Chapter 1: Dolor fantasma
Summary:
Normalmente no soy de insinuar el NSFW, pero creo que una advertencia no está de más, aunque es más implícito que nada (a no ser que me pidan que lo haga explícito... ese ya sería otro cantar, si saben a lo que me refiero)
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Los títulos son una cosa tan poderosa como terrible.
Antes de ser el dios mensajero y desde siempre, para ser exactos, Hermes fue el dios alado.
Y una parte de él siempre espera seguir siéndolo en todas las facetas que eso conlleve.
Pero siempre fue mucho tiempo.
*
Han hablado entre ellos; mucho.
Lo han hecho desde hace siglos, por lo que casi cualquier tema pensado, por más absurdo que suene ha sido tocado aunque fuera superficialmente. Hay conclusiones y debates realmente interesantes que se pueden sacar de una charla entre un olímpico milenario y una divinidad que tiene un acceso total al futuro y al pasado. O al menos de eso se queja Tánatos, el muy desagradecido.
La verdad es que, llegados a este punto, Hermes siente que conoce más a Tiresias de lo que él lo conoce. Y eso, de alguna manera, se siente injusto.
Porque uno no llega a ser el patrón de los ladrones sin ser… bueno, un poco cobarde. Incluso con quienes guardan en el espacio entre su alma y su corazón. Del tipo de ladrón que guarda sus cosas bajo llave y escondidas tras mil vueltas y trucos.
Porque ser un ladrón es tomar y no dar nada a cambio.
Porque en el fondo, Hermes siente con fuerza el ser visto como lo que es por la persona que más lo ama en el maldito universo, sin estar relacionado con él de ninguna manera que lo obligue a su compañía. Por la persona que libremente DECIDIÓ que amarlo no era un desperdicio de su tiempo ¿Y eso no es irónico acaso cuando sigue pidiendo más y más de lo que era y será su amado profeta sin dar más que migajas en comparación?
Pero es que todo en Tiresias pide a su ser saber más. Sus palabras son mejores que la ambrosía, que el vino, que el néctar. Tiresias lo llamó romántico dramático y Hermes se derrumbó en su regazo finciendo llorar.
Pero es cierto y sobre todo, porque Tiresias nunca lo corta, incluso cuando Hermes pide, su profeta no exige nada a cambio de su verdad.
Le pidió que hablara de Manto. Tiresias compartió la primera vez que la sostuvo en brazos, horrorizado por la idea de haber creado vida, pero enamorado en el instante en que el pequeño puño se aferró a su cabello y su hija lloró, rompiéndole el corazón. De que la amó desde ese instante y aún lo hace.
Le pidió que hablara de su aversión por las serpientes de su caduceo, cuando la duda de que si era solo por la situación en la que se había visto envuelto la que alimentaba su disgusto o existían más motivos. Una risa se le escapó a Tiresias cuando le contó de la fascinación de su hija por las serpientes y lo mucho que a él le disgustaba, pero escondía su repulsión solo porque el tono solemne de su niña describiéndolas más como las queridas de sus amigas que como animales de campo era suficiente para ignorar su asco.
Hermes ahora sabía que ella era curiosa y que Tiresias a veces temía esa curiosidad.
Le pidió que hablara de su tiempo en las cortes de viejos reyes y nuevos monarcas y Tiresias narró como el mejor tejedor de historias sus primeros años lejos de su hija, cuando ella había sido lo suficientemente mayor para decir abandonar su hogar, pero confiando en que su padre no se perdería a sí mismo. Le había hablado de la pequeña plaza donde anualmente ambos viajaban para reencontrarse para enfrentar el lapso del tiempo.
Al cuestionarlo un mal día sobre porque desesperó en muerte, suplicando no verla por mucho tiempo en lugar de solo ver el futuro de su hija, Tiresias pensó con cuidado antes de confesar cuando que casi llegó a destejer todo el tejido del futuro de su niña, desesperado por verla a salvo.
De una horrible pesadilla que sufrió, que le supo casi un presagio, la noche después de haber vuelto a encontrarse con esas serpientes enlazadas, pasar de largo y que la maldición se esfumara. De la incertidumbre de un futuro donde solo su hija fue luz. De su mortificación cuando el don de la profecía se hizo presente en su hija, del terror absoluto de que algo le sucediera y su decisión final de destejerle el futuro, en búsqueda de poder aliviar cualquier complicación, a pesar de que jamás había hecho eso antes, concentrándose únicamente en el presente de Manto.
