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La imagen divina

Summary:

Hannibal Lecter perdió a su familia en un terrible naufragio. Tras esta tragedia, Hannibal, un Alfa talentoso y prolífico artista, pierde la inspiración por completo… Hasta que conoce a un hermoso Omega que le regresa la inspiración y las ganas de vivir.

Will Graham es un joven Omega que vive solo con su padre. Lo único que quiere es vivir una vida tranquila, pero después de conocer al Alfa Hannibal y desarrollar sentimientos por él, puede que la vida tranquila que tanto desea no sea posible después de todo.

Will y Hannibal están enamorados. ¿El problema? Hannibal es el Gran Duque, una de las personas más importantes del continente, y Will es un simple pescador. No será fácil, pero Hannibal y Will no dejarán que nada se interponga entre ellos.

Notes:

¡Hola!

No deja de maravillarme el hecho de que el Omegaverse me daba cosita y ahora ya voy por el quinto fanfic con esa temática jajaja.

Como sea, este fanfic nació de una conversación con mi amiga acerca de la belleza de Hugh Dancy y como él hubiera sido la inspiración de innumerables artistas de haber vivido en la época del Renacimiento.

Quiero aclarar que esta historia se ambienta alrededor del siglo XVI y el Ducado (que en esta historia no es nombrado) está levemente inspirado en el Gran Ducado de Toscana, gobernado por los Medici.

El título del fic fue sacado del poema "La Imagen Divina" de William Blake.

Sin más que agregar, espero que lo disfruten.

Chapter 1: Prólogo

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Los golpes en la puerta a mitad de la noche despertaron a Hannibal bruscamente. Cuando abrió, todavía con los ojos empañados por el sueño, se encontró cara a cara con un sirviente y el confesor de su madre, que lo tomó de la mano.

— Nuestro Señor dijo “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá”* — recitó el confesor.

Hannibal no respondió.

— Mi señor, lo siento, lo siento mucho — dijo el sirviente junto al confesor. Hannibal no había notado que el joven estaba llorando.

— Mi señor — el confesor habló de nuevo —. Un mensajero llegó hace poco. El barco en el que sus padres y hermana navegaban… naufragó cerca de la costa. No hubo ningún sobreviviente. Ahora están con nuestro Señor.

“Estoy dormido. Aún debo estar dormido”, pensó Hannibal. “Debe ser un sueño”.

Pero no lo era.

__________________________________________________

El olor de las flores llenaba por completo la iglesia, combinado con el incienso. Era tan intenso que Hannibal sentía que se ahogaba.

De manera distante, como si estuviera a leguas del altar y no sentado cerca de él, Hannibal escuchaba la voz monótona del sacerdote hablando sin cesar acerca de la voluntad de Dios y la vida eterna.

Los cuerpos de su familia no estaban presentes en esta misa. Cuando lograron sacarlos del agua, los cuerpos de su familia estaban en tan mal estado que tuvieron que enterrarlos de inmediato.

El tío de Hannibal, Robert, no quería que los viera, pero Hannibal tenía que hacerlo. De otro modo, seguiría creyendo que todo esto se trataba de una pesadilla.

El cuerpo de su padre estaba irreconocible, solo supieron que era él por el anillo con el escudo de arma de los Lecter que llevaba puesto. El anillo que Hannibal usaba en el presente y que sentía que le quemaba el dedo. El daño que recibieron los cuerpos de su madre y hermana no había sido tan extenso, pero verlas así de maltrechas cuando en vida habían sido tan hermosas lo afectó más que nada.

No lloró en ningún momento. Se sentía demasiado entumecido como para hacerlo. Frío. Casi tanto como la mano de Mischa cuando la sostuvo entre las suyas por última vez antes de que se la llevaran para siempre.

Mischa…

La madre de Hannibal, Simonetta, le había sugerido a su padre que tomara un descanso. Le pidió que fueran todos juntos a su palacio de verano, a solo un corto viaje por barco de distancia, por una temporada. Su padre se negó. No podía simplemente dejar sus deberes como Gran Duque. Hannibal se ofreció a encargarse de eso durante la ausencia de su padre. Él sería Gran Duque algún día y llevaba toda la vida preparándose para ello. Todo estaría bien.

Su padre finalmente aceptó ir, pero entonces Mischa se negó porque no quería dejar a su querido hermano solo. Hannibal le aseguró que no había problema, sería por poco tiempo y pronto estarían todos juntos de nuevo. La convenció de ir y se despidió de ella con un abrazo sin saber que no regresaría viva. Ninguno de ellos regresaría vivo.

Hannibal deseaba con toda su alma no haberle dicho que fuera con sus padres. De ese modo al menos la tendría a ella y no estaría pasando por esto solo. Sin saberlo, Hannibal la había enviado a su muerte.

De la nada sintió que el olor de las flores se hacía cada vez más fuerte. Tanto que no lo dejaba respirar sin importar cuánto lo intentara. Alguien le puso la mano en el hombro. Fue tan repentino que casi dio un respingo, pero se quedó donde estaba. Muy quieto, esforzándose por respirar y con la vista fija en la espalda del sacerdote frente a ellos.

Alguien junto a él habló. A través de la neblina que llenaba su mente reconoció que era una voz de mujer. Su tía Murasaki, probablemente. O tal vez su prometida, Bedelia. Hannibal podía escuchar la voz, pero no conseguía distinguir las palabras. La voz de mujer y la del sacerdote se fusionaron hasta convertirse en un zumbido constante en los oídos de Hannibal.

La iglesia estaba llena de familias nobles que pasaban a presentar sus respetos al fallecido Gran Duque Lecter y ofrecer condolencias en persona al nuevo Gran Duque. No había palabras para describir lo mucho que Hannibal deseaba poder evitar eso, pero no podía decepcionar a su familia de esa manera. Tenía que cumplir con su deber.

La iglesia estaba llena y Hannibal estaba rodeado de gente, pero nunca en su vida se había sentido tan solo.

Notes:

*Juan 11:25-27

Chapter 2: Capítulo Uno

Notes:

Hannibal triste :'(

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Un par de meses después...

El lienzo en blanco se estaba burlando de él.

Hannibal no recordaba una ocasión en su vida en la que no tuviera un pincel o carboncillo en la mano, su mente rebosante de ideas que luego transmitía a cualquier medio disponible. No había un solo noble en el gran ducado que no estuviera dispuesto a perder un brazo o una pierna a cambio de una sola pintura hecha por Hannibal.

Como hijo del Gran Duque (y en presente, siendo él mismo el Gran Duque) sería inapropiado que aceptara pagos por su arte y por ese motivo, conseguir una pintura o posar para un retrato pintado por Hannibal Lecter se había convertido en la mayor marca de una buena posición social.

Pero ahora no importaba quién fuera quién. Desde la aciaga noche en la que el mar le arrebató a su familia, Hannibal no había logrado hacer ni el más rudimentario de los bosquejos. Independientemente del sujeto, Hannibal era incapaz de plasmarlo en lienzo o papel.

Su mayor inspiración siempre habían sido su familia, en especial su madre y hermana, ambas consideradas como grandes bellezas. Su madre había sido la favorita de muchos pintores antes del nacimiento de Hannibal. La llamaban “la bella Simonetta”.

Ni ella ni Mischa volverían a posar para él jamás y cada vez que intentaba reproducirlas en el lienzo usando su prodigiosa memoria, su mente traicionera solo era capaz de conjurar imágenes de sus cuerpos maltratados y fríos. Hannibal temía que esos recuerdos terribles poco a poco reemplazaran los felices.

La ira se apoderó de él súbitamente. No sabía a quién iba dirigida exactamente. Tal vez a Dios, que se llevó a su familia sin ningún motivo además del placer sádico, a las rocas contra las que el barco se estrelló durante la noche, hacia él mismo por haberle dicho a su padre que todo estaría bien si se tomaba un descanso.

Hannibal tomó el tiento que reposaba en su mesa de trabajo junto a otros materiales que poco a poco acumulaban polvo y lo usó para golpear el lienzo como si se tratara de un vulgar garrote. Golpeó el lienzo hasta que cayó al suelo cuando se rompió el caballete, pero ni así se detuvo. Rompió la tela y luego el bastidor de madera hasta que quedó hecho añicos.

Finalmente, se sentó en su taburete, con la respiración agitada, y se llevó las manos a la cabeza. ¿Qué estaba haciendo? Podía romper mil lienzos y caballetes, pero eso no le regresaría ni a su familia ni su creatividad.

Unos toques vacilantes en la puerta de su estudio lo pusieron alerta.

— ¿Hannibal? — era la voz de su tía Murasaki —. ¿Estás bien? ¿Puedo pasar?

— Sí — respondió Hannibal una vez pudo controlar su respiración.

Su tía entró a la habitación. Vestía un hermoso vestido de seda negra con un patrón intrincado bordado en hilo de oro. Su cinturón acabado borlas también era dorado y el tocado, que cubría la mayor parte de su cabello, dejando a la vista únicamente unos cuantos mechones que caían sobre su frente era del mismo material que el vestido. La única joya que llevaba ese día era su anillo de bodas.

Era muy hermosa. En otras circunstancias, solo con verla Hannibal habría creado más de una pintura para conmemorar tal belleza, pero ahora su mente permanecía en blanco.

— Me disculpo por el desorden, mi señora — dijo Hannibal.

Ella no respondió, pero su vista estaba fija en el lienzo y caballete rotos. Su aroma, usualmente suave y agradable, se volvió agrió con preocupación.

— Margot y Alana están aquí — dijo su tía, sus ojos pasaron del lienzo roto a las pinturas incompletas que Hannibal había puesto al fondo de la habitación y cubierto con una lona —. Quieren presentarte a su hijo.

— Estaré ahí en un momento — dijo Hannibal sin ningún entusiasmo.

No tenía ganas de ver ni hablar con nadie, pero Alana y Margot llevaban semanas insistiendo en que se reuniera con ellas para que conociera a su hijo. Hannibal ya no tenía más excusas.

— Bedelia estuvo aquí — le informó su tía mientras se levantaba de su banco —. Quiere hablar de la boda.

Hannibal se detuvo. No quería ver a nadie. Mucho menos a Bedelia.

El último acto de su padre como Gran Duque fue arreglar el matrimonio entre Hannibal, su hijo mayor y futuro Gran Duque, y Bedelia, la última de la augusta estirpe de los Du Maurier y, por lo tanto, la heredera de toda su riqueza.

A Hannibal le agradaba Bedelia, aunque no lo suficiente para casarse con ella. Pero era su deber como hijo del Gran Duque casarse con un omega apropiado y tener herederos para su casa. Y no había nadie más apropiada que Bedelia.

Los planes de boda estaban avanzando cuando ocurrió la tragedia. Habían pasado meses desde el funeral de su familia y Hannibal había estado posponiéndolo desde entonces.

— No puedes postergar ese asunto para siempre, Hannibal — le advirtió su tía.

Hannibal no dijo nada. Simplemente, salió de la habitación y se dirigió a su salón de visitas.

________________

La mesa estaba puesta para tres, pero Margot había salido un momento con el bebé Morgan. Hannibal había tardado en llegar y el niño se había puesto inquieto. Alana le aseguró que un paseo nunca fallaba en tranquilizarlo.

— ¿Cómo has estado? — le preguntó Alana.

Un sirviente depositó un plato de bizcochos acompañados de almendras frescas en la mesa. Hannibal ni siquiera tocó su porción.

— Todo lo bien que se puede estar, dadas las circunstancias — respondió Hannibal, jugueteando con una almendra.

El bizcocho parecía un poco más denso de lo necesario. Hannibal podía hacerlo mejor. Si tuviera el ánimo de hacerlo, claro.

— ¿Qué hay de Bedelia? — Ante esa pregunta, Hannibal soltó la almendra.

— No la he visto en semanas — admitió Hannibal.

— ¿Eso quiere decir que la boda se cancela?

— No lo sé — suspiró Hannibal.

El vestido de cuello alto de Alana era de un tono extraordinariamente parecido al azul de sus ojos. Hannibal sabía qué pigmentos utilizar para capturar la imagen de Alana en un retrato. Lo había hecho más de una vez. Pero aunque sabía qué colores usar, cómo mover el pincel y plasmar sus delicados rasgos, sabía que no lograría hacerlo una vez estuviera frente al lienzo.

— Me encontré con Bella ayer — le contó Alana tras un rato en silencio —. Ella y su esposo tienen muchas ganas de verte, quieren saber si estás bien.

— He estado muy ocupado — dijo Hannibal —. Pero escribiré una carta para disculparme con Bella y Jack.

— O podrías pintar algo para ellos — sugirió Alana, sonriendo —. Sabes que ellos aman tu arte.

Los Crawford formaban parte de los pocos afortunados que poseían pinturas hechas por Hannibal. Bella Crawford era una de sus modelos favoritas.

Hannibal soltó un suspiro cansado.

— No he pintado desde que… No he pintado en meses — dijo Hannibal —. Simplemente no soy capaz.

Alana tomó la mano de Hannibal y le dio un apretón.

— Estamos preocupados por ti — dijo Alana en voz baja —. Tu tía me contó que te pasas el día trabajando, que casi no duermes y que cuando logra que salgas de la oficina te encierras en el estudio. Pero no has tocado tus pinceles en meses.

Hannibal tragó saliva, pero no dijo nada.

— No puedo ni imaginar el dolor que debes estar sintiendo — continuó Alana —. Dime qué podemos hacer para ayudarte.

— No hay nada que nadie pueda hacer, Alana — respondió Hannibal con voz ronca —. Esta es mi nueva vida. Debo resignarme.

— No tiene que ser así siempre — la voz de Alana era gentil —. ¿Por qué no sales del palacio un rato? Ve a un lugar al que nunca hayas ido antes solo con tu cuaderno y dibuja lo primero que veas. Puede que cambiar de ambiente te ayude.

Hannibal quería decirle que no importaba donde estuviera porque el dolor que sentía lo seguía a todas partes, pero Alana lo miraba con los ojos llenos de esperanza, tan ansiosa por ayudar, que Hannibal no quiso decepcionarla.

— Yo… Lo pensaré — dijo Hannibal —. Es una buena idea.

Antes de que Alana pudiera decir nada más, la puerta del salón se abrió. Margot entró con su hijo en brazos, despierto pero tranquilo.

— Mira quién está ahí — le dijo Margot al bebé —. Tenía muchas ganas de que lo conocieras — dijo ella, esta vez dirigiéndose a Hannibal.

Margot tomó asiento junto a Hannibal y le mostró al niño en sus brazos. Era una cosita diminuta, de solo meses de nacido. Su mano se movió casi por voluntad propia para acariciar la mejilla regordeta del bebé, pero este fue más rápido y envolvió su manita alrededor de uno de sus dedos.

El gesto lo hizo sonreír. Hannibal no recordaba la última vez que había sonreído.

Notes:

La madre de Hannibal canónicamente se llamaba Simonetta, igual que la famosa Simonetta Vespucci, que en la vida real fue llamada "La Bella Simonetta". Le robé el apodo para este fic jaja.

Chapter 3: Capítulo Dos

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Aunque Hannibal no había tenido la intención de hacer lo que le sugirió Alana, la visita de Bedelia no le dejó más opción.

Su tío Robert y su tía Murasaki tenían razón cuando decían que Hannibal no podía retrasar los preparativos o la boda misma para siempre, pero Hannibal necesitaba tiempo para reunir el valor suficiente para hacer lo que realmente quería hacer: cancelar el compromiso.

Hannibal sabía que al hacer eso estaría abriendo una caja de Pandora. Cuando la noticia se regara por el ducado, se armaría un gran escándalo.

Era poco común que gente mayor de veinte años estuviera soltera, pero ese era el caso para ellos. Hannibal tenía treinta años y Bedelia veintisiete. La razón era sencilla. Tanto Hannibal como Bedelia eran demasiado valiosos y fue difícil encontrar una pareja apropiada para ellos.

Cuando era niño, los padres de Hannibal lo comprometieron con un príncipe Omega extranjero, pero el compromiso se rompió no mucho después cuando el padre del chico fue depuesto de su trono y dejó de ser un prospecto apropiado. Años después, su padre consideró casar a Hannibal con la hija menor de un conde, pero la negociación con el padre de la chica no llegó a nada.

No fue hasta que ya se había convertido en un hombre que su padre arregló el compromiso con Bedelia Du Maurier. En ese entonces, la familia noble de los Du Maurier estaba compuesta solo por Bedelia y su madre viuda. La madre de Bedelia murió tiempo después, dejándola a ella como la noble más rica del ducado. Su fortuna solo era superada por la de los Lecter, los grandes duques.

Hannibal tenía que admitirlo, su padre había hecho un trato excelente, pero él ya no estaba aquí para ver los frutos de tal arreglo. Bedelia estaría furiosa y no querría aceptarlo. Hannibal no la culpaba. Se le había prometido un matrimonio con él y Hannibal no estaba cumpliendo esa promesa.

Recordó las palabras de su tío unos días después del funeral, cuando puso la mano en el hombro del melancólico Hannibal que no había pronunciado palabra en días.

“Pronto te casarás y tendrás una nueva familia”, le había dicho. Hannibal suponía que su tío dijo eso con la intención de hacerlo sentir mejor, pero sus palabras habían tenido el efecto contrario.

Hannibal se casaría y tendría hijos. Una familia nueva para reemplazar la vieja que había perdido. La sola idea le desagradaba.

Sacudió la cabeza para deshacerse de esos pensamientos e hincó las espuelas en el costado de su caballo para que fuera más rápido. El viento en el rostro lo hizo sentir un poco mejor. Se dirigía hacia un pequeño pueblo pesquero no demasiado lejos de la ciudad. Era un lugar en el que nunca había estado, tal como le había sugerido Alana.

Llegó a un espacio abierto que suponía se utilizaba como mercado. Dado que empezaba a atardecer, la mayoría de las casetas estaban cerradas y había muy poca gente transitando por ahí. Hannibal decidió que regresaría otro día, esta vez más temprano para poder captar escenas con más vida. Por ahora se centraría en hacer un par de bosquejos de los botes que se mecían de forma casi perezosa en la distancia.

Desmontó su caballo y lo ató a un árbol. No muy lejos de ahí, el tocón de otro árbol le sirvió de asiento. Mientras buscaba una página en blanco en su cuaderno de dibujo, un intenso hedor a pescado asaltó sus fosas nasales.

Hannibal hizo su mejor esfuerzo por ignorarlo. Estaba en un pueblo pesquero, cerca del mercado, era de esperar que oliera así. Sin embargo, durante una inhalación, Hannibal captó un aroma delicioso debajo de la peste. Se sobresaltó y buscó la fuente de esa fragancia.

Si su olfato no lo engañaba (y Hannibal dudaba que ese fuera el caso, su sentido del olfato era excelente, mejor que el de cualquier otro Alfa), el aroma provenía de un puesto que creyó que estaba vacío, pero en realidad estaba ocupado por un perro y un joven.

Un joven hermoso.

Era un Omega. Su olor, junto con las caderas más estrechas, lo delataban como uno. Hannibal no había visto a alguien más hermoso. Ni las estatuas de mármol que su antiguo maestro creaba se le acercaban. No usaba sombrero y su cabello oscuro y ondulado le caía sobre la frente alta. Llevaba puesta una túnica corta sobre la camisa, calzas y zapatos que le llegaban a los tobillos. Había una escama de pescado enredada entre sus rizos que reflejaba la luz casi como una joya.

Al sentirse observado, el joven levantó la vista del perro a quien le estaba dando sobras de comida, y sus ojos se encontraron directamente con los de Hannibal. El corazón de Hannibal dio un vuelco. Los ojos del joven eran de un azul intenso, grandes y brillantes.

Mantuvieron el contacto visual por un segundo que le pareció infinito. El joven apartó la vista primero, regresando al perro a sus pies. Hannibal volvió a la realidad momentos después. Tomó su carboncillo y dibujó con toda la motivación e inspiración que creía perdidas.

___________________

 

Aquel hombre no dejaba de ver a Will.

De vez en cuando bajaba la vista hacia su cuaderno, pero rápidamente la regresaba hacia él.

Will se estaba poniendo nervioso. ¿Dónde demonios estaba Matthew? Hizo lo que pudo para no quedarse viendo al hombre, pero no pudo evitarlo. Era muy atractivo, alto y de pómulos marcados. Claramente un Alfa, Will no necesitaba olerlo para saberlo. Su porte lo delataba.

Era mayor que Will, quizá de unos treinta años. Su cabello rubio oscuro estaba suelto y vestía calzas y un jubón negro con mangas rojas. Aunque era un atuendo relativamente sencillo, Will pudo ver que era tela de buena calidad. Seguramente era se trataba de un noble que visitaba el pueblo por curiosidad.

Will fingía ignorarlo, pero lo observaba por el rabillo del ojo. Pensó que estaba siendo discreto, pero al parecer no era así porque el hombre abandonó su cuaderno por unos minutos para mirarlo y le sonrió. Le sonrió a Will.

Esperaba que el sonrojo que estaba seguro de que tenía no fuera tan intenso como le indicaba el ardor en las mejillas.

— Perdón por la tardanza — escuchó que Matt decía tras él —. Beverly me pidió ayuda cargando unas canastas, pero ya podemos irnos… ¿Will?

Will dio un respingo cuando Matt le puso la mano en el hombro. Estaba muy concentrado “ignorando” al Alfa en el tocón.

— ¿Qué sucede, Will? — preguntó Matthew con el ceño fruncido. Siguió la vista de Will hasta el hombre con el cuaderno — ¿Quién es ese?

— No lo sé — respondió Will, encogiéndose de hombros y fingiendo desinterés —. Llegó hace un rato y se sentó ahí.

Matthew clavó los ojos en el hombre, que había vuelto a centrarse en su cuaderno. No tenía forma de saberlo, pero Will estaba seguro de que el hombre era quien estaba fingiendo desinterés ahora.

— Es un Alfa — dijo Matt.

— Me lo imaginaba.

— No me gusta la forma en que te estaba mirando — Matt tenía una mueca de desagrado en el rostro. Obviamente se sentía amenazado por otro Alfa que no conocía.

— Él no me estaba mirando — mintió Will. Era extraño. Al principio había querido que Matt ahuyentara al desconocido, pero ahora estaba molesto porque sentía que Matthew se estaba metiendo donde no le importaba.

— Sí lo estaba — insistió Matthew —. Voy a decirle que se largue.

Matt tomó un paso adelante, pero Will lo detuvo con una mano firme en el hombro.

— ¡Matthew, no! — exclamó — Puedes meterte en problemas. Ese hombre es un noble.

— ¿Cómo sabes eso? — preguntó Matthew.

— Es obvio — contestó Will —. Mira su ropa. Su caballo. Como mínimo debe ser un comerciante rico.

Matthew bufó, pero no hizo otro intento de ir hacia el hombre. Sabía que llevaba las de perder.

— Ya vámonos — dijo Will —. Mi padre debe estar preguntándose dónde estoy.

Entre los dos, recogieron unas canastas vacías y las redes de pesca para emprender el camino de vuelta a casa. Cuando solo habían dado unos cuantos pasos, Will no pudo evitar mirar rápidamente sobre su hombro, hacia el tocón. El hombre aún estaba ahí, sentado en el tocón como si se tratara de un trono. Había cerrado el cuaderno y sus ojos estaban fijos en Will.

El sol ya había empezado su descenso por el cielo y la luz cálida le otorgaba una cualidad luminosa a los ojos de ese desconocido. Will no pudo evitar pensar que nunca había visto a nadie tan hermoso.

Apartó la vista de él con mucho esfuerzo y siguió su camino junto a Matthew y su perro Winston.

____________________

Matthew ayudó a Will a guardar las redes y canastas en el dilapidado cobertizo junto a la casa en la que Will vivía junto a su padre. Cuando terminaron, Matt se despidió de él con la mano y prometió ayudarlo el día siguiente también antes de irse a su casa.

Will recorrió la poca distancia entre el viejo cobertizo y la casa. Se encontró con su padre frente al fuego, preparando algo de comer.

— ¿Cómo te fue hoy? — le preguntó su padre tan pronto lo vio.

— Bien — respondió Will, sentándose junto a él frente al fuego y echando un vistazo a la olla en el fuego. Sopa de vegetales otra vez —. Se vendió todo el pescado temprano. Matt me ayudó a traer las redes.

— Ese muchacho nos ha sido de mucha ayuda — comentó su padre —. Deberías darle una oportunidad.

— Matthew es solo un amigo — le dijo Will, aunque sabía que Matt deseaba que fueran más que eso.

— Lo sé, pero creo que él es bueno para ti — insistió su padre —. Es un joven trabajador. Podrá cuidar bien de ti y de todos los cachorros que tengan.

— Sabes que yo no quiero nada de eso — dijo Will. No era la primera vez que tenían una discusión acerca de eso.

— Aun así, deberías considerarlo. Cuando muera, lo haré en paz sabiendo que tienes alguien que te cuide.

— No digas esas cosas — le pidió Will.

La razón por la que Matthew había estado ayudando a Will en el mercado en vez de su padre era porque había estado enfermo estas últimas semanas. A Will no le gustaba pensar en él muriendo.

— No te preocupes — lo tranquilizó su padre, revolviendo los rizos de Will, que eran iguales a los suyos —. No pienso morir todavía, pero no soy inmortal. Algún día sucederá. Y cuando lo haga, quiero que estés seguro con un Alfa que te proteja.

Por un momento Will pensó en mencionar al Alfa desconocido que vio en el mercado, pero decidió no hacerlo.

— Así ya no tendrás que restregarte pescado — continuó su padre —. En serio, hijo. Estás apestoso, puedo olerte a leguas de distancia.

— Exagerado — rio Will.

No era la primera vez que alguien comentaba sobre el olor a pescado. Pero Will prefería que lo llamaran apestoso a tener Alfas molestando tan pronto captaran su aroma y supieran que era Omega. La gente rica podía comprar perfumes para ocultar su aroma natural, pero Will y su padre eran pescadores, ellos no podían pagar esas cosas. El olor a pescado era un substituto desagradable pero efectivo.

— La sopa aún no está lista — le dijo su padre —. Ve a lavarte al río mientras tanto. El olor me está mareando.

— Si la venta sigue así de buena, creo que podremos comprar algo de carne la semana que viene — comentó Will, poniéndose de pie.

— Esperemos que sí — dijo su padre, moviendo los vegetales en la sopa —. Me encantaría comer un buen estofado de carne.

Will tomó una muda de ropa y un pedazo de jabón y emprendió el camino hacia el arroyo que corría cerca de ahí, pensando en las cosas que tenía que hacer al día siguiente. Levantarse antes de que saliera el sol, pescar, limpiar el pescado y venderlo.

Se preguntó si el hombre del cuaderno estaría ahí otra vez.

Notes:

:3

Chapter 4: Capítulo Tres

Notes:

¿Esto cuenta como slow burn?

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Hannibal soñó con Mischa.

Soñó que eran niños otra vez y caminaban por el castillo de su padre tomados de la mano. De repente, Mischa soltó su mano y salió corriendo.

— ¡Anniba! — lo llamó ella, usando esa versión infantil de su nombre que no había escuchado en años —. ¡Ven!

Pero por más que lo intentara, Hannibal no podía acercarse a ella. Sentía que su cuerpo pesaba una tonelada y cada paso era una tortura. Pero aun así lo intentó.

De un momento a otro, la pequeña Mischa se convirtió en la Mischa adulta, vestida con el vestido rosa y el cabello recogido en una redecilla enjoyada. Era la ropa que usaba la última vez que se vieron.

— ¡Hannibal! — lo llamó, agitando una mano.

Esta vez estuvo a punto de alcanzarla, pero Mischa huyó de nuevo. Corrió hacia sus padres que la tomaron de la mano tan pronto llegó a ellos. Los tres juntos se dieron la vuelta y empezaron a alejarse.

Hannibal quería ir con ellos. Intentó llamarlos, pero cuando intentó gritar, la boca se le llenó de agua salada. Se estaba ahogando.

La falta de aire continuó por unos momentos después de que se despertara. Hannibal hizo un esfuerzo supremo para serenarse. No era la primera vez que soñaba con un escenario parecido.

El cielo al otro lado estaba pasando del negro al púrpura. Era muy temprano aún, pero Hannibal sabía que no dormiría más, así que se levantó de la cama y prendió unas cuantas velas.

El cuaderno de dibujo de Hannibal estaba en su mesa de noche. Se acordó del joven que vio en el mercado y abrió el cuaderno, justo en el boceto que había hecho la tarde anterior.

En el dibujo, el joven estaba de perfil, pero miraba al espectador por el rabillo del ojo. Los rizos le caían por la frente y la escama brillaba.

Tal belleza no debería ser posible, pero Hannibal había sido testigo de que sí lo era. El otro joven, el Alfa, lo había llamado “Will”.

Hannibal soltó un suspiro molesto al recordar eso. Había estado pensando en mostrarle el dibujo a Will cuando el otro se entrometió. Se sentó en su escritorio. Tenía muchas ganas de ir de nuevo al mercado, pero quería hacerlo solo y sabía que su tío no querría que lo hiciera.

— ¡Ahora eres el Gran Duque! — había exclamado su tío Robert cuando Hannibal regresó de su paseo el día anterior — No puedes andar por ahí sin guardias, es muy peligroso.

Hannibal no podía llevar guardias si quería hablar con Will. Eso asustaría al muchacho. Quizás si Chiyoh iba con él… Eso lo resolvería luego. Por ahora terminaría un par de bosquejos con Will como protagonista. Se vería hermoso como un ángel. Una pintura de la Anunciación, tal vez. Tomó su carboncillo y comenzó a dibujar.

Cuando acabó, su habitación ya estaba llena de la luz del sol. Dos figuras ocupaban el centro del dibujo. Will como el arcángel Gabriel, de rodillas ofreciéndole flores a la Virgen María.

El rostro de María era el de la madre de Hannibal.

_____________________________

Hannibal estaba preparando el lienzo con gesso cuando tocaron a la puerta de su estudio.

— ¡Adelante! — exclamó.

Su tía entró, seguida de Chiyoh. Ambas se detuvieron en cuanto lo vieron frente al lienzo.

— Es bueno verte, Chiyoh — la saludó Hannibal —. Me disculpo por haberte saludado tan pronto regresaste al palacio. Estaba… ocupado.

Chiyoh usaba jubón y calzas negras, al igual que Hannibal, excepto que el jubón de Hannibal tenía las mangas blancas. Su tía Murasaki usaba un vestido negro sin estampado. Los aretes y el collar de perlas eran su único adorno.

— Es bueno verte también — respondió Chiyoh —. En especial cuando estás tan animado.

Hannibal se encogió de hombros, sonriendo.

— Tuve un momento repentino de inspiración — les dijo.

— Es Simonetta — dijo la tía Murasaki de repente.

Hannibal no se había dado cuenta de que su tía estaba junto a su mesa de trabajo, observando su estudio al óleo de la Anunciación.

— Sí — respondió Hannibal, dando los toques finales de gesso al lienzo —. Soñé con mis padres y Mischa anoche — añadió en voz baja.

Chiyoh se acercó a la mesa de trabajo para ver el boceto también.

— No reconozco al ángel — comentó Chiyoh —. ¿Quién es el modelo?

— Es solo alguien que vi durante un paseo ayer — dijo Hannibal, restándole importancia al asunto.

— Ahora que lo mencionas — dijo su tía, dejando el boceto a un lado —. Es demasiado peligroso que salgas sin escoltas, Hannibal. Debes recordar que muchas familias resienten el hecho de que los Lecter hayan sido elevados a Grandes Duques. No pensarán dos veces en matarte si te ven solo.

— Tendré más cuidado la próxima vez, lo prometo — la tranquilizó Hannibal mientras reunía botellas con pigmentos.

El olor amargo de la preocupación rodeaba a su tía de manera casi constante desde la muerte de su familia. Hannibal odiaba que estuviera así por él.

— Bien — dijo ella, asintiendo —. Pero hay otro asunto importante que tenemos que discutir.

— ¿Qué asunto? — preguntó Hannibal, medio distraído.

Estaba eligiendo el tono de azul que usaría para la túnica de María y los ojos de Will cuando su tía habló de nuevo.

— Tu boda, Hannibal.

Hannibal casi dejó caer el vial de pigmento ultramarino. La sonrisa que había tenido desde la mañana desapareció. No podía prolongar más este asunto.

— Tiene razón, mi señora — dijo Hannibal, dejando los pigmentos para después —. Debo resolver eso lo antes posible.

— Me alegra escuchar eso, Hannibal — respondió su tía con una sonrisa de alivio.

La sonrisa, sin embargo, no le duraría mucho.

— Pediré que manden a llamar a Bedelia — continuó Hannibal —. Y romperé mi compromiso con ella.

Su tía quedó obviamente horrorizada con la noticia. Chiyoh simplemente alzó una ceja.

— Hannibal, ¿qué…?

— Discúlpenme, Chiyoh, mi señora — dijo Hannibal —. Voy a resolver eso ahora mismo.

Tras eso, Hannibal se apresuró a salir del estudio, dispuesto a acabar de una vez por todas ese compromiso.

______________________

— Así que mi prometido finalmente se dignó a verme — dijo Bedelia tan pronto entró en su sala de visitas.

Hannibal optó por ir a la residencia de Bedelia en lugar de mandarla a llamar. Sabía que era muy grosero de su parte presentarse sin aviso previo, pero tenía que hacer esto ya.

— Tenemos que hablar — dijo Hannibal —. Urgentemente.

Bedelia tomó asiento frente a él. Los sirvientes habían puesto bocadillos y vino mientras esperaba, pero Hannibal no los tocó.

— Eso es lo que he estado intentando hacer todo este tiempo — dijo ella —. Pero cada vez que me presento en el palacio ducal, me dicen que el Gran Duque no tiene tiempo para ver a su futura esposa.

Él no respondió.

— Pero estás aquí ahora — continuó Bedelia mientras se servía vino —. Así que dime, ¿ya podemos terminar de planear nuestra boda? Ya fue suficiente luto.

Hannibal observó a Bedelia antes de contestar. Ella ciertamente personificaba los estándares de belleza de su época, alta y con la piel libre de cualquier imperfección. Además, era muy elegante. Ese día llevaba puesto un vestido de cuello alto hecho de seda dorada y con las mangas largas y anchas.

Tenía puesto un collar doble de perlas y su largo cabello rubio estaba trenzado y recogido con un listón. En otra vida Hannibal hubiera adorado tenerla a su lado como su Gran Duquesa. Pero esta vida no era esa. Hannibal había cambiado demasiado en muy poco tiempo.

— No habrá ninguna boda, Bedelia — dijo Hannibal sin rodeos —. Vine a romper nuestro compromiso.

— ¿Qué clase de broma es esta, Hannibal? — preguntó Bedelia. Su expresión permaneció neutra, pero apretaba la copa de vino con tanta fuerza que sus nudillos se habían puesto blancos.

— No es ninguna broma — respondió Hannibal.

— Pues debe serlo — dijo Bedelia, poniendo su copa de vino en la mesa de forma casi violenta. Un poco de vino salpicó la fina mesita.

Hannibal no pudo evitar pensar en que los sirvientes nunca lograrían deshacerse de esa mancha.

— Tu padre y mi madre firmaron un contrato — continuó Bedelia, haciendo un esfuerzo obvio por mantenerse tranquila.

— Pero tú y yo no — replicó Hannibal.

— Tuvimos una ceremonia de compromiso — insistió Bedelia —. El obispo estuvo presente.

— Tal ceremonia no es vinculante legalmente — respondió Hannibal —. De todas maneras, iré con el obispo y revocaré formalmente este compromiso. Solo quería avisarte para que no te tome por sorpresa.

— ¿Tienes idea de la vergüenza que pasaré frente a todos? — preguntó Bedelia, esta vez sin ocultar su ira — ¿Qué hay de mi reputación? ¿Y mi edad? Entre más viejos los omegas, menos posibilidad tiene de casarse y yo tengo casi treinta años.

— Eres una de las personas más ricas del ducado, Bedelia — le dijo Hannibal mientras se ponía de pie para irse—. Dudo mucho que tengas problemas en encontrar pretendientes.

— Ninguno que esté a mi nivel.

— Lo siento, Bedelia — se disculpó Hannibal con honestidad —. Pero no puedo hacerlo. Adiós.

Hannibal se dio la vuelta y se dirigió a la salida, pero Bedelia habló de nuevo.

— Tu padre siempre fue un hombre honorable, ¿qué diría si te viera ahora? — soltó ella.

Hannibal se detuvo, pero no se volteó a verla.

— ¿Qué importa eso ahora? — preguntó él —. Mi padre está muerto.

Se fue sin decir nada más.

Notes:

La Anunciación es un tema frecuente en el arte Cristiano. El que se describe en este fic no es ninguno en particular, pero les dejo como ejemplo esta pintura de Piermatteo d'Amelia: https://www.gardnermuseum.org/sites/default/files/images/art/23/06/012040.jpg

Chapter 5: Capítulo Cuatro

Notes:

Creo que realmente estoy escribiendo slow burn. Ya vamos por el capítulo cuatro (cinco contando el prólogo) y ni siquiera se han besado jajajaja

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Will trabajaba duro descamando pescado.

Matthew pasaría todo el día haciendo unos mandados, pero le prometió a Will que regresaría para ayudarlo a llevar sus cosas de vuelta a la casa. Beverly se había ofrecido a ayudarlo con el pescado, pero justo cuando apenas empezaban, su amiga Georgia se les acercó para comentarle la historia que los tenía vueltos locos a todos.

Al parecer, el Gran Duque había roto su compromiso y esto había causado tremendo revuelo. Tanto que hasta ellos, gente sencilla, se habían enterado. Will rápidamente se hartó del chisme y terminó por echar a Beverly y Georgia de su puesto, alegando que terminaría más rápido sin tanto cuchicheo. Ellas se rieron, pero hicieron caso y lo dejaron en paz.

La verdad es que Will no entendía por qué debería preocuparles con quién se casaba el Gran Duque o no. Él, al igual que el resto de la nobleza, era una figura distante para ellos. No importaba lo que hicieran, la vida de Will seguiría siendo una de trabajo duro en trabajar duro para sobrevivir.

Y hablando de eso. La venta de pescado estaba yendo bien y mejoraría durante la época de Cuaresma, así que Will y su padre podrían reparar el viejo cobertizo antes de que cayera encima de sus cosas y comprar algo de carne.

La posibilidad lo emocionaba y le hizo redoblar sus esfuerzos por descamar todo el pescado, pero no pudo evitar echar vistazos al tocón de vez en cuando. El Alfa no había vuelto desde aquel día y por alguna razón eso decepcionó a Will.

Se trataba de un noble, estaba seguro. Probablemente no le gustó la experiencia campesina y decidió no volver a poner pie en un mercado. No importaba. Aquel hombre seguiría con su vida y Will con la suya.

Seguía pensando en el hombre cuando una sombra le tapó el sol.

— Hola — lo saludó una voz grave.

Cuando Will alzó la vista se encontró cara a cara justo con el Alfa que había estado ocupando su mente por días, casi como si sus pensamientos lo hubieran invocado. Era más guapo de cerca.

— Hola — repitió el hombre y Will se dio cuenta de que se había quedado viéndolo como tonto y rápidamente bajó la vista hacia su pescado.

— Hola — respondió de forma brusca — ¿Quiere comprar pescado?

— No — le dijo el hombre —. Solo quería mostrarte algo.

— ¿Qué cosa? — preguntó Will sin levantar la vista. Temía sonrojarse si veía el Alfa a los ojos.

El hombre no respondió y Will continuó descamando el pescado hasta que algo se interpuso entre él y su trabajo. Era el cuaderno del Alfa. Estaba abierto en una página con un dibujo a color de una dama hermosa junto a… ¿Él?

— Soy yo — dijo él como tonto, alzando la vista de una vez por todas.

El hombre le sonrió y Will se sonrojó como sabía que haría.

— Sí — confirmó el otro —. Espero que no te moleste que te haya usado como modelo para el arcángel Gabriel, pero no pude evitar notar tu belleza.

Will sintió que sus mejillas ardían aún más.

— ¿Quieres verlo más de cerca? — le ofreció el hombre, extendiendo el cuaderno hacia él.

— No, no — se apresuró a decir Will —. Estoy lleno de escamas y tripas de pescado. No quiero ensuciarlo.

— Está bien — lo tranquilizó el hombre —. Puedes tomarlo.

Will negó con la cabeza.

— No, tu cuaderno quedará apestoso a pescado.

— Tal vez — aceptó el hombre —. Pero puede que un rastro de tu aroma quede en el cuaderno también.

Will dejó el pescado y centró toda su atención el noble frente a él.

— ¿Mi aroma? — preguntó, enarcando una ceja.

— Sí. Me recuerda al olor de los limones.

Su padre también comparaba el aroma de Will con los limones. Pero era imposible que este hombre lo supiera. Esa mañana después de pescar, Will se aseguró de restregarse con el pescado para que nadie pudiera captar su aroma, lo mismo que había hecho la primera vez que el Alfa apareció por ahí. Cuando hacía eso, ni su padre ni sus amigos eran capaces de oler más allá del hedor a pescado.

— ¿Cómo lo supiste? — preguntó Will, mirándolo directo a los ojos, algo que odiaba hacer.

— Siempre he tenido un sentido del olfato más desarrollado que el de los demás — le respondió el Alfa, claramente orgulloso de ese hecho —. El otro día me llegó el olor a pescado, pero debajo de eso estaba tu aroma.

Will de repente se sintió muy tímido y otra vez volvió a concentrarse en su trabajo, que fue interrumpido nuevamente por ese hombre.

— Por favor, permíteme… — dijo, al mismo tiempo que Will sintió una mano en su cabello.

— ¿Qué estás haciendo? — ladró Will, molesto y enseñando sus pequeños colmillos de Omega a ese Alfa atrevido.

— Perdón — se disculpó el hombre. Parecía sincero —. Solo quería quitarte esto del cabello. No era mi intención incomodarte.

Extendió la palma de su mano abierta para mostrarle a Will una escama de pescado.

— La última vez que te vi tenías una también — continuó el hombre, sonriendo —. Creí que parecía una joya cuando le daba la luz del sol.

¿Una joya? ¿Qué tonterías estaba diciendo este sujeto? No era más que una escama. El hombre de repente soltó una risita.

— ¿De qué demonios te ríes? — preguntó Will, brusco.

— Nada, es solo que… Cuando mostraste tus colmillos me recordaste un poco a una mangosta.

— ¿Qué? — Will honestamente no sabía si debía ofenderse o no por tal comparación.

— Sí. Pequeños pero fieros. Capaces de matar serpientes peligrosas.

Will agarró su cuchillo y continuó descamando de forma agresiva.

— Pues más te vale que tengas cuidado conmigo — le dijo Will al Alfa.

— ¿Sí? — preguntó él con una sonrisa arrogante — ¿Sabes qué hago con las mangostas? Uso su pelaje para hacer mis pinceles.

Will abandonó su cuchillo una vez más. Eso sonó a amenaza. Pero la forma en la que el Alfa se lo dijo, con la voz baja y ronca… Era casi como un coqueteo. No pudo evitarlo, empezó a reír.

Antes de que Will pudiera recuperar el aliento tras su ataque de risa, el hombre arrancó la página que contenía el dibujo y se la ofreció.

— Por favor acepta esto como disculpa por mi impertinencia — le dijo, sonriendo gentilmente.

Will sabía que debería negarse. Si su padre encontraba ese dibujo le preguntaría de dónde lo sacó y si le contaba que un noble (porque estaba seguro de que se trataba de un noble) desconocido se le había dado en el mercado, se enojaría mucho. Peor aún si supiera que se trataba de un Alfa que no era un pariente suyo.

Pero Will realmente quería ese dibujo. Jamás en su vida había tenido algo tan bonito. Miró hacia ambos lados para asegurarse de que nadie le estaba prestando atención y agradeció que Matt no estuviera ahí. No quería que nadie fuera a contarle chismes a su padre.

— Está bien — dijo Will, aceptando el dibujo —. Gracias.

— Me preguntaba… — el hombre vaciló. Will tenía la sensación de que eso era algo raro en él —. Me preguntaba si te gustaría posar para mí. Te pagaré, por supuesto.

— ¿Posar?

— Sí. Una belleza como la tuya debe ser preservada, Will.

Will se sobresaltó tanto porque el hombre supiera su nombre que por la forma en la que lo pronunció.

— ¿Cómo sabes mi nombre? — le exigió Will.

— Escuché que aquel joven te llamó así el otro día — le explicó —. ¿Él es tu Alfa?

— No — se apresuró en aclarar Will —. Es mi amigo, Matthew.

— Ya veo. ¿Qué dices entonces? ¿Te gustaría ser mi modelo?

— No creo que mi padre…

— Hannibal, ya fue suficiente — interrumpió alguien. Era una mujer Alfa que apareció de la nada —. Tenemos que irnos.

— Chiyoh… — comenzó el hombre. Hannibal. ¿De dónde le sonaba ese nombre?

— Tenemos que irnos — repitió ella —. Está llegando más gente al mercado. Apúrate. Se lo prometiste a tu tía Murasaki.

— De acuerdo — suspiró Hannibal y volteó hacia Will —. Adiós, Will.

La mujer Alfa, Chiyoh, tiró de la manga de Hannibal.

— Por favor piénsalo, Will — fue lo último que le dijo Hannibal antes de que él y la tal Chiyoh se montaran a sus caballos y se fueran.

“¿Qué acaba de pasar?” Will no pudo evitar preguntarse a sí mismo.

Estudió el dibujo que Hannibal le dio antes de irse. El foco era el ángel y la dama. Hannibal dijo que había usado a Will como modelo del ángel Gabriel, así que suponía que la dama era la Virgen María. Realmente era hermoso. La virgen usaba un bello vestido azul y el ángel una túnica de un rojo brillante.

La túnica de Will era roja también, pero estaba teñida con un tinte barato y empezó a perder color desde la primera vez que lo lavó. Ahora más bien parecía color rosa.

Se estaba preguntando cómo guardar el dibujo sin arruinarlo y sin que su padre lo encontrara cuando alguien le hizo dar un respingo.

— ¿Ese eres tú, Will? — era Beverly, quien se había acercado a él de forma sigilosa — ¡Qué cosa tan linda! Parece una de esas pinturas decorativas en las iglesias de la ciudad.

Beverly sabía más de la ciudad que él. Aunque era campesina igual que Will, como Beta tenía más oportunidades que él. Antes de que su madre Alfa falleciera, le aseguró un puesto como aprendiz en el taller de una tejedora, por lo que viajaba muy seguido a la ciudad e incluso había aprendido a leer un poco.

Cuando terminara su educación y se convirtiera en una maestra tejedora, seguramente se mudaría de la aldea. Eso ponía feliz a Will, pero al mismo tiempo lo entristecía. Beverly era una buena amiga.

— ¿Quién era ese hombre? — continuó Beverly —. Te vi hablando con él. Y no creas que no noté que te sonrojaste. Era tan alto y fuerte. Seguro que es un Alfa y le gustaste.

— Basta, Bev — le pidió Will —. Y baja la voz. No quiero que los chismosos del mercado se inventen historias. Ese hombre es solo un pintor que me usó de modelo sin que me diera cuenta. Solo quería enseñarme lo que hizo.

— ¿Será que solo es eso, Will? — preguntó Beverly, alzando una ceja —. Sigo pensando que le gustas.

— No seas ingenua, Bev — se burló Will —. Ese sujeto es claramente un Alfa rico. Los Alfas ricos solo quieren una cosa con gente pobre como nosotros. Sabes muy bien qué.

Beverly suspiró.

— Tienes razón — aceptó ella —. Es solo que me emocioné.

— Vuelve a la realidad y ayúdame a descamar el pescado como prometiste — le pidió Will, guardando con cuidado el dibujo entre los pliegues de su túnica y ofreciéndole un cuchillo a Beverly.

— Claro — dijo Bev, tomando el cuchillo —. Lamento haberte dejado solo, pero en serio, los nobles están vueltos locos con eso del compromiso roto. Dicen que el Gran Duque Hannibal incluso fue con el obispo para que no quepa duda de que… ¡Dios mío! Will, ¿estás bien?

El cuchillo se le resbaló a Will después de la mención del nombre del Gran Duque.

— Es un corte de nada — la tranquilizó Will, aunque él estaba muy lejos de estar tranquilo —. ¿Cómo dijiste que se llama el Gran Duque? — preguntó como quién no quiere la cosa mientras se envolvía el dedo con la túnica.

— ¿El Gran Duque? Hannibal Lecter, el octavo de su nombre — respondió Beverly —. Vaya nombre tan rimbombante, ¿no?

— Sí — dijo Will, con el corazón acelerado.

Lo que estaba pensando no podía ser cierto. ¿O sí?

Notes:

El pelo de mangosta era un material popular para la elaboración de pinceles. Cuando me enteré de ese dato, tuve que incluirlo sí o sí lol.

Chapter 6: Capítulo Cinco

Notes:

Construir mundos ficticios es difícil.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El tío Robert estaba sufriendo de un ataque de gota. Debía mantener el pie elevado y descansar, así que Hannibal fue hasta sus aposentos para hablar con él.

