Chapter Text
El pequeño Jamie se encontró con un cartelón que llamó su atención y el mismo se podía ver en varias partes del pueblo. El mismo anuncio estaba en los postes y en las puertas de cada local. No era normal que en un sitio tan poco concurrido hubiese algo tan llamativo como aquello y desde luego quien hubiese propagado dicha publicidad tenía toda la intención de captar el interés de los muchachos jóvenes como Jamie, quienes tenían el deseo ardiente de demostrar sus talentos.
El muchacho solo había ido al mercado a buscar rábanos, coles y huevos para el almuerzo que prepararía su abuela, no teniendo en mente que volvería a casa con nuevo objetivo. Tan solo arrancó el anuncio de la puerta de un establecimiento, lo dobló y se lo guardó entre la ropa.
Esa misma noche Jamie se veía de tan buen humor que resultaba alertador para su abuela, pues el pobre chiquillo únicamente se ponía así cuando le había dado una paliza a algún brabucón que hubiese osado a provocarle por los rincones del barrio. Sin embargo, lo dejó pasar, diciéndose a sí misma: «Esta vieja ya no está para soportar las travesuras de los niños».
Al terminar la cena el chiquillo se fue a dormir temprano porque tenía en mente madrugar y comenzar a entrenar desde temprano. El cartelón invitaba a todos aquellos que quisiesen participar en un prestigioso campeonato local de artes marciales. ¿La recompensa? No importaba. El tan solo saber que todo el mundo estaría ahí para verle patear traseros y ser respetado por todos era suficiente. Jamie se hacía ilusiones a sí mismo pensando en que sería pan comido salir victorioso del escenario. Además, el evento iba dedicado el talento joven, ¿y cuantos muchachos talentosos podría haber a los alrededores? No muchos, probablemente.
Pese a su confianza, sabía que nunca era bueno correr riesgos y por eso desde antes de que saliera el sol el joven Jamie comenzó a entrenar un poco más y así podría emprender su viaje con calma. Era tan solo un chiquillo de doce años de edad, aunque en sus ensoñaciones ya se sentía como todo un hombre. «Es la oportunidad de mi vida», se dijo. Su abuela, teniendo en mente lo que planeaba y con ninguna intención de detenerle, le observó. Y cuando la noche cayó y supo que no había forma de frenarle —y que en caso de que la hubiera, eso destrozaría sus sueños—, decidió hablarle con calma.
—Sé que estás planeando irte de Lamma.
Sus palabras lo tomaron por sorpresa. Ahí sentando, cruzado de piernas mientras sostenía su plato con una mano y con los palillos se ayudaba a echarse los fideos chow mein a la boca, intentó tomarse las cosas con calma aparentando ignorancia.
—No sé de qué me hablas.
—Está esparcido por toda la isla… —dijo mostrando el cartelón que Jamie arrancó de por ahí.
—¡¿De dónde…?! —Inconscientemente rebuscó entre su chaqueta.
—Es una oportunidad perfecta para que los niños revoltosos como tú se tiren los dientes entre sí.
—No es solamente para tirarnos los dientes entre nosotros.
—¡Ja! Pequeño Jamie, ¿crees de verdad que habrá gente con talento nato como el tuyo en un torneo como ese? Verás que habrá fanfarrones que solo van a jactarse de lo que no pueden alcanzar. No desperdicies tu tiempo en esto, el kung-fu no es para simplemente golpear a un adversario que no odias.
—Sé que puedo ganar.
—De eso hablo. Todos estarán pensando igual que tú. Eres fuerte, mi niño, pero no me gustaría que estuvieras allí.
El chico perdió los estribos por no recibir el apoyo que deseaba de su abuela, aunque, en primer lugar, él no había tenido la suficiente confianza como para comentarle sobre los planes de su partida. Quizá porque en su interior sabía que lo que hacía era imprudente o quizá porque sabía que la mujer era sobreprotectora con él desde que su hija había muerto. Y de cualquier forma ambos casos eran obstáculos para alejarle de aquel importantísimo evento al que no podía faltar por nada del mundo.
—¡No lo entenderías! Nadie en esta aburrida isla hace nada nunca. ¡Yo nací para luchar!
—No hables con la boca llena, muchacho.
—¡Y no pienso quedarme aquí en el olvido! Quiero ir a la ciudad. Entonces todos sabrán de lo que soy capaz. Y no pienso discutirlo, porque definitivamente iré.
—¿Y vas a dejar a tu pobre abuela sola?
—Eso no es lo que… —Carraspeó—. ¡Volveré! Y volveré con el trofeo o la medalla o el cheque o lo que sea que les dan a los ganadores.
La ancianita terminó de comer sus fideos y se quedó tranquilamente bebiendo de su taza de té. El niño esperaba una contestación de ella, no creía correcto irse a su cuarto en medio de la conversación. Entonces, deseándole suerte a su incorregible nieto, dijo:
—Ve a dormir, Jamie. Tu vida será ajetreada en Hong Kong. Al menos hazme saber cuando te vayas.
Así lo hizo. No se fue al siguiente día, sino al siguiente del siguiente. Se llevó sus cosas en una mochila y emprendió el viaje. Lo primero sería encontrar un lugar decente donde pasar la noche en la ciudad, sin embargo, a la vista Hong Kong no se veía muy amigable. No tardó en perder su dirección y de repente todas las calles parecían ser las mismas. Los callejones eran oscuros y ningún alma tenía la intención de ayudar a un pobre muchacho que venía de las afueras para quitarle un poco más de espacio a la ciudad. A un par de bravucones se les hizo cosa fácil ir a echarle bronca y Jamie creyó que era la oportunidad perfecta para calentar un poco. No era que su kung-fu fuese excelente, pero era lo suficientemente decente como para hacer llorar a unos cuantos matones. No obstante, nunca había tenido una pelea de verdad y la sola idea de que era el mejor era seguramente una ilusión, porque en un principio no tuvo problemas en repartir puñetazos y patadas a diestra y siniestra, pero entre más gamberros salían de entre los callejones la sensación de que su derrota llegaría pronto era vivaz. Sus nudillos ardían, tenían rastros de sangre ligeramente. Cuando pateó a algunos de los pobres diablos que amenazaron que arrebatarle lo poco que llevaba de pertenencias fue cuando entonces de verdad hubo dientes tumbados. Pero esos sujetos trajeron más gente consigo y ganar se volvió cosa cada vez más difícil.
Afortunadamente la paz no sería perturbada por mucho más tiempo porque aparecerían los dragones gemelos para interrumpir semejante falta de respeto por su barrio.
El muchacho de blanco fue el primero en lanzarse hacia aquellos que tenían del cuello al chiquillo, logrado romper el agarre y formar un espacio en el que Jamie pudiese recuperar el aire. Por otro lado, estaba el joven de rojo que escoltaba a su hermano de brazos cruzados pegado hacia la pared, cuidando que ninguno de los que estaban fuera del rango de visión de su gemelo intentara pasarse de listo.
Yun se posicionó enfrente de Jamie intentando protegerle de los otros con su cuerpo, pero para entonces el niño ya no sabía quiénes eran enemigos y quienes eran aliados, y al tener al muchacho tan cerca sintió que era la oportunidad perfecta para atacarle por la espalda.
—Oh, ¡no lo harás! —exclamó a la vez que desviaba la mano del niño con un movimiento fuerte y veloz.
—¡Hey!, ¿quién empezó esto? —habló Yang alzando la voz en espera de que el niño o alguno de los matones respondiese a su pregunta—. Saben que no pueden andar por ahí haciendo alboroto, ¿verdad? Este territorio es nuestro. ¡Fuera de aquí!
Los otros conociendo la fuerza de los hermanos no se opusieron y se llevaron lo que le quitaron a Jamie. Era mucho mejor dejar los pleitos para después cuando los gemelos no estuviesen custodiando las calles.
Una vez solos, Yun se dirigió a Jamie aun sin soltarle la mano con la que frenó su débil golpe.
—Fuiste tú quien empezó, ¿cierto?
—¡¿Crees que yo me metería con ese montón de imbéciles porque me divierte hacerlo!? —escupió de mala gana, con un ojo morado y una contusión creciente en uno de sus brazos—. ¡Se llevaron mis cosas!
—¿Ellos se llevaron tus…? Oh, vamos, debiste decir eso antes en lugar de intentar golpearme, niño. —Entonces volteó a ver a su hermano y dijo—: Yang, ¿crees que puedas alcanzarlos?
—Tal vez, pero el restaurante sigue abierto y nosotros estamos aquí perdiendo el tiempo. Habrá clientes molestos si no volvemos con las cebolletas y el pimiento.
—¡Agh, es cierto!
—Volvamos, Yun. Él ya se encuentra a salvo lejos de ellos. Además, ¿por qué no viene con nosotros?
La sugerencia pareció tentadora para el hermano mayor, además de que realmente no tenían más tiempo para seguir discutiéndolo. Yun soltó a Jamie, quien seguía pegado a la pared con una expresión mezclada entre miedo y perplejidad.
—¿Qué dices? —preguntó Yun dirigiéndose a Jamie—. Eres nuevo por aquí, ¿verdad? Reconozco cada cara en este barrio. Nadie viene aquí sin ninguna razón. Si de verdad vas llegando, podemos ayudarte a conocer la ciudad.
—¡No vengo a pedir caridad! Además, ¿cómo sé que no piensan hacer algo raro conmigo?
—Caray, solo intento ser amigable, ¿okay?
Yang intentó preguntar:
—¿Para qué viniste a Hong Kong?
Jamie dudó un poco antes de responder, pero finalmente habló en un balbuceo.
—El torneo…
—¿Torneo? —preguntó Yun con desconcierto—. Yang, ¿tú sabías algo de esto?
—Ah, se lo oí mencionar a algunos de los clientes… Pero la verdad no sé gran cosa —respondió encogiéndose de hombros.
—¡Podrías habérmelo dicho, hombre! Si participamos podríamos ganar algún premio interesante.
—No lo harán, ¡ese torneo tiene limitaciones de edad no apto para ancianos como ustedes! —exclamó Jamie acomodándose un mechón de pelo rebelde que caía por su frente.
—¡¿Ancianos?! ¡Tenemos veinte!
—Tiene razón, hermano. Probablemente no aceptarán a personas mayores de catorce años. Si fuese lo contrario ya nos habría llegado una invitación directa. —Yang habló con calma.
—¡Hm! Como si nos hiciera falta de todas formas…
Pero Jamie siguió de pie pensando en mil formas de cómo dar con el paradero del lugar en donde sería el torneo dentro de tres días ahora que no tenía su mochila con todas sus pertenencias. No tenía ni dinero ni la solicitud para la inscripción del torneo y tampoco una forma de comunicarse con su abuela. Todo estaba perdido. «¡Fui muy iluso!», pensó.
—Hay espacio en casa. Ahora solo somos Yang y yo. Ven con nosotros —insistió—. Además, mañana podrían aparecer de nuevo esos tipos con tus cosas. No te angusties.
Jame no dijo nada ni tampoco cambio su expresión. Era obvio que el pobre muchacho estaba asustado y cansado como para tan siquiera considerar confiar en un par de extraños que espeluznantemente lucían igual.
—¡Vamos, no te hagas del rogar! Ya no hay tiempo. —Yun lo tomó de un brazo y se lo llevó consigo.
—¡¿Qué haces? ¡Suéltame ahora mismo! —exclamó.
—¿Qué te parece esto? —habló Yang que solo atinaba a ver a su hermano batallando con el chamaco que hacía de todo para zafarse del agarre—. Primero pasaremos a la tienda a comprar los ingredientes por lo que veníamos en primer lugar y luego iremos a la farmacia por algo para curarte. Tranquilo, puedes irte después.
El niño los vio detenidamente e hizo una expresión que denotaba desinterés, aunque luchaba por ocultar su latente desconfianza.
—Solo eso y me iré lejos.
Cumplieron con su palabra. Terminaron rápido los mandados y se dirigieron hacia el restaurante a un paso calmo, ni lento ni apresurado. Yun llevaba una bolsa con las verduras que compraron y Yang llevaba la bolsa que traía consigo el medicamento para tratar a Jamie.
El trayecto hacia su destino no fue incómodo para los hermanos que estaban demasiado acostumbrados a hablar entre ellos incluso si ya no existía un tema de conversación sostenible. Jamie solo se mantenía en silencio caminando detrás de ellos con el dolor punzante de las heridas de su rostro magullado y sus brazos moreteados. Se preguntaba qué haría después cuando tuviese que volver a las calles y cumplir su objetivo en esa ciudad: ganar el maldito torneo juvenil de artes marciales. Y desde luego que también pensaba en su abuelita. No había tenido mal sabor de boca hasta ese instante cuando el remordimiento lo carcomió y pensó por fin que dejar abandonada a la anciana no había sido la mejor idea del mundo, pero se repetía a sí mismo que volvería pronto y eso estaba bien para él por el momento.
El restaurante estaba abarrotado de gente. La clientela estaba impacientada y los hermanos tuvieron que ponerse manos a la obra primero con lo que era su deber, dejando de lado sin querer al jovenzuelo que todavía sufría de leves dolores.
Cuando se desocuparon fue entonces cuando uno de ellos tuvo oportunidad para desaparecer de la cocina.
Yun, todavía con la ropa de cocinero, se acercó a Jamie, quien ni siquiera se había atrevido a entrar de lleno al establecimiento y esperaba en las escaleras que estaban en la puerta de la entrada viendo el cielo nocturno. Estaba cabizbajo, con frío y de muy mal humor.
—Adentro es cálido. Puedes esperarnos a Yang y mí en una mesa. Estoy seguro que eso te sentará mucho me…
—Aquí estoy bien.
—¿Seguro? El frío va a hacerte daño.
Jamie ignoró sus palabras y el pobre Yun muy descolocado se puso de pie y volvió a donde su hermano. Al ver el ceño fruncido del chico de trenza, Yang supo que algo no había salido bien. Aun así, se arriesgó a comprobarlo.
—¿Todo en orden? —preguntó Yang con una sonrisa mientras freía el arroz con las verduras, huevo y carne en una sartén a fuego alto.
—¡No puedo con él! Tiene un carácter horrible.
—Me recuerda a alguien que conozco…
—Vamos, Yang, esto es todavía peor. Intento ser buena persona, pero el universo me pone a prueba todos los días.
Yun apretaba los puños y su hermano comenzó a reír ante ello. Yang creía que Yun hacía caras graciosas cuando se molestaba.
Encima, el pobre gemelo mayor estaba devastado porque no había tenido una buena semana. Montones de chamacos le habían provocado molestias durante lo largo del fin de quincena y si sumaba a aquello su solicitud reprobatoria de ingreso a la universidad, se sentía exhausto. Por eso, se limitó a lavarse las manos y a ayudar a su hermano con los últimos platillos que estaba sirviendo. Ya estaba demasiado cansado como para tan siquiera intentar armar más problemas. Normalmente hablaba entre dientes, pero ahora solo atinó a esconder todo en los rincones de su mente.
Yang apagó el fuego, tomó un montón de platos y se los apiló ágilmente. Antes de salir de la cocina, habló con voz segura.
—Esta noche el restaurante cierra temprano.
—¿Quién lo decidió?
—Yo. Ve a recostarte un rato, Yun.
—No puedo hacer algo así.
—¡Claro que sí! Vete ya. Yo me encargo del chico.
El mayor no dijo nada más. Tan solo le dedicó una sonrisa a su hermano, se quitó el mandil y salió de la cocina. Subió las escaleras hasta llegar a la segunda planta para echarse a dormir.
Cuando hizo saber a los clientes que el lugar cerraría pronto, comenzaron a protestar. Nada que Yang no remediara diciendo: “¡en la próxima visita la casa invita el postre!” Así fue capaz de contentar a varios.
Luego, se dirigió a Jamie que seguía en la misma posición que antes, con el rostro hundido entre las piernas y temblando ligeramente.
El niño intentaba engañarse a sí mismo diciéndose que era fuerte y capaz, y aunque lo era, también debería estar consciente de que era tan solo un niño de doce años que tenía todo por perder en una ciudad tan movida como lo era Hong Kong. Sobre todo estando solo.
Y por ello, su infantil comportamiento resurgió cuando intentó ignorar con todas sus fuerzas el espléndido aroma de la comida cantonesa que estaba caliente y recién servida sobre las mesas de los comensales. Era delicioso y de tan solo inhalar un poco sentía el rugir de su estómago pidiendo por algo de alimento. Y de pronto ese aroma se sintió más intenso y más cercano, casi como si hubiera entrado a la mismísima cocina. Y no estaba del todo equivocado, porque al alzar el rostro vio a uno de los gemelos acercarse a él tranquilamente con rostro sereno y movimientos casuales. Llevaba consigo una bolsa de papel con algo adentro que de verdad olía muy bien.
Yang se sentó a su lado y le tendió la bolsa.
—Come algo primero.
A juzgar por lo que Yun había dicho y lo que había observado, esperaba que el remilgoso Jamie dijera algo como: “¡claro que no!, ¡ni loco!, ¡ustedes quieren envenenarme!” Pero para su sorpresa no lo hizo. Rápidamente estiró su mano para tomar la bolsa y rebuscar lo que había en ella. Agarró uno de los shaobings calientitos y le dio una mordida con todas las ganas. Luego tomó otro y se lo zampó rápidamente. Comía con rapidez, hasta el punto en que Yang soltó una risa al ver al niño con las mejillas infladas.
—Tranquilo, podrías ahogarte. —Le tendió una botella con agua de la cual Jamie bebió con la misma prisa y siguió comiendo. Yang lo observó comer un rato hasta que se hubo saciado la vista. Compartir un momento de silencio no estaba mal, aunque antes había pensado en dejarlo solo—. Shaobings con extra de carne. ¿Qué tal? Es lo que más se vende últimamente. Los cocinamos todo el tiempo.
Jamie habló con la boca llena como usualmente hacía. Le restó importancia a sus palabras, sin embargo, con algo cayéndole en el estómago estaba notablemente de mucho mejor humor.
—No están nada mal —dijo y se zampó otro bollo.
Yang sonrió. Saber que las recetas de la familia eran apreciadas de dicha forma calentó su corazón.
Poco a poco Jamie comió más lentamente; el mayor tenía razón: comer de prisa le hizo doler el estómago.
Para entonces los últimos clientes ya estaban retirándose. Se despidieron de Yang y salieron a las calles. Ya que el local se había quedado solo por fin, el muchacho sintió que era la oportunidad perfecta para que el quisquilloso niño accediera a tener un poco más de interacción con él. Además, sentía pena y no podía dejarlo más tiempo con las heridas sin sanar, por lo que volvió a insistir en que entrara a la casa. Jamie pensó en negarse a entrar, pero su abuela le había enseñado buenos modales y sabía que no podía seguir siendo grosero luego de que el joven le hubiera dado de comer y encima se ofreciera a curarle. Por ello accedió, y con precaución, por supuesto, porque su abuela también le enseñó a interpretar la reconocida frase: “caras vemos, corazones no sabemos”.
No subieron a la segunda planta, sino que se sentaron en una de las mesas del restaurante. Yang se sentó a su lado todavía sin quitarse la ropa que usaba al cocinar, sacó el botiquín con escasos recursos que tenían y también tomó el medicamento que compraron de paso para poder dárselo. Le tendió una pastilla y luego de tomársela con mucho cuidado le untó una pomada en las partes magulladas de su rostro y también en el hombro y brazo para terminar poniendo gazas y curitas. «Con esto deberá estar bien» dijo Yang para sus adentros. Le pareció curioso ver que el joven chico estuviera tan atento a cada movimiento que hacía, como un cachorrito temeroso. Fue entonces cuando supo que el niño comenzaba a replantearse la idea de quedarse porque las noches en Hong Kong eran más ajetreadas de lo que hubiese imaginado, pero no le dijo nada. Simplemente dio por hecho que tenía un nuevo invitado.
—Por cierto, soy Yang Lee —dijo al cabo de un rato cruzándose de brazos sobre la mesa—. Y mi hermano es Yun. ¿Cómo te llamas?
Ser dubitativo era parte de su persona. El niño tardó unos segundos en dar una contestación con voz tenue.
—Jamie. Jamie Siu.
Yang sonrió abiertamente.
—Bueno, Jamie, siéntete libre de quedarte. Imagino que fue una noche difícil, pero tienes algo importante que hacer así que puedes irte mañana cuando gustes hacerlo. No te estoy obligando… —Sonrió al recordar la graciosa cara angustiada de Yun—. Sé que a veces mi hermano puede ser algo tosco, así que te entiendo bien.
—Yo… No era mi intención. Tal como dices, pasé un mal rato.
—Puedes volver a comenzar mañana cuando tus heridas hayan sanado y cuando él no esté muy agobiado por el trabajo, ¿sí?
Jamie quiso decir “intentaré”, pero no era cosa de intentarse, sino de hacerse. No quería tener más problemas antes del torneo, el cual era la principal razón por la que se encontraba allí. Y sabía que para evitarse problemas no le convenía merodear por las calles.
—Yang.
—¿Sí? —Se sintió aliviado de ver al chico con mucho mejor semblante.
—¿Podría…? Eh…
—Dímelo.
El chico suspiró. Puso una de sus manos en su barbilla para ocultar con pena parte de su rostro.
—¿Puedo quedarme unos días?
—Claro. No es ningún problema. Aunque Yun y yo lo propusimos antes y entonces tú…
—Lo sé. Lo siento —dijo con sinceridad en voz baja—. Debí haberme sabido comportar.
—Está bien, hombre. No nos supone problema a ninguno de los dos. Quédate cuanto gustes.
El pequeño Jamie se sonrojó sutilmente y añadió:
—Gracias.
Yang sonrió, provocando que el otro se girase al no soportar la mirada ajena por sobre de él. El mayor se puso de pie, se quitó el uniforme del trabajo y se estiró de lado a lado para aligerar un poco el dolor de espalda que pese a su juventud le atormentaba de vez en cuando.
—Vayamos arriba, Jamie. Estoy seguro de que ya quieres dormir. Voy a preparar una cama para ti.
La casa no era muy grande, así que tendría que decidir si querría dormir en la sala de estar o en la habitación del muchacho, porque seguro que no se sentiría a gusto durmiendo con Yun.
Al final, la sala fue perfecta para Jamie. El menor de los hermanos Lee se encargó de hacer que el chiquillo se sintiera cómodo, no solamente ocupándose de arroparlo adecuadamente sino también asegurándose de que las heridas no le molestaban de gravedad. “Estoy bien” dijo Jamie y Yang confió en esas palabras. Por la mañana siguiente sería capaz de ver si no mentía.
La sala de estar era pequeña, pero era cómoda. Había un televisor con antena que agarraba bien la señal de todos los canales. También había una alfombra de mimbre debajo de la pequeña mesa del centro en donde estaba puesto un adorno tradicional de cerámica con forma de cerdo y lo que parecía ser un cenicero que ahora era utilizado para depositar monedas. Había una planta en la esquina cerca de la ventana que lograba darle un toque cálido a la habitación, y, en lugar de cortinas, tenían una persiana que no conseguía cerrarse muy bien.
Con todo y todo el lugar era bello y el tapiz color guinda rojizo ayudaba a conciliar bien el sueño para echar una siesta en el sofá donde ahora Jamie reposaba.
Yang se encaminó a la puerta y echó un último vistazo al chiquillo.
Sintió alivio al verlo tan cómodo cuando momentos atrás había estado tiritando de frío. Y de repente no quería admitirlo, pero era así: añoraba una familia numerosa. Amaba a su hermano y eso no podía negarlo de ninguna manera, pero el tan solo imaginar que Jamie se quedara viviendo con ellos le daba una extraña sensación de bienestar. Ello le llevó a sacar conclusiones en las que se daba por única explicación que Jamie Siu le recordaba enormemente a su hermano cuando ambos todavía eran unos niños y los únicos problemas que tenían eran esos que se armaban ellos mismos a causa de sus travesuras, su inmadurez y su inocencia.
Recordó la sensación de querer ser fuerte, el deseo de querer ser alguien, la necesidad de superarse, y dichos sentimientos los vio encarnados en el niño recién llegado.
Yang sintió que quería cuidarlo como nunca pudo cuidarse a sí mismo y como nunca pudo proteger a su hermano. Lo tomó como una segunda oportunidad.
«Aunque Yun seguirá diciendo que solamente es un niño malcriado y ya» pensó y resopló con media sonrisa.
Jamie intentaba dormir, ganas no le faltaban, pero estaba distraído pensando en su abuela y de repente, más allá de sus ganas de verse victorioso en una rigurosa batalla, quiso volver con ella y dejar todo a un lado.
—Mañana iremos a comprarte un cepillo de dientes —dijo Yang antes de apagar la luz—. Buenas noches, Jamie.
El muchacho salió de la habitación. Iría a acostarse, estaba muy cansado también.
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Contrario a lo que pensó, Jamie durmió bien. Bostezó e intentó ponerse de pie, sin embargo, un bulto encima de él se lo impidió. Era una gata que dormía encima suyo como si nada más importase en el mundo.
Al seguir moviéndose, el animal se tiró al suelo y salió por la puerta que estaba entreabierta. Poniendo más atención a eso, se preguntó: «¿acaso Yang no había cerrado la puerta ayer?» Y supuso que lo fue a revisar durante la noche para cerciorarse de que sus heridas no hubiesen empeorado.
Bajó lentamente las escaleras luego de no detectar signos de vida en la segunda planta.
Escuchó el sonido de las personas pululando alrededor hablando en voz alta y los platos chocándose unos con otros. El restaurante estaba abierto desde muy temprano, sin embargo, no había sido capaz de oírlo porque había estado demasiado cansado como para despegar ojo.
Jamie se quedó de pie a mitad de las escaleras observando a los gemelos que llevaban ágilmente las tareas del restaurante. Ahora que era de día el niño pudo ver mejor cada detalle. Las mesas redondas eran lindas, pero se les notaba un poco el deterioro de los años, así como también pudo ver los adornos de la pared que consistían en cuadros viejos con pinturas de alguien que para su gusto no tenía mucho talento y también vio los percheros que estaban sosteniendo algunos de los abrigos de los clientes. Tuvo el tiempo suficiente para ver a Yun y Yang moverse de forma experta entre la cocina y la zona de comensales. El letrero que estaba sobre el marco de la puerta de la entrada decía en grande: “Shinryuken Restaurant”.
Entre todo el ajetreo, fue Yun quien vio primero a Jamie, todavía con su cara modorra y los cabellos revueltos.
—Oh, ¡niño!, ¡por fin despiertas! —exclamó el hermano mayor mientras estaba atendiendo las órdenes de una mesa.
—Hola… —saludó de vuelta con voz débil.
—¡Jamie! Buenos días —habló Yang desde el fondo de la cocina—. ¿Cómo te encuentras? Siéntate a desayunar, en seguida te preparo algo.
Jamie se sentó en una de las mesas del fondo sin rechistar. Todavía no se sentía muy confiado como para sentarse en la entrada o al centro del lugar.
Yun que no sabía qué decir con exactitud al verse totalmente responsable de cuidar el pequeño junto a su hermano, apenas pasó cerca para dejarle el plato con arroz y pollo agridulce. Se quedó quieto un instante pensando en las palabras correctas.
—La verdad pensé que al despertar ya no te vería aquí —dijo.
—No puedo irme sin antes asegurarme de que cumplan su promesa.
—¿Qué promesa? —Entornó sus ojos rasgados.
—¡Mis cosas! ¡Me ayudarían a recuperar mis cosas!
—Oh, eso. —Frunció el entrecejo—. ¡Yang!, ¿oíste eso?
—Sí, claro —respondió el mencionado fritando algo en la sartén y con unas tenazas en la otra mano—. Lo ayudaremos.
—¡¿Con toda esta clientela?! No quiero cerrar el restaurante de nuevo.
—Ay, es verdad… Entonces, ¿por qué no van ustedes?
—¡¿Nosotros?!
Jamie se quedó atento a los hermanos que se hablaban desde un extremo a otro extremo del local casi a puros gritos.
—Sí, yo me encargo ahora del negocio.
—¡Pero…!
—¡Soy más rápido que tú! Además, estoy seguro de que los tipos esos de anoche cederán más fácil cuando te vean a ti.
—¡Es igual!
—También tenemos que ir a comprar varias cosas para Jamie en caso de que no devuelvan sus pertenencias.
Eso ultimo recalcó en la consciencia de Yun, quien simplemente se había esforzado mucho durante los últimos meses en trabajar duro y conseguir dinero. Lo que menos quería era incrementar los gastos del hogar.
—Está bien —cedió luego de resoplar. Se volvió hacia Jamie y dijo—: Nos iremos cuando hayas terminado de comer.
Pero Jamie no dijo nada. Tomó los palillos y se dispuso a terminarse el desayuno rápidamente para acabar con sus problemas de una vez.
Antes de irse, Yun volvió a dirigirle la palabra juguetonamente. “Tienes las marcas de las cobijas en las mejillas”, soltó de golpe y Jamie se talló con el torso de la mano para disipar un poco aquella evidencia de su profundo sueño. Por supuesto, Yun solamente estaba molestándolo.
El mayor de los hermanos se dirigió a la segunda planta para cambiarse de ropa. Cuando volvió a bajar al cabo de unos treinta minutos, Jamie ya le esperaba de pie junto a la puerta, en donde también estaba Yang aprovechando un momento de clientela baja.
—Procuren terminar rápido, tampoco es que pueda ocuparme del restaurante yo solo por demasiado tiempo. —Yang hablaba viendo a su hermano mientras volvía a poner curitas sobre las heridas del rostro de Jamie.
—Ya que no vas a ir me tardaré lo que yo quiera —dijo con cara seria.
Yang se encogió de hombros con media sonrisa.
—Buena suerte, Jamie.
El niño hizo una reverencia en agradecimiento y se encaminó junto al joven hombre en busca de los bravucones que le despojaron de sus cosas.
Durante los primeros minutos de trayecto no hubo otra cosa más que silencio, pero aunque tenía su fuerte carácter, Jamie también era un niño muy curioso y comenzó a interrogar a Yun de todas las formas posibles. Que si el restaurante era de ellos, que si conocían métodos de curación, que si eran buenos peleando, que si usaban alguna técnica de pelea en especial y un largo etcétera.
—Mira, niño, estamos aquí para buscar tus cosas, las cuales no habrías perdido en primer lugar si no te hubieses escapado de tu casa, ¿ok? Basta de preguntas.
Yun siguió caminando con las manos metidas en los bolsillos de la sudadera. La gorra le cubría la frente y la mitad de los ojos. Jamie le seguía desde atrás al mismo ritmo.
—Y… ¿sabes en dónde encontrar a esos ladrones?
—Tengo una idea.
—¿Cómo sabes?
—Gente como esa se halla solamente en los callejones de los barrios bajos de Hong Kong. Aunque esta ciudad sea enorme creo conocer los mejores sitios de reunión.
—Bueno. Pero… ¿cómo sabes? —volvió a preguntar. Si bien no se sentía totalmente desconfiado a causa de que Yang le había caído bien, todavía tenía un ligero recelo hacia Yun.
—Basta de preguntar cosas sin sentido, niño.
Y siguieron caminando, visitando cada uno de los callejones en donde creían encontrar a cualquiera de los sujetos que vieron la vez anterior. Sin embargo, algo debían estar haciendo además de perder el tiempo porque a ninguno se le veía a la redonda. Estaban a punto de rendirse. Para Jamie casi todos los callejones eran iguales; eran oscuros, sucios, estrechos y con un aspecto fantasmal. Las tuberías goteando pegadas a las paredes provocaban un olor combinado entre humedad y suciedad que comenzó a provocarle nauseas. Siguieron buscando por todos lados, pero no encontraron a nada y a nadie por un buen rato. Tampoco es que hubiesen estado buscando por un largo tiempo, pero ambos comenzaron a cansarse de merodear sin rumbo y aparentemente sin propósito alguno.
