Chapter 1: Oh
Chapter Text
El invierno se asentaba sobre cada avenida de la ciudad con cruel delicadeza, como una fría mano de terciopelo que roza las mejillas y se detiene ahí, justo ahí, extendiendo una suave caricia que vibra hasta los huesos. No era una estación cualquiera, era uno de esos inviernos que parecen recién salidos de una pintura, donde el viento no sacude, susurra, y la nieve... dispuesta a caer con violencia, caía con la solemnidad de una fuerte promesa.
Vincenzo caminaba bajo el resguardo de un abrigo oscuro, con pasos firmes y una respiración regular, como si el frío en escena no se tratase de algo más que una inútil extensión de la realidad, vulnerable ante la sensación tibia que cargaba en el pecho. El mundo podría hacerse añicos si quería, a él le daba igual, y el frío, ante eso, se quedaba sin argumentos.
El edificio Geumga.
Finalmente.
Observó la estructura con serena atención, con la mirada seria y resuelta. Su postura tensa no delataba emoción alguna, sino más bien un recuerdo. El recuerdo de un lugar demasiado familiar, uno al que se llega con el cuerpo y el alma vibrando en medio de una tormenta sorda.
Regresó, como lo prometió.
Libre de cualquier cargo, sin nada que lo persiguiera.
Con una calma casi arrogante, ajustó la bufanda, un acto más simbólico que necesario. Volver a alejarse no era una alternativa en sus prioridades. Ya no se trataba únicamente de la experiencia, sino de las personas. Vínculos que, de algún modo inexplicable, parecían haber estado ahí desde siempre. Como si el destino hubiese trazado cada paso con la única intención de hacerlo comprender que, una vez llegado, marcharse era imposible.
Y en el centro de todo, la fuerza más poderosa tenía nombre y rostro.
Una mujer.
Algo que no podía siquiera negar.
Llevaba más de un año lejos. Físicamente, al menos. Porque, incluso en Italia, incluso entre silencios cuidadosamente construidos, ella seguía ahí. Nunca logró apartarla. Se refugió en reglas propias, en rutinas férreas, fingiendo que podía vivir sin necesitarla. Pero su ausencia, lejos de liberarlo, solo lo asfixiaba cada vez más.
¿A quién podía engañar?
Estaba enamorado.
Se lo confesó.
Ese deseo persistente fue lo único capaz de atravesar los muros que él mismo había erigido. Solo una vez, cuatro meses atrás, en el punto más bajo de su resistencia, cuando se atrevió a romper su código más sagrado, sus principios, sus obligaciones. Sabía lo que arriesgaba. Sabía que podía perderlo todo. Pero lo hizo.
Un encuentro breve, suficiente para encender lo inevitable.
Ambos sabían que no podía durar.
Pero bastó, bastó para sostenerse.
Y en este ahora silencioso, de vuelta al presente, la nieve caía lenta, como si el universo conspirara para regalarle ese instante de contemplación.
El pavimento resbaloso.
El silencio.
La puerta.
Sus pensamientos se perdieron.
Respiró hondo y entró, encontrándose con el recibimiento cálido de los inquilinos, sonrisas, felicitaciones y cortesias, como si se tratara de un héroe regresando a casa. La atmósfera era acogedora. Respondió con una sonrisa discreta y una inclinación precisa, aceptando cada palabra con esa compostura que lo caracterizaba.
Pero había algo que faltaba.
El pasillo estaba lleno, sí. Todos se habían reunido para darle la bienvenida, pero el vacío que más le pesaba era, inevitablemente, el de ella. Su sonrisa se aflojó poco a poco, hasta volverse apenas un gesto mecánico. Los ojos, sin permiso, empezaron a buscarla, recorriendo los rostros con una inquietud que no lograba disfrazar del todo.
La pregunta, no demoró en aterrizar.
Clara, firme.
"¿Dónde está Cha Young?", inquirió, un tanto desconcertado.
Sus palabras cortaron el aire.
El silencio se extendió como un eco, denso, casi incómodo. Las cabezas comenzaron a girar sutilmente, las miradas esquivas viajaron hacia rincones dispersos, al suelo, a cualquier punto que no fuera el suyo. Un gesto colectivo, casi ensayado. Vincenzo frunció el ceño. Aquello no era normal.
"¿Qué pasa?", insistió.
Nadie era capaz de darle una respuesta.
Y al final, no hubo escapatoria. Los codazos llegaron como pequeñas puñaladas fraternales. Miri avanzó a trompicones, empujada sin piedad hasta quedar al frente, en la línea de fuego. Traidores... Giró un poco el rostro, clavándoles la mirada con muda recriminación.
Respiró hondo.
"Cha Young... sí, dijo que venía... o eso creo", soltó al fin, con una voz que parecía pedir disculpas por existir.
Vincenzo alzó las cejas, confundido. No necesitaba ser un experto para darse cuenta de que algo no estaba bien. Aunque bueno, tampoco hacía falta ser particularmente perspicaz. Ellos no eran precisamente los mejores actuando.
Suspiró.
"¿Por qué se miran así?", cuestionó, sin dejar escapar a nadie.
El momento se alargó.
Nadie se atrevió a hablar.
Los presentes intercambiaron miradas rápidas, inquietas.
De acuerdo, ya estaba perdiendo la paciencia.
"¿Le pasó algo?", su tono se impregnó de una preocupación genuina. Él no era fácil de engañar. No. No lo era. Ellos sabían que mentirle nunca había sido una opción efectiva.
Seok do intervino.
Sacudió las manos en un intento inútil de calmar las cosas.
"Ella llegará en un momento, seguro se le atravesó algo...", su sonrisa fue débil, insegura.
Vincenzo se dio cuenta de que Miri no apartaba los ojos de la puerta. Una espera tensa, casi supersticiosa, se le marcaba en el rostro. Como si necesitara verla cruzar ese umbral para respirar, como si su llegada pudiera salvar el equilibrio de algo invisible que pendía en el aire.
Frunció el ceño.
"¿Qué es lo que no me están contando?", musitó, desconfiado.
Sabía que algo no encajaba. Las palabras eran insuficientes, y el comportamiento de todos lo confirmaba. Silencios, miradas esquivas, incomodidad. Aquello había dejado de ser desconcertante para volverse abiertamente sospechoso.
Fue entonces que la puerta, finalmente se abrió.
Cha Young apareció.
Justo cuando el panorama parecía estar a nada de empeorar.
Cruzó la puerta con el cabello ligeramente despeinado por la brisa, envuelta en un abrigo largo que apenas lograba ocultar la fragilidad de su presencia. Sujetaba con ambas manos un bolso grande frente a sí, como si con él intentara levantar una barrera invisible, impidiendo que alguien viera más allá.
Su mirada se cruzó con la de Vincenzo.
La atmósfera cambió de pronto.
Miri se acercó de inmediato, deteniéndose justo frente a ella.
"Tardaste... ¿Te encuentras bien?", preguntó, bajando un poco la voz mientras posaba una mano suave en su hombro. La inquietud era evidente, sincera.
Y él lo notó.
Por supuesto que lo notó.
Cha Young esbozó una sonrisa nerviosa, una que desentonaba con su acostumbrada seguridad.
"Ah... sí, estoy bien...", respondió, deprisa, como si apurarse hiciera más creíble los hechos.
¿Por qué actuaban así? ¿Por qué Miri parecía tan ansiosa por acercarse a ella? Nada le parecía familiar. La escena le resultaba extraña, como si la viviera desde fuera.
"¿Estás enferma?", preguntó, observándola de cerca, buscando alguna señal que pudiera explicarlo todo, pero lo único que encontró fue confusión y una especie de desorden contenido, como si ni ella misma supiera lo que le ocurría.
Incluso dio dos pasos hacía atrás.
¿Acababa de alejarse de él?
Cha Young vaciló antes de tragar saliva. Lo miró, y después hizo lo mismo con Miri, como si algo estuviera pesandole en el pecho. Peor que eso, nunca la había visto con ese semblante.
Miri le asintió.
¿Le asintió?
Pareció alentarla a decir algo.
Pero Cha Young no hacía nada más que dudar, atrapada entre la necesidad de decir lo que fuera que se tenía entre manos y el temor a lo que podría suceder si lo hacía.
"¿Qué está pasando?", preguntó de nuevo.
Necesitaba entender que ocurría con ella. No medias tintas, no máscaras. La quería nítida, sin filtros. Su mirada la atravesaba en silencio, hurgando en lo que se ocultaba tras sus ojos. Pero no hallaba respuestas. Y esa ausencia lo desconcertaba más que cualquier verdad.
Sin emitir palabra, una de las mujeres se acercó.
Abrazó a Cha Young por los hombros, su gesto fue delicado, casi imperceptible, pero el efecto fue inmediato.
"Dile...", susurró, con una sonrisa y una expresión que parecía conocer más de lo que mostraba.
Por un instante, fue casi reconfortante.
Bueno. Si la mujer le sonreía, ¿era realmente algo malo?
Chapter 2: fantasma
Chapter Text
El ambiente se precipitó en un silencio denso, de esos que no solo se escuchan, sino que se adhieren a la piel como una niebla espesa, terrible. Cada respiración se volvió pesada, atrapada en un aire que ya no circulaba con libertad, como si el mundo entero contuviera el aliento ante la inminencia de una revelación.
Cha Young no pronunció palabra alguna. sus ojos permanecieron fijos en el suelo, antes de que sus manos se movieran por sí solas. Un gesto mínimo, a penas susceptible. Desplazó el bolso, dejando al descubierto algo que, definitivamente, Vincenzo no estaba preparado para ver.
Sus ojos, que primero vagaron con confusión por su rostro, se desplazaron hacia abajo, deteniéndose en lo que parecía ser...
¿Qué?
Su expresión se desdibujó.
Un vientre, pequeño.
Lo único que dominaba la vista.
El indicio, inequívoco.
Su respiración se detuvo, sus labios se entreabrieron, las palabras se quedaron atrapadas en su garganta.
"¿Qué es... esto?", murmuró a penas, su voz arrastrada por el asombro y la incredulidad. Permaneció en silencio, con los ojos fijos en ella, buscando alguna explicación.
Era obvio, claro que lo era.
Pero su primera reacción, fue una conmoción absoluta.
"Estoy embarazada...", respondió con voz titubeante, midiendo su expresión, como si cada palabra que saliera de su boca pudiera alterar algo más allá de lo físico.
"¿Embarazada?", repitió Vincenzo, como si la declaración aún no pudiera calar en su mente.
Quedó petrificado.
En blanco, totalmente en blanco.
Fue entonces cuando el Sr. Cho, ajeno a la delicadeza del instante, irrumpió en la escena con la energía despreocupada de quien vive al margen de las tormentas ajenas. Le dio una palmada fuerte en la espalda, lo rodeó con un brazo y lo sacudió. El contacto fue brusco, como si esperara arrancarlo de su parálisis mental, con esa irreverencia suya que parecía no tener límite.
Nada.
"¡Vaya, qué tramposo eres! Te reuniste con ella… ¿y a nosotros qué nos toca? Ni siquiera un miserable saludo", protestó con fingida indignación, soltando una de sus risas burlonas mientras agitaba la cabeza.
Pero ni así.
Ni el golpe, ni sus palabras surgieron efecto.
Todos lo miraban como si fuera un fantasma.
Sí, porque parecía uno.
El Sr. Cho frunció el ceño, claramente perplejo por la ausencia de respuesta. Se inclinó, de forma exagerada, intentando atraer su atención.
"Si eres el papá ¿no?"
El cuestionamiento le cayó como una tonelada, rompiendo el tenue equilibrio de su mente. Vincenzo lo miró de inmediato, como si el cuerpo hubiera actuado antes que la conciencia. Su rostro intentó decir algo, cualquier cosa, pero solo balbuceó sílabas sin sentido, atrapado entre la ofensa y la incredulidad.
El Sr. Cho dejo escapar una carcajada.
"¡Hombre, estoy bromeando! Todos aquí sabemos que esa pancita es tuya...", exclamó con sencillez, señalandolo con sonrisa pícara, que no hizo nada más que ruborizarlo.
Ah, ridículo.
No continuó enfocando su atención en él, sus comentarios sin sentido lo habían desviado de lo importante.
Volvió a mirarla a ella.
Su vientre.
Y entonces parpadeó, una, dos veces, como si el acto de ver pudiera hacer que lo que había visto dejara de ser cierto. Se pasó una mano por el cabello, lento, desorientado.
"Embarazada... Te dejé... ¿embarazada?", murmuró, como si el peso de la palabra le dejara un hueco en el pecho.
El tiempo pareció detenerse. La idea lo atravesó como un relámpago. Había partido, la había dejado, y durante su ausencia, algo de él había seguido creciendo en ella. Algo que ahora, con una sola mirada, lo transformaba todo.
No abandonó su semblante perdido.
Ella, en cambio, lo miró angustiada. Su reacción no parecía negativa, pero verlo divagar sin parar con expresión desconcertada le provocó una punzada de incertidumbre y un nudo en el estómago.
Oh, no.
Una presión sorda golpeó su sien. El aire perdió consistencia. La habitación pareció inclinarse, alejándose, convirtiéndose en una pintura mal colgada.
No, no.
Apenas un segundo, el suelo pronto desapareció bajo sus pies. Su respiración se volvió irregular, corta, como si el aire le resultara insuficiente. El tambaleo fue sutil, casi imperceptible al principio, pero suficiente para que su cuerpo buscara anclaje por instinto.
Sus dedos se aferraron al brazo más cercano.
Lo siguiente, ya no lo percibió.
Una voz la llamó, distante. Unas manos cálidas la sujetaron por la cintura. Otra, más firme, le tomó el rostro.
Un perfume.
Lo reconoció al instante.
Supo que era él por su aroma, y por la textura absurda de su camisa. Solo una obsesionada de marcas como ella era capaz de detectar la calidad de la ropa con un simple roce accidental. No podía ver nada, pero había logrado conservar el equilibrio gracias a ese soporte.
El ruido comenzó a regresarle a la cabeza.
Preguntas urgentes comenzaron a cobrarle sentido.
Sintió algo suave debajo. ¿Un sofá?
Regresó en sí.
Lo primero que captó su atención fueron las miradas. Todas fijas en ella, todas cargadas de espanto. Especialmente la suya. El caos comenzó de inmediato. Manos que traían agua, voces que ofrecían azúcar, comida, ayuda. Se movían rápido, con ansiedad.
Todos menos él.
Vincenzo estaba quieto, agachado frente a ella, con una expresión que bordeaba el pánico. Pobre hombre, acababa de llegar y ya estaba traumatizado. Pero, ¿cómo culparlo? Su mente debía estar girando más rápido de lo que podía procesar. La presión en el pecho era una mezcla de miedo, desconocimiento y ese instinto de protección que aún no sabía cómo ejercer.
¿Qué se hacía en estos casos?
¿Los mareos no eran normales?
¿Hasta que punto?
No sabía si debía alarmarse, si al caso, ya lo estaba haciendo.
No se pudo aguantar más.
"¿Te pasa esto seguido?", lo primero que se le formuló en la cabeza. El malestar lo invadía sin opción.
Cha Young lo miró vacilante. No, no le pasaba a menudo, aunque hubiese querido hacerlo parecer así, aprovechando que él no conocía todos los detalles. Fue la tensión, la carga emocional, lo que trastornó su cuerpo de repente. Pero con él, todo fingimiento se volvía inútil. Mentir no tenía sentido.
Que complicado.
No había sido fácil para ella, sobre todo cuando nada de eso había sido planeado.
Vincenzo no volvió esperando encontrarse con un embarazo, de eso estaba segura... por favor. ¿Cómo iba a ser eso? No era exactamente el tipo de bienvenida que uno prepara con moño. No pudo dormir bien en días desde que supo que estaría de regreso.
El miedo no siempre respondía a razones.
Realmente complicado.
Jugueteó distraídamente con el doblez de su abrigo, sus dedos deslizándose suavemente sobre la tela gruesa. El gesto no era más que un reflejo de su nerviosismo, un movimiento repetido, mecánico. Cada vez que la tela se arrugaba entre sus dedos, su mirada se deviaba hacia otro lugar. Un pequeño acto de inseguridad que, no pasó desapercibido para él.
"Ah...", comenzó.
"¿Fui yo?", la interrumpió.
La entendió sin necesidad de palabras. Aunque, era predecible.
Pensó con más claridad.
"¿Te había estado preocupando mi aceptación?", agregó, su voz apenas un susurro, como si la sola idea le resultara injusta.
Ella no respondió de inmediato, pero su silencio fue más que elocuente.
Si, eso exactamente.
Sonrío cabizbajo, con resignación dulce. ¿De verdad pensaba eso? ¿Podía siquiera existir un desagrado de su parte?, no, claro que no. Lo tomó por sorpresa, sí, y quizá no reaccionó del mejor modo. Pero nunca, bajo ningún concepto, vería esto como un agobio.
La mujer era todo para él.
Y ahora cargaba un hijo suyo.
El simple pensamiento ya le generaba un cosquilleo.
"Cha Young", la llamó, apenas alzando la voz. Tomó sus manos con delicadeza, envolviéndolas entre las suyas. "No hay motivo para que te preocupes. ¿Lo entiendes?", un silencio profundo se instauró entre ellos.
Trazó una caricia con su pulgar.
"Me ocuparé de todo. No tienes que preocuparte", añadió.
Su expresión se ablandó. Qué absurda había sido. Se sintió como una actriz de drama barato, de esas que lanzan miradas al horizonte mientras sufren por cosas que no van a pasar. Vincenzo jamás la habría rechazado. Ese pensamiento, que antes le había provocado desvelo, ahora le parecía tan ridículo.
El alivio fue reconfortante.
Aunque, quería abofetearse por dramatizar tanto.
Chapter 3: Imprudente
Chapter Text
Dato no menor. Todo esto ocurría en el local de baile de Chae Shin. Naturalmente, ¿quién tiene un sofá plantado en medio del pasillo de un edificio como parte de la decoración estándar?, aunque, con esta gente, nada debería sorprender ya.