— Ah, así que finalmente te dignas a visitar a tu anciano tío — fue lo primero que dijo cuando vio a Hannibal.

Sonaba a reproche, pero estaba sonriendo y Hannibal no pudo evitar sonreír a su vez.

— Aún está lejos de ser un anciano, mi señor — respondió Hannibal mientras tomaba asiento junto a la cabecera de la cama de su tío.

— “Mi señor” es como te llamo yo a ti ahora, Hannibal — declaró su tío —. Y bueno, este pie no está de acuerdo con eso de no ser anciano — añadió, moviendo levemente dicho pie.

Parte del dedo gordo de su pie izquierdo estaba inflamado y enrojecido, pero su tía Murasaki le aseguró temprano ese día que había mejorado mucho. Su tío probablemente estaría caminando de nuevo dentro de un día o dos. Hannibal hizo una nota mental para recordar hablar con el médico que atendía a su tío más tarde.

— ¿Qué planeas hacer ahora, Hannibal? — le preguntó su tío, apoyando el mentón en su puño. Era un gesto que compartía con su hermano mayor, el padre de Hannibal. Eran muy parecidos ellos dos.

— ¿Acerca de qué? — preguntó Hannibal, aunque sabía perfectamente bien a qué se refería.

— Acerca de tu matrimonio. Rompiste tu compromiso con Bedelia la Rica. ¿Por qué, Hannibal? ¿Acaso hay alguien más?

Imágenes de Will cruzaron la mente de Hannibal. Era un joven tan hermoso… Pero eso era una tontería. Hannibal no conocía al chico.

— No — respondió Hannibal, sacudiendo la cabeza —. No se trata de eso. Lo que sucedió con mis padres y hermana… — Hannibal tuvo que tragar saliva para continuar. Cada vez que hablaba de ellos sentía que el dolor le cerraba la garganta — Lo que sucedió me hizo reflexionar acerca de la vida, acerca de lo que quiero realmente. No quiero casarme con Bedelia. No quiero casarme con nadie.

— No se trata de querer, Hannibal — dijo su tío en voz baja y gentil —. Se trata de deber.

— Tú no te casaste por deber — señaló Hannibal.

— No — aceptó su tío —, pero eso es una piedad concedida a nosotros, los segundos hijos. Los herederos no tienen tanta suerte en ese respecto.

Hannibal no dijo nada.

— Pero eso no quiere decir que serás infeliz — continuó su tío Robert —. Mis padres arreglaron el matrimonio de tu padre con tu madre. No se conocieron hasta poco antes de su boda. Pero fue un matrimonio exitoso.

— Sí, lo fue — dijo Hannibal en voz baja.

— Nadie puede obligarte a casarte con Bedelia — dijo su tío —. Eres el Gran Duque. Pero Hannibal, tienes que recordar que la casa Lecter depende de ti. Si tú no continúas con nuestro linaje… se acabará.

Era verdad. Sus tíos no habían podido tener hijos y su única hermana estaba muerta. Si Hannibal no tenía hijos, la casa Lecter acabaría con él. Se preguntó si eso sería tan malo. Tal vez no, pero tras su muerte, las riquezas de la familia y sus títulos serían disputados por otras familias prominentes del Gran Ducado.

Entre esas familias estaban los Verger. Hannibal frunció el ceño. Si las cosas llegaban a eso, esperaba que el Verger que tomara su lugar fuera de la línea de Margot y no de su hermano, Mason.

Su tío soltó una risita.

— Cuando piensas en algo que no te gusta pones la misma cara que tu padre. Te pareces mucho a él — dijo, repitiendo los pensamientos de Hannibal.

Hannibal sonrió con tristeza.

— ¿Qué crees que pensaría mi padre si me viera ahora? — preguntó. Al parecer las palabras de Bedelia lo habían afectado más de lo que creyó.

— Eso no importa ahora. Nada de esto estaría pasando si él estuviera vivo — respondió su tío.

De repente parecía más viejo y muy cansado.

______________________

 

Hannibal fue emboscado saliendo de una reunión con su consejo que extendió más de lo que pensó.

Su tía Murasaki había invitado a unos amigos de la familia al palacio y en sus propias palabras, la asistencia de Hannibal era obligatoria.

Hannibal hubiera preferido retirarse a su habitación y terminar algunos bosquejos de Will como un Dionisio triunfante, cubierto solo con pieles y con tirso en la mano. O quizás tocar el clavecín un rato. La noche anterior había terminado una composición por primera vez en mucho tiempo.

Terminó por acceder. Sería de muy mala educación hacerle ese desplante a su tía y a sus amigos.

Cuando entró en el salón, se encontró con Jack y Bella Crawford, sus amigas Alana y Margot, Chiyoh, Anthony Dimmond, y, para su desgracia, Mason Verger y Frederick Chilton.

Los presentes se pusieron de pie y se inclinaron ante él. Tan pronto acabó el saludo, Bella fue directo hacia él.

— Es bueno verte otra vez, querido — le dijo ella, poniendo las manos sobre los hombros de Hannibal.

— Lo mismo digo, mi señora — le respondió Hannibal con honestidad. Bella siempre había sido de sus personas favoritas —. Antes de que acabe esta reunión debemos ponernos de acuerdo en una fecha para que vuelvas a posar para mí — le dijo mientras ambos se acomodaban en los sillones junto a los demás —. Recuerda que eres mi modelo predilecta.

— ¡Dijiste que tus modelos predilectas éramos nosotras! — exclamó Margot, dándole un golpecito juguetón en el hombro a Hannibal.

— A mí nunca me has llamado así, Hannibal — se quejó Anthony, que estaba sentado frente a él, junto a Frederick.

— Al menos a ti sí te ha pintado — refunfuñó Frederick, dando sorbitos a su vino.

— Así que Hannibal — Mason habló antes de que Hannibal pudiera responderle a Frederick. No estaba sentando como los demás, sino que estaba de pie frente a la ventana mirando hacia el patio —. Ya me enteré de que rechazaste a Bedelia. ¿Acaso encontraste a alguien más joven y rico?

— Hermano, no creo que sea apropiado… — comenzó Margot.

— Tú cállate, Margot — le espetó Mason.

Margot calló, pero Hannibal pudo ver sus mejillas enrojecidas por la rabia.

Hannibal conocía a los gemelos Verger desde niños y Mason siempre había sido así de cruel y grosero con su hermana. Al crecer solo se había vuelto peor y no solo con Margot, sino con todos.

Al palacio llegaban rumores constantes de que Mason maltrataba a sus sirvientes, en especial a los Omegas, que recogía perros de la calle solo para encerrarlos en jaulas hasta que morían de hambre y que una ocasión dejó ciegos a varios de los caballos en sus propios establos simplemente por diversión.

Pero por mucho el peor de los rumores era sobre la muerte de su esposa. El padre de los gemelos había dejado los matrimonios de sus hijos arreglados antes de morir. Mason se casó con Miriam, una noble de la casa Lass. No llevaban ni un año casados cuando Miriam ya estaba muerta.

Unos sirvientes la encontraron al pie de una torre en la propiedad de los Verger. Mason aseguraba que Miriam estaba loca y se había vuelto tan agresiva al punto que tuvo que encerrarla en la torre por su seguridad y la de los demás. Al parecer ella había intentado huir, pero el intento la había llevado a su muerte.

Las opiniones estaban divididas. Algunas personas decían que cualquiera se volvería loco si tuvieran que convivir con Mason Verger y recibir sus malos tratos. Otros estaban seguros de que Mason había asesinado a su esposa empujándola desde esa torre.

Hannibal y su padre siempre creyeron en la teoría del asesinato, pero a pesar de una extensa investigación, no fueron capaces de demostrarlo. Huelga decir que Mason no apreciaba los Lecter después de eso, si es que alguna vez lo había hecho.

— Preferiría no hablar de ese asunto, Mason — respondió Hannibal al fin.

— Puede que yo empiece a cortejarla — dijo Mason, volteando hacia ellos por primera vez esa noche —. Bedelia la Rica… Imagínate dejar pasar esa oportunidad.

Hannibal no dijo nada, pero esperaba sinceramente que Bedelia no fuera aceptar ese cortejo. No le deseaba un matrimonio con alguien como ese a nadie.

— ¿El Gran Duque está en búsqueda de un nuevo prometido? — preguntó Anthony, tratando de regresar a un humor más tranquilo.

— No por el momento — le dijo Hannibal. Ni loco admitiría que no quería casarse nunca frente a Mason.

— Qué lástima — dijo Anthony con un suspiro dramático —. De todas formas, ya sabes dónde encontrarme — añadió con un guiño coqueto.

Hannibal no pudo evitar sonreír ante eso. Anthony nunca había ocultado que deseaba a Hannibal. Al igual que los Verger, Hannibal lo conocía desde niño y, siendo Omega e hijo de nobles, sus padres brevemente consideraron un compromiso con él. Tal compromiso nunca llegó a concretarse, pero eso nunca detuvo a Anthony.

Tenía que admitir que Anthony era un hombre atractivo, pero cuando Hannibal lo miró esa noche, su pelo oscuro y sus ojos azules no hicieron más que recordarle los rizos y los ojos de otro Omega y un aroma exquisito oculto bajo el hedor del pescado.

Notes:

El apodo de Bedelia ("La Rica") está inspirado en María, Duquesa de Borgoña (1457-1482), que a veces era llamada por ese apodo porque era la única heredera de su padre.

Chapter 7: Capítulo Seis

Chapter Text

Después de una cena de estofado de pescado, Will y su padre se retiraron a dormir. Debían despertarse temprano la mañana siguiente para trabajar. Su padre finalmente se había recuperado y de nuevo acompañaba a Will a pescar y a vender lo que atrapaban.

La sala de la casita hacía las veces de dormitorio durante la noche. Will y su padre dormían en colchones de paja. Sabía que la gente rica dormía en colchones rellenos de materiales más cómodos, como plumas, y que usualmente no los dejaban directamente en el suelo, sino sobre armazones de madera.

Will se removió sobre su colchón. Puede que no fuera lo más cómodo, pero al menos no dormía en el suelo como otras personas. Sin embargo, lo que lo mantenía despierto no tenía nada ver con el colchón.

Había esperado hasta estar seguro de que su padre estaba dormido para sacar el dibujo que el Alfa, Hannibal, le dio aquel día en el mercado. La luna estaba casi llena esa noche, lo que le permitía verlo con poco esfuerzo. Will llevaba observando ese dibujo todas las noches desde que lo recibió, al punto de que podía recordar la imagen sin problemas durante el día.

Pero cuando llegaba la noche y sacaba el dibujo de su escondite, una exclamación de asombro siempre intentaba escapársele. Verse a sí mismo como un ángel que anunciaba la llegada del Señor era increíble. La Virgen María era una dama preciosa y tras ella, dos figuras observaban la escena. Uno tenía el rostro de una mujer joven y el otro el de un hombre mayor. Ángeles, tal vez.

Will pensaba que se parecían un poco a Hannibal, pero era difícil estar seguro dado que eran más pequeños.

Una vez más se preguntó si el Hannibal del mercado era el mismo que el Gran Duque. Seguramente no era la única persona con ese nombre, pero tampoco era uno común. Tal vez se tratara de un noble cuyos padres querían ganarse el favor de la familia Lecter y lo llamaron así.

En todo caso, hace días que no aparecía en el mercado. Will le echó una mirada a la figura dormida de su padre. Se preguntaba si ahora que estaba de vuelta en el puesto junto a Will, el Alfa no se atrevía a acercarse a Will.

Suspiró. Tal vez era mejor así. A su padre no le gustaría saber que Will había estado hablando con un Alfa que no era su pariente. Recordó lo que había ocurrido cuando regresó a casa la última tarde que vio a Hannibal.

— ¿Padre? — lo llamó Will, con la vista fija en su sopa.

— ¿Qué pasa? — le preguntó su padre mientras arrancaba un pedazo de pan de la hogaza.

— Hablé con Beverly hoy — dijo Will sin levantar la vista —. Me habló de un conocido suyo.

— ¿Qué hay con eso?

— Me dijo que un pintor le ofreció trabajo como modelo a ese conocido suyo y que ahora esa persona gana mucho dinero.

Escuchó que su padre bufaba.

— Asumo que ese conocido es Omega y pobre — comentó su padre.

— Eh… Sí — respondió Will.

— No me sorprende — gruñó su padre —. Los pintores buscan a gente pobre como nosotros para usarlos como modelos. Y si son Omegas, mejor que mejor. Esos jóvenes se dejan seducir por dinero fácil en vez de trabajar duro. No son mejores que prostitutos.

— Padre, ¡qué dices! — Will no pudo evitar sentir algo de vergüenza.

— Es duro, pero es la verdad — insistió su padre —. Es bien sabido que esos pintores inmorales hacen mucho más que solo pintar en sus talleres.

— Pero los nobles van todo el tiempo con pintores — señaló Will, todavía con la cabeza baja para que su padre no viera sus mejillas coloradas.

— Pues claro. Ellos pagan por aparecer en las pinturas y no al revés.

Will decidió no insistir en el tema. Su padre ya había dejado muy claro lo opinaba de los pintores y sus modelos. Por eso Will escondía el dibujo. No quería que su padre lo viera, sacara la conclusión equivocada y se lo quitara.

Y aunque le hubiera gustado hablar otra vez con Hannibal, el tal vez Duque, y ver qué otros dibujos tenía en su cuaderno, sería mejor que no volviera. Duque o no, su padre se enojaría si se le acercaba y Will no dudaba que sería capaz de encerrarlo en casa en un intento de “proteger su honor”.

Will volvió a suspirar y se levantó de su colchón de la forma más sigilosa posible. Escondió el dibujo en el espacio entre dos de las piedras que conformaban una de las paredes de la casa, asegurándose de que no fuera visible a menos que estuvieras buscándola específicamente.

Luego volvió a su colchón e hizo el intento de dormirse.

_____________________

Su padre regresó a casa más temprano de lo usual ese día. Aunque ya estaba recuperado de su enfermedad, a veces se cansaba rápido.

— No te preocupes — lo tranquilizó su padre antes de irse —. Solo tomaré una siesta y estaré como nuevo.

Ahora Will se sentía un poco culpable, pero estaba aliviado de que su padre no estuviera porque podía darle de comer a Winston sin que su padre lo regañara. Su amiga Georgia había pasado por su puesto hace poco y le dio una zanahoria y un pedazo de manzana. Will le dio ambas cosas a Winston, algo que sabía que no le haría gracia a su padre.

— Tu amigo parece muy hambriento.

Will solo había escuchado su voz y sentido una vez, pero sabía que reconocería ambas cosas en cualquier parte. Era él.

Estaba detrás de Will y llevaba puesto calzas negras y una simple camisa de lino sin jubón. En las manos sostenía una canasta pequeña. Will pudo ver que su cuaderno de dibujo estaba en la canasta, pero parecía haber más de una cosa en ella.

— Hola — le dijo, Will tímidamente. Se volvió hacia Winston para huir de su mirada.

— ¿Cómo se llama tu perro? — insistió el Alfa. Will casi podía oler la diversión en su aroma.

— Se llama Winston — le respondió, echándole una mirada sobre su hombro —. Pero no es mi perro, no del todo.

El Alfa inclinó la cabeza hacia un lado, extrañado.

— ¿Qué quieres decir con “no del todo”?

— Winston me sigue a todas partes y le doy de comer cuando puedo — le explicó Will —. Pero no vive conmigo porque mi padre no quiere a un sucio perro callejero en nuestra casa. De todas formas duerme frente a mi puerta casi todas las noches. A veces no está, pero siempre vuelve conmigo.

Will se agachó y acarició a Winston entre las orejas. Cada vez que desaparecía, Will temía que no regresara nunca. Se perdió tanto en esos pensamientos que dio un respingo cuando sintió que el Alfa se agachaba junto a él. Tenía un pedazo de manzana entre los dedos, probablemente sacada de la canasta, y se lo ofreció a Winston, que lo aceptó con entusiasmo.

— Tu nombre es Hannibal, ¿verdad? — le preguntó Will.

— Así es — respondió él mientras le daba palmaditas en la cabeza a Winston —. ¿Pensaste en mi oferta?

— Es mejor que te olvides de eso — suspiró Will, enderezándose —. Mi padre no me lo permitiría jamás.

— ¿El hombre que ha estado contigo estos días es padre? — le preguntó Hannibal, enderezándose a su vez.

— Sí — confirmó Will, un poco confundido —. ¿Cómo sabes que ha estado conmigo? ¿Me estás espiando?

— ¿Espiar yo? Por supuesto que no — se burló Hannibal —. Le pedí a mi amiga, Chiyoh, que lo hiciera por mí.

Señaló con el pulgar hacia un lugar detrás de ellos. En el tocón donde Will había visto a Hannibal por primera vez estaba sentada la mujer Alfa que había insistido que se fueran el otro día. No parecía contenta de estar ahí.

Will no pudo evitar soltar una risa incrédula.

— Me gusta tu risa — soltó Hannibal, lo que hizo que Will se sonrojara y apartara la vista de nuevo.

— No puedo aceptar tu oferta, lo siento — le dijo Will, aún evitando el contacto visual.

— Lo entiendo — respondió Hannibal —. Aun así… ¿Te gustaría ver mis bocetos? Podemos hacerlo juntos. Traje algunas manzanas y naranjas — añadió con tono esperanzado.

A Will le sorprendió lo mucho que deseaba aceptar esa oferta. Por suerte para él, su sentido común funcionaba y sabía que no debía.

— No puedo — dijo, negando con la cabeza —. Eres un Alfa desconocido, no quiero problemas.

— Trae a un amigo contigo y yo llevaré a Chiyoh — propuso Hannibal —. No tengo ninguna mala intención. Lo prometo, Will.

A Will le gustaba la forma en la que pronunciaba su nombre. Sabía que no era buena idea. Si alguien los veía y se lo contaba a su padre… Pero Will realmente quería ver más de los dibujos en el cuaderno de Hannibal y quitarse de una vez por todas la duda de si trataba del Gran Duque o no.

No podía pedirle a Matthew que lo acompañara. Se negaría en redondo e iría de inmediato a alertar al padre de Will. Beverly sí lo acompañaría, pero con ella y la amiga de Hannibal presentes… Era demasiada gente.

— Está bien — aceptó Will por fin —. Llevaré a mi amiga, pero hoy no. Debe ser el domingo por la tarde. No trabajamos ese día.

— De acuerdo — dijo Hannibal con una amplia sonrisa.

— Hay un granero abandonado no muy lejos de aquí — siguió Will —. Es fácil de reconocer. El techo está hecho de tejas rojas. Si vamos a vernos, nadie puede saberlo y casi nadie va por ahí.

Hannibal asintió.

— Entiendo — dijo —. Entonces, el domingo que viene por la tarde, en el granero.

Extendió su mano. Will pensó que quería dar un apretón para sellar su encuentro así que también extendió la suya. Solo que en vez de estrecharse, Hannibal sostuvo su mano con delicadeza y acarició los nudillos de Will con el pulgar.

— No puedo esperar – dijo en voz baja.

Más tarde, Will recordaría la sensación de esa mano grande y fuerte sosteniendo la suya mientras caminaba de vuelta a casa, mientras cenaba con su padre y mientras intentaba dormir.

Hannibal no era el único que no podía esperar.

Chapter 8: Capítulo Siete

Notes:

Estoy esforzándome en construir un mundo fuera de los personajes principales, pero les prometo que el primer encuentro en "privado" de Will y Hannibal saldrá muy pronto :)

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Chiyoh arrojó el panfleto sobre su boceto en progreso.

— ¿Qué es esto? — preguntó Hannibal, tomando el panfleto entre sus manos.

— Una crítica — respondió ella.

Hannibal lo examinó. Un rudimentario dibujo de un hombre con una venda guiando a un grupo de personas vestidas como nobles, campesinos y clérigos dominaba la parte superior de la hoja. Debajo del dibujo, un breve párrafo:

“Un ciego guía nuestra nación. El Gran Duque ignora una de sus más grandes responsabilidades: la de proveer al Gran Ducado con herederos. Debemos preguntarnos, ¿es este hombre adúltero, cegado por su hedonismo y dedicado a sus pasatiempos en lugar de asuntos de estado realmente apto para gobernar? De algo podemos estar seguros. Su fallecido padre, ejemplo de Alfa honorable, se revuelca en su tumba”.

Hannibal apretó el puño en el que sostenía el panfleto, arrugándolo hasta convertirlo en una bola.

— Una calumnia es lo que es — soltó él, disgustado.

¿A qué se referían con “dedicarse a sus pasatiempos en vez de asuntos de estado”? Incluso durante los peores días de su luto, Hannibal jamás había faltado a una reunión de su consejo, nunca abandonó la política, nunca se entregó al placer como insinuaba esa basura de panfleto.

Hannibal respiró hondo para calmarse y se puso de pie. Su padre le había advertido desde que era un niño que cosas así pasarían. Ser universalmente amado era imposible, por más que lo intentara.

— ¿De dónde salió esto? — preguntó Hannibal, caminando en círculos por la habitación.

— Al parecer aparecieron en la ciudad de la noche a la mañana — respondió Chiyoh, que estaba apoyada sobre el escritorio de Hannibal —. No hay ninguna marca que identifique la imprenta de la que salió, pero si me lo preguntas a mí, estoy segura de que es obra de Freddie Lounds.

Hannibal continuó caminando, preguntándose internamente si sería tan malo mandar a cerrar la imprenta de Lounds. No tenía pruebas de que se tratara de ella, pero no era necesario ser un genio para deducirlo. La marca personal de Freddie Lounds eran los panfletos como este.

— No solo eso — continuó ella —. También creo que Bedelia está involucrada.

— ¿Bedelia? — preguntó Hannibal con el ceño fruncido. No esperaba eso.

— Tengo la sensación de que volantes como este seguirán apareciendo — le dijo Chiyoh, que ahora se encontraba examinado el boceto en el que trabajaba Hannibal. Era de Will y su perro —. Cada uno peor que el anterior. Sé que Bedelia ha estado contando historias de que tienes un amante y por eso abandonaste tu deber para con ella. Los panfletos no son más que otra forma de presionarte y hacer que cambies de opinión respecto a tu compromiso con ella.

Hannibal soltó una risa que no contenía ningún rastro de diversión.

— Panfletos insultando mi carácter no conseguirán que me case con ella — dijo Hannibal, regresando a su escritorio —. Lo único que logrará es perder mi estima.

— A ella no le importa tu estima — señaló Chiyoh —. Lo que le importa es convertirse en tu Gran Duquesa.

— De ninguna manera — declaró Hannibal con los dientes apretados.

Ese maldito volante lleno de calumnias lo acusaba de no ser un Alfa honorable como su padre. Para Hannibal, aliarse con una persona de moral cuestionable para publicar mentiras acerca de él era la verdadera falta de honor. No permitiría que una persona como Bedelia usara el título de su madre, durmiera en su habitación ni que se pusiera sus joyas. Nunca.

Chiyoh no respondió, sino que continuó observando el dibujo. Cruzó los brazos.

— Dime una cosa — pidió ella —. Este Will… ¿Tuvo algo que ver con tu decisión de casarte?

— No — respondió Hannibal con honestidad —. Cuando tomé esa decisión ni siquiera había conocido a Will.

— ¿Por qué lo buscas tanto, entonces? — preguntó ella — ¿Qué intención tienes con él?

— Solo quiero dibujarlo — dijo Hannibal, tomando su carboncillo de nuevo —. Es demasiado hermoso como para no hacerlo, ¿no crees?

— Supongo que lo es — contestó Chiyoh, aunque Hannibal pensaba que no sonaba muy convencida —. Pero ese olor a pescado no le hace ningún favor.

Hannibal sonrió al escuchar eso. Ella era Alfa igual que él, pero su sentido del olfato no era tan bueno como el suyo, así que probablemente no podía detectar el aroma natural de Will debajo del pescado, lo cual era precisamente el objetivo de Will.

Se preguntó si se presentaría a su reunión oliendo a pescado o no. No faltaba mucho, pero Hannibal no podía evitar contar los días hasta el domingo.

________________________

Will logró convencer a su padre de quedarse solo en el puesto para poder acompañar a Beverly a la ciudad.

Se suponía que Matt la ayudaría a llevar un pedido de canastas que tenía pendiente a la ciudad, pero había conseguido trabajo por un par de días en un campo no muy lejos de ahí y no podría hacerlo.

Will había estado muy pocas veces en la ciudad. No podía decir que le gustara mucho. Era ruidosa, sucia y estaba llena de gente. Sin embargo, cuando Beverly le comentó que las cestas eran para una iglesia, Will cambió de opinión.

Seguro que encontraría frescos y pinturas bonitas en una iglesia de allá. La iglesia de su pueblo era pequeña y solo tenía un crucifijo y en las paredes había unas cuantas imágenes de los santos toscamente pintados. Nada que ver con el hermoso dibujo que Hannibal le regaló.

Él nunca había demostrado interés por ese tipo de cosas, pero Beverly no lo cuestionó y aceptó su ayuda.

La iglesia a la que Beverly entregaría las canastas era enorme en opinión de Will, pero Beverly le dijo que había una catedral muchísimo más grande más allá. Era a la que la familia del Gran Duque solía asistir.

— Solo he visto por fuera cuando acompaño a mi maestra de ese lado de la ciudad — le dijo Beverly mientras descargaban la carreta juntos —. Pero es muy bonita. Debe ser más impresionante por dentro.

Will la ayudó a llevar las canastas hasta la casa parroquial, pero no se quedó mientras Beverly arreglaba el pago. En vez de eso, fue hasta la iglesia.

Estaba prácticamente vacía a esa hora del día, pero había un par de personas sentadas aquí y allá. Will planeaba recorrer los pasillos en silencio para no molestar a los demás, pero lo que vio tras el altar hizo que se detuviera en seco y soltara un grito ahogado.

Había un retablo dividido en tres paneles. El panel central contenía una imagen de la crucifixión de Cristo, pero en el izquierdo estaban dos hombres y uno de ellos era Hannibal, no había duda. Las dos figuras estaban arrodilladas, rezando.

En el panel derecho la escena era similar, dos figuras rezando, en esta ocasión eran dos mujeres, una detrás de la otra. Will reconoció inmediatamente a una de ellas como la Virgen en el dibujo de Hannibal.

Hannibal había pintado eso, Will lo sabía. Era hermoso.

— Es una belleza, ¿verdad? — Will casi dio un salto del susto.

Un hombre más o menos de la misma edad de Will estaba junto a él. Estaba bien vestido, con el cabello y la barba bien arreglados. Al parecer estaba a punto de salir, pero se detuvo pensando que tal vez Will necesitaba ayuda.

“Debo verme como idiota aquí parado”, pensó Will.

— Sí — respondió Will, mirando sus zapatos gastados en vez del hombre. Por su aroma Will supo que era Omega igual que él.

— Ese retablo lo pintó el mismísimo Gran Duque — dijo él. Por alguna razón, eso parecía causarle mucho orgullo —. Bueno, cuando lo pintó todavía era príncipe y no Gran Duque.

— ¿Esa es la familia del Gran Duque? — preguntó Will.

— Así es — respondió el otro —. Esos son los fallecidos Gran Duque y la Gran Duquesa. Y su hija, la princesa Mischa. Que Dios los tenga en su santa gloria.

— Y… ¿El Gran Duque viene mucho por aquí? — Will tenía la sensación de que este hombre sabía mucho sobre el Duque y le gustaba presumirlo.

— No, los nobles van a la catedral — le dijo él —. Pero su alteza es un hombre lleno de talentos y bondadoso. Él dona sus pinturas a las iglesias de la ciudad muy seguido.

El hombre siguió hablando, pero Will no prestaba atención. Estaba centrado en la imagen del altar. El hombre en el panel izquierdo tenía pómulos prominentes, igual que Hannibal y la joven en el panel derecho.

Eran los ángeles en el dibujo que Will tenía escondido en casa. No se había equivocado al pensar que esas figuras se parecían a Hannibal. Eran su padre y su hermana.

— Tengo que irme — dijo Will, interrumpiendo al hombre.

Se dio la vuelta sin esperar una respuesta.

— ¡Espera, no me has dicho tu nombre! — lo llamó el hombre — ¡Me llamo Franklin!

Pero Will no contestó. Sabía que eso había sido muy grosero de su parte, pero de repente se sintió muy abrumado.

Beverly ya lo estaba esperando en la carreta cuando regresó.

— Estaba a punto de ir a buscarte — le dijo ella tan pronto lo vio acercarse —. Te tardaste.

— Lo siento — se disculpó él, subiendo a la carreta junto a Bev —. Me distraje en la iglesia.

— Pareces nervioso — comentó Beverly —. ¿Pasó algo?

— No pasa nada — le aseguró Will —. Ya vamos.

Bev parecía querer insistir, pero arreó al caballo que tiraba de la carreta y comenzaron el viaje de vuelta a casa. Pero por más que lo intentó, Will no pudo deshacerse de aquella sensación de emoción que lo envolvía.

Notes:

Acerca del arte en la iglesia: Los retablos son elementos decorativos que se sitúan detrás del altar en las iglesias. Durante la época Medieval y más tarde el Renacimiento, fue una práctica bastante común que la gente de dinero mandara hacer retratos de sí mismos y sus familias junto con santos, Jesús, la Virgen, etc., y los donaran a sus iglesias. Un ejemplo de esto es el Tríptico Moreel, que al igual que el retablo descrito en este capítulo, contiene tres paneles. El izquierdo mostrando imágenes del padre con sus hijos y el derecho con imágenes de la madre con sus hijas. El panel central del tríptico es San Cristóbal. Pueden ver la imagen aquí: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/6/60/Memling_Triptych_of_Family_Moreel.jpg

Chapter 9: Capítulo Ocho

Notes:

Me demoré ocho capítulos, pero llegó el momento jajaja

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Hannibal estaba nervioso. Era una sensación casi desconocida para él.

Ese domingo, su tío Robert se había recuperado lo suficiente para acompañarlos a misa en la catedral y después de un almuerzo en familia, durante el postre, Hannibal anunció que pasaría la tarde fuera con Chiyoh.

— ¿A dónde irán? — preguntó su tía Murasaki.

— A dar un paseo — respondió Hannibal —. Es una tarde muy bonita, perfecta para bosquejar al aire libre.

A su tía le agradó esa respuesta. Era obvio que estaba muy aliviada de ver a Hannibal más activo y retomando poco a poco su afición al arte. Su tío, sin embargo, no parecía tan convencido.

— ¿Vas a dibujar algo o a alguien? — preguntó.

— Si me encuentro con alguna persona particularmente hermosa, seguramente se ganará un lugar en mi cuaderno — le dijo Hannibal.

— ¿Nadie en específico? — insistió su tío.

— ¿A qué vienen esas preguntas? — interrumpió su tía.

— Me temo que mi querido tío está convencido de que me estoy viendo con alguien en secreto — dijo Hannibal mientras se ponía de pie —. Pero no es el caso, simplemente salgo a buscar inspiración. ¿Nos vamos, Chiyoh?

Chiyoh, quien había estado escuchando la conversación en silencio total y con cara inexpresiva, se puso de pie y lo siguió. No dijo nada cuando Hannibal recogió una cesta con comida de la cocina ni cuando regresó a su habitación por otro cuaderno de dibujo.

Solo habló una vez estuvieron de camino al granero con el techo rojo.

— Tu tío no es tonto — le dijo de repente, interrumpiendo el rítmico sonido de las patas de los caballos que montaban.

— Claro que no — aceptó Hannibal —. Es uno de los hombres más listos que conozco.

— Entonces deberías saber que no lo engañas con esa historia de que solo vas a dibujar.

— Pero eso es lo que haré.

— Vas a dibujar, sí, pero también vas a ver a ese joven en secreto — replicó Chiyoh.

— Para dibujarlo — insistió Hannibal.

Chiyoh puso los ojos en blanco.

— Cada vez que dices eso, suena a que intentas convencerte más a ti mismo que a mí — declaró Chiyoh y una vez más se sumieron en el silencio.

El granero fue fácil de encontrar. Aunque parecía llevar años abandonado, el edificio seguía de pie y las tejas aún mantenían ese color rojo. Will no había llegado aún, así que Hannibal se ocupó en explorar el lugar mientras Chiyoh ataba los caballos.

Había dos puertas en el granero, una más grande que la otra y ambas estaban abiertas. Hannibal se asomó y comprobó que no había nada ni nadie dentro. Un par de gallinas picoteaban a los alrededores, manteniendo una distancia prudente de los humanos.

Como el granero estaba entre los árboles, era poco probable que alguien los viera. Hannibal tenía que admitir que Will había elegido un buen lugar.

Hannibal sacó uno de los cuadernos de dibujo y carboncillo de su alforja y se acomodó en el tronco de un árbol caído para dibujar el granero. Estaba agregando algo de detalle al boceto cuando un delicioso aroma llegó hasta sus fosas nasales, seguido del ruido de pasos sobre hojas caídas.

Esta vez el aroma de Will no estaba tapado por el del pescado. Hannibal pudo olerlo puro por primera vez. Limones, lavanda, jazmín, notas amaderadas… era exquisito.

— Sí viniste — dijo Hannibal, apartando la vista de su dibujo y encontrándose cara a cara con Will, hermoso como siempre, vistiendo una simple túnica gris y calzas negras.

— ¿Creíste que no lo haría? — preguntó él, sentándose a su lado en el tronco.

Hannibal sonrió, pero luego recordó algo.

— ¿Dónde está tu amiga? — le preguntó, mirando sobre el hombro de Will, esperando ver una de las jóvenes con las que solía verlo en el mercado, pero no había nadie, solo Winston, el perro.

— Vine solo con Winston — le explicó Will —. Decidí confiar en ti.

— Te prometo que puedes confiar en mí — le aseguró Hannibal, estirándose un poco para poder acariciar a Winston —. Chiyoh, ¿podrías traerme la alforja, por favor?

Chiyoh hizo lo que le pidió, pero no dejaba de observar a Hannibal y a Will con sospecha. Ellos la ignoraron.

De la alforja, Hannibal sacó unas pastas envueltas en un pañuelo y se las ofreció a Will.

— Gracias — le agradeció él, aceptando las pastas.

Hannibal metió la mano de nuevo en la alforja y sacó otro pañuelo. Esta vez contenía pedazos de salchicha. Se las ofreció a Winston, quien las aceptó de forma entusiasta.

— Viniste preparado — comentó Will, mientras lamía de sus dedos las hojuelas de la pasta que acababa de comerse.

Por Dios, sí que era hermoso.

— Tenía la sensación de que traerías al perro — explicó Hannibal, sacando el segundo cuaderno de dibujo de su alforja y mostrándoselo a Will —. ¿Quieres ver?

Will asintió y se acercó más a él, lo suficiente para que su brazo tocara ligeramente el de Hannibal. Ese punto específico de su cuerpo de la nada parecía arder. Hannibal hizo su mejor esfuerzo por ignorarlo, en su lugar centrándose en explicarle a Will que, aunque el boceto tuviera color, se trataba de un trabajo acabado, sino meramente un estudio preparatorio antes de pasar el trabajo a un lienzo más grande y detallado.

Hannibal pudo ver que Will era una persona a la que le gustaba aprender. Hacía preguntas sobre el proceso de preparar lienzos y la mezcla de pigmentos y escuchaba la explicación atentamente.

— Estos son algunos de mis amigos — dijo Hannibal mientras pasaba las páginas, señalando algunos estudios y bocetos de Alana, Margot, Jack, Bella, Anthony y Chiyoh.

— Ese de ahí se parece un poco a ti — comentó Will cuando en una de las páginas apareció un boceto de sus tíos Robert y Murasaki.

— Es mi tío, hermano de mi padre.

Hannibal vaciló antes de avanzar. Sabía que más adelante se encontraban más bocetos de su familia, incluyendo sus padres y hermana. Había estado evitando esas imágenes por un tiempo. Aún dolía. Siguió adelante, sin embargo, hasta llegar a un estudio al óleo de uno de los últimos retratos que pintó de Mischa, el que su madre dijo que usaría para mostrar su belleza a posibles pretendientes tan pronto regresaran de su viaje.

Era un retrato a cuerpo completo de su hermana con un vestido azul de mangas doradas, apoyándose con una mano en una silla tapizada con terciopelo rojo, un fuerte contraste con el color de su ropa. Sostenía un libro en la otra mano y su cabello estaba recogido y adornado con joyas.

Hannibal la extrañaba mucho.

— Esta es mi hermana — dijo Hannibal con una suave voz.

— Mischa, ¿no es así? — preguntó Will, casualmente — Es muy hermosa.

Hannibal giró la cabeza hacia Will tan rápido que se sintió un poco mareado. Chiyoh, que hasta el momento solo había demostrado desinterés, de repente estaba alerta.

— ¿Hace cuánto que lo sabes? — preguntó Hannibal. No había punto en negarlo.

— Estuve en una iglesia en la ciudad hace unos cuantos días — le explicó Will —. Estabas en el retablo junto con tus padres y tu hermana.

Hannibal asintió. Retratos con su imagen y los de su familia adornaban muchos lugares de la ciudad.

— Tenía mis sospechas desde antes — continuó Will —. Tu nombre no es muy común.

— Es verdad, no lo es — aceptó Hannibal —. Entonces supongo que ya no tengo que ocultar esto.

Metió la mano entre los pliegues de su ropa y sacó el anillo el de su padre. Bueno, era el anillo de Hannibal, pero no podía dejar de pensar en él como si fuera de su padre aún. Ese anillo se las había arreglado para aferrarse al dedo de su padre cuando el barco se hundió. Su cadáver lo tenía puesto cuando lo sacaron del agua.

— Hannibal, de la casa Lecter — se presentó, extendiendo la mano con el anillo hacia Will —. El octavo Gran Duque.

— Will Graham — le dijo Will, apretando su mano —. Pescador.

— Encantado de conocerte — Hannibal sonrió y llevó la mano de Will hasta sus labios para depositar un beso.

El sonrojo de Will era algo exquisito de ver. Hannibal reprimió el deseo de besar sus mejillas coloradas.

— Igualmente — respondió Will, apartando la vista de Hannibal y fijándola en Winston, que estaba entretenido persiguiendo a las gallinas, pero al parecer sin intención de atacarlas de verdad —. Creo que debería irme, mi padre se estará preguntando dónde estoy.

— Claro — dijo Hannibal, tratando de ocultar su decepción.

Era verdad que el sol estaba cada vez más bajo en el horizonte y no quería que Will se metiera en problemas.

— Pero… — la voz de Will se fue apagando.

— ¿Qué?

— ¿Podemos vernos otra vez? — preguntó Will, mirándolo entre sus pestañas —. Sé que debes estar muy ocupado…

— Encontraré la forma — se apresuró a decir Hannibal.

— De acuerdo — la sonrisa de Will podría iluminar una habitación oscura. El corazón de Hannibal amenazaba con salir de su pecho, así de fuerte latía —. Mi padre me acompaña en el mercado, no es buena idea que vayas allá. ¿Nos vemos aquí el próximo domingo?

— Aquí estaré — le aseguró Hannibal.

Will le dio un apretón a su mano. No había notado que aún tenía la mano de Will en la suya. La soltó de mala gana.

— Nos vemos, entonces — se despidió Will, poniéndose de pie.

Llamó a Winston a su lado con un silbido y se fue, no sin antes dedicarle una última sonrisa a Hannibal.

— No lo aceptarán — dijo tras él una vez Will se fue.

— ¿Qué? — preguntó Hannibal, todavía distraído.

— A ese joven — aclaró ella —. Es un pescador sin educación ni dinero. Nadie aceptará que sea Duque junto a ti. Debes ser realista.

Hannibal se puso de pie y fue a guardar sus cosas en la alforja.

— Es solo un amigo — le dijo Chiyoh, pero no fue capaz de decirlo viéndola a los ojos.

Tenía que admitir que Chiyoh había tenido la razón más temprano ese día. Cuando Hannibal negaba que sentía algo por Will, parecía que estaba tratando de convencerse más a sí mismo que a ella.

Notes:

Espero que les guste :)

Chapter 10: Capítulo Nueve

Notes:

Lo admito, no sé escribir slow burn.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Los domingos poco a poco se fueron convirtiendo en su día.

Se reunían todas las tardes de domingo en el granero del techo rojo. Hannibal le mostraba sus dibujos y cuando Will comentó que no sabía leer, empezó a llevarle libros para ensañarle lo básico.

Al principio los acompañaba Chiyoh, pero Will se cansó muy rápido de las miradas molestas que le lanzaba cuando pensaba que no la estaba viendo, así que le pidió a Hannibal que se reunieran a solas el próximo domingo. Él aceptó.

— ¿Chiyoh se molestó mucho cuando se lo dijiste? — le preguntó Will cuando estuvieron realmente solos por primera vez.

El cielo estaba despejado y pasaron del granero a un arroyo no muy lejos de allí para meter los pies en el agua.

— Sí — respondió Hannibal, acostándose sobre la suave hierba junto al arroyo. Will lo imitó —. Siempre ha sido muy protectora conmigo, así que tuve que convencerla de que no vas a asesinarme.

Will soltó una risita.

— ¿Cómo puedes estar tan seguro? — bromeó Will.

Hannibal sonrió.

— Algo me dice que no lo harás — contestó sencillamente sin apartar la vista del cielo.

— Parecen ser muy cercanos, Chiyoh y tú — soltó Will y de inmediato se encogió al escuchar su propio tono. Casi parecía… celoso.

Esta vez Hannibal sí volteó a verlo.

— Lo somos — le dijo Hannibal —. La suya era una familia noble muy importante en el este, cercana a la de mi tía Murasaki, así que cuando quedó huérfana de niña, mis tíos la acogieron. Solíamos jugar los tres juntos, ella, Mischa y yo.

— Los dos perdieron a su familia — comentó Will.

— Así es — suspiró Hannibal, regresando la vista hacia el cielo —. Una vez le pregunté si alguna vez dejaría de doler. Me dijo que no, pero que con el tiempo se logra manejarlo. Pensé que yo nunca lo lograría… hasta que te conocí.

Will no pudo evitar sonreír y, casi como si tuviera vida propia, su mano se posó sobre la de Hannibal que yacía a su lado en la hierba.

Hannibal no dijo nada, pero apretó la mano de Will y le dirigió una amplia sonrisa que calentó su pecho.

A partir de ese día se fueron acercando más y más. Una mano sobre la otra, los dedos de Hannibal rozando su mejilla cuando le apartaba un rizo de la cara, su mano sosteniendo la de Will para trazar su nombre con una pluma, su voz cerca de su oído cuando leía en voz alta de uno de sus libros, los besos en la mejilla para despedirse.

La primera vez que Hannibal lo rodeó con los brazos, Will no lo encontró extraño sino… correcto. Sintió que ese era el lugar al que siempre había pertenecido sin saberlo. Se sentía bien y a salvo. El aroma de Hannibal era fuerte, pero agradable y Will deseaba cubrirse por completo en él para que ningún otro Alfa se le acercara y que ningún otro Omega se acercara a Hannibal.

Su Omega interior le decía que tenía que estar con Hannibal, que él sería un buen proveedor y protector. Will sabía que esos eran los instintos que tanto se había esforzado por reprimir y que estaban saliendo a flote ahora que estaba tan cerca de un Alfa que no era su padre. Intentó convencerse de que solo se sentía así porque nunca había llamado la atención de un Alfa tan poderoso (¡un noble!). Se dijo así mismo una y otra vez que era temporal y que se le pasaría.

Pero un día, mientras Hannibal le leía poesía, Will hizo un comentario. Más tarde no recordaría lo que había dicho, pero recordaría el sonido de la risa de Hannibal y sus colmillos prominentes asomándose. Cuando Will los vio, le fue imposible reprimir la imagen de Hannibal mordiendo su cuello para unirlos por siempre.

Will no podía seguir engañándose a sí mismo después de eso.

___________________________

 

— ¿Will? ¿Me estás escuchando? — la voz de Hannibal interrumpió sus pensamientos.

— Me distraje — dijo Will, dejando caer la cabeza sobre el hombro de Hannibal.

Estaban sentados frente al granero, apoyados contra un árbol. Hannibal habría traído otro libro, esta vez sobre astronomía, y se lo estaba leyendo a Will, que desafortunadamente no lograba poner atención.

— ¿Qué sucede? — preguntó Hannibal, rodeando los hombros de Will con un brazo.

En lugar de responder, Will levantó la cabeza solo lo suficiente para poder ver a Hannibal directamente a los ojos. La luz del sol los hacía parecer dorados, era casi como magia. Will recordó la forma en que Hannibal lo miró aquel primer día en el mercado.

Los ojos de Will pasaron de los ojos de Hannibal a sus labios y, como si le hubiera leído la mente, Hannibal se inclinó hacia él al mismo tiempo que Will.

Sus labios se encontraron en un beso suave y tierno, pero que rápidamente se convirtió en uno intenso. Una calidez recorrió el cuerpo de Will, que rodeó el cuello de Hannibal con los brazos para acercarlo más a él, mientras que Hannibal rodeaba la cintura de Will con los brazos.

Casi sin darse cuenta habían dejado de apoyarse contra el árbol y terminaron acostados en la hierba. Will boca arriba y Hannibal sobre él. Sus bocas no se despegaron en ningún momento. El libro de Hannibal había sido olvidado por completo.

Cuando tuvieron que detenerse para respirar, Hannibal enterró la cara en el cuello de Will e inhaló profundamente.

— Will — pronunció su nombre de forma ronca —. Eres la belleza encarnada. En tiempos antiguos, la gente construiría altares en tu honor. Se pondrían de rodillas ante ti. De hecho, no sé por qué nadie lo ha hecho aún.

Will bufó.

— Yo te diré por qué — dijo mientras acariciaba el cabello de Hannibal —. La gente piensa que soy guapo y se enamora… hasta que abro la boca y se dan cuenta de que soy un maleducado. O salen huyendo cuando les llega el olor a pescado. Nadie está interesado en construir un altar para el chico grosero y apestoso.

Will sintió la sonrisa de Hannibal en su cuello.

— Yo sí — dijo Hannibal, levantando la cabeza. Will estaba seguro de que repentinamente habían adoptado un tono rojizo —. Yo construiría un altar para ti, te adoraría de rodillas, acabaría con la vida de cualquiera que te falte al respeto… Will, quiero dártelo todo.

— ¿Qué quieres decir? — preguntó Will, acariciando los pómulos altos de Hannibal. Su mano temblaba ligeramente.

— Te amo, Will — declaró Hannibal. Su voz también temblaba de manera casi imperceptible.

“Teme que lo rechace,” pensó Will. Ese pensamiento provocó que sus instintos de Omega le ordenaran tranquilizar a su Alfa. Pero antes de que Will pudiera hacer o decir nada, Hannibal habló otra vez.

— Desde que perdí a mi familia, pensé que no podría ni querría tener otra — dijo Hannibal —. Pero sin buscarlo, encontré una nueva contigo — Hannibal puso su mano sobre la de Will, que aún acariciaba su rostro —. Traté de convencerme de que lo nuestro solo era una amistad pero… — su voz se fue apagando hasta detenerse.

— Lo sé — dijo Will, atrayendo a Hannibal hacia sí —. No tienes que explicarlo. Lo sé. Yo también te amo.

Hannibal lo besó otra vez y los movió de forma que quedaron de costado, tan cerca el uno del otro que sus narices casi se tocaban.

— Will — dijo Hannibal. Will adoraba la forma en la que pronunciaba su nombre —. Quiero casarme contigo.

Will no puedo evitar dar un respingo al escuchar eso. Su mano se movió de forma casi instintiva hacia el cuello de Hannibal, que estaba expuesto de cuando se abrió la camisa de lino por el calor. Cerró los ojos y se imaginó ese cuello adornado con la mordida de Will. Un escalofrío lo recorrió.

— Yo también quiero — dijo Will. Nunca había querido nada más en su vida —. Pero… ¿Cómo? ¿Qué va a decir tu familia?

— Encontraré la forma — le aseguró Hannibal, depositando un beso en la frente de Will —. Vamos a estar juntos, Will. Te lo prometo.

Era el turno de Will de esconder su rostro en el cuello de Hannibal.

Sabía que no sería nada fácil. Él no era más que un plebeyo y Hannibal era un Duque. Pero su Omega interior había decido que Hannibal era su Alfa, Will estaba dispuesto a todo para tenerlo.

Notes:

Puede que el romance haya pasado de cero a cien muy rápido, pero no me importa. Sé que ustedes quieren este romance tanto como yo jajajaja.

Chapter 11: Capítulo Diez

Chapter Text

El sonido de los cubiertos de plata golpeando el suelo resonó por todo el salón.

Solo minutos antes, la conversación había sido interrumpida por el anuncio de que Hannibal quería casarse y el salón se había sumido en el silencio.

— Hannibal… — su tía parecía haberse quedado sin palabras.

— No puedo decir que estoy sorprendido — dijo su tío mientras tomaba otro trago de su vino.

Chiyoh no dijo nada, simplemente hizo un gesto para que uno de los sirvientes le sirviera más vino. Sabía que lo iba a necesitar, porque las confesiones no habían acabado.

— Es obvio que no es Bedelia — soltó su tía Murasaki —. ¿Quién es?

