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Vinculum

Summary:

Un ritual ancestral. Un lazo de sangre sellado hace quince años. Draco Malfoy no puede casarse… porque ya está unido a Hermione Granger. Y para romper el vínculo, tendrá que conocerla, convivir con ella… y desear dejarla ir.

Notes:

Os traigo una historia nueva, muy especial para mi y un gran proyecto en el que llevo trabajando un tiempo. Esta historia surge gracias a la gran amiga que me ha dado este maravilloso fandom del Dramione, valyzrn.

Ella me retó a hacer esta historia, ella es mi primera critica y mi lectora beta.

No puedo empezar esta historia sin agradecerle pues no hay nada más maravilloso que tener a alguien que comparta tu pasión pero que a la vez aguante tu constante flujo de mensajes con cada cosa que se te ocurre para la historia, cada duda, cada miedo.

Ella es la que me anima a seguir y la que más se emociona cada vez que le envío un nuevo capitulo (porque si, hay bastantes así que va a ser una historia larga)

Ella es mi mayor musa en esta historia por lo tanto esta historia es suya.

Gracias valyzrn, gracias por ser mi mejor amiga Dramione 3.

Por cierto, muy pronto estaremos leyendo su primer fic así que no perdáis de vista su nombre

También me gustaría agradecer a Naikiara, pues por culpa o gracias a su traducción de la serie Vidas Disonantes de Heavenlydew, estoy totalmente obsesionada con Charlie Weasley, así que Naikiara tuve que incluirlo en mi historia

Y ahora, la historia:

Vinculum es una historia sobre magia ancestral, matrimonio y magia de sangre.

Draco y Hermione son castigados por la profesora Trelawney a realizar un poryecto de visionado de futuro juntos y…algo sale mal.

Quince años después, cada uno está haciendo sus vidas, pero se descubre algo que cambiará sus vidas para siempre.

Es una historia con bastante contenido emocional, vamos a sufrir un poco, pero como siempre en mis historias con un final feliz.

Espero que la disfrutéis.

AniramSly.

Chapter 1: El castigo

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

 

Clase de Adivinación de la profesora Trelawney-Hogwarts.

El aroma a incienso era tan espeso que se podía masticar. Las ventanas estaban cerradas, las lámparas veladas con pañuelos púrpura y la profesora Trelawney flotaba—literalmente—de un rincón a otro, con su turbante ladeado y sus múltiples collares tintineando a cada paso.

Hermione suspiró profundamente, con la frente apoyada en la palma de la mano mientras fingía anotar algo.

Su pluma estaba seca.

Su paciencia, también.

—…y si colocan sus dedos suavemente sobre la superficie del orbe —entonaba la profesora en su tono vaporoso y dramático—, pueden comenzar a ver los ecos del más allá. El futuro, mis queridos alumnos… el destino mismo.

—¿Y si solo veo el reflejo de Weasley tragando galletas? —murmuró Draco desde el fondo del aula, lo bastante alto para que lo oyera medio salón.

Una risita generalizada recorrió la clase. Hermione giró la cabeza con exasperación.

—¿Podrías dejar de hablar por cinco minutos? Algunos sí queremos aprender —dijo en voz baja, sin molestarse en mirarlo.

—¿Aprender qué? ¿A mirar nubes en bolas de cristal? Ya veo tu brillante futuro, Granger. En diez años, seguirás corrigiendo ensayos con olor a humedad —respondió él, apoyándose despreocupadamente en su silla.

Hermione apretó los labios.

—Prefiero eso a vivir de la fortuna familiar y el ego inflado —espetó, esta vez sí mirándolo.

—¡Suficiente! —La voz de la Profesora Trelawney resonó como un trueno ahogado por incienso y desesperación—. ¡Las vibraciones en esta sala se están viendo terriblemente alteradas por su negatividad! ¡Están ahuyentando los espíritus!

Hermione se enderezó de inmediato.

—Profesora, yo solo...

—¡No, no, no! ¡Silencio, Granger! Lo he visto venir. Esta interrupción estaba escrita en los hilos del destino. Veo... veo un castigo compartido —dijo, girando sobre sí misma como si las palabras le llegaran del éter—. Un proyecto especial. Una colaboración cósmica.

—¿Un qué? —gruñó Draco, cruzándose de brazos.

—Un trabajo conjunto —dijo Trelawney, encantada con su idea—. Vosotros dos. Juntos. Una lectura comparativa del futuro del otro. Con técnicas de oráculos cruzados. Tendrán que realizar sesiones privadas durante las próximas tres semanas y presentar sus conclusiones ante la clase.

Hermione estaba roja de indignación. Draco, pálido de asco.

—¿Privadas? ¿Tres semanas? —dijeron al unísono, con idéntico tono de horror.

—¡Exacto! ¡Lo he decidido! —Trelawney dio una vuelta dramática y añadió con deleite—. El destino ha hablado. Y no se le discute.

Draco se dejó caer en su silla, fulminando a Hermione con la mirada. Hermione respondió igual. Pero bajo la mesa, su pie temblaba de frustración… o quizá, muy en el fondo, de una curiosidad involuntaria.

Porque si había algo peor que hacer un trabajo de adivinación, era hacerlo con Draco Malfoy.

Y si había algo peor que eso… era no saber qué podría revelar el futuro.

 



 

El grimorio que la profesora Trelawney les había entregado estaba encuadernado en piel de basilisco y olía a humedad y polvo antiguo. Pesaba lo mismo que un gato gordo y crujía cada vez que Draco pasaba una página con dedos fastidiosamente.

Hermione tenía los brazos cruzados, sentada frente a él con el ceño fruncido.

—¿Vas a leer algo o solo estás acariciando el libro hasta que te absorba?

—Tranquila, Granger. A diferencia de ti, no necesito que las palabras me griten para entenderlas —replicó Draco, hojeando una página con un gesto estudiadamente despreocupado.

Hermione resopló.

—Esto es Adivinación Avanzada. Es magia arcaica, simbólica. El grimorio no da respuestas literales, hay que interpretarlo.

—Oh, gracias por la clase. ¿Qué haría yo sin tu tono condescendiente y tu voz nasal de enciclopedia ambulante?

—Tal vez pasarías tus exámenes sin sobornar a medio Slytherin —replicó, sin mirarlo.

Draco alzó una ceja.

—Por favor. Como si yo tuviera que sobornar a alguien. Me basta con existir.

Ella lo miró con esa mezcla de exasperación e incredulidad que él parecía coleccionar como trofeos.

—¿Terminaste de adorarte o puedo empezar a trabajar?

—Adelante. Ilumíname, oráculo de la lógica —dijo él con teatralidad, empujando el grimorio hacia ella.

Hermione abrió el libro con cuidado, como si le doliera tocar algo tan arcaico y poco científico. Sus dedos repasaron las runas escritas con tinta ya desvaída. El capítulo que Trelawney les había indicado trataba sobre "La Interconexión de Almas Destinadas: Lectura a Través del Vínculo Latente."

—Esto es absurdo —murmuró Hermione—. "El espejo interior revelará el camino de dos almas atadas por el eco de sus decisiones pasadas…" Esto suena más a una novela barata que a un hechizo legítimo.

Draco, sin embargo, ya no bromeaba. Se inclinó hacia adelante, su expresión ensombrecida por una chispa de interés genuino.

—¿Qué dice esa parte del vínculo latente? —preguntó, más serio de lo que Hermione esperaba.

Ella tragó saliva. Leyó en voz baja:

Solo aquellos cuyas almas han sido entrelazadas por el caos o la redención podrán ver más allá del velo del tiempo. El grimorio revelará imágenes compartidas, fragmentos del destino… si existe entre ellos una conexión verdadera.

Draco la miró en silencio.

—Tú no crees en nada de esto —dijo finalmente.

Hermione cerró el libro con suavidad, como si temiera que el ruido activara algo que aún no comprendía.

—No. Pero… tampoco puedo ignorarlo del todo.

Draco se acercó más, apenas unos centímetros. Lo suficiente para que Hermione sintiera el calor de su presencia. La tensión era real. Palpable.

—¿Y si funcionara? —susurró.

—¿Tienes miedo de lo que veríamos? —replicó Hermione, con la voz más baja.

—No. Tengo miedo de lo que tú verías —dijo él sin rodeos.

El silencio que siguió no fue incómodo, sino denso. Como si el grimorio, cerrado entre ellos, aún respirara. Aún esperara ser usado.

Hermione desvió la mirada, se aclaró la garganta y habló con rapidez:

 

—Necesitamos dos velas negras, un cuenco de agua encantada y un espejo antiguo. Las instrucciones están en el apéndice. Mañana por la noche. En la Sala de los Menesteres.

—¿Romántico para una cita académica —dijo Draco con sorna— ¿Debería llevar flores?

—Solo si piensas enterrarlas —replicó Hermione, ya recogiendo sus cosas—. Esto no es un juego, Malfoy.

—Yo tampoco estoy jugando, Granger —dijo él, serio, mientras la observaba alejarse por los pasillos de la biblioteca con la determinación de quien huye de sí misma.

Y cuando se quedó solo, volvió a abrir el grimorio por la página exacta, donde Hermione había leído hacia unos escasos minutos.

Ahí, en una esquina dibujada a mano, una runa brillaba tenuemente.

Como si ya los estuviera esperando.

Notes:

Ni los personajes ni todo lo que tenga que ver con el universo de Harry Potter me pertenece. Sólo los tomo prestados para divertirme y crear historias sin ánimo de lucro.

Chapter 2: El grimorio, El espejo y la Sangre

Notes:

N/A: Cuand escribí este capitulo escuchaba "I was made fo lovin you" la versión de Fall guy de Yungblud.

Os dejo el enlace de Spotify por si os apetece oírla:

https/open./playlist/0MD1bKwvk6bIzPNUEavWPL?si=kffs9cuKR96pgu0wcpFujQ

Chapter Text

 


 

Sala de los Menesteres-Hogwarts, Escocia.

La sala se había transformado sola, como siempre, al compás de sus necesidades. Esta vez, el espacio era circular, sin ventanas, con muros de piedra antigua y estanterías repletas de instrumentos arcanos: relojes de arena flotantes, esferas giratorias, péndulos suspendidos en el aire.

El centro lo ocupaba una mesa baja de piedra negra. Encima, los elementos que necesitaban: dos velas negras encendidas, un cuenco de plata con agua encantada… y el espejo.

Hermione llegó puntual. Draco ya estaba allí.

No dijo nada al verla entrar. Solo la observó, en silencio, con una seriedad inusual.

Hermione dejó el grimorio abierto sobre la mesa y sacó su varita.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó sin mirarlo del todo, como si decirlo en voz alta lo volviera irreversible.

Draco asintió.

—Tú no crees en esto. Pero yo sí quiero saber.

Hermione se mordió el labio. No por duda.

Por miedo.

El conjuro era simple, pero el resultado podía no serlo.

