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Ni una gota de alcohol había pasado por sus labios aquella noche, para sorpresa de los demás jóvenes en aquella casa, a excepción de sus amigos, pues la actitud de Rin era hiperactiva y rozando la euforia mientras bailaba, cantaba (aunque más bien parecía inventarse un nuevo idioma con la música extranjera) y a veces hasta saltaba, hablándole a todo mundo como si los conociera de toda la vida y gozando de la fiesta. Claro, el mayor de los gemelos no estaba cerrado a la idea de beber, a veces le gustaba hacerlo, pero esa noche no tenía muchas ganas, a diferencia de Renzō que ya tenía un par de tragos encima y se mecía muy suavemente, parado junto al resto del grupo que se aglomeraba en una esquina que designaron como suya.
La música resonaba estridente por todo el edificio que solo se iluminaba por las luces de múltiples colores que alguien colocó dispersas por ahí y que, seguramente, había conseguido baratas en alguna página de internet, pero eran bonitas y ayudaban a poner un buen ambiente en el que los invitados se desenvolvían a gusto. Al menos Rin pensaba que eran bonitas, viendo cómo se movían por las paredes, el techo y los cuerpos de aquellos extraños haciendo lo propio, mientras esperaba a que Ryūji saliera del baño y luego de él mismo haberlo usado.
La casa era grande y estaba repleta de gente.
Okumura, aun moviéndose al son de una canción electrónica y conforme unas luces lilas formaban líneas en su cuerpo, percibió la puerta del baño abrirse y a Suguro salir por ella, dejando que una joven de pelo negro entrara junto a su amiga de ojos verdes.
Ambos se miraron cara a cara, alejados un poco de la entrada de aquel cuarto de aseo y de la fila que se formaba al costado derecho de éste. Rin no dejaba de bailar con una sonrisa en el rostro y buscando contagiar un poco su ánimo al más alto que permanecía impasible junto suyo, lográndolo lo suficiente como para que una sonrisa divertida se dibujara en la cara bronceada eventualmente.
Ryūji se preguntó de dónde había aprendido el pelinegro a bailar así, pues sus movimientos eran exagerados y cómicos más que visualmente agradables, aunque también podía bailar bien, si hasta hace solo unos minutos atrás se estaba meciendo de una forma más adecuada, pero ahora parecía hacerlo más con la intención de reírse.
Un leve empujón de parte de Okumura fue una señal para el castaño para que se le uniera, aunque éste al principio no estaba muy complaciente a la idea, solo cediendo luego de otro empujoncito e imitando aquellos tontos pasos de baile.
Se compartieron varias risas que difícilmente lograron oírse muy por debajo de la canción de turno y que no duraron mucho más de unos segundos pues la gente iba y venia y, ante el poco espacio que se formaba entre los cuerpos, Suguro se acercó al medio demonio, sus manos contra la pared y la cabeza virada para observar que las personas pasando detrás suyo tuviesen por dónde ir y no lo golpearan.
Sintiendo el cuerpo del otro cerrar la distancia entre ellos otro centímetro más al punto de que estaba cerniéndose sobre él, Rin alzó la cara hacia la ajena, una sonrisa aun en sus labios y los ojos azules viendo un par de luces verdes y anaranjadas danzar en la piel bronceada.
Ryūji cerró una mano alrededor de la muñeca más cercana del pelinegro para emprender el camino de regreso a sus amigos y no perderlo entre la multitud, sin embargo, cuando dio un paso hacia delante, teniendo área libre para moverse, Rin le detuvo, clavado en su sitio y jalándole del brazo hacia él.
—¿Qué pasa? — preguntó el castaño a gritos ahogados y aproximando el rostro a Okumura para poder escuchar su respuesta que, curiosamente, fue una mirada intensa e indescifrable que le atraía.
No dijeron nada conforme la expectación en ambos se acrecentaba hasta niveles que rozaban la ansiedad y los ojos de oscuros y azules se examinaban entre sí.
Como era de esperar, el hijo de Satán dio el primer paso; Rin tomó con la mano libre la nuca del más alto y lo acercó hasta acariciar sus labios con los ajenos en un beso dudoso por no saber si era un riesgo que debía tomar o no, aliviándose de que Ryūji apretó más sus bocas, al principio no sabiendo cómo profundizar el gesto y solo atreviéndose a colocar ambas manos sobre los hombros menos anchos.
