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La Luz del Imperio - GLADIATOR II (Lucio)

Summary:

Todo empieza cuando Helena, hermana menor de los emperadores Geta y Caracalla, conoce por casualidad a un gladiador antes de una pelea. El azar les hace encontrarse de nuevo en repetidas ocasiones, ¿o será el destino? La conexión es inmediata, mostrando un claro interés por el otro desde el primer encuentro ¿Encontrarán algo en común estas dos personas que vienen de mundos tan diferentes?

Chapter 1: La Luz del Imperio

Chapter Text

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Todo empieza cuando Helena, hermana menor de los emperadores Geta y Caracalla, conoce por casualidad a un gladiador antes de una pelea. El azar les hace encontrarse de nuevo en repetidas ocasiones, ¿o será el destino? La conexión es inmediata, mostrando un claro interés por el otro desde el primer encuentro ¿Encontrarán algo en común estas dos personas que vienen de mundos tan diferentes? ... 

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Personajes

❀✿ Helena, princesa de Roma ✿❀

❀✿ Helena, princesa de Roma ✿❀

 

✿❀ Hanno, gladiador del coliseo (Lucio, príncipe de Roma) ❀✿

Tras la conquista romana de Numidia, lugar donde creció, y la muerte de su madre en la batalla, Hanno es llevado a Roma para luchar como gladiador

Tras la conquista romana de Numidia, lugar donde creció, y la muerte de su madre en la batalla, Hanno es llevado a Roma para luchar como gladiador.

 

❀✿ Acacio, general del imperio ✿❀

Es una figura paterna para Helena, ya que su verdadero padre nunca la quiso como hija y fue Acacio quien se encargó de ella

Es una figura paterna para Helena, ya que su verdadero padre nunca la quiso como hija y fue Acacio quien se encargó de ella.

 

✿❀ Geta y Caracalla, emperadores de Roma ❀✿

✿❀ Geta y Caracalla, emperadores de Roma ❀✿

 

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*Nota: todos los personajes que aparecen en la película Gladiator II pertenecen a Ridley Scott. En esta historia se usará parte de la trama principal de dicha película, pero también se añaden muchos detalles e historias secundarias que no aparecen en la película y se desarrollarán más en profundidad, al igual que nuevos personajes originales como Helena. El principal cambio es que Hanno, en Numidia, no estaba casado, y quien muere en la batalla del comienzo es su madre (la mujer que le acogió cuando llegó y le crió y cuido).

 

 

Chapter Text

Helena se encontraba sentada en un sillón al lado de un gran ventanal, leyendo un rollo de papiro, cuando escuchó una gran multitud de personas en el exterior. Con el rollo aún en la mano, se asomó a mirar por la ventana. Al hacerlo, vio una gran aglomeración de personas en las calles, colocadas a los lados, dejando un pasillo vacío en medio, mientras celebraban animados. Entonces lo comprendió.

– ¡Ya está aquí! –pensó, e instantáneamente una sonrisa apareció en su rostro.

Dejó todo lo que estaba haciendo y se levantó deprisa, saliendo prácticamente corriendo por el pasillo hasta llegar a la entrada. Al llegar allí, se paró un momento, se arregló un poco la túnica, asegurándose de que estuviera bien colocada, y abrió la puerta. Al salir, vio que sus hermanos, los Emperadores Geta y Caracalla, se encontraban ya allí, esperando en la cima de las escaleras del Palacio Imperial.

– Por fin vienes, hermana –dijo Geta, sin siquiera girarse a mirarla.

– No sabía que llegaba ya, nadie me avisó –respondió Helena.

– Si no perdieras tanto tiempo leyendo igual te enterarías de lo que ocurre a tu alrededor... –fue lo único que respondió su hermano, ella pensó que lo mejor sería ignorarlo.

A los lados de las escaleras se encontraban también algunos senadores y otras figuras públicas, esperando para recibir al ejército romano, que regresaba de su última conquista para el Imperio, Numidia. Al mirar hacia la multitud de gente, vio cómo se acercaban los mencionados, como si de un desfile se tratara, rodeados y aclamados por el pueblo mientras avanzaban. Cuando llegaron hasta la base de las escaleras, empezó a subirlas una figura con vestimenta blanca y dorada, era el General Acacio, que lideraba las tropas. Mientras subía, todos los miembros de la alta sociedad allí presentes le recibían, saludando con la cabeza. Al llegar arriba, hizo una reverencia ante los Emperadores, mostrándoles respeto.

– Emperador Geta, Emperador Caracalla –dijo cordialmente– Princesa Helena –dijo girando levemente hacia ella, con un tono algo más animado. Ella sonrió.

– General Acacio –dijo Geta.

Entonces entraron en el palacio para hablar.

– He tomado Numidia en vuestros nombres –dijo el general– para que vuestro dominio eclipse el de todos los Emperadores que os precedieron –su tono era monótono, como si repitiera una frase que hubiera practicado antes, sin realmente creerse del todo lo que decía.

– Corónale con laureles, hermano –dijo entonces Caracalla, y eso hizo su hermano.

– En honor a tu conquista, habrá juegos en el Coliseo –añadió Geta. Al oír esto, Helena frunció el ceño levemente mientras giraba la cabeza en dirección a su hermano, no le agradaba nada la idea.

– No requiero juegos en mi honor. Servir al Senado y al pueblo de Roma es honor suficiente para mí... –respondió Acacio.

– Eres demasiado modesto, Acacio. No le sienta bien a un General como tú –dijo Geta.

– La gloria es vuestra, no mía. Yo sólo pido un descanso de la guerra, para estar con mi esposa y-

– Sí, tu esposa –interrumpió Caracalla– recuerda los privilegios que le hemos concedido. ¿Dónde está ella ahora para ignorar tal ocasión?

– Todavía hay victorias por venir –añadió Geta– Aún queda Persia por conquistar, y la India.

– ¿No tiene Roma suficientes bocas que alimentar? –respondió el general, de manera algo desafiante, lo cual no les hizo nada de gracia a los emperadores. Helena tuvo que contenerse para no dejar escapar una pequeña risa irónica, le gustaba que alguien se enfrentará a sus hermanos, Acacio tenía razón, el pueblo de Roma estaba ya muy mal, lo último que necesitaban eran más súbditos a los que atender, apenas podían hacerlo ahora.

– ¡Pueden comer guerra! –dijo Caracalla. Su hermana no pudo evitar rodar los ojos y negar levemente con la cabeza, no podía soportar la ignorancia de sus hermanos y lo poco que se preocupaban por su pueblo, solo buscaban el poder y la gloria, no les importaba nada más, y ella no lo soportaba. Pero sabía que debía mantenerse en silencio, ya que una respuesta de ella no haría más que enfadarlos y empeorar las cosas, no les gustaba que ella interviniera en este tipo de situaciones, en ninguna en realidad.

– Tus triunfos serán celebrados como un tributo a la grandeza del pueblo Romano –dijo Geta.

– ¡Debe haber juegos! –añadió Caracalla.

– Habrá juegos, no hay más que hablar –terminó Geta.

Acacio decidió no decir nada más, solo hizo otra reverencia. No le parecía que lo que necesitase el pueblo en ese momento fueran unos juegos, pero, al igual que Helena, sabía que era inútil intentar discutirlo con ellos.

Tras la despedida, los Emperadores empezaron a caminar hacia la salida de la sala. Helena miró fijamente sus pasos mientras se alejaban, y en cuanto hubieron salido y cerrado la puerta corrió hasta los brazos del general, él la abrazó fuertemente también.

– Te he echado mucho de menos –dijo ella sin soltarle, con la cabeza apoyada en su pecho, abrazándolo fuerte con los ojos cerrados. Él era lo más parecido que tenía a un padre, y hacía bastante tiempo que no le veía, así que se alegraba mucho de que por fin estuviera con ella.

– Y yo a ti, pequeña –dijo él dulcemente– ¿qué tal ha ido todo mientras he estado fuera?

– Bueno... como siempre, no muy bien –dijo ella algo triste– pero eso da igual, ya estás aquí.

Tras separarse del abrazo, estuvieron un buen rato hablando, informando al otro de lo que había pasado en sus vidas los últimos meses. Unos minutos después, llegó uno de las sirvientes de sus hermanos

– Helena, los Emperadores la esperan en el patio –dijo.

Ella suspiró desanimada.

– De acuerdo, gracias Elio, en seguida voy –respondió la chica amablemente, él asintió y se marchó– bueno... dale recuerdos a Lucilla –dijo entonces mirando a Acacio– ella también está deseando verte, te ha echado de menos.

Tras esto se despidieron, el general se fue del palacio y la princesa se fue en busca de sus hermanos. Cuando llegó a donde ellos se encontraban, se giraron para mirarla.

– Prepárate Helena, nos vamos a la fiesta de Thraex –dijo Geta cuando la vio llegar.

– ¿Qué? Pero eso no es un evento oficial... ¿Es necesario que vaya? –dijo ella.

– Por supuesto, es una reunión social organizada por el senador, todas las figuras importantes estarán allí, eres parte de la familia real, debes hacer acto de presencia, ¿qué dirán todos si vamos sin ti?

– No creo que les importe tanto...

– ¡Por supuesto que tú no importas! –dijo entonces Caracalla– pero eres parte de la imagen que damos, tienes que venir con nosotros.

– Pero no quiero ir... Además, no me encuentro muy bien hoy, ¿no puedo quedarme? Solo esta vez. Siempre voy a todos los eventos, solo dejar que me quede hoy, por favor.

– ¡Nos da igual lo que quieras! Vendrás y ya está, es tu obligación, fin de la discusión. Salimos en media hora, más te vale estar lista para entonces –dijo su hermano y salió de la habitación.

Ella también se fue de allí, molesta, y se dirigió a su habitación para prepararse. Allí estaba Adriana, técnicamente era la encargada de servir a la princesa y ayudarla, pero también era una gran amiga de Helena, eran muy cercanas.

– ¿No has conseguido convencerles? –preguntó Adriana al ver su rostro desanimado.

– No he estado ni cerca de conseguirlo... –dijo Helena, sentándose en la silla de su tocador.

– Bueno, seguro que no está tan mal... Es solo una pequeña fiesta.

– Sí, una pequeña fiesta llena de gente falsa y pretenciosa, que no se preocupan por nadie más que ellos mismos... Estoy deseando llegar –dijo Helena irónicamente.

– Lo siento Lena... se que no te gustan nada esas reuniones –dijo su amiga mientras cogía un cepillo y comenzaba a peinarle el pelo.

– Es que no entiendo por qué tengo que ir siempre a estas cosas, no lo soporto... Siempre insisten en que "soy parte de la familia" y "debemos dar una buena imagen" y "aparentar estar unidos", pero luego ni siquiera me tratan como si fuera su hermana...

Estuvieron hablando un rato mientras se vestía y se arreglaba. Cuando estuvo lista, bajó con sus hermanos y se dirigieron al lugar.

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Al llegar, el guardia de Helena ofreció su mano para ayudarla a bajar del carruaje.

– Gracias Casio –dijo la chica, sonriendo levemente. Él asintió con la cabeza.

Dio algunos pasos, seguida de cerca por Casio. Mientras caminaba, observó la gran mansión, que ya estaba llena de personas de la alta sociedad y nuevos carruajes seguían llegando. Al entrar junto a sus hermanos, les recibió el Senador Thraex.

– Emperador Geta, Emperador Caracalla –dijo animado al verles llegar– qué honor tenerles aquí con nosotros –hizo una reverencia ante ellos– Princesa –dijo al final saludando a Helena con la cabeza, quien intentó fingir una sonrisa.

Y eso no fue más que el comienzo, esto se repitió una y otra vez, personas que se acercaban a saludar a los emperadores efusivamente, mientras ella se quedaba a un lado y al final la miraban, como si ni siquiera se hubieran dado cuenta de que había estado ahí todo el tiempo. Algunos la saludaban antes de irse, con mucha menos energía que a sus hermanos, otros ni siquiera se molestaban en hacerlo. Durante un buen rato, que para Helena pareció una eternidad, los invitados de la fiesta recibían a los emperadores y les decían lo contentos que estaban de verles, lo bien que les parecía la última ley que habían aprobado, lo mucho que agradecían su servicio a Roma, ... Pero ella sabía que no eran más que palabras vacías, sus sonrisas no significaban nada, solo intentaban ganarse el favor de los Emperadores para quizá poder aprovecharse de ello en el futuro, cuando algún día necesitasen algo.

Tras los incesantes saludos, les acompañaron a una gran sala de la estancia, llena de una multitud. Por un rato, estuvieron todos de pie, hablando entre ellos. Aunque Helena estuvo sola en una esquina, esperando a que aquello terminara de una vez. Nadie se acercaba a ella, ni siquiera para fingir como hacían con sus hermanos. Al principio, cuando empezó a ir a este tipo de eventos hace unos años, sí lo hacían, la trataban como a sus hermanos, adulándola para intentar caerle bien, pero no tardaron mucho en darse cuenta de que con ella eso no funcionaba, no era como sus hermanos, que eran superficiales y buscaban ser venerados y amados por todos, ella sabía que no eran más que unos falsos elogios.

Ella siempre se había sentido fuera de lugar con todas estas personas, como si no formaran parte del mismo mundo, no se sentía parte de ellos, aunque tampoco quería serlo. Todos allí tenían descomunales cantidades de dinero y no hacían más que desperdiciarlo, comprándose todo lo que querían, aunque no lo necesitaran, mientras el pueblo de Roma apenas podía alimentarse... Sentía vergüenza de ser una de ellos, no lo aguantaba.

Estaba muy incómoda, mirando alrededor y viendo como todo el mundo se saludaba y hablaba. De vez en cuando, alguien se acercaba a decirle algo, quizá por pena, quizá porque era la princesa, pero las conversaciones no duraban mucho, ella claramente no estaba interesada en hablar con ninguno de ellos.

Entonces el Senador llegó a donde estaban los Emperadores.

– Dentro de poco va a empezar el espectáculo, podéis sentaros allí, para tener la primera fila y disfrutar de cerca.

– Helena –llamó Caracalla, ordenándole que se sentara con ellos en aquel sillón.

Ella lo hizo a regañadientes, sabía que con "entretenimiento" se referían a algún tipo de lucha o espectáculo sangriento, algo que no le gustaba nada.

No estaba nada a gusto, estaba molesta por tener que estar allí, solo quería irse a casa. Intentaba distraerse, mirando las flores del jardín que se observan por el ventanal, la decoración de la sala, las lámparas y mesas... Pero, por mucho que lo intentaba, no podía escapar del malestar que sentía.

Entonces no lo aguantó más y se levantó, sus hermanos ni siquiera se dieron cuenta, estaban muy ocupados tonteando con otros invitados y habían bebido demasiado como para preocuparse por su hermana. Pero Casio, el guardia, que estaba de pie detrás de ella, sí que se sorprendió al verla levantarse y se acercó a la chica.

– No te preocupes, quédate aquí, solo voy... al lavabo –dijo ella como excusa– no hace falta que me acompañes.

Él asintió con la cabeza y la dejó intimidad. Helena comenzó a caminar por un pasillo donde no había nadie, intentando alejarse de la multitud, entonces giró a la derecha en una esquina. Cuando se aseguró de que estaba lo suficientemente lejos como para que nadie pudiera verla, bajó la guardia, se acercó a la pared más cercana y apoyó una mano en ella, intentando usarla como soporte, sentía que sus piernas no podían sostener su peso, como si hubiera estado horas corriendo y no le quedaran fuerzas ni para mantenerse de pie por sí sola.

Entonces se giró y apoyó la espalda en la pared, cerrando los ojos y soltando un largo suspiro. No pudo evitar que algunas lágrimas empezaran a caer por sus mejillas. Agobiada, se cubrió la cara con las manos y comenzó a respirar hondo un par de veces, para intentar calmarse. Tras unos segundos, bajó las manos, dio una última respiración profunda y abrió los ojos.

Entonces vió que en una pequeña sala al lado, que no tenía puerta, solo unas telas a los lados como cortinas, había un joven que la miraba fijamente. Al darse cuenta de que estaba ahí, ella se recompuso raṕidamente, separándose de la pared y poniéndose derecha. Él apartó la vista, para no incomodarla.

– Lo siento... no pretendía... –empezó a decir el chico.

– No importa –dijo ella, aunque la voz le salió algo entrecortada, así que se aclaró un poco la garganta– Yo- no sabía que habría nadie más aquí...

Entonces él volvió a dirigir su vista hacía ella, sus ojos se cruzaron, quedando fijados en el otro. Mantuvieron la mirada unos segundos, un leve rayo de luz entraba por una pequeña ventana en la estancia en la que él se encontraba, iluminando su rostro, lo cual causaba que sus ojos, de un precioso color azul, brillaran. Él la miraba intensamente, como si sus ojos fueran incapaces de apartarse de ella. Ella también sentía una especie de necesidad de mirar los ojos del chico, había algo reconfortante en ellos, como si transmitieran una calma que no se esperaba.

Él volvió a apartar la vista lentamente. Entonces Helena se dió cuenta de que debía volver con los demás o alguien se daría cuenta de que no estaba allí, y no quería preocupar a Casio, pero algo le impedía irse, algo la empujaba a quedarse allí, no quería alejarse de él. A pesar de esto, miró hacia otro lado y dio un par de pasos de vuelta, pero no consiguió llegar a la salida antes de girarse y volver su vista hacia el chico, quien ya estaba mirándola de nuevo.

– Perdón –dijo él otra vez, mirando hacia un lado.

– Da igual –dijo ella, riendo un poco.

Al escucharla, él sonrió y dirigió de nuevo los ojos en su dirección.

– No quiero volver allí, sabes... –dijo Helena, con algo de tristeza en su voz.

– Ya me imagino, toda esa rica comida y lujos... ¿quién podría aguantarlo? –dijo el chico irónicamente.

– Yo... no me refería... –bajó un poco la cabeza, avergonzada– no pretendía ser una desagradecida y quejarme-

– Lo sé, lo siento, no pretendía... –dijo él agitando la cabeza hacia los lados– no era mi intención juzgarte, para nada, era solo un comentario sarcástico, a veces hago bromas malas cuando no debería... perdón.

– No pasa nada, yo a veces también lo hago –dijo ella sonriendo un poco, lo cual hizo que él también sonriera.

Entonces dio unos pasos de vuelta, acercándose al chico. Se quedó en el borde de la puerta, sin llegar a entrar a la sala en la que él estaba. Vio que estaba sentado en un pequeño banco de madera, con las manos esposadas, lo cual la tomó por sorpresa, no sabía por qué estaba así.

– ¿Cuál es tu nombre? –dijo entonces el chico con curiosidad.

– Helena –dijo ella suavemente, volviendo a subir la mirada.

– Helena... –repitió él casi en un susurro– bonito nombre.

Eso hizo que ella se sonrojase levemente, pero intentó ignorarlo.

– ¿Tú cómo te llamas? –dijo entonces la chica.

– Hanno.

– Hanno –repitió ella bromeando, lo cual hizo que el chico se riera.

– ¿Qué haces aquí? –decidió preguntar Helena tras unos segundos.

– Soy gladiador –respondió él.

– Oh... –dijo ella entonces, con algo de lástima– lo siento.

Al escuchar eso último Hanno quedó algo confuso, no se lo esperaba.

– No es tu culpa –fue lo único que se le ocurrió responder.

– Lo sé, pero aún así... Es algo horrible... Todo el mundo que cree que es aceptable... ¡No solo eso! Creen que es algún tipo de entretenimiento, disfrutan con ello... No lo entiendo. Encima mañana empezarán unos juegos en el coliseo... habrá tanta gente herida...

– Bueno, algunos lo consideran un deporte –añadió él.

– Pues a mi no me lo parece...

– Tampoco creo que se pueda hacer mucho al respecto.

– Ya... –dijo ella decepcionada.

– ¿Tú qué haces aquí? –preguntó entonces él.

– Disfrutar de una entretenida reunión de personas encantadoras, honradas y honestas que se preocupan por los demás –dijo con tono sarcástico.

– Sí, tiene sentido –rió él, sabiendo que era ironía.

– A veces me gustaría escapar de aquí y no volver jamás, ir a algún lugar muy lejano, donde nadie me conozca y pueda hacer lo que quiera... –dijo mirando al suelo entristecida.

– Entiendo a lo que te refieres –dijo él.

Ella le miró a los ojos, supo que era sincero, no sabía por qué pero había algo en él que le transmitía seguridad, sentía que podía confiar en él, a pesar de que en realidad ni siquiera le conocía.

– Por cierto, el broche que llevas ahí es muy bonito –dijo de pronto el chico, tomándola por sorpresa. Ella miró su hombro y vio el broche plateado que unía la parte delantera y trasera de su túnica, dejando una pequeña abertura sobre su hombro.

– Gracias... –dijo, impresionada de que se hubiera fijado en algo así– me lo regaló... mi- padre –dijo tras unos segundos pensando en cómo referirse a Acacio, pero pensó que no era necesario complicarlo y podía simplificarlo llamándolo así.

– Pues tiene muy buen gusto, es precioso.

– Gracias –respondió ella sonriendo.

Entonces escuchó a lo lejos que alguien preguntaba por ella, miró rápidamente en la dirección de la que venía el sonido y volvió a sentirse intranquila. De hecho, no se había dado cuenta de lo relajada que había estado hasta que volvió a sentir la tensión. Estar con él la había calmado sin saberlo, había estado tan centrada en la conversación que todas sus preocupaciones se habían esfumado, se había distraído de sus problemas. Intranquila de nuevo, volvió a mirar a Hanno.

– Yo... debo irme ya... si no vendrán a buscarme... lo siento –dijo.

Empezó a caminar, alejándose de él, antes de salir de la sala miró atrás una última vez y vio que el chico le sonreía cálidamente.

– Adiós.

– Adiós –respondió ella, y se fue.

Chapter 3: II

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Hanno se encontraba en su celda, tumbado boca arriba en el banco de piedra, con el anillo de su madre entre sus dedos, mirándolo mientras le daba vueltas. Eso era todo lo que le quedaba de ella, un anillo, nada más. Es lo único que había conseguido conservar después de que el ejército romano masacrara su ciudad y asesinara a su pueblo, incluida su propia madre. Después de esto, los romanos se lo habían llevado como esclavo y lo habían vendido a Macrino, quien lo convirtió en su gladiador. Ahora se encontraba en las mazmorras del coliseo, donde se vería obligado a luchar por su vida en repetidas ocasiones para entretener al pueblo de Roma. 

– ¡Levanta! –demandó una voz, mientras daba golpes en los barrotes de su celda. 

Hanno se incorporó y se colocó el anillo en el dedo, mirando al guardia que le había llamado, Viggo. Éste, le tiró una túnica en los colores de Macrino y unas sandalias. 

– Tú. Prepárate –fue lo único que añadió antes de irse.

Hanno hizo lo que le mandaron y cuando estuvo listo se levantó y se acercó a la puerta. Un guardia le abrió y le acompañó a la salida. 

Le llevaron a una gran mansión, llena de invitados patricios y personas claramente adineradas, Hanno supuso que se trataría de algún tipo de fiesta organizada para los pertenecientes a las clases más altas de Roma. Al llegar, le condujeron a una pequeña sala alejada de todos los demás, donde debía esperar con las manos esposadas hasta que fuera su turno de salir a pelear. Se sentó en un pequeño asiento de madera y apoyó la cabeza en la pared, cerrando los ojos desanimado. 

Después de un largo rato esperando solo, escuchó unos pasos acercarse y supuso que ya venían a por él, por lo que abrió los ojos y miró en la dirección de la que venía el sonido. Para su sorpresa, no fue un guardia quien entró en la estancia, sino una joven mujer, que caminaba algo apresurada. Ni siquiera pareció darse cuenta de que él estaba allí. 

Hanno la observó atentamente durante unos segundos. Llevaba una túnica púrpura de seda, con finos patrones cosidos con hilo de plata. Las mangas eran anchas y fluían por el aire cuando ella movía los brazos. También llevaba algunas cadenas de plata en las muñecas y alrededor del cuello, aunque no le dio tiempo a verle la cara mientras pasaba. Iba muy arreglada, aunque se podía imaginar que todos los presentes en la fiesta lo estarían.

Su cabello era negro, como la noche más oscura, parcialmente recogido en un elegante y elaborado peinado, decorado con algunos adornos hechos con perlas distribuidos por su melena, que resaltaban en su cabello como estrellas en el cielo nocturno. La parte del pelo que estaba suelto presentaba unas bonitas ondas, que bailaban de un lado a otro cuando la chica se movía. 

Por la forma en la que caminaba y su expresión corporal, él pensó que estaba demasiado centrada en sus propios pensamientos, había algo que la inquietaba. Entonces vio cómo se apoyaba en una pared y comenzaba a llorar, dejando escapar un leve sollozo. No sabía qué le ocurría a aquella extraña, pero no pudo evitar sentir algo de lástima por ella. En seguida logró recomponerse y se calmó un poco, entonces fue cuando abrió los ojos y vio que él estaba allí, en cuanto sus miradas se cruzaron, él apartó la vista, no era su intención quedarse mirando, no quería molestarla, pero era muy difícil para él mantener la mirada lejos de ella. La chica estuvo a punto de irse, pero por alguna razón no lo hizo. En cambio, se acercó a él y comenzaron a conversar.