Ambos se sentaron frente a frente, el espejo entre ellos.

—Cuando lo conjuremos —murmuró Hermione—, el espejo mostrará fragmentos compartidos del alma. Lo que está entrelazado. Lo que aún no ha sido dicho… o recordado.

Draco tragó saliva.

Su varita temblaba. Hermione extendió la suya. Él la tocó con la punta de la suya y el contacto de los dos núcleos mágicos emitieron una chispa tenue.

—A la cuenta de tres —dijo ella—. Uno… dos… tres.

Ambos pronunciaron:

Revelare Vinculum.

El espejo chispeó. Las velas parpadearon violentamente.

Al principio, nada.

Después… sombras.

La superficie reflejó entonces una escena imposible: ellos dos, mucho más mayores.

Sonriendo.

Juntos.

Cogidos de la mano, mientras una ráfaga de viendo desordenaba el cabello de Hermione provocando que la mano de Draco acariciase uno de sus rizos y lo metiese tras su oreja; un acto tan intimo que hizo sonrojar a la Hermione del espejo…y a la Hermione que se encontraba absorta mirando la escena.

Draco apartó la mirada, como si lo cegara.

—Apágalo —dijo, seco.

Hermione frunció el ceño.

—¿Por qué?

—Apágalo, Granger. Esto es una trampa. Un espejismo. No puede ser real. No contigo.

La forma en que lo dijo encendió algo en ella.

—¿Contigo? ¿Qué significa eso?

Draco levantó la voz, nervioso, como si necesitara herir para defenderse.

—Significa que no importa cuántas veces te lo repitas, Granger, tú y yo no somos iguales. No lo fuimos nunca. ¡Esto es una farsa! Tú eres una sangre sucia y yo—

Se detuvo. Muy tarde.

El aire se volvió gélido.

 

Hermione se quedó completamente quieta. El espejo comenzó a vibrar, como si lo que acababa de escucharse lo afectara directamente.

—Dilo —susurró Hermione, con una calma que daba más miedo que un grito. —Termina la frase.

Draco dio un paso atrás; El espejo tembló otra vez, las imágenes dentro empezaron a agrietarse.

Hermione, temblando por dentro, pero con la espalda recta, sacó su varita. Abrió la palma de su mano y, con una precisión brutal, se hizo un corte limpio.

La sangre brotó enseguida.

Caminó hacia él con la mano extendida, roja y temblorosa.

—¿Esto es lo que te asusta? ¿Mi sangre? —su voz era amenazadora—. Mírala. ¿Acaso no es roja como la tuya?

Draco no podía hablar. No podía moverse.

Hermione alzó la voz ahora, sin contener la rabia.

—¿Es esta la razón por la que te has asustado? ¿Porque lo que viste en el espejo no encaja con lo que te enseñaron a odiar?

El espejo, como respondiendo, estalló en mil pedazos.

Un sonido agudo y seco, como el llanto de algo que muere. Fragmentos volaron por la sala, uno de ellos cortó la mejilla de Hermione, otro le atravesó el brazo a Draco. Pero ninguno se movió.

Ella temblaba de rabia; De decepción.

De dolor físico y emocional.

—Y sí, soy una sangre sucia. Lo he sido desde el primer día que nací, y lo seré hasta que muera. Pero ¿sabes qué, Malfoy? No cambiaría ni una sola gota de mi sangre... si eso significa no tener que cargar con el veneno que llevas en la tuya.

—¿Acusas a mi sangre de estar envenenada? —preguntó Draco, su voz cortante como un cuchillo, la mandíbula apretada. Sus ojos destellaban de furia y algo más, algo que ni él mismo entendía.

Hermione lo miró con desprecio, pero sus palabras eran lo que realmente le cortaba el aire.

—No es tu sangre la que está envenenada, Malfoy. Es tu corazón —respondió ella, con una firmeza que no se le había visto antes. Su respiración era aún agitada, pero su tono se mantenía claro, afilado—. Esa es la verdadera maldición. El veneno que te han enseñado a llevar y que, por alguna razón, estás tan decidido a aceptar.

Draco apretó las manos en puños, y por un instante, los dos se quedaron mirando el uno al otro en una batalla silenciosa, la tensión era palpable en el aire. El reflejo del espejo roto a sus pies parecía multiplicar sus palabras no dichas, los miedos que ninguno de los dos quería enfrentar…el futuro que el espejo les había mostrado.

—No sé qué diablos estás diciendo —murmuró, casi entre dientes, como si lo que ella decía no tuviera cabida en su mundo. Su orgullo se mantenía a flote, pero esa chispa de duda que Hermione había sembrado en él seguía ardiendo en su pecho.

Hermione se adelantó un paso, sin temor, sin retroceder. En sus ojos había una mezcla de compasión y rabia.

—Lo que estoy diciendo, Draco, es que te han enseñado a odiar, a ver la pureza como algo superior. Pero lo que no ves… lo que no quieres ver, es que todo eso es una mentira —dijo con frialdad, como si fuera la verdad que él se negaba a aceptar—. Tu sangre puede ser "pura", si eso es lo que necesitas creer, pero es tu alma la que está corrompida. Y, créeme, no importa cuán limpio lo intentes hacer parecer. Esa es la diferencia entre tú y yo.

Draco se sintió desbordado, como si una ola de dudas lo hubiera golpeado. Pero, en lugar de dejar que esa duda se apoderara de él, intentó aferrarse al único hilo que conocía: su orgullo.

—Sigue hablando, Granger —dijo, ahora con una sonrisa amarga en los labios, una sonrisa llena de veneno y desesperación—. Porque, a fin de cuentas, siempre serás una sangre sucia. No importa cuántas veces me repitas tus malditos discursos sobre igualdad o lo que sea que intentes justificar. Tú… sigues siendo la misma.

 

Hermione no supo por qué lo hizo.

 

Fue un acto impulsivo, una explosión de emociones que no pudo contener. Las palabras de Draco le picaban en la piel, y el desprecio que veía en sus ojos solo avivaba el fuego que ardía dentro de ella. Con un movimiento rápido, sin pensarlo, colocó la palma de su mano sobre la herida de su brazo, deteniendo el flujo de sangre que aún salía.

La piel de Draco se tensó al sentir su toque. Él intentó apartarse, pero antes de que pudiera reaccionar, ya era demasiado tarde. Las gotas de sangre de ambos comenzaron a mezclarse en la piel de Draco, una escena tan simbólica como perturbadora.

Sangre pura y sangre sucia.

Draco la miró con los ojos entrecerrados, confundido y furioso. Intentó apartarse de ella, pero Hermione no retrocedió. En su mirada había algo nuevo, una determinación que no había mostrado antes.

 

—¿Qué demonios estás haciendo? —preguntó Draco, su voz llena de incredulidad.

Hermione lo miró, su respiración agitada. —Lo que tenía que hacer —respondió, sin titubear, mientras mantenía la palma sobre la herida.

Él la observó por un momento, como si no pudiera comprender lo que acababa de suceder. Y Hermione se dio cuenta de que, por primera vez, había hecho algo que él no podía controlar ni entender. En ese breve momento, ella había tomado el control, aunque solo fuera por unos segundos.

El silencio llenó el aire mientras los dos se miraban, sus cuerpos tensos, pero la conexión entre ellos no era física, sino algo mucho más complejo. Un choque de mundos, de ideas, de identidades.

De repente, el grimorio olvidado comenzó a emitir un brillo tenue, las páginas girando con una rapidez que parecía descontrolada. La sala de los Menesteres, testigo de su confrontación, se llenó de un sonido bajo, casi como un susurro, mientras las letras del antiguo libro se movían, adaptándose, transformándose. Era como si el libro tuviera vida propia, reaccionando a la tensión entre ellos, a la sangre derramada, a la conexión que, sin saberlo, habían creado.

Draco retrocedió un paso, pero la mano de Hermione no se apartó. Él frunció el ceño, más por el desconcierto que por el dolor.

El cambio en el grimorio, esa reacción misteriosa e inexplicable, los dejó a ambos atónitos.

—¿Qué está pasando? —preguntó Draco, su voz teñida de alarma, pero también de desafío. No quería parecer vulnerable, no ante ella. Pero la realidad era que no podía controlar lo que estaba sucediendo.

Hermione, aún con la palma sobre su brazo, observó cómo las páginas del libro continuaban girando, cada vez más rápido, hasta que, de repente, se detuvieron con un sonido sordo en una página totalmente diferente a la del conjuro que habían realizado… Un destello de luz azulada se extendió por el aire, envolviendo el espacio entre ellos, como si algo hubiera quedado sellado entre los dos.

—No lo sé —dijo Hermione, su voz temblorosa, pero decidida—. Pero no es solo el libro. Algo ha... cambiado.

El brillo del grimorio se cerró de golpe y el silencio volvió a caer sobre la sala.

Sin embargo, algo había quedado atrás: una sensación palpable, una presencia en el aire que los hacía sentirse conectados de una manera nueva, una conexión más profunda que la mera rivalidad o desprecio que habían compartido hasta ese momento.

Hermione lo miró fijamente, con la respiración aún agitada y apartó la mano de su herida. El silencio que los rodeaba se sentía denso, cargado de algo que ni ellos mismos podían identificar.

Draco la observó, su rostro era una mezcla de confusión, sorpresa y esa conocida arrogancia que lo caracterizaba.

—Al final, parece que ahora eres una sangre pura —dijo Draco, con una sonrisa cruel, pero la burla en su voz no alcanzó a esconder la ligera inquietud que sentía—. Qué suerte tienes, Granger, por tocarme y mezclar nuestras sangres.

—Técnicamente, seríamos mestizos… —repitió Hermione, con una sonrisa irónica, cruzando los brazos.

La rabia de Draco era evidente, pero ella no se dejaba intimidar.

No ahora, no después de todo lo que había dicho.

Draco apretó los dientes y dio un paso hacia ella, el desprecio en su mirada era mucho más palpable ahora.

—No te burles de mí, Granger —gruñó, su tono se volvió venenoso—. Mestizos. Qué patético. No hay nada de mestizo en mí. Mi sangre es pura, a diferencia de la tuya.

Hermione no pudo evitar una risa sorda, como si las palabras de Draco fueran solo un eco lejano, irrelevante.

—Sí, claro —respondió, su voz cargada de sarcasmo—. Pura... como la mierda que siempre has defendido. Pero en realidad, ¿qué significa ser "puro", Malfoy? ¿Es eso lo que realmente te hace mejor que los demás? Porque, permíteme decirte, que mi sangre no tiene ni un gramo menos de valor que la tuya.

Draco la fulminó con la mirada. La tensión era tan densa que casi se podía cortar con una varita.

—¿Sabes lo que es peor que ser una sangre sucia? —dijo, bajando la voz y con los ojos oscuros de furia— ¡Alguien como Tú! ¡Alguien que cree que por intentar alcanzarnos mágicamente a base de estudios se convertirá en una bruja auténtica! ¡Tu sangre jamás será suficiente! Ni el hecho de que hayas estado aquí, compartiendo lo que sea que hemos compartido. No eres nada más que un recordatorio de lo que los puristas de este mundo no queremos ver.