Mientras las manos blancas viajaban por el cuello, el pecho y el abdomen marcado hasta sujetar los costados de éste, los labios rosas se partieron lo suficiente como para permitir a los colmillos morder los delgados de Suguro quien, siguiéndole el juego, le dejó el paso libre a su boca, volviendo el beso en algo más fogoso.
—Rin— el castaño susurró contra los belfos de Okumura cuyas manos regresaron al cuello firme para mantenerlo cerca.
—¿Mh?
Ryūji sabía a lima-limón.
Otras personas en aquel pasillo parecieron notar el espectáculo que ambos daban, riendo entre ellos y haciendo comentarios que el pelinegro prefirió pasar por alto, poco después rompiendo el contacto, tomando una mano del Aria que lucía contrariado e introduciéndose a uno de los cuartos de ahí que, afortunadamente, estaba solo, limpio y bien ordenado.
Oyendo el clic del seguro y viendo los muebles en las penumbras de la noche, Suguro se preguntó de quién sería esa habitación, aunque solo durante un cortísimo segundo antes de que la boca del más bajo se encontrara nuevamente con la propia.
Ahora las manos del nephilim se escabullían por debajo de la ropa de Ryūji y acariciaban la piel firme y caliente, provocando escalofríos que viajaban por cada célula de éste. Era tan adictivo tocarla que Rin no deseaba parar, por el contrario, las yemas de sus dedos estaban ávidas, desplazándose por todo lo disponible cerca de ellas, pero la estúpida playera que cubría al castaño era estorbosa y no quedó más opción que retirarla sin recibir ni una sola queja del otro que incluso lo ayudó.
Quizás no era buena idea hacer… lo que sea que estuviesen haciendo en la casa de alguien que ni siquiera conocían, sin embargo, ambos estaban como hechizados e ignoraban por completo cualquier racionalidad que sus cabezas pudiesen formar.
Okumura sintió las manos titubeantes cerca de su cintura, sin tocarla realmente, así que las tomó, trasladando sus labios por la quijada cubierta de vello grueso y oscuro, y las colocó en su retaguardia, silenciosamente dando permiso para que hiciera con él lo que quisiera, y Suguro lo comprendió, pronto masajeando la carne suave a través de los jeans duros, ganándose varios suspiros y que el pelinegro se apretara más contra su cuerpo hasta sentir el par de bultos, que crecían paulatinamente, entre sus ropas rozar.
Un pequeño gemido salió de los labios del ojiazul cuando las manos rugosas y ardientes se metieran a su pantalón y ropa interior, haciendo contacto directo con su propia dermis, luego de haber maniobrado con el botón y el zipper, y no pudo evitar restregarse contra Ryūji, todavía besando su cuello y mandíbula, lentamente subiendo hasta volver a encontrar sus labios.
Rin no dijo nada una vez el castaño lo sujetó fuertemente contra él y lo alzó a penas lo suficiente como para que tuviera que andar de puntillas, para luego guiar el camino hacia la cama que anteriormente había logrado dilucidar. Ahí se depositó al hijo de Satán sin mucha precaución quien, al ver al Dragón retirarle todas las prendas inferiores (que terminaron en el suelo), deslizó su playera por encima de la cabeza y la lanzó lejos sin importar dónde cayera.
La poca ropa que aun cubría el cuerpo de Suguro no tardó mucho en desaparecer también, y éste no demoró en subirse a la cama, su cuerpo cerniéndose sobre el blancuzco del nephilim que le miraba con ojos hambrientos y el cual aproximó al jalar una de sus suaves piernas, pronto metiéndose entre ellas.
—Ryugh…— Okumura se quejó, echando la cabeza hacia atrás y clavando las uñas en los brazos bronceados, una vez el aludido se introdujo en él.
El más alto sabía que uno debía tomar su tiempo para todo, pero no podía esperar ni aunque lo intentara, por eso, a penas dentro del cálido nephilim, empezó a mecerse hacia adelante y hacia atrás sin importarle nada más.
—Rin— gimió Suguro, yendo a un compás nada cuidado y errático que, si bien no infligía ningún daño en el aludido, parcialmente sintiendo placer, era muy presuroso para el más joven.
Con un movimiento ágil, el nephilim dio vuelta a sus cuerpos, estando ahora él de rodillas y encima de Ryūji tendido de espaldas en el colchón, cuyos ojos cafés observaban impresionados la hermosura de la piel blanca, tersa, el pelo negro que incluso cubría la cola agitándose elegantemente en el aire y los ojos azules que destellaban.