Sin embargo, él no fue capaz de dirigir toda su atención a la conversación. Mientras hablaba con ella, no podía evitar fijarse en su gran belleza. Al mirarla, no lograba pensar en otra cosa que no fuera en lo radiantes que eran sus grandes ojos marrones, enmarcados por unas largas pestañas, en cómo sus delicadas mejillas estaban algo sonrojadas, y en cómo sus labios se movían al hablar, revelando unos brillantes dientes y alguna sonrisa de vez en cuando. Un mechón de pelo se escapaba del recogido y caía por el lado de su delicado rostro en un rizo cerrado. Incluso su suave voz sonaba dulce y agradable, parecía una persona muy considerada y bondadosa. 

Cuando dijo cómo se llamaba… Helena… Le pareció el nombre más hermoso que jamás había escuchado, especialmente al ser pronunciado por la chica, la manera en la que lo había dicho… Inconscientemente lo repitió, casi en un susurro, como un suspiro que había salido de él de manera involuntaria. Ni siquiera se había dado cuenta de que lo había hecho hasta que vio la reacción de la chica. 

Desgraciadamente, al poco tiempo tuvo que irse, así que se despidió de ella. No mucho después llegó el guardia a llevárselo a la sala donde se encontraban todos los invitados. Uno de los emperadores dijo algo y Macrino respondió, pero él ni siquiera los escuchó, nada más poner un pie en la sala sus ojos quedaron fijados en los de Helena, y todo lo demás desapareció por unos instantes. Entonces se fijó en que se encontraba sentada en el mismo sofá que los emperadores. Se preguntó si sería la pareja de alguno de ellos, aunque no estaba muy seguro de eso, porque ambos se encontraban rodeados de varios hombres y mujeres con los que flirteaban, mientras que a ella la ignoraban. ¿Quizá era la sirvienta o criada de los emperadores y por eso les acompañaba? No lo tenía claro, pero en seguida tuvo que dejar de pensar en ello, porque entró en la sala un fornido y musculoso hombre, presentado como el gladiador al que se enfrentaría. 

Por su parte, Helena al verle llegar lo primero que pensó fue que era más alto de lo que había pensado al verlo sentado hace unos instantes. Cuando sus miradas se cruzaron, volvió a sentir ese sutil escalofrío recorrer su cuerpo, como si los cálidos ojos del chico despertasen algo en ella que nunca antes había sentido. Sus pensamientos fueron rápidamente interrumpidos por el Senador Thraex.

– Muy bien, tres asaltos, mano a mano- –comenzó a decir.

– ¡Espadas! Queremos espadas –le cortó Caracalla, sacudiendo la cabeza– ¡Una lucha a muerte!

En ese instante Helena sintió como si su corazón dejase de latir y sus pulmones pararan de proporcionar oxígeno. Miró a su hermano, con una expresión de inquietud en la cara, intentando asimilar si realmente acababa de decir lo que ella había escuchado. Normalmente en ese tipo de fiestas traían a luchadores como entretenimiento pero siempre estaban desarmados y sólo se daban golpes, no como ahora. 

Por una parte, ella no estaba preparada para ver una lucha tan violenta desde tan cerca, ya bastante difícil era hacerlo en el coliseo cuando había batallas de gladiadores, pero tener que presenciarlo a solo unos metros, no creía que fuera capaz de ver algo así. Pero además, no era solo el desagrado general que siempre tenía hacia la lucha, sentía un particular temor por los luchadores. Siempre sentía preocupación y algo de lástima por los obligados a luchar, pero esta vez era diferente, como si no pudiera soportar que le pasara nada a ese desconocido con el que apenas había hablado, en esta ocasión estaba especialmente intranquila. 

Por su parte, el resto de invitados parecían muy emocionados por el cambio anunciado, como si desearan y disfrutaran de ver algo así de cerca; aunque se alejaron un poco para dejar más espacio de lucha. Por otro lado, Thraex miró algo desesperado y sin alegría a Macrino en busca de ayuda al escucharlo, probablemente porque no le agradaba la idea de manchar de sangre su casa con una pelea así, pero Macrino no hizo nada al respecto, aceptando la propuesta del Emperador. Caracalla aplaudió con júbilo, maravillado ante lo que iba a suceder. 

– ¡No se ofrece ni se da clemencia! –dijo– ¡Ahora! ¡Empezad!

Thraex hizo un gesto con la cabeza a uno de sus guardas, quien cogió dos espadas y se las entregó a los que iban a luchar. Los gladiadores se separaron un poco, así que los guardias se acercaron para proteger a los invitados.

– Hermano, no nos matemos por su diversión –dijo entonces Hanno a su contrincante, algo que Helena encontró bastante noble por su parte. Pero el otro le ignoró y tras una larga pausa se colocó frente a Hanno y atacó.

Hanno esquivó la espada y empezaron a combatir, las espadas chocando y los golpes retumbando. Los asistentes a la fiesta se reían algo nerviosos y retrocedían ante cada golpe de las espadas de los luchadores, algunos exclamaban.

El contrincante se volvió hacia Hanno e intentó darle con la espada de nuevo, pero él lo esquivó y le hizo un corte en el brazo. Cuando volvió a intentar atacarle, Hanno le agarró la mano en la que tenía la espada para evitarlo y le dio un golpe con la rodilla en el estómago. Pero entonces la espada de Hanno cayó al suelo, quedando desarmado, algo que angustió un poco a Helena. Sin embargo, esto no fue un gran problema para Hanno, ya que buscó otra cosa con la que atacar, cogió un jarrón de la mesa más cercana y le dio en la cabeza con él. Después comenzó a usar los puños, pero el rival le empujó hasta que chocó contra una gran columna, golpeando su espalda. Sin pretenderlo, Helena frunció el ceño con preocupación.

Los invitados observaban, alejándose de los lugares a los que los luchadores se acercaban mientras peleaban, algunos chillaban y se dispersaban. Hanno dio una patada y el otro gladiador cayó al suelo. Los emperadores miraban atentamente, entretenidos, mientras que Helena estaba a su lado bastante intranquila, aunque intentaba que no se notara demasiado para que nadie se diera cuenta, no podía evitar encogerse un poco cada vez que Hanno recibía un golpe. 

El hombre con el que luchaba volvió a levantarse del suelo e intentó cortar de nuevo a Hanno con su espada, pero él lo volvió a esquivar y le agarró, recibiendo un codazo en la nariz. Siguieron empujándose de un lado a otro, Hanno consiguió tirar la espada del otro al suelo, pero fue entonces cuando el rival levantó a Hanno en el aire y lo tiró contra una mesa, que se derrumbó, cayendo al suelo. Helena cogió aire repentinamente y se llevó la mano a la boca, algunos invitados expresaron su asombro, todos esperaban observantes a ver si el luchador era capaz de recuperarse del golpe. Los emperadores simplemente sonreían, disfrutando del espectáculo sin una mínima muestra de compasión.

Con algo de dificultad Hanno se puso de rodillas e intentó incorporarse, pero recibió una patada que volvió a tirarle al suelo. Helena ni siquiera podía mirar, no podía aguantar todo aquello. Se escucharon manifestaciones de sorpresa por toda la sala, estaban seguros de que Hanno perdería. Sin embargo, el joven había aprovechado su momento en el suelo para coger la espada que se había caído, por lo que en cuanto consiguió ponerse de pie, mientras el otro luchador se acercaba a él para golpearle de nuevo, Hanno le clavó la espada en el abdomen, haciendo que cayera contra una mesa y se quedara en el suelo, perdiendo sangre y sin poder levantarse. 

Varios invitados exclamaron impactados por la lucha, otros se quedaron en silencio, sin saber qué hacer, no estaban acostumbrados a peleas tan sangrientas en este tipo de fiestas. El Senador Thraex estaba visiblemente afligido, además de haber perdido un gladiador y una apuesta, la sala principal de su casa y su mobiliario había sido destrozado y cubierto de sangre. Tras unos segundos de expectación, Caracalla empezó a aplaudir con entusiasmo, sus amigos se unieron a él y al poco tiempo todos los demás hicieron lo mismo. Hanno, con expresión de desagrado, tiró su espada a un lado con desdén. Dos guardias ya estaban sacando el cuerpo del perdedor, mientras los invitados, especialmente las mujeres, estudiaban atentamente al vencedor. Entonces Geta se levantó exaltado.

– ¡Magnífico! –dijo acercándose un poco al gladiador aplaudiendo y luego volviendo hasta donde se encontraban los demás– extraordinario. 

Todos aplaudían y vitoreaban.

– Mala suerte –dijo Geta al acercarse al Senador Thraex– te habrá salido caro. 

Entonces se acercó a Macrino.

– Enhorabuena –añadió el emperador.

– Gracias –respondió el dueño del gladiador. 

– Extraordinario –siguió Geta, ahora dirigiéndose a Hanno, que se encontraba algo aturdido por los golpes– Gladiador. ¿De qué parte del Imperio vienes?

Pero el chico no respondió. Se hizo un silencio incómodo.

– Habla –insistió el Emperador, pero Hanno seguía sin decir nada, solo miraba a los ojos a Geta de manera desafiante, con algo de desdén en la mirada– ¿es que no has oído mi pregunta?

– Es de las colonias, su majestad –intervino entonces Macrino– su lengua materna es lo único que entiende. 

– Las puertas del infierno están abiertas día y noche –dijo de pronto el gladiador, Geta le miró confundido– suave es el descenso, y fácil es el camino –Hanno rió levemente.

El emperador no estaba seguro de si se trataba de un insulto o de una maldición, pero de cualquier forma, no le hacía gracia lo que estaba ocurriendo. Macrino observaba algo impresionado lo que ocurría.

– Pero para volver del infierno y ver los cielos alegres –continuó el chico– en esto la tarea y el trabajo poderoso se encuentra. 

Helena se quedó algo sorprendida al escucharle recitar esa poesía, era inesperado, pero debía admitir que estaba bastante impresionada. Geta se detuvo unos momentos, intentando comprender las intenciones del gladiador, que sonreía satisfecho.

– Virgilio, su majestad –aclaró Macrino, indicando el poeta del que provenía el verso recitado.

– ¡Poesía! –exclamó entonces Caracalla, animado, levantándose tambaleante del sofá por primera vez, sin mucha estabilidad debido a su estado de embriaguez– muy astuto Macrino –rió.

– Gracias –respondió el mencionado.

– Empezaba a aburrirme, pero me has sorprendido –continuó Caracalla, mientras caminaba con algo de dificultad y no en línea recta hacia donde se encontraban los otros.

– Entreteneros es mi único deseo –dijo Macrino, con un tono exageradamente cordial para agradar y adular al emperador. Helena le miró con algo de recelo, no se fiaba de él, había algo en él que le transmitía desconfianza, no le gustaba nada aquel hombre. 

– Estamos entretenidos –indicó Geta, aunque no parecía muy agradado, no apartaba la vista del gladiador, con mirada escéptica– estamos entretenidos –repitió de forma seca, dirigiéndose específicamente a Hanno, con tono frío.

Ante esto, el joven bajó levemente la cabeza, mirando al suelo. 

– Y todos estamos deseando ver a tu poeta actuar en la Arena –terminó Geta, ahora mirando a Macrino. 

– Al igual que yo, sus majestades, gracias –dijo este.

– Sí, sí, debes unirte a nosotros en nuestro palco en los juegos, insistimos –añadió Caracalla.

Al escuchar eso último Helena rodó levemente los ojos y miró a otro lado, desagradada con la idea.

– Una oferta que nunca podría rechazar –respondió Macrino, con el mismo tono adulador de antes– si me disculpan, ahora debo retirarme. Viggo –dijo llamando a su guardia, quién agarró a Hanno bruscamente y lo sacó de la sala. Macrino los siguió, dejando a los demás allí.

El resto de invitados se quedó más tiempo en la fiesta. Sin embargo, los Emperadores estaban lo suficientemente ebrios y se habían ido a diferentes salas con otras personas, así que Helena aprovechó esta oportunidad para por fin volver al palacio, acompañada por Casio.

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Al llegar, se dirigió directamente a su habitación para quitarse todo lo que llevaba encima, soltarse el pelo, desvestirse y prepararse para dormir, con su ropa de cama cómoda. Para ayudarla, Adriana fue también a su habitación. 

– ¿Qué tal ha ido? –preguntó al ver a su amiga llegar.

– Pues al principio fue horrible –dijo Helena, cerrando la puerta de la habitación y sentándose en la silla frente al espejo– todo el mundo haciéndole la pelota a mis hermanos e ignorándome… Vamos, como siempre.

– Ya –respondió la Adriana, comenzando a quitarle los adornos del pelo. 

– Pero luego… –comenzó a decir la princesa, provocando en su amiga una expresión de sorpresa y curiosidad– conocí a alguien interesante.

– ¿Conociste? ¿Le viste por ahí y solo te saludó o cómo fue?

– No, tuve una conversación entera con él.

– ¿Él? –dijo aún más intrigada su amiga.

– Sí.

– ¿Una conversación entera?... ¿Intencionalmente? –añadió Adriana, muy sorprendida porque sabía que su amiga no solía hablar mucho tiempo con nadie que no conociera.

– Sí –rió Helena.

– Wow, me sorprende que encontrases alguien en esa fiesta que no te cayera mal.

– Bueno… técnicamente no era un invitado de la fiesta…

– ¿Qué? ¿Entonces qué hacía allí?

– Bueno… yo cuando le vi no lo sabía… estaba en otra sala apartada del resto y… resulta… que era un gladiador… estaba allí para luchar.

– Oh…

– Sí…

– Eso sí que no me lo esperaba –rió un poco– bueno, es verdad que no te puedo culpar… los gladiadores son… están muy en forma… ya sabes…

– No lo decía por eso, realmente fue muy agradable y simpático –intentó decir Helena.

– Sí, y seguro que también tenía unos pedazo de brazos que-

– Pero yo no me refería a eso –interrumpió su amiga, riendo un poco.

– ¿Pero estaba bueno o no?

– A ver… no puedo decir que no… –dijo entonces Helena, y notó cómo sus mejillas se sonrojaban ligeramente.

– Ya decía yo –dijo Adriana riendo al ver la reacción de su amiga, Helena también se rió.

– Pero de verdad –añadió Helena tras unos segundos– no lo decía por eso, la conversación fue muy fluida, él era encantador y muy amable, y era como… como si transmitiese calma, como si al estar con él todo lo demás dejase de importar y pudiese estar segura de que nada malo ocurriría…

Siguieron hablando durante un tiempo, hasta que estuvo lista para irse a dormir. Ni siquiera fue a la cocina a por algo de comida para cenar, con lo que había tomado en la fiesta era suficiente. Cuando Adriana se fue de la habitación, abrió las sábanas de su cama y se tumbó en ella de lado, colocando la cabeza en la almohada y tomando un cojín en sus brazos, abrazándolo. 

Cerró los ojos e intentó dormir, pero había un pensamiento que rondaba su mente sin cesar. Dió varias vueltas en la cama, intentando encontrar la posición adecuada para finalmente quedarse dormida, pero no lo consiguió. Entonces se colocó boca arriba y abrió los ojos, mirando al techo. No podía olvidar aquellos ojos azules… esa intensa mirada que la observaba… y esa voz… esa profunda pero cálida voz…

No podía dejar de pensar en él, en su conversación apartados de todos, y en la lucha… en cómo había intentado evitar la pelea en un principio, en cómo estuvo cerca de perder pero consiguió salir victorioso, y en la poesía que había recitado… poesía… ¿donde habría aprendido eso?

Pero luego pensó en que probablemente nunca volvería a hablar con él… Era algo imposible. Es verdad que le vería los próximos días en el coliseo, luchando en los juegos, pero incluso si conseguía sobrevivir aquello, cuando acabasen los juegos jamás volvería a verle. Era un gladiador, lo llevarían por las ciudades a luchar, a saber dónde estaría. Tampoco podría estar segura de cuánto aguantaría en los juegos, y desde luego no estaba segura de si ella podría aguantar que algo le pasara…

Chapter 4: III

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Era el primer día de los juegos en el Coliseo. Hanno se encontraba en el Arco Sur, esperando a que empezase su combate, junto a otros cuatro gladiadores. A través de los huecos de la verja podía observar a la gente en las gradas.

Mientras el público terminaba de llegar y ocupar sus asientos, Hanno dirigió su vista al palco principal. Allí vio a los emperadores sentados en sus tronos, con expresión satisfecha y altiva, mirando por encima del hombro a todos los que se encontraban allí, creyéndose mejor que ellos. 

Desplazó la mirada y vio que detrás de ellos se encontraba Macrino, sonriendo por el reconocimiento y honor que implicaba estar allí, no de forma agradecida, sino más bien vanidosa y arrogante, sintiéndose importante, como si fuera especial porque los emperadores le permitieran estar allí. 

Volvió a trasladar la vista hasta ver a una mujer rubia, sentada en un asiento, algo nerviosa, con un par de ramitas de lavanda en la mano, oliéndolas de vez en cuando desesperada por intentar aliviar su tensión. La miró por un largo tiempo, su rostro, su mirada intranquila… 

Entonces vio que a su lado se encontraba Acacio. Según su mirada cayó en él, sus puños se apretaron y su ceño se frunció sin ni siquiera darse cuenta. La rabia comenzó a emerger en él, tensando los músculos involuntariamente y llenando su mente de pensamientos de desprecio y rencor. 

Pero en ese momento sus ojos se desplazaron unos centímetros hasta acabar en el asiento justo de delante del general, era Helena. Al verla, toda la rabia desapareció instantáneamente, su mirada se suavizó y la tensión de sus puños se disipó. No sabía qué era exactamente, pero cuando la veía sentía una calma inusual, ella era como un suave rayo de luz al atardecer que se apoyaba en su piel, le reconfortaba y le transmitía paz. 

Escuchó que alguien empezaba a hablar, pero no se enteró de qué dijo exactamente. Entonces se recordó a sí mismo que debía atender a lo que ocurría, estaba a punto de luchar por su vida y debía estar concentrado. Aunque se perdió las primeras frases, empezó a escuchar lo que decía el maestro de ceremonias, que anunciaba el espectáculo que presenciarían. 

– ¡Ciudadanos de Roma! Estos juegos sagrados se celebran en honor a la victoria de Roma sobre los bárbaros de Numidia –dijo, provocando una expresión de desagrado en la cara de Hanno– y en honor al comandante legionario de Roma… ¡el General Justo Acacio! 

El mencionado se levantó para saludar y el público comenzó a aplaudir y vitorear muy efusivamente, Hanno miró a su alrededor, decepcionado al ver cómo tanta gente celebraba aquello.

– Y con él, Lucilla, la hija del emperador Marco Aurelio –siguió diciendo el Maestro de Ceremonias. 

Ante esto, el público aplaudió y gritó aún más, parecía ser una persona muy querida y apreciada por el pueblo de Roma.

La expresión de Hanno pasó a ser neutra, completamente sin emoción, como si se concentrara en procesar lo que acababa de oir.

Entonces los emperadores se giraron a decir algo a Acacio, él se mostró hesitante, pero tras unos segundos se acercó al balcón y comenzó a dar un discurso. Todo el pueblo escuchaba atentamente y aplaudía sus palabras. Cuando hubo acabado, todos vitoreaban su nombre, los gritos resonando por todo el Coliseo. 

Al acabar, el maestro de ceremonias presentó a los luchadores que pelearían y las puertas se abrieron. En ese momento Helena vio como Hanno entraba a la Arena, le observó atentamente, cada paso que daba, seguido por otros gladiadores que se colocaron a su lado. Entonces, de la otra puerta salió un soldado que iba montado en un rinoceronte. Esto alarmó bastante a Helena, que separó ligeramente la espalda de su asiento, colocándose en el borde del trono y acercándose un poco más al mirador. Sin embargo, Hanno no parecía muy preocupado, enseguida comenzó a dar instrucciones a sus compañeros, como si les dirigiera para organizar una estrategia. 

El rinoceronte empezó a correr hacia a ellos, cada vez más rápido, pero ellos no reaccionaban, se quedaron quietos mientras el animal se acercaba. Cuando estuvo muy cerca, Hanno gritó algo y todos se separaron, evitando ser golpeados. Pero uno de los gladiadores se separó de los demás, retando al soldado que iba en el rinoceronte. Hanno intentó advertirle, pero no le hizo caso. Esto provocó que en apenas unos segundos el gladiador fuera derribado y empujado por el cuerno del rinoceronte, siendo estampado contra una columna y cayendo al suelo mientras sangraba. Helena sacudió un poco la cabeza con el ceño fruncido, desagradada por la escena. 

Poco después, fue Hanno el que quedó apartado de los demás, solo ante la amenaza del animal. Todo quedó pausado por un momento, el rinoceronte quieto a unos metros del gladiador, observándolo. Hanno clavó la espada en el suelo, arrodillándose y tomando algo de arena en sus manos. En seguida se levantó y el rinoceronte empezó a correr hacia él, pero él no se inmutó, se quedó parado donde estaba. El animal cada vez se acercaba más y Helena cada vez se preocupaba más, al ver que el chico no hacía nada al respecto. Sin embargo, cuando el rinoceronte estuvo muy cerca de él, Hanno tiró la arena al aire, causando una nube de polvo que impidió al animal ver dónde estaba exactamente, por lo que siguió recto. Entonces Hanno fue lanzado por los aires, Helena se llevó la mano a la boca alarmada. Por suerte, sus hermanos no vieron esto, ya que se habían levantado de sus asientos emocionados para acercarse más a ver el espectáculo que estaban presenciando.

Pero el chico había conseguido su objetivo, al rinoceronte no le había dado tiempo a parar y se había chocado contra la pared, quedando clavado su cuerno y por lo tanto inmovilizado. Su jinete había caído al suelo, y sin perder ni un segundo se levantó y corrió hacia Hanno. Este también se levantó y comenzaron un combate cuerpo a cuerpo. Hanno había cogido de nuevo su espada y le dió un par de golpes con el mango, pero el otro consiguió quitarle la espada de las manos, le dio una patada en el abdomen y le tiró al suelo. 

Todos los presentes aplaudían y gritaban entretenidos, pero Helena no lo estaba pasando nada bien. Entonces sus hermanos dijeron algo.

– Hermano, es el poeta, ¿no es así? –preguntó Geta.

– No me acuerdo –respondió Caracalla, que volvió a sentarse– esa noche la tengo borrosa.

– Las puertas del infierno están abiertas día y noche –comenzó a recitar Geta, intentando hacerle recordar– suave es el desc- No me acuerdo… suave es el descenso.

– Suave es el descenso, y fácil es el camino –dijo de pronto Lucilla. 

Helena giró la cabeza para mirarla, la mujer se había levantado y miraba a la Arena, su mirada estaba perdida, como si su mente se hubiera ido a otro lugar. Parecía confundida y algo preocupada mientras recitaba aquellos versos. Entonces vio que Macrino también observaba a Lucilla, con expresión de intriga, intentando comprender lo que ocurría.

Poco después Helena volvió a girar la cabeza hacia la pelea y vio que uno de los gladiadores había tirado un escudo a Hanno y él se lo había colocado en el brazo, utilizándolo para golpear a su contrincante. Siguieron luchando un buen rato, pegándose y tirándose al suelo el uno al otro. A Hanno le caía sangre desde la frente por el lado del rostro, el otro también sangraba, pero eso no les paró. Finalmente, el otro gladiador cogió a Hanno por la cadera y le levantó sobre sus hombros, para después dejarle caer al suelo de cabeza. Hanno se quedó inmovil unos segundos, aturdido. Helena ya estaba levantada de su asiento para ese entonces, sus cejas arqueadas con preocupación.

Al dejarle desarmado, su contrincante le apuntó con la espada, abriendo los brazos y mirando hacia el palco de los emperadores, esperando su permiso para matarle. Hanno se colocó de rodillas, listo para afrontar su destino. 

– ¡Piedad! ¡Piedad! ¡Piedad! –gritaba el público.

Geta se giró a mirar a su hermano. 

– Sangre –dijo Caracalla sonriendo.

– Lucilla, ¿mostramos piedad? –preguntó Geta, trasladando su mirada a la nombrada.

Todos se quedaron mirando a Lucilla unos instantes, expectantes. 

– Piedad –dijo ella. 

Ante esto, Geta levantó su mano en el aire, con el puño cerrado. Tras unos segundos, colocó su pulgar hacia arriba, provocando que toda la multitud comenzase a celebrar. Helena soltó un suspiro de alivio, algo más tranquila volvió a dirigir la mirada a la Arena. 

– ¡Sin piedad! –gritó entonces Hanno, aún con una rodilla apoyada en el suelo, sonaba agotado. 

– Tu vida ha sido perdonada por los dioses- –intentó decir Geta, riendo ante la necedad que acababa de escuchar.

– Prefiero enfrentarme a vuestra espada –interrumpió Hanno mientras el emperador hablaba– que aceptar la piedad romana.

Todos los presentes quedaron con una expresión confundida, cruzando miradas, observando a los demás, esperando a ver qué ocurría. Helena no se lo podía creer ¿había dicho realmente lo que acababa de escuchar? ¿Cómo se le ocurría decir algo así? Ya era difícil que sus hermanos concedieran piedad a alguien, pero encima él lo había desaprovechado… y lo que es peor, ¡les había desafiado! Se había enfrentado a ellos, poniendo en duda su poder… eso no iba a acabar bien. 

Entonces el otro gladiador se acercó a él y le intentó dar con la espada, pero Hanno lo esquivó, recogiendo su espada del suelo. Sus espadas chocaron en el aire, pero en el siguiente instante, la espada de Hanno atravesó el abdomen del otro, que empezó a sangrar y cayó de rodillas al suelo. De nuevo, todo el público comenzó a gritar y aplaudir, esperando la decisión de los emperadores.