"Pero ese fue el día que me topé con Zeus y Hera y ambos... solicitaron mi opinión. Digamos que tomé como un presagio lo que ocurrió para no husmear de más en el futuro de mi hija y tentar al destino."
Hermes hizo un ruido herido y Tiresias solo se encogió de hombros, como si el castigo injustificado que arrastró hasta el momento de su muerte no fuera la gran cosa. Hermes lo abrazó con fuerza y lloró largamente sobre su cabello, suplicando perdón contra la piel de su mandíbula. Estaba profundamente arrepentido por haber desquitado con Tiresias al hacerle una pregunta insensible en un tono tan cruel, pero fue perdonado de inmediato con indulgencia.
A veces Hermes aún piensa en sus palabras a Tiresias en ese quinto día del cuarto mes, en sus ganas de lastimar al recordar haber sido lastimado.
Cuando no deja de pensar en su ira y la pura intención de hacer daño, recordando el pequeño momento en que vio los dedos de Tiresias temblar antes de sentarse y hablar con sinceridad, se dedica a buscarle parches de flores en la superficie.
Finge no enterarse que Tiresias ya sabe que eso es lo que hace cuando se siente culpable por ese día, cuando busca parches florales nuevos en lugar de disfrutar los viejos. Cuando lo besa varias veces hasta quitarle el sabor amargo de la culpa del espacio entre los dientes y la tráquea.
Se deja llevar con una sonrisa y Hermes puede retorcer tallos de vides y ramitas con alambres de oro para coronarlo u ocultar hojitas y pétalos entre los pliegues de su túnica, esperando el momento en que Tiresias los reúna todos, antes de llevarlo de vuelta a sus dominios.
Tiresias lo ha visto hacer el tonto literalmente desde que se conocen y lo ha complacido en cada pequeña cosa que se le ha ocurrido y aún sigue allí con él. Pero el solo pensamiento de ser visto es tan maravilloso que se vuelve abrumador. Porque ser conocido tan profundamente es un dolor del bueno al que debe acostumbrarse, cuando siempre ha sido él quien decidió cómo lo veía el mundo; porque pocos y contados son quienes se han detenido a mirarlo detenidamente y han visto más allá de la sombra del ala de su sombrero, del filo dorado de su caduceo, de sus gracias creyeras y sobre todo, de lo que conjura con sus palabras ligeras como plumas.
Porque Hermes sabe lo que es Tiresias, incluso más allá de la divinidad que ahora comparte. Un padre, un profeta, un protector, un buen amigo, un aún mejor amante.
Y Tiresias sabe lo que es Hermes. Un pícaro, un juguetón, un enamorado, un ladrón y sobre todo, un cobarde.
Porque Tiresias da trozos de su existencia a manos llenas sin siquiera darle importancia y Hermes literalmente cuenta las cosas cuando se le escapan sin remedio, escondiéndolas entre capas de humor, proponiendo absurdos cuando siente que es un mal día, cuando las palabras se acumulan de tal forma en su garganta que le bloquean la lengua y le impiden hablar, aunque eso sea lo que quiera. Pidiendo excursiones al exterior con la excusa de que Tiresias necesita tocar pasto, aunque sea él quien de verdad quiera un poco de aire.
Y Tiresias ve a través de él, sin siquiera recurrir a sus hilos. Y Tiresias le permite indulgencias.
Disimula bien su curiosidad ante su pasado; le sigue el juego en sus tonterías, llenando los silencios con murmullos que escucharon de los reyes del inframundo, de Caronte, o de Tánatos; Tumbándose boca abajo en los parches de flores que Hermes encuentra en los bosques, para prestarle su espalda sin molestarse en ser usado de almohada.
Porque sabe cuando Hermes se siente cómodo como para poder ir más allá de los temas que prefiere, como lo es Itaca y sus descendientes y hablar con naturalidad de su pasar relación con sus hermanos más queridos o aquellos a los que ama pero también quisiera apuñalar. Porque no lo presiona como un padre, sino que lo alienta como un amigo. Porque alimenta su faceta de los cambios y transiciones y lo impulsa a no resistirse al futuro.