—Vas muy rápido— aseguró con voz espesa Rin, hincado y recorriendo con ambas manos el torso más robusto, delineando los músculos con el filo de las uñas que ya estaban ligeramente largas—. No creo que nadie venga.
Suguro jadeó con más fuerza cuando una mano de dedos finos y largos tomó su erección y la guio lentamente hasta el esfínter de Okumura, a lo que sus propias manos no tardaron mucho en colocarse en las caderas ajenas.
—Hey— llamó la atención el medio demonio en cuanto metió el glande, poniendo todas sus fuerzas en las piernas para mantenerse en sitio y en las manos para detener a su acompañante que quería hacerlo bajar por completo—. Te dije que vas muy rápido.
—Rin…
—Nuhu— Okumura sonrió con un deje de malicia mientras el más alto temblaba impaciente debajo de él—. O vamos a mi ritmo o no hacemos nada.
—Pero…
—Me vas a romper el culo. Sé obediente, Ryūji.
Fastidiado, pero cediendo, Suguro cerró los ojos fervientemente y frunció las cejas.
—Buen chico.
—Ugh…
Una suave risa logró escaparse del pelinegro.
—Tus manos aquí— ordenó el hijo de Satán, colocando aquellos apéndices grandes del castaño contra el pecho, donde las mantuvo al sostenerlas con la mano diestra mientras la izquierda se posicionaba en el abdomen grande y bien trabajado—. Y no te muevas.
—Mhm…— fue lo único que el más alto logró proferir, sus ojos nuevamente fijándose en Rin.
Pero era más fácil decirlo que hacerlo, pensó Ryūji en cuanto sintió al pelinegro alzarse y descender, nuevamente introduciendo solo la punta de la erección, agitando un poco las manos sin realmente moverlas de lugar, pues Rin empleaba la fuerza suficiente para tenerlas quietas.
Suguro se quejó y removió los pies, sintiéndose muy impaciente ante la cadera del medio demonio que subía y bajaba tan lento y tan poco que, pasados unos tortuosos segundos, lo único que seguía entrando y saliendo era el glande.
—Ah… Ryūji— las manos grandes volvieron a agitarse cuando Okumura descendió un poco más, metiendo más de la erección—. Vas bien.
—Cállate y muévete.
Era satisfactorio para el ojiazul tener el control; podía ver lo desesperado que estaba su acompañante cuyo pecho subía y bajaba con avidez, sus manos apretándose y relajándose al igual que sus piernas y vientre, y lo entendía, perfectamente, él quería más, pero también quería tomarse su tiempo para disfrutar cada segundo y evitar cualquier malestar.
—Quieto— ordenó Rin en cuanto las caderas de Ryūji se alzaron y regresándolas a la cama con la mano izquierda, a lo que éste se quejó una vez más.
Eventualmente, tras otros larguísimos segundos que para el castaño eran insoportables (no porque no se sintiera bien, todo lo contrario, se sentía bien, sin embargo, era algo tan tenue que le molestaba), el nephilim se sentó por completo en la pelvis de éste y con el falo dentro suyo hasta la base.
—Muy bien— halagó Okumura y, aunque ello brindaba algo de placer, Suguro bufó.
—¿Ya puedo moverme? — logró jadear el más alto.
—No.
Ryūji no dejaba de quejarse, pero al pelinegro parecía gustarle.
—Puedes tocar— Rin le permitió, trasladando las manos del otro hacia su cuerpo, que tembló en excitación, y colocó las propias nuevamente sobre el abdomen ejercitado—. Solo tocar.
Tocar estaba bien, claro, Suguro no tenía problema con ello, sino que le gustaba pasar las yemas de los dedos y las palmas de las manos por la piel suave y la carne blanda del otro, subiendo y bajando por sus piernas, hundiéndose en su cintura, siguiendo las líneas que formaban los músculos que mantenía sin mucho esfuerzo y gracias a su herencia demoniaca mientras Okumura subía y bajaba sobre su miembro con mayor velocidad que antes, aunque yendo tan despacio que seguía siendo exasperante.
—Rin— gimió el más alto, sintiendo espasmos en la cadera que le apremiaban a seguir el ritmo, pero que se mantenían en su sitio porque el aludido las presionaba con ambas manos hacia el colchón.
—¿Mh?