“Vámonos” dijo Yun acomidiéndose a la idea de tener que ir a comprar las cosas que le pidió Yang para el niño. Sin embargo, Jamie dijo: “No, estoy seguro de que podemos encontrarlos”. Yun suspiró todavía resignado. “Ya habrán vendido las cosas que traías en tu dichosa mochila”.
—¡Claro que no! El gran Jamie Siu no puede rendirse así de fácil —exclamó y tomó del brazo a Yun, jalándolo hacia una dirección que no habían probado todavía.
«¿El gran Jamie Siu?» se repitió el mayor en su mente no pudiéndose creer que aquel chiquillo fuese tan presumido de una fuerza que no poseía.
—No seas terco… —Torció el labio.
—¡Por favor vamos, Yun!
El muchacho abrió mucho los ojos ante la mención de su nombre. Sabía que su hermano se lo había dicho y que el niño a su vez los había escuchado, sin embargo, no esperaba que le tomara confianza.
Y al ver al niño con esa cara de perrito pidiendo por comida no pudo decirle que no, porque, aunque Jamie no era tan tierno tampoco era un chamaco tosco y terminó cediendo a su petición. «Vamos por esa estúpida mochila», pensó Yun y se encaminó en compañía del otro.
Bien se dice que el que busca encuentra. Pues bien, Yun y Jamie se toparon con varios de los tipejos de la última vez. Estaban molestando a otro sujeto que terminó por huir cuando Yun sirvió de distracción para los grandulones.
—¡Ah, son ellos, son ellos! —exclamó Jamie apuntando hacia los ladrones a la vez que palpaba rápidamente el brazo de Yun—. Yun, ¡son ellos!
—Sí, ya me di cuenta —dijo con tono de molestia. Se metió de lleno al callejón y se plantó enfrente de los otros—. Devuélvanle al niño lo que se llevaron y dejaré pasar esta conducta.
—¡¿Qué?! ¿Vienes a decir qué hacer? —exclamó un sujeto tosco.
Estaban a punto de rendirse, nadie era capaz de hacerle frente a los dragones gemelos. Sin embargo, el grupo de gamberros contaba con mucha más compañía que la última vez en que se toparon y ello les hizo sentir confianza. Uno de los monstruos que estaba escoltando a los más pequeños se puso frente a frente con el joven Lee y le tentó el pecho con el dedo índice.
—¿Qué vas a hacer si no queremos? Además, ¿de dónde demonios salió ese mocoso? Lee, sabes perfectamente que esta ciudad no acepta más forasteros.
—¿Forasteros? —Yun bufó—. ¿De qué demonios hablan? Este niño no viene de muy lejos. Ya lo han escuchado hablar, ¿no? Tenemos el mismo acento. No se armen cuentos y simplemente devuélvanle sus cosas, ya tiene demasiados problemas el pobre.
—No, en realidad solo ellos son mi problema —interrumpió el menor.
—Niño, no te metas —pidió Yun.
—¡Pues da igual! —exclamó otro de los matones—. Ese niño pobretón no llevaba consigo la gran cosa. Los cuantos yuanes que tenía ya tuvo que habérselos gastado alguien. —Burlonamente se volteó hacia sus hombres—. Muchachos, ¿quién fue? ¡Devuélvanles a estos pobres ratoncillos sueltos su gran fortuna!
Todos soltaron risotadas mofándose del chiquillo que yacía detrás de Yun Lee con la cara roja por la ira contenida.
—Oh, ¿nos estamos burlando? —respondió Yun—. Ok… Déjame ver. Ah, ¿no son ustedes quienes andan por ahí diciendo que son los forasteros quienes arruinan nuestra hermosa ciudad? No nos pongamos quisquillosos, hombre. ¡Mira que no he visto a nadie que haga más daño que todos ustedes! Pensé que tarde o temprano tendría que hacer algo al respecto… —Sonrió de lado—. Esto de recibir quejas de todos lados en el restaurante ya me tiene cansado. Hay que zanjar el asunto de una vez.
—¡¿De qué carajos estás hablando, renacuajo?! ¡Esta ciudad no es tuya! Podemos andar por donde nos pegue la gana. ¿Acaso te crees el rey de las calles?
—“El rey de las calles”. Me gusta…
Los sujetos comenzaron a impacientarse con la personalidad tan sarcástica del muchacho.
Entre el movimiento de los cuerpos que amenazaban con agredirle, Jamie pudo divisar su mochila colgando del brazo de uno de los bravucones. Fue muy imprudente al pensar que la mejor idea para recuperarla era saltar de lleno hacia la estampida de sujetos peligrosos e intentar recuperarla por la fuerza, porque lo único que obtuvo de ello fue un puñetazo bien dado en seco sobre su mejilla. Jamie terminó en el suelo aturdido por el golpe. Para cuando volvió a ponerse de pie, una patada le impactó de lleno en uno de los hombros obligándolo a volver a recostarse en el piso; el dolor fue tan agudo que le costó no sentir dolor en otras áreas que ni siquiera se habían visto afectadas.
De repente el ataque de uno contra uno con palabrerías se transformó en una cobarde pelea de uno contra quien-sabe-cuantos. Si bien al principio eran al menos unos nueve hombres, poco a poco comenzaron a llegar más aliados que al final fue difícil de contar.
La adrenalina llamaba a Jamie y la misma fue la que le dio la fuerza para ponerse de pie. Estaba a punto de ser golpeado otra vez, pero rápidamente dejó fluir un golpe veloz como serpiente pero potente como tigre, logrando magullarle —o quizás romperle— la nariz a alguien que no pudo ver bien porque para entonces tenía la vista borrosa, causa del revoltijo de emociones y golpes recibidos. Ya ni siquiera estaba viendo quien recibía los golpes o quien los lanzaba. Comenzó a defenderse ciegamente de cualquiera que intentase hacerle más daño.
Entre todo el ajetreo Yun no tuvo más opción que saltar a la defensa del jovenzuelo. Con movimientos expertos y un estilo totalmente limpio soltó golpes certeros que inmovilizaron a los agresores salvajes. Jamie, detrás de Yun, se defendió a su manera y siempre con la vista clavada en su mochila.
Los demás no se rindieron y cuando vieron que Yun estaba a punto de soltar otro golpe, se fueron en un punado contra él. Pero era Yun Lee a quien enfrentaban. No tuvieron oportunidad, pues el muchacho repartió golpes precisos en blancos precisos, haciendo que todo aquel que se atreviese a tan siquiera mirarle terminara en el suelo con un dolor irreparable y quizás algo roto.
Ni siquiera fue necesario para Jamie seguir peleando, estaba claro que el mayor se encargaría rápidamente del trabajo sucio. Aprovechando que aquel que tenía sus pertenencias estaba ya en el suelo con una terrible expresión de dolor, se aproximó y le arrebató la mochila con rapidez, luego volvió a un lado de Yun y se plantó justo detrás de él. La escena era algo cómica, pues si bien el niño era bueno peleando, lo cierto era que tampoco era lo suficientemente habilidoso como para enfrentarse en una pelea en donde debía enfrentar a más de dos o tres. Por eso, se quedó boquiabierto cuando vio a Yun, que en ese momento lucía mucho más alto, más fuerte, más imponente.
—¡Mierda! —se quejó el sujeto que comenzó a provocarlos.
—¡Qué poco hombres son! —exclamó Yun con los nudillos de los puños mallugados—. ¡Se lanzan hacia un niño entre todos! Pues claro, ¡no pueden ganar contra alguien de su calaña!
—¡Eres un desgraciado, Lee!
—Agradezcan que no los haré añicos justo ahora, no tengo más tiempo que perder aquí. —Se giró hacia Jamie—. Niño, ¿tienes tus cosas?
A modo de contestación, Jamie asintió con la mochila abrazada contra su pecho.
Antes de irse, Yun remató dándoles otra advertencia del tipo: “Si me vuelvo a enterar de que andan causando alborotos por las calles, se las verán conmigo”. Luego ambos se retiraron. Jamie sin poder creer lo que acababa de ver, vio hacia atrás para volver a contemplar el mismo escenario: los bravucones que lo golpearon y asaltaron yaciendo en el suelo con heridas graves. Y desde ese momento su respeto por Yun Lee creció considerablemente.
Cuando caminaron hacia las afueras mezclándose otra vez entre el gentío eran varios los que los miraban con espanto puesto que tenían salpicaduras leves de sangre por la ropa, la cara y los puños. Yun, todavía enojado por lo de antes, tomó a Jamie del hombro y lo obligó a detenerse a las afueras de un local que vendía artesanías. Había una banca y ahí fue donde se sentó. El mayor le tomó la cara y el pequeño no pudo evitar soltar un gemido de dolor ante el tacto brusco, pues tenía de nuevo raspones en la cara y los curitas que traía puestas ya se habían aflojado otra vez.
—Maldita sea. No tenía por qué haber pasado esto… —murmuró mientras limpiaba el rostro del chiquillo con la tela de sus mangas.
—¡Fue sensacional!
—¡¿Sensacional?! ¡Si yo no hubiera estado ahí te hubieran hecho puré!
—¿Cómo aprendiste a pelear así?
—No hables y cierra los ojos. —Sacó un paño de entre sus bolsillos y siguió limpiando los restos de sangre, tierra y sudor—. Ahora me pregunto, ¿de verdad piensas asistir a un torneo de combate con este nivel de fuerza?
—¡Tengo habilidad!
—No lo creo. —Tomó una de las vendas que Jamie ya traía puestas y las cambió de sitio para favorecerle a los nuevos rasguños.
—Y… ¿qué estilo es?
—¿Eh?
—¡Peleaste sensacional! Todos cayeron con un solo golpe tuyo… De verdad, ¿cómo eres tan fuerte?
Los ojos de Jamie casi disparaban brillos como si se tratase de fuegos artificiales. Se le veía fascinado, todavía dejándose curar las heridas mientras seguía abrazado a su mochila y sentado en la banca.
—Bajiquan —dijo Yun de repente.
—¿Cómo?
—Ese es mi estilo. En parte.
—Enséñame —pidió de inmediato.
—No.
—¡Por favor!
—¿No ves lo que acaban de hacerte? ¡Y todo fue porque te lanzaste sin pensarlo! Eres muy problemático, niño. No quiero ser responsable de lo que pueda pasarte si te enseño alguna técnica que no deberías aprender.
—¿Yang sabe pelear también?, ¡quizá él sí quiera enseñarme!
—No lo hará y ni se te ocurra molestarlo.
Pero Jamie ya no dijo nada, se había dado cuenta de que Yun estaba ocasionalmente de muy mal humor. Y más allá de seguirse molestando por su necedad, siguió mirándolo con asombro y con un enorme deseo por volverse su pupilo. Estaba tan ido en sus pensamientos que cuando presionó más la mochila contra su cuerpo sintió el vacío de ésta. Yun de inmediato se dio cuenta de que la expresión del menor cambió y automáticamente su ceño se frunció también.
—Ay. Yun…
—¿Qué pasa? —gruñó.
—Mis… Mis cosas…
—¿Qué hay con eso? —dijo y tomó la mochila del niño para terminar de abrirla y darse cuenta de que estaba vacía. El tan solo ver el fondo sin absolutamente nada en ella hizo que el corazón le diera un vuelco—. ¿Qué demonios?, ¿en verdad todo fue para nada? —Apretó puños y dientes con rabia—. ¡Agh, esos malditos! Debería volver y terminar de hacerlos picadillo.
—Lo siento…
—¡Pff! Olvídalo. Supongo que no entendieron que al decir que queríamos la mochila queríamos en realidad lo que había adentro de ella. ¡Pero qué cabezas huecas!
—Entonces, ¿qué haremos?
—Volvamos al restaurante. Hay que volver a curarte las heridas. Pero antes de eso voy a pasar a comprarte unas cosas para que puedas quedarte más tiempo. ¿Qué era lo que llevabas en la mochila?
—Dinero. Y mi invitación al torneo. Ah, también mi celular.
—Bueno, supongo que puedes usar el teléfono de la casa para llamar a tu familia y decirles que estás aquí. Voy a comprarte un cepillo de dientes y también te conseguiré algo de ropa, mira qué sucio andas.
—¿Eso quiere decir que me aceptas en tu casa?
—¿Qué? Yang fue el de la idea, niño. Todo esto es culpa de mi torpe hermano. Y no te me pegues tanto.
—¡Gracias, Yun! De verdad trataré de dar lo mejor de mí para que me aceptes como tu discípulo.
—¿Discípulo?, ¡no acepto discípulos! Anda, camina. Luego veremos qué hacer con el resto de problemas que sigan lloviendo sobre mí.
Aunque Jamie se había mostrado desconfiado y rebelde con él, tuvo que pasar muy poco para que sus sentimientos cambiaran hacia aquel joven hombre y pronto comenzó a verlo como una figura de autoridad; como alguien respetable y confiable. Comenzó a verlo como un hermano mayor, justo como había hecho con Yang la noche anterior, aunque no había querido admitírselo a sí mismo. Y a pesar de los inconvenientes que surgieron, Jamie siguió caminando detrás de él con una sonrisa bien dibujada.
Jamie, quien se había comportado reacio hacia Yun ahora se sentía finalmente tranquilo como si caminara a un lado de un muy buen amigo, aunque el mayor no pensara otra cosa distinta de haberse ganado un dolor de cabeza.
Pese a todos los alborotos que se armaron en vano, el muchacho accedió a salir de compras con el chiquillo para provisionarle. No se sentía obligado a hacer todo aquellos en el sentido estricto de la palabra, pero tampoco deseaba enviarlo a las calles como si nada. De cualquier forma el pequeño Jamie Siu no tenía la más mínima intención de volver a su casa con su abuela o de abandonar el torneo de artes marciales o de separarse permanentemente de los gemelos hasta que le hubiesen enseñado algo de verdadero kung-fu.
Cada que Yun pasaba y tomaba algo para echárselo al canasto de las compras no podía hacer más que pensar: «Y allá va mi dinero…»
Se hizo de un cepillo de dientes primeramente porque Yang le había dicho que le hacía falta uno. También compró algo de ropa de la medida del niño puesto que la suya y la de su hermano podía ser demasiado holgada como para pensar en prestársela incluso aunque fuera para dormir solamente. Y no consiguió nada más en realidad. ¿Dinero?, podía darle algo de dinero de vez en cuando siempre que se portara bien. Ya había quedado en que podía comunicarse libremente usando el teléfono de la casa y también le acondicionarían mejor un sitio para que pudiese vivir junto a ellos mientras finalizaba el dichoso torneo.
Jamie cargó la mochila con los nuevos artículos para el hogar. Iba muy contento, esperanzado en pedirle a los hermanos que lo aceptasen como su discípulo más allá de solamente como un invitado temporal.
Yang azotó la gorra de Yun contra la mesa cuando se la arrancó de pura irritación. No solamente estaba preocupado; estaba molesto.
Tanto Yun como Jamie llegaron justo a una hora tranquila, pues no había nadie en el restaurante y tampoco se veía a nadie por los alrededores de las calles más cercanas. Después de que ambos salieran sin un celular u otra forma de contacto, era lógico que el hermano menor estuviera molesto con los descuidos de su gemelo al tardar tanto vagando por ahí. Su intranquilidad no mejoró al verlos porque al mirarles la cara con gotas de sangre y tierra mezclada solo consiguió preocuparse más. De repente los deseos de Yang por darle la bienvenida a su hermano y a Jamie se transformaron en deseos de soltar un reclamo.
—¡¿Se puede saber qué estuvieron haciendo?!
—¡Hey, calma! Ya te dije que ellos atacaron primero… Estaba intentando entablar una conversación tranquilamente y esos rufianes no dudaron en golpear al chamaco.
—¿Crees que voy a creer eso? —cuestionó entornando los ojos, recargándose con una mano sobre la mesa y posando la otra sobre su cintura.
Yun torció los labios. No era muy común ver a su hermano tan enojado, aunque tampoco era algo imposible, pues a veces lograba sacarlo de sus casillas con mucha facilidad.
La discusión de hermanos se volvió una batalla de miradas por un largo rato hasta que el mayor puso los ojos en blanco, hizo una mueca extraña y sonrió de lado.
—¡Tú ganas! La verdad es que fue este niño quien se lanzó primero sin pensar en las consecuencias —dijo posando su mano sobre la cabeza del menor.
—¡Fue para recuperar mis cosas! —exclamó Jamie a la defensiva.
—Las cuales no encontramos, por cierto.
—¿Quieres decir que esos tipos al final se llevaron todo? —preguntó Yang—. ¡Qué desgraciados!
—¡Ya les daré su merecido en otra ocasión! Créeme, esto hubiera seguido si no fuera porque ahora ando de niñero. —Tomó su gorra y se la puso.
Sin nada más que añadir, Yang fue de nuevo hacia Jamie y lo obligó a sentarse para limpiarle la cara y volver a cubrirle las heridas y aquellas nuevas raspaduras y moretones que se había ganado recién. Yun se quedó descansando en un sofá cercano dándoles la espalda.
Yang solía confiar mucho en la fuerza de su hermano que era tan similar a la suya propia. Sin embargo, sabía que el pequeño Jamie no estaría acostumbrado a los tratos duros de las calles de Hong Kong y que ello podía haberle costado muy caro. El solo pensar en que dicha situación hubiese acabado en algo peor le ponía la piel de gallina. Viéndolos bien se dio cuenta de que el único que llevaba consigo nuevas heridas era Jamie mientras que Yun solamente llevaba encima sangre que no era la suya.
—¿Sabes? Por un segundo pensé en salir y pedirles a Hoimei y Shaomei que cuidaran el restaurante mientras yo salía para buscarlos a los dos —habló Yang mientras limpiaba las mejillas de Jamie con una toallita húmeda.
—¡Exageras! —exclamó Yun sin voltear a verle—. Si ibas a estar así de preocupado, ¡entonces deberías haber ido tu a enfrentar a esos bravucones! Aunque no creo que el resultado hubiera sido otro. Ellos ya iban con todas las ganas de pelear… Se confiaron porque solo vieron a uno de nosotros, Yang.
—Espero que no busquen venganza.
—Nope. Ya vieron que uno solo de nosotros puede con ellos, sin importar cuántos monos salvajes traigan consigo.
—¡Habías prometido que no pelearías! —exclamó—. ¿Qué pasó con eso del pacificador de Hong Kong?
—¡Ya te dije que yo no quería hacerlo!
Ninguno siguió la discusión porque sabían que no llegarían a un acuerdo. Así eran ellos: parecidos pero no iguales. El ambiente se vio tenso, sin embargo, Jamie se atrevió a exteriorizar sus pensamientos.
—Yang, ¿puedes enseñarme a luchar? —pidió con las mejillas sonrojándose.
—Aquí vamos de nuevo… —balbuceó Yun.
—¿Luchar?, ¿yo?
—¡Sí! Vi la forma en que Yun luchaba y es… es… ¡espectacular! Mi kung-fu es fuerte, pero sin duda no se le compara al Bajiquan. ¡Y dice que no quiere enseñarme! Pero tú sí, ¿verdad, hermano Yang?
Yang debía admitirlo: ese apodo hizo que su corazón se sintiera conmovido.
—No estoy seguro.
—¡Por favor! Sigo pensando que no es coincidencia que los conociera a ambos cuando apenas llegué a la ciudad. Quizá mis desgracias eran solo el inicio de una nueva era. ¡El destino quiere que ustedes sean mis maestros! Por favor, enséñeme… ¡Necesito ganar el torneo!
—Jamie, ese torneo no es el fin del mundo.
—¡Puede que para ustedes no lo sea, pero para mí significa todo!
—Anda, Jamie. Baja la voz —dijo riéndose. Le asombraba la energía del niño.
—Es que… ¡por favor!
Con ambas de sus manos Jamie tomó la mano derecha de Yang.
—Niño…, ¿oyes lo que estás diciendo? —habló Yun desde el sofá en donde estaba reposando con la gorra cubriéndole la cara—. El torneo es dentro de poco. Nada de lo que pudiéramos enseñarte podrías aprenderlo en ese lapso. Es una locura.
—¿Cómo puedes saberlo si no lo intentas? —exclamó Jamie.
—¡Lo primero que hay que hacer es mejorar tu disciplina!
Como era costumbre, Yun y Jamie comenzaron a discutir como dos niños pequeños sobre las razones por las que deberían o no deberían enseñarse aquellas técnicas del kung-fu. Yun convenía en que no podía enseñarle artes marciales a alguien que solamente quería patear traseros por diversión y por querer sentirse el rey, no solo de las calles, sino del mundo. Yang reía para sus adentros cuando escuchaba que iban subiendo la voz de poco en poco hasta que los dos casi terminaron con la garganta seca.
—Por cierto —habló Yang—, escuché a uno de los clientes hablar sobre el dichoso torneo. Al parecer en la sede dijeron que es posible que se retrase unos días porque uno de los participantes viene de afuera del país. —Se encogió de hombros y sonrió al ver que logró captar la atención de Jamie y su hermano—. Puede que sí haya una oportunidad, ¿no crees, Yun?
Jamie sonrió abiertamente y abrazó a Yang. El mayor, que no estaba acostumbrado a esa clase de tacto, le devolvió tímidamente tal muestra de afecto. Yun bufó sin poder creer que su hermano hubiese cedido tan fácil a las peticiones del menor.
El niño se separó de Yang y fue hacia donde estaba Yun todavía recostado para ofrecerle una reverencia y tomar su mano justo como había hecho antes con Yang.
—¡Voy a esforzarme, hermano Yun!
Sin poder evitarlo, Yun se ruborizó y meneó la cabeza sin decir palabra, solo dedicándole una mirada fría como advirtiéndole: “No causes más problemas”.
Sin embargo, Jamie ya se sentía lo suficientemente contento como para sentirse intimidado por Yun, quien, por más fuerte que pudiera ser, escondía un buen corazón.
Alguien entró, la campanilla de la puerta se hizo sonar, a lo que los hermanos tuvieron que volver a sus puestos de trabajo para seguir atendiendo adecuadamente el restaurante. Aprovechando que ambos estaban ocupados con sus labores, Jamie tomó el teléfono y llamó a su abuela para hacerle saber que se encontraba acogido por dos buenas personas que le ayudarían a pulir su indiscutible talento. “¡Me tenías terriblemente preocupada, Jamie Siu!” exclamó la mujer dejándolo casi afónico a través de la línea. “Lo siento, abuelita. Pasaron unas cuantas cosas de las cuales no tuve control, pero me encuentro a salvo y también te aseguro que me esforzaré para volverme más fuerte”. La mujer era lo suficientemente mayor y sabia como para saber que su querido nieto estaba a punto de experimentar una vivencia que le amargaría unos cuantos días de su juventud. No era que no le tuviera fe, sin embargo, sabía que todo luchador tenía que pasar por una experiencia en la que solo obtendría una derrota y una reflexión al respecto como recompensa. Sabía que Jamie nunca había tenido la dicha de perder en un combate uno a uno con alguien de su edad o incluso con alguien un poco mayor y que la derrota debería llegar tarde o temprano. “Cuídate, mi niño”, dijo con una sonrisa que por supuesto él no pudo ver antes de colgar.
Los hermanos estaban demasiado ocupados atendiendo el restaurante. Tanto que no desviaban sus atenciones hacia otra cosa. Por todo ese día entero se dedicaron al trabajo arduo y a descansar arduamente una vez finalizada la jornada. Para su fortuna, se aproximó su día libre, por lo que podrían prestar atención a su nuevo pequeño amigo, pues Jamie había estado muy aburrido merodeando por la casa y por las esquinas del restaurante cuando no estaba perdiendo el tiempo viendo la televisión o leyendo las revistas de Yun.
Un nuevo día empezó. El cielo estaba despejado y el clima era cálido. Daba la sensación de que todo mundo había desaparecido de la ciudad, pues el silencio que transmitían las calles era en extremo inusual, sobre todo tratándose de la bulliciosa Hong Kong.
Esa mañana Jamie estaba sentado frente al televisor mientras sostenía una gran bolsa de potato chips que comía son ímpetu. Se giró cuando oyó que alguien se aproximaba. Era Yun que entró con confianza a la sala y se sentó a la orilla del sofá descansando su brazo en el respaldo. Llevaba el pelo suelo, shorts, sandalias y una camiseta blanca; recién había acabado de bañarse.
Ambos se quedaron viendo entre sí hasta que Yun decidió hablar.
—Niño, ¿quieres contarme sobre el torneo?
Jamie, que yacía en el suelo cruzado de piernas, se torció para poder verlo mejor. Soltó rápidamente la bolsa de papitas y se posó a la otra orilla del sofá.
—¡Yun!, ¿comenzaremos a entrenar? —Se acercó al mayor muy hiperactivo—. ¡Por favor!
—Primero me gustaría oír sobre el torneo. Y también sobre ti. ¿No te parece extraño de mi parte aceptar un discípulo sin antes saber nada de tus orígenes?
Asintió y pensó que había sido muy injusto de su parte no haberse presentado de nuevo al solicitar volverse un aprendiz. Debía comenzar de nuevo.
—¿Qué te gustaría saber, hermano Yun?
El mayor ignoró el apodo que más tarde corregiría.
—¿Por qué quieres volverte fuerte?
Chapter 3
Notes:
Desde hace años me ha llamado mucho la atención el tema de las artes marciales y apenas con este fanfic estoy cumpliendo el sueño de escribir algo sobre ello, jejeje...
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Jamie se puso de pie frente a Yun, quien seguía todavía recargado en el respaldo del sofá. Le miraba con unos ojos desafiantes, penetrándole con sus pupilas color chocolate.
«¿Por qué quiero ser fuerte?», se preguntó Jamie. Era una pregunta simple pero que requería de una respuesta sincera y rebuscada, porque sabía que Yun no aceptaría una frase vaga como respuesta válida. Muy en sus adentros pensaba que simplemente quería probar ser el mejor; patear traseros y hacerse valer. Pero entonces tuvo que tener una mejor retrospectiva y preguntarse en serio su razón para desear fuerza y habilidad. «¿Por qué quiero ser fuerte?»
—Para proteger a aquellos que lo necesitan. —Complementó—: Para mantener la paz mediante el respeto.
Debido a que Jamie dijo aquellas palabras en tono de pregunta y no tanto como una afirmación, Yun enarcó una ceja. Aun así, la respuesta funcionó bien para él y asintió levemente con la cabeza.
—Espero que estés hablando sinceramente.
Yun se levantó y caminó hacia la puerta trasera de la casa con el niño por detrás. Salieron por la parte trasera del restaurante. Hizo estiramientos para aligerar el entumecimiento y volvió a hacerse la trenza todavía teniendo el pelo húmedo. Ambos estaban a punto de salir cuando bajó Yang por las escaleras recién bañado a toda prisa, dispuesto a observar aquella inusual escena: su hermano mayor haciéndola de hermano mayor por segunda vez.
—¿Acaso pensaban comenzar sin mí? —dijo alcanzándolos.
—Nada interesante está a punto de comenzar de todas formas. —Yun se encogió de hombros.
—¡Oh, Yang! ¡Qué suerte!, ¡tú también vienes! —exclamó Jamie con mucha emoción dando pequeños saltitos de alegría.
—En realidad solo vengo a observar lo que tu maestro tiene para enseñarte, ¿no es así, shifu? —habló Yang de forma juguetona.
—¡Shifu! —exclamó el niño haciendo el saludo Bao Quan Li hacia Yun.
—¡Nada de “shifu”! ¡No soy maestro de nadie! Solo… ¡hagámoslo de una vez!, ¿quieres?
El niño asintió con una sonrisa.
—Pero Jamie, ¿vas a estar bien?, ¿ya no te duele nada? —preguntó Yang.
—¡Estoy bien! Hace falta mucho más para debilitar al gran Jamie Siu.
—Bien, ¡cuidado con mi hermano! —dijo en broma y no tan en broma.
Jamie estaba emocionado. Nunca antes, además de su abuela, había tenido la dicha de haber sido aprendiz de alguien que conociera verdaderamente las artes marciales chinas. Estaba sediento de fuerza y conocimiento; deseaba adquirir las habilidades de la familia Lee.
Mientras tanto, Yang se había ido rápidamente a la cocina por algo para picar. Comía frituras reposando en la banqueta mientras su hermano y Jamie comenzaban el entrenamiento en el patio trasero. Era un día caluroso, por lo que los gemelos llevaban shorts, sin embargo, el niño seguía llevando un pants esponjoso con el que según él era más ágil.
Para Yun, el niño no significaba peligro. Lo había visto luchar antes y sabía cómo podía frenar su ofensa y cómo romper su defensa. Era como ver a su mini yo.
Sabían que no tenían suficiente tiempo para entrenar. Según Yang, había salido por informes cuando fue a comprar la revista semanal de moda masculina, entrándose de que el retraso del torneo les daría aproximadamente cuatro días más para planear una victoria.
No era sorpresa que para los hermanos ello sonara como locura, sin embargo, volver a luchar les despertaba recuerdos de una juventud no muy lejana —quizá de cuando todavía cursaban la secundaria— y que querían volver a sentir. Ayudar a Jamie, por ende, contribuía a esos sueños perdidos.
Para sorpresa de todos, Yun ni siquiera se posicionó correctamente. Ni siquiera se molestó en quitarse la gorra. Simplemente se quedó de pie esperando a que Jamie se aproximara a él con todas sus fuerzas.
—Vamos, atácame primero.
—¿No vas a ponerte en guardia? —cuestionó Jamie muy ofendido fingiendo no estarlo.
—Claro que no. —Se puso una mano de cada lado de la cintura—. Ven con todo lo que tengas, niño. Yo me defenderé.
Sin dudarlo más, Jamie se lanzó hacia Yun, sin embargo, no para su sorpresa, el muchacho logró evadir su patada. No se rendiría tan fácil, por lo que Jamie lanzó otro puñetazo que también fue desviado con la misma rapidez. Y luego otra patada y otro puñetazo y de nuevo otra patada. Yun era veloz, ágil, intrépido. El niño no tenía oportunidad contra él.
La pelea era injusta y era obvio que no había comparación. Sin embargo, ello ayudó a que Yun pudiera ver los altibajos del chiquillo que solo maldecía cada que su maestro frenaba uno de sus golpes.
—¡Ya déjalo, Yun! —exclamó desde debajo del alero—. ¿No crees que podría aprender mejor si le explicas un poco?
Jamie jadeaba y Yun ni siquiera se inmutaba. No negaría que vio potencial en el chico, pero pensar en que pudiera llegar a hacerle un rasguño era un chiste de mala gana.
—¿Por qué no vienes aquí y le enseñas tú, hermanito? —habló Yun. Se deshizo la trenza y se hizo una coleta. Luego fue a donde su hermano y le tentó el hombro insistentemente—. ¡Anda, muévete de aquí! Tengo calor.
Yun terminó sentándose en donde había estado su hermano. Tomó su bolsa de frituras y ahora fue él quien se dispuso a observar el espectáculo.
—Bueno, Jamie —habló Yang mientras se acomodaba el short y se sacaba las sandalias—, ¿te parece mejor si soy yo quien ataca ahora?
Jamie asintió y dijo: “Claro, creo que puedo hacerlo mejor”. Pero al final, estaba muy equivocado. No esperaba que hacer de defensa fuera mucho peor que hacer de ofensa. En seguida se sintió confundido y se preguntó: «¿en qué consiste la lucha de estos hombres?», pues, al ver la estancia de Yang no halló forma de sentirse seguro de atacar o defenderse.
