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Will Graham, un talentoso exorcista, colabora de vez en cuando con el FBI para enfrentar posesiones demoníacas. Un exorcismo particularmente difícil lo pone a prueba. El demonio acepta liberar a su víctima, con la condición de quedarse al lado de Will
Advertencia: Esta historia contiene menciones y detalles religiosos. Se recuerda que está historia es ficción y no representa como tal la realidad. La mayoría de cosas relacionadas con exorcismos son pura fantasía y no se pretende imitar la realidad o apegarse a ella
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El perro corría por la carretera vacía, con el pelaje enmarañado por la suciedad. Sus patas golpeaban el asfalto con un ritmo frenético, como si estuviera huyendo de algo invisible.
Will, agotado tras un largo día, solo quería llegar a casa y dormir. Pero en cuanto vio al animal, desaceleró y bajó la ventanilla. Mantuvo la velocidad al ritmo del perro, observándolo con curiosidad.
—Hola —saludó con una leve sonrisa—. ¡Hey!
El perro lo ignoró por completo y siguió corriendo. Will frunció el ceño y aceleró un poco, adelantándose para interceptarlo.
Más tarde, sentado en la parte trasera de su camioneta, Will sacó un trozo de comida y lo extendió hacia el perro. Aún receloso, se acercó con pasos cautelosos. Sus ojos rojos brillaban a la luz de los faros, y en cuanto estuvo lo suficientemente cerca, Will distinguió la fina neblina oscura que lo envolvía, casi imperceptible, como un humo apenas visible que flotaba a su alrededor.
Un perro del infierno.
Demonios de bajo nivel, demasiado débiles para adoptar una forma humana, por lo que se refugiaban en cuerpos de animales. A simple vista, eran indistinguibles de un perro normal. Cualquiera que los viera no notaría nada extraño, pero Will sí. Él podía ver su verdadera naturaleza en la negrura de su aura y en el reflejo antinatural de sus ojos escarlata.
No era el primero que encontraba. Ya tenía dos perros demonios en su manada. Uno más no haría diferencia. Después de todo, la línea entre un perro normal y uno demoníaco era casi inexistente.
Cuando finalmente se ganó la confianza del animal, lo subió a la camioneta y condujo de regreso a casa.
Al llegar, saludó a los demás miembros de su manada y le sirvió comida al nuevo integrante antes de proceder a bañarlo. Una vez estuvo limpio y seco, le ofreció un poco más de comida antes de meterlo en la jaula de adaptación, un espacio diseñado para que los perros nuevos pudieran integrarse a la manada de forma segura. Así se evitaba cualquier enfrentamiento o reacción agresiva.
—Chicos, este es Winston —dijo Will, presentándolo a los demás—. Winston, este es el resto de la manada.
Ellie ladró, agresiva y territorial. Sus ojos centellearon con un fulgor rojo intenso mientras daba un paso al frente. Will la calmó y el perro retrocedió de inmediato, su brillo sobrenatural desvaneciéndose poco a poco hasta desaparecer por completo.
Will suspiró y se dejó caer en su silla, girando el vaso de whisky en su mano mientras observaba a los perros. Winston aún mantenía los ojos rojos, brillantes y desconfiados. Hasta que no se sintiera completamente seguro, no adoptaría el color de ojos natural de un perro común.
Los demonios eran un hecho conocido por todos. No eran solo supersticiones o historias de terror; su existencia era pública e innegable. Los exorcismos (o los intentos de ellos) también eran comunes, aunque no ocurrían todos los días
Los demonios eran criaturas de pura maldad, seres cuya única intención era corromper, destruir y consumir desde dentro a quienes caían en sus garras. Se camuflaban entre las personas, las poseían y las drenaban hasta dejarlas vacías e irreconocibles. O las mataban para comerlas.
Por eso existían los exorcistas. Eran personas entrenadas para reconocer su presencia y expulsarlos.
Sin embargo, no cualquiera podía hacerlo. Incluso sacerdotes y devotos con años de preparación fallaban en la mayoría de los casos, dejando tras de sí cuerpos rotos y almas condenadas.
Solo unos pocos nacían con el don de reconocer demonios y exorcizar sin necesidad de entrenamiento, pero su destino rara vez era favorable. La mayoría no llegaba a la adultez; entidades malignas los cazaban y eliminaban antes de que pudieran convertirse en una amenaza real.
Will Graham nació con ese don.
Hijo de padres completamente humanos, sin rastro de habilidades sobrenaturales, Will vino al mundo con la capacidad de exorcizar demonios. Algunos demonios podían mezclarse entre la sociedad, ocultos tras una fachada humana perfecta, pero él veía más allá. Podía percibir su verdadera forma, identificar su esencia y reconocer cuando un humano había hecho un pacto con ellos.
Además, poseía una empatía extraordinaria, una sensibilidad que lo hacía reaccionar a estímulos que otros ni siquiera notaban. Tal vez era esa misma empatía lo que le permitía exorcizar.
Will cerró los ojos y se recostó en su silla, disfrutando la tranquilidad de la noche. Llevaba tiempo sin asistir a un exorcismo, no desde que le quitaron su puesto en su antiguo trabajo.
Cada dia había mas gente entrenada para enfrentar demonios, y como la mayoría eran criaturas débiles, cualquier exorcista con la preparación adecuada podía lidiar con ellos sin problemas. Will solo era convocado cuando la situación realmente lo ameritaba, cuando se trataba de entidades fuertes y resistentes
Con el canto de los grillos llenando el aire y el sonido de las patas de sus perros moviéndose por el suelo, se permitió un breve instante de paz. Pero en el fondo, un mal presentimiento se aferraba a su pecho.
—————
—Apareció un demonio —dijo la mujer al otro lado de la línea en cuanto Will atendió el teléfono—. Necesitamos que vayas a la escena del crimen.
Will, tumbado en la alfombra con sus perros alrededor, suspiró con cansancio.
—¿Por qué yo?
—Dos oficiales se desmayaron al entrar en la habitación donde está. Creemos que es más fuerte que la mayoría de los demonios. Necesitamos tu ayuda.
Will cerró los ojos por un instante, sabiendo que no podría rechazar la petición.
—Hay dos víctimas —continuó la mujer—. La esposa del hombre y su hija. Intentó cortarle el cuello a la niña… Aún respira, están esperando a la ambulancia para trasladarla al hospital. Pero la mujer ya estaba muerta cuando llegaron a la escena.
Will se pasó una mano por el rostro y asintió para sí mismo. No tenía elección. Tras recibir la dirección, colgó, tomó su mochila y emprendió el camino.
Cuando llegó, lo primero que vio fue a los paramédicos subiendo a una joven en una camilla a la ambulancia. El inconfundible olor a azufre le llegó de inmediato, impregnando el aire con su hedor denso y penetrante. El olor se había pegado a la chica
Se acercó con cautela.
La chica lo vio y, con el poco aliento que le quedaba, estiró un brazo tembloroso hasta aferrarse a la mano de Will. Su piel estaba helada y pegajosa. Sus ojos, enrojecidos y vidriosos por el dolor. Tenía manchas de sangre en el rostro, contrastando con su piel pálida.
—Salva... a... mi padre... —murmuró con voz desgastada, cada palabra arrancada de su garganta como si le costara horrores pronunciarlas.
Will apenas pudo comprenderla antes de que los paramédicos intervinieran, apartándolo y obligando a la chica a soltarlo. Se la llevaron de inmediato, desapareciendo dentro de la ambulancia. Debía ser la hija de la víctima.
Will se quitó los lentes, se frotó los ojos y luego volvió a colocarlos en su lugar antes de avanzar hacia la escena del crimen.
Un hombre corpulento se acercó a él
—Padre Graham, un gusto conocerlo. Soy Jack Crawford, jefe de la Unidad de Ciencias del Comportamiento Demoníaco del FBI.
Will negó con la cabeza, Jack ya había tomado su mano con firmeza y la estrechó antes de que pudiera rechazar el gesto.
—Ya no soy sacerdote.
—¿Ya no?
Will se encogió de hombros.
—Parece que me faltó... conexión con Dios.
Aunque lo tenía todo para ser un sacerdote, la religión jamás fue lo suyo. Solo poseía el don del exorcismo, pero ninguna de las cualidades que hacían a un verdadero sacerdote. Aun así, le otorgaron el título debido a su habilidad y trabajó con ellos por un tiempo. Pero ser sacerdote implicaba socializar, involucrarse con otros, algo que nunca fue su fuerte. No fue una sorpresa cuando le revocaron el título tras un incidente con un exorcismo, argumentando que no tenía lo necesario para ocupar el puesto.
El FBI lo había contratado como profesor para entrenar a sus agentes en exorcismos. El FBI tenía un departamento dedicado exclusivamente a casos de posesiones, actividad demoníaca y crímenes realizados por demonios.
—He escuchado mucho sobre ti. Realizaste exorcismos que otros consideraban imposibles, salvado a personas que se creían perdidas y desterrado demonios peligrosos. Se habla bastante de tus hazañas —dijo Jack
Will desvió la mirada, incómodo.
—Eso es… desafortunado para mí.
Odiaba que la gente hablara de él. Para evitar que la conversación siguiera por ese rumbo, cambió de tema y preguntó por el caso. Afortunadamente, Jack comenzó a explicar.
—Esta mañana, un transeúnte llamó al 911 tras ver a una mujer muerta en el patio delantero de una casa. Cuando la policía llegó, el dueño se atrincheró en el interior con su hija y amenazó con matarla si intentaban entrar.
Will frunció el ceño.
—¿Cómo lograron sacarla?
—Con ayuda de un sacerdote, entraron varios agentes. Cuando intentó cortarle el cuello a la chica, un oficial le disparó en el hombro. Eso nos dio tiempo suficiente para sacar a la chica.
—¿Y por qué necesitan a un exorcista? Esto suena más como un caso para alguien más.
—Los agentes han encontrado cosas… preocupantes —explicó Jack—. Se ha detectado actividad demoníaca dentro de la casa. Dos oficiales intentaron entrar antes de que todo se saliera de control, pero ambos se desmayaron sin razón aparente. En el cobertizo, encontramos un ritual de invocación demoníaca reciente. Y Abigail, la hija del sospechoso, es idéntica a una serie de víctimas que han desaparecido en los últimos meses. También hallamos restos humanos y pertenencias relacionadas con las chicas desaparecidas.
Jack le entregó una cámara. Will la tomó y comenzó a revisar las fotografías de la escena. El cobertizo estaba cubierto de sangre, las manchas oscuras y secas esparcidas en patrones caóticos por las paredes. En el centro, un altar se alzaba entre el desorden, rodeado de símbolos demoníacos grabados en la madera con precisión inquietante. Entre todos ellos, uno destacaba sobre los demás: la silueta minimalista de un ciervo con grandes astas. Will entrecerró los ojos. Debía ser el emblema del demonio que Hobbs intentó invocar. Pero no lo reconocía.
Algo dentro de Will vibró en respuesta a la presencia demoníaca que impregnaba el ambiente. La esencia oscura se concentraba en la casa como un pozo de energía densa y corrupta.
Jack se aclaró la garganta, llamando su atención.
—Garett Jacob Hobbs, el hombre que está adentro, es nuestro principal sospechoso en esas desapariciones. Creemos que está poseído. O hizo un contrato con un demonio y sigue dentro
Will asintió, su decisión ya tomada.
—Entraré.
—Enviaré a un par de agentes contigo. Tienen experiencia con demonios.
Will negó con la cabeza y ajustó sus lentes sobre el puente de la nariz.
—Solo estorbarán —dijo sin rodeos—. Tengo símbolos protectores en mi piel. Soy menos vulnerable a un ataque. Si entra alguien más, tendré que preocuparme por su seguridad, y eso solo me distraerá.
Jack apretó los labios en una línea tensa, pero no discutió. Sabía que Will tenía razón.
Will sujetó la correa de su mochila con firmeza antes de avanzar hacia la casa. La presencia demoníaca era tan intensa que casi podía saborearla en el aire, un regusto amargo y metálico que se aferraba a su lengua.
Algunos policías entraron con él y le señalaron la cocina. Will les impidió avanzar más con un gesto. No quería distracciones. Inspiró profundamente antes de cruzar el umbral.
Aunque sus ojos veían a Garret Jacob Hobbs, sabía que no era él.
El hombre estaba sentado en una silla con las piernas cruzadas, la espalda perfectamente recta. Sus manos descansaban una sobre otra sobre su rodilla, un gesto casi elegante.
Sus ojos brillaban con un rojo intenso. Will nunca había visto un tono tan profundo en los ojos de un demonio
Su aura era densa, negra como el alquitrán, se extendía a su alrededor como un manto vivo de sombras que vibraban y se enroscaban sobre sí mismas. No flotaba en el aire como el humo ligero de otros demonios; era más gruesa, más opresiva, una presencia que devoraba la luz. Se extendía en un radio de al menos cuatro metros, oscureciendo las paredes detrás de él.
La ventana de la cocina proyectaba la sombra de Hobbs contra la superficie. Sobre su cabeza, dos enormes astas de ciervo se alzaban hasta el techo, retorcidas como ramas marchitas
No estaba lidiando con un demonio común.
El hombre inhaló, entrecerrando los ojos, como si estuviera saboreando el aire.
—Esa es una desafortunada elección de loción para después del afeitado —comentó con despreocupación—. Me pica la nariz.
Su voz era profunda y arrastrada, con un acento que Will no pudo identificar del todo. Había algo ronroneante en ella, un tono casi seductor que no encajaba con su apariencia.
Will casi suelta una carcajada por lo inusual del comentario. Esperaba cualquier cosa, menos una crítica hacia su loción
—Me la siguen regalando para Navidad —respondió, siguiéndole el juego.
El demonio sonrió con el rostro de Hobbs, ladeó la cabeza y volvió a inhalar profundamente, cerrando los ojos, como si estuviera disfrutando de un perfume exótico.
—Percibo… Pelo de animal. ¿Tal vez siete perros? —preguntó para sí mismo. Will reprimió un quejido de desconcierto—. Y un aroma magnífico, algo que no puedo identificar. Es adictivo
Inhalo más profundo y luego se relamió los labios.
Will no dejó que aquello lo afectara, o al menos, intentó que el demonio no lo supiera. Estaba a varios metros de distancia y, aun así, había sido capaz de oler a sus perros.
—Tal vez puedas acercarte un poco para percibirlo mejor —sugirió el demonio con una sonrisa afilada.
—Estoy bien donde estoy
El demonio se encogió de hombros y volvió a oler el aire
—Lo que no huelo es miedo —comentó con un deje de curiosidad—. ¿No tienes miedo?
—¿Debería?
—La mayoría lo tendría.
—No soy la mayoría.
—Me doy cuenta —susurró el demonio, su sonrisa ensanchándose—. No eres sacerdote, pero puedes expulsar demonios, lo huelo en ti. Es la primera vez que veo algo como tú.
Will frunció el ceño.
—¿Nunca conociste a un exorcista?
—Charlatanes —bufó el demonio, con desdén—. No pueden expulsar demonios, solo creen que pueden porque alguna vez se enfrentaron a uno débil, demasiado asustado para resistir artículos benditos o palabras sagradas. Se fueron por su cuenta, no porque el sacerdote los obligara.
Su sonrisa se desdibujó levemente mientras sus ojos brillaban con un interés peligroso.
—Pero veo en ti algo único, eres capaz de desterrarnos de verdad. Hay algo en ti realmente extraordinario.
Will decidió que ya era suficiente. Tenía que sacar a ese demonio cuanto antes.
—Es hora de que te vayas
Sacó de su mochila una cruz y una Biblia. No las necesitaba realmente; su don era suficiente para expulsar demonios, pero los objetos benditos amplificaban su efecto. No eran las palabras sagradas lo que los obligaba a marcharse, sino la energía con la que él las pronunciaba.
—In nómine Patris, et Fílii, et Spíritus Sancti —comenzó Will, aclarando su garganta antes de continuar—. Sancte Michael Archangele, defende nos in praelio. Contra nequitiam et insidias diaboli esto praesidium.*
El demonio inclinó la cabeza a un lado, divertido, observándolo con una media sonrisa. Will sintió un escalofrío recorrerle la nuca. Algo no estaba bien.
Para este punto, cualquier otro demonio ya estaría reaccionando: los débiles se retorcían, los más resistentes mostraban signos de molestia, incluso los más astutos intentaban negociar. Pero este demonio solo lo miraba. Su expresión ni siquiera mostraba incomodidad, solo una calma casi burlona. Will apretó la cruz en su mano y continuó con la oración.
—Imperet illi Deus, supplices deprecamur. Tuque princeps militiae caelestis, Satanam aliosque spiritus malignos, qui ad perditionem animarum pervagantur in mundo divina virtute in infernum detrude. Cor Jesu sacratissimum. Miserére nobis. Miserére nobis. Miserére nobis… Amen. *
El demonio lo miró. Nada.
Will ocultó el leve temblor que cruzó su cuerpo. Esto no era normal. Siempre funcionaba. Siempre.
Recitó la oración otra vez.
Nada.
Probó con otra.
Nada.
—Amen… —susurró al terminar una tercera oración, su voz más baja de lo que pretendía.
El demonio sonrió.
—Supongo que ahora es mi turno
Will se preparó. Sabía que algunos demonios podían mover objetos sin tocarlos, lanzar a la gente por los aires o manipular sus sentidos. Pero él estaba listo para cualquier cosa. Su piel llevaba símbolos de protección, grabados en su carne como una armadura sagrada contra la influencia demoníaca.
—Arrodíllate.
No fue un grito. Ni siquiera sonó amenazante. Fue una simple palabra, pronunciada con suavidad. Pero la habitación entera pareció estremecerse.
Will no se movió.
Un quejido detrás de él lo hizo girar.
Los policías que esperaban fuera de la habitación, listos para actuar si algo salía mal, se desplomaron de rodillas como marionetas a las que les hubieran cortado los hilos. Tres hombres fuertes, entrenados, reducidos en un segundo. Sus cuerpos temblaban, sus respiraciones eran entrecortadas.
El demonio frunció el ceño, desconcertado. Sus ojos volvieron a posarse en Will, recorriéndolo con interés renovado.
—¡Arrodíllate!
Por la ventana, Will vio a Jack caer de rodillas. Jack estaba fuera, lejos, sin posibilidad de haber escuchado la orden. Y, aun así, se había desplomado como los demás.
—Esto es… inesperado —dijo el demonio, mirando a WIll intrigado
El demonio ya no sonreía.
Algo en las protecciones de Will debía haber funcionado. Por un breve instante, sintió el impulso de sonreír con suficiencia, pero sabía que aquello no era una victoria. Solo un respiro. Tenía un problema enorme frente a él.
—No puedo hacer nada. Y tú no puedes hacerme nada. ¿Qué pasará ahora?
—Podrías dejar en paz a ese hombre —sugirió Will—. ¿Pretendes comértelo? ¿Poseerlo para siempre? Su espíritu es débil. No sería una buena comida.
El demonio negó con la cabeza
—Planeaba matarlo desde el principio. No tengo intención de devorarlo.
—¿Por qué él? ¿Por qué inducirlo a toda esta matanza?
Las pruebas hablaban por sí solas. Garret Jacob Hobbs había asesinado a varias chicas. Pero algo no cuadraba. Los demonios solían consumir por completo a sus víctimas. No dejaban rastros. Sin embargo, este hombre había guardado partes de sus presas, como trofeos macabros.
—Este hombre hizo todo por sí mismo. Sin ninguna influencia. Cegado por su propio deseo.
Will lo miró fijamente, sin moverse. El demonio continuó, se relamió los labios y cambió de posición, descruzando las piernas para volver a cruzarlas
—El hombre intentó invocarme, no respondí. Empezó a matar chicas jóvenes, sacrificándolas para atraerme, para cumplir su deseo. Hizo la invocación de nuevo, y un demonio menor, uno patético, se hizo pasar por mí. Terminó poseyéndolo. Las personas malas tienden a ser objetivos fáciles para los de mi especie. Son más vulnerables a ser poseídos.
—¿Y dónde está ese demonio ahora?
—Lo maté, por supuesto —respondió el demonio, con una sonrisa—. Y ocupé su lugar. Planeaba matar a este hombre por dejarse engañar, por confundir a otro demonio conmigo.
Will lo observó en silencio por un momento
—¿Cuál era su deseo?
—Que su hija se quedara con él para siempre
—Intentó matar a la chica. Y mató a su esposa. ¿Fuiste tú?
El demonio hizo un gesto de desinterés, agitando la mano, como si el tema le resultara tedioso.
—El hombre mató a su esposa al verse acorralado.
—¿Acorralado?
Sus ojos brillaron con un destello de malicia.
—Puede que le haya susurrado la idea de que había sido descubierto. Así que ofreció a su esposa como un último sacrificio antes de intentar la invocación otra vez.
—¿Por qué hiciste eso? —preguntó, su voz baja, casi un gruñido.
El demonio se encogió de hombros con un aire de indiferencia casi infantil.
—Tenía curiosidad por saber qué haría —admitió—. Los humanos son… estupidos.
Will cerró los ojos por un momento. No para evitar la mirada del demonio, sino para enfrentarse a lo que su mente ya había empezado a reconstruir.
Casi podía verlo. La casa de los Hobbs iluminada por la tenue luz de la mañana, la familia reunida en la cocina. El aroma del café recién hecho, el crujido del pan tostado, salchichas friéndose en la sartén. Pequeños gestos cotidianos: una mano alcanzando un plato, risas entre los padres mientras cocinaban juntos. Entonces, el susurro. Una voz que solo Garret Jacob Hobbs podía oír, un zumbido venenoso que destrozó la frágil normalidad en un instante.
El pánico se apoderó de él. La certeza de haber sido descubierto lo convirtió en una bestia acorralada que apuñalo a su esposa. Su hija gritó, un sonido desgarrador que se apagó bajo la brutalidad del miedo. Pudo haber intentado escapar o pedir ayuda, pero no lo hizo. Sabía que no había escapatoria.
Luego, la invocación. Palabras pronunciadas con la desesperación de un hombre que ya estaba muerto por dentro.
Will casi podía sentirlo. El ardor que Hobbs debió experimentar al ser poseído. Como si su interior se estuviera quemando, cada nervio ardiendo en llamas invisibles, la bilis subiendo por su garganta, ahogándolo una y otra vez. Un dolor que no terminaba, un vacío que lo devoraba desde dentro.
Cuando Will abrió los ojos, el demonio lo observaba fijamente, inclinado hacia adelante, sus ojos brillando con un interés morboso.
—Eres un humano bastante intrigante, además que eres un placer para la vista —murmuró—. Estabas aquí, pero te fuiste, ¿a donde?
Will tragó saliva, su mandíbula apretada.
—Recreé la escena.
La sensación de estar atrapado en el cuerpo de Garret, de sentir cómo su humanidad se desmoronaba desde adentro, era como fuego que aún recorría sus venas
—No solo lo viste. Lo viviste —corrigió el demonio—. Te transformaste en este hombre y reviviste lo que sucedió. Tu olor cambió. Al principio, era dulce, como caramelo derritiéndose al sol. Luego, se tornó amargo, un caramelo quemado que se adhiere al paladar, dejando un rastro áspero y amargo. Y al final, un aroma a tierra mojada después de ser golpeada por un rayo.
Will frunció el ceño, incómodo.
—Eso es bastante específico
—Te sumerges en sus recuerdos como si fueran tuyos. No solo los ves, los sientes. Los dejas entrar. ¿Por qué?
—No se puede cazar un monstruo si no sabes cómo piensa.
—¿Y qué pasa si, al entenderlo, descubres que no hay tanta diferencia entre el monstruo y tú?
Will se había hartado.
Sin pensarlo dos veces, sacó su pistola y apretó el gatillo.
El disparo resonó en la habitación, seco y contundente. La bala, cargada con un potente sedante de su propia creación, impactó en el hombro del hombre poseído. A pesar de que el cuerpo de Hobbs ya estaba corrompido por la presencia demoníaca, seguía siendo humano, y un sedante tan eficiente como el que le administró bastaba para derribarlo.
El sedante hizo efecto, el demonio dejó de hablar de inmediato. La arrogancia y la malicia se apagaron de sus ojos, reemplazadas por un parpadeo vacío antes de que el cuerpo de Hobbs se desplomara en la silla con un golpe sordo. Inerte.
Ahora el demonio tenía dos opciones: podía aferrarse al cuerpo hasta que los efectos del sedante se disiparan, incapaz de controlarlo y dañarlo mientras tanto. O podía irse. Will esperaba que eligiera lo último.
Pero no pasó nada. El cuerpo permaneció inmóvil, sin señales de que que la entidad hubiera decidido huir.
Al acercarse, vio que las venas en el cuello de Hobbs estaban marcadas, hinchadas y teñidas de un negro enfermizo, extendiéndose como raíces podridas bajo la piel. Era la señal inequívoca de la corrosión demoníaca. El cuerpo estaba deteriorándose desde adentro hacia afuera, una podredumbre invisible que devoraba carne y alma.
No sabía cuánto tiempo le quedaba antes de que el cuerpo colapsara por completo.
Will apretó los puños, sintiendo cómo la frustración y la impotencia le ardían en el pecho. Sabía que los exorcismos tradicionales tenían un alto porcentaje de fracaso. En la mayoría de los casos de posesión, el huésped terminaba muerto.
En este caso, nadie lo culparia si salía mal
Pero Will no quería eso.
No porque le importara Hobbs. No porque sintiera compasión por un hombre que había manchado sus manos con la sangre de víctimas inocentes. Lo hacía por la hija de Hobbs.
La chica le habia pedido que salvará a su padre. Era posible que ella misma estuviera implicada en los crímenes, que compartiera la oscuridad de su progenitor. Pero si le quitaba a su padre, le arrebataría lo último que le quedaba. Todo iba a caer sobre ella, y su padre no recibiría un castigo.
Incluso sabiendo el tipo de monstruo que era su padre, incluso si eso significaba que Hobbs pasaría el resto de su vida en una celda o sería condenado a muerte. La chica quería que Will lo salvara del demonio
Y eso era suficiente para que Will lo intentara.
Notes:
*Traducción: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sed nuestro amparo contra la maldad y acechanzas del demonio. “Reprímale Dios”, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno con el divino poder, a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Ten misericordia de nosotros. Ten misericordia de nosotros. Ten misericordia de nosotros. Amén.
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Will se dejó caer pesadamente en la silla, frotándose las sienes con los dedos. Un dolor punzante le atravesaba la cabeza.
—Esto no está llevando a ningún lado —gruñó Jack, de pie frente a él, con los brazos cruzados
Will lo miró molesto, como si él no supiera que las cosas iban mal.
Habían trasladado a Garret Jacob Hobbs a la sede del FBI, a una sala diseñada para contener entidades demoníacas. Un espacio frío y estéril, con paredes reforzadas con hierro y sal. Will había pasado las últimas cuatro horas intentando expulsar al demonio.
Trazó símbolos de purificación por toda la habitación, líneas que formaban círculos de expulsión y runas de exorcismo. Había recitado hechizos antiguos, conjuraciones propias que en el pasado habían funcionado. Casi había recitado la Biblia entera y dibujó símbolos de protección en la piel de Hobbs. Pero el demonio seguía aferrado a él, sin intenciones de salir.
Solo le quedaba un método por intentar. Un último recurso que había evitado siquiera considerar, porque significaba lo impensable: matar al huésped. Matar a Garret Jacob Hobbs junto con el demonio.
Hobbs seguía inconsciente, su pecho subiendo y bajando de forma irregular bajo el efecto del sedante. Pero Will sabía que no duraría mucho más; en cualquier momento, el demonio recobraría el control, con más fuerza y rabia que antes.
—Ahora que todo ha fallado, debemos centrarnos en la misión de eliminar al demonio antes de que consuma por completo el cuerpo y pueda huir —dijo Jack
—No… Todavía no —murmuró Will, quitándose los lentes con un suspiro tembloroso—. Todavía no termino
Era mentira. Ya había agotado cada hechizo, cada rezo, cada fragmento de conocimiento que había acumulado a lo largo de los años.
—¡Will! —exclamó Jack, la frustración desbordándose en su voz—. Has intentado de todo. ¡Nada funciona! Este demonio tiene un poder que no se ha registrado en décadas. Necesitamos eliminarlo cuanto antes. No podemos permitir que salga y se vuelva imposible de detener.
Will apretó la mandíbula, sintiendo la rabia y la desesperación arremolinarse en su pecho.
—Solo necesito un poco más de tiempo —replicó en un susurro áspero
Jack estuvo a punto de protestar, sus labios ya formaban la primera palabra cuando la puerta de la pequeña sala se abrió de golpe
—Abigail Hobbs salió de cirugía. Está estable —informó el agente que acababa de entrar
Will asintió, sintiendo una punzada de alivio efímero que se desvaneció tan rápido como había llegado. Un hedor penetrante a azufre, denso y sofocante, se deslizó por la habitación como una advertencia invisible.
El estómago de Will se contrajo. Se puso de pie de un salto, empujando la silla hacia atrás con un chirrido metálico, y salió apresurado, su corazón latiendo con fuerza contra su pecho.
Cruzó el pasillo con pasos rápidos, sus sentidos en alerta mientras el olor se hacía más intenso, impregnándolo todo. Abrió la pesada puerta de metal de la sala de contención, el chirrido de las bisagras resonando en el silencio espeso del lugar.
La habitación estaba sumida en una tenue penumbra, iluminada solo por la luz blanca y fría que caía directamente sobre la figura de Garret Jacob Hobbs, atado a una silla de acero. Los grilletes en sus muñecas y tobillos estaban reforzados con símbolos de purificación grabados en metal, rodeado por círculos hechos con sal. Todo eso fue inutil pues ninguno había logrado expulsar al demonio
Hobbs parpadeó. Por un breve instante, sus ojos parecieron normales hasta que sus ojos se pusieron negros, como un vacío insondable. Parpadeó una vez más, y el negro se disipó para revelar un rojo intenso, brillante como la sangre fresca derramada sobre nieve.
El demonio sonrió.
—Debo decir que estoy sorprendido. No esperaba el sedante.
La voz se deslizó por la sala como un susurro venenoso, cargada de una arrogancia tranquila, segura de su poder.
Algo en el fondo de la mente de Will le dijo que esa criatura no solía sorprenderse con facilidad.
—¿Por qué no te fuiste? Pudiste abandonar ese cuerpo y encontrar otro recipiente que pudiera moverse. ¿Por qué te enfrascaste con Hobbs?
—No quiero un recipiente. Quiero matar a este hombre, devorarlo desde adentro, lentamente —admitió el demonio—. Este hombre cometió el error de invocarme, creyendo que podía controlarme, que podía usar mi poder para su propio beneficio. Cometió atrocidades en mi nombre, actos ridículos, sin la más mínima elegancia. Me faltó al respeto. Y ahora su vida es el precio que debe pagar
—Un castigo un poco exagerado, ¿no crees?
El demonio inclinó la cabeza, sus ojos rojos destilando un brillo de diversión perversa.
—¿Por qué estás tan empeñado en salvarlo? Es un asesino. Un hombre que decidió jugar con fuerzas que no comprendía. ¿Por qué debería importarte?
—Alguien me pidió que lo salvara. Y eso hare
El demonio lo observó en silencio durante unos segundos, estudiándolo como si Will fuera un espécimen fascinante bajo un microscopio.
—¿Este hombre merece todo el esfuerzo que estás haciendo? —preguntó, curioso—. Incluso antes de que la idea de hacer sacrificios humanos entrara en su cabeza, ya tenía sangre en sus manos.
Will sostuvo su mirada sin vacilar.
—Sí, tal vez no merece ser salvado —admitió con frialdad—. Tal vez estaría mejor muerto. Ser devorado por ti parece el mejor castigo. Apuesto a que está sufriendo, atrapado en su propio cuerpo, consciente de cada segundo mientras lo consumes lentamente.
—El sufrimiento humano es un arte cuando se observa de cerca. Un lienzo pintado con miedo, arrepentimiento y desesperación.
—Pero aún así, voy a salvarlo. Porque su hija está esperando que lo salve.
El demonio entrecerró los ojos, su sonrisa desvaneciéndose en una expresión más pensativa, casi intrigada.
—¿Sientes culpa ante la idea de dejarla huérfana? —murmuró el demonio—. Qué concepto tan frágil, tan humano. Te arrastras por la vida con ese peso en el corazón, como si la culpa fuera una brújula que te guiara hacia algo que se asemeje a la redención.
—Es responsabilidad.
—¿Responsabilidad? ¿Hacia quién? ¿Hacia ella? ¿O hacia ti mismo? —preguntó el demonio—. No creo que le debas nada a una chica que acabas de conocer, no tienes responsabilidad por ella.
—Ta vez lo hago por que creo que es lo correcto
El demonio ladeó la cabeza
—"Lo correcto" es un espejismo. La verdadera naturaleza del hombre no se mide por sus actos de bondad, sino por lo que es capaz de hacer cuando nadie lo observa.
Will no se dejo provocar.
—Entonces considérame un necio por intentarlo.
—Tan decidido a luchar contra lo inevitable. Es un rasgo admirable e inútil
Will se dejó caer en la silla frente a la criatura, abriendo su libro de hechizos, pasando página tras página en busca de algo que aún no hubiera probado. Sentía el peso de la mirada del demonio sobre él, un escrutinio silencioso
—Vi lo que hiciste hace un rato en la cocina —rompió el silencio el demonio—. Te adentraste en la mente de este hombre. Debes haberte adentro en muchas más cabezas, tanto influenciadas por demonios como en humanos malvados por naturaleza.
Will no respondió, pasó otra pagina, intentando ignorar la voz melosa del demonio
—¿Cuántas veces has mirado a alguien y visto su oscuridad reflejada en la tuya? —continuo—. ¿Cuántas veces has sentido que la línea entre el bien y el mal es tan delgada que podrías cruzarla con un simple pensamiento?
Will apretó los labios, fingiendo concentración en el libro. El silencio se instaló de nuevo, pesado e incómodo, hasta que el demonio habló una vez más, su voz teñida de un interés casi juguetón:
—Si me das algo a cambio, dejaré en paz a este hombre.
Will alzó la vista, arqueando una ceja con escepticismo, la desconfianza pintada en su rostro.
—¿Qué quieres?
El demonio sonrió, no fue un simple gesto de diversión. Había algo más en su expresión, algo casi hambriento.
—Eres un humano curioso e interesante. Hace mucho tiempo que no encuentro algo tan estimulante como tú. Quisiera abrirte la cabeza para ver tus pensamientos, ver como funciona tu cerebro.
Will frunció el ceño, cerrando el libro con un golpe seco, su mirada ahora fija en la criatura con una mezcla de desafío y alarma.
—¿Quieres matarme?
—Oh, no. No quiero destruirte. Eso sería desperdiciarte. Quiero ver cómo funcionas, cuánto más puedes sorprenderme. —Se inclinó un poco más, sus ojos brillando con un fuego rojo e hipnótico— Quiero explorar cada rincón de tu mente, entender qué te impulsa, qué temes… qué deseas. Te quiero a ti
—¿Quieres… poseerme? —titubeó
—Incluso si quisiera eso, no podría, ¿no es cierto? —respondió con un deje de burla—. Debes tener algún tatuaje de protección. Tal vez un encantamiento antiposesión grabado en tu piel.
—Entonces, explica que quieres
El demonio lo observó con detenimiento
—He recorrido muchos lugares. He visto a reyes arrodillarse por miedo, a santos corromperse por deseo, a hombres destruirse a sí mismos por nada más que un susurro en la oscuridad. Y, sin embargo, aquí estás tú: el único hasta la fecha que no ha obedecido una orden mía —dijo—. Un simple humano, enfrentándome sin temblar, desafiándome con nada más que tu obstinación y tu frágil moralidad.
Will permaneció serio, imperturbable. No había temor en sus ojos, ni una grieta que revelara vulnerabilidad.
El demonio continuó hablando
—Quiero descubrirte. No desde el poder o el control, sino desde la fascinación pura —explico—. Eres un enigma envuelto en fragilidad humana, una mente que se asoma al abismo sin temor a caer.
Se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con ese resplandor rojo que parecía atravesar la piel de Will.
—No quiero poseerte. Quiero verte desmoronarte y reconstruirte, una y otra vez, hasta que te rompas. Eres un rompecabezas. Y me intrigan las piezas que aún no he visto. Quiero estar aquí para descubrirlas, y verte descubrirlas tú mismo. Tal vez, en el proceso, descubras que no somos tan diferentes.
Will soltó una risa seca, sin humor, cerrando el libro de un golpe con más fuerza de la necesaria.
—Eso suena como una posesión incompleta —replicó, entornando los ojos
Algunos demonios se apegaban a un humano, consumiéndolo lentamente sin que éste se diera cuenta, hasta que moria. O cuando el cuerpo estaba lo suficientemente débil, tomaban el control por completo.
—No tengo intención de poseerte. Tengo una forma corpórea. No necesito de un recipiente humano.
Esa respuesta no fue un consuelo. Los demonios capaces de manifestarse físicamente en el mundo sin necesidad de un huésped eran peligrosos. Más antiguos. Más poderosos.
—¿Por cuánto tiempo? —preguntó, su voz más baja, casi un susurro.
—Hasta que me aburra… O uno de los dos muera.
Will sintió algo de esperanza. Si el interés del demonio dependía de lo entretenido que resultara la vida de Will, el contrato no duraría mucho. ¿Días? ¿Un mes, como mucho? Después de todo, él no era interesante. Era un ermitaño que vivía con sus perros. Su vida era rutinaria, monótona, carente de cualquier cosa que pudiera fascinar a una criatura de, posiblemente, cientos de años.
Y si no se aburría, siempre podría encontrar una forma de eliminar al demonio. O romper el contrato. De cualquier modo, no parecía algo destinado a durar demasiado.
—Will, ¿puedes salir un momento? —dijo la voz de Jack, retumbando a través de los altavoces ocultos en la habitación.
Will obedeció de mala gana. Apenas cruzó el umbral, se topó de frente con Jack, quien lo esperaba con el ceño fruncido, los brazos cruzados y una mirada que destilaba desaprobación.
—No me digas que estás considerando esa oferta —espetó Jack
—Tal vez.
—¡No! No puedes hacer eso. No puedes dejar que un demonio te persiga a todos lados como si fueras su entretenimiento solo para salvar a ese… hombre.
—Esto no es por él —replicó Will con frialdad—. En cuanto Hobbs muera, tú y tu equipo irán tras Abigail Hobbs. Intentarán culparla porque el verdadero culpable estará muerto y necesitarán a alguien más para cargar con la culpa. Se supone que estoy aquí para salvar vidas, Jack. No para destruirlas.
Nadie iba a hacerse cargo de esa niña. Si le quitaba a su padre, le estaría quitando todo. Pero si su padre vivía, Abigail sería vista como una víctima más, alguien que merecía compasión y no cargos criminales. No sería huérfana.
Will no tendría que dejar huérfana a una niña
—Ella no es tu responsabilidad —gruñó Jack
—No, es tu responsabilidad. Porque este es tu caso. Y soy yo el que está haciendo todo el trabajo.
La cabeza de Will pulsaba de dolor, necesitaba un analgesico de inmediato. Jack se puso rojo de furia, su mandíbula tensa, a punto de estallar, cuando una voz femenina interrumpió
—Jack tiene razón, Will. Esto es una mala idea.
La mujer se acerco, visiblemente preoupada, pasando una mano por su largo cabello para acomodarlo. Ella era Alana, una psiquiatra respetada especializada en el comportamiento de demonios.
Will la conocía. Incluso había intentado invitarla a salir alguna vez, pero Alana siempre había mantenido una distancia cordial, interesada únicamente en su habilidad de empatía y exorcismo, no en el hombre detrás de esa habilidad.
—Estar ligado a un demonio por un contrato es peligroso. No podemos permitir que te arriesgues de ese modo
—Lo mejor será eliminar al demonio cuanto antes, ahora que tiene forma corpórea y es más vulnerable a los ataques —añadió Jack, su tono autoritario dejando claro que no aceptaría objeciones.
Will suspiró, dejando caer los hombros mientras bajaba la cabeza, una mano presionando su frente
—Tienen razón —murmuró con un suspiro resignado—. Eso es lo mejor… No puedo pensar con claridad, me duele la cabeza.
Alana puso una mano en su hombro, su toque cálido y reconfortante.
—Debes estar muy cansado. Ven, te acompañaré a la sala de descanso. Necesitas relajarte.
Will murmuró algo ininteligible antes de alzar la cabeza, mirando detrás de Jack. Sus ojos se agrandaron, llenos de una mezcla de horror y sorpresa
—¡¿Qué es eso?! —exclamó con un grito ahogado
Jack y Alana se giraron de inmediato, alertas, buscando lo que Will había visto. Pero no había nada. Y para cuando se dieron cuenta, ya era demasiado tarde.
Will aprovechó la distracción y corrió de regreso a la habitación del demonio. Cruzó el umbral y cerró la puerta de golpe, activando todos los seguros de metal, uno tras otro: cerrojos deslizantes, pestillos automáticos, un código de seguridad que tecleó con dedos temblorosos pero firmes.
Del otro lado, los gritos de Jack estallaron casi de inmediato.
—¡Will! ¡Abre la maldita puerta ahora mismo!
Los puños de Jack golpearon la superficie reforzada, produciendo un eco sordo que se mezclaba con el retumbar del propio corazón de Will. Apoyó la espalda contra la puerta, respirando con fuerza, sintiendo el peso de su decisión hundirse en su pecho.
El demonio lo observaba desde el centro de la habitación, una sonrisa curvando sus labios como si todo aquello fuera un espectáculo montado solo para su entretenimiento
—A cambio de que dejes a ese hombre en paz y le perdones la vida, puedes estar a mi lado. Pero vamos a poner algunas reglas sobre esto —dijo, con un tono que no admitía objeciones—. No puedes lastimar a nadie que conozca ni a nadie que esté cerca de mí. Incluye a los animales. Y, por supuesto, no puedes matarlos. Tampoco puedes hacerme daño a mí. Y cuando esté durmiendo, no puedes acercarte.
—Eso no es divertido —bufo el demonio, pero no se opuso demasiado
—No puedes darle órdenes a nadie. No sé cómo lo hiciste allá en la cocina, hiciste que todos se arrodillaran. No puedes hacer eso de nuevo.
—Interesante. ¿Algo más?
—No puedes poseer a nadie. Nada de controlar, influenciar o plantar ideas en sus cabezas. No puedes romper ni alterar ningún hechizo o oración que yo realice. Y tampoco puedes hacer nada en mi casa: nada de dañarla, destruirla o modificarla.
—Supongo que es justo —murmuró con un deje de satisfacción—. ¿Tenemos un trato?
Se puso de pie con facilidad, las cadenas que ataban sus tobillos a las patas de la silla tintineando con un sonido metálico
—Sabes cómo se cierra un contrato, ¿no?
Will asintió, sintiendo la bilis subirle por la garganta. Un contrato demoníaco se cerraba con un acto carnal, un vínculo directo: un beso. La idea de besar a Hobbs le revolvió el estómago. Debió de ser obvio, porque el demonio soltó una carcajada baja y gutural
—Saldré del cuerpo de este hombre para cerrar el contrato. Sería un desperdicio no besarte directamente.
Will sintió cómo la habitación se encogía a su alrededor, el aire volviéndose denso y frío, como si las paredes se cerraran sobre él.
El cuerpo de Hobbs se quedó rígido, congelado en una quietud antinatural. Con un crujido seco, echó la cabeza hacia atrás, los ojos completamente en blanco. Su boca se abrió de par en par, como si su mandíbula se dislocara
Una neblina negra y espesa comenzó a salir de su boca, derramándose como humo líquido. Era densa, casi tangible, y tenía un brillo tenue, como si estuviera hecha de sombras vivas.
La temperatura de la habitación descendió bruscamente, un escalofrío recorrió la columna de Will mientras observaba, paralizado, cómo la oscuridad tomaba forma.
La neblina se arremolinó, retorciéndose sobre sí misma, estirándose y condensándose hasta que los contornos vagos se definieron en algo inconfundiblemente humano.
Tenía pómulos altos y afilados, como esculpidos en mármol y una tez blanca e inmaculada. Sus labios finos se curvaban en una sonrisa tranquila e inquietante. Su cabello, de un rubio ceniza impecable, caía en un flequillo perfectamente peinado hacia un lado.
Vestía un traje negro impecable, el tejido oscuro absorbiendo la escasa luz. Debajo, una camisa de un rojo vino profundo. Sus manos, de dedos largos y elegantes, descansaban a los costados con una calma casi provocadora.
Pero lo que más destacaba eran sus ojos. Unos iris rojos brillantes, de un rojo tan intenso que parecía líquido, como si estuvieran hechos de sangre
Hobbs cayó al suelo de golpe. El leve ascenso y descenso de su pecho indicaba que seguía vivo. Apenas.
—Si no cerramos el contrato, espero que entiendas que puedo romper el cuello del hombre con solo chasquear los dedos
Will permaneció inmóvil. No quiso huir, pero tampoco encontró el valor para acercarse por voluntad propia. El demonio cerró la distancia por él.
El hombre puso una mano en la nuca de Will y lo atrajo a un beso. Los labios del demonio eran sorprendentemente suaves. En cuanto sus bocas se unieron, Will sintió un destello punzante recorrerle la espina dorsal, una señal inconfundible de que el contrato había sido sellado, grabado en su ser con una marca invisible
Will mantuvo los labios cerrados, negándose a darle más de lo necesario, pero el demonio no se detuvo. Intentó profundizar el beso, sus dedos apretando con más fuerza en su nuca. La otra mano se deslizó hasta su cintura, atrayéndolo con una posesividad que le revolvió el estómago.
Will decidió que era suficiente apartó de un empujón. El demonio lo soltó sin oponer resistencia. Una sonrisa se dibujó en su rostro y se relamió los labios
—El contrato está sellado. Ahora llevas mi marca. No podrás escapar de mí. Y, por mi parte, yo estaré ligado a ti —dijo el demonio, más divertido de lo que debería—. Será un placer estar contigo por este tiempo indeterminado.
Will retrocedió, sin apartar la vista del demonio.
La puerta bloqueada se abrió de golpe con un estruendo metálico. El aire se llenó del olor a metal quemado y chispas volaron cuando dos agentes entraron armados con sopletes industriales, seguidos de cerca por Jack y Alana. Lograron entrar, pero ya era demasiado tarde.
El contrato estaba sellado.
Y Will ya no podía dar marcha atrás.
Alana osciló su mirada entre Will y el demonio, sus ojos cristalizados por una mezcla de incredulidad y horror. Llevó una mano temblorosa a su boca, incapaz de articular palabra.
—Oh, no —gruñó Jack, molesto
Will no pudo mirarlos. En cambio, dirigió la vista hacia el demonio. La tenue luz de la habitación proyectaba su sombra en la pared, una silueta distorsionada y antinatural. De su cabeza se alzaban dos enormes astas oscuras, una manifestación de su verdadera forma.
—No me has dicho tu nombre —dijo el demonio
Will se encogió de hombros
—Will Graham.
El demonio se relamió los labios, una sonrisa lenta y cargada de algo que Will no supo identificar. Extendió la mano para estrechar la de Will
—Un hermoso nombre, apropiado para ti —murmuró el demonio, su voz vibrando con una calidez inquietante.
Will no acepto el apretón de manos y mantuvo sus brazos pegados a ambos lados de su torso
—¿Y tú? ¿O debería llamarte simplemente "demonio"?
El ser sonrió, como si la pregunta le divirtiera.
—Hannibal Lecter.
—Hannibal —repitió Will, probando el nombre
Un estremecimiento sutil recorrió al demonio, una reacción casi imperceptible, pero que no pasó desapercibida para Will.
—Un placer conocerte, querido Will. Sospecho que nos vamos a divertir
Notes:
Próximo capítulo: Will tiene un nuevo inquilino en casa. (Posiblemente la actualización será el próximo sábado).
Aún no estoy muy segura de esta historia. Recuerden que si les gusto (y también si no), pueden votar y comentar para hacérmelo saber, me anima a continuar la historia.