Hermione lo miró, desafiante. La rabia de Draco era palpable, pero ya no le importaba. Le había costado llegar a este punto, pero ahora entendía su propia fuerza.

—Al menos soy alguien con principios. Tú, en cambio, sigues encadenado a un legado de odio, de pureza vacía. No es la sangre lo que define a una persona, Malfoy. Es lo que haces con ella.

El silencio quedó suspendido entre ellos y Draco, completamente fuera de sí, no pudo contener más sus emociones.

—¡Cállate, Granger! —exclamó, furioso, su rostro contraído de ira. Dio un paso atrás, como si se estuviera preparando para huir de la conversación, como si las palabras de Hermione le hubieran tocado un nervio que no quería reconocer—. No te atrevas a hablar de principios, cuando no sabes lo que es ser parte de lo que soy.

 

La mirada de Draco, aunque rabiosa, mostraba algo más profundo, algo más oscuro. Se dio la vuelta, con la mano aferrando su varita, y comenzó a alejarse de la sala de los Menesteres, sin una sola palabra más. Solo el sonido de sus pasos, frenéticos, resonó en el aire mientras desaparecía por el pasillo.

 

Hermione se quedó sola en la sala, mirando al vacío por un largo momento.

Algo dentro de ella quería gritarle, detenerlo, hacer que lo escuchara. Pero, en el fondo, sabía que nada de lo que dijera cambiaría la realidad: Draco Malfoy estaba atrapado en su propia oscuridad.

Y por mucho que quisiera cambiarlo, ella no podía.

A pesar de todo, se dio cuenta de algo en ese instante: no le importaba. Draco Malfoy podía ahogarse en sus discursos puristas, ella no quería cambiarlo… ¿Para qué? Ella jamás tendría nada en común con Draco Malfoy.

Chapter 3: Lo que fuimos, lo que somos

Chapter Text

Quince años después.

La lluvia golpeaba con insistencia el cristal de la oficina.

Hermione Granger —subdirectora del Departamento de Rompemaldiciones— hojeaba un pergamino antiguo con expresión concentrada, aunque su mente no estaba del todo ahí.

Sus rizos, algo más domesticados, pero igualmente rebeldes, caían sobre sus hombros mientras una taza de café frío descansaba olvidada sobre su escritorio. Un artefacto maldito proveniente de los Balcanes flotaba lentamente en una urna de contención mágica al otro lado del despacho, iluminando la sala con pulsaciones azuladas.

Tenía treinta años. Nunca se casó. Ni lo necesitó.

Había construido una carrera impecable. Dirigía expediciones, desmantelaba encantamientos imposibles, y entrenaba a nuevos magos en técnicas antiguas que solo ella lograba descifrar. A ratos, sentía que solo en medio de ruinas mágicas encontraba el silencio que el mundo no sabía darle.

Pero no siempre estaba en Londres; Cada cierto tiempo, desaparecía.

A veces por una misión. A veces por sí misma.

Rumanía se había convertido en uno de sus lugares favoritos para "perderse".

Allí no era la Subdirectora Granger. No era la bruja brillante que todos esperaban ver resolver lo irresoluble, no era…la chica del trio dorado, la mejor amiga de Harry Potter ni el "intento fallido de atrapar" —como la había descrito Skeeter en sus artículos— a Ronald Weasley.

Allí, entre montañas heladas y reservas de dragones, no tenía que ser nadie excepto ella.

Y allí… también, estaba Charlie.

No era una relación. Nunca lo fue.

Era un acuerdo tácito, cómodo, secreto.

Entre pergaminos y cicatrices de fuego, entre vino caliente y conversaciones rotas por carcajadas, se entendían sin tener que decirlo todo.

Se veían cuando podían. Cuando Hermione decía "necesito respirar", y él respondía "aquí hay espacio".

No se prometían cosas.

No se despedían con tristeza.

Y cuando ella se marchaba, lo hacía sin mirar atrás.

La mayoría del tiempo, no pensaba en él.

Ni falta que hacía.

No era amor lo que compartían, pero sí era verdad, algo real.

Y en un mundo donde casi todo lo demás era exigencia, expectativa o deber… eso bastaba.

Había algo salvaje en Charlie que le recordaba que aún podía ser piel y no solo intelecto.

Y algo en ella, indomable y brillante, que lo hacía quedarse cuando el resto del mundo le aburría.

Un año de idas y venidas, de escapadas silenciosas y de encuentros pasionales en los que jamás habían pedido más por parte del otro.

Hasta esa noche.



 

Santuario de dragones-Rumanía.

La noche era cerrada en la reserva. El rugido lejano de un Colacuerno húngaro retumbaba como un eco grave más allá del bosque, pero en la cabaña de madera todo estaba en calma.

Hermione se sentó en la encimera de la pequeña cocina con la camisa de Charlie colgándole suelta sobre los muslos desnudos. El calor de hace unas horas aún le ardía en la piel, como si los dragones la hubieran marcado sin tocarla.

Charlie cruzó el umbral descalzo, con el torso aún húmedo por la ducha provocando que unas finas gotas hicieran un ligero camino por sus abdominales. Ella lo observó mientras él dejaba una taza humeante junto a ella.

—No sabía si querías café —dijo en voz baja.

—Siempre quiero café —respondió ella, sin dejar de mirarlo.

Él se apoyó contra la mesa, cruzando los brazos, y por un momento solo se escuchó el crepitar de la estufa y el crujido de la madera bajo sus respiraciones.

—No tienes que irte mañana si no quieres —murmuró Charlie, sin mirarla directamente.

Hermione bajó la vista. No porque no quisiera quedarse. Sino porque sabía que, si se lo decía con palabras, se volvería más difícil marcharse cuando llegara el momento.

—Y tú no tienes que pedirme que me quede —respondió con una media sonrisa.

Charlie dio un paso hacia ella, lento. Le tomó el rostro con su mano callosa, con cuidado.

La besó en la frente primero, como si pidiera permiso, y luego sus labios bajaron hasta encontrar los de ella, sin prisa, sin duda.

No era pasión juvenil.

Era algo más profundo. Necesario; Como una tregua entre dos personas que no se deben nada, pero que aun así se eligen —al menos por esa noche.

Hermione deslizó los brazos alrededor de su cuello, con los dedos enterrándose en su cabello húmedo. Cuando se separaron, ella apoyó la frente contra la suya y cerró los ojos.

—Esto no es amor —susurró.

Charlie asintió contra su piel.

—No. Pero es verdad.

Y esa noche durmieron desnudos bajo la misma manta, espalda con pecho, sin cadenas, sin promesas. Solo el calor de dos cuerpos que sabían que a veces la intimidad no necesita futuro.

Solo presente... y honestidad.



 

Malfoy manor- Wiltshire, Londres

En Wiltshire, la mansión Malfoy estaba tan impecable como fría.

Draco caminaba por los pasillos en silencio con una copa de whisky de fuego en la mano, el anillo de compromiso que llevaba desde hacía semanas brillaba discretamente bajo la luz de los candelabros.

Astoria era… adecuada. Inteligente, suave, discreta. Había sido elegida —en parte— por él, en parte por las expectativas. Él no la amaba. Pero tampoco se lo cuestionaba demasiado. El amor era para los ilusos. Para los que podían vivir con las consecuencias.

Y él había aprendido, hace ya tiempo, que el amor tenía un precio. Uno que no estaba dispuesto a pagar.

Frente al enorme ventanal de su estudio, Draco a veces se permitía recordar. Solo unos segundos, solo cuando nadie lo veía y, sobre todo, cada vez que tenia que tomar una decisión importante en su vida.

El rostro de Hermione. Su voz. El calor de su sangre sobre su piel.

Nunca volvió a buscarla—Ni quiso que lo buscaran—- El recuerdo se colaba alguna que otra vez en su mente demostrándole que estaba tan vivo como el fuego que crepitaba en su chimenea.

Un fuego que no calentaba.

Solo consumía.

Chapter 4: La grieta en la rutina

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Ministerio de magia Británico- Londres

El ajetreo del Ministerio no era nada comparado con el torbellino que Hermione tenía en la cabeza.

Volvía de Rumanía con el corazón todavía latiendo con la intensidad de la noche anterior. Charlie le había hecho, que por primera vez en todo ese tiempo que llevaban viéndose, ella se parase a pensar a donde conducía todo esto.

Cruzó el vestíbulo del Ministerio con paso decidido intentando alisarse el desastre de cabello que estaba alborotado por el viento londinense. No esperaba que algo, o alguien, la desestabilizara más.

Y entonces lo vio.

Draco Malfoy.

No lo había visto en años. Desde la guerra, desde los juicios, desde que la vida había seguido su curso. Estaba a unos metros de distancia, alto, impecable como siempre, acompañado por una mujer de belleza serena y porte distinguido; Hermione la reconoció de inmediato: Astoria Greengrass.

Había leído algo recientemente sobre ella en las paginas de sociedad del Profeta, la catalogaban como el ejemplo perfecto de dama de alta sociedad.

Eran tal para cual. Perfectos, casi aristocráticos…puros.

Hermione apresuró su paso; no tenia ganas de sociabilizar con nadie y menos con una pareja tan "distinguida" como ellos, pero observó sus movimientos para intentar pasar lo más rápido posible sin que reparasen en ella.

Malfoy, hablaba con un funcionario del Ministerio en tono bajo, pero al girarse para decir algo a Astoria, sus ojos se cruzaron con los de ella. Fue solo un segundo.

Pero bastó.

Draco se tensó; Literalmente.

Su espalda se irguió como si lo hubieran petrificado por la sorpresa. Hermione bajó la mirada de inmediato, pero algo—una punzada de nervios, un brillo en los ojos, una respiración contenida—la traicionó.

Fingió indiferencia, pero el paso se le volvió torpe y casi tropieza justo a la altura de donde se encontraban.

Astoria, ajena al instante congelado entre dos personas con un pasado complejo, sonrió con suavidad a Draco, tomándolo del brazo. Él no respondió de inmediato. Seguía mirando, como si no pudiera creer lo que veía.

Hermione levantó el mentón, se enderezó y continuó caminando como si nada. Como si el mundo no acabara de crujir un poco bajo sus pies.

Porque a Hermione no le importaba nada Draco Malfoy, pero verlo allí junto a Astoria, tan perfectos e inmaculados le hizo recordar las palabras que un día le escupió en la sala de los menesteres.

