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One More Time...

Summary:

Cuando Roier Brown, un joven omega que por razones trágicas terminó enamorado y casado con el príncipe heredero Cellbit Silverhart, descubre que su historia de amor es una farsa y su esposo nunca lo quiso, su mundo entero se cae a pedazos.

Para evitar las humillaciones de un juicio de divorcio toma un atajo para acabar con su sufrimiento, dicho atajo lo regresaría cuatro años al pasado, el día que todo comenzó, en su desesperación por no volver a repetir el mismo destino, le ruega al joven que aún tenía su espada llena de sangre que lo lleve con él.

"-En ese caso, vendrás conmigo, Roier."

¿Qué tanto puede cambiar el destino?

Notes:

⚠️ADAPTACIÓN, de fans para fans. Se shippean cubitos NO STREAMERS.⚠️
Créditos a su autor@ original

Chapter 1: -0-

Chapter Text

¿Cómo fuiste tan estúpido para creer que te amaba? 

Dolía. Las palabras soltadas con ese tono brusco y antipático le dolían tanto que pudo sentir cómo su corazón se rompía lentamente, dejándolo en la nada misma, alrededor de unas paredes que parecían hacerse más pequeñas y le cortaban la respiración. 

Sabe que fueron dichas con esa intención, con la intención de hacerle daño. Puede verlo en la ancha sonrisa del hombre que alguna vez le causó felicidad, el gesto estaba lleno de maldad, con unos ojos que chispeaban burla ante la humillación que recibía.

 —Pero, Cellbit.. — murmuró el más bajo en el lugar, aún sintiéndose agobiado y sin el aire suficiente en sus pulmones, las lágrimas comenzando a acumularse en sus ojos —. ¿Cómo puedes decir que-..? — cortó un momento, ya estaba llorando, le costaba hablar —¿que n-no me amabas? 

Cellbit Silverhart, el futuro rey del reino de Oriente, lo miró desinteresado. Como si ese joven que lloraba igual que un niño pequeño fuera la persona menos importante en su vida y no se tratara de su esposo

Bufó, ¿en serio se casó con ese chico? Su figura materna siempre le dijo que aquel omega era perfecto para él. Era bajo de estatura, carismático, tenía una gran sonrisa y lo que más llamaba la atención eran sus ojos y cabello; unas perlas muy brillantes y marrones que parecían tener todas las estrellas y una cabellera castaña, sedosa y reluciente que le hacía ser el centro de atención. 

Cellbit recuerda bien el día que llevó a Roier Brown al palacio. Lo encontró en la oscura soledad de la mansión del marqués Brown, quien era tío del castaño y había sido asesinado por el príncipe heredero del reino de Occidente, en un arrebato de venganza al estar involucrado en exportaciones ilegales hacia el reino. En ese entonces Cellbit no había entendido muy bien por qué su padre, el rey, le permitió a una familia real ajena a su reino tomar cartas en el asunto. Cuando pasó el tiempo comprendió que nadie quería problemas con ese príncipe heredero. 

Roier estaba allí, arrodillado en el piso y llorando desconsoladamente, temblaba tanto que sus feromonas se disparaban como locas y no hacía más que ver el charco de sangre a su lado, donde estaba el cuerpo sin vida de su tío. Cellbit lo llevó al palacio, no tuvo corazón para dejar a un joven de dieciocho años solo en ese lugar y a raíz de ese acto su historia de amor floreció. 

Puaj , pensaba Cellbit, ¿historia de amor? Él no amaba a Roier. Era lindo, sí. Agradable hasta más no poder y su aroma era adictivo, sin embargo, su matrimonio vino por la insistencia de los reyes.

 —¿Y cómo podría amarte, Guapito? — dijo Cellbit, con sorna. La sonrisa en sus labios se hizo aún más grande, más malvada, como si disfrutara ver el pequeño desastre que era Roier — Dime, ¿quién podría amar a un omega defectuoso, que es incapaz de darme un hijo? 

Omega defectuoso. Roier sabía que le decían así, era consciente de que los nobles, reyes e incluso el pueblo usaban esa etiqueta para referirse a él.

Porque ya tenía cuatro años casado con Cellbit y no había logrado quedar embarazado. Toda la culpa recaía en él, era un omega, y el esposo del heredero al trono; su deber era traer un niño al mundo.

—Pero .. — volvió a sollozar Roier, mordiéndose el interior de la mejilla ante todos los sentimientos que le invadía y, al final, terminó llevando sus ojos marrones llenos de lágrimas hacia el otro alfa en la habitación —. Pero Lorena es una alfa, ella.. Ella t-tampoco puede darte un hijo. 

Lorena Valemont, la amante del príncipe Silverhart. Una alfa al igual que Cellbit e incapaz de ascender al trono como su consorte por ello. —Roier, escucha.. — intentó decir Lorena, ya cansada por lo complicado que estaba siendo todo. El plan inicial era que Cellbit le pediría el divorcio a Roier, no que terminarían en esta tonta discusión.

—No tienes derecho a llamarme así — cortó Roier, apretando los puños en su costado, aguantando las lágrimas que seguían saliendo de sus brillantes ojos. Se veía muy orgulloso cuando la verdad era que todavía le costaba respirar —. ¿Olvidas que sigo siendo príncipe consorte, Lorena? No puedes  llamarme Roier, tienes que tratarme con el respeto que me merez-.. 

No pudo seguir hablando porque una bofetada impactó en su rostro. 

Roier sintió el ardor y dolor en su mejilla, tocándola con incredulidad. No sabe qué le dolió más, si el golpe o que haya sido Cellbit quien le golpeó. Cellbit, el joven que lo salvó hace años, ese del cual se enamoró perdidamente, el mismo que alguna vez le sonreía avergonzado cuando le daba flores y aquel que le juró en un altar que lo amaría durante toda su vida, que lo haría feliz. 

Cellbit, el príncipe que le rompió el corazón. 

—¡¿Quién te has creído?! — le gritó Cellbit, furioso por la forma en la que el castaño se dirigió a Lorena. No le importó lo asustado que se veía Roier, muchos menos las lágrimas que volvían a adornar sus mejillas, no podía tolerar una falta de respeto hacia la persona que en realidad amaba — ¿Príncipe consorte? No me hagas reír, tienes ese título gracias a mí. ¿Por qué crees que cuando nos casamos te convencí de que te quedaras con tu apellido? Te creíste la estupidez de que era para que no dependieras de mí, ¿cierto? Que no quería mantenerte encerrado, que te haría más libre — se burló, Roier lo miraba boquiabierto —. Pues, ¡¿qué crees, Guapito?! La verdad es que, al no tener legalmente el apellido Silverhart, nuestro divorcio será más rápido. Me puedo deshacer de ti más fácil. 

 

No. 

No. No. No. 

 

Se llevó una mano al pecho, justo al corazón, donde sentía un vacío. ¿Entonces todo fue mentira? Las sonrisas, cuando tomó su mano por primera vez, todos los bailes que compartieron y lo enamorado que decía estar. Todas esas veces que, bajo las sábanas, en el lugar donde las feromonas se salían de control y abundaban, Cellbit no dejaba de decirle cuánto le amaba, lo precioso que era, cómo no podía vivir sin él. 

¿Todo era falso? ¿Roier de verdad estaba viviendo una mentira?

—Que miserable — continuó Cellbit, bufando con una sonrisa en sus labios. Se pasó la mano por el mechón de cabello teñido, estaba estresado —, llevas la corona y la ropa de un príncipe, pero no vales nada. No me interesan los hijos que no puedes darme, Roier, mis sobrinos van a heredar mi trono algún día; dime ahora, ¿quién va a querer a un omega que no puede cumplir su función principal? Solo sabes abrir las piernas. 

—Es suficiente, Cellbit — espetó Lorena, frunciendo los labios con disgusto. No le gustaban las palabras del príncipe, mucho menos las feromonas tan desesperadas que emitía Roier, todo se estaba saliendo de control —. Vámonos y déjalo en paz, lo verás en el juicio de divorcio.

—¿El j-juicio de d-divorcio? — dijo Roier, su voz temblorosa por el llanto, las palabras entrecortadas por su respiración irregular — No puedes divorciarte si yo no lo a-acepto, no puedes-..

—¿Crees que necesito que aceptes nuestro divorcio? — habló Cellbit, ensanchando su sonrisa — Tengo motivos suficientes, ni siquiera pedirán tu opinión. No me has dado un heredero en estos cuatro años y no llevas mi apellido. Tengo el divorcio en bandeja de oro. 