Chapter Text
Después de ser regañado por Jack y Alana, y de recibir aún más reprimendas por parte de la jefa del FBI, a Will se le permitió ir a casa. No podían castigarlo ni suspenderlo, porque técnicamente no había violado ninguna norma. Sin embargo, gracias a su imprudencia, ahora existía una nueva regla para evitar situaciones similares en el futuro. Era la segunda que creaban por su culpa. No estaba seguro de cómo sentirse al respecto.
El camino de regreso a casa fue extraño. Will mantenía ambas manos firmes en el volante, su mirada fija en la carretera, pero no podía ignorar la presencia en el asiento del copiloto.
—Hoy fue un día bastante productivo —comentó el demonio, mas feliz de lo que debería
Will no respondió. Se limitó a seguir conduciendo.
Cuando por fin divisó su casa, sintió un atisbo de alivio. Su refugio, su resguardo contra el mundo. Pero esa sensación de paz se desvaneció tan rápido como llegó. Ya no estaba solo. Ahora un demonio habitaba su santuario.
—Tu casa es… bastante pequeña —comentó finalmente—. Pero se ve acogedora.
Will no contestó. No le dirigió una mirada, no reaccionó. Simplemente entró a la casa, con Hannibal siguiéndolo de cerca.
Las puertas y ventanas estaban protegidas con símbolos de protección tallados en la madera. Muchos otros estaban dibujados con tinta invisible, ocultos a simple vista para que nadie pudiera borrarlos. El demonio ni siquiera titubeó al cruzar el umbral. No se vio afectado por el poder de los símbolos de purificación
Hannibal observó todo con ojo crítico, evaluando el entorno como si midiera su valor.
Apenas puso un pie en el interior, los perros reaccionaron de inmediato. Un estruendo de ladridos y gruñidos llenó la casa. Harley se abalanzó para morder al demonio. Will la detuvo. Pese a que el demonio no podía lastimar a los perros, no quería tentar a su suerte.
Bastó con que Hannibal les dirigiera una mirada para que el alboroto se extinguiera. Un silencio denso cayó en la habitación. Todos se sometieron, encogiéndose sobre sí mismos, con las orejas gachas y las colas entre las patas. Todos excepto Buster y Winston, que continuaron gruñendo en un tono bajo, aunque visiblemente aterrados.
—Tienes tres perros infernales —murmuró Hannibal con un atisbo de diversión—. Interesante elección de mascotas.
Todos los perros llevaban collares especiales, encantados para mantener a raya a los espíritus malignos. Pero Will quería asegurarse.
—Según las condiciones del pacto, no puedes hacerles daño.
—Tranquilo, Will. No tengo intención de hacerlo
Will se arrodilló junto a los perros, acariciándolos y susurrándoles promesas de que todo estaba bien, de que no permitiría que nada les pasara. Poco a poco, el temblor disminuyó, los gruñidos cesaron, y los perros finalmente se relajaron.
Solo entonces se puso de pie y comenzó a prepararles la comida, fingiendo que el demonio detrás de él no existía.
Mientras tanto, Hannibal aprovechó para inspeccionar la casa con la curiosidad de un depredador explorando su nuevo territorio. Sus dedos recorrían la superficie de los muebles con deliberada lentitud, sintiendo su textura. Se detenía en cada detalle, observando los libros en las estanterías, los cuadros en las paredes, la disposición de los objetos personales.
Will tomó dos porciones de pizza fría del día anterior y se sentó en su escritorio, dispuesto a calificar los trabajos de sus alumnos.
Lo hizo bajo la atenta mirada del demonio, que se movía a su alrededor con una presencia persistente, rondándolo como un cazador paciente. Comentaba cualquier cosa con un tono que oscilaba entre lo casual y lo provocador, buscando alguna reacción.
Will lo ignoró. O al menos, intentó no mostrar que lo escuchaba.
Pero era difícil ignorar a un demonio cuando se empeñaba en hacerse notar.
—¿Por qué finges no escucharme? —preguntó el demonio después de dos horas hablando sin obtener respuesta
Will no apartó la vista de los trabajos que estaba corrigiendo.
—Dijiste que querías verme romperme —respondió con frialdad—. Está bien. Quédate y mírame. Pero no tengo por qué hablar contigo.
—Eso es desafortunado. Realmente quiero conocerte
—Yo no
El demonio pareció levemente ofendido. Will logró calificar dos trabajos más antes de que Hannibal volviera a hablar.
—No muchos humanos tienen la oportunidad de conversar con un demonio. Podrías aprovechar para saber más sobre nosotros.
Will soltó un leve suspiro, pero no levantó la mirada.
—Sé todo lo que necesito saber. Y no me interesan demasiado los demonios. Los veo como parte de mi trabajo.
Le gustaba su trabajo: exorcizar, estudiar a aquellos influenciados por demonios y analizar asesinos sin ninguna intervención sobrenatural. Comprender la mente humana era lo que realmente le interesaba. Pero los demonios en sí… conocerlos en profundidad, entender su naturaleza o sus deseos, no. Eran parte de su trabajo. Algo que debía eliminar.
Levantó la vista y encontró al demonio observándolo con una expresión que no supo descifrar. Hannibal parecía expectante, como si esperara algo de él. Will suspiró y se frotó los ojos.
Tenía curiosidad. No quería admitirlo, pero la tenía. Quería saber qué tan poderoso era el demonio frente a él, qué tan antiguo, qué tan peligroso. Sin embargo, no estaba seguro de si Hannibal respondería si le preguntaba directamente y tampoco quería que supiera que realmente le intrigaba. Optó por un enfoque más sutil.
—¿Cuántos pactos has realizado?
—Eres el primer humano con el que hago uno
Will frunció el ceño y giró la cabeza hacia él. Normalmente evitaba el contacto visual con todos, pero se sorprendía a sí mismo haciéndolo con más frecuencia con el demonio
No pudo detectar ninguna mentira en su expresión.
—¿Nunca habías hecho un pacto antes?
—¿Por qué habría de hacer pactos con humanos? No quiero nada de ellos. Si quiero comerme a uno, lo hago y ya.
Will lo observó con atención. Le resultaba extraño que el demonio hubiera decidido hacer su primer pacto con él solo porque le había parecido "interesante" y porque Will no había cedido a una de sus órdenes.
—Debido a que respondí una de tus preguntas, ¿puedo hacerte una ahora? —inquirió Hannibal.
Will se encogió de hombros, anticipando que no le gustaría la pregunta.
—Supongo que es justo
—¿Te puedes quitar la ropa?
Will parpadeó, estupefacto.
—¿Disculpa?
—Sé que tienes un tatuaje de anti-posesión, pero quiero ver qué otros símbolos tienes marcados en la piel. Uno de ellos debió hacerte inmune a mis órdenes y quiero verlo.
Un suspiro frustrado escapó de los labios de Will mientras se llevaba una mano a la frente, masajeando sus sienes. La cabeza comenzaba a dolerle.
—No.
Hannibal sonrió con diversión, como si hubiera esperado esa respuesta.
—Al menos lo intenté.
Will decidió ignorarlo.
Los días siguientes transcurrieron en la misma rutina de siempre, con una única diferencia: esta vez, tenía a un demonio observándolo de cerca.
Will había sido suspendido por cinco días del trabajo, así que aprovechó el tiempo para ponerse al día con su trabajo acumulado. Hannibal, por su parte, no intentó forzar ninguna conversación. Solo lo miraba. Analizándolo en silencio
Justo un día antes de que su suspensión terminara y pudiera regresar a dar clases, el teléfono sonó. Era Alana.
Su voz sonaba preocupada al otro lado de la línea cuando le informó que Abigail había despertado del coma. También le advirtió que no era buena idea que la visitara.
Will no hizo caso.
Tomó su mochila y salió de inmediato, conduciendo hasta el hospital. El demonio iba en el asiento del copiloto.
—No puedes entrar —le advirtió Will antes de bajarse.
Hannibal ladeó la cabeza con curiosidad.
—¿Por qué?
—Aquí hay gente vulnerable. No necesitan a un demonio vagando por los pasillos. Y Abigail no necesita ver al demonio que casi mató a su padre.
Hannibal no respondió. Solo lo miró con su eterna expresión inescrutable mientras Will cerraba la puerta del auto tras de sí.
Cuando llegó a la habitación de la chica, supo de inmediato que había sido un error. Realmente no tenía motivos para estar allí.
Pensó en irse antes de que lo vieran, pero fue demasiado tarde. Abigail lo miró y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.
Se veía demacrada, con grandes ojeras debajo de los ojos. Una venda cubría la herida mortal en su cuello.
—Hola —saludó ella, con la voz rasposa.
—Hey —respondió Will, adentrándose en la habitación con cierta incomodidad.
Abigail tragó saliva antes de hablar de nuevo.
—Me dijeron que mi padre está vivo… Gracias.
—Era mi deber
—No, no lo era. Pudiste dejarlo morir. Pero lo salvaste. Gracias.
Will no supo qué decir. Se removió en su lugar, incómodo bajo la gratitud de Abigail. Se acomodo los lentes en el puente de su nariz
—¿Qué pasará con él? —preguntó después de un momento.
—Está bajo vigilancia policial. No está muy bien… La mitad inferior de su cuerpo no funciona y parece haber perdido gran parte de su agilidad mental tras los daños causados por la posesión demoníaca. Con toda la evidencia en su contra, será juzgado y llevado a prisión. El juicio es este viernes.
—¿Lo enviaran a la cárcel?
—Al Hospital Estatal de Baltimore para Criminales Dementes —explicó Will, sin intención de mentirle
Abigail asintió, procesando la información. Sus dedos juguetearon con los pliegues de la sábana sobre su regazo
—¿Cómo te sientes? —preguntó Will, con un tono más suave.
Ella dudó. Bajó la mirada, sus labios se entreabrieron, pero tardó unos segundos en responder.
—No lo sé —admitió en un susurro—. Supongo que debería odiarlo, ¿no? Por lo que hizo.
—No tienes que decidir cómo sentirte ahora —murmuró—. Nadie espera que lo hagas.
Abigail tomó aire, como si intentara convencerse de sus palabras.
—¿Y qué pasará conmigo?
—No hay pruebas de que estuvieras involucrada. El jefe del departamento está enfocado en tu padre. No tendrás buena fama, y tendrás que pagar indemnizaciones a los familiares de las víctimas, pero no eres sospechosa.
Abigail volvió a asentir, esta vez con la mirada perdida en el techo. Will la observó en silencio. Sus emociones eran complejas, ni ella misma entendía todo lo que sentía. Estaba de luto por su madre, y al mismo tiempo, no sabía si había hecho lo correcto al pedirle que salvara a su padre.
Will hizo una pausa antes de agregar:
—El odio de las personas se disipará cuando se compruebe que eras una víctima más.
Abigail bajó la mirada por un instante antes de volver a alzarla hacia él.
—¿Realmente soy una víctima más?
—No me corresponde a mí decirlo —dijo, sin mirarla
—Yo…
—Lo que sea que quieras decirme, es mejor que se lo digas a alguien más —interrumpió Will con voz firme—. O guardártelo para ti misma si quieres tener alguna oportunidad de tener una vida normal.
Él casi podía verlo. La imagen nítida en su mente: Abigail, sentada junto a su padre, observando a una chica similar a ella. Tal vez había querido negarse, pero no podía. No quería enfadar a su padre. Quería sobrevivir. Y si eso implicaba sacrificar a otras chicas, que así fuera. La veía levantándose, caminando hacia la chica con una sonrisa amigable, ganándose su confianza, atrayéndola hacia su muerte.
Will apartó la mirada, sacó de su mochila un talismán de protección contra demonios y lo dejó sobre la mesita junto a la cama.
—Por si lo necesitas —dijo antes de girarse y salir de la habitación.
Cuando regresó al auto, Hannibal no estaba. Will no se molestó en buscarlo. Encendió el motor y comenzó a conducir. Apenas había avanzado unos metros cuando una sombra densa, una mezcla de niebla y oscuridad, se deslizó dentro del coche y tomó forma en el asiento del copiloto. En cuestión de segundos, Hannibal estaba allí, sonriéndole con una expresión de diversión.
Llevaba puesto un traje azul marino de tres piezas con patrones oscuros. Desde que había empezado a vivir con él, cambiaba de atuendo cada día y siempre estaba bien peinado y presentable. Will se preguntó cuál era la necesidad del demonio de hacerlo
—Eso fue magnífico —dijo Hannibal, acomodándose en el asiento.
—¿Qué cosa?
—¿Por qué la dejaste ir? Sospechas que fue cómplice —dijo el demonio, refiriéndose a Abigail
Eso significaba que el demonio lo había seguido. Debió esconderse en su sombra para escuchar la conversación que tuvo con Abigail
—Ese ya no es mi departamento. Solo soy un exorcista y perfilador.
—Pero te importa. Te preguntas si solo fue supervivencia o si había algo más en ella. Si disfrutó la caza, si experimentó la emoción de atraer a alguien a su muerte.
Will giró el volante con un poco más de fuerza de la necesaria. Miró de reojo al demonio, cuya expresión no revelaba nada más allá de su constante curiosidad.
—Es solo una niña —murmuró, más para sí mismo que para Hannibal.
—Todos pueden ser depredadores. A veces solo necesitan el maestro adecuado.
Will sabía que Abigail no era completamente inocente, por mucho que quisiera aferrarse a la idea.
—¿Tú qué piensas? —preguntó en voz baja.
—Creo que el instinto de supervivencia y el instinto de matar no están tan alejados como te gustaría pensar.
—El instinto de supervivencia no es lo mismo que matar. Uno es una reacción, el otro es una elección.
—A veces, la supervivencia requiere ensuciarse las manos.
—Pero no es necesario disfrutarlo
Will sabía que Abigail no había disfrutado ser el cebo para atraer a las chicas, pero tampoco había hecho nada para detenerlo.
—¿Alguna vez has matado a un humano, Will?
La pregunta lo tomó por sorpresa.
—No directamente —murmuró—. Algunas víctimas de exorcismos, aunque logré liberarlas del demonio, no fueron lo suficientemente fuertes para soportarlo.
—Eso es algo que compartes con Abigail —señaló Hannibal, ladeando la cabeza con interés—. Tal vez por eso quieres defenderla. No tienen víctimas directas, ustedes no fueron quienes les arrebataron la vida, pero fueron un factor importante en su muerte
—No considero a ninguno de ellos mis víctimas. Fueron personas que no pude salvar.
El demonio se relamió los labios con un gesto pausado, como si estuviera saboreando algo. Will había notado que lo hacía con frecuencia.
—¿Te sentiste triste por ellos o algo dentro de ti lo disfrutó porque sabías que era lo mejor? Te dedicas a matar demonios, ¿nunca has sentido placer en el acto de destruir algo?
Will no respondió. Se concentró en la carretera, en la monotonía del camino, en el ruido del motor.
Hannibal no insistió. Simplemente sonrió y guardó silencio el resto del viaje.
Cuando llegó la noche, Will se encerró en su cuarto con los perros y todos los libros de demonología que tenía, intentando averiguar el origen del demonio que ahora vivía con él. Sí conocía su verdadero origen, sería más fácil encontrar un hechizo para matarlo.
No encontró ningún demonio con el nombre de Hannibal o Lecter, lo que significaba que el demonio probablemente le había dado un seudónimo o un nombre falso.
Aún recordaba el símbolo del ciervo que había visto dibujado en la casa de Hobbs, así que lo dibujó él mismo en un cuaderno, asegurándose de no olvidarlo: la cabeza de un ciervo con grandes astas, trazado de manera minimalista. Buscó el símbolo en sus múltiples libros, pasando las páginas con creciente frustración, pero no encontró nada.
Bufó desesperado, pudiendo escuchar al demonio al otro lado de la puerta.
Si no encontraba respuestas en sus libros, tal vez Internet pudiera ayudarlo.
Se levantó de la cama y salió de su habitación para recoger su computadora, que había dejado en su escritorio.
Su sorpresa fue mayor cuando no la encontró donde la había dejado. Miró a su alrededor pero no estaba por ningún lado.
Salió de la casa para buscarla en el coche. Tal vez la había dejado ahí.
Apenas dio un paso fuera cuando notó que el bote de basura estaba tirado. Chasqueó la lengua, suponiendo que algún animal salvaje lo había volcado. Se agachó para recogerlo y, en ese momento, lo vio.
Encima de toda la basura, sin el menor intento de ocultarla, estaba su laptop. Partida a la mitad.
Will tomó ambos pedazos con incredulidad. No parecía haber sido cortada con una herramienta; más bien, alguien con una fuerza sobrehumana la había roto como si fuera papel.
Furioso, volvió a la casa y encontró al demonio, que antes no estaba ahí, acomodado en la sala de estar con total tranquilidad. Hannibal tenía las piernas cruzadas y sostenía una copa de vino que Will no tenía idea de dónde había sacado.
Se plantó frente a él y lo enfrentó
—¿Puedes explicarme esto?
El demonio tuvo el descaro de parecer confundido
—Tienes que ser más específico
Will apretó los dientes y sostuvo los dos pedazos de la laptop frente a su rostro
—¿Por qué destruiste mi laptop?
Hannibal apenas le dedicó una mirada. Hizo girar la copa en su mano para mover el liquido en su interior, observándolo con fingido interés, como si la conversación no tuviera ninguna importancia.
—Es un objeto muy frágil. Podrías decir que se rompió por sí solo —respondió con absoluta calma—. Pensé que te enojarías, así que la tiré y no te dije nada.
Will soltó una risa seca, incrédulo. Miró las piezas rotas en sus manos, luego de vuelta al demonio.
—Eres un mentiroso. No esperaba menos de un demonio.
Eso no pareció gustarle. Su expresión se endureció apenas, un cambio sutil, pero suficiente para que Will lo notara.
Con un movimiento fluido, se puso de pie, acortando peligrosamente la distancia entre ellos.
Will sintió un instinto primario de retroceder, pero se obligó a mantenerse firme.
—Acusar a alguien es muy grosero, Will
—Mentirme a la cara también lo es.
El demonio inclinó levemente la cabeza, como si estuviera evaluándolo.
—No miento. Quería ver qué tan resistente era tu computadora. La doblé un poquito y se rompió.
Y en parte, eso podía ser cierto. Los demonios tenían una fuerza impresionante. Romper una laptop para él debía ser como partir una hoja de papel, al igual que podría romperle los huesos a Will sin el menor esfuerzo.
El motivo detrás de su acción parecía obvio. De alguna manera, Hannibal había sabido que Will estaba investigando sobre él. Eso solo significaba que una búsqueda bien hecha en internet podría darle información que el demonio no quería que supiera. Ahora tendría que esperar hasta conseguir una nueva laptop para seguir investigando
—No vuelvas a tocar mis cosas, si…
No pudo terminar la frase. Hannibal se acercó más a él. Antes de que su cerebro pudiera reaccionar, sintió su aliento rozar su cuello. El demonio inhaló profundamente
—Debes cambiar tu loción para después del afeitado —murmuró con desdén—. Es realmente horrible.
Se obligó a no apartarse. No le daría la satisfacción de una reacción.
—Si te molesta, la seguiré usando
Hannibal exhaló una suave risa, como si encontrara divertida su rebeldía.
Estaba tan cerca que Will podía percibir su aroma. No olía a azufre como había esperado. Todos los demonios con los que se había encontrado despedían un hedor a putrefacción, ceniza y muerte. Pero Hannibal no.
Su aroma era peculiar. Will no era un experto en esencias ni olores, pero le recordaba a algo. A nieve. A un día invernal. Al aire fresco y limpio después de que nieva
—Debí añadir en nuestro trato que usaras otra loción. Una que se ajustara a tu verdadero olor
Will sintió el roce apenas perceptible de los labios del demonio contra su cuello.
Lo apartó de un empujón y retrocedió, huyendo hacia su habitación sin mirar atrás.
Antes de cerrar la puerta de golpe, lo vio. Hannibal seguía en el mismo lugar, con una pequeña sonrisa en los labios.
A la mañana siguiente, Will se puso el triple de loción para después del afeitado.
Notes:
Próximo capítulo: un demonio, hongos y Will conoce algo de Hannibal
Chapter Text
—Entonces, este jardín de hongos humano, a juzgar por la actividad demoníaca, pertenece a un demonio. Por eso me llamaste, ¿no?
—Sí, Will. A pesar de lo ocurrido con Hobbs, sigues siendo excelente en tu campo, y tengo plena fe en ti. Antes de empezar, tengo una pregunta para ti.
—Dime.
Jack lo miró con severidad antes de señalar la escena con un movimiento de la cabeza.
—Esto es una escena del crimen. ¿Por qué trajiste a ese demonio contigo?
A unos metros de distancia, Hannibal inspeccionaba los cadáveres cubiertos de hongos. Los agentes de la escena tomaban fotografías y recolectaban pruebas, él caminaba entre los cuerpos sin el menor cuidado y sin importarle arruinar la evidencia.
—Si recuerdas, hicimos un pacto que consistía en que invadiera mi vida —dijo, encogiéndose de hombros—. Pues eso es exactamente lo que está haciendo.
Jack masajeó su frente, frustrado.
—Solo no dejes que lastime a nadie.
—¿Quieres que investigue algo en concreto? —preguntó WIll, molesto por la insinuación
—Quiero ver si puedes decirme algo de la escena, y si puedes seguir el rastro del demonio que hizo esto
Will asintió sin más. Al instante, los agentes despejaron el área, dándole espacio para sumergirse en su proceso. Incluso Hannibal, que hasta ahora había estado rondando entre los cuerpos, se mantuvo a la distancia. Will podía sentir su mirada fija en su nuca, fría e implacable, como si intentara desentrañar cada pensamiento que pasaba por su mente.
Respiró hondo y cerró los ojos, permitiendo que la escena lo envolviera. Se adentró en la mente del ser que había hecho esto, un ente que había mantenido vivas a sus víctimas solo para convertirlas en un grotesco jardín humano.
Recreó la escena como si él mismo fuera el responsable, sintiendo la meticulosa paciencia del asesino, la forma en que mantenía dormidas a sus víctimas con su poder mientras los hongos se arraigaban en sus cuerpos. Las víctimas podían sentirlo todo; cómo las raíces fúngicas invadían sus órganos, cómo su carne era devorada. No podían moverse, atrapadas en un estado de parálisis, obligados a sentir su propia descomposición.
Will salió de la visión de golpe, un espasmo violento sacudiéndolo cuando algo lo sujetó con fuerza. Se encontró de rodillas sobre el suelo húmedo, su respiración errática, el pecho subiendo y bajando con dificultad.
Una de las víctimas seguía con vida.
Los dedos rígidos de la persona se aferraban a él, desesperado por salir de su infierno personal. Sus ojos, inyectados en sangre, lo miraban suplicantes desde un rostro carcomido por los hongos. Su boca se abrió en un intento de articular algo, pero lo único que salió fue un sonido ahogado y burbujeante, como si los hongos hubieran crecido dentro de su garganta, ahogándolo desde adentro.
Will quiso apartarse, pero el agarre se intensificó. El pobre desdichado se aferraba a él con las últimas fuerzas que le quedaban, como si sujetarlo pudiera arrancarlo de su miseria.
Un zapato aplastó con brutalidad el brazo de la víctima, forzándola a soltarlo.
Will se arrastró hacia atrás, jadeante, aturdido por la visión. Levantó la vista con el corazón martilleando en su pecho y se encontró con Hannibal, responsable de haber aplastado el brazo de la víctima.
—¡Oye! —gritó alguien.
—¡No hagas eso! —protestó otro agente.
Hannibal sujetó a Will por los hombros y lo incorporó de un tirón, alejándolo de la víctima y de los agentes que ya se apresuraban a intervenir.
—¿Estás bien, Will?
La voz de Hannibal sonó tan calmada como siempre, pero había algo más en su mirada. Algo intenso, profundo. Algo que Will no tuvo fuerzas para descifrar en ese momento.
Will no pudo responder. Incapaz de apartar la vista de la víctima, observó cómo alzaba su mano lastimada en un último intento de pedir auxilio.
Por un instante, el mundo a su alrededor se distorsionó. La escena del crimen se volvió opresiva, asfixiante, como si lo estuviera devorando. Un escalofrío helado recorrió su espalda cuando su mente empatizó con la víctima; casi pudo sentir los hongos aferrándose a su propia piel, arraigándose en su carne, consumiéndolo desde dentro como una plaga voraz.
El dolor lo golpeó con la crudeza de una fiebre insoportable. Pudo sentir que se pudria desde dentro, su piel abriéndose para dar paso a hongos. Un ardor subió por su garganta, quemándolo con bilis.
Y entonces, un aliento cálido contra su nuca.
La nariz de Hannibal se pegó a su nuca, inhalando profundamente, y soltó un sonido de satisfacción. Unos brazos lo rodearon desde atrás, atrapándolo en un abrazo. Su cuerpo quedó pegado contra el del demonio, su presencia lo envolvía por completo y lo anclaba a la realidad.
Tras unos segundos en los que parecio dudar, hablo:
—Tranquilo, Will. Respira
Will podía sentir el ritmo pausado de su respiración, el leve ascenso y descenso de su pecho contra su espalda. La calidez de su aliento rozando su oído, su tono bajo y persuasivo. Respiró hondo y exhaló lentamente.
Intentó obligar a su cuerpo a responder, a abandonar la espiral de pánico que amenazaba con consumirlo.
—Eso es —susurró el demonio con un dejo de placer en la voz—. Buen chico.
Will estaba tan concentrado en recuperar el control que no registró la presión húmeda deslizándose por su cuello. Una lengua larga recorrió su piel, saboreándolo. Tampoco escuchó el gemido placentero que escapó de los labios del demonio al probarlo.
—¡Will! —vociferó Jack, acercándose—. ¡¿Qué demonios fue eso?!
Will parpadeó, aturdido.
—¿Eh? —logro decir.
—No solo te quedaste congelado, sino que tu demonio acaba de aplastarle la mano a una persona que ya tenía suficiente con estar en ese estado.
Hannibal ladeó el rostro, la mitad de su cara oculta tras el hombro de Will.
—Apenas puede considerarse un humano a estas alturas —murmuró con indiferencia—. Morirá antes de llegar al hospital.
Jack apretó los puños, su mandíbula se tensó con rabia contenida.
—Will…
—Will no se encuentra del todo bien —interrumpió Hannibal—. Me lo llevaré.
Jack soltó una carcajada sarcástica
—¿De verdad crees que voy a dejar que un demonio se lleve a uno de los míos?
—Sería bastante inútil y tonto intentar detenerme.
Will se apartó del demonio con un suspiro cansado. Se pasó una mano por la frente, secándose los rastros de sudor frío.
—Te enviaré los detalles por correo —dijo Will con la voz algo ronca—. No me siento bien y no podré ser de utilidad si el demonio ya no está aquí.
A pesar de la reticencia de Jack, Hannibal lo llevó hasta su coche y abrió la puerta del pasajero.
—No estás en condiciones de conducir —declaró—. Te llevaré a casa.
Will lo miró con el ceño fruncido.
—¿Sabes conducir?
—¿Por que no sabria hacerlo?
Will no confiaba en el demonio. No le confiaba su coche ni su bienestar, pero antes de poder objetar, Hannibal lo empujó suavemente hacia el asiento.
Apenas su espalda tocó el respaldo, el mundo se volvió borroso. Su cabeza pulsaba con un dolor insoportable, un eco de la visión que aún lo atormentaba. Se desplomó en el asiento del copiloto, completamente a merced del demonio.
—
Will despertó con el inconfundible aroma de carne cocinándose.
Abrió los ojos de golpe. Su estómago se encogió con un presentimiento oscuro mientras se incorporaba, apartando las sábanas con brusquedad. Salió de la habitación corriendo, el miedo cerrándole la garganta.
Se detuvo en seco al llegar a la cocina. Sus perros estaban allí, todos, sanos e ilesos, moviendo las colas con entusiasmo. Y junto a ellos, como si fuera lo más natural del mundo, estaba el demonio. Hannibal se encontraba de espaldas, revolviendo algo en una sartén con la misma elegancia con la que hacía todo.
—¿Qué estás haciendo?
—Buenos días, Will. Te preparé el desayuno.
Will se frotó los ojos, intentando discernir si lo que veía era real o si seguía atrapado en un sueño absurdo.
—¿Por qué?
—Los humanos tienen tres comidas principales al día. Y el desayuno es la más importante de todas.
—Me refiero a por qué tú estás haciéndome el desayuno.
Hannibal pareció considerar su respuesta por un momento antes de encogerse de hombros con una naturalidad casi burlona.
—Me aburría —admitió —. Y, si tu alacena tiene algo que decir al respecto, no sueles tener buenos desayunos. Parece que pides mucha comida para llevar.
Will no lo contradijo. Tenía razón. En los pocos días que Hannibal había estado viviendo con él, ya lo había visto recurriendo a comida rápida o alimentos preparados de la tienda más cercana a Wolf Trap.
Su mirada se deslizó hacia la encimera, donde reposaban ingredientes frescos que, definitivamente, él no había comprado.
—¿De donde sacaste todo esto?
—De la tienda, por supuesto.
Will bufó, cruzándose de brazos.
—¿Un demonio yendo de compras? Seguro fue todo un espectáculo.
—Oh, no te preocupes. Fui bastante encantador con la dependienta.
No quería imaginar qué significaba “encantador” en el lenguaje de un demonio.
Se pasó una mano por la cara, intentando disipar la sensación de pesadez que aún lo embargaba.
—¿Cuánto tiempo estuve dormido?
—Menos de 24 horas. Dormiste desde ayer
Will frunció el ceño, un recuerdo borroso asaltó su cabeza.
—Me quedé dormido en el auto… ¿Me cargaste hasta mi habitación?
—Sí.
El exorcista encaró una ceja ante la ridícula insinuación.
—Se supone que no puedes estar cerca de mí mientras duermo.
—Técnicamente, estabas inconsciente, no dormido. Así que no cuenta.
Will apretó los labios. Perfecto, Hannibal ya había encontrado lagunas en el contrato.
Bufó con frustración y sacó su teléfono del bolsillo. La pantalla iluminó su rostro con una avalancha de notificaciones: decenas de mensajes de Jack y Alana, sobre todo de Jack, junto con múltiples llamadas perdidas.
—Maldición. Nunca me había pasado esto —dijo, refiriéndose a casi desmayarse en la escena del crimen.
—Es normal que no te sientas preparado. Hacer un pacto con un demonio consume mucha energía vital, y la tuya aún no se ha repuesto del todo. Además, escuché que no sueles asistir a escenas del crimen, solo a exorcismos. Estás esforzándote más allá de lo que tu preciosa cabeza puede soportar.
Will no contestó y se inclinó para ver qué estaba cocinando Hannibal. El demonio estaba sirviendo un plato de lo que parecían huevos revueltos y carne.
—¿De que es la carne?
No confiaba en él. Hannibal ya había admitido que comía carne humana. No quería encontrarse con eso en su plato.
El demonio lo miró con diversión, como si supiera exactamente lo que estaba pensando.
—Cerdo normal. Fui a la carnicería. Si tienes dudas, guardé el ticket de compra.
—¿Cerdo normal? —repitió Will.
La aclaración no le inspiraba ninguna confianza.
—Hay diferentes tipos de cerdos. El ser humano es un cerdo… más largo.
—¿Nos ves como cerdos?
—Por supuesto. Aunque hay excepciones. No te veo como un cerdo, Will.
—Qué honor —farfulló con indiferencia.
Quiso rechazar la comida solo por llevarle la contraria, pero el olor era tentador. Su estómago rugió en traición. Desvió la mirada, y optó por alimentar a los perros primero.
—Ya les di de desayunar —comentó Hannibal
Will ignoró la nota de orgullo en su voz y terminó de atender a sus perros antes de sentarse a la mesa. Unos minutos después, el demonio puso un plato con comida frente a él.
—Revuelto de proteínas. Te dará energía.
La comida se veía bastante bien y olía aún mejor. Will tragó saliva. Llevaba demasiado tiempo sin probar algo casero. A esas alturas, poco le importaba si estaba envenenada.
Notó entonces que solo había un plato sobre la mesa.
—¿Tú no comes?
Hannibal se acomodó en la silla frente a Will, apoyando la barbilla en su mano mientras lo observaba
—No.
Cuando los demonios poseían cuerpos humanos, necesitaban alimentarse para mantener el cuerpo que habitaban. Pero Will nunca se había enfrentado a un demonio con un cuerpo propio, no sabía cómo funciona. Hannibal era completamente extraño a lo que se había enfrentado antes
Hannibal tenía pulso. Incluso respiraba. La primera vez que lo tocó, su piel era gélida, como mármol. Pero el día anterior, en la escena del crimen, su tacto había sido tibio.
No del todo frío.
No del todo cálido.
¿Qué era exactamente Hannibal? La respuesta le preocupaba. Y no se atrevía a preguntarla.
Will apartó esos pensamientos y probó un pedazo de salchicha de su plato. Estaba bien sazonada y jugosa. Mucho más de lo que había esperado.
Continuó comiendo con entusiasmo, hasta que notó la mirada fija de Hannibal sobre él. El demonio lo observaba con una atención inquietante, sus pupilas dilatadas, su expresión completamente absorta en cada uno de sus movimientos: cómo cortaba la carne, cómo la llevaba a sus labios, cómo la masticaba y la tragaba.
Will se detuvo con el tenedor a medio camino de su boca.
—¿Seguro que no quieres comer? Pareces tener hambre.
Hannibal se acomodó en su asiento, cruzando una pierna sobre la otra. Se tomó un momento antes de responder
—Estoy acostumbrado a tener hambre.
—¿A qué te refieres?
Hannibal se humedeció los labios con la lengua, contemplando su respuesta
—Desde que obtuve mi nombre, he sentido un hambre insaciable. No importa lo que haga, es una sensación que nunca desaparece.
—Pensé que comías humanos.
—Cuando los como, el hambre se apacigua un poco. Pero nunca del todo —admitió sin mirar a Will—. Pero disfruto hacerlo.
Will abrió la boca para preguntarle por qué tenía hambre en primer lugar, pero las palabras se quedaron atoradas en su garganta. En vez de eso, bebió un sorbo de agua. Algo en la voz de Hannibal le decía que era un tema que prefería evitar.+
El silencio se alargó unos segundos antes de que Will lo rompiera
—Llevas unos días aquí y no has comido ningún humano —dijo Will, bajando el vaso—. ¿No estás desesperado por comer?
Hannibal bajo la mirada, repentinamente tímido
—Encontré otra fuente de alimento
Eso alarmó a Will, alzó la mirada, viéndolo desconfiado
—¿Te estás alimentando de mí?
Lo dijo sin pensarlo demasiado, pero la idea lo golpeó con más fuerza en cuanto las palabras salieron de su boca.
—No en el sentido en el que imaginas. Me alimento de tus pesadillas y de tus miedos. No todos los demonios se alimentan de carne —explicó—. Algunos prefieren emociones negativas
Will se evaluó a sí mismo. No sentía nada extraño en su cuerpo. No había una sensación de vacío ni un peso invisible sobre sus hombros. Solo el cansancio de siempre, ese agotamiento que había estado allí mucho antes de que Hannibal apareciera en su vida.
Con todas las protecciones que tenía tatuadas, el demonio no podía dañarlo. Si su hambre se saciaba con los miedos de Will, entonces ¿qué importaba? Mientras no se comiera a otro humano, Will suponía que no era un problema.
Retomó su comida.
Hannibal volvió a observarlo. Esta vez con más discreción. Aunque Will aún podía sentir la intensidad de su mirada en cada movimiento que hacía.
—
Por la noche, Will no podía dormir. Se levantó de la cama, tomó una botella de whisky y salió al porche.
Hacía frío, pero no lo suficiente para hacerlo regresar. Se sentó en los escalones de madera, con la mirada perdida en la oscuridad del bosque que rodeaba la cabaña. Dio un trago largo a la botella, sintiendo el ardor recorrerle la garganta y extenderse por su pecho. Bebió hasta que la mitad de la botella desapareció, lo justo para sentirse un poco más cálido antes de regresar al interior.
Decidió darse una ducha caliente para quitarse el frío que aún se aferraba a su piel.
Salió del baño con solo ropa interior, secándose el cabello con una toalla. Abrió su cajón de ropa, buscando una camisa para dormir cuando se dio cuenta que no estaba solo.
—¡Oye! —exclamó, alarmado.
Hannibal estaba sentado en el pequeño sillón de la habitación, las piernas cruzadas, observándolo con su perturbadora calma habitual.
—Ignórame, por favor. Continúa con lo que estabas haciendo.
El demonio lo recorría con la mirada. Will no se cubrió. Sabía que el demonio no lo miraba con lujuria ni interés carnal. Su atención estaba en otra cosa.
En los tatuajes que cubrían su cuerpo.
Símbolos de protección recorrían su pecho, abdomen, espalda y piernas, formando un escudo invisible contra cualquier influencia demoníaca.
—¿Puedes irte? —pidió Will con evidente molestia.
—Preferiría no hacerlo.
Will chasqueó la lengua, irritado, y se giró para regresar al baño. Pero antes de que pudiera dar un paso mas, sintió una mano fría posarse sobre su espalda baja desnuda.
Se apartó de inmediato. Hannibal se había levantado del sillón y ahora estaba de rodillas detrás de él, con los ojos fijos en los símbolos tatuados en su piel.
—¡¿Qué crees que haces?! —grito enojado
El demonio se levantó del suelo y sacudió su pantalón
—Tienes varios símbolos interesantes. ¿Puedo verlos más de cerca?
Will frunció el ceño
—Solo si te vas y no vuelves en toda la noche.
—Lo prometo. No volveré a aparecer aquí hasta mañana a mediodía.
Parecía un buen trato. No tener que ver al demonio por el resto de la noche era suficiente para que Will cediera. Se dio la vuelta y le mostró la espalda.
Escuchó los pasos de Hannibal acercándose y, antes de que pudiera hacer algo, advirtió con firmeza:
—No me toques.
Los pasos se detuvieron al instante. Hannibal lo observó desde una distancia prudente, su mirada recorriendo con atención los símbolos tatuados en su piel.
—Curiosos símbolos. Puedo reconocer algunos pertenecientes a los Príncipes del Infierno.
—Están combinados con un hechizo de cancelación —explicó Will sin girarse—. Los dueños de esos símbolos no pueden hacerme daño.
—¿De verdad crees que funcionan?
Will se encogió de hombros
—Alguno de ellos tuvo que funcionar contigo, ¿no? Por eso no respondí a tus órdenes.
No solo tenía protecciones contra los Príncipes del Infierno, sino también contra demonios comunes, entidades más conocidas con sellos propios e incluso contra el mismísimo Diablo.
Le había tomado años reunir la información necesaria y más aún lograr tatuárselos correctamente. Los había hecho él mismo, guiándose con un espejo mientras recitaba una oración.
—Son símbolos antiguos. Muchos de estos ni siquiera están en los libros. Algunos son desconocidos incluso para los de mi especie. ¿Dónde los encontraste?
—No tengo por que decirte.
—Si lo haces, te librarás de mí por completo mañana. No me verás en 24 horas.
No quería responderle, pero la promesa de un día sin su presencia era demasiado tentadora.
—Fue hace un tiempo —cedió Will—. Hice un trato con un demonio
—¿Firmaste un contrato?
Algo en su tono lo hizo detenerse. Si no estuviera tratando con un demonio que conocía desde hace un par de días, lo habría identificado como enojo. O celos.
—Fue más bien un intercambio. Me dio la información y, a cambio, no lo envié de vuelta al Infierno.
—¿Ese demonio sigue con vida?
Will se rasco la nuca
—Si. Pero no es una amenaza, realmente. Trabaja como ordenanza en el Hospital de Baltimore para Criminales Dementes. Se alimenta principalmente de la energía de los asesinos. Era un demonio más o menos influyente en el infierno, así que, a cambio de no exorcizarlo y mandarlo de vuelta al infierno, le pedí que consiguiera para mí los símbolos de los más poderosos del Infierno. No espero encontrarme con ellos pero nunca se sabe
Hannibal dejó escapar una risa baja
—Interesante —murmuró Hannibal—. Perdonaste a un demonio a cambio de información.
Will se encogió de hombros
—No había hecho daño a nadie. Le gustaba ver pero no matar
—¿Y el cuerpo que habitaba?
—Lo construyó él mismo. Con cadáveres.
Aún tenía contacto con Matthew Brown, ese era el nombre que el demonio había elegido. A veces, Matthew lo buscaba solo para hablar, como si disfrutara de su compañía. Will sospechaba que el demonio había desarrollado cierto afecto por él
Al parecer, había dicho sus pensamientos en voz alta porque Hannibal susurró detrás de él:
—Puedo ver por qué se sintió atraído hacia ti.
Sintió el aliento de Hannibal en su nuca. Se giró, dispuesto a golpearlo pero el demonio ya no estaba. La habitación estaba vacía. Ni un solo rastro de que alguna vez había estado allí.
Notes:
Próximo capítulo: Hannibal ayuda y Will sonámbulo
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El día había sido productivo. Will no había visto a Hannibal en todo el dia, tal como el demonio había prometido. Aun así, no pudo evitar preguntarse cuánto duraría esa tregua, considerando que ya habían pasado más de veinticuatro horas.
Esa mañana, lo habían llamado para exorcizar a un demonio que había usado humanos como sustrato para su macabro jardín de hongos. La criatura enloqueció al ver su obra destruida y desató el caos en un área cercana. Will había logrado contenerlo y expulsarlo.
Después del exorcismo, Will volvió a la universidad y dio sus clases como de costumbre. Sus alumnos estaban entusiasmados, emocionados de saber que había logrado llevar a cabo un exorcismo difícil (el caso de Hannibal). Aunque, por supuesto, ellos ignoraban lo que realmente había hecho para liberar a Hobbs de aquel demonio.
Apenas había terminado su última clase cuando Alana apareció, visiblemente preocupada
—Deberías considerar hablar con alguien, Will —dijo con suavidad—. Llevas mucho tiempo sin ir a escenas del crimen ni hacer exorcismos, y ahora que Jack te ha obligado a volver al campo, temo que pueda ser perjudicial para ti.
Will suspiró, sintiendo el cansancio del día acumulándose en sus músculos.
—Sé cuidarme a mí mismo y tengo las cosas bajo control.
—Estoy preocupada —insistió Alana—. Me tranquilizaría saber que tienes a alguien con quien hablar… Sobre todo, ahora que tienes un contrato con un demonio.
—¿Por eso Chilton está esperando afuera?
Alana volteó hacia la entrada, donde Frederick Chilton se asomaba con torpe insistencia, intentando (sin éxito) ser discreto. Alana suspiro.
Will rodó los ojos. No conocía del todo a Chilton, pero sabía lo suficiente como para detestarlo. El hombre llevaba tiempo obsesionado con él, intentando hacer estudios para descubrir por qué tenía la capacidad de exorcizar demonios. Su "curiosidad profesional" había cruzado todos los límites cuando consiguió su dirección y apareció en su casa, acosándolo bajo la excusa de la ciencia. Will le soltó a sus perros, quienes lo persiguieron y lograron morderlo antes de que huyera con el ego tan herido como su pierna.
Chilton, ajeno o indiferente a su evidente falta de bienvenida, entró en la habitación con esa sonrisa petulante que Will tanto detestaba.
—Hacer un contrato con un demonio de dudoso poder no es precisamente lo que llamaría "tener las cosas bajo control" —comentó con su habitual condescendencia.
Will se felicitó a sí mismo por no ceder al impulso de golpearlo.
—Estoy intentando solucionarlo, ¿de acuerdo? Ya casi me deshago de él. He estado investigando.
Era mentira. Había estado investigando, sí, pero no tenía ni una sola pista sobre cómo romper el contrato.
—Will… —intervino Alana, con un dejo de súplica en la voz.
Will suspiró, su paciencia agotándose.
—Dentro de poco, romperé el contrato y me desharé del demonio. No necesito ayuda, y mucho menos la de Chilton.
Chilton se acercó más de la cuenta, invadiendo el espacio personal de Will.
—Aun así, considero que deberías… —comenzó, alzando una mano con la intención de tocar su hombro.
El crujido del suelo lo detuvo.
El piso laminado se resquebrajó con un sonido seco, una grieta abriéndose de golpe entre Chilton y Will. Chilton retrocedió de inmediato, pálido y aterrado
—Es grosero insistir cuando la respuesta ya ha sido claramente un "no".
Los tres giraron al origen de la voz. Hannibal estaba sentado en la silla del escritorio de Will
Chilton dio un paso más hacia atrás, su expresión crispada por el miedo.
—¿Ese es el demonio con el que firmaste el contrato? —preguntó, su voz apenas un murmullo.
—Se supone que este edificio impide la entrada de entidades demoníacas a menos que alguien las invite —intervino Alana, sin apartar la mirada de Hannibal.
—Estoy atado a Will por contrato. Si él entra, yo también.
Hannibal se puso de pie, acomodándose el saco antes de avanzar. Chilton temblaba visiblemente y, apenas el demonio estuvo a unos pasos de él, salió corriendo de la habitación
Alana también retrocedió, asustada. Aunque había estudiado el comportamiento de los demonios, Will sospechaba que nunca había estado tan cerca de uno como ahora.
—No va a hacerte daño, tranquila —dijo Will en un intento de calmarla
Alana asintió con rigidez, pero su nerviosismo era evidente. No apartó los ojos de Hannibal ni un solo instante, como si temiera que, de hacerlo, le estaría dando la espalda a un depredador.
—Debes considerar hablar con Chilton —dijo, recomponiéndose un poco—. Hablar con alguien podría liberar algo de la carga que llevas.
—¿No puedo hablar código?
—Es diferente. No soy exorcista, y Chilton estudió para serlo.
—Reprobó el curso —le recordó
Alana se encogió de hombros con resignación.
—No dije que fuera bueno en lo que hace.
Después de una despedida apresurada, Alana se fue.
Will suspiró y se frotó los ojos, cansado. Se giró con la intención de recoger sus cosas, pero al hacerlo, se encontró con Hannibal de pie demasiado cerca.
—¿Amigos tuyos? —preguntó Hannibal con curiosidad.
Will se rascó la nuca, incómodo.
—No tengo amigos.
—Por supuesto que no —dijo Hannibal con una leve sonrisa—. No los necesitas.
Will rodó los ojos y volvió a su escritorio para guardar sus cosas en la mochila. Escuchó el sutil sonido de Hannibal acercándose por detrás.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó sin mirarlo.
—Desde que entraste al edificio —confesó el demonio—. Fue una clase realmente fascinante, Will.
No respondió y siguió haciendo sus cosas sintiendo como el demonio se movía detrás de él.
—No me gusta que estés intentando deshacerte de mí —continuó Hannibal—. ¿Acaso hice algo para que quieras romper nuestro contrato tan pronto?
—Eres un demonio —replicó Will con indiferencia, como si eso lo explicara todo.
Terminó de guardar sus pertenencias sin dignarse a mirarlo.
No quería seguir atado a Hannibal, pero aún no encontraba una forma de romper el contrato sin que le costara algo. Si incumplía su parte del trato, moriría y su alma pasaría a ser propiedad del demonio.
—Me gustaría que dejaras de querer romper el contrato —dijo Hannibal—. Aparte de tu laptop, no he hecho nada malo.
Will le dirigió una mirada irritada antes de colgarse la mochila al hombro y salir del aula con Hannibal a su lado
—
Dos días después, llamaron a Will para otro caso. Tomó un par de analgésicos antes de conducir hasta un motel barato en las afueras de la ciudad.
Jack ya estaba allí, esperándolo junto a un hombre de aspecto solemne. Su camisa negra y el cuello blanco lo delataban como un sacerdote. En cuanto sus ojos se posaron en Will, su rostro perdió todo color y dio un paso atrás, visiblemente asustado.
Will no tardó en darse cuenta de que no lo miraba a él, sino a lo que había detrás. Hannibal lo seguía de cerca, demasiado cerca.
—Will, gracias por venir —dijo Jack en cuanto estuvo a su lado.
Will se encogió de hombros y lo siguió sin decir nada mientras avanzaban hacia una de las habitaciones rodeadas por policías. Dejaron atrás al sacerdote, quien parecía a punto de desmayarse.+
—Es mejor que te prepares —advirtió Jack en voz baja—. Nunca has visto algo como esto. Creo que estamos lidiando con un demonio o con un fanático religioso.