Bien.
Por lo menos. Cha Young comenzaba a sentirse un poco mejor.
Respirar ya no era una tarea angustiante. Las punzadas en su estómago, el nudo incómodo entre las costillas, la presión que le crispaba los hombros... Todo parecía haberse disipado, como humo que se disuelve en el aire.
Y de él, qué decir.
Concentrado… no, no era la palabra adecuada.
¿Qué cruzaba su mente?
Sus ojos apuntaban a una sola coordenada.
Su atención, persistente.
Alguien, en algún momento, debió haberle ofrecido una silla. Se sentó, sí. Nada más que un gesto automático. Ni pensó en ello. Tal vez por costumbre, tal vez porque su cuerpo seguía propios impulsos cuando su mente no daba abasto.
Pero. ¿No estaba ya resuelto?
Sí. Y no.
Había algo. Un detalle que escapaba a lo evidente, y que de alguna manera, ella ya había intuido.
Quizás fue la forma sutil en la que sus dedos rozaban la tela de su pantalón, o ese trago seco que se deslizaba por su garganta cada cierto tiempo, con una cadencia que delataba más de lo que él quisiera admitir.
No fue tan difícil entender lo que quería.
Predecible.
Completamente esperable.
"¿Quieres tocarlo?". La pregunta cayó sin ornamento, sin timidez. Y fue más efectiva por eso. Logró ver el sobresalto, el temblor en sus labios, su pestañeo agitado. Sí, había dado en el blanco.
Sonrió.
Cha Young se removió lentamente entre los cojines del sofá, sin perder ni un segundo de contacto visual. Se recostó en el respaldo, el movimiento aparentemente trivial, pero sus ojos, fijos en él, revelaban que su única intención era estudiar su reacción desde ese ángulo, como una observadora paciente.
Nervioso hasta la coronilla.
"¿Quieres?", replicó, invitándolo a aceptar.
"¿Disculpa?", preguntó él, con voz más baja de lo habitual.
Ella no respondió. Se limitó a bajar la mirada lentamente hacia su propio vientre, donde el suéter se ajustaba con cierta sutileza sobre la curva suave. Luego lo miró de nuevo, directa, serena.
Vincenzo entreabrió los labios, pero ninguna palabra salió. Se quedó inmóvil, como si esa oferta lo hubiese tomado por completo fuera de guardia. Parpadeó de nuevo, su mirada oscilando entre sus ojos y esa parte de su cuerpo que, hasta hacía unos segundos, solo había contemplado en silencio.
Apretó la tela del borde de sus mangas, tentado, con esa presión muda que uno ejerce cuando algo lo abruma desde dentro.
Se anidaba la curiosidad.
Porque sí, quería tocarlo.
Pero se sentía, inquieto. El hormigueo no lo dejaba en paz. Y En retrospectiva, no era tan extraño sentirse así. No después de haber estado ausente tanto tiempo, perdiéndose cada diminuta señal del crecimiento de aquello que ahora reclamaba su atención.
Cuatro meses. Cuatro. Una línea de tiempo que no se borraba ni con promesas. Solo quedaba esto, quedarse quieto, reconocerlo y empezar por un gesto mínimo.
Así que lo hizo. Extendió la mano.
El primer pequeño contacto.
Solo la yema de sus dedos. Como una caricia que se resistía a ser completa. No apoyó, no presionó. Simplemente tanteó la tela de su suéter, suave, despacio, con una hesitación apenas perceptible.
Pequeño.
Pequeño.
Redondo, pequeño y cálido.
Un movimiento ajeno irrumpió en su ensoñación, arrancándole un leve sobresalto.
Una patadita habría sido mejor recibida.
Pero no.
El toque despreocupado del Sr. Cho en su hombro lo desvió de sus pensamientos. Ya, en serio. ¿Qué afán con ese gesto? Le quebró el instante con la sutileza de un ladrillo partido en la espalda. Cero noción del clima emocional.
Alzó la mirada, más por protocolo que por interés real.
No le molestaba en realidad.
Solo era un poco, digamos, remilgado.
"¿Vamos a seguir con estas caras sin comer nada?", preguntó el inquilino, con su usual desenfado. La oferta, persuasiva. No esperó respuesta. Giró sobre sus talones, arrastrando consigo esa informalidad que, más que costumbre, ya parecía un entretenimiento personal.
"Cha Young, ¿qué dices tú?", replicó, volviéndose hacia ella como si esperara un aliado.
Ella sostuvo una pausa, sopesando la propuesta sin apuro. Sí, tenía hambre. Frunció los labios apenas, pensativa, solo unos cuantos segundos, antes de asentir con una lentitud que confirmaba su decisión.
Bien.
Ella quería comer.
Se incorporó casi al mismo tiempo que Vincenzo, pero no alcanzó a ir muy lejos. Él la miró con esa expresión suya que no necesitaba palabras, y con eso bastó. Su intento se disolvió en el acto. No llegó muy lejos. De hecho, no llegó a ninguna parte.
Su mano se cerró, como freno sobre su brazo. Dedos extendidos, sin apretar. Un contacto prudente, casi torpe.
"Quédate, voy yo", sugirió, como si fuera la opción más obvia.
¿Una intercesión, eh?
Su respuesta fue una negativa divertida.
"Estoy bien, lo hago sola", tarareó, safandose con facilidad de su agarre.
Parpadeó.
Estuvo dispuesto a seguirla. Y de hecho, lo habría hecho, de no ser por un ridículo tirón en la tela de su saco que lo desestabilizó, obligándolo a retroceder un paso atrás, justo cuando se había acercado a ella.
Miro hacia el origen de la interrupción, desconcertado.
El Sr. Cho.
Otra vez.
Lo sujetó con la misma desaprobación con la que uno detendría a un niño a punto de lanzarse a una fuente.
"No la atosigues, que no es un criminal", comentó con la boca llena de comida, sin la menor discreción.
"¿No viste que hace un momento casi se desmaya?", reclamó, ofendido.
"Eso fue hace una hora", respondió, con una ligera sonrisa juguetona que sugería que lo estaba haciendo a propósito.
Silencio.
Una mueca de fastidio.
"Ya. Ya. Estamos hablando de Cha Young. Si se está moviendo, es porque puede", concluyó, haciendo un leve movimiento con la cabeza, insinuandolo a observarla.
Y sí.
Ahí estaba, caminando entre las mesas con gracia. A su lado, parecía que la reciente incomodidad no era más que una anécdota olvidada.
Exhaló con resignación, como si eso bastara para calmar algo.
No, no lo hizo.
Ella estaba acostumbrada a esto. Pero él no.
No con la primera impresión.
Frágil, vulnerable.
Tan descompensada.
Y ahora, tan suelta entre la gente, caminando con seguridad, casi como si nada hubiera pasado. Lo desorientaba. No sabía cómo reconciliar ambas versiones.
"Es testaruda", le susurró en el oido, aún firme a su lado como un guardaespaldas inútil, Vincenzo suspiró por dentro. Maravilloso. Otra ronda de contacto innecesario.
"¿Sabes? Hace una semana bajó un archivero de los estantes", agregó.
Uh, captó su atención de inmediato.
Vincenzo entrecerró los ojos, observándolo incrédulo.
"¿Qué dices?" respondió, con un tono que evidenciaba su descontento.
El compañero asintió, llevándose otro trozo de pan a la boca, masticando sin una pizca de cuidado. "Usó la escalera...", añadió, su venganza dulce y verbal.
Porque, por supuesto, el Sr. Cho no iba a desaprovechar la ocasión. Cha Young podía fingir desinterés, pero él tenía una lista de pequeñas venganzas pendientes, comenzando por aquella noche en la que ella lo hizo perder en cartas siete veces seguidas. Ahora, con Vincenzo como público receptivo, era el momento perfecto para sacar los trapitos al sol.
"¿Cómo la dejaron hacer eso?", reclamó.
El Sr. Cho sonrió.
"No repara en subirse a sitios altos. La conoces, ella siempre hace-lo-que-quiere", concluyó tarareando, como si se tratase de un hecho irremediable. "Te indignarias más si supieras donde se duerme a veces", pronunció enseguida, insinuando una nueva anécdota.
"¿Donde?", su réplica no se hizo esperar.
"Ah, sí. Dedicadísima", murmuró, mientras se agachaba para robarse una papa de una bandeja cercana y la mordía con satisfacción. "Le fastidia conducir", apoyó un hombro contra la pared, agitando lo que quedaba de la fritura como si estuviera dando una conferencia. "Y si se le hace tarde se queda ahí. En el bufete. Tan simple", soltó un suspiro dramático.
"Bebé debe dormir muy incómodo ¿no crees?...", soltó para rematar.
El semblante de Vincenzo fue.
Magnífico.
Pero lamentablemente, el bullicio desbarató la gran gloria de su testimonio. El Sr. Cho frunció el ceño. ¿Cómo se atrevían a interrumpir su solemne ceremonia de difamar a Cha Young? El mismísimo universo parecía conspirar en su contra.
Ah. Ella.
Vincenzo siguió el mismo trayecto con confusión.
El rostro se le descompuso con una rapidez alarmante.
¿Era esto en serio?
Historias, con todo y ejemplo.
Ella estaba ahí, completamente erguida sobre un banco inestable, estirando el brazo con desparpajo para alcanzar unos vasos en la repisa más alta. Su vientre, rozaba la madera, el equilibrio, precario. Su postura completamente imprudente. Las inquilinas a su alrededor gesticulaban con nerviosismo, insistiendo en que se bajara, pero ella, obstinada como siempre, seguía con su cometido.
No.
No. No. No.
Sus músculos reaccionaron antes que su mente. Pasos rápidos, respiración forzada.
¿Qué hizo?
Él mismo la bajó.
Ella reaccionó con un respingo, el susto escapándosele en un grito breve, agudo, casi infantil. Un reflejo involuntario. Nadie está listo para ser alzado de pronto. Evidentemente.
"¿Qué demonios?", protestó aturdida, ya bajo consciencia.
"Claro, ¿y mañana te trepas al techo? ¿No?", espetó él, como respuesta. Bastante inesperado.
Ella se desconcertó.
¿Qué era ese cambio de actitud?
Una carcajada se escuchó al fondo, como un eco malicioso que no necesitaba presentación. Ah, por supuesto. Rodó los ojos. Lo supo de inmediato.
Ese desgraciado.
Dejó caer la cabeza hacia atrás, colgándola sin resistencia, con un suspiro tan teatral como cansado. No dijo nada, pero si el gesto hablara, habría gritado que ya era suficiente, como si su dignidad estuviera suspendida entre el suelo y aquel hombre que, por cierto, no parecía tener la menor intención de soltarla.
Por Dios.
Vincenzo la liberó, al menos hasta que sus pies tocaron el suelo. No conforme, se mantuvo delante de ella, autoritario. Una imagen casi absurda, considerando que Cha Young, en teoría, era el tipo de persona de la que uno debía cuidarse.
A esas alturas, lo justo sería que ese bebé viniera al mundo con un instinto de supervivencia mejor que el suyo.
Increíble.
¿Y todo esto solo por unos vasos?
Sus ojos, resignados, subieron lentamente hacia la repisa, donde aún se alcanzaba a ver la esquina del plástico.
El movimiento, preciso.
Vincenzo los alcanzó sin esfuerzo y los depositó en sus manos, casi como una advertencia gentil.
Nada brusco.
Nada rudo.
"Si quieres algo así, dímelo", musitó, mirándola fijamente, con un tono que sonaba más a preocupación que a enfado. Una forma de dejarle claro que, para él, lo que había hecho no era una travesura más, sino una imprudencia grave.
Un sonido metálico se dejó oír desde el otro extremo.
Todas las miradas convergieron en él.
"¿De verdad piensas que te hará caso?", soltó Seok Do con burla, justo en el momento en que se servía un generoso cucharón de arroz. Habló sin siquiera mirarlos, más ocupado en nivelar bien la montaña de comida sobre su plato.
El reconocimiento flotó entre los presentes. Como si todos dieran ya por sentado que esa mujer era, simplemente, imposible de tratar.
Y tal vez, sólo tal vez. Sí.
Pero con él, tendría que adaptarse.
Ni siquiera nosotros nos creíamos esa mentira.
Chapter 4: ¿Hablamos?
Chapter Text
Dentro, el aire no sabía de estaciones, solo de voces, calor y movimiento. Algarabía íntima, algo que respiraba vida, palabras que se sobreponían unas a otras y risas que estallaban sin aviso.
El caos no pedía orden.
La noche se aferraba a los cristales, paciente en su intento inútil, dejando caer los minutos como gotas sobre el vidrio. El reloj era apenas un espectador mudo, un intruso elegante, tolerado solo por saber mantenerse al margen.
Nadie lo notaba.
No cuando el epicentro del alboroto era Cha Young.
No buscaba atención. La imponía, sin siquiera proponérselo.
¿Cómo podrían ignorarla?
Aquella mujer encendía la atmósfera como una mecha al roce del pulgar. Le bastaba un gesto, una entonación, una carcajada para que todo lo demás se reacomodara a su alrededor sin empujar, con ese descaro innato que llenaba de sentido hasta el último rincón.
Tal como podría esperarse de la cabeza de la familia.
Porque, siguiendo el reparto tradicional, Vincenzo debía ser el padre y ella la madre, metafóricamente hablando. Aunque, a decir verdad, el guion no especificaba que se tomaran el papel tan... en serio.
La sorpresa, si la hubo. Pero nadie alzó una ceja cuando todo derivó en algo más. El desenlace, después de todo, parecía escrito en la textura misma de sus silencios.
Una pequeña consecuencia.
Y él, sentado a pocos pasos, la miraba con esa familiaridad de quien había estado, siempre, exactamente ahí. Una y otra vez, como brújula extraviada que, por más que intentara, siempre volvía a señalar el mismo norte.
Nada menos.
Cautivo en cada uno de sus gestos.
El delicado arco de sus cejas al responder con agudeza, la ligera inclinación de su cabeza al reír con descaro, o incluso, el vaivén animado de sus manos acentuando cada frase. No era un espectáculo nuevo, y aun así, cada repetición tenía algo distinto.
A ratos, solo a ratos, desviaba la mirada.
Momentos breves, dados para seguir alguna charla, asentir con una sonrisa ante los comentarios de los demás, o, en lo práctico, simplemente comer.
Sí. Comer...
Porque, en un acto de humor cruel del destino, en su plato quedaba intacta una rebanada de pizza. Desde luego, la había aceptado con una sonrisa educada, porque, lamentablemente, asesinar por agravios culinarios no era una opción viable esa noche.
Pero, por favor...
Era espantosa.
¿De verdad podía atribuir eso al azar?
Pues no. No con el Chef Toto acechándolo desde la esquina de la mesa, con esa despreocupación fingida que delataba toda su intención.
Vaya déjà vu.
Suspiró.
Una sonrisa leve, casi sarcástica, le curvó los labios.
Bueno, al final, no sabía tan mal.
Pero definitivamente no pasaba la prueba, no todavía.
Ah.
Un tintineo brusco de vidrio sonó al fondo, lo bastante escandaloso como para que todos giraran la cabeza. "¡¿Otra vez se terminó la soda?!", bramó el hijo menor de la señora Yuo, mientras alzaba los brazos, como si su indignación mereciera una audiencia judicial.
Quince años tenía.
Y entonces...
Oh, súbita buena voluntad.
Cha Young se puso de pie con una soltura sospechosa, sacudiéndose las migas del pantalón, como quien se prepara para un acto heroico. Demasiado rápido. Demasiado natural. Como si ya hubiera estado esperando el momento.
"Bien, yo voy", anunció.
La sala entera se quedó en silencio medio segundo.
¿Qué?
¿Ella?
¿Acomedida?
Tenía cuatro excusas válidas al alcance de la mano, eso solo si no contábamos su actitud intransigente... y, aun así, ahí estaba. Interpretando el papel de mártir doméstica. Muy conveniente. ¿No?
Claro. Porque no era más que una trampa.
Una brillante trampa, diseñada para que, por decencia, por lógica, por puro sentido común, alguien se ofreciera a hacerlo por ella.
Alguien.
Sí, alguien.
Vincenzo se levantó.
Una leve acusación cruzó por sus miradas, muda pero perfectamente articulada. No podía quejarse, ¿verdad? Le habían vendido el encargo como un favor, y hasta eso debía agradecérselo.
Tenía el talento. No había elección.
¿Fastidio? Sí.
¿Motivos para rebelarse? Ninguno.
No cuando sus pupilas tropezaban en el pequeño contorno. Algo que parecia gritar, mírame, estoy aquí, ¿podrías hacer simplemente lo que te ordenan?
Increíble.
Terminó haciéndolo.
Recibió indicaciones, advertencias y una bendición no solicitada antes de abandonar el salón. No iba ni a la esquina, solo al piso de abajo, pero aún así. Se abrió paso entre la pequeña multitud como quien carga con una misión absurda, resignado a su destino.
No llegó muy lejos.
Apenas unos pasos y ya sentía su presencia detrás.
"Pensé que la idea era que yo me sacrificara solo", inquirió, disminuyendo el ritmo.
Ella sonrió, como si fuera un chiste privado.
"No se me antojó quedarme", respondió, encogiéndose de hombros. Como si su estrategia hubiera previsto incluso ese pequeño detalle.
Le provocó una risa.
"¿Crees que puedes mandarme sin consecuencias?", musitó, deteniéndose a mitad del pasillo.
"No me puedes hacer nada, estoy embarazada", lo encaró, sonriendo.
Vaya coqueteo.
¿Qué clase de futuro le esperaba a ese bebé, con semejantes padres?
Ya era predecible que, tarde o temprano, acabaran comportándose así al reencontrarse. El lenguaje entre ellos seguía intacto. Solo que ahora, sabían disfrutarlo.
Le revolvió el cabello al pasar, apenas lo justo para molestarlo. Una provocación encantadora.
Él solo sonrió de lado, dejándola ganar esa ronda.