Porque no lo angustia a propósito como si escarbara en una herida abierta, sino que retira la carne muerta con amoroso cuidado para permitir que cicatrice y sane. Porque Tiresias lo equipara sin saberlo en el arte de las palabras y las emociones, un manejo impecable de forma casi innata y prefiere compartirlo que guardarlo con celo.
A veces le sorprende esa faceta de Tiresias, hasta recordar que su fría mesquindad se reserva solo extraños y hostiles, no a quienes consideran como suyos. Que su infinita paciencia se nutre del pozo de amor eterno que es su devoción por su hija, de la que ahora sabe tanto que siente que también la ama profundamente. Que al haber pasado por tantos encuentro divinos en su juventud y haber experimentado literalmente todo lo que la vida le tenía por ofrecer ha desarrollado una entereza envidiable; no ha visto al hombre perder los estribos porque tiene un dominio asombroso de sus propias emociones.
Hasta ese día.
*
El cuarto día del mes cuarto del año. Y Hermes sabe que ha estado perdido en el desenfreno del amor puro, porque se ha olvidado completamente de la fecha. No puede culpar a nadie más que a sí mismo, porque antes se lanza de cabeza al Tártaro mismo por el peso de sus propias irresponsabilidades, que echarle la culpa al amor que se tienen.
Va a clavarle una piedra entre los ojos a Hímero y Potos como se entere de que su frenesí arrepentido es culpa suya.
Aunque ahora que lo piensa, quizás solo sea el avance natural de su relación y no obra de los erotes, pero por si acaso y si se acuerda irá a acusarlos con Afrodita, solo para ser mezquino…
Aunque como resultado que esto es obra de la Afrodita Pandemos en regalo por nutrirla como Afrodita Urania, él va a ir a revolverle las pulgas a Hefesto para ver el caos suceder.
Pero maldito sea ese día y ese mes del que nunca puede escapar. Y precisamente ahora, en el peor momento posible.
Yace con Tiresias en un parche floral en el bosque, donde la hierba suave se mezcla con el mirto blanco. Una parra salvaje les da cobertura de cualquier ojo indiscreto y por mucho tiempo Hermes se encontró disfrutando de la visita de sus prendas abandonadas junto a las túnicas y los vendajes de Tiresias.
Había comenzado con intención pura al simplemente atender el deseo de Tiresias de salir combinado con su emoción de regalarle una moneda de con una talla de una rosa que encontró en sus viajes. De la feliz recompensa de un suave beso al desenfreno salvaje posterior Hermes sintió que se perdió para el mundo con alegría.
Descansado, enredado en el resplandor feliz, acariciando y siendo acariciado por los hábiles dedos de Tiresias, la dicha fue infinita y la paz absoluta un bálsamo y respiro para su alma.
Entonces comenzó el martirio.
Familiar, año tras año, década tras década, cientos de años de dolor conmemorados sin ser invitados a lo largo de una existencia inmortal.
Es un auténtico milagro que no haya pasado antes frente a Tiresias en todo lo que se conocen y definitivamente un descubierto gigante haberlo permitido. Incluso si fue un error genuino al olvidar la fecha.
El dolor que hierve de las cicatrices que no existen en su espalda arden en la más pura quemadura, fundiendo el icor bajo su divina piel en coágulos de fragmentado filo.
Porque el cuarto día del cuarto mes, de un cuarto año, hace definitivamente más de cuatro siglos, en plena titanomaquia Hermes perdió las alas de su espalda.
Notes:
Jejejejejeje
Lo siento mucho, pero en el momento en que uní neuronas y Hermes se volvió uno de mis personajes favoritos desde que tenía doce una parte de mí supo que tenía que torturarlo con las dinámicas jodidas de su familia
Y ahora sé como:D
Perdón, perdón, lo siento mucho, pero me gusta, así que tiene que sufrir:)
Chapter 2: Bajo la bóveda celeste
Notes:
Si han pillado la referencia del título yo me voy a poner muy contenta y ustedes se han tragado un spoiler de quién va a aparecer:)
Ok, fuera de vueltas y trucos, la perfeccionista obsesiva interna que tengo me está jalando de los pelos por haber condensado tantos mitos griegos en menos de diez años y me va a salir una embolia por estrés, pero es mi fanfic y si quiero hacer de la cronología un acordeón atravesada por un agujero de gusano lo haré!!!