Cuando llegaron frente a la cinta que delimitaba la escena del crimen, una mujer con una cámara en mano se interpuso en su camino. Si Will recordaba bien, su nombre era Beverly.
—No puede haber demonios en mi escena del crimen —declaró, señalando a Hannibal —. Contaminará la evidencia. No puede entrar.
—No planeaba dejar que entrara —respondió Will con un suspiro antes de volverse hacia Hannibal—. Quédate aquí.
El demonio no dijo nada. Se quedó quieto, con las manos cruzadas detrás de la espalda, como si ocultara algo.
Will no perdió más tiempo y siguió a Jack hacia el interior del motel. El olor a sangre y descomposición lo golpeó de inmediato, pero no fue lo que lo hizo detenerse en seco.
Frente a la cama, dos personas yacían arrodilladas en el suelo, sus espaldas desolladas. La piel había sido arrancada y extendida en dos pedazos simétricos que flotaban en el aire, sostenidos por lo que parecían hilos de caña de pescar. La disposición de la carne parecían alas de carne.
Will sintió un latido punzante en las sienes y sacó una pequeña botella de pastillas de su bolsillo. Se llevó dos a la boca, esperando que al menos mitigaran la jaqueca que empezaba a formarse.
Después de analizar la escena junto a Jack e intercambiar algunas observaciones, Will comenzó a trabajar. Se tumbó en la cama, asegurándose de hacerlo sobre un plástico protector dispuesto por los forenses.
Cerró los ojos y respiró hondo. Vio un péndulo de luz frente a él y se hundió en la mente del asesino.
Las sombras de la habitación se distorsionaron en su percepción, como si la realidad se plegara a la voluntad de aquel que había cometido el crimen. En su visión, los cuerpos aún estaban enteros y vivos, hasta que sus manos (las del asesino) se aferraron a la carne y deslizaron la hoja afilada por sus espaldas.
El sonido húmedo del corte. El calor de la sangre resbalando entre sus dedos. El dolor… pero no suyo. El del asesino.
La imagen se desvaneció de golpe. Will salió del trance jadeando, con los músculos temblorosos y la frente perlada de sudor frío. Su boca se sentía como ceniza.
Quería vomitar.
Quería irse a casa.
—No creo que fuera buena idea tumbarte ahí.
Will volteo al origen de la voz, Hannibal estaba a su lado. El demonio lo ayudó a levantarse de la cama.
—No puedes estar aquí, vas a arruinar la escena —bufó Will, su garganta áspera y adolorida
El rastro demoníaco de Hannibal podía contaminar cualquier evidencia del otro demonio.
Hannibal le puso una botella de agua en su mano. Will decidió no preguntar de donde coniguio el agua y la bebió con avidez, sintiendo cómo el líquido frío aliviaba, al menos en parte, el ardor en su garganta.
—Esto no fue obra de un demonio, Will. Las víctimas, en cambio, sí lo eran.
Will bajó la botella y lo miró con el ceño fruncido.
—¿Qué?
—Percibo un rastro en ellos, pertenecientes a un demonio. No estaban poseídos, pero fueron influenciados. Tal vez hicieron un trato con uno.
Will volvió a mirar los cuerpos, con el ceño fruncido. Él podía percibir rastros demoníacos en una persona, pero solo si aún estaba viva. Una vez muertos, toda esa energía desaparecía. Al parecer, Hannibal no tenía esa limitación.
—¿Entonces nuestro asesino es humano?
Hannibal negó con la cabeza
—No es completamente humano —respondió tras una breve pausa—. Es un ángel caído
Will lo miró, aún más confundido.
—¿Quieres decir que es Lucifer?
—Él ciertamente fue uno de los primeros en caer y el que más popular se volvió por algún motivo. Pero no fue el único —explico—. Pero aunque su situación puede ser similar a este ángel, no son lo mismo.
—¿Puedes explicarte?
Hannibal se relamió los labios
—A día de hoy, algunos ángeles aún caen por distintos motivos. Muchos de ellos pierden la memoria y terminan viviendo como humanos sin saber lo que son.
—¿No se vuelven demonios?
—Algunos de ellos lo hacen —admitió—. Pero un ángel caído nunca es completamente un demonio. Siempre una parte de ellos será un ángel
Will lo miró con incredulidad.
—Nunca escuché nada de esto.
—Son asuntos angelicales. No hay razón para que los humanos los conozcan.
El agente especial fijó su mirada en los cuerpos.
—¿Y por qué dices que este asesino es un ángel?
Hannibal recorrió la habitación con la mirada antes de responder.
—Percibo un rastro particular en él. Es débil, pero inconfundible. Pertenece a un ángel —informó—. Podría haber recuperado la memoria y ahora está matando demonios para expiar sus pecados. Los convierte en ángeles y duerme entre ellos. Es su manera de comunicarse, de enviar un mensaje. Quiere que los otros ángeles lo vean. Quiere que le permitan regresar al cielo.
Un escalofrío recorrió la espalda de Will, pero lo disimuló.
—Entonces, ¿está matando a gente que considera malvada para redimirse?
—Es una posibilidad
—Si es así, no se va a detener.
—No —coincidió Hannibal—. No hasta que lo perdonen o lo dejen volver al cielo… o hasta que alguien lo obligue a detenerse.
Will se frotó la frente con los dedos, sintiendo la presión latente en su cabeza. Su mirada volvió a las víctimas.
—Pensé que las alas en los ángeles eran solo una representación simbólica.
Hannibal negó con la cabeza.
—Son reales. Blancas y llenas de plumas. Lo suficientemente grandes como para envolver a alguien entre ellas.
Era extraño oír hablar de ángeles. La existencia de los demonios era un hecho conocido y ampliamente discutido, pero los ángeles eran casi un mito.
—Nunca había oído hablar de rastros angelicales. No pensé que existieran.
—Solo los ángeles pueden percibir el rastro de otros ángeles —Hannibal ladeó la cabeza—. Y los demonios también pueden verlos, por supuesto.
Will asintió, procesando la información. Al menos ahora tenía algo con lo que trabajar. Hannibal lo había ayudado, incluso cuando no tenía ninguna razón para hacerlo.
A regañadientes, murmuró:
—Gracias.
Hannibal sonrió, complacido. Will salió de la habitación del motel sin mirar atrás.
—
Will sentía el suelo helado bajo sus pies descalzos. Caminaba sin rumbo en la oscuridad, inmerso en un sueño que se sentía demasiado real. Algo enorme lo seguía, su presencia densa y ominosa. El sonido de cascos resonaba en el concreto detrás de él, acompasado y paciente. Lo acechaba. Lo vigilaba.
—Will… Will…
Una voz lo llamaba, suave y persistente, un susurro que se filtraba entre las sombras
—Will. Abre los ojos.
Los abrió de golpe. su aliento se convirtió en una nube de vapor en el aire helado. Lo primero que vio fue la carretera desierta, extendiéndose sin fin ante él. Lo segundo fue Hannibal, mirándolo con el ceño ligeramente fruncido, pero cuando sus ojos se encontraron, una sonrisa apareció en su rostro.
—Ahí estás.
Will parpadeó, aturdido. Su mente aún luchaba por comprender lo que estaba pasando
—¿Hannibal?
Se abrazó a sí mismo en un intento de conservar algo de calor. Su pijama era demasiado delgada para el frío de la noche, y ahora que el desconcierto inicial comenzaba a disiparse, la piel de sus brazos se erizaba con cada ráfaga de viento helado. Sus pies descalzos ardían por el contacto prolongado con el asfalto, y sus piernas dolían, tensas y acalambradas.
Estaba en medio de una carretera. A su alrededor, el denso bosque se extendía como un muro oscuro e impenetrable. El aire nocturno olía a tierra húmeda y hojas secas.
No entendía cómo había llegado ahí.
—Estamos en Wolftrap, en la carretera principal que lleva a tu casa —explicó Hannibal, al notar la confusión en el rostro de Will—. Estabas sonámbulo. Caminaste alrededor de un kilómetro y medio.
Will se frotó la cara. La cabeza comenzaba a dolerle
—¿Por qué estás aquí? El contrato…
—No puedo acercarme mientras duermes, solo cuando estás consciente —concedió Hannibal—. Pero el sonambulismo es un estado intermedio. No estabas del todo presente, pero tampoco completamente ausente. Me permitió acercarme.
Will cerró los ojos un momento. Necesitaba sentarse. Sus piernas dolían demasiado y tenia mucho frio pese a que su piel parecía arder.
Entonces sintió un peso sobre sus hombros.
Abrió los ojos y giró la cabeza.
Hannibal estaba junto a él, se había quitado su saco para colocarlo sobre los hombros temblorosos de Will. El forro era cálido y olía a madera y a nieve.
—Cuando llegué, ya estabas caminando por la carretera —continuó Hannibal con calma—. Intenté despertarte varias veces, pero no me hiciste caso. Parecías estar en trance. Intente bloquear tu camino pero me esquivabas y seguías caminando. Así que te seguimos para asegurarnos de que estuvieras bien
—¿Seguimos? —repite, dándose cuenta del plural
Hannibal bajó la mirada y Will lo imito, encontrándose con Winston, mirándolo con ojos atentos y llenos de lealtad. Emitió un quejido bajo, como si estuviera comprobando que su dueño realmente había despertado.
Will acaricio su cabeza, agradeciendo en un susurro su compañía. Luego suspiró, mirando hacia atrás, a la larga y vacía carretera que se extendía en la oscuridad.
—Será un largo camino a casa.
Sin decir nada, Hannibal levantó a Winston en brazos. El perro gruñó con desaprobación, pero Hannibal lo sostuvo con firmeza, sin inmutarse.
Will abrió la boca para preguntar qué estaba haciendo, pero no tuvo oportunidad. Hannibal levantó una mano y la posó en su frente.
La realidad pareció romperse bajo sus pies. Will sintió un vacío repentino, como si su cuerpo dejara de existir por un instante. El mundo giró en una vorágine de sombras y su estómago se hundió en una sensación de caída infinita. Por instinto, cerró los ojos.
Un segundo después, todo terminó. Cuando volvió a abrir los ojos, Hannibal se alejó y dejó a Winston en el suelo..
Ya no estaban en la carretera. Estaban en su casa, en Wolftrap, en la sala de estar.
Frente a la puerta, los perros estaban amontonados, soltando leves quejidos. En cuanto lo vieron, corrieron hacia él, olfateándolo con preocupación. Probablemente se habían alarmado al notar su repentina ida.
Will miró la puerta cerrada. Winston debió haber salido tras él antes de que esta se cerrara, impidiendo que los demás lo siguieran.
Todavía aturdido, murmuró:
—Nos teletransportaste…
Hannibal hizo una pequeña mueca con los labios
—Prefiero el término "desplazamiento etéreo". Un atajo entre un punto y otro
A Will todavía le costaba procesar lo que había sucedido, pero en ese momento no tenía ganas de pensar demasiado.
—Gracias —murmuró, con la voz más baja de lo que pretendía.
Hannibal sonrió y bajó la cabeza, mirando al suelo
—Deberías limpiar tus pies con agua caliente y meterte a la cama. Volveré si empiezas a caminar dormido otra vez
Will asintió y se dirigió al baño. Solo cuando se inclinó para lavarse los pies recordó el saco de Hannibal aún sobre sus hombros. Salió para devolvérselo, pero el demonio ya no estaba.
Notes:
Proximo captiulo: Hannibal enojado. Will recibe una noticia que no sabe si creer
Chapter Text
—Will, necesito que vengas de inmediato a esta dirección —dijo Jack al otro lado del teléfono
Antes de que Will pudiera responder, la llamada se cortó.
Se frotó los ojos con cansancio, parpadeando contra la penumbra de su habitación. El reloj junto a la cama marcaba las dos de la mañana.
Estaba agotado. No había dormido bien en los últimos días, pero al menos no había tenido otro episodio de insomnio como el de hace dos noches, cuando Hannibal tuvo que devolverlo a casa.
El dolor de cabeza era constante, un peso opresivo que se aferraba a su cráneo, volviendo cada pensamiento más lento, más difícil de procesar. Su cabeza era un caos revuelto, una maraña imposible de desenredar.
Alana había insistido en que hablara con Chilton. Tal vez él podría evaluar si esos dolores de cabeza eran algo más que simple estrés. Pero se negó. Will estaba bien. Solo estaba cansado.
Y no había tiempo para quejarse.
El caso del “Creador de Ángeles” seguía abierto, y que Jack lo llamara a estas horas solo significaba una cosa: el asesino había vuelto a atacar.
Con un suspiro resignado, se levantó de la cama. Un quejido bajo escapó de sus labios cuando su cuerpo, cansado y adolorido, protestó contra la repentina actividad.
—¿A dónde vamos? —preguntó Hannibal, apareciendo detrás de él
El demonio no podía acercarse mientras él dormía, así que se mantenía fuera de la habitación o simplemente desaparecía, regresando en cuanto Will despertaba.
—A una escena del crimen —murmuró Will, poniéndose los pantalones con movimientos lentos y pesados—. Quédate aquí. No necesito que estés ahí para distraerme.
Se giró para mirarlo, dispuesto a dejarle claro que hablaba en serio. Al verlo, se congeló.
La habitación estaba oscura, pero la tenue luz que se filtraba por la ventana iluminaba lo suficiente. Hannibal estaba de pie, sosteniendo un brazo cercenado con una despreocupación inquietante. Sus ojos brillaban con un rojo intenso, y una mancha oscura de sangre se acumulaba en la comisura de su boca.
—Hannibal… —jadeó, incapaz de decir otra cosa—. ¿Qué es eso?
Hannibal limpió la sangre de sus labios antes de responder.
—Estaba en medio de mi cena cuando sentí que despertabas.
—Pensé que te estabas alimentando de mi.
—Sí, pero me topé con esta persona grosera en mi paseo nocturno, y merecía ser comida —dijo en un tono casual—. No te preocupes, Will, no es nadie que hayas conocido antes. Es de Canadá.
Will cerró los ojos, presionando los dedos contra su sien.
Por mucho que quisiera regañar a Hannibal, lo cierto era que no podía devolverle la vida a un muerto. Y tratar de convencerlo de que dejara de devorar humanos era una batalla perdida. No iba a hacerlo, por mucho que se lo pidiera.
Dejó escapar un suspiro exasperado.
—No dejes sangre en mi piso.
Salió tambaleándose hacia su coche. El aire frío de la madrugada golpeó su rostro, despejando, apenas, la bruma de su mente.
Llegó a la escena del crimen una hora después. El callejón estaba envuelto en sombras, apenas iluminado por el parpadeo intermitente de las luces policiales. En el centro, una figura humana se alzaba en el aire, con dos alas grotescas hechas de su propia carne y piel de su espalda
Will sintió un escalofrío recorrer su espalda. No importaba cuántas veces viera algo así; nunca dejaba de afectarlo.
Hannibal lo había seguido. Le había dicho que debía quedarse detrás de la línea policial, y Hannibal pareció aceptarlo sin objeciones.
Ignorándolo por ahora, se adentró en el callejón y se encontró con Jack y los especialistas forenses, que trabajaban en silencio
—¿Cómo los está escogiendo? —preguntó Jack después de una breve conversación acerca de lo que estaba pasando
—Te lo dije antes.
Después de que Hannibal le explicara el tema de ángeles caídos y del rastro que percibió en la escena del crimen. Will le contó a Jack todo lo que había descubierto
Jack no lo aceptó. Era escéptico a creer en ángeles. Trabajaban con demonios, con la peor clase de monstruos. Pero el tema de los ángeles era una línea que Jack se negaba a cruzar.
Y cuando descubrió que la información provenía de Hannibal, su escepticismo se convirtió en rechazo absoluto y se negó a seguir escuchando.
Will, sin embargo, no descartó la idea de inmediato. Había investigado, tratando de corroborar las palabras de Hannibal. Encontró datos que encajaban. Incluso halló un blog abandonado de alguien que afirmaba ser un ángel caído, asegurando que había recuperado la memoria tras un año viviendo como humano.
No pudo verificar por completo la información que Hannibal le había dado, pero demasiadas cosas coincidían.
—Vamos, Will. ¿En serio crees que los ángeles caminan entre nosotros y se dedican a matar gente? —dijo Jack con un suspiro
—No. Te lo dije, ya no es un ángel.
Jack negó la cabeza con desaprobación. Will cerró los ojos cuando un punzante dolor de cabeza lo golpeó de repente.
—Necesitamos enfocarnos. ¿Cómo los está escogiendo? —repitió Jack con impaciencia.
—Pregúntale a él —farfulló, irritado, acomodándose los lentes en el puente de la nariz.
—Te estoy preguntando a ti.
El dolor en su cabeza latía con un ritmo persistente y cruel, agotando su paciencia a cada segundo.
Will era un exorcista, no un detective, y ciertamente no tenía por qué soportar aquello. Su trabajo era eliminar a los demonios, no entregarle las respuestas a Jack en bandeja de plata sobre un caso.
—Tú eres el jefe del departamento del FBI, ¿por qué no piensas en tus propias respuestas si no te gustan las mías? —vociferó antes de poder contenerse.
El silencio reinó en el callejón
—No escuché eso —gruñó Jack
El resto del equipo, que había estado observando la discusión en silencio, decidió que era el momento perfecto para retirarse.
Will supo que estaba en problemas.
Antes de que pudiera arrepentirse de sus palabras o pedir una disculpa, Jack se plantó frente a él, su rostro rojo de furia.
—¡Esta es mi escena del crimen! —rugió, la voz retumbando en las paredes estrechas—. Eres un agente importante, Will, pero no voy a permitir insubordinación ni faltas de respeto. ¡Soy…!
Jack nunca terminó la frase. Como si una fuerza invisible lo hubiera empujado, salió disparado hacia atrás y se estrelló contra la pared de ladrillos con un impacto seco.
La pared crujió. O tal vez fueron sus huesos. Jack cayó al suelo con un estruendo, su cuerpo desplomándose como un muñeco de trapo.
—¡Jack! —gritó Will, horrorizado, su mano alcanzó la pistola en su cinturón mientras sus ojos escanearon la oscuridad, buscando al ente responsable.
—De la misma manera que pides respeto, se lo darás a Will —dijo una voz, profunda, resonante, impregnada de una autoridad incuestionable.
Hannibal se manifestó a un lado de Will, emergiendo de las sombras. Sus ojos brillaban con un fulgor sobrenatural
—Hannibal —murmuró sorprendido
Su asombro no duró mucho. El sonido de pisadas apresuradas hizo que se pusiera alerta.
Varios policías irrumpieron en el callejón, armas en alto, apuntando directamente al demonio detrás de él. Y por extensión, a Will.
Su estómago se hundió al darse cuenta de que estaba en medio de un tiro cruzado. Si disparaban, él no saldría vivo.
Antes de que pudiera reaccionar, Hannibal avanzó un paso
—Me gustaría que bajaran sus armas y se retiraran. ¿Podrían hacerme ese favor?
Los policías y el resto del equipo bajaron sus armas de inmediato al mismo tiempo. Sus expresiones se vaciaron de toda emoción, sus miradas perdidas. Sin cuestionar nada, dieron media vuelta y se alejaron
Will sintió un escalofrío de horror recorrerle la espalda.
—¡Oye! —espetó, girando hacia Hannibal—. No puedes hacer eso. El contrato decía que no podías dar órdenes a nadie.
—No fue una orden, fue una solicitud y ellos aceptaron
Will apretó la mandíbula, furioso
—¿Y qué pasa con la cláusula de no lastimar a nadie que conozca o que esté a mi alrededor? —preguntó, señalando a Jack en el suelo.
—La cláusula establece que no puedo hacerles daño. Pero dime, ¿fui yo quien lo empujó? A mi parecer, fue una fuerza invisible la que lo hizo.
—No lo tocaste, pero claramente fuiste responsable.
Hannibal ladeó la cabeza con fingida inocencia.
—¿Puedes probar que fui yo quien lo empujó? ¿Cómo? No tengo la habilidad de mover las cosas sin tocarlas.
El descaro del demonio encendió aún más la ira de Will. Sintió el impulso incontrolable de golpearlo. No solo estaba enfurecido por lo que le había hecho a Jack, sino que también le preocupaban los perros. Hasta ahora, Hannibal no parecía poder tocarlos gracias a los collares de protección, pero ¿y si encontraba la forma de burlar esa barrera también?
Un quejido detrás de él lo sacó de sus pensamientos.
Jack se incorporó con esfuerzo. Will se apresuró a ayudarlo, pero el hombre lo apartó suavemente, llevándose una mano al pecho con una expresión adolorida.
—Jack, lo siento mucho…
—Creo que será mejor dejar las cosas así por hoy, Will —interrumpió Jack, visiblemente adolorido—. Vuelve a casa.
—Yo…
—Discutiremos los detalles después. Es todo por hoy
Jack salió del callejón sin decir otra cosa.
Will lo siguió con la mirada hasta que su figura desapareció en la oscuridad. Un nudo de impotencia se le formó en la garganta. Se giró bruscamente hacia Hannibal.
El demonio lo observaba con su usual calma, como si nada de lo ocurrido le concerniera en lo más mínimo
Intentó calmarse. Inhaló hondo y abrió su mochila, sacando un trozo de tiza. Hannibal lo observó con curiosidad mientras Will se agachaba y comenzaba a trazar un círculo en el suelo. Su mano se movía con precisión, dibujando una serie de símbolos alrededor mientras murmuraba en voz baja palabras en latín.
—¿Qué es eso? —preguntó Hannibal, intrigado
Will terminó su trabajo y se incorporó.
—Párate aquí. —Señaló el centro del círculo.
Hannibal, curioso, obedeció y se adentro en el circulo
—¿Qué debo hacer ahora?
—Nada. Porque no puedes.
Hannibal frunció el ceño y trató de dar un paso fuera del círculo, pero su pie chocó contra una barrera invisible. El demonio pareció sorprendido.
—Es un hechizo de contención —explicó Will—. Se usa para atrapar demonios, especialmente en invocaciones. Una vez dentro, no pueden salir a menos que alguien rompa el sello desde afuera.
Hannibal miro el círculo. Una sonrisa perezosa se dibujó en su rostro
—Ingenioso.
—Lo sé
Dando por terminada la conversación, Will se dirigió a la salida del callejón.
—Will. ¿A dónde vas?
—A casa —dijo sin voltear—. Piensa en lo que hiciste mientras estás atrapado ahí. Si tienes suerte, tal vez llueva dentro de unos días y puedas salir.
La sonrisa de Hannibal desapareció poco a poco. Su tono cambió, volviéndose más serio.
—Will, ¿estás enojado y por eso haces esto?
Will no respondió.
—No encuentro la gracia en esto. Will, déjame salir —exigió al ver que era ignorado.
Silencio.
—¡Will!
El demonio lo llamó una vez más, sonando incrédulo y enojado. Pero Will no se detuvo y lo dejó atrapado.
—
Tres días después, el Creador de Ángeles colgaba del techo de un granero, convertido en su propia obra. Su carne había sido arrancada de la espalda, moldeada en la forma de un par de alas grotescas. Suspendido en el aire por ganchos y alambres de metal.
—Parece que, al final, no pudo volver al cielo —murmuró Hannibal detrás de Will—. Así que encontró una solución para ser un ángel otra vez.
Un día después de haber dejado a Hannibal encerrado en el callejón, el demonio había reaparecido en Wolf Trap como si nada hubiera ocurrido. Will había aprovechado ese tiempo para reforzar los símbolos de protección en su casa y asegurarse de que los perros estuvieran a salvo con oraciones y amuletos.
Hannibal no había mostrado ni un atisbo de enojo, fingiendo que lo sucedido en el callejón nunca ocurrió. Y Jack hizo lo mismo. No mencionó el incidente, aunque ahora llevaba una férula en el brazo, señal de que se había roto un hueso al estrellarse contra la pared. Aun así, siguió llamando a Will como de costumbre, aunque con una actitud un poco más amable, lo que Will odiaba.
Por suerte, los agentes que habían estado presentes aquella noche no parecían recordar nada. Lo que había ocurrido quedó como un secreto entre Jack, Will y Hannibal.
—¿Quién lo ayudó a hacer esto? —preguntó Hannibal, observando el cadáver con un leve interés.
—Fuiste tu —declaró Will
Hannibal alzó una ceja, intrigado.
—¿Por qué crees eso?
Will dirigió la mirada al cadáver. Una espesa niebla lo envolvía
—Tienes un rastro diferente al de otros demonios. Es más fuerte… más espeso y duradero. Incluso cuando la víctima ya está muerta, puedo verlo —informó Will—. Él está bañado en tu esencia. Para que eso pasara, debiste haber estado muy cerca de él.
Hannibal ladeó la cabeza, un destello de satisfacción brillando en sus ojos, como si encontrara placer en la acusación.
—Es posible que yo haya tenido algo que ver en su muerte
—¿Por qué hiciste esto? —exigió, con el ceño fruncido—. Ya casi lo teníamos, y tenías que meterte de por medio. Sé que eres un demonio y haces cosas indebidas, pero mantente al margen cuando se trate de mi trabajo.
—Él iba a suicidarse —confesó Hannibal—. Incluso si yo no hubiera hecho nada, su destino no habría cambiado.
Will sintió un nudo formarse en su estómago.
—¿Cuándo pasó eso?
—Anoche. Lo encontré merodeando por la calle. Pudo ver lo que soy y me pidió ayuda para volver al cielo.
A Will le sorprendía que el ex ángel hubiera confiado en un demonio.
—¿En verdad pudo volver al cielo? —preguntó con escepticismo.
Hannibal hizo un gesto con la mano, restándole importancia.
—Murió siendo un ángel. Si no llegó al cielo de esa forma, eso ya no depende de mí.
—Murió siendo un ángel —repitió Will, con la mirada fija en el cadáver suspendido—. Eso quiere decir que lo colgaste cuando aún seguía vivo. Se desangró.
—Sí —confirmó Hannibal con tranquilidad—. Así que, técnicamente, no lo maté yo.
Will sintió una punzada de irritación, pero estaba demasiado cansado y su dolor de cabeza era demasiado intenso como para intentar discutir la lógica retorcida del demonio.
Se retiró del granero. A pesar de ser un asesino, no pudo evitar esperar que el ex ángel, de alguna manera, hubiera encontrado el camino de regreso a casa.
—
Después de volver de clases, por la noche, Will tomó un baño con la esperanza de que el agua caliente disipara el malestar que lo había acompañado todo el día. No funcionó.
Cuando salió del baño vestido con su piyama, el cabello aún húmedo y la piel enrojecida por el calor, encontró a Hannibal en la sala de estar
—Deberías tomarte unos días de descanso —dijo el demonio—. No pareces estar muy bien
—Descansaré el fin de semana.
—Eso dijiste el fin de semana pasado —le recordó Hannibal con un deje de reproche—. Y apenas pusiste un pie en casa por culpa del tío Jack.
Will se dirigió a su escritorio, acomodando algunos papeles con movimientos mecánicos.
—Estoy salvando vidas.
—¿Y la tuya no importa? —replicó Hannibal, inclinando la cabeza—. Pareces pensar que los demás merecen lo que tú no. Pero vales mucho más que cualquiera de las personas que has salvado.
—Toda vida es valiosa.
Hannibal lo observó en silencio durante un momento
—Se te dio un don: la capacidad de purificar y ver demonios, de entender a los demás en un nivel que nadie puede alcanzar. Es seguro decir que fuiste bendecido con un don especial. Eres único, Will.
—No creo que sea una bendición
—No todos los dones se sienten como tal —respondió Hannibal—. Algunos parecen más una maldición cuando no se saben manejar.
Will bajó la mirada, reflexionando sobre ello. Sobre su don. Sobre su origen.
—¿Realmente existe Él? —preguntó en voz baja—. Dios, quiero decir.
Hannibal desvió la mirada, y aunque fue un gesto mínimo, Will no pasó por alto la sombra de incomodidad en su rostro.
—Eso depende. Si te refieres a la versión que los humanos han creado, entonces no existe —dijo el demonio—. Los humanos lo llaman justo, pero su justicia es caprichosa. Lo llaman misericordioso, pero el mundo está colmado de sufrimiento. Lo llaman omnisciente, pero permite que lo cuestionemos. Si Dios existe, debe estar divirtiéndose al ver a sus creaciones destruirse unas a otras.
Will fijó la vista en los papeles que tenía en la mano, sumido en sus pensamientos. No notó cuándo Hannibal se movió, ni cuándo cerró la distancia entre ellos hasta quedar a escasos centímetros. Solo fue consciente de su presencia cuando escuchó el sutil sonido de una inhalación muy cerca de él.
Se quedó inmóvil un segundo antes de girar su cabeza
—¿Me acabas de oler?
Hannibal se alejó un poco, sin rastro de vergüenza.
—Difícil de evitar.
Pareció considerar su aroma por un momento, como si estuviera analizándolo
—No estas usando tu loción para después de afeitar —murmuró, con una especie de satisfacción en la voz—. Puedo olerte mejor. Debo decir que tu aroma natural es único y exquisito.
Estaba apunto de ir corriendo al baño por la loción para después de afeitar cuando el demonio se abalanzó sobre él. Lo atrapó en un abrazo desde atrás. La nariz del demonio se hundió en la parte posterior de su cabeza
Hannibal aspiró profundamente. Will se tensó de inmediato. Un estremecimiento involuntario lo recorrió, al mismo tiempo que sus perros comenzaban a ladrar, inquietos.
Will le lanzó un codazo con fuerza, golpeándolo en el costado y logrando separarlo de él. Hannibal retrocedió un par de pasos, imperturbable, su expresión serena
—Tengo algo importante que decirte —dijo Hannibal con absoluta calma.
—Eres un imbécil —espetó enojado—. Si crees que vas a…
—Estás enfermo —lo interrumpió Hannibal con tranquilidad.
El enojo de Will titubeó por un instante, desplazado por la confusión.
—¿De qué estás hablando?
—Encefalitis autoinmune, si mi nariz no me falla —declaró con una certeza inquietante—. Es un olor distinto, un dulzor febril. Proviene de tu cerebro.
Will frunció el ceño.
—¿Ahora eres un perro? ¿Cómo puedes saber cómo huele eso?
—He vivido mucho tiempo, Will. Se a que huelen todas las enfermedades.
Se llevó una mano a la frente. Estaba caliente. Desde hacía horas tenía escalofríos, aunque la temperatura en la casa no era baja. Sospechaba que tenia fiebre
Hannibal continuó hablando
—Desde hace días noté una ligera variación en tu aroma. No estaba del todo seguro hasta ahora. El olor se intensificó debido a que no usaste tu loción para ocultarlo.
Chasqueó la lengua, negando con la cabeza.
—No puedes diagnosticar a alguien solo por el olor. No es así como funcionan las cosas.
—Tus dolores de cabeza. Tu fiebre intermitente. Tu cerebro, cada vez más caótico. El sonambulismo. Todo son señales —enumeró—. Pronto empezarán las alucinaciones. Tú mismo sabes que no has estado en plena capacidad estos días.
Se dejó caer en la silla de su escritorio, repentinamente mareado y aturdido por esa información
—No es posible. Estás mintiendo —lo acusó
—¿Por qué haría eso? No gano nada diciéndote que estás enfermo. Si realmente quisiera algo, al contrario, ocultaría tu enfermedad.
Will negó con la cabeza, hundiendo el rostro entre sus manos. No confiaba en el demonio, pero sus palabras no parecían tener dobles intenciones. Y tenía razón: decirle que estaba enfermo cuando no lo estaba no le traería ningún beneficio.
—Aun así, no tenías por qué decírmelo —murmuró, con desconfianza latente—. Creí que querías verme desmoronarme.
Hannibal se relamió los labios
—¿Y qué placer habría en eso si no fueras plenamente consciente de ello?
Se acercó con la misma elegancia depredadora de siempre, deteniéndose junto a Will. Tomó los papeles que antes él había estado acomodando y los colocó en su lugar
—¿Qué sentido tendría el contrato si murieras? —murmuró, su voz era un susurro venenoso—. Quiero verte desmoronarte, ver cómo funciona tu mente, no que una enfermedad acabe contigo ni que queme tu cerebro. He visto a lo largo del tiempo cómo la encefalitis consume a una persona. No quisiera que te fueras ahora, justo cuando apenas nos estamos conociendo.
Will no podía aceptarlo. Había algo extraño en el comportamiento de Hannibal, algo que no encajaba con la imagen que tenía de un demonio.
—Te creería si solo fuera eso —murmuró con el ceño fruncido—. Pero actúas de una forma bastante impropia de un demonio.
Repasó mentalmente todas las cosas que Hannibal había hecho por él. No solo lo había guiado de regreso a casa después de uno de sus episodios de sonambulismo, sino que también lo había ayudado en sus casos y le preparaba el desayuno casi siempre. Incluso le había preparado la cena un par de veces. Will, al principio, se había negado, pero la comida del demonio olía demasiado bien y, al final, siempre terminaba comiendo.
Ahora, con la cabeza menos nublada por el dolor y sus pensamientos, asimiló lo absurdo de la situación: un demonio, un depredador astuto y letal, cocinando para él como si fuera lo más natural del mundo.
—¿Preferirías que te atormentara? —preguntó Hannibal con un dejo de diversión
—Sabría cómo lidiar con eso. Con el enojo y la furia de un demonio, con las amenazas y los juegos retorcidos. Pero no sé cómo lidiar con esto —admitió Will, con una mezcla de frustración y recelo—. A veces pienso que eres amable y eso me inquieta. Sé que planeas algo. Y cuanto más amable eres, más seguro estoy de que me espera algo horrible.
Hannibal sostuvo su mirada con la misma serenidad impenetrable de siempre.
—No planeo nada, Will.
—No te comportarías tan amigable conmigo si no tuvieras un propósito oculto. ¿Quieres que baje la guardia para poseerme? ¿O quieres confundirme para apuñalarme por la espalda? No tenías por qué decirme que estoy enfermo, y aun así lo hiciste. No sé cuál es tu objetivo.
Hannibal apretó los labios y entrelazó las manos detrás de su espalda, adoptando una postura contemplativa. No respondió de inmediato. Se tomó su tiempo, dejando que el silencio se alargara entre ellos, como si estuviera eligiendo con cuidado sus palabras
Finalmente, habló.
—Hace un tiempo tuve contacto prolongado con un humano. No terminó bien. No quiero que la historia se repita. Me preocupa que lo que te pasa sea por mi culpa.
El exorcista enarco una ceja, incrédulo
—¿Por tu influencia como demonio? ¿Corrompes a las personas solo con estar cerca?
—No. Fue algo externo. Algo… que no pude evitar. No quiero que esa misma influencia te alcance a ti.
La respuesta fue demasiado vaga para su gusto.
—No entiendo muy bien lo que…
—No deberías preocuparte por cosas sin importancia —lo interrumpió Hannibal—. Deberías estar más preocupado por tu salud, Will. Debes ir a la cama y considerar ver a un médico cuanto antes. Llamaré a Jack para decirle que te tomarás el día libre mañana.
Hannibal lo tomó por los hombros y lo obligó a levantarse.
—Tengo trabajo mañana y…
—Tu salud debería ser tu prioridad
Los perros, al ver que Will se levantaba, se apresuraron a seguirlo, sabiendo que era hora de dormir.
—Estábamos hablando de algo importante antes
—Eso puede esperar.
El demonio no le dio oportunidad de replicar y lo guió hasta su habitación sin darle espacio para más objeciones. Los perros se adelantaron, subiéndose a la cama con impaciencia, esperando a que Will hiciera lo mismo.
Aunque su cuerpo exigía descanso, sus pensamientos estaban atrapados en la conversación con Hannibal acerca del humano que menciono.
Cuando tuviera la oportunidad, retomaría el tema. No podía dejarlo pasar. Aquella conversación decía mucho sobre el pasado de Hannibal, y Will necesitaba saber más.
Notes:
Proximo capitulo: Will exorcista en accion y visita al hospital
Chapter Text
Will entró en la casa, rodeado de policías y sacerdotes que murmuraban oraciones entre dientes, aferrándose a sus Biblias y rosarios como si fueran su última defensa contra el mal.
Sin perder tiempo, Will siguio el hedor pútrido de azufre que impregnaba el ambiente. El olor se intensificaba con cada paso, guiándolo hasta el segundo piso, directo a la habitación principal de la casa.
Dentro, la escena era escalofriante. Jack y varios agentes estaban en la habitación, todos con expresiones sombrías mientras observaban a la mujer que se retorcía en la cama.
La mujer estaba atada a la cabecera con pedazos de tela que se estiraban cuando su cuerpo convulsionaba en violentos espasmos. Sus quejidos no eran de dolor, sino de furia contenida, una rabia primitiva que erizaba la piel.
Sus ojos estaban completamente en blanco. Su piel, de un tono grisáceo enfermizo, estaba empapada en sudor. Sus piernas, expuestas por el camisón que apenas cubría su cuerpo, mostraban venas negras, un rastro inconfundible de la corrupción demoníaca que avanzaba rápidamente a través de ella.
Al verlo entrar, Jack se apresuró a explicarle la situación.
—Su vecina la encontró —dijo con voz tensa—. Creyó que estaba sufriendo una convulsión y llamó a la ambulancia. Cuando los paramédicos llegaron nos llamaron al darse cuenta de que se trataba de una posesión demoníaca.
El demonio susurró algo en un idioma desconocido para Will. Su voz era grave, distorsionada, cada palabra impregnada de odio y veneno. Tal vez insultos o maldiciones. Pero no importaba.
Era un demonio débil. Podía sentirlo.
Se sentó en el borde de la cama y colocó una mano sobre la frente ardiente de la mujer. Cerró los ojos y comenzó a murmurar una plegaria en voz baja.
La criatura reaccionó de inmediato. La mujer se arqueó con un espasmo violento, su espalda levantándose de la cama como si algo tirara de ella desde dentro. Un chillido desgarrador brotó de su garganta, un sonido inhumano que resonó en las paredes.
Su boca se abrió de par en par y un espeso humo negro emergió en espirales, flotando en el aire con movimientos erráticos, la propia entidad se resistia a ser desterrada.
Los sacerdotes que estaban en la habitación actuaron de inmediato, formando un círculo alrededor del humo para darle a Will el tiempo necesario. Will salpicó el agua bendita sobre la oscura presencia mientras recitaba un hechizo para destruirlo
—Exuro te, daemonium maledictum, in nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Descende in abyssum, ubi lux non te tanget.*
El agua bendita chisporroteó al entrar en contacto con la oscura presencia, y el demonio se retorció en un torbellino de sombra y furia, intentando resistirse, pero era inútil.
La entidad se consumió en su propia oscuridad, evaporándose por completo. Solo quedó una marca negra en el suelo que sería difícil de borrar.
Sobre la cama, la mujer yacía desplomada. Su pecho subía y bajaba en jadeos irregulares, su respiración entrecortada por el esfuerzo. Las venas negras habían desaparecido, al igual que el enfermizo tono grisáceo de su piel. Pero seguía pálida, devastada, su cuerpo temblando por el esfuerzo de la lucha interna que había librado.
Un murmullo escapó de sus labios, un indicio de que comenzaba a despertar. Will se apartó, permitiendo que otros se acercaran para cubrirla con una manta, darle agua y asegurarse de que estuviera estable.
Jack esperó a que recuperara un poco de fuerza antes de acercarse con cautela.
—¿Puede decirme su nombre? —preguntó
La mujer parpadeó con lentitud, su mirada todavía perdida en el vacío.
—Bedelia Du Maurier —su voz sonó ronca y áspera
—Soy Jack Crawford. Recibimos una llamada sobre una persona poseída fuera de control que intentó atacar al personal de ambulancia.
La mujer frunció el ceño y llevó una mano temblorosa a su sien, como si el dolor de cabeza fuera tan profundo que le nublara los recuerdos.
Will estaba de espaldas a ellos, observaba la escena en el reflejo del espejo de cuerpo completo pegado a la pared cerca de él.
Jack continuó hablando, señalando a Will con un leve movimiento de la cabeza.
—Este hombre logró expulsar al demonio y destruirlo. Necesitamos hacerle algunas preguntas cuando se sienta lo suficientemente estable para responder.
A través del espejo, vio que la mujer la miraba. Will desvió la mirada hacia el suelo, evitando el contacto visual
—Gracias —susurró Bedelia en su dirección.
Will no respondió.
—¿Él está bien? —preguntó ella, dirigiéndose a Jack.
El hombre soltó un resoplido
—Me hubiera preocupado si no te hubiera ignorado.
Una vez no hubo señales de más peligro, los agentes sobrantes y los sacerdotes salieron de la habitación
Jack comenzó a interrogar a la mujer, quien decía no recordar nada desde la noche anterior, cuando se había ido a dormir. No tenía vínculos con lo oculto, ni interés alguno en demonios o rituales. Era una psiquiatra respetada, una mujer normal, ser poseida fue un desafortunado incidente.
Will permanecía en silencio, su mirada fija en la pared.
Una ventisca helada rozó su piel, erizando los vellos de sus brazos.
Frunció el ceño. Las ventanas estaban cerradas. No debería haber corriente de aire.
El grito desgarrador de Bedelia rompió el silencio de la habitación, un alarido de puro horror que hizo que Will se girara de inmediato.
Hannibal estaba de pie en medio de la habitación. Sus ojos recorrieron el lugar hasta posarse en Will. Y entonces, sonrió.
—Hola, Will.
La mujer soltó otro grito. Su cuerpo entero temblaba, los ojos desorbitados por el pavor.
Hannibal apenas le dedicó una mirada. Su sonrisa permaneció intacta, pero Will pudo detectar el matiz de burla en su expresión.
—Buenos días, Bedelia. Tiempo sin verte.
Si antes estaba pálida, ahora parecía como si toda la sangre hubiera abandonado su cuerpo de golpe. Sus labios se entreabrieron en un intento de hablar, pero solo emitió un jadeo tembloroso. Su respiración se volvió errática, acelerada, como si estuviera al borde de un ataque de pánico.
—¡Sácalo de aquí, Will! —grito Jack.
Mientras Bedelia se desmoronaba en puro pánico, Will empujó a Hannibal fuera de la habitación y lo arrastró hasta el pasillo.
—¡¿Qué estás haciendo aquí?! —exigió saber WIll
—Quería verte trabajar. Parece que llegué un poco tarde.
—Te dije que te quedaras en Wolftrap.
—Nunca dijiste por cuánto tiempo. —respondió Hannibal con absoluta indiferencia.
Will exhaló un suspiro pesado, sintiendo el inicio de una punzada de dolor en las sienes. Sabía que discutir con Hannibal era inútil.
El demonio, ajeno a su irritación, examinaba con ojo crítico una pintura colgada en la pared.
Will abrió la boca para ordenarle que se fuera, pero Hannibal se le adelantó.
—¿Te divertiste matando a ese demonio? Sospecho que lo hiciste. Matar a aquellos que lo merecen debe sentirse bien.
—No lo hace.
Hannibal esbozó una leve sonrisa.
—¿Qué sentiste, Will? ¿Satisfacción? ¿Justicia? ¿Alegría? ¿Una euforia ardiente recorriéndote la piel?
—¿Eso es lo que sientes al matar humanos? —replicó con frialdad.
Hannibal se tomó su tiempo antes de responder, como si saboreara las palabras antes de pronunciarlas.
—Se siente bien matarlos. Se siente aún mejor devorarlos. La muerte es un arte, Will. Un acto sublime de transformación. La vida es caos, un torrente desordenado de impulsos y errores, pero la muerte. La muerte es la culminación de una existencia convertida en un último y perfecto silencio.
Will se negó a seguirle el juego. Estaba cansado
—Vete. Estoy trabajando.
—Tu cita con el médico es al mediodía y aún sigues aquí. A este paso, no llegarás a tiempo.
—¿Eres mi padre o qué?
Después de que Hannibal le dijera que estaba enfermo, Will había accedido, de mala gana, a concertar una cita con un médico para hacerse un escaneo cerebral. No porque confiara en el diagnóstico de Hannibal, sino porque quería confirmar que no había nada físicamente mal en él.
El grito desgarrador de una mujer resonó desde la habitación principal. Bedelia debía seguir afectada por lo que paso
—¿Cómo la conoces? —preguntó, señalando la puerta del dormitorio con un leve movimiento de cabeza.
—Fue hace un par de años. Le hice un favor y, desde entonces, me debe uno. Le dije que en cualquier momento podría aparecer para cobrarlo. Sea lo que sea ella debe obedecer. Sospecho que pensó que estaba aquí para saldar esa deuda
—Así que, después de todo, tenía una conexión con demonios.
—En su defensa, cuando le hice el favor, ella no sabía que no era humano
—La engañaste.
—Simplemente le ofrecí mi ayuda y ella aceptó.
—¿Cuánto tiempo lleva "debiéndote algo"?
—Cinco años.
—La has estado torturando durante cinco años con la posibilidad de que podrías aparecer en cualquier momento a exigirle lo que quieras —dijo, enojado ante los juegos de Hannibal—. Debes liberarla. Esto es cruel, incluso para ti.
Hannibal no respondió
Will no perdió más tiempo y decidió volver con Jack. Con algo de insistencia, logró que Hannibal se fuera, más o menos.
El demonio dijo que lo esperaría en el auto. Cuando Will se asomó por la ventana, lo vio sentado en el asiento del copiloto de su coche, con las manos cruzadas sobre el regazo, sereno como siempre.
Suspiró, pasando una mano por su rostro. Tenía que apurarse. Cuanto antes terminara antes podría ir a su cita médica y, con suerte, tener un pequeño descanso de todo esto.
Se giró para volver al interior de la habitación y, al hacerlo, se encontró con una figura al pie de la escalera.
Era un hombre mayor, vestido con ropa negra, su cuello blanco delatando su posición como sacerdote. Pero no era cualquier sacerdote. Era el hombre que le había enseñado todo cuando ingresó en la iglesia.
—Will, tiempo sin verte. ¿Cómo estás, hijo?
Antes de que Will pudiera responder, el sacerdote lo envolvió en un abrazo.
Se crispó ante el contacto repentino. No correspondió el gesto, pero tampoco se apartó.
—Bien… supongo —vaciló
El sacerdote se apartó lo suficiente para examinarlo mejor
—¿Te has estado cuidando? Te ves más delgado que antes, chico. Me preocupas.
Will asintió, incómodo bajo su escrutinio.
El hombre no pareció convencido, pero no insistió. En su lugar, continuó con preguntas sobre su bienestar, su trabajo y su vida. Will respondió con monosílabos, manteniendo la conversación lo más superficial posible. Finalmente, carraspeó.
—No quiero ser grosero pero necesito volver al trabajo
El hombre sonrió con orgullo
—He oído que has estado cumpliendo la misión que el Señor te encomendó. Librar al mundo de los demonios.
—Soy bueno en eso, así que lo hago. No creo que sea mi misión.
—Justo hace unos días pensaba en lo que pasó cuando te quitaron el puesto de sacerdote… Y sigo considerando que no fue justo. Hablaré con el consejo. Tal vez puedas volver a ser sacerdote. ¿Qué te parece? Esta vez habrá un examen formal. Solo necesitas probarles que, entre todos nosotros, eres quien tiene más fe.
—Fe… —repitió Will en voz baja.
—Si, Will.
Quería ayudar, salvar a las personas. Pero ser sacerdote era demasiado complicado. No quería ayudar a las personas de ese modo. No era bueno hablando. No era bueno escuchando. No era bueno creyendo en Dios ni esparciendo su palabra.
"¿Te divertiste matando a ese demonio? Sospecho que lo hiciste. Matar a aquellos que lo merecen debe sentirse bien." Recordó las palabras de Hannibal.
Will negó con la cabeza, como si de esa forma pudiera alejar el eco de esa idea.
Los demonios eran criaturas horribles. Era su deber exterminarlos, pero eso no significaba que debía disfrutarlo.
No lo disfrutaba. Se lo repitió una vez más.
Se despidió del sacerdote antes de volver a la habitación principal. Encontró a Jack conversando con Bedelia. La mujer se veía mucho mejor, aunque aún pálida y visiblemente agotada. Will no quería estar ahí. No después de lo que había pasado. Pero sabía que era mejor asegurarse de que otro demonio no apareciera al detectar a una víctima vulnerable.
Jack terminó su conversación y se acercó a él.
—Voy a buscar a alguien que pueda revisarla. ¿Puedes quedarte con ella?