El tránsito al piso inferior se sintió como sumergirse en otra dimensión. Las voces, los chistes, el eco constante del grupo quedaron colgados en la escalera, lejos, muy lejos del telón de fondo. Allá abajo, el lugar los recibió con una oscuridad blanda, apenas salpicada por luces cálidas.
El restaurante del Chef Toto.
Su trastienda personal nocturna.
Todo iba bien... al menos hasta llegar a la puerta.
Vincenzo intentó jalar la perilla. Nada. El gesto fue firme, como si el acceso fuera el culpable. Frunció el ceño, volvió a intentarlo, esta vez con menos paciencia. Tampoco. Ni un ruido. Ni una mínima rendija de concesión. Solo el silencio de la resistencia pasiva.
"No abre...", murmuró incrédulo.
"¿Está cerrada?", respondió, acercándose.
"Está cerrada", replicó, casi como una revelación molesta.
"Oh, no puede ser...", soltó la mujer tan inocentemente, cubriéndose la boca con una mano, dramatizando la escena como si realmente se lamentara. La otra se estiró sin prisa, dejando colgar las llaves de su dedo índice, como un anzuelo tentador.
Vincenzo la miró, escéptico.
"Por eso vine contigo", burló, agitándolas con toda intención, como si cada repique celebrara su victoria.
Insertó la llave, abrió la puerta y pasó como si nada.
Él quedó de pie en la entrada.
De verdad ¿No podía ganarle ni una?
Parpadeó cuando ella se giró.
Carraspeó con torpeza, demorando apenas un segundo más antes de atreverse a entrar.
Mesas apiladas, sillas mal puestas contra la pared, nada fuera de lo común. Revisó cada rincón con atención, hasta que en el estante, justo detrás de una torre de bandejas metálicas, distinguió dos cajas abiertas, con botellas envueltas en papel marrón.
Lo que buscaban.
Dio un paso hacia los paquetes apilados, con la intención evidente de cargar al menos una de las cajas.
No pudo.
Una presión sutil sobre la manga lo ancló en el sitio.
La miró.
Cha Young tenía los dedos cerrados sobre la tela con tanta suavidad que parecía no tocarlo en absoluto. Pero lo hacía.
¿Qué era ese cambio en la atmósfera luego de burlarse de él?
Aunque.
Si uno lo pensaba en perspectiva, el momento era bueno. Ya saben. Ese tipo de instante que se cuela sin avisar, pero trae consigo la excusa perfecta. Estar a solas, aunque sea por unos minutos, intercambiar miradas, tal vez palabras. Hablar quizá de algo.
Sí, hablar quizá de algo.
"¿Qué sucede?", inquirió mientras se volvía hacia ella.
La penumbra jugaba con los contornos de su rostro, fundiendo sombras en la línea de su mandíbula, en el puente de su nariz, en la mirada oscura que no se movía.
Olor a especias en el ambiente.
"¿Realmente quieres esto?", murmuró, vacilante.
Silencio.
Un silencio profundo.
¿No iba a responder?
No de la manera que ella esperaba, al menos.
Vincenzo cerró la distancia entre ambos con la determinación de quien rompe una barrera invisible. No le dio tiempo a reaccionar. Sus manos ya estaban en su cuello cuando sus labios encontraron los de ella, como si todo hubiese sido inevitable. Sin prisa, solo rindiéndose a lo que venía latiendo desde hacía tiempo.
Un beso tan cargado de sentido que le bastaba para entenderlo todo.
Porque sí, él quería esto.
No era una cuestión de cumplir con algo.
¿Obligación?
¿Responsabilidad?
Esos términos no significaban nada frente a lo que realmente sentía.
Chapter 5: Crimen
Chapter Text
Olía a lo que siempre recordaba.
Madera oscura, ropa limpia y ese maldito perfume discreto que parecía más una huella que un aroma. En serio, ¿qué demonios pasaba con ese hombre? No tenía derecho a oler tan bien mientras la besaba así. Mientras la deshacía con esa calma, con esa elegancia perfecta, casi ofensiva en lo bien que le salía.
Ah, claro, no podía ser de otra manera.
¿Cómo se suponía que debía resistirse a eso?
¡Sí! Por eso acabaste embarazada, Hong Cha Young.
Pero vamos... así cualquiera pierde la cabeza. Un beso, apenas eso, y un bendito suspiro cargado de intención alcanzaron para pulverizarle el juicio, las dudas, y toda esa sarta de pensamientos idiotas que aún seguían cuestionando lo que ya era obvio.
Bien, el método era eficaz.
Indiscutiblemente.
Antes de apartarse, Vincenzo presionó sus labios contra los de ella una última vez, más firme, más hondo, como si pudiera robarse ese instante para siempre. Solo entonces, con evidente renuencia, cedió un poco. Unos centímetros tal vez, y con eso ya estaba siendo muy generoso.
El intento quedó en nada. La retuvo, acercándola un poco más, con ese afecto tan íntimo que casi parecía un secreto o una táctica de sabotaje sensorial.
Misericordia, por favor.
No era justo, no con esos ojos, no con esa boca…
Se forzó a permanecer entero.
Oh Dios.
Fracasó de inmediato.
La besó otra vez antes de alcanzar siquiera tres segundos de decencia. ¿De verdad pensó que lograría fingir mesura? Era una causa perdida desde el primer roce. Su propio pulso incontenido, el ruido del refrigerador, el aroma a salsa picante… todo parecía silente frente al escándalo de su cabeza.
Y no era una metáfora barata.
No lo era.
¿Cómo iba a serlo?
Percibía el calor de su vientre presionando sin buscarlo, un roce sutil, constante, tan suave que lo absorbía sin dejar salida. Sonrió contra su boca, descarado, como quien besa el origen mismo de un delito exquisito.
Sí, sí.
Reconocía el crimen con gusto aunque el destino se riera en su cara.
Porque claro… eso no debía pasar.
Estaba dicho, medio prometido, envuelto en todo ese autocontrol ridículo que ninguno de los dos respetó.
Naturalmente, él dijo que era una mala idea.
Ella también.
Una conversación estúpidamente larga entre miradas y acercamientos que gritaban lo contrario. Algo que, con la obviedad de lo inminente, terminó en una suite, con él empujándola contra las sábanas como si no fueran a quedarle más oportunidades.
Pecador obstinado.
Se abrió paso entre sus piernas con esa urgencia impaciente que nacía de lo muy deseado. Mientras que sus manos, ávidas, leían su piel con una familiaridad que sólo podía provenir de horas de fantasías no contadas.
Y gracias al cielo por eso, porque algunas eran tan inadecuadas que ni siquiera él podía justificarlas.
Así que sí.
Mandó al diablo la decencia.
¿Juegos previos? ¿Caricias lentas? Nada más que lujos reservados para quienes gustaban de hacerse los distraídos. Ellos, sin duda, no.
Y le encantó.
No hay forma educada de decirlo. Le encantó.
La sonrisa seguía temblándole la boca. Qué desastre, pensó. No, una maravilla. Esa noche había sido todo menos sensata, y terminó gestándose en ese inofensivo latido de cuatro meses que no le daba tregua ni al olvido.
Ya se le notaba el gusto por la idea.
Era el precio merecido por tocar el paraíso.
Bravo, Cassano. Hasta el vértigo le sabía dulce.
Y es que, sinceramente, ser padre… jamás se lo había planteado en serio. La idea era ajena, tan incompatible con la arquitectura minuciosa de su vida. Demasiado humano, tal vez, para alguien habituado a moverse por la lógica y lo conveniente.
Nada de mujeres, ni compromisos. Vincenzo nunca las había necesitado, y mucho menos las había buscado.
Qué ironía.
Ahí lo tienen ahora.
Con el alma arrodillada ante la única desquiciada que se le pudo haber cruzado en el camino.
La única que él quería.
Sus dedos dibujaban un cerco de seda alrededor de su cuello. No podía decir que la sujetaba con fuerza, pero tampoco le concedía espacio para alejarse. Era una trampa suave, casi insólita frente a la brutalidad que esas mismas manos imponían sobre otros escenarios.
Oh, con esa devoción por delante, ni el mismísimo infierno bastaría para el que se atreviera a lastimarla.
Así había sido antes.
Así sería siempre.
Un contrato vitalicio, firmado con todo menos tinta.
¡Bien! Fin del juego. Mamá se rinde, bebé. Papá juega muy sucio, y si respondía así, había que creerle. ¿Qué más da? El beso no acabó, se disolvió, y la mirada, esa vino después. Intensa. Como si no existiera nada más digno de contemplarse.
Cha Young parpadeó, sintiendo el dorso de sus dedos trazar un desliz respetuoso en forma de arco. Bajó la vista, capturando el momento en que su palma se acomodaba.
"Perdóname por tardar demasiado", murmuró él, al fin, sin hacer el menor ademán, salvo los ojos… esos que parecían sostener las palabras más de lo necesario.
"Ah... está bien, no fue tanto...", su respuesta quedó en el aire, lo justo.
Vincenzo negó.
"Me pregunto si esos seis idiotas que dejé merecen conservar los dedos", su tono grave dejaba claro que lo pensaba en serio.
"¿Tenías hombres vigilandome?", espetó incrédula.
Se hizo el de oídos sordos. Pero sí, y vergüenza debería darles, esos inútiles fueron incapaces de identificar siquiera lo único que valía la pena reportar.
Un golpe aterrizó en su pecho, seguido de una risa divertida.
"No te descargues con ellos, era difícil de notar", intentó ella, alzando las cejas como si eso bastara para exonerarlos.
Él suspiró una risa, indulgente. Trazando una caricia con el pulgar.
"Se ve a kilómetros, Cha Young"
Ella entonces, se inclinó hacia atrás, apoyando las manos en la superficie de la mesa tras su espalda, con una sonrisa que le colgaba torcida en los labios. "Apenas este mes se dejó ver, te juro", comentó con cautela.
Él rió.
"No me vas a convencer de eso", respondió, acercándose más a su rostro.
"Lo haré, créeme", ah, muy coqueta.
Pero hasta lo más cínico, encuentra interrupciones...
La serenidad del momento se hizo trizas con un estruendo repentino. Algo entre un chillido agudo y un zarpazo que resonó en el pasillo exterior, seguido del golpe metálico de un bote al estrellarse contra el suelo.
¿Gatos?
Se separaron bruscamente, casi como si los hubieran sorprendido haciendo algo indebido.
Y el broche de oro.
Como si la situación no pudiera empeorar más, en su apuro por apartarse, Cha Young dio un paso en falso hacia atrás, golpeando la mesa. El florero central se ladeó, giró una vez sobre sí mismo y terminó cayendo, haciéndose añicos contra el suelo.
Punto final al desastre.
¿No podían tener al menos un momento, medianamente normal?
En otra parte del mundo. En el piso de arriba, para ser exactos, el Sr. Cho detuvo a medio camino una rebanada de pastel rumbo a su boca. Entrecerró los ojos, inmóvil, como si intentara captar señales del más allá.
Aquel sonido no era parte del repertorio habitual de una reunión pacífica. No era un timbre, ni un portazo. Era… otra cosa.
"¿A ti que te pasa?", soltó el menor al pasar junto a él, sin dejar de mirarlo de reojo.
"Me pareció haber escuchado... algo...", murmuró con intriga.
"Pareces loco", concluyó, yendo de largo.
"De verdad, escuché algo", repitió, siguiéndolo con insistencia.
Chapter 6: Cómplice
Chapter Text
Volvieron como si nada, o mejor dicho, intentaron volver como si nada.
Al cruzar la puerta del salón, adoptaron la compostura de dos personas que solo habían salido por un encargo. Pero algo en su forma de caminar, en cómo evitaban cruzar miradas con los demás, en lo apretado del silencio entre ellos… era extraño.
Cha Young sonreía demasiado.
Vincenzo no sonreía en absoluto.
Caminaban uno al lado del otro, con la precisión de quien intenta encubrir un crimen menor, como romper un florero, por ejemplo. Murmuraban entre dientes para coordinar la versión oficial. Y contra todo pronóstico, nadie comentó nada, ni una pregunta, ni un gesto inquisitivo.
Eso al menos pensaban.
Se separaron, él rumbo al refrigerador, ella a la silla más cercana.
Excelente momento para dejarla sola.
Cha Young se integró con una facilidad envidiable. Su voz chispeante se elevó con naturalidad por encima del bullicio, tan vibrante y despreocupada como si no arrastrara ningún secreto. Ilusa, que disfrutara su calma aparente, porque estaba a punto de entrar al interrogatorio.
Miri, a su costado, apoyó el mentón en la mano y ladeó la cabeza, sin despegar la vista de ella. No hacía falta más para que se sintiera examinada.
"¿Les pasó algo?", dejó caer la pregunta.
"¿Qué iba a pasar?", el tono que usó fue escaso, casi perdido detrás de una sonrisa que no respaldaba ni una sílaba de lo que decía.
Miri alzó una ceja.
Se inclinó más cerca.
Cha Young sintió la alerta. Se volvió un segundo hacia ella, lo justo para registrar su expresión. Vaciló. Regresó la mirada al frente con una velocidad demasiado rápida para parecer natural.
La susodicha cruzó sus brazos, en señal clara de insistencia. No le creía nada.
"¿Se portó mal contigo?", consideró la idea.
"No, no, no... ¿Qué?", replicó Cha Young al instante, como si la sola insinuación la ofendiera. Cambió de posición, esta vez concentrándose directamente en ella.
Oh, teniendo su atención, esto funcionaría porque funcionaría.
Le tomó las manos.
"Si te dijo algo de mal gusto le golpeamos esa hermosa la cara, tranquila", susurró en su afán por rebuscar más información.
La risa que llegó después fue seca.
Sarcástica.
"Deja eso... solo míralo", murmuró con burla, apuntando con la cabeza.
Ahí estaba. De pie con la caja en brazos, estirándose para alcanzar un sobre de café en la mesa baja. ¿Tan difícil era soltarla antes? Fascinante elección para un mafioso. Se veía tan ridículo. Pero bueno, todos tenemos días torpes.
Ambas alzaron las cejas.
"Entonces... ¿qué pasó?", volvió a la carga, reanudando la charla con esa paciencia sospechosa que solo anuncia una segunda ronda de interrogatorio.
Cha Young sonrió.
Bebió un sorbo de agua.
Luego inspeccionó el techo, como si de pronto se hubiera acordado de una filtración imaginaria.
"Voy a suponerlo si no me lo cuentas...", tarareó con ese brillo travieso en los ojos.
"Rompimos un florero"
"¿Qué?"
"Un florero. ¿Ya está? No preguntes más", atropelló las palabras con un manotazo al aire.
Miri se echó a reír, cubriéndose la boca.
"¿Qué demonios estaban haciendo?", exclamó al fin, alzando tanto la voz que varias cabezas se giraron. El súbito volumen provocó el pánico inmediato en la otra, que casi se atraganta con el agua.
"¿Quieres callarte? No estábamos haciendo nada, fueron los gatos...", expresó con violencia, aniquilándola en su expresión.
El fracaso, rotundo.
"¿Dónde está tu labial?", disparó con una sonrisa inocente. Lo que siguió fue un silencio que cayó como una sentencia.
Un golpe bajo.
Tan certero que ni su sarcasmo supo qué hacer.
Ay, qué dramático todo.
"¿No crees que, considerando que estoy embarazada… escandalizarse por un par de besos es ridículo?", lanzó sin pestañear, tratando de salvaguardar su dignidad. Sí, al carajo el labial. Y ya que estamos, que se vayan al carajo todos.
Pero mentía. Tampoco que se hiciera la loca.
Porque si eso se contaba como un par de besos, había que redefinir la matemática. Pero su punto era válido, a fin de cuentas. Tenía fundamentos sólidos para sostenerlo, en eso no había objeción posible.
Lo normal. ¿No?
"Justamente por eso no me fío ni un poco... ", se atrevió a responderle, todavía.
Cha Young abrió la boca.
La cerró.
El dedo índice, primero firme en alto, se curvó hasta cerrarse en un puño a la altura de su cara.
Miri contempló el reloj de pared como si acabara de revelarle un secreto existencial. Aguantando una risa entre sus labios. No dijo nada, no hizo más comentarios. Acató la sugerencia contundente sin rechistar.
Perfecto.
Como toda bestia con cría, lo mínimo que podía esperarse era una agresión al menor intento de fastidio.
Un leve toque en la espalda baja la hizo sobresaltarse. Se giró con furia automática, lista para despachar a quien fuera, hasta que lo vio a él, a Vincenzo, ya instalándose a centímetros, con esa impunidad suya que no sabía lo que era el espacio personal.
No solo eso.
Se tomó la libertad de acercar la silla con el pie, sin miramientos.
Nada como un alma sacrificada. Le había tocado limpiar cada fragmento del caos que habían dejado en el piso inferior. Recogió deprisa, meticuloso, sin dejar el más mínimo rastro de que algo hubiera ocurrido… si uno ignoraba, por supuesto, el gran vacío en medio de la mesa. Ese no había forma de barrerlo.
Casi daba risa. Vincenzo, el hombre que podía comprar una isla entera, preocupado por un mísero florero.
La isla.
Tocando el tema de la isla, por cierto.
Tenía planeado que podían ir cuando ella quisiera, lo había preparado para ella. Pero la miraba, y no podía evitar preguntarse si un viaje largo no sería demasiado. Prefería esperar. Era el tipo de preocupación que venía con el terreno. Porque en realidad, lo que menos quería era incomodarla.
¿Paranoico? Sí, seguro.
Médicamente, no había razones para alarmarse. Pero Vincenzo no confiaba en ningún margen de error. Se estaba volviendo ligeramente paranoico, y la idea de exponerla le resultaba sencillamente inaceptable.
Claro que, si la conocía bien, y la conocía mejor que nadie, no habría protesta alguna. Le diría que por supuesto, que el bebé debía empezar a lidiar con la vida desde el útero mismo. Y lo diría sonriendo.
No le sorprendería.
Mejor no se lo mencionaba.
Antes de que el momento pudiera desarrollarse más, Yeon Jin intervino con una mezcla de satisfacción y burla.