¿Sabes lo que es peor que ser una sangre sucia? ¡Ser Alguien como Tú! ¡Alguien que cree que por intentar alcanzarnos mágicamente a base de estudios se convertirá en una bruja auténtica! ¡Tu sangre jamás será suficiente! Ni el hecho de que hayas estado aquí, compartiendo lo que sea que hemos compartido. No eres nada más que un recordatorio de lo que los puristas de este mundo no queremos ver…

Unas palabras que hoy en día no le afectaban para nada, pero a la Hermione adolescente—aunque ella creía que no—si que le afectaron. Por eso no pudo testificar en su juicio, por eso no fue capaz de sumarse a la segunda oportunidad que la sociedad mágica les dio a los Malfoy…porque solo de pensar que hubiera pasado si Harry no hubiese vencido a Voldemort aquel 2 de mayo le ponía los pelos de punta.

Porque el Malfoy que ella conocía en su adolescencia, el Malfoy que vio en la sala de los menesteres mientras trabajaban juntos en aquel estúpido proyecto de Adivinación era muy capaz de zanjar el problema de las diferencias de sangre con un solo golpe.

No con la varita.
Con la palabra, con la elección. Con la traición.

Eso era lo que le ponía los pelos de punta, que a ese Malfoy no le hubiese temblado el pulso de entregarla a Voldemort.



 

Draco apenas escuchaba las palabras del funcionario. El murmullo monótono le zumbaba en los oídos como un eco lejano, ahogado por la única imagen que ocupaba todo su campo de visión: Hermione Granger.

No la había visto en años. Y, sin embargo, ahí estaba. Tan real que le costó un momento distinguir si era un recuerdo mal invocado… o la mujer de carne y hueso que acababa de pasar casi tropezando delante de él.

Había cambiado. Seguía con ese cabello indomable, con la frente ligeramente fruncida como si siempre estuviera resolviendo algo más importante que el presente, pero ya no era la misma chica del colegio.

Había algo en ella ahora… algo más firme, más contenido. Como si supiera exactamente lo que valía y no estuviera dispuesta a rebajarse a explicarlo como solía hacer antaño.

—¿Draco? —la voz de Astoria lo sacó del trance—. ¿Estás bien?

Él parpadeó. Granger ya se había metido en uno de los ascensores del fondo. Ni siquiera se había vuelto. Claro que no… ¿Para que iba a volverse? Jamás se habían llevado bien, y tras el incidente en el proyecto de adivinación y la pelea que vino después jamás volvieron a dirigirse la palabra. Draco lo intento—burlandose de ella en varias ocasiones donde no recibió ni si quiera una mirada fulminante…solo vacío, ignorancia—, pensaba que estaba enfadada por haber suspendido por primera vez en la vida una asignatura al no terminar el proyecto de adivinación…pero, con el tiempo y después el final de la guerra, entendió que no era eso: Hermione Granger lo odiaba por ser quien era, por las palabras que él le dijo aquella noche en la sala de los menesteres.

—Sí —respondió, aunque le costó que la voz le saliera con naturalidad—. Estoy bien.

Astoria frunció apenas los labios, evaluándolo. Lo conocía demasiado bien como para creerle. Se irguió un poco más, como si le molestara tener que repetirlo:

—Te acabo de hablar tres veces. El funcionario está esperando.

Draco volvió la vista al hombre de mediana edad que los observaba con impaciencia profesional.

—Se trata del contrato mágico, señor Malfoy, señorita Greengrass. El que establece los términos de la unión conforme a las tradiciones de sangre pura. Debe firmarse con al menos un mes de antelación antes del enlace para que sea válido ante el Código de Matrimonios Mágicos.

Draco asintió en automático, pero sentía un nudo apretándose en la garganta.

El contrato.
Vinculación mágica. Magia de sangre. Tradición. Deber.

Todo sonaba tan... predestinado. Tan limpio, correcto e inevitable.

Astoria posó una mano en su brazo, una caricia elegante y precisa—lo máximo que se podía esperar en público para una dama de la alta sociedad sangre pura como ella—. Él se quedó observándola: hermosa, sobria, inmaculada. El tipo de mujer que cualquier madre sangre pura soñaría como nuera.

La bruja perfecta para convertirse en la nueva Señora Malfoy.

 

Chapter 5: El lazo invisible

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Una lámpara suspendida iluminaba directamente el centro de la mesa, donde reposaba la pluma para firmar. No era una pluma común: Su cuerpo era de hueso de thestral tallado, y la punta, de cristal mágico, palpitaba tenuemente como si tuviera vida propia.

—Es una pluma de vinculación —explicó el funcionario con voz ceremoniosa, como si recitara una oración antigua—. Se nutre de la sangre del firmante. Solo así puede sellarse el contrato conforme a la tradición de los linajes puros.

Astoria ya había firmado, su caligrafía perfecta grabada con tinta escarlata brillaba sobre el pergamino. Draco la observó un momento. Todo en ella era correcto, como debía ser: Una vida de privilegios, de normas, de alianzas familiares cuidadosamente orquestadas, es cierto que con el paso de los años Draco había dejado esas creencias enfermizas que lo tragaron en su juventud sobre la pureza de sangre, pero siempre sería un hombre con ciertos gustos refinados, no podía apartar del todo tantos años de crianza en una de las sagradas veintiocho.

El cristal de la punta se volvió rojo en cuanto tocó su piel Y una gota de su sangre flotó en el aire, suspendida por la magia. La pluma absorbió lentamente el fluido, emitiendo un leve zumbido.

El pergamino, por su parte, comenzó a reaccionar, como si se preparara para recibir la firma que sellaría el destino de dos casas antiguas.

Draco comenzó a escribir su nombre:
Draco Lucius Malfoy.

Al trazar la última letra un estallido de luz púrpura cruzó la habitación.

Un grito agudo rasgó el aire, como si una criatura atrapada en su interior se retorciera intentando escapar de la pluma. El pergamino comenzó a arrugarse, a agrietarse, como si se secara en segundos.

—¡Deténgase! —exclamó el funcionario, retrocediendo de inmediato.

Draco soltó la pluma, que cayó al suelo con un ruido seco. Estaba negra. Carbonizada. La punta de cristal, hecha añicos.

El pergamino comenzó a arder.

No con fuego normal, sino con llamas verdes y plateadas, que devoraban cada letra, cada runa del contrato, hasta que no quedó más que ceniza flotando.

Astoria se había puesto de pie, pálida.

—¿Qué ha pasado? —preguntó alarmada.

—¿Qué demonios…? —balbuceó el funcionario—. Eso no debería ocurrir. Esto… esto es magia de enlace ancestral…

Los tres se mirando conteniendo las respiraciones. El funcionario volvió a hablar, con voz temblorosa.

—El contrato ha sido rechazado. Como si ya estuviera vinculado, señor Malfoy.

—¿Qué significa eso? —exigió Draco.

El funcionario tragó saliva, y bajó la voz como si temiera que las paredes lo oyeran.

—Que ya estás vinculado de forma mágica. Por sangre. Es imposible que la pluma haya extraído tu magia para rechazar la firma si no fuera para detectar un vínculo preexistente.

—Eso es imposible —dijo Draco, pero su voz sonaba hueca, incluso para sí mismo.

Astoria frunció el ceño.

—¿Estás diciendo que Draco ya está casado? —preguntó con incredulidad — Eso no puede ser. No ha habido ninguna ceremonia… ¿Verdad Draco? —Por primera vez, Astoria perdió los papeles en público y el pánico se apoderó de ella— Dile que esto es un error. ¡Tú no puedes estar casado!

El funcionario parecía tan perplejo como ellos.

—No se trata de un matrimonio moderno, señorita Greengrass. Esto es un vínculo de sangre. Antiguo…Muy antiguo. Puede originarse de un ritual, una promesa sellada con magia arcana, o… —bajó la voz— un grimorio.

Draco sintió el suelo ceder ligeramente bajo sus pies.

Un grimorio.

La imagen le llegó tan fresca como si aún estuviese allí: la Sala de los Menesteres, envuelta en sombras, el grimorio de la profesora Trelawney, la visión del futuro en el espejo…la pelea, el espejo hecho añicos...la sangre.

La sangre de Granger y la suya.

Fusionándose, mezclándose como iguales mientras el grimorio pasaba las páginas solo hasta detenerse en una página, una página con runas y frases en latín…

Draco retrocedió un paso, sintiendo un nudo apretarse en la base del estómago.

En ese momento no entendía que había pasado, ni si quiera Granger con su inteligencia lo había sospechado, porque si ella supiera algo, lo habría buscado.

¡Oh si! claro que ella lo hubiera buscado para romper este vínculo y no tener nada que ver con el apellido Malfoy.

Draco no sabia como ni por qué, no sabia si fue el acto de ella al cortarse y estampar su mano contra la herida fresca del brazo de él o fue simplemente, la magia del hechizo de vinculación protestando por la pelea que tuvieron y las cosas que él le dijo…lo único que Draco Malfoy sabia en ese instante, es que Astoria no podría convertirse en aquello por lo que había sido preparada toda su vida… porque según la magia de sangre…Hermione Granger llevaba siendo la Señora Malfoy quince largos años.

Y por primera vez en mucho tiempo, Draco Malfoy sintió miedo.

No por el vínculo.
Sino por lo que podría significar volver a mirar a Hermione Granger a los ojos… sabiendo que, desde aquella noche maldita en la Sala de los Menesteres, ella ya era su esposa.



 

Draco no regresó a la Mansión Malfoy esa noche.

Después de despedirse con una excusa vacía, dejó a una Astoria muy molesta en la puerta giratoria del Ministerio y desapareció entre las sombras del Atrio como un ladrón.

No podía explicarle a nadie y mucho menos a Astoria… No hasta entenderlo él mismo.

Habían pasado quince años desde aquella noche, y sin embargo sus pasos lo guiaban con la seguridad de quien conoce el camino de memoria. El castillo de Hogwarts no era fácil de acceder después de la guerra: protegido por nuevas barreras, por el escrutinio de la directora McGonagall y por los murmullos del pasado.

Pero para un Malfoy, siempre había puertas ocultas.

Y él conocía unas cuantas.

No supo si era el frío de las mazmorras o el recuerdo de sus propias palabras lo que le erizaba la piel mientras cruzaba pasillos en silencio. Finalmente, llegó al muro conocido en el tercer piso.

Cerró los ojos. Respiró hondo.

Necesito entrar a la Sala de los Menesteres. La forma en la que estaba aquella noche, la del proyecto de adivinación. Cuando ella estaba allí. Cuando el grimorio apareció.

Pasó tres veces delante del muro, y, como si el castillo mismo obedeciera a un conjuro olvidado, la puerta se materializó con un susurro de piedra sobre piedra.

La sala estaba igual que cuando la dejó hace quince años.

El aire tenía un peso mágico que Draco reconoció de inmediato: magia antigua, espesa, como la que se usaba en rituales olvidados por el Ministerio moderno. En el centro de la sala, la mesa baja de piedra negra. Las velas consumidas, trozos de cristales esparcidos por el suelo, manchas de sangre que habían goteado de la palma de la mano de Granger y que ahora permanecían secas en el suelo, como si se burlasen de él por lo que allí sucedió.