— Ninguno de los dos lo conoce — respondió Hannibal después de tomar un sorbo de vino —. Él… es un pescador de una aldea no muy lejos de aquí.

Un sirviente había reemplazado los cubiertos que su tía había dejado caer por la sorpresa. No debió haberse molestado. Cuando Hannibal reveló la ocupación de Will, los cubiertos limpios volvieron a caer al mismo tiempo que su tío Robert se atragantaba con vino.

— Dime que es una broma, Hannibal — pidió su tío cuando se recuperó.

— No es ninguna broma, mi señor — le aseguró Hannibal —. Mi intención es casarme con Will.

Chiyoh pidió otra copa de vino.

— Will… — repitió tía en voz baja — ¿Acaso es el joven que estás pintando tan seguido?

— ¿Qué? ¿Qué joven? — preguntó su tío, algo perdido.

— ¿Recuerdas la pintura que está colgada en el pasillo de la biblioteca? — Chiyoh habló por fin — Ese es Will.

La tía Murasaki se volvió abruptamente hacia Chiyoh.

— ¿Tú lo sabías? — preguntó ella.

Chiyoh bajó la vista hacia la mesa.

— Sí, mi señora — admitió —. Yo acompañé a Hannibal a encontrarse con Will varias veces.

— ¡Sabía que esas salidas eran muy extrañas! — exclamó su tío.

— Es verdad — dijo su tía, hundiendo la cara en las manos —. Robert me lo dijo y no quise creerlo. Hannibal, ¿rompiste tu compromiso con Bedelia por ese chico?

— No — suspiró Hannibal, cansado de tener que repetir eso tantas veces —. Will no tuvo nada que ver con eso. Tomé la decisión de no casarme con Bedelia mucho antes de conocerlo.

— Hannibal, nadie aceptará ese matrimonio — la voz de su tía era triste —. Muchas familias están buscando la oportunidad de presentarte a sus hijos, si anuncias que vas a casarte con un plebeyo se armará un escándalo.

— Pues que se arme un escándalo — dijo Hannibal, encogiéndose de hombros.

— Hannibal, por favor — rogó su tío —. Tienes que pensar en tu pueblo. Somos tu familia y te apoyaremos siempre… Los demás no lo harán. Te atacarán a ti y a ese joven, te restarán autoridad. ¿Estás seguro de que valdrá la pena?

Hannibal odiaba tener que admitir que lo que decía su tío era verdad. Sería difícil, seguramente mucho más de lo que Will y él se imaginaban, pero Hannibal no estaba dispuesto a separarse de Will. Eso jamás.

— En tiempos antiguos, Alfas, Betas y Omegas se guiaban por el instinto a la hora de encontrar pareja — dijo Hannibal, pasando el dedo por el borde de su copa de vino —. ¿Y ahora se supone que para casarme debo guiarme por algo tan arbitrario como el rango de nacimiento de la persona que amo?

La expresión de su tío se suavizó.

— Deseas seguir la ley de la naturaleza — dijo él —, lo entiendo. Pero nosotros los humanos nos regimos por otras normas, por más arbitrarias que sean.

El tío Robert puso la mano sobre la de su esposa.

— Tu consejo te pedirá que no lo hagas y las familias más importantes del ducado se volverán en tu contra, pero al final del día nadie puede obligarte a no casarte con ese joven si tanto quieres hacerlo — dijo su tía —. Te apoyaremos en lo que decidas.

— He considerado la posibilidad de un matrimonio morganático — les dijo Hannibal.

Un matrimonio morganático sería menos polémico, pero eso significaba que Will no recibiría el título que le correspondía como esposo de Hannibal y tendría que conformarse por uno menor. Sus hijos tampoco tendrían derechos de sucesión. Hannibal odiaba pensar en que su familia no recibiría todo lo que pertenecía por derecho.

— No, eso no — soltó su tío —. Si haces eso, tus hijos no podrán heredar tus títulos. ¿Qué pasará con nuestra casa entonces?

— Estoy intentando encontrar una solución — dijo Hannibal.

— La solución más fácil — le recriminó su tío —. ¿Amas a ese joven?

— Claro que sí — respondió Hannibal sin vacilar.

— Entonces encuentra una solución que también preserve nuestro linaje.

Hannibal no pudo evitar sonreír.

— Siempre me han gustado los desafíos — dijo Hannibal.

______________________

Los sirvientes cargaron el cuadro y se lo llevaron con mucho cuidado. Se trataba de un retrato ecuestre de Margot, una excelente amazona y además una mujer hermosa. Era todo un placer pintarla.

— Otro trabajo maravilloso — dijo Alana, que sostenía a su hijo dormido en los brazos.

— Sí que sabes como hacerme hermosa — bromeó Margot.

— Para nada — dijo Hannibal, mientras guardaba algunos cuadernos de dibujo —. Lo que yo pinto es siempre fiel a la realidad.

— Entonces, ¿ese joven Will es tan hermoso como en este retrato? — preguntó Alana tras él.

Había una esquina en el estudio de Hannibal dedicada por completo a Will. Ahí estaba el retrato de Will con el granero del techo rojo en el fondo y la escena de la Anunciación con Will como el ángel Gabriel entre varios otros bocetos y estudios al óleo. Will en su puesto del mercado con una escama en el cabello, Will y su perro Winston, Will por todas partes…

— Veo que ya te has enterado — dijo Hannibal, apoyándose contra su escritorio —. Pero no, Will es mucho más hermoso que cualquier retrato que pueda creer.

— Tu tía está muy preocupada por lo que pueda pasar cuando todos se enteren — le dijo Margot mientras se acercaba a su esposa e hijo para examinar los bocetos en la pared —. Si sirve de algo, sabes que Alana y yo estamos de tu lado.

— Soy una persona afortunada por tener amigas como ustedes — dijo Hannibal con honestidad.

— ¿Y cuándo conoceremos a este Will? — preguntó Alana, volteandose hacia él —. ¿Cómo es él? ¿Es agradable?

— Will puede ser poco amigable al principio — respondió Hannibal, consciente de que tanto su voz como su expresión se habían suavizado como hacían siempre que hablaba de Will —. Pero es muy inteligente a pesar de que no recibió educación formal. Estoy seguro de que se llevaran bien.

— ¿Nos lo vas a presentar pronto? — preguntó Margot.

— Estoy indeciso — admitió Hannibal —. Es un joven tímido y no quiero abrumarlo.

— Deberá acostumbrarse — señaló Alana —. Cuando sea Duque tendrá muchos compromisos sociales.

— Lo sé — suspiró Hannibal —. Pero también me preocupa que alguien lo ofenda o se burle de él.

Hannibal pensó en los panfletos que habían aparecido de manera esporádica después del primero que le llevó Chiyoh. En uno, Hannibal, representado por una terrible caricatura, estaba en cuatro patas y cargaba en su espalda a dos Omegas, un hombre y una mujer. El panfleto se mofaba de él por dejarse influenciar por “Omegas fáciles” (no era la palabra usada en dicho panfleto, pero Hannibal se negaba a repetir esa vulgaridad). En otro, el dibujo representaba una especie de reunión con los participantes en varios estados de desnudez y el texto se quejaba de que el Gran Duque había convertido el palacio ducal en un lupanar.

Él podía aguantar todo eso, pero si cualquiera de estos panfletos mencionaba a Will, Hannibal estaba seguro de que terminaría por matar a todos los dueños de imprenta en la ciudad.

— Así que el joven es un pescador — dijo Alana, sacándolo de sus pensamientos —. ¿Vive cerca?

Hannibal parpadeó ante la pregunta.

— Sí — respondió —. Su aldea no está muy lejos de aquí…

— Excelente — interrumpió Margot, poniendo una mano sobre el brazo de Alana —. Tenemos que irnos. Dale las gracias a Peter de mi parte por cuidar tan bien de mi caballo. ¡Nos vemos luego!

Margot y Alana se apuraron a salir, sus vestidos haciendo ruido al rozarse. Hannibal se quedó de pie en medio del estudio, preguntándose si debería preocuparse.

Chapter 12: Capítulo Once

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

— ¡No puedo creerlo! — exclamó Beverly, lo que provocó que Will le diera un codazo.

— Baja la voz — le espetó Will en voz más baja —. Se supone que nadie debe saberlo aún.

— Lo siento, lo siento — dijo Beverly, concentrándose de nuevo en el pescado —. Es que no puedo creerlo. Siempre dijiste que nunca ibas a casarte y ahora me dices que lo vas a hacer… con el Gran Duque. ¿Puedes culparme?

— Supongo que no — respondió Will, sonriendo mientras descamaba el pescado.

— ¿Cuándo es la boda? ¿Me vas a invitar?

— Calma, Bev — le dijo Will con una risita —. Hannibal apenas habló con su familia. Quiere ponerlo todo en orden antes de hablar con mi padre.

Beverly suspiró.

— ¿Qué ocurre? — preguntó Will, dejando el cuchillo de lado por un momento.

— Estoy preocupada por ti.

— Creí que estabas emocionada — señaló Will mientras se quitaba escamas de la mano.

— ¡Lo estoy! Pero te conozco y sé que terminarás ofendiendo a alguien en ese palacio más temprano que tarde.

— Gracias por tener tanta fe en mí, amiga — le agradeció Will sarcásticamente.

— Quiero decir, lo entiendo — continuó Beverly —. Unos cuantos nobles han aparecido en el taller de mi maestra. Es horrible la forma en que te ven algunos. Como si valieras menos que el polvo en la suela de sus zapatos.

Ahora era el turno de Will de suspirar. Estaría mintiendo si dijera que eso no le preocupaba. Hannibal había nacido en ese mundo lleno de riquezas y conocimiento, mientras que Will era un pescador y apenas estaba aprendiendo a leer y escribir. No sabía cómo comportarse y constantemente decía lo primero que se le cruzaba por la cabeza. Beverly tenía razón. Terminaría por ofender a alguien con sus malos modales.

— Lo que más me preocupa de eso es hacer que Hannibal pase vergüenza — admitió Will, retomando su trabajo —. Supongo que debería pedirle que me enseñe etiqueta o como se llame.

Beverly no respondió, así que Will levantó la cabeza para preguntarle si lo estaba escuchando. Antes de que pudiera hablar, sin embargo, notó que la vista de Beverly estaba fija más allá.

— ¿Bev…? — comenzó Will.

— Son ellas otra vez — dijo Beverly, señalando con el mentón.

Era el mismo carruaje otra vez.

Hace días que ese carruaje aparecía cerca del puesto de Will. Un hombre Alfa se encargaba de los caballos y las ocupantes eran dos mujeres. A veces estaban las dos, a veces solo una de ellas, pero nunca bajaban del carruaje. Will sospechaba que sabía de quién se trataba.

El domingo que acababa de pasar, Hannibal le habló de sus amigas Alana y Margot, Omega y Alfa, respectivamente, de lo que habían hablado en su última visita y su extraño comportamiento. Le advirtió que era posible que recibiera una visita de ellas cualquier día.

— Gracias al Señor por esta pesca abundante — el padre de Will había regresado con redes cargadas de pescado. Matthew iba con él—. Y gracias a Beverly y Matt por tanta ayuda.

— Siempre es un placer ayudar a los amigos, señor Graham — dijo Matthew, dejando las redes a un lado —. Y bueno, ya que estamos aquí, quería pedirle permiso para pasear con Will el domingo después de misa.

Will estaba a punto de decirle que a quien debería preguntarle era a él, pero su padre fue más rápido.

— Por supuesto que sí, Matthew — respondió su padre, encantado —. Estoy seguro de que a Will le encantará, ¿verdad, Will?

No, a Will no le encantaría. Los domingos se encontraba con Hannibal.

— No puedo — dijo Will, comenzando la ardua tarea de destripar el pescado fresco —. Ya le prometí a Beverly que la ayudaría con algunas tareas en su casa.

— Es verdad. Lo siento, Matt — Beverly le siguió la corriente. Will le debía mucho.

A su padre no pareció agradarle la respuesta.

— ¿Qué tal el martes de carnaval? — preguntó Matthew, aún esperanzado —. Escuché que vendrá un juglar a la feria de la plaza, me gustaría ir contigo.

— Excelente idea… — comenzó su padre, pero Will lo interrumpió.

— Sabes bien que yo no voy al carnaval, Matthew — soltó Will, quizá destripando el pescado con más fuerza de la necesaria —. Hay mucha gente.

Además, Will ya había planeado salir con Hannibal ese día.

— Vamos, será divertido — insistió Matt —. Habrá música, comida…

— Sé lo que hay en un carnaval — le dijo Will, cada vez más molesto —. No me interesa nada de eso.

— Pero Will…

— Dije que no, Matthew, ya para con eso — ladró Will.

Sabía que estaba siendo muy grosero y hasta cruel con Matt, que siempre había sido su amigo, pero Will ya había dicho que no, ¿por qué tenía que insistir tanto?

— Lo siento — se disculpó Matt. Su expresión era una herida —. No quise molestarte. Yo… me tengo que ir. Adiós, señor Graham. Beverly.

Cuando Matthew se fue, el padre de Will dejó salir un suspiro de molestia.

— No había necesidad de ser tan grosero — lo regañó.

Will lo ignoró igual que hacía siempre que sus malos modales salían a colación.

— Regreso en un momento — dijo su padre. Will se preguntó si iría detrás de Matthew para pedirle disculpas en su nombre.

Beverly suspiró.

— Pobre Matt — dijo ella, todavía viendo el lugar por el que Matthew había desaparecido.

— Lo sé, pero es mejor que entienda de una vez por todas que yo no lo veo de esa manera.

— No debiste darle esperanza — dijo Beverly, dándole un codazo. Will por poco se cortó con el cuchillo.

— ¿Qué? ¿Cuándo le he dado yo esperanza a Matt?

— Tu primer beso fue con él.

Will bufó.

— Tenía doce años, Beverly — señaló Will —. Y fue solo una vez.

— Al parecer Matthew no lo acepta.

— Pues tendrá que aceptarlo — declaró Will, soltando el cuchillo —, porque me voy a casar y no será con él.

___________________________________

Will y Winston iban camino a casa cuando escucharon el ruido de los caballos.

Will no estaba muy ansioso que digamos de llegar a casa. Su padre seguro estaba listo para regañarlo por la forma en la que trató a Matthew temprano ese día.

Últimamente su padre estaba muy insistente con la idea de que saliera con Matthew. Era su forma para nada sutil de insinuar que ya era hora que Will se casara. Tenía 20 años. A esa edad sus padres ya lo tenían a él.

Will suspiró. Solo tenía que aguantar un poco más, pronto Hannibal pediría la mano de Will. Paciencia.

Los relinchos de un caballo lo distrajeron. Se dio la vuelta. Un carruaje se acercaba lentamente a él. Lo reconoció como el que vio varias veces en el mercado. Will se puso nervioso. Esta parte del camino a casa estaba prácticamente desierto y no sabía cuáles eran las intenciones de los ocupantes del carruaje.

Aunque asumía que se trataba de amigas de Hannibal, Will no estaba seguro. Fácilmente podrían ser desconocidas con mala intención. Consideró correr, pero sabía que era inútil. El carruaje probablemente lo alcanzaría rápidamente.

El cochero se detuvo unos pasos más allá y se bajó de su puesto para ayudar a las damas que ocupaban el carruaje a salir.

Las dos eran muy hermosas y usaban vestidos muy elaborados. Will se preguntó si no tendrían calor. Una era un Alfa con un vestido rosa, la otra Omega con un vestido dorado. Tal como Hannibal describió a sus amigas.

— Es un gusto conocerte al fin — dijo la mujer Omega tan pronto se bajó del carruaje —. Mi nombre es Alana y ella es mi esposa, Margot.

Margot fue hasta ella y la tomó de la mano.

— Hannibal te quiere solo para él — comentó Margot con una risita —. Pero no podíamos esperar más y decidimos venir a conocerte.

Cuando dieron unos pasos hacia él, Winston saltó frente a él y les ladró.

— Calma, amiguito — dijo Alana con voz suave, agachándose frente a Winston y extendiendo su mano hacia él —. Solo queremos hablar un rato con tu amo.

Winston se acercó cautelosamente hacia la mano extendida. La olfateó y tras un breve momento, empezó a menear la cola.

La mujer Alfa, Margot, se agachó también para acariciar a Winston.

— Yo… Eh… — Will no estaba seguro de qué hacer.

Ellas eran nobles, ¿se suponía que tenía que hacer una reverencia? ¿Las ofendería si no lo hiciera? ¿Les molestaba el olor a pescado?

Alana pareció captar su preocupación.

— No hay necesidad de estar nervioso — lo tranquilizó ella —. Queremos ser tus amigas.

Will no respondió. Bajó la vista y la fijó en sus zapatos gastados.

— Nos disculpamos por abordarte así, pero no queríamos causarte problemas con tu padre en el mercado — se disculpó Margot —. Es tu padre, ¿cierto?

Will carraspeó.

— Sí… mi señora — respondió todavía mirando sus zapatos.

— ¿Quieres venir a dar un paseo con nosotras? — sugirió Alana —. ¿Conoces el palacio o la catedral? Podemos enseñártelos.

— Será bueno que te vayas acostumbrando a todo eso — añadió Margot.

Will suponía que tenían razón.

— No puedo — dijo él —. Mi padre me está esperando en casa. Él todavía no sabe de lo mío con Hannibal.

— Entiendo — dijo Alana —. ¿Qué tal otro día? Sabemos que por tu trabajo no tuviste la oportunidad de estudiar. Margot y yo queremos ayudarte con eso. Podríamos hablar con tu padre y…

— Él no lo aceptará — respondió Will, contundente.

— ¿Por qué no? Uno imaginaría que estaría contento de que su hijo consiga benefactoras.

— Mi padre no confía en los nobles ni la gente rica — le explicó Will, atreviéndose a ver a las damas al fin—. No se creerá el cuento de que quieren ayudarme solo porque sí.

Con una última caricia para Winston, Alana se enderezó.

— Bien — dijo —. Te diré qué. Margot y yo estaremos en el mercado como hemos estado haciendo todos estos días. Cuando decidas que estás listo, búscanos.

— Te enseñaremos la ciudad y cómo es la vida entre nobles — añadió Margot.

— ¿De verdad harían eso? — preguntó Will.

— Por supuesto — respondió Alana —. Gracias a ti, nuestro querido amigo es feliz otra vez.

Will sonrió.

— Entonces acepto su propuesta, mis señoras — dijo Will, haciendo una reverencia un tanto torpe.

— No hay necesidad de nada de eso — le dijo Margot con un guiño —. Pronto estaremos nosotras haciendo reverencias ante ti.

Will no pudo evitar sonrojarse un poco ante esa idea. Él, un pescador de pueblo que apenas sabía leer, siendo llamado “mi señor” y recibiendo reverencias.

Realmente la vida daba muchas vueltas.

Notes:

Alana y Margot convertirán a Will en un caballero respetable uwu

Chapter 13: Capítulo Doce

Chapter Text

La oportunidad de Will llegó tan solo unos días después de su encuentro con Margot y Alana.

Vendieron todo el pescado temprano en el día y su padre le dio permiso de ir a casa de Beverly. En realidad, Bev estaba en el taller de su maestra ese día, pero Will sabía que podía confiar en ella. Si su padre le preguntaba por Will, ella se inventaría algo sin pensarlo dos veces.

Tan pronto perdió a su padre de vista, Will se acercó al carruaje de las damas, que cumplieron su promesa y lo llevaron de paseo por la ciudad.

La última vez que Will estuvo en la ciudad acompañado a Beverly, aquella iglesia en el que descubrió el retablo con la familia de Hannibal le había parecido la cosa más grande del mundo, pero palidecía en comparación con la catedral, con su domo imponente. Más enorme aún era el palacio ducal. Will solo había visto ese edificio muy a lo lejos.

— Pronto tú vivirás ahí también — le dijo Alana.

Era un pensamiento abrumador.

Después del paseo por la ciudad, el carruaje se detuvo frente a una mansión. Era más pequeña que el palacio, pero muy elegante. Will se sintió muy avergonzado de repente, con su ropa vieja y zapatos gastados, pero las señoras lo invitaron a pasar sin hacerle comentarios acerca de su apariencia.

La casa era aún más bonita por dentro, con los techos altos y paredes decoradas con pinturas y tapices. Los sirvientes correteaban por ahí. Las señoras de la mansión lo condujeron a una biblioteca. Solo esa habitación podría abarcar su casa y las de algunos de sus vecinos. Will nunca había visto tantos libros en un mismo lugar.

Había un escritorio en medio de la habitación y sobre él un globo, excepto que este no tenía continentes, sino estrellas.

— ¿Qué es esto? — preguntó Will, tocando el globo suavemente con un dedo.

— Es un globo celeste — le explicó Margot, parándose junto a él —. Muestra la posición relativa de las estrellas en el cielo nocturno.

— Nunca había visto algo así — dijo Will, maravillado.

— A mi hermano y a mí nos enseñaron astronomía cuando éramos niños — dijo Margot —. Nuestro maestro tenía un globo como este. Pero si te soy sincera, esto está aquí más como decoración que otra cosa.
En ese momento, Alana aparición con una pila de libros que depositó cuidadosamente sobre el escritorio.

— Bien — dijo ella con una sonrisa —. Es hora de aprender.

______________________

A partir de ese día, Will encontraría excusas para poder asistir a sus clases. No siempre era posible. A veces algún vecino pedía su ayuda o tenía cosas que hacer después del trabajo con su padre, pero cada vez que se presentaba la oportunidad se acercaba al carruaje.

A petición de Will, Alana y Margot habían empezado a usar uno más sencillo que el carruaje con el que aparecieron en el mercado por primera vez, de ese modo había menos riesgo de que los notaran.

Durante su tiempo con las señoras, Will avanzó mucho en la lectura y la escritura, además de algo de matemática básica.

— Creo que ya es hora de enseñarte a tocar un instrumento — sugirió Alana un día.

Otra vez estaban en la biblioteca, Will en el escritorio practicando sus letras, Margot y Alana en sillas junto a él. Alana cargaba a su hijo, Morgan, y Margot tenía un libro en las manos.

— Es buena idea — Margot estuvo de acuerdo —. Tal vez el arpa.

— Mejor el clavecín — dijo Alana —. Es el instrumento favorito de Hannibal, seguro que sería una sorpresa agradable para él.

Antes de que Will pudiera responder, vio que Margot se tensaba y una fracción de segundo después, la puerta se abrió de golpe.

— ¡Hermanaaaa! — exclamó el hombre que entró por la puerta, arrastrando las palabras y claramente borracho.

Margot se puso de pie de un salto.

— ¿Qué haces aquí, Mason? — preguntó ella.

Will pudo ver que estaba intentando parecer tranquila cuando en realidad estaba nerviosa. Ese hombre la ponía nerviosa y no era difícil descubrir el porqué. Era un Alfa y estaba bien vestido, pero su pelo claro era un desastre, parecía el nido de un pájaro, y el olor de la bebida no terminaba de ocultar su aroma natural, agresivo y desagradable.

“Peligro, peligro, peligro”, los instintos de Will le advertían sin parar.

— ¿Acaso un hombre no puede visitar a su querida hermana? — preguntó el hombre, Mason, dando un paso tambaleante hacia su hermana —. Deberías echar a la calle a esos sirvientes tuyos que no me querían dejar pasar. Claramente no los has educado bien.

— Mason, estás ebrio, por favor vete a casa — le pidió Margot, que dio un paso hacia atrás.

— ¿Sabes algo, Margot? Desde que te casaste te has vuelto muy mandona. Te crees la gran cosa solo porque ahora tienes un cachorro.

— Yo…

— Calla, que no he terminado de hablar — le espetó él —. Yo… Yo… Olvidé lo que iba a decir — Mason estalló en una risa odiosa, como si hubiera dicho algo graciosísimo.

Will se estaba empezando a poner nervioso también y la sensación no hizo más que empeorar cuando el tal Mason posó los ojos en él.

— ¿Quién es este? — preguntó el Alfa a nadie en particular, esta vez dando un paso hacia el escritorio que Will ocupaba.

— Nadie — se apuró a responder Margot —. Ya vete, por favor.

Mason estaba tan centrado en Will que no notó que Alana, con el bebé Morgan en brazos, había abandonado su asiento y se dirigía sigilosamente hacia la puerta. Mantuvo la cara del niño apretada contra su cuello, probablemente para mantenerlo tranquilo con el aroma de su madre y evitar que se asustara con el de Mason.

— Qué cosa tan bonita — dijo Mason despegar los ojos de Will. Inhaló profundamente —. Y qué olor tan delicioso.

Will deseó con toda su alma haberse revolcado con pescado ese día. Había dejado de hacerlo por si se presentaba la oportunidad de ir a casa de Margot y Alana. Por cosas como estas era que odiaba los buenos modales.

Margot se interpuso entre su hermano y Will.

— Mason, te le ruego. Vete — suplicó ella.

— ¿Por qué, Margot? ¿Por qué no quieres recibirme en tu casa? ¿Por qué no me dejas hablar con ese niño lindo?

— Mason…

— ¿Te gustan los cerditos, muchacho? — preguntó Mason —. A mí me gustan. Tengo muchos. Mi sueño es hacer que ataquen cuando se los ordene. Serían muy útiles para deshacerte de hermanas fastidiosas, por ejemplo.

Mason avanzó nuevamente al mismo tiempo que se escucharon pasos acercarse desde afuera.

— Mi señor — una guardia Alfa que Will no había visto hasta el momento entró a la habitación y se dirigió a Mason —. Ha llegado la hora de volver a casa.

Varios otros guardias llegaron con él, listos para recibir órdenes y prestar asistencia de ser necesario.

— Estoy en medio de algo — replicó Mason, por fin apartando su vista penetrante de Will.

— Mis señoras desean descansar — insistió la mujer —. Por favor, acompáñeme de vuelta a su carruaje.

Por un momento Will creyó que Mason se negaría de nuevo, pero finalmente lanzó un suspiro molesto y asintió.

— Está bien — dijo él —. Veo que no soy bienvenido.

Mason salió de la biblioteca dando pasos torpes y el grupo de guardias lo acompañó, probablemente para asegurarse de que se fuera de verdad. Alana y el bebé regresaron a la habitación tan pronto se fueron todos. De repente era más fácil respirar.

— Lamento que hayas tenido que ver esa escena tan horrible, Will — se disculpó Margot, dejándose caer en su silla.

Will no pudo evitar notar que incluso haciendo algo así se veía muy elegante.

— ¿Tu hermano viene por aquí mucho? — preguntó Will, que no sabía qué decir en un caso como este.

— Por suerte no — respondió Alana, que se sentó junto a su esposa y le puso una mano en el hombro.

— Él no es bueno — dijo Margot, más seria que nunca —. Si alguna vez él se te acerca, debes correr, Will. Hazme caso.

La declaración de Margot hizo que a Will se le pusieran los pelos de punta. Al parecer sus instintos no se habían equivocado. Ese hombre era peligroso.

— Creo que debería irme a casa — dijo Will, poniéndose de pie.

— Es lo mejor por ahora — dijo Alana —. Pediré a uno de los sirvientes que te acompañe. Sé que usualmente lo hacemos nosotras, pero…

— No te preocupes por eso — la tranquilizó Will.

Era obvio que necesitaban descansar después del susto que les había dado Mason, en especial Margot, así que un sirviente Omega acompañó a Will en el carruaje que lo llevaría de vuelta a su pueblo.

Desafortunadamente, ni el cochero, ni el sirviente ni Will notaron que estaban siendo observados a los lejos.

Chapter 14: Capítulo Trece

Notes:

:3

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Will empuñó el cuchillo con maestría hasta convertir el pedazo de madera en un diminuto caballo. Hannibal lo observaba con atención, acostado junto a él en el claro, no muy lejos del granero.

Tallar madera era uno de los pocos pasatiempos para los que Will tenía tiempo. Había visto a un hombre haciendo figuras de madera en la plaza de su pueblo un par de veces cuando era niño y decidió aprender por su cuenta. Lo había logrado.

Hannibal tenía que admitir que estaba impresionado. Su medio de arte preferido siempre había sido la pintura, pero había esculpido uno que otro busto en mármol. Con la guía de un maestro, claro. Will aprendió a tallar sin la ayuda de nadie.

Sin abandonar su proyecto, Will le contaba a Hannibal una historia que había leído en la biblioteca de Margot y Alana.

—… Así que desenterraron al zapatero para demostrarle a la gente del pueblo que estaba muerto de verdad, que no podía ser él quien atacaba a la gente cuando caía el sol — dijo Will —. Pero cuando abrieron su ataúd, descubrieron que no había empezado a pudrirse y que su boca estaba manchada, como si se hubiera alimentado de la sangre de los vivos recientemente. Las autoridades del pueblo decidieron quemar el cadáver y después de eso nadie más fue atacado — Will pausó su trabajo con el caballo de madera un momento —. ¿Tú crees que sea verdad?

Hannibal negó con la cabeza.

— Soy un hombre de lógica — respondió —. No creo en ese tipo de cosas. Para mí no es más que superstición.

— ¿Entonces cómo explicas el estado del cadáver cuando lo desenterraron? — argumentó Will.

— Esta historia tuvo lugar en las tierras del norte durante el invierno, ¿verdad?

— Sí.

— Los inviernos son muy duros allá — dijo Hannibal —. Las temperaturas bajas probablemente ayudaron a conservar el cuerpo por un tiempo. Además, a veces ocurren sangrados después de la muerte. No quiere decir que el fantasma le chupara la sangre a nadie.

— ¿Cómo sabes tanto acerca de cadáveres? — preguntó Will, enarcando una ceja.

— Uno de mis maestros de pintura era un hombre muy dedicado — explicó Hannibal —, algunos dirían que demasiado. Estudiaba cadáveres para asegurarse de que sus pinturas fueran lo más anatómicamente posible y me enseñó a hacer lo mismo.

— ¿De dónde sacaban los cadáveres? — preguntó Will. Su expresión era de curiosidad, no de desagrado.

— Usualmente de criminales ejecutados — contestó Hannibal, acariciando una de las manos de Will, aún quietas —. Reciben castigo aún después de muertos.

— Tal vez eso sea lo que pasó en realidad con el zapatero de la historia — dijo Will, entrelazando su mano con la de Hannibal —. Corría el rumor de que se quitó la vida. Un pecado. El cuento de que era un fantasma pudo haber sido una excusa para profanar su tumba y castigarlo por lo que hizo.

— Podría ser — aceptó Hannibal.

Will dejó el cuchillo y el caballo a un lado y se acostó junto a Hannibal, que no pudo hacer más que admirar su belleza.

— Una vez te dije que en tiempos pasados la gente hubiera construido altares para ti — dijo Hannibal de repente, usando la otra mano para apartar un mechón de cabello de la cara sonrojada de Will —. Puede que yo te construya uno pronto.

Hannibal se inclinó para besar a Will, pero antes de que pudiera hacerlo, un ruido hizo que se pusiera alerta de inmediato. Se sentó en la hierba.

— ¿Qué pasa? — preguntó Will con preocupación. Se sentó también.

— Creo que hay alguien cerca — respondió Hannibal, poniéndose de pie y mirando hacia todas las direcciones.

Creyó haber escuchado pasos, ramitas partiéndose bajo el peso de una bota, quizás. Dio unos pasos hacia los árboles más allá y olió el aire, tratando de detectar el aroma de un intruso. Sin embargo, el olor de la hierba y una tormenta aproximándose ocultaba otros olores.

¿Sería una persona o una criatura del bosque? Hannibal continuó avanzando hacia el bosque, pero unos crujidos hicieron que se detuviera. Winston aparición entre la maleza, sosteniendo una rama entre los dientes.

— ¡Winston! — exclamó Will, yendo hacia el perro —. Nos pegaste un susto.

Winston dejó la rama a los pies de Will, quien la tomó y la lanzó. El perro corrió tras ella.

— Solo era Winston — dijo Will, tomando a Hannibal del brazo para conducirlo de vuelta a su lugar en la hierba.

Hannibal no estaba convencido aún. El ruido que escuchó al principio había sonado como el de un pie humano, no de animal, pero no había logrado ver ni oler a nadie además de Will y él.

Cuando estuvieron sentados otra vez, Winston regresó con la rama y Will la arrojó de nuevo. Hannibal seguía con los ojos pegados en el bosque.

— No hay nadie — insistió Will, acariciando el brazo de Hannibal con dulzura —. De otro modo ya lo hubieras olido.

— Sí, sí, tienes razón — aceptó Hannibal, hundiendo la nariz en el cuello de Will para aspirar su aroma.

Justo en ese momento, los cielos decidieron abrirse y dejar caer un diluvio sobre ellos. Hannibal tiró del brazo de Will y lo llevó lo más rápido que pudo hasta el granero. Su techo de tejas rojas los protegería de los elementos.

— Demonios, el agua estaba helada — dijo Will, dejándose caer en una pila de heno.

Raro. El heno parecía fresco. Alguien había estado ahí recientemente.

— Will… — comenzó Hannibal.

— Ven aquí — pidió Will, extendiendo la mano hacia él.

Hannibal la tomó sin pensarlo dos veces. Will tiró de su mano hasta hacerlo caer sobre él. Estaba a punto de decir algo, pero cuando Will empezó a besarlo, todos los pensamientos abandonaron su cabeza.

No era la primera vez que se besaban de forma tan apasionada, pero esta vez había algo diferente, una urgencia que no podían ignorar.

Una de las manos de Hannibal encontró la piel debajo de la túnica de Will y acarició su costado. Al mismo tiempo, Will metió las manos bajo la camisa de Hannibal y acarició su espalda. El contacto lo hizo temblar.

La mano de Hannibal subió hasta uno de los pezones de Will, que acarició con el pulgar. Will soltó un gemido que se fue directo a la entrepierna de Hannibal.

— Will — jadeó Hannibal —. Yo… No deberíamos…

— ¿Por qué no? — preguntó Will, parando sus besos por un momento. El azul de sus ojos había sido tragado casi por completo por la pupila oscura.

— Quiero hacer lo correcto — respondió Hannibal con dificultad —. Después de la boda…

— No puedo esperar — lo interrumpió Will, tomando su rostro entre las manos —. Vamos a casarnos de todos modos, ¿no? ¿Qué importa?

— Will…

— Hannibal, por favor — suplicó Will, mirándolo directo a los ojos.

Cuando Will lo miraba así, Hannibal no podía negarle nada. Con un gruñido, dejó caer la cabeza en el espacio entre el cuello y el hombro de Will.

— Pero, ¿aquí? — preguntó Hannibal — ¿En un granero?

— Si un granero fue lo suficientemente bueno para que naciera Jesucristo, creo que es suficientemente bueno para nosotros — bromeó Will.

Hannibal no pudo evitar reírse ante el comentario. Otros lo llamarían blasfemia o falta de respeto, pero ninguno de los dos era particularmente devoto.

— De acuerdo — accedió Hannibal.

Se deshicieron de su ropa rápidamente. Will se sentó en el heno, abrazando sus propias piernas. Parecía tímido de repente.

— ¿Cambiaste de opinión? — le preguntó Hannibal gentilmente, poniendo una mano sobre la rodilla de Will.

— No, no — le aseguró Will, sacudiendo la cabeza —. Es solo que… Nunca he hecho esto.

— No te preocupes — lo tranquilizó Hannibal, acariciando su rodilla suavemente —. Seré gentil.

— Sé que lo serás — dijo Will, sonriendo.

— Entonces déjame verte — pidió Hannibal, casi en un susurro.

Will se estiró sobre la pila de heno, dejando su hermoso cuerpo a la vista de Hannibal, que tuvo que reprimir un gruñido. De repente sintió la necesidad de devorar entero a Will, pero prometió que sería gentil y él siempre cumplía sus promesas.

Se besaron un rato más, sus manos exploraban el cuerpo desnudo del otro. Aunque se había mojado en la lluvia helada, la piel de Will estaba cálida y cuando Hannibal puso la mano entre sus muslos, los encontró húmedos. Dos dedos entraron con facilidad. Will estaba listo para él.

La espalda de Will se arqueó y dejó escapar un grito ahogado cuando Hannibal finalmente entró en él.

Hannibal lo besó un rato más para permitir que Will se ajustara y luego
embistió, una y otra vez.

— Hannibal — Will gimió su nombre de forma hermosa mientras enterraba las uñas en la espalda de Hannibal.

— Will — Hannibal respondió con un gemido propio.

Will cruzó los tobillos tras la espalda de Hannibal para acercarlo más a él, lo que les arrancó más gemidos a ambos.

Las manos de Hannibal no se quedaron quietas, sino que recorrieron el cuerpo de Will de arriba a abajo. Las pasó por sus muslos, sus caderas que se movían bajo las suyas, su estómago, su pecho, sus pezones, sus hermosos rizos.

— Hannibal — jadeó Will —, voy a…

Will no fue capaz de terminar la oración. Uno de sus brazos rodeaba el cuello de Hannibal, con el otro buscaba algo a lo que aferrarse y al no encontrarlo, terminó por tirar de su propio cabello. Will estaba cerca, así que Hannibal aumentó la velocidad de sus embestidas y acarició su miembro hasta hacerlo eyacular sobre su propio abdomen y la mano de Hannibal.

Hannibal lo besó antes de salir de él y voltearlo hasta hacerlo quedar boca abajo. Will yacía contento en el placer posterior al orgasmo, así que fue fácil para Hannibal moverlo y entrar en él de nuevo. Will jadeó y cuando Hannibal volvió a embestir, de inmediato movió las caderas en intento por igualar el ritmo de las de Hannibal.

Desde esa posición, Hannibal podía ver perfectamente el lugar en el que pronto Will recibiría su mordida, vinculándolos para siempre. Por un brevísimo momento, Hannibal consideró morder a Will justo ahí, justo ahora. Sus colmillos estaban listos para hacerlo, pero logró resistir a la tentación. Pronto.

— Muchacho hermoso — susurró Hannibal en el oído de Will para luego morder el lóbulo de su oreja.

Will gimió por toda respuesta. Su miembro estaba erecto de nuevo y había llevado su mano hasta allí para acariciarse, pero Hannibal apartó dicha mano de un manotón y lo acarició él mismo.

No tardó mucho en correrse por segunda vez esa tarde y la sensación de sus músculos internos apretando a Hannibal fue suficiente para que eyaculara dentro de Will con un fuerte gemido. Antes de que pudiera pensarlo mejor, Hannibal lo anudó.

Luego se preguntaría si había sido mala idea hacer eso, pero en ese momento, con Will bajo él, cálido y despidiendo un aroma a felicidad y placer, Hannibal no podía arrepentirse de lo que hicieron.

— Te amo, Will — dijo Hannibal, enterrando la nariz en los rizos sudorosos de Will y apretándole contra su cuerpo.

— Yo también te amo — respondió Will dulcemente, con una enorme sonrisa en su bello rostro y poniendo su mano sobre la de Hannibal, justo sobre su corazón que poco a poco volvía a su ritmo normal.

— Nos casaremos después de la Semana Santa — declaró Hannibal —. No quiero esperar más. Hablaré con mis tíos para hacer el anuncio formal y conseguiré una casa para tu padre y para ti mientras se hacen los preparativos. Hay que buscar sirvientes y…

— ¿Puedo llevar a Winston conmigo? — preguntó Will con los ojos brillantes.

— Por supuesto que sí — le aseguró Hannibal con una risita —. Cuando seas mi consorte, podrás tener todos los perros que quieras.

Will acarició el rostro de Hannibal suavemente y se inclinó para besarlo. Hannibal aceptó el beso con mucho gusto. Podrían volver a separarse en unos quince minutos aproximadamente. Por ahora disfrutarían de su cercanía.

Afuera, la lluvia se había detenido al fin.

Notes:

¿Sabían que en casi todas las culturas hay leyendas de seres que chupan la sangre/energía de la gente después de muertos? Will le contó a Hannibal una historia de una criatura que hoy en día llamaríamos "vampiro", pero ese término (que se origina en Europa del Este) no sería usado hasta siglos después.

Chapter 15: Capítulo Catorce

Notes:

Un capítulo un poco corto para acabar el fin de semana :)

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Hannibal ayudó a Will a lavarse en el arroyo cerca del granero.

Estaba oscureciendo. Will usualmente regresaba a casa mucho más temprano después de sus encuentros con Hannibal. Su padre seguramente iba a enojarse con él por llegar tarde esa noche. pero después de lo que habían hecho, Will pensaba que nadie podía culparlo por querer quedarse con su Alfa un rato más.

Su Alfa. Porque eso es lo que Hannibal era, el Alfa de Will. Y pronto sería oficial.

— Tengo una casa para ti en mente — le dijo Hannibal mientras lo ayudaba a ponerse la ropa de nuevo —, no muy lejos del palacio. También pensé en hablar con Alana. Estoy segura de que le gustaría ser tu maestra de baile.

— ¿De baile? — preguntó Will mientras se sentaba en la hierba para ponerse los zapatos.

— Sí — respondió Hannibal sentándose frente a él—. Cuando estemos casados tendremos que asistir a muchos eventos sociales. La mayoría incluye danza. Sé que no es lo tuyo, pero no puede evitarse.

— Estoy dispuesto a soportarlo — respondió Will, tomando la mano de Hannibal.

Clases de baile y eventos llenos de gente sonaban a tortura para Will, pero realmente estaba dispuesto a pagar ese precio con tal de estar con Hannibal. Además, le agradaba Alana, así que tal vez no fuera tan malo.

— Pronto iré a hablar con tu padre para pedir tu mano — dijo Hannibal en voz baja, sosteniendo el mentón de Will.

— ¿Qué tal si te dice que no? — preguntó Will en tono juguetón. No creía realmente que su padre le negara su mano a Hannibal. ¿Quién en su sano juicio no querría que su hijo o hija tuviera un matrimonio tan ventajoso?

Hannibal frunció el ceño.

— Espero que no sea el caso — dijo él —. Pero si eso llegara a suceder, sería capaz de secuestrarte.

Hannibal lo apretó contra sí y Will no pudo evitar reír. Estaba tan feliz. Y sabía que Hannibal hablaba en serio. No había nada en este mundo capaz de separar a un Alfa de su Omega.

— No te preocupes — lo tranquilizó Will, enterrando su rostro en el cuello de Hannibal —. Todo saldrá bien.

Se quedaron así un rato más, bajo el cielo cada vez más oscuro.

— Me tengo que ir — dijo Will, separándose de su Alfa de mala gana —. Está oscureciendo y mi padre debe estarse preguntando dónde estoy.

— No puedo esperar a que estemos casados para no tener que verte solo los domingos — suspiró Hannibal.

— Pronto — le respondió Will, acariciando la mejilla de Hannibal —. Pero, ahora que lo mencionas… El carnaval será dentro de poco. Mi padre irá a la plaza del pueblo, pero mi amiga Beverly me dijo que habrá una carrera de burros en el pueblo vecino. ¿Quieres venir conmigo?

— ¿Carrera de burros? — preguntó Hannibal.

Will asintió.

— Sí. ¿Nunca has visto una?

— He visto carreras de caballos, pero jamás una de burros — explicó Hannibal.

— No hay mucha gente por aquí con caballos — señaló Will.

— Me imagino que no — dijo Hannibal —. Estoy seguro de que será toda una experiencia. Por supuesto que te acompañaré, Will.

— Ese día te presentaré a Beverly — Will estaba muy emocionado con la idea —. Hace tiempo que quiere conocerte y me ha cubierto las espaldas con mi padre tantas veces que siento que se lo debemos.

— Me encantaría conocer a tu amiga para agradecerle personalmente — Hannibal acarició el cabello de Will —. Hay gente que quiero presentarte también — dijo —. Ya conoces a Alana y Margot, pero también están Bella y Jack, Peter, el mozo de cuadra, Jimmy, el apicultor, mi tío Robert y mi tía Murasaki…

Hannibal suspiró. La luz del día era cada vez más escasa. Se puso de pie y extendió la mano hacia Will.

— Es tarde — admitió de mala gana —. No quiero que te metas en problemas con tu padre. Déjame que te acompañe aunque sea a medio camino de tu casa.

Will tomó la mano que Hannibal le ofreció.

________________________________________________

Cuando Will llegó a casa, el cielo estaba casi tan oscuro como la tinta. La luna no era más que un delgadísimo creciente sobre el horizonte.

Encontró a su padre dentro, de rodillas frente al fogón en medio de la habitación. Se puso de pie de un salto apenas vio a Will.

— Por el amor de Dios, Will — exclamó —. ¿Dónde estabas? Estaba pensando en salir a buscarte.

— Estaba en casa de Beverly, padre — le dijo Will, adentrándose en la casa para buscar algo para secarse bien. Su pelo todavía estaba húmedo —. Sabes que voy allá todos los domingos.

— ¿Estuviste ahí hasta esta hora? — preguntó su padre, observándolo fijamente y con desconfianza — ¿Qué te pasó? ¿Por qué estás cojeando?

— Me atrapó la lluvia y decidí que era mejor regresar a casa de Bev hasta que pasara en vez de recorrer el camino hasta aquí — respondió Will, sorprendido por la facilidad con la que la mentira salía de su boca —. Pero en mi apuro me tropecé y me lastimé el tobillo. No es nada. Seguro que mañana estaré como nuevo.

Su padre pareció aceptar lo que dijo Will porque asintió y le hizo un gesto para que se acercara al fuego.

— Come algo caliente, hijo — le dijo su padre, poniendo una olla de sopa sobre el fogón —. No quiero que pesques un resfriado.

Will se sentó junto al fuego y se secó el cabello con un trapo.

— Matt pasó por aquí más temprano — dijo su padre de repente, revolviendo la sopa.

— ¿Qué quería? — preguntó Will, aunque en realidad no le interesaba lo más mínimo. Su mente estaba con Hannibal y lo que habían hecho temprano ese día.

— Quería saber si estabas en casa — respondió su padre —, y preguntarte si no habías cambiado de opinión respecto al carnaval.

— No, no he cambiado de opinión — dijo Will, aprovechando que su padre no lo estaba viendo para poner los ojos en blanco.

— Will, deberías darle una oportunidad al joven — pidió su padre —. Él es bueno.

— ¿Cuántas veces tengo que repetir que Matthew es solo mi amigo y nada más? — preguntó Will, frustrado.

— Pero, ¿qué más quieres? — insistió su padre —. Hay personas a las que sus padres obligan a casarse con completos desconocidos. Tú conoces a Matt, te cae bien y es un hombre trabajador.

— Te dije que no, padre — dijo Will, poniéndose de pie. El buen humor de la tarde se estaba desvaneciendo rápidamente —. ¿Qué harás si sigo negándome? ¿Me obligarás a casarme con Matthew como hacen esos padres que dices?

— Por supuesto que no, Will — negó su padre —. Antes que todo, yo quiero que seas feliz.

Will no respondió, sino que se puso de pie y se dirigió a la puerta de la casa.

— Estaré afuera un rato, avísame cuando la sopa esté lista, por favor — avisó.

— Will — lo llamó su padre antes de que pudiera salir —. No te molestaré más con ese asunto, pero al menos prométeme que lo pensarás.

— Está bien — aceptó Will —. Lo voy a pensar.

— Gracias — dijo su padre, dirigiéndole una sonrisa.

Will continuó su camino, pero cuando ya tenía un pie afuera en la noche fresca, se detuvo y se giró de nuevo hacia su padre.

— Padre — lo llamó.

— ¿Sí, hijo? — respondió su padre sin quitarle los ojos a la olla de sopa.

— Ya lo pensé, padre — declaró Will —. Y la respuesta sigue siendo no.

Notes:

Espero que tengan un buen inicio de semana <3

Chapter 16: Capítulo Quince

Chapter Text

— Estoy muy arrepentido de haber aceptado ayudarte — resopló Jack, deteniéndose un momento para recuperar el aliento.

— Sí, eso ya lo dijiste — respondió Hannibal, haciendo lo mismo.

Habían dejado sus caballos atados unas cuantas leguas atrás y al cuidado de Peter cuando se les ocurrió que quizás Winston le tuviera miedo al sonido de los cascos de los caballos. Parecía una buena idea, hasta que se dieron cuenta de lo agotador que era realmente caminar tanto bajo el sol.

— De todas formas, ¿cómo sabremos qué perro es Winston? — preguntó Jack, abanicándose con el sombrero —. Para mí todos los callejeros se ven iguales.

— Yo conozco a Winston, sabré distinguirlo — dijo Hannibal, sacando un pañuelo del bolsillo para secarse el sudor de la frente —. Sigamos.

— ¿Por qué mejor no le regalas un perro de raza al chico? — insistió Jack, pero continuó caminando junto a Hannibal.

— Porque Will quiere a este perro.

Winston, el perro de Will, llevaba perdido un par de días.

Hannibal descubrió esto cuando, en medio de un día de trabajo, sintió la necesidad de ver a Will. Era un miércoles y simplemente no podía esperar a que fuera domingo, el único día en el que podían verse a escondidas. Sabía que no era buena idea que los vieran antes de que el compromiso fuera oficial o la reputación de Will quedaría manchada, pero Hannibal tenía que verlo, aunque fuera de lejos.