Esperaba que, si realmente aquello que estaban por enseñarle era Bajiquan, al menos fuera la postura del LiangYi Ding. No obstante, ¿qué era aquello que veía? A Yang se le observaba relajado, ligero, concentrado, preparado en una perfecta postura del estilo Wing Chun.
Desde ese momento el niño supo que dominar la técnica no sería fácil, pero la sonrisa de su hermano Yang le proporcionó la confianza que necesitaba. Le devolvió la sonrisa y esperó por el momento oportuno para defenderse.
Para su fortuna, Yang no iba en serio. Apenas se dejó ir, Jamie supo que esa no era su verdadera fuerza y pensó en que eso estaba bien, porque ya tenía graves problemas de todas formas. El joven era veloz, se movía con confianza y aunque no tiraba golpes a matar, eran suficientes para hacer que el pequeño cuerpo del niño se desestabilizara. Jamie cayó de lleno al piso de espaldas cuando el mayor golpeó detrás en sus pantorrillas con una de sus piernas.
Yang se detuvo repentinamente. Aquella táctica tampoco estaba llegando a buenos resultados. Se aproximó a su joven aprendiz y le tendió la mano.
—Lo siento, Jamie —habló apenado en verdad—. ¿Estás bien?
—Sí… Estoy bien. —Tomó con fuerza la mano de Yang para volver a ponerse de pie cuando éste lo jaló hacia arriba. Como queriendo convencerse a sí mismo, Jamie repitió una vez más—: Estoy bien.
Yun estalló en una carcajada sosteniéndose el estómago y echándose hacia atrás con todo y la bolsa de frituras y con la gorra cayéndosele de la cabeza.
—¡¿Qué rayos fue eso?! —Siguió riendo—. ¡Yang!, ¡creí que podías hacerlo mejor!
Yang y Jamie compartieron miradas de irritación a causa de las mofas del otro.
—¡Claro que puedo! —respondió a la vez que juntaba del suelo una de sus sandalias y se la lanzaba, cosa de la que Yun no se quejó porque seguía riéndose—. ¡Solo necesito tiempo!
Yang volvió a ver a Jamie y no pudo evitar sentir pena por el chiquillo, pues estaba seguro de que no estaba recibiendo lo que esperaba y que se sentía muy desesperado. “No le hagas caso a Yun —dijo Yang—, riéndose así es como libera su estrés”. Jamie le sonrió con dulzura. “No te preocupes, hermano Yang. Sé que esforzándome puedo aprender de ustedes”.
Pero aquello se volvió un sueño imposible.
Para los gemelos eso de ser “maestro” era completamente nuevo. Nunca antes habían tenido necesidad de dar a conocer sus tácticas ni técnicas y ahora no hallaban la manera correcta de darse a entender. Nunca antes se habían puesto a pensar en lo difícil que ser maestro podía llegar a ser.
Quizá reír era todo lo que le quedaba a Yun luego de ver que a su hermano se le complicara la existencia por andar de amistoso. Sin embargo, en el fondo se preguntaba: «¿qué estamos haciendo mal?»
A pesar de sus esfuerzos durante los cuatro días restantes, no consiguieron que Jamie se sintiera realizado. No solamente por la carente habilidad de los hermanos para enseñar, sino también porque Jamie era un chico demasiado hiperactivo incapaz de recibir y comprender indicaciones rápidamente. Teniendo errores por los dos lados, ¿cómo habría de salir un resultado positivo de ello?
Eran alrededor de las 10:00 de la noche y el restaurante ya estaba cerrando. Hacía frío. Yang estaba poniéndose un abrigo carmesí que acababa de tomar del perchero y Yun se puso una sudadera azul, encimándose la capucha con la gorra puesta.
—No puedo creer que de verdad vayamos a acompañarlo. —Yun frunció el ceño.
—¿No te parece interesante? Hasta tú mismo dijiste que de habernos enterado antes podríamos haber participado.
—Pero este es un torneo para niños, ¿no?
—Desgraciadamente. Si no fuera así, estarías igual que Jamie: ¡insistiendo en participar para ganar!
Yun meneó la cabeza, escondiendo la mirada sin nada que decir para defenderse.
Para ese momento apareció Jamie que bajó las escaleras a toda prisa luego de vestirse apropiadamente. Había estado practicando a solas durante mucho tiempo, pues, aunque podía haber aprendido una u otra cosa de los hermanos, todo lo que le quedaba era confiar en las técnicas de la familia Siu.
Cuando emprendieron el viaje se vieron abrumados por la cantidad de personas que había en el lugar del evento, el cual, no era un sitio cerrado. Aunque se creía que todo el barrio estaría ocupado con sus propias tareas domésticas y preocupaciones personales, la verdad era que una gran multitud de personas viajaron de muchos lugares de la región tan solo para observar o ser partícipes del evento.
La entrada no fue gratuita, pero para sorpresa de todos tampoco fue demasiado cara. Los gemelos se encargaron de cubrir el gasto.
Al apenas entrar observaron con cautela a todos los participantes. Faltaban unos cuantos al principio, pero conforme fueron pasando los minutos, todos estuvieron presentes por fin. Entonces, el torneo podría comenzar muy pronto. La bulla de la gente alteró los oídos de Jamie que ya llevaba rato con sed de victoria.
Los dragones gemelos se sentaron en las gradas del sitio observando ni desde muy cerca ni desde muy lejos al chiquillo que estaba calentando desde afuera de lo que venía siendo el ring.
Para ese entonces los nervios comenzaron a consumirlo de poco en poco. No era que Jamie se sintiera capaz de perderlo todo, sino que, no estaba acostumbrado a pelear en serio en un uno contra uno contra otro alguien que tuviese su propia técnica bien pulida. Después de todo, ¿qué haría si encontraba a alguien como Yun y Yang? Salir corriendo no era una opción y dejarse matar tampoco.
Pensó en la cara de su pobre abuela que le esperaba en casa. Además, ya le había prometido que volvería victorioso a Lamma. ¿Qué sucedería entonces si no cumplía con su palabra?, ¿sería capaz de volver? E incluso si lograba ganar, ¿de verdad le gustaría volver a las montañas de aquella aburrida isla? Pensó en que incluso si ganaba o si perdía le gustaría quedarse con Yun y Yang pese a que sus métodos de enseñanza no eran los mejores, porque nunca había conocido a alguien tan fuerte. Nunca había admirado a nadie tanto como a ellos, los dragones gemelos, los reyes de las calles.
Jamie suspiró y pensó: «¿quién demonios es el invitado de las afueras que mencionó Yang?»
Y cuando la vio, sintió un cosquilleo en el estómago. No solo se sintió timado y burlado porque una de sus contrincantes era una niña de su misma edad, sino que pensó que, si había participantes de ese tipo, entonces el torneo sería una bufonada. E inmediatamente imaginó que ganar sería pan comido.
Para alimentar sus fantasías altaneras, la niñita le parecía extraña a la vista. Llevaba puesto su judogi y resaltaba no solamente por su apariencia frágil e inocente, sino también por su temple excéntrico. Tenía el pelo corto y de color rosa. Al solo verle el uniforme, Jamie pensó que estaba bien permitirse el predecir la derrota de la pobre chiquilla, pues, después de todo, ¿cómo alguien que ignoraba el arte del kung-fu se atrevía siquiera a poner un pie allí? Jamie la dio por muerta en cuanto la vio, jactándose de su ignorancia y su semblante de sentirse perdida. Entre más la miraba más creía que la joven parecía salida de Toddlers & Tiaras.
«Este no es lugar para ti», pensó él con media sonrisa sin despegarle la vista un segundo. No obstante, ella estaba distraída observando uno por uno a los muchachitos que serían sus adversarios esa noche. Todos eran niños de entre once y catorce. Todos eran varones. Todos se veían más fuertes. Todos eran más altos que ella.
El anunciador comenzó con la presentación de los participantes y el primer duelo para la clasificatoria o descalificatoria comenzó.
Notes:
Chun-Li siempre será mi favorita, pero entre los nuevos personajes de SF6 fue Manon quien se ganó todo mi amor. Y ni qué decir de lo guapo que Jamie es.
¿Qué personaje de Street Fighter es tu favorito?
Chapter Text
Jamie esperó a pesar de su sentimiento de desesperación. Estaba tan concentrado en las tácticas que emplearía que no prestaba verdaderamente atención a lo que sucedía a su alrededor. El torneo fue tardado. Supuso que dejarían a los mejores para el final, pero el niño se impacientó cuando no le nombraban.
Al cabo de unos cuantos duelos Jamie subió al escenario para otra eliminatoria. Para su sorpresa —o quizás no— la mayoría de los participantes eran parte de dojos reconocidos de la zona y también de aquellos dojos que no habían conseguido hacerse de fama. Supuso que él junto a aquella niña atípica que se atrevió a presentarse, eran los únicos que no formaban parte de un grupo más grande con alumnos y su maestro.
A pesar de no contar con la experiencia suficiente bajo las enseñanzas de un maestro del kung-fu, tenía a su abuela, que, aunque se había propuesto no enseñarle todos sus trucos hasta ganarse su confianza, sí que le proporcionó un entrenamiento estricto para mantener su disciplina, pues sabía que su adorado nieto era un torbellino desatado. Por eso, cuando llegó el momento de enfrentarse con uno de los chicos de uno de los dojos menos privilegiados, sintió que tenía fe en sí mismo, y dicho y hecho, uno por uno fueron derribados. Al principio lograron rozarle con un golpe certero en el rostro y después otro chico de otra escuela de rango superior le propinó una patada fuerte en el estómago que le hizo tambalearse, pero, afortunadamente volvió a ponerse de pie para poder volver a ponerse en pose. El estilo poco pulido —en opinión de Yun— que estaba usando Jamie estaba dando buenos resultados. Antes, cuando Jamie hizo uso de los ataques que más había practicado del Choy Li Fut, sirvieron a la perfección para frenar los rápidos golpes de su oponente e incluso para contraatacar con la mayor precisión.
—¡Ja! Mira, Yun, ¡se parece a ti cuando íbamos en primaria! —exclamó Yang con una sonrisa—. ¿Acaso no peleabas con la misma energía también? Mira, hasta hace las mismas caras que tú.
—¡Claro que no! Y yo era más rápido…
—Vamos, admite que Jamie es bueno. A esa edad, a ti ya te habrían tirado al suelo.
—No digas mentiras, Yang. A los doce años yo era mucho más habilidoso que ese niño.
—Lo que tú digas. —Se encogió de hombros.
De vez en cuando Yang le daba ánimos a Jamie desde el público. No obstante, en medio de la emoción el niño no prestaba atención a sus alrededores. Solo tenía un objetivo: derribar a quien tenía en frente e ir a por el que sigue. Así de simple.
Entre los gritos de Yang, uno de los hombres de entre el público los reconoció. “¡Los dragones gemelos están aquí!”, exclamó, a lo que Yang saludó con una mano agitándola tímidamente y Yun ocultó su rostro detrás de la gorra. Pronto los hermanos se robaron la atención del público al cuestionar sus razones para haberse presentado allí. “Solo vinimos por curiosidad”, dijo Yun restando importancia y queriendo aparentar naturalidad, pero Yang se lanzó para decir: “Venimos a acompañar a un amigo”. Con esas palabras se ganó una mirada de reprimenda de Yun y el aumento de curiosidad de quienes les reconocían al verles proteger las calles. Por supuesto que todos querían saber quién era ese amigo al que se referían. “Jamie”, dijo Yang y apuntó al muchacho. Para entonces nadie le despegó el ojo de encima, creyendo que si iba por parte de los gemelos entonces habría de vencer sin ninguna duda.
Una vez solos, Yun se pegó a su hermano para hablarle al oído a causa de que el ruido del gentío no le permitiría hablar con calma.
—¿Por qué has dicho eso, Yang? Por mucho que lo ayudemos, seguimos sin conocer al chico. ¿Quién sabe si tiene enemigos por ahí? Lo encontramos metido en un lío…
—Por favor, hermano. Es solo un niño. —Le restó importancia. Y su cariño hacia el chiquillo se debía en gran parte a que le recordaba a su hermano. No tenía manera de explicarlo, pero esa faceta del Yun de doce años le traía viejas memorias y le encantaba—. Además, ya has visto que no es demasiado fuerte, no puede hacernos daño.
—¡Pff! No faltará mucho para que aparezca alguien que le enseñe una lección.
Las calificaciones sobre la pantalla luego de cada enfrentamiento solo ponían a Jamie en un rango más alto que el anterior y el proceso se repetía una y otra vez. Nadie creía que un muchacho que nunca habían visto antes en la ciudad fuera tan capaz de vencer a otros jóvenes que venían bien preparados de escuelas de renombre. Yang estaba emocionado; obviamente podría esperarse que alguien que era ocho años menor que ellos dos fuera más débil, más inexperto, pero cuando se enfrentaba a otros chicos de su edad era energéticamente audaz y muy capaz. Jamie era veloz, rápido y tenaz, pero carecía de tranquilidad. Desde lejos se notaba que los golpes que lanzaba, aunque eran certeros tendían a llevar consigo una fuerza que podría medirse de una mejor manera.
El hermano menor gritaba palabras de aliento mientras extendía los brazos con los puños agitándose. El kung-fu de Jamie era placentero de observarse. «Sea quien sea que le haya ensenado esos movimientos, lo hizo bien», pensó Yang. Después de percibir que su hermano había estado muy callado durante mucho rato se dio media vuelta para observarle discretamente. Yun seguía de brazos cruzados, aunque a diferencia de antes, ya mantenía la cabeza en alto para que la gorra no le estorbase y por fin se había quitado la capucha. Para el menor fue gracioso ver que, aunque luego Yun no lo admitiría, éste tenía una sonrisa bien dibujada en el rostro, justo como si estuviera orgulloso del chiquillo sobre el escenario. Aunque, para no estropear tan bella escena Yang prefirió no decir nada.
Pronto llegó el momento por el que todos esperaban. La única chica que concursaba estaba a punto de meterse al área de batalla. Hizo unos estiramientos, le dijo algo a uno de sus acompañantes que parecían ser sus tutores y se presentó con una reverencia. Antes de los anteriores enfrentamientos a la chica no se le permitió entrar, pues no encajaba con el estándar que se buscaba para que la batalla fuese una pelea justa. Sin embargo, luego de que ella hiciera una reverencia y su oponente le ofreciera el saludo Bao Quan Li, se pusieron en posición de ataque-defensa y cuando el réferi hizo una indicación, ambos empezaron la pelea. Sorpresivamente para todos, cuando aquel niño le lanzó una patada que cualquiera creería que la derribaría, ella lo soportó bien y con un ágil movimiento de sus brazos lo echó hacia atrás.
«Quizá ha sido suerte», pensó Yun.
«Quizá ese sujeto no está usando todo su potencial», pensó Jamie.
Todos los espectadores sacaron sus conclusiones para justificar la falta de sentido del movimiento que acababan de observar.
Yang se limitó a observar atentamente, pensando: «Puede que Jamie tenga problemas con ella…»
Pero Jamie ni en el más mínimo de los escenarios existentes podía considerar el perder ante una niña.
Para entonces, aquel chico totalmente desesperado y humillado por haber sido detenido por una chica, y además más pequeña que él, volvió a ponerse en pose para equilibrarse. Debía defender su técnica. Y cuando volvió a remeter con movimientos veloces, ella fácilmente le tomó de un brazo y con ayuda de la fuerza de sus piernas y su cadera lo alzó casi sin esfuerzo, arremetiendo con él contra el suelo con una perfecta técnica Hane-goshi. No lo soltó de sus ropas hasta que el réferi indicó que ella era la vencedora de la ronda.
Al separarse la chica se sacudió el uniforme y se retiró a su lugar inicial. No se miraba para nada agitada.
Todos se quedaron boquiabiertos. La única lógica que podían dar a aquello que ameritaban sus ojos era que, quizá, el dojo del que provenía aquel chiquillo no era tan buena escuela como se decía. Tal murmullo ofendió al maestro que se hizo el sordo.
Y no fue la única vez que aquella niña extranjera dejó a todos con la boca abierta debido a su capacidad de lucha y de reacción, pues, entre todos los participantes hubo alguien además de ella que no luchaba kung-fu. Se trataba de un chico hongkonés que se presentó muy confiado y dispuesto a vencer con el arte del Muay Thai, que, aunque supuso un reto enorme para ella, no tuvo gran dificultad para derribarle bruscamente con otra de sus técnicas.
El muchacho era duro; conocía la técnica de su propio estilo de lucha y usaba sus brazos, codos, rodillas y piernas de una forma estratégica, pero, la joven no solamente era fuerte, sino veloz también.
Se ganó la admiración y respeto de todos para cuando ya llevaba a varios muchachos arrojados contra el suelo.
—Bueno, ¿pero quién es esa niña? —preguntó Yun con curiosidad.
—Leí la lista de invitados que estaba en la entrada del evento. Su nombre es Manon Fontaine —explicó Yang.
—Estoy seguro de que así no se pronuncia —dijo entre risas.
—¡Cállate, Yun! —Suspiró—. Oí los rumores… Dicen que viene desde Mónaco.
—¿Mónaco? ¿Y por qué alguien vendría desde allá para asistir a un torneo tan pobre como este?
—No me lo preguntes… Tampoco lo sé.
—Pero, cuando me pregunto quién es, me pregunto, ¿cómo puede ser tan fuerte?
—Tampoco me lo preguntes.
Ante dicha contestación Yun le dirigió una mirada recelosa a su hermano.
Entonces siguió una lucha en la que no participaba ni Jamie ni Manon. A partir de la salida de la chica el tiempo se sintió más lento porque iban descalificándose todos contra todos de poco en poco hasta que la noche fue avanzando cada vez más, poniendo de nervios a los espectadores. Era increíble ver cómo un duelo que no duraría más de tres horas marcaría para siempre la perspectiva de la competitividad y el ego del ganador y el derrotado.
Llegado el momento de la gran final, de manera inconsciente Yun se descruzó de brazos y Yang estaba que saltaba de la emoción. El kung-fu de Jamie era fuerte y era toda una experiencia verle hacer cada uno de esos movimientos que aparentaban ser el ataque de un feroz tigre. Por otro lado, los movimientos de la chiquilla eran tan bruscos como también lo eran elegantes en una armonía muy poco común.
Los hermanos, así como todo el público, observaban atentos cuando fueron presentados. No habían peleado antes en ninguna de las rondas y había llegado el momento.
Al verse, ambo se sonrieron. Jamie había estado observando minuciosamente sus movimientos y hasta creía haber memorizado todos sus trucos y tácticas más impredecibles, mientras que ella haciendo igual, creía conocer cada una de las fintas del joven.
Cuando se vieron frente a frente por primera vez, ambos adoptaron su posición correspondiente luego del saludo. Ella mantenía una estancia de calma, a diferencia de él que denotaba una desbordante agresividad.
Una vez dada la indicación, el duelo comenzó. Pero ninguno se movió.
Había una especie de instinto en cada uno que gritaba: “¡Esta persona es diferente a las demás!”.
Por primera vez Manon habló.
—Je te le demande… S'il te plaît, ne te retiens pas.
Y lo que decía era cierto. “No te contengas, por favor”. Pues esa era la única forma en la que ganaría la experiencia que necesitaba; la única forma en que podría demostrar que ella era verdaderamente fuerte, porque esas palabras se repetían sin cesar en su mente. «Manon, eres fuerte».
A ella poco le importó hacer el intento de hablar en el dialecto de la región o siquiera el utilizar un inglés pobre. Solo quería expresar sus sentimientos, fueran o no entendidos. Detestaba que la subestimaran.
Y, aunque Jamie no comprendió ni una sola palabra, se aseguró de transmitirle sus verdaderas intenciones, esperando que lo que recibió no fuera un insulto. “Discúlpame, pero no voy a frenarme”.
—對唔住,我會冇障礙噉打。
Manon arrugó la nariz al escuchar el cantonés del chico.
El fuego en la mirada de ambos fue suficiente para entender que, aunque las palabras no les eran suficientes para mantener una buena comunicación, el amor que ambos sentían por la lucha era suficiente para no distanciarles; para hacerles comprender sus deseos.
Teniendo claro que definir si serían amigos o enemigos era una tarea imposible, se concentraron en detectar algún movimiento ofensivo del otro, pero Jamie no tenía intenciones de moverse primero. Había visto ya todas las rondas en las que la chica había vencido y siempre, siempre, siempre, el derrotado era aquel que se atrevía a atacar primero. Ante tal comportamiento Manon se desesperó. ¿Debería ella arremeter contra él primero?
Mantuvo sus piernas separadas con los pies bien puestos sobre el suelo, lo cual, en ocasiones efectuar sus técnicas le suponía un problema porque no había tatami, sino que tenía que liárselas con el duro suelo.
Extendió sus manos para calcular un agarre perfecto, pero Jamie no era de quedarse quieto y ante cada movimiento menor de la chica él enseguida cambiaba de posición.
«Se mueve como el maestro Fei Long», pensó Yun.
Normalmente Jamie creería que derribar a la chiquilla e irse con la victoria sería muy fácil. ¿Por qué? Quizá porque él era más alto que ella y con los brazos y piernas más fornidos, claro estaba. Pero, de no ser porque había visto cómo se deshizo de los otros muchachos sobre el ring como si fuesen frágiles plumas de ganso, no pudo deshacerse de la idea de que era mejor no subestimarla. Después de todo, incluso si la teoría de que la chica fuera débil fuese cierta, subestimarla sería un grave error. Con esa técnica suya no podía correr el riesgo de creerse superior por tener más fuerza, pues sabía, que el judo era especialista en derribar a aquellos que son más fuertes. Para hacer un poco peor el asunto, Manon era buena con lo que hacía.
La mayoría estaba esperando a que el combate empezara, pues ninguno de los dos se atrevía a moverse. Sin embargo, solo fueron los gemelos quienes se dieron cuenta de que el combate ya había comenzado hace mucho tiempo. La tensión se sentía en el aire, y los gritos y bullas del resto no hacían más que agudizar los sentidos de los chicos o entorpecer sus ideas.
El primero en hacer un movimiento fue Jamie, pero fue en vano porque ni él pudo acertar un golpe ni Manon pudo detenerlo. Apenas movió una pierna, ella se puso en posición de defensa pero él no se atrevió a ir mas allá y se echó hacia atrás también. Y cuando ella quiso ir a por él con un agarre simple Jamie de inmediato le desvió con un movimiento veloz y preciso.
«¿Pero quién ha sido el infeliz que aceptó poner a competir a una niña entre varones?», pensó Yun.
—Pues, así como la ves, ella ha derrotado a todos aquí.
—¿Yang? ¿Pero cómo…? —El hecho de que le leyera el pensamiento lo sorprendió.
—¡El único que falta es nuestro Jamie! Entonces, ella podrá llevarse el trofeo de la noche.
El padre de Manon fue muy estricto con la orden que dio al jurado: “Mi niña es fuerte. Nada de trampas, tampoco la subestimen ni se contengan. Den todo lo que tengan. Que no les dé miedo que ella sea una mujercita, pues puedo asegurar que les vencerá”.
Y, siguiendo esa orden, no hubo quien se echara para atrás. Si las artes marciales de la región podrían regresar a un extranjero llorando a su país no tenían entonces nada que perder y encima los periodistas lugareños tendrían un buen artículo sobre el cual escribir en el mañanero del siguiente día. ¡Perfecto!
«¿Qué pasa? He llegado hasta aquí con suma facilidad. ¡El Gran Jamie Siu no puede rendirse así de fácil!»
Y lo sabía bien… Sabía que Manon esperaba la más mínima oportunidad para tirarle al suelo sin ninguna clase de compasión. Las imágenes de los duelos anteriores volvían a la mente del chico y sabía que, si no tomaba las precauciones necesarias, la historia se repetiría con él.
Para la sorpresa de muchos, resistió bien y fue de los oponentes que más duraron de pie en presencia de la chica. Aunque el asunto ahora era más emocionante porque quien quedara de pie sería el ganador definitivo de la noche. ¡Y qué gran respeto recibiría el ganador! Sin mencionar aquella victoria en su historial de vivencias que les acompañaría para toda la vida.
«Después de esta victoria, ¡me volveré más fuerte!», pensaron ambos.
Jamie fue el siguiente en lanzar una patada teniendo la intención de derribarla por sus frágiles tobillos. Manon resistió bien y lanzó un gancho el cual él logró evadir rápidamente. Ella se aproximó a él por debajo y lo tomó con ambas manos de uno de sus brazos; Jamie le dio una patada en el torso que le hizo hacer una mueca de dolor. Cuando el niño trató de nuevo con un lanzamiento de puño ella lo atrapó y con toda su fuerza logró lanzarlo por el aire hasta la otra esquina del ring, del cual, Jamie se incorporó de inmediato porque no logró ser una caída con todo lo que respecta el nombre. Al ponerse de pie la miró consternado, pero ya era demasiado tarde para poder hacer algo porque ella se aproximó a él tan rápido como pudo aprovechándose del desconcierto del lanzamiento y le tomó de entre el brazo y la pierna, para después volver a alzarlo y tirarlo. Al intentar actuar rápido, Jamie la sujetó del judogi y arremetió contra ella con movimientos rápidos de su kung-fu, pero Manon de nuevo tomó el control de la situación y se alzó con el cuerpo de él aferrado a ella. Luego, desorientándole de sus sentidos, le tomó de las extremidades y selló el movimiento con un lanzamiento aturdidor que lo dejó tendido boca arriba con un terrible dolor en la espalda.
Los movimientos de Jamie habían sido rápidos, sí, pero Manon llevaba tiempo estudiando a la perfección los ágiles golpes del kung-fu y el resultado fue inevitable. Hubo una diferencia que selló el destino del pobre Jamie, y era que, a diferencia de la chica, él jamás había luchado contra nadie en un torneo con todo y sus reglas. Fue inevitable.
El réferi indicó que la chica había ganado la competencia final, tomándole la mano y alzándosela muy alto para gritar: “¡Manon Fontaine es la ganadora!”
De ese modo, Manon se llevó el premio de la noche; un trofeo y una suma de dinero que si bien no era basta, tampoco era pobre. Y aunque Jamie se hizo con el segundo lugar y una cantidad menor —pero igualmente satisfactoria— de dinero, no pudo quedarse quieto. Cuando anunciaron a aquella chiquilla como la ganadora, el corazón le palpitó a mil por hora y se mantuvo ahí sentado sobre el suelo del ring intentando recapitular lo que había pasado. Su vista estaba perdida en la nada, sudando a mares y todavía con las manos y piernas temblando por el impacto. ¿Qué era lo que había sucedido? No encontraba manera de explicárselo, pues no podía entender cómo una niña le había ganado.
Antes de retirarse, Manon se volteó hacia él y le tendió la mano para ayudarlo a ponerse de pie.
A pesar de sus buenas intenciones, la chica seguía siendo presumida por su preciosa y limpia victoria.
—C'est mon judo, chérie.
Pero Jamie ni siquiera tuvo la intención de tocar su frágil mano. Se puso de pie por cuenta propia e hizo una mueca de desagrado antes de retirarse hacia el otro lado para ser anunciado como ganador en segundo lugar.
Esa fue la última vez que la vio de cerca.
Jamie no traía consigo el premio que quería, pero peor era haberse ido sin nada. A pesar de ello, no estaba contento.
Tenía el cuerpo adolorido a causa de los golpes que había frenado impulsivamente y por aquellos golpes que no fue fácil esquivar.
Durante el largo trayecto hacia la casa de los gemelos no encontró el mejor momento para tranquilizarse porque el solo rememorar su derrota ante una adversaria que había considerado más débil que él a simple vista le suponía un problema emocional enorme. Por eso iba callado, viendo con el ceño fruncido sus propios pies que avanzaban rápidamente esperando encontrar un refugio pronto. Estaba abrazado a su abrigo, pues el calor del momento pasó y el frío de la noche le atacó.
Yang iba dándole ánimos al jovenzuelo, aunque éste no se enfocara en escuchar ninguna de sus palabras.
Yun se había quedado embelesado. No creyó que el verle pelear de una manera tan vivaz atraería a él tantos recuerdos que creía haber dejado enterrados.
Esa noche vio algo en el joven Jamie que hacía mucho nada ni nadie le había transmitido: la chispa de la fuerza. Porque en el escenario a Jamie de verdad se le veía vivo; se notaba que amaba luchar, que sabía cómo luchar y que deseaba ganar. Yun creyó que alguien que era capaz de luchar así se merecía, aunque en un grado menor que hacia sus maestros, su respeto. Fue hasta entonces que se olvidó del niñato malcriado y vio de verdad al Gran Jamie Siu que había en su interior.
Estando ya en casa pasaron por el restaurante y al subir a la segunda planta hicieron que Jamie descansara en una de las sillas de la sala principal. Estaba todavía muy agitado y aunque sentía frío el color de su cara seguía siendo rojo intenso. El sudor le empapaba la ropa, sus manos y piernas temblaban y los ojos parecía que se saldrían de sus orbitas. Tan solo miraba al suelo intentando aceptar la realidad de lo que había ocurrido.
—…mie. ¡Jamie! —le llamó Yang.
Al darse por fin cuenta de que le habían estado hablando y no había contestado, alzó rápidamente la cara.
—¿S-Sí?
—Ten. Es té de jengibre. Aliviará un poco tu dolor muscular.
Jamie tomó la taza rápidamente. Se olvidó incluso de dar las gracias y se empinó la bebida hasta no dejar ninguna gota. Seguía respirando con agitación.
Por recomendación de Yang se levantó a darse una ducha. Creyó que quizás el agua fría le permitiría despejar sus pensamientos y emociones, pero estaba equivocado, pues entre más pasaba el tiempo la noche iba envejeciendo y sus recuerdos recientes seguían torturándole una y mil veces más.
Luego de peinarse y vestirse volvió a reposarse sobre el sofá en el cual había estado durmiendo durante sus días de estadía en casa de los hermanos Lee.
Meditar luego de una pelea estaba bien, pero sobrepensarlo ya no era correcto y ambos hermanos se dieron cuenta de que Jamie comenzaba a tener un serio problema de introspección.
No pudiendo soportarlo más, Yang llegó y se sentó a un lado suyo. Solo la luz cálida de la lamparita de noche alumbraba la habitación.
—¿En qué piensas, Jamie?
—Yang, yo… —Se retorcía los dedos a causa del nerviosismo—. ¿Lo hice de verdad tan mal? Creía que era fuerte, pero…
—Lo sé. Nadie sale de casa y se dirige a un torneo teniendo en mente que perderá. Sabía que querías ganar.
—¡De verdad deseaba ganar! Pero…
—Lo hiciste, Jamie. Ganaste.
—¡Segundo lugar!
—Entonces, ¿preferirías haber quedado fuera del podio?
—No lo sé…
Yang suspiró luego de inhalar profundamente. El chico tenía una personalidad que ya conocía muy bien.
Tan solo le puso una mano sobre el hombro cálidamente y siguió hablándole.
—Está bien perder a veces, Jamie. No siempre necesitas que otros te digan que eres el mejor para creer de verdad que eres el mejor.
—Yang…
—No dejes que lo que pasó hoy te frene. Lo digo en serio.
El niño permaneció con la vista clavada al suelo. Entonces no pudo resistirlo más y se echó a llorar. Eran amargas lágrimas de desesperación. Se cubrió el rostro con ambas manos mientras empezaba a gimotear, ya ni siquiera pudiendo formular más palabras.
Yang le sobó la espalda cariñosamente. Sonrió con dulzura, pues sabía que el pobre chico se había estado aguantando el llanto desde hace mucho tiempo atrás cuando la derrota le tomó desprevenido. Supo entonces que llorar era lo que le hacía falta para liberar su estrés y por eso se quedó apoyándole.
—De verdad quería probar que yo era fuerte, hermano Yang… —habló con la voz entrecortada entre gimoteos.