Pero ni rastro del grimorio.

Por supuesto que la perfecta estudiante—y amante de los libros, aunque fuesen de adivinación— lo había devuelto a la profesora.

Draco golpeo la mesa de frustración., haciéndose más daño que liberándose de la rabia que tenia contenida en ese momento.

Pero algo en el suelo, bajo la mesa, le llamo la atención: era un trozo de una hoja del grimorio.

Lo tocó con la punta de la varita, como si una simple hoja pudiese atacarle.

La tinta de las runas grabadas se iluminó mostrando una frase que estaba oculta a primera vista.

Vinculatio per Sanguinem. Unum Anima, Unum Nexum.
"El alma unida por sangre. Un solo lazo. Un solo destino."

Draco sintió que el estómago se le hundía, las palabras eran claras.

No era una promesa, no era una predicción, ni si quiera una estúpida visión de futuro como la que el espejo les mostró… Era un juramento mágico sellado por sangre compartida. Suya… y de Granger.

Una segunda frase apareció de la nada borrando los restos de la anterior:

"El lazo ha sido sellado. Dos almas enlazadas en matrimonio de sangre. Hasta que una renuncie, o la muerte las separe."

Draco retrocedió un paso.

Renunciar.

¿Podía romperse?

Pero no había ni rastro del grimorio, no podría encontrar la respuesta, el contra hechizo o cualquier cosa para solucionar el lio en el que estaba metido sin que nadie más se enterase…y mucho menos, Granger.

Tenía un mes.

Un mes para encontrar la respuesta, romper el vínculo, firmar el maldito contrato con Astoria y… casarse.

Chapter 6: Equilibrio

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Charing Cross Road-Londres

El Caldero Chorreante estaba en su punto más tranquilo de la tarde, con un murmullo constante de conversaciones y el tintinear ocasional de vasos llenos de cerveza de mantequilla y wiskhey de fuego. Hermione estaba sentada en su rincón favorito junto a la ventana, donde la luz que se colaba entre las cortinas sucias daba una falsa sensación de calidez.

Ginny llegó con paso firme, como si estuviera entrando en una sala de interrogatorios, no en un pub.

—¡Lo que me faltaba hoy! —dijo antes de sentarse y soltar su bolso como si llevara dentro una mandrágora dormida—. Zabini.

Hermione levantó una ceja mientras cogía su cerveza de mantequilla.

—¿Blaise otra vez? ¿Qué hizo ahora?

Ginny se dejó caer en la silla frente a ella, quitándose la bufanda y el gorro con aire de soldado en retirada.

—Oh, nada… solo aparecer en mi ronda, en el pasillo del Ala Este de Azkaban —comenzó con sarcasmo—, apoyarse contra la pared como si posara para Corazón de Bruja y soltarme: ¿Te has dado cuenta de que los grilletes del bloque C quedarían muy bien en tus muñecas y sobre mi cama, pelirroja?

Hermione se atragantó con su trago.

—¿En serio dijo eso?

Ginny la miró, seca.

Hermione rompió en carcajadas, tan fuerte que varias personas giraron sus cabezas en dirección a ellas.

—¿Y qué hiciste?

—Le lancé un Muffliato y le dije que, si volvía a interrumpirme en mitad de una ronda, le iba a encadenar yo al muro con esos grilletes y dejar que Dolohov le diera la charla sobre sus teorías conspirativas toda la noche.

—Ginny...

—¿Qué? —dijo con toda la inocencia del mundo—. No lo amenacé con tortura, solo con aburrimiento.

Hermione negó con la cabeza, divertida.

—No sé si ustedes dos se odian o si en el fondo solo están calentando motores.

Ginny bufó.

—Zabini no es mi tipo. Es engreído, arrogante, se cree irresistible y tiene la manía de llamarme "Weasley" o "pelirroja" como si estuviésemos en un maldito duelo verbal cada vez que hablamos.

—Ajá. Y, sin embargo, aquí estás, hablándome de él por cuarta vez esta semana.

Ginny frunció el ceño, pero no lo negó.

—Es molesto. Es como un incendio pequeño: no lo quieres cerca, pero tampoco puedes ignorarlo porque empieza a extenderse.

—¿Y a ti te gusta que arda un poco?

Ginny se cruzó de brazos, desafiante.

—Solo un poco. Pero...si empiezo algo con Zabini y sale mal, imagina lo incómodo que sería compartir guardia con él en una prisión llena de dementores retirados.

—¿Y si sale bien?

Ginny la miró con una ceja alzada, como si Hermione acabara de sugerirle que se casara con un boggart.

—Eso sería aún peor.

Hermione rió, sacudiendo la cabeza.

—Él tiene algo, ¿sabes? No solo es el encanto ese de Slytherin reformado. Tiene inteligencia, estilo, y una forma de leerte como si ya supiera cuál será tu siguiente movimiento. Es irritante... y tentador.

—Suena a que estás considerando dejarlo ganar uno de esos duelos verbales.

—¡Jamás! —Ginny se inclinó sobre la mesa, desafiante—. Si Zabini quiere algo conmigo, tendrá que ganárselo. Y no con sonrisitas de serpiente ni frases de ligue. Que se arremangue y lo intente de verdad, porque no pienso ser otra historia de conquista en su colección.

Hermione asintió con una sonrisa cómplice.

—No esperaba menos de ti.

Ginny entrecerró los ojos, sosteniendo su copa como si estuviera a punto de interrogar a un sospechoso reincidente.

—¿Y tú? —dijo con tono acusador—. ¿Vas a seguir fingiendo que te bastan tus libros, tus casos y ese gato infernal que tienes?

Hermione se encogió de hombros, ocultando una sonrisa detrás de su vaso.

—No necesito más, Ginny. Estoy bien como estoy.

—Por Morgana, Hermione —bufó su amiga—, eres brillante, poderosa, atractiva, y tienes más paciencia que una estatua de piedra en Gringotts. No me digas que te vas a condenar a una vida triste y solterona.

Hermione apoyó el vaso sobre la mesa, ladeó su sonrisa y sus ojos brillaron con un destello travieso.

—No he dicho que no tenga… una vía de escape ocasional.

Ginny se quedó inmóvil, pestañeando como si intentara reiniciar su cerebro.

—¿Perdona?

Hermione levantó las cejas, inocente.

—Solo digo que, a veces, una también tiene necesidades. Y que esas necesidades no siempre quedan insatisfechas.

—¡Hermione Jean Granger! —Ginny apoyó las manos en la mesa, escandalizada y fascinada a partes iguales—. ¿Desde cuándo eres tan abierta? ¿Quién es? ¿Lo conozco? ¿Tiene nombre o sólo número de habitación?

Hermione se rió, disfrutando cada segundo de la reacción.

—No pienso decir nada más. Es discreto. Práctico. Sin complicaciones. Lo suficiente para mantenerme... centrada.

—¿Práctico? —repitió Ginny como si le hubiera hablado en runas antiguas—. ¿Qué eres, una bibliotecaria que alquila caricias por horas?

Hermione alzó su vaso a modo de brindis.

—Digamos que tengo mis métodos. Y que no necesito consejos sentimentales de alguien que quiere encadenar a Zabini a un muro y no precisamente por motivos laborales.

Ginny se ruborizó apenas, pero mantuvo el mentón en alto.

—¡Zabini es un imbécil! Encantador, molesto, y peligrosamente guapo… pero un imbécil al fin y al cabo.

—Y sin embargo no dejas de hablar de él —dijo Hermione, divertida.

Ginny la apuntó con el dedo.

—Y tú acabas de admitir que tienes un amante en la sombra. Así que estamos empatadas.

Hermione se limitó a sonreír, enigmática.

—Si tú no me cuentas lo que sientes por Zabini, yo no te cuento nada más sobre mi… proveedor de equilibrio emocional.

Ginny resopló, cruzándose de brazos.

—Sabes que esto no ha terminado, ¿verdad?

—Nunca lo hace contigo —dijo Hermione, y chocaron los vasos.

Chapter 7: Oráculo

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Malfoy Manor – Biblioteca privada. Medianoche.

 

El fuego chisporroteaba suavemente en la chimenea de mármol negro, proyectando sombras alargadas sobre los estantes infinitos de libros antiguos

Draco estaba sentado en un sillón de respaldo alto, copa de whisky de fuego en mano, con un libro abierto en las rodillas… pero llevaba diez minutos sin pasar la página.

—¿Y si le digo que deje de llamarme por el apellido? —preguntó Zabini desde el sofá frente a él, recostado con la elegancia perezosa de un gato satisfecho—. Siempre Zabini esto, Zabini lo otro, como si estuviéramos en el colegio otra vez.

Draco alzó la vista apenas, pestañeando.

—Ajá…

Zabini lo observó con desconfianza.

—No has escuchado una maldita palabra, ¿verdad?

Draco suspiró, cerrando el libro de golpe.

—Perdón. Estoy... distraído.

—¿Distraído? Malfoy, estás más ido que un espectro sin propósito. Estoy aquí abriéndome emocionalmente sobre cómo una mujer con el temperamento de un dragón en celo está volviéndome absolutamente loco, y tú ni te inmutas.

—¿Ginevra otra vez?

Zabini le lanzó una mirada incrédula.

—Sí, Ginny otra vez. Porque no puedo dejar de pensar en ella. ¿Tienes idea de lo frustrante que es que alguien te mire como si quisiera desintegrarte… y al mismo tiempo no puedas quitarle las manos de encima con la imaginación?

Draco se sirvió otra copa, más por costumbre que por gusto.

—Imagino que sí…

Zabini se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.

—Es que no es como las demás. No se derrite con un cumplido, no se impresiona con mis hechizos, y si sonríe… Merlín, si sonríe, es porque sabe que te va a joder la vida y se está divirtiendo en el proceso.

Draco esbozó una media sonrisa. Esa sí fue una buena descripción de la menor de las comadrejas.

—Suena encantador.

—Lo es… Aterradoramente. —Zabini giró la copa en su mano—. Y estoy metido hasta el cuello. ¿Qué hago con eso?

—Haz lo que siempre haces. Peléalo como un duelo. Solo que esta vez, asegúrate de que te importe el resultado.

Zabini lo miró fijo, sorprendido por la seriedad de su tono.

—¿Desde cuándo te volviste tan profundo?

Draco se levantó, caminando hacia uno de los estantes, pasando los dedos por los lomos de los libros sin realmente leer los títulos.

—Estoy… en otra clase de problema, Zabini.

—¿Problema tipo "necesito desaparecer un cuerpo" o tipo "mi vida se está desmoronando silenciosamente y nadie puede notarlo"?

Draco no respondió de inmediato. Sacó un libro grueso, polvoriento, y lo hojeó con rapidez, buscando algo.

No estaba ahí.

Lo devolvió con más fuerza de la necesaria.

—Digamos que estoy atrapado en algo… antiguo. Mágico. Y no tiene una maldita salida a la vista.