Al diablo con la cronología, Cronos está en el tártaro y no me va a hacer nada!!!
A ver cuantas referencias a personajes mitológicos atrapan a la vez<3
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Es joven, lo sabe.
Pero también que ese no es un impedimento para pelear.
Al menos no lo es para Apolo.
Al menos no es el ejemplo que dió cuando habló de unirse a la batalla nada más nacer, siendo recogidos por su padre, vacilando en explicar su exilio pero detallando mucho que su castigo terminaría cuando entrara a alguien más para que se uniera a la guerra con él.
Y había encontrado a Hermes. O Hermes lo había encontrado a él, sinceramente eso no importaba.
No ha visto más que destellos rápidos de quien asume que es su padre, sumido en una mancha lejana de nubes en la lejanía. Se ha preguntado varias veces si siquiera sabe que uno más de sus hijos se ha sumado a la batalla.
Ha conocido de volada a Ares y mucho más de cerca a Atenea. Ella fue genial y le agradeció por fungir de mensajero y sumarse a la pelea en el penúltimo año de la guerra. En el primer mes de su llegada Ares le preguntó si había probado golpear a los titanes con su caduceo, antes de girarse hacia a Artemisa y gritarle porque “su mellizo idiota había traído un niño a la guerra sin siquiera dignarse a darle una maldita arma real”.
A finales de ese día Apolo le confiscó el caduceo hasta fecha indeterminada y puso en sus manos una espada dorada, hermosamente tallada en el filo, cuyo origen se negó a decirle.
Grosero.
Al menos tuvo la decencia de intentar enseñarle los conceptos básicos de esgrima, antes de tomarlo por el talón y arrojarlo desde su carro al campo de batalla.
Eso había sido tan horroroso como cabría esperar. Tuvieron que pasar tres días enteros sin tomarse un respiro siquiera de blandir la espada para poder abrirse una brecha lo suficientemente amplia como para escapar volando, habiendo hecho apenas daño a su oponente.
Otra historia era su propio estado.
Recibió una terrible reprimenda por parte de uno de sus tíos por haber abandonado su lugar como mensajero, antes de que señalara vagamente la dirección en la que había visto por última vez a Apolo.
Despegó del piso con la suficiente rapidez para ver como su tío clavaba su tridente en el suelo con saña y hacía temblar la tierra, casi enterrando a sus oponentes con una sonrisa maniática.
Sus heridas al menos fueron lo suficientemente alarmantes como para que Apolo no le reprochara haber huido de batalla mientras lo curaba. Aunque parte de la razón de su silencio quizás se debió menos a su culpa por haberlo abandonado a su suerte y más por la presencia de Artemisa, que con su arco cargado disparó infinitamente hacia los gigantes aliados de los titanes, que habían sido lo suficientemente estúpidos como para decidir atacar a tres de los olímpicos.
De alguna manera entre ella y Atenea se turnaron para acompañarlo durante los siguientes tres meses hasta que aprendió todo lo que pudo sobre el arte de la espada, mientras aún cumplía su labor de mensajero de batalla.
Y eso fue una suerte, porque en el sexto mes tras unirse a la guerra empezó a aumentar la frecuencia de las ocasiones en las que tenía que descender a mitad de una misión para servir de apoyo.
Por esa época, a base de suaves halagos y puro ingenio, había logrado ganarse el cariño de la esposa de su padre. Lo supo cuando ella misma alborotó sus rizos con una mirada triste, luego de pasar una semana ayudándola personalmente a pelear, mientras le decía que un olímpico tenía el derecho de llamar a su familia por sus nombres.
Esponjó las plumas y se paró lo más recto posible, antes de hacerle un gesto y despedirse, mientras la veía apartarse con gracia uno de los ataques que le lanzaron y la escuchaba sermonear al titán de turno, esta vez por algo relacionado con su descendencia y como esta era más lista que él al unirse al bando ganador.
Una rara sensación de logro llenó su pecho por haberse ganado ese permiso junto con la aprobación.
Horas más tarde, al pasar la mano por sus cabellos para enjuagarse el sudor, reparó en que una corona de laureles dorados había brotado de su cabeza, asentándose en sus rizos coronándolo en el instante mismo en que la mano de la diosa lo había tocado. Eso había sido algo dulce.