Geta sacó su puño otra vez, pero esta vez apuntó el pulgar hacia abajo. Al ver esto, Hanno, que tenía una espada en cada mano, les dio una vuelta en el aire y se dirigió hacia el hombre arrodillado. Cuando las hojas de las espadas se acercaron al cuello del hombre, Helena apartó bruscamente la mirada, no era capaz de ver lo que iba a ocurrir. Entonces se escucharon gritos, Helena bajó la mirada al suelo.

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Esa tarde, cuando ya habían vuelto al palacio, Helena estaba en su habitación, dibujando figuras en su pared, que estaba ya casi llena de dibujos pintados por ella misma. Mientras trazaba los detalles de la hoja de una flor, comenzó a pensar en esa mañana… en Hanno.

Aún le sorprendía cómo había sido capaz de enfrentarse a los emperadores, jamás había visto a nadie atreverse a hacer algo así. Debía admitir que estaba algo impresionada, había sido muy valiente… o muy estúpido, probablemente ambas. Por un lado, le parecía noble, cómo había antepuesto sus valores, los tenía muy claros, prefería arriesgar su vida a ser controlado o quedar a merced de aquellos a quienes tanto odiaba. Pero, por otro lado, había sido una muy mala idea, podría haber muerto ahí mismo… Además, ahora definitivamente no lo volvería a ver nunca más, tras esa provocación a los emperadores, ellos probablemente lo enviarían muy lejos, no querrían volver a verlo allí. Sus hermanos jamás dejarían pasar algo así, si es que no le habían mandado ya asesinar en su celda, desde luego no volvería a pisar Roma…

Notes:

Hola! Siento mucho la espera entre capítulos, de verdad que intento darme toda la prisa que puedo, pero últimamente tengo mucho trabajo que hacer y me queda poco tiempo libre. Aún así, siempre que tengo un momento para escribir lo aprovecho, porque amo esta historia y estoy deseando que podáis leer todo lo que tengo planeado. De hecho, quería escribir esta nota para deciros que a partir del capítulo que viene es donde empieza a pasar todo lo interesante. Se que hasta ahora ha sido prácticamente solo lo que ocurre en la película, añadiendo un par de cosas, pero es que necesitaba añadir un poco de contexto e historia previa para ahora pasar realmente a la historia entre Helena y Hanno. De verdad que a partir de aquí todo va a mejorar y se va a poner mucho más interesante. Aquí empieza la parte más mía, toda la parte de interacciones entre Helena y Hanno, no puedo esperar a que podáis leerlo. Probablemente el próximo capítulo será más largo, por lo que tardaré un poco en escribirlo, pero de verdad que merecerá la pena la espera (que intentaré que sea la menor posible).
Por último, quería daros las gracias por leer mi historia y votar, todo esto lo hago por los lectores, así que me alegro de que os guste. Si tenéis cualquier comentario sobre la historia o queréis contarme qué os está pareciendo hasta ahora lo agradecería un montón, leo todos los comentarios y me encanta saber lo que pensáis. Gracias a todos <3 <3 <3

Chapter 5: IV

Chapter Text

Acababa de anochecer, en el exterior no había más que oscuridad, así que no entraba nada de luz por las pequeñas ventanas de la mazmorra del coliseo. La única fuente de iluminación allí eran las antorchas, cuyas llamas se movían levemente, causando reflejos y sombras cambiantes en las paredes. 

Hanno estaba sentado en su celda, intentando ignorar sus pensamientos sobre su madre y hogar, procurando centrarse únicamente en prepararse y buscar posibles estrategias para el combate del día siguiente. En ese momento se escuchó la puerta principal abrirse y cerrar.

– Hola Ravi –dijo una voz, supuso que sería quien acababa de llegar.

– ¡Luna! –escuchó que decía Ravi, el curandero de los gladiadores al que había conocido esa mañana– ¿qué haces aquí? que bien volver a verte.

– Pensé que te vendría bien la ayuda, hoy ha sido un día duro –respondió la otra persona.

– Sí, perfecto, muchas gracias. 

– ¿Quiénes faltan?

– Ya hice este lado izquierdo hasta allí, si quieres sigue por ahí, a partir de la celda 22, y yo hago el otro lado.

– Perfecto.

– Ya sabes donde está todo, si necesitas algo me avisas.

Entonces se escuchó el sonido de unas llaves chocando con otras y unos pasos caminando por la estancia. 

– ¡Luna! –dijo uno de los gladiadores desde su celda.

– ¡Hola Atticus!

– ¡Has vuelto!

– Sí, eso parece –rió la voz misteriosa. 

Al escuchar esa risa Hanno se quedó un momento pensando, le resultó familiar, como si ya la hubiera oído antes, pero no era capaz de situar dónde o cuándo. Los pasos siguieron avanzando. 

Poco después, Hanno vio cómo la sombra de una figura encapuchada empezaba a acercarse por el pasillo, y justo al llegar a la altura de su celda se paró. En la pared opuesta había una antorcha iluminando desde atrás, por lo que no veía bien a la persona, solo su contorno. Además no podía ver su cara porque miraba hacia abajo, observando las llaves que sujetaba en sus manos, cogiendo una e introduciéndola en la cerradura, para luego abrir la puerta y entrar. 

Una vez dentro, dejó a un lado la cesta que llevaba y las llaves, y después colocó las dos manos en su capucha, para apartarla de su cabeza. Al hacerlo, reveló su rostro, que fue iluminado por la tenue luz del fuego, y levantó la vista por primera vez. Entonces sus miradas se encontraron y sus ojos quedaron clavados en el otro unos segundos.

– ¿Helena? –dijo de pronto el chico, rompiendo el silencio.

– ¿Qué haces aquí? –dijo ella genuinamente sorprendida.

– ¿Qué haces aquí? –preguntó él muy confundido.

– Yo- vengo a ayudar a Ravi –ella parecía algo confundida también, intentando procesar la información– espera un momento- ¿qué?

– ¿Por qué pareces sorprendida? Soy un gladiador, ¿donde esperabas que estuviera? –dijo con algo de ironía, riendo un poco.

– Ya- es que… –ella también rió levemente y sacudió la cabeza hacia los lados, sin saber qué decir.

– ¿Seguro que no estás siguiéndome? Puedes admitirlo ya, no hace falta que sigas fingiendo –bromeó el chico.

– ¿Eso crees realmente? –Helena se rió– que egocéntrico, te lo tienes muy creído –dijo bromeando– pero ahora en serio, estoy aquí para ayudar con los heridos.

– ¿Entonces no has venido para verme? –dijo Hanno fingiendo estar dolido para hacerla reír.

– No, lo siento –rió ella– de hecho pensé que ni siquiera estarías aquí, después de lo de esta mañana…

– ¿A qué te refieres?

– A la manera en la que desafiaste a los emperadores. Pensé que te habrían enviado a algún lugar lejos de aquí, si es que seguías vivo.

– Vamos, tampoco fue para tanto.

– Para ellos sí lo fue –dijo ella muy seria, sabía bien de lo que hablaba– además de que fue una estupidez, te habían salvado la vida y decidiste arriesgarte…

– Puede que fuera una mala idea –admitió él– pero no podía aceptar su piedad… no lo entiendes –bajó la vista al suelo.

– Sí lo entiendo –dijo ella con voz suave, provocando que Hanno levantara la mirada de nuevo hacia ella– de hecho me pareció bastante noble y valiente… –ante esto él sonrió ligeramente– Pero eso no quita que fuera muy estúpido –terminó de decir la chica, provocando una pequeña risa en Hanno.

– Está bien, tu ganas, fue algo estúpido –dijo él levantando sus manos un poco.

– Bueno, ahora que ya has entrado en razón, estoy aquí para curarte, no para sermonearte –bromeó– ¿qué heridas tienes? Déjame ver.

Al decir esto Helena, que hasta ahora se había quedado de pie cerca de la puerta, se acercó al chico.

– Tengo este corte en el brazo, pero Ravi lo cosió esta mañana –dijo él, mostrando la herida– También tengo un corte aquí –dijo señalando la zona que se encontraba entre su pectoral y hombro derecho, que estaba tapado por su camiseta.

– ¿Te importa destaparlo? Para ver exactamente cómo es la herida y qué voy a necesitar.

– Claro –respondió él, y procedió a quitarse la camiseta, con algo de dificultad a la hora de estirar el brazo en cuestión. 

Helena intentó poner todo su esfuerzo en no distraerse, pero mientras el chico se movía pudo ver todos los músculos de su abdomen y brazos activarse con el movimiento, se quedó observando un momento, pero en seguida sacudió levemente la cabeza y fijó la vista al frente, intentando ignorar lo que acababa de contemplar. Una vez la herida quedó al descubierto, Helena se acercó un poco más a observarla, estaba unos centímetros más abajo de la clavícula, no era un corte muy profundo.

– Sí, va a haber que coser, pero no mucho, será soportable.

– Está bien.

– ¿Algo más que deba saber?

– Nada, solo rasguños y golpes, nada preocupante.

– Vale, pues te coseré esa y luego limpiaré de nuevo la que te curó Ravi esta mañana, no debería llevarnos mucho tiempo.

– Vale.

Entonces Helena se apartó y se dió la vuelta, volviendo al lugar donde había dejado su cesta. De pie, a solo unos metros de Hanno, abrió la cesta y comenzó a buscar en su interior, removiendo lo que había dentro.

El chico se quedó observándola atentamente, analizando cada movimiento. Al verla no podía evitar pensar en el día que se conocieron, cuando la vio por primera vez y quedó impresionado. Pero ahora estaba distinta… incluso parecía otra persona. Estaba mucho más cómoda, más tranquila, se movía con libertad, como si ya no tuviera ninguna preocupación, a diferencia de aquel primer encuentro. También estaba distinta físicamente, estaba mucho menos arreglada, aunque igual de elegante y hermosa. Llevaba un vestido azul muy sencillo, una fina tela que arropaba su cuerpo, sin refinados encajes ni decoraciones brillantes. Sobre la túnica llevaba una gruesa capa de terciopelo, de color azul muy oscuro, con una capucha que ahora se encontraba en su espalda pero había llevado puesta al llegar. Además, todo su pelo estaba recogido en una bonita trenza que caía por su hombro derecho, llegando casi hasta su abdomen por la longitud del cabello. Tampoco llevaba adornos ni perlas, pero él pensó que esa trenza, que parecía que había sido hecha sin esfuerzo, quedaba impecable a pesar de la sencillez.

Helena sacó varias cosas de la cesta, colocándolas en una pequeña mesa en frente del joven. Entonces desató el lazo de su capa y acto seguido se desprendió de ella, dejándola apoyada en una esquina y quedando su largo vestido al descubierto. Como había una antorcha en la pared al lado de la chica, en su vestido se veían reflejados los destellos oscilantes de las llamas, como si bailasen sobre su cuerpo. 

– Vale –dijo de pronto Helena, sacando a Hanno de su trance– ya está perdón, hace tiempo que no vengo y estaba todo colocado diferente, no suelo tardar tanto.

– No pasa nada.

Una vez más, la chica se acercó a donde Hanno se encontraba.

– ¿Te importa echarte un poco a un lado para dejarme hueco? Es que la otra opción es quedarme de pie, pero sentada estoy más cómoda.

– Claro –dijo él, arrastrándose un poco al borde del pequeño banco de piedra.

– Gracias –dijo la chica sonriente, para después sentarse al lado de Hanno– toma, bebe un poco de esto, no es muy fuerte, pero ayudará un poco con el dolor –dijo ofreciéndole un pequeño bote de cristal, el chico lo cogió y bebió.

Tras esto, Helena cogió un paño mojado en su mano y empezó a dar pequeños toques alrededor de la herida, limpiando la zona. 

– ¿Por qué te han llamado Luna? –preguntó el chico con curiosidad.

– Es una larga historia… –dijo ella sin apartar la mirada de lo que hacía– bueno, como sabes me llamo Helena, pero las personas cercanas a mi me suelen llamar Lena, entonces en algún momento, no recuerdo bien cómo pasó, creo que Ravi entendió que me llamaban Luna y empezó a llamarme de esa manera, o igual lo hizo a propósito… No lo sé muy bien, pero me gustó el apodo, además por el significado, la luna… digamos que me gusta mucho la luna. Y pues al final se quedó así, es el nombre que uso cuando vengo aquí.

Hanno se quedaba hipnotizado cada vez que la escuchaba hablar, su suave voz era dulce y serena, como un soplo de aire fresco o el canto de un pájaro, le calmaba y reconfortaba. 

– Es un buen apodo –dijo el chico.

– Sí –respondió ella.

En seguida terminó de limpiar, así que era momento de pasar a la siguiente parte, coser. Helena cogió todos los materiales que necesitaba.

– Vale, esto sí va a doler bastante, lo siento de antemano.

– No te preocupes, está bien.

Entonces ella introdujo la aguja en la piel del chico por primera vez, empezando a coser el corte. 

– ¿Vienes de Numidia verdad? –empezó a preguntar la chica para intentar distraer a Hanno del dolor.

– Sí –respondió el chico.

– ¿Y cómo es? Yo nunca he salido de Roma.

– Es un lugar precioso, o lo era… hasta que los soldados romanos lo destrozaron –dijo el chico con un poco de pena en su voz, aunque también había algo de ira y amargura.

– Ya, lo siento.

– No es tu culpa.

– Ya… –dijo la chica apenada, se sentía culpable, al fin y al cabo, eran sus hermanos quienes habían ordenado aquello. 

– ¿Y cómo es que ayudas a Ravi con los heridos? ¿Eres curandera? ¿Por eso estás siempre con los emperadores? ¿Por si les pasa algo?

– Bueno… algo así… Aprendí todo lo que sé de algunas mujeres del pueblo, me enseñaron para que pudiera ayudarlas y ahora lo hago con Ravi siempre que puedo. Hay muchos gladiadores, y sobre todo cuando se celebran los juegos suele haber muchos heridos, y él no puede con todos, así que intento ayudar en la medida de lo posible –dijo tratando de ignorar la segunda parte de su pregunta.

– Eso es muy amable por tu parte.

– Bueno, hago lo que puedo.

– ¿Y Ravi te mandó justo a esta celda?

– Sí, me dijo que empezara aquí, no sabía que estarías tú.

– Qué coincidencia.

– Desde luego –rió un poco ella.

La chica seguía muy concentrada en lo que hacía, sin apartar la vista de la herida mientras hablaban. Por su parte, Hanno la contemplaba maravillado, como si fuera la cosa más fascinante que jamás hubiera visto. 

– ¿Y cómo decidís quién cura a quién? –preguntó con curiosidad.

– Ravi siempre hace como un análisis o inspección inicial, para mirar más o menos cómo están todos, quiénes están heridos y quienes no, y cuáles están más graves. Entonces empieza por los que necesitan ayuda más urgentemente y va yendo en orden hasta que llega a los menos graves –empezó a explicar– Y los días que yo vengo, él ya ha ido empezando con los graves y a mi me manda a los que están menos heridos.

– ¿No cree que seas capaz de curar a los graves? –bromeó el chico.

– Oh no, creeme, sabe muy bien que soy capaz, pero no quiere que los demás lo sepan y le quite su trabajo –bromeó ella, subiendo la vista un momento hasta los ojos del chico, que rió un poco ante su comentario, lo que hizo que ella sonriera– no, es simplemente por tiempo –siguió explicando, volviendo a bajar la mirada a la herida– además él tiene mucha más experiencia. Y es el que trabaja aquí realmente, no yo, así que tiene sentido que cuando yo vengo a ayudar me mande a los poco graves, a los que no importa que se desangren un poco esperando o que les quede la cicatriz torcida y fea –bromeó de nuevo. 

– Vaya… yo tenía esperanzas de que mi cicatriz quedase bonita –rió Hanno. 

– Siento destrozar tus ilusiones –respondió la chica– aunque a las chicas que pasean por el coliseo les suele gustar más cuando los gladiadores tienen cicatrices visibles… 

– Bueno, la conclusión que saco yo de esta conversación es que tengo que intentar que no me hieran mucho durante las batallas… para no ser parte de los heridos graves –dijo el chico.

Ella no pudo evitar sonreír ligeramente al oír esto, y notó como sus mejillas se sonrojaban, así que intentó centrarse en la herida y no mirar hacia arriba, para que él no se diera cuenta.

– Igual lo que deberías hacer es intentar que no te hieran mucho pero para no morir –respondió Helena.

– Bueno, esa es otra forma de verlo. 

Eso la hizo reír un poco y mover levemente la cabeza hacia los lados, entonces levantó su mirada hasta que sus ojos alcanzaron los del chico, que ya la miraba. Se quedaron así unos instantes, observando al otro. El brillo de la antorcha iluminaba sus rostros.

– En realidad creo que merece más la pena que te cure Ravi, él usa medicinas más fuertes para el dolor –añadió ella, volviendo a bajar la vista, intentando centrarse en lo que hacía, aunque le costaba bastante con él ahí, podía notar su mirada sobre ella.

– Soporto bien el dolor –respondió Hanno con su profunda voz.

– Ya veo, no te has quejado ni un poco en todo este rato, y esto debe doler bastante.

– Si algo me ha enseñado la vida es que no se puede escapar del dolor, hay que aprender a enfrentarse a él –dijo de pronto.

– Debes tener mucha valentía y fortaleza, yo más bien suelo huir del dolor, normalmente no soy capaz de enfrentarme a mis problemas… –respondió ella en voz baja, algo decepcionada.

– Bueno, a veces también es necesario saber cuándo es mejor retirarse.

– Ya, tú claramente no sabes mucho de eso –bromeó ella haciendo referencia al combate de esa mañana, para intentar quitarle importancia al asunto.

– Ya –rió él un poco.

En ese momento Helena colocó el último punto, terminando de coser la herida. Cortó el hilo sobrante y dejó las cosas a un lado, cogiendo de nuevo el trapo húmedo para limpiar la sangre del pecho de Hanno. 

Estaban muy cerca, sentados al lado del otro, aunque la cabeza de ella estaba algo más abajo, por la diferencia de estatura. Mientras la chica estaba concentrada en lo que hacía, él la miraba fijamente, no podía apartar la vista de ella, y de vez en cuando sonreía un poco, aunque ella no podía verlo. Era tan cuidadosa con todo lo que hacía, tan firme pero a la vez delicada, era muy gentil.

Mientras terminaba de limpiar la herida, Helena sin darse cuenta apoyó la mano libre en el abdomen del chico. En el instante que su piel entró en contacto con la del chico, notó un escalofrío, como una suave corriente eléctrica que se desplazó desde la punta de su dedo hasta el brazo, para luego distribuirse por todo su cuerpo. Intentó ignorarlo, no darle importancia, pero podía notar los músculos de Hanno tensarse levemente bajo su mano, y era difícil pensar en otra cosa. 

Entonces, cómo había terminado de limpiar la herida, levantó la cabeza un poco, sin moverse de donde estaba. Al subir la mirada sus ojos se encontraron con los del chico. Se quedaron un momento así, con la mirada fijada en el otro, sin decir ni hacer nada, sin moverse ni un milímetro. Las llamas se reflejaban en los ojos de ambos, haciéndolos brillar. Helena contemplaba las pupilas de Hanno, estaban muy dilatadas, probablemente por la falta de luz de la estancia, que estaba algo oscura. Pero alrededor de las pupilas todavía se observaba aquel precioso azul, como un cielo despejado o un mar calmado, Helena adoraba ese color, la atrapaba, sin poder apartar la vista de él. 

Por su parte, Hanno recorría con su mirada cada centímetro del rostro de la chica, sus mejillas levemente sonrojadas, sus largas pestañas, los finos mechones ondulados que caían a los lados de su cara, sus oscuras cejas, sus labios… sus rosados y acolchados labios… quizá se había quedado demasiado tiempo mirándolos, así que volvió a subir la vista hasta los ojos de Helena, que miraban hacia arriba para encontrarse con los suyos.

– Esta ya está –dijo de pronto la chica, mirando para otro lado y apoyando el trapo en la cesta, apartándose un poco de Hanno– no tiene mala pinta, no creo que tarde mucho en curarse.

– Genial –dijo el chico, aclarándose la garganta, sacudiendo levemente la cabeza y recuperando un poco la compostura– muchas gracias. 

– Voy a mirar un poco la del brazo y en seguida acabo.

– Vale –respondió él.

Ella se levantó para buscar otras cosas en la cesta. Cuando lo hubo cogido todo volvió a sentarse al lado de Hanno, aunque esta vez no tan cerca. Abrió un recipiente de cristal y mojó una pequeña tela en el contenido. Seguidamente colocó la tela en la herida cosida del brazo, dando suaves toques con ella.

– Te vi esta mañana en el palco de los emperadores –dijo de pronto el chico, intentando sacar algún tema de conversación.

– Yo también te vi –respondió ella.

Ella dejó la tela y cogió un último bote, tomando algo de la crema que había en él en su mano y aplicándola con cuidado sobre la herida del hombro y la del pecho.

– Lo suponía sí, estuve allí abajo un buen rato, y di varias vueltas por los aires, era difícil no ver eso –bromeó él, consiguiendo sacar una risa a la chica.

– Luchaste bien –dijo entonces ella, él sonrió un poco– aunque tuviste suerte con los emperadores, no suelen ser tan benévolos.

– Debe ser que les caí bien –bromeó él.

– Seguro –dijo ella.

– Nadie puede resistirse a mis encantos.

Ella soltó una pequeña risa, moviendo la cabeza hacia los lados.

– Bueno, ya está todo –dijo entonces Helena.

– ¿Ya? –preguntó él.

– Sí –dijo ella levantándose, empezando a recoger y guardar todo de nuevo en la cesta.

– Gracias por todo –dijo él.

– No hay de qué –dijo ella sonriendo.

Cuando hubo recogido todo, cogió su capa, la colocó en su brazo y dio un paso hacia la salida. Abrió la puerta, salió y se colocó en el otro lado, cerrando la puerta. Entonces cogió la llave y la metió en la cerradura.

– Adiós –dijo ella algo triste.

– ¿Cuándo volveré a verte? –dijo entonces él, levantándose y acercándose a los barrotes.

– No lo sé… supongo que los próximos días volveré por aquí, cuando se celebran los juegos hay muchos heridos y Ravi necesita más ayuda –dijo ella.

– Claro, Ravi necesita mucha ayuda… tendrás que venir por él… para ayudarle –respondió el chico, acercándose mucho a los barrotes, colocándose en frente de ella.

– ¿Todo por Ravi verdad? Te preocupas mucho por él –rió un poco ella.

– Exacto –dijo él casi en un susurro, mirándola fijamente a los ojos, estaban muy cerca otra vez, cada uno a un lado de la verja. 

Helena sentía que algo tiraba de ella en su dirección, al escuchar su voz firme y penetrante algo se apoderaba de ella, no podía alejarse de él, cada vez que decía algo, su grave voz recorría todo su cuerpo, erizándole la piel.

– Tengo que irme… –intentó decir ella, pero apenas consiguió que las palabras salieran de ella.

– Está bien… –dijo él sin apartar la mirada de ella. 

– Me voy… –respondió ella, pero seguía sin moverse de allí.

Pasaron unos segundos, los ojos de Helena se dirigieron a los labios del chico de manera involuntaria, fue solo un instante, en seguida volvió a subir la mirada a sus ojos.

– Luna –escuchó de pronto una voz en el pasillo que se acercaba a ellos. 

Eso devolvió a Helena a la realidad, y dio un par de pasos hacia atrás. Entonces Ravi llegó hasta ella.

– Se me había olvidado darte esto –dijo el hombre, estirando la mano para darle un frasco, ella lo cogió– oh, veo que has conocido al nuevo –añadió al ver a Hanno.

– Sí, justo acabo de terminar con él –dijo Helena.

– Genial, bueno, te dejo seguir con tu trabajo, yo también tengo que volver.

– Está bien –respondió ella sonriendo– hasta luego.

– Adiós –dijo el hombre, volviendo por la dirección de la que había venido.

– Adios Hanno –dijo ella, dando un par de pasos más hacia atrás.

– Hasta pronto –respondió él.

Ella se dirigió a la siguiente celda, para ayudar al siguiente herido. Estuvo curando a gladiadores un buen rato, pasando de uno a otro y encargándose de las necesidades de cada uno, ya fuera coser, vendar, limpiar o tratar lo que fuera preciso. 

Cuando hubo terminado con todos y hubo recogido para marcharse, pasó una última vez por la celda de Hanno. Al llegar a ella, se acercó un poco a los barrotes, pero vio que Hanno estaba tumbado y durmiendo en el interior. Al ver esto, Helena sonrió y continuó su camino hacia la salida. Era de esperar, habían pasado varias horas y ya era muy tarde.

Chapter Text

Al día siguiente volvió a tener lugar una lucha en el coliseo y, como siempre, Helena asistió junto a sus hermanos. Por su parte, Hanno debía volver a pelear. Al abrirse la verja, Helena le vio salir, recorriendo con su mirada toda la gran multitud, observando a los presentes sin inmutarse, con una expresión neutra y concentrado. Sin embargo, cuando sus ojos llegaron al palco de los emperadores y se cruzaron con los de la chica, una pequeña sonrisa escapó de sus labios, muy leve, casi imperceptible, pero ella la vió y sonrió un poco de vuelta. 

La batalla transcurrió como normalmente, nada que resaltar, Helena apenas atendió, siempre intentaba no mirar mucho para no tener que ver aquello. 

Cuando llegó la noche, decidió volver a visitar la mazmorra del coliseo, aunque esta vez, a diferencia del día anterior, puede que la única razón no fuera solo ayudar a Ravi… Puede que en esta ocasión hubiese algo más que influyera en la decisión. 