"Que alivio que ya estás aquí… me daba miedo llegar un día a su casa y encontrarla tirada en la sala por su extraña manía de estar haciendo cosas que no debe", resaltó el final de la oración en un tono mas elevado.
Cha Young bufó, soltando una carcajada incrédula.
"Nunca me he caído", replicó con una seguridad absoluta, llevando una papa frita a su boca mientras se recargaba en el respaldo de la silla.
Miri alzó las cejas con una expresión de escepticismo evidente.
"Si sigues como vas, terminarás en el suelo un día", insistió antes de girar la mirada hacia Vincenzo, con una seriedad casi exagerada. "No la pierdas de vista, por favor. Esta mujer no sabe cuándo algo no es prudente", señaló.
Él asintió, como si aquella tarea fuera una misión personal que ya había aceptado. Cha Young, sintiéndose traicionada, frunció el ceño.
"Y lo dicen ustedes", murmuró entre dientes, sin dejar de comer, como si aquel comentario no mereciera más que su desdén.
Continuó masticando con aire desafiante hasta que, en un movimiento automático, intentó cruzar las piernas. El ajuste del pantalón, la posición, todo aquello le impidió hacerlo. Fracasó. Sus ojos se movieron con rapidez, fijándose en los demás para comprobar si alguien había notado su intento fallido.
No tuvo suerte.
Todas las miradas estaban en ella, con labios apretados para no reírse. Como si lo hubieran cronometrado… No puede ser.
¿Pero qué les pasa?
Carraspeó la garganta, manteniéndose impasible.
El ambiente se quedó en una pausa ligera hasta que, sintiéndose claramente atacada, una vez más, estalló con un reproche que buscaba disipar la atención.
"Bueno, ya está. ¿Por qué se quedan callados?", soltó en su rabieta, recorriendo a cada uno, incluido a Vincenzo, que también la miraba fijamente.
Ni un segundo de paz.
Todos, como si hubieran ensayado la respuesta, hicieron un esfuerzo por aparentar indiferencia, volvieron a sus conversaciones con una sobreactuación casi teatral. Hasta los monjes entraron en el juego.
Ella en cambio, permaneció con el ceño fruncido, tomando más botanas en movimientos bruscos.
Ni un segundo de paz, en serio.
Chapter 7: Devastado
Chapter Text
Cuando el motor se apagó, el cinturón resbaló por su cuerpo con la misma prisa con la que ella empujó la puerta y descendió. Vincenzo permaneció inmóvil un segundo más, contrariado. ¿Acaso ya no existía la cortesía? Estaba a punto de rodear el vehículo para ayudarla a hacerlo.
Ella se dio cuenta.
Hizo una pausa, se rascó una oreja con una torpeza casi infantil y, sin mirarlo, cruzó la calle en dirección a su casa.
Suspiró.
La barda alta, cubierta de nieve en algunas esquinas, se fundía con el jardín que apenas podía verse desde fuera. Una hilera de arbustos desordenados bordeaba el camino de entrada, perfumando el aire con un aroma tenue, vegetal, que se mezclaba con el frío nocturno.
La casa de Cha Young.
De su padre, antiguamente.
Más digna que su viejo apartamento cubierto de polvo, testigo mudo de días menos complicados. Al cual, a pesar de todo, le guardaba un afecto peculiar. Aunque no tanto como a la casa del Sr. Hong. ¿Causa legítima? Su hija. Y qué lo perdone, porque al final, no fue la propiedad lo que le interesó tanto.
¿Se habría molestado?
Sospechaba que no demasiado.
Aquel hombre lo había tolerado con una paciencia admirable durante todo el tiempo que compartieron. No era ingenuo. Había desconfianza, como cabía esperar. Pero el trato constante fue suavizando ese recelo, transformándolo lentamente en curiosidad, y luego, en algo cercano a una estima genuina.
Sí, tal vez por eso, apropiarse de su hija, en todos los sentidos posibles, no habría sido un ultraje tan imperdonable.
El sonido de un impacto seco llenó el espacio.
¿Otra vez con esto?
Cha Young soltó un chasquido y, sin previo aviso, alzó una pierna para propinarle una patada seca a la puerta principal. El golpe resonó en la madera como una amenaza. Él se detuvo en seco, frunciendo el ceño mientras observaba cómo ella se preparaba para una segunda embestida.
"¿Estás loca?", inquirió, acercándose despacio.
"¡Se atasca desde hace días! Iba a arreglarla, pero se me olvidó", espetó, dándole otro golpe con la punta del pie, esta vez más frustrado que violento.
Sin palabras.
Vincenzo respiró hondo, le apoyó una mano en el hombro y la movió suavemente a un lado. Giró el pomo con un movimiento de muñeca preciso, y la cerradura cedió de inmediato. Le lanzó una breve mirada de reojo, cargada de una burla casi desafiante, sin necesidad de alardear.
Que excepcional, para algunas cosas.
Avanzó descontenta, con paso airado, como si cada tabla de madera fuese cómplice de la afrenta que acababa de sufrir.
Soltó el bolso.
Se quitó el abrigo.
Siempre dejándolo todo caer como si el suelo le debiera algo.
Se estiró tal cual un gato malhumorado, alzando los brazos con un quejido apenas audible, para después dejarse caer en el sofá con más dramatismo que delicadeza. Los cojines, cansados de la misma acción cada noche, la recibieron con un leve crujido y un hundimiento lento, casi coreografiado, que remató con un suspiro largo, exagerado y encantadoramente innecesario.
Bien, le arrancó una risa baja.
No hubo apuro, ni improvisación. Entró, cerró, caminó y se agachó frente a ella. ¿Qué quería ahora? Sus manos fueron directamente a rodearle el tobillo y deslizarle el zapato con familiaridad casi íntima.
"Ya no deberías usar esto...", murmuró en un tono casi reprobatorio, trazando una línea lenta con el pulgar sobre su pie descalzo.
Tacones.
¿En serio? ¿Tacones?
"Todavía puedo andar en ellos sin problema", la respuesta inmediata.
Él miró la marca del zapato, como si juzgara el daño, y ella, bueno ella solo exhaló con mayor comodidad sobre el sofá, apoyando la cabeza en el respaldo con los ojos cerrados.
Qué seguridad tan descarada.
Cuando estuvo a nada de recriminarle, Cha Young simplemente se limitó a agitar una mano en el aire con esa sonrisa traviesa que usaba para desestimar sus palabras.
Vincenzo mantuvo su expresión seria.
Aunque...
En cierto modo...
Le fascinaba ese trabajo personal.
Un gusto adquirido, leer detrás de esa obstinada resistencia.
"Puedes ducharte si quieres, yo necesito enviar un correo", comentó repentinamente. Sí, desviar la conversación a su favor, buen cambio de estrategia. Ingenioso escape. La vio enderezarse y alcanzar su bolso en el proceso.
Estaba muy equivocada si pensaba que con eso se libraría del asunto.
Muy equivocada.
Aunque por esta noche, podía fingir que la dejaba ganar.
Se levantó con eso en mente.
Se quedó un poco más, con las manos en los bolsillos, observando cómo la pantalla iluminaba su rostro con un resplandor suave. El golpeteo de las teclas llenaba el silencio. ¿De verdad estaba enviando un correo? Quizá solo era hábil fingiendo concentración.
Cuando sus pasos lo llevaron fuera de la estancia, por fin apartó la mirada.
Revisó entre sus cosas, buscando una camisa, un suéter, alguna pijama decente. Lo único claro era que no pensaba usar la prenda azul de seda que le había jurado a Cha Young enterrar para siempre. Ni rastro de ella en el equipaje. Por las dudas.
Pero, ¿por qué se burlaba tanto de eso?
Era elegante. Cómoda, con clase.
No entendía cuál era el problema.
Ya, ya.
El vapor dominó el reducido espacio en un abrir y cerrar de ojos, envolviendo la ducha en una niebla suave que cubría el espejo. El alivio fue inmediato, un contraste bienvenido frente a la tensión que, sin notarlo, había acumulado en los músculos durante el día.
No era la primera vez que estaba en ese baño.
Las noches se contaban por más de una, registradas en una versión más despreocupada de su vínculo. Esos días en los que su presencia encontraba respaldo en un café, makgeolli, una charla prolongada o, llegado el caso, en el descanso que venía después de interrogar a alguien con métodos poco ortodoxos.
Él torturaba, ella amenazaba.
Letales, complementarios, precisos.
A Cha Young no le molestaba verlo cubierto de sangre. Siempre y cuando no goteara en su alfombra, obviamente. Ahí sí trazaba la línea. Lo demás... qué más da, digamos que ella tenía estándares, pero eran selectivos.
Los quitamanchas coreanos eran milagrosos, pero no hacían magia.
El agua cesó con un chirrido breve, como si el grifo protestara por el abrupto final. Vincenzo alzó el rostro con lentitud, dejó que las últimas gotas resbalaran por su piel y, con un gesto automático, se pasó una mano por el cabello mojado antes de extender el brazo hacia el compartimento de madera donde ella guardaba sus cosas.
La estantería seguía siendo un altar a la vanidad.
Envases brillantes, etiquetas en francés.
Una toalla bordada con pequeñas flores.
Doblada con esmero, perfumada. Dispuesta.
Sonrió de lado.
La tomó.
Se secó, se vistió.
Pero pobre. No tuvo la oportunidad de anticipar lo que encontraría al abrir la puerta.
¿Preparado Cassano?
Ella se detuvo a medio pasillo, como si un resorte invisible la hubiera frenado de golpe. No giró. Solo permaneció ahí, inmóvil, con la cabeza ligeramente ladeada, sabiendo perfectamente que él la estaba mirando.
Y Vincenzo...
Él también se detuvo.
La toalla húmeda en su mano perdió toda relevancia. Su atención se redujo a una sola cosa. El suéter que ella acababa de cambiarse. Más delgado, más fino que el anterior, algo que delineaba sin esfuerzo la evidencia del tiempo.
Destacaba. Lo hacía, y mucho.
Tragó saliva.
¿Cómo podía verse tan grande, y pequeño al mismo tiempo?
Ella le dedicó una sonrisa, captando su conmoción. Vincenzo podría asegurar jamá olvidar el modo en que ella movió lentamente sus manos, desplazandosé hacia ese lugar con una ternura callada, como si protegiera un tesoro frágil. Fue un gesto sencillo, pero en él encontró un tipo de belleza que lo devastó por completo.
Era una imagen que ni en sus pensamientos más profundos se había atrevido a imaginar con tanta nitidez.
"¿Te parece que me veo mal con esta pancita?", preguntó, inocente.
Un impacto directo a su sistema.
Oh, su pecho se comprimió en un latido desacompasado mientras sus labios, entreabiertos por la sorpresa, intentaban formar una respuesta. ¿Verse mal? Nunca había visto nada tan hermoso. A penas y pudo completar una negativa, antes de que la distancia se sintiera irremediablemente destinada a acortarse.
Avanzó un paso, dos, tres.
Su sombra se proyectó sobre ella en un gesto casi protector.
No le dio espacio a la incertidumbre, Sus manos se elevaron, recorriendo el aire hasta asentarse con firmeza en la base de su cuello. Sí, ahora ya entendemos cómo responde a preguntas específicas.
La besó.
Chapter 8: Adicional del Pasado
Chapter Text
En un principio la clasificó rápido.
Una mujer más, con delirios de protagonismo.
Se la encontró en medio del desbarajuste, puños apretados, tacones firmes y un vestido oscuro que desentonaba por completo con la escena. No era profesional, ni mucho menos cautelosa, y hasta un simple empujón habría bastado para enviarla al suelo. Pero aun así, ahí estaba, gritándole en toda la cara a un maleante, al tiempo que le sacudía la chaqueta como si eso fuera suficiente para imponer respeto.
¿En serio? ¿Qué clase de persona hace algo como eso?
Al parecer, esa.
Hong Cha Young.
De estatura discreta y apariencia menuda, era bonita, eso no podía negarse. Su cabello enmarcaba un rostro expresivo, coronado por una nariz delicada que, sin quererlo… o queriéndolo demasiado, acentuaba una particular forma de mirar por encima del hombro, con la misma autoridad insolente de quien da por hecho que el mundo gira para complacerla.
Ridícula, obstinada.
No habían pasado ni veinticuatro horas de haberse conocido y ya lo rondaba con la familiaridad de quien olfatea algo turbio, lanzándole indirectas disfrazadas de charlas casuales e invitaciones a comer, insinuando que sus motivos para estar en el edificio no eran tan inocentes como buscaba aparentar.
No era tonta, para nada.
Estaba convencida de que había algo más.
Algo más oscuro.
Más interesante.
Se permitía incluso fingir que le daba permiso para seguir mintiendo, solo por el gusto de ver hasta dónde llegaba el teatro. Como quien colecciona contradicciones por placer, mientras acaricia con una mano y calcula con la otra dónde hundir el cuchillo.
Mujer estúpida.
Disculpen los insultos.
La respetaba… dentro de ciertos márgenes.
Aunque, si vamos al caso, él tampoco se salvaba.
Porque para ella, él no era más que una combinación exquisitamente fastidiosa de todo lo que detestaba. Un hombre presumido, irritantemente seguro de sí mismo, vestido como si lo patrocinara una revista de lujo y con esa manía absurda de soltar frases en italiano cada vez que se le antojaba.
¿Para qué?
¿Para lucirse?
¿Para crear misterio?
Maldito desgraciado. No hacía más que alimentar las ideas patéticas de su padre, mientras ella, que se desvivía en argumentos, era sistemáticamente ignorada. Oh pero claro, tenía todo el sentido del mundo confiar más en un extraño que en su propia hija. Como si ella no fuera más que un adorno ridículo en su vida.
¡Detestable!
Hasta lo había dejado entrar a la casa.
Y juraría que vio las fotos antiguas por la forma en que la miró después. Sí, sí, maldita sea, así se veía antes, ¿qué pasa? ¿Era tan impresionante? La analizó fijamente durante casi dos minutos, como si no pudiera procesar que alguna vez tuvo ese flequillo de hongo en crisis y esa lamentable cara de ratón.
Por favor.
¿Qué se creía que era ese personaje?
Esa misma noche, Vincenzo montó una fiesta en plena calle, justo frente al edificio que querían tirar abajo. Ya saben... música de cuerdas, champagne francés y media docena de políticos con invitación personal. Nada mal para alguien que usaba la ley como un pañuelo de bolsillo. Solo para decorar.
Volvieron a cruzarse.
Entre papeles dorados y murmullos elegantes.
Qué conveniente. Ni una sola excavadora se atrevió a acercarse. Y si uno hace memoria, hay ciertos indicios de que esos dos ya se estaban coqueteando desde entonces. No con dulzura ni encanto, sino con miradas filosas y amenazas camufladas. Algo seco, crudo, peligrosamente civilizado.
Competían por el control.
Y eso era, justamente un problema, porque ninguno sabía retroceder.
Ella insistía, con un tono malicioso, que alguien que podía costear un traje de diseñador no aparecía así como así solo por amor al prójimo. Y él... él desviaba la mirada con una lentitud descarada, sintiéndose halagado por un cumplido que no lo era del todo, como si no notara que lo estaban provocando. O peor, como si le divirtiera.
La mujer reconocía al diseñador.
En Corea, casi nadie lo hacía.
¿Le sumó algún punto? No es como si la abogada le agradara. Y si lo hacía, probablemente era apenas un porcentaje miserable. ¿Cómo no? Si la veía comportarse como una idiota con una regularidad alarmante.
Decía ser manipuladora…
Por lástima, suponía uno.
Porque en la práctica, era pésima.
Entre sus discursos melodramáticos y su nula relación con el sentido común, era un espectáculo diario. Lo irritaba. Así, sin vueltas. Ese tipo de fastidio que uno se jacta de poder soportar, hasta que un día despierta metido en asuntos que no le corresponden.
¿Qué hacía dándole un sermón sobre cómo apreciar a un familiar en medio de una noche cualquiera? No, eso no era lo verdaderamente desconcertante. Lo inquietante era el paraguas. Ese gesto mínimo, gentil en su aparente insignificancia, que sugería que, si las circunstancias hubiesen sido otras, igual habría encontrado una excusa para acercarse.
No, él no lo tenía planeado.
Involucrarse demasiado.
Pero, ¿qué pasó, entonces?
Entendimiento. Eso pasó.
La muerte del padre de Cha Young marcó el punto de partida. Una condición inesperada que forzó su alianza, más por obligación táctica que por afinidad personal. Y ese, al menos, era el planteo original, que su relación quedara reducida a una colaboración funcional, sostenida por intereses cruzados y enemigos en común.
No sucedió así.
Ni de cerca.
Nadie habría negado que formaban un equipo perfecto, como una armonía muda, íntima y cómplice en su modo de trabajar, un equilibrio tan exacto que parecía trazado por alguna voluntad externa, el destino. Y por más que intentaran racionalizarlo, el código era un secreto, invisible para todos menos para ellos.
El desenlace fue predecible.
Ella se encariñó.
Él bajó la guardia.
Una conexión involuntaria, precisa.
En cada situación, se buscaban con la mirada, como si obedecieran a un reflejo inconsciente. Y en plena correspondencia, se comunicaban con una eficiencia inaudita. Un cambio de postura, el alzamiento de una ceja, hasta un parpadeo más lento de lo habitual, y el mensaje se comprendía con absoluta claridad, aun desde los extremos más alejados de una habitación, sala o conferencia.
Oh, la mujer le era interesante.
Violenta, capaz, no se dejaba de nadie.
Su molestia se transformó en un deleite reservado al contemplar cómo ella arremetía contra otros, desde civiles y abogados hasta policías, enfrentándolos con una audacia que, en buena medida, los dejaba expuestos al ridículo. No lo avergonzaba, al principio sí, tal vez, ya con el tiempo dejó de hacerlo.
Incluso el contacto físico dejó de parecerle una intromisión.
Aceptaba sus manotazos, empujones y bromas físicas con una pasividad curiosa, casi receptiva. Nada comparable a la naturaleza de sus gestos propios. Vincenzo era atento, sí. Desprovisto de toda brusquedad. A veces bastaba una mano en su espalda para abrirle paso entre la multitud, o el cierre suave de sus dedos alrededor de su brazo para hacerla girar en otra dirección sin perder el ritmo.
