado.
—Eres un idiota —respondió ella en un susurro entrecortado—. Lo único que hacemos es preocuparnos por tí, todo el tiempo. Desde que regresamos a esta línea temporal, esta era la primera vez que realmente te veía feliz. Junto a Nodees, Link. Él siempre está pensando en ti. No logro comprender por qué has decidido desecharlo todo. Me cuesta trabajo aceptar que esto es lo que quieres, que prefieres quedarte solo. No sé por qué rechazas lo más valioso que has tenido hasta ahora… De verdad, no puedo entenderlo… ¿Es que acaso te odias tanto a ti mismo?
Derrotada por la obstinación del hyliano, Navi finalmente espetó con frustración:
—Ya no pienso acompañarte más. No quiero ver cómo te arruinas la vida. ¿Quieres estar solo? Bien. ¡Allá tú!
Y se fue, sus pequeñas alas surcando el aire a toda velocidad, como una estrella fugaz.
Una nueva fisura se trazó en los restos del corazón de Link. En su cuerpo no quedaban lágrimas para llorar. Todas se habían derramado durante la noche por Nodees.
Tal vez esa fuera la razón que lo llevó a la puerta de aquel hombre.
Ignorando los vahídos en su estómago y los dolores agonizantes de su pecho, Link se preguntó seriamente qué demonios estaba haciendo ahí, en ese rincón del Dominio Zora. No obstante, eso no hizo titubear a su mano, y golpeó tres veces la madera de la puerta. Al poco tiempo, apareció por el resquicio el rostro conocido de Squall, deslumbrante, con un asombro indisimulable en sus ojos oscuros y una típica sonrisa airosa.
—¿Link? —musitó, perplejo—. Vaya, qué sorpresa tenerte por aquí. Nunca imaginé el día en que vendrías a buscarme —bromeó, visiblemente contento de verlo.
El espadachín ignoró su jugueteo.
—¿Estás solo?
—Ya no, ahora que estás aquí —sonrió.
Sin aguardar una invitación, Link se abalanzó sobre el zora y acaparó sus labios, cerrando la puerta tras los dos. Squall no puso resistencia alguna, gratamente sorprendido por la iniciativa repentina del caballero. Caminaron juntos, sin separarse, hasta la habitación, donde el zora albino lo recostó sobre la cama y lo ayudó a desvestirse a una velocidad increíble.
Cada prenda que abandonaba el cuerpo de Link era un flagelo a su alma. Todo se sentía erróneo. Todo se sentía fuera de lugar. Todo se sentía mal. Pero, a pesar de ello, no encontró en sí la convicción de detener la avidez de aquellas manos ajenas que lo acariciaban con un fuego distinto al que debía quemarlo, y que no pertenecían a quien debían pertenecer. Contrario a la primera vez que retozaron juntos, los suaves dedos de Squall en esta ocasión le parecieron fríos. Su caricia emanaba una gelidez compenetrante que le helaba los huesos y amortajaba su corazón en una tumba de hielo. Era como estar en un glaciar desértico, en medio de la noche, en la temporada más frígida, cuando la mordida de violencia invernal lo paralizaba hasta dejarlo casi muerto.
Su cuerpo no respondía. Ni al calor. Ni a la vida. Tampoco al afecto de extraños.
—¿Estás bien, Link? —preguntó Squall, ligeramente preocupado—. ¿Quieres que nos detengamos?
—No, estoy bien —respondió sin expresión—. Sigue.
Con todo el esmero que le merecía, Squall marcó un afectuoso camino de besos en el abdomen aduraznado y bajó lentamente hasta la cúspide hyliana; yacía dormida, lánguida, inalterable. Intentó resucitarla con el beso de amor de su lengua, una, dos, tres veces… Pero la masculinidad permanecía imperturbable, completamente indiferente a sus afectos.
Casi con los sentimientos encontrados, el zora albino alzó la mirada una vez más hacia Link.
—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —volvió a preguntar.
Una leve agitación en forma de irritación se removió dentro de Link, al fin haciéndolo incorporarse sobre los codos para mirar al hombre de escamas.
—¿Por qué demonios estaría aquí si no?
Squall soltó un suspiro en una sonrisa poco convincente.
—Pues a mí me parece que por cualquier otra razón, excepto hacer el amor.
La incredulidad resplandeció en el gesto de Link.
—¿De qué estás hablando?
