Chapter Text
Sai
Una vez cada tanto, las familias Haruno y Yamanaka solían reunirse para hacer una barbacoa en el jardín de la casa que compartían Ino y Sai.
—Los niños están juntando leña para la fogata con Ino —dijo Sai, estrechando el agarre sobre las manos húmedas de Sakura, apoyadas en la encimera de la cocina mientras ella limpiaba y pelaba las patatas.
Sai la miraba fijamente a los ojos mientras se acercaba. Ella temblaba expectante y el aire se volvió denso. Era la primera vez que la cercanía de Sai no se sentía segura. Su respiración se hizo pesada cuando el espacio entre ellos desapareció. Su corazón se aceleraba mientras Sai le besaba y le tocaba fuera de la seguridad e intimidad que le ofrecía su propio hogar.
—No —sentenció Sakura, mientras pensaba que el calor de aquellas manos contrastaba con la frialdad de la situación. Encontrarse en un lugar tan expuesto la hacía sentir ansiosa y culpable. Imaginó a Sarada e Inojin bajo la supervisión de Ino a unos metros de allí, y se le revolvió el estómago—Aquí no —susurró con un hilo de voz, mientras la calidez de aquel acercamiento se desvanecía. Sakura no era ingenua. Sabía que cruzar esa línea podría tener consecuencias irreparables.
Él se alejó sin insistir, a sabiendas de que más pronto que tarde volverían a encontrarse. Que aquellos toqueteos de labios y manos se repetirían inevitablemente. Pero no ahora, no aquí.
Sai repasó en su mente la escena recién vivida mientras regresaba al jardín con algunas botellas de agua para los niños que ya tenían doce años. Cada paso lo alejaba físicamente de la tensión que flotaba en la cocina. Sin poder parar de pensar en ello, solo llegaba a una conclusión: ser parte de la vida de Sakura Haruno no era un error, más bien era la única decisión lógica teniendo en cuenta su papel de Mediador.
Al contrario de lo que muchos pudieran pensar, este acto traía beneficios no solo a los implicados directos, sino también a aquellos indirectamente afectados.
Sai nunca entendió el amor. Lo estudió, lo analizó, lo diseccionó en palabras y teorías. Pero sentirlo… ¿sentirlo...?... Esa era la parte que no lograba comprender, por mucho que lo intentara.
Sin embargo, él sí entendía la soledad. La suya propia, y la de los otros. La había visto reflejada en los ojos de demasiados shinobis que fingían sonrisas. Especialmente en Sakura, atrapada en un matrimonio frío, con un hombre incapaz de verla, incapaz de amarla. Y en esa soledad compartida, Sai encontraba una conexión. Aunque él nunca entendería el amor, comprendía perfectamente el vacío que dejaba la falta de él.
A pesar de no comprender del todo las relaciones humanas, Sai era el único que se había interesado en estudiarlas desde un punto de vista científico. Su vasto conocimiento y su cultura reflejaban ese esfuerzo. Por eso, hoy se llamaba a sí mismo “Mediador”. Un observador de las emociones ajenas, un canal entre lo que los demás sentían y lo que no podían expresar.
A Sai le gustaba pensar que su rol en Konoha era ayudar a mejorar la vida de los demás por medio de preguntas y confrontación. Creía que esto le volvía más humano, que su cuerpo era recipiente para el sentir ajeno a través del cual las emociones encontraban su camino. Que por medio de él vivían otros, tal como se lo había pedido su hermano Shin.
Para Sai, Konoha era un lugar tranquilo solo a simple vista. Detrás de la fachada se ocultaba el trauma cotidiano y las secuelas de la guerra, las heridas físicas, las muertes innecesarias, los entrenamientos inhumanos, y las generaciones de niños obligados a luchar. Era un caos silencioso que arrastraba hacia la falta de honestidad, y por eso, entre todos los ninjas que conocía, ninguno parecía capaz de ser sincero y decir abiertamente lo que realmente deseaba.