Al llegar, Ravi le indicó algunas celdas en las que podía ayudar, y ella lo hizo. Iba de un prisionero a otro, limpiando heridas, cosiendo cortes, vendando, curando, … 

A algunos de los gladiadores ya les conocía, aunque la mayoría eran nuevos, ya que llevaba bastante tiempo sin ir. Antes conocía a todos, conocía qué cremas servían mejor a cada uno, sus tiempos aproximados de cicatrización y curado, cuáles solían herirse más y cuáles menos, … Pero muchos de ellos ya no estaban allí; aunque los que sí la conocían se alegraban mucho de que hubiera vuelto. 

Entonces, mientras pasaba de una de las celdas a otra pasó por delante de la de Hanno. Al verla, él se acercó a la puerta.

– Hola –dijo el chico, sacando las manos un poco y apoyándose en los barrotes.

– Hola Hanno –respondió ella, parándose un momento antes de seguir su camino. 

– ¿Cuándo es mi turno?

– Ravi me ha dicho que estás bien, hoy casi no te han herido.

– Lo que Ravi no te ha dicho es que la herida que me cosió ayer se ha abierto de nuevo… 

– A ver, enséñamela.

– Tendrás que entrar para poder verlo bien…

– Ja ja –dijo ella seria– en serio, ¿se te ha abierto de verdad?

– Bueno… Puede que no lo haya visto bien… –admitió él– pero aún así, uno de los golpes de esta mañana creo que ha sido más fuerte de lo que creía y si me vendría bien una crema de esas o algo.

– Bien, luego me paso a mirarlo, pero primero déjame acabar con los que sí están heridos de verdad. 

– Auch… eso no está bien, infravalorar y menospreciar el sufrimiento de alguien de esa manera…

– Madre mía –rió ella un poco, empezando a caminar de nuevo– hasta luego.

Él sonrió un poco al ver que había conseguido hacerla reír y volvió a sentarse para esperar hasta que ella volviera. 

Tras un buen rato, escuchó las llaves en la cerradura.

– Helena –dijo al verla– por fin llegas, estaba a punto de desangrarme.

– Seguro –dijo ella sacudiendo la cabeza.

Ella se acercó a él a ver lo que le ocurría. Mientras, Hanno empezó a hablar.

– Volví a verte esta mañana en el coliseo, parece que estás deseando ir a verme pelear.

– Sí, desde luego, para nada es que me obliguen a asistir… Fui solo por tí –dijo ella con ironía.

– ¿Por qué siempre estás en el palco de los emperadores? Parecen unos capullos.

– Lo son –respondió ella– son egocéntricos y desalmados, solo ansían el poder y la gloria… Aunque no son los únicos, la mayoría de las personas en los altos cargos también son así.

– Parece que Roma está en las mejores manos –dijo sarcásticamente el chico.

– Desde luego… –respondió ella– Lo que más me molesta es que ni siquiera se preocupan por el pueblo… solo quieren expandir sus fronteras y añadir territorios, pero ni siquiera son capaces de ocuparse de las personas de Roma. Mientras ellos persiguen la gloria el pueblo sufre, pasan hambre y constantemente se extienden enfermedades de las que la mayoría no se recupera…

– Siento que tengáis que pasar por ello, debe ser duro no poder hacer nada como ciudadanos, que las personas que lideran tu pueblo sean así de horribles.

– Ya… –dijo ella algo decepcionada consigo misma, mirando al suelo– aunque bueno, tú sabes mejor que nadie cómo de horribles son, a tu pueblo lo han tratado mucho peor, siento que todo esto haya ocurrido. 

– Bueno, tampoco hay mucho que se pueda hacer ya –dijo incómodo por el asunto de conversación.

Se quedaron unos segundos en silencio, sin saber qué decir sobre toda esa terrible situación.

– Esta mañana no parecías disfrutar mucho de la pelea, como todo el resto del público –dijo él para cambiar de tema.

– Nunca lo hago, odio ver a gente luchar y sufrir, aún más cuando es para el entretenimiento de otros –dijo sin dejar de atender a lo que hacía.

– Y aún así lo tienes que ver desde la primera fila, lo siento, debe ser muy duro, y encima tienes que estar con esos tipos tan pedantes. No sé cómo los soportas.

– No tengo otra opción…

Él no sabía qué decir, quería intentar animarla pero no sabía nada de ella y su situación, no podía ayudarla.

– ¿Y qué dicen ellos de mi? –preguntó el chico con curiosidad– ¿ya se han hartado o aún quedan un par de días hasta que decidan ejecutarme? 

– Pues no lo tengo muy claro, pero desde luego no es algo improbable… No les caes muy bien que digamos.

– Bueno, ellos a mi tampoco, así que supongo que estamos en paz.

– ¿Sabes qué sí les impresionó? El poema que recitaste ¿dónde lo aprendiste?

– Cuando era pequeño capturaron a un oficial romano y cuando era mi turno de vigilarle, él solía contar historias para pasar el rato –empezó a decir, no sonaba muy convencido– a veces recitaba poesía y esos versos eran unos de sus favoritos.

– Oh, ya veo –dijo ella asintiendo– ¿y qué fue de aquel hombre?

– Nos lo comimos, como hacen los bárbaros –bromeó él.

– Claro, todo el mundo sabe eso –dijo ella moviendo la cabeza hacia los lados y rodando un poco los ojos. Él sonrió levemente.

– Oye, algunos de los otros gladiadores hablan de ti –dijo entonces Hanno.

– Cosas buenas espero.

– Sí, todos los que te conocen coinciden en que eres una gran persona, les caes muy bien.

– Ellos a mi también, aunque muchos de los que conocía ya no están aquí –dijo con algo de tristeza.

– Dicen que hace tiempo solías venir mucho por aquí, pero un día dejaste de hacerlo, es demasiado entrometido si pregunto por qué.

– Tampoco hay mucho que contar… pero no fue una decisión propia. 

– Entiendo –dijo él, sin seguir haciendo preguntas sobre el tema, ya que parecía que Helena no quería hablar de ello– Bueno, me alegro de que hayas decidido volver.

– Yo también, ojalá pudiera ayudar más, pero de momento esto es todo lo que puedo hacer.

– Sabes, mi madre siempre solía decir que la virtud de una persona no está en cuánto poder o conocimiento posee, sino en lo que hace por otras personas –dijo Hanno– y que las elecciones y acciones de alguien demuestran cómo verdaderamente es, no sus palabras. 

– Parece una persona muy sabia. 

– Lo era

– Oh… lo siento mucho.

– Yo también…

– ¿Estabais muy unidos?

– Mucho, era la persona más importante de mi vida…

– Perder a una madre es una de las cosas más duras que hay, de verdad que lo siento.

Él sonrió un poco, sintiéndose validado. Hasta ahora no había hablado de esto con nadie, y se sentía bien poder dejarlo salir.

– ¿Fue en la batalla con los Romanos? –preguntó finalmente Helena, con algo de indecisión en su voz, como si tuviera miedo de saber la respuesta.

– Sí… Fue el general… ella estaba atacando con flechas y él ordenó que la dispararan…

A Helena le dio un vuelco el corazón al escuchar eso, el general… Se refería a Acacio… Su Acacio.

– Así que esto es todo lo que me queda de ella –siguió el chico, mostrando el anillo en su dedo– ya no podré volver a casa… ni siquiera pude enterrarla –su voz se quebró un poco al decir esto último. 

– Lo siento –dijo genuinamente triste Helena, no sabía qué hacer o decir, no había nada que ella pudiera hacer para ayudarle… 

Entonces decidió darle un abrazo, ni siquiera lo pensó antes de hacerlo, simplemente sus brazos rodearon al chico de repente, con suavidad pero firmeza. Él se quedó sorprendido por un momento, paralizado, sin procesar lo que estaba ocurriendo. Hacía tanto tiempo que alguien le abrazaba… No sabía cómo reaccionar. Entonces su cuerpo se destensó un poco y abrazó de vuelta a la chica, cerrando los ojos.

Ese abrazó se sintió tan reconfortante. No iba a cambiar nada, él iba a seguir siendo un esclavo cuyo hogar y familia habían sido destruidos, pero por un instante, por un fugaz momento, se sintió acompañado y apoyado en aquella situación. 

Cuando se separaron, Helena creyó ver algo diferente en su mirada, algo de vulnerabilidad, como si por primera vez la fachada de soldado fuerte y valiente empezase a dejar ver lo que realmente había detrás, alguien que había sufrido y no era tan ajeno a todo como aparentaba. Realmente estaba afectado por lo ocurrido, lo cual era totalmente normal y comprensible, había pasado por un infierno. 

Ambos se quedaron en silencio, sin saber qué decir tras eso. Entonces Helena pensó que como Hanno se había sincerado, estaría bien que ella también le contase algo personal. 

– Se que no cambia nada, pero quería decirte que realmente puedo imaginarme como te sientes hasta cierto punto, porque yo también perdí a mi madre. 

– Oh… No lo sabía, lo siento.

– No suelo hablar mucho de ella. No es comparable la situación, pero pensé que igual te ayudaría a sentirte más comprendido. 

– ¿La querías mucho?

– Muchísimo, aunque tampoco pude pasar mucho tiempo con ella, murió cuando yo era pequeña, ya apenas recuerdo su voz… Los pocos recuerdos que tengo de ella son los mejores momentos de mi vida. 

– ¿Y tu padre? 

– Él no… digamos que nunca quiso una hija, él solo quería hijos varones, así que el simple hecho de que naciera fue una decepción para él. Pero cuando murió mi madre, que era lo único que teníamos en común, la poco relación familiar que teníamos desapareció, ni siquiera me consideraba su hija. Nunca se hizo cargo de mi, vivíamos en la misma casa pero es como si yo no existiera.

– Perdón por preguntar, no pensé que… 

– No importa, él murió hace unos años así que ya da igual. 

– Lo siento, como el otro día dijiste que tu padre te había regalado aquel broche pensé que tendríais una buena relación, si no no lo habría mencionado.

– Oh no, eso no me lo regaló él… 

– Ah, igual te entendí mal, pensaba que habías dicho padre.

– Si, bueno… Quien me lo regalo es como una figura paterna para mi en realidad, lo más cercano que tengo a un padre, pero era más fácil decir eso que explicar a un extraño al que pensaba que no volvería a ver que mi padre real me odiaba y jamás se preocupó por mí así que un soldado desconocido que servía a mi familia y venía a nuestra casa de vez en cuando tuvo más rol en mi vida que mi propio padre…

– Entiendo, era más rápido decir padre.

– Sí –dijo ella– él sí es muy importante para mí, no sé qué habría hecho sin él, siempre que venía a casa intentaba pasar todo el tiempo que podía conmigo, sabía que yo siempre estaba sola así que me hacía compañía.

– Bueno, en eso tenemos algo en común. Mi madre, de la que te he hablado, tampoco es técnicamente mi madre, aunque para mi siempre lo ha sido –dijo Hanno– Mi madre me abandonó cuando era pequeño, me dejó solo en el desierto. Ya casi ni la recuerdo, y a mi padre nunca llegué a conocerlo, ella nunca me dijo quién era ni me habló de él.

– Lo siento mucho.

Se quedaron unos segundos en silencio. Hanno estaba algo confuso, no entendía por qué estaba contándole todo eso a alguien que apenas conocía. Nunca solía abrirse de esa manera con nadie, y jamás hablaba de esas cosas, de hecho, no creía haber mencionado a sus “verdaderos” padres desde que tenía como 12 años. Pero ella le hacía sentirse seguro, como si de veras pudiera confiar en ella; además, sabía que no le juzgaría, hasta ahora no había hecho más que validarlo y hacerle sentirse mejor.

– Bueno, pero mi madre siempre ha sido y siempre será ella –dijo mirando el anillo y girándolo un poco alrededor de su dedo– fue la que me acogió cuando nadie más lo hizo y la que me crió y me cuidó toda mi vida, y eso es lo que importa.

– Exacto, la sangre no es más que una conexión que no se elige… Pero la familia es mucho más que eso, quienes de verdad importan son los que están ahí para ti, no los que te dieron vida –añadió ella, no sabía si al decirlo pensaba en él o si pensaba en su propia situación, en los lazos de sangre que la unían a su padre y sus hermanos, de los que tanto querría liberarse.

Hablaron durante unos minutos más, pero no mucho, porque se había hecho tarde y Helena debía irse. Mientras dejaba las cosas en la salida, llegó Ravi.

– Hola Luna, ¿cómo va todo?

– Hola Ravi –la chica sonrió– bien, ya me apaño mejor con la nueva organización, ya casi se donde está todo –rió. 

– Bien –dijo él– me alegro mucho de que hayas vuelto.

– Yo también.

– Pero no hablo solo de la ayuda, que la agradezco un montón, pareces mucho más feliz últimamente. Desde que tu padre murió y dejaste de venir aquí estabas mucho más… apagada. 

– Bueno, poder volver a salir está bastante bien, en vez de pasar todos los días sola encerrada en mi casa como mis hermanos pretenden que haga.

– Ya… Lo siento.

– Al menos ahora están demasiado ocupados con sus conquistas y ansias de poder como para enterarse si me escapo de vez en cuando.

– ¿Y qué tal con los nuevos chicos?  –preguntó Ravi.

– Bien, son todos muy majos

– Sí, la mayoría lo son, aunque hay algunos que son un poco agresivos, aunque de esos me suelo encargar yo.

– Bueno, es normal, yo no estaría del mejor humor tampoco si tuviera que estar aquí.

– Ya, tiene sentido –le dio la razón Ravi– ¿acabas de salir de la celda del nuevo de Numidia no?

– Sí –respondió ella.

– Parece un buen chico, pero es algo distante, no habla mucho… Solo le he escuchado decir monosílabos –rió– y es bastante serio, creo que solo he visto una única expresión en su cara desde que llegó aquí.

– Oh… a mí sí me pareció bastante simpático.

Helena no entendía a qué se refería, Hanno se solía mostrar animado con ella, e incluso hacía bromas, no sabía por qué decía que era serio.

– Bueno, tampoco he pasado mucho tiempo con él, igual solo necesita acostumbrarse un poco a esto –dijo Ravi.

– Puede ser.

– Bueno, no te entretengo más que ya es muy tarde, nos vemos.

– Adiós Ravi.

– Adiós.

Chapter 7: VI

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La siguiente noche, Helena volvió a visitar a los gladiadores. Cuando fue el turno de Hanno, entró en su celda. Esta vez, tenía un corte bastante profundo en la parte baja y lateral del abdomen. Como siempre hacía, Helena se sentó al lado del chico en el banco para poder trabajar más cómodamente. Sin embargo, en esta ocasión no se quitó la larga capa que llevaba, lo cual extrañó a Hanno, pero decidió no mencionarlo.

– Me ha dicho antes Ravi que los bollos que había esta mañana para desayunar los trajiste tú –dijo Hanno.

– Ah, sí –dijo ella sin darle importancia– es que anoche no podía dormir así que me puse a preparar algo en la cocina para distraerme, y como hice mucha cantidad decidí traerlo aquí pronto esta mañana.

– Ya decía yo que me sorprendía mucho que los que preparan la comida aquí de pronto hayan cambiado tanto de receta –bromeó él.

– Sí, me han dicho que la comida aquí no suele ser especialmente buena.

– Es horrible, no hay otra manera de decirlo –rió el.

Ella sonrió un poco, pero parecía algo distante, no como otros días.

– Bueno, a lo que intentaba llegar con esto es que tus pasteles estaban muy buenos, muchas gracias por traerlos.

– No es nada, me alegro de que te hayan gustado.

– ¿A quién no le gustarían? Estaban deliciosos.

– Gracias –sonrió ligeramente de nuevo mientras miraba al suelo, pero era una sonrisa algo apagada. 

– Oye, ¿estás bien? –dijo entonces Hanno, mientras su mano se dirigía al brazo de la chica.

En el instante en el que sus dedos la tocaron, ella apartó bruscamente el brazo, reaccionó muy rápidamente, alejándose un poco de él, parecía algo nerviosa, incluso podía parecer un poco asustada, pero él no entendía por qué.

– Perdón –dijo el chico– no era mi intención incomodarte, yo solo-.

– No, yo lo siento –le cortó ella– yo no… ehm… no me lo esperaba y no… da igual, está bien, a ver qué puedo hacer con esa herida –dijo ella cambiando de tema y empezando a coser el corte. 

Los siguientes minutos ambos se quedaron en silenció, sin decir nada ni interactuar de ningún modo. Hanno se limitó a estar sentado mientras ella se encargaba de curar su herida.

– ¿No tienes calor con la capa puesta? –preguntó Hanno tras un rato, buscando una manera de acabar con aquel silencio– parece gruesa.

– Estoy bien –dijo ella. Él solo asintió un poco y volvió a quedarse en silencio.

La verdad es que sí tenía calor, esa noche era especialmente cálida en comparación con las anteriores, y el fuego de la antorcha a su lado tampoco ayudaba con eso. 

Tras un tiempo, Helena acabó de cerrar el corte y limpiarlo.

– Ya está todo –dijo.

– Gracias –respondió él.

Mientras ella recogía las cosas y volvía a guardarlas en la cesta, de pie al lado de Hanno, levantó la cabeza y le miró.

– Lo siento –dijo Helena– no se que me pasa hoy… no pretendía ignorarte así, no ha estado bien –sacudió un poco la cabeza hacia los lados.

– No importa, tranquila.

– Sí importa, he estado muy distante contigo y tú no me has hecho nada… no era mi intención, perdón.

– De verdad que está bien, no te preocupes –intentó reconfortarle él.

Entonces acabó de guardar las cosas, lista para marcharse, pero no lo hizo, solo le miró.

– Es solo que no he dormido bien, te prometo que mañana seré más agradable.

– Helena no me debes nada, ni siquiera una explicación, está todo bien, no has hecho nada malo.

Ella sonrió un poco.

– ¿Entonces te gustaron los bollos? –preguntó.

– Mucho –dijo él.

– Me alegro.

– Fue muy amable por tu parte traerlos, todos lo agradecimos mucho. 

– Qué iba a hacer yo con tantos pasteles si no –rió.

– Eso es verdad –sonrió él.

Entonces Helena se apartó un poco la capa para agarrar la cesta, dejando al descubierto su brazo, y en él un gran moretón, casi ocupando la totalidad del brazo. Al verlo, la expresión de Hanno pasó a una de preocupación.

– ¿Qué te ha pasado? –dijo, poniéndose de pie instintivamente, casi sin pensarlo. Pero al ir a acercarse a ella decidió dejar algo de distancia.

– ¿Qué? –dijo ella confundida, sin entender a qué se refería.

– Tu brazo –dijo él señalando.

– Oh… mierda –susurró mientras se cubría de nuevo con la capa– no… no es nada –dijo mirando hacia la puerta.

– No parece que no sea nada.

– Es solo que… –pensó un poco– yo… ¡Me caí! Sí, eso es lo que pasó –dijo ella.

No parecía nada convencida de su respuesta, pero él no quería insistir y molestarla.

– ¿Pero estás bien? –preguntó el chico.

– Sí sí, perfectamente, de verdad, es solo que me tropecé y me di un golpe anoche pero ya estoy bien. 

– Vale… –dijo él, no del todo satisfecho con su explicación.

– Bueno, nos vemos mañana –dijo ella, llegando hasta la puerta y abriéndola.

– Hasta mañana –respondió él, volviendo a sentarse mientras veía como ella se iba.

Cuando se hubo alejado de la celda de Hanno, Helena se giró a mirar el moretón de su brazo, recordando cómo la noche anterior uno de sus hermanos la había visto llegar tarde a casa y se había enfadado, empujándola y haciendo que perdiera el equilibrio y cayese contra una mesa de piedra que había en la entrada.

Chapter 8: VII

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Así siguieron varios días, observándose desde la distancia por las mañanas en el coliseo y por las noches ella le visitaba en las mazmorras. 

Hablaban de muchas cosas, se sinceraban, se reían, se ayudaban, … Helena nunca antes había sentido que conectaba tanto con otra persona, tenían muchas cosas en común y una forma muy similar de ver el mundo, se comprendían bien. 

Sin embargo, ella aún no le había dicho que era la princesa. Le había hablado de su familia, pero siempre omitiendo el dato de quiénes eran realmente, evitando mencionar qué puesto tenían. Se sentía mal, no le gustaba ocultarle esa información, sobre todo cuando él había confiado en ella para contarle muchas cosas, pero pensó que sería lo mejor. O quizá solo tenía miedo, miedo de que al enterarse él la odiara por pertenecer a la familia real y decidiera dejar de hablarla para siempre. Eso no podía ocurrir, no soportaría perder a quien en tan poco tiempo se había convertido en alguien tan importante para ella, visitarle era el mejor momento de su día, cuando todo lo demás dejaba de importar y sus sentimientos de tristeza y soledad desaparecían. Él odiaba a sus hermanos y todo lo que ellos representaban, y aborrecía a todos los miembros de la alta sociedad de Roma, así que no podía dejar que descubriese que ella pertenecía a aquel mundo, a pesar de que en realidad ella lo odiaba tanto como él. 

Esa noche en especial sintió la necesidad de contarle la verdad, pero nunca encontraba el momento adecuado o la mejor manera de mencionarlo, así que como los demás días, no llegó a decírselo. 

– Bueno, esta herida ya está –dijo levantándose del banco– pero el corte de la pierna hay que seguir revisándolo mañana a ver si mejora. 

– Tampoco tiene muy mala pinta –dijo él.

– No, como mucho habrá que amputar la pierna, pero tampoco te hace tanta falta ¿no? –bromeó ella.

– Ja ja, qué graciosa.

– Gracias, tú también eres algo gracioso –rió ella.

– ¿Solo algo? –preguntó él ofendido.

– Yo no hago las reglas, pero sin duda te gano en ser graciosa. 

– Si tú lo dices… –rió.

Entonces ella terminó de guardar todo y tomó la cesta en su mano, preparada para irse, pero él se levantó del banco y la miró.

– ¿Estás bien? ¿Necesitas algo? –dijo ella un poco confundida.

– Estoy bien, es solo… Sé que vienes aquí para ayudar a Ravi, pero quería darte las gracias… No solo por siempre ayudarme con las heridas y eso… también por todo lo demás, por hacerme compañía y siempre ser tan amable. La verdad es que después de pasar todo el día solo y peleando, verte siempre me alegra, mejora mi día y hace que todo lo demás sea un poco menos horrible… –dijo algo tímido y casi nervioso, mirándose las manos mientras movía un poco los dedos. 

Ella sonrió al escucharle, le dio mucha ternura verle así de tímido,ya que jamás le había visto de esa manera. Entonces dio un paso para acercarse al chico y le dio un suave y corto beso en la mejilla.

– También mejora mi día –añadió ella. 

Él la miró a los ojos y también sonrió.

– Bueno, es muy tarde… –dijo ella tras unos segundos– deberías descansar.

– Sí –dijo él, finalmente apartando la vista de ella y volviendo a acercarse al banco. Ella se dirigió a la puerta y la abrió.

– Buenas noches.

– Buenas noches.

Mientras caminaba de vuelta a su casa, Helena pensaba en lo que Hanno le había dicho, por lo que iba algo distraída. Entonces fue cuando se cruzó con un hombre que paró al verla.

– ¿Qué haces aquí? –preguntó él.

Ella levantó la vista del suelo y dejó a un lado sus pensamientos, y entonces vio de quién se trataba.

– Acacio –dijo sorprendida.

– Es muy tarde Lena, ¿qué haces aquí fuera? Es peligroso –dijo preocupado.

– No pasa nada, voy con Casio –dijo ella señalando a su guardia, quien saludó a Acacio.

– Aún así, no deberías estar aquí a estas horas.

– Solo estaba ayudando en las mazmorras del coliseo, hoy hubo muchos heridos y Ravi no puede con todo él solo, tenía que ayudar –explicó ella.

– Es verdad –confirmó Casio– venimos de allí.

– Tienes un corazón noble Helena, pero no puedes anteponer el bienestar de los demás al tuyo y tu seguridad, por favor, no vuelvas a salir tan tarde –dijo Acacio.

– Lo siento, pero es el único momento del día en el que mis hermanos no controlan dónde estoy… solo quería… darme un respiro, alejarme de todo aquello y hacer algo que realmente sirva para algo y ayude a las personas.

– Lo sé… –dijo él algo apenado, abrazando a Helena– pero tienes que entender que es peligroso y no me gusta que te arriesgues así, podría pasarte algo.

– Ya lo sé –respondió ella– pero Casio siempre me acompaña, sabes que él no dejaría que me pase nada.

– Así es –dijo el mencionado.

– Aún así, prométeme que tendrás mucho cuidado e intenta los próximos días volver un poco más temprano.

– De acuerdo…

– Y mejor si pueden acompañarte dos guardias en vez de uno cuando salgas por la noche.

– Está bien –dijo ella.

– Volvamos al palacio, os acompaño.

Cuando llegaron a las puertas del palacio, Helena se despidió y entró, mientras que Acacio se quedó fuera hablando con Casio. 

– Lleva varios días yendo a ayudar a Ravi, más de una semana, desde que empezaron los juegos –explicó– yo me quedo siempre fuera de la celda pero estoy atento de lo que ocurre por si tengo que intervenir, nunca ocurre nada, los gladiadores siempre se comportan muy bien con ella, les cae muy bien a todos.

– ¿Crees que estará bien?

– No solo eso, creo que le viene muy bien ir a ella también, la veo más feliz desde que va allí, puede alejarse de su vida aquí y despejarse un poco.