—Lo sé, Jamie. Y lo hiciste bien.
—Fui tan tonto… No creí que mi kung-fu fuera tan débil…
Yang pasó uno de sus brazos para rodearle al chico por los hombros. Lo abrazó de forma sincera para brindarle su apoyo.
En ese momento llegó Yun que presenció la escena al principio muy intrigado. ¿De verdad Jamie estaba llorando? Sí, era lo que veía y oía.
Cuando los hermanos chocaron miradas apenas Yang se encogió de hombros con media sonrisa y Yun torció el labio. Antes de siquiera decir algo, el mayor se volvió a la cocina por unos bollos que habían sobrado de la comida que sirvieron a la clientela por la tarde. Al volver a donde Jamie y su hermano, tan solo le puso la bolsa con los bollos sobre las rodillas al menor, diciendo: “Come”.
Pero a Yang no le pareció buena idea.
—Yun, no creo que sea momento de…
—¿Por qué no? Seguro que le sienta bien. —Se cruzó de brazos. Al captar la atención de Jamie, se dirigió a él, tomó uno de los bollos y se lo puso en la mano—. Anda, niño. Come. Yang me digo que te gustaban mucho.
—No seas tan rudo —le reprendió el otro.
—¡No lo soy! —exclamó. Volviéndose al menor otra vez, dijo—: Hay que entender que la vida sigue… Y que perder no es malo. Y que aprender de lo que se obtiene de las derrotas es lo que más importa. ¡Y sobre todo hay que comprender que la vida es este constante revoltijo de altibajos y que hay que intentarlo muchísimas veces más!
Jamie alzó la mirada tan solo para observar con sus rasgados ojos vidriosos al chico de trenza.
—Cuando te vi luchando ahí arriba de verdad me cautivé por ti. Hacía mucho que no miraba una técnica tan fluida… Solo necesitas pulirte un poquito, justo como a un jarrón de barro que pretende ser de porcelana. —Y decidió repetir sus palabras—. Me cautivé en serio.
Entonces, retomando un poco mejor las fuerzas le dio una mordida a uno de los shaobings que tenía en mano y siguió comiendo con ganas sin importar que las lágrimas siguiesen saliendo de sus ojos.
Esa fue la forma de Yun para empatizar con el chico, pues, de alguna manera debía intentar levantarle el ánimo luego de permitirle presenciar con toda meticulosidad su kung-fu. Se sentía agradecido profundamente con Jamie por haberle permitido tener esa clase de conexión consigo mismo después de tanto tiempo.
Y Jamie siguió comiendo con gran apetito porque al igual que el día que recién llegó, solo necesitaba un empujoncito para seguir adelante. Y, de nuevo, el sabor de la comida caliente tuvo un sabor más exquisito, pues se sintió en casa otra vez. Estaba reconfortado entre sus dos hermanos que le rodeaban en el sofá para brindarle el apoyo que necesitaba.
—Lo hiciste muy bien, Jamie —dijo Yun con una sonrisa sincera.
Yang se asombró de que, por primera vez, su hermano llamara al chico por su nombre. Ya iba siendo hora de admitir que en muy poco tiempo ambos se habían encariñado con el diablillo.
Chapter Text
Esa noche luego del torneo el joven Jamie se quedó profundamente dormido, y aunque Yang seguía alegando que quizá no había sido buena idea darle algo de comer tan avanzada la noche, Yun tan solo resolvió la preocupación de su hermano —o al menos intentó hacerlo— diciendo: “No pasa nada. Imaginemos que es Año Nuevo”. Además, según él, el pobre se lo merecía porque no había comido bien los días anteriores a causa de su preocupación y su arduo entrenamiento.
Sin embargo, aunque pensaron que con aquel consuelo brindado hacia el niño resolvería todos sus problemas emocionales a causa de la repentina derrota, la verdad era que no sería así, pues, a la mañana siguiente el pobre Jamie se encontraba sufriendo una terrible fiebre que lo abatió desde inicios de la madrugada. En un principio creían que el malestar desaparecería poco a poco como naturalmente sucedía, pero el pobre chiquillo estaba tan exhausto que incluso levantarse al baño le suponía un gran esfuerzo.
Yun creyó que la fiebre se debía al dolor que el niño tuvo que soportar tras cada uno de sus combates o al cambio de clima que sufrió viajando desde Lamma hasta el centro de Hong Kong, pero Yang lo atribuía a otra causa, recordando que cuando su hermano era más joven —al igual que él— solía engriparse o padecer de fiebre por el simple hecho de pasar un terrible coraje imposible de digerir luego de una derrota sinigual. Y siguió creyendo que más allá de contagiarse por las calles abarrotadas era muy probable que una mezcla de pensamientos y sentimientos negativos hayan podido derribar al joven Jamie. Ya sin tener que discutir sobre cual había sido la causa, durante todo el día siguiente ambos cuidaron del niño que no mostraba signos de mejoría y que por el contrario no hacía más que empeorar y empeorar. De nuevo compraron medicinas y usaron toda clase de tratamientos tradicionales y cuando todo ese esfuerzo siguió sin dar buenos resultados fue momento de llamar a un doctor para que checara al pobre chiquillo. Aunque el diagnóstico de un profesional no fue referente a algo de una gravedad altísima tampoco era algo que pudiera descuidarse, por lo que, siguiendo las indicaciones, cuidaron minuciosamente de Jamie.
—Quizá deberíamos hablarle a tu familia para que sepan lo que pasa —opinó Yang que estaba sentado a la orilla de la cama de Yun, en donde reposaba Jamie.
—¡No! —exclamó el enfermo con la poca fuerza que tenía—. Mi abuela no puede saberlo…
—¿Por qué no?
—Le dije que no volvería a casa si no llevaba conmigo el premio del primer lugar del torneo.
—Oh, Jamie, solo olvídalo… Hiciste tu mejor esfuerzo y estuviste fenomenal, pero es tiempo de dejar esto atrás. Alguien debe saber que no estás bien.
—No quiero… que la abuela sepa que… perdí…
Para ese punto Yang entendió lo inútil que era seguir diciendo una y otra vez cosas como: “No perdiste, solo calificaste en segundo lugar”. Recordó que Jamie era un niño berrinchudo y dejó de esforzarse en levantarle el ánimo con el mismo argumento.
Se limitó a cambiar el paño que Jamie tenía en la frente para volver a humedecerlo en el agua fría que tenía en un recipiente, lo exprimió y se lo volvió a tender en la frente. Jamie gimió al sentir el contraste de la tela fría con su piel candente y se durmió. Mientras tanto, Yang esperaba a que Yun terminara de atender él solo el restaurante para por lo menos hacer un cambio, pues no le gustaba mucho del todo dejar que su hermano se ocupara él solo del trabajo, aunque antes ya lo habían decidido y cerrar el negocio no estaba entre las opciones, limitándose Yun a decir: “Tu encárgate de Jamie, yo puedo atender el restaurante”. Por eso, Yang decidió confiar. Y por todo ese día y toda la noche esperaron a que para el día siguiente el niño se encontrara un poco mejor, pero para su no sorpresa, seguía igual si no es que había empeorado.
Eran más o menos las 12:00 de la tarde del tercer día luego del torneo cuando Jamie seguía postrado en cama totalmente débil. Durante todo ese lapso de tiempo fue el mayor de los hermanos quien permitió que el chico durmiera en su cama, pues quizá solo en una superficie cómoda podría acelerar su mejoramiento, pero puesto que los resultados eran otros tan solo consiguieron preocuparse más. Para tal punto Yun ya ni siquiera insistió en abrir el negocio familiar.
—¡Mierda! —exclamó golpeando la pared.
—¡Yun!
—Uh, lo siento. Es solo que… ¿no podemos hacer nada?
—Deberíamos llamar a sus tutores.
—Créeme, busqué entre sus cosas, pero este chiquillo no tiene nada que pueda identificarlo. No hallé ningún número, documento o tarjeta… Nada.
—Habrá que preguntarle de nuevo.
—¡Seguirá tan necio como siempre!
—Vamos, Yun, es obvio que esto fue un duro golpe para él.
—¿Y crees que al menos su familia sabe que salió de casa?
—Antes dijo que se había comunicado para hacerle saber a alguien que había llegado bien a Hong Kong y que tenía donde quedarse.
—Bueno, es verdad…
—Que, por cierto…
—¿Mn?
—¿No será que Jamie se enfermó por esos bollos que le diste?
—¡Cielos! ¿Por qué insistes con eso?
—Es un niño, a su edad todos solemos comer demasiado y digerir muy poco. Quizá le ha sentado mal.
—El doctor ya ha dicho que se debe a causar naturales. Seguro que ha pescado algún bicho de por ahí cuando andaba por las calles.
Yang bufó. Palpó la frente de Jamie luego de volver a acomodar el paño.
—¿Jamie?, ¿duermes?
—¿Mm? —gimió el niño—. ¿Hermano Yang?
—Jamie, dinos por favor cómo contactar a algún conocido tuyo. ¡Esto es terrible! Al menos deberían saber cómo es tu estado de salud.
—Pero… le dije que…
—¿Lo ves, hermano? —intervino Yun—. No querrá hablar.
—¡Tienes que hacerlo, Jamie! —insistió Yang ignorando a su gemelo—. ¿A qué número podemos llamar?
Pero para Jamie no significaba la mínima cosa. Llamar a su abuela significaría sellar su más vergonzosa derrota en la que diría que había fracasado en su primera aventura hacia lo desconocido en donde su primer objetivo había sido el de volverse más fuerte. No quería imaginar el rostro de su abuela diciéndole “te lo dije” mientras le daba un tirón de oreja. Le aterraba ser reprendido vergonzosamente. Pero sabía que no tenía opción y que no podía seguir perjudicando a los hermanos de la manera que lo hacía, pues ya era mucho con haberse percatado de que además de hacerles gastar su tiempo teniéndolos atados a él todo el tiempo en esa habitación, también les había hecho invertir dinero en medicamentos y en la visita de un médico. Tenía que empezar a comportarse de una manera más responsable, menos imprudente. Por eso pidió un trozo de papel en donde apuntó el número para llamar a la casa de su abuela. Una vez con aquella información Yun llamó no dando demasiados avisos que pudieran aturdir a la mujer.
—¿Hola? Buenas tardes, mi nombre es Yun Lee. Hablo para hacerle saber que Jamie Siu se encuentra hospedándose en nuestra casa. ¿Uh? No, sí… No, no se preocupe. Ajá… Sí, es que tiene fiebre, le hemos estado dando los cuidados necesarios, pero no muestra mejoría. Ajá. ¿Vendrá? Estupendo. Claro, yo se lo digo. ¿Tiene donde anotar? Le daré la ubicación.
Una vez que Yun le dio a la mujer las indicaciones para llegar al restaurante, se despidieron y se volvió hacia Jamie con un poco más de ánimo.
—Ya quedó, Jamie. Esa mujer vendrá por ti.
Yang sonrió ante la noticia, pero Jamie se sintió abatido. Apenas se quejó con un hilo de voz. ¡Qué terrible! Si su queridísima abuela llegaba a la residencia de los Lee, entonces todo estaba acabado. Tendría que volver a su patética isla a volver a ser un Don Nadie por el resto de su vida.
—Por lo pronto tienes que seguir descansando. Todo va a estar bien, ¿sí? —le animó Yang, pero no obtuvo ninguna contestación.
En cierta parte el hecho de que la mujer haya contestado haciéndose cargo de su nieto fue un alivio para los gemelos, quienes se sentían sumamente preocupados por tener una carga tan pesada sobre los hombros como cuidar de otro ser humano aparte de ellos mismos. Y era que ninguno se sentía con la responsabilidad suficiente como para “adoptar” al pequeño, pues además de las atenciones que todo niño de su edad necesitaba también tenían que hacerse cargo del restaurante y ahorrar para todo aquello que conformaba sus planes.
Al tener en mente que la anciana se llevaría al niño consigo sintieron disminuir la tensión en sus hombros y estómago… Era lo que necesitaban, aunque en el fondo a Yang había comenzado a emocionarle la idea de tener que vivir con alguien más además de su hermano.
La anciana llegó esa misma tarde casi al anochecer luego de llevar consigo lo necesario. Al estar frente a la puerta del restaurante observó minuciosamente cada detalle del hogar. No era un sitio muy grande, pero resultaba acogedor… En la primera planta estaba puesto el restaurante con una barra pequeña, varias mesas redondas y también la cocina de al fondo, y al subir las escaleras se llegaba al verdadero hogar de los hermanos Lee en donde tenían la sala de estar, un baño, una cocina mucho más pequeña que la cocina del restaurante y sus respectivas alcobas. Había un balcón en donde tenían algunas macetas con plantas que ya tenían sus hojas algo quemadas por el sol y también unos cactus que no crecían pero tampoco morían. Lo que más le gustó fue darse cuenta de que la casita contaba con patio trasero y patio delantero.
Al darle la bienvenida a la mujer, Yun la ayudó a subir las escaleras hasta encontrarse con su nieto. Lo cierto era que el muchacho se sorprendió de cómo la anciana se tomaba las cosas con tanta calma, como si no dudara ni un segundo de que su nieto se encontrara ahí.
Yang le ofreció un saludo también y la invitó a pasar a la alcoba de Yun, donde Jamie dormitaba bien arropado sobre la cama.
—Llegó muy rápido, abuela —dijo Yang.
—Tomé el ferri tan rápido como pude… No puedo creer que mi torpe nieto les haya causado tantas molestias. Lo siento. —Hizo una reverencia provocando que su cansada espalda crujiera—. ¡Ay!
—¡Oh! Lo siento, que desconsiderado… ¿Gusta sentarse? —le dijo ofreciéndole la silla de madera que tenía frente al computador.
—Gracias, muchachito —agradeció y tomó asiento.
—Lamentamos molestarle, pero Jamie ha tenido fiebre todo este tiempo…
—¡Hm! Ya me lo temía. Este muchacho nunca escucha.
—¿Cree que hay algo que se pueda hacer? —preguntó Yang esta vez.
—Claro, traje un remedio conmigo.
—¡No! —exclamó Jamie despertando de sus sueños y metiéndose entre los edredones para esconderse—. ¡No quiero ese horrible remedio! ¡No quiero, no quiero, no quiero!
—¿Tan terrible es? —preguntó Yang casi para sí mismo.
La mujer entonces volvió a ponerse de pie y caminó hasta la cama para golpear el cuerpo de su nieto con su bolso.
—¡Niño insolente! —Siguió golpeando encima del edredón, provocando un sonido seco al chocar con la tela—. ¿Así recibes a tu abuela?
—¡Vuelve a casa, abuela! —exclamó el niño escondiéndose más—. ¡No merezco que me veas así!
—Ah, eso también… —comentó Yang—. Jamie seguía diciendo una y otra vez que no volvería porque según él, perdió el torneo, pero la verdad es que…
—¡No se lo digas, hermano Yang! —exclamó. El sonido de su voz siendo acallada por las mantas.
—¿Qué pasa con ese dichoso torneo, Jamie? —habló pacientemente la mujer—. ¿Es que te han derrotado a la primera? No te preocupes. ¿No te lo dije? A esa clase de eventos van toda clase de fanfarrones. No me extrañaría ver que te faltan dos o tres dientes…
—¡No es así! —exclamó Jamie sacando la cabeza repentinamente, dejándose ver por fin.
—Oh, pero sí que hay varios raspones y moretones… ¡Qué fiebre tan terrible tienes, mi niño! Tu carita está rojísima. —En seguida le tentó las mejillas.
Yun y Yang presenciaron la escena de pie, uno de cada lado de la cama. Para aligerar los sentimientos de ambos Yun decidió abrir por completo la cortina, así entraría un poco mejor la luz que ya de por sí a veces era bloqueada por los edificios de la zona.
Durante mucho tiempo se mantuvo aquella conversación en la que Jamie seguía diciendo una y otra vez no merecer ver a su abuela por el hecho de haber “perdido” una batalla que significaba mucho para él, pero a la anciana no le importaba, pues para ella no era más que un simple pleito de pacotilla. Volviendo con lo de antes, la abuela siguió reprendiendo al necio muchacho que poco después se echó a llorar, dejándose llevar por los sentimientos encontrados al toparse con la única persona que significaba un hogar para él. Y una vez que su llanto se vio calmado, la mujer sacó de entre sus cosas una cantimplora con una bebida extraña que, si bien no tenía el peor de los olores del universo, tampoco es que fuera muy amigable. Yun lo comparó con una mezcla entre vinagre y tabaco, mientras que Yang dijo que era algo entre garbanzos añejos con salsa de soja.
Jamie se resistió terriblemente al tener que tomar aquella bebida, pero cuando los hermanos lo sujetaron para permitir que la mujer se lo diese a beber, entonces se hubo calmado y se quedó tumbado en la cama por un buen rato.
—¿Estará bien? —cuestionó Yun al ver que de repente se había quedado quieto y callado.
—Claro. Le di en una menor medida de la indicada, de lo contrario… estaría increíblemente inquieto.
—¡Menos mal! Qué bien por Jamie, ¿no, Yun?
Yun le sonrió a su hermano y luego desvió la vista hacia el pequeño que reposaba en su cama.
Al cabo de un minuto la mujer dijo que lo mejor sería dejarle descansar, que lo peor saldría de su cuerpo pronto. Por ello los tres se encaminaron a la sala de estar. Los gemelos hablaron con la anciana el tiempo suficiente como para conocer mejor a Jamie y al enterarse de que la mujer era ella misma una usuaria de las artes marciales chinas estuvieron sorprendidos. Era genial que el propio Jamie tuviera en casa a alguien que le enseñara. “Debió ver a Jamie, peleó de una manera espectacular”, dijo Yang. “Así es, ya me decía yo que sus movimientos no podían haber sido aprendidos por él mismo. Así que usted le enseñó…”, habló Yun. La abuela dijo que sí, que se había esforzado por fortalecer a su único nieto. “Pero todo lo que conseguí fue alzarle el ego”, terminó diciendo.
—Jamie estaba muy preocupado por no haber podido conseguir el primer lugar e insistía en no contactar a nadie. Creía que la avergonzaría, señora Siu —explicó Yang.
—¡Es imposible arrancarle la idea del cerebro! —exclamó Yun.
—Vaya, vaya… Así es mi muchacho, ya lo ven. Me alegra mucho saber que estuvo en buenas manos. Gracias, mis niños.
Los hermanos se sonrieron entre sí sin saber cómo reaccionar además de asentir varias veces y hacer leves reverencias con sus cabezas.
—¿Cómo era? —preguntó ella.
—¿Uh? —cuestionaron los gemelos al unísono, no entendiendo la pregunta.
—La persona que ganó el primer lugar del torneo, ¿cómo era? A pesar de saber que mi nieto no es el mejor en la lucha, también sé que no es muy fácil de vencer. Debió ser alguien de verdad habilidoso…
Yun y Yang se voltearon a ver sin encontrar las palabras. Al final fue Yun quien se atrevió a hablar.
—Fue una chica judoca de su misma edad. Era algo excéntrica. Nadie al principio pensó que pudiera llegar a las finales, pero conforme iban avanzando las eliminatorias nos dio una gran sorpresa…
—¿Una chica? —La mujer abrió mucho los ojos no pudiendo creerlo.
—Sí, una extranjera, además. De Marruecos.
—Mónaco —corrigió Yang.
—¡Ah, sí! Hablaba francés. Me pareció raro que hubiera invitados del exterior siendo un evento sin gran relevancia.
—Así son los jóvenes… —dijo ella suspirando.
Entonces Yun le habló más de todo lo que había pasado mientras estaban en el torneo. Le contaron que ellos habían tratado de ensenarle sus técnicas del Bajiquan sin mucho éxito, y también sobre la travesía que tuvieron Yun y Jamie con los matones de los callejones y, sobre todo, sobre la pelea con Manon Fontaine. “¡Ella era un monstruo!”, exclamó Yun, recordando con detalle cómo había derrotado a cada uno de los participantes pese a que todos eran más altos o fuertes que ella. “Y era hermosa, ciertamente. Creí que quizás se robaría el corazón de nuestro Jamie en medio del escenario, pero al parecer no sembró más que odio en él”, dijo Yang. La abuela rio ante el ahínco con el que los hermanos relataban los hechos y también se mostró conmovida al notar que ambos admiraban su fuerza y determinación. En ellos vio el espíritu de su joven nieto y sonrió para sus adentros.
A pesar de que el restaurante no había abierto, los hermanos y la mujer comían en una de las mesas del establecimiento. La mesa estaba acomodada con varios platos con diferentes guarniciones, entre ellas había Chop Suey, arroz frito, pollo Kung Pao, tofu picante, fideos Chow Mein y, por supuesto, el plato estrella del negocio familiar: los deliciosos Shaobings rellenos de carne.
Estaban platicando animosamente mientras ellos se desahogaban con la mujer como si se tratase de su propia abuela. Hablaban sobre una variedad de cosas que les permitió volver la tarde más amena, como sus planes para el futuro y la forma en que se ganaban la vida. “¡Espero que nunca cierren este restaurante! Todo es delicioso”, dijo ella y los hermanos se sonrojaron cuando agradecieron el cumplido. Prontamente los tres se sintieron en confianza y más allá de solamente hablar de Jamie, comenzaron a compartir sus propias vivencias relacionadas al mundo del kung-fu. Dado que sintieron que la visita de la mujer era una visita especial sintieron que querían servirle toda clase de platos que había en la carta del restaurante y ellos no tuvieron problema alguno con cocinar. Se perdieron en la conversación y el tiempo pasó más rápido sin que lo notaran.
Para la noche, Jamie ya se encontraba mejor.
—¡Increíble! —exclamó Yun cuando le vio bajar las escaleras.
El niño tenía el cabello revuelto y sin atar, pues Yang se había encargado de deshacerle la coleta para que pudiera descansar debidamente. Ahora el flequillo se le partía en dos y le caía por la frente. Aunque ya no tenía la cara de color carmín, todavía se le veía medio dormido.
—¡Cuidado, Jamie! ¡No deberías haber salido de la cama tan pronto! —Yang fue junto al niño para que se apoyara en su cuerpo, pues le vio tambalearse.
—Estoy bien, hermano Yang —dijo rodeándole de la cintura con un brazo.
—Jamie, ¿qué tal te sentó el remedio de tu abuelita? ¿Ya viste que no fue tan difícil? —dijo Yun desde la mesa y sonrió de forma juguetona.
—¡Agh! ¡Eso sabía horrible, hermano Yun! —Hizo una mueca de asco.
—Ya le tomarás el gusto —dijo su abuela con una sonrisa inocente.
—¡Claro que no! —protestó el niño.
Los tres adultos comenzaron a reír, pero a Jamie se le veía enfadado. Entonces Yang le acompañó a la bañera en donde le preparó agua caliente para que se aseara y pudiera descansar ahora que por fin la fiebre habría abandonado su cuerpo. Mientras tanto, los hermanos hicieron que la sala fuese un lugar cómodo para que la mujer pudiera quedarse a dormir por aquella noche.
Una vez que Jamie estuvo mejor, todos se quedaron tranquilos teniendo en mente que pronto cada uno podría retomar sus actividades cotidianas. Sin embargo, a la mañana siguiente todavía vistiendo su pijama, Yun le preguntó a la mujer:
—Abuela, ¿se puede saber qué usaste para curar a Jamie?
—Un antiguo brebaje familiar.
—Debe ser mágico, me imagino.
—Depende de cómo quieras verlo… —Sonrió.
—¡Yo también siento curiosidad! —intervino Yang acercándose al patio junto a ellos mientras disfrutaban de la brisa de la mañana, cuando el calor se disipaba un poco y el tono naranja del sol comenzaba a tocar los tejados de las viviendas—. Es increíble que haya surtido efecto tan rápido.
—¡Por favor enséñenos cómo se hace! —pidió el mayor.
—¡Ju, ju! ¿De verdad les interesa?
—¡Claro! —contestaron al unísono.
“Entonces esperemos a que mi nieto despierte y podré enseñarles a los tres cómo se prepara”, dijo con calma.
Ese día Jamie se encontraba incluso muchísimo mejor. Se le veía más vivaracho, como si antes no hubiera sufrido de una terrible tempestad de síntomas corrosivos. Entonces ya estando los tres, la abuela cedió y les mostró la forma en que se preparaba aquel brebaje de la familia Siu. No obstante, los hermanos pese a estar prestando toda la atención del mundo y haberle ayudado minuciosamente con los ingredientes, perdieron la noción de lo que hacían y pronto también perdieron el ritmo y el interés. El único que recordó cada detalle de aquella misteriosa bebida fue el joven Jamie que, lo quisiera o no, estaba obligado a memorizar el proceso dado que era el único primogénito descendiente de la familia Siu.
—Este remedio ha pasado de generación en generación. Jamie, cuando tengas hijos deberás enseñárselos también —habló ella pacientemente.
—¿Y cómo tendré hijos, abuela?
—Pregúntale a tus hermanos.
—¡Abuela, no nos meta en esto! —exclamó Yun con la cara colorada—. ¿O no, Yang?
Pero Yun no obtuvo ninguna contestación de su hermano porque estaba tan abochornado como él. En cambio, decidió cambiar hábilmente el tema preguntando:
—¿Por qué habla como si ya no fuera a ver a Jamie, señora Siu?
Ella los vio fijamente y luego volvió su atención al brebaje sobre la estufa.
—Disculpen por no habérselos preguntado antes, muchachos, pero, ¿sería posible que Jamie se quedara con ustedes?
—¡¿Qué?! —exclamaron Yun, Yang y Jamie al unísono, cada uno con una emoción diferente.
El niño sintió emoción y alegría al imaginarse viviendo junto a sus dos hermanos. Yang sintió la misma emoción que Jamie combinada con turbación, y el pobre Yun no sintió otra cosa más que miedo.
—Abuela, ¿qué quiere decir eso? —preguntó el mayor de los tres.
—No te preocupes, querido. No tendrían que preocuparse por los gastos que él pueda suponer. Estoy dispuesta a enviar dinero cada mes. Es solo que al estar estos días aquí me he dado cuenta de que mi Jamie está en buenas manos. Creo que al compartir esta etapa de su vida con ustedes podría volverse alguien más fuerte… en muchos sentidos. Alguien de valores.
—Pero, ¿quién mejor para criarlo que usted misma? —insistió Yun.
—Allá en la isla no sería capaz de llegar a ser alguien de bien… Este niño travieso solo busca pleitos absurdamente. Pienso que estando bajo la tutela de ustedes podría aprender algo de modales.
—Abuela… —habló Jamie.
Al ver los ojos de su nieto, pudo ver que éstos brillaban. Ya veía venir que el niño le rogaría como nunca que no se marchasen de Hong Kong una vez llegado el momento de marcharse. Por eso decidió que antes de armar un nuevo alboroto, podía solicitar aquello a los hermanos, quienes, aunque aún eran muy jóvenes, ya era adultos hechos y derechos.
—Y si mi nieto se porta mal, no se preocupen. Volveré por él ante la primera queja.
Los gemelos compartieron miradas de confusión. Si lo único que tenían que hacer era cuidar de Jamie sin involucrar su propio dinero de por medio, entonces no significaba ningún problema. Solo deberían arreglar asuntos de papeleo para buscarle una escuela cercana y también tenían que arreglar una habitación para él puesto que no sería aceptable que siguiese durmiendo en el sofá de la sala.
Luego de discutirlo en privado, los hermanos estuvieron de acuerdo. Jamie viviría con ellos al menos hasta que sintiera que se había vuelto lo suficientemente fuerte como para querer abandonar el nido.
La abuela abandonó el hogar prometiendo volver a visitarles para probar de nuevo los deliciosos platillos del restaurante Shinryuken. Mientras tanto, una nueva responsabilidad cayó sobre los hombros de los dragones gemelos y Jamie se sintió más feliz que nunca. Durante el primer día que tuvieron que compartir como familia se comportaron relativamente de una manera muy tranquila, pues, teniendo a Jamie bajo el cuidado de ambos con una salud ya estable, pudieron concentrarse de nuevo en volver a su rutina y ocuparse del negocio. Sin embargo, como personas responsables sabían que para un niño no era sano vivir como un gato encerrado entre cuatro paredes. Tarde o temprano el chico se desesperaría, pues estaba justo en la edad en la que podía aprender de todo y quería explorar y absorber toda clase de conocimiento como una esponjita.
Al principio, a Jamie no le importó el tema de la escuela. Dos tardes después de que la abuela Siu hubiese abandonado la residencia Lee, los hermanos se sentaron junto a Jamie en una de las mesas mientras los tres merendaban y tocaron el tema de los estudios. Para Yun y Yang era primordial, si no es que mega importantísimo, que Jamie tuviese una buena educación. Antes le habían preguntado a su abuela sobre su historial de educación, a lo que ella respondió muy apenada que el niño no había tenido una buena oportunidad de estudiar en una escuela adecuada y había perdido muchos años de adoctrinamiento luego de que le expulsaran a causa de sus faltas a las clases y comportamiento poco aceptable hacia sus compañeros. Al oír aquello temieron que el chico siguiera siendo un busca pleitos, pero la abuela confiándoles el “enderezar” a su nieto les aseguró que no tendrían ningún problema con el actual Jamie, pues ya estaba más crecidito en comparación a cuando se llevaron aquellos inconvenientes.
De modo que, el pobre chico había estado viviendo bajo la tutela de su abuela durante mucho tiempo, teniéndola como única maestra y tutora junto a todo aquello que podría aprender de las calles.
Cuando se tocó el tema, Jamie replicó diciendo: “No necesito ir a la escuela, sé perfectamente cómo funciona el mundo”. Pero, Yang que ya estaba familiarizado con esa clase de diálogos insistió y se dispuso a buscar una escuela cercana para él. Cuando llegó a un acuerdo con Yun, lo matricularon en una escuela secundaria que quedaba a no más de veinte minutos de casa yendo a pie y no más de diez tomando un autobús. La escuela Jia-Li Zhou no era una de las mejores secundarias para destacarse, pero tampoco era de las peores, además las inscripciones no eran muy costosas y permitiría que el niño se abriera paso al mundo. El problema fue que, antes de mandar a Jamie a la escuela, le dieron al menos dos semanas de preparación para que estudiara todo lo que se había llevado en el curso hasta el momento y pudiera ponerse al corriente con los otros alumnos, y eso, por supuesto, supuso la dedicación de Yun y Yang también. En ese lapso de tiempo los hermanos se dividieron la tarea de enseñarle, pues más allá de solamente actualizarle en los temas del bloque educativo, también era necesario enseñarle algo de caligrafía y gramática. Si bien no era un caos total, tampoco tenía los conocimientos básicos de alguien que está por cursar un grado mayor.
La primera noche que se sentaron los tres juntos a la mesa de la sala principal supuso un tumulto de problemas que jamás imaginarían que tendrían.
Para Yun no suponía problema que el chico no supiera temas remilgados de historia, geografía y biología, sino que estaba meramente centrado en enseñarle a leer, escribir y expresarse de la manera adecuada. Todo lo contrario a Yang, quien consideraba que todas las materias impartidas en un curso tenían el mismo nivel de importancia. Ello terminó por hacer una disputa entre ambos.
—Por dios, Yang, ¿no podríamos hacer de lado toda esa basura? La cabeza de Jamie va a explotar —se quejó Yun mientras se rascaba la cabeza con la punta de un lápiz.
—“¿Basura?” ¿Cómo puedes decir algo así? Conocer la historia de la nación y del mundo es importante. Es la única manera de no conducir a cometer los mismos errores del pasado.
—¡Pff! La historia es aburrida. ¡La geografía también!
—Van de la mano… No puedes hablar plenamente de historia sin saber dónde se sitúan los hechos. No solamente deberías centrarte en la escritura y lectura de Jamie, hermano. Un solo tema no le hará bien.