Roier se preguntó si todo el amor dolía tanto. Se preguntó si había alguien para ser feliz. 

Se preguntó qué sería de su vida si jamás hubiera conocido a Cellbit. 

—Vámonos, Lore. 

Cellbit, con una última mirada de desprecio hacia Roier, salió de la habitación. Dejándolo solo por unos minutos con Lorena, quien atinó a suspirar con pesar. 

Ella no odiaba al omega.

Buscó algo en su abrigo, Roier no la miraba, estaba demasiado perdido con su vista fija en la puerta que Cellbit acababa de atravesar. Los ojos desorientados y la expresión destruida, la viva imagen de una persona con el corazón roto. 

—Todo hubiera sido más fácil si nunca hubieras llegado a este palacio en primer lugar, pero no te culpo — contó la alfa de cabellos azabaches, ganando la atención del más bajo y teniendo de frente su melancólica mirada —. Puedes evitar la humillación del juicio — dijo, sacando un frasco de uno de sus bolsillos y poniéndolo en una mesa cercana —. La decisión es suya, su alteza. 

Una última muestra de respeto. Una última reverencia. Un último favor. 

Todo eso había hecho Lorena antes de dejarlo totalmente solo. 

Roier tomó el frasco en sus manos, mirando el contenido con cuidado. Veneno, ¿eh? A eso se refería Lorena con evitar la humillación del juicio, porque una vez divorciado lo enviarían al palacio de primavera y no lo dejarían salir. Y por ley, mientras Roier siga con vida, Cellbit no puede volver a casarse. 

Quién sabe si algún día el mismo Cellbit se deshará de él para casarse con Lorena. 

Podía ahorrarse todo eso. 

Con un nudo en el estómago y una presión en el pecho, Roier tomó todo el contenido del frasco, sintiendo como el líquido quemaba y le sacaba aún más lágrimas. 

Él solo quería... 

 

—Otra oportunidad.. 

 

Fue lo último que Roier Brown, el príncipe consorte del reino de Oriente, murmuró antes de perder la vida. 

Roier abrió los ojos desorientado. 

Sentía el frío suelo en sus rodillas y veía las baldosas elegantes borrosas por las lágrimas. Sus manos también estaban en el piso, la cabeza agachada y un sentimiento de tristeza lo invadía. 

¿Dónde estaba? 

—¿Está seguro que dejar a ese chico vivo es una buena idea, su alteza? — se oyó una voz de fondo en el silencio aterrador, era gruesa, fuerte — Es sobrino del marqués Brown. 

Recordaba esa voz. Esa sensación de miedo que le llegaba a los huesos y le decía que algo no estaba bien, el impulso de bajar la cabeza por unas feromonas fuertes y agresivas que aún estaban en su memoria, como si fuera un recuerdo. 

El recuerdo del día que asesinaron a su tío. 

—No me importa lo suficiente como para acabar con su vida. 

Esa voz.. 

Roier levantó la cabeza de golpe encontrándose con la espalda del príncipe heredero del reino de Occidente. La capa que ondeaba con cada uno de sus pasos, la espada afilada llena de sangre que guardaba de forma meticulosa en su vaina , las botas manchadas del mismo líquido carmín y su aroma fuerte llenando todo el sitio. 

La mente de Roier daba vueltas, ¿había vuelto en el tiempo? ¿Cómo era eso posible? No podía ser un sueño, de eso estaba seguro, todo se sentía demasiado real. ¿Era aquella la otra oportunidad que pidió antes de morir? Se miró las manos, no había ninguna argolla de matrimonio ni nada que indicara que estaba casado. 

Porque ese era el día que conoció a Cellbit. 

Si se quedaba allí volvería a ser encontrado por él, Roier no quería eso, no quería volver a estar en el mismo palacio que Cellbit. No quería volver a verlo. 

Solo tenía una opción para evitarlo. 

—¡Su..! — llamó, la voz le salió ronca y desesperada, pero logró ganar la atención de los caballeros que acompañaban al príncipe. Un poco más, solo un poco más — ¡Su alteza! 

Los pasos del príncipe cesaron, sin embargo, no miró al castaño. 

—¡Lléveme con usted, p-por favor! — siguió Roier, alzando la voz lo más que podía, como si el eco del gran salón no fuera suficiente. 

Oyó una risa. Cínica, arrogante, digna de un príncipe heredero y de un alfa que algún día tendría todo bajo sus pies. Sonaba a poder, a gloria, a una reputación hecha a base de miedo y un trono forjado por los gritos de la muerte de sus enemigos. 

El príncipe, sin soltar la mano del mango de su espada que ahora estaba guardada, se volteó para verlo. 

Unos ojos morados se clavaron en él, eran oscuros, más que cualquier crepúsculo que Roier haya visto en su vida y brillaban con el mismo fulgor etéreo que la luna en su punto más alto. Eran audaces, fríos, imponentes… como si guardaran en su interior un misterio que ni el tiempo se atrevía a tocar. De un solo vistazo le hicieron olvidar cualquier ruego, le daban miedo. Un cabello lacio, azabache casi como la noche misma y una figura alta y segura de sí misma que dirigía sus pasos hacia él. 

Spreen DeLuque. El príncipe heredero del reino de occidente. Aquel cuya reputación era temida en otros reinos. 

Ese a quien Roier le había rogado que lo llevara con él. 

—Creo que oí mal — dijo el azabache, manteniendo sus pasos lentos hacia el de ojos marrones, la sonrisa altanera plasmada en sus labios —, ¿ "Lléveme con usted, por favor" ? ¿Por qué debería llevarte conmigo? 

—¡Yo s-soy un omega! — vociferó Roier, estaba seguro que el príncipe ya lo sabía por el aroma tan desesperado que desprendía, no obstante, era la única forma que tenía para que no lo dejara allí — Yo puedo.. — murmuró, bajando la voz un poco. Le daba vergüenza que todos los caballeros oyeran eso —. Puedo complacerlo.

 En su lucha por no repetir sus últimos años y terminar casado con Cellbit, Roier estaba dispuesto a ser parte de la diversión del príncipe Spreen si eso significaba estar lejos de Cellbit, no tenía más oportunidades y escapar no era una opción porque a fin de cuentas era un omega. Los trabajos hacia estos eran pocos, burdeles de mala muerte u otros en los que la paga era casi inexistente. 

No podía sobrevivir en ese mundo. 

Los abusos sexuales hacia los omegas había aumentado ese año, mucho antes de que los reyes tomaran las medidas adecuadas para descubrir a los que estaban detrás de esto, pues los habitantes del pueblo terminaban culpando a las feromonas y cómo estás tentaban a los alfas.

Spreen volvió a reír, no parecía creer lo que escuchaba, pero se agachó hasta que tuvo el rostro del chico frente a frente y posó dos dedos en su barbilla para levantarla y mantenerla erguida. 

—¿Cuál es tu nombre? 

El corazón de Roier dio un vuelco al ver que quizás tenía una oportunidad de sobrevivir. 

—Roier Brown. 

—¿Y como pensás que podés complacerme, pequeño omega? 

¿Qué le hacía pensar eso? Roier no tenía dudas porque esa era la única manera de vivir. No importaba si Spreen le hacía humillarse, no importaba si solo lo requería para satisfacerse, a Roier no le importaba nada. 

No le importaba dar su cuerpo a cambio de un futuro diferente. 

Recordaba el golpe de Cellbit, su mirada llena de ira y la sonrisa con maldad, sus palabras hirientes, los años de mentiras, el día que se enteró que tenía un amante y su voz revelando que no lo amaba. 

Roier comenzó a temblar y a respirar entrecortadamente, llorando con más fuerza y llevando su cabeza al suelo, sin importarle que el príncipe quería verlo a los ojos.

—¡Haré l-lo que s-sea! — rogó Roier, mordiendo su labio en el intento de no gritar, mostrándose humillado, sumiso, complaciente . No se dio cuenta cuando inclinó su cuello en señal de obediencia — Lo juro, su alteza, h-haré cualquier cosa. Por favor, se lo suplico, lléveme con usted. Se lo suplico, s-se lo suplico, se lo suplico-.. 

Una capa cayendo sobre sus hombros le quitó la capacidad de seguir hablando. Las feromonas impregnadas en esta llegaron a sus fosas nasales, tan fuertes como olió desde la distancia, pero no lo suficiente como para someterlo. Se aferró a la tela porque el aroma lo calmaba y casi en cuestión de minutos Roier dejó de temblar. 