Zabini se enderezó, ahora sí alerta.

—¿Es por eso que llevas semanas como si estuvieras peleando con un espectro? ¿Esto tiene que ver con lo de Granger?

Draco se congeló, solo un segundo.

—¿Qué sabes tú de Granger?

—Nada —dijo Zabini, alzando las manos—. Solo que cada vez que alguien la menciona, tú te tensas como si te hubieran conjurado un Lazo del diablo en el pecho.

Draco le dio la espalda.

—No es Granger.

—Claro. No es Granger… pero estás revisando libros sobre rituales antiguos como si buscaras la cura para una maldición de sangre. ¿Te crees que no me doy cuenta?

Draco apretó la mandíbula, luego se dejó caer de nuevo en el sillón con un suspiro largo.

—No puedo decírtelo. Todavía no. Solo necesito encontrar algo… Un grimorio, un códice, un oráculo… algo que me diga cómo deshacer un vínculo que no debió existir.

Zabini lo miró en silencio unos segundos.

—Sea lo que sea… ¿estás seguro de querer romperlo?

Draco lo miró con los ojos encendidos.

—¿Y tú estás seguro de querer que Ginevra Weasley te golpee con un bate de golpeador por intentar besarla?

Zabini sonrió.

—Puede que lo merezca. Pero bromas aparte…conozco a alguien que podría ayudarte. —dijo Blaise con tono serio—Pero antes amigo, tienes que contarme todo.



 

Villa de los Santorelli—Nápoles, Italia.

El calor del sur de Italia se sentía distinto al de Inglaterra. El aire tenía un aroma a sal marina y a albahaca.

Draco se acercó a la verja de la villa con expresión tensa, ajustándose la capa mientras lanzaba una mirada de fastidio a Zabini.

—¿Seguro que esto no es una pérdida de tiempo?

—Tú eres el desesperado, Malfoy —dijo Blaise, sacudiendo el polvo inexistente de su túnica—. Yo solo te estoy trayendo con la única persona que tal vez entienda qué clase de lío ancestral es este.

Caminaron por un sendero empedrado hasta una gran casa de piedra volcánica con enredaderas trepando por los balcones. La puerta se abrió antes de que pudieran tocar y una mujer de cabello oscuro y rizado, con piel morena y vestida con túnica de lino color marfil.

—Blaise —dijo con voz baja, melódica—. Tardaste más de lo que esperaba.

—No todos podemos manipular el tiempo, Lia —replicó él con una sonrisa cansada—. Te presento a Draco Malfoy.

Ella lo estudió en silencio por varios segundos, como si lo desnudara con los ojos... no en el sentido físico, sino más profundo, más incómodo.

—Tu alma lleva un peso antiguo —dijo finalmente—. Pasa. El té ya está servido.

Las paredes estaban cubiertas de tapices bordados a mano, y en el aire flotaba una mezcla de incienso, jazmín y algo más amargo. Lia se sentó frente a Draco, extendiendo la palma para que él la tomara.

—¿Esto es estrictamente necesario? —murmuró él, dudando.

—Solo si quieres respuestas —respondió ella con tranquilidad.

Cuando Draco puso su mano sobre la suya, Lia cerró los ojos. Un murmullo bajo escapó de sus labios, casi inaudible. Durante un largo minuto, nadie habló.

Zabini miraba con curiosidad, pero no intervenía.

Finalmente, Lia abrió los ojos. Había un leve temblor en su expresión.

—No es solo un lazo, Draco. Es un matrimonio de sangre. Antiguo. Completo... en parte.

—¿En parte? —repitió él con el ceño fruncido.

—El ritual fue iniciado, pero nunca consumado. Las almas fueron enlazadas, sí. Pero no se reconocen plenamente. No han convivido. No se han conocido. Ni en cuerpo, ni en alma.

Draco palideció.

—¿Y cómo se rompe?

Lia lo miró con una seriedad templada.

—Primero debes terminar el ciclo. Consumación, convivencia, conocimiento. Solo cuando ambos hayan compartido su esencia, cuando sus almas se conozcan por completo, el vínculo podrá... abrirse. Y entonces, si uno de los dos lo desea genuinamente, podrá romperse; Pero no antes.

—¿Quieres decir que tengo que... convivir con Hermione Granger? ¿Consumarlo?

Lia sonrió apenas, con esa clase de expresión que usan los oráculos cuando ya han visto el final del juego.

—Solo cuando se ha vivido plenamente lo que se unió, puede deshacerse sin cicatrices. Negarte a ello es como intentar desenredar un nudo sin tocarlo. Y cuidado... si uno de los dos llega a querer quedarse, el otro también lo sabrá. Las almas no mienten.

Draco se recostó en la silla, aturdido.

Zabini chasqueó la lengua.

—Bueno. Al menos no tienes que matarla. Aunque, conociéndote, eso hubiera parecido más sencillo.

Draco lo fulminó con la mirada, pero no respondió. Porque en el fondo, lo más inquietante no era lo que debía hacer...

Sino lo que temía empezar a querer hacer.

Chapter 8: El punto de quiebre

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Azkaban, Ala Este— Medianoche.

 

El frío se colaba entre las piedras, ese tipo de frío que no venía solo del clima, sino del lugar en sí. Azkaban parecía susurrar cada lamento de los que allí estaban encerrados. A pesar de que todos pensaban que Ginny Weasley acabaría casándose con Harry Potter y jugando en cualquier equipo de la liga profesional de quidditch…nada estaba más lejos de la realidad.

La caída de Voldemort dejó a Harry en una constante espiral de sentimientos que se debatían entre salir adelante en una vida normal y una vida amenazada por la sombra de la guerra.

Porque... ¿cómo se supone que uno sigue adelante cuando su vida entera se ha construido sobre la lucha? ¿Cómo se aprende a dormir tranquilo después de años con un ojo abierto y la varita bajo la almohada?

Harry intentó adaptarse. De verdad que lo intentó; jamás en su vida le había puesto más empeño a algo…incluso se mudó con Ginny y aceptó un puesto en la Oficina de Aurores, asistió a la Madriguera cada domingo, sonreía, siempre decía las palabras correctas…

Pero por dentro, se sentía como un visitante en su propia existencia.

El trauma no desapareció con la muerte de Voldemort: solo cambió de forma.

Los gritos, las muertes, los rostros de quienes no habían tenido su misma suerte —Fred, Tonks, Remus, Colin, y tantos otros— lo perseguían con más fuerza ahora que no tenía un enemigo al que culpar.

Lo que antes lo mantenía en pie —la necesidad de luchar, de proteger, de sobrevivir— se convirtió en un eco vacío.

Y entonces llegó el colapso.

Harry Potter, el ancla de todos ellos, el que siempre había tenido una respuesta, un hechizo, una salida… de pronto, no tenía nada.

Ni palabras. Ni fuerzas. Ni rumbo.

Ginny lo sostuvo mientras pudo, pero incluso ella entendió que amar a alguien no es lo mismo que poder salvarlo pues hay heridas que ni la magia puede curar.

Harry dejó el Ministerio y se alejó de Ginny.

Se fue del mundo que tanto le había exigido… y no volvió.

Nadie sabe exactamente dónde fue y algunos dicen que vive entre los muggles, bajo otro nombre. Otros, que se esconde en una cabaña en los bosques de Escocia.

Ginny… nunca volvió a mencionarlo después de su partida.

Eligió las sombras. Eligió el silencio de las celdas, las miradas perdidas de hombres que ya no recordaban ni su nombre.
Azkaban no era solo una prisión: era una herida abierta, un eco constante del dolor incluso para quienes la patrullaban.

Y, aun así, Ginny recorría sus pasillos como si le pertenecieran, con el paso firme, los nudillos endurecidos y el alma templada no por la guerra, sino por lo que vino después.
Por lo que quedó cuando todo terminó… y nadie supo qué hacer con la paz.

Esa noche, caminaba revisando celdas vacías y cerraduras encantadas, una tarea aburrida pero que a Ginny le servía para aumentar sus reflejos.

—¿Perdida, Weasley? —dijo una voz detrás de ella, suave como terciopelo envenenado.

Ginny se giró con rapidez, apuntando con su varita. Blaise Zabini estaba apoyado con desfachatez contra la pared, con los brazos cruzados y esa maldita sonrisa ladeada que llevaba días intentando ignorar.

—¿Tú otra vez? ¿No tienes otra ala que patrullar?

—Lo hice. Muy eficientemente, si me preguntas. Me sobraba tiempo… y pensé en lo aburrida que debes estar sin alguien que…excite… tu ingenio.

Ginny bufó, bajando la varita, pero sin dejar de fulminarlo con la mirada.

—Estaba perfectamente sin tus interrupciones. Y mi ingenio está en forma, gracias. Lo uso para no convertirte en un cerdo cada vez que abres la boca.

Zabini sonrió más ampliamente, acercándose con pasos lentos, casi felinos.

—Vamos, pelirroja… Admítelo. Tus noches aquí serían insoportables sin mi encanto.

—¿Encanto? ¿Es eso lo que estás llamando ahora a tus delirios de superioridad?

—Algunos preferimos el veneno que se desliza suave… y mata lento —respondió con calma, su sonrisa tan peligrosa como su voz no pasó desapercibida para Ginny que lo miró cruzándose de brazos.

—¿Sabes qué es venenoso? Tu ego. Me sorprende que aún te entre la cabeza por los pasillos.

Zabini se detuvo a solo un paso de ella. Había un brillo en sus ojos, algo entre diversión y curiosidad real…algo que ponía a Ginny más nerviosa de lo que le gustaría admitir.

—Y, sin embargo, aquí estás. Hablando conmigo en lugar de lanzarme un hechizo y mandarme a dormir con los inferi.

—No creas que no lo estoy considerando —murmuró Ginny, aunque no retrocedió ni un milímetro.

Un silencio cargado cayó entre ellos, sus miradas atravesándose como dagas, sus cuerpos uno frente al otro. Y de repente, un gesto tan minúsculo en el rostro de Blaise que, si no hubiesen estado tan cerca, Ginny no lo hubiese apreciado: su sonrisa ladeada se desvaneció apenas por un segundo, como si el juego se le hubiese escapado de los labios.

—Podrías simplemente admitirlo —dijo él al fin, en voz baja recordando las palabras de Draco—. Que te intrigo. Que te saco de quicio. Que quieres saber si mis palabras son tan hábiles como mis manos.

Ginny sonrió pícaramente, como si su mente estuviese trazando un plan.

—Si alguna vez quiero comprobar eso, Zabini, te aseguro que no necesitarás hablar. Y tampoco saldrás ileso.

Zabini rió encantado.

—Merlín bendiga tu lengua afilada, Weasley.

—Cállate y patrulla —ordenó ella, dándose media vuelta sin perder la sonrisa.

—Sí, capitana —respondió él detrás de ella, con esa voz que hacía que hasta las sombras parecieran escuchar.