—Preferiría que no.
—Te lo encargo.
Will se quedó solo con la mujer. Inquieto, caminó hacia una esquina y se quedó ahí. Rezó en silencio para que Jack regresara pronto y para que Bedelia no le hablara.
—¿Agente Graham? —le hablo Bedelía
Cerró los ojos un instante y soltó un suspiro antes de obligarse a salir de su aparente escondite.
—Solo quería preguntarle… ¿está familiarizado con el demonio de hace un momento?
Sintió un nudo en el estómago.
—Lo siento por eso. Debió ser un shock verlo aparecer de pronto.
—El agente Crawford me explicó que, en este momento, no representa una amenaza porque tiene un contrato contigo. Eso me tranquiliza un poco… al menos por ahora.
—Él conocía su nombre —señaló Will—. ¿Se conocen?
Ella tardó un segundo en responder.
—Algo así.
—No mencionó antes que había tenido contacto con algún demonio.
Bedelia se encogió de hombros
—No hice un contrato con él.
—Pero le debes un favor.
Sus labios se apretaron en una fina línea al darse cuenta que Will sabía cosas que no debía saber de ella.
—No sabía lo que hacía. Pensé que era humano —susurró Bedelia—. Acepté su ayuda… No, más bien, me hizo pedirle ayuda. Un favor que, tarde o temprano, tendré que pagar.
—¿Cuándo te diste cuenta de que no era humano? ¿Él te lo dijo?
Ella negó con la cabeza. Sus dedos se aferraron al dobladillo de la sábana qué la cubría
—Lo vi días después comiéndose a una persona, le sacó el corazón con la mano —murmuró con la mirada vacía—. Sus ojos brillaban en la oscuridad, parecían estar hechos de sangre.
Will guardó silencio, dejándola recomponerse. Bedelia se frotó los ojos. Parecía agotada, y debía estarlo. A Will le sorprendía que siquiera pudiera mantener una conversación después de haber sido poseída.
—Sé lo que son los demonios, agente Graham. Sé lo que pueden hacerte una vez haces un trato con ellos. Jamás le habría pedido ayuda si hubiera sabido lo qué era realmente. Condenarme a estar a disposición de un demonio es algo que nadie haría por voluntad propia.
Will no dijo nada, dejando que se desahogara.
—Pienso en eso todos los días —continuó ella, con un hilo de desesperación filtrándose en su tono—. Pienso en cuándo se aparecerá para pedirme que haga algo que arruine mi vida solo para su diversión.
Sus ojos se encontraron, y en ellos, Will vio un terror profundo
La puerta se abrió y entró Jack con un paramédico. Will aprovechó ese momento para irse. Ya no había nada que el pudiera hacer en ese lugar
—
El seguro del FBI era bueno, lo suficiente como para permitirle acceder a servicios médicos de calidad. Así que, a pesar de su reticencia, Will se dirigió a uno de los mejores hospitales de la zona para realizarse los estudios.
—Padre Graham, un honor verlo de nuevo —lo saludó el doctor con una sonrisa cordial cuando Will entró
Había salvado a su esposa e hijas de un demonio cinco años atrás. Desde entonces, el hombre se sentía en deuda con él y siempre le ofrecía atención médica gratuita como si fuera alguien importante.
Lo llevaron a una sala donde le realizaron una resonancia magnética. Más tarde, cuando el doctor le mostró los resultados, Will fijó la mirada en la imagen de su propio cerebro proyectada en la pantalla.
Un área rojiza destacaba entre las tonalidades grises y negras. Irregular y anómala, pero no tan grande como había temido.
—Tu cerebro está inflamado. Es encefalitis, no muy avanzada —explicó el doctor—. Necesito hacer más pruebas para detectar la causa y tratarla adecuadamente, pero no te preocupes. Con el medicamento correcto y un buen descanso, estarás bien. Menos mal lo detectamos a tiempo; podría haberse puesto mucho peor.
Will asintió, perdido en sus pensamientos. Era difícil concentrarse. Difícil procesar lo que el médico decía cuando su mente se sentía cada vez más densa, más pesada.
Apenas notó cuando lo asignaron a una habitación ni cuando le hicieron cambiarse de ropa. Se dejó caer en la cama, el olor a desinfectante picándole la nariz. Cerró los ojos por un instante y, cuando los abrió, el sol ya estaba a punto de esconderse, tenía una perfecta vista del cielo gracias a la ventana de su cuarto.
—Me alegra que decidieras aceptar que estás enfermo y buscar ayuda médica —dijo Hannibal, manifestándose a su lado
—No lo hice por que tu me dijeras —gruño Will—. Vete. Esto es un hospital. Los demonios están estrictamente prohibidos.
Hannibal, como era de esperarse, no hizo el menor intento de irse. Sus ojos vieron cada rincón de la habitación, como si evaluara la calidad del lugar donde Will había sido internado.
—Sabía que podrían ingresarte, así que te traje algunas de tus pertenencias y preparé la cena —anunció, alzando el maletín de cuero que traía consigo—. He escuchado que la comida del hospital es horrenda. Pensé que te sentirías mejor con algo casero.
Hannibal desempaco la comida. Will se incorporó un poco, con intención de rechazarlo, pero el aroma de la comida recién preparada llegó hasta él. Su estómago rugió, traicionándolo.
—Huele delicioso —admitió, con desgana.
—Pollo silkie en caldo —explicó Hannibal con orgullo, sirviendo el líquido humeante en un pequeño tazón—. Un ave de huesos negros que fui a conseguir de China esta misma mañana. Se ha apreciado por sus propiedades medicinales desde el siglo VII. Goji, ginseng, jengibre, dátiles rojos y anís estrellado traído de Vietnam.
—¿Me hiciste sopa de pollo?
La expresión de Hannibal cambió apenas, pero fue suficiente. Su boca se apretó en una línea fina, y el brillo en su mirada perdió un matiz de satisfacción.
—Sí
Comió en silencio, disfrutando el sabor del caldo. Sabía bien, con un toque picante que despertaba sus sentidos, cálido y reconfortante, aliviando la sensación de pesadez que había estado aplastando su cuerpo.
Después de terminar, se recostó de nuevo en la cama para descansar un poco.
—Ahora tengo que llamar a Jack y decirle que necesito tomarme unos días de descanso. También debo avisar a la academia de que no podré ir a dar clases.
—Ya lo hice —informó Hannibal—. Llamé a Jack en cuanto te ingresaron. Te envía sus mejores deseos. La academia aseguró que seguirás recibiendo tu pago sin importar el tiempo que te tome recuperarte.
Will se incorporó apenas, frunciendo el ceño.
—¿Qué les dijiste?
—Simplemente los llamé y comuniqué la situación. Todos fueron muy comprensivos.
Will sabía que había algo más detrás de esas palabras. Pero estaba demasiado cansado para discutir.
Adormecido por todo lo sucedido, dejó que el sueño lo envolviera.
Tan cansado estaba que ni siquiera notó la caricia en su cabello antes de quedar inconsciente.
Se despertó horas después. La habitación estaba oscura, iluminada solo por la tenue luz que se filtraba desde el pasillo. La enfermera entró a administrarle el medicamento y volvió a dejarlo solo.
Miró a su alrededor. Hannibal ya no estaba.
Sobre una silla, a un lado de la cama, encontró una pequeña maleta abierta. Dentro, encontró ropa perfectamente doblada y artículos de higiene personal. Will apretó los labios. El demonio realmente se estaba tomando demasiadas molestias. La idea lo inquietó.
Se incorporó con esfuerzo y sacó su laptop de la mochila. La había comprado días antes y la había mantenido oculta de Hannibal.
Encendió la pantalla y comenzó a investigar.
No encontró nada sobre un "Hannibal Lecter". El nombre no era común, pero tampoco único. Había registros de personas en Europa con ese nombre, aunque ninguna coincidía con lo que buscaba.
Lo único importante que había encontrado fue en Lituania: el castillo “Lecter”. Un lugar en ruinas, marcado por la desolación y los estragos de la guerra. Los documentos indicaban que sus últimos habitantes murieron en la Segunda Guerra Mundial. No había registros de sus nombres en internet.
La idea de que Hannibal fuera uno de los antiguos residentes que murieron y regresaron como un demonio en busca de venganza parecía posible. Pero los tiempos no coincidían.
Hannibal era viejo. Más de cien o doscientos años, sin duda.
Y no solo eso. Era demasiado poderoso para haber sido un simple humano que murió en la guerra. Para haber acumulado semejante poder, tendría que haber existido mucho antes.
Siguió investigando a los Lecter. Eran condes. Encontró el escudo de armas de la familia. En el centro del blasón había una criatura con cuernos, una imagen que de inmediato captó su atención.
No era raro que familias nobles usaran símbolos demoníacos o deidades antiguas en sus emblemas, pero algo en aquella figura lo inquietó.
Guardo la imagen y buscó su significado.
Era un wendigo. Había oído hablar de ellos, aunque no era su especialidad. Abrió otra pestaña y comenzó a investigar sobre los wendigos.
Nadie sabía con certeza cuál era su origen. Algunos relatos antiguos decían que era un dios que vagaba por los fríos inviernos, a quien se le ofrecían sacrificios humanos para evitar su furia. Con el tiempo, la leyenda cambió: ya no se hablaba de una deidad, sino de una maldición. Decían que un humano que cometía canibalismo se transformaba en wendigo, condenado a una existencia de hambre insaciable.
Otras versiones aseguraban que el wendigo no transformaba a las personas, sino que las influenciaba, susurrando en sus mentes hasta que sucumbían a la carne humana.
Todas las leyendas coincidían en lo mismo: el wendigo estaba ligado al invierno, al hambre, a la inanición.
Will buscó imágenes.
Casi todas las representaciones lo mostraban como una criatura con un cráneo de lobo o ciervo como cabeza y enormes astas ramificadas.
Hannibal tenía astas. Nunca le había preguntado por ellas. Algunos demonios tenían cuernos, sí, pero los de Hannibal eran diferentes. Y había dicho que siempre tenía hambre. Muchas cosas encajaban demasiado bien.
Pero, según las leyendas, un wendigo estaba condenado a su forma para siempre. Y Hannibal tenía una apariencia humana.
Will tamborileó los dedos sobre el teclado, su ceño fruncido en concentración.
Si Hannibal era un wendigo, entonces, ¿por qué podía disfrazarse entre los humanos con tanta facilidad? ¿Cuándo se había convertido en uno?
Sus ojos ardían por la luz de la pantalla. Cerró la laptop y dejó escapar un suspiro.
Había demasiadas dudas. Demasiadas contradicciones.
No tenía sentido seguir devanándose los sesos cuando apenas podía pensar con claridad.
Se recostó en el colchón con la mirada perdida en el techo. Su cuerpo todavía necesitaba descansar.
Podría investigar más una vez que se recuperara.
Aunque, en el fondo, algo le decía que era mejor no seguir indagando.
Notes:
*Traducción: Te quemo, demonio maldito, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Desciende al abismo, donde la luz no te tocará.
Próximo capítulo: Will recibe dos visitas inesperadas y travesuras nocturnas
Chapter 9: ¿Curiosidad o algo más?
Chapter Text
—¿Cómo supiste que estaba aquí? —preguntó Will, enarcando una ceja.
—Seguí tu rastro.
—Este es un hospital. No puede haber demonios.
—Vamos, Will. Sabes que no voy a hacer nada malo.
Will suspiró, dejando caer la cabeza contra la almohada. Observó de reojo cómo Matthew se acomodaba en una silla junto a la cama, dejando un pequeño oso de peluche sobre la mesita de noche.
—Sé que no te gustan los peluches, pero a los perros les gustará —comentó Matthew con una leve sonrisa.
Matthew Brown era un demonio que trabajaba como ordenanza en el BSHCI el mismo demonio que tiempo atrás le había proporcionado información sobre los símbolos tatuados en su piel. Y a quien decidió dejar vivir a cambio de conocimiento.
De vez en cuando, Matthew lo visitaba en Wolf Trap y conversaban. Will le permitía esas visitas; de ese modo, también podía asegurarse de que el demonio no había comenzado a matar a humanos.
—No sabía que estabas enfermo —dijo Matthew tras una breve pausa.
—Yo tampoco. No es una enfermedad común.
Si Hannibal no se lo hubiera advertido, seguiría sufriendo los efectos sin siquiera entender lo que le ocurría mientras su cerebro seguía inflamándose.
—¿Qué tal está Hobbs? —preguntó entonces Will, desviando la conversación.
—Los otros reclusos lo molestan —murmuró—. Tuvimos que ponerlo en una sala aparte. Y sigue preguntando por su hija todos los días.
No era sorprendente que Hobbs siguiera obsesionado con Abigail incluso en su encierro. Will se preguntó qué pasaría por su mente: ¿quería el perdón de Abigail? ¿O simplemente quería terminar lo que no pudo completar?
—Escuché que el Dr. Chilton intentó convencerla de que lo visitara, pero ella se niega
La incompetencia de Chilton seguía sorprendiéndolo. Se jactaba de ser un experto en demonios, y ni siquiera era capaz de notar que tenía uno trabajando en su propio hospital.
—Por cierto, ¿conoces a un demonio llamado Hannibal Lecter?
Matthew frunció el ceño, pensativo.
—No es el nombre oficial de ningún demonio que yo conozca —respondió tras unos segundos—. Algunos adoptan nombres humanos cuando vienen a este mundo. Es normal que no los reconozca a todos, en especial si ha estado viviendo aquí.
—Ya veo.
—¿Me estás engañando con otro demonio, Will? —preguntó indignado—. Puedo ver que tienes un pacto con uno. ¿No soy suficiente para ti?
—Cállate, Matthew
Antes de que el demonio pudiera replicar, llamaron a la puerta. La enfermera a cargo de su cuidado entró con una sonrisa amable para Will, pero en cuanto vio a Matthew, su expresión se torció en una mueca de desagrado.
Tras hacerle algunas preguntas rutinarias, se marchó, lanzando una última mirada recelosa al demonio.
—¿Qué le pasa? —preguntó Matthew, frunciendo el ceño—. Me miraba como si fuera una peste.
—Tal vez el horario de visitas ya terminó.
Matthew chasqueó la lengua y siguió refunfuñando. Hablaron un poco mas antes de que el demonio se fuera. Antes de irse, prometió que volvería, a lo que Will le pidio que se abstuviera de visitarlo.
Pasaron un par de horas antes de que una enfermera le informara que tenía otra visita.
El sonido de unos tacones resonó contra el suelo antes de que Bedelia entrara en la habitación. Llevaba un ramo de flores rojas y blancas tan grande que casi le cubría el rostro por completo.
—Señorita Du Maurier. ¿A qué debo su visita? Y, si puedo preguntar, ¿cómo supo que estaba aquí?
Bedelia recorrió la habitación con pasos pausados antes de responder.
—Hannibal me liberó. Después de años, finalmente me pidió un favor.
Will ladeó la cabeza con curiosidad.
—¿Qué le pidió?
La mujer le enseñó las flores.
—Me pidió que te trajera estas flores. Pasé cuatro horas con él en la florería mientras escogía cuáles quería.
Will parpadeó, desconcertado.
—¿Flores?
—Él no conoce la vergüenza. Pero imagino que experimentó algo parecido y por eso me pidió que las entregara en su nombre.
Colocó el ramo en la mesa junto a la cama, dentro de un jarrón de aspecto costoso, que sin duda también había sido escogido por Hannibal.
—Le agradezco, agente Graham. Gracias a usted, fui liberada de un gran error que me había mantenido prisionera durante años. Ahora no le debo nada a ese demonio. Puedo vivir tranquila, sabiendo que no puede obligarme a nada.
Will se encogió de hombros con indiferencia.
—Si hizo algo, fue por su propia cuenta. Yo no tuve nada que ver.
Bedelia lo observó con una expresión calculadora antes de inclinarse hacia él.
—Ahora, como muestra de gratitud, permítame decirle algo, agente Graham —dijo, hizo una pausa antes de continuar—. Debe tener cuidado. Sospecho que ese demonio está obsesionado con usted.
—Tiene curiosidad
—Curiosidad obsesiva —corrigió ella con seriedad—. Temo que ese demonio esté realmente fascinado por usted y no tiene intención de marcharse.
Will apartó la vista, apoyando la cabeza contra la almohada.
—No creo haber llegado al punto de fascinarle.
—Hannibal parece querer sorprenderlo. Incluso diría que se preocupa por usted y se esfuerza en agradarle. Pasó horas escogiendo las flores perfectas para usted. Se emocionaba al decir su nombre o al escucharlo. Y todo el tiempo que estuve con él, no dejó de hablar de usted.
La mujer miró por la ventana, perdida en sus pensamientos mientras seguía hablando:
—También ha cambiado. Cuando lo conocí, solo usaba un horrible traje negro. Recuerdo haberle dicho en una ocasión (antes de saber lo que era) que parecía un demonio o vampiro vestido así. Ahora, su guardarropa se ha expandido. Y sospecho que usted es la razón detrás de ese cambio. Quiere llamar su atención. Quiere gustarle.
Cada día, Hannibal se presentaba con un traje distinto. Se había preguntado en más de una ocasión la razón detrás de ese cambio constante, pero ahora que tenía una posible respuesta, no le gustó para nada.
—Podría ser solo una coincidencia.
—Además —añadió Bedelia, girándose de nuevo hacia él—, lo toqué por accidente cuando me entregó las flores. Su piel estaba tibia. Las veces que lo toqué en el pasado, su piel era fría como el hielo. Parecía un muerto. Ahora, su tacto es cálido. Siempre mostró confianza, una seguridad inquebrantable, pero cuando lo conocí, parecía perdido, como si le faltara algo. Parecía una persona que acababa de perderlo todo. Había una sombra de soledad a su alrededor.
Sus ojos se fijaron en los de Will, escrutándolo con intensidad.
—Ya no. Parece estar teniendo cambios, creo que es por usted
Exhaló un suspiro, ladeando la cabeza con impaciencia ante el misterio
—¿A dónde quiere llegar con todo esto?
—No sé mucho sobre demonios, pero sé que no pueden sentir amor —dijo con firmeza—. Sin embargo, creo que Hannibal puede, o al menos, piensa que ha desarrollado algún tipo de interés amoroso por usted. Algún tipo de fascinación profunda. Y por eso está tras de usted. Por eso decidió hacer un contrato. Por eso lo trata de una manera amable, como si estuviera cortejándolo.
Will soltó una risa seca, incrédulo.
—Eso es una tontería.
—Tal vez lo sea. No tengo pruebas sólidas que mostrarle, así que depende de usted si decide creerme o no. Es todo lo que puedo hacer por usted.
Bedelia se dirigió a la puerta, pero antes de salir, se detuvo y se giró para mirarlo una última vez.
—Es un demonio glotón, agente Graham. Tenga cuidado. La mayor muestra de amor que podría hacer sería comerlo para mantenerlo con él.
Y con esas palabras, se fue, dejando a Will solo con sus pensamientos
Hannibal llegó una hora después, vistiendo un impecable traje azul y cargando un maletín que, con toda seguridad, contenía comida. Sonrió al ver las flores colocadas en un jarrón junto a la cama de Will.
—Me alegra saber que Bedelia cumplió con lo que le encargué.
—Me sorprende que hayas decidido liberarla de su favor. Parecías bastante divertido con la idea de tenerla atada a ti.
—Me lo pediste tú —respondió simplemente Hannibal, como si eso fuera razón suficiente.
Su mirada se desvió hacia el peluche que reposaba junto a las flores. Por un breve instante, un tic casi imperceptible tensó la comisura de sus labios. Fue una reacción tan breve que cualquiera menos Will la habría pasado por alto. Pero él la vio. Y supo que ese peluche había molestado al demonio.
—Parece que un demonio estuvo aquí —dijo tras olfatear el aire, como un sabueso—. ¿Puedo saber por qué había un demonio en tu habitación?
Will se limitó a encogerse de hombros.
—Un conocido.
—¿Qué conocido? ¿Cómo se llama?
Will se negó a responder. No le costaba nada decirle, pero no le daría el gusto de saberlo. Ya le había mencionado a Matthew antes, pero aún así, se resistía a compartir más detalles de su vida con Hannibal.
Hannibal insistió en que le dijera hasta que la enfermera entró para avisar que el horario de visitas estaba por terminar.
—Parece que ahora hay mucho de esos —comentó Hannibal cuando la enfermera se fue
—¿De qué hablas?
—Esa enfermera es un ángel caído —informo
—Oh… No tenía idea. ¿Ella lo sabe?
—Es bastante probable. Pero se ha resignado a no volver al cielo.
Will frunció el ceño, pensativo. Se preguntó por qué Matthew no había mencionado nada sobre ella cuando estuvo en la habitación. Tal vez no quiso decirle que los ángeles caídos también andaban entre los humanos
Recordó lo que Hannibal había dicho sobre el Creador de Ángeles: que los demonios y otros ángeles podían reconocer el rastro de un ángel caído. Recordó las palabras de Hannibal y la forma en que las dijo. ¿Había algo extraño en la forma en la que lo dijo o solo era su imaginación jugándole una mala pasada?
Antes de que pudiera seguir analizando, Hannibal colocó un recipiente sobre la mesa frente a él
—Frittata de espinaca y queso de cabra —anunció con orgullo
Will miró la comida. Se veía deliciosa. Recordó las palabras de Bedelia, sobre que Hannibal estaba cortejandolo porque estaba enamorado de él. Sacudió la cabeza y se obligó a no pensar en ellas.
—
Tras una semana en el hospital, Will regresó a casa por la noche.
Al revisar su correo, encontró varios mensajes de sus alumnos: algunos deseándole una pronta recuperación, otros con dudas sobre el último trabajo que había dejado. Encendió su teléfono tras haberlo apagado durante su estancia en el hospital y de inmediato recibió una avalancha de notificaciones. Jack le había enviado varios mensajes con archivos y fotos del próximo caso, señalando que, cuando tuviera un momento, no le vendría mal revisar las evidencias.
También encontró un mensaje de Alana. Se suponía que ella cuidaría de sus perros mientras él estaba fuera, pero, al parecer, Will le había enviado un texto (uno que él jamás escribió) asegurándole que no se preocupara, que ya había alguien encargándose de ellos.
No necesitó pensar demasiado para adivinar quién lo había enviado: Hannibal.
Al parecer, se había ocupado de los perros en su ausencia. Todos estaban bien, incluso recién bañados. Incluso sus camas estaban limpias, como si alguien hubiera limpiado.
El simple pensamiento de Hannibal hizo que un peso denso se instalara en su pecho. Miró la pila de correos, los archivos de Jack, las responsabilidades acumuladas y sintió que todo le resultaba sofocante.
Después de una ducha rápida, buscó alivio en el whisky, sirviéndose un vaso. Luego otro. El ardor en su garganta no logró disipar la opresión en su pecho, pero sí le proporcionó un atisbo de calidez engañosa. Se tomó su medicación sin pensar demasiado en las consecuencias y, agotado, se dejó caer en la cama.
En lugar de quedarse dormido, una sensación de malestar comenzó a aferrarse a su cuerpo. Primero fue un leve mareo, una incomodidad que podía ignorar. Pero con el paso de los minutos, se convirtió en algo más.
El mundo a su alrededor se distorsionó. Se sentó en la cama, parpadeando con pesadez mientras la habitación parecía inclinarse.
Tal vez mezclar su medicación con alcohol no había sido la mejor idea.
Necesitaba agua
Se puso de pie con torpeza, pero el movimiento solo empeoró la sensación de vértigo. Su estómago se revolvió y, antes de poder reaccionar, sus piernas flaquearon. Cayó de rodillas al suelo, jadeando. Tenía ganas de vomitar
El sonido de las patas contra el piso lo rodeó en cuestión de segundos. Sus perros gimieron, olisqueándolo con preocupación, empujando su cuerpo con sus hocicos.
El malestar era sofocante. La cabeza le latía con fuerza, su piel estaba fría y húmeda.
Y entonces, entre la bruma de su mente aturdida, una voz se abrió paso.
—¿Will?
Unas manos firmes lo levantaron del suelo con facilidad. Will se aferró instintivamente a la persona que lo sostenía, su cuerpo demasiado débil para resistirse. Solo cuando la calidez de ese tacto se volvió familiar, cuando el inconfundible aroma de Hannibal lo envolvió, se dio cuenta de quién era. Al notarlo, lo solto de inmediato.
Retrocedió con torpeza, trastabillando hasta chocar contra la mesita de noche
—Will, ¿estás bien?
Hannibal estuvo a su lado en un instante, sin darle oportunidad de alejarse. Sus manos se posaron en su cintura, intentando estabilizarlo.
—Vete —murmuró Will, con voz ronca.
Logró sentarse en la cama. Todo a su alrededor giraba. Una presión incómoda se extendía desde su pecho hasta cada extremidad, dejándolo con una sensación de debilidad insoportable.
Escuchó a Hannibal otra vez y al alzar la mirada, un vaso de agua apareció frente a él. Lo tomó con manos temblorosas y bebió con avidez, dejando que el líquido frío calmara el ardor de su garganta.
—¿Qué pasó? —preguntó Hannibal.
Will dejó el vaso a un lado y negó con la cabeza. El movimiento solo hizo que una punzada de dolor se expandiera por su cráneo.
—Creo que fue mala idea tomar un poco de whisky con mis medicamentos
Hannibal frunció el ceño, su expresión pasando de preocupación a una reprimenda silenciosa.
—Por supuesto que sí, Will. Tu doctor fue bastante claro y te repitió varias veces que no debías beber alcohol durante un tiempo.
—Lo sé, pero… espera, ¿cómo sabes eso? No estabas ahí.
Hannibal desvió la mirada. La respuesta era evidente. Por supuesto que lo había estado espiando. Ese demonio no conocía límites.
Hannibal no confirmó ni negó nada. En su lugar, se inclinó hacia él.
—Permíteme.
Hannibal posó una mano en su frente. Will quiso apartarlo, pero no tenía fuerzas para hacerlo.
Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando sintió la presión en su pecho aflojarse. El malestar comenzó a desvanecerse poco a poco, como si una corriente de alivio se filtrara a través de su piel. El dolor de cabeza se disipó, y la náusea cedió hasta quedar reducida a un leve aturdimiento.
Cuando Hannibal retiró la mano, Will se sentía extrañamente pesado. No sentía dolor alguno y su cabeza estaba envuelta en un letargo brumoso.
Llevó una mano a su cabeza, sorprendido de que el dolor hubiese desaparecido por completo.
—¿Puedes curar? —farfulló sorprendido.
—Tengo la capacidad de curarme a mi mismo. Sin importar qué tan grave sea la herida, puedo regenerarme en segundos. Solo transmití esa autocuración hacia ti.
Aún se sentía cansado, demasiado débil para moverse.
—Gracias —murmuró
Hannibal sonrió, complacido. Will lo notó, y en ese instante fue consciente de que le había dado las gracias al demonio más veces de las que habría imaginado. Cuando firmó el contrato, no contempló que alguna vez sentiría gratitud hacia él.
—¿Por qué haces todo esto por mí? —pregunto antes de poder detenerse.
—Los humanos son frágiles. Cualquier cosa puede romperlos
Fue todo lo que dijo. Una respuesta que, en realidad, no respondía nada.
Sin decir más, Hannibal comenzó a acariciar su cabello, deslizando lentamente sus uñas cortas por el cuero cabelludo. Will cerró los ojos, reprimiendo un gemido que amenazó con escapar de su garganta. No entendía por qué, pero la sensación era buena. Más que buena. Reconfortante, envolvente, íntima.
Las uñas se enterraban con la presión justa, provocando un cosquilleo que rozaba esa fina línea entre el alivio y el placer. Era casi vergonzoso cuánto lo relajaba.
Hacía tanto tiempo que no tenía contacto físico con nadie. No era un hombre hambriento de tacto. De hecho, lo evitaba. Pero ahora, en medio de ese agotamiento físico y mental, no pudo negar cuánto bien le hacía esa simple caricia.
Estaba cansado. No solo por la enfermedad, sino por todo. Cansado hasta los huesos. Agotado por dentro. Y después de lo que acababa de pasar, simplemente no tenía fuerzas para resistirse. Así que permitió que el demonio continuara.
Su cabeza estaba llena de una neblina cálida y agradable, como si flotara en una calma inducida, una en la que pensar y preocuparse simplemente no era posible. Ni necesario.
No supo en qué momento exacto el demonio se sentó a su lado, solo que, cuando quiso darse cuenta, su cabeza ya reposaba sobre su regazo del demonio. Hannibal continuó con sus atenciones en silencio, sin interrumpir la calma extraña que se había instalado entre ellos.
Su mano descendió por su espalda con movimientos lentos, la punta de sus dedos rozando la tela de su camiseta. Las caricias fueron acompañadas por las uñas, rascando apenas, de forma suave e hipnótica.
Pasaron los minutos de ese modo, entregado al tacto, con los músculos poco a poco deshaciéndose bajo cada roce.
Will se removió, notando con un sobresalto que estaba dolorosamente duro dentro de sus calzoncillos. La fricción arrancó un gemido mudo que se atoró en su garganta
Se había dejado llevar demasiado. Su cuerpo, traicionero, había reaccionado sin consultarlo. No recordaba la última vez que se había tocado a sí mismo. Antes del contrato con Hannibal, su cabeza solo conocía el cansancio y la autodestrucción. No había espacio para el deseo. Pero ahora, al comenzar a sanar, su cuerpo lo demostraba de una manera impropia en un momento inoportuno.
Apartó la mano de Hannibal y se incorporó tambaleante, dispuesto a ir al baño. Pero no alcanzó a dar más de un paso antes de que Hannibal sujetara su muñeca.
—¿A dónde vas? —preguntó Hannibal con voz baja, casi un susurro.
Will apretó los dientes, sin atreverse a mirarlo.
—Necesito usar el baño —murmuró, la vergüenza empapando cada sílaba.
Hannibal no lo soltó. En su lugar, se puso de pie, situándose detrás de él, tan cerca que Will podía sentir el calor de su cuerpo a través de la delgada tela de su camisa
Will cerró los ojos con fuerza y se encogió sobre sí mismo. Quería huir, pero no podía. Hannibal aún lo tenía apresado.
El demonio se acercó más, pegando su cuerpo al de él. Will lo escuchó inhalar profundamente junto a su cuello. Se estremeció. Sabía que Hannibal podía percibir su excitación, no había forma de ocultárselo.
—Estás excitado —susurró Hannibal en su oído, su voz grave cargada de un placer contenido.
Will apretó la mandíbula y trató de apartarse, pero Hannibal fue más rápido. Lo envolvió en un abrazo desde atrás, firme y posesivo, una de sus manos posándose peligrosamente cerca de su vientre bajo.
—Suéltame.
—No hay necesidad de sentir vergüenza. Una erección es una respuesta natural del ser humano
—Si me dejas ir podré terminar con esto en el baño y fingiremos que nunca pasó —gruñó, el rubor ardiendo en su rostro
—Estás demasiado cansado y débil —observó el demonio, sin soltarlo—. ¿Estás seguro de que puedes hacerlo por tu cuenta?
—Por supuesto que puedo. Ahora suéltame
Hannibal pareció considerarlo
—Huelo que estás excitado… aunque no del todo. ¿Qué te parece si te ayudo con eso?
Antes de que Will pudiera apartarse o pronunciar una negativa, la lengua de Hannibal se deslizó por el cartílago de su oreja, provocando que se estremeciera
Sintió los dientes del demonio atrapando su lóbulo, sin apretar, solo provocando una descarga precisa de placer que se le coló bajo la piel como fuego lento.
Volvió a marearse, pero no por debilidad ni por fiebre. Esta vez fue distinto. Su cabeza se llenó de una neblina cálida y difusa, donde todo pensamiento coherente se disolvía, menos uno: su erección crecía de forma dolorosa, palpitante, pidiendo ser atendida.
Hannibal no se detuvo. Trazó un lento camino de besos desde su oreja hasta la curva de su cuello, como si estuviera explorando un territorio sagrado que solo él tenía permitido tocar. Cada toque era meticuloso, diseñado para seducir.
Will se quejó, maldiciendo por lo bajo. Nunca iba a admitirlo, pero era terriblemente sensible en la zona del cuello.
Presionó su mano contra el vientre bajo de Will, extendiendo una ola de calor que se propagó como una descarga.
—No… No hagas…
—No estoy haciendo nada, solo te estoy ayudando, Puedes ocuparte de eso aquí y ahora. Yo simplemente te ofrezco un poco de estimulación externa
Will apretó los dientes, deseando tener la voluntad de negarse. Pero su cuerpo lo traicionaba con cada segundo que pasaba. Su pene latía con fuerza dentro de sus calzoncillos, dolorosamente erecto, el líquido preseminal ya empapando la tela. El deseo era tan punzante que dolía.
—Vamos, Will. No tienes por que contenerte
La voz del demonio era una caricia en sí misma, suave, grave y envolvente. Una dulce invitación. Una tentación irresistible que lo empujaba a rendirse.
Y Will, contra todo juicio, titubeó y cedió. Presionó la palma de su mano contra el bulto de sus calzoncillos. Un jadeo de placer y alivio escapó de sus labios, bajo y entrecortado.
No había vuelta atrás.
—Eso es. Continua —murmuró Hannibal, complacido
Will apretó los labios, restregando su palma con más decisión. El roce era tan placentero que sintió sus rodillas temblar, amenazando con dejarlo caer.
Cerró los ojos con fuerza, intentando no pensar, no ver, no recordar quién era la criatura que dejaba una estela de besos húmedos a lo largo de su nuca. Solo quería sentir.
Y se sentía bien. Tan jodidamente bien.
Siguió acariciándose por encima de la ropa interior, sus movimientos torpes pero decididos. Hannibal no dejaba de tocarlo. Repartía caricias, su boca lamia su cuello, dejando mordiscos y besos por toda la piel que lograba alcanzar.+
—Eres tan hermoso, Will —susurró el demonio contra su piel—. Me pregunto qué otros sonidos y expresiones puedes hacer si recibes aún más placer.
Will jadeó. Su cuerpo temblaba, atrapado en una espiral de lujuria que se expandía sin control. Hannibal no lo soltaba. Seguía detrás de él, pegado a su espalda. Lo recorría con la boca como si saborearlo fuera vital. Subió de nuevo a su oreja, jugueteando con ella antes de bajar al hombro, dejando una estela de besos ardientes en la piel expuesta. Luego regresó al cuello, su sitio favorito, dónde Will más se estremecía.
—Quisiera dejar marcas por toda tu piel que no está tatuada. Marcar lo que tu tinta no cubre. Te aseguro que estas serán más efectivas que tus símbolos para mantener alejados a otros demonios.
Will apenas podía entender lo que decía. Estaba demasiado concentrado en su propio placer, en esa tensión palpitante que se acumulaba en su vientre, acercándolo peligrosamente al borde.
El orgasmo estaba ahí, tan cerca y, al mismo tiempo, tan frustrantemente lejos.
Hannibal se sentó en el borde de la cama y tiró de él, guiándolo hasta quedar sentado entre sus piernas abiertas, la espalda de Will espalda apoyada contra su pecho. Lo rodeó con ambos brazos, sujetándolo por el torso
Con dedos temblorosos, Will metió la mano dentro de su ropa interior. Su erección palpitaba, dura y sensible. La envolvió con la palma, jadeando apenas, y comenzó a masturbarse. Se encorvó sobre sí mismo, su frente cayendo hacia adelante.
Podía sentir a Hannibal detrás de él, su cuerpo sólido, su respiración en el oído, su calor envolviéndolo por completo. El demonio abrió la boca y hundió los dientes en su nuca.
Will se corrió.
Su cuerpo se arqueó con un espasmo involuntario, un gemido contenido se le escapó entre dientes. El placer lo sacudió desde dentro, robándole el aire y la razón. Sus músculos se tensaron, su mano siguió unos segundos más hasta que ya no pudo más.
Jadeante y mareado, cayó desplomado contra el pecho de Hannibal. Los párpados le pesaban y su cuerpo aún se estremecía por los ecos del orgasmo. El demonio no dijo nada. Solo lo sostuvo, acariciando su pecho como si lo acunara.
Cuando Will despertó, la luz del día se filtraba por las ventanas. Tardó unos segundos en reconocer dónde estaba. Su ropa interior estaba pegajosa, endurecida con restos de semen. Se había corrido en sueños. Como un maldito adolescente.
Pero no fue eso lo que más lo avergonzó.
Lo que no podía soportar era el hecho de que había soñado con Hannibal. Había soñado con su voz, sus susurros, sus labios en su cuello, su calor envolviéndolo y sus manos reclamándolo.
No pudo mirarlo a la cara en todo el día. Will culpó al alcohol por ese sueño vivido que se sintió muy real. Tan real. Demasiado real. Pero solo fue un sueño, no tenía que preocuparse. Fue solo un sueño.
Chapter 10: Demonio musical
Notes:
⚠️ Advertencia: este capítulo contiene una breve mención de una menor de edad ⚠️
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Cuando Will abrió la puerta de su casa, su sorpresa fue mayor al ver a Alana de pie en el umbral.
—Escuché que te dieron de alta del hospital —dijo con una pequeña sonrisa, alzando un envase de comida—. Siento no haber podido ir a visitarte. Te traje esto.
Will aceptó el envase con un leve gesto de sorpresa. No sabía exactamente qué contenía, pero el aroma que escapaba por la tapa era dulce y apetitoso
—Gracias, no tenías que molestarte en venir hasta aquí —respondió con una media sonrisa—. Me habría puesto algo de ropa si hubiera sabido que vendrías.
Era temprano en la mañana, y Will acababa de levantarse. Llevaba puesta solo una camisa gris arrugada y su ropa interior, que se ceñía a su cuerpo, revelando más de lo que le habría gustado en presencia de ella.
—Quería saber que estabas bien —dijo ella—. ¿Cómo has estado? ¿Te sientes mejor?
Will asintió. Sabía que la mujer no tenía interés en él, pero no podía evitar sentirse nervioso. Alana era amable, inteligente, dulce. Todo lo que Will necesitaba de una pareja.
Alana dio un paso atrás, llevándose las manos al pecho, con expresión asustada.
—Yo… Yo tengo que irme
—Espera, ¿por qué te vas tan de pronto? —preguntó Will, frunciendo el ceño
Alana no lo miraba a él. Su atención estaba fija en algo a sus espaldas. Will se dio la vuelta, siguiendo su mirada.
A través de la cortina translúcida del salón, distinguió una silueta quieta como una estatua. Hannibal. De pie junto a la ventana, observaba a Alana sin pestañear. Sus ojos brillaban de un fulgor rojo. No hacía ningún gesto, no estaba hablando, pero su presencia bastaba para dejar claro que ella no era bienvenida.
Will apenas tuvo tiempo de girarse de nuevo cuando Alana salió corriendo hacia su vehículo y se marchó sin siquiera despedirse.
Cerró la puerta con un suspiro. Apenas dio unos pasos dentro de la casa cuando varias revistas que guardaba en un cesto junto a la entrada salieron volando por el aire, como si una ráfaga invisible las hubiera empujado con furia.
Una pintura colgada en la pared cayó al suelo con un estruendo seco
Avanzó con cautela hasta la sala. Allí estaba Hannibal, sentado con las piernas cruzadas, como si nada hubiera ocurrido. Pero Will podía verlo. Bajo esa fachada serena, había una tensión contenida, un enojo apenas reprimido.
—Buenos días, Will. No sabía que recibías visitas tan temprano por la mañana.
—Esto fue una excepción —dijo, dejando el envase de comida en la mesa del comedor
—Parecías bastante amigable con ella. ¿Tienen algún tipo de historia juntos?
—¿Qué importa eso? —respondió, esquivando la mirada del demonio.
—Yo no recibí una cálida bienvenida, a diferencia de ella
—Tú eres un demonio. Ella es una compañera de trabajo.
—Y aun así, te mostraste ante ella luciendo así —comentó Hannibal, recorriéndolo con la mirada de arriba abajo, sin pudor alguno—. Me tomó varios días poder verte desnudo, pero no dudaste en salir a recibirla cuando llevas puesto algo que deja muy poco a la imaginación. Aunque no me quejo. Debo decir que tu pijama es realmente exquisita.
Will frunció el ceño, incómodo ante la intensidad de su mirada
—Si fueras un súcubo, pensaría que realmente estás mostrando algún tipo de lujuria hacia mí.
—Lo hago —respondió Hannibal sin titubear.
—¿Qué?
—Eres un humano realmente delicioso, Will. ¿Por qué no habría de sentirme atraído sexualmente hacia ti? Además, lo he dicho en varias ocasiones: me pareces hermoso.
La sinceridad en su voz, la tranquilidad con la que lo decía, congelaron a Will. De pronto sintió la necesidad urgente de cubrirse. La tela de su camisa, que antes no le había molestado, ahora le parecía demasiado delgada, casi inexistente.
Se rasco la nuca, nervioso. Pero tan pronto como sus dedos rozaron la piel, una punzada aguda de dolor lo hizo retirar la mano.
Era un dolor extraño, como si tuviera una herida. Debía tener algún sarpullido, aunque, al estar en un lugar tan difícil de ver por sí mismo, no podía asegurarlo. Y definitivamente no iba a pedirle a nadie que lo revisara. Mucho menos a Hannibal.
Todavía no se le había ocurrido usar su teléfono para revisarse él mismo.
—¿Por qué haces todo esto, Hannibal? Este contrato que hicimos no beneficia a ninguno de los dos.
—Tenía curiosidad —respondió el demonio con sencillez.
—¿Sobre mí?
Hannibal asintió
—Me pareciste curioso desde el primer momento en que te vi. Llamaste mi atención y, por primera vez desde que soy lo que soy, encontré algo que no deseo destruir. No quise decírtelo antes. Temí que te asustaras.
Will lo observó en silencio, procesando esas palabras.
—Pensé que eso era precisamente lo que querías —murmuró—. Verme destruirme a mí mismo.
—En parte, sí —admitió—. Quiero destruir tu fachada y liberar al verdadero tú. Tu verdadero potencial. Quiero enseñarte que no tienes por qué reprimir tu oscuridad, Will. Puedes ser libre. E imparable.
Will se movió, inquieto. Recogió un par de pantalones del cesto de ropa limpia y se los puso con rapidez, sintiéndose expuesto bajo la mirada del demonio.
—Bedelia me dijo que has cambiado desde que te conoció —comentó de pronto, sin mirarlo.
—No sabía que ustedes tuvieran una buena relación —respondió Hannibal, arqueando una ceja con leve curiosidad.
—No la tenemos —aclaró, cruzándose de brazos—. Como sea, dijo que eras diferente. Pero esos cambios no ocurrieron por mi causa, ¿verdad?
Hannibal no respondió de inmediato. Su mirada se deslizó hacia la pared, como si de pronto encontrara fascinante el patrón del empapelado o la grieta en la pintura.
—No sé a qué te refieres, querido Will
—Si hubiera sido otro exorcista el que entraba a esa casa cuando estabas con Hobbs ¿le habrías ofrecido el mismo trato?
—Por supuesto que no —contestó sin dudar—. No me interesan otros humanos. Me interesas tú.
—¿Qué quieres realmente de mi?
Hannibal sonrió. Abrió la boca para responder, pero en ese instante, el sonido agudo del teléfono de Will interrumpió cualquier cosa que estuviera apunto de decir.
El parpadeo de la pantalla mostró el nombre de Jack.
Cuando volvió a levantar la mirada para decirle algo a Hannibal, ya no había nadie en la habitación.
El aire seguía impregnado con su presencia, como si la oscuridad misma se resistiera a dejarlo ir. Will no tenía tiempo para pensar en eso ahora. El deber llamaba.
—
Will fue llamado de nuevo a una escena del crimen. Esta vez, el lugar era el teatro de Baltimore. Apenas cruzó las puertas del recinto, una sensación densa y extraña lo envolvió. Frente a él, sobre el escenario, se desplegaba una escena peculiar y grotesca: el cuerpo de un hombre había sido transformado en un instrumento de cuerdas, imitando la forma de un violonchelo.
Aunque el rastro era tenue, Will sintió de inmediato la energía demoníaca impregnada en el aire. El caso claramente involucraba a un demonio. Todo olía a azufre, un hedor sutil pero persistente, como brasas apagadas hace poco. En el suelo, alrededor del cuerpo, había runas talladas. Eran antiguas, más de lo que Will había visto antes, y no las reconocía.
Le esperaba una larga noche navegando por grimorios y foros en internet para intentar traducirlas.
Tomó aire y, con los ojos entrecerrados, dejó que el péndulo de luz oscilara tres veces frente a él. Cuando el tercer balanceo se detuvo, su mente cruzó el umbral: ya no era Will Graham, ahora era el creador de aquella macabra obra.
Recreó cada momento: cómo había abierto la garganta de su víctima con precisión quirúrgica, cómo había reconstruido su interior para alojar las cuerdas. En su visión, tomó el arco del violonchelo y lo hizo deslizar por las cuerdas. El sonido que surgió fue profundo, retumbante y claro. Vibró en las paredes del teatro como si el edificio entero se convirtiera en una caja de resonancia.
Will cerró los ojos un momento, dejándose envolver por ese eco siniestro, ese arte que solo él podía apreciar, o al menos eso pensaba.
Desde las sombras de los asientos vacíos, se escucharon aplausos. Allí estaba Hannibal, de pie entre las butacas, sonriendo mientras aplaudía con satisfacción.
Will salió del trance.
—No deberías perder tu tiempo con estas runas, Will. Son notas de una partitura, nada importante
Ni siquiera se sorprendió al escuchar la voz de Hannibal detrás de él, observando muy de cerca el cadáver.
—Fue una actuación maravillosa.
—¿Cómo sabías que estaba haciendo? ¿Te metiste a mi cabeza?
—No fue necesario. Sabía que estabas recreando la escena y era evidente que no podrías resistirte a tocar este instrumento humano.
Will no respondió. Su cabeza comenzaba a pulsar de dolor. Sabía que no debía exigirse tanto, no tan pronto después de haber salido del hospital. Pero necesitaba mantener su mente ocupada.
—¿Qué crees que busca este demonio, Will? —preguntó Hannibal, observando las runas con un gesto pensativo.
—Quiere llamar la atención de alguien. Pero no sé por qué un demonio querría llamar la atención de otro demonio… o de una persona.
—Tal vez está enamorado —sugirió Hannibal —. Tal vez quiere regalarle una orquesta a su ser amado.
—Que mal gusto
Hannibal se paseo a su ardedor
—Este caso es muy sencillo, Will. Solo necesitas buscar establecimientos donde vendan instrumentos de cuerda y cuyo dueño sea un demonio.
—Eso tomaría una eternidad. Hay muchas tiendas de música en Baltimore —protestó Will, cruzándose de brazos con frustración
—Da la casualidad de que puede que conozca al demonio en cuestión —dijo Hannibal, deteniéndose frente a él con una expresión de falsa inocencia—. Tiene una tienda de música bastante antigua. El mismo hace y vende cuerdas para instrumentos hechas, según él, de tripa de gato. Aunque en realidad, son de intestinos humanos.
Will lo miró con incredulidad, su ceño fruncido en una mezcla de repulsión e ira contenida.
—¿Y nunca pensaste en decirme que había un demonio vendiendo cuerdas hechas con tripas humanas?
Hannibal se encogió de hombros
—Nunca me lo preguntaste.
—Dime quién es.
—Te lo diré… si me das algo a cambio
Will exhaló con resignación, ya anticipando el tipo de petición.
—¿Qué quieres ahora?
Hannibal sonrió, una sonrisa lenta, gatuna, llena de picardía.
—Un beso tuyo.
Will lo miró, desconcertado por un segundo. Luego se encogió de hombros con indiferencia
—Está bien.
—¿En serio? —preguntó Hannibal, visiblemente sorprendido
—Si eso me permite atrapar al demonio cuanto antes, no queda de otra
Hannibal pareció encantado. Parecía expectante, como si se preparara para recibir un regalo que había anhelado por mucho tiempo.
Will se acercó y le dio un beso rápido y seco en la mejilla.
—No especificaste dónde lo querías. Ahora dame la información —dijo con frialdad.
La decepción cruzó brevemente el rostro de Hannibal, pero su expresión volvió a suavizarse casi de inmediato. Asintió, aceptando el resultado de su pequeña negociación.