Volvió a poner sus ojos en los del príncipe Spreen, quien ahora lo veía con una clara preocupación en su rostro, borrando el rastro de su arrogancia en el momento que se quitó la capa y cubrió el cuerpo de Roier con ella. 

Spreen no sabía por qué un omega que debería de odiarlo por asesinar a su tío le estaba rogando ir con él, pero al verlo temblar, inclinarse y llorar desconsoladamente, sus instintos le dijeron que tenía que ceder.

 El príncipe llevó una mano a la cara de Roier, limpiando una de las lágrimas que caía por su mejilla. 

 

—En ese caso, vendrás conmigo, Roier

Chapter 2: -1-

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Los caballeros no dejaron de mirarlo.

Sus ojos curiosos lo seguían desde los solitarios pasillos de la mansión hasta las afueras de estas. Roier incluso escuchaba los murmullos lejanos de varios hombres que todavía se mostraban anonadados por los acontecimientos. Él estaba igual de confundido que ellos, sentando en uno de los bajos muros de la entrada principal, con la capa del príncipe sobre sus hombros a la cual se aferraba más conforme pasaba el tiempo y con miles de pensamientos en su cabeza.

Había vuelto al pasado, eso era seguro. Los hechos estaban tan claros como el agua; las sensaciones reales, el miedo y la tristeza eran fuertes, como si su cuerpo reaccionara instintivamente a cosas que ya vivió. No entendía cómo era posible.

Spreen le echaba varias miradas de reojo, era más disimulado que sus caballeros, pero Roier podía sentir aquellos ojos púrpuras posarse en su persona de vez en cuando.

—Es una mala idea, su alteza — había dicho uno de sus hombres. Roier creía que era el capitán de la guardia real porque su actitud lo demostraba, la figura bien ejercitada, el cabello marrón oscuro, su voz llena de una autoridad que le ponía los pelos de punta a cualquiera y la confianza que tenía con el príncipe —. No me parece razonable.

El azabache solo le frunció el ceño y respondió algo que Roier no logró oír por la distancia. Una mala idea , por supuesto, eso debían pensar todos. Era el sobrino de un sujeto que transportaba mercancía ilegal al reino de Occidente para no pagar el costo que requería hacerlo legalmente, Roier no era consciente de todo lo que hacía su tío hasta ese día, cuando Spreen irrumpió en su mansión con un puñado de caballeros e inició una masacre.

Sin embargo, pese a que Roier era inocente ante los pecados de su tío, los demás no lo veían así. Ni siquiera entendían por qué su príncipe le perdonó la vida.

—No me interesa, Luzu — dijo Spreen, intentando no elevar su tono de voz para que el de cabellos castaños no lo oyera. El silencio abismal que había en el lugar lo dificultaba un poco —. Me rogó que lo llevara conmigo y si lo dejaba no tendría a donde ir.

—Esa es tarea del príncipe Cellbit, no suya.

La sola mención de su nombre hizo que a Roier se le helara la sangre. No sabe qué clase de recuerdos tenía sobre Cellbit; si eran buenos o malos y se llegó a preguntar si podía recordar cosas que, técnicamente, no habían pasado aún, no obstante, pasaron alguna vez. En aquello que Roier puede llamar como su primera vida, esa donde estuvo enamorado y donde terminó recibiendo una bofetada de la persona que más amó.

Ver como Spreen pensaba las palabras de su caballero solo empeoraba l a situación.

Sus feromonas debieron delatar sus pensamientos, porque las miradas (es decir, las miradas de Spreen y el caballero que al parecer se llamaba Luzu, los demás caballeros no le habían quitado la vista ni un segundo) se posaron sobre él. La de Spreen, en especial, con un toque de duda.

Como si pudiera leer los pensamientos de Roier.

—Vendrá conmigo, Luzu— terminó por decir Spreen, pasaba una de sus manos enguantadas por su lacio cabello en señal de frustración, casi parecía resignado —Y no acepto otro comentario más al respecto.

—Su alteza..-

—Es una orden.

La expresión facial del caballero indicaba que seguía sin estar de acuerdo, pero no estaba en posición de refutar las órdenes del príncipe, por lo que no le quedó otra alternativa más que asentir con una pequeña reverencia.

Roier se sintió aliviado. Sabía que el príncipe tenía muchas preguntas, su expresión hablaba por sí sola, pese a su intento por mantenerla neutral. Por qué no quería ir con el príncipe Cellbit?, por qué estaba tan desesperado?, por qué, por qué, por qué.

No podía responderlas todas. ¿Qué cara pondría Spreen al oír que Roier había vuelto al pasado? Quizás le diría que estaba loco y lo dejaría a la deriva.

O lo asesinaría al creer que era una muy mala broma.

—Su alteza.. — llamó otro de sus caballeros. Nervioso ante cualquier respuesta que pudiera darle el azabache dado los últimos acontecimientos —. Lamento molestarlo, pero.. Tenemos visitas, en camino.

En un inicio, Roier no entendió a qué se refería, pero la mueca de Spreen y un olor que para su desgracia recordaba muy bien, le hicieron entender toda la situación.

Varios caballos sonaban cada vez más cerca, se sintió como un verdadero estúpido al no recordar que faltaba algo de esa noche, un acontecimiento que creyó evitar. Roier solo pudo observar en silencio como Spreen daba indicaciones a sus caballeros, tal vez haciendo todo lo posible por retirarse del lugar antes de que la compañía no deseada llegase.

Pero no había forma. Roier lo sabía y estaba muy seguro que el azabache también. Sin embargo eso no lo detuvo, siempre escuchó que el príncipe heredero del Occidente era terco, tan terco como para seguir adelante con su idea pese a que una cantidad de personas ya estaban en la zona.

Era un ejército. No lo recordaba así en su primera vida. Los caballos blancos y una gran parte de la caballería del Oriente fue todo lo que vio para que su cabeza comenzara a dar vueltas.

Porque allí, bajando despreocupado de su caballo, estaba el príncipe Cellbit Silverhart.

Roier creyó que podía morirse en ese mismo instante. Otra vez, se dijo para sí mismo, puesto que en realidad ya murió.

Lo único que pudo sacarlo de su trance fue una mano que se clavó en su brazo.

—Nos vamos — le dijo la voz grave y autoritaria de Spreen. Su ceño fruncido, con la mirada clavada en el príncipe Cellbit mientras mantenía los pasos firmes hacia él.

Tardó unos segundos en darse cuenta que estaban caminando directo a la persona que más quería evitar. Roier intentó hablar, pero las palabras estaban atoradas en su garganta y solo pudo mirar a Cellbit como si fuera un fantasma.

—DeLuque — saludó el de mayor edad, la falsa cordialidad era notoria en su tono de voz. Roier no recordaba si los dos príncipes se encontraron alguna vez, sus memorias estaban borrosas, como si alguien le fuera pasado un borrador a partes importantes de su vida. Por la informalidad con la que le trató, supuso que se conocían —¿causando problemas en otro reino?

—Tengo permiso de su majestad el rey para estar acá — suponía que se conocía, no obstante, el ceño fruncido de Spreen indicaba que no se llevaban bien y la informalidad en sus palabras era más por molestar —. Por si no lo sabía, Silverhart, el marqués transportaba mercancía a mi reino de forma ilegal.

—Déjame adivinar, lo solucionaste todo con tu espada en lugar de meterlo a la cárcel.

—Como solucione las cosas no es asunto tuyo. Te repito: Tengo el permiso de su majestad el rey. Si tenés alguna inquietud o desacuerdo, podés conversar con tu viejo, con permiso.

Jesús, Roier sentía que se ahogaba con las feromonas tan demandantes que soltaban los dos alfas.

Cellbit era consciente de que su padre le había dado el permiso a Spreen para asesinar a su tío, Roier sabe eso perfectamente, la única razón por la cual el príncipe heredero del Oriente estaba allí era para evaluar el daño causado. Molestar al azabache debía divertirlo, sin embargo, no decía mentira alguna.

Desde que pasó a estar bajo el cuidado de su tío y a formar parte de la sociedad aristócrata, los rumores sobre el príncipe Spreen DeLuque no dejaron de llegar. Su mal genio, su expresión intimidante, las feromonas fuertes y cuando llegó a cierta edad, se volvió temido por su carácter y su manera de solucionar las cosas.