Y mientras se alejaban en direcciones opuestas, ambos llevaban la sonrisa de quien sabía que el juego se estaba convirtiendo en algo más peligroso.

Pero antes de que Ginny doblara la esquina, la voz de Zabini volvió a alcanzarla, más baja, casi casual:

—Oye, Weasley…

Ella se detuvo sin girarse, solo ladeando la cabeza.

—¿Qué?

—Tú eres muy amiga de Granger, ¿no?

Ginny parpadeó confusa, no esperaba para nada que precisamente él le preguntase por Hermione.

—¿Y eso qué importa?

Zabini encogió los hombros, como si la pregunta no tuviera importancia.

—Curiosidad académica.

Ginny lo miró por encima del hombro, entrecerrando los ojos.

—Cuando tú tienes curiosidad, suele haber fuego detrás del humo. Ten cuidado, Zabini… Hermione no juega en tu liga.

Y se marchó sin añadir más, dejando a Blaise con una sonrisa curiosa y el eco de una nueva línea de investigación.



 

Piso de Zabini—Londres.

El fuego crepitaba en la chimenea de mármol negro del salón de Zabini. Draco estaba de pie frente al ventanal, con una copa de whisky de fuego en la mano y el ceño fruncido con la precisión de un hombre cuya paciencia estaba en números negativos.

—Entonces —dijo, sin mirarlo—, ¿conseguiste algo?

Zabini dejó caer su abrigo sobre el respaldo del sofá y se sirvió un trago con toda la calma del mundo.

—Depende de lo que consideres "algo".

Draco se giró lentamente con una mirada amenazadora.

—Blaise.

—Hablé con Weasley. Tuvimos… una conversación bastante productiva, la verdad.

—¿Productiva? ¿Eso significa que descubriste algo útil sobre Granger o que volviste a intentar meterle mano a tu compañera de trabajo?

Zabini sonrió, encogiéndose de hombros con descaro.

—Solo estoy explorando posibles rutas de aproximación, como tú me recomendaste. Ganarme la confianza de Weasley puede serte útil. Además, tiene una lengua afilada y una mirada que podría incendiar una escoba. Ella…es fascinante.

—¡Merlín! —Draco dio un paso al frente, frustrado—. ¡No necesito que te enamores de una maldita Weasley! ¡Necesito que averigües si Hermione sospecha algo del vínculo! ¿Si ha sentido algo raro estos días? ¿Si ha tenido sueños, reacciones mágicas, cualquier cosa!

—Sí, sí. Todo eso estaba en mi lista de preguntas justo después de que ella me desarmara con que no saldría ileso si alguna vez ella comprobaría la habilidad de mis manos. —respondió Zabini con una mueca divertida.

Draco lo fulminó con la mirada, con la mandíbula tensa como una trampa de acero.

—Blaise—dijo con voz calmada pero contundente, intentando que su amigo captase cada una de las palabras que tenía que decirle— tengo menos de un mes para encontrar una salida antes de que esto estalle en mi cara. No puedo permitirme errores. Ni distracciones. Ni flirteos con la maldita guardia de Azkaban.

Blaise se dejó caer en el sillón, estirando las piernas con elegancia y poniendo los ojos en blanco.

—Relájate, Malfoy. Cuando le pregunté por Granger se puso en alerta y creo que sospecha que me interesa Granger por otra razón. Me lanzó una advertencia…

Draco se pasó una mano por el rostro, exasperado.

—Genial. Ahora no solo no sabemos nada, sino que encima Weasley sospecha y le contará a Granger que has preguntado por ella… ¡Y todo por culpa de tu libido!

Blaise alzó una ceja.

—¿Mi libido? Tú eres el que está mágicamente casado con ella, no yo.

—¡Accidentalmente! —espetó Draco—. Yo no me pasé la noche flirteando mientras el reloj sigue corriendo.

Hubo un silencio cargado. Finalmente, Blaise habló con un tono más sobrio.

—Mira, sé que esto te tiene de los nervios. Pero si quieres mi opinión, deberías encarar a Granger y contarle todo, al fin y al cabo, esto también le afecta a ella.

Draco lo miró, entre cansado y resignado.

—Solo consigue algo útil la próxima vez. No necesito más chispas. Necesito información. ¿Estamos?

Zabini alzó su copa en señal de brindis.

—Estamos.

Mientras Draco volvía la vista al ventanal, no dejaba de pensar en que Blaise tenía razón: era hora de buscarla y contarle todo.

ray id: 

Chapter 9: Entre tinta y sangre

Chapter Text

Santuario de Dragones—Rumanía

 

Hermione se despertó poco antes del amanecer con la sensación de que algo estaba a punto de cambiar. No era magia, era un instinto. Había sentido unas sensaciones extrañas en su cuerpo en los últimos días, desde el encuentro en el ministerio con Draco Malfoy y Astoria Greengrass.

No sabía cómo explicarlo, algo así como unas ligeras cosquillas que acariciaban su piel, magia zumbando por sus venas…algo diferente a su propia magia, algo más poderoso.

Charlie dormía a su lado, con una pierna aún sobre la suya, el cuerpo tibio y pesado por el sueño. Hermione sonrió con suavidad. Había algo reconfortante en su presencia: el olor a humo, la piel curtida por el sol, los brazos que sabían sostener, pero nunca presionar.

Con cuidado, se soltó de entre las sábanas, envolviéndose en una bata y caminó hasta el salón de la cabaña. Abrió una de las ventanas para dejar que entrara un poco de aire fresco… y fue entonces cuando la vio.

Una lechuza, elegante y pálida como la escarcha, esperaba en el alféizar con una mirada inquisitiva.

Hermione frunció el ceño. No era una lechuza de la Reserva, ni del Ministerio.

¿Quién le escribiría en domingo?

Con manos aún adormiladas, desató el pequeño rollo de pergamino atado a su pata.

Lo leyó una vez. Luego otra.

Y se quedó inmóvil.

—¿Esa cara es porque ha surgido un nuevo mago oscuro con ansias de poder o porque el mensaje lo firmó un fantasma? —dijo Charlie desde el marco de la puerta, apoyado contra la madera y con una taza de café en las manos.

Hermione lo miró, sorprendida de que estuviera despierto. Llevaba una camiseta sin mangas y el cabello revuelto. A pesar de su aspecto áspero, su mirada era suave.

—Malfoy me ha escrito —dijo finalmente ella, aún sin saber cómo explicar lo que sentía.

Charlie parpadeó.

—¿Draco Malfoy? ¿Rubio, cara de mármol, voz de juez del Wizengamot? ¿Ese Malfoy?

Hermione le lanzó una mirada medio divertida, medio nerviosa.

—Ese mismo. Dice que necesita hablar conmigo en persona. Que es urgente… y que me afecta directamente.

Charlie entró al salón y le tendió la taza de café que había traído para ella. Hermione la tomó, agradecida.

—¿Vas a ir?

Ella asintió después de unos segundos.

—Sí. No sé por qué, pero… tengo la sensación de que esto no es cualquier cosa.

Charlie se sentó en el sofá, dejándole espacio a su lado. Ella lo acompañó.

—¿Te preocupa? —preguntó él, con esa calma suya que siempre lograba anclarla.

—Me inquieta —admitió—. Lo vi hace unos días en el Ministerio después de quince años. Fue… raro…Y ahora, esta carta.

Charlie estudió su rostro intentando descifrar la mirada perdida de ella.

—¿Crees que tenga que ver con la guerra?

—No lo creo —dijo ella, con el ceño fruncido—. No sonaba a eso. No era una amenaza, ni un favor, ni siquiera un reproche. Sonaba… personal.

Charlie sonrió apenas.

—Debo decir que no pensé que un tipo como él te escribiría. O que tú vacilarías siquiera en ir a verlo.

Hermione lo miró. Sabía lo que estaba preguntando sin decirlo. ¿Por qué importaba? ¿Por qué no dejaba pasar la carta y ya?

—Es solo una reunión —dijo ella con suavidad.

—No estoy celoso, Hermione —respondió él con una risa baja, apartando un mechón de su cabello—. Sé lo que somos, no necesito etiquetas… y sé que tú tampoco.

 

Ella le tomó la mano, sin buscar excusas para hacerlo y le dio un apretón.

—Lo nuestro siempre fue claro.

—Y bonito —añadió Charlie, sin vergüenza—. Me gustas, Hermione. Me gustas mucho. Pero si hay algo que he aprendido con los dragones es… que no se pueden atrapar las dragones que necesitan volar.

Hermione sintió un nudo cálido en el pecho. No era algo doloroso, era la sensación de estar cada vez más unida a él.

—Tú también me gustas. No quiero que esto cambie, me gusta nuestra manera de llevar esto.

Charlie apretó su mano con la suya, áspera y cálida.

—No va a cambiar, Hermione. Pase lo que pase con Malfoy, o con lo que sea que quiera de ti… estoy aquí. Cuando quieras y como quieras.

Ella lo besó, lento. No por deseo, sino por gratitud.

—Gracias.

Charlie se encogió de hombros, sonriendo.

—Solo no vuelvas con un dragón. Uno de esos ya es suficiente en esta cabaña.

Hermione rió, dejando la carta sobre la mesa.

—Lo dudo mucho.

Pero en el fondo, una parte de ella sabía que después de esa reunión con Draco Malfoy, algo iba a cambiar. No sabía si sería pequeño o devastador. Pero el equilibrio actual… tenía las horas contadas.



 

Hoxley & Porter — Upper Street, Londres

Hermione entró a la cafetería con pasos decididos, aunque el corazón le palpitaba con una ansiedad sutil. El cielo londinense derramaba una llovizna constante que le empapaba el abrigo, pero dentro de Hoxley & Porter todo parecía pertenecer a otro mundo.

Era un lugar elegante, decorado con un aire art déco: lámparas de latón, terciopelo oscuro, y madera pulida que brillaba bajo la luz cálida. El aroma a café fuerte, canela y un leve toque de licores flotaba en el aire. Nada delataba que se trataba de un encuentro trascendental. O tal vez sí, pensó Hermione, al encontrarlo allí sentado, en una mesa al fondo, junto a la ventana empañada por la lluvia.

Draco Malfoy.

Vestía como quien ya no necesita impresionar, pero aun así lo hacía: abrigo gris de corte impecable, bufanda oscura, y una expresión tensa que solo quienes lo conocían de verdad sabrían leer. Hermione dudó un segundo en acercarse.

Él alzó la vista en cuanto la sintió llegar. Sus ojos grises se detuvieron en ella como si quisiera asegurarse de que era real.

—Granger —dijo con un leve asentimiento de cabeza, poniéndose de pie por cortesía. Su voz sonaba más grave que la última vez.

—Malfoy —respondió ella, sentándose frente a él sin quitarse aún el abrigo.

Un camarero muggle se acercó de inmediato, con la cortesía elegante del sitio. Draco pidió un café solo para él y un té para Hermione sin siquiera mirarla.