Al día siguiente, Will le comunicó a Jack lo que había averiguado. Pero, como era de esperarse, Jack se negó rotundamente a confiar en cualquier información proporcionada por un demonio. No autorizó una operación oficial. Solo le permitió interrogar a Budge con la ayuda de la policía local.
Cuando Will habló con el jefe de policía para pedir un par de unidades, el hombre prácticamente se rió en su cara. Solo accedió tras burlarse de él, llamándolo "el perro exorcista del FBI".
Dejó que dos agentes lo acompañaran hasta la tienda de música donde Tobias Budge, el supuesto demonio, trabajaba como dueño de una tienda de música en el centro de Baltimore.
El patrulla se estacionó frente al local, un edificio de ladrillos con vitrinas polvorientas llenas de violines y partituras. Como Will no era parte del cuerpo policial, los agentes insistieron en entrar primero. Su plan era simple: sacar a Budge para llevarlo a la estación, sin armar escándalos.
Will los vio entrar y se quedó esperando durante unos minutos. Cuando no salieron supo que algo iba mal
—Creo que es mejor llamar refuerzos —dijo Hannibal a su lado—. Estoy bastante seguro de que el señor Budge ya se encargó de esos oficiales.
Will ya había enviado un mensaje a Jack. Le informó que el peor escenario se había materializado y que necesitaban apoyo inmediato. Pero no podía quedarse sentado, esperando.
Sin decir una palabra, salió del auto y se dirigió a la tienda. Hannibal lo siguió, aunque se detuvo a pocos pasos de la puerta.
—Will, espera.
—¿Qué? —preguntó sin frenar el paso.
—No puedo entrar.
Will se giró, extrañado.
—¿Por qué? ¿Tienes algo en contra de los instrumentos de cuerda?
—No es eso, Will. No puedo entrar; este lugar me rechaza —informó—. Debe haber algún símbolo de protección que me repele.
—¿Cuál? ¿Por qué este lugar te rechaza si todos mis hechizos no funcionan?
—Debe haber algún símbolo de protección oculto, una barrera que repele demonios. Es bastante específica, diseñada para un tipo muy reducido de entidades. Yo estoy entre ellas. No tengo idea de cómo lo consiguió o por qué está aquí.
Will se detuvo, evaluando la situación, y asintió.
—Espera aquí. Entraré yo
—No, Will. No puedo entrar, y tú tampoco deberías. Nuestro contrato estipula que debo estar a tu lado. No puedes arriesgarte a ir a un lugar donde yo no pueda seguirte.
—Cálmate. Volveré.
—¡Espera, Will! ¡No entres!
Antes de que Hannibal pudiera hacer algo, Will se lanzó hacia la puerta y logró entrar en la tienda, cerrándola tras de sí en un golpe seco.
Will sacó su pistola, listo para disparar y lanzar algún hechizo si era necesario. Avanzó con cautela, y al dar la vuelta a un pasillo encontró a uno de los agentes tendido en el suelo. Su cuello había sido cortado limpiamente, la sangre formando un charco oscuro bajo su cabeza.
Siguió avanzando, descendiendo por una escalera angosta que llevaba al sótano. Un olor penetrante a sangre y carne en descomposición le golpeó de inmediato: un hedor nauseabundo, casi insoportable.
Frente a él se extendía una macabra exhibición. Había trozos de carne colgados en diversos rincones y lo que parecían tripas disecadas, dispuestas en patrones caóticos para secarse. Entre aquel horror, se encontraba una colección de cuerdas de diferentes tamaños y grosores
Will tragó saliva, su estómago dando un vuelco, pero no se detuvo. Avanzó con cautela hacia el fondo del sótano, donde una cortina transparente colgaba del techo, proyectando una tenue luz blanca a través de la tela.
Con el corazón latiendo muy rapido, alargó una mano temblorosa y apartó la cortina.
Lo primero que vio fue el cuerpo del segundo agente. Su rostro estaba atrapado en una red de cuerdas finas y tensas que se incrustaban en su piel, marcando líneas sangrientas. Sus ojos estaban muy abiertos, desorbitados, paralizados entre el terror y el dolor.
Apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando una figura emergió de la sombra con una velocidad inhumana, Se abalanzó sobre él e intentó ahorcarlo con una filosa cuerda, Will apenas logró interponer las manos entre su garganta y la soga mortal
Pudo ver a la persona que intentaba asesinarlo. Era un hombre adulto que encajaba con la descripción que Hannibal le dio de Tobias. Los ojos del hombre estaban rojos, delatando su verdadera naturaleza y un aura oscura lo envolvía
Forcejearon.
Will luchó con desesperación, y en un movimiento desesperado logró sacar la pistola. Apuntó cerca de la cabeza de Tobias y apretó el gatillo
El disparo retumbó por el sótano como una explosión. El estruendo desestabilizó a ambos, pero Tobias fue el primero en recuperar el equilibrio. Con un gruñido profundo, casi bestial, se lanzó de nuevo sobre Will. Este intentó lanzar un hechizo, pero antes de completar la palabra final, un golpe brutal en el estómago le arrancó el aliento.
Cayó de rodillas.
El demonio no tuvo piedad. Le asestó un golpe seco en la cara que lo lanzó al suelo, su visión momentáneamente nublada. El sabor metálico de la sangre llenó su boca.
Con un último esfuerzo, Will levantó la pistola, apuntó a Tobias, y disparó.
Pero el demonio ya se había movido. El proyectil pasó a centímetros de su cabeza y se estrelló en la pared.
Tobias se abalanzó de nuevo, cuerdas deslizándose de sus mangas como látigos vivos.
Will apenas pudo parpadear antes de que Tobias estuviera sobre él, sujetándolo brutalmente del cabello para alzar su rostro y golpearlo.
Pero entonces, de la nada, algo derribó a Tobias con violencia. El demonio fue lanzado contra las estanterías del sótano con un ruido sordo y una lluvia de cuerdas rotas y objetos metálicos
Will se arrastró lejos como pudo, jadeando. Todo su cuerpo dolía, desde la garganta hasta las costillas, y sus manos estaban cubiertas de su propia sangre, con cortes finos y profundos donde las cuerdas lo habían mordido.
Entre el caos de polvo y fragmentos caídos, distinguió dos figuras en el suelo: Tobias y Hannibal, quien fue responsable de haber derribado a Tobias.
El demonio se quejaba, aturdido. Hannibal, a su lado, también respiraba con esfuerzo. Su abrigo estaba desgarrado, el cabello alborotado, la camisa manchada de polvo y sangre seca. Se intentó incorporar sin éxito, con el porte de una fiera herida que no se rendía, parecía débil por alguna razón
Tobias se puso de pie con un gruñido. Pero cuando su mirada se cruzó con la de Hannibal, se congeló. Sus ojos, antes llenos de furia, se abrieron con un terror inesperado. Dio un paso atrás, temblando. Sus labios se separaron apenas, queriendo formar una palabra. Su cuerpo, antes imponente, pareció encogerse sobre sí mismo como si la mera presencia de Hannibal fuera una fuerza demasiado grande
—Lo…
Will no le dio oportunidad de terminar de hablar. Se lanzó sobre Tobias como una bestia desatada, derribándolo con el peso de su propio cuerpo. Ambos cayeron al suelo con un golpe sordo. Se puso encima de él y comenzó a golpearlo
Sus nudillos ardían, la piel se abría con cada impacto, pero la furia lo mantenía en movimiento. Golpeaba con toda la fuerza que le quedaba, con la rabia contenida
Según Hannibal, Tobias llevaba demasiado tiempo en ese cuerpo robado de la morgue. Un demonio que habitaba tanto tiempo un cadáver terminaba por fusionarse con él. Eso lo hacía vulnerable a los ataques físicos. Y Will lo aprovechó.
La sangre salpicaba, caliente y espesa. Tobias se removía debajo de él, sin fuerzas. Aún respiraba. Su pecho subía y bajaba con dificultad, los ojos rojos apenas abiertos.
Intentó asfixiarlo, apretando su cuello con ambas manos, pero supo que no serviría de nada. No podía matarlo así.
Cuando por fin recuperó algo de lucidez, se dio cuenta de que básicamente le había destrozado el rostro. Tobias seguía con vida, aunque apenas consciente. El demonio se removía, emitiendo sonidos guturales
Jadeante, con las manos temblorosas, sacó de su cinturón una pequeña botella con agua bendita. Sujetó a Tobias por el cabello y le obligó a tragarla a la fuerza, mientras comenzaba a murmurar el exorcismo.
Tobias se sacudió. De su boca comenzó a emanar una espesa niebla negra, densa, casi sólida. Un grito gutural surgió de su garganta, inhumano.
La niebla se arremolinó sobre sí misma, luchando por aferrarse a este plano, pero fue arrastrada hacia el suelo. En cuestión de segundos, la oscuridad desapareció, tragada por el infierno.
El cuerpo de Tobias, ahora solo carne sin alma, yacía inerte bajo él. Una cáscara vacía.
Detrás de él, Hannibal observaba en silencio. Sus ojos, oscuros y llenos de una emoción indescifrable, no se apartaban de Will.
Will, aún sin aliento, se dejó caer de espaldas sobre el suelo empapado de sangre y sudor. Miró sus manos, cubiertas de heridas,
No se permitió mucho tiempo en ese estado. Sabía que, si se quedaba demasiado quieto, si dejaba que las emociones lo alcanzaran, no sería capaz de seguir.
Se incorporó con esfuerzo, volviendo la vista hacia Hannibal, que seguía en el suelo
—¿Qué estás haciendo aquí? Pensé que no podías entrar
—Yo también lo pensé —sonrió con sorna—. Al parecer sí puedo… pero no puedo hacer mucho. No tengo poderes aquí.
—Si no podías hacer nada, ¿por qué entraste?
Aunque no tuviera magia activa, Hannibal había derribado a Tobias y lo había salvado.
—Estaba preocupado de que te matara.
Fue imposible ignorar el brillo sincero que ardía en los de Hannibal. No era burla. No era una manipulación más. Era preocupación genuina.
Will apartó la mirada. No podía permitirse leer más allá.
Desvió la vista al sótano, al caos que lo rodeaba: muebles rotos, paredes salpicadas de sangre, el cuerpo destrozado de Tobias, convertido en un amasijo de carne irreconocible. Lo había hecho trizas.
Iba a tener problemas. Los dos policías que lo acompañaban estaban muertos. No solo había destruido casi todo el lugar, sino que el presunto culpable ya no estaba. El demonio había regresado al infierno, y el recipiente que habitaba estaba irreconocible. La escena parecía más una ejecución que un acto de defensa.
—Se que fuiste destituido de tu puesto como sacerdote —comentó Hannibal—. ¿Fue por un incidente similar? ¿Golpeaste el recipiente de un demonio hasta que ya no quedó nada?
Will negó con la cabeza, jugó con sus dedos
—No pude matar a un demonio… y dejé que matara a alguien —confesó, antes siquiera de darse cuenta de que las palabras ya habían salido.
Hannibal asintió, asimilando las palabras
—¿Podrías contarme?
Ya había dicho más de lo que debía, así que bien podía decirle la historia completa.
—Los humanos pueden convertirse en demonios cuando mueren si reúnen ciertas condiciones. Pero solo los adultos. Los niños no suelen tener la oscuridad necesaria para renacer como algo así. Pero… —tomó aire antes de continuar—. Estuve en un caso donde una niña fue asesinada. Dos años después de su muerte, regresó convertida en un demonio. Su alma estaba tan rota, tan llena de rabia y odio, que se condenó a sí misma para poder volver y vengarse. La atraparon justo antes de que matara al hombre que la asesinó. Él ni siquiera fue condenado por matarla. La contuvieron y me llamaron para darle descanso eterno.
—No lo hiciste —dijo Hannibal
—Rompí el hechizo que la contenía y la dejé salir. Deje que arrastrara a su asesino al infierno con ella. Hice que mataran a alguien, y no pude sacarla de su sufrimiento. Pero al menos le di la venganza que tanto deseaba. En ese momento no pude evitar empatizar con ella. Con su dolor. Con su rabia. Solo quería darle lo único que le quedaba: venganza.
Se detuvo, relamiéndose los labios bajo la atenta mirada de Hannibal
—Después de eso, dijeron que ya no podía distinguir entre el bien y el mal y me quitaron el título de sacerdote.
—Creo que hiciste lo correcto
Will dejó escapar una risa baja y amarga.
—Que un demonio me diga eso solo me hace pensar que tomé la decisión equivocada.
Will se levantó, envolviendo sus palmas ensangrentadas con un trozo de tela que colgaba de un gancho.
—Vamos —dijo, extendiendo una mano hacia el demonio.
Hannibal la tomó sin dudar, y Will lo ayudó a incorporarse. Apenas cruzaron el umbral, Hannibal pareció recuperar parte de su fuerza, pero aún así se mantuvo cerca de Will, apoyando parte de su peso en él.
Will alzó la vista hacia el edificio, con el ceño fruncido, pensativo.
Dos personas habían muerto porque nadie quiso escucharle. Porque le negaron los refuerzos. Y ahora, tras lo ocurrido, habría pruebas tangibles de lo violento que podía ser.
—¿Qué voy a hacer ahora? —murmuró, más para sí mismo que para Hannibal.
—Al haber sido recipiente de un demonio durante tanto tiempo, el cuerpo de Tobias no tardará en descomponerse —dijo Hannibal con calma—. Se reducirá a cenizas. Cuando llegue la policía, no quedará nada. Nadie sabrá lo que pasó en verdad.
Asintió, perdido en sus pensamientos
—Will —dijo Hannibal en voz baja.
Will giró para mirarlo, solo para encontrarse a centímetros de él. Hannibal había acortado la distancia sin que se diera cuenta. Sus ojos se encontraron, intensos, y por un segundo el mundo pareció contener el aliento.
Y, sin previo aviso, Hannibal lo besó
No fue un beso agresivo ni hambriento. Fue un beso lento, deliberado, como si le estuviera pidiendo permiso incluso mientras lo tomaba. Los labios de Hannibal presionaron los de Will con una ternura que contrastaba con toda la violencia de la tarde. Un toque que no exigía, pero que confesaba demasiado.
Notes:
Proximo capitulo: travesuras demoniacas. Hannibal decide ser un poco sincero. Will recibe un regalo que no le gusta
Chapter 11: Cortejo
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Hannibal podía escuchar el sonido constante del agua de la regadera. Sin hacer ruido, entró en el cuarto de Will, sus ojos escudriñando cada rincón hasta que encontró lo que había venido a buscar.
No podía acercarse a Will mientras dormía. Pero algunas noches, cuando Will olvidaba cerrar la cortina, Hannibal se permitía observarlo. La noche anterior lo vio quedarse dormido boca abajo, con el rostro enterrado en la almohada. Había babeado sobre la funda, empapándola.
Por la mañana, Will se despertó y cambió la funda húmeda por una limpia. La anterior fue arrojada sin cuidado al cesto de ropa sucia.
Hannibal la encontró ahí, como si lo estuviera esperando. La tomó, casi con devoción, y la llevó a su rostro.
El aroma era embriagador. Podía distinguir el sudor de Will, el rastro de su jabón, incluso un toque terroso del olor de sus perros. Pero por encima de todo, estaba su esencia. Cruda, densa, íntima. Lo envolvía como una caricia indecente.
Inhaló otra vez.
Chispas de placer estallaron bajo su piel, recorriendo desde su pecho hasta el estómago como cosquillas. Bajando en espirales cálidas, lentas y deliciosas hasta instalarse entre sus piernas.
Bajó la mirada y vio el bulto que crecía bajo sus pantalones.
Era extraño. Había seducido a muchos humanos antes, había probado el deseo, el juego de la atracción, pero nunca había experimentado una excitación como esa. Cruda e implacable.
Will, sin siquiera intentarlo, lograba despertar en él algo más profundo, más visceral. Algo que escapaba a su control.
Sonrió, maravillado.
Will lo había sorprendido de tantas formas.
En cada prueba que le ponía (pequeñas trampas, retos ocultos, provocaciones disfrazadas de casualidad). Will respondía de formas que lo desarmaban y lo cautivaban.
Cuando le dio el nombre de Tobias, Hannibal ya sabía lo que ocurriría. Will lo buscaría. Lo enfrentaría y lo interrogaría.
Por eso, Hannibal se había asegurado de enviar un mensaje anónimo a Tobias, advirtiéndole que varios policías irían a hacerle preguntas. Quería ver qué hacía Will cuando le arrebataban el factor sorpresa. Quería observarlo enfrentarse a un demonio asustado y acorralado.
Era un escenario orquestado. Pero las cosas no salieron como pensaba
El símbolo protector que impedía a Hannibal entrar en la tienda no había sido parte del plan. Ni tampoco que Will huyera fuera de su alcance
Aun así, pudo entrar y ver que hacia Will.
Y lo que vio lo dejó maravillado.
Esperaba que Will intentara un exorcismo. Pero no. Él fue más allá. Destruyó el cuerpo que Tobias habitaba.
Sus puños conectaron una y otra vez con la cara del demonio, con una rabia ciega, justiciera. Esa furia lo transformaba. Su mandíbula apretada, los músculos tensos, su mirada ardiendo mientras golpeaba sin detenerse, consciente del dolor que infligía, de la sentencia que dictaba. No fue solo un ataque. Fue una ejecución.
En ese momento, Hannibal sintió un deseo tan feroz como reverente. Quería tocarlo, marcarlo, reclamarlo. Quería que todos los demonios supieran que Will Graham no debía ser tocado.
Estaba enamorado de Will y no permitiría que nada, ni nadie, lo dañara.
Hace mucho tiempo, había perdido a alguien. Se la arrebataron, y él no pudo evitarlo.
Esta vez sería diferente. No cometería los mismos errores.
Escucho el agua de la regadera cerrarse y esa fue su señal para huir antes de que Will lo descubriera
—
El horario de Will solía ser el mismo, siempre que ningún asesinato se interpusiera en su rutina.
Salía de casa a las nueve para dar su clase a las diez y media. Cada mañana se arreglaba, se servía una taza de café, alimentaba a los perros, les daba un beso a cada uno y luego abría la puerta para dirigirse a su coche.
Esa mañana no fue la excepción.
Excepto que, al abrir la puerta, se encontró con algo inesperado.
Una masa de carne deformada reposaba justo en la entrada. Lo primero que pensó fue que parecía un corazón humano, no por su tamaño, sino por la manera en que la carne había sido moldeada. Lo segundo que notó fue que esa cosa había sido, alguna vez, un ser humano. El brazo que sobresalía parcialmente desde la parte inferior era evidencia suficiente.
Will cerró la puerta. Se talló los ojos, respiró hondo y volvió a abrirla, como si esperara que la alucinación desapareciera.
Pero seguía allí.
Los perros salieron con entusiasmo, curiosos, acercándose a la masa grotesca para olfatearla con insistencia. Harley le dio una lamida tentativa y los demás comenzaron a rodearla, como si estuvieran considerando probarla.
Will tuvo que espantar a los perros. Los ahuyentó para que salieran a dar un paseo rápido, con la esperanza de evitar que alguno comenzara a mordisquear la carne
—Buenos días, Will.
Will contuvo un suspiro al reconocer la voz de Hannibal, quien lo observaba con una sonrisa complacida dibujada en los labios
—¿Esto es obra tuya? —preguntó, sin molestarse en ocultar el cansancio y la irritación en su voz—. ¿A quién mataste? Nuestro contrato decía…
—A nadie que conozcas —lo interrumpió Hannibal—. No conocías a esta persona, ni siquiera sabías su nombre. Era el jefe de la policía, que fue grosero contigo la semana pasada.
No había tenido contacto directo con él, pero cuando llamó para pedir refuerzos para visitar la tienda de Tobias. Recordaba con exactitud cómo lo había llamado: “el perro exorcista del FBI”.
—¿Y por qué está aquí?
—Es una muestra de mi afecto.
—No entiendo —admitió Will, confundido y desorientado
—Los humanos suelen cortejar a aquellos por quienes sienten algo —explicó Hannibal—. Uno de los pasos comunes del cortejo es entregar un obsequio especial. Algo significativo. Convertí a ese desagradable agente de policía en un símbolo de lo que siento por ti.
—Eso no es... Espera. ¿Cortejar? —parpadeó, desconcertado—. ¿A quién estás cortejando?
La sangre se le heló en las venas incluso antes de oír la respuesta.
—A ti, por supuesto —dijo Hannibal, con una sonrisa apacible—. No soy un demonio que toma lo que quiere cuando quiere, Will. Contigo quiero hacer las cosas bien.
Parpadeó varias veces, intentando procesar lo que acababa de escuchar. Era demasiado absurdo.
—¿Es algún tipo de broma demoníaca? —preguntó, sin ocultar su incredulidad.
—No. ¿Acaso no he demostrado ya mi interés hacia ti en otras ocasiones? Incluso te besé hace unos días
Will gruñó, llevándose dos dedos al puente de la nariz
Después de salir de la tienda de música de Tobias, Hannibal lo había besado. Will lo había apartado y decidió ignorar lo ocurrido. Lo atribuyó al deseo del demonio por provocarlo y jugar con él. Nada más. No le había dado importancia, no había querido dársela.
—No tengo tiempo para esto —dijo con cansancio—. Saca esta masa de carne de mi jardín. Si alguien la ve, quien va a terminar en la cárcel soy yo.
—¿Quieres que la ponga en tu refrigerador? Por si deseas comerlo más tarde
—Cómelo tú, si tanto lo quieres.
No tenía energía para discutir, y mucho menos para lidiar con otro asesinato. Ya tenía suficiente en la cabeza. Si alguien llegaba a enterarse de lo que había hecho Hannibal, la culpa caería inevitablemente sobre Will.
Y, en ese momento, tampoco tenía fuerzas para sentir compasión por el desgraciado que había terminado convertido en arte macabro en su porche.
—Te lo agradezco, Will
Will no contestó. Silbó a los perros para hacerlos entrar a la casa, cerró la puerta tras ellos y se subió a su coche, tratando de borrar de su mente las palabras del demonio.
Tenía un día entero por delante. Necesitaba, al menos por unas horas, fingir que su vida era normal.
—¿Estás bien? Parece que tienes un feo moretón en la nuca —le comentó uno de sus compañeros de trabajo cuando Will se agachó en la sala de profesores para buscar algo.
Murmuró una excusa y salió corriendo a su oficina.
Cerró la puerta tras de sí con torpeza, sacó el teléfono y usó la cámara para tomar una foto de su nuca, apartando los rizos que cubrían la zona.
La imagen lo dejó helado.
En la base de su cuello, justo donde comenzaba la columna, había un moretón deforme. Amarillo en el centro, con bordes oscuros que se desdibujaban. Al rozarlo con la yema de los dedos, el dolor lo atravesó con una punzada familiar. Un dolor muy específico.
Su mente lo arrastró de vuelta a aquella noche. Fría y confusa, casi onírica. Las manos de Hannibal lo habían sujetado con firmeza, su aliento había susurrado palabras cariñosas al oído, y su lengua había recorrido su cuello. Will recordaba con nitidez el instante del orgasmo, cuando los dientes de Hannibal se hundieron en su piel justo en ese mismo punto, como si hubiera querido marcarlo.
Hasta ese momento, Will había creído que todo había sido una fantasía. Un sueño húmedo perversamente detallado. Pero ahora tenía una prueba tangible de que esa noche no fue un sueño.
¿Cómo había permitido que eso pasara? ¿Cómo pudo haber dejado que Hannibal, un demonio, lo tocara, lo acariciara y casi lo manoseara?
El pánico comenzó a apoderarse de él. Se apoyó en su escritorio, respirando con dificultad, intentando no hiperventilar. Tenía que calmarse. Mantener la compostura. Apretó los puños sobre el escritorio, anclándose a la realidad.
Pasó el resto del día intentando no pensar en eso. Se enfocó en dar clases, corregir trabajos, mantener conversaciones banales que lo obligaran a mantenerse presente.
Cuando llegó a casa por la noche, estaba agotado. Más de lo habitual.
Ver a sus perros fue un alivio inmediato. Lo recibieron con saltos y lamidas. Will los saludo con un abrazo a cada uno. Les dio de comer, se sirvió un vaso de whisky (ya no tomaba medicamentos, así que el alcohol no representaba un riesgo) y se dejó caer en su sillón favorito al lado de la ventana
Hacía algo de frío, así que encendió la chimenea y observó cómo las llamas bailaban, proyectando sombras cálidas en la sala. Los perros se acomodaron cerca del fuego, disfrutando del calor.
—Buenas noches, Will. ¿Cómo estuvo tu día?
No se sobresaltó. Dio un trago largo a su whisky antes de responder.
—Es raro no haberte tenido merodeando todo el dia a mi alrededor
La ausencia de Hannibal le había permitido conservar algo de control frente a la revelación de esa mañana.
—Mis disculpas. Tenía unos cuantos asuntos en el infierno que atender
—¿No prefieres volver al infierno y dejar el mundo humano?
—No. Prefiero estar contigo
Apretó el vaso entre los dedos, sintiendo el calor del whisky extenderse por su pecho.
—¿Todo esto es alguna manera de jugar conmigo? —preguntó en voz baja, sin mirarlo—. Hay otros métodos, si solo buscas divertirte.
Hannibal no respondió de inmediato. Se acercó con paso tranquilo, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera quebrar la delgada línea que los unía.
—¿Por qué crees que estoy jugando contigo?
—Los demonios no tienen sentimientos.
—Soy un demonio diferente al resto. Así como tú eres un humano distinto a los demás. Por eso te alejas de ellos y vives en completa soledad con tus perros.
Tomó otro trago de whisky, sintiendo el ardor en la garganta.
—Estoy tan solo como tú.
Se había dado cuenta hacía tiempo. Hannibal parecía muy solo. Había vivido mucho, lo sabía. A veces le hablaba de épocas pasadas, y en cada una de esas historias, estaba solo. Sin compañía, sin vínculos verdaderos.
Los pocos demonios con los que se había relacionado en el paso parecían no significar nada para él. Tobias fue sacrificado sin remordimiento. Bedelia le había confesado que Hannibal era una criatura solitaria.
Era un monstruo que había aprendido a estar solo. Y ahora, por algún motivo retorcido y aterrador, no quería seguir estándolo.
—Ves a la humanidad como cerdos. ¿Por qué te encariñarías con uno más del montón?
—Tú no eres un cerdo
Will esbozó una sonrisa sin humor.
—¿Debo sentirme honrado porque una criatura de miles de años que ha despreciado a la humanidad desde siempre no me vea como un animal para el matadero?
—En mis primeros años de existencia, los humanos me parecían fascinantes —confesó Hannibal, su tono más suave, como si estuviera recordando algo lejano—. Pasaba mucho tiempo en la Tierra por aquel entonces, observándolos. Sus pasiones, su crueldad, sus contradicciones. Fue mucho después que empecé a comerlos.
Miro al demonio con atención
—¿Fue en ese entonces que conociste a esa persona con la que dijiste haber pasado mucho tiempo? Lo mencionaste antes.
—Si —dijo a regañadientes—. Desde ella, no había conocido a un humano tan cautivador.
“Ella”.
Una mujer. Tal vez Hannibal se había enamorado de ella. Tal vez ella no correspondió sus sentimientos. O su vida fue efímera, como todas las vidas humanas frente a la eternidad.
Hannibal pareció leerle la mente y agregó:
—No la amé de esa forma, Will. Hasta que te conocí, nunca me había enamorado.
—¿Y por eso piensas que estás enamorado de mí? —la palabra “enamorado” sonó absurda cuando la pronunció
—Lo estoy. Sé que dudas de mis sentimientos porque soy un demonio, pero los tengo muy claros. Sé lo que siento por ti.
—Creo que es más bien fascinación... y un poco de obsesión.
—Sí —admitió, sin vergüenza—. Pero también es amor.
Will exhaló con fuerza, como si el aire de pronto le pesara en los pulmones. Negó con la cabeza, pasando una mano por el rostro.
Si Hannibal le hubiera dicho que solo quería acostarse con él, habría sido más fácil de entender. La lujuria era común en los demonios. Era algo físico, carnal y momentáneo. No necesitaba explicaciones. Will podía haber alejado al demonio de manera física en caso de que quisiera propasarse.
Pero hablar de sentimientos era otra cosa
La palabra en sí tenía un peso insoportable. Amor. Enamorado. Hannibal no era un humano romántico. Era una criatura antigua. Incluso siendo un demonio, debía comprender el significado profundo de esas palabras. Debía saber lo que implicaban.
Y lo decía con la certeza de quien ha esperado siglos para encontrar algo que valiera la pena.
Will no podía detectar una mentira en su voz. Eso hacía todo más difícil. No sabía cómo lidiar con sentimientos de una criatura que, en teoría, no debía tenerlos.
—¿Por qué yo?
—¿Necesitas un porqué? ¿De verdad no lo ves? Eres único, Will. Ves lo que otros temen mirar. Escuchas lo que el mundo intenta silenciar. Eres una amalgama de luz y sombras, de compasión y furia. Eres hermoso, como una escultura viva. Como el David de Miguel Ángel, pero con carne y alma. Empático y exorcista. ¿Por qué no habría de caer rendido ante ti?
Will desvió la mirada, buscando desesperadamente algo razonable que pudiera decir. Algo que pusiera distancia entre ellos.
—¿Esperas que acepte tus sentimientos solo así? Como si fuera posible…
—Incluso si no puedes aceptarme como amante. Espero que puedas aceptarme como amigo. Yo te considero mi amigo, Will. Me gustaría que eso fuera recíproco.
Will bajó la mirada, el vaso aún frío entre sus dedos. El fuego de la chimenea crepitaba a su lado, llenando el silencio entre ellos.
—Eres un demonio. Solo puede haber odio entre nosotros
Eso pareció molestar a Hannibal, quien se puso frente a Will y se inclinó hacia él
—Si tanto me odias, ¿por qué me sacaste del sótano de Tobias?
—¿A qué te refieres? —dijo, frunciendo el ceño
—Te dije que estaba débil. Sin poderes. Apenas podía moverme. Era tu oportunidad perfecta para matarme. Aun así, prácticamente me cargaste hasta la salida. ¿Por qué, Will?
Ni siquiera se había dado cuenta. No lo había considerado en ese momento, simplemente actuo por instinto
—Fuiste a ayudarme. Hubiera sido muy desagradecido de mi parte dejarte ahí tirado.
—No es tu deber devolverme nada de lo que hago por ti. Todo lo que hago por ti lo hago porque quiero, no porque espere algo a cambio.
—¿Qué quieres que diga? Simplemente lo hice. No hay un significado profundo detrás de eso.
—En ese momento, no me viste como un demonio. Solo como alguien que necesitaba ayuda. No me veas como un demonio ahora. Mírame como un amigo. Un aliado.
El exorcista se removió incómodo en su asiento. Desvió la mirada, buscando refugio en cualquier rincón de la habitación que no fueran los ojos del demonio. No quería enfrentarlo.
—Incluso disfrutaste mi toque. Te corriste con mis caricias. Eso debe significar algo para ti. Me quieres cerca.
Will se cubrió el rostro con las manos, avergonzado.
—¡Olvida eso! —gruñó, con la voz amortiguada por las palmas—. No me sentía muy bien en esos días… pensé que fue un sueño.
—Te gustó —le recordó
—¿Y qué si lo hice? Necesitaba correrme. No recordaba lo que había pasado hasta hoy. ¿Podemos olvidarlo, por favor?
El demonio inclinó la cabeza, y su sonrisa se volvió más íntima, más oscura.
—Tal vez otro tipo de placer pueda anclarse mejor a tu memoria e impida que vuelvas a pensar que fue un sueño.
Will se levantó de golpe, listo para echarlo de la habitación. Pero apenas se puso de pie, Hannibal se arrodilló ante él. Su cara quedo prácticamente pegada a la entrepierna de Will.
El calor le subió al rostro, sonrojándose como nunca en su vida. Su cabeza entró en cortocircuito, aturdida entre la vergüenza y la confusión
—Nunca he intentado hacer esto, pero conozco la teoría —dijo, sujetando la cadera de Will con ambas manos—. Mi cuerpo solo tiene forma humana, no comparte sus limitaciones. No tengo reflejo nauseoso. Sospecho que eso lo hará más placentero para ambos.
Will saltó hacia atrás como si lo hubieran electrocutado, sintiendo cómo su alma abandonaba brevemente su cuerpo. Negó con la cabeza varias veces, con la cara ardiendo y la garganta seca.
Abrió la boca para hablar, pero de sus labios solo salieron balbuceos torpes y nerviosos.
—Me voy a dormir —logró decir al fin, huyendo hacia su habitación sin atreverse a mirar atrás—. Es mejor que te vayas.
Los perros lo siguieron, inquietos ante la agitación de su amo. Cerro la puerta de un golpe y se escondió bajo las sábanas de su cama.
Su cuerpo temblaba con una mezcla de adrenalina y vergüenza. Tenía que levantarse a apagar la chimenea, pero no podía moverse. No mientras su respiración siguiera desbocada y su corazón dejara de latir como si quisiera romperle el pecho desde dentro.
Notes:
Próximo capítulo: Hannibal habla un poco sobre su maldición. Will descubre una habilidad que tienen los demonios
Se recuerda que las actualizaciones son los sábados por la mañana (horario de México)
Chapter 12: Saciado
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Will se sentía cálido. Al despertar, notó que estaba envuelto por algo caliente y reconfortante. Aún somnoliento, se estiró con pereza, sintiendo cómo algo (o alguien) lo rodeaba por la espalda, casi recostado sobre él, aplicando una presión suave que su cuerpo entumecido agradeció.
Soltó un leve gemido al sentir su erección matutina presionar contra el colchón. Movió la cadera, buscando más fricción, dejándose llevar por la calidez envolvente y el letargo placentero que aún lo mantenía atrapado entre el sueño y la vigilia.
La presencia detrás de él pareció corresponder a su necesidad, apretándolo aún más en un abrazo envolvente. Will se giró con pereza hasta quedar de frente ante la cálida presencia.
Alzó una pierna y la apoyó encima, presionando su entrepierna contra algo firme y caliente.
Comenzó a frotarse con lentitud, su polla agradeciendo la fricción. Se sentía bien.
Escuchó un gemido profundo que no provino de él y eso lo sacó de su episodio somnoliento de masturbación.
Abrió los ojos, parpadeo varias veces para acostumbrarse a la luz que se filtraba por la ventana. Le tomó unos segundos entender lo que estaba viendo.
No estaba solo en la cama.
Al alzar la mirada, se encontró con el rostro de Hannibal, recostado a su lado, sonriendo. Un brazo rodeaba su cintura, sujetándolo con naturalidad.
Will, aún aturdido, se dio cuenta de su precaria posición: su pierna descansaba sobre la cadera de Hannibal, y se había estado frotando contra su muslo.
—Buenos días, Will. Por favor, continúa —murmuró Hannibal, su voz ronca y complacida, dándole una palmada en la espalda baja, como si lo animara a seguir cabalgando su pierna.
La sangre se le heló en las venas.
Con brusquedad, colocó ambas manos en el pecho de Hannibal y lo empujó, intentando apartarlo. Hannibal no se movió. En lugar de retroceder, empujó a Will contra el colchón y subió la mitad de su cuerpo sobre él, inmovilizándolo con una facilidad inquietante.
Will forcejeó, luchando por liberarse, pero el demonio no se movía ni un centímetro.
—¡Aléjate de mí! —espetó, los ojos abiertos de par en par, el rostro enrojecido por la humillación y la rabia—. ¡¿Qué haces en mi cama?!
—Dormí contigo —respondió con una calma que solo lo enfureció más.
—¡¿Por qué estás aquí?! —insistió, furioso—. ¡No puedes acercarte a mí mientras duermo!
Con la misma tranquilidad inquietante de siempre, enredó uno de los rizos despeinados de Will entre sus dedos
—Rompiste una regla del contrato. Y eso me dio permiso de romper una de tus condiciones. Elegí la que me prohibía acercarme a ti mientras dormías.
—¡¿De qué estás hablando?! ¿Cuándo rompí una regla? —espetó Will, aún forcejeando
—Te adentraste al establecimiento de Tobias, donde yo no podía seguirte. El contrato establece que puedo y debo estar a tu lado en todo momento.
—Pero entraste de todas maneras —le reprochó Will, incrédulo.
—No podía entrar pero lo hice. Eso no cambia el hecho de que, al principio, fuiste a un lugar donde no podía alcanzarte.
—¿Y por eso decidiste acostarte conmigo como castigo?
Hannibal apoyó la cabeza en el hueco entre el cuello y el hombro de Will. Su respiración acarició su piel, y esa cercanía tan íntima hizo que Will se tensara aún más.
—Los humanos dicen que dormir junto a su ser amado reduce los niveles de estrés. Yo no duermo, pero mis niveles de estrés disminuyeron bastante al acostarme a tu lado.
—Ya tomaste lo que querías. Ahora quítate de encima —gruñó—. Y no vuelvas a hacer esto.
—¿Has pensado en lo que te dije anoche? —preguntó Hannibal, sin moverse, su dedo trazando círculos en el pecho de Will
—¿Por qué debería? —replicó con frialdad—. Creo que fui muy claro.
—Solo te pido una oportunidad —dijo Hannibal, mirándolo a los ojos—. ¿Acaso no te he demostrado que no tengo intenciones de hacerte daño? ¿Que me preocupo por ti de verdad?
Will lo miró, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho. Su voz tembló cuando susurró:
—Hannibal…
—Ni siquiera te pido que me ames de vuelta —continuó el demonio, con una honestidad dolorosa en cada palabra—. Solo una oportunidad de amistad. Eres mi amigo, Will. Y me gustaría que tú también me vieras como tal.
Will consideró sus palabras. Había algo de verdad en lo que decía.
Si Hannibal hubiera querido hacerle daño, torturarlo o incluso matarlo, ya lo habría hecho. Desde el momento en que sellaron el contrato, había tenido múltiples oportunidades de lastimar a Will o a sus perros. Pero no lo hizo.
No pudo evitar empatizar con el demonio. Con su soledad.
Hannibal no parecía sentirla, pero estaba allí, como una sombra invisible adherida a su piel. Se notaba en la manera en que buscaba cercanía, en la calma con la que pedía una simple oportunidad. No exigía nada. No pedía devoción ni sumisión. Solo presencia. Un vínculo.
Will entendía demasiado bien lo que era vivir con ese vacío. Con esa sensación constante de estar aparte del mundo, sin importar cuántas personas te rodearan. Entendía el anhelo silencioso de pertenecer a algo o a alguien.
Durante mucho tiempo, él también quiso eso, aunque dejó de buscarlo cuando comprendió que nunca tendría a alguien que lo entendiera de verdad.
Pero Hannibal seguía siendo una criatura malvada y sanguinaria. Había matado a demasiados humanos y quién sabe cuánto sufrimiento habría causado a lo largo de los siglos. No podía ignorar eso.
Y aun así, Hannibal había hecho por él cosas que nadie más había hecho.
Will odiaba esa sensación de comodidad que comenzaba a asociar con su presencia.
Lo había estado ignorando, pero era innegable: se sentía cómodo alrededor del demonio. Podía expresarse sin sentirse juzgado.
Podía hablar de escenas del crimen, compartir lo que sentía, y no era mirado como un bicho raro.
Hannibal no lo miraba como si fuera un experimento, ni como alguien roto que debía arreglar. Lo miraba como si lo entendiera y lo aceptara.
Dejó caer la cabeza contra la almohada, cerrando los ojos con un suspiro largo y profundo.
Hannibal pareció interpretar su silencio como una respuesta y se aferró a él con más fuerza.
Permanecieron de ese modo, en silencio, durante unos minutos más.
Eventualmente, Will logró zafarse de la garrapata infernal que se le había adherido, quien parecía pensar que tenía algún tipo de derecho sobre su espacio personal.
Sacó a los perros a dar un paseo por el bosque cercano, disfrutando del aire fresco y del silencio. Aliviado de estar un momento solo.
Al regresar, lo primero que percibió fue el aroma inconfundible de pan recién horneado.
El demonio había preparado el desayuno para él y para los perros.
—Pan casero recién horneado, con tomate, queso mozzarella y mortadela —anunció Hannibal, colocando un plato frente a él en cuanto se sentó.
—¿Cuándo aprendiste a cocinar? —preguntó Will, dejando que la curiosidad hablara. Era algo que había querido saber desde hacía tiempo.
Hannibal se sentó al otro lado de la mesa con su habitual compostura elegante.
—He vivido mucho tiempo. La cocina es uno de los pocos artes humanos que realmente despiertan mi curiosidad. Lamentablemente, mis papilas gustativas no funcionan como las de los humanos. Pero eso no me impide disfrutar de la estética del proceso
Notó que Hannibal lo observaba con atención. Pero no era una simple muestra de interés: era una forma de contemplación que rozaba lo obsesivo. Esa mirada que parecía desmenuzarlo, como si cada gesto suyo le resultara fascinante. Hannibal lo miraba así casi todo el tiempo últimamente.
—No has salido a cazar estos días —murmuró, sin levantar la vista de su plato—. ¿No tienes hambre?
Cuando Hannibal comía a algún humano, siempre regresaba con alguna parte de ellos a medio comer o con rastros de sangre en la ropa. Pero llevaba días limpio
—No.
Will se mordió el labio inferior, jugueteando con los cubiertos. Dudó, pero finalmente habló.
—¿Era una maldición o un hechizo? —preguntó en voz baja—. ¿Fuiste liberado? ¿Quién lo hizo?
Hannibal negó con la cabeza, y su expresión cambió apenas, como si removiera algo antiguo. Doloroso.
—Hoy estás muy curioso, Will. Me gusta —dijo el demonio con una sonrisa—. Me gusta que quieras saber de mi
—Bueno… —Will se encogió de hombros, incómodo—. Dijiste que querías entablar una amistad, ¿no? Al menos debo saber un poco de tu pasado. Así sabré cómo eres en realidad.
Hannibal lo observó, como si estuviera considerando cuánto podía compartir.
—¿Quieres honestidad?
Will asintió. Hannibal apartó la vista, y durante un momento pareció más humano que demonio. Se tomó varios minutos antes de responder
—Fui maldecido con tener hambre siempre. No importa cuánto comiera, ni cuánta carne desgarrara con mis dientes. Siempre era insuficiente.
Hizo una pausa tan prolongada que Will pensó que no diría nada más. Pero el demonio alzó la mirada y continuó:
—Pero, hace unas semanas se detuvo.
Will frunció el ceño, confundido.
—¿Cuándo?
—El día que nos conocimos —respondió con un leve matiz de vacilación—. Encontré alimento con solo mirarte.
—No entiendo —admitió, nervioso
—Eres muy apetitoso, Will —murmuró Hannibal, deleitándose con cada palabra como si la saboreara—. Tu sola presencia apaga el hambre que he sentido durante siglos. No fui del todo sincero cuando te dije que me alimentaba de tus pesadillas. No lo hago. Solo verte me alimenta.
Will asimiló la información en silencio, sorprendido y estupefacto. No sabía muy bien qué decir, ni lo que eso significaba para él. Una parte de él se resistía a darle importancia. Otra no podía dejar de hacerlo.
—¿El hambre se fue en cuanto me viste?
—No lo sé con certeza. Mientras hablábamos y me deslumbrabas con tu brillante mente, me di cuenta de que el hambre había desaparecido. Cuando estuviste fuera de mi vista, volvió. El sentimiento de fascinación que me despertabas solo se avivó. Supe que no podía dejarte ir. Eres muy especial, Will. En muchos sentidos.
—¿Alguna idea de por qué sucedió?
—Tal vez es porque me enamoré. No lo sé, y tal vez nunca lo sabré. Pero se que tú eres la causa.
Will asintió, aún sin saber qué debía hacer con esa confesión ni qué tanto peso darle.
Ahora, el contrato que hicieron tenía mucho más sentido. Si Hannibal solo hubiera estado fascinado, podría haberlo acechado como hacía Matthew. Pero atarlo a él con un contrato era compromiso. Contención. Posesividad.
Con un contrato de por medio, Will no podía deshacerse de él fácilmente
Y ahora lo comprendía. Hannibal no iba a permitir que rompiera el contrato. Will se enfrentaba a la verdad de que ese vínculo podía no tener final. No hasta que uno de los dos muriera. Porque Hannibal no se aburriría. No ahora que pensaba que estaba enamorado y había descubierto que Will calmaba su hambre. No iba a renunciar a eso.
—¿Quién te maldijo? —pregunto, intentando pensar en otra cosa
—Preferiría no tocar ese tema ahora, Will —admitió—. Termina tu desayuno
Después de eso, Hannibal no volvió a hablar. Will terminó de comer en silencio.
—
—…Para la siguiente clase, quiero que me entreguen un ensayo sobre las señales principales para reconocer a un demonio disfrazado. Eso es todo por hoy.
Los estudiantes se apresuraron a salir del aula, algunos deteniéndose brevemente para agradecerle por la clase o felicitarlo por el caso cerrado que habían discutido ese dia.
Will les había hablado de Tobias. No con todos los detalles, pero lo suficiente como para ilustrar su comportamiento dentro del contexto académico. Sus alumnos eran aspirantes a agentes del FBI especializados en el comportamiento demoníaco y usar casos reales les ofrecía una perspectiva más práctica
—Estuviste increíble, Will. Disfruté mucho tu clase.
Hannibal apareció en la puerta del aula, con las manos detrás de la espalda y vestido con un horrible traje de cuadros. Varios estudiantes lo miraron al pasar, intrigados por el atractivo y misterioso desconocido que irradiaba una presencia difícil de ignorar.
Cuando el aula quedó vacía, Will comenzó a guardar sus cosas sin mirar a Hannibal.
—No me gustó mucho que hablaras de un demonio que no fuera yo —añadió Hannibal, avanzando con paso pausado hacia él—. Pero te veías muy guapo dando tu clase. Tus alumnos tienen mucha suerte de tenerte como profesor.
No supo si lo decía en serio o si se estaba burlando. En cualquier caso, decidió ignorar el comentario. Había algo más que le rondaba la cabeza, una pregunta que lo había acompañado durante la clase y que no había logrado sacarse de encima.
—He querido preguntarte algo. ¿Por qué Tobias parecía tenerte tanto miedo?
Recordaba perfectamente cómo Tobias se había quedado paralizado al ver a Hannibal. Había sido como presenciar a un niño pillado en medio de una travesura, encogiéndose sobre sí mismo, esperando el castigo.
El contraste entre su arrogancia inicial y el terror palpable al enfrentarse a Hannibal era imposible de ignorar.
Hannibal tarareó para sí mismo
—Podría responderte… Si me das algo a cambio
Will suspiró, cansado de sus juegos.
—¿Por qué con algunas preguntas me das respuestas sin más y con otras me pides algo a cambio?
—No me gusta hablar de otras criaturas contigo. Tu interés por ellas podría superar el que sientes por mí. No deberías interesarte por otros demonios que no sean yo. Así que ponerles un precio hara que el riesgo valga la pena
—¿Ahora qué quieres?
—Un beso —respondió, antes de añadir—: en los labios. Que dure al menos diez segundos
Will bajó la mirada, jugando con sus dedos.
—Primero la información. Luego el beso —dijo con firmeza, intentando mantener algo de control sobre la situación.
Hannibal negó con la cabeza
—Te daré la información solo cuando me des el beso. Sospecho que, si hablo antes, encontrarás la forma de posponerlo
Will chasqueó la lengua, molesto, al ver que el demonio había previsto exactamente lo que planeaba hacer.
—Está bien —cedió de mala gana
No terminó de decirlo cuando Hannibal se abalanzó sobre él, tomando su rostro con ambas manos con una suavidad que contrastaba con la urgencia de sus movimientos. Sus labios se encontraron, cálidos y decididos
Una de sus manos descendió hasta la espalda baja de Will, atrayéndolo más cerca. Will se tensó, sorprendido, y pensó en empujarlo y decirle que no lo manoseara. Pero ese instante de vacilación fue suficiente para que Hannibal aprovechara la oportunidad y deslizara su lengua dentro de su boca.
Casi de inmediato, Will se sintió extraño
Un calor extraño recorrió su cuerpo. Sutil al principio, como el primer sorbo de un licor fuerte, pero fue creciendo, extendiéndose desde el centro de su pecho hacia afuera, como una caricia líquida.