Era gentil.
La cuidaba.
No cualquiera podía presumir la suerte de tener a un mafioso italiano, absurdamente guapo y peligrosamente competente custodiándole las espaldas. Pero ella sí. Y vaya que lo disfrutaba, lo hacía con esa serena arrogancia de quien entiende que ciertas ventajas no se cuestionan, se gozan.
Se apropió hasta de su apartamento.
De hecho, fue en esa noche cuando a Vincenzo se le ocurrió la brillante idea de trazar una línea. Tanteó la posibilidad de frenarla… lo intentó. Pobre iluso, no logró nada. Cha Young permaneció con su drama a flor de piel, asegurando que si daba un paso fuera, lo único que le quedaba era redactar un testamento.
Oh por Dios, ¿Qué era eso? ¿Fantasmas? Por supuesto, fantasmas. Ya casi podía escuchar sus susurros, reclamando por ella.
El resultado fue obvio.
Una estancia indefinida.
Nada como escuchar lamentos imaginarios... No solo la dejó quedarse, sino que, en ese mismo rato, se sacrificó y se quedó sin cenar. ¿A que estaban jugando? Y pensar que era un consigliere temido, con contactos en tres continentes y una fama infalible.
Error número uno.
No, error número quinientos, seguramente.
Se atrapó a sí mismo, viéndola dormir. Una, dos... demasiadas veces. Como si fuera arte sacro. En un inicio, se convencía a sí mismo de que solo era curiosidad. La forma en que su pecho subía y bajaba con calma, el relajamiento absoluto de sus gestos... la caída despreocupada de su cabello sobre la almohada.
Entrecerraba los ojos con fastidio.
¿Dónde estaba su amor propio? ¿De verdad contemplaba a una intrusa dormida en su sofá? Casi podía imaginarse a su antigua versión del pasado cruzado de brazos, completamente decepcionado.
Y aún así, no apartaba la mirada.
Patético.
Se hizo el distraído cuando ella afirmó que la ventana seguía rota.
No contradijo ni una palabra.
Bueno, no hasta el momento en que se le plantó de frente con una piedra en las manos, decidida a cerrarle el paso... Vaya manera de arruinarle los planes. En serio ¿Protegerlo? Eso era lo que se suponía que debía hacer la gente de afuera, protegerse, pero de él, y ella no parecía entenderlo.
Le costó... aunque logró zafarse.
La conveniente llamada de su ridículo amigo con complejo de asistente personal sirvió como excusa perfecta. Quería verla, decirle algo, entregar información. Qué sabía él. Pero Vincenzo no lo desaprovechó. Le ofreció que fuera, que lo escuchara, que hiciera lo que quisiera, con tal de que dejara el teatro con esa piedra.
Ella, bueno, aceptó.
Lo hizo con muy poca gracia, pero aceptó.
¿Implicaciones?
Aquella noche lo abrazó dos veces.
Una, cuando lo creyó herido, con los puños apretados en su espalda, entre reproches, lagrimas, llamadas sin respuesta y una conmoción que apenas le cabía en el cuerpo, dejándole caer que por eso no quería que se fuera, que si lo tocaban a él, la herida se abría en ella.
Y después, vino la otra.
Distinta, curiosa, nacida del calor difuso del alcohol, como si necesitarlo se hubiera vuelto, de pronto, muy urgente. Sí... era solo para confirmar. ¿Se había asustado tanto porque lo quería? No, no. Se aferró a la idea de que simplemente había sido un sobresalto emocional, de esos que, en el momento, parecen más grandes de lo que verdaderamente son.
Vincenzo no dijo nada después.
Ni siquiera en su mente.
Ignoró el alboroto repentino en el pecho cuando él le olió el cabello. Fingió no notar el temblor que le comenzaba en los dedos mientras tanteaba el borde de la silla a un costado. Y entonces, la grieta. Una sonrisa. Ella podía estar ebria, pero él no lo estaba. Aun así, lo dejó pasar, como se dejan pasar tropiezos incómodos. Disimulando, como si no acabara de ocurrir nada.
Ella.
Ella.
Ella.
Se besaron en una ocasión.
Superficial en apariencia, y le gustó.
¿Qué? ¿Iba a detenerse a analizarlo?
No se le podía acusar de no haber intentado desviar el asunto. Se apegó al guion, lo hizo y con torpe dignidad, intentando preservar el decoro de una actuación despiadada. Todo para que, al final, ella tomara la iniciativa y desordenara cada línea del control que él creía tener.
Uno, dos.
Tres, cuatro.
Le tomó el rostro con ambas manos, le presionó bien los labios y se permitió disfrutarlo. Sí, él. Fue él quien se dejó arrastrar por el momento. Fue él quien prolongó el beso más de lo necesario. Y ni como defenderlo. La breve fisura lo dejó sin aliento.
Las disculpas vinieron después.
Lo resolvieron con una sonrisa rápida y un comentario suelto sobre los apodos dulzones que improvisaron en plena escena.
Bastó. ¿Bastó?
Vincenzo no pudo dormir esa noche.
Se negaba a admitirlo, a sí mismo y a cualquiera que quisiera escucharlo. Pero sus pensamientos... sus pensamientos conspiraban en su contra, atrapándolo en un ciclo implacable del que no podía salir sin dejar de pensar en ella.
Estaba acabado.
No le resultaba prudente.
Lo siguiente fue el tema con su madre... ¿Cómo es que Cha Young supo que aquella mujer recluida en el hospital era en realidad su madre? Él nunca dijo nada. Ni siquiera compartían el mismo apellido. Pero claro. No le fue difícil adivinarlo. Lo descubrió por sí sola. Porque, para ella, las emociones de él corrían por su rostro como agua sobre vidrio.
Le dio una razón para intentarlo.
Para quedarse un poco más.
Para decirle la verdad. Que él era su hijo, y que ya no la juzgaba por haberlo dejado en el pasado. Que no quería reproches, ni explicaciones, solo... un poco de tiempo. Unas memorias sencillas. Y la posibilidad, solo una, de llamarla madre, aunque fuera una vez, sin rencor en la voz.
No lo consiguió.
Simplemente, no sucedió.
Y el dolor...
El dolor volvió con la violencia de un recuerdo mal cerrado, con esa clase de intensidad que aprieta el pecho y deja apenas una rendija para respirar...
¿Hubo palabras? No.
Vincenzo no confiaba en nadie. Sus sentimientos eran suyos, sellados, intactos. Pero si existió la presencia de algo que, en retrospectiva, se sentía diferente. Algo que ya no encajaba en su vieja costumbre de sufrir solo.
Ella.
No la abrazó. Tampoco habló. Pero algo en él, sin decirlo, se aferró como si lo hubiera hecho. Porque con ella... algo cedía. Con ella, el mundo no pesaba tanto. Con ella, la carga se hacía menos.
Al cabo de un par de días, ya lo había asumido.
No lo dijo, no lo pensó en voz alta, pero lo supo.
Lo supo cuando la vio abrir su compacto dorado y mirarse con detenimiento, como si el reflejo le devolviera alguna clase de respuesta. Lo supo cuando se pintó los labios con ese rojo discreto que no usaba todos los días. Cuando eligió, sin dudar los pendientes que él mismo le había regalado aquella tarde en la galería, los mismos que ella había guardado sin hacer comentarios.
Pero lo supo, sobre todo... cuando ella se negó a que la llevara a la reunión, alegando que era algo informal, que no hacía falta.
No le gustó la sensación.
¿De verdad estaba celoso?
Consideró seguirla.
Dio dos pasos, se detuvo. Chasqueó la lengua, frunció el ceño, y entonces, simplemente, se dio la vuelta.
Sí, está bien, la mujer le gustaba.
Y no con la ligereza de una atracción fugaz, ni con el fervor de quien idealiza lo inalcanzable. Le gustaba su boca, su postura erguida, la forma en que su cabello caía sobre los hombros cuando se inclinaba a leer algo. La manera en que su falda se ceñía a sus piernas cuando se sentaba, cruzándolas como si no hubiera nadie mirando.
No se confundan, no era un depravado.
Solo era hombre. Uno con buen gusto de hecho, y condenado hasta el fondo. Porque el paquete completo incluía que también le gustaba su carácter. Su voz. Su seguridad en sí misma. Todo, maldita sea, hasta ese terco orgullo que lo hacía sonreír justo cuando se suponía que debía molestarse.
Vaya suerte.
Esa noche pudo haber sido la mejor para decir algo.
Para acercarse, quizás.
Pero la vida, irónica como siempre, eligió otro lenguaje.
Uno más severo, más definitivo.
Cha Young acabó por recibir un disparo por él, y no con la inconsciencia impulsiva de alguien que simplemente actúa sin pensar, sino con la decisión lúcida de quien elige no moverse. Sí, esa había sido, sin duda, su profunda declaración de amor. No una promesa endulzada con afecto, ni una expresión romántica compartida a solas.
No.
Ella lo hizo con su cuerpo, con la sangre que manchó su ropa, con la mirada aturdida que le dedicó tras el impacto, ahí, entre sus brazos.
Y eso, más que cualquier otra cosa, lo ató.
Lo ató a ella como un nudo entre dos cuerdas que se ajusta solo para, después, ser sellado con fuego.
Oh, Vincenzo se enfureció.
Ya se los había prometido desde el asunto con su madre. Pero esto... esto era su sentencia. Había códigos invisibles, reglas no escritas, incluso en lo más bajo. Y ellos, con temeraria estupidez, habían cometido el grave error de cruzar esa frontera, como si no tuvieran ni idea de con qué clase de hombre se estaban metiendo.
El castigo fue fatal.
No quedó nadie.
La siguiente noche se despidió de Cha Young, aún vestía la ropa del hospital cuando la abrazó. Ni una palabra, ni un reclamo. Solo un gesto apretado y silencioso que decía demasiado. Vincenzo la sostuvo con una mano en la espalda, la miró largo y no prometió nada, pero lo hizo todo con los ojos. Se aseguró de que estuviera bien protegida, de que no necesitara nada, aunque lo único que le faltaría, desde ese momento, sería él.
No fue fácil irse. No había parte de su cuerpo que no suplicara quedarse. Pero partió. Se marchó, con un único compromiso intacto mientras las nubes cubrían la ventana del avión.
Volver.
Y lo cumplió.
Exactamente un año después.
Solo un día. Lo obtuvo con astucia, infiltrado entre los nombres de la delegación italiana, como si su presencia allí no desentonara en absoluto. Esperó en la galería sin moverse mucho, con las manos en los bolsillos y la mirada en la entrada. Hasta que la vio. Vestida de negro, el cabello recogido en una coleta baja. Hermosa. Exactamente como la recordaba.
El tiempo se redujo a ese instante.
Se acercó.
Le habló.
Las miradas se cruzaron. El ambiente alrededor se volvió intrascendente. Había algo entre ambos que ninguna ausencia había logrado apagar. Ella sonrió con esa mezcla de burla y alivio cuando le mencionó una isla, la de las postales. Sí, esas que él había estado enviado desde hacía meses atrás, envueltas con pulcritud, como cada joya que solía hacerle llegar de forma anónima, aunque siempre con intención.
Caminaron juntos, cerca, casi rozándose, entre bromas y comentarios cargados de ironía, soltando una risa tras otra que parecía borrar el tiempo perdido. Y ahí estuvieron, cara a cara, como si no hubiese pasado un año, como si fueran los mismos de siempre.
Lo eran.
Con una pequeña, muy grande diferencia.
Cuando ella le dijo abiertamente que lo había extrañado, él le devolvió la confesión con una expresión sincera. Por supuesto, ella lo miró con escepticismo, con sonrisa ladeada y ese tono juguetón que, a decir verdad, él se moría de ganas por escuchar de nuevo.
¿Pero ella debía acaso creerle?
Vincenzo no era precisamente el admirador más fiel del sentimentalismo. Pero ese escepticismo en sus ojos, esa sonrisa desafiante… Fue suficiente para que él decidiera probar su punto.
Solo con un beso.
Sí.
Se atrevió a besarla, dejando que esa noche, aunque breve, quedara marcada para siempre. No reparó en esconder lo que sentía. No midió nada, no fingió desinterés, no jugó a la distancia. Y en un parpadeo, ya no estaban en la galería.
De pronto, no llevaban los trajes elegantes.
De pronto, él la tenía en el colchón, entre sus manos.
Chapter 9: Dia Común
Chapter Text
El tribunal. Un sitio donde la solemnidad se imponía como norma, un espacio donde cada acción, parecía estar regida por un código invisible de seriedad, orden, paciencia y justicia. Un escenario de rigor, donde los más pequeños deslices podían cambiar el curso de lo que se decidía, y donde la más mínima muestra de emoción era reprimida.
Bueno.
Al menos, se suponía que de eso se trataba.
Aquella mañana, el caos, disfrazado, se extendía como una corriente invisible entre pasillos y discursos bajo la superficie impecable del recinto. Un desorden civilizado únicamente por obligación, contenido apenas por formalidades que temblaban al menor empuje.
Las miradas, dagas.
Los suspiros, gritos ahogados.
El sonido de papeles apilados incluso tenía la apariencia de un lamento fúnebre. Un escenario perfecto para la tragedia... o para la comedia más absurda, tal vez.
Como siempre, en el centro todo, Cha Young.
Su voz cortaba el aire con una nitidez temible, cada palabra proyectada con una precisión que acusaba, defendía y, por sobre todo, aseguraba su lugar dominante. Cabello suelto. Gesticulación agresiva. Sus ojos centelleaban bajo la iluminación pálida del sitio.
Señalaba y rebatía, sin una sola pausa.
Vincenzo la observaba desde los primeros asientos, con los codos apoyados en las rodillas, con los dedos entrelazados en una expresión entre la incredulidad y el puro entretenimiento. No le sorprendía en absoluto su conducta, ella se desenvolvia de esa manera en ese tipo de lugares, sobre todo en contextos laborales.
Bastante irremediable.
Se inclinó ligeramente hacia atrás, clavando los ojos en su figura imponente, un porte recto, desafiante, labios rojos, mirada afilada. Su vestido negro de invierno se ajustaba perfectamente a su cuerpo, emanando una elegancia innata, como si cada pliegue hubiera sido diseñado para realzar su presencia sin esfuerzo.
Aunque, si era honesto consigo mismo, lo que más le encantaba era la incongruencia brutal que su silueta representaba en ese lugar. El dulce contraste que ofrecía su vientre en medio de esa atmósfera tan hostil.
Destacaba, vaya que lo hacía.
Ahí estaba descansando, el ser más inocente de la audiencia, atrapado a plena función de circo, con la violenta de su madre encabezando la pelea.
Sonrío.
Esa incoherencia tan feroz... le parecía endemoniadamente atractiva.
Oh, alguien trató de interrumpirla, una torpeza imperdonable. Desde el primer segundo se sintió como una sentencia de muerte profesional.
Ella ladeó la cabeza, antes de proceder a destrozar, sin misericordia, la pobre intervención de su oponente. Nadie volvió a intentar callarla después de eso. No tenía sentido. Ya la conocían ahí, usaba perfectamente su tiempo, no toleraba ni la más mínima interrupción.
Le llevó apenas unos minutos más destrozar el argumento contrario.
Sus rivales terminaron desmoralizados, la jueza dictó la resolución con un suspiro y la victoria quedó sellada. Cha Young dejó escapar un exhalación, tomando sus cosas con brusquedad, sus movimientos, aún cargados de la adrenalina de la confrontación.
En cuanto ella se giró, su mirada se cruzó con la de él.
Vincenzo se levantó con naturalidad, atravesó la distancia con pasos medidos. No fue una aproximación cualquiera, sus movimientos eran deliberadamente suaves, como si temiera agravar el fuego que aún chispeaba en sus ojos.
Atento a cada detalle, tomó los documentos de sus manos sin preguntar. Un gesto práctico que, además, le permitía aligerarle el peso sin darle espacio para quejarse.
"¿No crees que podrías estar asustándolo?", comentó con diversión. Mientras su mano se posaba con suavidad sobre la curva de su abdomen, acariciándola apenas, como si el gesto también buscara calmar.
Ella entrecerró los ojos indignada.
“¿No viste a esos idiotas?”, espetó, su actitud aún ardiendo.
Lo hizo reír.
La vio sujetar su bolso con más fuerza. Sus mejillas, aún conservando un leve rastro de color por su batalla verbal. Deslizó una mano hacia la base de su espalda, donde el roce leve de sus dedos buscaba guiar en dirección a la salida.
“¿Quieres comer algo?”, propuso.
Con la voz empapada de esa calidez que usaba con ella cuando quería bajarle las revoluciones sin decírselo directamente.
Su respuesta fue breve, aceptó.
Simple, directa, sin rodeos innecesarios.
Una ráfaga de aire fresco los envolvió al cruzar el umbral, disipando al instante la pesadez que arrastraban desde el interior. A ella, en particular, el cambio de temperatura le provocó un escalofrío repentino, lo bastante intenso como para despertarle los sentidos, aunque solo por un momento.
Estornudó.
Colocó una mueca de disgusto cuando sintió como él intentaba ponerle el abrigo.
"Tengo calor", reprochó el gesto.
"Te lo quitas en el auto", su respuesta fue autoritaria. Procuró cubrirle bien los hombros.
"Esto pesa mucho...", volvió a quejarse.
"Felicidades por la victoria"
Oh, eso era todo lo que necesitaba escuchar una mujer cuyo ego ya rozaba las nubes. Claro, había ganado, y era inevitable que su satisfacción se reflejara en su rostro. No pudo evitar devolverle la sonrisa, ahora cargada de picardía.
"Nadie me gana, soy excelente en lo que hago", dijo, señalándolo con el dedo, como si fuera la única verdad indiscutible.
Él asintió.
"No lo dudo en lo más mínimo", afirmó con tono neutro, dándole la razón sin esfuerzo.