—¿Ah, sí? Y dime, ¿cómo esto de la biología le hará ser un mejor hombre? El pobre lleva un rato leyendo sobre la evolución de los bichos y la fotosíntesis en las plantas sin entender nada.
Yang le vio con el ceño fruncido aguantando su molestia de forma experta. Tan solo resopló.
—Es conocimiento general, Yun. —Volvió a prestar atención al libro y agregó en un susurro—: Hasta los idiotas como tú saben de esas cosas.
—¿Qué dijiste, Yang?
—Nada.
—Eso supuse. ¡Entonces…! —Yun cerró el libro de biología estrepitosamente, consiguiendo volarle el flequillo a Jamie y a Yang con el viento que ocasionó la pasta dura—. ¡Olvidémonos de esta basura!
—Yun.
—¿Mn?
—De verdad, no deberíamos pasar desapercibidos estos temas. ¿Recuerdas que él no sabe qué es lo que se tiene que hacer para procrear? Y ya está en edad…
—¡Ja! ¡Ya lo sabrá en su momento! Solo tiene que madurar un poquitín más y entonces…
Los hermanos guardaron silencio al sentir la mirada pesada de Jamie sobre ellos. Por un momento olvidaron que estaba ahí.
—¿Por qué necesito madurar? —preguntó el niño inocentemente—. Yang, ya que Yun no quiere decírmelo, ¿por qué no me enseñas tú?
Un ligero sonrojo se manifestó en la cara morena de Yang y Yun estalló en una carcajada no pudiendo perder la oportunidad para mofarse de la situación de su hermano. Yang se limitó a apartar el libro de la mesa y dijo: “En otra ocasión será…” El pobre Jamie se sintió intrigado por lo extraña de la situación.
Y como en esa ocasión, las demás noches y mañanas de estudio tuvieron muchos problemas que no se resolvían, para empezar porque era evidente que ninguno de los dos muchachos servía como profesor. Durante esas dos semanas de tiempo para estudiar, Jamie aprendió un poco de todo, y, sorprendentemente, la materia que mejor se le dio fue la matemática. ¡Jamie era inteligente en verdad, pues pudo comprender la mayoría de temas en poco tiempo! Eso hizo que los gemelos suspiraran con alivio, pues significaría que el pequeño no tendría grandes dificultades con la escuela.
Los tres aprendieron a convivir perfectamente, dividiendo sus tiempos en la escuela de Jamie y el trabajo en el restaurante. Poco a poco comenzaron a sentirse más en sintonía, pues las pequeñas cosas que definían su distancia habían cambiado de poco en poco. Para empezar, desde el primer momento en que habían aceptado que el niño viviría con ellos, ambos de los hermanos pusieron manos a la obra y consiguieron hacer un espacio para Jamie. Tan solo tuvieron que desalojar una de las habitaciones que estaba destinada únicamente a almacenar tiliches y al arrojarlas al cuarto de lavado consiguieron que existiera un espacio perfecto que antes no sabían que tenían, preguntándose por qué no se habían puesto a limpiar la casa antes.
La nueva habitación de Jamie tomó forma de poco en poco conforme fueron consiguiendo cosas que le gustasen a medida de lo que iban encontrando entre sus salidas por la plaza. Pronto aquella alcoba que solo tenía una cama y un televisor viejo se hizo de una mesita de noche, una lámpara de lava, un ropero, un escritorio en donde Jamie podría hacer sus tareas y también agregaron a la puerta una mini entrada para que la gatita de Yang pudiese pasar, puesto que ella y Jamie se habían hecho muy buenos amigos. Y dentro de poco las frías sábanas de Jamie se convirtieron en esponjosos edredones y su único par de zapatos se multiplicó y pronto frente al espejo ya se veía vistiendo su uniforme de estudiante.
Los tres lo pasaron bien por mucho tiempo.
El dinero que la abuela Siu enviaba era suficiente para brindarle de una buena vida a su nieto, aunque, sin esperar a que el tiempo avanzara demasiado los chicos habían comenzado a poner de su propio bolsillo para brindarle de todo aquello que pudiese necesitar, como dinero para transportes, materiales escolares, gustos personales o un buen almuerzo.
Lo cierto era que, aunque no disponían de una gran cantidad de dinero, los gemelos consideraron a Jamie como otro de ellos. Pronto ya no eran un dúo, sino trillizos, y ello les ablandó el corazón.
Un día, de repente, Yun dijo que ya no aceptaría el dinero de la abuela Siu.
Ello no supuso grandes beneficios para él, quien solo pretendía despojar a la mujer de una gran carga. Al menos él seguía teniendo la fuerza suficiente para trabajar y ganarse el pan de cada día. ¡Era una anciana viviendo sola!, ¡por dios! ¿Cómo podría seguir aceptando su dinero?
“Porque fue ella la que se comprometió con nosotros y todos estuvimos de acuerdo”, dijo Yang. Y aunque Yun dijera una y mil veces: “Lo sé”, no fue suficiente para hacerle querer retomar sus antiguas ideas. Y aunque Yun amaba a Jamie tanto como también lo hacía Yang, no podía seguir viviendo de la misma forma porque, sí, aunque doliera aceptarlo, Jamie era una carga. Una linda carga que le gustaba llevar sobre la espalda.
Yun se preocupaba fácilmente por dinero desde que había perdido el rumbo de su vida; desde que llegó a ese punto en que todo adolescente se pone a filosofar y preguntarse: «¿Qué quiero hacer de mí?»
Esa preocupación fue percibida por Jamie, quien, casi un mes en la escuela, había comenzado a bajar su rendimiento repentinamente. Aunque el niño era en extremo risueño y también muy vivaracho, para sorpresa de los hermanos habían recibido los comentarios de los profesores de que verdaderamente Jamie no hablaba mucho y que, por lo que se veía, no había conseguido hacer amigos.
Aunque hablar sobre el rendimiento de Jamie era tema de los dos, Yang ocultaba ciertos problemas de su hermano para no preocuparle más o desviarles de sus principales objetivos. Y aunque Yang habló algunas veces con Jamie, no tuvo que pasar mucho tiempo para que el desinterés del niño se viera prontamente reflejado en su actitud sedentaria y rebelde. En una ocasión, cuando eran ya las 8:00 de la mañana y se suponía que Jamie estaba en la escuela, el menor de los hermanos escuchó unos pasos en la alcoba del muchacho. Para su terrible sorpresa, Yang encontró a Jamie metido entre los edredones leyendo una de las revistas de Yun mientras acariciaba a la gata.
—¡Jamie! —exclamó fuertemente, provocando que la mascota saliera corriendo rápido por la puerta. Yang se puso una mano a cada lado de la cintura y aunque su rostro no reflejaba enojo, el tono de su voz sí lo hacía—. ¿Has faltado otra vez a la escuela?
—¡Hermano Yang! Es que… —Improvisó—. ¡Es que no me siento bien! Tengo tos. —Fingió una tos crónica.
—Esto no puede volver a pasar, Jamie… —Se sentó a la orilla de la cama junto con él—. ¿Cuántas veces has faltado ya?
Jamie se sintió regañado y no pudo evitar hacer un puchero.
—No se lo dirás a Yun, ¿verdad?
—Si sigues haciéndolo tendré que hacerlo.
—Yang, ¿por qué no puedo simplemente quedarme aquí con ustedes? No me gusta la escuela.
—¿Qué hay de malo con la escuela?, ¿alguien te hace la vida imposible ahí?
—No.
—¿Entonces?
—Me siento solo… —admitió—. Además…
—¿Sí?
—Sé lo de Yun.
Yang sintió extrañeza ante esa declaración.
—¿Qué cosa de Yun?
—Sé que le preocupa el dinero… Se preocupa por mi culpa.
—¡No es por tu culpa!
A Jamie le dolió que Yang no negara el asunto monetario.
—Pero, sí está preocupado, ¿verdad?
—Sí, un poco —dijo encogiéndose de hombros—, pero es parte de él.
—Yang, estuve pensándolo desde hace unos días…
—¿Sobre qué, Jamie?
—Sobre la idea de… dejar la escuela. Al menos por un tiempo.
—No, no. No tienes que preocuparte por eso. Además, se lo prometimos a la abuela, ¿recuerdas? Le dijimos que nos ocuparíamos de tu educación y tú también estuviste de acuerdo.
—¡Es que yo tampoco puedo con esta ansiedad! —exclamó mientras se revolvía el pelo con desesperación y volvía a aferrarse a las mantas de la cama para esconder su rostro en ellas.
Yang vio fijamente al niño mientras intentaba descifrar qué era lo que le sucedía para pensar así y se hacía mil preguntas internas para adivinar qué era lo que podía estarle preocupando tanto a Jamie. Más allá de sentir culpa hacia Yun, o hacia ambos, y el hecho de sentirse como una carga, había una especie más de dolor en sus ojos.
—¿Qué te preocupa a ti, Jamie?
—Mi hermano Yun, por supuesto. A ti también te preocupa él, ¿verdad?
—Claro que sí. Pero, me refiero a ti, Jamie. ¿Hay algo que te preocupe a ti que no nos involucra?
Jamie guardó silencio y evadió fácilmente la pregunta diciendo que quizá se encontraba de mal humor últimamente porque no estaba comiendo en sus horas correspondientes, aunque, Yang no era para nada un tonto, por lo que no sería fácil para el niño escapar de sus garras. De cualquier forma, el tema tenía que tocarse tarde o temprano. Ese día trascurrió rápido y aunque el turno de Yun llegó para reprenderle por haber faltado a la escuela, lo cierto fue que ni siquiera se enojó como cualquiera hubiera pensado, pues ese día cuando comenzó a caer la tarde y a acercarse la noche, el restaurante estaba abarrotado. Las mesas del interior y del exterior estaban llenas al igual que la barra, por lo que hacían falta muchas más manos para sacar adelante al negocio y la presencia del niño fue perfecta para cubrir esa desesperante falta de personal. «¡Menos mal que Jamie se encuentra aquí!, ¿no, Yang? De lo contrario todo este trabajo habría caído solo sobre nosotros dos». Y, escuchando esa mención relacionada a un agradecimiento, Jamie se hubo olvidado de sus preocupaciones y se sintió pleno, pues todo lo que deseaba de verdad era compartir su tiempo con sus hermanos.
No obstante, no pudo ser igual al siguiente día cuando Jamie volvió a faltar a clases y entonces sí se ganó una llamada de atención por parte de ambos gemelos.
—¡Esto no puede seguir así, Jamie! —exclamó Yun.
Recién iba empezando el día. Yun tenía planeado ir de compras mientras Yang se quedaba en casa limpiando el desastre de la cocina del día anterior, por lo que tener a Jamie en casa una vez más les supuso un problema. No podían permitir que siguiera ausentándose de la manera en que lo hacía.
Los tres estaban en la planta baja discutiendo sobre el futuro del niño, quien estaba junto a Yun frente a las escaleras y Yang les hablaba desde la barra en donde limpiaba el aceite esparcido.
—¡Por favor, Yun! Déjame quedarme con ustedes en el restaurante.
—“No” es “no”, Jamie. Tú solo debes preocuparte por tus calificaciones, ¿por qué te supone tanto problema? —respondió Yun con todo el tono de un hermano mayor comenzando a enfurecerse.
—Porque sé que podría ser de mayor utilidad estando aquí.
—¿Ayudando en el restaurante?
—¡Sí, como ayer!
—No tenemos suficiente dinero como para pagar un sueldo extra y desde luego que no quiero comprometerte a ti con eso.
—Pero, necesitas dinero, ¿no es así?
Yun guardó silencio y el chico atrajo la mirada de Yang, quien había estado atento aparentando indiferencia a la escandalosa discusión.
—Tú no tienes que pensar en eso —respondió el muchacho con firmeza. Se acomodó la gorra y se dirigió a la puerta para salir, cerrando la disputa de esa manera.
Pero Jamie no se sentía satisfecho con ninguna de las contestaciones que recibió y, aunque se lo negaran, tenía intenciones de seguir tratando de poner de su parte para ayudar a sus hermanos, quienes, en teoría, también eran sus maestros.
Yun estaba pensativo de camino al mercado indagando en aquello que podría haber detonado la histeria en Jamie.
Aprovechando que se quedaron solos, Yang se acercó al joven desesperado para volver a invitarle a sentarse frente a la barra. Tan solo quería que platicaran un rato incluso cuando el menor no se miraba dispuesto a hacerlo. Pero, ya teniéndolo de frente, Yang se recargó sobre la barra acercando bien al rostro a Jamie y le sonrió con dulzura.
—Jamie…
Él apenas alzó la mirada de cachorro tristón.
—¿Qué pasa, hermano Yang?
—Ayer te pregunté algo que no me respondiste… —Al ver que el niño se hacia el desentendido, volvió a cuestionar—: ¿Hay algo que a ti te preocupe?
¿Y para qué lo seguiría negando? Jamie, justo como Yang, estaba profundamente angustiado por Yun al notar que éste último se preocupaba demasiado por algo que quizá los dos ignoraban y al seguir dándole vueltas al asunto llegó a la conclusión de que no sería justo para Yang cargar con la ansiedad retenida de sus dos hermanos. Por eso decidió sincerarse.
—He tenido problemas para dormir. Creo que por eso pareciera que la escuela me hace daño…
Yang suspiró con alivio casi imperceptiblemente al haber logrado que Jamie se abriera un poco más a él.
—¿Qué es lo que te quita el sueño?
—Vas a reírte…
—Por supuesto que no.
Jamie dudó. En ese momento Yang creyó que lo que podría molestarle era aquello que ya había averiguado por medio de su abuela: sus ausentes padres. Sin embargo, jamás creyó que los sucesos del pasado que pudieran parecer simples significarían un infierno para el joven Jamie.
—¡Es que no puedo olvidarlo! —Golpeó la barra con sus dos manos hechas puños. Apretaba los dientes con fuerza—. ¡Hablo del torneo, Yang! Han sido casi seis semanas desde ese momento, pero… siento como si mi derrota hubiese sido ayer. Entre más pasa el tiempo, más me tortura. Quisiera creer que solo fue un sueño, pero al despertar me doy cuenta de que es más que real. No puedo olvidarlo…
Yang no quiso repetir que esa derrota no había sido una derrota del todo, pero sabiendo que ese cuento no serviría para calmarle, caminó rodeando la barra y se sentó en un banco a un lado del niño. Se recargó sobre la madera con el codo, reposando la barbilla en la palma de su mano.
—¿Piensas mucho en ella?
—Sí —admitió con la cara colorada de cólera—. ¡La odio!
—Oye… Así es como se supone que son los torneos, a veces pierdes y otras veces ganas. No puedes odiar a tus adversarios.
—¡Pero no puedo evitar odiarla, Yang! Tan solo el recordar su cara me enferma. Lo peor de todo es que siempre vuelve a mi memoria antes de dormir, mientras tomo mis clases, en el traslado a casa… No puedo con esto. Y ni siquiera recuerdo el nombre de alguien a quien odio tanto.
—Manon —le refrescó la memoria.
—¡Agh!
—Pero, ¿qué acaso ella no intentó ayudarte a levantarte?
—¡Estaba burlándose de mí! ¡Esa maldita!
—Jamie… —Su voz llevaba un tono recriminatorio—. Así no es como nos expresamos de las chicas.
Y el pobre chico no añadió nada más porque volvió a quedarse en silencio con el rostro escondido entre las manos, atentando con echarse a llorar otra vez.
Para fortuna de ambos, pudo contenerse. No parecía estar muy dispuesto a hablar de sus sentimientos porque rebalsaban en lo infantil y lo sabía, así como sabía que Yang tenía toda la razón y no podría aceptarlo con facilidad.
No hubo mucho qué decir después porque el menor de los Lee era muy inteligente y atar cabos en una situación poco favorecedora era su fuerte. Relacionando la preocupación monetaria que Yun llevaba consigo y la ansiedad de Jamie ante el recuerdo amargo de una derrota contra un adversario que no volvería a ver, supuso que todo podría ir de la mano. Pensó que su hermano mayor y su hermanito podrían ayudarse mutuamente, al menos si intentaban comprenderse el uno al otro. ¡Pero qué difícil era que hablasen sin terminar discutiendo por cosas que fuesen moco de pavo!
Dada la situación actual, volvió a tomar la iniciativa con calma.
—Jamie, ¿te gustaría hacer de lado la escuela para ayudar en el restaurante? ¿O no será que prefieres tener más tiempo de ocio para dedicarte a pulir tu kung-fu? —habló en tono quedito, ganándose la atención del joven provocándole un brillo peculiar en sus ojos.
Jamie saltó hacia adelante con emoción, aferrándose a las ropas de Yang.
—¡Sí! ¡Quiero pasar tiempo con ustedes! No soy inútil y no quiero que piensen que lo soy. Por eso me gustaría ayudarles en el restaurante; ayudar a mi hermano Yun con lo que le preocupe y entonces quizá… quieran volver a batallar conmigo… enseñándome kung-fu.
El joven hombre sonrió, logrando que su hoyuelo se marcase en su mejilla.
—Habrá que ganarse el afecto de Yun, ¿no?
—¡Sí!
—Pequeño Jamie, ¡Yun ya te aprecia mucho al igual que yo! —Le revolvió los cabellos con una mano afectuosamente—. No necesitas desatenderte de tus actividades para intentar compensar lo que tenemos que hacer por ti.
—Pero la última vez tuvieron problemas para enseñarme, ¿no es cierto? Soy un desastre.
—Eso fue porque mi hermano y yo nunca hemos enseñado a nadie… Hacer las cosas y transmitirlas es diferente. —Yang se puso de pie y se estiró, haciendo crujir algunos huesos de su espalda—. Jamie, ¿te gustaría saber más de Yun? Sé que a veces te preocupa.
—Solo quiero intentar hablar un poco más con él. Creo que nos parecemos.
—¡Vaya que sí! —Soltó una risilla.
—Sí, hermano Yang. Quiero escuchar sobre Yun.
—Te contaré sobre él. Pero por lo pronto, ¿por qué no me ayudas a limpiar la cocina y a hacer la comida? Estoy seguro de que Yun volverá con hambre. Y así también terminas de enternecerlo.
—¡No soy tierno! —Se ruborizó.
—A veces lo eres, Jamie.
Sin más preámbulos, se dirigieron a la cocina y Yang le enseñó todo lo que sabía sobre los platillos que servían en el restaurante. Jamie era bueno aprendiendo, así que rápidamente memorizó lo que había que hacer para servir una buena comida. Además, no era la primera vez que cocinaba puesto que otras veces lo había hecho para su abuela, pero dicha actividad solo le ayudaría a aprender mucho mejor la forma de actuar dentro del negocio, pues ya formaba parte de dicho hogar.
Y, cuando un poco más tarde volvió el mayor de los gemelos, sintió un gran agradecimiento y verdadera sorpresa cuando se enteró de que el niño se había encargado de la mayor parte de la merienda. Aunque Yun acostumbraba a ser un poco tosco, la verdad era que solía ser muy blando con todos menos con él mismo, porque todos sus males los atribuía a la carga emocional y personal que soportaba él solo. Felicitó a Jamie y siguió feliz con la comida, viendo de reojo a Yang con una sonrisa porque de verdad dejaba relucir el aprecio que había sentido por el pequeño desde el primer instante.
Esa tarde hablaron sobre el asunto que le molestaba al chico, haciendo que Yun dijera: “Pero si no tienes que ayudarnos en el negocio para que yo tenga que enseñarte kung-fu. Además, también tienes a Yang”.
—Pero yo quiero que ambos me enseñen —respondió el menor, de nuevo con ojos de cachorro de pug.
Los gemelos se vieron y suspiraron. ¡Ok! Entonces la tarea de hacer el papelón de maestros de las artes marciales ya estaba decidida. Y, también, como Jamie no podía aceptar ser su discípulo sin darles algo a cambio, siguió insistiendo con ayudar en el restaurante mesereando y los hermanos tuvieron que aceptar, con la condición de que solamente fuese durante los fines de semana siempre y cuando no perjudicara en sus estudios. Las tres partes quedaron serenas.
De modo que, solamente se necesitó conversar un poquito para, al menos por una vez, llegar a un acuerdo.
No obstante, las cosas no se calmarían tan fácil, porque esa misma noche Jamie tuvo una pesadilla que lo atormentó hasta el grado de hacerle hiperventilar sobre el colchón de la cama casi obligándole a salir rápidamente de su habitación.
Por la madrugada Yang escuchó a Jamie abrir la puerta de su habitación y le vio plantarse a un lado de la cama a oscuras, anhelando que le dejase estar con él un rato. Al final, luego de encender la lámpara un momento para tranquilizarle, Yang le invitó a meterse en la cama con él. Estando juntos le hizo aquella confesión otra vez: que la chica francesa estaba en su mente cada minuto para atormentarle.
Yang se sintió minúsculo al pensar que no podía hacer mucho para disipar la ansiedad y el miedo del corazón de Yun y Jamie, pero haría lo que estuviese en su mano para intentarlo.
Notes:
¡Hola! Decidí dividir este capítulo en dos partes porque iba quedando demasiado largo, así que ya me comprometí con alargar la historia con un capítulo más. Al menos podremos disfrutar más momentos "cozy family". ¡Amé escribir esta parte!
Y como curiosidad no contribuyente para la trama de la historia: en junio del 2018 creé una OC de nombre Jia-Li Zhou que usé para escribir y dibujar sobre artes marciales, así que por eso le puse ese nombre a la escuela de Jamie. Jia significa mucho para mí.
Chapter 6
Notes:
¡Amé escribir este capítulo! Jamie y los gemelos son tan dulces...
Chapter Text
Jamie permaneció aferrado a la manta mientras dejaba que Yang se enterara de la causa de su malestar con cada detalle. De nuevo le expresó el inmenso dolor que le suponía perder contra alguien a quien no volvería a ver jamás. Y se torturaba por ese hecho: por no poder obtener una revancha justa, aunque sea una sola vez. La sensación de querer salir al mundo y encontrar a Manon en donde quiera que estuviera no le dejaba guardar reposo, pues, sentía que en cualquier rincón dentro de otro rincón en donde ella se encontrara, gozaba de la victoria que le había robado y que le pertenecía a él y a nadie más que a él.
Muy en el fondo de su corazón deseaba volver a verla.
Como lograr que Jamie se tranquilizara era algo difícil, Yang se palpó un hombro cariñosamente esperando así poder relajarlo un poco. Al cabo de un rato apagaron la luz y ambos se quedaron viendo hacia el techo en medio del silencio. Las palabras del muchacho no eran de mucha ayuda para Jamie, pero las apreciaba mucho. Por lo visto, esa ansiedad suya no desaparecería hasta que tuviera la sensación de haberse vuelto más fuerte.
—Hermano Yang —habló en tono bajo, girándose para verlo mientras Yang seguía boca arriba con los ojos cerrados—, ¿te molesta que te platique de mis cosas?
—Claro que no —respondió con calma.
—Lo siento… Estoy interrumpiendo tu sueño.
—Está bien, Jamie. Platicar es mucho mejor si no puedes dormir.
El niño se envolvió en las mantas y pegó su cuerpo tímidamente al de Yang. El mayor permitió la acción. Para ayudarle un poco con su miedo, Yang creyó que no estaría mal compartir con el niño algunos pensamientos suyos.
—Jamie, antes te dije que te hablaría de Yun. ¿Quieres escuchar?
El pequeño asintió, entonces Yang siguió hablando con calma luego de abrir sus ojos y fijar la vista en el techo oscuro, sintiendo la fija mirada del otro.
—La verdad es que el restaurante es importante para él porque, gracias a ese trabajo, puede hacerse del dinero que le hace falta para cumplir su único sueño. —Se acomodó ambos brazos detrás de la cabeza—. Sé que parece que siempre está de mal humor, pero es porque tú y él se parecen mucho y por eso solo quiere protegerte de eso que él hizo mal… —Suspiró—. Yun era problemático, incluso más de lo que pareciera, y tardó en adivinar lo que quería para su vida. En un tiempo todo lo que quería era entrar a la universidad y convertirse en alguien, pero, el dinero no era algo que sobraba en este hogar. Se enfurece fácilmente cuando presencia la corrupción de una persona que puede dar todo de sí por su propio bien. Él solo quiere lo mejor para el mundo; lo mejor para quienes le rodean… ¿Lo entiendes, Jamie?
El niño asintió.
—Lo entiendo.
—Es por eso que pienso apoyarle. Quizá la universidad le ayude a encontrar algo mucho más allá que le dé una motivación.
—Y… ¿no te asusta pensar que luego estarás solo cuando él encuentre ese “algo”?
Yang le vio de reojo, luego cerró los ojos y sonrió.
—Siempre hemos estados juntos y me temo que pueda ser yo esa piedra que está para hacerle tropezar en el camino. Además, ya te tengo a ti, Jamie. Me gusta tenerte aquí.
—¡A mí también me gusta tenerlos a los dos! Pero, entonces, ¿por qué Yun aceptó que me quedara aquí cuando mi abuela…?
—Te adora. Eres como un mini él. —Sonrió.
—Al menos debería seguir aceptando el dinero de la abuela.
—¿Cómo sabes de…?
—Lo oí hablar con ella el otro día. Lo siento, sé que me dijiste que no debía escuchar conversaciones ajenas a escondidas, pero, ya debes saber que Yun no comparte sus penas.
Yang suspiró y le revolvió el cabello al niño. Luego tomó la manta lo cobijó hasta la altura del cuello.
—Somos adultos. Las decisiones que tomemos no deberían causarte preocupaciones. Nos gusta estar contigo y al igual que Yun, yo también quiero lo mejor para ti. —Con determinación agregó—: Si Yun quiere entrar a la universidad le ayudaré, y si tú quieres aprender kung-fu, te ayudaré también. Déjamelo todo a mí, ¿sí? No tienes que preocuparte por nada.
—Pero, hermano Yang…
—Shh, duerme. Mañana deberás levantarte temprano porque luego de escucharme estoy seguro de que Yun querrá enseñarte lo mejor de su kung-fu.
—¡¿En serio?!
—Sí. Anda, duérmete ya.
Antes de ceder a guardar silencio, Jamie se acurró a un lado de Yang y le rodeó cálidamente con un brazo. “Buenas noches, hermano Yang —susurró más tranquilo con una sonrisa—. Gracias…”
Al siguiente día luego de hablar con su hermano, a Yun se le veía más tranquilo, entendiendo que el malestar de Jamie se debía completamente a una derrota que no podía arrancarse de la mente. Después de todo, ¿quién a esa edad no hacía berrinche por no obtener lo que quería?
Era sábado para fortuna de los tres. Jamie no iba la escuela y el restaurante abriría hasta tarde, por lo que tenían toda la mañana y parte de la tarde libre.
Luego de desayunar, Yun le pidió a Jamie que le acompañara al patio de atrás para comenzar, otra vez, con el entrenamiento básico que le encaminaría a la dominancia del estilo de los dragones gemelos. Sin embargo, los resultados fueron los mismos de la vez anterior. Yun le había golpeado de unas mil maneras de forma casi inofensiva esperando a que Jamie aprendiera la manera de esquivar dichos movimientos sin resultados, por lo que luego sugirió cambiar de roles y fuera él quien desviara los movimientos del menor, pero semejante forma de enseñanza no conducía a nada y ello provocó una frustración inconmensurable en sus corazones. ¿La conclusión? Que no importaba cuan listo fuese Jamie para aprender, pues el problema radicaba en la carencia de talento en los gemelos para transmitirle la significancia del kung-fu. Y a pesar de tener horas suficientes y de sobra para enseñar, el resultado siguió siendo el mismo de la última vez, terminando con unos exhaustos muchachos que no habían conseguido ni enseñar ni aprender.
La mañana del domingo, muy temprano, Yun salió de casa en busca de un método que pudiese contribuir al aprendizaje de Jamie poniendo como excusa que solo saldría a buscar un nuevo par de zapatos para su entrenamiento.
Mientras caminaba por las calles en donde se centraban las escuelas principales de enseñanza de las artes marciales se encontró con muchos afiches y demás objetos que prometían hacerte dominar el kung-fu, pero por supuesto, ello no le servía. No fue hasta que llegó a una vieja tienda que algo llamó su atención: detrás del escaparate vio un objeto de menos de dos metros de altura con brazos de madera que le hizo avivar recuerdos de inicios de su adolescencia. Sin pensarlo mucho tiempo más entró a la tienda y observó el artículo.
Como si se tratase de una película los recuerdos volvieron a él y el sonido de la madera siendo golpeada con gracia y precisión atravesó cada rincón de su memoria. Recordaba una situación en la que él y su hermano se encontraban en Pekín inscritos para un torneo, al igual que Jamie. Allí ambos conocieron a una chica que tampoco pudieron vencer jamás, cuyas habilidades sobrepasaban las de cualquiera. Y era que el entrenamiento de dicha chica era riguroso y bien establecido, enfocándose perfectamente en defensa y ataque mientras que en esos tiempos los hermanos solo se centraban en el poder del ataque.
En ese entonces luego de su derrota, Yun se acercó a la joven para hablar con ella de una forma un poco más formal y pedirle de nuevo que volviesen a competir. No obstante, al verle de lejos en medio de su entrenamiento, supo que haría falta mucho más para verla vencida por él.
Aquel día la vio ahí sola en una de las salas de entrenamiento de uno de los templos cercanos mientras ella golpeaba un muñeco de madera. Su Wing Chun era impecable, cada golpe iba dirigido con fuerza y elegancia, su porte era precioso y su alma se sentía siempre serena incluso cuando se le observaba a la distancia. Y, a diferencia de ella, ni él ni su hermano tenían un método de práctica parecido.
Sonrió ante el fugaz recuerdo.
Se le quedó viendo un poco más al objeto y se dirigió al dueño del negocio diciendo que se lo llevaría. Tuvo que rentar un servicio de traslado para llevar su nueva adquisición a casa y colocarlo en el patio.
Teniéndolo una vez allí, Yang y Jamie lo miraron con extrañeza.
—¿Para qué es esto, hermano Yun? —preguntó Jamie. Había visto en viejas películas que se usaba para entrenar, pero no creyendo que de verdad fuese útil sintió la necesidad de preguntar, como pensando: «¿eso es para mí?»
Yun sonrió con aire de victoria colocándose las manos en la cadera.
—¡Ya sé cuál es el problema! —exclamó muy vivaracho.
—¿Que no sabemos enseñar? —cuestionó Yang.
—¡Oh, calla! ¡Eso se acabó! Ahora tengo la solución —siguió diciendo el mayor mientras comenzaba a caminar en círculos por el patio—. Jamie, ¡lo que pasa es que Yang y yo solíamos entrenar juntos! ¡Así es como funciona el Bajiquan!
Jamie volteó a ver a Yang en busca de ayuda, pero éste tampoco sabía que responderle a su hermano. Yun suspiró ante las miradas confundidas de ambos.
—¡Cielos! ¿No lo habían pensando? —Suspiró—. Yang…
—¿Qué pasa, hermano?
—Cuando vi este muñeco de práctica recordé a una persona en especial. Estoy seguro de que tú también la recuerdas.
—Chun-Li… Claro que la recuerdo. —Sonrió—. Su kung-fu era implacable. No había nadie que pudiera vencerla. Ni siquiera nosotros.
El menor de los tres abrió mucho los ojos al darse cuenta de que esas palabras iban dirigidas a él. Entonces sus ojos se llenaron de brillo una vez más, disipando su aire de derrota al percatarse de que no solamente él había tenido problemas con una chica.
—Yun… Yang… ¿Ustedes también…?
—Sí, ¡perdimos contra una chica! —Yun se carcajeó.