No toleraba las faltas de respeto. Se decía que, algún día, se sentaría en un trono forjado por los gritos y el miedo de sus enemigos. Pero en Occidente no se decían esas cosas de su príncipe. Como si fuera otra persona y no el joven de los rumores.

—Puede que tengas permiso de mi padre para hacer una masacre — dijo Cellbit, impidiendo que Spreen diera un paso más. Roier sintió su corazón en la garganta cuando posó sus ojos en él, mirándolo de arriba hacia abajo; en esa época se conocían por su entorno social y las pocas palabras que intercambiaron fueron por educación —, pero no puedes llevarte obligado a un omega.

¿Así se veía la situación? ¿Tan asustado estaba como para dar la imagen equivocada? Roier no le temía al príncipe Spreen (quizás un poco), le temía a Cellbit.

—No lo estoy obligando.

—Lo creeré cuando me lo diga él.

Los dos pares de ojos se posaron en él, como si no fuera suficiente tener la mirada de los caballeros encima. Estaba agobiado, el aroma de los alfas era demasiado fuerte y le daba dolor de cabeza. Quería llorar. Llorar todo lo que se aguantó en los cuatro años que vivió casado con Cellbit y llorar la desesperación que sentía ahora.

Spreen debió darse cuenta de algo. Las feromonas de Roier lo delataron y mientras Cellbit no bajó la guardia, el azabache relajó sus instintos, cambiando su aroma por uno más agradable para el omega.

Era el mismo olor que tenía su capa, esa a la que Roier seguía aferrado. Unas feromonas fuertes, pero cálidas, que inspiraban protección y confianza.

—Puedes decirme si te está obligando — continuó el príncipe de Oriente, ignoró el ceño fruncido de Spreen y la mala mirada que le daba. Le hablaba a Roier —. Puedo llevarte al palacio, serás bienvenido y tratado..-

—No me está obligando a nada.

No sabe cómo las palabras salieron, pero pudo mantener sus ojos marrones en aquella expresión que no creía lo que acababa de oír. Cellbit Silverhart era así, actuaba despreocupado, como si no le importara nada cuando en realidad su rostro era fácil de leer.

Al menos para Roier, quien pasó cuatro años casado con él.

—Voy con el príncipe DeLuque por voluntad propia, su alteza — habló casi en un murmullo, tan bajo que se preguntó si Cellbit lo había oído. La mueca consternada indicaba que escuchó a la perfección.

—Ya que sus dudas se resolvieron, Silverhart, con permiso— la burla en la voz de Spreen fue notoria, tan notorio como el pequeño golpe de hombro que le dio el azabache cuando le pasó de largo.

A Cellbit no le quedó más opción que retirarse junto a su tropa. El aroma amargo que desprendía le decía a Roier que no estaba de acuerdo con los acontecimientos, pero no le quedaba de otra. Roier no era un niño y pese a que solo tenía dieciocho años (otra vez) ya era mayor de edad. No podían obligarlo a quedarse en el Oriente.

El agarre en su brazo se relajó. Un breve vistazo de esos ojos púrpuras y un resoplido que Roier no pudo interpretar.

—¿Sabés montar a caballo? — interrogó el azabache, su ceja alzada y los brazos cruzados a la altura de su pecho. Sus demás caballeros esperaban que su príncipe diera la orden de retirada.

Roier no sabía montar a caballo, no por decisión propia porque siempre quiso aprender, después de todo una actividad común en la nobleza era la equitación y la mejor forma de salir a la hora de una emergencia era cabalgando.

Pero cuando se lo comentó a Cellbit este se negó. Le dijo que esos no eran pasatiempos para omegas y que él, siendo príncipe consorte, debía dar el ejemplo. Que habían carruajes a su disposición y si quería salir al pueblo o a cualquier otro lugar, iría con un conductor y caballeros designado.

Le extrañó la pregunta de Spreen. ¿Para él estaba bien que un omega supiera montar a caballo? Como príncipe y alfa, debía pensar que eso los hacía menos delicados.

—No, su alteza — contestó el castaño, tuvo el impulso de bajar la cabeza, su educación en el palacio indicaba que debía mostrarse dócil ante un alfa.

Si Spreen tenía alguna queja, no la dijo en voz alta, se limitó a asentir. Le hizo una seña a uno de sus caballeros, quien al momento le acercó un gran caballo con un pelaje tan oscuro como el cabello del príncipe.

Spreen le extendió su mano, su guante de color oscuro lograba ocultar las manchas de sangre. Las manos de Roier no dejaron de temblar desde que volvió al pasado, los nervios de estar otra vez en el palacio con Cellbit se manifestaban de diversas maneras, desde sus feromonas hasta el molesto temblor de sus manos.

Al tomar la mano del más alto, este lo ayudó a subir al caballo y Roier pensó que lo dejaría solo, a la deriva. Quedó sin aliento cuando Spreen subió al caballo junto a él.

Su espalda pegada al pecho del príncipe y Jesús, su trasero justo en la entrepierna de..

Se sonrojó. Le ardían las orejas, jamás estuvo en una situación parecida, ni siquiera con Cellbit. Era tan íntimo, demasiado íntimo.

Roier nunca había ido al Occidente, esperaba que no fuera un viaje largo o la vergüenza lo mataría.


Fue un viaje largo.

Horas de camino donde no hicieron ni una sola parada. No pudo pegar ojo en toda la madrugada y para cuando llegaron al reino ya era de día.

No se fijó mucho en el pueblo, tampoco en los alrededores, Roier pasó todo el camino sacando de su mente como el cuerpo de Spreen y el suyo se movían con cada galope. Maldecía para sus adentros desde que salió el sol, porque todos verían lo roja que estaba su cara.

Al palacio le prestó la atención necesaria cuando llegaron. Spreen bajó primero del caballo y luego lo ayudó a bajarse, casi cae de lleno al suelo de no ser por la habilidad del azabache y eso solo aumentó su sonrojo.

—Su alteza — saludó un joven de voz dulce y aura angelical, Tenía el cabello azabache y una sonrisa honesta, por su aroma, Roier sacaba que era un omega —, bienvenido.

—Quackity — devolvió el príncipe, un leve gesto de cabeza como saludo —. Él es Roier, llévalo a una habitación en el ala este y ofrecele todo lo que quiera y necesite.

El omega mayor mostró una clara sorpresa en sus facciones, echándole una ojeada al más bajo. A diferencia de los demás (porque Roier ya perdió la cuenta de la cantidad de personas que lo miraron en las últimas horas), su mirada no fue maleducada, se acercaba más a la curiosidad.

—Como usted ordene, alteza.

Antes de seguirle el paso a quien lo llevaría a su habitación, Roier se paró frente al príncipe, la diferencia de altura era notoria entre ambos. Hizo una reverencia pulcra, tan limpia como siempre se le enseñó; la capa que no era suya y le quedaba grande casi se le resbala.

—Estoy a sus órdenes, alteza — dijo Roier, se mordió el interior de la mejilla porque esos actos donde se veían tan rendido en público le seguían causando un sentimiento extraño. Era un omega, se recordó, si no se mostraba de esa forma quizás el príncipe se arrepintiera de su decisión.

Una mano revolvió su alborotado cabello. Roier levantó su cara de golpe al darse cuenta que Spreen DeLuque, el príncipe al que todos le tenían miedo, le había revuelto su cabello en una acción cariñosa .

El estúpido sonrojo se adueñó de su cara otra vez.

—En estos momentos, mi orden es que vayas y descanses como se debe.

Quedó tan desconcertado que Quackity (como había escuchado que se llamaba el omega) tuvo que decirle amablemente que lo acompañara.

Spreen observó como el castaño se adentraba al palacio. Todavía pensaba en la manera que resultaron las cosas y en que un omega, sobrino de un hombre que él asesinó por ser un criminal, le rogara ir con él. Tuvo que negarse, era lo más sensato, Luzu lo había dicho: Esa era tarea Cellbit, no suya. Pero ese chico, Roier, desprendía unas feromonas desesperadas que su alfa interno se puso en alerta.

Su cara cuando Cellbit apareció, la forma en que le rogó. Todo lo que giraba en torno a Roier Brown tenía un aire tan misterioso que Spreen quería saberlo todo.

—¿Qué cree que hará su majestad el rey cuando se entere que trajo un omega al palacio, su alteza? — le preguntó Luzu. Su voz tenía una pizca de sarcasmo, como si ya supiera la respuesta pero quisiera oír al príncipe decirla.

El azabache bufó con fastidio para tratar de esconder la risa irónica que salía de su boca.