Recordando el pasado hacia aquellos días en los que se incorporó al equipo siete, Sai comprendía su desarrollo como mediador, y la importancia de su existencia. A través de su capacidad para ser espejo emocional, los demás proyectaban en él lo que no podían decirse a sí mismos.
Quizás uno de los momentos más significativos en su desarrollo personal, fue la complicada relación que presenció entre Naruto y Sakura. El rubio pasó años enamorado de ella, pero su incapacidad para expresar lo que sentía sin rodeos solo resquebrajaba su corazón. Cada intento, cada lagrima, lo destrozaba un poco más.
Sai entendió que Naruto cargaba con un doble tormento: el peso de un amor no correspondido y la angustia de una promesa incumplida. Sai estaba seguro de los sentimientos de Naruto hacia Sakura e incluso entendía la atracción que sentía él por ella y su naturaleza contradictoria entre la esperanza y el sufrimiento. Sai admiró al Jinchuriki por su capacidad de sentir. Era difícil no admirar a un hombre que, a pesar de su fortaleza exterior, era capaz de cargar con el dolor más profundo y de aguantar el rechazo constante.
Pero… ¿cómo era posible que precisamente él, Sai, terminara ayudando a Naruto a reflexionar sobre su amor?, ¿Por qué Naruto no luchó por Sakura? Sai no podía evitar fantasear con la idea de haberlo escuchado gritar “¡Te amo Sakura-chan!”
Sin embargo, la realidad fue otra. Ella mintió y él se rompió. El profundo sentimiento de Naruto hacia Sakura comenzó a enfriarse, poco a poco, hasta el punto de llegar a casarse con otra mujer. Pero Sai lo sabía, después de todos esos años, y de tener dos hijos, Naruto seguía amando a Sakura. Aunque era un amor distinto, matizado por la rabia, oculto bajo capas de frustración y resignación.
Sai, a diferencia de Naruto, no se dejaba consumir por emociones irracionales. Su amor no era un impulso, sino un acto de reflexión y análisis. Esto le permitía tener una vida ordenada, sin contratiempos. Por ello, en comparación con los ninjas de su generación, él podría decir que tenía una vida perfecta, la mujer perfecta, el hijo perfecto, la casa perfecta y la capacidad de resolver sus problemas de la manera perfecta.
Por eso su relación con Ino era la adecuada. Ella no despertaba en él tormentas de emociones contradictorias, sino que representaba su equilibrio. La relación entre ellos era como un manual bien aprendido: cómo hacerla feliz, qué decir en este momento, qué decir en este otro momento, cómo disculparse, cómo ser un buen amante. Cada paso era calculado, basado en lo que él sabía que funcionaba. Sai se esmeraba para darle felicidad a Ino y garantizar la estabilidad de su familia.
No tenía dudas frente a lo que se esperaba de él. Después de todo, él no era más que un recipiente para las expectativas de los demás. Su vida actual se resumía a ocupar el puesto que Sasuke Uchiha había dejado vacante, hasta el punto de que incluso su esposa se había interesado por él debido al parecido físico que ambos compartían.
De todas formas, Sai sí intentó ser alguien más. Intentó crear vínculos sociales como todos los demás, aunque sentía que ellos no estaban dispuestos a hacerlo con él. Pero en el fondo le daba igual. Y le daba igual porque, al final no sentía nada. Esa comparación no le afectaba, y la perfección alcanzada no le evocaba nada.
Sai sabía que, además de él mismo, solo otra persona en la aldea comprendía la verdad de su situación. Alguien más que, como él, vivía atrapada en una mentira. Sakura Haruno compartía con él ese vacío interno. Ambos sabían que, aunque su situación no era idéntica, ambos cargaban con el peso de las emociones no expresadas, del dolor guardado, y de la ausencia de algo que nunca habían logrado encontrar.