– Ya…

– Además se ha hecho muy amiga de algunos de los chicos, sobre todo de uno de los nuevos, no recuerdo su nombre.

– Bueno, mientras ella esté bien… Eso es lo único que me importa.

– Yo me aseguraré de que no le pase nada señor.

– Gracias.

Chapter 9: VIII

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La mañana siguiente tuvo lugar una pelea más reñida que las anteriores, por lo que a Hanno le habían herido bastante, pero logró quedar el último con vida. Por desgracia, ahora era decisión de los emperadores decidir si eso continuaba siendo así o no.

Geta se levantó y se acercó al borde del balcón, sacando su puño al aire. Helena no pudo evitar preocuparse enormemente, temiendo por Hanno. Intentó disimular lo que sentía, pero no pudo evitar que el general sentado a su izquierda notara su inquietud, lo cual llamó su atención. Acacio sabía que Helena odiaba las luchas y ese tipo de acontecimientos, pero ella siempre mantenía muy bien la compostura en los eventos a los que asistía, algo que ahora mismo le estaba costando bastante…

Cuando su hermano levantó el pulgar hacia arriba, Helena sintió un alivio inmediato, lo cual fue visible por cómo había cambiado toda su postura y respiración. Acacio la miraba curioso, y también se fijó en cómo ella no apartaba su mirada de la arena y de aquel que en ella se encontraba.

Entonces se acercó a Casio, que estaba detrás de todos, de pie al lado de la pared.

– Oye, ¿es ese gladiador al que te referías anoche? –preguntó Acacio.

– Sí, sigo sin recordar su nombre, pero Helena siempre pasa mucho tiempo en su celda cuando va a ayudar, suelen quedarse hablando juntos.

– Entiendo –dijo pensativo.

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Esa noche, Acacio se encontraba en la mansión de Lucilla.

– Querida –dijo él– tengo algo que contarte…

– Dime –respondió ella.

– Creo que a Helena le gusta Hanno.

– ¿Qué?

– Sí, no se como no me di cuenta antes, cuando vamos a ver los juegos en el coliseo nunca le quita ojo, nunca antes había prestado tanta atención a las peleas, y es solo en las que él participa.

– Acacio, eso no significa nada.

– También me ha dicho su guardia que por la noche va a ayudar al enfermero de los gladiadores y siempre se queda un buen rato hablando con él…

Lucilla se quedó en silencio un momento, pensativa.

– Creo que deberíamos contárselo –añadió Acacio.

– ¿Contarle el qué?

– Quién es él en realidad…

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Mientras tanto, en el coliseo, Helena se encontraba en la celda del último gladiador al que tenía que curar esa noche. De Hanno ya se había hecho cargo Ravi, porque ese día sus heridas eran más graves, por lo que ella no le vería hoy. 

En realidad Helena lo prefería así, ya que en ese momento tenía la marca de un golpe en el pómulo y un corte en el labio, que al ser en la cara era más difícil de disimular que el golpe del brazo de la última vez, por lo que no sabría qué decirle a Hanno si preguntaba. 

– Helena, es muy tarde –escuchó que decía Casio en el pasillo. 

– Sí, debemos irnos ya –dijo el nuevo guardia, que estaba allí por petición de Acacio. 

– Ya casi acabo –dijo ella. 

Unos minutos después salió de la celda, pero mientras caminaba hacia la salida escuchó su nombre.

– Helena.

– Hola Hanno –Helena se paró, pero intentó no girar mucho su cabeza– ¿cómo estás? ¿Qué tal te encuentras después de lo de esta mañana?

– Ya estoy mejor.

– Me alegro.

– ¿Tú cómo estás?

– Bien –dijo ella– pero tengo que irme ya…

– Oh vamos… Es más pronto que otros días.

– Lo sé, pero aún así…

– Bueno pues solo un minuto más, tengo algo que decirte, no tardaré mucho –dijo Hanno.

Helena miró a Casio, buscando aprobación. Él asintió con la cabeza, así que ella se acercó un poco a la verja.

– Quería decirte que- –empezó Hanno, pero dejó de hablar. Al acercarse Helena, pudo ver la herida de su labio– ¿qué te ha pasado ahí?

– No es nada –dijo ella, aún girando un poco la cabeza para que no viera el resto.

– Helena mírame por favor.

Entonces ella se rindió y giró al completo la cabeza, por lo que Hanno pudo ver mejor el corte del labio, que parecía que había sangrado bastante, aunque ya había cicatrizado. Pero no era solo eso, sino también un golpe en el pómulo y el consiguiente moretón que se extendía un poco por el lado izquierdo de su cara.

– ¡Helena! –dijo preocupado, acercándose todo lo que pudo a la verja para estar más cerca de ella– ¿qué te ha pasado?

– Estoy bien, de verdad, solo me di un golpe –intentó decir ella.

– ¿Cómo?

– Yo… me caí –mintió.

– ¿Y te diste en la cara?

– Sí… soy muy torpe.

– Nadie es tan torpe –dijo él sin creer nada de lo que decía– ¿por qué no me quieres contar lo que ha pasado?

– No es que no quiera contártelo, es simplemente que no tiene importancia, es un golpe y ya está.

– Vale, perdón por insistir… no pretendía molestarte –se disculpó él girándose para volver a su asiento.

– No, espera –le paró Helena, acercándose aún más a la verja– no has hecho nada mal, solo preguntaste.

Él volvió a girarse hacia ella y se acercó más, con la mirada fijada en la herida del labio. Entonces pasó una mano por los huecos de la verja de la celda y la acercó a su cara, pasando su dedo pulgar por el labio de la chica, con mucha suavidad un poco debajo de donde se encontraba el corte, casi como una caricia.

– ¿Seguro que estás bien? –dijo entonces, subiendo la vista hasta los ojos de la chica.

– Sí, no te preocupes, estoy acostumbrada –dijo ella sin pensarlo, arrepintiéndose inmediatamente.

– ¿Acostumbrada? ¿Qué quieres decir? –preguntó él confundido.

– Nada- yo me refería… –intentó buscar una excusa, pero no se le ocurrió nada, así que simplemente soltó un suspiro y se lo contó– fue mi hermano… a veces él, cuando se enfada… bueno.

– ¡Qué! –dijo con un tono sorprendido y preocupado, pero también algo indignado y enfadado.

– No importa, no suele ser nada grave, es sólo… da igual –dijo ella levantando y bajando los hombros una vez.

– Sí importa, no puede hacer eso, ¡no está bien! –entonces pensó un momento– ¿y aquella vez que tenías aquel golpe en el brazo?

Ella no dijo nada, lo cual fue respuesta suficiente.

– Helena, tenemos que volver ya –insistió Casio, que se había quedado a algo de distancia de ellos pero ahora se estaba acercando un poco.

– Sí, ya voy Casio, solo un segundo –dijo ella mirando a su guardia, después volvió a girar la cabeza hacia Hanno– suerte mañana, ten mucho cuidado por favor.

– Espera pero- –intentó decir él.

– De verdad que tengo que irme… lo siento –explicó ella.

– De acuerdo… ya hablaremos mañana.

– Sí.

– Adiós.

– Adiós –respondió ella, pero se quedó quieta unos segundos mirando a Hanno.

– Ya es muy tarde, vamonos princesa –dijo entonces el nuevo guardia que les acompañaba.

Ella simplemente se giró y empezó a caminar hacia ellos, sin siquiera darse cuenta de la palabra que acababa de utilizar el guardia. Sin embargo, Hanno sí la escuchó.

– ¿Princesa? –susurró confundido, pero ya no había nadie allí para escucharle.

Al principio pensó que quizá era un apodo, un mote cariñoso de algún tipo, pero no pensó que un guardia utilizase esa palabra, son muy formales como para hacerlo, siempre se limitaban a llamarla Helena. Pero entonces todo cobró sentido de forma súbita, sus 2 hermanos, a los que no soportaba y no la dejaban hacer nada, que la obligaban a asistir a eventos… Su padre, que había muerto justo hace unos años, como el último Emperador… Su ropa y la forma en la que se comportaba, que parecían corresponder con alguien de clase alta… El hecho de que siempre fuera acompañada de guardias a todos lados… Y que siempre estuviera en el coliseo en el palco real, con los Emperadores…

No podía creerlo, ¿cómo era posible? 

¿¡Y por qué nunca se lo había dicho!?

Chapter Text

Helena despertó, apenas había dormido esa noche, se sentía muy cansada, como si su cuerpo pesara tanto que se hundía en la cama y le impedía levantarse.

Tras unos minutos se puso de pie, corrió las cortinas y abrió la ventana de su habitación, dejando que el aire fresco entrase. Cerró los ojos y dio un par de respiraciones profundas, sintiendo como el aire llenaba sus pulmones. 

Entonces decidió bajar al comedor a desayunar algo. Mientras bajaba las escaleras comenzó a escuchar unas voces hablando a lo lejos, pero no le dio importancia. Al llegar a la puerta de la sala y abrirla observó que en su interior estaban reunidos sus hermanos con algunos hombres. 

– Mierda –pensó ella.

Rápidamente cerró la puerta y se fue sin mirar atrás. No lo había recordado, ayer sus hermanos le dijeron que estarían allí. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Probablemente había causado una mala impresión delante de todos, por no hablar de que sus hermanos no estarían nada contentos… 

Entonces se fue a la cocina, decidió que cogería la comida directamente de allí. Al menos en aquel lugar sabía que no molestaría a nadie, sus hermanos jamás entraban. Cuando llegó, se acercó al cajón donde guardaban la fruta y cogió un par de piezas, después intentó alcanzar un jarrón que se encontraba en la balda de arriba. No llegaba bien por su estatura, pero insistió y siguió intentando cogerlo. Sin embargo, lo único que consiguió fue que el jarrón cayese a sus pies, rompiéndose y lanzando trozos de cerámica por todo el suelo de la habitación.

Acababa de empezar el día y ya había metido la pata dos veces. Debía admitir que cuando tenía sueño no pensaba de forma clara, eso podía haber influido. Mientras recogía los pedazos del jarrón esparcidos por diferentes rincones, entró alguien.

– Lena, ¿qué haces aquí?, te estaba buscando –dijo Adriana, su ayudante.

– Quería algo de comer y he destrozado el jarrón favorito de Diana –dijo con tono triste y culpable.

– Oh vamos, no te preocupes, no es para tanto, seguro que Diana comprenderá que fue un accidente –la intentó reconfortar su amiga.

– Soy un desastre Adri.

– No exageres Lena, ni que hubieras incendiado el palacio, es solo un jarrón. 

Entonces Adriana se colocó en el suelo como ella y empezó a ayudarla a recoger, mientras hablaban de sus cosas. Cuando hubieron terminado, entró Diana, la cocinera.

– Princesa Helena –dijo– han llegado Acacio y Lucilla, quieren verla.

– Oh Diana –dijo entonces la chica con tristeza– he roto su jarrón, lo siento muchísimo, fue un accidente.

– No se preocupe querida, a mi también se me caen las cosas constantemente –la tranquilizó Diana– ahora váyase, la están esperando.

Helena miró a su amiga.

– Vete –dijo ella– esto ya está terminado, solo queda tirarlo.

Entonces Helena asintió con la cabeza y sonrió un poco.

– Gracias a las dos –dijo antes de irse. 

Subió las escaleras y se dirigió a la entrada del Palacio, donde siempre esperaban las visitas.

– ¡Acacio! –dijo Helena al llegar, acercándose a abrazarle.

– Hola Helena –sonrió él.

– Buenos días Lucilla –dijo entonces mirando a la mujer y sonriendo amablemente. 

Había conocido a Lucilla hace un par de años, cuando se la presentó Acacio, pero tampoco habían pasado mucho tiempo juntas. A pesar de no conocerla muy bien, siempre le había parecido una mujer muy simpática, cordial y agradable, y se llevaba bien con ella. 

– Buenos días –sonrió de vuelta Lucilla.

– ¿Están tus hermanos? –preguntó entonces Acacio algo más serio.

– Sí, pero están reunidos, no creo que puedan atenderte hasta dentro de un rato –respondió Helena.

– No es necesario, solo quería saber si se habían ido. 

– Venimos a hablar contigo –añadió Lucilla.

– Genial –sonrió la chica.

– Pero vayamos a otro lugar –siguió Acacio– donde podamos hablar en privado.

– Claro –contestó Helena.

Se alejaron de la zona principal del palacio, subieron unas escaleras, y entraron en una sala vacía. Al entrar, Acacio cerró la puerta. 

– Cuanto secretismo –bromeó Helena– ¿qué es tan importante que nadie más puede oír?

– ¿Te acuerdas de que alguna vez te he hablado de mi hijo? –preguntó Lucilla.

– Sí, algo recuerdo, tenía un nombre similar al tuyo, Luci… 

– Lucio –dijo ella.

Helena asintió.

– Escuche que desapareció cuando era pequeño, lo siento mucho –continuó la chica. 

– Justo de eso queríamos hablar –dijo Lucilla.

– Oh…

– En realidad… es decir… Eso es lo que dije entonces… Vas a pensar que es una tontería pero creo… –a Lucilla le costaba encontrar la mejor manera de decirlo.

Acacio vió lo que ocurría y le dió la mano, acariciando suavemente el dorso con su pulgar para mostrar su apoyo y ayudarla a calmarse.

– Cuando murió mi hermano –Lucilla empezó a hablar de nuevo– Commodo, pensé que vendrían a por nosotros, y lo hicieron, comenzó una lucha por el poder, por ver quién sería el próximo Emperador, querían deshacerse de cualquiera que pudiera ser una amenaza, y temí por la vida de mi hijo… –hizo una pequeña pausa– Entonces pensé que la única manera de protegerlo sería alejándolo de allí, llevándolo lo más lejos posible, pero no funcionaría si yo escapaba con él, tenía que quedarme aquí y hacerles creer que le había perdido.

– Pero… ¿entonces nunca volviste a saber de él?

– No.

– Lo siento, debió de ser muy difícil.

– Lo fue, pero era lo mejor para él, debía hacerlo.

– Lo entiendo, no tuviste elección.

– Pero resulta que… Creo –empezó a decir Lucilla– creo que le he vuelto a ver.

– ¿A Lucio?

– Sí.

– ¿Cuándo le has visto? ¿Dónde?

– En el coliseo… resulta que le han capturado y ahora es un gladiador.

– ¡¿Uno de los gladiadores es tu hijo?! –dijo la chica sorprendida y empezó a pensar en todos los luchadores que había conocido últimamente, intentando descifrar quién de ellos sería.

– Así es. Se hace llamar Hanno.

En ese momento Helena se quedó parada, demasiado impactada como para responder. Claro, ahora todo encajaba, Hanno le había dicho que su madre le abandonó en el desierto… ¡Fue Lucilla! Para evitar que le pasara algo malo, porque era el heredero ¡Hanno era el verdadero heredero y príncipe de Roma!

– Se que parece una tontería y que no hay pruebas suficientes, pensarás que estoy loca… –dijo Lucilla– pero se que es él, estoy segura.

– Sí tiene sentido… él me habló de su madre, de que le dejó en el desierto.

– ¿Te ha hablado de mí?

– Bueno, no se si recuerda que eras tú, pero a mi no me lo dijo –entonces a Helena se le ocurrió una idea– ¡Pero puedo llevarte a verle! Es amigo mío, ven conmigo esta noche a las mazmorras.

– No sé si es buena idea –intervino entonces Acacio, que había estado en silencio hasta ahora, dejando que Lucilla explicara su historia.

– Sí lo es –insistió Helena– así podrás explicárselo todo, él lo entenderá, seguro que se alegra de saber que en realidad no le abandonaste porque quisieras, sino para protegerlo, querrá saber la verdad, que sí le importas.

– ¿De verdad crees que se alegrará? –preguntó Lucilla apenada.

– ¡Claro!

– Igual me odia… al fin y al cabo sí que le abandoné.

– Pero cuando entienda por qué lo hiciste te perdonará, estoy segura.

– Gracias –dijo Lucilla emocionada.

Entonces abrazó a Helena y la chica sonrió ante eso.

– Además, él se merece conocer la verdad, saber quién es.

– Y tenemos un plan para- –empezó Lucilla, pero no llegó a terminar la frase antes de que Acacio le tocara el brazo como señal y empezase a hablar.

– Para que los emperadores no se enteren de quién es, no pueden saberlo –dijo él.

– Claro, nunca se lo diría –dijo Helena.

– Lo sabemos, pero de verdad que nadie puede saber nada de esto.

– No diré nada.

– Bien.

– Bueno, yo debo ir a prepararme –comenzó a decir Helena tras unos segundos– pero nos vemos esta noche en la puerta del coliseo, te llevaré a donde él duerme y podremos explicarle todo. 

– Gracias Helena –sonrió la mujer– nos vemos luego.

– Hasta luego, adiós Acacio.

– Adiós Lena.

Cuando la chica se había ido de la sala, Lucilla se giró a mirar a su marido.

– ¿Por qué me cortaste antes? –preguntó algo confundida– cuando iba a decirle lo del plan para liberar a Lucio.

– Ella no debe saberlo, no podemos ponerla en esa situación –empezó a explicar Acacio– si por lo que sea alguien acaba descubriendo nuestro plan, quién sabe de lo que son capaces los emperadores, debemos mantenerla al margen para protegerla, para que no lo paguen con ella.

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Unas horas más tarde, Helena se sentó en su asiento en el palco real del coliseo, para un día más de peleas. Pero no podía pensar en nada más que en lo que le habían dicho esa mañana. ¡Lucilla era la madre de Hanno! Iba a poder decirle a su amigo que su madre, quien él creía que le odiaba y le había dejado tirado, en realidad le quería y solo intentaba protegerle de un mal mayor. Y no solo eso, Hanno en realidad era Lucio Vero, nieto de Marco Aurelio, él era el heredero de Roma, él podría devolver a Roma a su esplendor, como su abuelo siempre quiso.

Mientras ella estaba envuelta en sus pensamientos, anunciaron que los gladiadores iban a salir, entonces miró abajo. Tras unos segundos, pudo ver a Hanno salir, pero para su sorpresa, ni siquiera movió un poco su cabeza, no parecía tener ninguna intención de levantar su vista hacia ella. A Helena le pareció algo extraño, ya que siempre la miraba al entrar, pero no pensó que intentara ignorarla, sino que simplemente estaba centrado en el combate que iba a tener lugar…

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Llegó la noche, y como habían planeado, Helena se encontró con Lucilla en la entrada del coliseo. Juntas, entraron y se dirigieron a las mazmorras donde retenían a los gladiadores. Al llegar a su celda, Helena abrió la puerta y entró ella sola.

– Hola Hanno.

– Ya me ha curado Ravi –dijo él con un tono seco en su voz y sin levantar la vista para mirarla.

– No vengo por eso.

– ¿Para qué vienes entonces? 

– He traído a alguien.

Entonces Hanno sí la miró, con una expresión de confusión, y justo en ese momento Lucilla entró. Al verla entrar la observó unos segundos, y después agachó la cabeza, ocultando su rostro, tratando de contener la ira que sentía.

– Gladiador, ¿me conoces? –preguntó la mujer.

Él no respondió, solo siguió evitando su mirada.

– ¿No vas a mirarme? –continuó ella.

Entonces el chico levantó la vista con una ira que detuvo en seco a Lucilla. Helena jamás había visto esa expresión en su rostro, no entendía por qué estaba así.

– ¿Lucio…? –dijo finalmente la mujer.

Al escuchar eso la mirada de Hanno se endureció, sus párpados y sus cejas hicieron un leve movimiento, como si hubiese escuchado un insulto.

– No soy quien crees que soy. Mi nombre es Hanno. No tengo madre a parte de la que me crió en Numidia, o ninguna que yo recuerde.

Helena observaba la escena algo incómoda, no quería intervenir. Había ayudado a Lucilla llevándola hasta él, pero no quería entrometerse, era un asunto entre ellos dos.

– ¿Tienes familia? –preguntó Lucilla.

– Mi madre, Arishat…

– Arishat… –repitió la mujer.

– La mataron por orden de tu marido –dijo de forma cortante el chico, sus ojos aún llenos de furia.

Al oír eso Lucilla tuvo que apartar la mirada, avergonzada, quedándose en silencio unos segundos. Por su parte, Helena se quedó congelada, como si su corazón dejase de latir. Acacio… no podía ser… Hanno le había contado muchas cosas sobre su madre, y le había dicho que murió en la batalla, pero no sabía que había sido bajo las órdenes de Acacio, y ella tampoco había llegado a decirle que él era aquel soldado que era como un padre para ella.

– Lo siento mucho –dijo Lucilla– Roma se ahoga en su propia sangre.

– Y aún así disfrutas de los placeres del Coliseo –respondió Hanno irritado, pero en ese momento parecía no solo referirse a Lucilla, por un instante, miró también a Helena mientras decía esa frase.

– Hay muchas cosas que no comprendes –contestó Lucilla.

– Si tu hijo estuviera aquí, estoy seguro de que te diría que no le lloraras. Porque él no sería el chico que mandaste lejos, ese niño está muerto.

Lucilla bajó un poco la cabeza, las lágrimas que había estado intentando contener comenzaron a resbalar por sus mejillas, estaba destrozada.

– Puedes pensar que hice algo horrible, puedes pensar que te traicioné, pero necesito que sepas, que si no quieres tener el amor de tu madre, entonces toma la fuerza de tu padre, la necesitas –hizo una pausa– su nombre era Máximo Décimo Meridio, y lo veo en ti.

Hanno se quedó callado un momento, esas palabras parecieron chocarle, se quedó pensativo, algo confuso. Helena también pensó por unos momentos, no podía ser, Máximo, ¿el gladiador? Quien se enfrentó a Cómodo y lo venció en el coliseo hace años…

– Vete de aquí por favor –dijo entonces Hanno, no aguantando más, su tono revelaba que estaba apunto de estallar.

– Te busqué… Nunca dejé de amarte –dijo Lucilla entre sollozos, devastada por la vida que pudo haber tenido con él, y la vida que le arrebató a su propio hijo.

Al escuchar eso Hanno se quedó paralizado, eran palabras difíciles de comprender para él… No podía procesar aquello, no sabía qué pensar.

– Lucio fuiste amado, por mí y por tu padre –continuó la mujer.

– ¡Ese no es mi nombre! –gritó, tomando por sorpresa a Helena, jamás habría imaginado que esa noche transcurriese de aquella manera, pensaba que iba a ser muy diferente. También le chocó la forma en la que Hanno había gritado, con una ira tan intensa en su voz y en sus ojos– vete de aquí, ¡fuera!

– Hanno por favor, déjala explicarse –intervino Helena finalmente, ya que no podía soportar que tratase a Lucilla así– deja que te cuente-

– No quiero escuchar nada de lo que esa mujer quiera decirme –la interrumpió Hanno– no quiero tener nada que ver con ella.

– No te abandonó sin más, ella- –intentó seguir Helena.

– ¿Por qué la has traído?

– Pensé que…–no pudo terminar.

– ¡No debiste! –gritó Hanno. 

Helena se quedó paralizada, sorprendida por su reacción tan agresiva, e incluso algo asustada… Al escuchar el grito, Casio, que había estado fuera de la celda todo ese tiempo, se acercó a la puerta.

– Helena, creo que es mejor que nos vayamos ya –susurró a la chica.

– Espera un momento –respondió ella.

Casio no estaba seguro de si era la mejor idea, pero no quería insistir ni forzarla, si ella quería quedarse debía dejarla, así que volvió a dar un par de pasos hacia atrás.

– Ella tenía buena intención, no quería hacerte daño –la defendió Lucilla.

– Claro, buena intención, ella siempre tiene buena intención –dijo con un tono algo sarcástico, entonces se giró a mirar a Helena– siempre dices preocuparte mucho por Roma pero vives en un palacio rodeada de privilegios mientras tu pueblo muere.

– Qué… –susurró ella– cómo-

– Sí, lo sé, ¿debería hacer una reverencia, princesa? –dijo algo molesto, poniendo énfasis en esa última palabra– ¿no tenías pensado mencionar ese pequeño detalle?

– Yo… no quería que pensaras –las palabras casi no lograban salir de su boca, no sabía qué decir ni cómo explicárselo, no podía, le había mentido todo este tiempo, se sentía fatal.

– ¿Que eres una hipócrita? Continuamente quejándote y hablando mal de los miembros de la alta sociedad, mientras tú formabas parte de ellos todo este tiempo.

– Yo no soy como ellos –intentó decir.

– ¿Ah no? Qué sabrás tú de lo que es sufrir como hacen las gentes de esta ciudad, en realidad no te preocupas por el pueblo de Roma, te da igual. Dices querer ayudarles pero vives en un pedestal, tu vida es tan fácil, tienes tantos privilegios y recursos y aún así no haces nada. 

– ¿Es eso realmente lo que piensas de mí? –logró decir Helena, con los ojos llorosos.

Hanno la miró por unos segundos, sus ojos mostraban arrepentimiento por todo lo que acababa de decir, no podía pensar con claridad, estaba tan enfadado. Ver a su madre había despertado una ira en él que nunca antes había sentido, no estaba reaccionando bien y lo sabía, pero no podía controlarlo.

– No sabes de lo que hablas, ella no es así para nada Lucio –intervino Lucilla.

– ¡No me llames así! –gritó de nuevo.

– Yo solo quería que supieras la verdad.

– Déjame en paz, no sé qué quieres o quién crees que soy, pero no lo soy. El niño que abandonaste está muerto –dijo finalmente, mirando fijamente a Lucilla.