Aunque le gustaba ayudar a su nueva familia, eso no quitaba la nostalgia por la que había dejado atrás.
Oh, Hermes lo sabe.
Extraña a su madre, aunque a veces le cueste admitirlo.
Cada día que pasa sobrevolando el campo de batalla o descendiendo a blandir esa espada dorada que Apolo le puso en las manos, siente cada vez más la añoranza de su alma por esa humilde cueva oscura donde él y Maia vivieron por dos dichosas semanas.
Extraña su cuenco, su manta de cuero, su nido de pieles, los ojos suaves de un negro profundo que lo miraban con adoración, las manos delicadas que acariciaban las plumas de su espalda cuando bebía leche y a ese pequeño becerro marrón, que solía ser tan tranquilo al dejarse montar y que le gustaba darle cabezazos a las rodillas de Maia para pedir caricias.
Cuánto se arrepiente ahora, en el fondo de su corazón y su alma, no haber aprovechado más esos instantes. No sabe de dónde venía su deseo de salir de la oscuridad con tanto ahínco, primero del vientre materno y luego de la cueva que ahora sabe, era su hogar. Se pregunta si las cosas hubieran sido diferentes o simplemente ya estaba escrito en su destino.
Al menos ahora sabe que está escrito en su sangre.
En el octavo mes, entre un descanso inusual de la pelea, el tío Hades le había contado brevemente la estancia en el ácido estomacal de su abuelo. Aunque no hay punto de comparación entre la oscuridad de ser tragado vivo y ser gestado, sabe que el estado de conciencia que tuvo, cálido, cómodo y seguro en el vientre de su madre y aunque queriendo escapar de esa cómoda oscuridad es, cuanto menos, extraño.
Se lo preguntó a Artemisa en la primera semana del décimo mes, al enterarse por un comentario descuidado de Hera de cómo habían nacido los mellizos olímpicos. La chica pensó por un instante su respuesta, girando delicadamente la cabeza hacia un hombro, parpadeando lentamente con sus ojos de cierva, antes de mirar detrás de Hermes, disparar una flecha y buscar la siguiente en su carcaj.
Artemisa negó ser consciente antes de salir del vientre de Leto, pero sí de tomar repentina lucidez al darse cuenta de que su madre necesitaba ayuda para expulsar a su hermano.
Susurró una disculpa por no haber socorrido a Maia a pesar de tener conciencia, de alguna manera a pesar de no saber ni donde estaba o de siquiera haberla conocido, que necesitaba ayuda para darlo a luz, antes de tomarlo de la muñeca y lanzarlo al cielo con fuerza. Rozando casi las nubes, la vio retroceder de un poderoso salto, justo cuando un trozo de montaña aterrizó en el lugar donde antes estaban hablando.
Casi son sepultados.
Ni siquiera habían notado la emboscada, pero agradeció el impulso de altura extra, mientras iba volando a informar de la nueva posición de sus enemigos y su hermana arremetía con ferocidad.
Ya no quiso saber más del asunto luego de esa charla.
Pero al menos era consciente de que su deseo de salir a explorar debía de venir de su herencia. Salir de un vientre oscuro a una cueva oscura dio como resultado que si bien cerca de su corazón albergaba un amor suave hacia la tranquilidad serena de un hogar en la oscuridad, también contribuyó a que se enamorara perdidamente del luminoso exterior y que naciera en él sus ganas de viajar a explorar el mundo floreciente. Y eso fue precisamente lo que hizo nada más nacer, tras haber puesto cómoda a su madre en la cueva.
Luego robó ganado, hizo sopa de tortuga y se fue con su hermano tan pronto como fue descubierto, abandonando imprudentemente a su madre con una pequeña despedida y una sola de sus plumas como un absurdo consuelo, mientras era convencido de pelear en una guerra de la que no tenía ni idea hasta ese momento.
Su mundo hasta esa segunda semana eran la cueva, los campos del exterior y las historias de Maia sobre los olímpicos. Ahora se pregunta si fueron esas últimas las que sellaron su destino, empujadas por su curiosidad divina.