—Creo que su majestad hará una fiesta de mínimo tres días cuando se entere que traje un omega al palacio.


Debió suponer que el rumor se iba a esparcir rápido.

Spreen estaba a mitad de un baño cuando le informaron que el rey lo esperaba en la sala de tronos. Mentiría si dijera que no lo puso de mal humor, acababa de llegar de una misión, el regreso al reino les duró toda la noche y lo único que quería era dormir todo el día.

Pero no le quedaba de otra, por lo que ahora estaba allí: Caminando hacia el centro del salón. El rey ya lo estaba esperando, sentando en lo alto de su trono.

Puso una rodilla en el suelo, la mano a la altura del hombro; la reverencia más común que hacían los nobles ante la realeza.

—Su majestad — inició Spreen, sus ojos fijos en aquellos que eran del mismo color que los suyos.

El hombre mayor le sonrió con cariño.

—Sabes que no me gusta que me digas así, Spreen.

Su rey. La persona que lo había criado desde que era un niño. El que le enseñó todo lo que sabía hasta ahora.

Vegetta DeLuque.

Su abuelo.

Notes:

hola q hacen? jajaja tome mal momento para querer empezar,por que la u me consumió🤡, pero ahora espero seguir con mas regularidad, asi que nos vemos en el siguiente cap :D

Chapter 3: -2-

Chapter Text

Spreen DeLuque tenía siete años cuando sus padres fallecieron.

Suele mentir, decir que no recuerda el suceso porque solo era un niño y que el mismo impacto de la noticia hizo que todo fuera borroso e irreal, casi como un sueño.

Pero sus memorias no han sido tan bondadosas con él como para permitirle olvidar.

Los susurros en los pasillos eran tan bajos que casi parecían cantos de fantasmas, lágrimas bajo sollozos entrecortados y varias miradas de horror y pánico al pequeño príncipe que atravesaba el lugar. No puede alegar que era un niño genio, al principio ni siquiera supuso que algo podía estar mal y creía que su abuelo solo quería verlo para pasar el rato juntos.

—Abuelo — le dijo al hombre de mayor edad cuando lo tuvo de frente. Su padre le enseñó que, además de ser su abuelo, era su rey y la manera correcta de dirigirse a él era “su majestad”, sin embargo, a Vegetta no le gustaba que su nieto lo tratara con tanta formalidad.

—Mi querido Spreen — saludó el adulto, alborotando sus azabaches cabellos.

Se fijó que su abuelo tenía los ojos rojos, como se le ponían a él luego de llorar.

—Bryan no quiso acompañarme.. — musitó Spreen, las mejillas sonrosadas producto de la muestra de cariño se encontraban infladas y los labios en un puchero —Ni siquiera salió de su habitación.

—Tu hermano está pasando por algo muy.. Fuerte.

El pequeño niño ladeó la cabeza.

—¿Eso que le pasa a los niños cuando se hacen mayores?

—Algo diferente.

Le irritaba. Siempre fue muy pegado a su hermano mayor, y a su abuelo, y a sus padres.. A quien engañaba, era un niño mimado por todos en el palacio y que su querido hermano no le haya abierto la puerta de su alcoba le hacía pensar que ya no lo quería.

—Spreen — llamó su abuelo, distrayendolo del berrinche que armaba en su mente. Ahora estaban solos, los caballeros se retiraron y aquel hombre al que Spreen le guardaba tanto cariño, se agachó a su altura —, lo siento mucho.

—¿Por qué te disculpas..? ¿Abuelo..?

Un abrazo fuerte. No era raro, pensó al momento, porque Vegetta abrazaba normalmente a sus dos nietos, pero ese abrazo era diferente. Había culpa, tristeza y un sentimiento que no descifraba.

—Se trata de tus padres, mi niño.

—¿Vuelven hoy de su viaje? — sus ojos purpuras brillaron de emoción. Sus padres viajaron a un reino vecino por asuntos de adultos y él esperaba con ansias su regreso.

—Tus padres no van a volver de su viaje, hijo mío.

—No.. No entiendo, ¿nos abandonaron a Bryan y a mí?

Su abuelo, viéndolo a los ojos con los suyos propios cristalizados, dijo unas palabras que se tatuaron en sus recuerdos.

—Tus padres ahora están en el cielo.

Spreen no comprendía del todo a su abuelo, ni a los caballeros, ni a los empleados que abundaban el palacio. Tenía dudas, las típicas de un niño y la actitud extraña de los demás no ayudaba, pero no quiso preguntar, su abuelo comenzó a llorar y lo abrazó más fuerte. Sus dudas quedaron en su garganta.

Quizás sus padres solo se habían desviado de su camino, ellos nunca lo dejarían solo. Nunca dejarían a sus hijos.

El cielo se veía lejos. Spreen no sabía cómo llegaron allí en carruaje. Spreen no comprendía nada.

¿Por qué si sus padres fueron al cielo, los estaban enterrando bajo tierra?, ¿Cómo volverían entonces?, ¿Cómo saldrían de ahí?.

Conforme pasó el tiempo y tuvo la edad suficiente, Spreen entendió que sus padres no iban a volver de su viaje al cielo. Los caballeros mostraron una mueca complicada cuando su príncipe, de ahora nueve años, pedía explicaciones con ojos llorosos.

—Su alteza el príncipe heredero.. — dijo uno de los caballeros. Desde el incidente de sus padres, Bryan había renunciado al trono y él, por ley, ahora era el sucesor de su abuelo; no se acostumbraba a que lo llamaran de la misma forma que llamaban a su padre —. El caso de sus padres...

—¿Qué les pasó? — exigió DeLuque, con los puños apretados.

—Un accidente, su alteza. La rueda de su carruaje falló cerca de un precipicio y..

Su mente se puso en automático. Sus oídos escuchando, procesando lo que el hombre decía, pero sin mover ni un músculo. Fue inevitable, hicieron todo lo posible, no saben cómo no se dieron cuenta antes de que algo andaba mal.

Una verdadera desgracia, alteza.

Spreen no creía sus palabras y se obsesionó por descubrir algo, un lado oculto, un detalle que nadie pudo notar, no obstante, todo era tal cual como le habían dicho. Se volvió más distante, dejó de hablar con los trabajadores del palacio más que para lo necesario y se enfocó en entrenar.

Volverse más fuerte.

Así tal vez podría descubrir un hilo del cual tirar. No pudo haber sido un accidente. Era injusto.

Sus padres no merecían eso.

Jamás dejó de pensarlo, conforme fue creciendo su deseo de saber la verdad se hizo más grande e iba creciendo con él, pero al revisar los archivos y las declaraciones una y otra vez, seguía en lo mismo: Un accidente que no se pudo evitar.

Cuando se dio cuenta ya era muy tarde, Spreen ya era un adolescente y su obsesión con el tema había comenzado a afectar a sus seres queridos y él mismo se había hecho una reputación en otros reinos a causa de su mal carácter y su forma peculiar de solucionar ciertos problemas. Los nobles solo se le acercaban por asuntos diplomáticos y los pocos omegas que tenían el valor de hablarle buscaban un tema en específico. Un matrimonio. Uno que Spreen no quería; no está seguro de a cuántos omegas y mujeres betas espantó con un ceño fruncido.

Su abuelo incluso había perdido la esperanza de verlo con pareja.

Pero ahora, con dieciocho años y mirando al hombre que lo había criado desde hace ya once años sonreírle con cariño y los ojos chispeantes de felicidad, Spreen se cuestionó todas sus decisiones (mejor dicho, las decisiones que involucraban a cierto castaño) y los consejos de Luzu inundaban sus pensamientos.

 

“Es una mala idea, su alteza”.

 

Joder .

–Me dijeron algo muy interesante, Spreen — inició el hombre mayor, dando el permiso para que su nieto se levantara de su reverencia —. Cosa que al principio no creí, porque sé muy bien quién es mi nieto..

—Abuelo-..

—Pero el alboroto en el palacio se hizo tan grande que no me quedó más opción que creerlo.

—Si me dejás explicar-..

—Y casi me quedo sin aliento cuando vi a Quackity guiando al omega en los pasillos, con una capa que he de suponer es tuya, en vista de lo grande que le quedaba. Me hice demasiadas hipótesis, ¿será posible que mi querido Spreen en realidad escondía un amante en el Oriente? Y, ¿por qué lo traería ahora?, ¿Un embarazo accidental?