Eso hizo que la mujer, que ya se había calmado, volviera a dejar escapar unas lágrimas. Verla así rompió a Helena, se sentía culpable de todo aquello, ella la había llevado allí, y para qué, solo había conseguido hacerles daño a los dos. Se acercó a Lucilla y apoyó la mano en su brazo, intentando reconfortarla un poco, después dio un paso hacía Hanno.

– Ya nos vamos –dijo Helena, sonaba algo decepcionada– Hanno, ella solo quería ayudarte…

– ¡No tenías que haberla traído! –gritó el chico de nuevo, estaba demasiado nervioso por todo lo que había ocurrido– ¡es todo culpa tuya!

Al decir eso último, levantó un brazo. No lo hizo por ningún motivo ni con ninguna intención, simplemente lo levantó mientras gritaba. Pero eso no importaba, en el mismo instante que su brazo estuvo en el aire, Helena reaccionó con rapidez, girando la cabeza y colocando sus brazos encima de ella como protección, se estremeció y retrocedió un poco.

Al verlo Lucio, todo se congeló por un segundo, su rostro de incertidumbre, no entendía nada ¿realmente la había hecho pensar que le pegaría? 

– Helena… –su voz apenas se escuchaba– yo no… yo nunca-

Ella bajó lentamente los brazos, al destapar su cara dejó ver sus ojos llenos de lágrimas y su expresión asustada, él jamás la había visto así.

– Creo que es mejor que nos vayamos –dijo Helena– esto ha sido mala idea.

La chica se giró y abrió la puerta.

– Espera… –dijo Hanno.

Pero ella ni siquiera se giró a mirarle, salió de la celda, seguida por Lucilla, y se fue. Fue uno de los guardias quién cerró su celda desde fuera.

Él se quedó completamente paralizado, en el mismo sitio que había estado, sin moverse. No podía creer que ella realmente hubiese pensado que haría eso… Se sentía tan… avergonzado, tan arrepentido. Era todo culpa suya. ¿Por qué había reaccionado así? ¿Por qué se alteró tanto? Todo se había amontonado, las mentiras de Helena, que llevase a su madre allí, que ella abriese heridas del pasado… Todo se acumuló y explotó de golpe, apenas tuvo tiempo de pensar en lo que ocurría o en cómo estaba reaccionando a aquello. Pero que llegase a pensar que pegaría a Helena… Haberla asustado de aquella manera y haberla hecho pasarlo tan mal… Él jamás haría algo así, pero eso no importaba, lo que importaba es que había hecho que Helena pensase que sí, y se odiaba por ello.

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Las puertas del coliseo se abrieron y Hanno salió por ellas. La luz inundó sus pupilas, pero sus ojos estaban ocupados, lo primero que hizo al salir fue dirigir su mirada al palco de los emperadores, en busca de Helena. Sus ojos recorrieron varias veces la estancia, con la esperanza de estar equivocado o no haber visto bien, pero no, no estaba equivocado, Helena no estaba en ningún lugar de aquel palco… No podía ser, siempre estaba allí. Miró a las gradas de los laterales, pensando que quizá se encontraría en ellas, pero tampoco era así. Eso le extrañó mucho, incluso llegó a preocuparse pensando que igual le había pasado algo, ya que, si no, no entendía por qué no le habrían obligado a ir como el resto de días.

Mientras seguía buscándola no podía evitar pensar en la noche anterior, en todo lo que había ocurrido. Aún recordaba la expresión en su cara, jamás la había visto tan asustada, y jamás quería volver a verla así. No podía creer que hubiera ocurrido, se sentía horrible por ello.

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La pelea terminó y tuvo que volver a las mazmorras del coliseo, apenas le habían herido ese día, lo cual no solía ocurrir a menudo. 

Al final Helena no había aparecido en ningún momento, aunque no la podía culpar, después de lo que pasó entendería que ella no quisiera verle nunca más.

Mientras estaba envuelto en sus pensamientos, pudo escuchar que alguien entraba, ya que la puerta de la entrada siempre hacía algo de ruido al abrirse. 

– ¡Hola! –escuchó que decía Ravi de fondo– ¿al final traes tú las cosas?

– Sí –respondió una segunda voz– Helena no ha podido venir, te pide disculpas, pero me ha mandado a mi para no dejarte sin entrega.

En el instante que escuchó aquel nombre sus sentidos se agudizaron y se incorporó, empezando a escuchar con mayor atención lo que ocurría.

– ¿Ella está bien?

– Sí, tranquilo. ¿Dónde dejo las cosas?

– No te preocupes, tú ya has hecho el esfuerzo de traerlo hasta aquí, ya me encargo yo de guardarlo todo. 

– No hace falta, te ayudo a organizarlo, ella siempre lo hace, así que como no está hoy lo haré yo.

– Bueno, si insistes no rechazaré la ayuda –rió Ravi.

Tras eso empezó a escuchar cómo levantaban algunas cajas y se movían por la estancia, sacando cosas y guardándolas en distintos armarios. Entonces vio pasar a Casio, el guardia de Helena, por delante de su puerta mientras cargaba una gran cesta, dirigiéndose al final del pasillo. No le dio tiempo a decirle nada pero se acercó a la puerta de su celda para interceptarle cuando volviese.

– Casio, ¿verdad? –aprovechó a llamarle cuando vio que se acercaba de nuevo.

– Sí… ese es mi nombre –respondió él, sin siquiera mirarle, seguía caminando, intentando ignorarle.

– Espera –dijo Hanno– por favor, solo un momento.

– ¿Qué quieres? –dijo el guardia, dejando de caminar y girándose algo molesto.

– ¿Está bien Helena? –preguntó entonces el chico– ¿por qué no ha ido esta mañana a los juegos?

– Eso no es de tu incumbencia –respondió el guardia.

– No tienes que contarme todo, solo dime si está bien.

– Ni siquiera creo que te importa realmente, no sé para qué preguntas.

– ¿Qué? –dijo Hanno confundido– claro que me importa.

Eso molestó aún más a Casio, que empezaba a estar visiblemente alterado.

– Si de verdad te importara no te habrías comportado como lo hiciste ayer, ni le habrías dicho aquellas cosas. 

Ante eso Hanno se quedó callado, no podía refutarle nada, tenía toda la razón, lo de ayer había sido imperdonable.

– Escucha –siguió Casio, calmándose un poco– no me caes bien, nunca me he fiado de ti, pero si tanto dices que te importa, hay algo que sí puedes hacer –hizo una pequeña pausa, ante lo cual Hanno escuchó con mucha atención– hazle un favor y déjala en paz.

– Qué… –respondió Hanno.

– Ya me has oído, no vuelvas a verla, así ella estará mejor, todo será mejor.

– Pero-

– Ni siquiera tenía que haberla dejado quedarse ayer… no sé por qué no insistí más, tenía que haberla sacado antes, es culpa mía en realidad –diciendo aquello último sonó algo más triste y arrepentido que molesto.

– No es tu culpa –dijo entonces Hanno– no hiciste nada mal, fui solo yo…

– Entonces estás de acuerdo conmigo, lo mejor será que te apartes de ella.

Hanno no respondió durante unos segundos, se quedó pensando.

– Yo solo quiero que ella esté bien… –dijo Hanno con voz suave.

– Eso mismo quiero yo.

Entonces Casio vio la expresión de Hanno y comprendió que se sentía fatal por lo que había ocurrido, así que decidió no reprenderle más, ya bastante se estaría culpando él mismo.

– Bueno, debo irme –dijo el guardia.

Hanno solo asintió con la cabeza. Casio se dio la vuelta y dio un paso, pero antes de seguir se giró una última vez.

– Por cierto, aquello que dijiste ayer de que Helena no se preocupa por el pueblo…

– Lo sé… no pretendía decir eso… sé que no es verdad –dijo Hanno.

– Sólo quería que supieras que en realidad ella lleva desde que tiene como 13 o 14 años yendo todos los días con la gente del pueblo, ayudándoles en los mercados, llevando comida a las familias necesitadas, cuidando a los mayores, jugando y pasando tiempo con los niños, ayudando a las curanderas con los heridos… De hecho, ahora mismo estoy aquí por ella, siempre que hace falta se encarga de traer suministros, medicinas y todo lo que necesita Ravi para su trabajo aquí, pero hoy me ha pedido como favor que venga yo. 

Tras esto Casio se fue, dejando que Hanno reflexionara sobre lo que había dicho.

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Por la tarde, todos los gladiadores estaban entrenando, practicando diferentes tipos de ataques y aprendiendo a usar distintas armas. 

Cuando terminaron los combates de uno contra uno, llegó Viggo, uno de los guardias. Al verle entrar, todos se colocaron en fila, mirando hacia él. El hombre observó detenidamente a todos y señaló a algunos de ellos, que dieron un paso hacia delante. 

– De acuerdo, todos vosotros –dijo al terminar de señalar a todos los que quería– preparaos, salimos en diez minutos.

– ¿A dónde? –preguntó uno de los gladiadores que había sido señalado.

– A un combate en el palacio, los Emperadores han solicitado entretenimiento privado.

– En el palacio… –pensó Hanno. 

Era su oportunidad, pero no le habían señalado, debía pensar rápido, tenía que conseguir convencer al guardia de que le llevasen a él en lugar de a uno de sus compañeros.

– Viggo –dijo el chico, llamando al guardia que estaba a punto de irse.

– ¿Qué quieres ahora? –preguntó irritado.

– Escucha, a Magnus le han herido esta mañana en el coliseo y aún está cansado, casi no podía ni volver aquí solo tras el combate, no dará un buen espectáculo, ¿y qué pensarán los emperadores si el entretenimiento que lleváis no es capaz ni de mantenerse en pie, ya ni hablemos de luchar? Los emperadores quedarán insatisfechos y molestos, y no volverán a confiar en vosotros, eso no es bueno para el negocio, ¿no crees?… Es mejor que me llevéis a mi, apenas me han rasguñado esta mañana, podré dar un espectáculo en condiciones.

– No sé por qué tienes tantas ganas de que te peguen, pero por favor deja de insistir ya, aunque sea solo por no escucharte más… –dijo Viggo, girando para llamar a otro gladiador– ¡Magnus! Tú no vienes –tras esto se giró de nuevo hacia Hanno– Prepárate, rápido.

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Cuando llegaron al palacio, los guardias les llevaron a la sala en la que debían esperar antes de salir a pelear. Mientras los demás se preparaban, Hanno intentó mirar un poco más allá de la sala donde se encontraban, pero no pudo ver mucho. Al mismo tiempo, Viggo aprovechó que estaba distraído con otra cosa y se acercó al gladiador contra el que lucharía Hanno esa tarde.

– Eh, tú –dijo el guardia– hoy lucharás con él –señaló a Hanno– quiero que le des una lucha muy difícil, hazle todo el daño que puedas.

– Está bien… –dijo el otro gladiador sin comprender muy bien el motivo de esa petición.

Viggo asintió con la cabeza y volvió a alejarse, estaba enfadado con Hanno por haber sido tan condescendiente e insistir en que le llevasen a él y no al que tenían pensado. Si tantas ganas tenía de luchar, ahora tendría que hacerlo, pero no se lo pondría fácil. 

Tras unos minutos todo estuvo listo y fue el momento de que los gladiadores salieran, anunciados por un hombre. Al entrar, Hanno buscó lo mismo que esta mañana, pero esta vez sí lo encontró, los ojos de Helena. Se quedó con la mirada fijada en ella, mientras que Helena le miró unos instantes y después apartó la mirada.

Ella no se podía creer que estuviera allí, con lo que le había costado conseguir librarse de ir al coliseo esa mañana para evitar verle, poniendo una excusa a sus hermanos, y aún así, ahí estaba él ahora. Helena pensó que en esta pelea no le vería, nunca antes había ido a luchar al palacio, además de que sus hermanos no le dejarían escaquearse por segunda vez.

Los primeros en luchar fueron Hanno y su compañero, que era algo más alto y grande que él. El combate era con espadas, por lo que entregaron una a cada gladiador. Helena no estaba segura, pero le pareció que la espada de Hanno estaba un poco más desgastada y menos afilada que la de su contrincante, aunque no sabía mucho sobre armas, podía estar equivocada. Cuando el regulador del evento dio la orden, los hombres empezaron a luchar. 

Helena odiaba el sonido de las espadas chocando una contra otra, era como un gran estruendo metálico y agudo, vibrante. Aunque al menos eso significaba que ninguno había dado con la espada al otro… 

Los luchadores impulsaban con fuerza sus espadas, intentando golpear al otro y al mismo tiempo tratando de evitar ser golpeados, interrumpiendo la trayectoria de la espada enemiga con la suya. Ambos eran ágiles y habilidosos con el arma, se notaba que tenían práctica. Pero a pesar de su destreza, Hanno fue golpeado, recibiendo un corte en la parte alta del muslo. Él apenas reaccionó, pero Helena sí se preocupó al verlo, más de lo que le gustaría admitir. Aún así, intentó disimular y fingir que no le importaba lo que estaba ocurriendo.

A continuación fue Hanno quien consiguió dar con su espada al otro gladiador, haciéndole un corte en el brazo con el que sujetaba la espada, en el antebrazo, lo cual hacía un poco más difícil el agarre y empleo del arma. 

Transcurrido un tiempo parecía que la pelea empezaba a tornarse favorable para Hanno, siendo su contrincante el que más herido se encontraba. Pero justo cuando Hanno iba a golpear con su espada, el otro gladiador le dio una patada en el brazo con el que sujetaba el arma, haciendo que Hanno diese media vuelta y quedase de espaldas a él, además de que se le cayó la espada al suelo. Entonces, el otro luchador aprovechó su momento de vulnerabilidad para pasar la cuchilla de su espada por la espalda de Hanno, haciéndole un gran corte. Cuando el metal atravesó su espalda, Hanno reaccionó con un fuerte gruñido de dolor; asimismo, todo su rostro se tornó en un gesto de sufrimiento. 

Helena sabía que Hanno aguantaba muy bien el dolor, incluso demasiado, apenas le había escuchado quejarse alguna vez a pesar de la gravedad de sus heridas. Por lo que si había reaccionado de manera tan intensa significaba que eso realmente había dolido mucho.

La chica no lo pudo soportar, llevaba ya toda la pelea muy nerviosa e incómoda, como siempre, pero verle así era demasiado, por no hablar de que se encontraba tan cerca de toda la pelea, viendo los golpes y la sangre apenas a unos metros de distancia… Así que se levantó del sillón y salió de la sala, sin poder aguantar más, pensando que sería mejor irse para no verlo.

Sus hermanos ni siquiera se dieron cuenta, estaban demasiado centrados en la pelea, disfrutándolo en grande, además de que estaban muy borrachos como para darse cuenta o que les importase que se fuera. Sin embargo, Casio al ver que se marchaba fue detrás de ella. Helena llegó hasta su habitación y entró en ella, quedándose su guardia en la puerta.

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Después de un largo rato, Helena se había calmado un poco y empezó a tener hambre, no había comido nada desde por la mañana, por lo que decidió bajar a la cocina a por algo de comer. Al abrir la puerta vio que Casio se encontraba fuera, custodiando la entrada de su cuarto.

– Solo voy a la cocina, no hace falta que me acompañes –dijo la chica a su guardia.

– ¿Estás segura?

– Sí, estaré bien.

Casio asintió con la cabeza y Helena empezó a caminar. La cocina estaba en la planta de abajo y casi en la otra punta del palacio, por lo que debía recorrer varios pasillos antes de llegar a ella. Por suerte, estaba bastante alejada del salón donde tenían lugar las peleas, algo que había tenido en cuenta antes de decidir ir.

Mientras bajaba las escaleras y empezaba a recorrer el pasillo principal miraba al suelo, abstraída en sus pensamientos. Casi llegando al final, antes de torcer la esquina para girar, levantó la cabeza y entonces le vió, de pie al lado de la pared, todavía a algo de distancia, mirándola. Ella dejó de caminar.

– Helena –dijo suavemente Hanno.

Se miraron unos segundos, sin decir nada más. Entonces Hanno dio un paso hacia adelante; ante eso, Helena dio un paso hacia atrás, su rostro denotaba intranquilidad. Al ver esa reacción Hanno dejó de avanzar.

– Helena lo siento muchísimo… anoche… no pretendía…

– Déjalo por favor, solo vete –respondió ella.

– Sólo déjame ex- –intentó decir él.

– No –le cortó ella– no quiero que me expliques nada, ya bastante parte de mi vida la he pasado con hombres que no controlan su temperamento y lo pagan con los demás, y no estoy dispuesta a seguir así, no puedo con más… –al decir eso último su voz se rompió un poco.

– Lo sé, pero yo jamás te haría daño Helena.

– No lo parecía ayer… 

– Ayer… estaba muy alterado… no debí haber reaccionado así…

– Y cómo se que cuando estoy contigo no habrá algo que te altere, que no vas a volver a reaccionar así…

– No lo habrá, de verdad, lo de ayer fue una situación excepcional, pero no soy así… Todos los días me enfrento a la muerte, estoy constantemente en estado de alerta, todo me altera, pero nunca me comporto como ayer. No sé qué me pasó… 

Ella no respondió… No sabía qué pensar, no quería verle, no quería que se acercase ni que le hablase, porque sabía que no podría pensar con claridad, no quería volver a caer en la trampa. Ya había estado ahí, pensaba que había conectado con él, confiaba en él, se habían contado tantas cosas… Y aún así todo eso a él no le importó, en cuanto supo que era la princesa reaccionó tan mal, ni siquiera dejó que le explicara lo de su madre… La verdad es que no se lo esperaba, la había decepcionado y no quería que volviese a ocurrir.

Él comprendió lo que el silencio de ella significaba, entendió que no había nada que él pudiera hacer para remediar lo que había ocurrido. Por lo tanto, decidió que lo mejor que podía hacer era marcharse, alejarse de ella para que estuviera bien, como había dicho Casio esa mañana.

– Ya me voy… –dijo entonces– solo quería decirte que lo siento muchísimo, de verdad. Siento haber reaccionado así, no hay nada que lo pueda justificar, lo sé, pero necesito que sepas que yo jamás te haría daño, da igual lo que ocurra, nunca lo haría, pase lo que pase, lo siento mucho.

Entonces se giró, dispuesto a irse, y al moverse cayó una gota de sangre al suelo. Helena miró la gota confusa, entonces miró hacia arriba y vio que tenía un hilo de sangre que le resbalaba por detrás de la pierna, desde la espalda, y vio que tenía la camisa llena de sangre por detrás.

– Espera –dijo ella.

Él se paró y se giró de nuevo hacia ella, pero ninguno se movió de su sitio.

– Creo que se te ha abierto la herida, estás sangrando, igual te lo han cosido mal.

– En realidad… Aún no me la han cosido –dijo él, y al decirlo cayeron otras 2 gotas al suelo.

– ¿¡Qué?! –dijo Helena muy sorprendida y preocupada, empezando a acercarse a él algo deprisa.

– Están esperando a que acaben todos para llevarnos de vuelta y curarnos, y aún quedan varios luchadores.

– Pero no puedes esperar, la herida sangra mucho.

Helena llegó hasta él y miró más de cerca la sangre que caía por su pierna. Después levantó la vista hasta su espalda, la camiseta tenía una gran raja y estaba empapada de sangre, pero no llegaba a ver la herida.

– No lo veo bien… –dijo Helena angustiada, intentando conseguir un ángulo desde el que se viera mejor– ven, sígueme.

Ella empezó a caminar y miró atrás, Hanno la seguía pero caminaba más lento, a cada paso que daba hacía una mueca, como si intentara esconder su dolor y fingir que estaba bien, pero ella notaba que no era así. Entonces Helena decidió colocarse a su lado y ayudarle a caminar, Hanno colocó el brazo detrás de su cuello, apoyándose en su hombro. Lo más rápido que pudieron, llegaron al baño más cercano, donde Helena empezó a buscar algo que sirviese para limpiarle, curarle y coserle la herida.

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Al llegar al baño, Helena ayudó a Hanno a sentarse en el borde de una gran bañera de piedra, una vez ahí, le quitó la camiseta con cuidado, para poder ver mejor la herida. Era muy grande, iba desde la parte de abajo de la espalda, en el lado izquierdo, hasta la parte dorsal derecha, quedando justo por debajo de los omoplatos. Aunque no era tan profunda como Helena había pensado, seguía siendo grave y sangraba mucho, por lo que debía coserlo cuanto antes. 

Helena se movía rápidamente de un lado a otro de la habitación cogiendo diferentes materiales y utensilios. De vez en cuando paraba para mirar de nuevo la herida, pensando en qué más necesitaría. 

– No sé dónde lo tengo… –susurró Helena para sí misma, buscando algo por toda la estancia, abriendo y cerrando cajones, algo angustiada.

La chica se había cambiado a su ropa de cama, ya que no tenía pensado salir de su habitación esa tarde, por lo que tan solo llevaba un largo y fino vestido de tirantes hecho de seda. Era de color morado claro, con un corte en el lateral en el lado derecho, que iba desde un poco más arriba de la rodilla hasta abajo del todo. Al moverse y caminar la tela del vestido bailaba de manera fluida. 

– No tengo nada de medicina para el dolor aquí –dijo entonces la chica mirando a Hanno– quizá en mi habitación tengo algo que te pueda servir, pero nada que ayude tanto como lo que usa Ravi… puedo ir a buscarlo, pero lo mejor sería cerrar la herida lo antes posible, ya has perdido mucha sangre. 

– No te preocupes, hazlo ahora y luego tomaré lo que tengas –respondió él.

– Creo que no lo estás entendiendo, esto no es como nada que hayas tenido antes, va a doler más de lo que imaginas.

– Tendré que aguantarme, tampoco es que haya otra opción. 

Helena soltó un leve suspiro y asintió con la cabeza. Cogió un pequeño bol con agua y un paño de tela, el cual mojó en el agua y pasó con suavidad por la piel del chico, con el propósito de limpiar un poco la sangre de alrededor de la herida, para tener una mejor visibilidad a la hora de encargarse de ella. Cuando hubo limpiado la sangre, con mucho cuidado apoyó el trapo en la herida, dando pequeños toques superficiales a lo largo de esta. 

Después dejó a un lado el bol y el paño y tomó el hilo con el que cosería la herida.

– De verdad que lo siento, esto va a doler mucho –dijo antes de empezar, con un tono de aflicción en su voz.

– Tranquila, no es tu culpa.

Entonces empezó a cerrar la herida muy cuidadosamente, con delicadeza, intentando provocar el mínimo daño posible. A cada trozo que avanzaba, escuchaba la respiración entrecortada de Hanno, que se esforzaba por no demostrar el dolor que sentía. Aunque estaba de espaldas a la chica y ella no le veía la cara, se podía imaginar los gestos que estaría haciendo, apretando la mandíbula y cerrando con fuerza los ojos.

Tardó unos minutos en terminar de coser el gran corte, aunque ella sintió un gran alivio cuando estuvo hecho.

– Ya ha pasado lo peor –dijo, rompiendo el completo silencio en el que habían estado hasta ese momento.

Volvió a coger el agua y el paño, para terminar de limpiar la sangre que había caído durante ese tiempo. Después cogió un pequeño frasco de vidrio, que contenía una pomada hecha con diferentes hierbas medicinales y curativas. Tomó un poco de aquella pomada con sus dedos y la colocó a lo largo de toda la herida, para que ayudara a que cicatrizara más rápido. 

Por último, se dispuso a vendar la herida, para taparla y protegerla, pero con la prisa del momento se había olvidado de coger los vendajes. Por lo tanto, se levantó de donde se encontraba y fue a buscarlo. Abrió un par de cajones, pero no estaban ahí, entonces se acordó de donde los había guardado. Estaban en una balda alta a la que no llegaba bien, así que debía buscar una manera de alcanzar. 

Apoyó su pie derecho en el borde de la bañera, cerca de donde se encontraba Hanno, y se impulsó para subir. Al levantar la rodilla, la tela de su vestido se separó por donde se encontraba el corte, dejando su pierna al descubierto. Una vez que estuvo a la altura suficiente, tomó en su mano lo que buscaba y volvió a bajar. 

Se colocó de nuevo detrás de Hanno, como había estado hasta ahora, y pensó por unos segundos en cómo vendar la herida, ya que era bastante grande. La conclusión que sacó fue que lo mejor sería colocar la venda alrededor de su espalda y abdomen, cubriéndolo casi por completo, pero era la única forma de hacerlo.

Colocó el primer trozo de vendaje un poco encima de la herida, sujetándola con la mano mientras extendía el resto de la tela por su espalda. 

– Puedes levantar un poco los brazos por favor, voy a pasar la venda por debajo –dijo suavemente la chica, él lo hizo.

Entonces ella pasó la venda hacia delante y rodeo un poco su torso, pero su brazo no llegaba mucho más y tenía la otra mano ocupada, sujetando el comienzo de la tela. Justo cuando iba a pedirle ayuda, Hanno tomó el rollo de tela con una mano, sin que ella llegara a decir nada. Lo llevó un poco hacia el lado y después ella, con la mano ahora libre, lo cogió desde atrás y volvió a dar otra vuelta. Esta vez, como ya había quedado sujeta la esquina en la primera vuelta, Helena podía utilizar ambas manos. Pasaba la venda hacia delante con una mano y allí la cogía con la otra y volvía atrás. 

– Ya está –dijo un poco después, cuando hubo terminado. 

– Gracias Helena, de verdad –dijo él– sé que lo último que querías hoy era estar cerca de mi, pero te agradezco que me hayas ayudado.

Ella se quedó un momento en silencio, se acababa de dar cuenta de que había estado tan centrada en ayudarle, y preocupada por el dolor que debía sentir, que había llegado a olvidar todo lo que había ocurrido el día anterior.