En una aldea rota como era Konoha, Sakura no era la única en ese tipo de situación, pero para Sai, su caso presentaba matices que le intrigaban profundamente. Entre ambos existía una admiración por las capacidades del otro y respeto mutuo. Ella apreciaba su arte, y fue la primera persona en interesarse por encontrar las razones de su compleja personalidad, buscando entender las capas que lo componían.
Tras la Cuarta Guerra Ninja, todo ocurrió demasiado rápido. Las aldeas se reconstruyeron y los aliados buscaron reestablecer el orden. El trabajo físico junto con los nuevos objetivos sociales se convirtió en la excusa perfecta para no detenerse a pensar. Ese no fue un período de especial crecimiento personal, sino de evasión colectiva.
A esto le siguió el viaje de redención de Sasuke, que con su ir y venir culminó con el regreso a Konoha de una Sakura de aproximadamente veinte años, que en sus brazos cargaba a una niña, Sarada, de apenas unos meses de nacida. Madre e hija se instalaron en la aldea.
Cuando Sarada tenía tres años era una niñita enfermiza, y todos en Konoha desviaban la mirada ante la condición de madre soltera que ostentaba Sakura. Ella estaba sola: jefa del hospital, Kunoichi activa, figura del clan Uchiha... y madre a tiempo completo.
Sai lo notó. Observaba sin intervenir, hasta que un día, mientras Sarada estaba internada por fiebre, se lo comentó a Ino.
—Eso es duro —le dijo Sai a su esposa —. Pensé en pasar por el hospital, tal vez ver si necesita algo.
—¿Sakura? ¡Pero si no ha pedido ayuda! —espetó la Yamanaka con cierto desdén. Como si la sola idea de que Sakura pudiera necesitar ayuda le pareciera extraña.
Sai no respondió de inmediato. No porque no tuviera una opinión, sino porque estaba acostumbrado a medir las palabras.
—Precisamente por eso —dijo por fin—. Creo que deberías ver a tu amiga más seguido. Se hace la fuerte. Podemos llevar a Inojin para que le haga compañía a Sarada.
—Sai, no tengo tiempo. Pero si quieres ir tú, dile que fue idea mía. Le hará ilusión—añadió sonriendo y guiñando un ojo mientras se peinaba el largo cabello.
Así que Sai, por iniciativa propia, fue adoptando una rutina de solidaridad y apoyo parental con Sakura. Sabía que tener hijos no era fácil, ni siquiera para él que tenía el apoyo de Ino. ¿Cómo sería entonces para ella que estaba sola?
Algunos actos cotidianos incluían recoger a Sarada en la escuela aprovechando que ya iba a buscar a Inojin. También le preparaba meriendas simples, como galletas y leche. Le llevaba al parque a jugar y le enseñaba a dibujar en su tiempo libre. A veces, organizaba pequeñas pijamadas en la residencia Yamanaka para que Sakura pudiera tomarse un respiro, aunque fuera por unas horas.
A medida que pasaba el tiempo, Sai observaba cómo los niños se divertían y aprendían entre sí. Su asombro creció al notar que incluso los más pequeños eran capaces de crear sistemas de justicia entre ellos, hacer planes de juego y compartir ideas. Esas interacciones eran una ventana a un mundo que aún no lograba comprender, pero que le fascinaba. No le molestaba estar allí, rodeado de niños y de esas dinámicas familiares. Para él, que Inojin y Sarada tuvieran la oportunidad de tener una infancia feliz, era ya una recompensa gratificante y si con ello podía ayudar a Sakura, estaba dispuesto a hacerlo.
A pesar de su ocupada vida como Líder del Escuadrón Táctico y de Asesinato Especial ANBU, esposo y padre, Sai se esforzaba en dedicar algunos espacios temporales para compartir con Sakura. Después de todo, no era raro, habían sido compañeros de equipo, compartían una historia y eso era motivo suficiente para pasar tiempo juntos.