Esa necesidad había estado presente desde el momento en que él y Will se separaron aquella tarde el domingo pasado, después de haber unido sus cuerpos. Hannibal pensaba solo en Will, deseaba solo a Will… Al final no lo soportó más y cabalgó hasta el mercado.

Will estaba en su puesto, como siempre. Estaba solo, pero Hannibal no se acercó en caso de que su padre estuviera por ahí. Sin embargo, tras observar a Will solo unos segundos Hannibal notó que mantenía la vista fija hacia el suelo, sus hombros temblaban levemente y de vez en cuando se llevaba las manos al rostro. Estaba llorando.

En ese momento, Hannibal se olvidó de cualquier precaución y fue directo hacia Will. Sus instintos se lo ordenaban. Su Omega estaba triste y lo necesitaba, así que echó a correr hacia él.

— Will — Hannibal tomó el rostro de Will entre sus manos con ternura —. ¿Qué sucede, querido muchacho?

Antes de responder, Will se lanzó a los brazos de Hannibal sin importarle que alguien pudiera verlos y contárselo a su padre.

— Winston — logró decir Will entre lágrimas. Su voz sonaba amortiguada porque tenía la cara enterrada en la camisa de Hannibal.

— ¿Qué sucedió con Winston?

Will se apartó para limpiarse las lágrimas del rostro nuevamente. En una de las manos tenía una figura tallada en forma de perro.

— No ha vuelto a casa en varios días — le explicó Will, jugueteando con la figurita —. La última vez que lo vi fue el lunes por la mañana. No es la primera vez que se va, pero nunca había tardado tanto en regresar…— comenzó a llorar otra vez — Lo he buscado por todas partes, pero no lo encuentro.

Hannibal lo abrazó de nuevo. Odiaba ver a Will así.

— Yo lo encontraré para ti, querido Will — prometió Hannibal, con la mejilla apoyada en los rizos de Will —. Te lo traeré de vuelta.

Hannibal siempre había estado orgulloso de ser un hombre que nunca rompía sus promesas, pero ya era viernes y aún no había señales de Winston.

Lo buscó toda la tarde del miércoles y luego todo el día del jueves con ayuda de Peter. El viernes por la mañana tenía una reunión con Jack, que era dueño de una casa muy espaciosa cerca del palacio, la que planeaba rentar para que vivieran Will y su padre mientras se planeaba la boda.

Al final ni siquiera hablaron de la casa. Jack notó lo distraído que estaba y Hannibal finalmente le confesó lo que pasaba por su cabeza.

— Bella está molesta porque Alana y Margot ya conocen al famoso Will y ella no — comentó Jack con buen humor —. Y yo estaría mintiendo si dijera que no siento curiosidad por ese joven que le robó el corazón a su alteza.

A Hannibal se le ocurrió algo al escuchar eso.

— ¿Quieres ayudarme a buscar al perro? — le preguntó Hannibal —. Me vendría bien algo de ayuda extra. Si lo encontramos, podrías conocer a Will hoy mismo.

Jack parpadeó ante la propuesta.

— Yo… no sé…

— Si me ayudas, pintaré una miniatura de Bella para ti — ofreció Hannibal. Sabía que sus pinturas eran las más preciadas en la colección de arte de Jack, en especial aquellas en las que aparecía Bella.

Jack pensó por un momento.

— Está bien — aceptó —. Pero también quiero aquel retrato de la dama con un unicornio en el regazo.

El retrato del que hablaba Jack era uno de su hermana Mischa, pintado años antes de que muriera, con el cabello dorado cayendo por sus hombros y acariciando la cabeza un unicornio de un blanco puro con la mano.

— Es todo tuyo — declaró Hannibal, extendiendo la mano hacia Jack para cerrar el trato.

A menos que se tratara de arte devocional, Hannibal no solía regalar pinturas de su familia, pero el retrato de Mischa y el unicornio le había gustado tanto que había hecho tres versiones de él. No se sentía tan mal separarse de uno por una buena causa y la ayuda le vendría bien. Después de todo, Chiyoh, a quien consideraba su mano derecha, se negó en redondo a acompañarlo argumentando que tenía cosas más importantes que hacer con su tiempo.

— Ninguna pintura vale este calor — refunfuñó Jack en el presente.

Los dos habían abierto sus jubones para intentar aliviar el calor de la tarde un poco. Hannibal se preguntó qué pensarían los nobles en la ciudad si los vieran así, empapados de sudor y en mangas de camisa.

— Mira, Jack — dijo Hannibal —. Hay una granja por allá. Vamos a preguntar si no han visto a Winston.

— Esta debe ser la décima granja en la que preguntamos y no lo han visto en ninguna — respondió Jack —. Debe haber perros callejeros a montones por aquí, ¿cómo sabrán ellos cuál es el que buscamos?

Hannibal alzó la vista. A pesar del calor, el sol pronto iniciaría su descenso.

— Esta será la última — dijo Hannibal, aunque de mala gana. En la oscuridad sería imposible buscar nada.

Escuchó que Jack dejaba escapar un suspiro de alivio, pero lo ignoró y se dirigió a la pequeña granja. Había un par de cerdos y cabras. Una joven le echaba maíz a un grupo de gallinas un poco más allá. Era una Omega, así que cuando fue a hablar con ella, Hannibal se mantuvo a una distancia prudente para no asustarla.

— Buenas tardes — saludó él.

La joven lo miró sin decir nada un momento antes de contestar.

— Hola — dijo ella, tímidamente.

Antes de que Hannibal pudiera decir algo más, unos ladridos los interrumpieron. Cuando miró hacia un lado para buscar la fuente del ruido, descubrió a Winston atado a un árbol no muy lejos de ahí, haciendo uso de todas sus fuerzas para intentar liberarse y acercarse a él. Al ver que no podía, el perro dejó escapar un quejido.

— ¡Paoletta! — escuchó que decía otra voz.

Una mujer Alfa salió de la casita en la granja y fue directo a la joven. Su madre probablemente. Ambas eran bonitas, con el pelo oscuro, ojos castaños y piel ligeramente bronceada.

— Entra a la casa — le dijo la mujer a la chica, que obedeció sin chistar.

Una vez estuvieron solos, la mujer estudió a Hannibal con los hombros tensos, prestando especial atención a su ropa y botas, que claramente eran caras y de buena calidad.

— ¿Con quién tengo el placer de hablar? — preguntó Hannibal con una sonrisa.

La mujer Alfa se relajó un poco.

— Letizia — respondió ella —. ¿Y usted?

— Mi nombre es Hannibal — se presentó él, quitándose el sombrero —. Y él es mi amigo Jack — añadió, señalando con el mentón a Jack, que se había un poco más atrás —. Verá, queríamos preguntarle por el perro.

— ¿El perro? — preguntó Letizia, con el ceño fruncido.

Winston los miraba atento, como si supiera que la conversación se trataba de él.

— Mi esposo lo encontró hace un tiempo — continuó Letizia —. Lo trajo para que sirviera de perro guardián, pero siempre se escapaba, por más que lo atáramos. Un día simplemente desapareció. Creímos que tal vez otro perro más grande lo había matado o algo así, pero hace unos días mi esposo lo encontró cerca del mercado y lo trajo de vuelta. Fue pura casualidad.

— Veo que esta vez si lo ataron bien — comentó Hannibal —. ¿Cómo se llama?

— Nunca le pusimos nombre — dijo Letizia, encogiéndose de hombros —. ¿Puedo saber por qué tanto interés por el perro?

— Verá, mi señora…

Letizia dejó escapar un bufido al escuchar eso.

— “Señora” — se burló ella entre dientes.

Hannibal la ignoró y continuó.

— Quiero comprarle al perro — soltó Hannibal sin rodeos.

— ¿A este perro? — Letizia parecía genuinamente confundida —. Puedo ver que usted y su amigo son personas de dinero. Estoy segura de que podría comprar un perro de raza en lugar de un mestizo como ese.

— Podría hacer eso — aceptó Hannibal —, pero el perro no es para mí, sino para alguien muy especial. Y esa persona quiere a este perro en particular.

Esto solo pareció confundir más a Letizia, pero al menos parecía dispuesta a negociar.

— ¿Cuánto ofrece? — preguntó ella de manera cautelosa.

Hannibal sonrió y su sonrisa no hizo más que ensancharse cuando dijo el precio y escuchó el ruido indignado que se le escapó a Jack al escucharlo.

__________________________________________________

 

— Una pequeña fortuna por un perro sin raza — masculló Jack, a su lado.

— “Pequeña fortuna” es una exageración, ¿no crees Jack? — preguntó Hannibal de buen humor.

Ya casi llegaban al mercado y con suerte Will estaría ahí todavía para poder regresarle a Winston, que caminaba junto a ellos. Hannibal sostenía la cuerda que hacía las veces de correa.

— Con todo respeto, la verdadera exageración es el dinero que le pagó a la granjera por este animal — replicó Jack.

Hannibal no respondió. Hace tiempo que había desistido de explicárselo a Jack.

— Por favor, explícame qué hago aquí todavía — insistió Jack.

— El padre de Will podría estar ahí todavía — le dijo Hannibal —. En ese caso, tú irás a entregarle a Winston. Dile que lo encontraste por ahí, preguntaste por ahí y te dijeron que su dueño trabajaba en el mercado y que viniste a devolverlo.

Jack estaba a punto de protestar, Hannibal lo sabía, pero por suerte ya habían llegado al mercado y, mejor aún, Will estaba solo en el puesto. Hannibal lo vio jugueteando con el perrito de madera, su expresión era una de desolación. La triste imagen hizo que le doliera el pecho.

Él no era el único. En cuanto lo vio, Winston logró zafarse de su agarre y corrió a toda velocidad hacia Will, soltando ladridos felices. La sonrisa de Will al ver a Winston por primera vez en días fue sencillamente preciosa. Hannibal no pudo evitar quedar maravillado por su belleza una vez más.

Hannibal no se acercó más en caso de que el padre de Will o algún conocido estuviera por ahí. Faltaba muy poco para que al fin pudieran hacer pública su relación, no quería arruinar las cosas. En vez de eso, observó a Will, lleno de felicidad ahora que estaba reunido con su amigo.

Will paró sus atenciones hacia Winston un momento para dirigirle una sonrisa luminosa a Hannibal, que sintió que su pecho dolía de nuevo, pero esta vez por un motivo diferente.

— Vamos, Jack — dijo Hannibal —. Ya podemos volver a casa. Peter nos espera.

Caminaron un rato en silencio, hasta que a Hannibal le ganó la curiosidad.

— Dime, Jack, ¿qué te pareció Will? ¿Es cómo te lo imaginabas? — preguntó.

— Tengo que admitir que realmente es hermoso — respondió Jack —. Y entiendo su obsesión por él, mi señor, pero…

— ¿Pero? — preguntó Hannibal con la ceja enarcada.

— Hannibal, sabes que no soy del tipo de persona que trata mal a aquellos que tuvieron menos suerte que yo — le dijo Jack —, pero tengo que preguntar. De todas las personas en esa aldea… ¿Tenías que enamorarte del chico apestoso y lleno de escamas de pescado?

Hannibal no pudo contener la risa. Divisó a Peter y a los caballos un poco más allá.

— Ah, Jack — suspiró Hannibal —. Uno no elige de quién se enamora.

Chapter 17: Capítulo Dieciséis

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Había sido una semana demasiado larga para Hannibal.

Un par de días atrás, se había celebrado el aniversario de una batalla que su padre había ganado antes de que Hannibal y su hermana nacieran. Desde entonces el Gran Ducado había disfrutado de una paz que Hannibal intentaba mantener a como fuera lugar.

Desgraciadamente, a veces era el mismo pueblo el que no parecía querer cooperar.

Ese día había sido declarado festivo y su tío Robert y él habían organizado una ceremonia en el puerto del que la flota de su padre partió hacia la batalla años atrás. Su tío no participó de esa batalla porque había permanecido en la ciudad como regente.

Hubo música y se repartió comida y bebida por toda la ciudad. En general el ambiente fue uno muy animado, pero en lo único en que Hannibal lograba pensar era en la ausencia de las personas que amaba más. Mischa, sus padres, Will… ¡Qué no hubiera dado para que ellos estuvieran a su lado!

Hannibal le había expresado a Will un sentimiento similar el domingo pasado. Una vez acabaron en la pila de heno que ahora sabía que el mismo Will, su chico astuto, se encargaba de llevar y luego reemplazar.

— No puedo hacer nada para traerlos de vuelta — había dicho Will, desnudo entre los brazos de Hannibal —, pero pronto estaré ahí para acompañarte. Y además — agregó, acariciando su rostro — el martes que viene tenemos una carrera de burros a la que asistir.

Hannibal suspiró al recordar esa conversación y la sensación del cuerpo cálido de Will contra el suyo. Apenas era medio día y ya estaba abrumado.

Al día siguiente de la fiesta, se despertó con la noticia de que un grupo de Alfas intoxicados había derrumbado un burdel a las afueras de la ciudad, dejando a sus habitantes en la calle. Cuando la guardia de la ciudad los arrestó, una turba intentó liberarlos porque, al parecer, las acciones del grupo habían sido “moralmente correctas”. En opinión de Hannibal era más bien hipocresía.

No era la primera vez que algo así pasaba por esas fechas cuando se aproximaba la Cuaresma y siempre perpetrado por un grupo de clientes de los burdeles en cuestión. Su padre había puesto mano dura contra esos grupos, por lo que algo así no había ocurrido en años.

Al parecer estaban poniendo al nuevo Gran Duque a prueba y Hannibal les había demostrado que él tampoco toleraría actos como esos. El grupo en cuestión había sido arrestado y condenado a trabajos forzados.

Los panfletos habían empezado a aparecer por la ciudad casi de inmediato. Hannibal intentó ignorarlos… Hasta que apareció uno que estaba seguro hacía referencia a Will.

Más temprano ese día, Hannibal salió de una reunión con su consejo y fue de inmediato a su taller. Estaba ansioso por acabar el autorretrato en el que había estado trabajando. No era ni de cerca el primero que hacía, pero este era especial porque, hasta el momento, era lo más cercano que tenía de un retrato compartido con Will.

El retrato mostraba a Hannibal mirando directamente al espectador, sosteniendo una paleta en una mano y el pincel en la otra, dándole los toques finales a una pintura de Will. En el retrato dentro del retrato, los ojos azul brillante de Will también miraban al espectador.

Su emoción se desvaneció por completo cuando vio las expresiones de su tía Murasaki y Chiyoh, que lo estaban esperando en el taller.

— Tienes que leer esto — dijo Chiyoh sin más, arrojándole un panfleto.

Hannibal no tuvo que preguntar que era. Maldijo para sus adentros al creador de la imprenta, a sus ancestros y hasta su descendencia.

A diferencia de los panfletos anteriores, este no contenía dibujos (si es que a aquello se le podía llamar “dibujos”) sino simplemente un título en letra grande, “Una petición para el Gran Duque”, seguido de la súplica por ayuda de un supuesto trabajador del burdel derrumbado días atrás. Si no estuviera enterado, Hannibal pudo haber creído que era simplemente eso, una súplica. Pero luego llegó aquella parte.

En el último párrafo, el supuesto autor del panfleto le rogaba a Hannibal que no se olvidara de ellos, personas de moral distraída, porque al fin y al cabo no eran tan diferentes de su amante de ojos azules que se ganaba la vida pescando peces mientras que ellos en el burdel se la ganaban “pescando” clientes.

A Hannibal lo invadió la rabia, pero hizo uso de todas sus fuerzas para intentar tranquilizarse y pensar. Obviamente era una referencia a Will, incluso mencionaba su profesión. Pero, ¿cómo? Habían tenido mucho cuidado, o al menos eso creía Hannibal. Recordó la tarde de domingo en el claro en el que creyó escuchar un ruido.

Will y él se lo habían achacado a Winston, pero ahora estaba seguro de que no había sido el perro.

— ¿De dónde salió esto? — preguntó Hannibal a pesar de estar casi seguro de dónde había salido ese panfleto del demonio.

— No lo sé — suspiró Chiyoh —. Es igual que los anteriores. Ninguna marca que identifique la imprenta. Pero sigo estando segura de que es obra de Lounds… Y de Bedelia.

— Debería ir ahora mismo a la imprenta de Frederika Lounds y destrozar su imprenta con mis propias manos — escupió Hannibal, arrugando el panfleto hasta convertirlo en una bola y tirándolo al piso.

— Hannibal, por favor — dijo su tía con voz suplicante, dando un paso hacia él —. No hagas nada apresurado. No sabes si realmente fue cosa de esa tal Lounds o si Bedelia tiene algo que ver. Si vas por ahí haciendo cosas sin pensar, la gente dirá que eres un tirano.

— Eso es precisamente lo que quieren las autoras de estos panfletos — señaló Chiyoh.

— Que Lounds o quien quiera que sea hable de mí todo lo que quiera, pero no permitiré que meta a Will en esto — declaró Hannibal, que empezó a dar vueltas por la habitación, nervioso.

— Tienes que guardar la calma — insistió la tía Murasaki —. Por este tipo de cosas es precisamente no es buena idea casarte con un joven de posición social tal baja. ¡Es la víctima perfecta para este tipo de ataque!

Hannibal se sentó pesadamente en su escritorio y se pasó las manos por el pelo, frustrado. Tenía que resolver esto pronto. No quería atrasar el anuncio de su compromiso ahora que ya casi estaba todo listo, incluso había visitado al orfebre para que hiciera el anillo que planeaba darle a Will. Pero lo último que quería era poner a Will en una posición como esa, expuesto a la crítica pública por culpa de un panfleto escrito por alguien que ni lo conocía.

Le lanzó una mirada anhelante al autorretrato y dejó escapar un suspiro.

— Tengo que hablar con Bedelia — dijo.

___________________________________

Bedelia llegó al palacio más tarde ese mismo día.

Hannibal la recibió en su oficina. Ella iba acompañada de dos asistentes Omega que Hannibal despachó de inmediato. Ahora eran solo ellos dos y Chiyoh, que guardaba absoluto silencio al fondo del despacho, pero estaba muy atenta a todo.

— Me alegró mucho recibir su invitación, Alteza — dijo Bedelia, abanicándose con uno de esos abanicos plegables que eran cada vez más populares.

— No fue ninguna invitación — aclaró Hannibal —. Fue una orden.

Bedelia respondió con una leve inclinación de cabeza.

— ¿Podemos sentarnos? — preguntó ella.

Los dos estaban de pie a ambos lados del gran escritorio. La etiqueta decía que nadie en la habitación podía sentarse a menos que el Gran Duque lo hiciera primero. Hannibal estuvo tentado a decirle que no y permanecer de pie durante esta reunión, solo para molestar a Bedelia, pero al final se sentó y le hizo un gesto con la mano a Bedelia para que hiciera lo mismo.

Hannibal estaba dispuesto a ir directo al grano, pero Bedelia se le adelantó. Desenrolló un pergamino que Hannibal no había notado que llevaba en la mano.

— ¿Qué es esto? — preguntó él con los ojos entrecerrados.

— Un contrato de matrimonio modificado — respondió ella —. Hablé con mis administradores e hicimos unos cuantos cambios al contrato que nuestros padres escribieron. Añadí más tierras a mi dote. Seguro ahora no tienes más motivos para continuar atrasando lo inevitable.

“Impertinente”, pensó Hannibal.

— No estoy atrasando nada, Bedelia — dijo Hannibal, entrelazando las manos frente así —. Nuestro compromiso está roto. Creí que te lo había dejado claro. No es por eso que te llamé aquí.

— ¿Por qué, entonces?

— Sabes muy bien por qué — contestó Hannibal, metiendo la mano en el cajón de su escritorio y sacando el panfleto arrugado. Se lo mostró a Bedelia.

Hannibal tenía que darle crédito. La expresión de ella permaneció neutral.

— ¿Qué se supone que estoy viendo? — preguntó Bedelia.

— Calumnias y más calumnias — respondió él —. Unas que tú estás financiando.

— ¿Yo? Usted me conoce, Alteza. Soy una dama. Una que jamás se asociaría con publicaciones de mal gusto como esa.

— Porque te conozco es que sé que estás dispuesta a todo para conseguir lo que quieres. Aunque debo admitir que no te creí capaz de caer tan bajo.

Bedelia apretó los labios, molesta.

— Si hablamos de caer bajo, Hannibal — dijo ella —, no hay que irnos muy lejos. Tú pasaste de estar comprometido con una condesa de crianza y educación superior a revolcarte con un pescador cualquiera.

— No hables de él de esa manera — le advirtió Hannibal.

— ¿Por qué? ¿Acaso no es la verdad? ¿No es él un pescador y yo una condesa?

— Él pronto será mi consorte y tendrás que inclinarte ante él.

— Creí que eras un hombre sabio como tu padre. ¿No te das cuenta del escándalo que vas a causar poniendo a un Omega de reputación dudosa en el trono?

— Él no es de reputación dudosa. Él es un hombre trabajador que se gana la vida de manera honrada.

— No es lo que los panfletos dicen — replicó ella —. Sean verdad o no, las historias así se esparcen muy rápido…

— Más te vale que detengas esto, Bedelia. No sabes la magnitud del problema que puedes causar.

— El que parece que no lo sabe eres tú. ¿Por qué complicar tu vida cuando hay una solución sencilla? Cásate conmigo como deseaba tu padre y mantén a tu pescador a escondidas. Me haré de la vista gorda. Lo único que pido es que nuestros hijos sean los únicos herederos. No quiero que tengan que compartir lo que les pertenece con bastardos.

— ¿Es que no tienes respeto por ti misma? — preguntó Hannibal con desagrado.

Bedelia se encogió de hombros.

— He llegado a aceptar que eso es simplemente lo que hacen los Alfas.

Hannibal no estaba de acuerdo. Su padre no le faltó el respeto a su madre de esa manera y Hannibal tampoco haría tal cosa.

— ¿Qué es lo que quieres, Bedelia? ¿Oro, tierras, un título nuevo?

— Quiero ser Gran Duquesa como deseaban mis padres y los tuyos.

— No lo serás. Nunca — declaró Hannibal.

— Pues entonces, Alteza — dijo Bedelia, arrastrando las palabras —, le deseo mucha suerte a su pescador. Ya veremos si soportará las barbaridades que dirán de él.

Notes:

Grupos de gente destruyendo burdeles es algo que ocurrió más de una vez en el Londres del siglo XVII antes de la Cuaresma. También se repartían panfletos con peticiones falsas supuestamente escritas por las ocupantes de los burdeles atacados, pero en realidad eran una forma de criticar al gobierno.

Wow, supongo que ahora doy clases de historia en las notas de los fanfics lol.

Chapter 18: Capítulo Diecisiete

Notes:

Advertencia de contenido: Intento de abuso sexual por parte de Mason Verger (pero no llega a ocurrir).

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Su reunión con Bedelia no había llegado a nada.

Lo que más quería Hannibal era encerrarla a ella y su cómplice, Freddie Lounds, en un calabozo, pero hacer eso sin pruebas no haría más que arruinar su imagen. Chiyoh le había prometido hacer todo lo humanamente posible para encontrar dichas pruebas, pero no había tenido suerte hasta ahora.

Su único consuelo por el momento era que al fin era domingo y que no tendría que esperar una semana para volver a ver a Will, puesto que el carnaval y la carrera de burros tomarían lugar el martes previo a la Cuaresma.

Ese domingo, Hannibal se levantó temprano y asistió a misa con sus tíos. Al volver a palacio, compartieron un desayuno ligero y finalmente Hannibal se retiró a su estudio. Apenas era media mañana y no se reuniría con Will hasta la tarde, así que aprovecharía para terminar sus trabajos pendientes.

No llevaba mucho tiempo en ello cuando escuchó una conmoción afuera. Creyó escuchar la voz de Brian, uno de sus guardias y la de Peter, el mozo de cuadra. Qué raro. Hannibal decidió asomarse para investigar.

— Te dije que…— estaba diciendo Brian, pero se interrumpió al ver a Hannibal.

En efecto se trataba de Brian y Peter.

— Alteza — dijo Brian, haciendo una reverencia —. Discúlpeme. Le estaba explicando a Peter que usted pidió que no lo molestaran…

— ¡Mi señor! — exclamó Peter, arrodillándose frente a él —. Mi señor, por favor, permítame hablar con usted. ¡Es un asunto importante!

— Peter, ya te dije que las cosas del establo son asunto del caballerizo, no del Gran Duque…

— ¡No lo entiendes! — insistió Peter —. Alteza, escúcheme, se lo ruego…

Era una situación de lo más extraña. Peter era un hombre tranquilo que no se metía con nadie ni causaba problemas. Algo realmente debía estar mal para que se pusiera así.

— Está bien, Peter — dijo Hannibal, abriendo más la puerta de su taller —. Vamos a hablar, pasa.

Peter se puso de pie. Tomó la mano de Hannibal y besó su anillo.

— Señor — dijo antes de entrar al taller.

Hannibal cerró la puerta tras ellos.

— Dime, Peter, ¿qué te tiene tan preocupado?

— E-el señor Ingram — respondió Peter, retorciendo su sombrero entre las manos de forma nerviosa.

— ¿Volvió a pegarte? — preguntó Hannibal con voz severa.

El señor Ingram era el encargado de los establos del palacio. Era buen trabajador, pero a Hannibal no le gustaba la forma en que trataba a las personas a su cargo. En una ocasión le había dado una paliza a Peter porque lo encontró dándole de comer a un ratón. Mischa se enteró de eso y se lo contó a su padre, que se puso furioso y amenazó a Ingram con echarlo a la calle si volvía a hacer algo así.

— N-no, no, señor — le dijo Peter —. El señor Ingram ha estado recibiendo visitas de Cordell…

— ¿Cordell? ¿El sirviente de Mason Verger?

— Sí, mi señor. No confío en esos dos, así que los escuché a escondidas y… y…

— ¿Qué, Peter?

— El señor Ingram le ha estado contando a Cordell a dónde va usted todos los domingos. Y hoy d-dijo que su señor Verger irá a buscar al chico hoy.

Hannibal sintió que se le enfriaba la sangre. ¿Acaso el chico era Will?

— ¿A dónde, Peter? — preguntó Hannibal, dando un paso repentino hacia adelante y tomando al mozo de cuadra por los hombros — ¿A dónde dijo que irá a buscarlo?

— D-dijo que irá a buscarlo a un granero con el techo rojo…

Peter no había terminado de hablar cuando Hannibal ya estaba saliendo de la habitación a toda velocidad.

____________________________________________________

Mason no podía esperar a llegar a ese granero decrépito en el que, según le informó Cordell, Hannibal se encontraba con aquel campesino todos los domingos.

No era difícil adivinar qué hacían allá.

Se había enterado de que su hermana y la idiota de su esposa se habían dado a la tarea de convertir al joven en un caballero respetable porque, según ellas, Hannibal planeaba casarse con él. Puras patrañas. No creía que Hannibal fuera tan imbécil como para poner a un campesino en el trono.

O tal vez sí lo fuera. Mira que romper un compromiso con una Omega de buena crianza y tanto dinero como Bedelia Du Maurier.

Mason había intentado aprovecharse de la situación y envió un emisario a casa de Bedelia con una propuesta de matrimonio para ella. La muy perra se había reído en la cara de su mensajero. Al parecer seguía esperando que Hannibal se cambiara de opinión y reanudara el compromiso.

Su deseo bien podría hacerse realidad cuando Hannibal se cansara del campesino. Mason seguía albergando serias dudas acerca de la historia de que iban a casarse. ¿Por qué haría eso? Podía entender perfectamente que se lo follara. El joven era hermoso, de eso no cabía duda, pero un Alfa en una posición tan alta como Hannibal podía tener tantos Omegas para calentaran su cama como quisiera además de un consorte apropiado.

Mason soltó un bufido. A veces olvidaba que a Hannibal le gustaba jugar a ser “honorable”. Un pretencioso es lo que era, igual que su padre.

En todo caso, Mason le daría una lección.

Cordell había descubierto la rutina de Hannibal los domingos. El plan era que este se quedaría atrás y se inventaría algo para atrasarlo, dándole tiempo de sobra a Mason de emboscar al chico.

Mason se preguntó si habría algún intercambio de dinero entre Hannibal y el joven o si el campesino ese simplemente era un puto que se acostaba con cualquiera. ¿Se abriría fácilmente de piernas para él como estaba seguro de que hacía con Hannibal? La verdad es que Mason esperaba que no. Le gustaba más cuando se resistían.

Ya se lo imaginaba. El chico lucharía, pero al final no podría contra él. Gritaría y lloraría y Mason se deleitaría lamiendo sus lágrimas. Casi podía saborearlas. Una vez que acabara con él, se aseguraría de cortarle la lengua para que no fuera de chismoso a contárselo a Hannibal. Pero aunque lo hiciera, nadie le creería.

Mason era una persona importante y su palabra valía más que la de un campesino cualquiera.

Clavó las espuelas en los costados de su caballo para que fuera más rápido. Ojalá pudiera quedarse para ver la cara de Hannibal cuando encontrara a su chico, completamente arruinado por Mason.

Se entretuvo tanto imaginándose esa escena que no escuchó el ruido de otro caballo acercándose rápidamente hasta que fue tarde.

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El viento hizo que el cabello de Hannibal le golpeara el rostro. Se sentía casi como un látigo. Cabalgaba rápido, demasiado rápido para ser considerado prudente, pero no tenía tiempo que perder. Tenía que llegar con Will antes de que Mason lo encontrara, o si no… No podía ni pensarlo.

El esfuerzo al que estaba sometiendo a su caballo valió la pena cuando divisó a Mason en el camino frente a él. Hannibal cabalgó más rápido aún hasta que ambos caballos estuvieron lado a lado y pudo tirar a Mason del suyo de un tirón.

— ¡Mierda! — exclamó Mason al caer.

Hannibal finalmente detuvo al caballo y desmontó. No perdió el tiempo. Fue hasta Mason y tiró del cuello su camisa hasta ponerlo de pie bruscamente. Hannibal le pegó tan fuerte con la fusta en la cara que Mason volvió a caer.

— Hijo de puta — escupió Mason.

— No metas a mi madre en esto — ladró Hannibal, levantando a Mason a la fuerza una vez más —. Criatura asquerosa.

Mason escupió una bola de saliva sanguinolenta.

— ¿Todo esto es por aquel campesino? — preguntó Mason con una sonrisa de lo más desagradable. Hannibal notó que se había roto un diente —. No seas egoísta, Hannibal. Yo solo quería darle una probadita. Prometo que no iba a lastimarlo… demasiado.

Mason comenzó a reír como si hubiera dicho algo graciosísimo y para nada reprensible. Fue suficiente para Hannibal. Sacó el cuchillo que llevaba en el cinto y, lleno de furia y odio, le abrió la garganta a Mason con él. Un chorro de sangre le dio lleno en la cara, manchando su ropa y cabello.

Hannibal soltó a Mason y este cayó pesadamente sobre la tierra. El corte en su cuello era tan profundo que le cercenó la yugular, la tráquea y el esófago. Si Hannibal hubiera aplicado un poco más de fuerza, podría haberlo decapitado.

Pero increíblemente, Mason seguía vivo.

De su garganta abierta se escapaba un silbido nauseabundo. Un charco de sangre se formó casi de inmediato bajo él. Pero pronto, los ruidos de Mason se fueron apagando hasta detenerse por completo. Su sangre, sin embargo, avanzó sin tregua. Casi alcanzó la punta de la bota de Hannibal, que observó la escena con la respiración acelerada. Era una imagen terrible e hipnótica.

Hannibal se apoyó contra un árbol para intentar recuperar el aliento. Una vez que lo logró, vio que el caballo de Mason no se había ido muy lejos. Fue hasta el animal y revisó la alforja. Encontró cuerdas, una navaja y una pistola de rueda. Hannibal tenía una de esas también, pero en su apuro por salir del palacio no había pensado en armarse.

Si llevaba el cuchillo era solo porque había empezado a practicar tallar madera con Will. Las cosas podían haber salido muy mal… Pero eso ya no importaba. Lo que importaba era que Will estaba a salvo. Ahora tenía que deshacerse del cadáver.

Hannibal se acercó a la figura inerte de Mason, alzándose sobre su enemigo derrotado de forma imponente. Sus orificios nasales se ensancharon. El olor de la sangre era intenso. Por un brevísimo momento Hannibal se imaginó a sí mismo enterrando la mano en el pecho de Mason para arrancar su corazón y comiéndoselo crudo.

Escupió. Mason era un ser inmundo. Ni con todas las especias del mundo podría saber bien, peor aún crudo.

Hannibal recogió el cadáver y se lo echó al hombro como si fuera un saco de harina. Luego lo colocó sobre el lomo de su caballo, asegurándolo con las cuerdas que encontró en la alforja. Una vez que estuvo seguro de que no se caería, Hannibal se subió a su propio caballo y guio al de Mason por las riendas.

Por suerte este pasaje era muy poco concurrido.

Cabalgó por un rato hasta llegar a un terreno completamente vacío. Tierra estéril. No había señales de personas o animales domésticos. Con suerte, las aves de carroña encontrarían a Mason primero.

Hannibal desató el cuerpo y lo dejó tirado entre la maleza. Luego fustigó con fuerza al caballo de Mason, que huyó soltando relinchos asustados.

Con una última mirada al fallecido, Hannibal montó su caballo y se alejó de ahí.

_______________________________________________

Will estaba sentado sobre un tronco caído, tallando otro perro de madera, cuando Hannibal finalmente llegó al granero. Se puso de pie de un salto cuando lo vio.

— ¡Hannibal! — exclamó con una sonrisa, corriendo hacia él — Estaba empezando a creer que me habías dejado plantado. ¿Por qué te tardaste tanto?

Hannibal no respondió, sino que tomó a Will entre sus brazos y lo apretó contra su cuerpo. Se había tardado más en llegar porque encontró un riachuelo y aprovechó para lavarse la sangre de Mason de encima. El jubón y la camisa de lino que llevaba puestos cuando mató a Mason estaban totalmente arruinados. Tendría que quemarlos. Por suerte llevaba una camisa extra en la alforja.

— ¿Hannibal? — preguntó Will con tono preocupado — ¿Qué pasó?

“Yo pasé”, pensó él, pero no lo dijo.

— Perdóname por hacerte esperar tanto, mi amor — se disculpó con la nariz enterrada en los rizos de Will. Su aroma lo tranquilizó un poco.

Will no dijo nada, pero estaba claro que no estaba del todo convencido. Aun así, le dio un beso en la mejilla a Hannibal y se hundió más entre sus brazos.

— ¿Quieres que vayamos al arroyo? — preguntó Will.

— Solo quiero estar contigo — respondió Hannibal en voz baja.

— Entremos al granero entonces — sugirió Will —. Estaremos más cómodos ahí.

Will lo guio de la mano hasta el granero, donde ambos se dejaron caer en la pila de heno. Una vez más, Hannibal envolvió a Will en un abrazo y lo marcó con su aroma. De la nada, Will empezó a ronronear. Los ojos de Hannibal se llenaron de lágrimas. Su Omega estaba haciendo eso en un intento de hacerlo sentir mejor.

Nunca había amado a alguien de la forma en la que amaba a Will.

Notes:

Ugh, admito que me sentí un poco sucia después de escribir del punto de vista de Mason.

En otros temas. Las armas de fuego son mucho más antiguas de lo que mucha gente cree. Por ejemplo, el primer crimen con arma de fuego registrado en Londres ocurrió el 13 de Noviembre de 1536. Fue el asesinato de Robert Pakington y se usó una pistola de llave de rueda como la que menciono en este capítulo.

Chapter 19: Capítulo Dieciocho

Notes:

¿Alguna vez se han puesto a pensar en lo aburrida que debía ser la vida en la época del Renacimiento? En especial si eras de las clases más bajas y tenías muchas menos opciones de entretenimiento.

En fin, cosas raras en las que pienso a veces.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Hannibal observó con curiosidad casi mórbida los torpes intentos del hombre por subirse al burro. Estaba casi seguro de que estaba borracho. De hecho, ambos jinetes parecían estar intoxicados, pero al menos el otro había tenido mejor suerte con su burro.

El otro animal iba avanzando. Lento y de mala gana, pero avanzaba. En general no era una carrera muy emocionante, pero los demás espectadores celebraban y gritaban palabras de aliento a su jinete favorito.

Finalmente, el hombre logró subirse al burro. El problema era que el burro se negaba a avanzar. No importaba cuánto le pegaran o lo insultaran, el animal no se movía.

El otro burro iba acercándose a la meta cuando el burro terco finalmente decidió moverse. Desafortunadamente para su jinete, el animal pasó de no querer caminar a querer correr. Con un sonoro rebuzno, la criatura comenzó a correr tan rápido y de manera tan repentina que hizo que su jinete cayera boca abajo en la pista enlodada en la que estaba teniendo lugar la carrera.

El animal, ahora sin jinete e ignorante de todo, cruzó fácilmente la línea de meta solo un par de minutos antes que el burro que sí tenía jinete.

Ver a un hombre que acaba de caerse de un burro intentando ponerse de pie como si de la tarea más difícil del mundo se tratara hizo que Hannibal reflexionara sobre la vida.

Había decidido no ir al teatro esa tarde para poder asistir a la carrera. Ahora podía imaginarse a sus tíos y Chiyoh disfrutando del fino espectáculo mientras él, un Gran Duque de la augusta casa Lecter, estaba parado en medio de un campo lodoso, rodeado de gente que no se ponía de acuerdo de si contaba o no como victoria cuando no ibas montado en el burro que cruzó la meta.

Una mano tomando la suya interrumpió sus reflexiones. Sus ojos se encontraron con los de Will, que estaba a su lado, sonriendo. Hannibal no pudo evitar sonreír también.

La sonrisa de Will, decidió, hacía que valiera la pena ser espectador de mil carreras desastrosas como esta.

— Volvamos al granero — sugirió Will cuando un grupo de músicos bajo la sombra de un árbol comenzó a tocar.

Regresaron a su refugio tomados de la mano. Estaban lo suficientemente lejos de la aldea de Will que esto no sería problema. Sus padres y vecinos asistían al carnaval local. La única excepción fue la señorita Katz, (o Beverly, como ella misma pidió que la llamara) a quien había conocido más temprano ese día.

Desgraciadamente, ella tuvo que retirarse antes de la carrera. Pero eso estaba bien. No se había perdido de nada.

— Lo siento — se disculpó Will —. Prometo que no todas las carreras de burros son así de terribles.

— Me imagino que no — respondió Hannibal con una sonrisa —. Pero sigo prefiriendo las de caballos. No puedo esperar para mostrarte.

Llegaron al granero. Hannibal se sentó en la pila de heno y tiró de Will para sentarlo en su regazo.

— Tengo algo para ti — le dijo al oído. Sintió que Will temblaba.

— ¿Es lo que estoy pensando? — preguntó Will mientras le acariciaba una pierna.

Hannibal rio suavemente.

— Creo que no — dijo, metiendo una mano en un bolsillo interno de su chaqueta —. Yo me refería a esto.

Del bolsillo sacó una bonita caja de madera decorada con la imagen de un ciervo negro. La caja cabía en la palma de la mano de Hannibal, que la abrió para revelar el hermoso anillo adentro.

— Es hermoso — dijo Will en un susurro maravillado.

El anillo consistía en una banda de oro con la imagen de un ciervo negro como un cuervo con un zafiro azul brillante entre sus astas, en la boca sostenía una hoja echa con una esmeralda y sus ojos eran dos diminutos rubíes, rojos como la sangre.

— Lo diseñé yo mismo — le respondió Hannibal, contento de que a su Omega le gustara el regalo —. Es tu anillo de compromiso.

Will acarició una de las astas del ciervo con cuidado. Casi parecía temeroso de romperlo.

— Nunca me has contado por qué te gustan tanto los ciervos — comentó Will, aún con la vista fija en el anillo.

Era verdad. Will sabía que el escudo de armas personal de Hannibal era diferente que el de su casa pero no el porqué. El escudo de Hannibal consistía en un ciervo tripante de sable sobre un campo de argén. El mismo que adornaba la caja y el anillo.

— Cuando Mischa y yo éramos niños, acompañábamos a nuestros padres en excursiones de caza — explicó Hannibal —. En una ocasión, el grupo avistó un enorme ciervo negro.

— No sabía que existían ciervos de ese color — dijo Will.

— Existen, pero son muy raros. Por ese motivo, el grupo redobló sus esfuerzos para cazarlo. Y casi lo logran. En su desesperación, la criatura corrió con todas sus fuerzas hacia el carruaje en el que estábamos Mischa, nuestra madre y yo. Se echó temblando junto a nosotros. Mi hermana tenía ocho años en ese momento. Lloró cuando vio al animal aterrado y le suplicó a nuestros padres que lo dejaran vivir.

— ¿Y lo hicieron? — preguntó Will.

— Sí. Mi padre consiguió un collar para el ciervo. Lograron atraparlo solo lo suficiente para ponérselo. Así todos sabrían que hacerle daño a ese animal estaba prohibido. Pero no acabó ahí — añadió —. No nos dimos cuenta hasta después, pero el ciervo nos siguió de vuelta al palacio. Sabíamos que era el mismo por el collar. Lo vimos muchas veces merodeando a la orilla del bosque que rodea el palacio y a veces llegaba hasta el jardín. Dejaba que Mischa y yo nos acercáramos a él e incluso comió de nuestras manos un par de veces.

— Es casi como si supiera lo que hicieron por él — señaló Will.

— Me gusta creer que sí. Los animales pueden llegar a ser muy listos.

— ¿Y qué pasó con el ciervo?

— Un día regresó al bosque y no volvimos a verlo. Lo más seguro es que haya muerto ya.

— Eso explica por qué elegiste al ciervo, pero, ¿por qué parece que tiene plumas?

— En heráldica es poco común usar el negro para un animal como el ciervo. Usualmente se usa para osos, jabalíes, osos o cuervos. Decidí agregarle plumas como una especie de justificación.

Will dejó escapar una risita.

— Tengo que admitir que es ingenioso — dijo, cerrando la caja con el anillo —. No puedo usarlo todavía. ¿Lo guardarás por mí? — pidió, tomando una las manos de Hannibal con la suya.

— Lo haré — prometió Hannibal, guardando la cajita de nuevo en el bolsillo de la chaqueta.

— Falta poco — dijo Will en voz baja, más para sí que para Hannibal.

— Sí — suspiró Hannibal —. Pronto. Mientras tanto — añadió, acariciando el muslo de Will —, podemos entretenernos este martes de carnaval.

Con la rapidez con la que se deshicieron de su ropa, era un milagro que esta no quedara hecha jirones.

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Al estar a punto de entrar en Cuaresma, era normal que la gente se atiborrara de comida durante el carnaval. Esta ocasión sería diferente. El palacio ducal seguía de luto por la pérdida del Gran Duque, la Gran Duquesa y su hija, la princesa. Sin mencionar el asesinato de Mason Verger, cuyo cadáver había sido encontrado tan solo el día anterior.

Era una cosa terrible, pero la vida seguía.

En lugar de un gran festín, la tía Murasaki organizó una cena e inventó a un pequeño grupo de gente cercana a la familia. Alana y Margot usualmente estarían en la lista, pero en ese momento se encontraban de luto por su pariente asesinado.

A Hannibal le daban ganas de reírse solo de pensar en eso. Si algo sentían ellas por la muerte de Mason, dudaba de que fuera luto o dolor. Ninguna persona que hubiera tenido el “placer” de conocer a Mason estaba de luto de verdad en ese momento, de eso estaba seguro.

Otra ausencia notable en el festín era Bedelia. Todos sabían el motivo, así que Hannibal esperaba que todos fueran lo suficientemente listos para evitar el tema. Por supuesto, a estas alturas, Hannibal ya debía haberse dado cuenta de que era mala idea contar con la inteligencia de algunas personas.

— No pude evitar notar que la Condesa Du Maurier no nos honró con su presencia esta noche — comentó Chilton, que al parecer encontraba la cena aburrida.

— Ella y yo hemos tenido nuestras diferencias como bien sabes — respondió Hannibal, tomando un sorbo de vino.

— No puedo culparla — dijo Chilton al mismo tiempo que los sirvientes empezaban a retirar los platos —. Yo también estaría muy molesto si me cambiaran por alguien… más humilde.

Hannibal apretó su copa de vino, pero no dijo nada.

— Dicen que el chico es tan hermoso que no parece de este mundo. ¿Es eso cierto, Hannibal? — preguntó Anthony, sentado un poco más allá en la larga mesa.

— Es verdad, Anthony — confirmó Hannibal con una sonrisa —. Honestamente, ni yo lo creería si no hubiera visto su belleza con mis propios ojos.

Con el rabillo del ojo, vio que Chiyoh ponía los ojos en blanco, pero la ignoró.

— Ojalá que eso fuera todo lo que dicen de él — dijo Chilton, como quien no quiere la cosa. Hannibal sabía bien que ese no era el caso.

— ¿Y qué dicen de él, Frederick? — preguntó Hannibal, aunque sabía que eso era lo que quería Chilton. No pudo evitarlo.

— ¿No ha leído los panfletos anónimos, mi señor? — preguntó Chilton —. Circulan rumores de que se junta con gente de reputación dudosa y que cuando la pesca es mala, presta sus… “servicios” en burdeles. Son solo rumores infundados, claro — añadió rápidamente Frederick ante la mirada furiosa que dedicó Hannibal.

Justo en ese momento aparecieron los sirvientes para servir el siguiente plato: lengua de flamenco. Hannibal sintió un deseo repentino de arrancar las lenguas mentirosas de Bedelia y Freddie Lounds. Se la arrancaría a Chilton también por repetirlas. Las serviría con una salsa de cebolla y hongos y… Sacudió la cabeza. ¿De dónde había salido tal pensamiento?

— No he tenido el placer de conocer a ese joven — dijo Bella, que no había participado mucho en la conversación —. Pero sé que si Hannibal lo eligió, debe ser excepcional.

Hannibal le lanzó una sonrisa agradecida.

— Lo es, Bella — dijo —. Te lo aseguro. Y pronto todos lo conocerán. Dejaremos pasar el tiempo de reflexión que es la Cuaresma y la Semana Santa antes de celebrar nuestro compromiso.

Continuaron comiendo en calma. El tema del compromiso quedó olvidado por el momento. Jack se interesó en el cambio de encargado del establo.

— El señor Ingram abandonó su puesto sin avisar a nadie — le explicó el tío Robert —. Ya habíamos tenido problemas con él antes y esta fue la gota que derramó el vaso. Aunque aparezca de nuevo, él ya no trabaja más aquí.

“No tienes que preocuparte por eso, tío”, pensó Hannibal. “Clark Ingram se está pudriendo bajo tierra ya. Es lo mismo que le pasara a cualquiera que se atreva a poner a Will en peligro.”

Hannibal había buscado a Ingram en los establos la noche del domingo. Le pidió que lo acompañara al bosque con la excusa de que su caballo había perdido una herradura ahí y necesitaba su ayuda para recuperarla. Fue ahí que le rebanó el cuello con el mismo cuchillo que a Mason y lo enterró en una tumba poco profunda.

— Me alegra que Peter sea el encargado ahora — comentó Bella —. Él es mucho más gentil con los caballos.

Para cuando llegó el postre, el tema de la conversación había cambiado a la repentina desaparición de Cordell, el fiel sirviente de Mason Verger.

— Estoy casi seguro de que esa desaparición tras la muerte de Mason no es coincidencia — dijo Jack mientras tomaba un sorbo de vino —. Creo que él lo mató y por eso huyó.

“Y si sabe lo que es bueno para él, no regresará jamás”, reflexionó Hannibal. “A menos que quiera acabar igual que Mason e Ingram”.

Notes:

*En heráldica, el color negro es conocido como "sable" y el blanco o plata como "argén."
"Tripante" quiere decir que el animal camina con la pata derecha levantada y las demás en el suelo.

Inspiración para el anillo: https://www.tumblr.com/life-imitates-art-far-more/772025226079961088?source=share

Descubrí que las carreras de burros eran un entretenimiento común en esos tiempos y por algún motivo, pensé que eso era graciosísimo lol.

Chapter 20: Capítulo Diecinueve

Notes:

:(

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Chapter Text

El versículo de la Biblia se repetía constantemente en la mente de Hannibal mientras dibujaba.

“Y miré, y he aquí un caballo pálido: y el que estaba sentado sobre él tenía por nombre Muerte.”*

Era precisamente lo que representaba el dibujo. Un caballo pálido salía de las sombras creadas por el carboncillo. Su jinete estaba envuelto en una túnica oscura y sostenía una guadaña en una mano. El rostro del jinete era cadavérico, pero era fácil de ver que se trataba del mismo Hannibal.

Se preguntó si la expresión en el jinete del dibujo fue la misma que vieron Mason e Ingram antes de morir.

Mientras Hannibal agregaba sombras y detalles a la horda de demonios que seguía al caballo pálido, la puerta de su taller se abrió de golpe. Levantó la vista, molesto, para regañar al maleducado que lo interrumpió. Sin embargo, el regaño murió en su boca al ver que se trataba de Chiyoh y que su expresión no auguraba nada bueno.

— Hannibal — dijo ella en tono vacilante.

— ¿Qué ocurre? — preguntó él tratando de mantener la calma. ¿Habría pasado algo con su tío? Había sufrido otro ataque de gota recientemente, pero parecía estar mejorando.