La verdad era que no estaba exagerando. Cha Young era una mujer increíblemente dedicada a su trabajo, siempre daba lo mejor de sí misma, incluso cuando las circunstancias no eran precisamente las mejores. Él lo sabía bien, y aunque su actitud a veces fuera arrogante, no podía negar que se lo merecía.
Por supuesto que se lo merecía.
No tardaron en llegar al estacionamiento, donde el ruido del tráfico creaba una sinfonía distante, casi apagada. Ella se deslizó hacia el asiento del copiloto en cuanto él abrió la puerta, moviéndose con rapidez, pero de manera tranquila, como siempre.
Vincenzo, por su parte, no la cerró de inmediato.
En lugar de eso, se inclinó hacia ella con calma, llevando sus manos hacia el cinturón de seguridad, que ajustó con cuidado. El suave clic del seguro resonó en el aire, siendo su siguiente cometido, correr las cintas, moverlas y asegurarse de que estuvieran en la posición correcta alrededor de su vientre.
La suavidad con la que lo hacía mostraba una calma casi protectora.
"No es necesario que lo hagas, puedo hacerlo sola", murmuró en un tono bajo, con una inclinación de independencia sutil. No es que le molestara realmente, pero, simplemente pensaba que era capaz de manejarlo por sí misma.
Él negó.
"Quiero hacerlo yo", respondió, con un interés genuino de hacerse cargo incluso de los pequeños detalles.
Sí, así era él.
Llevaba tan solo una semana con ella. Aunque, podría decirse que su nivel de atención era, sin duda, notablemente alto. Nada más que un hombre dedicado, con un sentido inquebrantable de responsabilidad y, quizás lo más importante, tiempo de sobra para seguir a la mujer que consideraba suya a todos lados.
"¿Quieres que incline un poco más el asiento?", preguntó mientras reflexionaba si acaso estaba demasiado reclinado para su comodidad.
Ella levantó una ceja, impaciente.
“¿No crees que ya es hora de irnos?”, inquirió, alcanzando el doblez del cuello de su camisa, torciendolo a propósito. Ah, ese hombre siempre lucia tan impecable. La tentaba a la urgencia por hacer algo al respecto. Una travesura, quizás, algo que desordenara un poco su perfección.
La carcajada fue corta.
"Señorita, le agradecería que dejara de atentar contra mi imagen pública. Esto ya parece un hábito", soltó, con una calma que rozaba lo coqueto.
Cha Young sonrió, entretenida.
"Ya vamonos... Por Dios", murmuró con fingida exasperación, empujándolo con suavidad desde un costado, como si con ese leve impulso pudiera apurar su parsimonia eterna.
Lo miró de reojo, esperando que por fin se dignara a cerrar la puerta.
Chapter 10: Poco usual, ¿Poco usual?
Chapter Text
Sus ojos brillaban con cierta chispa de diversión.
"¿Te consideras culpable o inocente?", cuestionó, con la voz firme, casi monótona, como si estuviera leyendo un formulario cualquiera. Su mano, que sostenía un arma no temblaba, el dedo índice descansaba con sospechosa familiaridad sobre el gatillo, dejando claro que la amenaza era más que decorativa.
Un balbuceo inaudible fue todo lo que recibió como respuesta. Bueno, considerando que el hombre tenía cinta adhesiva cruzándole la boca, bastante había logrado.
Patético.
El gran líder de una pandilla, el temido, el invencible, ahora reducido a una figura ridícula, atada con fuerza a una silla desvencijada, en medio de un edificio abandonado que olía a polvo y humedad, siendo increpado por una mujer embarazada que no le quitaba la mira de la frente.
Claro, en teoría, ese tipo de cosas eran territorio exclusivo de Vincenzo. Interrogatorios clandestinos, amenazas elegantes, ajustes de cuentas. Pero Cha Young se había aburrido en casa y, con esa mezcla peligrosa de capricho e insistencia, había logrado convencerlo de llevarla consigo. No tenía nada mejor que hacer ese día. Además, vamos, tampoco era para tanto, el lugar estaba asegurado, el sospechoso atado, y no había testigos.
Sólo ellos tres... qué podía salir mal.
"Dame, eres un peligro con esto", murmuró él con calma, acercándose a su costado. Su mano se deslizó con naturalidad por su cintura, mientras que la otra, con absoluta suavidad, le retiraba el arma de entre los dedos. Un movimiento fluido, casi íntimo, que parecía más bien parte de un ritual cotidiano que de una situación potencialmente peligrosa.
Ella frunció el ceño.
"¿No confías en mí?", murmuró.
"No con un arma", replicó él, ya revisando el seguro con eficiencia.
Ella cruzó los brazos con lentitud, lo hizo con una precisión exagerada, haciendo todo lo posible por parecer indignada, aunque, fue poco convincente mantener su papel. La curva burlona en sus labios se había encargado de traicionarla.
Estaba jugando.
Y él lo sabía.
Había en su postura un aire de desafío encantadoramente inútil, un intento deliberado de provocarlo, de ver hasta dónde llegaba su paciencia… o su indulgencia. No era ira lo que proyectaba, sino ese tipo de enfado actuado que no buscaba resolver nada, sino causar efecto.
Vincenzo, con toda su compostura, la observaba de reojo, fingiendo no verla, aunque sabía exactamente lo que estaba haciendo. Por supuesto que lo sabía. Conocía cada uno de sus gestos, incluso aquellos que ella aún no reconocía como tales.
"¿Para qué me trajiste si no me dejas divertirme un poco?", preguntó entonces, ladeando el rostro con inocencia fingida. Su tono sonaba casi infantil, casi... pero no. Había en su voz un tinte sugerente, que sólo alguien como él sabría identificar.
"¿Divertirte?", repitió él, alzando apenas una ceja, sin despegar la vista del arma que ahora sostenía entre sus manos. "Este hombre organizó el tráfico ilegal de armas en tres provincias."
"¿Ves? De bajo nivel", insistió ella, dando un paso al frente, su mirada, deslizándose lentamente hacia el arma que él acababa de arrebatarle. No porque la quisiera recuperar, bueno, tal vez un poco, sino porque le gustaba ver cómo él reaccionaba ante su insistencia.
No había verdadero reproche en sus palabras, solo esa manía de querer salirse con la suya.
Y allí estaba él, parado como una figura tallada en mármol, con una expresión que oscilaba entre la resignación paciente y ese tipo de ternura muda que sólo se le escapaba cuando estaba con ella.
No dijo nada. Solo la miró.
Ella soltó un suspiro dramático, exagerado, como si estuviera harta de vivir bajo un régimen tan estricto. "Esto es ridículo", exclamó.
Él sonrió. Con ella no existían verdaderos misterios, solo capas de ironía cuidadosamente puestas para disimular emociones más intensas. Y aún así, él parecía dispuesto a quitar una por una. Desvió la vista por un instante, bajándola hacia su vientre, luego a sus manos, y finalmente al rostro irritado del secuestrado, cuya situación se había tornado tan absurda que parecía fuera de lugar incluso para los bajos estándares del mundo criminal.
El hombre intentó soltar un gemido ahogado por debajo de la cinta adhesiva. Era inútil.
"No sé si estás más indignada por no disparar o por no poder mandarme", comentó finalmente, buscando algo en la parte trasera de su pantalón, con una naturalidad pasmosa.
"No estoy indignada. Estoy subestimada, que es distinto", replicó con orgullo. "Por si no te habías dado cuenta, estás frente a una mujer en el apogeo absoluto de su poder."
Su mirada descendió lentamente, con ese gesto tan suyo, como si el simple hecho de recorrerla con los ojos ya fuera una forma de tocarla. "Ah, sí... muy evidente", respondió, reírse le fue inevitable.
El sonido metálico del silenciador encajando con el arma resonó en el aire, una melodía fría y precisa que no pasó desapercibida para Cha Young, cuyo interés se desvió inmediatamente hacia él, observando cada movimiento con una mezcla de curiosidad.
"¿Qué haces?", preguntó, ligeramente extrañada. Normalmente, Vincenzo nunca usaba silenciador en lugares como este. Era raro que él se preocupara por callar un disparo, al menos en una situación como esa.
Él levantó la mirada, su rostro impasible, pero con un leve destello de diversión en los ojos. "No quiero asustar al bebé", dijo con tono calmado, asegurándose de que todo estuviera listo, le generó una sonrisa.
Oh pero que encanto.
Como papá, él si pensaba en todo.
El hombre en la silla se revolvió con torpeza, confundido, tenso, respirando fuerte por la nariz, capturando su atención nuevamente.
"No seas dramático", murmuró ella, acercándose un poco más a él. Le arregló el cuello de la camisa con total descaro, dándole una suave palmadita en el pecho cuando terminó.
"¿Me regresas el arma?", preguntó coqueta.
Él negó.
"Anda...", mientras hablaba, sus dedos jugaron en la base de su nuca, un toque casual que no lo era en absoluto. Era una advertencia disfrazada de caricia. Un gesto suave, intencionado, con la malicia exacta para hacerle dudar, sonreír o ceder. O las tres cosas.
Y el secuestrado, desesperado, se removió de nuevo, haciendo rechinar la silla contra el suelo de concreto.
"Ay, ya... pobre hombre", dijo ella, volviendo a la realidad con una mueca. "¿Podemos terminar esto? Tengo hambre."
Vincenzo suspiró. No por fastidio, sino por esa resignación que se parece demasiado al afecto. Le dio el arma, girándose hacia el sospechoso aún atado, que los observaba con una mezcla de horror y desconcierto. Era comprensible. Uno espera violencia en estas situaciones, sí, pero no discusiones maritales a medio metro de distancia.
"Está bien", dijo Vincenzo finalmente, sacando una silla polvorienta, colocándola justo frente al hombre. "Haz las preguntas. Pero sin gritar. Y no apuntes a la cabeza."
Ella sonrió con suficiencia, como si hubiera ganado algo importante, y se sentó con delicadeza. Luego se inclinó hacia el hombre, lo bastante cerca para incomodarlo, pero no tanto como para que Vincenzo reaccionara.
"¿Sabes qué es peor que ser interrogado por un italiano con estilo?", preguntó, ladeando la cabeza. "Una coreana embarazada con tiempo libre."
Vincenzo, detrás de ella, cerró los ojos un segundo, frotándose el puente de la nariz.
El tipo, aún amordazado, emitió un ruido ahogado que no parecía particularmente esperanzador.
"Vamos, responde", dijo ella con ligereza, como si estuvieran jugando a las adivinanzas. "Oh, espera. Tienes la boca tapada."
Miró por encima del hombro. "¿Se la quitamos?"
"No", respondió Vincenzo al instante, su tono tan firme como una sentencia.
"Pero cómo quieres que hable..."
"No quiero que hable. Quiero que sienta miedo."
Ella bufó con fastidio, su paciencia agotándose al ver que Vincenzo no la dejaba hacer lo que quería. Bien, pensó, no pasa nada. No tenía por qué perder tiempo discutiendo, siempre había otras alternativas. Se acercó al hombre atado, observando su rostro de terror, dejó el arma sobre la silla con una rapidez que mostró su determinación.
Se giró con desafío, no dejaba de ser una invitación a la guerra. ¿Qué haría ahora esta mujer? se preguntó él, siguiéndola de cerca, su mirada implacable fija en cada uno de sus movimientos.
Pero Cha Young no se detuvo. Decidió ir más allá de lo esperado. ¿Por qué no? pensó mientras sus dedos se deslizaban lentamente hacia la corbata del hombre. La apretó con deliberada lentitud, disfrutando el control que emanaba. El hombre emitió una leve tos ahogada, un intento débil de liberar la garganta, sus ojos reflejando pavor.
Ella no mostró ninguna piedad. El hombre forcejeó, torciendo sus muñecas atadas con una desesperación torpe, sin entender lo que sucedía ni cómo salir de su angustia.
Ella sonrió con calma, una sonrisa que no escondía ni un ápice de simpatía. Esa expresión era un sello único de su poder, la indiferencia. Vincenzo, observó todo con detenimiento, su propia naturaleza exigiéndole intervenir, pero no lo hizo. En realidad, no quería.
El espectáculo era… inusual.
Dejó que el silencio creciera entre ellos, dejando que el momento se desarrollara por unos segundos más, antes de que él decidiera romper la quietud.
Se acercó lentamente, casi en silencio, tomando el arma en el trayecto.
Con un gesto inesperado, su mano se deslizó lentamente hacia su vientre, como si su toque temiera romper algo frágil y precioso. Rozó la tela con suavidad, ligeramente arrugada por el movimiento, un calor reconfortante que contrastaba con la frialdad del entorno.
"Déjame hacer mi parte. Prometo que será rápido", murmuró, su voz suave y tranquila, un susurro bajo que solo alcanzaba sus oídos. Se inclinó hacia ella, depositando un beso tan ligero en su mejilla que parecía más un suspiro que un toque. "¿Qué no decías que tenías hambre?", agregó, dejando que sus labios se detuvieran un momento en su piel, jugando con la cercanía, como si cada palabra estuviera impregnada de una suave invitación.
Sus ojos, se atenuaron como respuesta, su expresión transformándose en algo más sereno.
Lo miró.
Él le sonrío.
Con un suspiro apenas perceptible, dio un paso atrás, apartándose para darle espacio. "Bueno... está bien, hazlo", dijo, su voz titubeando ligeramente. "Pero que sea rápido", añadió, un acuerdo a regañadientes que parecía más una concesión que una verdadera aceptación.
Se dio la vuelta con gracia, pero no le dio la espalda por completo, dejando claro que no había terminado de entregar todo su control.
Vincenzo soltó una suave risa, su mirada fija en el arma mientras contaba las balas con calma. Levantó una ceja, dirigiendo su atención al hombre atado ante él. "No voy a matarte", dijo en tono bajo, casi como si estuviera dando una orden sin prisa. "Esto es más bien una advertencia", agregó, su voz cargada de una frialdad calculada, como si las palabras mismas fueran un castigo mucho más temible que cualquier bala.
Un grito ahogado se escuchó de pronto.
Una noche de lo más común.
Chapter 11: Cuestión de Trabajo
Chapter Text
Las voces se deslizaban de fondo, distantes. Cha Young seguía sentada, con la espalda erguida, y los ojos fijos en los documentos que sostenía. Una reunión, en teoría. Algo sin prisa. Un río lento de formalidades y trámites que apenas rozaban su conciencia.
Fingía concentración con destreza.
No había leído una sola línea.
El único acontecimiento verdaderamente digno de atención se desarrollaba con una precisión insoportable al otro extremo de la sala. Oh, ese desgraciado. No debería ser una sorpresa que alguien se le acercara, no con ese porte, no con ese rostro, no con esa manera de existir.
Apoyado en la pared, de pie al fondo, tranquilo, elegante, con esa presencia imponente que siempre acaparaba atenciones.
La sangre empezó a hervirle en cuanto esa mujer, de andar fluido y sonrisa insoportable, se le insinuó con una naturalidad francamente irritante. Claro, él no tenía la culpa, pero qué más daba, lo culpaba de todas formas. No era novedad que las mujeres se sintieran atraídas por él, pero eso no lo hacía menos molesto.
¿No pudo simplemente haberse quedado en casa?
Aquella tarde, se había empeñado en que no la acompañara. La responsabilidad de estar ahí era suya, no de él. Incluso podía haberla llevado si tanto quería, irse y regresar más tarde. Pero no. Era una ofensa a sus humildes cuidados. Rodó los ojos.
Al final, ahí estaba. Causando molestias.
Sus labios se movieron con la lentitud de quien murmura un conjuro, el bolígrafo entre sus dedos ahora convertido en rehén. Se negaba a apartar la vista. Quería observarlo, diseccionarlo, ver cómo manejaba la situación. Ver si tenía el descaro, el mínimo atrevimiento, de corresponder aunque fuera con una sonrisa ligera, con una mirada que durara medio segundo más de lo prudente.
Pero no.
Él la esquivaba con sutileza, su lenguaje, un muro. Mantenía un aire distante, cada intento era respondido con cortesía muerta. Ni frío, ni tibio. Solo... inerte. Cortaba el entusiasmo ajeno con una simple expresión vacía, como si no estuviera en absoluto interesado. O peor, como si ni siquiera hubiera notado el intento.
Cha Young alzó las cejas, bueno, se estaba comportando.
Claro que, si se lo pensaba bien, la situación tenía su punto absurdo. Como si Vincenzo, precisamente él, fuera capaz de devolverle el coqueteo a otra mujer. Por favor. Ni en un millón de años.
Sin embargo, esa descarada no se rendía, inclinaba levemente la cabeza al hablarle, sonreía con descaro, encontraba formas de prolongar la conversación.
Intrépida ilusa.
Cha Young podía verlo todo sin necesidad de escuchar.
Los gestos hablaban por sí solos.
"¿Qué demonios le está respondiendo?", susurró para sí, irritada, tamborileando los dedos contra la mesa. Su atención en la junta se había desvanecido por completo, ahora solo importaba aquella interacción que, por más breve que fuese, era suficiente para encenderle una molestia sorda que no pensaba apagar pronto.
Además, ¿no se suponía que estaban ahí por trabajo? La mujer llevaba un portafolio, sí, pero al parecer lo usaba más para decorar que para trabajar. Debía sentarse de una vez en lugar de estar cazando hombres.
Arrugó los documentos.
"Papa se esta portando mal, bebé", comentó por debajo del tono. Un hilo de voz agudo. Delatandolo con su hijo, como si el pequeño, sin siquiera nacer todavía, pudiera entender lo que ocurría.
¿Papá se estaba portando mal? Evidentemente no lo estaba haciendo.
Ella arrugó los documentos.
Oh.
Vincenzo levantó la vista, su mirada se encontró con la suya. Cha Young no desperdició la oportunidad, entrecerró los ojos con lentitud, dejando que su expresión hablara por sí sola.
Él, en lugar de preocuparse, sonrió.
"Ese maldito...", replicó. Su expresión. Disgusto puro.
Le sonreía con tranquilidad, como si encontrara la situación entretenida, como si no estuviera siendo observado con la promesa de una ejecución inminente.