—Es obvio que no quieres hacer esto, Link —respondió el zora, al fin separándose—. Por más que te toco, tu cuerpo no responde. Estás más frígido que mi abuelo (según decía mi otro abuelo).
Un rubor ardiente impregnó por completo el rostro de Link, casi encendiéndolo en llamas.
—¿Pero qué…? —balbuceó, mirando su entrepierna.
El zora tenía razón, su cuerpo no respondía en absoluto, ni siquiera a su propia mano. Intentó sacudir su miembro varias veces, pero, contrario a lo que debía suceder en circunstancias normales, incluso pareció volverse más y más pequeño. Y, siendo sincero, Link no se atrevía a probar suerte en la parte de atrás; sería imposible introducir nada. Además, no se sentía de humor. De hecho, no se sentía de humor para nada, para cualquier cosa, aún menos para lo que tuviera que ver con sexo. Y fue entonces que comenzó a cuestionarse qué demonios hacía ahí. De entre todas las opciones, como buscar a Navi para pedirle perdón o buscar a Zelda para pedirle consejo, ¿por qué tuvo que ir con un sujeto que se había cogido una sola vez? ¿Por qué decidió recurrir a Squall?
Era obvio. Estaba solo. Pero no era la primera vez. Así había vivido la mayor parte de su vida. Sin embargo, la diferencia radicaba en el tormento que comportaba la soledad a partir de Nodees; era insufrible. No podía tolerar ni un minuto más de no estar con…
—La verdad es que desde hace rato noté tu incomodidad —dijo Squall, interrumpiendo el tren de sus cavilaciones—, pero insististe tanto en que lo hiciéramos que decidí intentarlo. Sin embargo, ahora yo también me siento incómodo, porque siento que estoy haciendo algo que no debería. Jamás te obligaría a hacer algo que tú no quieras, Link.
La mirada de Squall era inevitable, seria, sincera, adornada con una pequeña estrella de consternación brillando en la inmensidad de sus ojos de universo, que iluminaba con su luz trémula la realidad de sus intenciones hacia él. Descubrió que sus sentimientos eran genuinos, inequívocamente. Más de lo que hubiera deseado imaginar. Y sintió la culpa mordiente rasgarle la nuca tras haber intentado utilizar al zora para el desfogue de sus despechos. Era un abandonado, a fin de cuentas.
—No sé qué habrá pasado entre tu amante y tú, pero deberías estar haciendo las paces con él en este momento, en vez de intentar coger conmigo —aconsejó Squall, recostándose a un lado de Link, quien permanecía sentado, reposando la cabeza en una mano—. Solo terminarás arrepintiéndote de esto. Y no es que quiera ponerme del lado de mi competencia, pero estoy completamente seguro de que a él no le gustará que te involucres con otro mientras están peleados.
»Por otra parte, también tengo orgullo, el cual ya has mancillado bastante. No me hace ninguna gracia, Link —bromeó.
Pero la expresión juguetona en el rostro del zora se disipó al ver la tribulación de Link y sus ojos a punto de desbordarse. Lo sobrecogió el desconcierto.
—Lo siento, no hablaba en serio —repuso, incorporándose rápidamente para tranquilizarlo, tomando el rostro del caballero, que ahora estaba anegado en lágrimas—. Solo era una broma, por favor, no llores. No estoy enojado de verdad si es lo que…
—No estoy así por eso… —aclaró el rubio, enjugándose las mejillas—. Es solo que… ¿y cómo demonios supiste que tenía un amante? —preguntó entre sollozos.
Squall suspiró una risita, y sin abandonar al hyliano, ayudándole a secar el rostro con más delicadeza, a través de susurros de consuelo —y pese a la gran confusión que lo embargaba—, respondió con suavidad:
—Hueles a él —deslizó su pulgar sobre la mejilla de Link—. Todo tu cuerpo huele a macho zora. Es algo que nosotros hacemos para marcar a nuestras parejas. ¿No te lo dijo?
Ya controlado el flujo de lágrimas, ahora un poco más confundido que afligido, Link negó con la cabeza.
—Él no es un zora, así que eso no puede ser posible.
—¿Ah, no? —parpadeó quien sí era un zora—. Pues vaya, no sabía que los hylianos también ponían marcas aromáticas.
—No lo hacemos…
En el ambiente se alzó un aire enrarecido, saturado de incertidumbre, como si cualquier lógica hubiera sido sustituída por el absurdo y no hubiese manera de llegar a una conclusión coherente o, al menos, convincente. ¿Pero qué sentido tenía encontrar una explicación en ese momento?