—Más…
¿Por qué iba tan lento? Ryūji cuestionó estridentemente en su cabeza y mientras apretaba la quijada, sobre todo porque el nephilim aumentó el tempo, solo que seguía siendo insuficiente para él.
—Rin.
—¿Ah? — Okumura sintió los dedos gruesos apretarle los muslos, seguro de que dejarían marcas rojizas que no durarían mucho tiempo.
Un lloriqueo salió del castaño que cerró fuertemente los ojos, frunció tanto las cejas que múltiples dobleces se formaron hasta en la nariz y juntó los labios hasta hacerlos desaparecer de su rostro, conforme la boca del ojiazul besaba su mandíbula, las mejillas, el cuello y el pecho, y los dedos blancos rozaban tan delicadamente el resto de su cuerpo que generaban cosquillas muy agradables.
—Rin— la voz del Dragón mostraba placer y petición.
Rin tuvo que parar con sus caricias, aunque continuó succionando y mordiendo la piel de un tono bronce, para detener las manos grandes que se habían cerrado en su retaguardia con claras intenciones de cambiar el compás.
—Por favor.
—¿Mh? — exhaló el medio demonio, sabiendo perfectamente lo que se le solicitaba, pero haciéndose el tonto y continuando su labor.
—Deja…— un gemido y una queja—, moverme…
La música seguía sonando fuera, a penas siendo un poco silenciada por la puerta bien asegurada, y el par debería estar agradecido de que nadie hubiese intentado entrar todavía, solo que no tenían espacio en sus cerebros en ese momento como para pensar en ello, solo podían pensar en lo que hacían y en lo que querían hacer.
—Rin.
La presión en su retaguardia empeoró, aunque el pelinegro encontraba cierta satisfacción en ello.
—Por favor— oír los lloriqueos de Ryūji no estaba nada mal, si bien Okumura era consciente de que tampoco quería mantener aquel ritmo toda la noche—. Rin. Por favor.
Y para mala suerte del Dragón, el aludido se detuvo.
—Rin…
Acercándose a solo unos centímetros de los labios delgados de Suguro, el ojiazul habló:
—Está bien.
Ni un solo segundo pasó para que Ryūji los girara a ambos, Rin regresando a estar tirado sobre la cama con el otro entre sus piernas e, inmediatamente después, empujando y jalando a una rapidez que les quitó el aliento casi en su totalidad.
—Así— fue el turno del pelinegro de lloriquear, sus garras dejando hilos carmesíes en la espalda amplia de Suguro que no paraba, embriagado en todo lo que significaba el nephilim y estar con él—. Ryūji…
—Dios.
Okumura continuaba levantando la carne con sus afiladas uñas mientras las manos del más alto no se decidían por completo donde posicionarse, agarrando a veces las mantas que se desordenaban en el lecho o aferrándose al cuerpo fuerte y precioso del ojiazul donde danzaban llamas azules en lugares aleatorios, sus aun pequeños cuernos vislumbrándose a través de los cabellos oscuros.
—Dios… Rin…
—Mhm— las pestañas negras revolotearon y los ojos azules rodaron hacia atrás, desbordándose por el placer—. Yo…
A la par que el cuerpo del medio demonio se tensaba, un resuello llenó el cuarto, opacado por una nueva canción y varias voces riendo estruendosamente justo fuera de la puerta, desconocedoras de lo que pasaba en el interior.
Ryūji tembló y tuvo un par de espasmos antes de eyacular como Rin.
—Ah… Uh…— jadeaba el castaño—. Un momento.
Ante esto, el ojiazul rio cansadamente y no dijo nada cuando Suguro se tiró sobre su cuerpo para recuperar la respiración y calmar su atolondrado corazón.
—¿De quién será el cuarto? — pensó Okumura en voz alta, aun cansado y sintiendo al otro retirarse de su interior.
—Ni siquiera quiero saberlo. Qué vergüenza.
Rin volvió a reír con un poco más de fuerza.
—Por ahora— el castaño hizo una pausa para aclararse la garganta—, volvamos con los demás. Y hablaremos de esto después.
—No quiero salir. Tengo sueño.
—Vamos. No queremos que nos hagan un escándalo por esto.
—Bien.
En la oscuridad, ambos se limpiaron como pudieron y se vistieron para salir como si nada hubiese ocurrido, ensordeciéndose por la música a todo volumen y con luces coloridas viajando por sus cuerpos.
notninani Thu 06 Feb 2025 04:58AM UTC
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