Eso solo la enfureció más.
Resopló, pasó una mano por su cabello en un intento por calmarse, pero nada ayudó.
La mujer simplemente se alejó, al cabo de unos minutos.
Cuando la junta finalmente concluyó, no esperó ni un segundo. Se levantó con decisión, el crujido leve de la silla apenas alcanzando a seguirle el paso. No pensaba mirarlo. No pensaba decir una sola palabra. Estaba furiosa, su silencio era su declaración de guerra.
Intentó pasar de largo, con esa manera tan suya de ignorarlo como si fuera aire.
No funcionó.
Frenarla fue sencillo, su mano se posó en su antebrazo con la precisión de un reflejo. No necesitó más que eso. Ningún gesto adicional. Nada de esfuerzo.
"¿Dónde crees que vas?", preguntó sereno.
Cha Young se giró con lentitud, como si le estuviera haciendo el favor de prestarle atención. Le clavó la mirada como quien sostiene un cuchillo por el mango, afilada, firme, peligrosamente cargada.
Una amenaza muda, compacta, elegante.
No decía una sola palabra, pero su expresión era el equivalente visual de un puño cerrado, listo para hundirse donde más duele.
"¿Estás molesta?", la pregunta le provocó un tic en el ojo.
"¿Qué tanto charlabas con esa iluminada?", respondió.
Una carcajada breve. De él, claro. ¿De donde se sacaba esas preguntas tan originales? No era el mensaje, sino la manera tan empleada en que las decía.
Cha Young, resopló con desdén.
Está bien. Está bien. Ya respondería.
"Intentó sacarme información", dijo, finalmente, encogiéndose apenas de hombros. "No le he dado nada", concluyó tranquilo, sin que su actitud mostrara la más mínima señal de alteración.
Tan convincente que hasta parecía inocente.
Pero no para ella.
¡Culpable!
Imputado por causar efectos colaterales con esa cara. No se aceptan apelaciones.
Vamos, ya.
Ella misma sabía que esto era ridículo.
Pero seguía enojada. Porque sí.
Sintió su mano de pronto, para empeorar la situación. Vincenzo deslizó la yema de sus dedos a lo largo de su mejilla, dejando un rastro casi imperceptible pero electrizante. Su mirada, fija en ella, no se apartó ni un segundo mientras se acercaba más, casi de forma deliberada, como si buscara una reacción.
"¿Es un tono nuevo?", preguntó con una sonrisa ladeada, dejando que la provocación se filtrara en sus palabras. Sus ojos brillaron un poco más al observar cómo sus labios se apretaban levemente.
"No te sirve de nada cambiar el tema conmigo", protestó.
Caminó ofendida, adelantando el paso.
Malhumorada como siempre.
Incluso dentro del auto, el enojo persistió.
Incluso cuando llegaron a casa, su expresión no cambió.
Cada intento de acercamiento por parte de Vincenzo era rechazado, cada vez que intentaba besarla, ella giraba el rostro con rapidez, decidida a mantener su actitud. Lo hacía sin siquiera mirarlo, sin emitir palabra, con la terquedad de quien ha tomado una decisión firme y no está dispuesta a ceder ni un milímetro.
Sí, sí.
Cualquier cosa resultaba más atractiva que la boca de ese hombre.
Pero, poco le duraría la indignación.
Fue cuando salió de la ducha, que su orgullo se quebró.
Lo encontró sentado en el sofá, el reflejo titilante del televisor parpadeando sobre su rostro, iluminando su expresión con una luz pálida y tenue. El noticiero, transcurría sin importancia, un murmullo lejano que siquiera intentó escuchar, su atención no fue a eso.
Él estaba recostado, de manera relajada, en una postura que se veía tan cómoda que su espalda adolorida gritó por alivio.
Era él quien se veía cómodo.
La tenía mal acostumbrada. Adoptó la costumbre en cuestión de días. Acostarse entre sus piernas, usándolo como respaldo a lo largo del sofá. Básicamente, encima.
Y eso era lo que ella quería ahora.
Pero no, no podía ponérselo tan fácil.
No después de lo desquiciante que había estado ese dia en particular.
Suspiró.
Uh.
La atrapó viéndolo. Con ese gesto terco a medio construir en el rostro. Supo que había perdido. Él se dio cuenta al instante. Le sonrió con esa expresión que lo hacía ver como si siempre tuviera la razón. Insoportable. Y, aun así, condenadamente eficaz.
"Sé lo que quieres, ven", dijo con certeza.
No podía fingir resistirse.
Frunció el ceño, vaciló un segundo, se acercó con lentitud, como si en realidad no quisiera hacerlo. Una farsa obvia. Ladeó un poco la cabeza, como si evaluara una decisión complicada, como si su cuerpo no estuviera gritando por rendirse ya.
Se quedó de pie frente a él, fingiendo indiferencia.
Él estiró una mano y la tomó por la muñeca.
Ella frunció aún más el ceño, por orgullo.
El semblante le cambió en cuanto lo vio incorporarse, de pie. Ah, no... Había perdido su oportunidad. Alzó ambas cejas, incrédula, algo que denotaba arrepentimiento por no ceder cuando se lo estaba ofreciendo.
Maldición.
Ah, le dio un beso.
Cha Young apenas tuvo tiempo de recular un poco antes de sentir sus labios.
Esta vez no lo rechazó.
El colmo si lo hiciera.
Esa noche, consiguió lo que quería. Dormir en la cama era la última opción cuando el lugar más cómodo del mundo tenía nombre, y un pecho amplio donde encajar la cabeza. Los cojines no podían competir con eso.
¿Le han visto los brazos?
¿Almohadas ergonómicas? Por favor.
Chapter 12: Está Bien
Chapter Text
Vincenzo despertó con la calma sigilosa de la mañana, mientras el aire frío del exterior se colaba apenas por las rendijas de las cortinas cerradas. No necesitó abrir los ojos para saber que ella seguía ahí, dormida, recogida contra su cuerpo tal como la noche anterior, como si ese lugar hubiera sido siempre el único destino posible.
Ah… la mujer entre sueños parecía inofensiva. Pero despierta, era el mismísimo demonio. Bueno, considerando también el clima, sus actividades, su humor y, especialmente, lo que fuese que Vincenzo hiciera al respecto.
Pero él no se quejaba.
Ni siquiera lo pensaba demasiado.
Lo que sí, es que ya tenía los músculos rígidos. Y no es que ella pesara tanto, era la tensión de haber permanecido en la misma posición durante horas. Con su vientre descansando de lado sobre él, subiendo y bajando lentamente con cada respiración tibia que le acariciaba el pecho.
Ni se le ocurría moverse.
No ahora que estaba tan acomodada.
Acarició su cabello con lentitud, entrelazando los dedos entre los mechones oscuros, sintiendo cómo la seda viva de su textura despertaba una familiaridad íntima. El cosquilleo llegó enseguida.
Algo se movió.
Fue apenas un roce interno.
Una pulsación sutil que él no esperaba.
La miró, pero ella seguía dormida, respirando con la misma calma profunda de antes. Bajó la mano y la dejó descansar sobre su vientre, con los dedos discretamente extendidos, como queriendo confirmar que no lo había imaginado, como si pudiera reconocerlo.
Entonces lo sintió.
Percibió el movimiento sutil, la inquietud del bebé que despertaba antes que su madre. ¿Un pequeño saludo? ¿Una patada educada? Ejerció una leve presión con los dedos, suave, guiado por el desplazamiento mínimo que ocurría bajo su palma.
Ella reaccionó casi al instante.
Frunció el ceño, se estiró y terminó con el brazo cruzándole la cara. Vincenzo arqueó una ceja, incapaz de evitarlo, una sonrisa minúscula cruzó su rostro, más curiosa que burlona. Cha Young murmuró algo entre sueños, sabrá Dios qué. La frase se perdió entre su respiración pesada, tan entrecortada como absurda.
No hubo más.
Solo volvió a hundir el rostro en su pecho, y exhaló con tal calma que parecía no recordar nada.
Vincenzo la rodeó, acomodándola con un leve ajuste contra su cuerpo. Giró apenas el rostro, enfocando el reloj en la pared. Aún era temprano, pero si debían ir al bufete, no faltaba mucho para que tuviera que despertarla.
No.
Sinceramente no encontró la voluntad de hacerlo.
¿Ir al bufete? Innecesario.
Cha Young era la dueña, y el Sr. Nam sabría resolver cualquier contratiempo. Así que tomó la decisión, con esa seguridad con la que solía actuar cuando algo se le volvía personal. Oh, la elección le cobraría factura más tarde.
Acabó durmiéndose de nuevo.
¿Cuánto tiempo habrá pasado?
El sonido abrupto de un grito lo sacó del sueño sin advertencia, haciéndolo abrir los ojos de golpe, aún atrapado en el letargo de la mañana. Ella se había incorporado, con ambas manos cubriéndose la boca y una expresión de incredulidad fija en el rostro.
"¿Por qué no me despertaste?", exclamó en un susurro furioso.
Vincenzo no pudo mantener la atención cuando la vio levantarse. Parpadeó lentamente, rozó su cabello con la mano, desordenándolo un poco más, y entonces su vista se posó en el reloj, otra vez.
Medio día.
Oh no.
Suspiró una risa natural, despreocupada, lo que solo provocó que ella se detuviera en seco, lo mirara con la boca abierta y se girara indignada. Sintió el golpe en el pecho, no lo bastante fuerte para doler, pero sí para subrayar su frustración.
"Hey...", dejó escapar otra risa, apoyándose en el respaldo con pereza, sin borrar la diversión de su expresión cuando la vio sacudir su cabello con impaciencia.
Cha Young resopló.
Pateó la esquina de la mesa baja.
Y entre todo, caminó hacia la cocina, bufando entre dientes.
"Estoy segura de que te despertaste temprano", soltó en un tono elevado, mientras se dirigía descalza a la cafetera y la encendía con más fuerza de la necesaria. El golpeteo de la taza contra la encimera remarcó su molestia.
"No quise levantarte", Vincenzo se defendió desde la sala, sin una pizca de culpa.
"Qué caballeroso", respondió al instante, con su lenguaje de siempre, sarcástico, venenoso.
Sí, ese día iba a ser malo.
Con lo bien que había comenzado...
"Ya es muy tarde, ¿aún quieres ir?", añadió él, mientras se recargaba en la encimera, cruzando los brazos sobre su pecho, viéndola sin ninguna prisa, con el aire relajado de siempre. Su voz era tan suave que parecía sinceramente ajeno a las consecuencias.
La respuesta de ella llegó sin dudarlo, lo suficientemente ofendida, claro.
"Al demonio, por supuesto que iré"
Se sirvió café, con una rapidez casi desesperada. Vincenzo aprovechó el descuido. ¿Por qué no? Se acercó sin esfuerzo, aunque su intención no duró mucho, ella lo miró con el ceño fruncido.
"Un paso más, y te juro que..."
"Solo voy a lavarme las manos", interrumpió, cambiando la dirección de pronto.
Mentiroso.
Justo cuando ella desvió la mirada, él acortó la distancia sin hacer ruido y apoyó las manos en su cintura, aplicando solo la presión mínima necesaria para hacerse presente. El contacto fue cálido, ligero, pero exacto. Sí, mentiroso.
"¿Te parece este el mejor momento para hacerte el cariñoso? Porque yo estoy tratando de no asesinarte", su tono salió seco, rudo, claramente irritado.
Él simplemente se rió, sin molestarse en retirar las manos. Por el contrario, la rodeó con facilidad, atrapándola contra él. Ella exhaló con frustración, echando la cabeza hacia atrás, rendida. Ah... su espalda se apoyó en su pecho con un gesto resignado, como si ni siquiera valiera la pena resistirse.
"Tengo prisa", insistió, arrastrando las palabras.
No fue escuchada.
Fue atacada.
Sus labios encontraron el hueco entre su cuello y el hombro, justo donde la piel era más sensible. No fue un beso breve ni superficial, sino lento, preciso, deliberado. Él lo sostuvo ahí, sin apuro, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba al instante bajo el contacto, como una cuerda tirante a punto de romperse.
Perdió.
Otra vez.
Aunque esto no era una competencia.
¿De qué se trataría si lo fuera?
Algo injusto para él, seguramente.
Especialmente cuando no tenía la culpa de nada. Pero lo disfrutaba. ¿Masoquista?
Uno pensaría que, después de tantos ataques directos hacia su persona, en algún momento se dignaría a molestarse. Pero no. Ahí seguía, impasible, como si aguardara el próximo combate con la misma paciencia.
Masoquista, definitivamente.
Chapter 13: Zona Restringida
Chapter Text
Nueve de la noche. Un sábado cualquiera.
Afuera, el invierno chocaba contra los cristales, inofensivo, carente de poder en contraste. El interior, un refugio tibio, intacto. La chimenea ardía con esmero, una suavidad constante, un fuego cuidado a conciencia que infundía en la estancia un calor envolvente, profundamente acogedor.
Destellos dorados.
Tonos ámbar proyectados en las paredes.
Vincenzo, unos metros más allá, de pie en la cocina, cortaba con paciencia la piel de una manzana. Cada movimiento, lento, elegante. El cuchillo se deslizaba por la superficie roja, desprendiendo tiras largas y finas que caían sobre el plato con un ritmo medido.
No se apresuraba.
No necesitaba hacerlo.
Estaba inmerso, con la expresión serena de quien se permite habitar el instante sin pensar en nada más. No lo hacía por obligación, tampoco por costumbre. Lo hacía porque ella había mencionado las manzanas. Y eso le bastaba.
"¿Compraste manzanas?"
Una simple pregunta minutos atras que lo hizo levantarse. Sí, muy dedicado. Y sí, había comprado manzanas, ella misma lo vio tomar la bolsa en el supermercado. Ah, muy hogareño comprando la despensa.
Bueno, ella era mala eligiendo cosas.
De ese modo, acabó metido en la cocina.
Hasta que la sintió.
No fue un sonido, ni un suspiro, ni el crujir del suelo. Fue algo más sutil. Un cambio en el aire, un jugueteo en la nuca, como si una corriente lo tocara desde atrás.
La mirada.
Giró el rostro con la precisión de quien conoce bien que buscar.
Un simple movimiento.
Ahí estaba, detrás de él en silencio, descalza, como una aparición doméstica pero inquietante, vestida con ropa suelta, con el cabello cayendo sobre un hombro y los ojos fijos en él. No decía nada. No sonreía. No parpadeaba. La iluminación la hacía ver como una pintura cálida y viva.
La habia dejado en el sofá, se suponía.
Ahora estaba ahí.
"Ya casi termino. ¿Quieres algo más?", preguntó, dejando que su atención volviera, al menos en apariencia, a la manzana.
No hubo respuesta.
Esa ausencia de palabras fue lo que lo obligó a buscar su rostro de nuevo. Y entonces la vio bien. La forma en que lo miraba, tan quieta, tan centrada, con una calma engañosa que escondía algo más. Algo que no supo leer del todo.
"¿Qué pasa?", preguntó esta vez, con una seriedad que rara vez usaba con ella.
Nada. Ni una sílaba.
Eso le bastó.
Soltó el cuchillo. Este tocó la encimera con un sonido leve. Se enjuagó las manos, las secó con una toalla que dejó colgando a medias, y fue hacia ella. No preguntó más. No la llamó. Solo se detuvo de frente. Levantó ambas manos y sujetó con cuidado su rostro, inclinándose levemente.
"¿Te sientes mal?", murmuró con los ojos clavados en los suyos, buscando alguna pista, un temblor, una señal. Pero ella lo miraba sin decir nada.
Él frunció el ceño, desconcertado.
Trató de interpretar lo que decía su expresión.
Su respiración, tal vez.
Pero nada.
"¿Cha Young, qué sucede?", Inclinó un poco más el cuerpo, acercándose sin imponerse. Sus manos se movieron despacio, una hacia la frente, la otra en su antebrazo, con una delicadeza medida. Pero no había fiebre, ni frialdad. Solo ella, intacta, quieta, mirando.
Entonces, tiró de su camisa.
No con brusquedad. Lo justo para atraerlo, lo justo para hablar. Sin hablar.
Lo besó.
Ah. Lo besó...
Fue un contacto cálido, directo, inesperado. Sintió primero su aliento, ese aire que quemaba como aviso, y después sus labios, que se fundieron en los suyos sin permiso ni explicación. Y entonces entendió.
Razones claras. Ninguna inocente.
Bueno, parece que ya no queria la manzana.
Sintió perfectamente como sus dedos subieron, silenciosos, con toda la intención del mundo. Comenzó a desabotonarle la camisa. No con impaciencia, sino con esa lentitud que dice mucho más que cualquier afirmación verbal.
"¿Así es como se piden las cosas en esta casa?", preguntó él, sin soltarle los labios. Medio en broma, medio en serio. Con esa voz grave que usaba cuando algo lo divertía de verdad.
Nada.
Ni una sola palabra.
Vincenzo soltó una breve risa por la nariz.
"Ah, no quieres hablar...", murmuró, rodeandola de la cintura. Asegurándose de no presionarla demasiado. Claro que aquello no le era ajeno. La primera vez había dejado resultados concretos, y con patitas. La más reciente, hace unos días, con la misma estrategia infalible. Sólo se le acercó, y bueno...
¿Se habían tardado? Sí.
¿Por qué? Había sido un poco... digámoslo difícil.
Vincenzo aguardaba con paciencia, esperando que la intención naciera de ella, sin forzar nada. Pero Cha Young, en cambio, se debatía en silencio, temerosa de parecer demasiado atrevida si acortaba la distancia de esa manera.
No, no.
Ella no era una mujer insegura.
Al menos no cuando se trataba de su cuerpo.
Además, su vientre seguía siendo discreto. Prominente, sí. Pero, discreto. Cuatro meses no la hacían sentir incómoda, pero. ¿A él le gustaría intentarlo así?, su embarazo no tendría por qué suponer algún problema.
Tres semanas pasaron así.