No era abrasador ni quemaba, lo envolvía por dentro con una sensación íntima y seductora. Una oleada que desarmaba sus defensas, que suavizaba los bordes de su conciencia, haciéndolo sentir suspendido en una niebla placentera. Un cosquilleo se instaló en su pecho, bajando por su abdomen hasta su piernas.
Will jadeó contra la boca de Hannibal. Se sintió extraño y desorientado. Todo su cuerpo vibraba con una intensidad que no sabía cómo apagar.
Pero su cerebro aún funcionaba, sin dejarse llevar por completo por la neblina de placer. Contó mentalmente cada segundo (o lo intentó) hasta que creyó que habían pasado los diez pactados.
Con un esfuerzo que le pareció casi sobrehumano, apartó a Hannibal de un empujón. El contacto se rompió, y con él, el hechizo se desvaneció poco a poco, dejando tras de sí una sensación de vacío caliente, un leve temblor en las piernas, y su respiración agitada.
Se apoyó en su escritorio, tratando de recuperar el aliento.
—¿Qué fue eso? ¿Qué me hiciste? —jadeó, sin atreverse a mirarlo a los ojos.
—Oh, cierto, lo olvidé. La saliva demoníaca tiene propiedades afrodisíacas. También puede provocar ciertos efectos estimulantes.
Las cejas de Will se elevaron ante la sorpresa. Jamás había leído nada semejante. Sabía que los súcubos e íncubos podían hechizar con un beso, pero la idea de que todos los demonios tuvieron la habilidad de inducir deseo con algo tan simple como su saliva era peligroso
—Es una habilidad peligrosa —dijo Will
—Algunos podrían considerarlo beneficioso, pues otorga más placer
—¿Entonces por eso aquella noche que me lamiste el cuello terminé tan excitado?
—No. Sólo funciona cuando entra en contacto con una mucosa… O cuando está por completo en mi boca —agregó con intención, antes de bajar la mirada hacia su entrepierna—. Si quieres una demostración, podríamos probar con cierta parte de tu cuerpo.
Will se estremeció. Sintió su rostro sonrojarse al escuchar aquella propuesta tan descarada
Antes de que pudiera alejarse, Hannibal tomó su mano, atrapando su dedo índice y llevándolo a su boca.
—¡¿Qué crees que haces?! —exclamó, intentando liberarse.
Un cosquilleo eléctrico recorrió su dedo atrapado en la boca de Hannibal. Era una sensación tibia y húmeda, extrañamente placentera, como si cada terminación nerviosa se encendiera y vibrara en respuesta a esa succión lenta y deliberada.
La misma oleada de calor que sintió antes volvió a recorrer su cuerpo, descendiendo directo hasta su entrepierna. Su miembro palpitó, despertando, provocándole un sobresalto de vergüenza
Si así se sentía en su dedo, ¿cómo se sentiría en…? No.
No. No. Definitivamente no quería su pene dentro de la boca de un demonio ¿verdad?
Sacudió la cabeza, tratando de apartar esa imagen mental. Estaba claramente bajo los efectos del afrodisíaco. Eso tenía que ser. Solo eso.
Hannibal succionó, su lengua recorrió cada centímetro de piel, dando especial atención a la punta de su dedo. Will no pudo contener un gemido ahogado, que escapó de sus labios antes de que pudiera detenerlo.
El demonio retiró el dedo de su boca, lamiéndolo una última vez antes de soltarlo. Su sonrisa era tan peligrosa como hipnótica
Will, tambaleante, tuvo que apoyarse en el escritorio para no perder el equilibrio
—Soy un demonio con un rango superior al de él, por ende más poderoso. Por eso Tobias se cohibió al verme.
Will parpadeó varias veces, aún desorientado, con la mente aturdida por el deseo que seguía palpitando en su cuerpo.
—¿Eh? —fue lo único que pudo decir sin comprender lo que decía Hannibal
—Esa es la respuesta que buscabas, ¿no? La razón por la que Tobias parecía tenerme miedo.
—Oh… sí. Es cierto
Por un momento había olvidado que todo eso había comenzado con una simple pregunta. Se pasó las manos por el rostro, intentando despejar los restos de aquella neblina placentera que todavía flotaba en su cabeza
Hannibal lo observaba con una expresión de fascinación y hambre contenida. Dio un paso hacia él. Will retrocedió de forma instintiva, pero ya estaba contra el escritorio así que no tenía a donde huir.
—Solo fue una muestra, Si quieres más, solo tienes que pedírmelo.
El rostro de Will se puso rojo. Terminó de guardar cosas y, sin mirarlo a los ojos, salió de la habitación como si su vida dependiera de ello.
A sus espaldas, pudo oír la risa baja y grave de Hannibal, vibrando como un eco que se le incrustó en la piel.
Notes:
Proximo capitulo: una fiesta, tentación y nuevas travesuras nocturnas
Chapter 13: Astas
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Will fue invitado, y forzado a asistir, a la fiesta de cumpleaños sorpresa de Jack Crawford. Algunos de sus compañeros del FBI habían organizado el evento en una de las salas libres del edificio y, a pesar de sus protestas, lo arrastraron hasta allí con la excusa de que "no podía faltar".
No quería estar ahí. No le gustaban las multitudes, ni los espacios cerrados llenos de gente, ni la gente en si.
La sala estaba decorada de forma improvisada: globos a medio inflar, una mesa con comida rápida y apenas tres botellas de alcohol barato para toda la sala. Ya era de noche, y Will solo pensaba en volver a casa.
El alcohol podría haberlo ayudado a relajarse, pero con tan poco disponible y tanta gente observando, sabía que no podría beber lo suficiente sin levantar sospechas. Para que el alcohol realmente surtiera efecto en él, necesitaría al menos una botella y media, todos lo notarían si bebía más de la cuenta.
Suspiró, resignado. Pensó que, después de tanto trabajo, merecía un descanso.
Casi cerraban un caso particularmente extraño. Al principio parecía involucrar a un demonio. Al final no lo fue.
Una joven había sido asesinada brutalmente en su propia casa, con el rostro desfigurado.
Durante la investigación, Will decidió visitar la escena del crimen por su cuenta. Y allí, se encontró con la sospechosa. Incluso logró quitarle un guante de piel que llevaba puesto.
Tras recabar más información, descubrieron que la posible responsable era una chica llamada Georgia Madchen. Al interrogar a su madre, ésta confesó que Georgia padecía una enfermedad mental grave. Ahora estaban intentando localizarla
Mientras se perdía en sus pensamientos, varios agentes lo rodearon con vasos en mano, lanzándole preguntas sobre casos antiguos o pidiéndole, que les enseñara cómo exorcizar demonios. Will no estaba de humor para hablar.
—¿Podría hablarnos sobre sus primeros años como exorcista? —preguntó uno, con una sonrisa curiosa.
—¿Es cierto que peleó con uno de los príncipes del infierno? —añadió otro, acercándose más de lo necesario.
—Quería saber si…
—Disculpen. El agente Graham y yo tenemos un par de asuntos que discutir en privado.
Will sintió un brazo rodear su cintura. Al voltear, vio a Hannibal, quien estaba a su lado, enfundado en un impecable traje azul oscuro que lo hacía destacar entre la multitud como una figura tallada en sombras y elegancia.
La presencia del hombre, tan enigmática como imponente, provocó que las personas retrocedieran. Hannibal aprovechó el momento y guió a Will fuera del centro de atención. Will, atónito, apenas logró apartarse de su contacto cuando ya estaban lo suficientemente lejos de las miradas curiosas.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le espetó en voz baja, con el ceño fruncido—. Si alguien detecta que eres un demonio…
—Ellos no podrían identificar a un asesino en serie ni teniéndolo de frente —replicó Hannibal
Nadie, salvo Jack y Alana, conocía la cara del demonio con el que firmó un contrato. Will confiaba en que el rostro del demonio pasaría desapercibido entre humanos.
—Te dije que te quedaras en Wolf Trap. Tengo asuntos privados que atender
Había perdido la cuenta de cuántas veces le había repetido lo mismo. Y cuántas veces Hannibal lo había ignorado
—Podrías considerar eso como algo bueno, ¿no? Después de todo, acabo de rescatarte de una avalancha de preguntas que, seguramente, no ibas a responder.
Will no lo contradijo. Sabía que tenía razón.
Miro a todos lados. Si Jack veía a Hannibal, sería un desastre. Jack siempre reaccionaba mal ante cualquier mención de Hannibal, y peor aún cuando lo veía cerca de Will. Intentaba ignorarlo, pero el miedo cruzaba su semblante cada vez que lo veía.
Will tomó a Hannibal del brazo y lo condujo fuera de la sala, al un pasillo
—Si Jack o Alana te ven aquí, voy a tener problemas. Tienes que volver a Wolf Trap.
—Puedo esconderme antes de que me vean
—Mira, Jack y yo hemos tenido varios problemas últimamente, y no quiero más. ¿Puedes irte, por favor? No quiero arruinarle la fiesta a Jack.
Hannibal bajó la cabeza. Su expresión cambió un poco, pero fue suficiente para que Will notara la decepción en su rostro.
—Como desees, Will
Will apenas necesitó parpadear. Escuchó una ráfaga de aire y Hannibal desapareció ante sus ojos.
Llevó una mano a la frente, masajeándose entre las cejas. Sentía cómo un viejo y familiar dolor de cabeza comenzaba a formarse, justo detrás de los ojos. Siempre aparecía cuando se estresaba.
No podía creerlo, pero se sentía un poco culpable por haberlo echado. Hannibal lo había ayudado hace solo unos minutos, sacándolo de una situación incómoda. Pero seguía siendo un demonio. Will tenía que recordárselo. Tenía que mantener los limites claros, incluso si esos limites ya comenzaban a difuminarse.
No tenía intenciones de volver a la fiesta todavía. Sin pensarlo demasiado, caminó por el pasillo hasta una de las salidas de emergencia y empujó la puerta para salir al exterior. Llevaba su vaso en la mano, aún con un poco de vodka.
La puerta daba directo al estacionamiento trasero. A esa hora de la noche ya casi no quedaban autos, solo unos pocos repartidos en las sombras, bajo la luz tenue de un par de farolas encendidas. El aire frío le golpeó el rostro. Will cerró los ojos un instante y dejó que la brisa fresca despejara sus pensamientos. Necesitaba eso; estar lejos del ruido, de las miradas y de la presión constante.
Se apoyó contra la pared cercana a la puerta y terminó su bebida de un solo trago. El vodka le quemó la garganta. Escuchó los sonidos de la noche: si prestaba atención, podía oír el lejano rugido de los autos en la carretera, el ulular de un búho, que no tenía idea de qué hacía en esa zona, y el viento, que arrastraba las hojas secas de los árboles
Un sonido rompió la armonía: un clic metálico.
Will se irguió de inmediato, alerta. Miró en todas direcciones, escudriñando las sombras. Aunque las farolas brindaban algo de luz, los rincones más oscuros del estacionamiento seguían ocultando lo que podría estar acechando.
No olía a azufre. No había humo, ni ningún otro indicio que revelara la presencia de un demonio. Eso solo podía significar que lidiaba con humano. Aunque no estaba seguro de si eso lo tranquilizaba o lo preocupaba más.
—Este es un lugar restringido. Pertenece al FBI. No puedes estar aquí. Si no quieres ser arrestado, será mejor que salgas ahora.
Nadie contestó y nada se movió.
Will llevó una mano a su cinturón y sacó su pistola. Como si el arma hubiera sido una advertencia suficiente, la persona escondida decidió revelarse para evitar recibir un disparo. Surgió de uno de los autos estacionados, con las manos en alto.
—No hay necesidad de ponerse agresivo
Will frunció el ceño al reconocerla, gruñendo por lo bajo. Al reconocer a la mujer considero dispararle seriamente
Conocía demasiado bien a esa pomposa mujer: Freddy Lounds. Una "periodista" con un blog amarillista que se alimentaba de mentiras y el dolor ajeno.
Cuando ocurrió el caso que lo dejó sin su puesto como sacerdote exorcista, Freddy se encargó de documentarlo todo con una saña implacable. Lo acosó día y noche, manipuló testimonios, tergiversó los hechos y construyó un retrato venenoso de él en su blog sensacionalista. Lo presentó como un hombre desequilibrado y negligente que dejó morir a una persona y que, supuestamente, no fue capaz de exorcizar a un demonio porque, según ella, congeniaba con ellos. Afirmaba que Will poseía una influencia demoníaca dentro de sí.
Rescató viejos rumores que circulaban en los círculos más oscuros de la Iglesia: historias prohibidas sobre híbridos, hijos de demonios y humanos, mencionados en los registros más antiguos.
Y sin prueba alguna, insinuó que Will era uno de ellos. Su único argumento era la facilidad con la que podía ver y expulsar demonios.
Fue más allá, insultando la memoria de sus padres fallecidos, insinuando que uno de ellos quizás no era del todo humano. Pero Will sabía mejor que nadie que sus padres fueron personas normales, tal vez no los mejores, pero no fueron demonios y buenas.
Como si eso no hubiera sido suficiente, Freddy publicó fotografías de él en sus días más oscuros, tras haber sido expulsado de la orden. Aparecía demacrado, abatido, con la mirada perdida. Una de las fotos más infames lo mostraba siendo reprendido por otro sacerdote, justo después del incidente. La caída del exorcista prodigio, manchada de vergüenza y dudas.
Había intentado ponerle una orden de alejamiento pero rechazaron su petición
—¿Qué haces aquí, Freddy? —preguntó, sin molestarse en ocultar su desprecio.
La mujer se acercó con una sonrisa en los labios y la cámara en mano. Antes de responder, levantó el aparato y tomó una foto de Will
—He visto que estás ayudando al FBI con varios casos últimamente. La gente quiere saber por qué eres tan especial, Will. Tus noticias siempre son muy populares
Will se masajeó las sienes con los dedos, conteniendo el impulso de arrebatarle la cámara.
—Será mejor que te vayas antes de que llame a seguridad
Estuvo a punto de girarse para marcharse, pero Freddy siguio hablando
—Se oye un rumor bastante jugoso sobre ti, padre Graham. Dicen que hiciste un trato con un demonio —dijo con malicia—. Es un buen chisme, ¿no? Un sacerdote cayendo en lo mismo que juró combatir.
—No soy sacerdote. Y no hice ningún trato
—Eso lo decidirá el público
—Si lo hice, ¿no crees que sería estupido provocar a un hombre con un demonio a su lado?
—No eres tan poderoso, Graham.
Freddy bajó la vista a la cámara para revisar la foto que acababa de tomar.
—No… No…
Un sonido áspero y agudo, mezcla de sorpresa y horror, brotó de su garganta. Freddy soltó la cámara como si le quemara las manos y la lanzó al suelo con un grito ahogado. Sin dudarlo, la aplastó con el tacón, una y otra vez, chillando como si la camara fuera el objeto de su terror.
Retrocedió tambaleante, cubriéndose los ojos con las palmas como si con eso pudiera arrancarse la imagen que acababa de ver. Cayó de rodillas al suelo, encogiéndose sobre sí misma, sollozando, gritando, hecha un ovillo tembloroso de puro pánico.
Will se quedó paralizado, sin comprender qué acababa de suceder.
—Creo que fue demasiado —dijo una voz a su lado.
Se volvió bruscamente, sorprendido al encontrar a Hannibal junto a él, contemplando la escena con su habitual serenidad clínica.
—¡¿No te habías ido?!
—No lo hice. Me oculté en las sombras
Ahora a Will le dolía la cabeza por tres motivos: estrés, la presencia de Hannibal y los gritos de Freddy
—¿Qué le hiciste?
—Solo una pequeña alucinación
—¿Qué vio?
—En lugar de las fotos que tomó, vio una imagen de sí misma siendo torturada en el infierno
Will frunció el ceño y se cruzó de brazos
—No sabía que podías crear ilusiones.
—Es más una premonición. Estoy seguro de que terminará allí. Solo le mostré lo que le espera.
Escucharon voces acercándose. Pasos apresurados iban hacia ellos, sin duda alertados por los gritos de Freddy.
Días después, Will se enteraría de lo que había ocurrido. Freddy Lounds había sido encontrada en estado de histeria, gritando, cubierta de sangre. Con un fragmento de su cámara rota, se había apuñalado los ojos en un intento desesperado por dejar de ver la visión que Hannibal le había mostrado. Quedó ciega.
—Vamos, Will —dijo Hannibal, tomándolo del brazo.
Lo condujo por el lateral del edificio, alejándose de la escena. Will caminó junto a él, pensando que buscaban otra entrada para volver sin ser vistos. Pero al dar un paso más, el suelo pareció desvanecerse bajo sus pies. Fue un segundo, una fracción de oscuridad, una sensación de vértigo y cuando recobró el equilibrio, ya no estaban en las afueras del FBI.
Estaban en Wolf Trap. En su sala de estar.
Will sonrió. Cuando Hannibal lo vio sonreír, le sonrió de vuelta.
—Es agradable teletransportarse. Ojalá pudiera hacerlo yo también.
Ahorraría un montón en gasolina. Y si se aburría de un lugar, podría ir con los perros de inmediato.
Caminó hacia su pequeña despensa, sacó su whisky favorito y bebió directamente de la botella. Estaba ansioso por algo que calmara sus nervios.
Luego abrió la puerta trasera para dejar que los perros salieran a corretear un rato por el jardín. Cuando regresaron, jadeando y felices, Will encendió la chimenea y dejó que el calor empezara a llenar la habitación. Los perros se acomodaron frente al fuego
En la sala ya estaba Hannibal, bebiendo una copa de vino que no sabía de dónde había sacado
Will se sentó frente a él, en silencio, con la botella de whisky aún en la mano
—¿Cómo va el caso en el que estás trabajando? —preguntó Hannibal, mirándolo sobre el borde de su copa.
Will tardó un momento en responder. Normalmente solo hablaba de sus casos con Hannibal cuando estaban en la escena del crimen. Pero tal vez era el whisky, o el calor del fuego, o simplemente la necesidad de desahogarse, lo que lo impulsó a hablar.
—Tenemos a una sospechosa. Su madre dice que tiene un tipo de enfermedad mental, creo que es prosopagnosia. Creo que ella a estado mucho tiempo perdida. Como si viviera atrapada en un bucle donde nadie es quien dice ser.
—¿Crees que mato a sus victimas porque pensaba que la estaban engañando?
—Creo que mas bien se sentia confundida
—Perder el sentido de la realidad puede ser más insoportable que el sufrimiento físico.
Continuaron hablando hasta que no quedó nada más que decir. La conversación fue fluida, sin interrupciones ni silencios incómodos. Una buena charla, pensó Will, sorprendido al darse cuenta de que no se había sentido así de tranquilo en mucho tiempo.
Cuando miro la botella de whisky, notó que ya había bebido más de la mitad. Su cuerpo comenzaba a relajarse peligrosamente, hundiéndose en una calidez somnolienta que lo hacía bajar la guardia.
Fue entonces que notó que su rodilla rozaba la de Hannibal. No recordaba que los sillones estuvieran tan cerca
—Deja de mirarme fijamente —gruñó Will
—Es un desperdicio no hacerlo
Will bufó, mirando al fuego
—¿Te gusta ser un demonio? —preguntó, sin pensar demasiado, dejando que el whisky hablara por él.
—No.
—¿No? ¿Qué quisieras ser?
Hannibal se tomó un momento antes de contestar.
—Creo que me gustaría ser humano. Tal vez asi podrias aceptarme
Will se removió en su asiento. Si hubiera conocido a Hannibal siendo humano, ¿lo habría aceptado? Una parte de él le decía que no. Al menos, no de inmediato.
—La vida humana es muy corta —murmuró—. Creo que te arrepentirías.
Hannibal negó con la cabeza
—He vivido mucho tiempo, Will. La longevidad es aburrida la mayoría del tiempo. Pero me siento vivo cuando estoy a tu lado. Nunca había encontrado nada igual. No quiero perderlo.
Will bajó la mirada a su botella, bebiendo otro trago largo. Sentía el calor del whisky mezclarse con algo más peligroso que se deslizaba bajo su piel.
—No es tan interesante ser humano —dijo finalmente, con voz baja—. Cualquier cosa puede destruirte.
—Entonces, creo que me gustaría que fueras tú quien me destruyera.
—¿Insinúas que no puedo destruirte ahora?
Hannibal se encogió de hombros
—Puedes intentarlo si lo deseas. Asegúrate de que sea lento. Una caída exquisita. Tan sutil que ni siquiera notaría que me estás desmoronando.
—¿Seguimos hablando de destrucción?
—Por supuesto —respondió Hannibal, relamiéndose los labios con descaro
—¿Te divierte jugar así conmigo?
—No. Lo disfruto. Es como una cacería. Aunque, por primera vez, no estoy seguro de ser el cazador.
—¿Eres la presa, entonces?
—Tal vez soy una presa que desea ser atrapada por ti.
El silencio se instaló entre ellos. El único sonido en la pequeña casa eran los ronquidos de los perros y el crepitar del fuego.
—Cuidado. Suenas como si me quisieras.
—¿Y si lo hiciera? —la voz de Hannibal se volvió más baja, más íntima—. ¿Te asustaría o te tentaría?
—No soy fácil de tentar
—Supongo que no —dijo Hannibal—. Pero tú sí eres una deliciosa tentación.
Ambos se sostuvieron la mirada como si el mundo se hubiera reducido a ese instante. Un reto silencioso
Will estaba un poco borracho. Sentía esa neblina cálida, engañosa, que el alcohol le ofrecía, pero no era suficiente para apagar su cerebro. Su cabeza seguía trabajando, como una máquina antigua que nunca se detenía. Por eso bebía tanto: porque la cantidad necesaria para silenciar sus pensamientos era descomunal.
Hannibal se puso de pie con elegancia, dejando su copa vacía sobre el sillón. Caminó hasta Will, colocándose entre sus piernas abiertas sin romper el contacto visual.
Will no apartó la mirada. Algo dentro de él gritaba que si desviaba la mirada, si parpadeaba siquiera, el depredador saltaría directo a su garganta.
Incluso así, Hannibal hizo su movimiento
Se acomodó sobre él, sentándose en su regazo con ambas rodillas a los lados de sus caderas. Una sonrisa felina curvaba sus labios
—¿Qué haces? —preguntó Will, con una pizca de pánico
Intentó empujarlo, pero Hannibal no se movió
—Te preocupas demasiado —murmuró Hannibal, sus dedos deslizándose por sus hombros—. Creo que serías más feliz si simplemente te dejaras llevar. Aunque sea una vez en tu vida.
—No, no… Quítate de encima
—¿De verdad quieres que lo haga? —preguntó en voz baja—. ¿O es eso lo que crees que deberías querer?
Will sintió un nudo en la garganta. Queria hablar, pero se perdió en los ojos de Hannibal. Brillaban con un leve fulgor rojizo
Apoyó su frente contra la de Will, y ese contacto simple envió un escalofrío directo a la base de su columna
—Dime que me detenga —susurró, su aliento cálido chocando contra el rostro de Will.
El calor de la chimenea no era nada comparado al calor del cuerpo de Hannibal sobre él, ni al peso de esa mirada que parecía desnudarlo, desearlo y adorarlo.
Nadie lo había mirado así. Como si Will fuera algo único en el buen sentido. Como si fuera algo precioso que merecía la pena conservar
Hannibal acarició su rostro con ternura. Una mano se posó en su mejilla, la otra se enredó en sus rizos, en la base de su nuca, y lo beso
Sus labios se encontraron sin violencia. Fue una acción dulce y gentil, como si el demonio supiera que un movimiento precipitado asustaría a Will, rompiendo la frágil burbuja donde estaban.
Will, inseguro y nervioso, le devolvió el beso. Se besaron perezosamente, sin profundizar, disfrutando la presión de los labios del otro. Will no sabía dónde poner las manos; su cuerpo estaba rígido, pero su boca, poco a poco, empezaba a ceder.
Hannibal movió su cadera, empujando el bulto de sus pantalones contra la ingle de Will. Este se estremeció al sentirlo, y su cuerpo comenzó a responder sin permiso. Un jadeo tembloroso escapó de sus labios, sus dedos se aferraron con fuerza a los brazos de Hannibal.
El demonio siguió moviéndose, con una cadencia lenta, deliberada, arrastrando su pelvis contra la de Will.
El exorcista rompió el beso y se cubrió el rostro con el antebrazo. No quería que Hannibal viera el rubor en sus mejillas, ni la expresión que él mismo no comprendía del todo.
Hannibal colocó su mano en la entrepierna de Will y comenzó a frotar para estimular su miembro. Will se mordió el labio para evitar que un sonido raro saliera.
Ambos estaban duros, atrapados bajo la ropa. Hannibal alineó su cuerpo contra el de Will y volvió a moverse, buscando la fricción entre sus erecciones, una fricción que era desesperante, adictiva y cruda. El demonio se impulsaba con las manos apoyadas sobre el pecho del hombre, marcando un ritmo lento pero intenso.
El sonido de la tela contra tela, sus respiraciones entrecortadas y los jadeos contenidos llenaban la habitación.
Will se mordió el labio inferior para acallar cualquier sonido, pero cada movimiento lo empujaba más cerca del borde. A pesar de que solo se frotaban, como dos adolescentes desesperados, había algo en aquello que lo volvía insoportablemente placentero. Y quería más.
Hannibal lo besó de nuevo, reclamando sus labios como si fueran suyos por derecho. Will no se escondió. Apartó el antebrazo de su rostro y se obligó a mirarlo.
Las sombras danzaban en las paredes, proyectadas por el fuego de la chimenea. Las siluetas de ambos se entrelazaban. Pero la de Hannibal tenía dos grandes astas que se curvaban desde su cabeza
—Will —gimió el demonio, con la voz quebrada por el deseo.
Cuando Will volvió a mirarlo, las astas ya no eran una ilusión proyectada por el fuego. Estaban brotando de su cráneo, sin herir la piel. Sus ojos brillaban con un tinte rojo incandescente, y de su boca entreabierta escapaban jadeos
En ese momento, empatizo con Hannibal, viendo a través de su coraza.
Will comprendió que para Hannibal, esa experiencia era nueva. Era un tipo de placer que no nacía del poder, del control ni del engaño. No era una herramienta ni una trampa. Era deseo, puro y genuino.
Estaba abrumado por esa nueva sensación. Una criatura antigua, después de tanto tiempo, pudo sentir algo distinto.
Will llevó una mano hacia una de las astas y la sujetó con fuerza, usándola para impulsarse. Comenzó a moverse al ritmo de Hannibal, encontrándose en una danza desesperada, donde la fricción entre sus cuerpos era abrasadora, salvaje, y los arrastraba sin piedad hacia el borde de lo inevitable.
La otra mano de Will se deslizó a la nuca de Hannibal, atrayéndolo en un beso hambriento, dejando que la lengua del demonio invadiera su boca
Hannibal respondió sin reservas. Recorrió cada rincón de su boca como si quisiera memorizar su sabor, como si temiera que aquel momento pudiera desvanecerse en cualquier segundo.
El placer lo recorrió, encendiendo cada terminación nerviosa. Cada sensación se multiplicó gracias al beso con efectos afrodisíacos. Su espalda se arqueó, un gemido le desgarró la garganta cuando se corrió, temblando bajo el demonio que lo montaba.
Hannibal también se corrió, ocultando el rostro en el cuello de Will mientras lo abrazaba con fuerza.
Will seguía temblando, envuelto en la bruma cálida postorgásmica, satisfecho y exhausto
Hannibal lo sostuvo con ternura inesperada. Le acarició la espalda y enredó los dedos en sus rizos húmedos y lo arrulló en silencio. Will estaba demasiado cansado para pensar y se permitió descansar en los brazos del demonio
—
Will abrió los ojos. Parpadeó, desorientado. Estaba acostado en su cama, con nada más que su ropa interior. No recordaba haberse acostado. Su cuerpo se sentía pesado y entumecido.
Cuando enfocó la vista en lo que tenía delante, pensó que estaba atrapado en una pesadilla.
Una criatura se alzaba en la oscuridad de la habitación. Su piel era negra como la obsidiana, y de su cabeza calva brotaban dos enormes astas que se curvaban hacia atrás. Sus rasgos estaban marcados y eran extrañamente familiares. Sus ojos eran completamente blancos.
Su cuerpo era alargado, delgado hasta el extremo de lo enfermizo, como si el hambre lo hubiera consumido desde dentro. Las costillas se marcaban con claridad bajo la piel tensa, cada hueso sobresalía de forma dolorosa.
Las extremidades eran largas, antinaturales, rematadas en manos enormes de las que emergían garras curvas y afiladas como cuchillas. Will podía ver su espalda, y a lo largo de su columna se alineaban picos óseos
—¿Hannibal? —susurró, sin estar seguro de si soñaba o deliraba
En un abrir y cerrar de ojos, la figura grotesca se desvaneció. Allí, en su lugar, estaba Hannibal, de pie en la oscuridad. Su desnudez estaba oculta por las sombras de la habitación
—Will…
Susurró su nombre con vergüenza. No por su desnudez, sino por haber sido visto en ese otro estado, el que nunca debió mostrarse. El que no era un disfraz, sino su verdad.
Will, aún bajo los efectos del alcohol y pensando que era una pesadilla, sintió que todo se desdibujaba. Tal vez por eso le resultó tan fácil darse la vuelta en la cama con torpeza, palpando las sábanas al lado de él. Una invitación.
Hannibal se apresuró a meterse en la cama. Abrazó a Will por la espalda, sus movimientos cuidadosos, como si tuviera miedo de romperlo. Will no dijo nada. Cerró los ojos, y se permitió dormir
Will se despertó de golpe por segunda vez en la noche. Los perros chillaban desesperados, arañando la puerta de entrada. A su lado, sentado en el borde de la cama, estaba Hannibal, quien soltó un sonido inhumano que le heló la sangre.
—¿Hannibal? —murmuró, incorporándose un poco.
El demonio lo empujó de nuevo sobre el colchón. Sus ojos ardían con un brillo rojo antinatural, como dos charcos de sangre.
—Hay alguien afuera, está intentando entrar —gruño,
Cuando abrió la boca, Will notó que sus dientes habían cambiado. Los colmillos eran más largos y filosos
—¿Es un demonio?
—Humana —dijo Hannibal—. Su alma está sucia. Ha matado humanos. Voy a deshacerme de ella.
—No, espera.
Se incorporó y apartó a Hannibal. El demonio se resistió, reacio a dejarlo ir, pero terminó cediendo.
Will caminó hacia la puerta, haciendo retroceder a los perros. Una vez se preparo mentalmente, abrió la puerta.
Bañada en sombras, había una figura femenina frente a él. Sostenía lo que parecía ser un objeto punzante en la mano
Debido a la sorpresa, el hombre tropezó con sus propios pies y cayó de espaldas al suelo con un golpe sordo.
—¡Will! —rugió Hannibal, ya en movimiento.
Will alzó una mano para indicar que se detuviera, una orden silenciosa que el demonio, a regañadientes, acató
La mujer dio un paso al frente. La débil luz que entraba por la ventana iluminó su rostro. Estaba demacrada, con el cabello enmarañado, la ropa sucia y rota. Sus ojos estaban desorbitados, como si apenas pudiera distinguir la realidad.
—¿Georgia? —preguntó en voz baja
Parecía perdida y asustada, aunque no parecía intención de querer lastimar a Will.
Will se incorporó, con las palmas hacia ella, como si intentara calmar a un animal herido. Le habló con voz suave, diciéndole su nombre y recordándole dónde estaba.
—No estás sola. Estás aquí. Estamos juntos
Georgia lo miró, y sus labios temblaron antes de articular apenas un susurro:
—¿Estoy viva?
Dejó caer el objeto punzante al suelo. Alzó una mano temblorosa. Will extendió la suya, hasta que sus dedos se tocaron
—Estás viva —afirmó él
Detrás de ellos, enmarcado por la penumbra de la habitación, Hannibal los observaba. No parecía contento con la escena, pero no interrumpió.
Notes:
Proximo capitulo: Will se encuentra con alguien de su pasado. Hannibal celoso. Will recibe una recompensa.
Chapter 14: Celos
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Will se removió, inquieto, mientras abotonaba los primeros botones de su camisa negra antes de cruzar el umbral de la iglesia. Hacía tiempo que no pisaba una. Desde que le quitaron su título de sacerdote, había evitado ese tipo de lugares. Incluso llegó a pensar que lo habían vetado de la gran iglesia de Baltimore, pero, al parecer, no era así.
Ese día se llevaría a cabo una ceremonia importante, de la que Will había olvidado su nombre. Los sacerdotes querían asegurarse que todo estuviera en orden: sin rastros demoníacos ni presencias oscuras rondando el lugar. Ese era su trabajo ahora. Técnicamente, los demonios no podían entrar en sitios benditos, como iglesias, pero nunca estaba de más verificar.
Evitando el contacto visual con todos los presentes, Will se dedicó a revisar todos los rincones de la iglesia. Era un edificio antiguo, con muchas habitaciones cerradas al público general, pasillos olvidados y puertas pesadas que crujían al abrirse.
Había logrado esquivar a cualquier sacerdote, sabiendo bien que querrían hablar con él, especialmente su antiguo mentor, pero no pudo ocultarse de todas las personas
—¿Will? —llamó una voz femenina a su espalda.
De mala gana, se giro para ver quien lo habia llamado
Era una mujer rubia, de cabello lacio con flequillo, atado en una coleta alta. Su belleza era sencilla, pero atractiva, con ese tipo de presencia que se quedaba grabada sin esfuerzo. La ropa voluptuosa que llevaba no le favorecía del todo a su figura curvilínea.
—Molly —saludó Will, desviando la mirada
Ella sonrió con melancolía, como si cada palabra que no habían dicho aún pesara entre los dos.
—Me alegro de verte. He tratado de llamarte.
Molly Foster había sido su pareja durante un año. La conoció cuando la salvó de un demonio, y desde aquel momento, ella comenzó a verlo como un héroe. Un héroe que, en realidad, no existía.
Molly quería una vida tranquila, estable. Una vida que, aunque Will también deseaba en el fondo, sabía que jamás podría ofrecerle. Ella era una buena persona, una mujer noble que siempre veía lo mejor en los demás. Veía a Will como un hombre amable, tímido y reservado, con un don especial que, según ella, le había sido otorgado para liberar al mundo del mal. Y aunque muchas cosas que sabia eran ciertas, otras no lo eran en absoluto.
La mujer lo veía como alguien benevolente, que arriesgaba su vida para eliminar demonios sin esperar nada a cambio. Pero ignoraba la verdad más oscura: Will sentía algo cada vez que acababa con uno. No placer, exactamente, pero sí una sensación de justicia, una satisfacción profunda que prefería no analizar demasiado. Era como si, en el fondo, algo en él disfrutara hacerlo.
Will tenía miedo de lo que Molly pensaría si llegaba a descubrir esa parte oscura de él. Aunque sabía que eso nunca pasaría, no podía permitirse revelarle sus pensamientos más profundos. Por eso terminó la relación.
—Cambié mi número hace unos meses —murmuró, sin mirarla a los ojos.
La mujer asintió
—He estado pensando… realmente no me gustó cómo dejamos las cosas la última vez
Su ruptura había sido un caos. Él apenas podía hablar, balbuceando entre silencios incómodos, incapaz de sostenerle la mirada. Molly había terminado llorando hasta echarlo de su casa.
—Lo siento —susurró. Era lo único que podía decirle.
Molly negó con la cabeza.
—Creo que pude haber actuado con más madurez. Sé que te cuesta hablar, y aun así te exigí explicaciones cuando tú ya me habías dado una.
—Tenía derecho a saber —murmuró Will
Ella dio un pequeño paso hacia él, con cautela, como si temiera espantarlo.
—Ahora que por fin puedo hablar contigo, ¿te parece si vamos por un café o algo así? Me gustaría hablar contigo de un par de cosas
—No creo que sea buena idea
—Will —susurró ella, con dulzura—. Sé que tienes tus problemas. Y sé que intentas protegerme, pero puedo cuidarme sola. Si no quisiera estar contigo, créeme, no lo estaría.
—Hay muchas cosas que no sabes… Y tampoco puedo decírtelo. Es complicado.
—Eres un buen hombre, Will.
Molly, con una ternura que le resultaba familiar y dolorosa al mismo tiempo, acarició su mejilla con la yema de los dedos. Luego se inclinó y depositó un beso suave en la mejilla contraria.
Una ventisca helada atravesó la habitación de forma repentina. Tanto Molly como Will se estremecieron. La temperatura del lugar había descendido de golpe, sin ninguna razón aparente.
—Molly… —trato de decir.
—Quería hablar contigo en privado, pero… ¿crees que podríamos intentarlo otra vez? No digo que sea inmediato. Podemos empezar con una amistad, sin presiones.
Will bajó la mirada. El cariño de Molly dolía porque ya no podía corresponderle.
—Mereces algo mejor, Molly.
Pero ella no se rindió. Sujetó su rostro con ambas manos, con la esperanza reflejada en sus ojos, y se inclinó para besarle los labios.
Entonces, ocurrió.
Varios floreros, adornados con arreglos frescos y coloridos, explotaron de forma repentina. No hubo advertencia ni causa visible: simplemente estallaron todos al mismo tiempo, lanzando pétalos, agua y fragmentos de vidrio por el aire.
Molly se separó de inmediato, sobresaltada, y miró a su alrededor con el ceño fruncido, confundida.
Los murmullos de asombro y miedo se multiplicaron en cuestión de segundos. El ambiente se volvió más frío, provocando que el aliento de todos se condensara en una neblina blanca
—¿¡Qué fue eso!?
—¿¡Qué pasó!?
Las voces de la gente se alzaban por toda la iglesia, mirando en todas direcciones, buscando un sentido a lo que acababa de suceder. Will también lo hizo
No olía a azufre. No era un demonio. Al menos no uno tradicional. Además, estaban dentro de una iglesia, los demonios no podían entrar y Will ya había inspeccionado el sitio a fondo esa misma mañana.
Vio una sombra en la pared, una sombra con astas que le resultó bastante familiar deslizándose por una puerta que llevaba a las habitaciones traseras.
En medio del caos y los gritos, con Molly llamando su nombre, Will se abrió paso entre la gente, siguiendo la sombra
Cerró todas las puertas que pudo tras de sí, buscando privacidad, hasta alcanzar una pequeña habitación de mantenimiento
De pie, entre estantes polvorientos y escobas olvidadas, con los ojos encendidos de un rojo profundo que parecía brillar con rabia contenida, estaba Hannibal.
—¿Hannibal? ¿Qué haces aqui?
—¿Olvidas que tenemos un contrato de proximidad? —respondió con un tono grave.
—¿Cómo entraste? Los demonios no pueden pisar una iglesia
—Tengo mis métodos —replicó, sin voltearlo a ver.
Will frunció el ceño.
—¿Fuiste tú quien destruyó los jarrones?
Hannibal hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.
—No me gusta que jueguen conmigo, Will.
—¿A qué te refieres?
—Vi cómo coqueteabas con esa mujer.
El hombre enarcó una ceja, confundido
—Ella solo intentaba ser amable —explicó Will—. Yo la estaba rechazando. Y aunque no fuera así, ¿qué importa si lo hacía? Tu y yo no somos nada.
Hubo un breve silencio. Hannibal parecía molesto
—Hace cuatro días estábamos frotándonos mutuamente. Tenía mi lengua dentro de tu boca, Will. Difícilmente puedes decir que no ha pasado nada entre nosotros.
Will bajó la mirada, sintiendo cómo el rubor le quemaba las mejillas. El recuerdo era nítido. Su cuerpo aún lo recordaba.
—Y ahora —continuó Hannibal—, estás dejando que esa mujer te toque la cara. Que te bese. ¿Eso también vas a fingir que no significa nada?
Le dio la espalda, cruzando los brazos sobre el pecho. Estaba molesto e indignado, y también dolido. Will no pudo evitar entenderlo.
—¿Estás celoso? —preguntó con cautela, casi en un susurro.
—¿Por qué habría de sentirme celoso de una insignificante humana? —replicó con desdén
—Te molestaste porque me tocó.
Apenas terminó de hablar, la bombilla que colgaba del techo explotó con un estallido repentino. Will retrocedió, cubriéndose la cabeza para protegerse de los fragmentos de vidrio.
Hannibal estuvo delante de Will de inmediato, asegurándose de que no se hubiera lastimado.
Salieron al pasillo en silencio. Solo sus pasos rompían el sonido espeso del aire.
Una vez fuera, Will suspiró. Bajó los hombros, sintiendo un peso extraño dentro del pecho. No pudo evitar empatizar con él
—Creo que es entendible tu enojo. Has dicho que estás enamorado de mí, es lógico que te moleste lo que viste. Yo también la pasaba mal cuando veía a la chica que me gustaba con otro.
—¿Esos son celos? —preguntó Hannibal con curiosidad genuina, ladeando la cabeza.
—Eso creo.
Hannibal lo meditó con la mirada fija en un punto indefinido. No era la primera vez que el demonio se mostraba posesivo o territorial con alguien que se acercaba a él, pero parecía ser la primera vez que comprendía realmente lo que estaba sintiendo.
—Curioso —murmuró Hannibal, pensativo—. Nunca me había sentido celoso de nadie. Tal vez me sienta mejor si la mato
—Por supuesto que no vas a hacer eso.
Will estaba agotado. Necesitaba sacar a Hannibal de ahí antes de que alguien se diera cuenta de su presencia
—¿Cómo se supone entonces que me quite de esta desagradable sensación? —preguntó Hannibal, con el ceño fruncido.
—¡Yo qué sé! —bufó Will—. Solo volvamos a Wolf Trap, ¿sí?
Hannibal lo observó en silencio por un segundo, luego se acercó, acortando la distancia entre ambos.
Alzó la mano y le acarició la mejilla con más fuerza de la que se consideraría una caricia. Will se dio cuenta de que estaba limpiando el lugar donde Molly lo había besado.
Sin decir nada, Hannibal se inclinó y depositó un beso suave en la misma mejilla, justo sobre la piel que él consideraba mancillada. Después, le dedicó una sonrisa ladina. Will puso los ojos en blanco.
Hannibal se aferró a su brazo mientras salían de la iglesia, dejando atrás el eco lejano de los murmullos confundidos y los restos de los floreros destrozados.
Ya en Wolf Trap, Will abrió la puerta y se agachó para saludar a sus perros, quienes corrieron a recibirlo con entusiasmo.
—Esa mujer de antes ¿fue tu pareja? —preguntó Hannibal
Will se encogió de hombros
—Si, durante un tiempo
—¿Por qué terminaron?
No tenía por qué contestarle, pero si no lo hacía, el demonio solo seguiría insistiendo.
—Yo no era el hombre ideal para ella —murmuró—. Se merece algo mejor.
—Tú eres el hombre ideal para mí. ¿Por qué no podemos ser pareja?
Will levantó la vista, cansado y escéptico.
—Creí que no ibas a presionarme. Dijiste que solo querías amistad.
—Eso fue antes de verte dejar que otra persona te tocara con tanta confianza. Antes de sentir esto —replicó Hannibal, llevándose una mano al pecho—. Y debido a que tuviste un orgasmo mientras nos frotábamos, pensé que habíamos cruzado la línea que separa la amistad del interés romántico.
—¡Deja de recordarme eso! —explotó Will, sonrojado de la vergüenza
Will dejó salir a los perros y se quedó de pie en la puerta, observándolos correr entre los árboles. Sentía a Hannibal rondar cerca de él
—Quiero exclusividad —dijo el demonio con firmeza
—No puedo darte eso. No somos nada.
Estaba comenzando a creer que dejar que Hannibal iniciara cualquier tipo de contacto físico había sido un error. Ahora el demonio estaba posesivo y enojado, quería más de lo que WIll estaba dispuesto a dar.
—¿Estás enamorado de esa humana? —preguntó Hannibal, molesto
Había sido testigo muchas veces de lo que un Hannibal enojado podía hacer. El pensamiento de que Hannibal podría intentar algo contra Molly lo alteró. No sentía nada por Molly. Pero eso no significaba que fuera a dejar que Hannibal la lastimara.
—No te acerques a ella, ¿me oyes? —dijo Will, dándose la vuelta para mirarlo de frente—. No le hagas nada.
—¿Temes que dañe a tu amada? —escupió con desprecio
Su sombra pareció moverse aun cuando Hannibal estaba quieto.
—No siento nada por ella —gruñó Will—. Déjala fuera de tus cosas. A ella y a Georgia. Déjalas en paz, ¿entiendes?
Después de que Georgia visitara su casa, Will la había llevado al hospital. La habia visitado desde entonces. Incluso en tan solo cuatro días, la chica parecía mucho mejor. Pero esas visitas no le habían agradado a Hannibal.
Temía que le hiciera algo a Georgia. Y ahora temía también por Molly.
—¿Puedo morderte? —dijo Hannibal de pronto
—¿Disculpa?
—Me gustaría dejar alguna marca en tu piel. De preferencia en tu cuello. De esa forma, creo que me sentire mejor
—No.
—Si me permites hacerlo —prosiguió el demonio, sin inmutarse ante la negativa—, prometo dejar en paz a esas dos mujeres. Incluso no diré nada si decides visitar de nuevo a la señorita Georgia.
—El contrato te lo impide —espetó Will
Hannibal sonrió con burla
—Mi querido Will, ambos sabemos que puedo saltarme esa regla con facilidad. Pero yo nunca rompo una promesa.
Will apretó los puños, bajó la cabeza y bufó con impotencia. Si eso garantizaba que Molly y Georgia estarían a salvo, entonces no tenía sentido negarse.
Resignado, asintió.
Hannibal sonrió con una dulzura inquietante y extendió los brazos, esperando que Will se acercara. Will apenas avanzó un paso cuando Hannibal acortó la distancia, rodeándolo con sus brazos.
Aparto con los dientes el cuello de su camisa hasta exponer la piel.
Allí, en la unión del cuello con el hombro, dejó una larga y húmeda lamida, saboreando el lugar como si lo reclamara. Y entonces hundió los colmillos.
Will no se movió. No emitió un solo sonido. El dolor era punzante, como si se le incrustaran fragmentos de hielo bajo la piel. Pero no le daría el placer de verlo reaccionar. Se mantuvo estoico, con la mandíbula apretada y los ojos fijos en algún punto distante del suelo.
Cuando Hannibal consideró que era suficiente, retiró sus dientes. Sobre la herida fresca, dejó un beso casto, como una absurda muestra de ternura tras la violencia.
—Qué buen chico. Ni siquiera te quejaste —murmuró, relamiendo sus labios.
Will, con las mejillas calientes, lo apartó de un empujón.
—Eso merece una recompensa, ¿no crees?
El demonio volvió a acercarse. Enredó una mano en los rizos de la nuca de Will. Con la otra mano, lo atrajo por la cintura, obligándolo a acercarse para besarlo
Will mantuvo la boca cerrada, sin querer probar el afrodisíaco de la boca de Hannibal. La mano del demonio se escabulló debajo de su camisa, posándose en su espalda desnuda
Intentó empujarlo, todas sus señales de alerta gritando en su cabeza. Su cuerpo sabía que debía escapar.
—Tranquilo —susurró Hannibal contra sus labios—. Todo está bien.
No supo cómo, pero se encontró atrapado en una especie de bruma, todo se sintió más lento. Hannibal lo guió hasta que quedó sentado en el sillón, y antes de que pudiera recuperar el control, ya lo tenía arrodillado entre sus piernas. Su rostro se escondía en su cuello, besándolo, lamiéndolo y marcándolo.
La piel sensible de Will reaccionaba a cada estímulo. Cada roce, cada aliento cálido, cada caricia de lengua lo hacía estremecer. Los besos descendieron con paciencia cruel desde su cuello hasta su pecho y abdomen.
Con ojos nublados, Will lo observó desabrocharle el cinturón. No lo detuvo. Era consciente de una voz interna que le gritaba que detuviera eso, pero se oia como un eco lejano, irrelevante, ahogado por el hechizo que Hannibal tejía sobre él. Estaba hipnotizado.
El demonio le bajó los pantalones hasta los tobillos, y presionó la cara contra su muslo, dejando una línea de besos lentos que terminaron sobre su ropa interior. Sobre el bulto visible, dejó una lamida lenta y provocadora.