Chiyoh tragó, pero no dijo nada.

— Habla de una vez — le exigió Hannibal, poniéndose de pie y acercándose a ella. Tenía que saber qué estaba pasando.

— Sucedió lo que tanto temíamos — respondió ella al fin, sacando un papel de entre los pliegues de su ropa.

Hannibal le arrebató el papel. Ya sabía lo que encontraría, pero aun así sintió que el aire abandonaba sus pulmones al leer el panfleto. El panfleto que se refería a Will por nombre y el titular aseguraba que era un bastardo.

“La madre de Will Graham lo abandonó cuando él apenas era un bebé para irse con otro Alfa”, decía el panfleto. “William Graham, padre de Will, se fue de su pueblo natal para huir de su reputación de cornudo, llevando a su hijo con él… Excepto que puede que ese hijo no sea suyo. Algunos de los antiguos vecinos del señor Graham dudan de la paternidad, lo cual no es de extrañar, dado que la madre de Will mantuvo una relación extramarital por meses antes de huir con su amante. No sería una exageración decir que Will Graham (de quien se dice está próximo a comprometerse con el Gran Duque) podría ser fruto de la ya mencionada relación extramarital. Pueblo de este maravilloso Gran Ducado, ¿es esto lo que queremos? ¿Que un pescador bastardo se siente el trono ducal? Le rogamos a su Alteza, el Gran Duque Hannibal Lecter, que recapacite, que respete a su pueblo y la memoria de su fallecida familia. Un palacio no es lugar para un bastardo”.

El texto estaba acompañado por una ilustración de pésima calidad de un hombre con cuernos en la cabeza sosteniendo un bebé de ojos azules. Hannibal suponía que el bebé representaba a Will y el hombre cornudo a su padre.

— Es una vulgar mentira — dijo Hannibal, tratando de mantener la calma, pero seguro de que Chiyoh detectaba su angustia —. Will es igual a su padre, el señor Graham. Los mismos ojos, el cabello. Es verdad que su esposa se fue con otro, pero él jamás dudó que Will fuera su hijo.

Hannibal se pasó las manos por el cabello.

— Si esto llega a oídos del padre de Will… — su voz se fue apagando.

— Me dijiste que la mayoría de las personas de la aldea son analfabetas — dijo Chiyoh —. Puede que ni se enteren de esto. Las personas de la ciudad y los nobles son otra historia. Por más que sean mentira, esas cosas serán usadas en contra de Will. Lo lamento, Hannibal — añadió ella en voz baja —. Te prometí que atraparía a la persona responsable de esto y no lo logré.

— Hiciste todo lo posible — le aseguró Hannibal, tomando asiento en su escritorio una vez más —. A pesar de todo, tengo que admitir que Freddie Lounds es astuta de verdad.

— Ha sabido mantenerlo todo bien escondido — estuvo de acuerdo Chiyoh —. Registré su imprenta y no encontré nada que la incriminara. Ella asegura que no gana nada publicando esos volantes. Aparecen de la noche a la mañana sin nadie que los venda.

— Por eso sabemos que tiene un mecenas y con toda seguridad se trata de Bedelia. Nuestra última conversación fue prácticamente una confesión.

— ¿Qué harás ahora? — le preguntó Chiyoh.

Hannibal dejó escapar un suspiro profundo.

— Se aproxima la Pascua — respondió —. Planeaba anunciar mi compromiso con Will después de eso e instalarlo a él y a su padre en la casa que le alquilé a Jack mientras se organizaba la boda. Dadas las circunstancias, creo que el anuncio no será bien recibido.

— No, no lo creo.

— Será mejor aplazarlo todo hasta que se calmen las aguas.

Pero Hannibal no tenía idea de cuándo sería eso. La gente era muy inconstante. Otro escándalo podría ocurrir el día mañana y todos se olvidarían de ese rumor infundado de que Will era bastardo. O podían pasar años antes de que dejaran de aferrarse a información falsa.

Hannibal soportaría todo tipo de insultos a su persona con tal de estar con Will, pero no toleraría lo mismo hacia Will. Cerró los ojos y trató de tranquilizarse pensando que solo se trataba de un atraso y no una cancelación de todos sus planes. Will y él estarían juntos. Solo tenían que ser pacientes.

Tenía que encontrar la forma de deshacerse de Freddie Lounds.
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Will estaba echado sobre el heno en el granero cuando escuchó el sonido de un caballo aproximándose. Sonrió. Hannibal había llegado por fin.

Se puso de pie y salió del granero para recibirlo, pero la sonrisa desapareció de su rostro cuando vio la expresión en el rostro de Hannibal.

Esperó a que desmontara y atara su caballo antes de acercarse.

— ¿Qué pasa? — preguntó. Hannibal estaba obviamente preocupado por algo, y por extensión, Will lo estaba también.

En lugar de responder, Hannibal lo tomó de la mano y lo condujo al tronco caído que solían usar como asiento. Una vez tomaron su lugar en el tronco, Hannibal sacó un papel doblado de su manga.

— Hace tiempo que unos panfletos anónimos rondan por la ciudad — dijo sin mirar a Will a los ojos —. En su mayoría son críticas y mentiras acerca de mí.

— Lo sé — respondió Will —. Ya me lo habías dicho.

— Pero no te lo dije todo, Will — reveló Hannibal, sus ojos encontrando los de Will al fin —. Al principio se trataba solo de mí, sí, pero pronto empezaron a mencionarte a ti.

Will dio un respingo.

— ¿A mí? — preguntó — Pero, ¿cómo…?

— Al principio no te mencionaban por nombre — le explicó Hannibal —. Pero había referencias a ti y a tu trabajo. Intenté encontrar a los responsables, pero no he podido hacerlo hasta el momento. Y el panfleto más reciente… Habla de un rumor acerca de ti.

— ¿Rumor? ¿Qué rumor? — preguntó Will, alarmado.

Vio a Hannibal tragar saliva antes de abrir el papel doblado y mostrárselo. Will lo tomó y empezó a leer. No era un texto largo, pero tardó un poco en leerlo dado que había aprendido a leer recientemente.

El temblor en sus manos empeoraba con cada línea que leía y para cuando acabó, sus ojos estaban llenos de lágrimas.

— No soy un bastardo — dijo con voz tensa.

— Lo sé, Will, lo sé — le aseguró Hannibal en voz baja.

— ¿De dónde sacaron esta historia? — exigió saber, arrugando ese maldito papel con una mano — ¿Cómo saben dónde nací?

— Al parecer esta persona nos ha estado siguiendo e investigó tu pasado y el de tu padre — respondió Hannibal.

— No soy un bastardo — repitió Will —. Es una mentira.

No era la primera vez que lo llamaban así, así como tampoco la aldea en la que vivía actualmente era la primera a la que se habían mudado. En las anteriores, los adultos se reían a espaldas de su padre y lo llamaban cornudo. Sus hijos eran menos discretos. Lo llamaban bastardo e hijo de prostituta a la cara.

Lo llamaron así tantas veces que Will empezó a creer que era cierto. Cuando se lo contó a su padre llorando una vez mientras pescaban en un lago cerca de casa, tomó a Will de los hombros y lo hizo ver su reflejo junto al suyo en la superficie cristalina del lago.

— Mira, Will — le había dicho su padre —. Si fueras un bastardo, ¿nos pareceríamos tanto tú y yo? El cabello de tu madre era más claro que el tuyo y completamente liso. Sus ojos eran verdes, no azules. ¿De dónde más sacarías esos rasgos sino de mí?

— Yo sé que no lo eres, Will — dijo Hannibal, tomando una de sus manos y apretándola —. Pero ahora que estas cosas están circulando por ahí… Will, vamos a tener que retrasar el anuncio de nuestro compromiso.

Will ya no pudo contener más sus lágrimas.

— ¿Sientes vergüenza de mí? — preguntó con voz temblorosa.

— Por supuesto que no — respondió Hannibal con voz firme y envolvió a Will en un abrazo.

— Entonces, ¿por qué? — preguntó, no sin cierta dificultad, mientras escondía el rostro en el cuello de Hannibal. No había peor sensación que sentirse rechazado por tu Alfa.

— Porque los humanos son crueles, Will — dijo Hannibal mientras acariciaba sus rizos suavemente —. Siempre lo he sabido, pero la ira que me inunda cuando alguien te ofende es difícil de controlar. Si la persona que publicó sigue viva es porque no he logrado encontrarla. Y si alguien te insulta, no importa su rango, voy a cometer una locura.

— No quiero causarte problemas — dijo Will en voz baja, sorbiéndose la nariz.

— Tú no me has traído más que alegría, Will — contestó Hannibal, separándose de él un poco para poder limpiarle las lágrimas —. Mi habitación en el palacio tiene una ventana con vistas al mar. Después de la muerte de mis padres y hermana, la visión del agua me recordaba a esa tragedia. Desde que te conocí, sin embargo, ya no pienso más en eso, sino en tus ojos.

Will no pudo evitar sonreír. Hannibal siempre le decía cosas bonitas como esa.

— No llores más, por favor — le rogó Hannibal —. Aún eres mi prometido. Me voy a casar contigo, Will Graham, no me importa lo que digan. Solo tenemos que esperar a que las cosas se calmen. Las habladurías se irán apagando, ya lo verás.

— ¿Y qué tal si otro de estos papeles aparece con más mentiras?

— Redoblaré mis esfuerzos para encontrar a los responsables. Todo saldrá bien, Will, te lo prometo. Confía en mí.

¿Y cómo podría Will no creerle? Puede que no estuvieran enlazados aún, pero Will podía sentir que el amor de Hannibal era verdadero. Will lo abrazó.

— Por supuesto que confío en ti, Alfa — dijo, inhalando el aroma de Hannibal.

Notes:

*Apocalipsis 6:8 (dependiendo de la traducción, el caballo puede ser pálido, amarillento o incluso verde).

El dibujo en el que trabaja Hannibal al principio de este capítulo está inspirado en el grabado de Gustave Doré llamado "La muerte montada en un caballo pálido": http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/a/aa/Gustave_Dore_-_Death_on_the_Pale_Horse_resized.png

Chapter 21: Capítulo Veinte

Notes:

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Chapter Text

Will nunca había visto a la mujer con la que se cruzó camino a casa.

Era una Alfa. Llevaba sombrero, pero un rizo de color rojo como el fuego se le escapaba y le colgaba sobre la frente. Cuando pasó junto a ella, la mujer Alfa le lanzó una mirada extraña que Will intentó ignorar. Tenía otras cosas de qué preocuparse.

No mucha gente en su aldea sabía leer y, por lo que le había contado Hannibal, aquellos papeles mentirosos solo aparecían en la ciudad. Era poco probable que su padre se enterara de lo que decían, pero aun así, Will se preocupaba.

No quería que su padre se enterara de su relación con Hannibal de esa forma. Tampoco quería que se sintiera herido con el recuerdo de su madre. Aunque intentaba ocultarlo, Will siempre supo que la traición y abandono de su madre (a quien Will ni siquiera recordaba), seguía afectando a su padre de manera profunda.

Con un suspiro, Will guardó las redes de pesca en el pequeño cobertizo y se dirigió a la casa. No había terminado de cerrar la puerta tras él cuando se detuvo en seco. Su padre estaba de pie en medio de la habitación. Su expresión era neutra, pero el olor que despedía era uno de rabia pura.

A Will se le puso la carne de gallina.

— ¿Padre…?

— Jamás creí que fueras a decepcionarme de esta manera, Will — dijo su padre con voz severa y fría.

Dio un paso hacia él y de forma instintiva, Will dio uno hacia atrás. Por primera vez en su vida sintió miedo de su padre.

— ¿De qué estás hablando? ¿Qué hice? — tartamudeó Will.

— No te hagas el tonto — soltó su padre, acercándose más a él.

Will no podía retroceder más. Su espalda estaba contra la puerta.

— Sé que te estás revolcando con ese hombre — continuó su padre. A Will se le cayó el alma a los pies —. El Gran Duque. Freddie, Dios la bendiga, vino a advertirlo en lugar de contarlo por ahí. Todo este tiempo te has estado viendo con él en el granero abandonado. Yo no te críe para ser un cualquiera, Will. ¿Cómo permitiste que ese hombre te arruinara?

— No es así — protestó Will débilmente —. Vamos a casarnos, él me lo prometió.

Las palabras no habían terminado de salir de su boca cuando recibió la bofetada. Will puso la mano sobre la mejilla herida. Estaba seguro de que el contorno de los dedos de su padre era visible todavía. Era la primera vez que le pegaba.

— Muchachito estúpido — escupió su padre —. Él te lo prometió… ¿Y tú le creíste? Él solo te lo dijo para que abrieras las piernas para él. No tiene intención alguna de casarse contigo.

— Él lo prometió y yo sé que es verdad — insistió Will con voz más firme que antes. Ojalá tuviera el anillo que Hannibal le dio para mostrárselo a su padre.

Su padre dejó escapar una risa burlona.

— No es posible que seas tan ingenuo, William — dijo, tomando la muñeca de Will con brusquedad.

— Me estás lastimando — dijo Will, pero su padre solo apretó más fuerte.

— Los nobles no se casan con gente como nosotros, Will. Lo único que hacen es divertirse con jóvenes idiotas como tú. Pensé que te había educado lo suficiente para que no te dejaras engañar así, pero ahora veo que estaba terriblemente equivocado.

— Padre…

— ¡Silencio! — espetó su padre —. A partir de hoy, no saldrás más de esta casa.

Will abrió la boca para protestar, pero antes de poder hacerlo, recibió la segunda bofetada. Esta fue más fuerte que la otra, haciendo que perdiera el equilibrio. Justo en ese momento, su padre le soltó la muñeca, lo que provocó que cayera sentado.

— No saldrás más de la casa. — sentenció su padre —. A ninguna parte. Ni a pescar, ni al mercado ni a la casa de tu amiga alcahueta.

Aunque quería insistir, Will sabía que no serviría de nada. Decidió evitar más golpes y dejó que las lágrimas rodaran por sus mejillas en silencio. Su padre lo observó en silencio por unos minutos y luego se alejó. Se quedó observando el fogón apagado, de espaldas a él.

— Si alguien se llega a enterar de lo que hiciste, estarás arruinado para siempre — dijo su padre, todavía sin verlo a la cara —. Tengo que arreglar tu desastre antes de que sea demasiado tarde.

— ¿Q-Qué quieres decir con eso? — le preguntó Will, nervioso.

— Nos iremos de este pueblo, pero antes voy a buscarte un Alfa para que te cases lo más pronto posible — declaró él —. No importa quién sea.

Will se enderezó al escuchar eso.

— Me dijiste que nunca me obligarías a casarme — dijo Will con voz débil. Las lágrimas brotaron con más fuerza.

Su padre se volvió hacia él y le lanzó una mirada furiosa.

— Eso fue antes de saber que te dejarías montar por el primer Alfa que te susurrara mentiras al oído.

— No son mentiras…

— ¡Cállate! No quiero escuchar más. Prepara la comida. Y deja de llorar ya, a menos que quieras que te dé una razón de verdad para hacerlo.

Will se apresuró a encender el fogón. Mientras calentaba agua para una sopa de verduras, por más que lo intentara, no pudo evitar imaginarse a sí mismo arrancándole las extremidades a su padre una por una.

________________________________________________________

Will estaba por volverse loco.

Su padre estaba cumpliendo su promesa de no dejarlo salir solo a ninguna parte. Ni siquiera para trabajar. También le había prohibido visitas y le había pedido ayuda a su vecino Tobias para que le echara un ojo y le avisara si alguien salía o entraba a la casa.

— Así que no intentes pasarte de listo — le había advertido su padre antes de salir al mercado.

Al menos permitió que Winston se quedara adentro con Will. De otro modo, Will ya hubiera perdido la cordura.

Lo peor era que se acercaba el domingo y todavía no había encontrado la forma más efectiva de salir a escondidas, pero tenía que hacerlo. Jamás había dejado plantado a Hannibal y no empezaría a hacerlo ahora. Tenía que contarle lo que estaba pasando.

Estaba acurrucado con Winston en su colchón de paja cuando oyó la voz de su padre junto a la de alguien más acercándose. Will se incorporó al mismo tiempo que se abría la puerta. Ese alguien más resultó ser Matthew.

— Buenas tardes, Will — lo saludó él con una enorme sonrisa que le cayó mal a Will.

“¿Qué tienen de buenas?”, quería gruñir Will, pero una mirada a la expresión de su padre lo detuvo.

— Buenas tardes — respondió de mala gana.

Su padre se aclaró la garganta.

— Bien, no veo por qué alargar esto — comenzó su padre —. Will, vas a casarte con Matthew.

Will se enfureció al escuchar eso.

— ¿¡Qué!? — exclamó Will, poniéndose de pie de un salto —. Yo no voy a…

— ¡Sí lo harás! — gritó su padre, acercándose a él. Estaba usando su voz de Alfa, la cual había empleado muy pocas veces con Will —. Lo harás y más vale que agradezcas que hay alguien dispuesto a aceptarte a pesar de que has sido deshonrado.

Los ojos de Will se inundaron de lágrimas. No por tristeza o dolor, como la noche en que su padre lo descubrió todo y le había pegado, no. Esta vez eran de ira. Estaba furioso de que su padre se refiriera a él con términos como esos, como si fuera un objeto dañado. Aunque sabía que protestando solo se ganaría más maltrato, Will no podía quedarse callado.

Sin embargo, Matthew se adelantó.

— Señor Graham — dijo él, poniendo una mano tranquilizadora sobre el hombre del padre de Will —. Espero que no le moleste, pero quisiera pedirle hablar a solas con Will. Estoy seguro de que entenderá que solo queremos su bien.

Ese último comentario solo hizo que Will se enojara aún más.

— Está bien — aceptó su padre —. Estaré en el patio.

Cruzó la poca distancia que separaba la casita del patio y cerró la puerta tras él.

— Will… — comenzó Matthew.

— No quiero escuchar nada — le ladró Will, dándole de la espalda —. No tengo intención de casarme contigo, Matthew.

— Will, hablaba en serio cuando dije que solo quiero tu bien — insistió el otro. Intentó poner la mano sobre el hombro de Will, pero este se apartó —. Te quiero, siempre lo he hecho. No importa que no seas virgen. Lo que hizo ese maldito…

— ¡No lo llames así! — le gruñó Will, volviéndose hacia Matthew y enseñando los colmillos.

— Will — Matthew pronunció su nombre como si estuviera hablando con un niño y lo miró con ojos llenos de lástima. Will quería arrancárselos —. Tu padre me lo contó todo. Sé que él te prometió cosas, pero tú eres listo y sé que en el fondo sabes que no cumplirá esas promesas.

Matt dio un paso hacia él, pero Will se apartó.

— Déjame en paz — le exigió.

Winston dejó escapar un gruñido bajo. Por Dios, ojalá se le echara encima a Matthew.

— Dame una oportunidad, Will — le rogó Matthew, aún intentando acercarse a él —. Tú me conoces desde siempre, jamás te he tratado mal. Trabajaría todos los días de mi vida para asegurarme de que no te falte nada. Seré el mejor Alfa para ti.

Will había escuchado lo suficiente. Agarró a Matthew por el cuello de su camisa con mucha brusquedad.

— Tú no vas a ser mi Alfa nunca — escupió directo a la cara de Matthew —. Que mi padre y tú se lo metan en la cabeza de una maldita vez. Yo ya tengo un Alfa. Y si sigues insistiendo, si intentas siquiera tocarme, soy capaz de arrancarte la mano de un mordisco.

Era tanta su furia que no se dio cuenta de que su padre había entrado de nuevo a la casa, probablemente alertado por los gritos. Un minuto estaba amenazando a Matthew y al siguiente su padre lo había apartado de un tirón y arrojado de nuevo al colchón.

— Debería darte ahora mismo esa paliza que no te di de niño — amenazó su padre.

— Señor Graham, por favor — intervino Matthew —. Will está nervioso, está claro que la manipulación de ese hombre lo afectó mucho. Dele tiempo y verá que pronto hará a la idea.

— Sí — suspiró su padre —. Tienes razón, Matt. Dejemos que se haga a la idea. Te acompañaré a casa y en el camino hablamos de los detalles de la boda y la mudanza.

Aunque odiaba que hablaran de él como si no estuviera presente, Will se las arregló para mantenerse callado hasta que los dos Alfas salieron. Una vez estuvo solo, enterró la cara en su colchón y gritó.

Por su parte, Winston soltó un quejido.

_________________________________________

Cuando regresó de la casa de Matthew, su padre no le dirigió la palabra más que para ordenarle que preparara la cena. Esa noche tocaba estofado de pescado.

No habló mientras comían, ni antes de que se fueran a dormir, ni lo hizo a la mañana siguiente antes de irse al mercado.

Will estaba jugando con Winston al tira y afloja con un trapo viejo cuando escuchó unos golpecitos que provenían de la puerta trasera.

Frunció el ceño. ¿Quién podía ser? Cuando Tobias se acercaba para asegurarse de que Will estaba donde tenía que estar, tocaba la puerta de enfrente.

Dejó a Winston masticando el trapo y abrió la puerta con cuidado.

— Georgia — suspiró Will, aliviado y feliz de ver a su amiga por primera vez en días. Echó un vistazo a los alrededores antes de invitarla a pasar.

— Le pregunté a tu padre por ti en el mercado esta mañana —dijo ella tan pronto estuvieron lejos de los vecinos chismosos —. Me dijo que se van del pueblo y que estás muy ocupado preparando tu boda con Matt. Me pareció muy extraño y fui a buscar a Beverly. Resulta que tu padre se presentó en su casa muy enojado, le dijo que era una mala influencia para ti y le prohibió visitarte.

Will fijó la vista en sus zapatos, avergonzado por el comportamiento de su padre.

— Bev me lo contó todo — continuó Georgia —. Dice que un Alfa te ha estado cortejando. Y no cualquier Alfa, sino el Gran Duque. ¿Es eso cierto, Will?

— Sí, es verdad — respondió Will.

— Pero, ¿cuál es el problema? ¿Por qué tu padre te tiene aquí encerrado?

— Al parecer no fuimos tan discretos como pensábamos — le explicó Will —. Alguien nos siguió y se lo contó todo a mi padre. Que Hannibal y yo… — su voz se fue apagando.

— ¿Ustedes dos…? — Georgia no tuvo que completar la pregunta para que Will supiera a qué se refería.

— Sí — admitió él. No le veía el punto a mentir —. Pero no es como mi padre piensa. Él cree que soy idiota. Hannibal no se está aprovechando de mí. Él que me ama. Me pidió que me casara con él y solo esperábamos que pasara la Semana Santa para hablarlo con mi padre.

“Aquella entrometida lo arruinó todo”, pensó Will amargamente. No la conocía, pero odiaba a esa tal Freddie.

— Tienes que admitir que es difícil de creer — comentó Georgia —. Un noble y un plebeyo…

— Pero es verdad — soltó Will a la defensiva —. Él es mi Alfa.

— Te creo, Will — se apresuró a explicar Georgia —. Y Beverly también. Si no vino es porque no quiere causarte más problemas. Pero ella fue la que me dijo que debía venir por el camino de atrás, aunque fuera más largo, para que tus vecinos no me vieran y corrieran a contárselo a tu padre.

— Hiciste bien — suspiró Will —. Mi padre le pidió al señor Budge que me echara un ojo. De hecho, seguro que no tarda en venir para asegurarse de que no me he escapado. Planea casarme con Matthew, quiera yo o no — agregó Will en voz baja —. Dice que tiene que rescatar mi honor.

— ¿Y si el Gran Duque habla con tu padre? Seguro que así se aclararía todo.

— Es lo que más quiero, pero mi padre no deja que lo busque — dijo Will, alicaído —. Él no sabe lo que está pasando y no he encontrado la forma de salir sin que nadie se entere. Pero tengo que hacerlo antes de esa boda que mi padre planea.

Se animó cuando una idea se le cruzó por la cabeza.

— Georgia — dijo Will, tomándola de los hombros —. Necesito que me hagas un favor. Dile a Beverly que busque el carruaje de la señora Alana en el mercado mañana. Dile que le cuente todo y que le avise a Hannibal lo más pronto posible.

Ellas se habían ausentado del mercado por un tiempo tras la muerte del hermano raro de Margot. Pero solo un día antes de que se arruinaran las cosas para Will, habían regresado a su hábito de invitarlo a su mansión. Will rezaba para que estuvieran ahí mañana.

— Cuenta con ello — le aseguró Georgia —. Voy a su casa de inmediato.

Will la detuvo antes de que pudiera irse.

— Espera — pidió —. Quiero que le lleves una nota también.

Sacó uno de los dibujos que Hannibal le había regalado al inicio de su cortejo. Seguían escondidos en el espacio entre dos piedras en la pared cerca de la puerta trasera. Era la escena de la Anunciación. Usando un pedazo de carbón que sacó del fogón pagado, Will escribió algo en la parte de atrás del dibujo y se lo entregó a Georgia.

La nota era breve y vaga, pero Hannibal entendería.

Notes:

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Chapter 22: Capítulo Veintiuno

Notes:

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Chapter Text

La noche había comenzado de forma agradable.

Hannibal, sus tíos y Chiyoh, se habían retirado al salón de su madre. O más bien, el salón que había sido de su madre, pero que pronto sería de Will. Solo pensar en eso lo hacía sonreír.

Aunque el ambiente era austero por la temporada, la conversación con su familia era placentera. En algún punto, Hannibal se distanció del diálogo acerca del poemario que su tío había leído recientemente y fijó su vista en el clavecín al otro lado de la habitación.

Había otro clavecín en el cuarto de música en el que Hannibal solía componer. El de este salón le había pertenecido a su madre, una de las pertenencias que trajo consigo cuando se casó con el padre de Hannibal.

Con ese clavecín su madre le enseñó a él y a Mischa a tocar. Fue el primer instrumento que Hannibal dominó a la perfección y todavía seguía siendo su predilecto. Se imaginó a sí mismo enseñándole a Will y a sus futuros hijos a tocar en él.

Todo estaba bien… Hasta que un sirviente entró a buscarlo.

— Mis señores, mis señoras — dijo el joven inclinándose respetuosamente ante ellos —. La señora Alana pide hablar urgentemente con el Gran Duque.

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Hannibal se apoyaba en el clavecín mientras su tío Robert perdía la cabeza.

— ¡De ninguna manera, Hannibal! — exclamó él —. ¡No puedes llegar a la casa de alguien y secuestrar a su hijo! ¡Ser Gran Duque no te da derecho a hacer lo que se te dé en gana!

— No voy a secuestrar a nadie — respondió Hannibal con voz calmada, aunque se sentía muy ansioso —. Will quiere estar conmigo, vamos a casarnos.

— El padre de él no parece estar de acuerdo — mencionó su tía en tono preocupado.

— Debe ser la única persona en este mundo que prefiere casar a su hijo con un jornalero que con un Gran Duque — dijo Chiyoh en voz baja.

La visita de Alana había arruinado la noche bonita que habían tenido, pero Hannibal le estaba muy agradecido. Fue gracias a ella que no actuó de forma impulsiva y fue directamente a la casa de Will para sacarlo de ahí. También le había entregado la nota.
Hannibal decidió contárselo todo a su familia. Aún no estaba seguro de cuál era la mejor forma de actuar, pero pensaba que lo mejor era que estuvieran informados de lo que pasaba.

— Es todo un malentendido — dijo Hannibal —. Si pudiera hablar con su padre…

— No lo sé, Hannibal — su tía parecía tan angustiada como él se sentía —. No creo que el señor Graham se tome bien que te aparezcas en su casa. Deberías dejar que pase un tiempo…

— No puedo esperar — soltó Hannibal. Por primera vez, su tono de voz reveló sus nervios —. Si el padre de Will no lo casó de inmediato es porque sería inapropiado por la temporada, pero podría llevárselo del pueblo en cualquier momento. Tengo que actuar rápido antes de que pase algo que no pueda deshacer…

— Hannibal, ¿por qué no hablaste con el padre del chico antes? — preguntó su tío, cruzándose de brazos.

Hannibal no pudo evitar enterrar su cara en las manos.

— Es lo que debí haber hecho desde el comienzo — admitió, avergonzado —. Debí hablar con su padre cuando empecé a cortejarlo, pero las cosas fueron sucediendo tan rápido…— su voz se fue apagando.

— Bueno, no vale la pena lamentarse por lo que hiciste o no hiciste ahora — dijo su tío —. Pero el padre del chico debe saber lo que es mejor para él y deberíamos respetar su decisión…

— No — soltó Hannibal, contundente —. El infierno se congelará antes de que yo permita que Will se case con otro. Él es mi Omega.

Su tía le lanzó una mirada suspicaz.

— El chico no es tu Omega…— comenzó el tío Robert.

— Hannibal — interrumpió la tía Murasaki —. ¿Metiste a ese joven a tu cama?

Su tío y Chiyoh miraron a la tía Murasaki con caras llenas de asombro. Su tía era una dama de pies a cabeza. No era característico de ella hacer una pregunta como esa en compañía. Aun así, Hannibal respondió.

— Sí — confesó —. Will y yo nos acostamos. Yo lo considero mi Omega y él me considera su Alfa.

— No puedo creer esto — soltó su tío, incrédulo —. ¿Cómo pudiste ser tan irresponsable? ¿Marcaste al chico también?

— No, no lo marqué. Iba a hacerlo después de la boda. Solo esperábamos que pasara la Pascua para anunciarlo todo. Estaba todo planeado… Pero su padre se enteró y lo malinterpretó todo…

— ¿Qué querías que el hombre pensara? — preguntó su tío, exasperado —. Lo único que él sabe es que deshonraste a su hijo y ahora está intentando hacer lo mejor para él.

— Lo hice todo mal, lo sé, pero mi intención es arreglarlo todo…

— Si apareces en su casa cuando ahora mismo solo empeorarás más las cosas. Hazle caso a tu tía y espera a que las cosas se calmen.

— ¿Qué no entiendes que él quiere llevarse a Will lejos? — soltó Hannibal, frustrado —. Hasta donde sé, puede que tome sus cosas y se largue a primera hora mañana. No puedo permitirlo.

“Y si tengo que matarlo para impedir que se lleve a Will, lo haré”, decidió Hannibal. Pensamientos oscuros como ese no dejaban de aparecer en su mente desde que mató a Mason

— Pues si se lo lleva, que así sea — respondió su tío muy tranquilo, como si perder a Will fuera algo de lo que Hannibal podría recuperarse con facilidad —. Él tiene derecho a decidir qué hacer con su hijo. Que te sirva de lección para hacer las cosas bien la próxima vez.

— No se lo llevará — sentenció Hannibal con voz gélida —. No dejaré que lo haga.

— Es lo único que faltaba — escupió su tío —. Que ahora creas que puedes pasar por encima de los derechos de tus súbditos. ¿Acaso quieres que te derroquen?

— Eso no será problema si abdico — dijo Hannibal, dejándolos a todos, no solo a su tío, perplejos.

— ¡Hannibal! — exclamó su tía, escandalizada.

— No puedes estar hablando en serio — dijo Chiyoh.

— Te aseguro que jamás en mi vida he hablado tan serio — le respondió Hannibal.

Su tío Robert se había recuperado recientemente de un ataque de gota y aún tenía dificultades para ponerse de pie y caminar sin ayuda. Todo eso hizo que fuera sorprendente que se pusiera de pie de un salto sin trastabillar.

— Jamás en la historia de nuestra casa un Lecter ha hecho tal cosa — dijo —. ¿Cómo puedes siquiera pensar en abandonar a tu gente?

— No los estoy abandonando — replicó Hannibal —. Tú cuidarás de ellos. Al fin y al cabo parece que sabes gobernar mucho mejor que yo.

Hannibal se apartó del clavecín y se dirigió a la salida del salón de su madre. Había tomado su decisión y no quería discutirlo más.

— Hannibal — lo llamó su tía con voz temblorosa. Solo se detuvo porque sería extremadamente grosero ignorarla —. ¿De verdad abandonarías tu derecho de nacimiento por ese joven?

— Mi señora — contestó Hannibal, girándose hacia ella —. No tiene ni idea de las cosas que haría por él.

Nadie más lo interrumpió al salir. Hannibal fue directo a su taller, apretando en uno de sus puños la nota de Will que le había entregado Alana. La nota consistía solo en un lugar y una hora. Hannibal pasaría el tiempo que faltaba creando planes en su mente.

______________________________________________________________

Will chasqueó los dedos cerca del rostro de su padre para asegurarse de que estuviera dormido.

Más temprano ese día, Georgia le llevó las amapolas secas que le pidió. Will y su padre acostumbraban hacer una infusión con ellas cuando sentían algún dolor. Era un remedio bastante popular en la zona. Por eso, Will sabía que también podía usarse para conciliar el sueño más rápido y que fuera un sueño más profundo.

Will había agregado esta infusión al estofado de su padre. No demasiado, solo lo suficiente para que se durmiera. No se despertó el chasquido de los dedos de Will. Había funcionado.

Aun así, tuvo mucho cuidado de no hacer demasiado ruido al abrir la persiana de madera y salir por la ventana.

Todavía no era medianoche como le había indicado a Hannibal en la nota, pero estaba demasiado inquieto como para esperar. Recorrió el camino hacia el granero más rápido que nunca. La luna aún no estaba del todo llena, pero su luz era lo suficientemente brillante como para proyectar sombras.

Cuando finalmente llegó, se sorprendió al descubrir que Hannibal ya estaba allí. Esperándolo.

No había transcurrido una semana aún desde la última vez que se vieron, pero con todos los eventos que habían tenido lugar los últimos días, Will sentía que habían pasado siglos separados. No pudo evitarlo. Con los ojos llenos de lágrimas, se arrojó a los brazos de Hannibal, quien se había puesto de pie tan pronto lo vio.
— Perdóname, Will — se disculpó Hannibal, con la cara enterrada en el cuello de Will. ¿Por qué se estaba disculpando? —. Todo esto es mi culpa. No debí haber esperado tanto tiempo para hablar con tu padre. Mira el lío en el que te metí.

— No fue solo tu culpa — le aseguró Will, acariciándole la espalda —. Yo te pedí que lo mantuviéramos todo en secreto. Nunca creí que mi padre fuera a reaccionar así.

— Cuando Alana me lo contó todo, quise ir directo a tu casa a buscarte — le dijo Hannibal, separándose de él solo lo suficiente para verlo a los ojos —. Pero ella me aconsejó que no lo hiciera, igual que mi tío. Dicen que podría empeorar las cosas sin querer…

— Tiene razón — suspiró Will —. Creo que no importa lo que le digas, no te creerá. Él dice que no tienes honor. Un Alfa con honor hubiera esperado hasta después de la boda para… hacer lo que hicimos.

— Es verdad — dijo Hannibal, acariciándose la sien —. Es verdad. Will, lo siento…

— Deja de disculparte — lo regañó Will con seriedad —. Todo lo que hicimos sucedió porque yo lo quise también. Pero ya no importa — añadió, rodeando a Hannibal con los brazos —. Lo que está hecho, está hecho. ¿Qué hacemos ahora?

— Will, creo que lo mejor será que nos vayamos — soltó Hannibal.

— ¿A qué te refieres? — preguntó Will. ¿Acaso quería decir…?

— Que nos vayamos de este país — explicó —. Lejos, hacia el norte, donde nadie nos encuentre.

— P-pero, tú eres el Gran Duque…

— Abdicaré — le dijo Hannibal con determinación —. Si me convierto en un ciudadano común, nadie podrá decir que no puedo casarme contigo. Además, tengo dinero que heredé de mi madre. Nos servirá para vivir cómodos un buen tiempo y en caso de no ser suficiente, venderé mis pinturas, haré retratos, esculturas, lo que sea. Tú solo dime si quieres venir conmigo.

— Por supuesto que iré contigo — respondió Will sin vacilación alguna. Su lugar era con su Alfa —. ¿Cuándo?

— Si fuera por mí, nos iríamos esta misma noche — Hannibal tomó una de sus manos —. Pero primero tengo que dejar todos mis asuntos en orden, es lo mínimo que puedo hacer por mi tío. Él deberá tomar mi lugar. No es lo ideal, pero… — su voz se fue apagando.

Will apretó su mano.

— Tenemos algo de tiempo — le aseguró —. Mi padre está intentando vender algunas cosas y además quiere que me case antes de la mudanza. Ahora que lo pienso, creo que no le dijo a Matt quien es el Alfa que me deshonró, según él.

— ¿Matt? — preguntó Hannibal, frunciendo el ceño —. ¿No es ese aquel amigo tuyo del mercado?

— Sí. Mi padre le contó lo que pasó y a Matthew se le metió en la cabeza que quiere salvarme casándose conmigo.

Hannibal hizo una mueca de desagrado.

— Le gustas — dijo —. Siempre le has gustado y ahora vio la oportunidad que siempre ha esperado.

Will no pudo evitar soltar una risita.

— No tienes que sentir celos, Alfa — le aseguró Will, apoyando la cabeza sobre el hombro de Hannibal —. No me importa Matthew. Lo único que importa es que tú y yo estaremos juntos al fin.

— Sí, tienes razón — dijo Hannibal, relajándose y envolviendo a Will con los brazos —. Ahora que lo pienso, ¿cómo lograste salir de casa?

— Le di a mi padre infusión de amapola — respondió —. Para que se quedara dormido.

Hannibal asintió y le apartó un rizo de la frente a Will.

— Es una infusión de efectos fuertes — dijo —. Dormirá más profundo de lo normal al menos un par de horas más. Pero creo que será mejor que no correr riesgos. Dime, ¿tus amigas pueden ir a verte?

— ¿Beverly y Georgia? Mi padre me prohibió recibir visitas, pero Georgia fue a verme a escondidas. Beverly prometió que lo haría también.

— Le pediré a Alana que vaya al mercado todos los días. Si alguna cosa cambia, díselo a tus amigas para que le avise a Alana y ella me lo cuente a mí.

— ¿Ella está de acuerdo con lo que vas a hacer? — preguntó Will.

— Nadie lo sabe aún. Mis tíos sí y ellos definitivamente no están de acuerdo — admitió Hannibal.

— Pero… ¿Estás seguro? — Will no pudo evitar hacer esa pregunta. Sabía que Hannibal estaba seguro, pero quería escucharlo.

Hannibal sonrió y acarició su rostro con ternura.

— Muy seguro, Will — respondió con voz suave —. Te elegiría a ti antes que cualquier riqueza o título. Te elegiría a ti una y mil veces.

Notes:

Hay una variedad de amapola llamada Papaver somniferum de la cual se extrae el opio y sus derivados (morfina, heroína, etc). También existe el té de amapola.

La infusión de amapola es mi versión de la leche de amapola que aparece en la saga "Canción de Hielo y Fuego" de George R. R. Martin jaja.

Chapter 23: Capítulo Veintidós

Notes:

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Chapter Text

Hannibal supo que Bedelia estaba ahí minutos antes de que la puerta de su estudio se abriera con violencia y ella entrara hecha una furia.

— Mi señora, se lo suplico… — le rogó un joven sirviente que corría tras ella. Bedelia lo ignoró.

— ¿Te has vuelto loco, Hannibal? — fue lo primero que dijo. Grosera.

— ¿Qué es esto, Bedelia? — preguntó Hannibal desde su escritorio, aunque tenía la sensación de que ya sabía qué era todo eso.

— Corre el rumor de que planeas abdicar — respondió Bedelia, cruzándose de brazos.

— ¿Es que la gente en este país no tiene nada mejor que hacer que correr chismes? — se quejó Hannibal en voz alta —. Lo que yo haga no es problema tuyo, Bedelia.

Bedelia, visiblemente indignada, estaba a punto de contestar, pero Chiyoh, que se encontraba sentada frente a Hannibal en el escritorio, fue más rápida.

— ¿Qué sucede, Bedelia? ¿Estás molesta porque tu plan tuvo un efecto indeseado? — preguntó.

— Tú no te metas — espetó Bedelia —. Sal de aquí. Déjanos hablar en privado.

Hannibal se puso de pie.

— Bedelia, tú no mandas aquí — le dijo él con voz firme —. No puedes entrar como si fuera tu casa ni darle órdenes a nadie. Te pido que te retires, por favor.

— Hannibal, tenemos que hablar — insistió ella.

— Si no te vas por tu propio pie, mandaré que te saquen a la fuerza — le advirtió Hannibal —. No quiero hacerlo, pero si me dejas sin opción…

Las mejillas de Bedelia se enrojecieron con rabia, pero no dijo nada más. El sirviente que había intentado evitar que entrara y había permanecido tras ella sin saber qué hacer, se acercó a ella con intención de escoltarla de vuelta, pero Bedelia se apartó y se fue con paso rápido.

— Mil disculpas, Alteza — se disculpó el joven —. La condesa no quiso atender a razones…

— No te preocupes por eso — le respondió Chiyoh, haciendo un gesto desdeñoso con la mano —. Solo asegúrate de que se haya ido de verdad.

— Sí, señora — dijo él, haciendo una reverencia y cerrando la puerta tras él al salir.

Hannibal soltó un suspiro cansado y se dejó caer de nuevo en su silla.

— La mejor parte de esta decisión tan monumental que tomaste es ver a Bedelia así de molesta — dijo Chiyoh con una sonrisita.

No pudo evitar que se le escapara una risita.

— Sé que ya no importa — comenzó Chiyoh —. Pero insisto en que Bedelia es la responsable de todo esto.

— Y yo estoy de acuerdo — dijo Hannibal —. Bedelia concibió este plan y Lounds lo ejecutó. Will me contó que su padre le dijo que una tal Freddie le contó sobre nosotros. Y además vio a una mujer pelirroja cerca de su casa ese día.

Freddie Lounds no era la única pelirroja en el país, pero ese era un color de pelo poco común. Sería demasiada coincidencia.

— Bedelia nunca lo admitirá — señaló Chiyoh.

— Es verdad — respondió Hannibal —. Pero, como dijiste, eso ya no importa.

— ¿A dónde irás? — preguntó Chiyoh de la nada —. Cuando abdiques, quiero decir.

Hannibal sonrió, aunque era una sonrisa triste.

— No puedo decirte — le dijo —. No porque no confíe en ti, sino porque me he dado cuenta de que las paredes de este palacio tienen oídos. Quiero que mi nueva vida con Will comience en paz, así que es mejor que nadie sepa dónde estamos por un tiempo. Pero prometo que tan pronto estemos establecidos, te enviaré cartas. Espero que puedas visitarnos.

Chiyoh sonrió

Después de eso, se quedaron en silencio, cada quien perdido en su propia mente. Una vez más los interrumpieron, pero esta vez de forma más amable, con unos golpecitos en la puerta.

— Adelante — dijo Hannibal.

Su tía entró y cerró la puerta tras ella con delicadeza.

— Chiyoh, querida, por favor déjanos hablar solas — pidió.

— Sí, mi señora — respondió Chiyoh, poniéndose de pie.

Se despidió de ellos con un gesto y salió.

— ¿Puedo sentarme? — le preguntó su tía.

— No tiene que pedirme permiso, mi señora — le respondió Hannibal, haciendo un gesto con la mano hacia la silla que Chiyoh acababa de desocupar —. Usted es la futura Gran Duquesa.

Ella tomó asiento al mismo tiempo que dejaba escapar un suspiro. Estaba muy angustiada, era obvio.

— Tiene que haber otra forma, Hannibal — dijo ella. No especificó, pero Hannibal sabía de qué hablaba.

— Mi señora, créame cuando le digo que lo intenté — contestó Hannibal —. Sé que esta decisión que estoy tomando es egoísta de mi parte porque le estoy pasando esa carga a mi señor tío. Pero amo demasiado a Will como para dejar que se case con alguien más. Lo amo demasiado como para permitir que gente sin escrúpulos como Bedelia y Freddie Lounds manchen su nombre con mentiras.

— Por lo que me has contado, ese joven es alguien fuerte — señaló su tía —. Seguro que cosas como esas no le afectarán tanto como crees. ¿No confías en él?

— En quien no confío es en mí mismo — admitió Hannibal —. Las cosas que soy capaz de hacer…

— ¿A qué te refieres con eso? — preguntó su tía, aprensiva de repente.

— Ya no importa — dijo Hannibal, repitiendo las palabras de Chiyoh.

La tía Murasaki guardó silencio unos minutos antes de hablar de nuevo, esta vez con voz más suave y vacilante.

— Tu tío está muy preocupado — le dijo —. Su pierna está peor, apenas duerme por las noches. Su salud no es la mejor y las presiones de este puesto serán peores para él que para ti. Te suplico que lo reconsideres.

Hannibal le lanzó una mirada triste a su tía.

— Espero que usted y mi tío Robert puedan perdonarme algún día — dijo con voz gentil —. Pero no lo haré. Mi decisión está tomada.

__________________________

La playa estaba vacía esa tarde.

Will y Matthew estaban sentados en una piedra grande, observando el atardecer. Al menos eso era lo que estaba haciendo Will. Matt insistía en hablarle, por más que Will lo ignorara. Aun sin darse la vuelta sabía que su padre le lanzaba miradas molestas.

Su padre estaba ahí con ellos en función de chaperón, algo que Will encontraba ridículo. Si su objetivo era evitar que “pecara”, pues había llegado muy tarde. Will ya había pecado, y mucho. Pero no con Matthew, por supuesto que no.

Matt no paraba de parlotear acerca de la boda, que ya estaba planeada para el primer lunes después de Pascua, la fecha más cercana que su padre consiguió en la iglesia local. Pero eso estaba bien, porque para cuando llegara esa fecha, Will ya no estaría ahí.

Hannibal y él habían planeado huir el Domingo de Pascua.

Lo único que evitaba que Will se riera en las caras de su padre y Matthew era que no quería revelar el plan. Sonrió para sí al pensar en eso… Pero justo ese fue el momento que eligió Matthew para intentar apartar un rizo de la frente de Will, algo que Will solo permitía que Hannibal hiciera.

— ¡No me toques! — ladró Will, apartando la mano de Matt de un manotazo y yéndose enojando lejos del peñasco.

Oyó que su padre y Matthew lo llamaban, pero los ignoró. No quería pelear, pero no quería fingir que estaba bien con todo esto. Ese día se había despertado con náuseas otra vez y últimamente se cansaba con facilidad. Se preguntaba si tendría su celo más temprano ese año. Esperaba que no. Si entraba en celo antes de lo planeado, arruinaría sus planes.

Se quedó de pie frente al mar, con los brazos cruzados y observando como el sol bajaba por el cielo cada vez más. Se acercó un poco más al agua hasta que las olas rozaron sus pies descalzos.

Escuchó que a lo lejos su padre hablaba, o más bien gritaba. Matthew también estaba hablando, pero Will no lograba distinguir sus palabras.

— Si no eres tú, pues tendrá que ser alguien más — dijo su padre.

Matt dijo algo.

— ¿Sabes lo que pasa con Omegas como él? — continuó su padre —. ¡Los Alfas los doman a golpes! ¡Eso es lo que hacen! ¿Eso es lo que quieres que pase con él?

Will apretó los puños. Creyó que lo peor que su padre podía hacerle era obligarlo a casarse con Matthew, pero ahora se daba cuenta de que era capaz de ponerlo en las manos de cualquier Alfa con tal de deshacerse de él ahora que estaba “arruinado”.

— ¡Will! — lo llamó su padre a gritos — ¡Ven aquí! ¡Nos vamos a casa!

Will consideró protestar o decir cualquier cosa solo para hacerlo enojar, pero decidió no hacerlo. Sentía el estómago revuelto y quería descansar en casa. Caminó lentamente hacia su padre, mirando las huellas que dejaban sus pies en la arena.

Cuando Hannibal y él planearon su escape, Will no pudo evitar sentir dolor por dejar a su padre atrás y pensaba que su padre sentiría dolor por él también.

Ahora pensaba que en lugar de tristeza, su padre sentiría alivio por haberse deshecho de él por fin. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Pasó todo el camino a casa intentando evitar que cayeran. Ya había llorado lo suficiente por culpa de su padre.

Aun así dolía. Will deseaba poder ir con Hannibal y que lo rodeara con sus brazos, aunque fuera solo un rato. Esperaba que Beverly o Georgia pasaran a verlo al día siguiente. Les pediría que le trajeran más amapolas y luego le enviaría una nota a Hannibal a través de Alana. Sabía que era arriesgado, pero necesitaba ver a su Alfa.

Notes:

:(

Chapter 24: Capítulo Veintitres

Notes:

:(

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Chapter Text

Will se estaba preocupando.

Desde que su padre lo encerró en casa, se había reunido con Hannibal en mitad de la noche un par de veces con ayuda de la infusión de amapola. En todas esas ocasiones siempre había encontrado a Hannibal esperando en el granero. Esta vez, el granero estaba desierto cuando llegó.

No sabía qué pasaba, pero Will estaba muy inquieto últimamente y que Hannibal no estuviera ahí para recibirlo, especialmente cuando estaban tan cerca de irse, solo empeoraba esa inquietud.

