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—¡¡Bienvenido!!— Fue lo primero escuchado de su voz, un poco opacado por la estridente campanilla estándar que suelen tener en la puerta este tipo de tiendas.
La primera vez que fue a esa tienda fue atraída por la promoción de otoño mostrada en la vitrina, los tanuki estaban de temporada y la ciudad parecía tornarse un paraíso para alguien a quien le gustaban tanto como a él, por lo tanto, la parte de su salario que no se iba en las cuentas se iba en variados artículos y comidas con temáticas. Aunque, siendo un adulto responsable como es, trataba de dividir bien sus gastos y que las compras fueran solo ocasionales, como cuando va a casa de Mame a pasar el rato.
Los bollos de crema en forma de tanuki le interesaron y solo entró, eligió los más lindos (que decían tener un relleno de crema pastelera y alguno que otro de crema con chocolate) y salió. No se fijó de más en los ojos rojos que se sorprendieron antes de enertecerce al ver su compra ni en el suave tono ligeramente divertido con el que lo despidió.
Aunque el que no le tomara más importancia no quería decir que no lo haya notado.
La segunda vez fueron unos cupcakes, también temáticos, no fue sorprendente porque había pasado apenas una semana desde la última vez. De nuevo, entró, eligió, ignoró las miradas de ese empleado y ese cabello que parecía una antena rara que se doblaba y desdoblaba casi con voluntad propia (aunque no pudo mirar evitarla mal mientras le cobraban).
La tercera fue un ¿pan de molde? ¿Pan blanco? (No sabe el nombre exactamente, no es panadero) la idea de desayunar sándwiches con panes así… no lo culpen, ¿bien?
La cuarta vez fue un pastel de rollo o como se llame.
Podría seguir, pero el ciclo se reanuda en ir cada semana, elegir el pan de edición limitada, ese pequeño momento en que el cajero ¿se burla? ¿Le parece lindo? Y se va.
¿El problema? Es ese momento, le molesta y no puede decir a ciencia cierta lo que pasa por la cabeza de esta persona ya que nunca hablaron más allá del “¡Bienvenido!” “Son ×××¥” y un “¡Que le vaya bien!” O un “¡Disfrute su compra!”. Su única participación en sus “””conversaciones “””, si es que así pueden llamarse, fue uno que otro “Gracias” al irse con su pedido.
Mirando en retrospectiva, aunque ese empleado era un poco raro al menos no era un entrometido como los que solían tocarle cada que iba al combini... oa un restaurante... o a cualquier tienda... en fin, al menos era mejor. No le preguntaba por su número, le coqueteaba o hacía comentarios innecesarios tratando de indagar en su vida o hacía monólogo interminable de la propia.
El servicio al cliente que le toca siempre es horrible.
Qué suerte la suya.
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