A veces iba a tomar el té con ella. Otros días le ayudaba con tareas tan simples como limpiar la casa o recoger los juguetes de Sarada. Pero, sobre todo, la escuchaba. Sakura hablaba mucho: de su proyecto de salud mental para niños y adultos. Hablaba sobre Sarada y sus logros, o sobre su mal comportamiento. Hablaba sobre Naruto e Hinata, de chismes de pasillo en el hospital, hablaba y hablaba y hablaba. Pero había algo que siempre faltaba en esas conversaciones, algo que ella jamás mencionaba. Sakura no hablaba de Sasuke.
Hasta que, una noche, lo mencionó sin querer.
—Inojin no paraba de llorar cuando le he dicho que Sarada no pasaría la noche con nosotros— se disculpó Sai, ya pasada la media noche. Llevaba a la pequeña niña dormida entre sus brazos. La recostó suavemente en su camita, asegurándose de no hacer ruido al cerrar la puerta.
—Espera, no cierres — dijo Sakura en un susurro, mientras encendía una lámpara de luz tenue en la habitación de su hija. —Tiene 8 años, pero aún le da miedo la oscuridad — agregó con una leve sonrisa, cerrando cuidadosamente la puerta tras de sí.
Mientras caminaban hacia el salón, Sakura tranquilizó a Sai —No te preocupes, acabo de llegar del hospital. En realidad, me ha venido muy bien…— Hizo una pequeña pausa antes de mirarlo de reojo—Ya que estás aquí, ¿te apetece una infusión para antes de dormir? Yo la necesito.
Sai aceptó y se sentó en el comedor mientras ella preparaba la bebida. Sakura seguía susurrando para no interrumpir el sueño de Sarada. Ella no dejaba de hablar de unos chicos heridos durante sus entrenamientos, de las tareas que aún tenía por hacer.
Pero Sai no la escuchaba. Se encontraba en una actitud de observación distante. No pudo evitar pensar que mientras más cercano era a ella, más claramente podía ver sus fallos e imperfecciones.
Estaba allí, pero sus pensamientos vagaban, atento a las grietas de la fachada de fortaleza que ella le presentaba.
A diferencia de Ino, Sakura tenía una personalidad extremadamente interesante, sobre todo en lo que correspondía a características negativas. Por ejemplo, Sakura tenía una muy baja autoestima, no era bonita, al menos no en los estándares de belleza que predominan. A Sai le intrigaba ese vacío y la falta de aprecio hacia su propia persona. Y eso jamás podría comprobarlo ni estudiarlo con Ino, porque Ino poseía una personalidad fuerte, orgullosa de su aspecto físico, de una belleza socialmente validada.
Sai además, buscaba encontrar el origen de la falta de autonomía y personalidad dependiente de Sakura. De momento pensaba que la raíz se encontraba en la consideración del Clan Haruno. Este no era tradicional ni prestigioso. Ella era una kunoichi común, vulgar, sin un linaje especial. Jugaba con desventaja frente a ninjas provenientes de castas aventajadas, como fuera el caso de Ino, que llevaba en su nombre una larga tradición de poder.
Y sin embargo, era precisamente en esas imperfecciones donde Sakura había encontrado su mayor fortaleza, demostrando que el talento y el esfuerzo personal son más importantes que la herencia y las conexiones sociales. ¿Cómo lo hizo?, ¿Qué la motivo?, ¿Qué la llevo a tomar esas decisiones?, y, sobre todo, ¿por qué eso no le bastaba para ser feliz?
Ella sirvió la infusión caliente y se sentó frente a él dibujando una sonrisa en su cansado rostro. Pero esa sonrisa que mostraba Sakura era una máscara, y él podía ver más allá de ella, en la vulnerabilidad que ella se negaba a admitir, incluso ante sí misma. La falsa sonrisa de Sakura, esa que él veía una y otra vez, empezaba a perder su poder de engaño.