—Bueno, pero acerté en que tienes un amante, ¿no es así? —dijo el zora finalmente.
—Tenía. No es más mi amante —respondió Link con expresión de dolor.
El zora de las escamas albinas lo observó con detenimiento.
—En ese caso, no deberías estar aquí conmigo, sino tratando de enmendar las cosas con él.
—No creo que haya manera de enmendarme —repuso, derrotado—. Fui yo quien lo alejó, cometí un error irreparable, dije muchas cosas que en realidad no quería decir. No fui sincero. Y no solo arruiné las cosas con él, también lo hice con mi mejor amiga…
—¿Hablas de la pequeña hada que siempre está contigo? —preguntó; el rubio asintió—. Ya veo…
Con una larga exhalación, Squall cruzó los brazos y alzó la mirada al techo, contemplativo. Tras varios segundos, devolvió sus gentiles orbes de noche al hyliano.
—Pues entonces, si me lo preguntas, creo que esta es tu oportunidad para mostrar tu sinceridad. Habla con ellos, discúlpate y diles lo que realmente sientes. Un error irreparable sería no hacer nada y dejar que se vayan con una idea equivocada, porque ambos son personas muy importantes para ti. En especial ese hombre, que, por lo que veo —decía con un atisbo de celos—, es el primero del que te enamoras. Los perderás para siempre si no haces algo al respecto, Link.
El hyliano suspiró de abatimiento.
—¿Y si ninguno de los dos puede perdonarme? ¿O si él no… quiere volver a verme?
Lleno de comprensión, Squall posó una mano confortadora sobre el hombro lánguido de Link.
—Al menos habrás hecho el intento, y no pasarás el resto de tu vida torturándote con la pregunta de qué hubiera sucedido. Lo mejor es descubrirlo ahora —sonrió, sincero; instintivamente, Link le devolvió el gesto—. Además, yo no me preocuparía demasiado por tu amiga, la hada. Estoy seguro de que ella ya te conoce a la perfección y sabe lo descorazonado, desalmado, insensible y nefasto que puedes ser; que eres el peor de los amantes con los que un zora (o los hombres en general, ahora lo sé) se pueda cruzar. Y, por otra parte, si él te rechaza… —dudó—. Yo estaré aquí, esperándote para consolarte.
La media luna presidiendo la expresión juguetona de Squall, refulgente como el medio día, hizo saltar la vena en la frente de Link, quien tuvo que esforzarse para no ahorcarlo y sonreír con los dientes apretados. «Maldito bastardo».
Pero era cierto, Link no podía quedarse sin hacer nada. Tenía que buscar a Navi y a Nodees para disculparse, suplicar el perdón tanto como fuera necesario y dedicar el resto de su vida a retribuirlos. Eran lo más importante y valioso que tenía en su vida.
Por otro lado, Nodees… Ah, Nodees. Sin él la vida en sí misma no tenía sentido, transfigurando su existencia en un vil despropósito. Sin Nodees no habría esperanza, no habría días ni noches ni inapetencias ni saciedad, y los segundos, los minutos, las semanas, los años, los siglos y los milenios serían más eternos que la creación y descreación del caos. Su incapacidad para morir sería un tormento, cada respiración un fuego calcinante que lo devastaría y lo restañaría al mismo tiempo, imposibilitándolo de cualquier piedad de cerrar los ojos para siempre. Era muy simple y también muy complejo. Sin Nodees no habría un Link. Finado sería el Héroe del Tiempo, en cualquier línea, en cualquier universo.
Necesitaba a Nodees con la vehemencia de mil realidades, siendo su único amor en cada uno de esos mundos.
—Gracias, Squall —musitó, a través del cristal de su alma.
La respiración del zora se detuvo un breve instante al ver la pureza azulada de sus orbes sobre el mar esmeralda y, conteniendo un suspiro, acarició la mejilla de Link antes de pronunciar lo que le dolería con el paso de varias estaciones.
—Ve, Link.
Salió como una ráfaga rumbo a la entrada principal del Dominio Zora, hasta que recordó oportunamente que llevaba la ocarina en su bolsa. Tocó la melodía del Preludio de la Luz, y una luz cegadora, casi celestial, lo envolvió para transportarlo de vuelta al Templo del Tiempo.