Se sentó en el tronco caído de siempre e intentó calmarse acariciando a Winston, quien lo acompañaba esa noche. Justo entonces escuchó el ruido de caballos acercándose. Más de uno. Se puso de pie de un salto y Winston dejó escapar un gruñido. Un par de jinetes se acercaban. Uno de ellos sostenía una lámpara de aceite para iluminar su camino. Will estaba pensando en si debía correr a esconderse dentro del granero cuando escuchó una voz conocida.

— ¿Will?

Era Chiyoh.

— Chiyoh — respondió Will —. ¿Qué sucede? ¿Le pasó algo a Hannibal?

Ahora sí que estaba preocupado de verdad.

— Él está bien — respondió una voz de mujer diferente. Le pertenecía a la persona que montaba el caballo detrás de Chiyoh. Su rostro estaba cubierto por una capucha —. Me temo que tuvimos que inventarnos una distracción para él, pero te aseguro que vendrá. Primero tenemos que hablar solos tú y yo.

Chiyoh se bajó de su caballo, dejó la lámpara en el suelo y ayudó a la otra persona a desmontar. La desconocida se quitó la capucha. Se trataba de una dama Omega, muy hermosa, con el cabello oscuro recogido y cubierto por una redecilla enjoyada. Era obvio que se trataba de una noble.

— Es un gusto conocerte al fin, Will — le dijo ella. Parecía decirlo con toda sinceridad —. No sé si él te ha hablado de mí, pero soy la tía de Hannibal.

Por supuesto, esta debía ser la tía Murasaki.

— Sí, mi señora — respondió Will amablemente, inclinándose ante ella como había aprendido en casa de Margot y Alana —. El Gran Duque me habló de usted y su esposo.
La tía de Hannibal asintió.

— Lamento tener que abordarte de esta manera, pero es absolutamente necesario que hablemos — dijo ella, acercándose a él —. ¿Podemos sentarnos?

Will le echó una mirada al tronco caído. Hannibal y él se sentaban ahí todo el tiempo. No sabía si esta dama encontraría tal cosa apropiada para ella. Aun así, Will asintió y se sentó en el tronco. La dama se sentó junto a él sin vacilar. Chiyoh permaneció de pie más allá.

— ¿De qué quiere hablar? — preguntó Will tímidamente sin verla a los ojos.

— De ese plan irracional que mi sobrino y tú planearon — respondió ella, aunque sin maldad.

Esta vez Will sí que la miró a los ojos.

— Si vino a pedirme que no lo haga, pierde su tiempo — le dijo Will con frialdad.

— Por favor, escúchame — le rogó ella —. Solo una vez. Te juro que no insistiré más después de esto.

Will apretó los labios, tratando con todas sus fuerzas de no mostrarle los colmillos a esta señora. Si lo que quería era convencerlo de que se mantuviera lejos de su Alfa, él no quería escucharla. Pero la mirada suplicante que le lanzó lo suavizó un poco. Parecía realmente angustiada. Suponía que escuchar no haría daño.

— Está bien — dijo Will, aunque de mala gana.

— Mi esposo es un hombre mayor y está enfermo — comenzó ella de inmediato —. Su corazón es débil. Él nunca estuvo destinado a ser Gran Duque. El saber que a esta edad tendrá que serlo ahora, quiera o no, solo empeora su enfermedad.

Will no dijo nada.

— ¿Hannibal te ha hablado sobre cómo los Lecter llegaron a ser Grandes Duques? — preguntó la dama.

— Sí — contestó Will.

— Entonces sabes lo que pasa cuando un Gran Duque o Gran Duquesa muere sin herederos.

Lo sabía. Hannibal le había contado que la familia que había ocupado el puesto de gobernantes antes que la suya había acabado cuando su último miembro murió de manera inesperada a corta edad, antes de poder tener hijos. Para evitar que el Gran Ducado entrara en caos al quedarse sin un líder, se determinó que una de las familias más prominentes de la ciudad sería elevada al estatus de Grandes Duques. Esa familia resultó ser la familia Lecter.

No fueron aceptados por todos, sin embargo. Algunas de las otras familias rechazadas se rebelaron abiertamente y la primera Gran Duquesa de la casa Lecter sufrió de varios intentos de asesinato. Tuvieron que pasar muchos años antes de que las cosas se estabilizaran y los nuevos Grandes Duques consolidaran su poder.

Aun así, los intentos de asesinato y el descontento de algunos no habían desaparecido por completo. Mason Verger, el hermano mayor de Margot, había sido ejemplo de eso antes de su muerte.

— El Señor no nos bendijo con hijos — continuó la tía de Hannibal —. No fue parte de su plan para nosotros. Pero cuando mi esposo muera, otras familias tendrán el camino libre para intentar hacerse con el poder. Bastan solo unas gotas de veneno en la comida o una cuchillada en la espalda. Una familia tan ilustre, acabada en un instante.

Will apartó la vista. Estaba empezando a sentir la angustia y miedo de la dama como si fueran propios. Se sintió mareado otra vez.

— Tengo miedo — dijo ella con voz débil —. Temo por la vida de mi esposo y la mía. Si tuviéramos hijos o si la hermana de Hannibal siguiera con vida… Ella hubiera tomado su lugar sin pensarlo dos veces. Lo hubiera hecho todo para que su hermano fuera feliz. Pero ella partió de este mundo muy pronto. Y Hannibal… Hannibal no me escucha, pero sé que te escuchará a ti.

— ¿Y qué quiere que le diga? — preguntó Will con honestidad — ¿Qué se olvide de mí y cumpla con su deber como Gran Duque? Sé que sería lo correcto, pero no lo haré. No estoy dispuesto a perderlo.

— No tiene por qué ser así. Hannibal quiere irse lejos contigo porque quiere protegerte de calumnias como las que se han esparcido recientemente.

Will se tensó al recordar aquellos papeles que lo llamaban bastardo y cosas peores.

— Lo entiendo, de verdad. Tú eres su Omega, al fin y al cabo.

“Más te vale que recuerdes eso”, pensó Will.

— Pero por lo que él mismo me ha dicho de ti — continuó la señora —, sé que puedes soportarlo. ¿O me dirás que eres de los que abandona a la primera dificultad?

— Por supuesto que no.

— Entonces cásate con Hannibal, pero no en secreto, sino en la Catedral, como debe ser. Conviértete en su consorte y olvídate de rumores y chismes.

— Pero mi padre…

— Con todo respeto, Will — dijo ella con el tono de alguien que está a punto de decir algo muy irrespetuoso —, pero tu padre es un don nadie. Su opinión no importa. Honestamente, debería estar feliz de que su hijo pueda llegar tan lejos en la vida.

Will quiso defender a su padre casi por instinto, pero lo que estaba escuchando era cierto. Puede que su padre pensara que estaba haciendo lo mejor para Will, pero estaba equivocado.

— Hannibal no tardará — dijo la dama de repente, poniéndose la capucha otra vez —. Debo irme. Si Hannibal sigue adelante con su plan de abdicar, sabré que has decido no escucharme. Y si no… Quiero que sepas que tienes todo mi apoyo. Solo te pido que no le hables de este encuentro con él. Vámonos, Chiyoh.

Sin una palabra más, se puso de pie y Chiyoh la ayudó a montar su caballo. Chiyoh tampoco dijo nada antes de tomar su lámpara y subirse a su caballo, pero antes de irse le lanzó una última mirada a Will.

Por su parte, Will se quedó sentado en el tronco, más confundido que nunca. Winston apoyó la cabeza en su pierna.

______________________________________________

Tal y como había dicho su tía, Hannibal no tardó mucho en llegar. Will asumió que ella y Chiyoh habían tomado un camino diferente para no encontrarse con él.

Tan pronto llegó, Hannibal saltó de su caballo y tomó a Will en sus brazos, disculpándose entre besos por la tardanza.

— Deberíamos entrar — sugirió Will.

— ¿Pasó algo? — preguntó Hannibal, sin duda detectando la agitación de Will.

— No — mintió Will —. Solo creo que estaremos más cómodos adentro.

Hannibal también había traído una lámpara, así que se separó de Will (aunque de mala gana) para buscarla y tener algo de luz dentro del granero oscuro. Apenas habían entrado cuando se pegó a Will de nuevo.

— ¿Qué sucede contigo? — preguntó Will con una risita. No podía negar que le agradaba la atención.

— No lo sé — dijo Hannibal. O por lo menos Will creyó que eso fue lo que dijo. Era un poco difícil de entender cuando tenía la cara enterrada en el cuello de Will —. Hueles bien. Siempre lo haces, pero últimamente…

— Creo que mi celo se adelantará este año — le dijo Will. Con todo el asunto con la tía de Hannibal casi lo había olvidado.

Hannibal se puso alerta al escuchar eso.

— ¿Deberíamos adelantar nuestros planes? — preguntó él con preocupación.

Will negó con la cabeza.

— No creo que sea necesario — respondió Will. Esperaba que ese fuera el caso. Por ahora otro problema ocupaba su mente.

— Vamos a sentarnos — le sugirió Hannibal, guiándolo hacia la pila de heno, que se había secado porque Will ya no tenía tiempo de cambiarlo como solía hacer antes.

De todas formas se sentaron, con Will en el regazo de Hannibal. El Alfa seguía negándose a soltarlo o dejar de olerlo. Will intentaba parecer tranquilo, pero por dentro seguía preocupado.

Deseaba mucho poder decir simplemente que lo pasara cuando Hannibal y él se fueran no era problema suyo. Pero por más que lo intentaba no podía olvidar la mirada suplicante de la tía de Hannibal ni dejar de sentir su miedo y preocupación.

Además, pensaba que ella tenía algo de razón. ¿Por qué debían huir como si estuvieran haciendo algo malo? Siempre y cuando estuvieran juntos, Will aguantaría cualquier chisme inventado por la ex prometida de Hannibal. No le daría el gusto de rendirse.

Estos pensamientos ocupaban tanto su mente que apenas escuchaba lo que decía Hannibal. Le estaba hablando acerca de la ciudad en la que se casarían y en la que vivirían por un tiempo antes de continuar su viaje hacia al norte.

— Tendrás que acostumbrarte a tomar vino mientras estemos allá — dijo Hannibal, aún con la cara en el cuello de Will—. El agua en esta ciudad no es muy buena, pero más al norte será mejor y… ¿Me estás escuchando?

— Lo siento — se disculpó Will —. Hay algo en lo que no puedo dejar de pensar.

— ¿Me lo contarás? — preguntó Hannibal, finalmente separándose de él para poder conversar — ¿Es sobre nuestro viaje?

— Más o menos — respondió Will —. Es que… No sé cómo empezar.

— Empieza por el principio — le dijo Hannibal con una sonrisa.

— ¿Qué sucederá cuando dejes de ser el Gran Duque? — preguntó Will, sin preámbulos.

— Mi tío Robert tomará mi lugar.

— ¿Y cuando muera tu tío? Él no tiene hijos.

— Alguna otra familia tomará ese lugar. O quizás el Gran Ducado se convierta en una república. No lo sé.

— Pero, ¿no te preocupa la seguridad de tus tíos si te vas? — insistió Will, deslizándose del regazo de Hannibal hasta quedar sentado en el heno.

— ¿A qué vienen estas preguntas, Will? — preguntó Hannibal en vez de responder.

— Me dijiste que tu tío está enfermo — respondió Will, evitando la mirada de Hannibal y jugueteando con pedazos de heno —. Yo… No sé, creo que es una responsabilidad muy grande para él.

— ¿Qué estás queriendo decir?

Will suspiró. No sabía cómo explicarle a Hannibal lo que sentía sin mencionar a su tía. Decidió que cumpliría su deseo de mantener en secreto la conversación que habían tenido. Tomó la mano de Hannibal.

— Creo… Creo que no deberíamos irnos — dijo Will al fin.

Hannibal arrebató su mano de la de Will.

— ¿Qué? ¿Por qué? Dime la verdad, Will. ¿Qué está pasando de verdad? ¿Tienes miedo de irte tan lejos de casa? ¿Es por tu padre? ¿Alguien te dijo algo? ¿Qué pasa?

Se puso de pie y empezó a dar vueltas por el granero. Will nunca había visto a Hannibal tan nervioso. Siempre había sido un hombre tan controlado.

— No, no es nada de eso — mintió Will —. Lo pensé y llegué a la conclusión de que tu deber como Gran Duque es lo más importante…

— Lo más importante para mí eres tú, Will — lo interrumpió Hannibal, que se había detenido a mitad de la habitación, a pasos de distancia de Will —. Ya te lo dije. Yo lo dejaría… Yo voy a dejarlo todo por ti.

— Creo que no es justo que lo abandones todo — dijo Will, cabizbajo. Odiaba sentir la aflicción de Hannibal y saber que él mismo la estaba causando.

— ¿Es esta tu forma de decirme que no quieres irte conmigo? — preguntó Hannibal.

Los ojos de Hannibal estaban brillantes. Parecía que estaban llenos de lágrimas. Debía ser un truco de la luz. Hannibal nunca lloraba. Él mismo se lo había dicho a Will. No lo había hecho cuando murió su familia a pesar del dolor que le había provocado esa tragedia.

— No es que no quiera… — se apresuró a explicar Will.

— Entonces, ¿por qué? — preguntó Hannibal con voz temblorosa.

No era un truco de la luz. Una lágrima se deslizó por la mejilla de Hannibal, que ni siquiera se molestó en limpiarla. Will pudo verla aun con la luz tenue de la lámpara. Sintió que le dolía el pecho y se apresuró para ir con su Alfa, que lo necesitaba.

— Creo que podemos quedarnos y encontrar una solución juntos — le dijo Will con voz suave, intentando tranquilizar a Hannibal.

— ¿Qué solución, Will? — preguntó Hannibal, frustrado —. Tu padre no quiere que me case contigo. Y los demás nobles no te aceptarán. Tú mismo lo viste. Esos malditos panfletos no se detendrán.

— No me importa lo que digan o hagan…

— ¡Pero a mí sí! — exclamó Hannibal, apartándose de él y dándole la espalda—. No tienes idea de lo despiadados que pueden ser. No tienes idea de lo que yo soy capaz de hacer por ti.

— ¿De qué estás hablando?

Hannibal no habló por un rato, pero finalmente se giró hacia Will. Aunque sus ojos seguían húmedos, su rostro estaba desprovisto de cualquier emoción.

— Yo maté a Mason, Will — confesó Hannibal con la voz extrañamente tranquila —. Él te deseaba y estaba dispuesto a tomarte por la fuerza. Por suerte me enteré a tiempo y pude deshacerme de él.

Will recordó un domingo semanas antes en el que Hannibal había llegado tarde al granero. Supo que algo le pasaba desde que lo vio, pero Hannibal insistió que estaba todo bien. Ahora todo tenía sentido.

— Y no solo eso — continuó Hannibal —. Ese mismo día también maté al encargado de mis establos por pasarle información sobre ti a Mason. Por atreverse a ponerte en peligro — dio un paso adelante —. Y lo volvería a hacer con cualquiera que lo intente, con cualquiera que siquiera lo piense.

Por un momento, la sorpresa no le permitió hablar a Will.

— Hannibal — dijo, pero no supo qué más decir.

De repente la respiración de Hannibal se aceleró y enterró el rostro en las manos.

— Ahora debes pensar que soy un monstruo — jadeó.

— Hannibal, yo…

— Yo jamás había… Por Dios, ¿qué me has hecho? — dijo Hannibal, más para sí que para Will.

Will intentó acercarse a él, pero Hannibal lo esquivó y salió prácticamente huyendo del granero.

— ¡Hannibal, espera! — lo llamó Will.

Hannibal no le hizo caso. Se subió a su caballo y se alejó cabalgando lo más rápido que pudo. Ni siquiera se había llevado su lámpara.

Will se dejó caer frente al granero. Ahora el que estaba llorando era él. ¿Qué significaba esto? ¿Hannibal se había ido porque ya no quería nada más con él? ¿O porque pensaba que Will no quería nada más con él después de esa confesión?

Debió haber dicho o hecho algo en lugar de quedarse parado ahí como idiota. Lo que Hannibal le contó lo había dejado sorprendido, sin duda, pero no por eso lo amaba menos. Will hubiera hecho lo mismo si hubiera estado en su lugar.

Winston, que no había entrado con ellos al granero y quizás atraído por el ruido, llegó corriendo junto a Will.

Abrazó al perro, preguntándose cómo podría solucionar esto. Porque esto tenía que tener solución.

__________________________

Las notas que le envió a Hannibal en los días siguientes no recibieron respuesta. Georgia le dijo que, según Alana, el Gran Duque se había encerrado en el palacio. No había sido visto en público en días y se negaba a recibir visitas.

El padre de Will lo obligó a asistir a todas y cada unas de las festividades de la Semana Santa, comenzando el Domingo de Ramos, sin importarle lo mal que se sintiera Will.

El Domingo de Resurrección llegó por fin.

Will fue hasta el granero por la noche, a la hora que habían acordado. Regresó a casa cuando ya casi amanecía.

Hannibal nunca llegó.

Notes:

A veces las cosas que yo misma escribo me ponen triste lol

Chapter 25: Capítulo Veinticuatro

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Ese jueves, el padre de Will salió de casa después del almuerzo para recoger el par de mulas que pretendía usar para el viaje después de la boda de Will. Una de ellas cargaría sus pocas pertenencias y la otra tiraría de la carreta en la que los tres harían el viaje. Will, su padre y Matthew.

Will había pasado los días anteriores llorando hasta quedarse dormido. Por las mañanas vomitaba. Su padre creía que lo estaba haciendo a propósito para sabotear su boda.

— Te vas a casar aunque tenga que llevarte a rastras a la iglesia el lunes — le advirtió a Will cuando expulsó el almuerzo que acababa de comer.

Estaba demasiado mareado como para contestar, pero Will estaba jodidamente seguro de que no iba a casarse con Matthew. De lo que no estaba tan seguro era de cómo lo evitaría. El día que su padre eligió para la boda estaba cada vez más cerca y Will aún no sabía nada de Hannibal.

Ojalá pudiera volver en el tiempo y mandar a la tía de Hannibal al demonio. Si hubiera hecho eso, Hannibal y él ya estarían casados y muy lejos de ahí.

Durante el día, Will guardaba los colchones en los que dormían él y su padre para dejar despejada la habitación. Pero ese día simplemente no tenía la energía ni los ánimos. Se quedó acostado en su colchón, pensando. En su desesperación, Will consideró seriamente presentarse en el Palacio Ducal, nunca había estado ahí, pero no sería difícil encontrar el camino. Y no le importaba si se armaba un escándalo. Hannibal tendría que escucharlo. No podía dejarlo así como así. Will era su Omega.

Sintiendo su desconsuelo, el fiel Winston se acostó en el colchón junto a Will, quien lo rodeó con los brazos. Se sentía perdido.

No sabía cuánto tiempo había pasado así cuando escuchó los golpecitos en la puerta de atrás. Debía ser Beverly o quizás Georgia. Por un momento Will pensó en no abrir, pero se obligó a ponerse de pie y hacerlo. Puede que le trajeran noticias de Hannibal.

Se encontró cara a cara con Beverly.

— Te ves terrible — dijo ella a modo de saludo, entrando a la casa sin que Will la invitara.

— Me siento terrible — respondió él, cerrando la puerta.

— ¿Qué demonios está pasando, Will? — preguntó Beverly, cruzando los brazos —. Dijiste que estaba todo arreglado, que te irías el domingo pasado. Ahora dicen que el Duque no quiere saber nada de nadie y Matthew anda por ahí muy orgulloso contando que se casará contigo el lunes.

Will se llevó las manos a la cara. Sus ojos estaban hinchados de tanto llorar.

— Lo arruiné todo — dijo. Era lo que llevaba pensando todos estos días, pero era la primera vez que decía esas palabras en voz alta —. La tía de Hannibal fue a buscarme antes de que nos fuéramos.

— ¿Qué quería?

— Me suplicó que intentara convencer a Hannibal de no abdicar. Dijo que su esposo está enfermo y temía por su vida y…

— ¿Te pidió que terminaras tu relación con él? — preguntó Beverly con tono indignado.

Will negó con la cabeza.

— No, eso no. Dijo que debíamos quedarnos y enfrentar las dificultades en vez de huir.

Winston se había quedado echado en el colchón de Will, pero en ese momento decidió levantarse y darle golpecitos en la pierna a Beverly para que lo acariciara.

— Tengo que admitir que eso suena a buen consejo — comentó Beverly, agachándose un poco para acariciar al perro.

— Yo también lo creí, pero no tienes idea de cómo me arrepiento de haberla escuchado — soltó Will con amargura.

— ¿Por qué?

— Él piensa que lo rechacé — dijo Will. Sintió que sus ojos se humedecían otra vez —. Cuando le dije que no deberíamos irnos, pensó que lo estaba rechazando y… — se interrumpió. No le contaría a nadie lo que Hannibal le había confesado —. Lo entendió todo mal. Yo… No sé qué hacer.

Se dejó caer en el suelo, con la espalda apoyada contra la puerta. No se molestó en limpiarse las lágrimas que caían por sus mejillas, era inútil.

Beverly se sentó a su lado y le pasó el brazo por los hombros.

— Él no puede dejarme así — dijo Will entre lágrimas —. Él es mi Alfa.

Beverly no dijo nada. Probablemente no sabía qué decir. Pero estaba bien. Will apreciaba su compañía en un momento como ese. Apoyó la cabeza en el hombro de su amiga.

Se quedaron así un tiempo, en completo silencio, hasta que unos golpes urgentes en la puerta tras ellos los sobresaltó. Por un momento Will se preocupó pensando que se trataba de su padre. Había prohibido que recibiera visitas de Beverly, pero él hubiera entrado por la puerta de enfrente, no la trasera.

— ¿Will? ¿Estás ahí? — era la voz de Georgia.

La preocupación en la voz de Georgia hizo que Will y Beverly se pusieran de pie de inmediato. Cuando Will abrió la puerta, descubrió que el rostro de Georgia demostraba tanta preocupación como su voz.

— ¿Qué sucede? — preguntó Will. De repente se sintió mareado de nuevo.

Georgia vaciló.

— Habla, Georgia — insistió Beverly.

— Yo… Estuve en la ciudad hoy temprano — empezó ella —. Escuché que habrá una fiesta en el Palacio Ducal mañana por la noche.

— ¿Fiesta? — repitió Will. ¿Hannibal organizó una fiesta? ¿Por qué?

Georgia asintió.

— Sí. Y también… — Georgia vaciló de nuevo. Era obvio que lo que estaba a punto de decir no era nada bueno —. Al parecer el Gran Duque volvió a comprometerse con la condesa Bedelia Du Maurier…

Georgia no había terminado de hablar cuando Will la apartó de un empujón para salir al patio, en donde vomitó de manera casi violenta.

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Hannibal se encontraba en la habitación de Mischa. O más bien, la habitación que había sido de Mischa. A veces le costaba pensar en ella en pasado.

La habitación estaba exactamente igual que el día en que se fue. Hannibal no había permitido que nadie entrara ni moviera sus cosas. Todo estaba en su lugar. Sus libros, sus partituras, sus joyas… Si Hannibal inhalaba con fuerza casi podía fingir que el olor de Mischa aún estaba ahí.

Suspiró y se dejó caer en el suelo, con la espalda apoyada en la cama de Mischa. Extrañaba tanto a Will y no importaba lo que hiciera, no podía dejar de pensar en él. No lo había visto desde aquella noche en el granero, cuando Will dijo que no debían irse como habían planeado y Hannibal confesó las cosas horribles que había hecho…

¿Qué estaba pasando con él? Sus padres le contaron que cuando era niño y las cosas no salían como él quería, tenía unos ataques de rabia terribles. No fue hasta que nació Mischa que eso dejó de ocurrir. Su madre había dicho que se alivió al ver que solo había sido una etapa. Al parecer no lo había sido.

Cómo deseaba poder ver a su familia una vez más. Su tío y tía estaban ahí para él, lo sabía, pero no era lo mismo.

Como si la hubiera invocado con el pensamiento, su tía Murasaki apareció en el umbral de la habitación, elegante como siempre. Llevaba puesto un hermoso vestido verde y plateado. Estaba lista para la fiesta (idea de su tío) que estaba a punto de comenzar. La expresión en su rostro, sin embargo, parecía más apropiada para un funeral.

— Mi señora — saludó con voz inexpresiva.

— Intenté convencer a tu tío de cancelar esta fiesta — dijo su tía —. Pero es muy terco.

— Deje que haga lo que quiera, mi señora — respondió Hannibal, encogiéndose de hombros —. Tiene motivos para celebrar.

Se sumieron en un silencio incómodo.

— Está corriendo el rumor de que Bedelia y tú están comprometidos otra vez — comentó ella —. Estoy segura de que es obra de la misma Bedelia.

— Qué mujer tan insistente — murmuró Hannibal entre dientes.

Si no podía casarse con Will, no se casaría con nadie. Hannibal se imaginó apretándole el cuello hasta que su cara se pusiera azul y todo el aire abandonara sus pulmones, dejándola incapaz de inventar más mentiras.

— Deberías asistir a la fiesta — sugirió su tía —. Para dejar claro que no es verdad.

— Yo sé que no es verdad. Es lo que importa.

La tía Murasaki dejó escapar un suspiro triste.

— Creí que estaría más feliz esta noche — comentó Hannibal, sin poder borrar del todo la amargura de su voz —. ¿No era esto lo que querían?

Su tía negó con la cabeza.

— No, no era esto lo que quería — dijo ella con voz triste —. No quiero verte así nunca.

Hannibal no respondió.

— Lo siento, Hannibal — soltó su tía —. Lo siento, de verdad.

— ¿Qué siente? — preguntó él, un poco confundido por la repentina intensidad de sus palabras.

— Yo… Yo…

Pero Hannibal no llegó a escuchar de qué se trataba. Un sirviente tocó la puerta principal de los apartamentos de Mischa. No prestó atención. Se trataba de algún problema u otro en el salón en el que se realizaría la fiesta y los invitados no tardarían en llegar.

Ojalá su problema más grande fuera algo tan sencillo como ese.

En todo caso, su tía necesitaba ir a salvar la noche. Se retiró de la habitación de Mischa con la promesa de buscar a Hannibal más tarde para que pudieran hablar. Hannibal ni siquiera le respondió. Tan pronto se quedó solo, cerró los ojos y se perdió en recuerdos de tiempos mejores.

Notes:

El papá de Will piensa que está fingiendo, pero ¿ustedes qué creen que tiene Will? 👀

Chapter 26: Capítulo Veinticinco

Notes:

Se supone que iba a publicar este capítulo el viernes. Ups.

Chapter Text

El día acabó y otro empezó.

Will hizo sus quehaceres como aturdido. Desde que Georgia le contó que Hannibal organizó una fiesta para esa noche y que supuestamente se había vuelto a comprometer con la tal Bedelia, el estado de ánimo de Will había alternado entre un dolor profundo y una intensa ira.

No podía ser verdad. Debía ser un chisme. Hannibal dijo que todas esas historias que aparecían en los panfletos eran inventos de ella. Seguro que este era uno más. Hannibal no podía abandonarlo así. No podía. Will se negaba a siquiera considerar que su padre tuviera razón en las cosas que dijo de Hannibal. Él no mintió cuando dijo que amaba a Will, de eso estaba seguro.

¿Acaso Hannibal estaba usando a Bedelia para herir a Will? No sabía si ese era el caso, pero si Will no se presentaba en la casa de ella para sacarle los ojos era simplemente que no sabía donde vivía.

Terminó de lavar la ropa que su padre quería que usara en su boda con Matthew. No tenían dinero para hacer como los ricos, que mandaban a hacer ropa especial para una ocasión como esa, no. La gente como ellos usaba la mejor ropa que tuvieran. En el caso de Will eran la túnica y pantalones menos desteñidos.

Colgó la ropa que no tenía intención de usar el lunes, le dio de comer a las mulas que su padre había traído el día anterior y entró a la casa para preparar la cena. Matthew se les uniría esa tarde. Su padre hubiera querido ofrecerle un estofado de carne, pero tenía que guardar todo el dinero posible para comenzar su nueva vida en otro pueblo.

Tocaba estofado de pescado otra vez. Will se preguntó distraídamente cuánta infusión de amapola sería suficiente para matar a quien comiera el estofado. Lo estaba revolviendo en el fuego cuando su padre y Matthew llegaron.

Los escuchó conversando antes de que se abriera la puerta, pero no apartó los ojos de la comida hasta que notó que dicha conversación se detuvo de manera abrupta. Al alzar la vista, descubrió que su padre lo miraba fijamente. No le dio tiempo de preguntar nada. En solo dos pasos, su padre llegó hasta él y tiró de su cabello hasta ponerlo de pie.

A Will se le escapó un grito. Estaba seguro de que su padre le había arrancado más de un mechón.

— ¿Qué estás haciendo? — logró preguntar Will.

Pero su padre no respondió. En vez de eso, su padre empezó a olfatearlo. Soltó una maldición.

— Es lo que me faltaba — gruñó su padre, que aún sostenía a Will del cabello.

Will aún no sabía que estaba pasando. Matthew no había dicho nada aún, pero le lanzó a Will una mirada cargada de lástima.

— ¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¿Qué está pasando? — insistió Will. Realmente no sabía que había hecho ahora.

— ¡Ese desgraciado te preñó, muchacho idiota! — escupió su padre —. Y eres tan estúpido que ni tú mismo te diste cuenta. Pero este olor es inconfundible.

Will se quedó sin aliento. Quiso negarlo de manera instintiva, pero de repente todos sus malestares tenían sentido. Los había atribuido a la ansiedad que sentía desde aquella noche en el granero, pero en realidad se había estado sintiendo mal desde antes y ahora sabía por qué. Iba a tener un bebé. Will no pudo reprimir la sonrisa que se apoderó de su rostro. Sonrisa que su padre borró de una bofetada.

— ¿Por qué demonios sonríes? — dijo al mismo tiempo que tiraba a Will al suelo de un empujón.

— Señor Graham… — comenzó Matt.

— No te metas en esto, Matthew — soltó su padre.

— Pero…

— Padre — habló Will desde el suelo—. Te lo ruego, déjame hablar con el padre de mi hijo…

— No digas estupideces, Will — respondió su padre —. Nadie más puede enterarse de esto.

— ¿Qué vas a hacer entonces? — preguntó Will. Tenía miedo de la respuesta de su padre.

Él se tardó en responder. Cerró los ojos y se acarició las sienes.

— No habrá boda el lunes — dijo al fin.

Matthew parecía querer protestar, pero su padre lo calló con una sola mirada.

— Te agradezco lo que has hecho por nosotros, Matthew — le dijo su padre —, pero no puedo pedirte que te encargues del hijo de otro Alfa. Haremos lo siguiente. Nos iremos del pueblo tal como planeamos y buscaré un convento cercano. Will se quedará ahí hasta que dé a luz. Que el niño se quede en el convento. Luego de eso veremos lo del matrimonio, si aún estás de acuerdo, Matt.

Matthew dijo algo, pero Will no escuchó ninguna palabra. Su padre acaba de decir que quería quitarle su bebé.

— Papá — lo llamó Will con voz temblorosa y lágrimas en los ojos. No lo había llamado así desde que era un niño pequeño —. No hagas eso, por favor. No me quites a mi bebé. Eso no.

Will se encogió tanto como pudo en el suelo, tratando de verse lo más pequeño posible y apelar al instinto de su padre Alfa de cuidarlo.

No funcionó.

— Todo esto es tu culpa — le dijo su padre, mirándolo con dureza —. Pero en parte también es mi culpa. Te di demasiada libertad y mira cómo acabó eso. Te dejaste seducir y para colmo de males acabaste con un bastardo en el vientre.

— Hannibal no me sedujo y mi hijo no es un bastardo — replicó Will.

— ¿Hannibal? — preguntó Matthew, frunciendo el ceño.

Su padre se acercó a él y lo tomó con fuerza del cuello de la túnica.

— ¡No quiero escucharte hablar de ese hombre ni de su bastardo! — gritó en la cara de Will —. Ya está decidido. Nos iremos mañana a primera hora.

El pánico se apoderó de Will.

— Si quieres quitarme a mi hijo, tendrás que matarme primero — dijo Will, con la voz firme a pesar de su miedo.

“O yo te mataré a ti primero”, pensó.

Su padre no tuvo tiempo de responder, pues Will lo apartó de sí de un empujón tan fuerte que su padre cayó de espaldas, golpeando con el codo la olla con estofado en el fogón. Para desgracia de Will, la comida caliente no cayó sobre su padre, sino en el suelo.

— ¡Señor Graham! — exclamó Matthew, que se apresuró en ir a ayudarlo.

Will aprovechó ese corto momento de caos para salir corriendo de la casa lo más rápido que pudo. No tenía ningún plan en mente, solo sabía que tenía que buscar a Hannibal.

Escuchó que su padre y Matthew lo llamaban, pero los ignoró. Tenía que encontrar la forma de llegar al Palacio Ducal.

_________________________________________________

Hannibal observó las estrellas desde el balcón.

El balcón en cuestión estaba en un ala opuesta al salón de fiestas. Su habitación estaba más cerca de ese salón. Demasiado cerca para su gusto. El distante sonido de la música se las arreglaba para llegar hasta él allá, así que decidió moverse.

Ahí estaba mucho más tranquilo, con el sonido de insectos nocturnos y la luz titilante de las estrellas como única compañía. Su soledad había sido interrumpida un par de veces, eso sí. Los sirvientes lo buscaban portando mensajes de algún invitado que quería hablar con él. Bella y Jack, Margot y Alana.

La más insistente de todas era Bedelia. Los demás se dieron cuenta rápidamente de que Hannibal no quería hablar con nadie y desistieron. Bedelia no. Siguió enviando sirvientes para que le pidieran bajar a hablar con ella una y otra vez. No pararon hasta que Hannibal amenazó con mandar a azotar al próximo que lo molestara.

Bedelia debía estar en pánico en el salón, tratando de justificar de cualquier manera la ausencia de su supuesto “prometido”. Se imaginó yendo hasta la fiesta solo para anunciar a todos los presentes que la condesa Du Maurier era una mentirosa y que no estaban comprometidos. Bedelia estaría humillada. El pensamiento hizo que sonriera. Nada como la desgracia ajena como para mejorar su humor, aunque fuera un poco.

Escuchó ruidos a sus espaldas. Pasos. Si era otro sirviente con un mensaje de Bedelia, estaba más que dispuesto a cumplir la amenaza que había hecho más temprano esa noche. Se dio la vuelta para hablar, pero no se encontró con un sirviente, sino con Brian, el guardia.

— Su alteza — saludó él.

— ¿Ocurre algo, Brian? — preguntó Hannibal, un poco preocupado.

— No estoy seguro, mi señor. Es que… Peter me pidió que lo buscara. Dijo que es urgente, pero…

— ¿Urgente? ¿No te dijo por qué?

— Hay un joven Omega con él en los establos — le explicó Brian —. Está muy asustado. No entiendo por qué eso es problema de usted, pero Peter insistió.

El corazón de Hannibal se aceleró. Un joven Omega. ¿Sería posible…?

— ¿Viste al joven? — le preguntó a Brian — ¿Qué aspecto tenía?

— Bueno, eh… Era un joven muy hermoso, debo admitirlo. Pero estaba muy desaliñado. Era de pelo oscuro rizado y ojos azules…

Brian no necesitó decir más. Era Will. Estaba seguro.

Hannibal salió corriendo más rápido que nunca, bajando quién sabe cuántos tramos de escaleras y encontrándose con varias personas en el proceso. No se detuvo para hablar con nadie, por más grosero que fuera eso. Lo único que le importaba era que Will estaba ahí.

Salió del palacio y se dirigió de inmediato a los establos. Antes de llegar, sintió el aroma más exquisito del mundo, ese que reconocería en cualquier parte. Siguió su nariz hasta los compartimentos de los caballos.

Antes de que pudiera llamarlo, Will salió de uno de los compartimientos, Peter tras él. Apenas lo vio, Will corrió hacia Hannibal, que lo recibió en sus brazos.

— Mi amor, ¿qué sucede? — le preguntó Hannibal con voz suave mientras le acariciaba la espalda. Will estaba pálido y temblaba. Su delicioso aroma estaba contaminado con miedo.

— Mi… mi padre — tartamudeó él. Era difícil entender lo que decía, pues su rostro estaba firmemente pegado al cuello de Hannibal, que intentaba mantenerse tranquilo para que su aroma a su vez tranquilizara a Will.

— ¿Qué pasa él? ¿Te hizo algo? — Hannibal esperaba sinceramente que ese no fuera el caso. Eso no acabaría bien para el señor Graham.

— ¿Hannibal? — una voz seguida del ruido de pasos.

Era su tía y no estaba sola. Hannibal maldijo para sus adentros. Este no era un buen momento para lidiar con gente chismosa.

Sin soltar a Will, miró por encima de su hombro. En efecto, se trataba de su tía, acompañada por Chiyoh, Jack, Alana y… Bedelia. Por amor de Dios.

— ¿Qué está pasando? — preguntó su tía —. Me dijeron que saliste corriendo… Ah — finalmente había notado a Will en sus brazos.

— ¡Will! — exclamó Alana, que intentó acercarse, pero Bedelia la apartó de un empujón y dio un paso hacia ellos, ignorando la mirada molesta que le lanzó Alana.

— ¿Qué es esto, Hannibal? — exigió Bedelia — ¿Quién es ese chico?

Hannibal estaba a punto de decirle que no le debía explicación alguna, pero Will se le adelantó.

— ¿Y tú quién demonios eres? — le preguntó Will con brusquedad.

Bedelia le lanzó una mirada cargada de desprecio.

— Ten más respeto cuando hables conmigo — le espetó —. Yo soy la prometida del Gran Duque.

— No, no lo eres — declaró Hannibal con voz severa —. Ya deja de andar repitiendo esa mentira.

Bedelia iba a discutir, porque por supuesto que lo haría, cuando escucharon más ruido de pasos.

“La noche no hace más que mejorar”, pensó Hannibal, lleno de ironía.

En esta ocasión, se trataba de otro de sus guardias, Randall, escoltando a dos personas más. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, Hannibal los reconoció como el padre de Will y el joven del mercado, Matthew.

Will tembló en los brazos de Hannibal al verlos.

— ¿Qué está pasando aquí, Randall? — preguntó su tía Murasaki —. ¿Quiénes son estas personas?

— Me disculpo, mi señora — respondió Randall —. No sabía que estarían aquí. Yo… Este hombre dice que su hijo entró aquí sin permiso y vino a buscarlo.

— Este lugar ya parece un mercado — dijo Bedelia a nadie en particular —. Cualquiera puede entrar.

— Me disculpo por molestarla, mi señora — dijo el padre de Will con mucha educación —. Como dijo este joven, yo solo vine por mi hijo y luego nos iremos. Ven aquí, William.

— No — sollozó Will, aferrándose aún más a Hannibal, como si temiera que su padre lo apartara de él a la fuerza.

— Él no quiere ir con usted — le dijo Hannibal, apretando más a Will contra sí. Si realmente intentaba separarlo de Will, Hannibal le arrancaría la garganta con los dientes. No le importaba que los otros lo vieran.

Jack se adelantó, intentando evitar un problema mayor.

— Hannibal, por favor — le dijo en tono suplicante —. Deja que el señor se lleve a su hijo. No puedes retenerlo. Recuerda que a pesar de todo, no estás por encima de la ley.

Jack tenía razón. Como no estaban casados, el padre de Will seguía teniendo custodia de su hijo. Hannibal lo sabía, pero sus instintos se negaban a aceptar eso. Lo único que sabía era que no permitiría que nadie le quitara a su Omega.

Cuando el señor Graham llamó a Will de nuevo y dio un paso hacia ellos, Hannibal dejó salir un gruñido de advertencia al mismo tiempo que Will habló.

— Quiere llevarse a nuestro hijo— soltó Will.

— ¿Qué? — preguntó Hannibal, confundido —. Will, ¿de qué…?

— Estoy embarazado — le respondió Will con lágrimas en los ojos.

Hannibal escuchó que el grupo que se había reunido en los establos soltaba un grito ahogado, pero no les prestó atención.

— Will — Hannibal pronunció su nombre con mucho afecto. Sus ojos se humedecieron y abrazó a su Omega con más fuerza. Se volvió hacia el padre de Will, que portaba una expresión resignada —. Señor Graham, creo que estará de acuerdo conmigo en que el matrimonio es nuestra única opción.

— El matrimonio va primero que los hijos, mi señor — comentó el señor Graham —. Debió hablar conmigo antes de… cortejar a mi hijo — era claro que “cortejar” no era la palabra en la que estaba pensando, pero intentaba ser educado en compañía.

— Es verdad — aceptó Hannibal —. Eso estuvo mal, por eso ahora le pido que me permita hacer lo correcto para devolverle el honor a su hijo y que nuestro hijo nazca legítimo.

— No puedes estar hablando en serio, Hannibal — soltó Bedelia, indignada —. ¿No ves que estos campesinos planearon esta escena ridícula para engañarte? ¡Ni siquiera sabes si ese hijo es tuyo de verdad!

Will gruño, indignado ante tal acusación.

— ¿Qué estás haciendo tú aquí, Bedelia? — le preguntó Hannibal, harto de ella — Esto no es asunto tuyo, así que lárgate antes de que te mande a sacar a rastras de aquí. ¡Fuera!

La cara de Bedelia se puso más que el vestido que llevaba puesto. Estaba furiosa, pero al menos obedeció. Giró sobre sus tobillos y se marchó, pisando ruidosamente.

— Hay una fiesta esta noche — continuó Hannibal, como si no hubiera pasado nada —. La mayoría de los nobles y gente importante del Gran Ducado están reunidos aquí. Señor Graham, concédame el honor de casarme con su hijo y yo anunciaré nuestro matrimonio ahora mismo.

El señor Graham suspiró. Parecía cansado.

— Usted mismo lo dijo, es la única opción — respondió él —. Tienen mi bendición.

Hannibal sonrió y sintió que Will se relajaba en sus brazos.

— Iré al salón para avisar que habrá un anuncio — dijo Alana con una sonrisa enorme —. Muchas felicidades, Hannibal y Will.

— Te acompaño — dijo Jack, más tranquilo ahora que las cosas se habían calmado.

— Bueno, ya todo está resuelto — dijo el señor Graham —. Creo que ya podemos irnos a casa, Will.

— No voy a ningún lado contigo — le espetó Will —. Querías encerrarme en un convento y quitarme a mi bebé.

— Basta, Will — lo regañó su padre —. Esta vez tendrás que esperar al matrimonio, ya que no lo hiciste antes.

— Te dije que no.

— William…

— Señor Graham — intervino su tía Murasaki, acercándose al padre de Will —. Por favor, deje que Will se quede. Planearemos la boda lo más rápido posible. Preparé habitaciones para él y me aseguraré de que no pase nada inapropiado. Le doy mi palabra.

Aunque algo “inapropiado” ya había ocurrido, pero decidieron ignorar ese hecho. El señor Graham se inclinó ante la elegante Murasaki.

— Que así sea entonces, mi señora — le dijo —. Le deseo buenas noches. Vámonos, Matt.

El señor Graham se fue sin decir nada más. El joven que le acompañaba se quedó un momento más, mirando a Will con ojos tristes. Hannibal casi se sintió mal por él. Casi.

— Felicidades, Will — dijo, cabizbajo —. Yo… Adiós.

Se dio la vuelta y se fue detrás del padre de Will. Chiyoh, silenciosa como una sombra, fue tras ellos, seguramente para asegurarse de que no intentaran hacer nada raro.

Hannibal dejó escapar un suspiro de alivio. Al fin.

— Ven, Will — le dijo al Omega en sus brazos —. Vamos a entrar.

Will se separó de él de mala gana, pero tomó su mano.

— Hannibal, ¿por qué no vas con tu tío para anunciar tu compromiso? — sugirió su tía —. Yo llevaré a Will a su habitación.

Will no dijo nada, pero apretó la mano de Hannibal con fuerza.

— Será rápido — le prometió Hannibal, acariciando su mejilla con suavidad —. Estaré contigo en un momento.

— Está bien — aceptó Will, haciendo puchero —. No te tardes.

— No lo haré, lo prometo — le aseguró Hannibal con una sonrisa.

— Vamos, Will — le dijo la tía Murasaki —. Déjame mostrarte el palacio.

Will fue con ella, dejando solos a Hannibal y Peter, que no había intervenido en ningún momento en aquella extraña reunión.

— Muchas gracias por cuidar de Will, Peter — le agradeció Hannibal con honestidad.

— No hay nada que agradecer, mi señor — respondió él con la cabeza inclinada.

— De todas formas te lo agradezco. Ahora ve a descansar.

Peter se inclinó una vez más y se retiró. Hannibal emprendió el camino fuera de los establos y hacia el palacio. Específicamente hacia el salón de baile.

Tenía algo muy importante que anunciar.

Chapter 27: Capítulo Veintiséis

Notes:

Un capítulo corto hoy, pero ya vamos acercándonos a la recta final :D

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

La tía de Hannibal le mostró a Will parte del palacio mientras los sirvientes preparaban una habitación para él.

Le enseñó varios salones, una biblioteca enorme, un cuarto de música, el taller de arte de Hannibal (que contenía un gran número de retratos de Will, algo que hizo que una calidez se extendiera por su pecho) y señaló varias obras de arte en los pasillos.

— Esta es Simonetta, la madre de Hannibal, que en paz descanse — dijo ella, mostrándole una pintura del perfil de una mujer joven con un hermoso vestido dorado, el cabello recogido bajo un sombrero rojo.

— Era muy bella — comentó Will.

— Lo era. Y tenía un gusto exquisito al vestir. Creo que le pagó más a las modistas que al pintor por este retrato.

— Hannibal no pintó ninguno de estos retratos — señaló Will. Lo había notado desde que vio las pinturas. Eran buenos, pero el estilo era diferente.

— No, este retrato lo hicieron poco después de su matrimonio — le explicó la tía de Hannibal —. Hannibal y su hermana no habían nacido aún. El pintor en cuestión fue uno de los maestros de arte de Hannibal. También fue el pintor oficial de la corte antes de su muerte.

Caminó hacia otro retrato y Will la siguió.

— Este retrato de Hannibal y su madre también fue obra suya — dijo.

El Hannibal de la pintura estaba sentado en el regazo de su madre y no podía tener más de cuatro años. Will no pudo evitar sonreír al verlo tan pequeño, con las mejillas regordetas sonrojadas y el pelo más claro que en la actualidad. Su mano se movió casi por voluntad propia hacia su abdomen. Se preguntó si su hijo se parecería a él o a Hannibal.

— Will — dijo la dama en voz baja —. Quería agradecerte por no contarle a Hannibal lo que pasó…

— Ya no importa — la interrumpió Will, que solo quería olvidar lo que había pasado esa noche desastrosa —. Lo importante es que estoy aquí ahora.

— De acuerdo. No volveré a tocar el tema.

Will asintió y justo en ese momento un sirviente apareció para avisar que la habitación estaba lista.

________________________________

La cama en la habitación era enorme. Al menos cuatro adultos podrían acostarse ahí y dormir sin problemas. Will no podía dejar de tocarla. Nunca había tocado nada tan suave.

Se acostó en medio de ella, con las extremidades completamente estiradas. Era increíblemente cómoda. Casi se estaba quedando dormido cuando le llegó el sonido de una puerta abriéndose, seguido por el aroma de su Alfa.

Will se puso de pie de un salto y corrió a sus brazos.

— Lo siento, Will, lo siento — se disculpó Hannibal, enterrando el rostro en sus rizos.

No tenía que explicar a qué se refería. Will lo sabía.

— Ya no importa — dijo Will, repitiendo lo que le había dicho a su tía y acariciando la espalda de Hannibal.

— Sí importa — insistió Hannibal, separándose un poco de él —. Te dejé solo. Tu padre pudo haberte enviado a ese convento, te hubiera quitado a nuestro hijo y yo no me hubiera enterado — abrazó a Will con todas sus fuerzas otra vez.

— No lo hubiera permitido — le aseguró Will, aferrándose a él —. No hubiera permitido que me alejara de ti ni que me quitara a nuestro hijo.

Hannibal no respondió. En vez de eso, tomó la mano de Will y lo llevó hacia la cama. Will se sentó en el suave colchón, mientras que Hannibal se arrodilló frente a él.

— Perdóname, Will — Hannibal se disculpó otra vez, incapaz de ver a Will a los ojos —. La forma en que me comporté esa noche… Las cosas que hice…

— Hannibal — Will pronunció su nombre con suavidad y lo tomó gentilmente de la barbilla para levantar su rostro —. Lo entiendo. Entiendo lo que hiciste con Mason y su cómplice. Lo hiciste para protegerme. Yo hubiera hecho lo mismo para protegerte a ti. Lo haría para proteger a nuestro bebé. Pero ojalá me lo hubieras dicho antes. Me tomaste de sorpresa esa noche.

— No quería que sintieras miedo de mí — dijo Hannibal, poniendo su mano sobre la de Will, aún en su rostro.

— Nunca — le prometió Will.

Hannibal tomó las manos de Will y las besó.

— Te amo — declaró, mirando a Will con ojos llenos de adoración.

— Yo también te amo — respondió Will, inclinándose para darle un rápido beso en la boca.

Se quedaron un rato en silencio, simplemente disfrutando de la presencia del otro. Hannibal no soltó las manos de Will en ningún momento.