Jamie se quedó anonadado ante la confesión y la comisura de su labio se curvó hacia arriba. Era reconfortante saber que incluso los gemelos habían tenido problemas en el pasado relacionados a una derrota contra un adversario impredeciblemente fuerte.
—Así son las cosas, Jamie —habló el menor de los gemelos—. No se les juzga a los oponentes por su apariencia, porque… a veces resultan ser bastante capaces.
El niño asintió con determinación.
—¿Este es el método que usaba esa muchacha, hermano Yun?
—¡Así es! Poco tiempo después me di cuenta de que las formas de entrenamiento varían mucho dependiendo del estilo que se pretende aprender. Yang y yo solíamos entrenar juntos. Éramos el oponente del otro al tiempo que nos fortalecíamos con el manual de la disciplina, así es el Bajiquan. Pero el Wing Chun es diferente… Chun-Li se enfocaba en su entrenamiento individual y pasaba horas golpeando los brazos del muñeco en completa soledad.
—¡Ahora lo entiendo! —exclamó Yang chocando el puño derecho en la palma de su mano izquierda—. Yun, a veces puedes ser inteligente.
El mayor frunció el entrecejo y Jamie se rio ante su mueca graciosa.
—¡Gracias! —Jamie corrió hacia Yun y lo abrazó, provocando que éste en un principio se quedara helado al no esperar dicha reacción. Con la cara colorándose le envolvió con un solo brazo, desviando la mirada para evitar ver la sonrisa de Yang.
Durante la noche cuando apenas iban siendo las 10:00, Jamie abrió la puerta de la alcoba de Yun y se metió repentinamente a su cama, provocando que una vez más el muchacho se sobresaltara.
En otros tiempos Yun se habría enojado mucho, pero conforme pasaba el tiempo, más se acostumbraba a vivir con Jamie y ya no le parecía necesario el que siguiera tocando la puerta antes de entrar.
—Yun, ¿puedo dormir contigo hoy?
—¡Pero si ya estás en mi cama!
—¡Por favor!
—¿Por qué quieres dormir aquí? —dijo receloso.
—Ayer dormí con Yang, ¡ahora me toca dormir contigo!
Yun parpadeó consecutivamente muy rápido ante la confusión que le provocó esas palabras. ¿Desde cuándo Yang aceptaba dormir con alguien más?, ¡ni siquiera cuando eran niños aceptaba dormir con él porque según no soportaba que invadieran su espacio personal! Yang era extraño a veces, en su opinión.
—Haz lo que quieras. Solo no babees mis almohadas, ¿ok?
—¡Ok!
—Tampoco me golpees mientras duermes y no hables dormido.
—¡Pero no tengo control sobre eso!
El mayor soltó una risita al ver las gruesas cejas de Jamie frunciéndose con preocupación. Tan solo le arrojó una de sus almohadas y le palpó el cuerpo encima del edredón.
—Solo duerme, Jamie. Mañana te mostraré mi taolu y te necesito con energía.
Yun sonrió. No iba a admitirlo, pero amaba a Jamie profundamente como también amaba a Yang. ¿Qué haría cuando uno de los dos le faltara algún día? No podía ni imaginarlo.
Resultó que Yun y Jamie eran parecidos incluso hasta para dormir, porque a pesar de querer mantener cada uno su distancia, por la mañana amanecieron retorcidos entre ellos. Jamie envolvía a Yun con sus piernas mientras uno de sus brazos reposaba sobre la cara de él, mientras que Yun yacía con brazos y piernas completamente extendidos sin que le importara que el niño se aferrara a él. «¡Vaya!», exclamó Yang de brazos cruzados y una sonrisa mientras estaba recargado sobre el marco de la puerta, listo para despertarles. Estando juntos era imposible pedirles que madrugaran. Yang, que ya había sufrido de la hiperactividad nocturna de Jamie, tan solo volvió a reírse para sus adentros. «Por eso no me gustaba compartir mi espacio contigo, hermano…», pensó.
La coreografía de Jamie era preciosa. En el patio trasero en una tarde calurosa de verano, los tres se encontraban practicando mientras desenvolvían su taolu enfocado en los ocho extremos. Cada movimiento que Yun le enseñó a Jamie era recitado de forma ágil, ligera y bella mientras el menor le seguía el ritmo. Con ello su condición física y capacidad de reacción se vio favorecida. Recordó el riguroso entrenamiento que hacía junto a su abuela mientras sujetaba con ambos brazos algunos platitos de porcelana a la vez que se equilibraba perfectamente uno sobre la cabeza, intentando no caer y no hacerlos romper.
Sin embargo, el taolu, que nunca antes habían practicado, era divertido. El estilo de los hermanos no era tan frágil como el Wing Chun de aquella muchacha Chun-Li que habían mencionado con devoción, pero era fuerte y voraz. Quizá, lo más molesto para él era tener que cumplir con la cantidad de sentadillas, lagartijas y abdominales que ambos hermanos le exigían.
—¡Tú puedes! ¡Solo diez más, Jamie! —alentó Yang sentado desde debajo de la sombra donde bebía una soda en lata.
—¡Eso intento! —habló con voz entrecortada intentando seguir el ritmo de las lagartijas que le hacían falta para acabar la serie.
—¡No hables con él mientras entrenas, Jamie! ¡Te distraes!
—¡Está bien, hermano Yun!
—¡Hey! ¿Por qué sí puede responderte a ti? —exclamó el gemelo menor.
—¡Porque soy su coach!
—Ah, ¿sí? —Yang se puso de pie. Aplastó la lata con una mano y la arrojó al contenedor—. ¡Fuera! Es mi turno de instruirle.
—¡Vamos, Jamie! —siguió Yun—. ¡Setenta y siete, setenta y ocho, setenta y nueve…!
Más que prácticas derivadas del shaolin, Yun y Yang iban más enfocados al wushu.
El estilo Choy Li Fut de Jamie, enseñado por su abuela, se vio enriquecido por la combinación de enseñanzas de los hermanos, quienes habían aprendido a mezclar técnicas del norte y sur de China, consiguiendo una técnica nueva y bien pulida para ser instruida hacia Jamie, quien estaba más que motivado para encontrar su propio estilo.
Sin limitarse siguió varias semanas imitando el taolu enseñado por los gemelos hasta que logró hacerse de la flexibilidad que le hacía falta. Cada parte de la coreografía le hacía sentir libre y unificado con el arte de la lucha, haciéndole olvidar por primera vez sus pensamientos egocéntricos de una grandeza falsa que todavía no había logrado alcanzar, y de esa forma consiguió purificar su pensamiento justo como Yun lo deseaba, siendo el único camino para llenar de paz su corazón en medio de una situación poco favorable. Con el pasar de los días la sensación de humillación desapareció y los amargos recuerdos de su derrota ante Manon se disiparon, dejándole solamente la dicha de haberse enfrentado a alguien que seguía el camino de la lucha con una determinación ardiente, valorando la experiencia de lo vivido sin que importase el resultado obtenido.
Así era como debían ser las cosas.
Las artes marciales deberían ser para purificar el corazón yendo de la mano con la disciplina y la persistencia. Entonces, haciéndose a la idea de que nunca más volvería a ver a Manon, se concentró en aquello que sí podía controlar: su enfoque en los oponentes que futuramente conocería.
Muy a menudo se podía escuchar desde adentro de la casa el sonido de la madera siendo golpeada, al principio lentamente y luego intensificando su velocidad. Un golpe tras otro, uno tras otro… Jamie iba dominando a su propio ritmo la manera en que se deben mover las manos en ataque y defensa. A veces Yang le observaba desde la ventana, preocupándose del arduo trabajo del menor al insistir permanecer frente al muñeco de madera sin importar el clima que hiciera o la hora que fuera. Un golpe tras otro. Jamie golpeaba el Muk Yan Jong con la misma confianza en que pensaba enfrentar a cualquiera; con calma y la fuerza suficiente para vencerle, para protegerse a sí mismo y madurar junto al arte de la lucha, desenfocándose en la infantil idea de ser invencible bajo el sol.
El sonido de la madera durante el día, tarde y noche.
Un día se presentó una oportunidad que fue perfecta para que Jamie aplicase lo aprendido. Yun estaba de humor como para enfrentarle, por lo que sin el mismo temor que antes y con un temple nuevo, se posicionó antes de enfrentar al mayor. Cada uno en pose, con las manos adelante y los pies preparados para hacer lo que las rodillas dictasen, cedieron a sus instintos de lucha.
Fue una lucha diferente, en donde cada golpe de Yun fue esquivado con mucha más velocidad que antes, añadiendo un toque singular que hizo sonreír al coach: luego de cada evasión, Jamie devolvía un ataque sorpresa, cosa que de verdad sorprendió a Yun, provocando que en uno de esos momentos de confianza su gorra terminara en el suelo tras un roce, tan solo dejándole algunos mechones cayendo sobre la frente.
—¡Hey! ¡Eso es nuevo! —dijo todavía en posición de defensa, con una sonrisa bien dibujada.
—Es gracias a ti, Yun. —Jamie sonrió—. ¿He mejorado?
—Yo diría que más de lo que esperaba. —Cambió de posición, pasando su mano izquierda hacia delante y echando la derecha hacia atrás.
—¿Quieres ver más? —preguntó con emoción.
—Ven, Jamie Siu.
El pequeño sonrió con satisfacción. Sopló para quitarse el mechón de pelo de la cara y, debido a que sus pies eran más rápidos que los de Yun, decidió fintarle con un brazo bien estirado propio de las enseñanzas de su abuela para apalancarse con una pierna de él y hacer que se tambaleara, pero no pudo hacer que perdiera el equilibrio. Yun con rapidez pateó la gorra del suelo lanzándola hacia la cara de Jamie para distraerlo, cosa que pudo evadir bien pero que también logró confundirle. Entonces, el mayor se apuró a alcanzar uno de sus brazos y tirarle por las pantorrillas.
—¡Eso fue trampa! —exclamó Jamie todavía en el suelo.
—Claro que no, ¡solo te muestro lo que pasa en una verdadera pelea callejera! —Sonrió con aire de victoria—. Además, ¿no fuiste tú el que hizo una finta primero?
—Eso es parte de luchar, hermano —dijo riéndose.
—Uy, ¡es verdad!
Ambos se rieron. Yun le tendió la mano para ayudarle a levantarse.
Era muy común que cuando Jamie y Yun lucharan terminaran debatiendo sobre algún tema trivial, discutiendo sobre quién de los dos era más chapucero o, en el mejor de los casos, ambos reían mientras entrenaban juntos dando la sensación de que en realidad estaban jugando.
No obstante, entrenar, estudiar y trabajar en el restaurante no era todo lo que se limitaban a hacer, porque pronto los tres muchachos encontraron algo que les apasionaba hacer cada tarde cuando el sol se ponía en ese punto en que pintaba el cielo de rojo.
Un día, aburridos de la rutina, los hermanos quisieron enseñarle a Jamie a patinar. Le propusieron ir al skatepark que frecuentaban cuando ellos tenían la misma edad que él. Yun tomó su patineta y Yang llevó sus viejos patines consigo y se aventuraron a la nostalgia. Aunque para su “no sorpresa”, Jamie era increíblemente malo haciendo tal cosa. Si bien no podían esperar a que fuese un Tony Hawk tampoco esperaban que fuese tan terrible. ¡Jamie era un hazmerreír cuando se trataba de skate! Así que, para que el pobre no se lastimara ni se ridiculizara más, le propusieron ir a comer a alguna parte donde sirvieran buenas hamburguesas, pues ya estaban hartos de la comida cantonesa.
Los gemelos agradecieron que el pequeño haya revivido en ellos esos viejos gustos, dándoles un momento de respiración profunda para tranquilizar sus espíritus.
Desde ese momento el deseo de ser como sus hermanos creció. Y con “ser como sus hermanos” se refería a buscar un hobby además del kung-fu, el cual era su pasión. Luego de pensarlo y con el paso del tiempo desarrollar un gusto muy especial por la música y el baile, aprendió a bailar break dance, el cual poco a poco fue perfeccionando. Y cuando sintió que el baile era un nuevo tipo de arte que podía exprimir más, comenzó a bailar en las calles para juntar dinero; dinero que secretamente guardaba de poco en poco en la billetera de Yun.
Incluso cuando su break dance se volvió parte de él, comenzó a jugar con ambas de sus habilidades y las fusionó en una sola, teniendo como resultado movimientos de su kung-fu bien adaptados a los movimientos de su danza. ¡Y es que el estilo de lucha de Jamie era un batiburrillo de todo lo que lo había visto crecer! Y, para mejorar o complicar las cosas, iba añadiendo siempre un poco más.
Así era Jamie y así le gustaba ser. No era el tipo de chico que acepta lo que ya está hecho, lo que ya existe, sino que se arriesgaba a explorar sobre lo que no había sido creado y adoptaba siempre una característica que le gustara de cada disciplina que era capaz de dominar. Siempre se arriesgaba a abrazar lo nuevo y ello radicaba en los pequeños cambios, como cuando empezó a delinearse los ojos, por ejemplo. Y aunque en un principio Yun dijo que se miraba un poquito extraño se acostumbró con rapidez, así como Yang coincidió diciendo que le quedaba bien. Lo diferente era genial.
A Jamie le gusta experimentar para encontrar su verdadero yo en todos los sentidos posibles.
Un día cuando estaba en su propia habitación frente al espejo se soltó el cabello para buscar cambiarse el peinado, pues estaba harto de llevar el mismo estilo de siempre. ¡Debía anunciar al mundo que el revoltoso Jamie Siu había cambiado! Y por ello intentó cambiar su coleta teniendo cuidado de no cortarse el cabello. No quería que pareciera que tenía un casco puesto. Aunque, para su buena o mala fortuna Yun iba pasando por el pasillo cuando le vio batallando con sus mechones rebeldes mientras intentaba trenzarse él solo el cabello. Yun soltó una risita cuando le vio luchando consigo mismo.
—¿Qué haces, Jamie? —Sonrió al ver el negro cabello del chico suelto y alborotado, además de lo evidente que era que estuviera intentando copiarle el peinado.
—¡Hermano Yun! —Se sonrojó—. Estaba… intentando cambiar mi coleta, pero…
—¿No prefieres cortarte el pelo?
—No en realidad.
—Hm, ¡tienes razón! Ya ves que Yang no se ve tan guapo con el pelo como lo lleva.
—Yo no dije nada sobre Yang. —Empezó a reírse—. Su cabello está bien, pero no me define a mí.
El mayor sonrió, mostrando su hoyuelo justo como lo hacía Yang.
—Ven a mi habitación, Jamie. Voy a trenzarte el cabello.
Jamie ni siquiera pensó en negarse. Emocionado tomó un cepillo y lo llevó consigo.
Yun estaba junto al niño sobre el colchón de la cama mientras cepillaba su cabello y hacía la trenza con calma, admirando la suavidad de cada mechón. Jamie disfrutaba del tacto. ¿Desde cuándo había empezado a quererle tanto? Ya ni siquiera lo recordaba, quizá desde la primera vez que lo tomaron como su hermano y aprendiz hacía varios meses atrás.
Al cabo de unos minutos entró el gemelo menor a la habitación para hacerles compañía mientras comía un tazón de arroz, embobado en una cursi telenovela.
Cuando Yun terminó de peinarlo quiso ayudarlo a hacerle el delineado, pero él nunca había maquillado a nadie y la tarea era tediosa. Al final terminó haciendo una línea tosca de color carmín en los párpados de Jamie que hizo reír a Yang a carcajadas como casi nunca lo hacía.
—¡Eso es terrible, Yun! —Siguió riéndose en venganza por todas las veces que se había mofado de él. Por desgracia, Jamie estaba involucrado.
—No te preocupes, hermano. A veces no somos buenos en algunas cosas, como yo con el skate —dijo el joven mientras se pasaba una toallita húmeda por los ojos.
El gemelo mayor suspiró.
—Jamie… Eres adorable… —Yun hizo un puchero y rodeó al niño con ambas manos para abrazarlo fuerte contra su pecho, depositando un beso en su cabeza.
Jamie soltó una risilla ante la muestra de afecto.
La vida de los tres muchachos se resumía en armar alborotos ante cada situación que no se definiera como adversidad, terminando siempre por fortuna en muestras de afecto mutuas.
Desde ese día el joven Jamie siguió peinando su cabello de la misma forma en que Yun lo hizo, teniendo en mente: “Te ves muy guapo. Peinado así no tendrás que ligar con las muchachas, ¡sino que ellas ligarán contigo!”
Un nuevo Jamie nació.
Y el entrenamiento del joven siguió por varias semanas más, en donde incluso el sonido de la madera del Muk Yan Jong siendo golpeada causó nuevas pesadillas en él. Para ese punto, ya estaba más que preparado. «Si no duele, no sirve», se repetía a sí mismo.
Luego, para disipar la molestia de la rutina, volvía a bailar al son de la música de Hallelujah Chicken Run para desarrollar su lado más ágil y alegre. Era la única forma de seguir.
“¡Ven a bailar conmigo, Yang!”, decía jalándole de las manos cuando Kare Nanhasi empezaba a sonar en su mp3, pero el pobre muchacho no tenía idea de cómo seguirle el ritmo.
—¿Cómo se baila esto, Jamie? —preguntó un Yang confundido mientras estudiaba cuidadosamente los movimientos de sus pies.
—¡No hay forma! Solo siéntelo.
—¿Haces break dance con esto?
—Sí. No. No lo sé. A veces. —Se encogió de hombros mientras movía la cadera alegremente.
Yang empezó a reír por la energía del chico.
Entonces, relajando los hombros y ya sin importarle nada más, se unió al baile de su hermano pequeño. Era un desastre… Yang bailaba mal, así como Yun maquillaba mal y Jamie patinaba mal.
Atraído por el excéntrico ritmo, Yun se les unió también en un estilo de baile que asemejaba al chúntaro. Jamie y Yang empezaron a reírse. ¿Quién diría que Yun llevaba el ritmo en la sangre?
—¿Qué te parece, pequeño Jamie? Yo también bailo.
Jamie dejó de moverse porque prefirió observar a su hermano mayor, animándole con aplausos pequeños mientras reía escandalosamente.
—Yun, ¿acaso bebiste? —preguntó Yang quedándose quieto también.
—Solo un poquito de baijiu.
—Ya decía yo…
¡Qué más daba! Reprenderle no serviría de nada. Incluso él tenía derecho a relajarse de esa forma luego del arduo trabajo del diario. Lo malo de ello fue que el gusto de emborracharse lo adquirió Jamie también cuando ganó más edad. ¿Qué se le hacía entonces? Eran como un clon del otro.
A pesar de todo, Jamie creció para volverse un buen hombre.
Chapter Text
Los días de hermandad pasaron rápido y fueron los más felices de su vida.
Jamie partió de Hong Kong cuando cumplió quince años.
No era la decisión que anhelaba tomar, pero cuando su padre lo llevó consigo casi a la fuerza no opuso resistencia y los gemelos no pudieron hacer nada para impedírselo; tan solo podían desearle suerte y estar siempre para él, incluso a la distancia.
Jamie se acostumbró rápidamente a Metro City. Era una ciudad aparentemente como cualquier otra: tenía su lado lleno de encanto mientras que también poseía ese lado que podía ficharla como una abominación. En ese aspecto era similar a Hong Kong.
Al apenas llegar a los Estados Unidos, la nueva bulliciosa ciudad significó problemas para el joven hongkonés, no obstante, el estilo de vida que llevó junto a los gemelos Lee fue un perfecto recordatorio para hacer saber cuál era la mejor forma de vivir la vida. Por ello, al abandonar la uptown no le supuso gran problema el volver a adaptarse a la clase de vida ruda que se lleva en los callejones oscuros. Repartir una paliza a quien lo merecía era divertido y contribuía a su buena causa. ¿Cómo iba a quejarse?
Pronto fue el autoproclamado pacificador de la ciudad. Se ganó el respeto de amigos y enemigos en Chinatown y se había asegurado de que no hubiera quien no reconociera el nombre del Gran Jamie Siu.
Después de todo, siempre le había molestado e intrigado en sobremanera la razón para encontrarse en cada rincón a tipejos con cajas sobre la cabeza. No tenía idea de qué buscaban o qué sueño tenían, pero debía ser tan absurdo como la propia apariencia de malos villanos que poseían. Así, combatir la mala calaña en su querida Chinatown se volvió un pasatiempo disfrutable. Con el tiempo aprendió a apreciar lo que tenía. Incluso aunque a sus veinticinco años ya no tenía obligaciones para quedarse en su nueva ciudad, le gustó la sensación de libertad al valerse de su propia fuerza. No había razón para quedarse en Metro City, pero tampoco la había para regresar a Hong Kong después de tanto tiempo, ¿cierto? Después de todo había perdido todo rastro de sus hermanos, pues dudaba que siguieran viviendo en el mismo domicilio del restaurante, el cual se enteró que cerró poco después de su partida.
Sin ataduras en ningún lado, ¿qué debía hacer? Hong Kong era un sueño del pasado que olvidaba poco a poco, mientras que Metro City, Chinatown, era su nueva vida. Todo lo que podía hacer era aplicar los deseos de justicia de sus hermanos quienes también eran sus maestros y hacer lo que estuviera en el poder de sus puños para mantener la paz. La sensación de poder era preciosa, aunque no caía en lo arrogante. Odiaba la arrogancia. No podía atreverse a subestimar el poder de sus desconocidos oponentes.
Jamie era talentoso, fuerte, vivaz y capaz. Con varios años de experiencia en la lucha no tuvo problemas para acoger a un aprendiz poco después al cual enseñó sus movimientos luego de haberse ganado su confianza. ¡Así de genial era Jamie Siu! Del discípulo predilecto de los Dragones Gemelos al Gran Maestro Jamie Siu. Sin duda había dado ese paso hacia la grandeza.
La verdad es que adoraba la vida que llevaba sintiéndose fuerte mientras usaba ese poder para proteger lo que poco a poco comenzó a amar cada vez más. La sensación de sentirse útil y respetado no era para nada fugaz y la abrazó con todas sus fuerzas.
Una noche estando en su mejor humor salió a beber con su nuevo discípulo sobre la azotea en el pórtico de Chinatown. La luna estaba enorme y el aire era fresco y limpio. Por supuesto que a su compañero no le sentó muy bien el trago que le ofreció de la bebida especial de la familia Siu, sin embargo, se acostumbró a ello. Sin evitar tambalearse comenzó a coreografiar el taolu que aprendió de los Lee a los doce años, aunque ahora, totalmente ebrio, puso un poco de su propia sazón, ¡y con qué rapidez fue adquirido por su aprendiz! No podía esperar menos.
Cuando dejó atrás esos meses de entrenamiento y su discípulo se retiró, una sensación de aburrimiento le abatió. No era que se sintiera mal porque no hubiera más crimen al cual combatir durante el día o la noche, sin embargo, ¿qué habría de ser de la vida de un luchador sin poder luchar? El hacerse maestro le devolvió por un tiempo fugaz el placer de sentirse en paz consigo mismo, sintiéndose fuerte y respetado como Yun y Yang. ¿Ahora qué se supone que debía hacer?
Pues, bien... Como si se tratase del destino, una noche mientras miraba la televisión en su departamento se enteró de un gran evento que desembocó memorias en él y era en grande; un auténtico torneo con todo lo que respectaba, pues habría abiertamente competidores a nivel internacional. La emoción lo embargó y desde luego decidió hacerse competidor en el mismísimo escenario. Sin embargo, ¿Cuál fue su más grande sorpresa? ¡Que la mismísima Manon Fontaine estaría pisando el ring en Metro City! No quería pensar que era otra coincidencia, sino el propio destino o quizá la vida uniendo sus caminos otra vez.
Aunque, claro, pasados los meses las expectativas que tenia del tan esperado torneo terminaron por decepcionarle y hasta bajarle los humos. No era que estuviera lleno de incompetentes, claro que no, porque había demasiado participantes y los había muy buenos, sin embargo, nadie que pudiera hacerse sentir la frustración que tuvo en aquella vez con aquella chica. Y, cuando lo pensaba bien, más llegaba a la conclusión de que no era precisamente porque fuera una mujer el que aquella pelea lo hubiese marcado tanto, sino porque poseía una fuerza que nunca había sentido venir desde nadie más y ahora solo quería seguir midiéndose con esa fuerza.
Si podía destacar a alguien entre el montón de competidores con los que tuvo la suerte de cruzar sus puños era con aquel hombre proveniente de la misma ciudad en donde se organizaba la competencia: Luke Sullivan. Ese hombre le hizo pasar un buen rato al poder intercambiar golpes y patadas libremente, aunque, cuando ambos lograron pasar a las mayores y fueron catalogados en el mismo puesto del podio como un rotundo empate, el hongkonés decidió hacer la vista gorda y retirarse sin esperar nada más, pues lo único que quería era encontrarse con la judoca que por alguna razón jamás vio en toda esa velada.
Entonces, ¿qué pasó para que el Gran Jamie Siu terminara tan aburrido y abatido? Que Manon nunca se presentó.
Esa noche tuvo que jugar al detective y cuando pudo encontrar a alguien que parecía de la misma calaña de la chica además de algunos miembros del juzgado pudo dar con un numero en el que, se supone, debería poder comunicarse. No estaba dispuesto a perder para siempre esa oportunidad que por una fracción de segundo le hizo latir el corazón fuerte, muy fuerte.
Era una noche después de que terminó el torneo de artes marciales mixtas y estaba en la azotea de su departamento, de noche, observando los callejones de Chinatown mientras fantaseaba con la revancha que no pudo tener.
Miraba la pantalla de su teléfono celular con media sonrisa. ¡Estaba tan cerca de encontrar a su antigua rival! No podía dejar que se escapara como si nada. ¿A dónde había huido?
Luego de pensarlo por unos minutos marcó al número que consiguió. Sentía que las ansias lo consumían. Estaba esperando escuchar la voz de la muchacha detrás de la línea porque según la información que le dieron aquellos que tenían la lista de nombres con los participantes de la competencia, ese era el contacto directo de ella. No obstante, se sorprendió cuando escuchó la voz de un hombre al otro lado de la línea preguntándole por el motivo de su llamada. Jamie no quiso dar demasiados detalles, pero cuando insistió en que quería hablar con Manon, el hombre le repitió que necesitaba conocer específicamente la razón de la llamada para poder comunicarlo con ella. Jamie suspiró, pues no creía que Manon se acordara de él ni con el mas mínimo detalle, habían pasado muchos años después de todo. Sin embargo, dijo: “Pregúntele si se acuerda del niño con el que compitió en Hong Kong hace catorce años atrás”.
Jamie supuso que el hombre le hizo la pregunta a ella, quien debía estar en la misma habitación que el hombre, porque de pronto se oyó un ruido seco detrás de la línea y el hombre volvió a decir: “La señorita ha participado en innumerables torneos. Duda de su identidad”.
—Vuelva a preguntárselo otra vez, por favor. Debió ser de cuando tenía doce años de edad. Esa noche hacía frío, comenzó a llover poco después. Se fue a casa con el título del primer lugar. Venció a un joven impulsivo como si no se tratara de nada.
De nuevo el silencio detrás de la línea. Después la respiración del hombre se hizo presente otra vez.
—¿Cómo dice que se llama usted, caballero?
—Jamie Siu.
—De acuerdo. Espere unos segundos, por favor.
—Por supuesto.
Manon estaba sentada frente a su tocador Hollywood. Eran varios en la misma habitación que se dedicaban a darle los cuidados adecuados. Mientras su mánager le ayudaba a comunicarle las llamadas entrantes de sus fanáticos y promotores, otra de sus asistentes le cepillaba el cabello con sumo cuidado luego de aplicarle el maquillaje y ajustarle el vestuario. Estaba a punto de presentarse en otra de sus pasarelas.
—¿Jamie Siu? —preguntó ella con un tono dulce—. Creo recordar algo parecido.
—Entonces, señorita Fontaine, ¿le gustaría que…?
—Oh, no te preocupes. Creo poder manejar esto yo sola. —Estiró su mano, pidiendo el teléfono—. Lo atenderé yo misma.
—Claro, aquí tiene.
El mánager le cedió el teléfono y Manon se vio a sí misma sonriendo frente al espejo, con la cara bien iluminada por las luces. Les hizo señas a sus asistentes para que abandonaran la habitación y una vez estando sola se atrevió a saludar al joven hombre que le esperaba al otro lado de la llamada.
—Buenas noches, Monsieur Siu. ¿Puedo ayudarle?
—¡Hey! —saludó tan despreocupado como él solía ser con todo el mundo—. ¿Cómo has estado?
—Perfectamente. —Sonrió.
Jamie decidió no alargar más aquella conversación que solo tenía un objetivo: volver a verla. Aunque, pensándolo mejor, si la chica tenía escoltas y demás asistentes era probable que él pasara desapercibido como un fanático más.
—Lady, te enteraste de la competencia de artes marciales que se llevó a cabo el día de ayer aquí en Metro City, ¿cierto?
—Desde luego. ¿Participaste?
—Claro.
—¿Y qué tal?
—La victoria estuvo de mi lado.
—Me alegra oír eso —dijo genuinamente.
—Pero sin una participante como tú, la verdad, se tornó aburrido.
—Oh…
—Vi que tu nombre estaba en la lista de participantes. Para serte franco, la única razón por la que me inscribí a dicho torneo era porque esperaba verte ahí.
Manon se sonrojó y con una mano se cubrió la boca buscando ocultar la risita nerviosa que no pudo acallar.
—No sé qué decir, Siu. Me halagas. —Suspiró y se acomodó uno de los guantes que comenzaba a molestarle—. Te diré algo: no suelo justificarme con nadie respecto a mis acciones y decisiones, sin embargo, haré una excepción por tratarse de ti. No me vi capaz de asistir al torneo porque una de mis pasarelas tuvo la prioridad.
—¿Pasarela?
—Sí, La Semana de la Moda aconteció durante la misma fecha en la que se había fijado el torneo. Lo siento, debí haber aclarado a mi mánager que cancelara mi inscripción al torneo ya que sabía que no me sería posible estar presente en Metro City. No tenía idea de que los jueces cambiarían la fecha tan abruptamente y no me podía permitir perdérmela.
—Okay. ¿Entonces?
—“¿Entonces?”
—¿Piensas venir alguna vez a Metro City?
—No por el momento, Monsieur. Ahora mismo estoy en París, no creo poder realizar un viaje tan rápido.
—¿París? Vaya, con razón esta llamada está saliendo tan costosa… —susurró.
—Si no hay otra cosa con la que pueda ayudarte, entonces me despido. Ahora mismo me encuentro en el trabajo. De nuevo te doy mis felicitaciones por tu éxito en la competencia.
—Espera. De verdad me gustaría verte.
Ella sonrió y se recargó una mano en la mejilla para seguir hablando, viéndose a sí misma en el reflejo.
—Qué bonito. Pero no creo que sea para algo bueno, ¿me equivoco?
—Quisiera volver a luchar contigo, esta vez con mis verdaderas habilidades. Tranquila, no habrá trampas ni nada por el estilo. Es solo algo que me dejaría tranquilo después de nuestro último encuentro.
El silencio detrás de la línea hizo que se pusiera ansioso, temía un “no” como respuesta. Sin embargo, ella sin poder ser vista asintió y esbozó otra de sus bellas sonrisas para después darle una contestación adecuada.
—Me da curiosidad ver con qué clase de habilidades te has hecho. Está bien, hagámoslo. Voy a agendar un vuelo. ¿Tienes pensado algo en especial?
—No, esta ha sido una decisión mía sin previa meditación.
—¡Vaya! Me lo dejas más difícil. ¿En qué parte de Metro City resides?
—Chinatown.
—Me lo imaginé. Très bien, discutamos los detalles en la dirección de correo que te mandaré. Reviso mi bandeja de entrada todo el tiempo, hazme saber cualquier cambio que se presente.