Will se estremeció, cerrando los ojos con fuerza mientras se mordía el labio inferior
Hannibal continuó con sus pequeñas y provocadoras lamidas, empapando la tela con saliva mientras excitaba su miembro a través de la ropa
De pronto, se detuvo. Will, aturdido frunció el ceño al sentir la ausencia de su boca. Lo miró, confuso.
—Dime, Will —murmuró Hannibal—. ¿Alguna vez ella te hizo sentir algo como esto? ¿Te hizo algo como esto?
—¿Qué? ¿De qué estás hablando?
Hannibal no respondió, lo miró fijamente como si esperara que Will lo supiera. Entonces lo comprendió: hablaba de Molly.
—No quiero pensar en mi ex cuando tengo a un demonio entre las piernas —farfulló nervioso.
—Necesito saber la verdad —dijo como si Will no hubiera hablado—. Responde y continuaré. Dime la verdad, sabré si mientes
Will tragó saliva con fuerza. Estaba atrapado en una maraña de deseo y confusión. Pero también estaba excitado. Lo suficiente como para rendirse al momento. Avergonzado, negó con la cabeza.
Hannibal sonrió
—Es bueno saberlo. Tendría que haberla matado si hubieras dicho que si.
Will no pudo procesar esas palabras. Todo pensamiento se desvaneció cuando Hannibal liberó su miembro de la ropa interior. Estaba completamente erecto, húmedo por el líquido preseminal que no paraba de salir de la punta.
Hannibal lamió la cabeza, bebiendo el líquido preseminal como si fuera néctar sagrado. Will se mordió la mano, intentando contener los gemidos que amenazaban con salir.
La mano de Hannibal apartó la suya
—No intentes reprimirte, Will. Quiero escucharte. Quiero saber cuánto lo disfrutas.
Will desvió la mirada, sus mejillas encendidas por el calor de la vergüenza y el deseo.
—Es vergonzoso
—Nada de lo que hagas lo es. No me prives del placer de escuchar tus hermosos gemidos
Volvió a su tarea sin más preámbulos. Su lengua recorrió el largo del miembro como si se tratara de una paleta que deseaba saborear lentamente. Una de sus manos se deslizó hacia los testículos de Will, acariciándolos
Envolvió el glande con la boca, húmeda y cálida, y Will lo sintió de inmediato. La saliva de Hannibal, con ese efecto estimulante y afrodisíaco, comenzó a hacer estragos. Ese cosquilleo que antes nacía en su piel ahora surgía de su pene, creciendo, intensificando las sensaciones, hasta convertirse en un zumbido eléctrico de placer sofocante que casi le arrancó un grito.
Sujetó con una mano el sillón debajo de él y llevó la otra al cabello de Hannibal, no para guiarlo, sino para anclarse a algo, cualquier cosa. Estaba cayendo, precipitándose en una espiral de placer sin control.
—Joder… ¡es demasiado! —gimió, con la voz quebrada.
Era lo mejor que había sentido. Tan intenso, tan profundo, una tormenta de sensaciones exquisitas que lo consumían por completo.
Hannibal lo tomó por completo en su boca con una facilidad antinatural. Ahora, cada centímetro de su pene palpitaba con ese mismo fuego delicioso, ese placer embriagador que lo volvía loco.
No pudo soportarlo más.
Los dedos de sus pies se curvaron, su espalda se arqueó, y de su boca escaparon maldiciones y gemidos sin control cuando llegó al clímax. Se derramó en la garganta de Hannibal, quien tragó todo.
Exhausto, Will dejó caer la cabeza hacia atrás, rendido en el sillón, con el pecho subiendo y bajando rápidamente mientras su cuerpo aún temblaba con los ecos del orgasmo.
Hannibal se limpió las comisuras de los labios y bebió los últimos rastros de semen. Luego se sentó a horcajadas sobre Will y lo besó. Un beso lento, húmedo y perezoso, compartiendo con él el sabor de su propia rendición.
Notes:
Proximo capitulo: Will en problemas
Chapter 15: Hospital
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Hannibal no veía nada más que un blanco cegador. La nieve entumecía sus pensamientos; no podía pensar con claridad. Su cabeza estaba aturdida, como si el mundo entero hubiese estallado en silencio a su alrededor. Murmuraba una y otra vez su nombre, una súplica rota entre sus labios, mientras avanzaba a tientas.
El frío le calaba hasta los huesos, insoportable, cruel, pero no se detuvo. Cada paso era un acto de voluntad. Todo su cuerpo dolía, como si se hubiera roto por dentro. En especial, su espalda. Sentía que su carne ardía y quemaba.
Bajo la mirada, viendo sus manos. Su piel era completamente oscura. Garras largas y curvadas se extendían de sus dedos, cubiertas de sangre seca y tierra.
En uno de sus dedos huesudos, estaba una pulsera de plata pequeña, manchada de sangre. Grabado en el interior, aún visible entre la suciedad, estaba el nombre de la niña.
Hannibal gritó.
Un rugido desgarrador, primitivo, que se perdió entre la nieve, llevado por el viento como el lamento de un monstruo que acababa de despertar a la realidad de lo que había hecho.
—
Hannibal abrió los ojos de golpe.
Ya no estaba en medio de un bosque nevado. Estaba en Wolf Trap, acostado en la cama de con Graham. El cuerpo cálido del hombre dormía apaciblemente junto a él, Hannibal lo abrazaba por detrás, su pecho pegado a su espalda. Will roncaba levemente, apenas un murmullo, un sonido que le pareció adorable
Hannibal parpadeó, confundido. ¿Había estado soñando?
El pensamiento le resultaba absurdo. Él no dormía. Tal vez había sido un recuerdo pasajero. Aunque también eso era extraño. Había pasado siglos sin recordar aquel día y ahora se había manifestado con una nitidez dolorosa
Se sentó en la cama y miró a su amado. Quizá tenía que ver con él. Will lo había estado cambiando sin siquiera intentarlo. O tal vez era él quien, sin darse cuenta, comenzaba a adaptarse a Will. A querer pertenecer a su mundo.
Algunos de esos cambios le agradaban, pero tener recuerdos o sueños no era uno de ellos.
Observó el rostro de Will mientras dormía. Estaba tan tranquilo, tan sereno. Era verdaderamente hermoso
Acarició sus rizos y le dio un beso en la mejilla antes de levantarse.
Le gustaba ser lo primero que Will viera al despertar. Pero esta vez no podía quedarse.
Tenía demasiado en qué pensar, y no quería permanecer cerca de Will en ese estado inestable.
Cuando estaba enojado o inestable, su poder solía manifestarse de forma descontrolada: cristales rotos, el suelo quebrándose, objetos y estructuras rompiéndose. Una vez, en Inglaterra, había provocado un temblor.
No podía arriesgarse a que algo así sucediera cerca de Will.
Debía mantenerse alejado mientras enterraba ese recuerdo. Miró a Will por última vez antes de irse.
Se preguntó si Will lo extrañaría mientras él no estuviera. Esperaba que sí.
Porque él, sin duda, ya lo extrañaba.
—
Will no estaba teniendo un buen día.
Estaba muy distraído. Y lo habían asignado a un caso que requería plena concentración: una casa maldita, infestada por entidades que debían ser erradicadas. Él sabía que no estaba en condiciones de aceptar algo así, debió haberse negado. Pero estaba tan perdido en sus pensamientos que, para cuando se dio cuenta, ya había dicho que sí.
De camino a la casa maldita, Will casi choca el auto.
—¿Tienes muchas cosas en la cabeza? —le preguntó uno de los sacerdotes que lo acompañaba, también asignado al caso
Will asintió. Aunque en parte mentira.
No tenía muchas cosas en la cabeza. Solo una y estaba haciendo imposible pensar en otra cosa. No podía dejar de pensar en el trabajo oral que había recibido de Hannibal
Había dejado que un demonio lo besara. Que lo abrazara y que se acurrucara contra él como si pertenecieran el uno al otro. Y lo peor: dejó que le hiciera una felación.
Solo pensarlo lo hacía sonrojar. Aún podía sentir la calidez de su boca, la forma en que lo tomó con tanta entrega
Nunca había sentido tanto placer. Era un tipo de éxtasis que no se parecía a nada humano, un placer que se había incrustado en sus huesos. Se extendía como fuego lento por todo su cuerpo y lo hacía desear más.
Cada vez que pensaba en eso, su miembro se emocionaba, palpitante y ansioso, deseando repetir ese acto prohibido.
Maldito Hannibal. Maldita saliva estimulante.
Había caído muy bajo. Había sucumbido ante un demonio.
Si alguien llegaba a descubrirlo, si alguien se enteraba de que había tenido contacto sexual con una entidad demoníaca, no solo lo destituirían de su puesto como exorcista. Lo someterían a rituales interminables para “eliminar toda influencia impura”.
Porque ser seducido por un demonio significaba haber caído en su poder.
Will no sería el primero en acercarse sexualmente a un demonio. Muchos humanos lo habían hecho antes: seducidos por sus encantos y corrompidos por su influencia. Cayeron sin remedio, víctimas de una atracción infernal imposible de resistir.
Pero Will empezaba a temer algo mucho peor. Tal vez él no fue hechizado en absoluto.
Había leído experiencias de humanos que cayeron en las garras de íncubos y súcubos. Todos describían la misma sensación: estar atrapados dentro de su propio cuerpo, incapaces de resistirse. Incapaces de apartar la mirada de los ojos del demonio, como si fueran la fuente misma de la vida. Gritaban por dentro, querían huir, suplicaban liberación, pero su cuerpo no respondía. Al final, el demonio tomaba lo que quería de ellos.
Will, en cambio, no recordaba haber querido escapar. No sintió miedo, ni parálisis, ni el impulso de huir. De hecho, cuando Hannibal se detuvo había querido que continuara.
Cuando llegaron a la casa maldita, Will salió del vehículo y se acomodó el alzacuello sobre la camisa negra. Técnicamente, no debía usarlo pues ya no era sacerdote. Pero le habían pedido que lo hiciera, como sus dos compañeros, para enviar un mensaje claro a cualquier entidad maligna que habitara dentro: que eran emisarios de Dios
Solía vestir siempre así en el pasado. La ropa negra, la cruz colgando del cuello, el alzacuello ajustado contra su garganta. Vestir así le producía una punzada de nostalgia, pero también le traia malos recuerdos.
Entró junto a sus dos acompañantes en la casa. Era muy vieja, se preguntó cómo seguía en pie. Los muros parecían respirar una humedad espesa y podrida.
Si no hubiera estado tan distraído, habría notado de inmediato que el aura demoníaca era demasiado fuerte y asfixiante. Los rodeaba, vibrando bajo las paredes. Pero lo percibió demasiado tarde.
Comenzaron a recitar la plegaria de purificación al unísono. Will se centró, sintió cómo la energía comenzaba a responder. Todo estaba saliendo bien.
Hasta que uno de los sacerdotes que lo acompañaban titubeó. Apenas un segundo de duda. Una pausa vacilante. Bastó eso para que una figura envuelta en sombras surgiera de la oscuridad y, en un parpadeo, le cortara el cuello. La oración quedó incompleta. Su cuerpo cayó al suelo con un golpe sordo, empapando el piso de sangre.+
Antes de que Will pudiera reaccionar, su segundo compañero fue arrastrado escaleras arriba por sombras con forma de manos. Su grito se perdió en el segundo piso.
Will intentó ir tras él, pero una fuerza invisible lo arrojó violentamente por las escaleras. Cayó rodando, golpeando los escalones con un estruendo seco. Por suerte, no se fracturó nada. Aun así, el impacto lo dejó aturdido.
Al alzar la vista, se topó de frente con una figura que lo observaba desde el otro extremo del pasillo. Un demonio. El hedor a azufre era asfixiante.
La criatura avanzó, Will fue lanzado contra la pared, Al reincorporarse, sintió un hilo de sangre tibia deslizarse por su sien. El demonio ya estaba frente a él.
La entidad parecía haberse fusionado con el cuerpo humano que ocupaba. Juzgando por su estado deteriorado, no quedaba nada del humano dueño de ese cuerpo.
Will intentó recitar de nuevo la oración de purificación, forzando las palabras entre dientes, pero antes de pronunciar la segunda palabra, el demonio lo estampó contra la pared otra vez sin siquiera tocarlo.
—Si intentas hablar otra vez, tu amigo morirá —advirtió la criatura
Will escuchó el grito de su compañero exorcista desde el piso superior. Bufó, molesto. Por eso detestaba trabajar en equipo. Los demás solo estorbaban
Con dificultad, intentó alcanzar la pequeña cruz de plata colgada a su cuello. Apenas la rozó con los dedos cuando una fuerza invisible lo ancló al suelo.
El demonio se inclinó sobre él, y una sonrisa llena de dientes afilados y podridos se formó en su rostro desfigurado.
—Tu alma se ve deliciosa —murmuró, casi salivando—. Creo que me saqué la lotería. Serás un festín absoluto.
Will forcejeó. Para su sorpresa, logró liberar su brazo derecho de la fuerza invisible que lo aprisionaba. Le propinó una patada al demonio, que lo hizo tambalearse. Will aprovechó para girar sobre sí mismo, quedando boca abajo, y comenzó a arrastrarse desesperadamente por el suelo. No llegó lejos.
El demonio lo alcanzó en un segundo y lo sujetó por el brazo, arrastrándolo de vuelta con tal fuerza que le rompió parte de la camisa en el proceso. Un crujido resonó en el aire, seguido de un grito ahogado de Will. Un dolor agudo se clavó en su hombro. El demonio le había torcido el brazo. Tal vez se lo había roto.
La tela de su camisa, se desgarró casi por completo, dejando al descubierto parte de su espalda, el hombro lesionado y el costado del cuello. Una lástima. Era su camisa favorita. Por alguna razón absurda, en medio del dolor, eso le dolía más que el brazo.
—Esta marca… —murmuró el demonio, mirando su cuello.
Will sabía lo que estaba mirando. La marca de la mordida que Hannibal le había dejado. Él la había visto esa mañana, de un púrpura intenso, apenas cubierta por el cuello de su camisa.
El demonio lo soltó de inmediato, como si hubiese tocado fuego
—Alejate de él.
El demonio retrocedió de inmediato, obedeciendo sin comprender por qué, como si una fuerza superior lo obligara a dar un paso atrás. MIro detrás de Will. Sea lo que sea que vio hizo que sus ojos se abrieran de par en par de terror puro.
Temblando, el demonio cayó de rodillas, sin apartar la mirada de lo que sea que estuviera viendo
—¡Lo siento! ¡Lo siento mucho! ¡No lo sabía! —gimoteaba el demonio, entre sollozos y jadeos de pánico.
Adolorido, Will logró mirar detrás de él. Hannibal estaba allí, de pie tras él, inmóvil como una estatua.
Un chillido de terror escapó de los labios del demonio que seguía murmurando disculpas. Un olor acre y repulsivo llenó el aire. Will lo notó un segundo después. Un charco oscuro comenzaba a extenderse bajo el demonio. Se había orinado del miedo.
En cuestión de segundos, Hannibal cruzó la habitación, y con una sola mano tomó al demonio de la cabeza. Lo alzó sin esfuerzo y lo estrelló con furia contra la pared
El primer golpe fue seco, brutal. El segundo, aún más fuerte. El tercero fue acompañado por un chillido desgarrador. Y no se detuvo
Lo golpeó una y otra vez, como si cada impacto fuese una sentencia, como si castigara su osadía por tocar algo que le pertenecía.
Los huesos crujieron como ramas secas. Pedazos de carne se desprendieron. La sangre salpicó las paredes y el suelo,
Will permaneció inmovil, sin poder apartar la mirada de la brutal paliza.
Los gritos del demonio se volvieron agónicos gorgoteos y luego, simplemente, silencio.
La presencia maligna que infestaba la casa desapareció de inmediato.
Hannibal soltó lo que quedaba de la cabeza del demonio con indiferencia. El cuerpo destrozado cayó con un sonido húmedo. Y entonces avanzó hacia Will.
Por un momento, Will pensó que la bestia salvaje que acababa de ver se lanzaría también contra él. Pero Hannibal se arrodilló a su lado, sujetándolo con gentileza.
—Oh, Will. ¿Estás bien? ¿Te hizo algo?
La sangre fresca goteaba de sus dedos. Y sin embargo su toque fue realmente dulce
—¿Qué eres? —preguntó al fin, sin apartar la mirada de los ojos brillantes de Hannibal.
—La única criatura capaz de entenderte y comprenderte —respondió, y añadió, con un deje de afecto—. Puedes considerarme también el amor de tu vida.
Will puso los ojos en blanco y mIró el cuerpo destrozado del demonio
—Parecía tenerte miedo —murmuró—. Incluso se orinó encima. Desde el principio supe que no eras un demonio normal, pero no pensé que fueras importante.
—Te lo dije antes con Tobias. Tengo un rango superior al de la mayoría de los demonios que andan por aquí. Y soy antiguo, lo que me hace mucho más poderoso. Obviamente, prefieren no hacerme enojar.
Empezó a atar cabos. Uno tras otro. Cada detalle, cada mirada, cada reacción. La forma en que otros demonios se retraían con solo verlo. El poder que irradiaba incluso cuando intentaba ocultarlo. Su habilidad para cruzar límites sin esfuerzo. Y, por supuesto, su mala suerte. Su mala suerte que lo hizo firmar un contrato con un demonio de mucho poder
Poderoso y antiguo.
Lucifer. El Diablo
La idea lo golpeó con fuerza, tan absurda como posible.
Según las escrituras, el primer ángel caído. El portador de luz, ahora convertido en un ser temido
No tenía pruebas, y muchas cosas no concordaban, pero explicaría muchas otras. Y considerando cómo funcionaba su suerte, tampoco era tan imposible.
—¿Eres… Lucifer? —dijo, como una idea loca pero no tan improbable
Hannibal lo miró con una expresión divertida
—No, Will. No lo soy. Él no puede salir del infierno.
Will dejó escapar un suspiro que no sabía que estaba conteniendo.
Hannibal revisó su brazo herido, que Will tenía aún presionado contra el pecho. La adrenalina comenzaba a disiparse, y con ella el dolor volvía
—Está dislocado pero no roto.
—¿Ahora eres doctor? —gruñó Will entre dientes.
—Como un hecho, sí. Estudié medicina. También tengo varios doctorados, maestrías y licenciaturas en distintas áreas. Entre ellas, medicina. Aunque fue hace bastantes años.
Will lo miró, perplejo.
—Claro que sí —murmuró—. Un demonio académico. Justo lo que me faltaba.
—Creo que olvidas que he vivido muchos años. La eternidad puede ser tediosa. Mientras otros prefieren vagar por la Tierra, yo decidí adquirir conocimientos humanos
Hannibal le retiró con cuidado los jirones de camisa hasta dejarlo solo en camiseta. Después depositó un beso sobre el hombro lesionado.
—Te curaré, amado. Puedo transmitir mi autocuración hacia ti.
WIll retiró su brazo del agarre del demonio
—¿Alguna vez hiciste esto?
—No.
Recordaba que Hannibal había logrado aliviarle un dolor de cabeza. Pero una cosa era calmar una migraña, y otra muy distinta era manipular una articulación dislocada con sus poderes.
—En ese caso, creo que prefiero ir al hospital
—Como desees —accedió Hannibal de mala gana
Sin previo aviso, Hannibal lo cargo, sujetándolo entre brazos al estilo nupcial. Una vez más, Will vivió lo que era teletransportarse.
Cuando abrió los ojos, estaban cruzando las puertas de un hospital desconocido.
—¡Espera! —protestó—. Había alguien más en la casa conmigo.
—Tú eres la prioridad ahora mismo —respondió Hannibal sin detenerse
Will reprimió un gemido de dolor
—¿Qué es este hospital?
—Trabajé aquí un tiempo hace unos diez años en el área de emergencia. Es un lugar bueno para conseguir comida. Los mataba y hacía que pareciera un accidente
Will intentó decir algo más, pero el dolor comenzaba a ganar terreno a su conciencia. Las luces blancas del hospital lo cegaron y lo desorientaron. Apenas fue consciente de ser colocado en una camilla, rodeado de médicos con batas blancas que hablaban entre sí
Todo se volvió confuso.
Lo siguiente que supo con claridad fue el crujido sordo del hueso volviendo a su lugar. Apenas sintió dolor, probablemente gracias a la anestesia. Parpadeó con pesadez mientras la doctora terminaba de acomodar su hombro y le colocaba un cabestrillo para inmovilizarlo.
Fue entonces que Will se hizo consciente del número de personas del personal médico a su alrededor. No vio a Hannibal, pero sabía que estaba cerca. Podía sentirlo
Tras unos minutos, un enfermero se acercó con cautela, como si no supiera si debía hablar o no.
—Disculpa... Quien te trajo, ¿es Hannibal Lecter, verdad?
Will asintió, aturdido
—¿Dónde está él? —logro preguntar Will
—En la sala de espera. Pero quería preguntarte si…
—¡De acuerdo, fuera de la habitación, todos! —vociferó la doctora que lo había atendido.
Con murmullos de protesta, obedecieron. El enfermero fue el último en salir, con una mirada decepcionada. La doctora suspiró y se volvió hacia Will, algo incómoda.
—Disculpa por eso. Parece que quien te trajo era un antiguo médico que trabajó aquí. Y muchos de los que viste lo conocieron muy de cerca. Intimamente
—¿Ah... sí? —balbuceó, sin saber qué decir.
—Parece que los viejos amores no se olvidan. Al verte con él, muchos asumieron que... bueno, que eres su pareja. Querían saberlo. Algunos parecen muy interesados en volver a acercarse, después de tantos años.
La doctora se encogió de hombros.
—Lo siento. Sé que no es una conducta profesional
Will no dijo nada. Lo trasladaron a una habitación privada y le dijeron que debía quedarse unos días en observación. Al parecer, todo el tratamiento ya estaba cubierto.
Mientras esperaba que los efectos del sedante se disiparan por completo, comenzó a oír murmullos en el pasillo.
Varias enfermeras, doctoras e incluso algunos hombres del personal hablaban de Hannibal con una familiaridad que se le hizo incómodamente íntima. Sus miradas cómplices, sus rubores y sus risitas nerviosas no dejaban lugar a dudas: lo conocían. No solo profesionalmente. Lo conocían en la forma en que solo alguien que ha estado en tu cama puede conocerte.
Hannibal había estado indignado al pensar que Molly lo había tocado. No tenía derecho. No cuando claramente había pasado años alimentando su lujuria con quien se le cruzara en el camino. Era un hipócrita.
Decidido a no pasar un minuto más en ese hospital lleno de sus antiguos amantes, Will se levantó de la cama y salió de la habitación. Le costó un poco encontrar la salida, pero finalmente llegó a la sala de espera.
Hannibal estaba sentado, rodeado por al menos cinco personas. Todos lo miraban como si fuera una celebridad o algo divino. Sonrisas encantadas y ojos brillantes. Se inclinaban hacia él como si con solo estar cerca les bastara.
Apenas Will apareció, Hannibal se levantó como impulsado por un resorte. Prácticamente empujó a las mujeres a su lado para abrirse paso hacia él.
—¡Will! ¿Estás bien? ¿Te duele algo? —preguntó, con el ceño fruncido de preocupación genuina.
A Will no podía importarle menos
—Me voy a casa
Mientras caminaba hacia la salida, una sensación amarga se acumulaba en su pecho. Se sentía estúpido. Era uno de los tantos que habían caído bajo el embrujo de la fabulosa habilidad sexual de Hannibal. ¿Cuántos más habrían escuchado esas palabras seductoras? ¿A cuántos les habría prometido amor eterno solo para meterse en sus pantalones?
Will se mordió el labio, furioso consigo mismo. Se sintió un tonto. Ingenuo. Había caído en las mentiras de un demonio.
Salió del hospital con pasos torpes, aún mareado, Hannibal siguiéndolo de cerca. A sus espaldas, varias voces lo llamaban, pero el demonio las ignoró por completo.
Fue entonces cuando Will se dio cuenta de que no tenía ni idea de dónde estaba. Levantó la vista y leyó el cartel que colgaba en lo alto del edificio: Johns Hopkins.
Hannibal, siempre atento, notó el problema. Se acercó, puso una mano sobre su hombro y, en un parpadeo, ambos estaban de vuelta en Wolf Trap.
Will suspiró aliviado al ver a sus perros correr hacia él. Se agachó como pudo para saludarlos con el brazo libre, aferrándose a ellos como un ancla. Tenía mucho por hacer: reportar la muerte de uno de los exorcistas, documentar lo ocurrido y hacer los trámites correspondientes. No tenía ganas de hacer nada de eso, solo quería dormir.
—No quería hacerlo. Sin embargo, para evitar que te preocuparas, dejé al humano que te acompañaba en la puerta de un hospital público. Estaba vivo y estable cuando me fui.
Asintió, sin girarse. Al menos no todo había sido un fiasco.
—Siento que estás enojado, Will. ¿Hice algo para molestarte?
Quería ignorarlo pero fue imposible para él quedarse callado.
—Solo estaba pensando. Parecías bastante popular en ese hospital.
Hannibal guardó silencio un momento antes de contestar
—Las personas en el área de salud suelen ser solitarias. Les ofrecí consuelo cuando lo necesitaban.
—Supongo que por eso yo también fui tu objetivo, ¿no? Otro solitario más al que consolar.
Will bajó la mirada. No podía creer que hubiera caído en la misma trampa que los demás. Se suponía que él conocía el comportamiento de los demonios. Sabía cómo seducían, cómo manipulaban, cómo prometían sin dar nada real. Y se habia dejado engañar.
Hannibal lo observó con una expresión entre desconcierto y leve desaprobación, como si Will hubiera dicho algo completamente absurdo.
—Nunca me establecí con nadie. Fueron aventuras. Aventuras de una noche que muchos quisieron repetir. Nunca estuve con una persona más de una vez. Y ahora, al verte conmigo, intentan recuperar algo que nunca existió. Mis sentimientos por ti son verdaderos. Si solo quisiera acostarme contigo, ya lo habría hecho.
—No soy tan fácil
—No digo que lo seas. Pero un demonio tiene sus trucos.
El silencio se alargó entre ellos. Will se removió bajo la mirada de Hannibal, esa mirada intensa, penetrante, que parecía traspasarlo. Lo observaba como si fuera la única criatura en todo el universo que valía la pena. Nunca pensó que alguien pudiera mirarlo así. Lo odiaba.
Odiaba que un demonio provocara en él ese tipo de sentimiento.
—¿Crees que me habría puesto de rodillas por cualquiera? Eres el primero con quien usé la boca de esa forma, el primero para quien cociné, a quien besé. No eres igual que ellos, Will. Te amo. Esa es la verdad. No quiero solo una aventura contigo. Quiero todo. Quiero cada parte de ti. Quiero quedarme
Antes de que Will pudiera apartarse o decir algo, Hannibal lo besó. Después lo abrazó, apoyando su barbilla sobre la cabeza de Will. Este intentó apartarse, pero el demonio era fuerte. Con un suspiro resignado, se rindió, atrapado entre sus brazos.
—Parece que te salvé hoy —dijo Hannibal, con esa satisfacción arrogante que siempre lo acompañaba
—Sí —admitió Will, sin ganas.
—Creo que eso merece una recompensa
Will pudo oír la sonrisa en su voz, como si ya estuviera saboreando el capricho que pediría. Como Hannibal tenía antecedentes de solicitar cosas bastante específicas (besos) cuando hablaba de “recompensas”, Will se adelantó. Se apartó lo justo, sujetó su rostro entre las manos y le dio un beso rápido en los labios, sin darle oportunidad de pedir algo más íntimo. No quería que le exigiera un beso profundo.
Cuando se separó, Hannibal parecía sorprendido. Una sonrisa encantadora se dibujó en su rostro, sincera y cálida.
—No me refería a esa recompensa, pero agradezco tu iniciativa
—Entonces, ¿qué querías?
Hannibal acaricio su espalda
—Quiero que me acompañes a la ópera y a una exposición de arte… En Florencia.
Notes:
Próximo capítulo: Will y Hannibal en Florencia. Will conoce a alguien irritante
Chapter 16: Un encuentro peculiar
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Will había descubierto que Hannibal guardaba algunas cosas en su casa en pequeños escondites.
Hace unos dias, encontró al fondo de su cajón de calcetines la calavera de un animal pequeño, con diminutos cuernos curvados.
Otro día, limpiando el armario, descubrió una caja de madera en una esquina del fondo. Dentro encontró una pulsera de plata, delgada y opacada por el tiempo. En su interior, apenas visible entre varios arañazos, había un nombre grabado: Mischa.
Pero lo más inesperado fue lo que halló bajo el colchón. Un libro cuya portada había sido arrancada. Lo abrió por curiosidad y lo cerró de inmediato, el rostro completamente rojo. Era pornografía gay, explícita y muy gráfica. Descripciones detalladas de encuentros intensos acompañados de imágenes detalladas.
No pensaba que Hannibal tuviera esas inclinaciones. Avergonzado, lo devolvió con cuidado al lugar donde lo había encontrado.
No quería preguntarle sobre el libro. Pero si queria preguntarle sobre la pulsera
Encontró a Hannibal en la cocina, de espaldas, removiendo algo en una sartén. El aroma que llenaba la cocina era delicioso. Will sostenía la caja en las manos
—¿Quién es Mischa? —preguntó, sin rodeos.
Hannibal detuvo lo que estaba haciendo. Will no podía ver su rostro, pero sí notó cómo los músculos de su espalda se tensaban, rígidos bajo la camisa.
—Veo que no escondí muy bien la caja con la pulsera —murmuró Hannibal, sin volverse.
Will alzó un poco la caja, mirándola con el ceño fruncido.
—¿Por qué guardaste esto aquí?
El demonio se encogió de hombros
—No tengo un lugar seguro para guardar objetos personales. El infierno es demasiado caótico, incluso para mí. Wolftrap me pareció... adecuado. No me atreví a preguntarte. Temí que dijeras que no.
Will no sabía cómo se sentía al respecto. No le agradaba la idea de tener cráneos de animales o pornografía escondidos en su casa, pero esa pulsera era distinta. No le habría dicho que no.
—¿Me dirás quién es? —insistió
El demonio permaneció en silencio unos segundos. Luego se giró, limpiando sus manos con una toalla de cocina. Había algo en su expresión que no veía a menudo: vulnerabilidad.
—Quiero que lo sepas, Will. Quiero que me conozcas por completo. Pero no es fácil hablar de ello
Will estuvo a punto de insistir, de presionarlo un poco más. Pero entonces vio su expresión. La forma en que sus ojos parecían vacíos y a la vez llenos de dolor. Hannibal nunca mostraba sus emociones con tanta claridad. Esa era la mirada que Will había visto en iglesias, tras los funerales. Padres y madres que enterraban a sus hijos y se aferraban a sus fotos. Ese mismo dolor profundo e indescriptible.
—No tienes que...
—Mischa… era mi hermana —dijo Hannibal, interrumpiéndolo con voz baja
—¿Hermana?
Varias preguntas se arremolinaron en su mente. ¿Eso significaba que Hannibal había sido humano alguna vez? ¿O los demonios también tenían hermanos? Antes de que pudiera articular alguna de ellas, Hannibal continuó, como si hubiera sabido cada una de sus dudas.
—Ella era humana. No era mi hermana de sangre, pero... yo la cuidé. Estaba bajo mi protección. Bajo mi cargo. Y, con el tiempo, se volvió mía.
—¿Cómo la conociste? —preguntó Will, apenas por encima de un susurro.
—Durante una de mis visitas al mundo humano —respondió—. Era muy pequeña y frágil. Cuando la vi, pensé que era un ángel. Era distinta a los demás. No puedo explicarlo. Había algo en ella que me atraía de un modo que nunca había sentido por nada más. Ella pareció sentir lo mismo. Confió en mí de inmediato.
Hannibal hizo una pausa. Bajó la mirada, y Will vio cómo sus dedos se aferraban a la toalla como si necesitara sostenerse de algo.
Will se preguntó por qué una niña pequeña se acercaría a un demonio. Los demonios podían disfrazarse, ocultar su verdadera naturaleza bajo la apariencia de un humano, pero los niños (al igual que los animales) parecían tener un sexto sentido que los mantenía alejados del mal. Una niña pequeña debió haber sentido lo que era Hannibal. Y aun asi, al parecer había confiado en él
El demonio pareció querer decir algo más, pero las palabras se atoraron en su garganta. Parecía realmente afectado
—Ella fue una bendición en mi vida, pero también fue mi caída. No puedo… Quiero contártelo todo, Will. Quiero que lo sepas. Pero ahora no puedo. Todavía no estoy listo.
—Solo quería saber quién era, no pretendía conocer todos los detalles.
Hannibal podía dar miedo cuando quería, pero esa expresión que ahora tenía, dolía verlo. Will sintió un nudo en la garganta. No pudo evitar simpatizar con su dolor, no cuando se le metía tan profundo en la piel. Lo sentía como suyo, como una cicatriz mal cerrada que seguía doliendo con cada respiración.
Incluso sin preguntar, Will sabía que Mischa había muerto a una edad temprana. No era solo el dolor en la voz de Hannibal lo que se lo decía. Era la pulsera. Del tamaño adecuado para la muñeca de una niña. Hannibal no guardaría algo así a menos que fuera lo último que le quedaba de ella.
—Voy a poner esto donde lo encontré —murmuró Will, bajando la mirada a la caja de madera
Antes de que pudiera salir de la cocina, unos brazos lo envolvieron por detrás. Hannibal lo abrazó con fuerza, escondiendo el rostro en la curva de su cuello.
—Te contaré todo a su debido tiempo, Will —susurró, su voz apenas audible—. Quiero que me conozcas y me ames como soy. No a pesar de ello.
Will no respondió. Solo se quedó quieto, dejando que el demonio se aferrara a él un momento más, hasta que se apartó de su agarre y salio de la cocina.
—
El día en que Hannibal lo llevaría a Florencia llegó. Will no sabía cómo sentirse al respecto. Se negaba a llamarlo una cita, pero Hannibal, cada vez que hablaba del asunto, se refería al evento como una cita. ¿De verdad estaba teniendo una cita con un demonio? El solo pensarlo le parecía absurdo
Ese día, había regresado temprano tras visitar una escena del crimen. Al llegar a su casa, encontró a Hannibal en la cocina, arreglando los últimos detalles.
—Me disculpo, Will. No será posible asistir a la ópera esta noche. Hubo un imprevisto y la función fue cancelada. Pero aún podemos visitar la galería de arte.
Will soltó un suspiro de alivio que no se molestó en ocultar. No quería ir a la opera. Le aterraba la idea de no disfrutarla y de sentirse fuera de lugar entre toda la gente elegante. Prefería el silencio de una galería de arte.
En ese momento, su teléfono vibró. Lo sacó del bolsillo y contestó.
—¿Will? ¿Dónde estás? —dijo Jack del otro lado, se escuchaba molesto
—Te dije que hoy tenía que salir temprano del trabajo
—Tengo un cadáver esperándome en la morgue, y tú te vas temprano. ¿De verdad crees que podemos darnos ese lujo?
—El cadáver no va a ir a ninguna parte, ¿no? Puedo revisarlo mañana
Antes de que pudiera escuchar la respuesta de Jack, Hannibal le quitó el teléfono
—Buenas tardes, agente Crawford —dijo con su tono más cortés—. Will tiene asuntos privados que atender esta noche, así que no será posible que se presente. Le agradecería su comprensión.
Hubo unos segundos de silencio. Will podia imaginar con claridad la cara de Jack al otro lado de la línea.
—Sabía que lo entendería. Que tenga un buen día.
Y colgó.
—¡Oye!
—Hoy es nuestra cita, Will. No debes pensar en nadie más que en mí.
Sabía que discutir con el demonio era inutil. Resignado, se sobó las sienes con los dedos.
Hannibal le entregó un paquete envuelto en papel de seda con un espléndido moño rojo
—Debido a que vamos a ir a una exhibición de arte, me tomé el atrevimiento de encargar un traje hecho a medida para ti
Will parpadeó, desconcertado, mientras tomaba el paquete.
—¿Hecho a medida? —murmuró algo sorprendido—. Espera... ¿cómo sabes cuáles son mis medidas?
Con un gesto suave, empujo a Will a su habitación
—Detalles sin importancia. Por favor, ve a ponértelo. Debemos salir pronto.
De mala gana, Will accedió. En el interior del paquete encontró un traje de un azul profundo, acompañado por una corbata en un tono aún más oscuro. Al ponérselo, sintió la tela abrazar su cuerpo. Nunca antes había llevado ropa hecha a su medida; era como una segunda piel.
Se detuvo frente al espejo. Se veía distinto. El traje acentuaba la línea de sus hombros y marcaba su cintura. Will no se había afeitado esa mañana, y la barba incipiente, más oscura de lo habitual, le daba un aire áspero, más maduro y severo. Por un momento, no se reconoció.
Cuando salió de la habitación, Hannibal lo contempló en silencio. Lo observaba, fascinado, como si Will fuera una pintura cobrando vida.
—He vivido durante siglos, Will. Y honestamente, eres el humano más hermoso que he visto
Will no supo qué responder. Bajó la mirada, evitando cualquier contacto visual. No quería que Hannibal viera cualquier expresión que estuviera haciendo
—Es hora de irnos
Hannibal extendió una mano hacia él. Will la tomó, dudando apenas. Los labios de Hannibal besaron sus nudillos antes de teletransportarlos.
La sensación de vacío volvió: un vértigo repentino, como si su cuerpo fuese succionado por el espacio mismo. Will comenzaba a acostumbrarse a eso.
En un parpadeo, ya no estaban en Wolf Trap. Ahora se encontraban en una calle oscura y estrecha, iluminada por la tenue luz naranja de una farola solitaria.
Will alzó la mirada. Sobre ellos se extendía un cielo profundamente estrellado
—¿De verdad estamos en Florencia? —preguntó con un leve asombro en la voz.
—Te traeré de día en otra ocasión —respondió Hannibal, ofreciéndole una media sonrisa—. Así podré enseñarte el lugar con calma
Caminaron juntos por las estrechas calles empedradas, sus pasos resonando contra el piso de piedra. Hannibal lo guió por los recovecos de la ciudad, hasta llegar a un edificio discreto pero elegante. Al cruzar el umbral, Will se detuvo un instante. El interior olía a madera antigua y a colonia costosa.
Se sintió fuera de lugar, como si estuviera usurpando un sitio reservado para otra clase de personas. La incomodidad apenas comenzaba a asomar cuando Hannibal, sin darle tiempo a pensar, lo tomó del brazo y lo arrastró hacia el interior.
Llegaron a una sala amplia y sofisticada, iluminada con luces suaves que resaltaban cada detalle. Varios pedestales exhibían piezas delicadas y únicas, mientras que las paredes estaban cubiertas de cuadros y obras de arte. Había una cantidad decente de personas, elegantemente vestidas, conversando en voz baja y bebiendo vino. Will notó un pequeño bar en una esquina, y se permitió pensar que tal vez la noche no sería tan insoportable después de todo.
—Es una exposición privada —comentó Hannibal, inclinándose demasiado cerca de él—. Estas obras no se muestran al público general.
Mientras hablaba, colocó una mano en la espalda baja de Will, guiándolo con una naturalidad. El gesto era sutil, casi protector, pero también marcaba territorio.
—¡Dr. Lecter!
Una pareja bien vestida se acercó con sonrisas efusivas, extendiendo las manos para saludar a Hannibal e intercambiando unas palabras en italiano. Will se quedó en silencio, apenas entendiendo algunos términos. Observó cómo Hannibal se desenvolvía con gracia en la conversación
Una de las mujeres, de cabello oscuro y ojos vivaces, lo miró con curiosidad
—¿Quién es tu acompañante? Nunca habías traído a nadie —dijo la mujer, aunque Will no pudo entenderla
Hannibal sonrió y rodeó la cintura de Will con su brazo, acercándolo más a su cuerpo.
—Él es Will Graham. Mi pareja esta noche.
—¡Oh! Luce encantador.
—Si. Tuve mucha suerte de que aceptara acompañarme
Will se removió incómodo ante las miradas de los extraños. Hannibal se despidió cortésmente de las personas y lo guió lejos
—¿Te llaman Dr. Lecter? —preguntó Will en voz baja, aún intrigado por el título que había alcanzado a entender.
—Me presento por mis títulos —respondió Hannibal con una ligera sonrisa—. No puedo presentarme como el demonio Hannibal Lecter, ¿verdad?
Will dejó escapar una pequeña risa nasal, breve pero genuina. La idea resultaba absurda. Observó a su alrededor. Nadie sospechaba que aquel hombre distinguido, rodeado de elegancia y cultura, no era humano.
Pasearon por la galería. Will se detuvo frente a una pintura de estilo barroco, de tonos profundos y contrastes violentos entre luz y sombra. Continuaron caminando y se encontraron con esculturas clásicas, cuerpos esculpidos en mármol blanco, sus detalles tan pulidos que resultaban casi humanos.
A pesar de haber sido su idea, Hannibal no prestaba atención a ninguna de las obras. Desde el momento en que entraron, sus ojos no se apartaron de Will. Toda su atención estaba en la forma en que Will se movía, en sus expresiones mientras contemplaba el arte, en la manera en que sus rizos traviesos se sacudían con cada paso y en cómo sus ojos se detenían un poco más de lo habitual frente a una escena particularmente cruda o violenta.
Para Hannibal, nada en esa galería era más valioso que el hombre que caminaba a su lado.
Cuando ya casi terminaban el recorrido, un pequeño grupo de personas se acercó a Hannibal. Will no logró entender lo que decían pero reconoció con claridad el nombre de Dante. Parecía que le insistían a Hannibal para que recitara algo, tal vez un fragmento de la Divina Comedia.
Incapaz de soportar aquella escena, Will se escabulló hacia el bar, casi empujando a Hannibal, quien se mostraba renuente a soltarlo.
Se sentó en uno de los taburetes solitarios y pidió un vaso de whisky. Se quedó allí unos minutos, bebiendo en silencio, observando los reflejos dorados de la bebida
Su tiempo a solas no duró mucho. Un hombre se acercó a él. Will intentó ignorarlo, refugiándose en su bebida, pero el desconocido parecía demasiado ansioso por hacerse notar.
—Buenas noches. Vienes con el Dr. Lecter, ¿no? Si no me equivoco, tú eres Will —dijo el hombre, hablando en inglés
Debía haber notado que no hablaba italiano, lo que significaba que lo había estado observando. Will se puso alerta.
—¿Y tú quién eres?
—Anthony Dimmond —se presentó ofreciéndole la mano
Will la estrechó de mala gana. Anthony se sentó junto a él y miro a la multitud. Siguiendo su mirada, Will lo sorprendió observando a Hannibal, que aún conversaba con un grupo de personas.
—¿De dónde conociste al Dr. Lecter? —preguntó Anthony—. Suele venir a este tipo de exposiciones, pero nunca lo había visto traer a alguien.
—Trabajo —dijo cortante—. ¿Y tú?
—Trabajo aquí. Soy el asistente de cátedra del Dr. Fell. Él y el Dr. Lecter son buenos amigos.
Dudaba que Hannibal considerara a algún humano su "amigo".
—Disculpa la imprudencia, pero, ¿eres pareja del Dr. Lecter?
—No —dijo con frialdad—. ¿Por qué preguntarías algo así?
Anthony se encogió de hombros
—Hace como un mes vino a una exposición. Habló de un tal Will, dijo maravillas sobre él. Dijo que nunca había conocido a alguien así. Que estaba enamorado. Incluso le preguntó a un par de personas cómo podía conquistarlo.
Will bajó la mirada, escondiéndose tras su vaso. Sentía el calor subirle a la cara, pero no supo si era por la bebida o por lo que acababa de oír.
—Puedo ver por que se fija en ti, pero no me malinterpretes. Eres guapo, sí, pero no eres mi tipo. Sin ofender.
—Me imagino que Hannibal sí lo es, ¿no?
Anthony sonrió, como si lo hubieran atrapado en algo que ya no podía negar. Will pudo ver sus intenciones facilmente, podia ver la lujuria en sus ojos
—Por eso estás hablando conmigo, ¿no? Quieres saber si voy a ser un obstáculo para que puedas acostarte con él —dijo Will
—Solo quería saber si tienes una relación romántica con él. No me gustaría que hubiera confusiones.
—¿Ya has estado con él?
Anthony negó con la cabeza.
—No. Hemos hablado un par de veces, pero nunca pareció interesado en mí. Y no quería arriesgarme a ser rechazado.
—¿Entonces por qué intentarlo ahora?
El hombre sonrió.
—Cuando dijo que le gustabas, supe que al menos le atraen los hombres. Eso me dio la esperanza de tener una oportunidad con él
El exorcista se encogió de hombros
—Haz lo que quieras. Él no es nada mío.
Repitió las mismas palabras que ya le había dicho a Hannibal. Esta vez, con un poco mas de amargura
—¿Estás seguro? —preguntó Anthony, divertido—. Porque si no dices lo contrario, saltaré sobre él esta misma noche.
—Sospecho que lo harás incluso si no tienes mi permiso.
Anthony rió entre dientes, satisfecho, y se levantó del taburete.
—Un placer conocerte, Will.
Lo observó alejarse con pasos seguros, directo hacia Hannibal.
Pidió otro vaso de whisky. Pasaron unos minutos y notó que el grupo que rodeaba a Hannibal se había disuelto. Ahora conversaba con Anthony. Ambos sonreían. Will los observó con disimulo, podía ver claramente que Anthony estaba coqueteando con gestos sutiles. Y Hannibal no parecía detenerlo.
Pensó en lo que sabía sobre los hábitos pasados de Hannibal. Era un demonio, y el deseo carnal no era ajeno a él. Tenía antecedentes de ser lujurioso y cínico con los afectos humanos. Sería ingenuo creer que todo eso había cambiado solo porque decía estar “enamorado” de él.
¿Y si Anthony era justo lo que necesitaba? Un humano joven y atractivo. Alguien que no tuviera reparos en entregarse, en tener un poco de sexo sin complicaciones ni compromisos. Para Hannibal sería fácil aceptarlo, y no había nada que se lo impidiera.
Will y Hannibal no eran nada. No había ninguna promesa entre ellos. Hannibal podía acostarse con quien quisiera. Pero esa lógica no le servía de consuelo. De hecho, lo irritaba más.
Vio cómo Anthony se inclinaba para susurrarle algo al oído a Hannibal. Este respondió con una sonrisa discreta, provocando que Anthony sonriera también. Hannibal entonces alzó la mirada. Sus ojos buscaron y encontraron a Will.
Will apartó la vista de inmediato, fingiendo no haber estado mirando. Cuando volvió a mirar, Hannibal y Anthony ya no estaban.
Pidió otro trago y lo bebió de un solo sorbo. No era asunto suyo con quién se acostaba Hannibal.
Cambió de opinión muy rápido.
No le parecía justo. Después de lo que pasó con Molly y de ver como Hannibal también parecía estar celoso de Alana, si Will no podía acostarse con nadie porque tenía a un demonio celoso respirándole en la nuca, entonces Hannibal tampoco podía hacerlo.
Dejó su vaso sobre la barra con fuerza, el vidrio repicando contra la madera. Mareado por el alcohol y la rabia, se levantó del taburete con torpeza, tambaleándose un poco, pero determinado. Salió de la sala y se encontró en un largo pasillo con varias puertas
No tenía un gran sentido del olfato, pero el aroma de Hannibal era inconfundible. Algo entre la nieve y la tierra húmeda después de una tormenta de nieve. Limpio y frío. Lo siguió, guiado más por la intuición que por el razonamiento, hasta que se detuvo frente a una puerta al final del corredor.
El olor era más fuerte allí. Detrás de la madera, escuchó la voz baja de Hannibal, seguida de un leve quejido. Fue suficiente.
Will abrió la puerta de golpe. La cerradura se rompió contra el marco con un chasquido seco.
Lo primero que vio fue a Hannibal, de espaldas a él. Frente a él, atrapado entre sus brazos, estaba Anthony Dimmond. El hombre tenía la boca entreabierta, los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás.
—Si yo no me puedo acostar con nadie ¡tú tampoco! —declaró Will
Hannibal dio un paso atrás.