— ¿Cómo lograste llegar hasta aquí? — le preguntó a Will.

— Huí de casa — respondió —. Corrí hasta que encontré una carreta en el camino. La llevaba un anciano, un Beta. Fue tan amable de traerme hasta la ciudad. Después de eso, pregunté cómo llegar al palacio. No tenía idea de qué haría al llegar o si me dejarían entrar. Solo sabía que tenía que encontrarte.

— Hiciste lo correcto al venir. Mi muchacho valiente — Hannibal lo besó de nuevo.

— Por suerte Peter estaba afuera — continuó Will una vez se separaron —. Me preguntó si necesitaba ayuda y cuando le dije mi nombre, dijo que me conocía.

— Le hablé de ti — le explicó Hannibal, acariciando su mejilla —. Pronto descubrirás que casi todos en el palacio saben de ti.

Will no pudo evitar sonrojarse de placer. Le gustó saber que Hannibal hablaba acerca de él con otros.

— Debes estar cansado — dijo Hannibal, poniéndose de pie —. Ha sido una noche ajetreada. Te dejaré dormir porque tenemos mucho que hacer mañana.

— ¿De verdad no puedes quedarte conmigo? — preguntó Will, negándose a soltar su mano —. Quiero decir, ¿cuál es el punto? Ya estoy embarazado.

Hannibal dejó escapar una suave risa.

— Sí — respondió, poniendo una mano sobre el vientre aún plano de Will —. Pero creo que después de todo lo que pasó, lo menos que podemos hacer es cumplir el deseo de tu padre.

Will dejó de sonreír ante la mención de su padre. Seguía furioso con él por lo que había intentado hacer. Aun así, Will decidió que no le contaría a Hannibal acerca de los golpes que recibió. Sabía que su padre acabaría muy mal si se lo contaba.

— Será por poco tiempo — continuó Hannibal, sentándose junto a él en la cama —. Nuestro compromiso ya es oficial. Me aseguraré de que los preparativos para nuestra boda sean tan rápidos como sea posible.

— ¿Cómo se tomaron la noticia las personas en la fiesta? — preguntó Will.

— Creo que los tomó por sorpresa. Hace tiempo que corría el rumor de que estaba por casarme, pero nadie fuera de mi círculo sabía que era verdad ni con quién.

— Mi amiga, Georgia, fue a mi casa ayer — comentó Will en voz baja —. Me contó que corría el rumor de que estabas comprometido con Bedelia otra vez.

— Ella realmente no sabe cuándo rendirse — suspiró Hannibal, tomando su mano otra vez—. Pero no podrá hacer nada más una vez estemos casados. No te preocupes por ella.

Will apoyó la cabeza en el hombro de Hannibal.

— Vendré a buscarte por la mañana — le dijo Hannibal —. Te presentaré a mi tío y algunos amigos. Ya conoces a Alana y Margot, pero también está Jack y su esposa Bella. También tienes que probarte el traje de bodas. Está casi listo, pero puede que necesite alguna alteración.

— ¿Está casi listo? — preguntó Will con el ceño fruncido —. Pero no me han tomado medidas.

— Si sabes cuánto mide tu mano, puedes tomar medidas bastante exactas — respondió Hannibal con una sonrisita. A Will le tomó un momento entender a qué se refería.

— No puedo creerlo — se rió —. ¿Hace cuánto mandaste a hacer ese traje?

— Al día siguiente de proponerte matrimonio — admitió Hannibal —. Lo que me recuerda.

Metió la mano en el bolsillo interior de su jubón y sacó la caja con el escudo del ciervo negro.

— Creo que podrás usar esto sin problemas — dijo Hannibal, tomando la mano de Will y colocando el elaborado anillo en su dedo.

Después de un último beso, Hannibal soltó su mano para que Will pudiera admirar su anillo a la suave luz de las velas. Los rubíes en los ojos del ciervo soltaron un débil destello. Era precioso.

— ¿Seguro que no te puedes quedar? — preguntó Will, mirando a Hannibal entre las pestañas —. Solo hasta que me quede dormido.

— Claro que puedo, mi dulce muchacho — le respondió Hannibal, atrayéndolo hacia su pecho.

Notes:

:3

Chapter 28: Capítulo Veintisiete

Notes:

Hoy toca boda, gente.

Una notita sobre los nombres: Creo que hoy en día es menos común ponerle a los hijos el nombre de sus padres, pero esa solía ser una practica muy común, así que mi headcanon es que Will y su padre se llaman igual. Para evitar confusiones me refiero al padre como señor Graham o como William y a su hijo solo como Will.

Advertencia: Sigo sin saber cómo escribir smut lol

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Algunas semanas después…

Hannibal supo que Will había llegado cuando la catedral, que solo unos minutos antes había estado sumida en silencio, se llenó de suaves murmullos.

Tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no darse la vuelta para verlo. La tradición dictaba que el Alfa debía mantenerse de pie con la vista fija en el altar hasta que el Omega estuviera a su lado, así que fijó su mirada en el retablo que mostraba una imagen de la Virgen y el Niño. El retablo en cuestión tenía casi la misma edad que él. Los modelos para la pintura habían sido su madre y él mismo de bebé.

Will, acompañado por el tío Robert (su padre había rechazado la invitación a la boda) recorrió todo el camino hacia el altar y, finalmente, Hannibal sintió la presencia de su Omega a su lado. Will estaba resplandeciente con la larga túnica de seda azul, casi del mismo tono que el de sus ojos, decorado con hermosos patrones bordados con hilo de oro. Su propio traje era rojo y dorado.

Aunque no podía ver su rostro, cubierto por un velo azul como estaba, Hannibal sabía que Will le estaba sonriendo. Podía sentir su felicidad, podía olerla. Deseaba poder sostener la mano de su Omega en ese momento, pero una vez más la tradición se entrometió. No podía tocarlo hasta que llegara el momento de intercambiar votos. Se arrodillaron frente al Obispo mientras este recitaba la primera oración.

Después de la liturgia de la palabra, llegó el momento de los ritos de matrimonio. Para esta parte de la ceremonia, Hannibal debía levantar el velo de Will. Tan pronto retiró la delicada tela para revelar el rostro de Will, gritos ahogados le llegaron desde los bancos. Hannibal no podía culpar a los asistentes, en especial a aquellos que estaban viendo la belleza de Will por primera vez.

Will era por mucho la cosa más bella en esa catedral. Ni los hermosos frescos con escenas celestiales en el techo ni los coloridos vitrales se comparaban con él. Hannibal se aseguraría de pasar esa hermosa imagen al lienzo más tarde.

Su amado se sonrojó un poco al escuchar la expresión de sorpresa de los invitados y lanzó una mirada tímida hacia los bancos. Hannibal lo tomó de la mano para calmar sus nervios y Will le respondió con una sonrisa.

Las personas en los asientos traseros no tenían la mejor vista, pero Hannibal sabía que la palabra acerca del hermoso consorte del Gran Duque estaba corriendo rápidamente de una persona a otra en ese preciso momento.

Hannibal y Will intercambiaron votos en los que profesaban su amor eterno por el otro. Intercambiaron anillos y finalmente (¡finalmente!), el Obispo los declaró casados. Hannibal depositó un beso dulce y casto en los labios de Will.

Mischa, su fallecida hermana, decía que besarse en una boda era una forma sutil de ”sellar el trato". Lo decía porque se esperaba que tanto ella como él se casaran con personas poderosas y ricas que beneficiaran al Gran Ducado de su padre, sin importar lo que sintieran por la persona a la que estarían atados de por vida. Para todos los efectos, era un negocio.

Tristemente, Mischa no estaba ahí para ver que Hannibal se había librado de ese destino, ni para compartir su dicha. Will no tenía riqueza alguna a su nombre, pero la felicidad que le había devuelto a Hannibal con el simple hecho de existir era más valioso para él que cualquier joya o título. Y ahora que al fin podía decir que Will era suyo sin lugar a dudas, Hannibal se prometió a sí mismo que no permitiría que nadie le quitara esta felicidad.

Lo que Dios ha unido, que nadie lo separe.

*

______________________________________________

El repicar de las campanas de la catedral en la que la boda se llevó a cabo llegó a casi todos los rincones de la ciudad. Era imposible que William Graham, el padre del joven Omega que se casó, no lo escuchara.

Vio la procesión de la catedral hacia el palacio a lo lejos. Los recién casados no eran más que un par de puntos azul y rojo. No podía distinguir los rasgos de su hijo desde su posición, pero sabía que estaba hermoso. Él siempre lo estaba.

Se repartió comida y bebida gratis, pero William los rechazó. Tan pronto perdió de vista la procesión, regresó a su casa, esa que pronto dejaría de serlo.

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A pesar de que la boda y el banquete fueron preparados de manera apresurada, Hannibal no podía dejar de admirar a su tía y los trabajadores a su cargo, pues habían hecho un trabajo excelente.

El salón del palacio en el que celebraron el festín de bodas estaba decorado de manera exquisita, con flores frescas que perfumaban todo el lugar con un suave y agradable perfume manteles bordados en plata y oro e intrincadas esculturas de azúcar, incluyendo una réplica en miniatura del palacio ducal.

También había música, baile, vino de sobra para todos y un lujoso banquete de cincuenta y seis platillos. Más tarde, al acabar la fiesta, los invitados tendrían el placer de ver un espectáculo de fuegos artificiales. Todos estaban emocionados por eso, pero lo que emocionaba a Hannibal era saber que al final de la noche, tendría a Will en sus brazos y esta vez no tendría que esperar una semana para volver a hacerlo.

Ya no tenían que esconderse.

Nobles y otras personas importantes del Ducado pasaron por su mesa unos tras otros para presentarse ante Will y rendirle honores. Hannibal sabía que tenían que ser respetuosos con el Gran Duque consorte sin importar su opinión de él, pero pudo ver que la admiración que demostraban ante Will era genuina. Will no era lo que esperaban ni lo que Bedelia había inventado en esos desperdicios de papel que repartió por meses.

Estaba seguro de que muchos de ellos esperaban que Will metiera la pata o dijera la cosa equivocada, Bedelia entre ellos, pero Will había sido un caballero muy correcto. Alana y Margot habían sido una gran ayuda. Realmente eran buenas amigas. Se aseguraría de concederles puestos de honor en su corte.

Durante una pausa en las presentaciones, Will tomó la mano de Hannibal por debajo de la mesa. Hannibal le lanzó una sonrisa y le dio un beso en la mejilla.

— ¿Estás feliz? — preguntó Hannibal.

La pregunta sonaba tonta, pero Hannibal no podía dejar de pensar en la invitación rechazada por su suegro. Will recibió la noticia de manera impasible, pero Hannibal supo que lo afectó más de lo que quería admitir.

Hannibal incluso había ido a la antigua casa de Will para intentar convencer a su padre de que asistiera a este evento tan importante y dejar atrás todo lo que había pasado, pero el hombre resultó ser más terco que las mulas que tenía en su patio.

— Lo vendí casi todo con la intención de mudarme y eso es lo que haré — había dicho el señor Graham cuando Hannibal fue a hablar con él —. Solo estoy aquí para asegurarme de que cumpla su palabra y se case con mi hijo.

— ¿Realmente va a perderse la boda de su único hijo? — insistió Hannibal.

— Yo no pertenezco a un lugar como su palacio — respondió él, acariciando el costado de una de las mulas.

— Puede serlo, si usted lo desea. Usted será mi suegro. Mi familia.

El señor Graham negó con la cabeza.

— Usted y mi hijo formarán una familia, pero yo ya no seré parte de esa — declaró, mirándolo con esos ojos azules tan parecidos a los de su hijo.

Y eso fue todo.

— Lo estoy — respondió Will con honestidad —. Si lo dices por lo de mi padre… Creo que siente vergüenza por la forma en la que actuó. Yo tampoco hubiera querido venir si fuera él. Al menos mis amigas sí están aquí.

Will le había dicho que la señorita Katz y la señorita Madchen eran las únicas personas a las que quería invitar. Hannibal se aseguró de conseguirles la vestimenta apropiada y le dejó claro a los asistentes que debían tratarlas a ambas con respeto. De otro modo, se las verían con él. Por suerte, todos tuvieron buena conducta y las dos jóvenes parecían estar pasándola bien. Eso se debía, más que nada, a que la mayoría de ellos querían ganarse el favor del nuevo consorte a través de sus amigas.

La señorita Katz iba por buen camino en su formación como tejedora, pero la señorita Madchen se quedaría en el palacio para trabajar como acompañante de Will. Era un puesto muy codiciado. Omegas y Betas de familias nobles estaban dispuestos a renunciar al pago que conllevaba el trabajo con tal de recibir tal honor.

La joven Georgia vivía sola con su madre viuda, vendiendo verduras en el mercado y limpiando casas de familias pudientes. Ganaría más dinero en un mes en el palacio que en un año entero en sus otros trabajos.

Un sirviente se le acercó e interrumpió sus reflexiones. Le dijo algo al oído.

— ¿Sucede algo? — preguntó Will, apretando un poco más su mano.

— Solo que es hora de los fuegos artificiales — respondió Hannibal, poniéndose de pie y ofreciéndole la mano a su esposo —. ¿Vamos?

_______________________________________

Esa noche, William recibió una visita de Matthew, quien le llevó comida y se quedó a cenar con él. Realmente era un buen chico, ese Matt. Estaba muy agradecido por tener su compañía.

Después de comer, hablaron hasta que se hizo tarde, compartiendo recuerdos de Will. Era más que probable que no volvieran a verlo jamás. Lo peor era que William sabía que no tenía a nadie a quien culpar por ese hecho, excepto a sí mismo.

El sonido de una explosión tras otra hizo que salieran de la casa a investigar. El cielo nocturno se iluminaba de manera intermitente junto con dichas explosiones. Eran fuegos artificiales visibles incluso en su pequeña aldea.

En ese momento, William supo que ya no le quedaba más que hacer en ese lugar. Partiría a primera hora de la mañana.

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Era ridículo ponerse nervioso y Hannibal lo sabía. Will y él habían consumado su relación de forma carnal antes de casarse. Will incluso ya llevaba un hijo suyo en el vientre. Pero Hannibal no podía evitarlo. Era su primera vez como una pareja casada.

La emoción y los nervios lo estaban volviendo loco. Que los invitados rezagados lo perdonaran por no despedirse personalmente de ellos. Era una descortesía, sí, pero su Omega lo estaba esperando en sus aposentos y el lazo invisible que los unía (aun antes de intercambiar mordidas) lo llamaba.

Hannibal decidió hacer una parada rápida en su propia habitación. Se aplicaría un poco más de perfume tal vez. ¿Debería quitarse el jubón también? Al final no importó. Al abrir la puerta de sus apartamentos, descubrió que el aroma de su amado Will estaba por todas partes. Siguió ese olor que lo había atrapado desde el primer momento hasta la habitación. Encontró a Will sentado en la cama, vestido solo con una camisa de dormir.

— Te tardaste — le dijo Will, sonriendo.

— Estaba despidiendo a los invitados — respondió Hannibal, que se apresuró para llegar hasta él —. Es mi responsabilidad como Gran Duque.

Will no respondió, sino que simplemente lo tomó por los hombros en cuanto Hannibal estuvo a su alcance y lo besó.

— Creí que me estabas esperando en tu habitación — dijo Hannibal cuando se separaron.

— Bella me explicó que los nobles casados tienen habitaciones separadas y que el Alfa visita a su Omega por las noches — le explicó Will, hundiendo la cara en el cuello de Hannibal —. Pero no me gusta ese arreglo. Yo quiero dormir contigo todas las noches, así que le pedí a los sirvientes que me trajeran aquí.

Hannibal rio suavemente.

— Tú mandas aquí ahora — le dijo, frotando los rizos de Will con la nariz —. Si quieres quedarte aquí conmigo, lo harás.

Se besaron de nuevo. Esta vez con toda la pasión que no habían sido capaces de demostrar las semanas anteriores. El beso se intensificó y la mano de Hannibal levantó la camisa de dormir de Will para acariciar la piel recién descubierta. Acarició sus muslos, su abdomen con una curva incipiente, su pecho.

Se separaron brevemente para deshacerse de la ropa de Hannibal, que por primera vez odió el hecho de que su vestimenta llevara tantas capas. Pero en cuanto ambos estuvieron completamente desnudos, Hannibal no perdió el tiempo y cubrió el cuerpo de Will con el suyo. No podía dejar de besar a Will, de acariciarlo, de olerlo.

Cuando finalmente estuvo dentro de él, ambos dejaron escapar gemidos. Empezaron a moverse juntos. Will enterró las uñas en su espalda y Hannibal era incapaz de pensar o decir nada que no fuera el nombre de su esposo. Will Will Will Will Will…

De repente, Hannibal se encontró boca arriba. Will había invertido sus posiciones sin separar sus cuerpos. Incluso él parecía sorprendido de haberlo logrado.

— Will — jadeó Hannibal, mirando a Will con devoción.

Will se inclinó para besarlo. Luego se enderezó y empezó a moverse otra vez. Al principio de manera vacilante, pero pronto encontró su ritmo, moviéndose de arriba a abajo, usando el cuerpo de Hannibal para encontrar su placer. Hannibal se sentó en la cama y pegó su pecho al de Will, que se aferró a sus hombros. Sus caderas continuaron moviéndose hasta que Hannibal perdió la noción del tiempo.

La boca de Hannibal recorrió toda la piel que pudo alcanzar. Besó el rostro de Will, su cuello, sus hombros y bajó hasta sus pectorales. Hannibal inhaló profundamente. El pecho de Will se inflamaría cuando empezara a producir leche para su cachorro. Era demasiado pronto aún, pero Hannibal estaba casi seguro de poder oler la dulce leche de su Omega. No pudo evitarlo. Se llevó uno de los pezones de Will a la boca. Lo besó, lo lamió y chupó suavemente.

— Hannibal — gimió Will, enredando una mano en el cabello de Hannibal.

— Will, mi Will — respondió Hannibal con voz entrecortada.

Con un fuerte gemido, Will echó la cabeza hacia atrás, lo que dejó su cuello inmaculado al descubierto. Hannibal gruñó ante esa visión. Podía sentir un cosquilleo en los colmillos y su nudo inflándose. Era el momento. Se inclinó hacia Will y, después de un suave beso, enterró los colmillos en su cuello. La boca de Hannibal se llenó de sangre.

Will dejó escapar un grito que fue más de placer que de dolor. Eyaculó sobre su abdomen y el de Hannibal. Sus músculos internos se contrajeron alrededor del miembro de Hannibal. Con una última embestida, Hannibal enterró su nudo en Will y derramó su semen dentro de él. El nudo no servía de nada ahora que Will ya estaba embarazado, pero Hannibal adoraba que estuvieran tan unidos por un breve espacio de tiempo.

Su Omega se dejó caer contra el pecho de Hannibal, agotado y jadeante. Hannibal lo abrazó. Era tan dócil y manejable… Por lo que fue una sorpresa cuando Will tiró de su cabello con fuerza para dejar su cuello expuesto y le enterró los colmillos con cierta violencia.

Hannibal acababa de correrse, pero al recibir la mordida de Will, pensó que estaba a punto de hacerlo de nuevo. Ahora sí que estaban unidos de manera irrevocable. Se pertenecían el uno al otro solamente y tenían las marcas para probarlo.

Toda la energía que había demostrado solo minutos antes abandonó a Will de repente. Otra vez estaba completamente dócil en los brazos de Hannibal. Los colocó a ambos en una posición más cómoda en la cama, de costado, y lamió gentilmente la mordida que le había dado a Will. La saliva del Alfa ayudaría a la herida a sanar más rápido.

Will, luchando por mantener los ojos abiertos y ronroneando, lamió la mordida en el cuello de Hannibal para ayudar al proceso de sanación. Fue lo último que pudo hacer antes de quedarse dormido, exhausto y feliz en los brazos de Hannibal.

Hannibal no pudo evitar que se le escapara su propio ronroneo, algo que los Alfas rara vez hacían. Se quedó dormido igual que Will no mucho después.

Notes:

Los fuegos artificiales tienen su origen en China y llegaron a Europa alrededor del siglo XIII. Hay registros de bodas de gente importante en las que se utilizaron fuegos artificiales como parte del entretenimiento, pero estos no eran tan impresionantes como los modernos ya que los efectos y los colores eran más limitados, por lo menos en Europa. Algunas personas que visitaron China describieron sus fuegos artificiales como superiores a los europeos.

*Parafraseado de Mateo 19:6

Chapter 29: Capítulo Veintiocho

Notes:

Me encuentro escribiendo los capítulos finales. Así que esta historia pronto llegará a su fin.

Espero que les esté gustando.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El sonido de las campanas reverberó por el interior de la iglesia.

Bedelia mantuvo la mirada fija hacia adelante, en el retablo, porque si posaba la vista en el impostor que acababa de recibir todos los títulos y honores que le correspondían a ella, podía terminar cometiendo una estupidez.

El pescador (porque para Bedelia nunca dejaría de ser eso) recibió la última bendición del Obispo de rodillas y se puso de pie con mucha gracia, lo cual era sorprendente considerando el tamaño de su abdomen. Acababa de ser nombrado como Gran Duque Consorte. En realidad, se había convertido en eso desde el momento en el que se casó con Hannibal, pero era tradicional hacer una ceremonia de investidura.

Pero no se había acabado aún. El momento que Bedelia más temía había llegado: las presentaciones.

La mayoría de los presentes se habían presentado ante el pescadero el día de la boda, a la que Bedelia no fue invitada (y aunque la hubieran invitado, ella no habría asistido), pero también era parte de la tradición que Omegas nobles y solteros fueran presentados ante el Gran Duque o Duquesa consorte el día de su investidura.

Era una humillación, en realidad, que todos ellos, Omegas de alta cuna y linajes ilustres tuvieran que inclinarse ante un chico salido de una sucia aldea. Lo peor era que Bedelia parecía ser la única que lo veía. Los demás, incluyendo sus conocidos y amigos, hacían lo posible y lo imposible para caerle bien.

Desde el primer día fue evidente que la mejor forma de avanzar en la corte, era que el consorte hablara bien de ti con el Gran Duque.

Bedelia y los demás formaron una fila cerca del altar. A continuación, el consorte se acercaría a ellos uno por uno y les ofrecería su mano para que la besaran. Bedelia había memorizado cada uno de los pasos de esta ceremonia. Hubo un tiempo en el que pensó que sería para ella. No pudo evitar hacer una mueca al pensar en eso.

Hannibal no estaba presente, pues el consorte tenía que ser la persona con el rango más alto en esta ceremonia. El pescador iba acompañado de su séquito, que incluía guardias personales y acompañantes, entre ellos Murasaki, la tía de Hannibal, Alana Verger (su esposa, Margot, había recibido el puesto de Caballeriza Mayor), Bella Crawford, Anthony Dimmond y una amiga suya, que no era más que una verdulera a la que le había concedido un puesto de honor.

Sin contar aquella noche meses atrás en los establos del palacio, esta era la primera vez que Bedelia miraba bien al chico. Hubiera querido decir que no era tan hermoso como la gente contaba, pero incluso ella tenía que admitir que sí que lo era. Pero que fuera bello no le quitaba la inferioridad con la que había nacido. No le daba clase ni educación.

¡Y luego decían que la superficial era Bedelia!

El consorte estaba cada vez más cerca de ella. Bedelia deseó con todas sus fuerzas que hiciera alguna tontería, que dijera algo que no debía, que se cayera frente a todos, pero no. Para frustración de Bedelia, se comportó de manera correcta durante toda la ceremonia y todos y cada uno de sus movimientos eran elegantes.

Odiaba ver cómo se llevaba la mano al vientre hinchado a cada rato, muy orgulloso. Aunque Bedelia suponía que tenía muy buen motivo para estar orgulloso. Al fin y al cabo fue gracias a ese embarazo que llegó tan lejos. Era un secreto a voces que ya estaba embarazado cuando Hannibal y él se casaron.

Cuando el pescador llegó frente a él, el joven Omega al lado de Bedelia casi tembló de la emoción. Ridículo. Intercambiaron unas cuantas palabras que Bedelia ignoró y continuó con la vista firmemente hacia adelante… hasta que llegó su turno y no pudo seguir ignorándolo.

Llevaba puesto un hermoso vestido de seda color marfil cubierto de joyas azules del mismo tono que sus ojos. Sus rizos estaban sueltos y no llevaba guantes.

— Su alteza — saludó Bedelia al mismo tiempo que hacía una reverencia.

— Condesa Du Maurier — respondió él, mirándola con esos ojos tan claros que Bedelia no pudo evitar sentirse un poco nerviosa.

Bajó la vista y sus ojos fueron a parar a su abdomen. Decían que tenía unos seis meses de embarazo, pero su vientre había crecido tanto que corría el rumor de que esperaba gemelos. Un motivo más para estar orgulloso. Daría a luz a un heredero y a un reemplazo en una única ocasión.

La aparición de una mano cuajada de anillos frente a ella interrumpió los pensamientos de Bedelia, que resistió el impulso de arrancarla de un mordisco. En vez de eso, tomó la mano con delicadeza y besó el anillo en su dedo medio, un anillo con un enorme rubí rojo sangre que ella conocía muy bien. Le había pertenecido a la fallecida Gran Duquesa Simonetta.

El pescadero pasó a la siguiente persona, ignorante de la rabia y el odio acumulado dentro de Bedelia.

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Una taza humeante apareció en la mesa frente a él.

— Gracias, Eva — le agradeció Will, tomando la taza con una mano y acariciando su estómago con la otra.

Últimamente Will sufría de muchos ataques de ardor en el estómago. Eva, una de sus asistentes, le aseguró que era algo normal durante el embarazo y le preparó una bebida herbal para aliviar sus molestias.

Will estaba muy agradecido con ella. No había conocido a su propia madre ni a la de Hannibal, así que no tenía a nadie que le dijera lo que era normal y lo que no. Eva era Omega igual que él y también había dado a luz a un par de gemelos Alfa. Era la viuda de un caballero y había trabajado antes en el palacio, pero se había tomado unos cuantos años para dedicarse a sus hijos. Ahora que estaba de vuelta, se había unido al séquito de Will.

— De nada, mi señor — le respondió ella, haciendo una reverencia —. ¿Necesita que le traiga algo más?

— No, gracias — dijo él después de tomar otro sorbo de su bebida —. ¿Sabes si Beverly ya llegó?

— La señorita Madchen fue a buscarla. Seguro que no tardan.

— Bien. Puedes retirarte.

Eva hizo una reverencia y salió, dejando a Will solo en el salón. La tía de Hannibal decía que Will debería estar rodeado de sus asistentes en todo momento, ese era su trabajo después de todo, pero a veces Will realmente necesitaba tiempo a solas.

Hannibal estaría ocupado con su consejo hasta tarde ese día y Will acababa de salir de una con su Limosnero oficial. Habían hablado acerca de abrir un hogar para Omegas viudos y solteros con hijos. En la mayoría de los casos, sin la protección de un Alfa, casi todos acababan en las calles. Will no podía olvidar que él pudo haber acabado así.

Will acarició el borde de la taza con un dedo de manera ausente. Pensó en su padre. Fiel a su palabra, había tomado sus pocas pertenencias y se había marchado de la aldea un día después de la boda de Will. Le hubiera gustado decir que no le importaba, pero la verdad es que le dolía saber que su padre se había ido sin despedirse siquiera. Al menos Matthew había ido con él. Era un pequeño consuelo.

Hannibal había enviado jinetes para conseguir más noticias de él y habían descubierto que se dirigía a las tierras del sur. Eso había sido hace un par de meses atrás, pero esa mañana, Will recibió una nota de Beverly, diciendo que tenía novedades acerca de su padre. Esperaba que fuera algo bueno. Que le dijera que iba a volver. A pesar de todo, Will deseaba dejar todas las cosas feas que habían pasado entre ellos atrás. Estaba dispuesto a perdonar.

Mientras tomaba otro trago de su taza, la puerta se abrió. Georgia entró, acompañada de Beverly. Ambas hicieron una reverencia.

— Su alteza — dijeron ambas.

— Basta de eso — les dijo él con una sonrisa —. Vengan a sentarse conmigo, ustedes dos.

Pero algo estaba mal. El compartimiento animado de Beverly estaba ausente ese día y la expresión de Georgia era sombría.

— ¿Qué ocurre? — preguntó Will, nervioso de repente.

Beverly se acercó a él. Llevaba un papel en las manos.

— Un vendedor ambulante llevó esta carta al taller — empezó ella —. Tenía que contártelo en persona. La envió Matthew.

— ¿Qué dice la carta? — insistió Will con el corazón acelerado.

— Will… Lo siento mucho. La carta dice que tu padre murió hace un par de semanas…

Beverly estaba hablando aún, pero el ruido de una taza rompiéndose al caer al suelo se tragó el resto de sus palabras.

___________________________________

Tan pronto se enteró de que el padre de Will había fallecido, Hannibal se apresuró para llegar a su habitación (suya y de Will). Encontré a su amado en la cama que había convertido en un nido, llorando en silencio y con la carta que portaba las malas noticias en una mano.

Hannibal entró en el nido y lo abrazó. Sintió que las lágrimas de Will dejaban una mancha húmeda en su jubón.

Hannibal era un hombre muy rico y poderoso. Sus arcas estaban llenas de oro, tenía a miles de personas a sus órdenes, un ejército entero listo para ir a la guerra si así lo deseaba… Pero, ¿de qué le servía todo eso cuando la persona que más amaba en el mundo sufría de esta manera? Hannibal pensó, y no por primera vez, que cambiaría todas sus posesiones por la felicidad de Will.

— Lo siento, Will — dijo en voz baja mientras acariciaba su espalda —. Lo siento tanto.

— No pudieron hacer nada por él — dijo Will con la voz rota —. No hubo nada que pudieran hacer…

Will se apartó de él solo lo suficiente para entregarle la carta. Hasta donde Hannibal sabía, ni el señor Graham ni Matthew Brown sabían leer o escribir, así que juzgando por la buena letra de la carta, supuso que la había escrito algún sacerdote.

Según la carta, el señor Graham y Matthew habían hecho una pausa en su viaje para descansar en un pueblo fronterizo. Sin embargo, el día en el que planeaban partir, el padre de Will empezó a quejarse de un intenso dolor de cabeza. Decidieron quedarse un día más para que se recuperara, pero nunca lo hizo. Quedó inconsciente más tarde ese día y murió horas después.

Lo enterraron en los terrenos de la iglesia local como indigente. Hannibal se encargaría de rectificar eso en cuanto pudiera.

— Lo siento tanto, Will — repitió Hannibal, acariciando la mejilla de Will, húmeda por las lágrimas que se habían detenido por el momento —. Ojalá lo hubiera obligado a quedarse…

Will acarició su gran vientre. Había llegado a la conclusión de que esperaba gemelos mucho antes que los médicos que lo atendían. Hannibal sabía que a Will le rompía el corazón saber que su padre había muerto antes de poder reconciliarse o conocer a sus nietos.

— Cuando mi padre decidió que debía casarme con Matthew, estaba furioso con él — dijo Will con la mano aún en su vientre —. Le deseé el mal. Y cuando dijo que quería dejar a nuestro hijo, hijos, en un convento lejos de mí, me sentí capaz de matarlo. Lo hubiera hecho — comenzó a llorar de nuevo —. Quise que muriera y ahora lo está. Está muerto.

Hannibal lo envolvió en sus brazos otra vez.

— No fue tu culpa, Will — le dijo con voz firme —. No lo fue. Tú mismo me dijiste que tu padre llevaba enfermo un tiempo. No tuviste nada que ver.

Pero Hannibal seguía sintiéndose culpable. Puede que el señor Graham tuviera los días contados, pero hubiera preferido que pasara el tiempo que le quedaba junto a su hijo.

— Tal vez no — dijo Will, acostándose en el nido y limpiándose las lágrimas con una mano—. Tal vez no hubiera hecho ninguna diferencia, pero sé que las cosas no hubieran ido tan mal si esa tal Bedelia no hubiera enviado a la chismosa pelirroja a mi casa — el semblante de Will se endureció —. La odio. No tienes idea de cuánto.

Notes:

No quise ser muy especifica en cuanto a la enfermedad del señor Graham porque la terminología sería muy moderna para un fic ambientado en durante el Renacimiento, pero él murió de un derrame cerebral causado por hipertensión no controlada. Y por supuesto, no había forma de controlarla en esa época. Los primeros medicamentos para la hipertensión no aparecieron hasta mitades del siglo XX.

Chapter 30: Capítulo Veintinueve

Notes:

Una nota antes de comenzar: Este capítulo contiene una referencia a la ceremonia matutina de "Levee" o "Amanecer", en la que el monarca recibía la visita de sus súbditos mientras se preparaba por las mañanas en su habitación, particularmente en la corte francesa. La ceremonia data desde los tiempos del emperador Carlomagno y para el reino de Enrique II de Francia, se había convertido en un evento formal por invitación. Sin embargo, fue con Luis XIV que se convirtió en todo un espectáculo. Si han visto la película "María Antonieta" de Sofia Coppola, seguro que ya saben a qué me refiero jaja.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El palacio estaba de luto. Hasta los sirvientes estaban vestidos de negro y se le avisó a todos los invitados que debían hacer lo mismo. Para Bedelia era ridículo tener que vestirse de luto por un pescador ignorante. Ya era suficiente con tener que recibir órdenes de su vástago.

Recibió la invitación (más bien una convocatoria) para ver al Gran Duque Consorte el día anterior. De no ser por la persona que le envió tal invitación, Bedelia lo hubiera considerado un gran honor.

Una sirvienta la condujo hasta los apartamentos del Gran Duque y luego hasta su habitación privada. Bedelia reprimió sus ganas de burlarse. Se había enterado de que el pescador dormía en la misma cama que Hannibal, como si fueran un par de pobretones, y que insistía en hacerlo todo sin ayuda de sus asistentes.

El muchacho había salido de su aldea, pero estaba claro que la aldea no había salido de él ni lo haría nunca.

La habitación privada de Gran Duque era una estancia magnífica, pero ese día, solo el consorte y dos asistentes la ocupaban. La sirvienta que la acompañó hasta allí se retiró, su tarea acabada. Bedelia se inclinó.

— Su alteza — saludó.

— Mi señora — respondió él.

El olor a hierbas impregnaba el lugar. Probablemente provenía de la bebida en la taza que sostenía el consorte. Estaba sentado en la cama, con sus asistentes de pie a cada lado y completamente vestido (aunque descalzo) con una larga túnica negra sin adornos ni joyas. Un perro feo estaba echado en la cama con él. Bedelia no pudo evitar arrugar un poco la nariz al notarlo.

— Lamento mucho la muerte de su padre, mi señor — dijo Bedelia, aunque en realidad la muerte de un pescador cualquiera no podía importarle menos.

— ¿De verdad lo lamenta, mi señora? — preguntó él, mirándola directo a los ojos. Esta vez Bedelia logró sostenerle la mirada — ¿Se siente responsable por el papel que jugó en su muerte?

Bedelia parpadeó.

— No sé de qué me habla.

— ¿No? ¿No sabes que hablo de esos malditos panfletos esparciendo calumnias?

— Yo no tuve nada que ver con eso — le aseguró Bedelia.

— Nadie tuvo nada que ver — suspiró él —. Cualquiera pensaría que esos papeles aparecieron de la nada.

Puso la taza en la bandeja que le extendió una de las criadas y se quedó en silencio un rato sin apartar los ojos de Bedelia como un animal que no quiere perder de vista a su presa.

— Según entiendo — dijo él por fin —, es común recibir peticiones durante este ritual mañanero. Dígame, mi señora. ¿Tiene algo que pedirme?

“Qué regreses a ese pueblucho del que nunca debiste haber salido”, pensó.

— No, mi señor — dijo en vez de eso, inclinándose levemente —. Solamente le agradezco por concederme el gran honor de estar en su presencia.

— Gran honor — repitió el chico en voz baja —. Te concederé uno aún mayor. Condesa Du Maurier, hoy me ayudará a vestirme.

— ¿Vestirlo? — preguntó Bedelia. ¿De qué estaba hablando este ignorante? Ya estaba vestido.

— Así es — respondió él, haciéndole un gesto a una de sus asistentes —. Como puedes ver, ya estoy casi listo, solo me hacen falta los zapatos. Lo haría yo mismo, pero es difícil con este vientre tan grande — añadió, acariciando dicho vientre.

— ¿Los zapatos? — preguntó Bedelia casi para sí misma.

La parte de los zapatos era para los sirvientes comunes. Los nobles invitados a este ritual usualmente solo ayudaban a colocar las capas exteriores en el atuendo de los Grandes Duques o príncipes. Pero esto…

La asistente regresó con un par de zapatos de cuero suave y los extendió hacia Bedelia, que los tomó porque no supo qué más hacer.

— De rodillas — le ordenó el pescador.

Esto no podía estar pasando.

— Yo… No, no lo haré — se negó Bedelia.

Era una indignidad. Ella era una condesa, no una vulgar empleada doméstica.

— Te estoy ordenando que lo hagas — la voz del chico sonó tan fría que Bedelia sintió un escalofrío recorrer su espalda —. De rodillas. No te lo pediré por tercera vez.

Bedelia quería protestar, gritar, lanzar los zapatos a la cara de este pescador arribista. Pero sabía que era mala idea desobedecer una orden directa de él. Si eso llegaba a oídos de Hannibal…

Así que Bedelia se arrodilló, intentando con todas sus fuerzas no llorar de la ira y vergüenza que le provocaba encontrarse en esa posición. No permitiría que este aldeano la viera llorar, ya era humillación suficiente tener que obedecerlo.

Tomó uno de sus pies y lo metió en el zapato, atando los cordones con cuidado. Luego hizo lo mismo con el pie. El campesino era el que debía estar de rodillas sirviéndole a ella y no al revés. Una vez acabada su tarea, Bedelia intentó ponerse de pie.

— No te he dado permiso para levantarte — le espetó el pescador.

Bedelia volvió a quedarse de rodillas. El odio dentro de ella crecía con cada minuto que pasaba.

— Puedes levantarte.

Se puso de pie con toda la gracia de la que fue capaz.

— ¿P-puedo retirarme, mi señor? — preguntó. Se odió a sí misma por haber tartamudeado.

El campesino la miró por un largo momento y finalmente habló.

— Sí, ya puedes irte — respondió él, despectivo y pasando toda su atención al perro acostado junto a él.

— Gracias, mi señor.

Aunque lo que más quería era salir corriendo de la habitación, Bedelia no le daría la satisfacción a este chico desagradable de verla tan afectada. En vez de eso, se despidió con una elegante reverencia y salió de allí con paso tranquilo.

Una vez fuera de los apartamentos del Gran Duque, sin embargo, Bedelia apretó el paso para llegar lo más rápido posible al patio, donde su carruaje y su doncella la esperaban.

— Mi señora, ¿qué ocurre? — preguntó su doncella en cuanto la vio llegar.

— Nada — respondió ella bruscamente —. Vámonos ya.

Bedelia se subió al carruaje, pero la doncella no la siguió.

— Pero, mi señora, ¿está segura…?

— ¡Ya te dije que no pasa nada! — gritó Bedelia, furiosa —. ¡Entra de una vez si no quieres regresar a pie!

Sus gritos llamaron la atención de un guardia cercano, que le lanzó una mirada confundida. Ahora el chisme de que la Condesa Du Maurier había perdido el control se extendería por el palacio y luego por la ciudad, estaba segura de eso.

— Entra — le ordenó a la doncella, esta vez en voz baja. Ella obedeció y se sentó en el carruaje a su lado con la cabeza baja.

El cochero arreó a los caballos y pronto el palacio quedó atrás. Bedelia no pronunció ni una palabra durante el viaje de vuelta a casa. Su vista permaneció fija en la ventanilla del carruaje.

_____________________________________________

Bedelia contempló su habitación.

Estaba vacía, pues más temprano ese día le ordenó a sus sirvientes que la dejaran en paz. No recibiría visitas hasta nuevo aviso.

La verdad era que no quería que nadie la viera llorar. Y había llorado. Mucho. No de tristeza, sino de vergüenza, ira y odio. ¿Cómo se atrevía ese pescador a humillarla de esa forma? Ella era una condesa de uno de los linajes más ilustres del país y él no era nadie. No importaba que se hubiera casado con el Gran Duque, no dejaba de ser nadie. Un matrimonio no pondría sangre noble en sus venas, no cambiaba su origen campesino.

Su madre Alfa era una mujer ocupada. No pasaban tanto tiempo juntas como Bedelia hubiera querido, pero en las raras ocasiones en la que tenían un momento a solas, su madre la tomaba de la mano y le decía que estaba destinada a grandes cosas. Bedelia le creyó en ese entonces. Y seguía creyéndolo ahora.

Que Dios la perdonara, pero que bueno que estaba muerta porque así no podía ver lo bajo que había caído la hija de la que había estado tan orgullosa. Ese pensamiento le provocó ganas de llorar otra vez.

Pero Bedelia no permitiría que las cosas acabaran así. No dejaría que ese pescador la venciera, no. Los panfletos por los que le pagó a Freddie Lounds no eran suficientes. Tenía que hacer algo más radical.

¿El pescador echaría mucho de menos a su padre? Pues no debería. Se reuniría con él muy pronto. Bedelia se aseguraría de que así fuera.

Notes:

¿Qué vas a hacer, Bedelia? 😨

Chapter 31: Capítulo Treinta

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Los sirvientes iban llenando la cocina del palacio poco a poco conforme se acercaba la hora del almuerzo. Los fuegos ya estaban encendidos y pronto el calor en la habitación se volvería opresivo.

Eva se alegraba de que su trabajo fuera junto al Gran Duque Consorte (que debido a su embarazo avanzado no salía mucho de sus apartamentos últimamente) y no ahí, en esa cocina caliente. Pero eso significaba que de vez en cuando debía ir hasta allá para buscar el té que calmaba el malestar de su señor.

El estómago de Eva ardió en simpatía. Ella también había sufrido de malestares estomacales terribles durante su propio embarazo.

“Mis niños eran unos revoltosos desde antes de nacer”, pensó ella con cariño.

Puso agua a hervir y recorrió la estancia con la mirada, buscando a Nicholas o a Cassie. Le había enseñado a los dos hermanos Boyle varios tipos de remedios herbales. Confiaba en ellos para que le trajeran las hierbas correctas mientras ella buscaba miel para endulzar la bebida.

Un desconocido recorriendo la estancia con bandejas llamó su atención. No estaba haciendo nada raro, pero había algo en él que le daba mala espina. No sabría explicar por qué. Era un hombre alto y musculoso. Un Alfa. Caminaba con la cabeza baja, pero Eva notó que tenía el labio hendido.

— ¿Necesita mi ayuda, señora? — la voz de la joven Cassie la sobresaltó.

— Cassie, muchacha, me asustaste — le dijo ella.

Cuando regresó la vista hacia el desconocido, descubrió que ya no estaba.

— ¿Quién era ese hombre? — preguntó Eva —. El Alfa alto con las bandejas.

— No lo sé — respondió Cassie, encogiéndose de hombros —. Parece que es nuevo. Cuando Nicholas y yo llegamos esta mañana, ya estaba aquí. Es un grosero. Nunca contesta cuando le hablan.

Era extraño en definitiva. Más tarde hablaría con la persona encargada del personal para preguntar por ese empleado nuevo. Por ahora tenía que preparar el remedio para el Consorte.

— Ve a buscar las hierbas para el estómago, por favor — le pidió Eva a Cassie —. ¿Y Nicholas? Quiero que le eche un ojo al agua mientras yo voy con Jimmy por la miel.

— Nicholas fue a buscar unos faisanes para el almuerzo — le informó Cassie.

— Bueno, no importa — dijo Eva —. Ve por las hierbas y yo iré por la miel. No te tardes.

______________________________________

El Gran Duque Consorte estaba reunido con varios asistentes alrededor de una mesa en la antecámara de sus apartamentos. Estaban ocupados cosiendo ropa para los príncipes que nacerían pronto.

Su señor sabía coser perfectamente bien, pero no había tenido la oportunidad de aprender a bordar. Al final no importaba porque Eva se encargaba con todo gusto de adornar la ropa de bebé con hilos de oro y plata.

— Aquí tiene su bebida, mi señor — le dijo ella, poniendo la taza frente a él, con cuidado de no derramar ni una gota sobre la tela y los hilos en la mesa.

— Gracias, Eva — le agradeció su señor, abandonando por un momento su trabajo para tomar la taza—. Amo a mis bebés, pero no soporto cómo me hacen sentir — se rio suavemente mientras acariciaba su vientre con una mano.

— No tiene que decírmelo a mí, mi señor — respondió Eva con una amplia sonrisa —. Sé muy bien cómo se siente.

— Lo sé, por eso estoy muy agradecido de que estés aquí.

Le dio un gran trago a la bebida. Trago que escupió casi de inmediato.

— ¡Ay! — exclamó Elise, que apenas logró salvar la camisa que cosía de quedar manchada.

— ¿Qué ocurre? — preguntó Eva, alarmada.

— Lo siento, Elise — se disculpó él, tosiendo —. Es que… Eva, ¿olvidaste ponerle miel a esta cosa? Está increíblemente amargo.

— Estoy segura de que le puse miel — le aseguró ella, frunciendo el ceño —. Yo misma fui con Jimmy a buscarla y endulcé la bebida.

— ¿Podrías hacerme otra taza? Me siento peor que antes.

— Por supuesto, mi señor. Por favor discúlpeme — pidió Eva, inclinándose.

— No importa, solo asegúrate de ponerle miel esta vez — le dijo él con una sonrisa, aunque parecía forzada. Tosió otra vez.

— Sí, mi señor.

Eva tomó la taza y emprendió de nuevo el camino hacia la cocina, pensando en que le daría un buen regaño a Cassie por hacerla pasar esta vergüenza. La muchacha seguramente se distrajo y agregó más hierba de lo necesario al agua.

No había llegado muy lejos, sin embargo, cuando escuchó un golpe sordo y gritos que provenían de la antecámara.

— ¡Will! — escuchó que gritaba Georgia.

Eva dejó caer la taza del susto y se apresuró a regresar a la habitación. La escena que encontró era terrible. Su señor estaba tirado en el suelo, su cuerpo víctima de espasmos y luchando por respirar.

Georgia estaba de rodillas junto a él, llorando de forma incontrolable. El resto de los asistentes parecían paralizados de temor.

Aunque Eva sintió que el pánico estaba a punto de apoderarse de ella también, sabía que no debía permitirlo. Así que se movió. Corrió como nunca había corrido en su vida en busca de un médico.

________________________________________

Una conmoción interrumpió la reunión de Hannibal con sus ministros.

Algo así usualmente lo hubiera molestado, pero por alguna razón que no podía comprender, Hannibal llevaba un buen rato sintiéndose nervioso y tenía dificultades para concentrarse.

Podía escuchar voces que parecían angustiadas y ruido de pasos acelerados. Con el ceño fruncido, Hannibal decidió dejar la reunión para más tarde y descubrir qué estaba pasando.

Cuando abrió la puerta de la oficina, estuvo a punto de chocar con Georgia, que tenía la cara surcada de lágrimas y despedía un aroma de desconsuelo. Hannibal supo de inmediato que se trataba de Will. ¿Acaso había entrado en trabajo de parto? Sabía que cuando se trataba de gemelos, era común que se adelantara el parto, pero aún era pronto.

— ¿Qué pasó? — preguntó Hannibal, intentando mantener la calma.

Pero en vez de responder, Georgia comenzó a llorar más fuerte.

— Georgia, dime qué pasó — le exigió Hannibal, tomándola firmemente de los hombros y luchando para no sacudirla —. Dime.

— Will… — gimoteó ella —. Will fue envenenado.

Los ministros, todavía congregados en la oficina, dejaron escapar gritos ahogados al escuchar eso. La sangre de Hannibal se heló, pero aún así forzó su cuerpo a moverse hacia los apartamentos que compartía con Will.

Hannibal sabía que estaba ahí. Él siempre sabía dónde estaba Will.

Cuando llegó, el olor acre del vómito mezclado con el de la bebida herbal que Will tomaba para el ardor estomacal asaltó sus sentidos. Pasó de la antecámara a la habitación y encontró su cama rodeada por un grupo de personas. Médicos.

Había tantos que Hannibal no podía ver a Will, así que se abrió paso hacia él a punta de empujones. Lo que vio casi lo hizo caer de rodillas. Su amado Will luchaba por respirar y convulsionaba de manera violenta.

Un médico y un sirviente lo sostenían de las piernas y los hombros. Su mente racional le decía que estaban haciendo eso para que Will no se lastimara durante la convulsión, pero su instinto animal le gritaba que protegiera a su Omega embarazado, que lo estaban lastimando.

— ¡Suéltalo! — gritó, lanzándose hacia el médico que sostenía las piernas de Will.

Pero no llegó a tocarlo. Varios pares de manos lo detuvieron. Hannibal lanzó golpes y patadas a aquellos que intentaban mantenerlo lejos de su Omega e incluso estuvo a punto de ahorcar a un desafortunado sirviente cuando alguien logró tirarlo al suelo.

— ¡Hannibal, basta! — le llegó la voz suplicante de su tía Murasaki.