—Claro. —Agregó cortésmente—: Gracias por tu tiempo.
—Sin problema. —Sonrió. Estaba a punto de colgar la llamada, pero decidió agregar algo más antes de perderle el rastro otra vez por un buen tiempo—. Por cierto, Siu, me alegra que por fin podamos hablarnos el uno al otro. Entender lo que el otro dice se siente bien.
—Sí, concuerdo. —Se despidió—: Pasa una buena noche.
Terminaron la llamada.
Manon se quedó sonriendo un buen rato sin poder ocultarse a sí misma la emoción que aquel hombre había despertado en ella. No iba a hacerse la tonta diciendo que no se acordaba de Jamie Siu, porque, a decir verdad, desde el primer y último encuentro tuvo bien grabados aquellos movimientos suyos que le hicieron sudar la gota gorda cuando recién se adentraba al mundo de la lucha. Jamás le olvidaría porque Jamie era un monstruo incluso a la corta edad de aquel entonces y ahora no podía quedarse sin presenciar aquellos grotescos cambios que le despertaban interés con furia. Por esa noche se dedicó únicamente a la pasarela y para el resto de días ya fijarían la fecha para el esperado encuentro que a simple vista no tenía sentido alguno.
Al final esperarían poco más de un mes para verse porque ella no tenía intenciones de dejar botada su profesión y debía hacerse de unas buenas maletas para al menos quedarse toda una temporada en Metro City. Al menos se mirarían durante la primera semana de noviembre.
Jamie se encontraba ansioso. Más allá de pulir su kung-fu, la pasaba merodeando por las calles mientras fantaseaba con su dichosa victoria. Estaba seguro de que no habría manera de que Manon siguiera siendo mejor que él y esa confianza suya le hacia sonreír como bobo en medio de cualquier hora del día o noche. Verla de nuevo se había vuelto una obsesión.
Aunque, un día de octubre muy particular, le llegó un sobre muy sospechoso a la entrada de su departamento junto con una caja grande. No recordaba deberle dinero a nadie o haber pedido algo por correo, por lo que la llegada del sobre y el paquete le causó intriga. Sin embargo, al abrirla comenzó a sospechar sobre lo que podía ser y de repente sintió cosquillas en la barriga.
Tomó ambas cosas y las metió a la cocina, en donde se sentó a la mesa y primero leyó lo que decía la misiva.
“¡Mucho tiempo sin saber nada de ti, pequeño Jamie! ¿Sabes que tus hermanos mayores hemos estado muy preocupados por ti? Hace mucho que deseábamos al menos saber cómo te está yendo, ¡y al parecer todo va de maravilla!, ¿no?”
Jamie tuvo que detenerse un momento porque la emoción y la alegría en conjunto fue demasiada como para poder soportarse. Al ver la caligrafía que reconocía como la de Yang, con su perfecto cantonés sin esparcir torpemente la tinta —a diferencia de Yun—, no pudo hacer otra cosa más que tomar la nota y llevársela al sofá de la sala para continuar leyendo con calma. Se recostó muy cómodo entre los cojines.
“Me alegra ver que has crecido para volverte un buen hombre. Además, te has puesto muy guapo, ¿eh?
En realidad, a ambos nos alegra saber de ti otra vez. Yun dice que todo se lo debes a él, pero ambos sabemos que se debe a tu talento nato. Hay que dejar que a pesar de su edad juegue con estas cosas de vez en cuando, mi hermano no tiene remedio. Y hablando de él, tengo una noticia para darte… Dentro de muy poco tiempo Yun se graduará de la universidad. Ingresó a una escuela unos tres años después de que partiste y le empezó a ir muy bien incluso si el restaurante ya no nos respalda, pero las cosas cambian y eso está bien también. Quiero agradecerte profundamente por eso, Jamie. Quizá no lo notes, pero lograste encender en mi hermano una chispa que yo no pude mantener viva y significa mucho para mí. A Yun se le ve feliz… En cuanto a mí, sigo buscando ese sueño propio. No te preocupes, tengo fe en que lo encontraré.
Que, por cierto, no mucho después de ese entonces Yun se dio cuenta de que el dinero que ganabas bailando break dance en las calles lo metiste en el cajón de su habitación… Gracias por eso también, eres súper dulce. No te sonrojes demasiado, ¿okay? Ah, seguro que te preguntas cómo es que Yun y yo nos enteramos de tu paradero. La otra noche vimos la transmisión del torneo en vivo por televisión y vimos tu combate; fue fenomenal verte brillando de esa manera sobre el escenario. ¡Manejaste bien cada movimiento con ese tal Sullivan!, te felicito. Yun no dejaba se sonreír viendo a la pantalla, pero, si llegamos a toparnos, no le digas que te lo dije. En fin, bastó una llamada para pedir informes del Gran Jamie Siu, nada que se les pueda negar a los Dragones Gemelos.
Bueno, el verdadero objetivo de esta carta es porque tanto Yun como yo queremos felicitarte por tu cumpleaños. ¡Felicidades, hombre! No puedo creer que estés cumpliendo veintiséis. Nos orgulleces de verdad, aunque Yun no quiso mandar una carta de su parte porque dice que quiere hablarte cuando pronto nos permitas visitarte en tu nuevo hogar, así que espero que no te moleste esa idea.
La abuela Siu nos pidió que te entregáramos el paquete que te hacemos llegar junto con esta carta y también te enviamos algo nosotros dos por nuestra parte que creemos que podría gustarte… Lo elegimos entre mi hermano y yo. Feliz cumpleaños, nuestro pequeño no tan pequeño. Esperamos que volvamos a vernos pronto. Te queremos, Jamie”.
—Yo también los quiero… —dijo Jamie con voz baja mientras volvía a leer cada una de las palabras Yang.
¡De verdad deseaba con fuerzas verlos y agradecerles por tanto! Se sentía extremadamente querido al poder ver que ambos hermanos habían estado buscando pistas para comunicarse con él, porque, desde que cada uno de ellos cambió de residencia, todo se había vuelto más difícil. Al menos supo poco después, por una pequeña nota de su abuela, que tanto Yun como Yang se habían ocupado de ella y ahora vivían los tres muy cerca en la ciudad, no muy lejos de la universidad de Yun.
En ocasiones se ponía a imaginar un escenario en el que viajaba a Hong Kong y volvía a llevar la vida tranquila de antes junto a ambos, pero, tal y como Yang lo decía, las cosas sufrían un cambio y ello tenía que aceptarse. Ya les llegarían nuevos momentos felices.
Por el momento se sentía gratamente feliz por el simple hecho de que tanto Yun como Yang se hubieran acordado de su cumpleaños; quiso pensar que cada año lo habían recordado pero su incapacidad para comunicarse les limitó el desbordar su felicidad.
Jamie suspiró con alivio y luego se aventuró a abrir el paquete misterioso con dedicación. Era interesante ver qué clase de regalo podrían haberle dado su abuela y sus hermanos con el tiempo que había pasado ya. Al abrir por completo la caja, sonrió ampliamente y se alegró de que todos tuvieran tan buen gusto.
Chapter Text
Durante la tercera semana de noviembre a Jamie se le veía emocionado vagando por las calles. No a muchos les extrañaba su temple alegre, pero evidentemente su sonrisa parecía la de un enamorado. ¿Cómo no iba a estar tan animado? Esa misma mañana recibió una llamada de la chica francesa anunciándole que había pisado por fin el suelo americano. Desde luego no esperaba que ella estuviera tan desesperada como lo estaba él, así que no le desconcertó cuando lo invitó a cenar. Al recibir dicha petición no supo si sería menos grosero aceptar o negarse, por lo que escuchando lo que anhelaba su corazón simplemente aceptó sin más.
La verdad es que ya la había visto en imágenes. Pudo dedicar algo de su tiempo en buscar una de las revistas en donde ella era el rostro principal, y sí, era muy bonita. Sin embargo, su belleza no se comparaba a cuando se le veía en persona y bien de cerca. Ambos se encontraron en un restaurante de lujo que se ubicaba en uno de los hoteles mejor calificados de Metro City. Se vieron por la noche. Y, aunque Jamie estaba algo incómodo en un lugar que no era el suyo correspondiente se dispuso a disfrutar de la velada lo más posible. La chica estaba en todo momento bajo custodia, pero de nuevo a su petición, los hombres que la acompañaban la dejaron sola con su invitado y solo entonces tuvieron algo de la privacidad que necesitaban.
Jamie sentía vibrante esa sensación de verla al apenas pasar por la puerta del sitio. Ella estaba ahí sentada en una de las mesas redondas con largos manteles de color aperlado, vistiendo un bonito vestido de tirantes color magenta, con la mirada hacia abajo y las manos sobre sus muslos. Por su parte, él iba con una simple chaqueta puffer que no alcanzaba a cubrirle el torso. Aunque, contrario a lo que cualquiera pensaría, no se avergonzaba de su aspecto poco formal.
Al verle, ella sonrió ampliamente y le indicó con una mano el asiento en donde debía sentarse diciendo: “Gracias por acompañarme, Siu. Adelante”. Y cuando él estuvo frente a frente con ella estaba tan anonadado por su aspecto de dollfie que las palabras acompañadas de su característica agresividad no llegaron por ningún lado. Al beber de la copa de vino que estaba sobre la mesa la vio alzando la mirada con cuidado sobre el cristal mientras a ella se le veía distraída. Pensó en lo suave que se miraba su brillante cabello rosado y en lo lisa que lucía su piel blanca. Para él fue la primera vez que miraba una mujer genuinamente bella, lo cual le hizo reír para sus adentros al darse cuenta de que cuando era tan solo un niño jamás se detuvo a pensar sobre ello dado que le tenía más rencor que nada. Pero ya no la odiaba más.
Por otra parte, Manon solo pudo hacer lo que las mujeres hacen con regularidad: observar fingiendo no observar. Desde luego que pensó en lo bien parecido que era el hombre frente a ella, con la piel morena tan pulcra y el delineado carmín acentuando sus ojos rasgados mientras dejaba que un mechón rebelde le cayera por la frente.
La verdad era que ambos eran de buen ver, pero ninguno daría el cumplido puesto que no lo veían oportuno.
Al principio Jamie bromeó diciendo que no iba a comer nada puesto que no quería que le envenenaran antes de tener una pelea y Manon le tomó la broma diciendo que estaba bien si solo estaba ahí para acompañarla mientras no observara demasiado, porque, según ella, observar a una chica comer tan fijamente era algo de mal gusto. Al final degustaron la cena juntos sin ningún problema.
Compartir ese momento era tan extraño para él… Observaba a su alrededor tan solo para notar que el restaurante del edificio estaba casi vacío a excepción de otras dos parejas además de ellos, así como de los meseros que de vez en cuando acudían para proveerles de más vino tinto.
Mientras más hablaba con Manon, Jamie pensaba más en que su acento era de lo más exótico y en cierta parte se volvió un rasgo suyo que le agradó. El inglés pronunciado por ella se oía bello. Su voz era siempre suave y gentil, justo como la primera vez que le dirigió aquellas palabras que jamás pudo entender.
La velada terminó y ella le preguntó sobre el enfrentamiento que deseaba tener.
—¿No te molesta que yo ponga las condiciones?
—Para nada, Monsieur Siu. Has venido a acompañarme y eso ha sido suficiente para mí. Estoy dispuesta a cumplir con tus peticiones si eso te hace estar más tranquilo.
—¿Te parece si peleamos en un lugar poco concurrido? Esta vez sin testigos.
—Por supuesto.
—Cuando digo sin testigos me refiero a absolutamente nadie —dijo viendo de reojo a los guardaespaldas de la chica—. No te preocupes, esto es solo para mi gusto personal. No planeo hacer nada indebido.
Ella se soltó a reír. No le gustaba fiarse con demasiada facilidad, pero algo dentro de ella le decía que podía confiar en su nuevo contrincante. Se le veía de buen corazón, podía sentirlo al ver fijamente a sus ojos.
—Como gustes.
—¿Qué te parece si luchamos hoy mismo?
—Como gustes —repitió.
—Cielos… ¿De verdad vas a obedecer todo lo que diga?
—Te dije que podías poner las condiciones. Si te soy sincera, también quería verte. Me intriga mucho observar el kung-fu de un auténtico conocedor, así que no tengo problemas con tus decisiones. He venido preparada.
Jamie se recargó poniendo un codo sobre la mesa y plantándose la palma de la mano en la mejilla izquierda. Suspiró mientras veía a la chica como si quiera desmantelar cada parte de ella hasta dejar expuesto su empalagoso corazón.
—Mañana. —Aclaró de brazos cruzados—: Veámonos mañana en Chinatown, en la dirección que te indicaré. Eh, ¿tienes en dónde apuntar?
Manon le hizo unas señas a uno de sus acompañantes que les observaba desde la lejanía en donde no podía escuchar nada. Al acudir tomó la nota del lugar en donde sería el encuentro. ¿Por qué había elegido el siguiente día? Porque claro estaba que la chica había bebido demasiado vino y pensó que, a diferencia de él, ella no sabría pelear estando medio —o completamente— borracha. Además, ¿cómo la pobre iba a luchar con un vestido tan elegante como el que llevaba puesto? Lo que él quería era un enfrentamiento justo, nada de ventajas ni desventajas, solo ellos y sus habilidades innatas.
Por esa noche Jamie se despidió luego de agradecer la invitación a la cena y se retiró a casa para dormir, esta vez más tranquilo sabiendo que la mujer que tantas pesadillas le había causado en la infancia estaba en la misma ciudad que él. La diferencia era una sola, y era que su rostro detrás de sus párpados ahora lucía mucho más bello que antes.
Era curioso ver cómo ambos comenzaron luchando en el bajo mundo y ahora los dos tenían sus títulos correspondientes en sus propios estilos de lucha. Manon, quien había vivido toda su vida en Mónaco pese a haber nacido en Francia, volvió a su tierra de origen y se pulió con tres nuevas disciplinas, mientras que Jamie dejó en Hong Kong todo y a todos a quienes amaba para volverse fuerte en los Estados Unidos logrando ese sueño tan infantil pero tan real.
Para sorpresa de Jamie, durante la noche que acordaron verse para su duelo pendiente la chica ya le esperaba en el lugar indicado con mucho tiempo de anticipación. Al llegar a ese punto del barrio chino en donde no había presencia de los puestos ambulantes ni locales de comida, en donde no había ojos para juzgar lo que sucedería, ambos se vieron y sonrieron. Se preguntó cuánto tiempo había estado Manon a su espera haciendo nada, tomando el riesgo de sufrir una emboscada. «¡Qué mujer tan dura!», pensó él. Y de pronto hubo otro pensamiento que surcó su mente, y era la sensación de arrebato que tuvo cuando la vio de pie por primera vez, porque antes en el restaurante estuvo frente a ella todo el tiempo en su asiento, ¡pero qué alta era! Pensó que le faltarían unos quince centímetros para llegar a medir dos metros y entonces comprendió de verdad por qué la tenían en la portada de una de las revistas de moda más conocidas. Y, sin poder evitarlo porque seguía siendo varón a pesar de todo, observó minuciosamente sus curvas. Manon se había puesto muy preciosa, debía admitirlo, y pensarlo le hizo torcer la comisura de sus labios hacia arriba. Esperaba que su sonrojo no fuera evidente, pero fue demasiado tarde para el ojo de halcón de la chica que desde luego estaba consciente de los deseos que lograba despertar en los demás.
Esa noche ambos estaban más resplandecientes que nunca. Era una situación especial y requería de una buena presentación, así que pusieron esmero en su apariencia.
Jamie iba vistiendo el cheongsam rojo que le obsequió su abuela y el par de tenis que recibió por parte de sus adorados gemelos. Por su parte, Manon llevaba puesta la parte superior de su judogi mientras que por debajo vestía un maillot de ballet ajustado. No llevaba calzado y, con ayuda de su aguda visión, se percató del esmalte nuevo que decoraba sus uñas. Además, como cereza del pastel notó aquella insignia dorada en su cuello; nada más ni nada menos que su medalla como campeona de judo. Sonrió al verla brillar y Manon lo notó.
—Buenas noches, Monsieur Siu. Qué atuendo más espléndido el que llevas, te queda muy bien.
Dado que ella se atrevió a hacerle un cumplido, supuso que responder de la misma forma no estaría de más.
—Gracias, también luces bella. —Y lo dijo en serio, dejando de lado su coquetería de galán confianzudo—. ¿Cómo ganaste esa medalla?
—Es una historia entretenida, te la contaré luego de que haya limpiado los suelos contigo, si gustas.
—¿Después de que yo haya probado que mi kung-fu es invencible? ¡Claro! —respondió con una sonrisa mientras se ponía en pose.
—Oh, luce interesante. —Se puso ambas manos en la cintura—. Pero te advierto que el judo es el arte marcial más efectivo.
—No es el mismo estilo de antes. Ha ido evolucionando.
—¿Puño ebrio?
—Perceptiva como siempre.
—No realmente. —Sonrió y apuntó a la cantimplora de calabaza que llevaba Jamie amarrada a la cadera—. Lo deduje por eso que llevas ahí. Creí que venía de adorno, pero, ¿piensas aplicar la teoría?
Jamie sonrió. Nunca pensó que a pesar de la apariencia tan refinada de Manon fuera capaz de hacer bromas y tomarse cada situación con tanta calma.
—No, esto es solo para mi gusto personal.
—Entiendo, también bebí un poco antes de venir.
—¡¿Qué?! No debiste hacerlo. ¡Si te sienta mal, entonces…!
—Calme-toi, estoy perfectamente. También es para mi gusto personal.
—No querrás jugármela después, ¿verdad?
—Si fuera a hacerlo no te habría compartido el dato. —Sonrió y se acercó más a él—. Solo fue algo de champagne, así que no hay problema. No estaría tan tranquila de otra forma.
—¿Champagne? —Ladeó la cabeza, dudando de qué tan placentera podría ser dicha bebida.
—Oui, es un pequeño capricho. Solo bebo champagne en dos ocasiones: cuando estoy enamorada y cuando no lo estoy.
Logró arrancarle una sonrisa al moreno.
—¡Huh! Lo entiendes también. —Hizo un puchero y pensó: «Mis hermanos no lo comprendían…»
Tanto Jamie como Manon estaban disfrutando de la pequeña conversación que había comenzado a aflorar, pero el objetivo era otro y estaban conscientes.
—¿Y bien, Siu? ¿Cuándo quieres comenzar? —Abrió ambos brazos como si fuera a darle un abrazo de oso o como si le invitara a atacarle.
—¿Quieres calentar primero?
—Si tú lo dices.
Comenzaron con estiramientos antes de hacer cualquier otro movimiento y cuando ambos estuvieron completamente en forma se vieron a los ojos y se ofrecieron un saludo como símbolo de iniciación de su nuevo enfrentamiento, el cual sinceramente esperaban que no fuese tampoco el último. Jamie le ofreció el típico saludo Bao Quan Li mientras que ella hizo una completa reverencia hacia él.
De pronto los dos ya estaban en sus respectivas poses de batalla. Manon con los brazos estirados hacia adelante y con las piernas bien posicionadas en el suelo, mientras que Jamie, a diferencia de hace catorce años atrás, tenía una posición mucho más suelta y de apariencia libre, contoneándose con liviandad mientras extendía sus brazos con fuerza como si sostuviera dos botellas invisibles de licor.
Al estar frente a frente, Jamie no pudo evitar sonreír y con un movimiento rápido de cabeza se movió el mechón que caía por su frente.
—¿Qué pasa? —preguntó Manon todavía estática.
—No esperaba que fueses tan alta.
—Oh, es eso… —Soltó una risita—. ¿Te molesta?
—No es problema.
—Bien, ahora no quieras distraerme.
—No lo hago. —Sonrió.
—Comencemos de una vez, ¿sí?
—Claro. —Cambió los brazos de lado rápidamente tal como lo hacía en el Bajiquan que aprendió de los gemelos—. Te presento el estilo Zui Quan mejorado por el Gran Jamie Siu.
Y para ofrecerle el mismo respeto, ella dijo:
—Te mostraré el judo embellecido y perfeccionado de Manon Fontaine.
Un leve asentimiento de cabeza. Entonces todo comenzó.
Aunque, a diferencia de las películas de acción que tanto le gustaban a Jamie o las rutinas de baile combinado que Manon adoraba, la pelea no inició de inmediato con un arrojamiento repentino o un movimiento torpe que buscara anticiparse. Claro que no. La batalla comenzaba desde el momento en que sus miradas se cruzaban, desde que sus pies se posicionaban, desde que se establecía la guardia y las ideas de un pronto ataque surgían. Así es como se suponía que era una pelea normal; real y única.
De nuevo ambos se vieron con aquel juego en el que parecía que buscaban una pareja de baile, porque, teniendo ambos las manos tan estiradas y manteniendo esas miradas tan intensas no se podía llegar a pensar en otra cosa.
Lo único que alumbraba el espacio que podía parecerse a una pequeña plaza eran las lámparas de papel que colgaban desde los aleros de los locales de comida que a esas horas se encontraban cerrados. Alguna farola podía alumbrar con su luz amarillenta mucho más allá y los gatos callejeros andaban por los techos vagando como si fuesen ninjas, aunque, para ese punto, no lograban ser gran distracción ni para Manon ni para Jamie. Y, estando tan inmersos en sus propios pensamientos intentando adivinar los ajenos, sus músculos se tensaron y ambos dejaron de buscar por el momento oportuno y decidieron crearlo.
No era que se compartieran sus ideas por alguna clase de medio verbal o físico, pero bien se dice que las grandes mentes piensan igual, por lo que cuando la chica comenzó a moverse hacia el lado derecho buscando acortar la distancia para aplicar un poderoso agarre, Jamie le siguió el juego buscando aplicar alguna clase de piscología inversa en donde pudiera utilizar los puños de Manon para su propio beneficio. Ella pareció comprenderlo y sonrió inconscientemente.
—No, Siu. Así no es como funciona. —No dejó que él le respondiera y se apresuró a hablar—. “Debo usar su fuerza contra ella”. ¿Es eso lo que piensas? Pues no deberías ni siquiera intentarlo o será tu fin.
—¿No decías que no intentara distraerte? Ahora quieres distraerme a mí.
—Non, es solo un consejito.
—No creo necesitar un consejo de mi rival…
—Te diré algo… Al judo se especializa en utilizar la fuerza del oponente en su contra. No seré yo la que acabe contigo, sino tú mismo.
Jamie pensó en hacer un chiste insinuando que estaba borracha o algo por el estilo, pero prefirió convertir su respuesta en una pregunta que genuinamente le causó intriga.
—¿Por qué estas ayudándome? Decirme esto te pone en riesgo.
—Claro que no. De eso se trata el judo: se la dominancia de la propia fuerza y de la creación de la mejor estrategia para contrarrestar cualquier ataque. —Sonrió otra vez, todavía sin moverse—. Investigué sobre el kung-fu, Siu. Y mucho. Tuve la oportunidad de enfrentarme a varios rivales que se parecían a tu “yo” de hace años. Solo pensé que era injusto que yo tuviera esta clase de conocimiento empírico mientras tú estabas en blanco.
—No estoy en blanco… —dijo dubitativo—. He peleado con otros judocas antes.
—Pero ninguno como yo.
—¡Qué confianza! —Comenzó a reírse.
—Bien, eso es todo lo que tenía que decir. Atento, Siu.
Manon se acercó a él repentinamente, cosa que hizo que el otro se echara hacia atrás rápidamente.
En el momento menos oportuno, Jamie tuvo un cruce de ideas que le hizo pensar en sus hermanos.
Para él siempre había resultado curioso que, a pesar de sentirse un fanático de la música, no supiera tocar ningún instrumento. Muchas veces Yun le había animado a intentar establecerse en algún club de música de la escuela o a clases extras en algún curso de por fuera, pero más allá de disfrutar las melodías y bailarlas no se sentía interesado en tocar algún instrumento. Luego, entusiasmado con la misma idea, Yang le habló de lo bien que le sentaría tocar el guzheng, pues, a su idea, resaltaría la belleza masculina de su interior que para entonces no tenía bien desarrollada. Jamie recordaba haber respondido agresivamente: “¡No lo haré!”. Entonces, Yang le llevó a uno de los eventos de fin de año en donde se tocaban una infinidad de melodías para conmemorar los meses pasados y los futuros mientras se preparaban pasteles de luna. En ese momento cuando caminaba en medio del gran festival tomado de la mano de Yang y de la manga de Yun, se arrepintió genuinamente cuando ya había perdido demasiado tiempo para aprender a tocar un instrumento porque se sintió conmovido por el melifluo sonido del guzheng que acompañaba en todo momento a la celebración.
Recordó haber tomado un plato de Chang Shou Mian al final de la noche junto a sus hermanos y haber olvidado por completo sus problemas. De vez en cuando, como amante de la música, reconsideró el volverse un maestro de la música tradicional china y hongkonesa, aunque, según Jamie, eso no iba de la mano y en sus propias palabras excusaba —o justificaba— tales pensamientos diciendo que el querer tocar música no se relacionaba con querer bailarla, así como tampoco era lo mismo amar usar las computadoras que querer fabricarlas.
Al final dejó la vaga idea a un lado al darse cuenta de que más tarde o más temprano, todos en la infancia o adolescencia tenían la alocada idea de verse involucrados en el mundo de la música. ¿Quién no querría componer y ser amado por escribir una carta de amor al mundo?
Sacudió la cabeza y la imagen de Manon al frente suyo volvió a él. Okay, ¡de vuelta al presente! ¡Al mundo real! ¿En qué estaba pensando? No era momento de caer en un analepsis. Sin embargo, sonrió para sus adentros y aunque el momento presente se encontraba en completo silencio y soledad, sintió la presencia de los dragones gemelos animándole, la música del guzheng de fondo y los fuegos artificiales decorando y alumbrando el cielo. Todo estaba en su mente, pero fue tan poderoso como para poder hacerle cambiar de ritmo y adecuarse a su verdadero yo; a lo que el pacificador de Chinatown representaba.
Oyó la melodía al fondo de su mente. “Sun Quan The Emperor…” Una canción que Yang escuchaba constantemente en su mp3 sin importar que fuese tocada por instrumentos tradicionales o inclusive con violín o guitarra eléctrica.
Jamie se dejó llevar por el ritmo imaginario y cerró los ojos para permitirse sentir a flor de piel el ritmo que estaba deseando tomar. En ese momento la parisina aprovechó para estirar su mano hacia él y le tomó bruscamente del brazo. ¡Y qué cosa fue! Porque ella dio todo de sí para conseguir derribarle de lleno, pero él se retorció de tal manera que cuando Manon consiguió desequilibrarle él se repuso de nuevo con ayuda de sus brazos contra el suelo.
Manon volvió a adoptar la posición de ataque de antes mientras la confusión la invadía. Y no cabía duda… Lo que acababa de presenciar no era boxeo borracho solamente, sino también una especie de combinación de baile que temía fuese demasiado efectiva contra su judo. «No debí subestimarle», pensó. Pudo haber sido genial el haber puesto una cámara junto a ellos para inmortalizar el momento compartido, pero, al fin y al cabo ni siquiera en la guerra había testigos. Teniendo eso en mente y por muy genial que la pelea pudiera resultar, ambos creyeron que era mejor así. Sin nada que les pudiera hacer recordar después.
Jamie estaba sacudiéndose de un lugar a otro totalmente eufórico sin poder esconder la sonrisa de su rostro.
—¿Eso fue break dance?
—¿Te sorprende?
—No debería… —Suspiró—. Te diré algo.
—¿El qué?
Ella, sorprendentemente sin reflejar ninguna señal de esfuerzo, se puso en pointe y luego de darse una rápida voltereta para adoptar una vez más la posición de judo, dijo:
—Yo también bailo.
Jamie no pudo dar crédito a lo que acababa de ver. ¿En serio?, ¿ballet y judo? ¿Qué clase de excentricidad era esa?
Tomó aire y asintió. Ladeó la cabeza para echarse la trenza del otro lado y no tuvo más limitaciones en cuanto a los movimientos de sus hombros. Si iban a bailar, entonces debían bailar bien.
—Ya decía yo que debíamos volver a vernos…
Manon comenzó a reírse por lo bajo. Le gustaba Jamie. Y le gustaba mucho.
Sentía un pesar al tener que usar la fuerza contra él, pero el juego comenzó a volverse divertido cuando comenzó a parecerse más una competencia de baile y la idea de una batalla dolorosa de desvaneció. Ese no era el arte de la guerra, sino, más bien, la vida misma. A pesar de todo, Manon lo estaba disfrutando. No quería pensar en otra cosa que no fuera el usar su talento de una manera adecuada pese a la irónica sensación de no querer infligir un daño terrible.
—¿Sabes algo? No me gustaría hacerte daño. —Se agachó buscando un mejor punto de ofensa y defensa. Si a Jamie se le ocurría lanzarle una patada en algún lugar poco oportuno, entonces se encontraría en problemas.
Jamie soltó una risotada.
—Mentirosa. Mira cómo se te han colorado las mejillas el imaginar las decenas de maneras en las que puedes derribarme…
Ella se tocó las mejillas. Error.
Jamie se aproximó a ella y lo que parecía ser un gancho con su brazo derecho terminó por ser un movimiento con una de sus piernas que se apalancó de su pantorrilla y terminó por hacerla inclinarse hacia adelante en un intento por que su cara no se estrellase contra el pavimento. Se incorporó rápido. Esperaba que él quisiera actuar con la misma velocidad, así que pudo bloquear el golpe que vino del antebrazo de Jamie seguido de otro feroz movimiento que iba directo a sus sienes. Entonces lo supo: él no se frenaría porque ella fuera una chica. Eso o solo quería lucirse.
Era tan veloz como lo esperaba. Ambos llevaban las de perder… o las de ganar. La buena ventaja que ella poseía era que su tamaño y su musculatura jugaban a su favor, pues un simple mal balance del contrario y podría ayudarle a abrazar el suelo por completo. Solo necesitaba un mejor punto de alcance y soportar los rápidos golpes que podrían propinarle, pero la tarea no era tan sencilla como podía parecer porque los movimientos de Jamie eran tan inusuales como lo era el ver un trébol de cuatro hojas.
El moreno se tambaleaba de un lado a otro como si verdad acabara de beberse varias botellas de baijiu él solo. Un pie a un lado y el otro le seguía tan solo para después volver a tambalearse hacia atrás, hacia adelante, o hacia el otro lado. No lo sabía. Entre más se concentraba en adivinar los movimientos de Jamie, la tarea se volvía imposible. Era impredecible, no podía decir cuál sería el próximo movimiento. Hasta que de repente, se lanzó hacia adelante con una patada que arremetió con un puño cuando dio media vuelta girando la cintura sin mover sus pies de su posición original y cuando ella quiso usar su peso contra uno de sus brazos Jamie se escurrió por debajo para dar varias vueltas de su característico baile preferido hasta tomar distancia otra vez. Esa era su perfecta estrategia… Desestabilizarla, alertarla, arremeter, y en caso de fallar, volver a la posición inicial. Pero Manon estaba cansada de esos juegos; todo se había vuelto tan predecible de su propio estilo que prefirió comenzar a jugar con otra cosa y cambiarle un poco la perspectiva. Pues, cuando Jamie de nuevo se inclinó hacia adelante para intentar derribarla, ella se dio la vuelta en un fantástico paso de danza y al haber cambiado de posición tan rápido le dio tiempo de tomarle de las manos como si estuviera a punto de comenzar una pieza de vals con él y lo arrojó poco después.
De nuevo, Jamie tocó el suelo con ambas manos y solo con ayuda de sus palmas se movió hacia el otro lado del callejón que pretendía ser un mini foro para cuando algún evento especial en Chinatown estaba por comenzar.