Anthony cayó como un muñeco. Solo entonces Will pudo ver el agujero en su pecho y la camisa empapada en sangre. El líquido oscuro formó un charco que se expandió lentamente bajo su cuerpo.
Hannibal se giró. En su mano sostenía un corazón humano, el corazón de Anthony. Le faltaba un pedazo, como si hubiera sido arrancado a mordidas.
Sus labios estaban manchados de rojo. Una línea carmesí descendía por la comisura de la boca hasta la barbilla. Y, aún así, sonreía.
—Hola, Will. Me atrapaste en medio de mi cena
Notes:
Próximo capítulo: charla y Will descubre un nuevo tipo de placer
Chapter 17: Expuesto
Notes:
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Chapter Text
De todas las cosas que esperaba ver al abrir la puerta, encontrar a Anthony muerto no era una de ellas.
—¿Qué...? ¿Qué hiciste? —preguntó Will, con la voz quebrada
—El señor Dimmond me ofreció su cuerpo para mi satisfacción —respondió Hannibal con calma, observando el corazón ensangrentado entre sus dedos—. Y acepté.
Will parpadeó, intentando procesar la escena frente a él
—¡Se refería a que quería tener sexo contigo, no a que se ofrecía, literalmente, para que te lo comieras!
Hannibal bajó la mirada hacia el cadáver, como si por primera vez considerara esa posibilidad.
—Debió haber sido más específico con sus intenciones —murmuró con indiferencia.
—¿Acaso no notaste su lujuria?
—Por supuesto que la noté. No le di importancia. La única lujuria que me interesa satisfacer es la tuya.
Will se cubrió el rostro con las manos, cerrando los ojos con fuerza. Respiró hondo, intentando calmarse
—Tenemos que irnos antes de que alguien vea esto —gruñó entre dientes, obligándose a mirar de nuevo el cuerpo de Anthony—. ¿Cómo pudiste hacer esto? Pensé que ya no necesitabas comer humanos.
—No puedo dejar pasar una oportunidad cuando un humano se me ofrece por voluntad propia. Sería un desperdicio
Will bufó irritado. Anthony podía parecer un idiota, superficial e insistente, pero eso no significaba que hubiera deseado su muerte.
Una parte de él no podía evitar preguntarse si eso era, al menos en parte, culpa suya. Tal vez, si le hubiera dejado claro que Hannibal era su pareja, Anthony no habría insistido tanto, no habría ido a buscarlo con esa obstinación desesperada. Pero la verdad era que Anthony parecía decidido a tener sexo esa noche con Hannibal, asi que su destino estaba sellado.
—Te veías tan cómodo en el bar que pensé que si me escabullía para comerme su corazón, no te darías cuenta. No quería que vieras esto ni que te sintieras responsable —dijo Hannibal, limpiándose la boca
Parecía avergonzado. Bajó la mirada, casi como si temiera que Will lo viera con miedo.
Will apuró a Hannibal a retirarse cuanto antes. El demonio llevó el corazón a la boca y lo devoró de un solo bocado, con la frialdad de quien se come una fruta cualquiera.
Mientras él masticaba, Will ya pensaba en cómo ocultar el cuerpo.
—Está bien, Will. Las cámaras de seguridad están apagadas. Será inevitable que alguien lo encuentre, pero nadie podrá relacionarlo con nosotros.
El hombre asintió con rigidez, aunque su rostro dejaba ver una inquietud que no podía disimular. Juntos se dirigieron al baño, donde Hannibal se lavó las manos y el rostro, eliminando los rastros de sangre
Cuando ya no hubo nada más que pudieran hacer por la escena, abandonaron el lugar sin cruzar palabra.
La teletransportación fue inmediata. En un parpadeo, ya estaban de vuelta en la sala de estar de la cabaña en Wolf Trap. Afuera, la noche reinaba en absoluto silencio. Ni un grillo. Ni el viento. Solo oscuridad.
Will se quedó de pie en medio de la habitación, con las manos a los costados y la mirada perdida. No sabía cómo sentirse. Demasiadas cosas habían ocurrido en tan poco tiempo, y su mente apenas podía procesarlas.
—Siento haber arruinado la noche, Will —dijo Hannibal—. Anhelaba esta cita. La esperé con ansias y terminé matando a alguien frente a ti. Lo siento mucho. No quería que la noche terminara así.
—¿Y cómo querías que terminara? —preguntó, con genuina curiosidad.
—Con los dos acostados en la cama, yo abrazándote por detrás. O, si estás dispuesto… tú abrazándome a mí. Desde Mischa, nadie me ha abrazado. Me pregunto qué se sentirá, lo olvide
Will sintió que algo se tensaba en su pecho al oír aquel nombre. Mischa. Apenas comenzaba a comprender el peso que tenía en la vida de Hannibal. No supo qué responder.
Estaba agotado y quería ir a la cama.
Después de sacar a sus perros a pasear un rato y darles de cenar, decidió que un baño caliente sería lo mejor para intentar despejar su mente.
Pero antes de llegar siquiera a su habitación, Hannibal lo alcanzó y lo abrazó por detrás, apoyando el mentón sobre su hombro.
—A pesar de todo, estoy feliz —susurró.
—¿Por qué?
Hannibal lo sostuvo un poco más fuerte, con una ternura inquietante. Luego lo giró para que quedaran cara a cara, sujetándolo por los brazos
—Porque fuiste a buscarme cuando estaba con el señor Dimmond.
—¿Y eso que?
—Estabas molesto, ¿verdad? No querías que estuviera con él. Eso quiere decir que te importo, ¿no?
—No sé de qué me hablas —gruñó Will, esquivando su mirada—. Solo me pareció injusto que tú pudieras acostarte con alguien y, si yo intentara hacer lo mismo, tú entrarías en cólera.
Hannibal sonrió divertido, no del todo convencido por la explicación de Will.
—También en el hospital —continuó—, cuando toda esa gente descarada fue a presumirte que había estado conmigo; estabas molesto. No querías que estuviera con nadie más. Al igual que yo no quiero que tú estés con nadie más.
—¿Qué estás diciendo?
—Una parte de ti —dijo, ignorando la pregunta— ha comenzado a aceptarme como un futuro compañero.
Antes de que Will pudiera responder, Hannibal enterró el rostro en el hueco de su cuello. Lo envolvió con ambos brazos, atrapándolo con una calidez posesiva
Sus manos se quedaron suspendidas en el aire, temblorosas, sin saber si aferrarse a Hannibal o empujarlo de una vez por todas.
—No es verdad
—No tienes que preocuparte, amado mío. El día en que fuimos al hospital te lo dije: desde que te conocí, he deseado todo de ti.
Will recordó vagamente ese día. Las palabras de Hannibal le habían parecido absurdas y teatrales. Sin embargo, hubo algo sobre su monólogo que le llamó la atención, algo sobre sus primeras veces.
—Mencionaste algo sobre tu primer beso —dijo Will, frunciendo el ceño—. No lo decías en serio, ¿verdad? ¿Eso de que fui el primero al que besaste?
—No fue mentira. Fuiste mi primer beso.
—¡¿Qué?! ¿Cómo es posible? ¡Te has acostado con la mitad del país!
—El acto sexual no requiere besos, Will —explicó Hannibal con su habitual serenidad—. Tomaba lo que quería de ellos. No necesitaba besarlos. ¿Por qué habría de hacerlo? ¿Por qué besaría a un humano o a otro demonio? La boca humana está llena de bacterias. No puedo enfermarme, pero la idea me resulta desagradable.
Will soltó una risa seca, incrédula.
—¿Y entonces por qué me besaste a mí? Porque, si no mal recuerdo, parecías bastante ansioso por recibir uno.
—Solo quería hacerlo —dijo con simpleza, como si no hubiera más que explicar—. Lo deseaba con ansias. Con hambre.
—Parecía que sabías lo que hacías —murmuró Will, más para sí mismo que como una acusación.
—Contigo, todo se siente natural
—Eso suena demasiado presuntuoso, incluso para ti
Hannibal desvió la mirada
—Además, cuando decidí que quería besarte, leí un libro sobre el tema. Quería hacerlo bien. No quería decepcionarte. Me alegra saber que fue útil.
Hannibal estaba diciendo tantas cosas personales, tan íntimas, con una franqueza que descolocaba. Intentó apartarse de su agarre, pero solo consiguió que Hannibal lo sujetara con más fuerza. Acunó el rostro de Will entre sus manos y alzó su cara con suavidad, obligándolo a mirarlo.
Miro el rostro de Will, como si lo inspecciona, y sonrió
—Tienes un adorable lunar cerca de la nariz. Desde que lo noté, no he podido dejar de admirarlo.
—¿Tengo un lunar? —preguntó Will, confundido.
Hannibal presionó suavemente con la yema de su dedo justo arriba de donde terminaba la barba de Will.
—Aquí —indicó con ternura—. Y aquí tienes otro.
Señaló otra parte de su rostro, más cerca de la línea de la mandíbula.
—Este de aquí es particularmente entrañable
Rozó con sus labios el costado de su cara. El contacto fue ligero y juguetón, pero bastó para provocar una pequeña risa en Will, que escapó al sentir cosquillas en una zona inesperadamente sensible.
Hannibal continuó provocandolo, su aliento cálido rozándo la piel, causando pequeñas descargas de cosquilleo.
Poco a poco la risa de Will fue desvaneciéndose, reemplazada por una respiración más lenta y tensa, cuando los labios de Hannibal descendieron hacia su cuello, justo sobre una parte demasiado sensible. Allí, el demonio depositó un beso
Un escalofrío recorrió a Will de arriba abajo cuando los labios de Hannibal apresaron con suavidad el lóbulo de su oreja.
El demonio se apartó apenas, quedando frente a frente con él, sus narices rozándose, compartiendo el mismo aliento. Fue tan fácil para Hannibal inclinarse y besarlo.
No hubo prisa ni urgencia en el gesto, sino una dedicación meticulosa, una ternura peligrosa que contrastaba con lo que ambos eran. Hannibal lo besaba como si estuviera memorizando la forma de su boca.
Will no supo en qué momento cerró los ojos, ni cuándo sus dedos se aferraron con debilidad al suéter de Hannibal. Sabía que estaba mal, Hannibal era un demonio y él era un exorcista. Relacionarse con un demonio era insólito e inaudito. Si alguien lo descubría, si la verdad salía a la luz, todo terminaría: su trabajo, su reputación, su vida.
Pero había algo atrayente en ese demonio. Algo en su interior no podía evitar sentirse atraído a ese demonio en particular. Hannibal lo había entendido como nadie más. Lo había mirado sin juicio, sin miedo, sin pretensiones. Le había dado una compañía que nunca había sabido que deseaba, lo había cuidado, esperado y acompañado. Había hecho cosas por él que ningún otro había hecho.
Con cada caricia, con cada roce de sus labios, algo en su interior se rendía. Una a una, sus defensas se desmoronaban.
Hannibal profundizó el beso un poco más, acariciando su rostro con las yemas de los dedos, como si cada caricia fuera una oración silenciosa dirigida solo a Will.
Entre besos y caricias, avanzaron tambaleantes hacia la habitación, sin separarse. Se dejaron caer sobre la cama, con Hannibal encima, sin romper el contacto de sus labios, su cuerpo cubriendo por completo el de Will.
Sus manos se colaron bajo la camisa de Will, explorando la piel de su abdomen y su pecho con devoción. Cada toque era lento, cuidadoso, como si intentara memorizar la textura de su piel. Will se arqueó apenas, dejando escapar un suspiro contenido cuando los labios de Hannibal abandonaron su boca para besar su cuello. La lengua cálida del demonio recorrió la piel sensible, dibujando un sendero que hizo que Will se mordiera el labio inferior para ahogar los gemidos que amenazaban con escapar.
Las manos de Hannibal continuaron su recorrido, ascendiendo hasta sus pezones, donde sus dedos comenzaron a jugar con ellos. El cuerpo de Will tembló ligeramente bajo él, y esta vez no pudo evitar soltar un leve gemido, revelando lo mucho que lo estaba disfrutando
—Eres tan hermoso, Will —susurró Hannibal junto a su oído, su voz grave vibrando contra su piel—. Tu cuerpo es tan receptivo. Eres realmente perfecto.
Desabrochó su camisa, sin dejar de repartir besos por su cuello, clavícula y el inicio de su pecho desnudo. Cuando la prenda quedó completamente abierta, Hannibal bajó la mano a la entrepierna de Will, palpando el bulto que ya comenzaba a formarse bajo la tela.
Hannibal desabrochó los pantalones de Will y deslizó hacia abajo tanto la prenda como la ropa interior, liberando su miembro, duro y palpitante, necesitado de atención. Se inclinó para besarlo de nuevo, mientras con una mano desabrochaba su propio pantalón, liberando su propio deseo.
Will, impulsado por la curiosidad, miró entre sus cuerpos. El miembro de Hannibal era completamente humano. Por un momento, una parte irracional de su mente se había preguntado si tendría alguna característica demoníaca: púas, escamas o algo extraño. Pero no. Con solo mirarlo, nadie podría decir que Hannibal no era humano.
El demonio se acomodó encima, sus caderas frotándose contra las de Will, alineando sus miembros húmedos. Cuando los rozó, un gemido involuntario se escapó de los labios de ambos, ahogado rápidamente por otro beso.
Hannibal envolvió ambos miembros en una mano y comenzó a frotarlos con lentitud, en un vaivén que los hizo estremecer. El líquido preseminal de ambos facilitaba la fricción, creando una sensación húmeda y deliciosa.
Hannibal soltó un suspiro cargado de placer contra los labios de Will, y sin dejar de moverse, tomó su mano y la guió hacia donde estaban unidos.
—Tócame —susurró contra sus labios, sonando mas como una súplica que una orden.
Will envolvió ambas erecciones con su mano, uniéndose al ritmo que Hannibal había marcado. Sus movimientos eran sincronizados, sus respiraciones entrecortadas y sus labios nunca demasiado lejos, encontrándose una y otra vez entre jadeos y caricias erráticas, cargadas de necesidad.
Cuando el orgasmo comenzó a acumularse en el cuerpo de Hannibal, su respiración se volvió más irregular. Un temblor lo recorrió y, sin emitir más que un gruñido ahogado contra el cuello de Will, se corrió, manchando el abdomen desnudo del otro con su semen cálido.
Will, todavía duro y necesitado, soltó un gemido de protesta cuando Hannibal se apartó
—Date la vuelta, por favor —pidió el demonio—. Quiero intentar algo. Estoy seguro de que lo disfrutarás.
Engatusado por la promesa de placer, Will obedeció. Se giró hasta estar con el pecho contra las sábanas tibias e impregnadas del olor de ambos.
—¿Podrías elevar tu trasero? Apóyate en las rodillas
—Estás siendo demasiado educado para tenerme así.
—Pedirtelo de otra forma sería vulgar
Will, dudando, hizo caso. Apoyó los antebrazos en la cama, la cabeza sobre la almohada, mientras alzaba las caderas como le habían pedido.
Detrás de él, Hannibal se tomó un momento. Lo admiró en silencio. Sus manos recorrieron con la curva de su espalda, bajando hasta sus nalgas. Sus dedos se hundieron con suavidad en la carne. Se relamió los labios, conteniendo un gemido.
—Esta posición es… —murmuró, incómodo
—Está bien, está bien —lo tranquilizó Hannibal—. Me detendré si no te gusta. Solo... dame una oportunidad.
Will estuvo a punto de incorporarse, una voz en su cabeza le gritaba que se estaba entregando demasiado. Se sentía demasiado expuesto y vulnerable, como si cada parte de él estuviera a merced de Hannibal. No le gustaba esa sensación.
Pero entonces, el demonio comenzó a besar su piel, dejando un rastro de calor húmedo desde la nuca hasta el inicio de la columna.
—Tranquilo, Will —susurró Hannibal—. Relájate y disfruta. Te haré sentir bien
La siguiente caricia lo tomó por sorpresa. Hannibal posó ambas manos sobre su trasero y comenzó a masajearlo. Luego presionó un beso sobre uno de sus glúteos, mientras su otra mano acariciaba el opuesto. Fue un gesto íntimo, casi adorador, que provocó en Will una mezcla de placer y desconcierto.
—No hagas eso —susurró Will al ser tocado íntimamente
Hannibal no respondió con palabras. En cambio, separó con sus glúteos, exponiéndolo más. Will sintió el contraste del aire frío contra su piel caliente y se quedó inmóvil, paralizado por la mezcla de sensaciones. La vergüenza y los nervios lo invadieron como una ola densa y sofocante.
Nunca se había sentido tan expuesto y vulnerable. Cuando había tenido intimidad con mujeres, siempre era a oscuras. Prefería la penumbra; las emociones de ellas lo abrumaban hasta que él mismo se perdía. En la oscuridad, no tenía que ser observado o en mostrarse.
Pero ahora no había oscuridad. Solo piel desnuda, respiraciones entrecortadas y el demonio contemplándolo como si cada rincón de su cuerpo fuera un tesoro que ansiaba conservar.
Antes de que pudiera girarse y detenerlo, Will se estremeció al sentir los labios de Hannibal presionando en medio de su trasero.
Contuvo el aliento, el cuerpo rígido, los músculos tensos como cuerdas a punto de romperse. Nunca imaginó algo así. No con Hannibal ni con nadie.
Otro beso siguió al primero. La lengua de Hannibal comenzó a trazar lentos círculos sobre el anillo apretado de su entrada.
Las rodillas de Will temblaron, amenazando con colapsar. Ocultó el rostro en la almohada, aferrándose a las sábanas con los puños cerrados. Se sentía abrumado, demasiado expuesto y, para su desconcierto, peligrosamente excitado.
Era una sensación nueva que se sentía demasiado bien. Un gemido bajo, gutural, se escapó de su garganta sin que pudiera contenerlo.
Will, a pesar del miedo, del pudor y del desconcierto no podía ni quería detenerlo.
Hannibal lamía y sorbía insaciable, como si estuviera disfrutando de un banquete sagrado. La punta de su lengua jugueteó con su entrada, provocándola, entrando apenas antes de retirarse para volver a insistir. Hasta que, sin resistencia, la lengua se deslizó en su interior con sorprendente facilidad.
Will contuvo el aliento, y un gemido tembloroso escapó de sus labios. Sentía el calor, la humedad de la saliva de Hannibal deslizándose en su interior, la cual comenzó a escurrir por sus muslos.
Recordó muy tarde el efecto que aquella sustancia tenía en él.
La saliva demoníaca actuaba como un afrodisíaco y un estimulante: un catalizador que despertaba cada nervio y fibra sensible, amplificando todo.
Primero sintió una vibración sutil, un calor inusual que empezó a extenderse por su cuerpo. La sensación se intensificó, extendiéndose como una corriente eléctrica bajo su piel.
Era como un cosquilleo vibrante que se instaló en lo más profundo de su interior y lo recorrió entero, golpeando justo en ese punto que lo hacía temblar. Como si la lengua de Hannibal fuera un pequeño vibrador. Era demasiado placentero, un tipo de placer que no había experimentado antes.
Uno de los dedos de Hannibal, húmedo con saliva, se deslizó con en su interior. Se movió con lentitud, entrando y saliendo un par de veces, hasta que se curvó de forma precisa y presionó su centro de placer. Will arqueó la espalda y soltó un gemido agudo, su cuerpo sacudido por el estímulo.
—¿Eso se siente bien, Will? —murmuró Hannibal, su voz ronca y baja
Will no pudo responder. Solo balbuceos incoherentes y gemidos escapaban de su garganta, ahogados contra la almohada. Sus ojos se llenaron de lágrimas, no por dolor, sino por la intensidad del placer que lo desbordaba sin misericordia. Era como si lo estuvieran desarmando desde dentro, rompiendo cualquier muro que le quedara.
Con la saliva estimulándolo y su próstata siendo atacada, no duró mucho. Will se corrió con un grito desgarrador, manchando las sábanas .
Su orgasmo pareció no tener fin. Fue intenso, prolongado y desbordante. Cuando finalmente terminó, su cuerpo colapsó contra el colchón, sudoroso y exhausto, respirando con dificultad. Tenía la mente en blanco, aún atrapado en la estela del éxtasis, incapaz de pensar o articular palabra.
Hannibal trepó sobre él, acariciando su espalda desnuda antes de dejarse caer sobre su cuerpo. Depositó tiernos besos en su nuca.
—Estuviste maravilloso, querido Will
Después de algunas caricias más, le retiró con cuidado la poca ropa que aún llevaba puesta, y los cubrió a ambos con las sábanas. Besó su hombro y su cuello, como si adorara cada parte de su piel
—¿Estás bien? —preguntó al notar que Will seguía callado
Will asintió con la cabeza, los ojos cerrados. No tenía fuerzas ni para hablar.
Hannibal lo rodeó con ambos brazos desde atrás, abrazándolo con ternura. Apoyó la frente en la base de su cuello, disfrutando del calor de Will
Permanecieron así durante varios minutos, en silencio, con el canto de los grillos filtrándose desde el bosque y el murmullo del viento acariciando los cristales de la cabaña.
A pesar de estar abrazado a Will y estar cubierto por las sábanas, el cuerpo de Hannibal seguía tan frío como siempre. Eso llamo la atención del exorcista.
—Siempre estás frío. ¿Es cosa de los demonios?
Lo había notado la primera vez que lo tocó. Su piel era tan helada como el hielo. Ahora, aunque seguía estando fría, parecía ser más cálida.
—No lo creo —admitió—. Supongo que es un recordatorio.
—¿Recordatorio?
Hannibal guardó silencio por un momento. Sus dedos se perdieron en los rizos húmedos de Will, acariciándolos con ternura
—Mischa… Ella y yo pasamos mucho tiempo juntos en el invierno. La perdí en un día nevado. Ese día también fue cuando obtuve mi maldición —hizo una pausa antes de continuar—. Mi piel fría y mi olor a nieve, supongo que es una forma de no olvidar lo que pasó.
Will permaneció en silencio. No se atrevió a preguntar cómo había muerto Mischa
Era inquietante saber que el mismo día en que Hannibal perdió a su hermana también fue el día en que se convirtió en lo que era. Las piezas comenzaban a encajar, aunque Will no sabía si quería ver el rompecabezas completo.
La verdad estaba justo frente a él. Solo tenía que atreverse a verla.
—Además —continuó Hannibal, su voz ya más distante—, el lugar que habito en el infierno es frío. Un vacío helado. Tal vez eso también influye en mí sin darme cuenta.
Sus brazos se cerraron con más fuerza alrededor del cuerpo de Will.
—Quizás por eso no he sentido tanto frío últimamente; porque no he pasado mucho tiempo allí. O, tal vez, igual que sacias mi hambre, también me haces más cálido. Es muy romántico, ¿no te parece?
Estaba demasiado cansado para pensar, hablar y para hacer otra cosa que no fuera quedarse allí, sintiendo el cuerpo del demonio a su espalda. Se quedó dormido, con la voz de Hannibal arrullandolo en esa noche fría.
Notes:
Próximo capítulo: Will recibe algo inesperado y se enfrenta a una bestia peculiar.
Chapter 18: Bestia. Parte 1
Notes:
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Chapter Text
—¡Felicidades!
Apenas Will cruzó el umbral de la iglesia, el recinto se llenó de aplausos y vítores. Will se giró hacia atrás, buscando con la mirada a quien iba dirigida la celebración. Pero no había nadie más entrando con él. La realización lo golpeó de pronto: lo felicitaban a él.
—¿Qué está pasando? —preguntó, confundido, con el ceño fruncido.
Un hombre mayor, quien había sido su mentor, se acercó a él y le dio una palmada afectuosa en el hombro.
—Will, me complace anunciarte que ha llegado el día de devolverte tu título de sacerdote.
Todos los presentes (sacerdotes, monjes y fieles) lo miraban con respeto, como si fuera un héroe regresando del exilio.
Will no sintió alivio. Sintió el pánico subirle por la espalda como una corriente helada
—¿Disculpa? No entiendo nada —balbuceó, dando un paso hacia atrás.
—Nos hemos enterado de lo que has estado haciendo, muchacho —continuó su mentor, con una sonrisa orgullosa—. Has estado usando tu don para librar al mundo de demonios. La junta directiva consideró que es justo devolverte tu puesto pues estás cumpliendo la misión que Dios te dio.
Will parpadeó varias veces, incrédulo
—Creí que habían decidido expulsarme para siempre después del incidente
—Eso es cosa del pasado. Has hecho demasiado bien como para no devolverte este título. Con todo lo que has hecho, has demostrado tu fe.
Un nudo se formó en la garganta de Will. La presión en su pecho era sofocante. No sabía si aquello era una recompensa o un castigo
—Pero no soy bueno con la gente. No sé dar misa. Y…
—Tonterías, Will —interrumpió su mentor—. Solo te falta práctica. Por ahora, comenzarás con lo básico. Aprenderás nuevamente. Con calma.
—Después de todo lo que pasó. No estoy seguro de querer volver a la iglesia.
No podía. No debía. Ese no era su lugar
Un silencio incómodo se apoderó de la sala. Todos se miraron entre sí. Bajaron la cabeza, avergonzados, como si compartieran una culpa que nadie se atrevía a nombrar.
—Lo que ocurrió fue duro para todos. No te presionaremos para que vuelvas de inmediato, pero, por favor, acepta el título. Es lo mínimo que podemos hacer para reconocer tus esfuerzos. Por la lucha que llevas en nombre de Dios
Le ofrecieron un alzacuello blanco. Will, aunque dudoso, se sintió obligado a aceptarlo al percibir las miradas intensas que lo rodeaban. Cuando tomó el objeto, los presentes estallaron en aplausos de nuevo.
Poco a poco, las personas comenzaron a dispersarse. Sin embargo, no se alejaron demasiado. Permanecían cerca, aunque ahora parecían concentrarse en otras tareas
—¿Esto no debería ser un poco más oficial? —preguntó Will
—La ceremonia oficial y la oficialización será el fin de semana. Solo queriamos daré cuanto antes tu insignia —dijo señalando el alzacuellos blanco en las manos de Will—. El papeleo y todo lo demás puede esperar
Sintió una presión creciente en el pecho. Como si algo invisible lo apretara desde adentro. Entonces, un grito agudo atravesó el aire como una flecha.
Todos lo ignoraron. Excepto Will.
—¿Qué fue eso? —preguntó, con un escalofrío recorriéndole la espalda.
—Se está llevando a cabo un ritual de purificación, para eliminar cualquier influencia maligna —explicó su mentor—. ¿Quieres acompañarnos a la purificación del hermano Jacob?
Otro grito resonó por toda la iglesia. Esta vez fue más largo y más desgarrador. Lleno de dolor.
—¿Qué...? ¿Qué hizo?
—El pobrecito cayó en la tentación —respondió el sacerdote con un suspiro—. Fue seducido por un demonio de bajo rango que tomó la forma de una mujer. Había estado actuando extraño las últimas semanas. Por suerte, llegamos a tiempo, antes de que consumaran el acto carnal. Cuando lo trajimos aquí, dijo que estaba enamorado. Lo que significa que sigue bajo el hechizo del demonio, incluso después de que destruimos a esa criatura. Por eso es necesaria una purificación completa.
Will contuvo el aliento, sintiendo la necesidad de esconderse. Jugó con el cuello de su camisa. El roce de la tela sobre su piel le recordó la marca de la mordida de Hannibal que aún llevaba en su piel.
—Nos vendría bien algo de ayuda en la castración. O… ¿sabes algo de terapia de electrochoque? —continuó el sacerdote, con un aire casual que heló la sangre de Will—. La última vez se nos fue de las manos. Así fue como perdimos a la hermana Susan.
Will mantuvo la calma y negó con la cabeza
—¿Usted también va a participar?
—Por supuesto, Will. Como uno de los miembros de mayor rango aquí, es mi deber guiar y completar el ritual.
Otro grito se escuchó. Sin pensarlo, Will empezó a caminar hacia la puerta de donde provenían los gritos. Pero antes de llegar, una mano se cerró sobre su brazo, deteniéndolo.
—Sé lo que estás pensando, Will —dijo su mentor con tono grave—. Por favor, no intentes detenerlo. No está bien visto. Si intentas interponerte, pensarán que tú también estás bajo influencia demoníaca y tu destino será el mismo.
—Pero…
—No puedes interferir, Will. Por favor. Si alguien te acusa, ni siquiera yo podre ayudarte
Antes de que Will pudiera responder, otro sacerdote se acercó. Su sotana impecable y la cruz dorada en el pecho anunciaban su rango. Will lo reconoció de inmediato: era parte de la junta directiva de la iglesia. Uno de los que lo había castigado años atrás tras el incidente con la niña demonio.
—¿Algún problema, Graham? No interfieras con la misión de Dios. Quienes se oponen no son bien vistos.
Sin decir nada más, Will se apartó con torpeza, el corazón latiendo con fuerza en los oídos. Salió de la iglesia tambaleándose, con las manos temblorosas y la vista borrosa.
Apenas llegó al estacionamiento, se dobló sobre unos arbustos y vomitó. La bilis ardía en su garganta junto con un miedo paralizador que lo carcomía.
No solo por los horrores que estaban ocurriendo dentro de la iglesia y no podía hacer nada para detenerlo. También sentía miedo por si mismo. Por lo que podría pasar si alguien descubría a quién pertenecía esa marca en su cuello.
—
Will observaba las fotografías de las escenas del crimen una vez más. Las imágenes no ofrecían más claridad que cuando lo vio en persona. La primera víctima, un camionero, había sido destrozado. La segunda escena era aún peor, una pareja, o lo que quedaba de ella, esparcida en trozos sobre la nieve, como si una fuerza brutal los hubiera desmembrado sin piedad.
—No se que decirte, Jack. Esto parece más el trabajo de un oso o algún tipo de animal salvaje. Ni siquiera había rastros de azufre en la escena.
Aunque había una esencia maligna, no era lo suficiente fuerte para que fuera un demonio
—¿No podría haber sido un animal demoníaco? —preguntó Jack, sin apartar los ojos de las fotos
—Son demasiado débiles para eso
—¿Tus perros demoníacos no han mostrado comportamiento agresivo?
—Winston le tiene miedo a los truenos, Jack. Son inofensivos. Ellos no atacan humanos. Tienen miedo.
—Entonces, ¿quién fue el responsable?
—Tal vez fue un humano. A veces, los humanos pueden ser mucho más desquiciados que los demonios.
Jack no pareció convencido, pero no insistió
Will continuó trabajando en el caso con diligencia obsesiva. Releyó informes, revisó grabaciones, asistió con los agentes del FBI a múltiples entrevistas con posibles testigos y sospechosos. Pero nada les daba una pista clara del responsable.
Hasta que el equipo forense encontró algo interesante.
Las impresiones de dientes encontradas en los cuerpos pertenecían a una criatura que no existía. Parecían similares a las de un oso, pero no coincidían con ninguna especie conocida. Las marcas de garras, igualmente, eran demasiado grandes para ser de un animal alguna vez visto.
—Alguien podría crear un mecanismo para simular el ataque de un animal —sugirió Will en voz baja, sin apartar la vista de los documentos forenses
Sentado a un lado del escritorio, Hannibal lo observaba con atención
—Hace un tiempo, trabajé como psiquiatra en Baltimore —dijo Hannibal—. Conocí a un chico joven con un deseo urgente de transformarse en una bestia, ya sea en un animal o demonio. Tenía la necesidad de entregarse al salvajismo
—¿Quería convertirse en un demonio?
—Es posible. Odiaba estar atrapado en su propia piel. Veía su cuerpo como una prisión.
Will frunció el ceño
—No es posible que consiguiera este traje solo. Estos animales ni siquiera existen
—Algunos demonios poseen rasgos animales. Mis propias astas son un ejemplo. Pero esos rasgos no imitan con fidelidad a ningún ser vivo: se distorsionan y deforman. Las astas de un demonio pueden ser más filosas que las de un ciervo. Unas alas, más huesudas o quebradas que las de un pájaro. Las marcas que encontraron podrían haber sido hechas por alguien que carga con una mandíbula parecida a la de un oso, pero no es un oso.
—Como una máscara
—Una máscara hecha del cráneo de un demonio. Conseguir una no es fácil. Tendrías que estar en el infierno o conocer a un demonio
—Entonces… Hizo un contrato, ¿no?
—Es bastante posible. Y considerando el nivel de brutalidad en los ataques, es probable que también haya negociado por un aumento significativo en su fuerza y en su velocidad al correr
Will pensaba en silencio, mordiendo distraídamente la tapa de su pluma mientras veía los papeles esparcidos por su escritorio. Cerró los ojos por un momento, viéndose a sí mismo transformado en una bestia. Garras en lugar de manos. Colmillos sobresaliendo de su boca. Sangre en su lengua.
Sintió la presencia de Hannibal detrás de él antes de escucharlo. El demonio olfateó su cabello, inspirando hondo, absorbiendo todo el aroma que podía. Will escucho un gemido de deleite por parte del demonio, que parecía estar pasándola bien
No se sobresaltó ante tal comportamiento. Ya empezaba a acostumbrarse a ese tipo de actos íntimos e invasivos
—Me encanta verte trabajar tan duro. Te ves muy guapo cuando estás concentrado
—¿Recuerdas cómo se llamaba el chico? —preguntó Will sin mirarlo, aún concentrado en el caso.
—Solo recuerdo su apellido: Tier.
Will anotó el nombre y le envió la información a Jack.
Detrás de él, Hannibal lo abrazó por la espalda y depositó un beso en su nuca. Hannibal estaba mas meloso de lo usual. Will se preguntó si era por las nevadas de los últimos días y buscaba el calor corporal de Will.
—Está nevando —susurró Hannibal junto a su oído—. ¿No quieres ir a la cama? Los perros ya están en sus camas.
Will asintió sin decir nada. Apagó la lámpara del escritorio y se dejó guiar por Hannibal, en silencio, hasta el dormitorio.
A la mañana siguiente, Will, Jack y el resto del equipo iniciaron la búsqueda. Consultaron la base de datos en busca de personas con el apellido Tier que coincidieran con la descripción que Hannibal había dado.
Encontraron varias personas, uno en particular llamó la atención: un hombre que trabajaba en un museo de historia natural y convivía diariamente con los esqueletos de animales antiguos.
Fueron a interrogarlo, pero no pudieron avanzar demasiado. El chico tenía coartadas sólidas, respuestas claras y bien estructuradas.
Will supo de inmediato que había ensayado todas sus respuestas. Cada palabra y expresión. Pero sin pruebas, no había forma de señalarlo.
Se fueron con las manos vacías del museo.
El día pasó más rápido de lo que esperaba. Para cuando se dio cuenta, ya era de noche. Aunque normalmente encontraba cierto consuelo en la oscuridad, esa noche en particular traía consigo un peso distinto.
Lo habían citado a la iglesia para la ceremonia oficial en la que recibiría el título de sacerdote. Normalmente esas ceremonias eran de día, pero con el escándalo que se había desatado tiempo atrás, la comunidad prefería mantenerlo en secreto. No querían atraer la atención de la prensa
En su habitación, frente al espejo, Will se observó. Llevaba el alzacuellos blanco sobre una camisa negra de vestir de manga larga. El pantalón también era negro, al igual que los zapatos. Una pequeña cruz de plata colgaba de su cuello, brillando suavemente bajo la luz tenue de la lámpara.
Esta vez, esa vestimenta no era parte de un disfraz, era una realidad y no pudo evitar sentir una opresión en el pecho. No le había gustado ser sacerdote. Y aún no le gustaba.
—Debo decir que te ves particularmente apetecible vestido así. Incitas al pecado.
Hannibal estaba sentado en la cama con las piernas cruzadas, observándolo como si fuera un postre servido en bandeja de plata
Will se encontró con sus ojos en el espejo y suspiró.
—¿No debería ser al revés?
—No. El deseo florece más intensamente cuando se prohíbe.
Tomó un peine viejo del cajón y lo pasó por su cabello, aunque lo único que logró fue desordenar aún más sus rizos rebeldes
—He oído que los humanos disfrutan del juego de roles —continuó Hannibal, como si estuviera hablando del clima—. Podríamos jugar. Tú serías el sacerdote y yo, tu fiel creyente, desesperado por confesar mis pecados.
Will volvió a ignorarlo, centrado en acomodarse el cuello de la camisa
—¿Crees que esta sea la misión que Dios me dio?
Las palabras escaparon de su boca antes de que pudiera retenerlas
—No. Eres especial, Will, de eso no hay duda. Pero a Dios no le importa lo que hagan los humanos, ni sus destinos. ¿Tu trabajo como exorcista lo haces en su nombre?
—No… Lo hago porque es justo. Porque alguien debe poner fin a la maldad. Soy el único que puede hacerlo.
Admitir por fin que su trabajo por Dios se sintió bien.
Hannibal sonrió, complacido.
—No deberías avergonzarte por disfrutarlo. Impartir justicia, sea a quien sea, debe sentirse bien. Sin embargo, la maldad no nace solo en los demonios, Will. Los humanos también la cultivan —hizo una pausa antes de preguntar—: ¿Crees en Dios, amado?
Will tardó un momento en responder, con los ojos clavados en el espejo.
—No lo sé —admitio—. A veces quiero hacerlo. Quiero creer que hay un orden o un propósito detrás del caos. Pero la mayoria de veces, me parece que Dios es un lugar al que las personas dirigen sus miedos y sus culpas para no enfrentarlas.
—Un pensamiento interesante, querido Will
Su mano se aferró a la cruz que colgaba de su cuello.
—Cuando mi padre se dio cuenta de mi don como exorcista, me escondió para que los demonios no pudieran encontrarme. Se refugió en Dios para pedirle que me salvara. Él, y todos los demás en la iglesia, siempre me dijeron que Dios era amor. Que me salvaría porque me amaba.
Incluso desde niño y pese a ser educado para que creyera, Will siempre tuvo dudas respecto a su fe.
—El amor también puede destruir —replicó Hannibal—. El amor ha llevado a guerras, a sacrificios, a mártires. A la muerte de inocentes que estaban en el lugar equivocado. El amor puede ser una excusa tan peligrosa como el odio.
—¿Crees que de verdad ama a todas sus creaciones? —preguntó, apenas un susurro.
—A unas más que a otras. Pero ninguna está exenta de su indiferencia. No salvaría a nadie, no importa cuánto le supliquen
La voz del demonio estaba teñida de rabia, como si hubiera un rencor profundo detrás de ellas
—¿Tú crees en Dios?
—Desde la perspectiva correcta… existe. Pero no me molesto en pensar en ninguna deidad —respondió Hannibal con la frialdad de quien habla de un viejo conocido que ya no importa—. La malicia de Dios no tiene medida. Y su ironía es incomparable.
Guardó silencio por un instante, sus ojos fijos en Will. Luego añadió en voz baja:
—Pero no tienes que temer a ningún tipo de Dios. Estoy aquí, contigo. Yo te protegeré, incluso si todos los dioses están en tu contra. No dejaré que te dañen.
Will se giró hacia él
—¿Por qué?
—Porque te amo. Creí que ya lo había dejado claro.
Antes de que Will pudiera contestar, los perros comenzaron a ladrar. Salió de la habitación de inmediato, teniendo un mal presentimiento Todos los perros estaban reunidos frente a la puerta principal, alertas
—¿Qué pasa, chicos?
—Will —lo llamó Hannibal, ya detrás de él—. Hay un demonio en el bosque.
Los ojos de Hannibal brillaban, más rojos que de costumbre
Will entreabrió la puerta, solo un poco, apenas lo suficiente para intentar ver hacia la oscuridad. Para su mala suerte, Buster, entre pequeños ladridos, salió disparado hacia el bosque antes de que pudiera detenerlo.
Will soltó una maldición en voz baja, agarrando su chaqueta y su arma, indicando a los otros perros que retrocedieran. Antes de poder salir, Hannibal lo tomó del brazo para detenerlo
—¡Will! Yo iré por Buster, tu quédate aquí.
—¡Quítate! —espetó Will, empujándolo con más rabia de la que pretendía—. ¡Buster! ¡Vuelve!
Sin mirar atrás, salió corriendo tras su perro.
El aire era frío y cortante. Había estado nevando todas las noches desde que el invierno se instaló, y ahora la capa blanca crujía bajo sus botas mientras avanzaba. Siguió el rastro de las pequeñas huellas que Buster había dejado marcadas en la nieve, con la escopeta apretada entre las manos.
Un chillido agudo lo hizo apurar el paso. Su corazón latía con fuerza. Sabía que era una trampa. que estaba cayendo en la trampa del monstruo escondido entre los árboles. Pero no le importaba. No podía dejar atrás a Buster.
A través de las sombras entre los troncos, lo distinguió: una figura encorvada, casi fusionada con la oscuridad. Sostenía a Buster, quien chillaba levemente, agitando sus pequeñas patas en un intento inutil de liberarse
Will levantó la escopeta, apuntando a lo que suponía era la cabeza del intruso, quien parecía llevar una máscara. Sus dedos acariciaron el gatillo. Pero no disparó. Temía herir al pequeño.
—¡Suéltalo! —rugió, el corazón desbocado, la mirada firme, la respiración agitada.
La criatura no hizo caso. Will nervioso, se preparó para disparar
—Suelta al perro
El intruso soltó al perro de inmediato y cojeó hacia su dueño. Will se encontró con él a mitad de camino, bajando la escopeta para meter al tembloroso perro dentro de su chaqueta.
Con una mano sujetando al perro y la otra agarrando la escopeta,
Will retrocedió, con pasos torpes. En ningún momento apartó la mirada de la figura que seguía inmóvil.
Se detuvo cuando su espalda chocó contra algo sólido. No necesitó girarse para saber que era Hannibal.
A la luz pálida de la luna, distinguió con claridad el brillo antinatural de un cráneo blanco que relucía sobre el rostro del intruso. Su cuerpo estaba envuelto en una armadura de huesos, curvada y deformada como si la hubieran ensamblado a partir de huesos reales. Will supo que frente a él tenía a Randall Tier
No estaba solo.
Detrás de él, algo más se movía. Algo mucho más grande.
Escucho un sonido reptante, húmedo y constante, como el arrastre de una serpiente colosal sobre la nieve y la tierra húmeda. Un susurro que helaba la sangre. La criatura exhalaba humo desde alguna parte de su cuerpo.
Sus ojos brillaban entre las sombras, encendidos como llamas. No lo miraban a él.
Estaban fijos detrás de Will. Fijos en Hannibal.
El demonio detrás de él emitió un sonido demasiado grave y profundo como para ser humano.
La luna fue devorada por un manto de nubes densas, sumiendo el bosque en una oscuridad aún más espesa. Will se giró, y aunque la iluminación disminuyó, sus ojos lograron distinguir la figura que ahora se erguía detrás de él.
Ya no era el Hannibal que conocía.
Frente a él se alzaba una criatura humanoide, del doble de su tamaño. Su piel parecía hecha de carbón. Dos enormes astas se curvaban desde su cráneo hacia el cielo como ramas retorcidas de un árbol maldito. Sus rasgos estaban petrificados y los reconoció como los de Hannibal
—Ve —gruño la criatura con astas
Abrazó a Buster con fuerza contra su pecho y salió corriendo a su casa
Sabía que Randall iría tras él. No entendía cómo había encontrado su dirección. Pero lo había hecho, y venía a matarlo.
Tampoco sabía por qué Hannibal había adoptado su otra forma, aunque una parte de él empezaba a atar cabos. Hannibal le había advertido que había un demonio en el bosque. Tal vez esa criatura serpiente era el demonio con quien Randall había sellado su contrato.
Will llegó a la cabaña jadeando, empapado de sudor y nieve derretida. Dejó a Buster en el suelo y de inmediato reunió a los demás perros.
Consiguió un trozo de tiza y dibujó un círculo protector alrededor de ellos. Sello el conjuro con una gota de su propia sangre. Humano o demonio, nadie podría tocarlos mientras estuvieran dentro del círculo.
Agarró su arma y se pegó a la pared. Guardó silencio, atento a cualquier sonido que indicara que Randall estaba cerca. A lo lejos, escuchaba los ecos de una pelea. Hannibal debía de estar enfrentándose al demonio
Apagó las luces. La cabaña quedó sumida en la penumbra, apenas iluminada por la tenue luz de la luna.
Aunque su hogar estaba protegido, no serviría de mucho ahora. Tenía símbolos protectores que le avisaban sobre algún visitante demoníaco. Randall al no ser un demonio, podía acercarse y entrar sin activar las protecciones
Aún le quedaba una última defensa; tenía pequeñas campanas de latón colgadas en distintos puntos de la casa, sensibles incluso al más leve cambio en el aire. No eran sagradas, ni mágicas, solo viejas herramientas que servían para alertarlo.
Esperó, conteniendo la respiración, intentando escuchar más allá de los ladridos desesperados de los perros.
Un leve tintineo. Proveniente de una campana a su izquierda. Will volteó justo a tiempo para ver cómo la ventana explotaba en mil fragmentos cuando el cuerpo de Randall se estrelló contra ella con la violencia de una bestia.
Will alzó su escopeta, apuntando de inmediato al intruso. Pero entonces su cuerpo se tensó, paralizado. No vio a Randall.
En su lugar, de pie frente a él, vio a su antiguo mentor. Tenía enormes cuernos de carnero que se curvaban hacia atrás.
Parpadeó, atónito, y el rostro cambió. Ahora era el sacerdote con el que había hablado hacía apenas unos días. Luego otro más. Y otro. Todos con esa expresión de superioridad que Will conocía demasiado bien.
Sabía que aquello no era real. Sabía que Randall estaba allí, y que lo que tenía delante era una ilusión. Pero esos rostros del pasado lo miraban con sonrisas condescendientes, cada una más cruel que la anterior.
Decidido, lanzó lejos su escopeta.
Su mentor (o lo que parecía serlo) se abalanzó sobre él con una violencia feroz, azotándolo contra la pared. Will empujó a la criatura con toda la rabia acumulada durante años.
Cayó encima de ella y, cegado por el odio, comenzó a golpearla varias veces. Su puño se estrellaba contra rostros que cambiaban constantemente. Rostros pertenecientes a hombres de fe que habían destruido muchas vidas, incluida la suya.
Will los golpeó hasta hacerlos sangrar. Sujetó su cuello y lo rompió con un horrible crujido.
Solo entonces, las ilusiones se disiparon y solo quedó el rostro verdadero. El de Randall Tier, muerto en el suelo con el cuello roto.
Will permaneció de rodillas sobre él, los nudillos cubiertos de sangre, jadeando, con el pecho agitado, mirando el cadáver como si no pudiera aún comprender lo que acababa de hacer.
No sintió asco ni culpa. Sintió una sensación de justicia y algo parecido al alivio. Al placer. Se sintió bien al imaginar la cara de quienes habían hecho más daño que bien con su poder y estatus
—Will —dijo una voz grave y ronca
Will se giró hacia la ventana rota. Entre los restos de vidrio y madera, agazapada en las sombras, distinguió una figura humanoide. Sus grandes ojos blancos lo observaban sin parpadear.
—¿Hannibal?
Avanzó un paso hacia él. Hannibal retrocedió. Nunca antes se había alejado de él.
El cuerpo de Hannibal estaba cubierto por un líquido espeso y oscuro como tinta. Goteaba desde sus astas y garras, en hilos lentos que caían al suelo con un sonido húmedo
—¿Estás herido?
Hannibal negó con la cabeza, pero seguía sin acercarse.
Will supo la verdad con solo mirarlo a los ojos. Hannibal quería irse para no mostrarse ante Will de esa forma, pero aún así había ido a comprobar que estuviera bien.
Sintió que algo se ablandaba en su pecho.
—Está bien —dijo en voz baja—. Vamos a limpiarte.
Extendió la mano en una invitación silenciosa. Vacilante, Hannibal tomó la mano que Will le ofrecía.
Su mano era mucho más grande que la de Will, cubierta de una piel negra que parecía obsidiana. Las garras estaban afiladas, manchadas por ese líquido oscuro que chorreaba de sus dedos pero aun asi Will no se apartó. En su lugar, apretó su agarre
Hannibal, por primera vez desde que había asumido esa forma, no se sintió como un demonio. No frente a Will.
Se sintió visto y aceptado.
Notes:
Próximo capítulo: continuación directa de este capítulo donde ocurre su primera vez (Hannibal top, Will bottom)
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