Una sola mirada honesta, sin rodeos y habrían admitido que lo deseaban desde el principio. Bastaba con que uno de los dos dijera algo, apenas una frase, una insinuación, una mano extendida sin disfraz, y se habrían lanzado desde el primer día. Pero no. Se les dio por esperar.
Eso, hasta que ella se hartó.
Las hormonas la tenían al límite, y tener un hombre tan cerca, el suyo, no ayudaba en nada. Así que no, no había mucho que pensar. Lo emboscó sin remordimientos. Exactamente igual que ahora. Y él la recibió. No la detuvo, no dudó. Porque si había algo imposible entre ellos, era precisamente eso, negarse.
Nada brusco, fue lento, al principio. Luego, no tanto.
Y ahora, ahí estaban de nuevo.
En la cocina, besándose.
Muy directa con sus gestos.
¿Y la manzana? Olvidada.
Vincenzo separó apenas el rostro, lo justo para mirarla. Sus ojos bajaron a su boca, entreabierta, húmeda, enrojecida por la insistencia. Sus pestañas temblaban con cada parpadeo lento, como si el mundo se le hubiera vuelto blando, borroso.
Su respiración, irregular.
Pupilas dilatadas.
Mejillas encendidas.
No había forma de mejorar lo que tenía enfrente.
Le acarició apenas la mandíbula con el pulgar, sin dejar de mirarla. Después volvió a besarla, más lento, más hondo, como si ese sonido tibio y callado que hacían sus bocas fuera un secreto demasiado íntimo como para ser compartido con el mundo.
Un delito menor.
Manos suaves, descaradas y perfectamente culpables.
Lo comenzó a empujar con cuidado, ya sabía hacía donde.
La habitación.
Chapter 14: ¿Qué Dices?
Chapter Text
Le escupió el café en la cara.
Ni siquiera fue un gesto impulsivo. Su cuerpo, simplemente, se negó a tragar lo que acababa de escuchar. Más precisamente, lo que acababa de ver. No se lo esperaba, definitivamente no se lo esperaba.
Oh por Dios.
Se cubrió la boca con ambas manos en un acto de reflejo, como si quedarse quieta bastara para revertir el desastre. Sí... al menos su reacción había sido monumentalmente sincera.
Vincenzo parpadeó.
Una vez.
Luego otra, más lenta.
Como si necesitara reiniciar su sistema.
El café se deslizó con una naturalidad casi insolente sobre su piel, cayendo a pausas sobre la tela impecable de su saco. No dijo nada más. Tomó su servilleta y se limpió con una elegancia casi cómica considerando la situación.
Movimientos lentos, meticulosos.
No parecía agraviado, más bien, sorprendido.
La miró. Y tal como era de esperarse, se encontró con la misma expresión perpleja. Ahí estaba ella con los ojos clavados en aquél pequeño objeto que parecía resumir todo el caos de los últimos segundos.
La intención era clara.
Justo frente a ella.
Brillante y discreto.
En un pequeño estuche abierto de gusto impecable. ¿La elección? innegablemente acertada. Era hermoso, clásico, plateado. Un anillo que él había colocado sin dramatismo, minutos antes de lanzarse a semejante declaración.
Y no desaparecía.
No había sido una alucinación causada por el hambre ni una joya olvidada por otro cliente. Era para ella. Él lo había puesto ahí, en mitad de una cena elegante, para ella.
De verdad, ¿no lo veía venir?
Digamos que se saltaron el paso más importante antes de que se les colara un hijo. El orden tradicional claramente no fue su fuerte. Quebró el silencio con una risa nerviosa. Como si realmente esperara que todo fuera parte de una actuación repentina.
"Es una broma ¿cierto?"
"¿Una broma?", alzó ambas cejas.
Su conclusión era, por mucho, algo muy carente de sentido. En última instancia, debería ser ilegal siquiera insinuar una broma así, y eso, claro, si alguien en su sano juicio se atreviera a hacerla. Vincenzo, por supuesto, no. La respuesta estaba escrita en su rostro.
Ella se levantó de golpe, haciendo que la silla rechinara en el suelo, un sonido breve, desubicado. Una carcajada seca le nació del estómago. Sí, ahora todo encajaba. El restaurante caro, la decoración sobria, las luces tenues, la música suave de fondo.
Había algo distinto en la manera que había hecho las cosas esa noche.
No prestó atención. Todo tenía sentido.
Se sacudió su cabello con fastidio, como si necesitara airearse la cabeza, un gesto tan recurrente cuando lo imprevisible la atrapaba. Para este punto ya comenzaba a ponerlo nervioso.
"¿No quieres?", preguntó, notando que la idea no parecía agradarle tanto como él esperaba.
Pintaba mal. Sí, pintaba mal.
La vio tomar aire con cautela, cerrar los ojos y apoyarse en el marco de la ventana.
No puede ser.
Se incorporó con preocupación, pero se detuvo cuando ella alzó la mano, recta, firme. Anulando cualquier intento de acercamiento. El ambiente le gritó que se quedara en su sitio y no dijera nada más.
Aún así, insistió. Francamente desconfiado.
"¿Te sientes mal?"
"Dame un momento", respondió.
Volvió a sentarse, sin apartar la vista del anillo. Renegoció la realidad y bebió un sorbo de agua. Muy bien. Nada de café por ahora, volvería a escupirlo, y si era agua, al menos no mancharía la ropa. Muy considerada, si se tiene en cuenta que ya lo había estropeado todo.
Pero tranquilos.
Su mente era enigmática.
"Estoy a nada de cumplir cinco meses", habló al fin, como un fantasma.
"¿Disculpa?", respondió, sin entender a que venía el comentario.
"¿Cómo se supone que me quede bien algún vestido?", exclamó, haciendo un gesto dramático hacia su vientre, autoritario en su presencia.
Ah, por supuesto.
Vanidosa.
Lo dejó boquiabierto.
Cualquier otra mujer en su lugar estaría descompuesta. Ella, en cambio, se preocupaba por telas y caídas favorecedoras. Claro, en su mundo, el caos siempre tenía un matiz estético.
"¿Eso es lo que te preocupa?", preguntó incrédulo, con una risa asomándose en sus labios, que acabó por convertirse en una carcajada.
"¿Sabes lo ridícula que me vería?", comenzó a negar, angustiada.
Él se inclinó hacia atrás, se tapó los ojos con una mano y soltó una risa ahogada. Por un momento eterno pensó que le diría que no, que se quedaría con la custodia total del bebé y lo enviaría a él de regreso a Italia con una nota cuidadosamente redactada, agradeciendo sus servicios y dejándole bien en claro que su presencia ya no era requerida.
Déjenlo ser exagerado.
Sus delirios internos subían de nivel a la par que esa cosita crecía.
Bien.
Suficiente.
Con una serenidad que solo el hábito de lo insólito podía permitirle, reunió las piezas de su compostura y se adaptó con una flexibilidad natural.
"No tenemos que hacer una fiesta si no quieres, bastaría firmar el registro", ofreció con la voz más tranquila de su repertorio, como una salida elegante, formulada para no enfrentar lo que a ella evidentemente le provocaba conflicto.
Consiguió que se enfocara en él.
La opción tenía mérito, por más improvisada que sonara. ¡Claro! ¿Quién necesita una ceremonia cuando simplemente pueden sellar un documento? Siendo abogados, eso lo resolvía todo.
El protocolo jurídico cubría lo esencial.
Sí.
Su rostro dio luz verde al consentimiento.
Jugó con el borde de su taza. Haciéndose la digna, ladeó el rostro e hizo una expresión de desinterés exagerado, como si no estuviera impresionada.
Su mano se extendió hacia él.
"No sé si esto es tierno o si estás poseído de verdad... pero dime, ¿cuáles son mis ventajas como la esposa de un mafioso de élite?", preguntó, alzando una ceja con una sonrisa maliciosa.
Vincenzo le dedicó una mirada divertida.
"Siempre has tenido privilegios de esposa conmigo", aseguró, con una pizca de arrogancia encantada.
Entrecerró los ojos.
No se podía negar la información.
Le sostuvo la mano justo cuando ella se preparaba para soltar un comentario sarcástico. Regalándole una caricia breve, casi desprevenida, antes de colocar el anillo. Fue ese roce el que le desordenó los pensamientos, disolviendo la burla antes de que alcanzara sus labios.
Le quedaba tan bien que dudó si en realidad había tardado demasiado en ponerlo. No era ostentoso, pero ahí, en ella, adquiría un peso simbólico.
Detalle exacto.
Como todo lo suyo.
Cha Young bajó la mirada hacia su mano engalanada, la giró un par de veces, con fingido análisis, y luego, como si apenas recordara un detalle esencial, frunció ligeramente el ceño.
"¿Y el tuyo?", cuestionó, expectante.
Vincenzo no se apresuró en responder. Su sonrisa fue una simple contracción en la comisura de los labios. Metió la mano con calma dentro de su saco, como si ya lo hubiera anticipado todo, y extrajo una pequeña caja idéntica a la anterior.
"No te creo... eres un presumido", soltó incrédula, arrebatandoselo de las manos.
Ya iba siendo hora de que hiciera algo así.
Allanamiento de propiedad y robo.
Lo sacó, lo revisó y, como gesto final, ofreció su propia palma como base sugerente. Ah, esa era su intención. Nada brusca. De acuerdo, le tendió la mano, y ella le encajó la sortija como si fuera un juego que se tomaba muy en serio.
"De todas formas, no voy a caminar al altar con un vestido blanco que me quede como una tienda de campaña", tarareó melódicamente.
"Nada de eso", concedió él, sin discutir.
"Ni pastel con muñequitos arriba", agregó.
"Lo que pidas... mi amor"
La línea le causó un escalofrío que terminó en un golpe, esta vez si violento.
"¡No vuelvas a decir eso!", musitó con un vistazo fugaz al entorno, como si el restaurante aún pudiera tener oídos ocultos. Le avergonzaba, sí, aunque técnicamente estuvieran solos.
Él se levantó.
¿Se levantó?
Ni un parpadeo antes de sentirle los labios.
Ya se estaba volviendo muy atrevido.
Chapter 15: Malestar
Chapter Text
El fin de semana prometía ser bueno, tranquilo, apacible, tal vez hasta reparador.
Una ilusión tejida con esmero durante días extenuantes, una esperanza pequeña pero obstinada, claro, era fácil imaginarlo. Pero, como suele ocurrir con todo lo que se anticipa con demasiada fe, aquello terminó siendo solo eso, una alivio que nunca llegó.
No hizo falta ver nada.
Bastó el olor.
Cha Young entró a la cocina arrastrando los pies, aún somnolienta. Dos pasos apenas, antes de detenerse en seco, como si hubiera pisado un campo minado.
Se quedó petrificada en la entrada con la mano en el marco de la puerta, los labios entreabiertos y la expresión descompuesta, como si acabara de presenciar un delito. Un delito esa densa nube de huevos recién hechos, que la emboscó con una violencia despiadada.
El estómago le reaccionó con brutalidad.
La emboscada fue inmediata.
No era un simple aroma, era una afrenta, una bofetada que se le coló por la nariz decidida a arruinarle el día.
Se llevó una mano a la boca.
Cerró los ojos.
Contuvo la respiración y giró sobre sus talones.
Huyó. Ya nada importaba. Ni el plan de descansar, ni las mantas recién lavadas. Pensó, ingenuamente, que ya había superado esa etapa del embarazo. El tormento matutino que, según los malditos médicos, debía ceder después del primer trimestre.
Cuatro meses, cuatro, y ella, como tonta optimista, había asumido que su cuerpo seguiría el manual al pie de la letra. Maldita sea, siquiera quería saber si el mundo seguía girando.
Vincenzo escuchó el sonido apresurado de sus pasos y luego el portazo del baño.
No tuvo tiempo de verla.
No sabía exactamente qué le pasaba, pero no necesitó una explicación más detallada. Caminó detrás confundido, con una ligera punzada de alarma. Se detuvo durante unos segundos frente a la puerta cerrada.
"Cha Young, ¿estás bien?", murmuró, apoyando una mano en el marco.
No obtuvo respuesta más allá del sonido húmedo del agua y el golpeteo irregular de su respiración entrecortada.
Frunció el ceño.
"¿Quieres que entre?", volvió a intentarlo, un poco más cerca, con la duda asomándole en la voz.
Silencio.
Entonces la escuchó.
No fue precisamente una respuesta, sino algo mucho más elocuente. Su garganta trabajando por expulsarlo todo, rindiéndose completamente ante el malestar.
Giró el picaporte, como si el consentimiento fuese una mera formalidad innecesaria. No importaba si su presencia era mal recibida. No iba a dejarla sola, no podía darse el lujo de respetar. Sus ojos la enfocaron enseguida.
Ahí estaba.
Encorvada sobre el lavamanos, con el cabello revuelto y la dignidad completamente abandonada. No alzó ni la vista cuando el leve chirrido de la puerta marcó su entrada, no podía, el asco era más urgente que la vergüenza.
"Estoy aquí. No te esfuerces", dijo en voz baja, apresurado hacia ella, mientras sujetaba su cabello con rapidez, apartándolo de su rostro en un gesto necesario, como si su acción pudiera aliviarla de alguna manera.
Cha Young cerró los ojos.
No importaba cuánto respirara por la boca o intentara concentrarse en otra cosa, percibía aquel insoportable aroma flotando en su nariz, aferrándose a ella como si se hubiera instalado en lo más profundo de su ser, y eso solo hacía que las náuseas regresaran cada vez más fuertes.
Qué castigo.
Se deshacía por dentro.
Una vez terminado esto, se aseguraría de que los huevos quedaran proscritos en esa casa para siempre. Sin piedad. Ya habían ganado su lugar en la lista negra del resentimiento, junto a todas las comidas que alguna vez le provocaron una reacción semejante.
Desgraciados todos.
Se tensó.
Un suave movimiento de balanceo comenzó en su espalda. Leve al principio, como si él mismo dudara si debía tocarla, como si no supiera bien cómo ayudarla, tanteando el límite entre el consuelo y la intromisión en una caricia.
Se valoraba, siempre que permaneciera en silencio, lo cual no hizo.
"¿Quieres agua?", se acercó un poco más.
Ella negó, rápidamente.
"¿Te llevo al médico?", no se calló.
Otra negación. Más desesperada. Un intento casi indignado de sacudir la cabeza sin levantarla. ¿No podía dejarla vomitar en paz? Quería correrlo del baño, lanzarle algo, lo que fuera. El momento era incómodo. No se encontraba ni un poco en disposición de mostrarse así, mucho menos de tolerar algún gesto compasivo.
¿Asistencia?
¿Auxilio?
Nada iba a servirle.
No había fuerza humana, divina, ni coreana que pudiera hacer de aquello una experiencia menos miserable.
Oh...
El pensamiento apenas tomó forma y ya se le estaba cayendo a pedazos.
Carajo, estaba funcionando.
No quería reconocerlo, pero su cuerpo lo hizo por ella. Hombros menos crispados, respiración más decente, y la sensación de que el mundo no estaba tan empeñado en destruirla esa mañana.
Ridículo, sí.
Inesperadamente calmante, también.
La mano en su espalda. La voz, que se repetía una y otra vez, planteando preguntas imposibles de responder en su estado. Quería seguir insultando todo lo existente, pero acogió esa absurda presencia con cada maldito escalofrío involuntario, en lugar de continuar con su justa rabia.
Ahí venía otra vez.
Se reactivó el desagradable ciclo.
No más, por favor. La incomodidad se le agravó al mirarla. Estaba demasiado abatida, con el vientre forzado hacia adelante de una forma que no le parecía segura. Vincenzo frunció el ceño, incapaz de ignorarlo. Nunca antes la había visto así.
"Cha Young...”, dijo en un murmullo breve.
Hubo una pausa dentro del malestar.
Perfecto.
La separó del lavabo y la ayudó a arrodillarse frente al inodoro con movimientos lentos, atentos, como si esa tarea requería toda su concentración. Y luego, simplemente se acomodó a su lado, como si ese fuera el único lugar en el que podía estar.
Ella no opuso resistencia.
Permanecieron así durante quizá una hora, atrapados en ese rincón, hasta que todo dentro de sí se agotó como una vela que se consume sin aire. Solo entonces se dejó caer, exhausta, apoyando la frente contra su brazo, sin fuerzas para fingir fortaleza.
Al cabo de un rato, yacía tendida en la cama como vil muerto.
¿Su veredicto? Enviarlo a deshacerse de lo indeseado en la cocina.
Él lo hizo. Obedientemente.
Ahora lo tenía sentado, pasándole una toalla mojada alrededor del cuello.
"¿Por qué tuviste que cocinar eso?", cuestionó cansada, con la voz rasposa, cargada de reproche. Y su nariz, todavía contraída, como si el simple recuerdo del olor le provocara otra oleada de náuseas.
Estaba molesta.
Estaba harta.
No con él, pero Vincenzo era lo más cercano a una víctima útil en su lista de culpables.
"Ya... disculpa", respondió, con una mezcla de culpa.
Bajó la mirada mientras exprimía con suavidad la toalla húmeda entre sus manos, evitando mirarla de frente. Como si no supiera bien cómo justificar haber cometido semejante atrocidad gastronómica sin prever las consecuencias.
Aunque la raíz del problema no era el pobre huevo.
El verdadero culpable dormía dentro.
Ese diminuto caos que ya decidía qué se podía y qué no se podía tolerar en esa casa.
No tenía la menor intención de hacerle la vida fácil.
Qué remedio.
Lena (Guest) on Chapter 2 Wed 16 Apr 2025 05:11PM UTC
Comment Actions
YeYikin on Chapter 2 Thu 17 Apr 2025 04:05AM UTC
Comment Actions
Juliette1713 on Chapter 5 Mon 12 May 2025 03:15AM UTC
Comment Actions
YeYikin on Chapter 5 Wed 14 May 2025 12:30AM UTC
Comment Actions
Wendy (Guest) on Chapter 7 Mon 19 May 2025 11:32AM UTC
Comment Actions
YeYikin on Chapter 7 Sat 07 Jun 2025 08:20PM UTC
Comment Actions