Al llegar ahí, encontró a quien menos esperaba y que tanto necesitaba ver en esos momentos.
—¡Navi!
Su querida hada se sacudió de emoción. «¡Link!».
De haber podido, si el tamaño de Navi no fuera tan pequeño, Link se habría abalanzado sobre ella para abrazarla. En cambio, fue suficiente sostenerla entre sus manos y acurrucarla contra su rostro revestido de diamantes. Podía escuchar los pequeños sollozos entre las risitas de su amiga, quien también se sentía emocionada de verlo de vuelta.
—Perdóname, Navi. Nada de lo que dije era verdad, no es lo que siento realmente. Yo nunca podría hartarme de tí, eres lo más preciado que tengo. Todo este tiempo he estado cegado, empecinado en perseguir un sueño que me había negado a aceptar que era imposible: tener un amor que me pertenece en otra vida. He estado tan obsesionado y desesperado en conseguirlo en la mía, que he perdido de vista lo que es importante para mí, y parte de eso eres tú. Si no te tengo, no estoy completo.
—Link… ¿Por qué no me lo habías dicho?
—Porque tenía miedo de que pudieras pensar que me había vuelto loco —sonrió agridulce—. ¿Quién podría creer que tengo visiones de otra vida a través de los sueños? Una vida en la que estoy casado con un Rey Zora de escamas escarlatas, y en la que tengo un pequeño hijo con él, de escamas color de cielo. Temía que me dijeras lo imposible que era encontrarlo y que lo mejor sería olvidarme de él…
Navi tintineó en un sacudimiento repentino y entonces lo reprendió con un tirón de pelo que le sacó un leve quejido al hyliano.
—Qué tonto eres, en serio —lo regañó—. ¿Cómo crees que yo pensaría que estás loco? ¿Ya se te olvidó que soy yo quien te acompañó en tus viajes en el tiempo, y todo lo demás que hemos pasado juntos? Yo te hubiera ayudado a buscar algo tan hermoso, grandísimo tonto.
Añadió con voz quebrada, tan conmovedora que invocó una vez más la lluvia azul del caballero.
—Sin embargo, después de tanto tiempo de haber buscado sin encontrarlo, y de conocer a Nodees… habría tenido que pedirte que te detuvieras —dijo melancólica—. O no solo te quedarías con el vacío de buscar y no encontrar, sino también con el de la pérdida.
—Navi…
—Comprendo ahora cuál es tu deseo, Link. Pero… tienes que despertar. La realidad es diferente y no puedes permanecer dormido para soñar con una vida que no es tuya. Esto es lo que te tocó vivir. Y si eliges mantener tus ojos cerrados, te volverás ciego a la felicidad. Nodees no es ningún sueño, él está aquí y te ama, y tú lo amas también. No lo pierdas por un amor que no te pertenece en este mundo.
Las palabras de Navi significaban una verdad dolorosa imposible de ignorar y poseían tal fundamento que no dejaban más opción que aceptarlas resignadamente y… con una insospechada sensación de alivio. Renunciar, rendirse, dejarse vencer por el peso irrevocable del realismo, nunca había representado tanta liberación ni tanta felicidad.
Estuvo listo para ir tras Nodees.
—Nodees… —dijo alarmado, como quien ha recordado lo que por mucho tiempo dejó olvidado—. Tengo que ir a buscarlo, pero no sé dónde empezar. Necesito encontrarlo o si no…
—¡Hey! Yo sé dónde está —afirmó Navi, efusiva—. Cuando te dejé, fui a buscarlo y logré alcanzarlo en la entrada de la ciudadela, pero como él no puede escuchar lo que digo, no pude detenerlo. Se despidió de mí y mencionó que iría al Lago Hylia antes de regresar a la Gran Bahía en Términa. Eso fue por la mañana, así que tienes que apurarte a alcanzarlo o será más difícil encontrarlo después. ¡Apúrate, Link!
Resuelto, rebosando de determinación, Link sacó la ocarina una vez más para tocar la Serenata del Agua, y fue envuelto por miles de partículas luminosas que lo teletransportarían en un halo fugaz hacia el portal en el Lago Hylia. Sin embargo, a punto de desaparecer del templo, se percató de que Navi no estaba junto a él.
—¡Navi, ven! —extendió su mano hacia ella.
—¡Te veré después! ¡Debes ir tú solo!
Entonces el espadachín desapareció con el haz de luz.
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