—¿Qué? — casi chilló el azabache, indignado. Spreen no se hacía el inocente, muchos menos el santo ni el virgen . Sí había compartido encuentros con algunos cuantos omegas, aventuras de una noche sin compromiso, pero no era tan idiota como para embarazar a uno — ¡Por supuesto que no!

La sonrisa divertida en el rostro de su abuelo aumentó su mal humor. Dios, de seguro tenía los cachetes rojos, jamás estuvo tan avergonzado en sus dieciocho años de vida.

Quizás era más fácil seguirle la historia al rey, decir que llevó a Roier al palacio porque ambos sentían una atracción mutua y el pequeño castaño era su amante, quitando el hecho del embarazo no planificado. Pero mentirle al mayor se le hacía imposible, solo bastaría una mirada con los ojos entrecerrados y confesaría todo.

—Su tío es el marqués Brown — era el marqués, se dijo a sí mismo, yo lo asesiné. Spreen no podía explicar mejor la situación tan complicada en la que se metió —Ese omega.. Roier, me rogó que lo trajera conmigo, no quería ir con el idiota de Cellbit.

—Querrás decir, el príncipe Cellbit.

Bufó, su rivalidad con Silverhart era absurda, pero existía desde que ambos se encontraron en un banquete. La personalidad tuvo que ver, pensaba Spreen, ya que mientras Cellbit era más despreocupado y portaba una sonrisa amigable (y falsa, si le preguntaban su opinión), el azabache era más reservado y su mueca hablaba por sí sola.

—El punto, abuelo — siguió el más joven, suspirando. Necesitaba dormir, se preguntó si Roier ya estaba cómodo en su habitación, si tenía todo lo que necesitaba.. —Es que Roier quiso venir por voluntad propia, no sé muy bien la razón como te dije antes...

—No quería ir con el príncipe Cellbit — completó Vegetta con un asentimiento de cabeza. Su nieto, por reflejo, imitó su acción —, ¿y qué tienes pensado hacer? ¿Vas a descubrir el misterio de por qué ese joven le huye al príncipe heredero del Oriente? ¿O lo mantendrás encerrado en su habitación?

—Roier es libre de ir a cualquier parte del palacio.

—Ah, Spreen, muchacho. Te aprecio, pero a veces quisiera darte una bofetada.-Frunció el ceño más rápido de lo esperado, ¿acaso dijo algo mal? En ningún momento le prohibió a Roier hacer algo, podía salir de su habitación si así lo quisiera y en dado caso de querer explorar el pueblo solo debía notificarlo. Si el mismo Spreen no estaba ocupado, se ofrecería a acompañarlo.

Roier era un enigma, un rompecabezas que le gustaría armar, un acertijo listo para ser resuelto. Era todo eso, pero no era un prisionero.

—Ese chico ha de estar muerto de miedo — explicó el mayor, levantándose de su trono para ir junto a su nieto — le rogó al príncipe que asesinó a su tío que lo llevara consigo, quien sabe cómo te convenció..

Spreen enrojeció al recordar las palabras de Roier.

“Puedo complacerlo.”

Por Dios, no había aceptado llevar a Roier con él por eso. Fueron sus feromonas desesperadas y lo asustado que se veía, como si no tuviera más opciones, por no mencionar su curioso cambio de actitud.

Cuando asesinó a su tío, el omega estaba paralizado de miedo, sus rodillas en el suelo y la cabeza baja solo eran reacciones al aroma fuerte que desprendía Spreen. Pasó de eso a oler diferente; una mezcla entre confusión y sorpresa ligada al terror. Incluso tuvo el valor de gritarle, un ruego, pero un grito a fin y al caso.

—.. Y está en un reino ajeno — al ver que se perdió en sus pensamientos, su abuelo continuó hablando. Ya estaba en frente de él y en esas situaciones, no podía evitar pensar como era un poco más alto que su abuelo —con desconocidos, sabiendo que varios caballeros piensan que es una mala idea que esté aquí. Antes de que lo digas, sé que nadie se atreverá a decirte algo sobre el omega, pero estás muy equivocado si crees que ese joven saldrá de su habitación sin que tú se lo digas. ¿Acaso has olvidado la educación que le dan a la persona omegas en otros reinos?

El Spreen más joven odiaría admitir algo así en ese momento, sin embargo, su sabio abuelo tenía toda la razón.

Lo había visto con sus propios ojos, más allá de los rumores y en algunos reinos, sin importar si eran hombres o mujeres, si su segundo género era omega ya era lo suficiente para que recibieran una educación distinta. Eso en caso de nacer en la aristocracia, para los ciudadanos del pueblo solía ser otro asunto.

"No responderle a un alfa a menos que este dé el permiso, no hacer actividades que le quitaran su imagen delicada, dar herederos fuertes." Spreen sabía que le faltaban reglas por enumerar, pero se le hacían tediosas y en contra de la humanidad de aquellas personas.

En el Occidente no se aplicaban esas normas. Los omegas podían hacer lo que quisieran, desde formar parte de los caballeros hasta casarse por gusto y no por obligación.

Cuando analizaba el comportamiento de Roier, sus súplicas, la manera tan natural en la que inclinó su cuello en señal de obediencia, le quedaba una sensación extraña en el estómago. ¿Qué le habían enseñado en el Oriente? ¿Qué educación recibió bajo el cuidado de su tío? Suponía que una donde le inculcan doblegarse ante un alfa, que su lugar en la nobleza eran los banquetes y las fiesta de té y no hacer cosas tan comunes como montar a caballo.

“Estoy a sus órdenes, alteza.”

—Ese chico ha llamado tu atención — dijo su abuelo, tomando nuevamente la palabra. Spreen no estaba muy seguro de si ya estaba imaginando cosas o si Vegetta era capaz de leer su mente —ya sea por atracción o por mera uriosidad. Hay algo en él que te interesa.

Sí, Spreen se hacía preguntas, tantas preguntas que no aseguraba que Roier pudiera responderlas todas.

La curiosidad le llegaba a los huesos.

—¿Y qué sugerís que haga, abuelo?

—Estoy seguro que encontrarás una solución, Spreen.

El rey abandonó la sala de tronos y Spreen quedó pasmado por unos segundos. Encontrar una solución, podía hacer eso, solo necesitaba evaluar bien la situación.

Una manera de resolver sus dudas, de quitarse la intriga, de dispersar la neblina de misterio que rodeaba a Roier. Lo meditó un buen tiempo y para cuando se dio cuenta, ya estaba en los pasillos del palacio con Luzu siguiéndole el paso. El caballero debería estar descansando, pero en su defensa, Spreen también y no le gustaba ser hipócrita al respecto.

Era su deber, después de todo, estar cerca de él por si algo sucedía.

Spreen le hubiera ordenado retirarse, sin embargo, necesitaba que Luzu le hiciera un favor.

—Luzu — llamó el príncipe, bajando el ritmo de sus pasos y suspirando porque lo que estaba a punto de decir, no era fácil —, en la noche, cuando Roier ya esté más descansado.. — dejó de hablar, buscando el modo de soltar las palabras adecuadas.

—¿Sí, su alteza?

Spreen suspiró. Iba a necesitar la ayuda de todos los dioses.

—Dile a Quackity que arregle a Roier para pasar la noche conmigo y lo envié a mi habitación.

Chapter 4: -3-

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Se enamoró muy rápido, ese había sido el problema.

Siempre fue algo tímido. Su tío le decía que en el entorno social de la nobleza lo mejor era convivir y entablar amistades con otros aristócratas por asuntos políticos, lograr que otros omegas le invitaran a sus fiestas de té y ganar el corazón de algún alfa heredero de un puesto importante.

No se le daba muy bien.

Era nuevo en ese entorno y Roier solo tenía quince años cuando pasó a estar bajo el cuidado de ese hombre. Sus padres eran viajeros y venían de un pequeño pueblo poco conocido, casi borrado de los mapas, creyeron que su hijo mayor merecía una mejor oportunidad y en una visita al Oriente, el medio hermano de su padre se ofreció a darle una mejor vida. Roier no sabía nada de la aristocracia, no entendía los modales y aún le era difícil recordar los nombres de las personas y sus títulos. Hizo todo lo posible, todo lo que estuviera a su alcance, sin embargo, las pocas personas que se le acercaban era para ganar favores con su tío y no porque el omega les interesara.

Tal vez por eso cuando Cellbit lo llevó al palacio y lo trató con honestidad, se terminó enamorando. Cuando disfrutaba de sonrisas sinceras en lugar de un falso interés y todas las veces que le daba flores con las mejillas sonrojadas y murmurando algo que el omega no entendía, pero se le hacía tierno y fantástico.