Ambos, cansados, se vieron fijamente. ¿En qué momento la sonrisa se les había borrado? No podían decirlo… Todo había sido tan repentino que no parecía que hubiera una manera de calmar sus agitados corazones.
De un momento a otro Jamie se balanceó hacia donde lo vio oportuno mientras que Manon centró su fuerza en sus muslos, tobillos y abdomen para hacer un paso decisivo en el mejor momento, mismo que no llegaba.
¿Cómo terminó todo? No de la mejor manera. Mucho menos de la manera en que lo esperaban.
Manon estaba de rodillas en el suelo con las dos manos contra la acera y Jamie estaba recargado en el piso solamente usando sus codos mientras que una de sus piernas soportaba todo el peso de la otra.
Algo tuvo que haber pasado en la lucha que pretendía ser un baile que pretendía ser un juego, para que, al final, ambos terminaran en la misma posición. Era difícil el hacer un repaso de lo sucedido.
Los dos jadeaban con fuerza, había sudor en sus frentes. Jamie sopló al mechón que le caía por la nariz para hacerlo volar a un lado. Manon hizo lo mismo cuando uno de sus cabellos se desvió hacia su labio.
—No hay mal que por bien no venga.
El joven la miró alzando una ceja. Ni siquiera tenía ánimos de tener que interpretar sus palabras, así que ella sonrió en respuesta.
—¿O me equivoco?
—No sé qué debería decirte, Lady. —Jadeó.
—Estuviste esforzándote como un loco igual que yo… Eso es lo que veo.
—Bingo.
Se sonrieron, pero no era tiempo de jugar a la casita.
—Haz lo que te plazca —dijo ella mientras de ponía de pie. Luego estiró su mano para ayudarlo a él.
En ese instante Jamie se quedó quieto por unos segundos sufriendo de un déjà vu hasta que pudo reaccionar y le tomó la mano. El tacto le estremeció. ¿Cómo una luchadora como ella podía tener unas manos tan suaves?
Por un instante Manon pensó en decirle: “Me alegra que esta vez no hayas rechazado mi ayuda”, pero no estaba segura de que él recordara cada detalle del duelo de años atrás y no quería arriesgarse a revivir memorias que no deseara tener. Pero por supuesto que él recordaba.
—¿Con hacer lo que me plazca te refieres a…?
—Sí, adelante —dijo haciendo una señal hacia su cantimplora—. Esta no es una competencia formal, sino un mero gusto de los dos. Si te ayuda, puedes beber un poquito. O bastante, no lo sé.
—¿Y qué harás tú?
—¿Yo? Nada… No traje champagne para en medio de la batalla, no se me ocurrió. Pero pensé que podría tomar una copa antes de dormir. —Habló mientras hacía estiramientos con las piernas.
—Si me insistes…
—Claro.
Con ambas de sus manos ella lo tomó de los hombros y él tuvo que retorcerse hacia adelante con toda la contraria de lo que ella planeaba hacer. Dio una vuelta en el suelo, de nuevo break dance, y se tambaleó hasta alcanzar su calabaza y beber de ella. Al sentir el picor de la bebida pasarle por la garganta sonrió abiertamente y la cara se le tornó de color rojo, cosa que logró avivarle hasta saltar como un mono y comenzó a moverse más velozmente que antes.
La dinámica nocturna fue desafiante para Manon que no pudo encontrar nunca una manera de quitárselo de encima, así como él tampoco pudo hallar la combinación perfecta para desestabilizarla. Si solo usara el judo sería pan comido, pero sus repentinos movimientos de manos y piernas eran tan impredecibles que cambiaron sus planes y para ambos el habituarse al estilo del otro fue una tarea imposible. Sin embargo, mientras seguían con la lucha, la sonrisa volvió a aparecer en la cara de ambos. Jamie estaba muy colorado y ella se conmovió profundamente. No porque fuera un hombre aparentemente vulnerable ante ella, sino porque la evidencia de su esfuerzo emergía desde la oscuridad.
Manon no había logrado hacerle mucho daño a Jamie, sin embargo, los pocos rasguños que le había causado ocasionalmente no le supusieron molestia alguna porque aquella bebida que lo tenía mareado estaba provisionándole de toda la dopamina que podía hacerle falta. Jamie sonrió pensando en que la bebida de la familia Siu era tan efectiva y tan importantísima en su propia existencia como podía ser la receta de los shaobings de la familia Lee. O quizá solo estaba exagerando. ¿Cómo podía comparar un remedio familiar con una comida tradicional? Bueno, aunque aquello abandonara toda lógica imaginó la efectividad de ambas, recordando siempre que los bollos que preparaba Yun eran lo primero que Yang le dio de comer al apenas llegar a ese hogar por primera vez, así como recordaba con cariño a los dos hermanos, muertos de miedo, mientras intentaban curarle la fiebre y yendo a por pistas de su abuela para que le aliviaran rápidamente con el brebaje que tanto le atemorizaba. ¡Qué memorias!
De pronto surgieron dos preguntas: «¿Por qué mi mente se llena de recuerdos en un momento como este?» «¿Qué es lo que hay ahora en la mente de la señorita Manon?»
Cerró los ojos, de nuevo creando una oportunidad para que la joven se le acercara. Estaba tan concentrado mientras se dejaba llevar por sus puros instintos que incluso en algún rincón de su memoria juró escuchar los golpes sobre el Muk Yan Jong. El sonido hueco de la madera siendo golpeada lo perseguía con constancia.
De repente como si el instinto le llamara, aun con los ojos cerrados, frenó el brazo de Manon que iba directo a agarrarle de las ropas del hombro mientras posicionaba de nuevo una pierna detrás de su pantorrilla. «¡No de nuevo, muñeca!», exclamó para sus adentros y con un movimiento no tan suave le apartó el torso, primero haciéndola hacia atrás con un brazo mientras que con la pierna que no le sostenía el peso le devolvió la jugada que ella tenía planeada hacer. Entonces ella no tuvo tiempo ni de estabilizarse cuando de nuevo se le arrojó combinando un gancho con uno de sus brazos y una patada con el empeine. Una patada que Jamie frenó pero que logró lastimarle el brazo, así como Manon también resultó herida al recibir perfectamente varios raspones que provenían de la dura suela del calzado contrario.
Tomaron su respectiva distancia por breves segundos casi imperceptibles porque Manon no tenía la intención de dejarle pensar y de nuevo hizo otra de sus piruetas hasta alcanzarle y levantarle por los tobillos, y Jamie de nuevo se echó hacia atrás tambaleándose para devolverle un cruce de piernas que tenía la intención de torcerle las rodillas, aunque ninguno tuvo éxito con su cometido y se distanciaron sin poder ceder.
Jamie había comenzado a jadear ya con la cara mucho más enrojecida que antes. Cuando menos se dieron cuenta vieron en sus propios cuerpos el resultado de los anteriores movimientos feroces que solo trajeron consigo un dolor imperceptible debido a la adrenalina.
El joven tenía los nudillos rojos, raspados a más no poder y su cabello estaba despeinado, así como también uno de los botones de su cheongsam se había desajustado, permitiendo así verle la clavícula. Por otro lado, el flequillo de Manon estaba tan revuelto como el de su rival, sus pies estaban raspados a falta de tatami y sus brazos mostraban moretones que dolerían al día siguiente.
Era fácil ver la sangre sobre el judogi de Manon que era pulcramente blanco y difícil verla sobre las ropas carmesí de Jamie, pero la tenían.
Para reponerse de ese dolor creciente el hongkonés tomó su calabaza mientras todavía se balanceaba de un lado a otro y se la empinó para terminar de beber los tragos que le quedaban de licor o lo que sea que fuera aquel brebaje. Aunque se miraba sumamente agresivo con el tono carmín en la cara que le llegaba hasta el cuello, solo logró enternecer a la chica y a provocarle unas ganas tremendas de reír. Su estilo Zui Quan no tenía ni una pizca de refinamiento pero era divertido de ver. «¿Qué pasa, bonita?, ¿no vienes?», habló el intentando provocarla más mientras se soltaba en el piso intentando tomarle de los pies con los movimientos de su baile, pero ella se cubrió más de lo que decidió atacar y un manotazo fue suficiente para incentivarle a echarse para atrás de nuevo. Era curioso que en la esbelta y curvilínea figura de Manon estuvieran bien distribuidos unos fuertes músculos capaces de agredirle en gravedad.
Él se puso de pie con esfuerzo mientras adoptaba su estancia de protección. Ya había aprendido en el pasado a controlar sus tontos pensamientos egocéntricos y no cedería a ellos de nuevo para dejar que le derrotaran, no señor. Pero el cansancio ya estaba pudiendo con él y sintió furia al tener que admitirlo.
—“Kung-fu" significa "trabajo duro", ¿no? Ocultar mi esfuerzo es parte de mi estilo —dijo ella y después suspiró.
Jamie se soltó a reír. Al menos no se habían herido en la cara todavía, ninguno era capaz de llegar a tanto.
—Dices eso… pero también estás en tu límite, puedo darme cuenta.
—Shh… No hables, Siu. Puede no hacerte bien.
—¿Entonces solo debo escucharte?
—Si no quieres, no. —Sonrió mofándose de sus propios juegos.
Él no pudo contener la risa. Ni siquiera le dio una previa advertencia cuando se lanzó empujando ambas manos en el suelo y dirigiendo su pie hasta su cara, cuando ella le tomó de la pierna y dándose una vuelta lo alejó de su cuerpo. Jamie no quería terminar desplomándose solo y alcanzó a anclarse de ella para volver a darle un puño en el abdomen. Ella lo soltó al sentir un dolor agudo que le hizo ponerse de rodillas en el suelo, sin embargo, logró exitosamente arrojar a Jamie lejos de ella haciendo que cayese de espaldas contra el concreto.
El sonido seco de ambos cuerpos cayendo al suelo se hizo sonar junto a sus jadeos y de pronto cayó una gotita de agua del cielo y luego otra y otra más.
Jamie estaba boca arriba con la vista perdida en el cielo nublado. Su pecho subía y bajaba. Su trenza medio deshecha estaba esparcida por el suelo y algunos mechones de pelo cubriéndole la cara. Manon estaba sentada en el suelo en pose seiza con los ojos cerrados mientras respiraba profundamente para aliviar un poco su agitado corazón.
Una gota de lluvia cayó en la mejilla de Jamie y otra sobre la cabeza de Manon. Comenzó a lloviznar lentamente hasta que amenazó con volverse un aguacero.
—Justo como el día en que nos conocimos… —dijo él—. ¿Te acuerdas?
—Sí… —habló en voz baja—. Hacía frío. Mucho frío.
Con algo de dificultad el muchacho se puso de pie, haciendo una mueca por el dolor de espalda y caminó hasta Manon para ofrecerle su mano esta vez él. Ella sonrió ante el cambio de papeles y aceptó la ayuda. Se vieron fijamente sin saber qué palabras elegir.
Finalmente ella hizo una reverencia y él imitó la acción. Quedaron a mano por fin. Era duro de verdad no poder elegir un ganador, pero estaban conscientes de que terminarían casi muertos si de verdad se ponían a luchar con todas las de herir y para serse sinceros, a Jamie no le gustaba herir a las damas y a Manon no le agradaba la idea de herir una cara tan bonita como la de Jamie.
—Gracias, Siu, por la lección de hoy.
—Lo mismo digo, Lady. Gracias. —La saludó cubriendo su puño derecho con su mano izquierda. Luego alzó la vista para observar que el aguacero comenzaba a soltarse y temía que le arruinara el maquillaje. También se preocupó al ver los pies descalzos de la chica—. ¿Tienes un cambio de ropa en alguna parte? Podrías resfriarte.
—Sí, tengo algo. Vine preparada, después de todo.
Jamie sonrió.
—¿Entonces…? ¿Te vas?
—Sigo en el mismo hotel.
—Entiendo.
—¿Por qué la pregunta? —habló curiosa.
—Quisiera agradecerte por la cena del otro día. Pero, como quizá puedas comprender, no poseo los mismos bienes que tú. ¿Te apetece una comida casera? —Se apuró a decir—: Tranquila, se me da bien la cocina.
—Espero que no sea solo una excusa para llevarme a tu casa, Siu —bromeó.
—¡Qué va! —Se puso más colorado.
Ella decidió hacerse la interesante por unos minutos. La respuesta era “sí” desde el principio, pero jugar con los corazones de los varones le encantaba. Aceptó sin más preámbulos y ambos se refugiaron bajo los aleros de los locales cercanos hasta llegar a una de las camionetas que aguardaba con los acompañantes de la agencia de Manon que le dieron una maleta con un cambio de ropa y sus zapatillas. De paso anunció que se ausentaría por una noche porque cenaría en casa de un viejo amigo. Entonces, sus hombres le dieron la privacidad que pidió y ella y Jamie se encaminaron solos hasta el hogar del moreno.
—Me esperaba todo menos un empate —dijo la francesa.
—¿Qué puedo decir? —Se encogió de hombros y suspiró—. ¿Me veo tan sorprendido como me siento?
—Te ves fatal, Siu —dijo riéndose, cubriéndose la boca con una mano.
—No soy el único.
Compartieron una sonrisa.
Había unas escaleras qué subir antes de llegar a la entrada del departamento, aunque ya podían andar debajo de un techo que les cubría del agua fría.
Entonces él la invitó a pasar cordialmente. Su hogar era pequeño pero reconfortante; tenía todo lo que necesitaba perfectamente ordenado y con un toque muy hogareño. La cocina era pequeñita, pero contaba con una barra que la conectaba con el comedor, en donde Manon se dispuso a esperar mientras él iba a deshacerse de su suntuoso atuendo y se ponía algo más cómodo. Usó unos pants grises y una camiseta negra de manga corta. Andaba en pantuflas con toda la confianza del mundo y a ella le ofreció un saco suyo que era mucho más cálido que la ropa que ella llevaba. Supo al verla temblar que no podría soportar por más tiempo el resistir su instinto de protección, aunque ella le hubiera dicho: “No hay gusto para la moda en esto”, y él como si se tratara de la niña que había odiado mucho tiempo atrás dijera: “Calla y póntelo”.
Manon se abrazó a la tela del abrigo prestado y se recargó sobre la barra mientras veía a Jamie moverse ágilmente en la cocina. ¿De verdad iba a cocinar para ella? Se sintió especial, no iba a negarlo. Su rubor la delataba.
—Siu, ven aquí —dijo haciéndole una seña.
—¿Uh?
—Solo un poco.
Él obedeció sin poner objeción y se sentó a su lado. Manon le pidió que se pusiera de espaldas y tampoco se negó. Sintió cuando los largos dedos de la joven se pasaron por su cabello oscuro y un escalofrío le recorrió. Ella comenzó a hacerle la trenza hasta dejarle el peinado perfectamente presentable y Jamie se sacó el mechón de la frente que le gustaba llevar. “Gracias”, dijo cuando ella terminó y la joven asintió. Entonces Jamie volvió a la cocina a preparar su plato especial.
Notes:
Irónicamente me dieron ganas de escribir sobre el judo por Slam Dunk, ¿qué pasó ahí? Aunque, para más inspiración vi los enfrentamientos de Teddy Riner; me ayudaron a entender más a Manon, que, hablando de ella, tengo como headcanon que mide un poquito más de 1,80 por ser modelo. Su estatura original no me parece justa.
La frase “solo bebo champagne en dos ocasiones” fue dicha por Coco Chanel.
Chapter 9
Notes:
¡Por fin traigo el último capítulo de esta historia! Todo fue más tardado de redactar de lo que pensé pero lo disfruté mucho.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Manon observó a Jamie de espaldas. Era robusto y exquisito en armonía.
Tenía su cara apoyada en sus propias manos mientras se dedicaba a observar en silencio al joven hombre que se movía como un experto dentro de la cocina.
La lluvia se había soltado de verdad.
—¿Qué vas a preparar?
—Fideos Chang Shou Mian. ¿Los has probado? —preguntó, ella negó con la cabeza y él dijo—: Solía comerlos en el año nuevo chino. También sientan bien después de una jornada de esfuerzo.
—Entiendo. Siento curiosidad por probarlos.
—No tardarán mucho en estar listos.
Ella no lo interrumpió ninguna vez hasta que la comida estuvo servida. Solo hasta entonces se atrevió a hablarle, cuando ambos tuvieron tiempo de entablar una conversación de una manera más tranquila y casual por primera vez. Pues, antes la única oportunidad que tenían había sido cuando Jamie sacó el botiquín para vendarse los brazos y limpiarle la sangre seca y los raspones a Manon, pero habían estado muy distraídos por el dolor.
Jamie le dio un tenedor y tomó unos palillos para él mismo. Teniendo el tazón de fideos enfrente, ella los probó y la cara que hizo al sentir el sabor en su paladar satisfizo al moreno.
—¡De verdad está muy rico! —Cubrió su boca con una mano al hablar, todavía a medio masticar.
—¿Sí? Me alegro. —Sonrió y tomó los palillos para degustarlo también.
—Cielos, me encantaría comer esto más seguido.
—No me comprometas.
—¡No dije eso! —Soltó una risilla—. ¿Y bien?, ¿cómo aprendiste a cocinar así?
—Aprendí de los mejores.
Jamie le habló de sus hermanos, Yun y Yang, el restaurante y sobre cómo le ayudaron a no torcerse por el camino, a lo que Manon dijo: “No sabía que tuvieras hermanos”. “Algo como eso”, repuso él. Entonces ella también le habló de su familia; de su padre, sus hermanos y el abandono de su madre. No le habían preguntado, pero tuvo el genuino deseo de abrir su corazón.
Comieron tranquilamente dejando que la lluvia que se estaba intensificando cubriera los sonidos del exterior. De repente tuvieron la sensación de solo estar ellos dos en el mundo. Era una sensación reconfortante y muy familiar. El sentimiento de tener un nuevo amigo siempre era dulce.
—¿Quieres platicarme de tu medalla?
Ella se tocó el pecho en un instinto por tocar el oro sólido, pero olvidó que la había dejado junto a sus cosas luego de despojarse de la ropa mojada.
—Espero que no te aburra oír de mi apasionante carrera.
—Tenemos toda la noche para hablar. —Se encogió de hombros y se metió a la boca otro tanto de fideos.
—Parfait.
Manon le habló de las muchas veces en las que había buscado un combate tras otro hasta descubrirse a sí misma y encontrar su perfección. También le habló sobre su convivencia entre sus tres grandes pasiones: judo, ballet y el mundo de las pasarelas. Y con todo ello llegó a esa parte de su anécdota que incluía muchas derrotas. Hasta entonces Jamie pudo conmoverse por la joven, estando consciente por fin de que incluso una mujer como ella que pudo haber sido subestimada muchas veces por su aspecto refinado tuvo que haber batallado mucho hasta llegar a la cima. La forma en que se volvió merecedora de su medalla y el cómo decidió convertirla en un accesorio para su vestimenta le resultó muy divertido. Le hizo preguntarse en qué haría él si una medalla así fuera suya.
Terminaron de comer y Manon seguía platicadora, así que cuando le preguntó a Jamie sobre su estilo, él le habló de su historia; del Gran Jamie Siu y el cómo se volvió el pacificador de Chinatown. Bebían tranquilamente una taza de té pu-erh.
—Dejando de lado las peleas, ¿qué has hecho todo este tiempo, Siu?
—¿Cómo puedes preguntarme algo así? La lucha es mi vida.
—¿En serio? Entonces, ¿qué pasa con el break dance de hace un rato? Tenía mucho flow.
—Ah, sí. Bailo de vez en cuando, aunque menos de lo que me gustaría. Ya sabes… Es parte de mí.
Ella sonrió pícaramente y desvió la conversación a otro lado.
—Y, ¿en dónde queda el amor en tu historia?
—¿Eh?
—No has mencionado a ninguna mujer. Bueno, podría ser un caballero incluso. ¿Entonces?, ¿nada de nada? —Le guiñó un ojo.
—¿Qué es lo que…? ¡No! —Volvió a sonrojarse—. No me interesan esas cosas.
Y se enojó consigo mismo cuando la odiosa cara de Luke Sullivan se cruzó por su mente cuando ella sugirió que podría tratarse de un hombre. «¿En serio, Jamie? ¡Eso jamás!», gritó en sus adentros.
—Oh… Esperaba poder oír alguna anécdota viniendo de un hombre guapo. —Bebió de su taza de té restándole importancia a todo lo demás.
—¿Qué hay de ti?
—¿Yo? No mucho… —Se encogió de hombros. Para no dejar morir la conversación con facilidad admitió haberse enamorado profundamente hace no mucho de un hombre atractivo—. Pero las cosas no terminaron bien.
—¿Por qué? —indagó.
—Los polos opuestos se atraen, eso es lo que suele decirse. Pero cuando dos personas son extremadamente diferentes, esa teoría no aplica. Él miraba algo que yo no. Y yo solo podía apuntar a dedicarme a mis pasiones sin poner por encima nada más, ni siquiera el amor. Así que… nos dijimos adiós.
—Lamento oír eso. —Frunció el ceño.
—No te preocupes, fue lo mejor para ambos. Solo un empujoncito para continuar cada uno por su camino. —Sonrió y dijo algo para ella misma casi en un susurro—. Mon amour Remy...
No le gustaba sentirse desolada, así que para aliviar la expresión de confusión que se dibujó en el rostro de Jamie, ella puso su mano encima de la de él.
—Te presentaré algunas de mis chicas. Quizá sea tu hora de sentar cabeza.
—¡¿Cómo puedes decirme eso?! ¡Da el ejemplo, mujer!
Ella comenzó a reírse fuertemente y ello hizo que Jamie se quedara quieto, jamás la había visto reír y resultaba que su voz sonaba más dulce.
A pesar de que le hubiera gustado quedarse un poco más optó por volver al hotel en donde la esperaban para, dentro de dos días, volver a París, así que por esa noche cuando la lluvia disminuyó un poco se marchó sin más.
El día que fue al aeropuerto se sorprendió al ver a Jamie Siu entre el gentío para despedirla, aunque para sorpresa de él, la chica era tan popular que acercársele fue una tarea poco sencilla. Fue hasta que ella solicitó verle cara a cara que pudieron hablar con un poco más de tranquilidad antes de que ella abordara su avión.
—¡Siu! Has venido a despedirme.
—¡Claro! Después de todo no sé si esta será la última vez que nos veamos.
—Oh, tranquilo. Ya aparecerá algún torneo importantísimo en donde los dos cruzaremos nuestros puños otra vez.
—Entonces… saber eso me tranquiliza.
Manon sonrió. Sus labios carnosos se expandieron y la hicieron ver más bonita.
—Hasta luego, Siu. —Le tomó de la cara y le dio un beso en cada mejilla, dejándolo perplejo—. Sigue cuidando de tu hogar, ¿sí?
Jamie asintió y la vio irse. Ese momento se quedó bien grabado en su memoria. El encuentro fue estupendo, mejor de lo que imaginó. Agradeció haber ganado una amiga y no una enemiga.
Habían pasado tan solo dos semanas desde que Manon había vuelto a Francia, pero aun pensaba en ella. ¿Cómo había podido tener un desarrollo de crecimiento por una desconocida con la que recién se había encontrado? No terminaba de entenderlo.
El melifluo sonido del guzheng a la lejanía se hizo sonar y su eco recorrió cada esquina de las calles estrellas. Era una melodía conocida: Spring River Flower Moon Light. Cerró los ojos sin detener su paso, sintiéndose en casa y disfrutando del sonido de las cuerdas.
«¡Que coincidencia!», pensó Jamie y le hizo recordar a Yang cuando tarareaba sus canciones preferidas.
Jamie caminaba por las calles de Chinatown con algo de comida recién preparada en su bolso dispuesto a regalársela a uno de los hombres que de vez en cuando le regalaban alguna bebida alcohólica a cambio de favorcillos. Sin embargo, en su caminó escuchó los gritos de una niña que estaba teniendo problemas con un montón de gamberros que la rodearon como garrapatas cuando los callejones comenzaban a oscurecerse.
Apareció detrás de ellos, y cuando uno de los matones que tenía la cara cubierta por una caja de cartón le reconoció, de inmediato se echó hacia atrás con una cara de susto que no pudo ser vista. Jamie le vio con los ojos entrecerrados y el entrecejo fruncido, denotando su fino delineado rojo en sus ojos rasgados.
—¡Se-Señor Jamie! —exclamó soltando el brazo de la joven.
—¿Todo en orden, muchachos? —habló con voz grave—. ¿Qué les hizo la señorita?
—¡Nada! ¡Nada! ¡Nosotros…!
—¡Son unos malditos ladrones! ¡Devuélvanme mi laptop! —gritó la niña estirando sus brazos para intentar quitarle el computador.
Jamie revivió ciertas memorias de su infancia.
Estiró la mano y la extendió hacia el sujeto que tenía bajo el brazo el objeto.
—Devuélvanlo pacíficamente y así no los golpearé tan duro.
Uno de los sujetos con cajas le dio el aparato y otro ordenó rápidamente que se soltaran a correr. Jamie estaba a punto de perseguirlos hasta darles una buena lección, pero un brazo más frágil lo tomó de la manga.
—Devuélvamela.
—¿Eh?
—¡Mi laptop! ¡Devuélvamela! —exclamó desesperada.
—Oh, aquí tienes.
Se la dio y ella suspiró con alivio una vez teniéndola entre sus brazos.
—¿En serio? —Jamie suspiró—. ¿Ni siquiera un “gracias”?
—¡Yo no le pedí que se metiera, señor!
—¿Señor? ¡Tengo veintiséis!
Ella se preguntó genuinamente: «¿Los sujetos de veintitantos no son señores?»
—Sé cómo defenderme. —Hizo un puchero.
—¡Sí, claro! Vi cómo ahuyentaste a esos sujetos hace un rato. —Soltó una carcajada.
—¡No se burle! ¡Hablo en serio! —Dejó la laptop en el suelo y se puso en posición ofensiva.
—¿Qué es eso?
—Wing Chun.
—No me sorprende. —Bostezó, estiró los brazos hacia arriba para aliviar las molestias de su espalda y se dio la media vuelta—. Bueno, ¡adiós, niña! Deja de meterte en proble… —Esquivó uno de los puños de la chiquilla—. ¡Oye! ¡¿Qué fue eso?!
—Wing Chun, ya se lo dije.
—¡Eso ya lo sé! —Resopló—. ¡Me refiero a…! ¿Por qué acabas de atacarme?
—Esos sujetos con cajas en sus cabezas salieron corriendo cuando lo vieron, señor. Solo quería saber por qué. ¡Y ahora lo entiendo! ¡Esquivó mi golpe fácilmente y de espaldas!
—Pff… ¡Cualquiera podría!
Ella sonrió. Estaba dispuesta a irse, pero cuando estaba a punto de darse la vuelta ya casi cayendo la noche, Jamie escuchó que el estómago le gruñó. Entonces le tendió una bolsa de papel con unos bollos dentro.
—Come eso y vuelve a casa, ¿okay?
—¿Qué es esto?
—Shaobings. ¿Qué? No pongas esa cara, no están envenenados.
La pequeña los probó y sonrió con las mejillas infladas de tanta comida.
—¡Están deliciosos! ¡Y tienen extra de carne!
—Considérate afortunada. No eran para ti.
—Señor, ¿usted trabaja en el barrio junto a la plaza de comida?
—No, eso no me va. Es lo que cocino en casa.
—¡Pues debería considerar abrir un restaurante!
—¡Ja! Claro que no, el Gran Jamie Siu no tiene tiempo para esas cosas. Ahora si me disculpas voy a…
—¿Jamie Siu? ¡Ah! Entonces usted es de quien he escuchado mucho últimamente. —Siguió comiendo y hablando al mismo tiempo—. Mi maestra dice que usted es un revoltoso sin remedio, pero que es de mucha ayuda y que se ve de buen corazón.
Jamie no supo si tomar aquello como un halago o un insulto.
—¿Quién es tu maestra, niña?
—¡Chun-Li! —Infló las mejillas de nuevo—. ¡Y no me diga “niña”! Me llamo Li-Fen.
—Oh. —Sonrió ampliamente—. Dile que le haré una visita pronto, ¿sí? Ahora ve con cuidado.
Li-Fen se echó a correr a casa con su computador debajo del brazo y los chonguitos como antenas sacudiéndose tras cada paso.
Jamie sonrió al recordar muy bien el nombre de Chun-Li. Las voces de sus hermanos mencionándola entre algunas de sus frases le trajeron memorias agridulces y la curiosidad lo carcomió. Si se trataba de la misma mujer, entonces sería un hallazgo muy interesante que sin duda querría compartir.
Escribir y mandar cartas de la forma tradicional no era su estilo, pero mientras no encontrara un modo más práctico como conseguir el número de teléfono de los gemelos, tendría que hacerlo.
Entonces unos cuantos días después redactó una carta en donde les resumía sus últimos días: que había visitado a Chun-Li y tenido un duelo amistoso con ella en el que tuvo que admitir la derrota, remarcando: “¡Es la mujer de quienes ustedes me hablaron! ¡Dice que los recuerda con cariño y ahora me trata como a un frijolito a causa de eso!” También les escribió que había visto de nuevo a Manon. Dudaba en escribir sobre la francesa puesto que Yun no dejaría de querer emparejarle con ella diciéndole toda clase de cursilerías, pero sabía que a Yang le daría gusto saber que la mujer era en realidad muy agradable y empática.
Además, cuanto más se ponía a pensar en la mujer pensaba que gracias a ella pudo dejar su egocentrismo por un bien mayor, ya no la odiaba más y quería dejarlo bien el claro. Sabía que Yang en aquel entonces eran quien le ayudaba a superar ese enojo profundo que surgió de su derrota contra una chica que apenas conocía, pero, cuando meditaba sobre esa derrota que le causó meses de amargura, más le agradecía por haberle dado esa experiencia que necesitaba para darse cuenta que no todo era ganar; que las cosas que también importan residen en lo que se puede proteger, ¡porque ese era el propósito! Usar la fuerza y la inteligencia para algo bueno, no para el favor del crimen ni para el odio hacia rivales que no buscan nada diferente a volverse el mejor en el ring.
Se preguntó si se hubiera sentido mucho mejor —más satisfecho consigo mismo— si hubiera podido tener el gusto de ver a Manon derrotada en el suelo mientras él estaba perfectamente de pie. La respuesta fue rápidamente “no”, porque, al cavilar sobre ello se dio cuenta de que la sed de victoria y de saberse el mejor se había quedado en el pasado. Ahora le gustaba en quien se había convertido, en el pacificador de Chinatown en Metro City, y con ello estaba bien.
Sonrió al imaginar las caras de los gemelos mientras escribía y no pudo evitar ampliar dicha sonrisa al tener en mente otra vez a la chica judoca. Oh, ¡qué aventura había vivido! Pensar en el empate autoproclamado por ambos hacía que la emoción volviera a cada fibra de su ser.
Vio la carta varias veces hasta que estuvo satisfecho con la redacción. Cerró la nota diciéndoles que les enviaría dinero para un posible viaje e hizo énfasis cuando escribió: “Vengan pronto a visitarme, hermano Yun, hermano Yang y abuela. Me gustaría comer en una mesa con todos ustedes otra vez”.
Se metió a la cama y sonrió una vez más antes de quedarse dormido, agradeciendo a todos aquellos que le ayudaron a convertirse en quien hoy era.
Notes:
Pensé que si pudiera introducir una escena con flashbacks de Jamie junto a los gemelos pondría (殇雪-云菲菲 | Thương Tuyết - Vân Phỉ Phỉ) de fondo. Es una canción que conocí en febrero del 2019 y aunque desconozco el significado de la letra me gusta la tonada, es linda.
También publicaré esta historia en Fanfiction.net por si hay alguien que le gustaría leer esto por allá.
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