Se arrepentía un poco en estos años de guerra, reflexionando entre vuelos, perdiendo plumas e icor; desarrollando cayos y músculos que se adaptaban rápidamente a su crecimiento veloz. A la forma de un adolescente en la que se asentó cuando Apolo descubrió su treta al robarle el ganado y le susurró solo a él al final de una larga conversación que le daba una noche para despedirse de Maia. Años más tarde Hermes se preguntaría si esa inusual misericordia era porque ni él ni Artemisa había tenido la misma suerte con Leto.
Su madre, inconsciente del destino que Hermes ahora veía desplegado a su alcance, se había acurrucado en ese entonces en su nido de piel y cuero, riendo de su crecimiento acelerado, pasando de ser un bebé que cabía en el hueco de sus brazos a “un niño perfecto para el hueco de mi corazón”. No encontró defecto en él o tuvo nada más que halagos dulces; solo lo aceptó con una sonrisa. La misma sonrisa húmeda que tembló en sus labios cuando Hermes cerró sus dedos sobre su pluma, antes de besar su frente e irse sin mirar atrás para no arrepentirse. Antes de ser empujado por primera vez a la realidad del peligro de la batalla, solo porque esa noche, sintiendo la suave paz de la respiración de su madre disminuir al abandonarse al sueño y con la cabeza llena de historias de grandeza, decidió irse con Apolo y dejar su cueva definitivamente.
Al menos el crecimiento de su cuerpo era proporcional al de sus alas. Donde antes apenas acariciaban sus hombros ahora casi podían envolver su torso en una capa de plumas que cubrían el músculo poderoso y los nervios delicados entre los huesos huecos.
Crecer dolía.
Volar lo había aliviado.
Pero incluso ese consuelo se vio mermado ante la sobreexigencia. Había estado volando por dos meses ahora, llegando el año de su incorporación a batalla entre un mensaje divino, el filo de su espada y la cobertura de la lluvia de piedras de uno de los hecatónquiros aliados.
La quemadura de los músculos de su espalda al impulsarlo por el cielo era disimulado apenas por el icor que goteaba de su heridas mal atendidas y de los callos de sus manos, que se reventaban cada vez menos por el roce de la espada.
La espada dorada que su hermano le había dado. Se cubría la boca para evitar reírse de la nada, al recordar el grito indignado de Apolo cuando lo llamó así, contra el arrullo burlón de Artemisa al escuchar la molestia de su mellizo, dándole permiso para llamarla como quisiera.
Pero llevar una espada cuando antes ni siquiera había tocado un arma era algo a lo que en ese año había tenido que acostumbrarse. El peso de esa espada debería de ser tan familiar como lo eran las plumas de su espalda.
Al año y un mes Apolo reparó en que había olvidado su primer aniversario en batalla, por lo que le devolvió el caduceo como regalo, prohibiéndole golpear a alguien con la vara dorada. Hermes había tenido que enterrarlo a los pies del Olimpo, todo porque sabía que en el fragor de la pelea tenía la mala costumbre de usar cuanta cosa se cruzase en su camino como arma y no quería enfadar a su hermano.
Al regalo de tener de vuelta su caduceo se le sumó un yelmo alado de un dorado igual al de su cabello, cuyo origen Apolo volvió a callar, mientras retiraba con suavidad los laureles de sus rizos para acomodarlos sobre el sombrero. Encajaron a la perfección. Los detalles del yelmo eran iguales a los de la espada dorada que Hermes llevaba blandiendo un año entero. Trazos cuidadosos en el dorado fundido y plumas repujadas con un esmero tal en un magnífico trabajo de orfebrería que, aunque parecían delicadas a primera vista, eran tan fuertes y resistentes que se le antojaban irrompibles.
Era un trabajo igual al de su caduceo, ahora que lo pensaba…
Hermes hubiera querido al menos tenerlo en el cinto para confortarse, pero Apolo le había dicho que ni se le ocurriera llevárselo a batalla, mientras le colocaba con cuidado el yelmo sobre su cabeza y lo arrojaba a cubrir su puesto.
La guerra contra los titanes se acercaba poco a poco a la década de duración, si se confiaba en los murmullos pseudo proféticos de su tía Hestia, que había oído de pasada un mes después entre una cadena de mensajes entre ella y su tía Deméter, por lo que Hermes hacía lo mejor que podía para evitar ser una molestia en el campo de batalla y ofrecerse más a pelear que a dar comunicados.