—Se ve que le gustas mucho— le había dicho la figura materna de el príncipe heredero. Era un omega y tanto Cellbit como su gemela Bagi, se parecían mucho al adulto, incluso más que al rey —. Deberían casarse pronto. Estoy seguro que mi hijo no tardará en pedir tu mano. A Roier le gustaba pasar tiempo con el omega mayor. Se le hacía agradable y todo el tiempo estaba al pendiente de su relación con su hijo, se mostraba feliz ante el futuro entre Cellbit y él.

—¿Usted..? ¿Usted de verdad cree eso? — Fue casi un murmullo lo que salió de los labios de Roier. Dejó salir una risa boba, desviando sus ojos hasta la pulsera de plata que Cellbit le había regalado.

—Por supuesto, eres perfecto para él. El indicado para ser su consorte.

Si Roier no hubiera sido tan inocente se hubiera dado cuenta del significado oculto tras esas palabras. En lugar de eso, amplió su sonrisa lo más que pudo y sus cachetes se pusieron tan rojos que le ardía la cara.

¿Así se sentía el amor? Como estar en un prado, acostado en el césped con grandes cantidades de flores a su alrededor y como si pudiera flotar entre ellas. Un aire fresco que hace que las mariposas en el lugar agiten sus alas y den una vista feliz y majestuosa y que todo se llene de una paz indescriptible, pese a que en realidad ya ha descrito todo .

Roier no era gran fanático de los poemas romántico y la mayoría que había leído en su vida era más por la educación noble que su tío insistía en enseñarle. Pero ahora quería saberlos todos y cada vez que leía o escuchaba alguno, le recordaba a Cellbit.

—Pero Cellbit no ha dado indicios de querer casarse conmigo — dijo Roier, jugando con sus manos. Aún se le hacía extraño llamar al príncipe heredero por su nombre y no con su título, sin embargo, era una muestra de cuanto cariño le tenía —, ni siquiera hemos hablado de matrimonio.

—Pedirá tu mano pronto, tengo el presentimiento.

Y así fue. Una semana después Cellbit estaba frente a él, arrodillado y con una caja aterciopelada en sus manos. El anillo, en realidad, era hermoso. El material debía ser oro, eso explicaba el color amarillo de la pieza y lo que más resaltaba era la delicada joya; una piedra verde (Roier no sabía mucho de piedras preciosas, ¿quizás era esmeralda?) que acaparaba la atención.

Cásate conmigo, Guapito.

Lo soltó tan natural y despreocupado que a Roier se le hizo cómico y precioso a la vez. No reparó en que Cellbit no dijo la típica pregunta de si se casaría con él, de hecho, su tono no tuvo ni una pizca de duda ni de algún cuestionamiento.

Cásate conmigo.

Como si Roier no tuviera ninguna otra opción. Y tal vez, muy en el fondo, sí la tenía, pero estaba tan enamorado que solo pudo lanzarse a abrazar tan fuerte al príncipe mientras pensaba en lo afortunado que era.

Esa misma noche Atsumu insistió en que la pasaran juntos.

—Estamos comprometidos— susurró el mayor, acorralando al más bajo contra la pared de su alcoba. Sus ojos no se despegaban de Roier y la diferencia de altura sumado a las feromonas que soltaba el alfa hacía el entorno agobiante -es lo normal.

Roier no sabía si era lo normal. Escuchó en algunas de las reuniones a las que asistía con su tío que, al parecer, no era extraño que varios alfas aristócratas tuvieran intimidad con omegas o betas antes de estar casados y cuando eran príncipes, bien sean extranjeros o no, la idea de que uno llegara puro al matrimonio era casi un chiste.

Pero Roier no se sentía preparado.

Le aterraba la idea de estar tan expuesto frente a otra persona. De que al finalizar el acto, ya su acompañante no vea nada de valor en él y el tema de el sexo no era algo que pensara a menudo. Sentía deseo, sí. Pero estaría mintiendo si decía que estaba listo para dar el siguiente paso.

—¿Acaso no confías en mí, Guapito?

—Yo.. — musitó el de ojos marrones, con el corazón en la garganta y sintiendo el estómago revuelto por los nervios. Estaba incómodo y su omega interno dolido ante la pregunta del alfa —. Claro que confío en ti, Cellbit, es so-solo que.. Yo no, verás yo-..

Te amo.

Le quitó el habla de inmediato. Sus palabras murieron y todo lo que pudo hacer fue mostrar una gran sorpresa en su rostro cuando Cellbit, su prometido, le soltó aquellas palabras. Cada latido en su pecho se intensificó y a Roier le preocupaba sufrir un infarto siendo tan joven.

Lo amaba. Cellbit Silverhart lo amaba.

¿Lo amaría igual a cómo lo amaba Roier? ¿El sentimiento era el mismo?

—Te amo — repitió Cellbit, aprovechando el despiste del omega para inclinarse y quedar a la altura de su rostro. Roier sintió sus respiraciones juntas, como si fueran uno solo —Mucho. Me haces feliz, Guapito. Eres tan radiante, tan hermoso — un beso en su cuello, justo en el lugar donde se hace la marca de unión. Donde algún día Cellbit lo marcaría — Quiero pasar toda mi vida contigo, que estemos juntos para siempre. Aunque a veces tengas esa expresión de desagrado y te alejes de las multitudes..

Roier quedó desconcertado al oír eso. Él no se alejaba de las multitudes y mucho menos tenía aquella expresión de desagrado y cuando quiso preguntar, un beso le quitó cualquier cosa que fuera a decir.

No había magia ni mucho menos aquellas cosas tan fantásticas e interesantes que se plasmaban en los cuentos de hadas. No hubo paciencia y todo pasó tan rápido para Roier que al final no sabe si de verdad estuvo incómodo o solo era lo típico de la primera vez.

Al poco tiempo de eso se casaron. Una ceremonia digna de la realeza y aunque Roier tenía una corona en su cabeza y portaba uno de los títulos más importantes en la nobleza, lo único que le interesaba era que se casaba con alguien que le juró amor eterno, que lo respetaría y cuidaría y le haría feliz el resto de su vida.

Debió suponer que lo apresurado de su cortejo, de la propuesta, de la intimidad y de la boda era por algo. Pero Roier en serio creía que Cellbit, como él, estaba enamorado.

Que era genuino.

Un año después se enteró que Cellbit Silverhart tenía un amante.

—¿Qué..? — Estaba inmóvil. Su mente insistía en reaccionar, salir corriendo, gritar; cualquier cosa que lo despertara porque eso debía ser un sueño —¿Cellbit?

O una pesadilla.

Esa noche Cellbit no lo llamó para pasar la noche juntos y Roier quiso darle una sorpresa. Tenían habitaciones separadas, por lo que en su mente era una buena idea.

Hasta que al abrir la puerta de la habitación (algunos caballeros insistieron en que lo mejor era que se retirara, el príncipe heredero se encontraba ocupado, dijeron), su garganta se secó y su cara mostró sorpresa. Parados en medio de la habitación. Cellbit Silverhart, el príncipe heredero del reino de Oriente, besándose, comiéndole la boca a Lorena Valemont. Quien era una alfa, igual que él y ante los ojos de todos, su mano derecha. Roier no tardó mucho en echarse a llorar. Y Cellbit no tardó mucho en darle una explicación. Tuvo que haber solicitado un divorcio después de eso. ¿Cómo era posible que el mismo joven que le juró que lo amaba estuviera haciendo eso?

—Es solo algo físico — explicó Silverhart, con ambas manos sobre los hombros del castaño, intentando tranquilizarlo —. No la amo, ¿entiendes, Guapito? Te amo a ti. Estoy casado contigo.

—P-pero-..

—Vuelve a tu habitación, hablaremos de esto mañana.

Sabe que no debió ceder. Nunca debió aceptar que Silverhart lo sacara de su alcoba, pero, Dios . Lo amaba tanto que se lo creyó. Era algo físico, no existían sentimientos entre ambos y en varios reinos lo común era que los príncipes e incluso reyes poseyeran amantes. Le dolía. Pero Cellbit estaba enamorado de él, por algo se casaron. Por eso eran esposos.

Esa noche, mientras Cellbit le cerraba la puerta en la cara, por un pequeño vistazo Roier detalló el abrigo casi desabotonado que usaba Lorena.