– No podía dejarte así… –fue lo único que dijo.

Pero aún quedaba la herida de la pierna. Helena se levantó y se colocó delante de él, de rodillas en el suelo para estar a la altura de la herida. Desde ahí subió un poco la falda para exponer la herida al completo, ya que se encontraba en la parte alta del muslo. Cogió una vez más el barreño de agua, e hizo lo mismo que con la anterior herida.

– Helena… de verdad que lo siento… –empezó a decir Hanno mientras ella limpiaba la herida. 

Ella intentó ignorarlo, atendiendo a lo que hacía sin levantar la vista.

– No solo por como me comporté, que se que no tiene perdón, sino por cómo te hice sentir, de verdad que no era mi intención, y mucho menos quería hacerte pensar que yo llegaría a hacerte daño, de verdad que eso jamás podría ocurrir. 

Ella terminó de limpiar y cogió el hilo para coser, aún ignorándolo.

– Tienes todo el derecho a no querer escucharme, lo entiendo, solo quería que lo supieras, pero ya dejaré de insistir –dijo entonces el chico.

– Hanno –dijo Helena tras unos segundos, usando todas sus fuerzas en intentar que su voz no se rompiera, aún sin levantar la vista para mirarle– no sé qué fue lo que pasó, pero yo solo quería que supieras que lo que ella hizo fue para protegerte, pensé que te gustaría saber la verdad, por eso la llevé.

Él no respondió, solo bajó la cabeza algo avergonzado.

– Me habías hablado tanto de cómo tu madre te abandonó porque no te quería, que pensé que te alegrarías de saber que no fue así, que te amaba y le dolió tanto como a ti tener que dejarte, era todo por tu bien.

Ella siguió cosiendo la herida mientras él procesaba lo que acababa de decir.

– Pero puedo llegar a entender por qué no te agradó que la llevara, e incluso hasta cierto punto tu reacción ante ella, debí haberte consultado primero, ahora lo sé, y lo siento. Pero lo que no me esperaba y realmente me dolió fue tu reacción al descubrir que yo era la princesa… Todo lo que dijiste sobre mi…

– Yo no lo decía en serio, estaba alterado por lo anterior y enfadado porque ella estuviera allí, no pensé en lo que decía, pero de verdad que no creo absolutamente nada de lo que te dije.

– Bien, porque no era verdad, puede que omitiera el dato de que soy la hermana de los emperadores, pero todo lo que te he contado sobre mi y mi vida es verdad, y el hecho de que sea princesa no cambia nada –por primera vez los ojos de la chica subieron para mirarle, y él pudo ver que contenían lágrimas a punto de caer– Hubiera preferido no ser princesa y no tener esa familia, no tener que vivir con mi padre y mis hermanos, hubiera sido mucho más feliz viviendo en el pueblo sin ser nadie, al menos habría podido vivir en paz y hacer lo que quisiera.

Ella volvió a bajar la mirada hacia la herida. Con la intención de consolarla, Hanno apoyó instintivamente la mano en su brazo con suavidad, casi sin darse cuenta, pero instantáneamente ella apartó su brazo.

– Lo siento muchísimo Helena, de verdad –no se refería solo a lo que le había dicho la noche anterior, también sentía una gran lástima por ella, por todo lo que había tenido que vivir. 

Sabía que su madre, a quien quería muchísimo, había muerto cuando ella era muy pequeña, y que su padre y sus hermanos nunca la quisieron ni la cuidaron, siempre estaba sola y su vida había sido muy dura.

– Y de verdad que siento mucho haberte juzgado así, siento todo lo que dije, en especial porque sabía que no era verdad, sé cómo eres en realidad y todo lo que has tenido que vivir y no te merecías nada de aquello, y mucho menos que un tío enfurruñado te dijera esas estupideces.

– Yo siento haber llevado a Lucilla sin avisarte primero… no estuvo bien. 

– No podías saber que reaccionaría así, no es culpa tuya, solo mía.

– Y siento no haberte dicho antes que era la princesa… yo… tenía miedo, miedo de que me odiases por serlo, y al final eso fue lo que ocurrió… 

– No me molestó que seas princesa –dijo entonces él– lo que me molestó fue que me mintieras… ¿por qué no me contaste la verdad?

– Me habías hablado tanto de cuánto odiabas a los emperadores, y a todos los senadores y generales y personas de las clases altas… tenía miedo de que al saber que yo era parte de ellos no quisieras volver a verme nunca más… que te alejaras de mí para siempre.

– Yo jamás haría algo así.

– Tampoco quería que pensaras que me creo mejor por ser princesa, porque ni lo soy ni lo creo. Al principio fue eso lo que me impidió contártelo, no quería que pareciese que presumía de título o algo así… Pero después, cuando empezamos a hablar y nos volvimos tan cercanos… Yo no quería perderte, te convertiste en alguien muy especial para mi, jamás había confiado tanto en alguien que conocía hace tan poco. Y digamos que no tengo muchos amigos… así que no quería perder a uno tan importante –su voz era suave, aunque al decir aquello último sonaba algo avergonzada.

– Tú también te has convertido en alguien muy importante para mi, por eso me dolió tanto lo que hice ayer, haberte herido así…

Ella volvió a mirarle y sonrió un poco al escuchar eso, él le devolvió la sonrisa, aún algo apenado por todo lo ocurrido.

– También me siento un poco estúpido por no haberme dado cuenta antes –dijo Hanno, intentando bromear un poco para destensar el ambiente– al fin y al cabo, siempre que te veo estás con ellos, era bastante claro, y las historias que me has contado, sobre tus 2 hermanos odiosos que te obligan a asistir a eventos… Debo admitir que no soy muy espabilado.

Ella rió un poco ante eso, sacudiendo ligeramente la cabeza hacia los lados.

– Aunque también es verdad que siempre que te veo estoy algo distraído mirándote, eso ha podido influir en que no me diese cuenta de lo que ocurría alrededor.

– Bueno, es verdad que no nos parecemos nada, hay hermanos que son muy similares, así habría sido más fácil darse cuenta –dijo ella, ignorando lo último que él había dicho.

Helena había terminado de coser la herida y había pasado a limpiarla.

– Eso es verdad, sois muy diferentes, ni siquiera tenéis el mismo color de pelo.

– Es que ellos se parecen más a mi padre y yo soy muy similar a mi madre –explicó ella– quizá eso también influyó en que mi padre me odiase, cuanto más crecía más me parecía a ella y menos soportaba verme, le recordaba a lo único que alguna vez había amado y que había perdido… 

– Tuvo que ser difícil para él, pero eso no justifica lo que hizo, tú no lo merecías.

Helena dejó el barreño con agua, había terminado de limpiar la herida, así que cogió la pomada de antes y empezó a repartir un poco por la herida, mientras lo hacía, miró de nuevo al chico. 

– Hanno –empezó a decir.

Pero antes de que pudiera continuar, la puerta del baño, que se encontraba detrás de Hanno, se abrió. La mirada de Helena pasó de los ojos de Hanno a la puerta, donde vio que se encontraba Adriana. La chica abrió un poco los ojos sorprendida, su mirada se movió de Helena a Hanno y de Hanno a Helena un par de veces.

– Yo- lo siento… no pretendía –sin terminar la frase cerró la puerta y se marchó.

– Mierda –dijo Helena, levantándose del suelo– un momento –dijo a Hanno.

Helena salió del baño, Adriana había dado un par de pasos pero aún se encontraba cerca de la puerta

– Adriana espera –dijo.

Su amiga paró y se giró para mirarla.

– No es lo que crees –siguió Helena.

– Yo no creo nada –dijo Adriana levantando un poco las manos en el aire.

– De verdad, no es lo que parece, solo le estaba curando las heridas.

– Lo que tú digas –rió Adriana.

– Oh vamos –rió también Helena.

– No era mi intención interrumpiros.

– No has interrumpido nada.

– Claro… Solo estaba él ahí sentado, sin camiseta, y tu arrodillada frente a él con la mano en su muslo…

– ¡Adriana! –dijo Helena impactada, dándole un pequeño golpe en el brazo a su amiga.

– Era solo una broma, relájate –rió– ¿entonces no tienes ningún interés en el chico? –preguntó con algo de curiosidad.

– ¿Buscabas algo del baño? –dijo Helena para intentar cambiar de tema.

– A ti.

– ¿Qué ocurre?

– Casio me avisó, estaba preocupado, me dijo que habías bajado a por algo de comer pero estabas tardando mucho en volver, ya entiendo por qué…

Helena rodó un poco los ojos y negó con la cabeza ante eso último, provocando una pequeña risa en su amiga.

– Es que me lo encontré en el pasillo y necesitaba ayuda, tenía una herida muy grande que sangraba bastante.

– Le diré que estás bien, pero intenta volver lo antes posible, para que a Casio no le de un ataque. 

– Sí, ya casi hemos terminado.

– Ya lo creo que sí…

– ¡Adriana!

– Perdón… solo te tomo el pelo –ella volvió a reír.

– Me refería a que casi está listo, solo me queda vendarle la pierna.

– Bien, porque no eres la única a la que buscan, los guardias de él le están buscando, quieren volver al coliseo ya.

– Mierda –dijo– vale, ahora mismo salgo a hablar con ellos, entretenlos un rato.

– Vuelve con tu chico…

Helena ignoró aquello y volvió a entrar en el baño. 

– Te buscan los guardias, querrán que vuelvas con ellos.

– Vale –respondió el chico levantándose, aunque con algo de dificultad.

– ¿Qué haces? –dijo Helena acercándose rápidamente a él para sujetarle– anda siéntate.

– Pero ellos-

– Para empezar aún tengo que vendar la pierna.

– Claro –respondió él.

– Y en cuanto a los guardias, ahora hablo con ellos, no creo que sea buena idea que te vayas así, no estás en condiciones.

– Va a ser difícil que ellos estén de acuerdo.

– No me importa.

Helena cogió el vendaje y lo pasó alrededor del muslo de Hanno un par de veces. Cuando estuvo colocado se levantó.

– Listo –dijo mientras cogía todo lo que había utilizado y volvía a guardarlo en su sitio.

– Gracias Helena.

Ella respondió con una pequeña sonrisa. Justo en ese momento escuchó la voz de Adriana fuera del baño, y después la de un hombre que no reconoció. Supuso que serían los guardias, así que salió de nuevo del baño.

– ¿Dónde está? –preguntó uno de los guardias.

– Le he llevado a un dormitorio, apenas podía moverse, debe descansar.

– Descansará en el coliseo, como todos los demás.

– No lo entiendes, ha perdido demasiada sangre, debe quedarse bajo supervisión y es necesario vigilar la herida de la espalda para que no se infecte ni se abra.

– Tenemos un médico en las mazmorras, él se encargará.

– ¿Y cómo tenéis pensado que llegue hasta allí? Está muy débil, casi no puede ni caminar por sí solo, por no hablar del dolor. 

– Oh vamos, es un gladiador, en peores condiciones habrá estado.

– Mira, se que es vuestro trabajo, pero si hubierais dejado que alguien le atendiese antes en vez de tardar tanto en coser la herida, no habría perdido toda esa sangre y estaría mejor, pero no ha sido así. No puede irse, es mejor que le dejéis pasar aquí la noche para recuperarse y mañana volverá al coliseo.

– No podemos hacer eso, Macrino no estará de acuerdo, podría escaparse, podrían ocurrir muchas cosas.

– Yo me hago responsable –dijo entonces la chica– me aseguraré personalmente de que no le pase nada y no se vaya a ningún sitio. Si pasa algo me hago completamente responsable y me llevaré toda la culpa ante Macrino, pero no puedo dejar que se vaya así.

– No es una gran idea.

– No importa, escribiré una nota para que se la entreguéis a Macrino, con el sello imperial, sabrá que he sido yo y no vosotros.

Los guardias no parecían muy convencidos, pero tras insistir un poco más al final accedieron a dejarle allí. Por su parte, Hanno había escuchado todo desde dentro del baño y debía admitir que se le había escapado alguna sonrisa al escuchar lo que ella había dicho y saber que se preocupaba por él.

Cuando los guardias se fueron, antes de volver a entrar al baño, Helena fue en busca de Casio, para que le ayudase a llevar a Hanno hasta uno de los dormitorios del palacio. Al llegar, entraron y le ayudaron a sentarse en la gran cama. 

– Wow, si que está blando el colchón –fue lo primero que dijo Hanno, sonaba sorprendido.

– Gracias Casio –dijo Helena.

– Sí, muchas gracias –dijo también Hanno.

Casio asintió con la cabeza y salió de la habitación.

– Ahora mismo vuelvo, voy a por algo para el dolor, debes estar muriéndote por tomar algo.

Helena salió y entró en la habitación de al lado, que era la suya, y enseguida volvió con un frasco lleno de líquido en la mano.

– No es tan fuerte como lo que usa Ravi, pero te ayudará, a mi suele servirme.

Helena extendió la mano y Hanno cogió el frasco, lo abrió y tomó un sorbo.

– Puedes tomar un poco más si quieres, en este caso igual lo necesitas.

Y eso hizo él.

– Tardará un poco en hacer efecto, pero cuando lo haga te sentirás mucho mejor. Además me pareció mejor que te quedases aquí, la cama desde luego será más cómoda, y las condiciones en general son mejores que las de las mazmorras…

– Es perfecto, muchas gracias –dijo él.

– También te vendrá bien esto –dijo Helena mientras abría un cajón de la habitación y sacaba una camiseta grande– está menos rota y menos llena de sangre que la que tenías.

– Gracias –dijo Hanno, cogiendo la camiseta y poniéndosela.

– Si necesitas algo yo estoy justo en la habitación de aquí al lado –dijo señalando la pared– por favor no te escapes, sería culpa mía y Macrino me obligaría a competir en los juegos en tu lugar, y los dos sabemos que soy demasiado inepta para eso, no sobreviviría –bromeó.

– Jamás te haría eso. 

– Buenas noches Hanno.

– Buenas noches Helena.

Tras eso ella salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de ella, y Hanno se tumbó en la cama.

Chapter 13: XII

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Un par de horas después, tampoco estaba segura de cuánto tiempo había pasado exactamente, Helena estaba en su cama pintando cuando escuchó como la puerta de al lado se abría y se cerraba lentamente. Dejó las cosas como estaban en la cama y se levantó tranquilamente, se puso un fino manto encima del vestido y salió de su habitación con cuidado. Fuera vio a Hanno de pie, mirando a un lado y otro del pasillo, como si intentara decidir hacia qué dirección ir.

– ¿Estás bien? –preguntó ella.

Él giró la cabeza en su dirección, ni siquiera se había dado cuenta de que estaba ahí, no la había oído salir.

– Yo… ¿Te he despertado? Lo siento –se disculpó él.

– Qué va, tranquilo –dijo ella– aún… no me había dormido.

– Oh –dijo él un poco sorprendido, pero ya más tranquilo por no haber sido el causante. 

Parecía desorientado e intranquilo, algo le había pasado. 

– ¿Qué te ocurre? –preguntó la chica con voz suave mientras se acercaba un poco a él– ¿la cama no es cómoda? Podemos buscar otra-

– Oh no, para nada, no es eso, es la cama más cómoda que he tenido en mucho tiempo.

– ¿Es la herida entonces? ¿Te duele mucho?

– Me molesta un poco, pero no es por eso, la medicina que me diste me vino muy bien.

Ella llegó hasta él y se quedó cerca, mirándole a los ojos.

– ¿Y qué es entonces? Pareces un poco angustiado.

– Yo… Me desperté muy agitado y pensé que sería buena idea caminar un poco para despejarme.

– Oh –dijo ella, comprendiendo lo que ocurría– ¿tuviste una pesadilla?

– Si… –dijo él bajando un poco la vista al suelo, parecía… ¿avergonzado? 

– Yo también tengo problemas para dormir –admitió ella– no te sientas mal, a mi también me pasa, te entiendo.

– ¿Sí? –dijo entonces, subiendo la vista de nuevo, hasta que sus ojos se encontraron con los de ella.

– Sí –le reaseguró ella.

– Yo solo salí para dar un paseo e intentar calmarme, pero tampoco sabía muy bien hacia dónde ir, no quería encontrarme a nadie y meterte en un lío –explicó entonces Hanno.

Ella sonrió un poco al escuchar eso.

– Podemos ir por ahí –dijo Helena, señalando hacia el pasillo de la izquierda.

– Bien –dijo él agradecido y algo aliviado.

Ambos empezaron a caminar.

– ¿Vas bien? –preguntó ella– por lo de la espalda me refiero, si lo necesitas puedes apoyarte un poco en mi.

– No tranquila, puedo yo solo si no voy muy rápido.

– Vale –ella asintió y siguió caminando un poco más despacio– ¿qué tal te fue la medicina que tomaste?

– Bien bien –dijo– incluso era un poco fuerte, hace un rato casi no sentía las puntas de los dedos –rió– ¿y tú usas eso?

– Hombre no uso tanta cantidad como tú ayer –rió ella– pero a veces es lo único que me ayuda cuando tengo dolores…

– Entiendo.

Tras caminar un par de minutos llegaron a una gran puerta de cristal que conducía a una terraza con un bonito balcón de piedra. Al entrar, Helena caminó hasta llegar a la barandilla de piedra, apoyando sus antebrazos en ella, Hanno hizo lo mismo. El chico la miró un instante y vio que ella observaba el cielo y sonreía, así que él subió la mirada también. Entonces vio que esa noche había luna llena, que brillaba en el cielo como nunca.

– No se porqué pero la luna siempre me ha fascinado, algo sobre el hecho de que siempre esté ahí en el cielo, pero un poco cambiada cada noche –dijo ella mientras giraba su cabeza para mirarle un momento y luego volvió a dirigir la vista hacia el cielo– A mi madre también le gustaba mucho la luna, ella no era de aquí, venía de lejos, así que siempre decía que lo que más le gustaba es que todos compartimos la misma luna, por lo que de alguna manera le conectaba con sus padres, ya que si miras al cielo de noche, estés donde estés, puedes ver la misma luna en él.

Hanno pasó de mirar al cielo a mirarla a ella, estaba cautivada, su mirada clavada en el cielo nocturno. La tenue luz de la luna iluminaba su rostro y hacía que sus ojos brillaran.

– Esa es una bonita forma de verlo –dijo él.

– Sí –ella sonrió, aún mirando al cielo– Es hermosa, ¿verdad? –dijo refiriéndose a la luna.

– Sí, lo es –dijo él, pero no miraba a la luna al decirlo, sino que su mirada seguía apoyada en la chica.

Pero Helena, como miraba hacia arriba, no se dio cuenta. Él sonrió y volvió a mirar al cielo, segundos después Helena le miró.

– ¿Quieres que nos sentemos? –dijo ella, señalando unas tumbonas que había en aquella terraza.

– Claro –respondió él.

Caminaron hasta los asientos, Hanno se sentó en uno y Helena se colocó en el que estaba al lado. 

– Es raro –empezó a decir ella– hablar de mi madre siempre me pone muy feliz y al mismo tiempo triste…

– No es raro, es normal –dijo él– al fin y al cabo recordarla te hace pensar en los bonitos momentos que pasaste con ella, pero también te hace echarla de menos.

– Sí, supongo que tiene sentido.

Se quedaron en silencio un momento.

– La echo tanto de menos… –admitió Helena entonces– era la persona más importante de mi vida, y siempre lo será en realidad. La quería tanto…

– Lo sé –dijo Hanno con un tono reconfortante.

– Además era una persona muy especial, tan dulce y cariñosa… No solo conmigo, con todos, se preocupaba mucho por los demás e intentaba ayudar a todas las personas. 

– Bueno, yo no la conocí, pero por cómo la describes yo creo que te pareces mucho a ella…

– Ojalá… Yo no lo tengo tan claro –respondió ella– pero me gustaría poder llegar a ser la mitad de buena de lo que ella fue.

– Yo creo que sí lo eres, siempre estás ayudando a todo el mundo, incluso a los que no lo merecen… –dijo, refiriéndose a él mismo.

– Todos merecen ayuda –dijo ella. 

– Eso es exactamente a lo que me refiero.

Volvieron a quedarse en silencio unos segundos. Helena se tumbó, mientras que Hanno se quedó como estaba, sentado en el lado de su tumbona, mirando hacía la de la chica.

– ¿Cómo es que aún no te habías dormido? –preguntó Hanno con curiosidad.

– Yo… suelo tener problemas para dormir, me cuesta mucho conciliar el sueño –dijo ella– así que me quedo haciendo otras cosas. 

– Entiendo –respondió él– debe ser molesto.

– Mucho, no entiendo por qué todo el mundo se va a dormir y realmente se duerme, mientras que yo no soy capaz de hacerlo, simplemente me tumbo con los ojos cerrados, por a saber cuánto tiempo, esperando a que algo pase. Y nunca pasa, sigo despierta y completamente consciente de que lo estoy, es muy frustrante. Noto como el tiempo pasa, noto como mis párpados intentan seguir cerrados a pesar de que sus esfuerzos no sirven para nada, noto las sábanas en mi piel, mis piernas tocándose, cómo mi pulso se acelera cuando siento la desesperación de que nada está ocurriendo y no soy capaz de dormir… –dijo ella– por eso normalmente me quedo en la cama leyendo, escribiendo o pintando hasta que tengo tanto sueño que me queda dormida encima.

– Lo siento… Normal que luego siempre tengas sueño.

– Ya, me paso el día entero con sueño y cuando me quiero dormir desaparece.

– Mi problema no suele ser quedarme dormido, sino mantenerme así –explicó él– suelo despertarme bastantes veces durante la noche, sobre todo por pesadillas…

– Eso es aún peor que lo mío… siento que tengas que pasar por eso.

– No creo que sea cuestión de cuál es peor, ambas cosas son una mierda –bromeó.

– Sí –respondió ella– yo cuando era pequeña y tenía una pesadilla o no podía dormir, siempre iba a la habitación de mi madre y me subía a la cama con ella –dijo ella, mientras estaba tumbada boca arriba una de sus manos acariciaba la parte de arriba de su otro brazo, sus dedos subiendo y bajando lentamente mientras rozaban su piel– cuando ella murió creo que estuve una semana entera sin dormir… y desde entonces ha seguido costándome mucho hacerlo. Siempre siento que falta algo, que hay algo que no está bien, supongo que me siento sola.

– Debió ser muy duro para ti perderla…

– Lo fue. Y lo peor fue que no tuve a nadie en quien apoyarme o con quien contar… Fue una época muy solitaria, me sentía aislada del mundo…

– Lo siento mucho, de verdad.

Helena le contó cómo tras la muerte de su madre, cuando ella tenía 7 años, su padre dejó de hacerse cargo de ella. Él comía con sus hermanos, jugaba con ellos, los educaba, los cuidaba, los llevaba a eventos, …, mientras que ella lo hacía todo sola, apartada de los demás. Los únicos que le hacían compañía eran los guardias, sirvientes y cocineros del palacio, cuando tenían algo de tiempo. Luego estaba aquel soldado, que siempre la cuidó y se preocupó de ella, como si fuera su propia hija, pero pasaba muchos meses fuera de la ciudad por su trabajo.

– Bueno, al menos que mi padre y mis hermanos me ignorasen me sirvió cuando fui un poco más mayor para hacer lo que yo quisiera –explicó ella– a partir de los 12 o 13 años empecé a ir por las mañanas y por las tardes al pueblo, porque me aburría mucho en casa, estaba harta de estar sola. 

– Casio me contó algo sobre eso.

– ¿Sí?

– Sí, me dijo que siempre ibas a ayudar a la gente del pueblo con distintas cosas.

– Bueno, más bien me ayudaron ellos a mi.

Él la observaba atentamente, con los ojos clavados en ella, escuchando todo lo que decía con gran interés. Parecía que deseaba conocer cada pequeño detalle sobre ella, le gustaba saber más sobre su vida y se sentía muy agradecido de que ella se sintiese con la confianza suficiente como para contarle todo aquello.

– Durante mi infancia no tenía amigos, no me relacionaba con nadie de mi edad, solo con los hombres y mujeres que trabajaban en mi casa… Pero cuando empecé a ir al pueblo pude conocer muchísima gente nueva, personas de mi edad con las que hablar y pasar el rato, niños pequeños que siempre querían que jugase con ellos, y adultos muy acogedores y amables que siempre me trataron súper bien –ella hablaba tranquilamente, nunca había estado tanto tiempo hablando de manera continuada con nadie, se sentía muy bien tener a alguien que escuchara lo que tenía que decir sin interrumpirla ni cambiar el tema– También aprendí mucho, sobre un montón de ámbitos diferentes. De hecho, todo lo que sé de medicina se lo debo a las curanderas del pueblo, en especial a una mujer encantadora que vivía cerca de la plaza, Diana… Ella fue la primera que me aceptó allí; al principio, las primeras veces que paseé sola por el pueblo buscando algo que hacer, el resto de personas parecían un poco indecisas en cuanto a si hablar conmigo o no, pero ella desde el principio se presentó y me invitó a merendar con sus hijos –Helena sonrió un poco al recordar a aquella mujer– después me contó que era curandera y siempre me dejaba acompañarla, al principio observando todo lo que hacía y cuando ya hube aprendido algunas cosas me dejaba intentar hacerlo yo, siempre con ayuda claro. Sus hijos también fueron siempre muy amables conmigo, eran muy simpáticos, sobre todo el pequeño, siempre quería estar conmigo y que le enseñase juegos nuevos –rió un poco.

Entonces Helena pasó de estar tumbada boca arriba a estar de lado, mirando a Hanno mientras seguía contando su historia. 