Era rápido, más rápido que la mayoría de olímpicos, de eso todos se dieron cuenta con rapidez.
No tan rápido como Apolo, pero si lo suficiente como para que empezaran a usarlo en los primeros asaltos conjuntos para abrumar al enemigo antes de retroceder y lamerse las heridas. Una estrategia que demostraba su efectividad devastadora ahora que por fin todos se habían reunido a los pies el Olimpo para luchar en conjunto y que no había tenido grandes fallas.
Hasta ahora.
El cuarto día del cuarto mes del segundo año de batalla, en medio de la pelea final por el derecho al gobierno universal, el destino de Hermes se encontró con el del titán Atlas.
Notes:
Que la gente sepa, que aunque Apolo sea un maldito bastardo, ES MI MALDITO BASTARDO
Lo quiero morder, meter en una caja y sacudirla, pero a la vez poner en una vitrina y contemplarlo
Pero bueno, en otros temas, sabían que incluso contando los espacios de tiempo abismales entre un suceso mitológico y otro al reunirlos se asemeja más a la suma de un chisme que contaría con un café y galletas???
La cantidad de eventos que dependen de la descendencia divina es absurda?? El destino del mundo griego dependió de quien la ponga primero, por lo que la cantidad de información a la que tuve que acudir fue abismal
Así que con todo eso un besito de agradecimiento al canal de youtube de Archivo Mitológico por darme los datos históricos precisos de la evolución histórica de los mitos y por lo tanto los esbozos de una línea temporal canónica y de PolGiseMitología por chismear sobre los héroes y dioses y así saber exactamente qué meteduras de pata hizo que olímpico exactamente
Chapter 3: Cubierto en dorado
Notes:
Arte del pequeño Hermes y mi diseño de Apolo!!!
Y no, no es una falla que esté sin sus tatuajes:)
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Dolía.
Dolia, dolía.
Dolía tanto.
Dolia, dolia, dolia, dolia, dolia mucho
DOLÍA, DOLÍA, DOLÍA, DUELE
D
Tú
mi
Yo
mi
DOLÍA MUCHO, DOLÍA DEMASIADO, HUESO, ICOR, MÚSCULO ARRANCADO, SUS NERVIOS ARDIENDO EN DOS SUPERNOVAS DIFERENTES, CAYENDO, ESTRELLÁNDOSE EN CENTELLAS PRECIPITÁNDOSE A TIERRA CON VELOCIDAD, CORTANDO EL AIRE. DOLIA
¡DOLÍA! ¡DOLÍA! ¡DOLÍA! ¡DOLÍA!
¡DOLÍA MUCHO!
¡DOLÍA!
Hermano, dolía, dolía mucho
Le dolía, hermano, ¡DUELE!
Hermano.
Apolo.
Apolo…
APOLO.
¿APOLO? ¡APOLO! ¡OH, DUELE, APOLO, ME DUELE, DUELE, DUELE! ¡DUELO!
AYUDA, AYUDA, AYÚDAME ¡DUELE!
AYÚDAME, AYÚDAME, POR FAVOR, HERMANO, APOLO ¡DUELE!
¡POR FAVOR, POR PIEDAD!
¡NO VOLVERÉ A LLAMARTE HERMANO SI ES LO QUE QUIERES! ¡NI SIQUIERA MIRARÉ EN TU DIRECCIÓN, PEOR POR FAVOR, TEN PIEDAD!
¡DUELO!
¡AYÚDAME, DUELE, DUELE MUCHO! ¡ME DUELO, DUELO!
¡AYUDA!
¡AYÚDAME!
¿Qué haces?
POR FAVOR, APOLO…
APOLO…
Matame.
Notes:
Nunca dije que sería un buen POV:)
Nurinee353 on Chapter 1 Fri 04 Apr 2025 02:41PM UTC
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McNana on Chapter 1 Fri 04 Apr 2025 03:24PM UTC
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Nurinee353 on Chapter 1 Sat 05 Apr 2025 06:49AM UTC
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Nurinee353 on Chapter 2 Tue 22 Apr 2025 05:04AM UTC
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McNana on Chapter 2 Tue 22 Apr 2025 06:07AM UTC
Last Edited Tue 22 Apr 2025 06:08AM UTC
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