—¿Por qué haces eso? — preguntó Sai, interrumpiéndola de repente. La mirada fija en sus ojos era implacable. Sakura dejo de hablar de cosas sin importancia y la atmosfera se tensó.
—¿Hacer qué? —respondió, sin mirarlo, con una ligera sensación de nerviosismo, como si no entendiera lo que acababa de decir.
—Mentir. — afirmó él con voz grave y seriedad que no podía ocultar. A pesar de estar sentados tan cerca, la distancia entre ellos era abismal.
Sakura lo miró sorprendida, pero la sorpresa rápidamente se transformó en una defensa. Sus ojos se entrecerraron y la respiración se aceleró. Sai pudo percibir ese ligero cambio corporal en Sakura, la forma en la que sus antebrazos se tensaron sobre su corpiño, y como los músculos de su cuello se contracturaban con la misma rapidez con la que su mirada se endurecía.
—¿En qué estoy mintiendo? —la pregunta salió casi como una amenaza, como si intentara desviar la conversación hacia un terreno más seguro, como si sus palabras pudieran protegerla de esa mirada penetrante. Pero a Sai, esas palabras le parecieron vacías, como si fueran solo un intento más de ella por esconder su verdadero ser.
Sai, con una calma casi inquietante, continuó—En todo. Tus palabras pueden ser sinceras…pero sé que tu sonrisa es falsa. Te he descubierto Sakura—
Ella se quedó callada, mordiéndose el labio inferior, como si intentara contener las palabras que quería soltar. La expresión en su rostro se fue transformando lentamente, como si la máscara comenzara a desmoronarse. Sai la observaba, con los ojos fijos en ella. Sabía que Sakura no era una mujer que se dejara ver débil, pero en ese instante, él la veía, y veía la tormenta que se aproximaba.
Primero fue la contracción de sus cejas, una arruga de frustración que cruzó su frente, seguida de un leve oscurecimiento de su iris, el verde se volvía turbio, como si dentro de ella la rabia comenzara a burbujear. El pecho que subía y bajaba en respiración agitada. Sakura cerró los puños, y por un momento, su cuerpo se tensó como si se preparara para un golpe. Abrió la boca para hablar, pero las palabras se atascaban en su garganta, como si no supiera cómo expresarse. Cuando finalmente lo hizo, su voz era un susurro feroz, lleno de ira reprimida.
—¿Qué crees haber descubierto, Sai? ¿Qué descubriste realmente?… Te agradezco tu ayuda, de verdad… pero, ¿de verdad piensas que por darme migajas de tu tiempo tienes derecho a decirme cómo vivir? ¡NO, SAI! — su voz no explotó para no despertar a Sarada, pero fue lo suficientemente fuerte como para que el silencio en la habitación se llenara de una tensión palpable. Era un grito contenido, una presión inaguantable que parecía querer escapar a toda costa.
Sus ojos se llenaron de un dolor casi tangible, y en ese preciso momento, sus palabras no pudieron contenerse más, aunque no podía gritar — ¿Quién me cuida? ¿Quién está ahí cuando quiero pelear? ¿Cuando cocino un platillo delicioso, cuando enfermo, cuando tengo frío en la noche? ¡¿Cuando me duelen las manos de las ansias que tengo de abrazar a Sasuke-kun?... ¿Cuando quiero un beso?, ¿Cuando quiero follar?!... ¿Cuando le quiero preguntar cómo está? —
Su barbilla temblaba, la mandíbula apretada, las palabras eran cuchillos, llenando la habitación de un desbordamiento insoportable. Cada frase era un golpe sutil pero letal, cargada de la rabia acumulada por años.
—¿Por qué pienso en Sasuke? Si prácticamente todos en la aldea han sido más padres para Sarada que él… ¡Y SÍ! — murmuró, apretando los dientes, la frustración y la desesperación a punto de estallar, sofocada solo por el temor de despertar a su hija.