– Después también estuve trabajando en el mercado de vez en cuando, eso era muy divertido, siempre lo pasaba genial. En general todos eran encantadores, siempre me aceptaron y me trataron bien, estoy muy agradecida de poder haber tenido esas oportunidades y no estar siempre aquí encerrada. Me vino bien que a mi padre le diese igual dónde estaba, así tuve libertad de ir a donde quería. Pero cuando él murió, poco después de mi 20 cumpleaños, mis hermanos pasaron a ser los emperadores y mi libertad se terminó. Me obligaban a ir a todos los eventos para preservar la imagen familiar o no sé qué… Tenía que acompañarlos a todos lados, y cuando no iba con ellos no podía salir del palacio, me tenían todo el rato vigilada. Así que estos dos últimos años he estado encerrada de nuevo… Lo peor de todo es tener que ver cómo mis hermanos llevan al pueblo a la ruina y la pobreza absoluta. Han perdido todo lo que tenían, apenas pueden comer, y no hay nada que yo pueda hacer al respecto… Mis hermanos están desquiciados, no hay nada que les pueda hacer cambiar su forma de pensar, solo quieren más y más tierras sin preocuparse por las que tienen ahora.

– ¿Y cuándo empezaste a ir a las mazmorras del coliseo?

– Justo el día que te conocí… Había ido hace años con Diana, ella por las noches se acercaba a ayudar a Ravi con los gladiadores heridos, aunque no le pagaban por ello ni nada, pero sabía que él solo no podía con todo. Entonces siempre que podía yo la acompañaba también, por eso ya conocía a Ravi y sabía dónde estaban las cosas allí. Pero tras morir mi padre tuve que dejar de ir, me era imposible escaparme sin que alguien se diera cuenta y me lo impidiese. Y fue justo cuando empezaron los juegos que pensé que había demasiados heridos como para que Ravi se encargase solo de todos, así que decidí volver. Además mis hermanos ya habían bajado un poco la guardia conmigo, ya por las noches estaban demasiado borrachos o asistiendo a fiestas así que fue un poco más fácil, y Casio me ayudó.

– Me alegro de que decidieras volver…

– Yo también –sonrió ella mientras le miraba.

Él le devolvió la sonrisa.

– Madre mía, no he parado de hablar de mí, que pesada, lo siento –dijo entonces Helena al darse cuenta– tú apenas has dicho nada en todo este rato.

– No tienes porqué disculparte, yo quería escuchar lo que tenías que decir.

– Aún así, me he pasado, nunca antes me había ocurrido… Es que no sé qué es lo que haces pero es muy fácil hablar contigo… Gracias por escucharme.

– Gracias a ti por confiar en mí. Además me ha gustado saber más sobre tí, siento que cuanto más cosas me cuentas mejor puedo conocerte y entenderte.

– Igualmente creo que te lo debía… después de haberte ocultado la verdad tanto tiempo ahora merecías saberla.

– No me debes nada Helena, de verdad, solo tienes que contarme lo que tú quieras contarme en cada momento, tampoco tengo que saberlo todo.

– Ya…

Pasaron unos segundos en silencio.

– Ahora que me he sincerado contigo, ¿podría hacerte una pregunta?

– Bueno, creo que es lo justo.

Helena lo pensó unos segundos, dubitativa, no estaba segura de si preguntarlo o no, pero al final decidió soltarlo.

– ¿Es Lucilla tu madre?

– No… Sí… En realidad no estoy seguro, no lo sé… No lo recuerdo bien… La primera vez que la vi me resultó familiar, pero no estoy seguro de por qué.

– Eres consciente de que si lo fuese eso significaría que eres el verdadero heredero de Roma… Serías el nieto de Marco Aurelio…

Él no respondió, apartó la mirada de Helena, no parecía del todo satisfecho con esa idea.

– Podrías devolver a Roma a lo que una vez fue, arreglar todo el daño que han hecho mis hermanos… Podrías ser el Emperador.

– Pero no sabemos si soy su hijo, así que todo eso no son más que especulaciones… suposiciones sin una base sólida… Incluso si lo fuera, los Emperadores son ellos, yo no tendría ningún derecho, Marco Aurelio murió hace casi dos décadas, tus hermanos fueron los herederos verdaderos del Emperador anterior a ellos.

– Pero Lucilla sigue siendo princesa, por lo que su hijo-

– Creo que es mejor dejar este tema –dijo Hanno, no sonaba alterado como el día anterior, simplemente cansado, no parecía apetecerle nada tratar ese tema– no sabemos nada y no debemos dar nada por sentado, incluso si fuese mi madre, sería demasiado complejo quitar a tus hermanos de sus puestos, no es tan fácil.

– Tienes razón, no tiene sentido… Por un momento pensé que quizá había esperanza, pero no sería posible…

Tras eso, Helena cambió de tema, y estuvieron un buen rato hablando juntos en aquel balcón.

– Oye… –dijo la chica tiempo después, incorporándose de la tumbona, quedando sentada frente a Hanno– igual hemos estado demasiado tiempo aquí, es importante que descanses.

– Tienes razón –dijo él– no me había dado cuenta.

En ese momento ambos se levantaron de su asiento al mismo tiempo, quedando de pie frente al otro. El espacio entre las dos tumbonas no era muy amplio, por lo que quedaron bastante cerca y era difícil salir los dos a la vez.

– Perdón, pasa tú –dijo Hanno.

– No, da igual, pasa tú –respondió ella.

Entonces levantaron la vista a la vez y sus miradas se encontraron, los dos con los ojos fijos en el otro. Unos segundos después, los ojos de Hanno bajaron hasta los labios de la chica y su mirada permaneció ahí unos segundos. 

Helena se quedó parada, observando al chico. Estaba muy cerca de ella y no entendía bien por qué él miraba sus labios, pero de pronto su respiración se volvió un poco más pesada y sintió un ligero cosquilleo en el estómago. Como si eso no fuera suficiente, Hanno levantó lentamente su mano y la acercó hasta su cara, apoyándola en la piel de su mejilla y colocando el pulgar justo en su labio, moviéndolo unos milímetros por el borde. En ese momento la respiración de Helena se paró y sintió cómo el ritmo de sus latidos aumentaba.

– Ya se te ha curado –dijo el chico,

– ¿Qué? –logró decir ella con algo de dificultad, dejando por fin salir aire de sus pulmones.

– La herida que tenías en el labio.

– Ah sí, claro –dijo ella mirando a un lado y dando unos pasos para alejarse un poco de las tumbonas– mis heridas suelen cicatrizar rápido.

– Eso es bueno –dijo él, también saliendo del espacio entre los asientos.

– Sí –dijo ella tras recuperar un poco la compostura– bueno, creo que deberíamos ir a dormir, sobre todo tú.

– Sí, vamos. 

Ambos caminaron de vuelta a las habitaciones, despidiéndose y entrando cada uno en la suya.

Chapter 14: XIII

Chapter Text

Helena tocó un par de veces con sus nudillos la puerta de la habitación en la que se encontraba Hanno. Al no obtener respuesta, volvió a hacerlo, un poco más fuerte está vez, pero él seguía sin responder. Ya era tarde, ella pensaba que Hanno ya estaría despierto, no entendía por qué no respondía. Entonces un pensamiento pasó por su mente, ¿y si no estaba en aquella habitación? ¿Y si se había ido? No, él no haría eso, no sería capaz… ¿verdad?

Tras llamar dos veces más, aún sin respuesta, Helena decidió entrar a la habitación directamente, a ver qué ocurría. Colocó la mano en el pomo y la dejó ahí apoyada unos segundos y soltó un leve suspiro, realmente esperaba que él estuviera dentro, pero no podía evitar que una pequeña parte de ella sintiera preocupación. 

Al fin abrió la puerta, y entonces le vió, tumbado sobre la cama, aún dormido. No pudo evitar que se le escapara una pequeña sonrisa, una mezcla de alivio al confirmar que no se había escapado y ternura por verle ahí tan plácidamente dormido.

Helena pensó por unos segundos en posibles maneras de despertarle, no estaba segura de cuál sería la mejor forma de hacerlo. Mientras tanto dio unos pasos hasta estar cerca de la cama. Desde ahí podía ver a Hanno tumbado boca abajo, con una fina sábana tapando parte de su cuerpo, el lado derecho de su cabeza reposaba en la almohada, con los ojos cerrados. Parecía tan tranquilo y a gusto ahí, se sentía mal por tener que despertarle. 

Entonces se sentó en el borde de la cama, cerca de donde él se encontraba, y con mucha delicadeza apoyó su mano en el brazo del chico y la movió un poco. Quería intentar despertarle suavemente, en vez de hacerlo de golpe. Unos instantes después, Hanno empezó a abrir los ojos lentamente, al verla sonrió un poco.

– Hola –dijo el chico, con una voz algo más grave de lo habitual. 

– Hola –sonrió ella.

Hanno se movió un poco, pasando a estar tumbado de lado, cerró de nuevo los ojos y con una mano se frotó un poco uno de ellos con somnolencia, después volvió a abrirlos.

 – Buenos días –dijo él. 

– Buenas tardes más bien –rió Helena.

– ¿Qué? –dijo confuso y algo sorprendido, incorporándose hasta quedar sentado en la cama– ¿cuánto he dormido?

– Bastante, pero realmente lo necesitabas, así que no quise despertarte antes –respondió ella.

– Lo siento, no pretendía quedarme tanto tiempo –dijo mientras se quitaba las sábanas y se disponía a ponerse de pie.

– Tranquilo, no te levantes –dijo Helena– no hay ningún problema, aún puedes quedarte más si quieres, solo venía a decirte que yo tengo que irme un rato, y no quería dejarte aquí sin avisar y que despertaras y no me encontrases.

– Ah, vale –dijo más tranquilo– es que esta cama es tan cómoda… –rió él.

– Ya –ella también rió, aunque por otra parte no podía evitar sentir un poco de lástima por él, a saber cuánto tiempo llevaba sin dormir en una cama en condiciones…

– Puedes quedarte en la cama el tiempo que necesites, también puedes aprovechar si quieres para usar el baño o hacer lo que quieras.

– ¿Estás insinuando que huelo mal? –bromeó él.

– Pues no lo decía por eso, simplemente lo ofrecía porque no se me ocurre nada más, pero es verdad que ahora que lo dices… –bromeó ella de vuelta y ambos rieron. 

– Sí me gustaría usar el baño, gracias.

– Vale, el baño de esta habitación no creo que tenga nada… nunca lo usa nadie –dijo Helena mientras caminaba hacia el baño y se asomaba a ver un poco dentro– no hay ni jabón, ni siquiera toallas. No sé qué baño podría tener cosas... –pensó unos segundos– bueno, si no usa el mio y ya está, ahí puedo asegurarte que hay de todo, ahora mismo no se me ocurre otro que pueda estar libre. 

– Está bien –respondió él.

– Yo tengo que irme en nada, mis hermanos me esperan para una reunión, pero antes bajaré a la cocina a por algo de comida para que puedas desayunar, te la dejaré encima de mi mesa, quédate aquí el tiempo que necesites y cuando quieras pasas a mi habitación al baño. También intentaré buscar algo de ropa de hombre que nadie eche en falta, aunque no sé qué podré encontrar.

– No es necesario que te tomes tantas molestias.

– Claro que sí –insistió ella– cuando acabes quédate en mi habitación si quieres, nadie suele entrar allí, no te molestarán. 

Hanno asintió con la cabeza y ella salió de la habitación. Antes de irse a la reunión pasó por la cocina para coger algo de comida en una bandeja. Después pasó por varias habitaciones en busca de ropa que pudiera irle bien a Hanno. Una vez que tuvo todo lo que buscaba, volvió a su habitación, para dejar las cosas allí antes de que Hanno fuese al baño. Para su sorpresa, al abrir la puerta escuchó el sonido del agua que venía del baño, él ya estaba allí.

– Hola –dijo Hanno desde el baño al escucharla entrar.

– Hola –respondió Helena– ya tengo todo, te dejo la comida en la mesa y algo de ropa en la cama, no sé cómo te quedará pero es lo único que he podido encontrar.

– No te preocupes, seguro que está bien.

– ¿Has encontrado una toalla, el jabón y todo bien?

– Sí, sin problema.

– Genial, ¿necesitas algo más?

– Nada, tranquila

– Vale, yo tengo que irme ya, luego nos vemos.

– Hasta luego, que vaya bien la reunión.

– Sí… –dijo ella algo desanimada, no tenía muchas ganas de ir a esa reunión– hasta luego.

La chica caminó hasta la puerta, y justo cuando apoyó la mano en el pomo Hanno dijo algo desde el baño.

– Helena… muchas gracias por todo, de verdad.

Ella sonrió un poco ante eso.

– No hay de qué.

Tras eso se marchó.

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Un largo rato después, Helena estuvo de vuelta en la habitación. Al abrir la puerta, vio a Hanno sentado en una silla leyendo un papiro que sostenía en la mano.

– ¿Me descuido un momento y ya estás cotilleando mis cosas? –bromeó Helena al entrar.

– Perdón, me aburría y no se me ocurría nada que hacer, y luego vi esto y pensé en leer un rato… –dijo apoyando el manuscrito en la mesa.

– Era broma, no pasa nada.

– ¿Lo has escrito tú?

– Sí –dijo ella, ahora un poco avergonzada.

– Es muy bueno –dijo él.

– Bueno, no sé yo.

– Lo digo de verdad.

Ella solo miró a otro lado, un poco sonrojada, y siguió caminando hasta el armario, el cual abrió para dejar algo dentro. Después abrió un cajón y cogió un pañuelo de seda, que se colocó sobre los hombros.

– Siento sacar el tema, pero igual deberíamos ir regresando al coliseo pronto… 

– Sí, vamos.

– De verdad que lo siento.

– No te preocupes.

Hanno se puso de pie y se acercó a la puerta, esperando a que Helena terminase lo que estaba haciendo. Mientras tanto, miró una última vez alrededor de la habitación, sus ojos se pararon en los preciosos dibujos que decoraban todas las paredes y muebles de la estancia; había paisajes, figuras de personas, estrellas y amaneceres, multitud de plantas y flores, …

– Me fijé antes y quería preguntarte –dijo– ¿las pinturas de la habitación las has hecho tú?

– Todos, antes la pared era blanca, pero la pinté entera de azul y a lo largo de los años la he ido decorando con dibujos, me parece que queda más bonita así, además es algo con lo que me gusta entretenerme y pasar el rato.

– Son preciosos, tienes mucho talento…

– Gracias –sonrió un poco ella– bueno, yo ya estoy lista, ¿vamos?

– Sí.

-ˋˏ ༻❁༺ ˎˊ-

 

Hanno estaba al lado de Helena, caminaban juntos por las calles de Roma, en dirección al coliseo. Unos metros más atrás estaba Casio, siguiéndoles atentamente.

De pronto se escuchó una voz aguda a lo lejos, como de un niño pequeño.

– ¿Helena?

Ella miró hacia el lugar de donde venía la llamada, al ver su cara, el niño gritó de nuevo su nombre con aún más emoción y salió corriendo corriendo hacia ella.

– ¡¡Helena!!

– ¿Leo? –dijo la chica con una gran sonrisa en la cara al verle correr y dejó de caminar.

Cuando el niño llegó hasta ella, Helena se agachó para estar a su altura y se abrazaron, ella le agarró y se levantó con él en sus brazos, aún abrazándose.

– Oh dios mio Leo, no me lo puedo creer –dijo Helena, separándose un poco de él para mirarle a la cara.

Ella le agarraba por la cintura y él se agarraba a ella con sus brazos y le rodeaba con las piernas.

– Has crecido un montón, madre mía –continuó la chica.

Hanno vio que ambos sonreían mucho, no sabía quién era, pero se alegraban mucho de volver a verse, como si fueran dos hermanos o amigos muy cercanos que llevaban tiempo sin verse. 

– Te he echado de menos –dijo el niño. 

– Y yo a ti, no me puedo creer que hayas crecido tanto, estas enorme.

– Ya tengo 7 años… ¡y dentro de poco voy a cumplir 8! –dijo el niño orgulloso. 

– Madre mía, sí que eres mayor… –respondió ella– y muy alto, dentro de nada serás más alto que yo…

– Lo dices como si fuera difícil –dijo entonces una voz más grave que llegaba hasta ellos.

Hanno se giró para mirarle, era un chico más o menos de la edad de Helena, con cabello negro y ojos verdes. Ella no tuvo que girarse a ver quien era, solo por la voz ya supo de quién se trataba 

– Vaya vaya –dijo la chica con tono sarcástico– llegó el hombre más gracioso de toda Roma… que chiste más original, jamás se me habría ocurrido –dijo ella con una gran sonrisa en su rostro, ahora mirándole.

Él también sonrió, mirándola a los ojos.

– Hola Helena.

– Hola Marco.

Helena se quedó unos segundos parada, no sabía si abrazarle, darle la mano o saludarle de alguna manera, pero aún tenía a Leo en brazos, así que no hizo ninguna de las dos. 

Entonces vio que Marco tenía a alguien agarrádole de la mano, pero se escondía detrás de su pierna. Helena se asomó un poco para ver quién era.

– ¿Es Carina? –dijo entonces.

La niña, al escuchar su nombre, asomó la cabeza desde detrás del chico. Hanno observaba todo lo que ocurría en silencio, aún al lado de Helena.

– Sí, es ella –dijo Marco– sal a saludar –añadió mirando a la niña.

– Oh dios mío… no puedo creérmelo, ¿cómo es posible? Qué grande está, la última vez que la vi qué tenía, ¿2 años? Apenas, era solo un bebé…

– Sí… ha pasado algo de tiempo desde la última vez –dijo el chico.

– Ya… –dijo ella con tono entristecido. 

– ¿Por qué dejaste de venir a vernos? –preguntó entonces el niño que aún tenía en brazos.

– Oh Leo… No podía ir, lo siento mucho, de verdad, yo quería… más que nada, pero no era posible –dijo Helena volviendo a abrazarle para tranquilizarle, aunque Hanno se fijó en que también era para que el niño no viera la tristeza en su rostro, parecía muy afligida, sus cejas estaban curvadas y aunque tenía los ojos cerrados, sabía que si los abría estarían llenos de lágrimas contenidas. 

– ¿Es por tus hermanos? –dijo Leo.

– Sí… –respondió ella volviendo a mirarle, esforzándose por ocultar lo que sentía para parecer más tranquila.

– No nos caen nada bien –dijo el niño con el ceño un poco fruncido.

– Lo sé… –dijo ella– a mí tampoco. 

Entonces se abrazaron una última vez y el niño bajó de sus brazos. Una vez estuvo en el suelo, se dio cuenta de que Hanno estaba ahí y se quedó mirándole desde abajo.

– ¿Quién es él? –preguntó Leo.

– Oh… –dijo ella, al darse cuenta de que se le había olvidado presentarle– él es… un amigo.

– Wow, qué brazos más grandes –dijo asombrado el niño, aún mirando hacia arriba.

Ella no pudo evitar reír.

– Sí –respondió.

Hanno sonrió un poco ante eso y decidió presentarse.

– Soy Hanno.

– Hola Hanno, yo soy Leo –el niño extendió su mano hacia Hanno, él se agachó un poco y le estrechó la mano. 

– Encantado de conocerte –añadió Hanno sonriendo.

Cuando Leo le soltó la mano, Hanno se incorporó de nuevo y miró a Marco.

– Hola –dijo saludando con la mano.

– Hola, yo soy Marco –saludó el chico.

– ¿De qué conoces a Helena? –preguntó Leo con curiosidad, antes de que alguno pudiera decir algo más.

– Nos conocimos en una fiesta… –dijo Hanno.

– ¿Y de dónde venís ahora? –siguió preguntando el niño.

– Del palacio –respondió Hanno.

– ¿Tú también vives allí?

– No, que va –Hanno rió un poco– estaba allí porque tenía una herida y Helena me ayudó.

– ¡Ah! –exclamó Leo– a mi también siempre me ayudaba cuando me caía y me hacía una herida. ¿A que lo hace muy bien?

– Desde luego.

– Siempre conseguía que dejase de dolerme.

– Se le da muy bien.

– ¡Y también cocina las mejores galletas! Es la mejor.

Helena no pudo evitar sonreír al escuchar aquello.

– Esas no las he probado, pero seguro que tienes razón –añadió Hanno.

– Helena tienes que hacerle galletas –dijo el niño.

– Está bien –rió ella.

– ¿Y tú dónde vives entonces? –preguntó volviendo a mirar a Hanno.

– Leo, ¿por qué no vas yendo con Carina a casa? Yo voy enseguida –dijo entonces Marco.

– Vale –respondió el niño– adiós Helena.

Ella se agachó para abrazarle una última vez.

– Adiós Leo.

Cuando se separaron del abrazo, el niño le dio la mano a su hermana.

– Adiós Carina –dijo Helena.

– Adiós –respondió la niña antes de irse con su hermano.

– Lo siento por el interrogatorio –se disculpó Marco– es muy curioso.

– No te preocupes –respondió Hanno.

– Te ha echado mucho de menos Helena –dijo entonces mirando a la chica.

– Lo sé… y yo a él –dijo ella.

– Y bueno, los demás también te hemos echado algo de menos… –bromeó– aunque no tanto como él, claro.

– Bueno, eso es imposible… Soy su persona mayor de 10 años favorita. 

– Oh, definitivamente, pero eso jamás lo he dudado –rió el chico.

Ella sonrió, mirando levemente hacia arriba para mirarle a los ojos. Era bastante alto, y muy apuesto. Unos cortos y oscuros rizos caían por su frente, casi llegando hasta sus pobladas cejas de color azabache. 

– Ha estado bien volver a verte –dijo entonces él, mirándola fijamente a los ojos y sonriendo levemente. Sus ojos eran de un color verde oscuro, con algo de marrón, como un bosque– Estás igual que la última vez que te vi…

– Yo también me alegro de que nos hayamos encontrado.

– Bueno, ya os dejo en paz, que ibais a algún sitio y os hemos parado.

– Claro… –dijo ella, se le había olvidado que se dirigían al coliseo para hablar con Macrino.

Entonces se dieron un largo abrazo de despedida.

– Adiós Helena… Espero que podamos volver a vernos pronto –dijo el chico. 

– Sí, a ver si puedo acercarme un día de estos a veros.

– Sabes que nuestra casa siempre está abierta para ti.

Ella solo sonrió.

– Adios Marco.

– Y adiós Casio –dijo entonces el chico mirando al guardia– cuídala bien.

Por último, miró en dirección a donde se encontraba Hanno. 

– Adios Hanno, encantado de haberte conocido.

– Lo mismo digo –respondió él cortésmente– adiós. 

Entonces Marco se fue y ellos siguieron caminando. Hanno no quería entrometerse y preguntar, pero tenía mucha curiosidad por saber quiénes eran con los que habían estado y de qué los conocía. Afortunadamente para él, Helena se adelantó.

– Son los hijos de Diana, la curandera del pueblo de la que te hablé anoche –explicó.

– Sí, me acuerdo de ella.

– Ellos fueron los primeros amigos que tuve, siempre me trataron muy bien; me pasaba casi todas las tardes en su casa con ellos. Pero llevaba mucho tiempo sin verles… 2 años, desde que mis hermanos pasaron al poder y tuve que dejar de ir al pueblo.

– Entiendo.

– Pero me alegro de haber podido volver a verles, les he echado de menos. 

– Leo es muy gracioso.

– Sí –sonrió Helena.

– ¿Y Marco y tú solo erais amigos?

– ¿A qué te refieres? –preguntó ella algo confundida.

– No sé… por cómo te miraba… pensé que igual-

Entonces Helena comprendió qué quería decir.

– Oh no, qué va –dijo– solo es un buen amigo. 

– ¿Él lo sabe también? 

– Oh vamos –rió un poco ella– no digas tonterías.

– Yo solo digo lo que veo, y él no parecía pensar lo mismo.

– Eso no tiene sentido.

– Si tú lo dices…

– Simplemente fue el primer chico de mi edad que conocí, prácticamente crecimos juntos, por eso éramos muy cercanos, pero no creo que él me viese de esa manera para nada.

– Está bien, siento haber insinuado que… no pretendía.

– Tranquilo, no pasa nada.

– ¿Y qué edad tenían los pequeños? –preguntó Hanno tras unos segundos de silencio.

– Leo tenía como 5 años y medio la última vez que le vi, siempre decía que yo era su favorita –Helena rió un poco– y Carina es la más pequeña, apenas había empezado a decir algunas palabras cuando la vi por última vez, iba a cumplir 2 años, es normal que no me recuerde. Su padre era soldado, murió en batalla antes de poder saber que Diana estaba embarazada de Carina. Luego perdieron a su madre también… justo antes de que yo tuviera que dejar de ir a verles… Debió de ser muy duro, y yo ni siquiera estuve allí para ellos cuando su madre murió, después de todo lo que ella había hecho por mí.

– No fue tu culpa, no es que tú decidieras dejar de ir, y tampoco podrías haber hecho nada al respecto… –dijo Hanno.

– Lo sé… Pero Carina tuvo que crecer sin padres… y Leo era muy pequeño también.

– Debió ser difícil no poder ir a verlos.

– Mucho… a ellos y a muchos otros, todos fueron tan buenos conmigo, eran lo único bueno de mi vida.

Hanno miró a Helena, parecía realmente afectada.

– Creo que deberías ir a verlos –dijo el chico.

– Sí… aunque será difícil entrar en su casa sabiendo que ella no va a estar allí…

Entonces llegaron a las puertas del coliseo y se quedaron parados ahí unos segundos antes de entrar.