Se había golpeado la cabeza al caer, así que le tomó unos segundos sacudir su confusión y reconocer a las personas que estaban arrodilladas junto a él: Chiyoh (que seguramente fue quien le salvó la vida al joven sirviente) y su tía. Su tío Robert permaneció de pie, aunque con esfuerzo. Su último ataque de gota todavía no había pasado del todo.

“Le falta un zapato, ¿dónde está su otro zapato?”, pensó Hannibal, como si eso tuviera alguna importancia en ese momento. Al menos estaba lo suficiente consciente para reconocer que se trataba de su mente intentando centrarse en algo, por más banal que fuera, durante un momento tan difícil.

— Ya di la orden de cerrar las puertas del palacio y de las de la ciudad — le informó su tío —. Nadie entra y nadie sale hasta nuevo aviso.

— Los guardias están reuniendo a los sirvientes — añadió Chiyoh —. Yo misma me encargaré de supervisar las interrogaciones.

— Encontraremos a la persona que le hizo esto a Will — le aseguró su tía, tomando una de sus manos de forma gentil.

Hannibal apartó su mano. No le respondió. En vez de eso, se llevó ambas manos a la cara y fue hasta ese momento que se dio cuenta de que estaba llorando. Dejó que las lágrimas rodaran por sus mejillas sin hacer sonido alguno.

Si Will moría junto con sus hijos que ni siquiera habían nacido, entonces todo habría acabado para Hannibal. El mar le arrebató a sus padres y hermana y ahora un veneno amenazaba con quitarle a pareja e hijos. No lo soportaría. Se abriría el pecho y se arrancaría el corazón, porque no le serviría para nada si no tenía a Will.

— Fue estricnina — le dijo su tía.

No había antídoto para la estricnina.

— Eva dijo que Will solo logró tomar un trago — continuó ella, tratando de tranquilizarlo —, y los médicos indujeron el vómito. Dicen que la probabilidad de que sobreviva es muy alta…

Pero Hannibal ya no estaba escuchando. Se quedó sentado en el suelo, con el rostro en las manos y llorando en silencio.

“Es mi culpa,” pensó. “Dios me está castigando por lo que le hice a Mason y a Ingram. Este es mi castigo.”

Los médicos intercambiaban palabras y su tía continuaba hablándole en el tono suave de quien intenta tranquilizar a una animal asustado (y Hannibal suponía que él no estaba muy lejos de ser uno) pero todo eso se convirtió en un ruido tenue y distante. Sus pensamientos eran mucho más fuertes.

“Perdóname, Dios,” repitió Hannibal en su mente una y otra vez.

Notes:

Dato curioso: La estricnina es un alcaloide altamente tóxico que se obtiene de la nuez vómica y en tiempos modernos suele ser usado como pesticida, pero en siglos pasados se utilizaban dosis bajas de forma medicinal y también para envenenar personas de manera intencional. Es un veneno sin color pero extremadamente amargo y los síntomas de envenenamiento incluyen convulsiones y asfixia. Además, es un veneno que actúa extremadamente rápido, en algunos casos, solo cinco minutos después de ingerirlo.

De las peores maneras de morir, si me lo preguntan a mí.

Chapter 32: Capítulo Treinta y Uno

Notes:

Advertencia: Menciones de tortura

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El sueño comenzó igual siempre.

Hannibal y Mischa eran niños otra vez, jugando y recorriendo los jardines del palacio tomados de las manos. De un momento a otro, se convirtieron en adultos. Mischa soltó su mano y se alejó de él corriendo.

Intentó alcanzarla, pero sus piernas parecían hechas de piedra y avanzó a paso de tortuga. Escuchó que Mischa lo llamaba. La vio acercarse al barco que la llevaría a su muerte, como siempre hacía cuando el sueño estaba a punto de llegar a su fin.

Hannibal se preguntó si sería el final bueno o el malo. El final malo no era más que la realidad. Mischa y sus padres se iban para no volver. En el final bueno, a última hora decidían no viajar. Pero no importaba cuál fuera el final. De manera inevitable, Hannibal despertaba sabiendo que su familia ya no estaba en este mundo.

Así que observó, impotente, a Mischa subirse al barco donde la esperaban sus padres… Excepto que esta vez alguien más los acompañaba. Hannibal vio horrorizado como sus padres extendían los brazos hacia Will y Mischa lo tomaba de la mano.

No, no, no, no, no…

Se despidieron de él con la mano y se dieron la vuelta. Hannibal redobló sus esfuerzos para correr hacia ellos. Quería gritar, suplicar que no se llevaran a Will también porque sin él ya no le quedaba nada. Sabía lo que pasaría en cuanto abriera la boca, pero aun así lo hizo.

El agua salada llenó su boca.

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Hannibal despertó con el sabor de la sal en la boca y la sensación de una mano acariciando su mejilla.

— ¿Hannibal? — preguntó una voz. La voz de Will.

Se sentó en la cama tan rápido que se sintió mareado, pero esa sensación no se comparaba con el alivio que sintió al ver a Will a su lado, pálido, pero vivo.

— Por favor, dime que esto no es un sueño — dijo Hannibal con voz ronca.

Había hablado más para sí mismo que para Will, pero este aun así contestó.

— No es un sueño — le aseguró, tomando la mano de Hannibal y depositándola sobre su vientre —. Estoy vivo. Y nuestros hijos también. No han dejado de moverse.

Hannibal pudo haber llorado de alivio cuando sintió las fuertes patadas de sus hijos contra la palma de su mano.

— Estuviste dormido casi todo el día — continuó Will.

— Lo lamento — se disculpó Hannibal sin dejar de acariciar el vientre de Will —. No sé cómo pude quedarme dormido.

— Te dieron láudano — le explicó Will —. Bueno, más bien creo que Chiyoh hizo que te lo bebieras a la fuerza. No estoy seguro, aún estaba inconsciente.

Eso explicaba mucho.

— Chiyoh… — suspiró él.

— No te molestes con ella — le pidió Will, acariciando su mejilla nuevamente —. Tus tíos tenían miedo de que te lastimaras a ti mismo. O que mataras a alguien. Me contaron que casi le arrancaste la cabeza a Gideon, el médico.

Hannibal bajó la cabeza, avergonzado de su comportamiento ahora que estaba tranquilo. Gideon y los otros médicos estaban intentando salvar la vida de Will y él se había portado como una bestia.

— No fue tu culpa — le dijo Will, abrazándolo —. Debiste estar muy asustado. Me hubiera puesto igual en tu lugar.

Hannibal apretó el cuerpo de Will contra el suyo, pero con cuidado de no aplastar su vientre abultado.

— No pude protegerte a ti y a nuestros hijos — dijo Hannibal, enterrando la nariz en el cuello de Will, cerca de su marca —. Nunca me lo perdonaré, pero te prometo que encontraré a quién hizo esto. No importa lo que tenga que hacer.

— Sé quién lo hizo — declaró Will, separándose de Hannibal para verlo a los ojos —. Fue Bedelia. Estoy seguro. Me odia porque piensa que robé su lugar.

A Hannibal le gustaría decir que Bedelia no se atrevería a ir tan lejos, pero sería una mentira.

— Bedelia no trabaja sola — respondió Hannibal —. Utilizó a Freddie Lounds para su campaña de desprestigio contra ti. No dudo que tenga un cómplice en esto también.

Will asintió.

— Chiyoh interrogó a Cassie, de la cocina — le dijo Will —. Dijo que había un Alfa extraño rondando el lugar ese día y desapareció poco después de que se corriera la noticia de que me habían envenenado. Nadie sabe quién es.

— Yo mismo encabezaré la búsqueda — prometió Hannibal —. Mientras tanto, debes descansar. Estás muy pálido.

— Consecuencias de casi morir — bromeó Will, recostándose nuevamente sobre las almohadas.

Hannibal no pudo evitar sonreír.

— Veo que no has perdido tu sentido del humor — dijo mientras acariciaba los rizos sudados de Will —. Eso es bueno.

Antes que nada, Hannibal hablaría con su tía para organizar un tedeum como acción de gracias y se aseguraría de recompensar a los médicos que le habían salvado la vida a su consorte y herederos.

A Bedelia la dejaría de último.

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Aunque se estaba recuperando bien, Will fue incapaz de asistir a todas las ceremonias y servicios religiosos realizados en su honor. Los médicos determinaron que aún estaba muy débil, en especial en su estado, así que era mejor que descansara lo más que pudiera antes de entrar en trabajo de parto.

Eso estaba bien para Will. De todas formas nunca había sido una persona sociable. Aun así disfrutó de las visitas que recibió en los últimos días. Los tíos de Hannibal habían sido de lo más solícitos. Beverly lo visitó casi todos los días. Alana y Margot habían estado ahí con el pequeño Morgan. Bella y Jack Crawford también habían pasado a verlo. Hasta Peter lo había visitado junto con su amigo rata escondido en una manga.

— Por favor, no se lo diga a nadie — le pidió Peter —. No quiero que me pidan que me deshaga de él.

Will prometió que no lo haría.

El mismo día de la visita de Peter, Will también recibió a Jimmy, el encargado de las colmenas del palacio, que le llevó algo de miel.

— La probé yo mismo — le aseguró a Will —. Es segura.

Will le agradeció el gesto, pero ya no tenía que preocuparse por eso. Hannibal había contratado a alguien para que probara toda comida y bebida de Will y se asegurara de que estuviera libre de veneno. Además, lo más probable era que el asesino hubiera agregado la estricnina a la olla de agua hirviendo que Eva y Cassie habían dejado desatendida en la cocina aquel día.

Las dos se habían echado a sus pies, suplicando su perdón. Chiyoh opinaba que deberían echarlas a la calle por irresponsables, pero Will no las culpaba. No, la culpa era de Bedelia. De eso no le cabía duda.

A Will le habría gustado participar en la investigación, pero estaba confinado a su habitación, así que pasaba la mayor parte del tiempo leyendo, tallando madera y aprendiendo a bordar la ropa de sus bebés.

Eso era exactamente lo que estaba haciendo junto con Eva cuando Georgia entró corriendo a la habitación.

— ¿Qué sucede, niña? — preguntó Eva, que del susto casi se pinchó con la aguja.

— Lo siento — se disculpó ella, jadeando un poco —. Pero es que me acabo de enterar de que atraparon al hombre de la cocina.

Will se enderezó en la cama al escuchar eso.

— ¡Gracias al señor! — exclamó Eva.

— ¿Cómo te enteraste? — le preguntó Will.

— Bryan me lo acaba de contar — contestó ella —. Dijo que la guardia de la ciudad atrapó a un hombre Alfa tratando de salir de la ciudad a escondidas y que su aspecto coincide con la descripción que dieron Cassie y Eva. Mató a un guardia e hirió a otro, pero lograron atraparlo.

— Por Dios. ¿Dónde está ese hombre terrible ahora? — preguntó Eva, la ropa que estaba bordando olvidada por el momento.

— Camino a las mazmorras. El Gran Duque quiere interrogarlo él mismo.

Will se preguntó qué tipo de interrogación sería. Sabía que Hannibal no consideraba a la tortura como un buen método para arrancar confesiones, pues una persona sometida a tal sufrimiento dirá lo que sus captores quieran escuchar con tal de hacerlos parar.

Pero Hannibal le había prometido que haría lo que fuera para atrapar a las personas que habían intentado matarlo y Will sabía que Hannibal siempre cumplía sus promesas.

Will esperaba que el hombre confesara que estaba asociado con Bedelia y pudieran deshacerse de ella lo más rápido posible.

Solo volvería a sentirse realmente seguro cuando ella estuviera muerta.

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El Alfa que había envenenado a Will se llamaba Francis Dolarhyde, pero la gente de la ciudad lo llamaba “El Gran Dragón Rojo” por la bestia del Libro de las Revelaciones. Era buscado por más de un asesinato y por un tiempo incluso había sido salteador de caminos, papel en el que cultivó su reputación violenta.

Para él, despojar a los viajeros de sus pertenencias no era suficiente. Mató a muchos de ellos y a otros los torturó solo porque sí. En una ocasión asaltó el carruaje de una dama y cuando esta se tardó demasiado en quitarse un valioso anillo, Dolarhyde le cortó el dedo.

Solo la mención de su nombre bastaba para que aquellos que se veían obligados a viajar por las zonas en las que era probable encontrarlo empezaran a temblar de miedo.

Además de violento, era muy astuto. Se las había arreglado para evadir a la justicia una y otra vez. Pero esta vez era diferente. Francis Dolarhyde se había atrevido a atentar contra la vida del Gran Duque Consorte que además llevaba a dos príncipes en el vientre.

El único castigo apropiado para eso era la muerte.

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El Dragón fue encerrado en el calabozo y, tal como Will había imaginado, su interrogatorio consistió en gran parte de diversas torturas.

Hannibal regresaba por las noches a su habitación compartida para mantenerlo al tanto del progreso, que era… ninguno. Dolarhyde se negaba a hablar. No importaba cuántos latigazos le dieran, cuántas veces le aplastaran los pulgares, cuántos huesos le dislocaran o cuántos cortes le hicieran, simplemente no hablaba.

— Tengo que admitir que tanta resistencia es de admirar — le dijo Hannibal mientras yacían en la cama durante la segunda noche del Dragón en el palacio.

Will tenía que admitir (aunque de mala gana) que él también estaba impresionado. Dos días y noches de tortura y el hombre seguía sin confesar nada.

— ¿Realmente necesitas que confiese? — le preguntó Will —. Los sirvientes ya confirmaron que él es el hombre que estaba en la cocina cuando envenenaron mi bebida. ¿Quién más pudo haber sido?

— No, en realidad no — contestó Hannibal —. El destino de Francis Dolarhyde está sellado. Lo que quiero es que me diga que Bedelia fue quien le pagó para matarte.

— No tiene sentido que diga que lo hizo por iniciativa propia — señaló Will —. ¿Qué motivo tendría?

— El problema es que no dice nada — dijo Hannibal —. Pero no te preocupes por eso, mi querido. Mañana me aseguraré de que el Gran Dragón Rojo confiese o muera.

Y eso fue lo que pasó.

Tarde durante la tercera noche de torturas en la mazmorra, Will se encontraba ayudando a Georgia a practicar su lectura cuando Hannibal entró a la habitación.

— Puedes retirarte por esta noche, Georgia — le dijo Hannibal.

— Sí, mi señor — respondió ella.

Hizo una reverencia ante ambos y salió de la habitación, cerrando la puerta tras ella.

— ¿Y bien? — le preguntó Will, expectante.

— El Dragón está muerto — le respondió Hannibal —. Sucumbió ante la rueda.

— ¿Qué es eso?

— Un método de tortura — explicó Hannibal, acercándose a él lentamente —. Até a Dolarhyde a un poste y rompí cada una de sus extremidades con una barra de hierro. Después de eso lo puse en una rueda, con sus tobillos tocándole la cabeza.

Sonaba increíblemente doloroso.

— ¿Gritó? — preguntó Will cuando Hannibal llegó a su lado.

— Sí, mi amor — le respondió él —. Gritó mucho. Parecían los chillidos de un cerdo. Pero no suplicó por su vida en ningún momento.

— ¿Confesó?

— Lo hizo — le dijo Hannibal, sosteniendo el rostro de Will con las manos ahuecadas. Olían a sangre —. Resistió hasta casi el último momento, pero admitió que la Condesa Du Maurier le pagó para infiltrarse en el palacio e incluso le proporcionó el veneno.

No era ninguna sorpresa.

— Le di el golpe de gracia después de eso — continuó Hannibal —. Una cuchillada en el cuello fue suficiente.

Will le sonrió a Hannibal.

— No hagas nada contra Bedelia todavía — le pidió Will, poniendo una mano sobre la de Hannibal, aún en su rostro.

— ¿Por qué no? — preguntó Hannibal, frunciendo el ceño.

— Si no hubiera sido por ella, mi padre no hubiera muerto tan lejos de mí. — respondió Will —. E intentó matarme, no solo a mí, sino que también a mis hijos. La odio y quiero encargarme de ella yo mismo.

— Will…

— No haré nada hasta después de que nazcan nuestros hijos — interrumpió Will —. Lo prometo.

— ¿Me dirás que estás planeando?

Will depositó un beso en la palma de la mano de Hannibal antes de responder.

— Aún no. Pero confía en mí, por favor.

____________________________________________

El cuerpo roto del Gran Dragón Rojo fue llevado a la plaza principal de la ciudad, donde un cadalso lo esperaba. El cadáver fue atado a un poste elevado para que fuera fácil verlo.

El mensaje estaba claro: Todo aquel que intentara lastimar a cualquier miembro de la familia ducal acabaría igual que Francis Dolarhyde. Con el cuerpo destrozado y pudriéndose bajo el ardiente sol a la vista de todos.

Era una imagen sobrecogedora.

Will no pudo verla en persona, pero el dibujo que le llevó Hannibal de la escena era tan detallado que sintió como si hubiera estado ahí.

Notes:

El final está tan cerca que ya casi puedo olerlo.

Chapter 33: Capítulo Treinta y Dos

Notes:

Una vez, escuchando un podcast acerca de Ana Bolena, escuché el término "silla de parto" y creí que era una especie de instrumento de tortura, pero resultó ser una herramienta genuina para el parto que se usó antes de la era moderna y que realmente parece facilitar el parto.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Will sabía perfectamente que el parto no era fácil. Nadie le mintió diciéndole que no dolería, pero tampoco nadie le advirtió que sería tan jodidamente doloroso.

Ni en sus peores pesadillas habría conjurado tal horror.

Los sirvientes habían ayudado a Will a sentarse en la silla de partos mientras que Murasaki, la tía de Hannibal, sostenía su mano. Un gesto que Will apreciaba mucho, pero no era a ella a quien quería a su lado en ese momento. Él quería a su Alfa. El Alfa que actualmente se encontraba tratando de tirar la puerta de la habitación.

— ¡Will! — escuchó el grito de Hannibal seguido de un fuerte golpe en la puerta.

Un grupo de sirvientes apoyados contra dicha puerta era lo único que evitaba que Hannibal la abriera.

— Hannibal — gimió Will con dolor —. Quiero a Hannibal.

— No se puede, Will — le contestó la tía de Hannibal por milésima vez ese día —. No puede entrar ningún Alfa hasta que des a luz.

La partera y los sirvientes que lo estaban atendiendo eran todos Omegas o Betas. Algunos de ellos no tenían hijos y Will sospechaba que ser testigos de su calvario no les daba muchas ganas de apurarse a tenerlos. Enea, el más joven de todos ellos, iba de un lado a otro con una olla de agua caliente en los brazos. Si no tenía cuidado, el pobre chico terminaría por derramarla toda.

— Es hora de que empiece a pujar, mi señor — le ordenó la partera, arrodillada frente a él.

— No lo haré — jadeó Will.

— ¿Cómo que no?

— No voy a pujar hasta que Hannibal esté aquí conmigo — respondió Will con dificultad. Dolía tanto que lo que quería hacer era gritar.

— Mi señor, por favor — le rogó Eva mientras le limpiaba el sudor de la frente —. Tiene que hacerlo.

— No — insistió Will.

No entendía por qué lo estaban obligando a pasar por esto solo, así que no haría nada hasta que el padre de los niños que estaban por nacer estuviera a su lado.

— Will, por favor, escuchalas — le pidió Georgia con los ojos llenos de lágrimas. Sus manos, que sostenían una pila de trapos, temblaban.

Will abrió la boca para responder, pero justo en ese momento una ola de dolor intenso recorrió todo su cuerpo y gritó. Los golpes en la puerta se intensificaron.

— Will…

— Will, por favor…

— Mi señor…

Todos en la habitación intentaron hacerlo entrar en razón, pero Will continuó negándose. Sus súplicas, junto con el sonido de Hannibal tratando de entrar y la respiración acelerada de Will llenaban la habitación.

De un momento a otro, sin embargo, los golpes en la puerta cesaron por completo. Will escuchó pasos que se alejaban en el repentino silencio. ¿Hannibal se estaba yendo? ¿Acaso su tío finalmente lo había convencido de irse? No, no podía ser. Su Alfa no lo dejaría en un momento así, no lo haría.

En su desesperación y miedo, Will dejó escapar un fuerte quejido. Un sonido involuntario que la naturaleza había concedido a los Omegas para llamar a sus Alfas en momentos de aflicción. Era algo que siempre funcionaba y ese momento no fue la excepción.

La puerta se abrió con un golpe sonoro y los sirvientes que habían estado haciendo su mejor esfuerzo por mantenerla firmemente cerrada salieron volando. Georgia dejó caer los trapos que sostenía del susto y al pobre Enea se le cayó el agua, pero Will ignoró todo eso. Su atención estaba en su Alfa que acababa de entrar, jadeando y con un brillo rojizo en los ojos.

Estaba muy lejos aún. Will estiró su mano hacia él y Hannibal se apresuró para llegar a su lado, haciendo oídos sordos a los llamados de su tío Robert, que no se había atrevido a entrar tras él.
Una vez estuvo a su lado, Hannibal se arrodilló junto a Will y lo envolvió con los brazos.

— Duele mucho — lloró Will. No pudo evitar que un par de lágrimas se le escaparan.

— Lo sé, mi dulce muchacho, lo sé — le respondió Hannibal en voz baja y acariciando los rizos de Will, que estaba empapados en sudor —. Estoy aquí contigo.

Un sirviente valiente (o quizás estúpido) se atrevió a acercarse.

— Mi señor — comenzó el joven Beta —, debo pedirle que se retire, los Alfas…

Hannibal respondió solo con un gruñido que hizo que todos en la habitación se estremecieran.

— Intenta sacarme y verás lo que pasa — soltó Hannibal.

— ¡Ya basta! — exclamó la tía de Hannibal —. Que Hannibal se quede. Lo que importa es traer a esos niños al mundo.

— Bien dicho, mi señora — exclamó la partera —. Así que Georgia, ve a buscar más trapos limpios y Enea, tú ve a buscar más agua caliente. Y esta vez no la tires.

Ambos jóvenes salieron de la habitación para cumplir con la tarea asignada lo más rápido posible.

— Y por amor de Dios, cierren esa puerta — gritó ella antes de regresar su atención a Will —. Y bien, mi señor, ¿está para que nazcan sus hijos?

Will inhaló profundamente el aroma de Hannibal, tratando de tranquilizarse.

— Estoy listo — dijo al fin.

— Muy bien. Puje.

Will lo hizo.

El ruido que salió de su boca no parecía humano.

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Dar a luz no a uno sino a dos bebés fue una de las experiencias más dolorosas en la corta vida de Will. Pero cuando tuvo a su primogénita en los brazos, supo que había valido la pena.

La pequeña era una Alfa y aunque su cabello era del mismo color que el de Hannibal, era rizado como el de Will. Los ojos de Hannibal se llenaron de lágrimas al verla porque era como ver a su hermana recién nacida otra vez.

No podía tener otro nombre que no fuera Mischa.

Su segundo bebé era más parecido a Will. Un Omega con cabellera oscura y rizada. Hannibal sugirió que lo llamaran William, no por Wil sino por el abuelo fallecido. Will lo consideró por un momento, pero finalmente se decidió por un nombre que se le había ocurrido temprano en su embarazo. Adam.

Ambos niños tenían ojos azules, pero Will sospechaba que los de Mischa se oscurecerían hasta adoptar el mismo tono que los de Hannibal.

Hannibal llevó a Will hasta la cama para que pudiera descansar mientras la partera y sus asistentes limpiaban y envolvían a los bebés. Pronto tendrían que hablar acerca del bautismo, monedas conmemorativas y fiestas en honor a su nacimiento, pero todo eso podía esperar. Lo que más deseaba Will en ese momento era que todos en la habitación se marcharan para poder acurrucarse en su nido con su Alfa y sus cachorros.

A salvo y felices.
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Una mujer extraña salió corriendo de sus apartamentos.

Era una Omega que Hannibal no recordaba haber visto en su ala del palacio antes y parecía que algo la había asustado, si su salida apresurada era una indicación. Con el ceño fruncido, Hannibal apretó el paso para llegar a la habitación.

Encontró a Will en el nido, con Adam en los brazos. El pequeño lloraba desconsolado mientras que Mischa, su melliza, dormía pacíficamente junto a ellos. Will despedía un olor a molestia muy intenso, lo cual probablemente no ayudaba a tranquilizar al bebé.

— ¿Will? ¿Qué sucede? ¿Quién era esa mujer que salió de aquí?

— Una nodriza — contestó Will con brusquedad.

— Creí que no necesitarías una.

— Y no la necesito — declaró Will, meciendo sin parar a Adam —. Soy perfectamente capaz de alimentar a mis cachorros.

— Incluso si no pudieras, no hay vergüenza en usar los servicios de una nodriza — le dijo Hannibal, subiendo a la cama junto a él —. Lo sabes, ¿verdad?

Will suspiró.

— Ya lo sé — admitió de mala gana —. Pero no necesito ayuda. De verdad.

A diferencia de las mujeres Omegas, los varones Omega no siempre producían suficiente leche para sus cachorros. Por ese motivo, aquellos que podían permitírselo empleaban a nodrizas. Por suerte, Will no había tenido problemas para alimentar a Mischa y Adam él solo.

— La pobre mujer huyó aterrada — dijo Hannibal con una pequeña sonrisa.

— Se puso muy insistente — respondió Will con sencillez

Con una pequeña sonrisa, Hannibal tomó en sus brazos al pequeño Adam, que se fue calmando poco a poco al fin.

— No debí levantar la voz — se lamentó Will —. Lo asusté.

— Al menos Mischa no se despertó. Pero, ¿quién te envió a la nodriza? ¿Fue mi tía?

— No lo sé — respondió Will —. No le pregunté. Tu tía estuvo aquí temprano para hablar del bautizo de los niños, pero no me dijo nada acerca de enviarme una nodriza.

— Me encargaré de eso más tarde — prometió Hannibal —. Ahora mismo hay algo que quiero mostrarte — le pasó el bebé a Will.

— ¿Qué es? — preguntó Will mientras recibía al adormilado Adam en sus brazos otra vez.

De su bolsillo, Hannibal sacó una delicada bolsita de seda, de la cual extrajo un broche de oro en forma de gota con un rubí en el centro, rojo como la sangre.

— Este broche pertenecía a la familia de mi madre — explicó Hannibal —. Ha pasado de segundo hijo a segundo hijo por generaciones. Mischa lo recibió cuando cumplió quince años.

— Es hermoso — comentó Hannibal.

— Lo es. Y ahora es de Adam.

— Adam es un poco joven como para usarlo, ¿no crees? — preguntó Will con una risita.

— Sí — le dijo Hannibal, tomando una de las manos de Will y depositando el broche en su palma —. Pero sé que tú lo cuidarás bien para él.

— Prometo que lo haré.

La bebé Mischa empezó a llorar justo en ese momento. Hannibal y Will lanzaron miradas preocupadas hacia Adam, que justo acababa de quedarse dormido. Por suerte, el niño no se despertó. Dos bebés llorando al mismo tiempo era suficiente para volver loco a cualquiera. Aún así, ninguno estaba dispuesto a sacar a los cachorros del nido para que los criaran los sirvientes.

— Debe tener hambre — dijo Will.

Acomodó a Adam entre Hannibal y él antes de tomar a Mischa en brazos para alimentarla. Hannibal rodeó a su hijo con un brazo y observó a su esposo e hija. Pensó que nunca volvería a ser feliz, pero aquí estaba. Con una familia completa otra vez.

Notes:

Ustedes, probablemente: Oye Alice, ¿cuántas veces más vas a llamar "Adam" y "Mischa" a los hijos del Hannigram?

Yo: No dejaré de hacerlo JAMÁS lol

Chapter 34: Capítulo Treinta y Tres

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Eva acostó a los príncipes en el nido. Eran un par de niños muy tranquilos, nada que ver con su propio par de mellizos, que desde el principio habían sido ruidosos. Y aun así, ella no los cambiaría por nada.

Con los cachorros dormidos, Eva aprovechó para sentarse y continuar con la lectura que había iniciado hace un tiempo y no había tenido oportunidad de acabar. Llevaba un rato haciendo justo eso cuando Georgia entró en la habitación.

— ¿Will? — la escuchó decir mientras entraba.

— Baja la voz, Georgia — le pidió Eva —. Los bebés están dormidos.

— Lo siento. ¿Has visto a Will? Quiero decir, a su Alteza.

Eva sabía que Georgia y el Gran Duque Consorte se conocían de toda la vida y que a él no le molestaba que ella no usara su título, pero las reglas eran las reglas, así que Eva alentaba a la joven a referirse a su señor de manera apropiada.

— Su alteza me dijo que daría un paseo por los jardines y aún no ha vuelto — respondió Eva —. Pensé que estarías con él.

Georgia negó con la cabeza.

— No, yo acabo de volver de la casa de mi madre. Me encontré con Elise y me dijo que su Alteza les dio a todos el día libre.

— No me dijo nada acerca de eso, pero tú sabes mejor que nadie que a él no le gusta estar rodeado de gente. Seguramente solo quería tomar algo de aire fresco.

— Tal vez, pero ya está oscureciendo…

Era verdad. El sol iba descendiendo hacia el horizonte de forma lenta pero segura. En poco más de una hora ya estaría oscuro.

— No te preocupes, Georgia — intentó tranquilizarla Eva —. Estoy segura de que no está lejos y no tardará en regresar. Pero si cae la noche y aún no ha vuelto, iremos a hablar con el Gran Duque — añadió cuando notó que Georgia seguía preocupada.

— Está bien — asintió la joven.

— ¿Por qué no vamos a la antecámara? — sugirió Eva —. Puedo enseñarte a jugar ajedrez mientras esperamos que regrese su alteza.

Georgia aceptó la invitación y se dirigieron juntas a la antecámara, dejando la puerta de la habitación abierta para poder escuchar si los niños lloraban.

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Los pasos de Bedelia en la escalera de la vieja torre abandonada hicieron eco. Llevaba la carta que le envió Hannibal apretada en la mano.

Cuando se enteró de que habían capturado a Francis Dolarhyde, Bedelia creyó que estaba acabada. El incompetente aquel (que no solo dejó vivo al pescador, sino que se dejó atrapar) seguro no querría irse al infierno solo y la delataría.

El castigo por atentar contra la vida de cualquier miembro de la familia era la muerte. Sin excepciones.

Bedelia estaba decidida a no morir como una criminal de quinta, así que ordenó a los sirvientes que cosieran joyas y monedas de oro al interior de sus vestidos, los mandó a vender algunas otras cosas y se aseguró de que un carruaje estuviera listo para partir en cualquier momento.

Pero entonces se anunció la muerte de Dolarhyde y luego la exhibición de su cadáver sin hacer mención de ningún cómplice, así que Bedelia sintió que podía respirar en paz otra vez.

Dolarhyde era un bruto violento e infame, pero al menos no fue un delator.

Sin embargo, el evento más sorprendente de todos había ocurrido la noche anterior, cuando un sirviente le entregó un sobre sellado a Bedelia.

— ¿Quién envió esto? — le preguntó ella al joven.

— Un hombre encapuchado — respondió él —. No pude distinguir su rostro ni si era Alfa u Omega, pero llevaba puesta la librea del palacio e insistió en que le entregara esta carta a mi señora. Dijo que era de suma importancia.

— Retírate — le ordenó Bedelia.

Una vez estuvo sola en su habitación, Bedelia abrió el sobre y se encontró con la letra de Hannibal, diciéndole lo que ella ya sabía: que se había equivocado al casarse con ese pescador.

“Sabía que entraría en razón”, pensó Bedelia, encantada.

La carta continuaba con Hannibal suplicando que se reunieran la noche siguiente. Sería algo de lo más inapropiado que un Alfa casado fuera visto encontrándose a solas con una Omega soltera y respetable como ella, por lo que la torre, el último vestigio de una muralla defensiva que había sido abandonada siglos atrás, era el lugar ideal.

El tema del que Hannibal quería hablarle era uno más inapropiado aún. Quería que Bedelia lo ayudara a encontrar una solución a su predicamento.

Por suerte, Bedelia sabía exactamente cómo deshacerse del “predicamento”. Luego le tocaría soportar a los vástagos del pescador, pero los bebés morían todo el tiempo, era simplemente un triste hecho de la vida. Una enfermedad, un tropiezo, una almohada en la cara… Así los hijos de Bedelia no tendrían obstáculo alguno.

Estaba oscureciendo, pero luz tenue aún entraba por las grietas en las paredes de la torre. Finalmente, Bedelia alcanzó el rellano y vio una figura envuelta en sombras un poco más allá, apoyada contra la pared. Bedelia estaba a punto de abrir la boca para saludar a Hannibal cuando lo notó. Su olor era diferente, la forma de su cuerpo era diferente.

Ese no era Hannibal.

Antes de que pudiera decir o hacer nada, la figura oscura se apartó de la pared y caminó hacia ella. Se detuvo a unos pasos de Bedelia y se retiró la capucha. Era el pescador.

De la impresión, Bedelia olvidó que las escaleras estaban tras ella y dio un paso atrás de manera instintiva. Perdió el equilibrio y cerró los ojos, preparándose para la caída, pero una mano fuerte la agarró del brazo y tiró de ella para alejarla de las escaleras.

— ¿Qué pasó, Bedelia? — le preguntó el chico con tono burlón — ¿Te asusté?

— ¿Qué estás haciendo aquí? — preguntó ella con la voz temblorosa. Seguía asustada por su casi caída.

— ¿Esperabas a alguien más? — preguntó él, con una sonrisa desagradable.

Bedelia no le contestó. Simplemente apretó la carta en su mano con más fuerza. El gesto pareció llamar la atención del pescador, que le arrebató la carta de un tirón.

— ¿Qué estás haciendo? — exclamó ella, indignada.

— ¿Qué te pareció mi carta? Nada mal para alguien que recién aprendió a leer y escribir, ¿no crees?

— ¿Tu carta?

— Disculpa, ¿creíste que era una carta de Hannibal? — el pescador parecía estar aguantándose la risa.

— Yo conozco la letra de Hannibal — insistió Bedelia.

— Aprendí a escribir copiando su letra. Algo que me ha servido bien.
La furia invadió a Bedelia. Este pescador la había engañado, la convenció de ir a una torre de noche solo para burlarse de ella.

— Bueno, si ya acabó, su alteza — escupió Bedelia —, me retiro.

Se dio la vuelta para poder bajar por las escaleras que acababa de subir, pero una mano en su hombro y algo frío y afilado en su cuello la hizo parar en seco.

— No vas a ninguna parte, Bedelia — le dijo el pescador al oído, su voz baja y peligrosa —. No puedo dejarte ir sabiendo que eres un peligro para mis hijos.

— No sé de qué estás hablando — contestó Bedelia, tratando de mantener la voz neutra.

— ¿No? ¿No recuerdas que le pagaste a Francis Dolarhyde para que me envenenara cuando estaba embarazado? — presionó más la navaja contra el cuello de Bedelia.

— Yo no hice tal cosa.

— ¡Sí lo hiciste! Dolarhyde lo admitió antes de morir.

— Es su palabra contra la mía. Ninguna corte creerá la palabra de un criminal antes que la mía…

El chico la tomó por los hombros y le dio la vuelta bruscamente hasta que quedaron cara a cara.

— No habrá ninguna corte — le ladró él —. ¿Es que no lo has entendido aún? No vas a salir viva de aquí, Bedelia.

Bedelia intentó soltarse de su agarre, pero el pescador era más alto y fuerte que ella, así que no lo logró. Él la agarró con fuerza y prácticamente la arrastró por el último tramo de escaleras hasta que llegaron a la cima de la torre.

El sol ya había terminado de ocultarse y una estrella en particular brillaba más que todas las demás en el firmamento.

“Héspero, la estrella de la tarde”*, pensó Bedelia, recordando sus lecciones de mitología.

De pronto, sin embargo, su vista pasó del cielo a la tierra. El pescador la empujó contra el bajo muro en la cima de la torre, de modo que la parte superior de su cuerpo quedaba colgando. Bastaría un empujón para hacerla caer. Intentó alejarse de ese precipicio, pero el chico sostuvo su cabeza hacia abajo con una mano cruel enredada en su cabello.

Bedelia no pudo aguantar más. Gritó. Gritó con todas sus fuerzas.

— Eso es. Grita — escuchó que decía él alegremente. Lo estaba disfrutando —. Grita todo lo que quieras. Nadie te escuchará.

— ¡Suéltame! ¡Por favor! — suplicó ella.

— Podría lanzarte de esta torre — dijo él con tono pensativo e ignorando las súplicas de Bedelia —. O podría abrirte el estómago y sacarte las tripas como solía hacer en el mercado.

Bedelia sollozó. Jamás en su vida había sentido tanto miedo.

— Podría hacer eso — continuó él —, pero prefiero la justicia poética.

Tiró del cabello de Bedelia y la tiró al suelo. Antes siquiera de que ella pensara en moverse, la inmovilizó poniéndole el pie el pecho. Con horror, Bedelia vio cuando sacó un vial de un bolsillo en su ropa y le quitaba el corcho con los dientes. Sabía lo que había en ese vial sin que él se lo dijera. Era veneno. Estricnina.

— Abre la boca — le ordenó, inclinándose sobre ella con el vial en la mano.

Bedelia se negó, apartando la cara y tratando con todas sus fuerzas de liberarse. Al final fue inútil, pues él le apretó la nariz con los dedos, impidiéndole respirar. Bedelia abrió la boca de forma involuntaria, cosa que el pescador aprovechó para echarle el veneno en la boca, y aunque intentó no tragar, inevitablemente parte del líquido logró bajar por su garganta.

Con eso era suficiente. La estricnina era un veneno de lo más potente. Por eso Bedelia lo había escogido para acabar con su rival.

— Dale unos minutos — dijo el pescador, soltando por fin a Bedelia, que tosía violentamente.

Y por supuesto, casi de inmediato Bedelia empezó a sentir que sus músculos se contraían de manera dolorosa y le costaba respirar. Quería lanzarle insultos a ese campesino desgraciado, pero no podía ni hablar, era demasiado.

Pero incluso en las profundidades de su dolor, logró registrar el sonido de pasos acercándose a ellos.

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Cuando Will escuchó pasos y luego vio la luz de una lámpara, ambos provenientes del interior de la torre, sacó la navaja que llevaba en el cinto, pero rápidamente la dejó. Reconocería ese aroma en cualquier parte. Era su Alfa.

— ¿Interrumpo algo? — preguntó Hannibal cuando llegó hasta ellos, dejando la lámpara en el suelo.

— Para nada — respondió Will con una sonrisa —. Ya casi acabo con ella. ¿Cómo me encontraste?

— Yo siempre sé dónde estás — le dijo Hannibal, acariciando una de las mejillas de Will —. Pasé por nuestros apartamentos. Eva y Georgia estaban preocupadas porque aún no regresabas. Les dije que vendría a buscarte.

Will iba a responder, pero Bedelia lo interrumpió con un ruido desagradable que pudo haber sido el nombre de Hannibal. Le lanzó una mirada molesta y notó que a pesar de estar retorciéndose del dolor, había logrado arrastrarse hasta los pies de Hannibal.

Con la boca llena de espuma, Bedelia dejó escapar más ruidos desagradables y extendió una mano temblorosa que usó para aferrarse al tobillo de Hannibal. Hannibal, por su parte, se deshizo de la mano de Bedelia de una patada y se apartó de ella.

— ¿Qué harás con su cuerpo después? — le preguntó Hannibal, ignorando a Bedelia.

Will se encogió de hombros.

— Pensaba dejarla aquí para que se la comieran los buitres.

— Un final apropiado, pero el crimen que cometió amerita que su cadáver sea expuesto igual que el de Francis Dolarhyde.

Hannibal observó a Bedelia retorciéndose como un gusano en el suelo por unos minutos.

— ¿Qué planeas? — le preguntó Will.

— La forma más artística de exhibirla — respondió Hannibal.

Se arrodilló y tomó una de las manos de Bedelia, pasando un dedo por la delicada muñeca.

— Haré cortes profundos en ambas muñecas — dijo —. Y la dejaré en un lugar muy visible. La gente pensará que se quitó la vida.

Hannibal soltó la muñeca de Bedelia y se enderezó.

— Por fortuna, decidió usar un vestido muy bonito esta noche — comentó Hannibal.

Bajo su capa, Bedelia llevaba un vestido azul con un patrón bordado en hilo de plata.

— Pensaba que venía a encontrarse contigo — escupió Will —. Quería verse bien para ti.

Hannibal apretó los labios. Will sabía que lo hacía para reprimir una sonrisa provocada por su tono lleno de celos. Puso los ojos en blanco.

— ¿Qué le hizo creer que me encontraría con ella en un lugar como este y a solas? — preguntó Hannibal, hablando como si Bedelia no estuviera tirada en el suelo junto a ellos, aún viva.

— Le escribí una carta y la llevé hasta su casa personalmente. Me aseguré de que nadie viera mi rostro.

— Tu letra y la mía son casi iguales — dijo Hannibal tomando las manos de Will en las suyas —. Por supuesto que no sospecharía. Chico listo.

Will le sonrió.

— Volvamos a casa por ahora — continuó Hannibal —. Volveré por ella más tarde y me encargaré del resto. No tendrás que preocuparte por ella nunca más — le prometió, depositando un beso en los nudillos de Will.

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Cuando el custodio abrió las puertas de la catedral por la mañana para encargarse de sus tareas diarias, se encontró con una visión tan espantosa como hermosa.

Una dama elegantemente vestida yacía sobre el altar, con una mano apoyada sobre su estómago y la otra colgando de la mesa. Su largo cabello rubio estaba suelto y echado sobre uno de sus hombros.

El custodio hubiera creído que la mujer estaba dormida o quizás posando para una pintura, pero la sangre seca en sus muñecas y su ropa (y que también había goteado hasta el piso, creando una mancha) le dejó muy claro que estaba muerta.

Era temprano por la mañana, pero la dama llevaba mucho tiempo ahí. Al menos lo suficiente para atraer a las hormigas que iban subiendo por su brazo poco a poco.

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A leguas de la catedral, en una habitación del enorme palacio, una familia dormía en su nido aún. El padre Alfa, el padre Omega y dos cachorros entre ellos. Dos hermosos niños que no debían temer al veneno o al cuchillo de un asesino, pues sus padres estaban dispuestos a todo para mantenerlos sanos y salvos.

Notes:

*Héspero (también conocido como Véspero) era el nombre que los antiguos griegos le dieron al planeta Venus cuando aparecía por las tardes. Cuando aparecía por las mañanas era conocido como Fósforo, la estrella de la mañana. Por supuesto, luego se darían cuenta de que se trataba del mismo cuerpo celeste.

Y bien, hemos llegado al final. Solo falta un corto epílogo y le diremos adiós a esta historia :)

Chapter 35: Epílogo

Notes:

Es el fin :')

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Diez años después…

El clima de esa tarde era excelente y Hannibal lo aprovechó para plasmar en papel su tema favorito: su familia.

Bajo la sombra de un frondoso árbol, Hannibal observó a sus hijos jugando. Mischa, su hija mayor, seguía el lento progreso de una tortuga que atravesaba el jardín. La acompañaban dos de sus hermanos menores, Abigail de siete años y Robert de cuatro, el menor de todos, llamado así por haber nacido a solo meses de que falleciera el tío de Hannibal, cuando su corazón se rindió.

Una tortuga caminando era una cosa de lo más mundana, pero la expresión en el rostro de los niños era una maravilla. Hannibal deseaba que sus hijos nunca perdieran la capacidad de maravillarse ante las pequeñas cosas.

Un poco más allá, Adam, su segundo hijo, se encontraba en una posición similar a la de Hannibal, sentado bajo un árbol, excepto que tenía un libro en las manos en lugar de un cuaderno de dibujo. Era un tomo acerca de astronomía, uno que Hannibal recordaba con cariño, pues había sido uno de los primeros que le leyó a Will todos esos años atrás. Ahora Adam lo leía en voz alta para su hermano Hannibal, gemelo de Abigail.

Los embarazos múltiples no eran lo más común del mundo ni tampoco lo más extraño, pero sin duda era notable que hubiera ocurrido con ellos dos veces seguidas. Hannibal suponía que no debía sorprenderse. Después de todo, su Will siempre había sido extraordinario.

Como si lo hubiera invocado con el pensamiento, la cálida presencia de Will apareció a su lado y lo rodeó con los brazos.

— ¿Has venido a unirte a nosotros en esta tarde tan bonita? — le preguntó Hannibal sin quitar la vista de su dibujo.

— Me temo que no — suspiró Will a su lado —. He venido a buscar a nuestros hijos. Ya es hora de que vuelvan a sus lecciones.

Hannibal apartó su cuaderno de dibujo y giró en los brazos de Will para poder saludar a su esposo apropiadamente con un beso rápido en los labios y al futuro nuevo miembro de la familia con una caricia.

Will estaba encinto otra vez, su vientre apenas visible a solo cuatro meses de gestación. Su sexto hijo sería una niña, de eso Will estaba seguro, y dado que había logrado predecir el número y sexo de sus hijos con una precisión increíble antes, Hannibal no tenía motivos para dudar de él. Tan seguro estaba que incluso había elegido el nombre para la bebé. Se llamaría Simonetta, por la abuela a la que no conocería nunca.

— ¿No podemos quedarnos afuera un rato más? — preguntó Hannibal, acariciando la barba de Will con los dedos.

En los últimos años, Will había empezado a dejarse la barba, algo que, en opinión de Hannibal, solo agregaba más a su belleza.

— Suenas igual que nuestros hijos — se rio Will suavemente —. Pero no, lo siento. Tú sabes mejor que nadie que la educación es de suma importancia.

— Tienes razón, mi querido.

Los dos se pusieron de pie y le avisaron a los niños que era hora de entrar. Un coro de quejas llenó el aire del jardín, pero al final todos obedecieron y entraron al palacio, una fila de cabecitas rubias y castañas. El último en entrar fue Adam, que se acercó a ellos con el libro de astronomía en una mano y el broche que había recibido de regalo cuando solo tenía días de nacido en la otra. Nunca soltaba ese broche.

— Padre, papá — les dijo, mirándolos con esos grandes ojos azules, tan parecidos a los de Will —. ¿Me acompañarán esta noche a ver las estrellas?

Cuando Adam tenía seis años, habían sido testigos de un eclipse total de sol. Desde ese día, el niño había desarrollado un gran interés en la astronomía y Hannibal se había encargado de encontrar a los mejores astrónomos del país para que le enseñaran a su hijo todo lo posible acerca de las estrellas.

Hannibal y Will estaban seguros de que pronto no habría más que los maestros pudieran enseñarle a Adam. A su corta edad, parecía saberlo casi todo.

— Por supuesto que sí — le aseguró Hannibal, pasando una mano por los rizos del pequeño —. Pero ahora mismo tienes clase de literatura.

Se despidieron del niño con un beso en la frente cada uno, y lo vieron entrar al palacio, aún con sus dos tesoros en las manos.

— Nosotros deberíamos entrar también — le dijo Will, pasándole un brazo por los hombros —. Tu tía nos espera en el salón.

Desde la muerte de su tío Robert, Will y Hannibal hacían el esfuerzo por pasar más tiempo con la tía Murasaki. Su tía no lo había dejado solo cuando él perdió a sus padres y hermana, así que Hannibal tampoco la dejaría sola a ella.

— Por supuesto. Solo deja que busque mi cuaderno y entraremos.

Hannibal recuperó su cuaderno, que había dejado bajo la sombra del árbol y emprendió el camino de regreso al palacio junto a Will.

Si se lo preguntaran, Hannibal no sabría explicar qué lo hizo mirar sobre su hombro justo en ese momento. Simplemente lo hizo. Y lo que vio lo dejó sin aliento.

— Will — dijo él, deteniéndose de manera abrupta.

— ¿Qué ocu…? — la pregunta de Will se interrumpió con un grito ahogado, pues cuando volteó hacia Hannibal, también los vio.

Justo en el borde entre los cuidados jardines del palacio y el bosque, había tres ciervos. Pero eso no era lo extraordinario. Los ciervos eran una visión común en los jardines. La diferencia era que esa familia (eran una familia, Hannibal estaba seguro de eso) estaba compuesta por ciervos completamente negros.

Hannibal no había visto uno de esos desde que era un niño, cuando él y su hermana le daban de comer a aquel hermoso espécimen que había inspirado su escudo de armas personal y el anillo de compromiso de Will.

Sintió el anillo rozando su piel en ese momento, cuando Will lo tomó de la mano. Hannibal le lanzó una sonrisa y le apretó la mano suavemente. Lentamente para no asustar a los ciervos, se dieron la vuelta y continuaron su camino, con Hannibal determinado a plasmar en lienzo esa maravillosa escena que acababan de ver.

Más allá, la familia de ciervos los observó por unos minutos más antes de regresar a su propio hogar en el bosque.

Notes:

Esta historia no es de lo mejorcito, pero quiere agradecerles por leerla hasta el final <3

Gracias a un comentario sugiriendo que Adam conozca a un Alfa Nigel, una continuación empezó a crearse en mi mente. Así que si les interesa seguir esta historia (aunque el foco sería más SpaceDogs que Hannigram), estén atentos 👀