El eco de las palabras de Sakura resonó en el aire. Sai permaneció en silencio con sus ojos fijos en ella, a sabiendas de que estaba, por fin, presenciando algo genuino, la verdad de Sakura. Había algo en su expresión que, a pesar de lo doloroso, le ofrecía una sensación de satisfacción. Finalmente, ella estaba dejando caer la barrera que había levantado durante tantos años.
Sus palabras, aunque hirientes, eran un reflejo de su ser más profundo, algo que Sai había deseado ver desde que la conoció, la vulnerabilidad de alguien a quien había observado desde la distancia. Sai comprendió que el vacío de Sakura no provenía de la misma fuente que el suyo. Para ella el vacío nacía de la abundancia de sentimientos que la ahogaban y asfixiaban. El pelinegro tenía su propia teoría: la desconexión provenía de las relaciones con su equipo, y de sus propias imposiciones.
En primer lugar, los compañeros de equipo y maestros de la Haruno la habían asfixiado. Habían minado de todas las formas posibles sus expresiones de amor. La habían acallado, silenciado, a pesar de que Sakura tenía tanto que expresar, tanto que decir, tanto que ofrecer, de una forma tan gutural y carnal.
Además, habían minado su fortaleza, y por más que ella se esforzaba, siempre era la última. Siempre era dejada atrás y abruptamente apartada de las dinámicas del equipo. Porque como ella no podía entender lo que era el abandono, o perder a la familia, no era igual a ellos. Tampoco podía ponerse en el lugar de dos machos ansiosos por sobresalir. Ella solo era un apéndice del equipo. Inútil y molesta que necesitaba ser rescatada.
Ese sometimiento masculino le había subyugado y arrancado todo tipo de placer. Sakura había sido emocionalmente mutilada, término que correspondería más y mejor con su género, por sus compañeros de equipo y un maestro incapaz de mediar ante estas prácticas deshumanizantes.
En segundo lugar, Sakura estaba vacía y sufría porque ella se había arrancado el placer de forma voluntaria al decidir mantener aquella eterna espera por aquel que quizás era el hombre más cruel del mundo. Sasuke era egoísta y encajaba en todas las definiciones relacionadas con narcicismo y psicopatía. Sai no llegaba a comprender las razones masoquistas que llevaban al amor despojado de autoestima que expresaba Sakura por él.
Pero al mismo tiempo, esa revelación lo inquietaba, lo hacía sentir que había algo más que no podía comprender del todo. Algo que seguía incompleto entre ellos.
Anulando el espacio que los separaba, Sai estiró su brazo derecho por encima de la mesa del comedor, consciente de la intensidad de la situación, pero con la necesidad de acercarse a ella. Aun corriendo el riesgo de recibir un golpe por parte de la Haruno, él posó su mano sobre el puño apretado de Sakura, rígido como un bloque de hielo.
— Yo puedo ayudarte a sostener esto— le dijo con voz suave, manteniendo los susurros anteriores. Ella pareció relajarse y un par de lagrimas rodaron por sus mejillas.
El rostro de Sakura se suavizó, pero sus ojos brillaron con una tristeza abrumadora. Se tapó la cara con la mano libre, como si quisiera esconder la vulnerabilidad que acababa de exponer, pero no lo consiguió. Agacho la cabeza y con un suspiro pesado comenzó a llorar mientras sus hombros se sacudían subiendo y bajando. Siempre muda para no despertar a la pequeña Sarada.
En un acto impulsivo, liberó su puño y de forma casi automática correspondió al agarre de manos de Sai, permitiéndole ser el apoyo que tanto había necesitado, aunque nunca lo hubiera admitido en voz alta.
Es cierto que por un segundo ella pensó en rechazar la oferta de Sai, pero no lo hizo. Y así, sin palabras, sin promesas, simplemente aceptó. Se sintió aliviada por primera vez en mucho tiempo, aunque nunca hubiera reconocido esa necesidad. Como si en ese momento, un pequeño espacio para ella misma pudiera ser permitido.