Era de color verde.

Un verde idéntico a la joya de su anillo de compromiso.


Cuando despertó se dio cuenta que era algo tarde.

El ruido de la puerta de su habitación siendo abierta interrumpió su sueño. Roier, en ese estado vacilante entre dormido y despierto, no pudo evitar querer reír antes eso. Sueño. Bufó para sus adentros, era más una pesadilla revivir, incluso en su subconsciente, los recuerdos (que en teoría no habían pasado aún y jamás pasarían) de su terrible historia de amor con Cellbit.

—Lamento la intromisión — una voz de fondo hizo que Roier se sobresaltara, olvidó por unos cortos segundos que esa era la razón por la cual se despertó. Enderezó su figura, sentándose en la cama y observando a Quackity con una diminuta sonrisa —, no quise despertarte.

Quackity, quien en realidad se llamaba Alexis pero por elección del propio omega todos le llamaban con ese apodo, era el que se encargaba de la parte doméstica del palacio. La organización de los eventos y visitas al reino y los asuntos del príncipe DeLuque dentro del castillo. Parecía un príncipe consorte, pensaba Roier al ver como todos allí le querían y trataban con respeto mientras este lo guiaba a su alcoba, sin embargo, el único afecto que al parecer existía entre el azabache de ojos púrpuras y él era de amistad.

Se ofreció a ayudarlo cuando Roier iba a darse un baño y olvidó lo usual que era aquello. Después de todo, Spreen ordenó que se le diera cualquier cosa que necesitara y al ser su invitado, un omega, Quackity quizás interpretó lo obvio.

Que su función ahí sería complacer a Spreen.

Como anterior miembro de la aristocracia y príncipe consorte, él debería estar acostumbrado a tener omegas o betas que le ayudaran en cosas cotidianas como prepararle un baño y elegir su vestimenta, pero desde que Cellbit declaró a Lorena oficialmente como su amante y la mayoría del Oriente comenzó hablar de Roier, este dejó de confiar lo suficiente en alguien como para cumplir ese papel.

—No hay problema, Quackity — respondió el de menor edad. Agradecía que el mayor interrumpiera aquella pesadilla y, además, ya estaba atardeciendo. Dormir más afectaría su ciclo de sueño —. ¿Pasa algo?

La sonrisa en los labios de Quackity vaciló.

—He venido a preparar todo..

—¿A preparar todo?

—Su alteza el príncipe heredero quiere que pasen la noche juntos.

Quiso desilusionarse, intentó hacerlo. No obstante, haber estado cuatro años casado con alguien que, visto su última conversación (una de sus últimas conversaciones, se recordó, se vieron hace varias horas y le dijo en su cara que iba con DeLuque por voluntad propia), solo lo veía como una persona que sabía abrir las piernas, ayudó un poco a que esa desilusión nunca llegara.

El príncipe Spreen era un alfa y Roier un simple omega que se ofreció a complacerlo a cambio de que lo llevara con él. La acción cariñosa al revolver sus cabellos y darle su capa no significaba nada.

—¿Quieres ayuda con-..?

—Lo haré solo — interrumpió Roier, tomando las fuerzas suficientes para levantarse de su cama. El omega mayor no se veía muy de acuerdo, sin embargo, asintió ante lo dicho por el de ojos marrones —. ¿Hay algo..? — rechazó la ayuda del azabache, pero necesitaba cierta información —Digo, eh, ¿qué vestimenta le puede gustar a su alteza?

—Con total sinceridad, no lo sé.

Ante su rostro, ese que de seguro estaba pintando en confusión, Quackity continuó.

—Eres el primer omega que su alteza trae al palacio.


Por lo general se encontraba acostumbrado a caminar por los pasillos en altas horas de la noche.

Roier se tomó su tiempo. Puede ser más del que debería, pero en su defensa no poseía nada de información y tuvo que arreglárselas. Se dio un segundo baño con esencias florales, esas que por lo general Cellbit odiaba y cada vez que las usaba para una noche juntos, este lo sacaba de su alcoba y lo dejaba en vergüenza frente a los trabajadores del palacio. Pero le gustaba mucho ese aroma, era una buena combinación con sus feromonas y ahora que Cellbit no formaba parte de su vida podía usarla cuantas veces quisiera.

A menos, claro, que a Spreen también le desagrade el aroma.

No pensó en eso cuando se bañó, tampoco al vestirse y pese a que se moría de los nervios, se logró arreglar lo mejor que pudo. Al menos lo que estaba considerado como lo mejor para pasar la noche con un alfa.

El mismo caballero al que le parecía una mala idea que estuviera allí, era quien, irónicamente, lo conducía a los aposentos del azabache. Se mostraba tranquilo, mucho más que en un inicio y cuando tocó la elegante puerta y tuvo el permiso esperado, le dijo a Roier con un tono de voz amable que podía ingresar a la habitación.

Todo en ella era oscuro y casi melancólico. Cortinas negras, estantes con libros, sillones costosos, decoraciones cuya función aparentaba ser llenar los espacios vacíos y en el centro, la gran cama, esa donde dicho príncipe se encontraba sentado y esperándolo.

—Su alteza — saludó, dando una reverencia y quedándose lo más cerca de la puerta que podía. Era por instinto. Estaba asustado. 

Spreen lo miró. Sus profundos ojos púrpuras se clavaron en mantener contacto visual con él. No en su cuerpo, ni en si las prendas de Roier eran de su agrado o no, solo lo veía a los ojos.

—Acércate — le ordenó DeLuque. Un gesto de su mano y su voz grave fue todo lo que necesitó para que sus piernas reaccionaran y se movieran hasta él.

Mantuvo su vista baja al llegar frente al azabache. ¿Ahora qué? ¿Qué haría el príncipe? Roier no era virgen. Bueno, por esas fechas sí era virgen, pero aún tenía la experiencia de sus años casados y entendía muy bien de qué trataba el sexo.

Precisamente por eso se cuestionaba por el siguiente paso. En su vida imaginó acostarse con alguien sin amor de por medio.

¿Qué tal si no le gustaba a Spreen y este lo devolvía al Oriente? Roier contaba con experiencia, pero no era el mejor en el ámbito y...

—Mírame, Roier.

A Roier en ningún momento le interesó demasiado la poesía, pocas veces,al estar enamorado, asociaba los versos llenos de amor con Cellbit Ahora, con sus ojos marrones fijos en los de Spreen, comenzaba a replantear su poco interés por los poemas. Ese púrpura, profundo cual universo sin cartografiar e intenso como un cielo al borde del anochecer, era digno de uno, dos, o millones de poemas. Si él mismo fuera un escritor, ya un libro entero se dedicaría a esas gemas y lo enigmáticas que eran. Roier, al verlas, se hundía en una tormenta de violetas y sombras suaves, una marea nueva, inquieta, que lo llamaba a naufragar; a lanzarse desde un barco, abandonando todo, para encontrarse con algo desconocido, tal vez peligroso, como una isla sin mapa ni señales. Y él se quedaría ahí, flotando, para que la corriente no lo arrastrara ni lo dejara a la deriva. Muy en el fondo, cree, o al menos quiere creer, que ese púrpura no lo soltaría. Brumosa o no, la marea en los ojos de Spreen le decía todo y a la vez nada.

Spreen era una incógnita. Un punto en el cielo del vasto universo del cual nadie sabía nada y era capaz de lograr que Roier pensara en temas como poemas y escritos y versos que no llegarían a mucho ni quedarían plasmados en hojas ni libros. Pero la poesía, puede ser, que vaya más allá. Más allá de ese púrpura, más allá de esa mirada curiosa y de una mano acariciando su mejilla como la brisa de una tarde de verano. Igual de suave y con las callosidades de la tierra por el uso de la espada.

—Me intrigas — dijo Spreen, finalmente, luego de un silencio. La mano aún en la mejilla de Roier, el susurro igual al que hacían las conchas marinas —Hay tantas cosas que no entiendo, como si te rodeara un aura de misterio y fuera indescifrable.. Me intrigas, joder; me intrigas tanto.

Más allá de todo eso, de los poemas y las metáforas y el miedo que aún seguía allí enfriando sus huesos, estaba un príncipe de ceño fruncido. Confundido.

Y Roier estaba un poco jodido, a punto de tener que dar una explicación que ni él mismo entiende con exactitud.

Spreen no tardó mucho en preguntar.

—¿Quién eres realmente, Roier?

Notes:

ola, q hacen? -vuelve a desaparecer por un mes-