Ella arqueó una ceja.

—Prefiero café, gracias—dijo Hermione dirigiéndose al camarero y acto seguido bajó la voz para dirigirse a Malfoy. —¿Cafetería muggle? ¿No te preocupa que te vean aquí?

Draco se encogió de hombros, recostándose ligeramente en su silla.

—Precisamente por eso lo elegí. Aquí no me ve nadie que importe, ni del Ministerio, ni de la prensa, ni… de casa.

—Astoria —dijo Hermione inmediatamente.

Draco no respondió, pero su mirada fue respuesta suficiente.

—¿Por qué estoy aquí, Malfoy?

Él respiró hondo. Sacó de su abrigo un pequeño estuche de cuero negro y lo puso sobre la mesa con cuidado, como si contuviera algo vivo. Hermione lo miró con recelo.

—Ábrelo.

Ella lo hizo. Un trozo de pergamino antiguo, cuidadosamente enrollado, con runas doradas y palabras en latín de un vínculo sellado, una unión de magia ancestral por sangre. Bastó un roce para que la energía mágica se activara como una descarga sutil en sus dedos.

Hermione palideció. Sabía lo quera, había reconocido las runas perfectamente.

—Esto es…

—Un vínculo mágico. Un matrimonio ancestral, sellado por sangre y por magia —dijo Draco, sin rodeos—. Tú y yo… estamos vinculados desde hace quince años. Desde aquella noche en la Sala de los Menesteres.

Hermione se apoyó contra el respaldo del sillón tapizado, sin decir una palabra. El zumbido en su piel desde hacía días, esa sensación extraña que la perseguía… todo tenía sentido ahora, pero eso no hacia que sintiera totalmente abrumada por la noticia.

—Intenté firmar un contrato mágico con Astoria y… fue rechazado. Dos especialistas diferentes y de diferentes ámbitos me dijeron lo mismo: estoy mágicamente casado. Contigo.

Hermione lo miró, incrédula. ¿Esto estaba pasándole de verdad? ¿Tantos años aceptando el modo de vida que tenía y ahora resultaba estar casada con la sangre pura más tradicional de todos?

—¿Y qué quieres de mí? —preguntó a la defensiva.

—Romperlo —dijo Draco, con los labios apretados—. Pero no se puede hacer, así como así. El vínculo no es solo un papel, es…es magia viva, muy antigua. Exige que primero se… consuma. Que sea reconocido, convivido, entendido.

Hermione lo miró, entendiéndolo incluso antes de que terminara, pero sin compartirlo. ¿Cómo había pasado? ¿Cómo iba a consumar un matrimonio con Draco Malfoy? ¿Cómo demonios iba a vivir con Draco Malfoy?

—¿Quieres que… viva contigo? —preguntó en voz baja, intentando asimilar todas las imágenes que venían a su mente de lo que ella conocía sobre Draco Malfoy: humillación, odio hacia su estatus, arrogancia, frialdad y…oscuridad.

¡Por Merlín! Las características que cualquier bruja desearía en un esposo…

—Un ciclo lunar. —contestó Draco sacándola de golpe del pánico que se estaba creando en su mente— Después de eso, si uno de los dos lo desea, puede pedir la disolución. Sin consecuencias mágicas, pero… si no lo hacemos… el vínculo se fortalecerá por sí solo. Será permanente y Granger, ninguno de los dos queremos eso.

Hermione sintió que el mundo giraba apenas fuera de eje. Cerró el estuche y lo guardó en su bolso sin pedir permiso. Por su puesto que ella no quería estar vinculada eternamente a Draco Malfoy, ella había decidido hacía años que no se casaría, la relación con Charlie era las prueba de eso: nada de ataduras y ahora, sin quererlo ni buscarlo, estaba casadas con la persona que menos soportaba en el mundo; la misma persona que había plantado la semilla de la mujer empoderada que era ahora.

—¿Dónde? —preguntó más por inercia que por otra cosa.

Draco parpadeó, sorprendido de que aceptara tan pronto.

—Tengo una propiedad encantada en York. Antiguamente pertenecía a mi tía Andrómeda. Aislada y protegida. Nadie sabrá que estás allí…Y mucho menos, Astoria.

Hermione se levantó. El camarero apareció con su café justo en ese momento, pero ella ya no podía seguir allí frente a él.

—Te responderé en dos días —dijo, abrochándose el abrigo sin mirarlo.

Draco la observó en silencio mientras se alejaba. La campana sobre la puerta sonó cuando salió a la lluvia.

Afuera, la llovizna le acarició el rostro como una advertencia. Hermione inspiró hondo, intentando ordenar el torbellino de pensamientos que le pesaban en el pecho. Caminó por la acera mojada, sin rumbo fijo, ignorando el tráfico, el ruido, el mundo.

Charlie.

Su mente volvió a la cabaña en Rumanía, al calor de las sábanas, al tacto áspero de unas manos que sabían sostener sin atar. Charlie no era suyo, y ella tampoco era de él, pero había algo entre ellos que siempre había sido... sincero. Simple. Sin máscaras.

Y ahora esto.

Un vínculo sellado por sangre. Con Draco Malfoy.

Sintió una punzada extraña, no de culpa, sino de distancia. Como si la vida hubiera girado en una dirección que no quería tomar.

¿Qué le diría a Charlie? ¿Le diría algo, siquiera?

Sabía que él no pediría explicaciones, nunca lo hacía. Charlie era demasiado maduro para reclamos, demasiado libre para celos.

Pero Hermione también lo conocía lo suficiente para saber que… algo en su mirada cambiaría, delataría esos sentimientos que los dos se negaban a aceptar, pero se escondían ahí, bajo el acuerdo que tenían.

Se detuvo bajo un toldo y pensó en las palabras de Draco.

—Un ciclo lunar —murmuró para sí—. Solo un mes.

Pero ni siquiera sabía si se trataba solo de tiempo. Se ajustó su abrigo y levantó la barbilla, cualquier decisión que tomara a partir de ahora, iba a cambiarlo todo.

Y aunque no sabía aún qué camino tomaría, una cosa era segura: no era la misma Hermione que había entrado a ese café.

Y tampoco volvería a serlo.

Chapter 10: La verdad entre lineas

Summary:

Muchísimas gracias por la acogida de mi nueva historia y los comentarios ;)
Vinculum está publicándose tanto en español como en ingles simultáneamente, por eso tardo más en editar y actualizar los capítulos.

Estoy creando una playlist en Spotify para este fic, si tienes alguna sugerencia no dudes en comentarlo ;)

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Propiedad de la familia Malfoy— Provenza, Francia.

 

El mediodía brillaba con un sol radiante sobre los viñedos franceses, extendidos como un tapiz de verdes profundos en torno a la Villa de los Malfoy; La casa, una elegante construcción de piedra blanca, lucía como salida de un cuadro encantado: ventanas altas, contraventanas de madera azul pálido, hiedra trepando por las paredes y un silencio encantador roto apenas por el canto lejano de los grillos.

Draco apareció al final del sendero de grava con paso firme, vestido con ropas sencillas, pero de corte impecable. No solía visitar esta residencia con frecuencia—era más del gusto de su madre, que venía por temporadas para alejarse del mundo mágico británico y de todo lo que le recordaba a Lucius.

Justamente por eso, Draco no esperaba ver a nadie más.

Fue al rodear la terraza trasera que lo vio.

Un hombre salía por la galería que conducía a la piscina, el torso desnudo, el cabello aún húmedo, sujetando una toalla y un par de zapatos. Draco se detuvo en seco.

Theodore Nott. ¿Qué coño?

 

—¿Theo? —preguntó con frialdad y una ceja levantada.

Theo se congeló por una milésima de segundo—lo justo para que Draco notara que no esperaba ser visto—y luego esbozó una media sonrisa que no logró disimular el leve rubor en su cuello.

—Draco —saludó con esa voz suya, suave como un susurro y con la misma actitud despreocupada de siempre—. Qué puntual. ¿Te ofrecieron vino ya, o aún no pasaste del umbral?

Draco lo observó con atención, cruzando los brazos.

—No sabía que estabas en Francia.

—Oh, ya ves —respondió Theo, bajando por los escalones de piedra como si nada—. Cambio de clima. Beneficioso para el alma… y para otros apetitos.

Draco no respondió de inmediato. Su mente hacía las cuentas: Theo, piscina, toalla, y la ausencia de cualquier explicación razonable de por qué estaba en su casa familiar, semi-desnudo, a mitad del día.

—¿Está mi madre? —preguntó finalmente, directo.

Theo sonrió de lado, ajustándose la toalla sobre el hombro.
—Por supuesto. En el salón, bebiendo algo ridículamente caro.

Sin más, desapareció por el lado opuesto del jardín, como un gato que no teme ser descubierto porque sabe que nadie lo atrapará.

Draco se quedó allí un momento, mirando el espacio por donde Theo se había ido, antes de subir los escalones y entrar en la casa mientras dejaba escapar un resoplido. No tenía tiempo para ocuparse de Theo ahora, no con todo lo que tenia encima.

 

Encontró a Narcissa Malfoy, impecable como siempre, sentada junto a un ventanal con un libro en una mano y una copa de vino blanco en la otra. Llevaba un vestido vaporoso, y su cabello rubio recogido de manera informal, pero nada en ella parecía casual.

—Draco, querido —dijo con una sonrisa serena, sin levantar la vista del libro—. Qué grata sorpresa.

—¿Sorpresa? —respondió él con tono seco, tomando asiento frente a ella—. No tanto como ver salir a Theo Nott, mi compañero de colegio, de mí misma edad, medio desnudo por tu jardín.

Narcissa alzó por fin la mirada, con la calma elegante de quien lleva años dominando el arte de la omisión.

—Es un buen nadador —dijo simplemente, y bebió un sorbo.

Draco frunció los labios, pero no comentó más. No era asunto suyo, no realmente. Aunque la imagen de Theo saliendo con esa expresión satisfecha le había dejado un amargo cosquilleo bajo la piel, él tenia cosas mas urgentes de las que ocuparse.

—Necesito que me hagas Guardián del encantamiento Fidelius de la casa de York —dijo entonces, cambiando de tema con intención.

Eso sí llamó la atención de Narcissa.

—¿Vas a ocultar la propiedad?

—Sí. Por un mes. Es importante que nadie sepa que estaré allí. Ni tú, ni "Theo", ni nadie.

Narcissa lo estudió con sus ojos afilados.

—¿Puedo saber por qué?

Draco dudó un segundo, pero al final solo dijo:

—Es un asunto privado, algo que tengo que resolver… antes de que alguien más lo descubra.

Narcissa asintió lentamente, como quien comprende más de lo que se dice.
—¿Tiene que ver con Astoria?

—No —respondió Draco con frialdad—. Pero si todo sale bien, podrá volver a tener que ver con ella.

Narcissa se levantó y fue hasta un pequeño escritorio donde guardaba pergaminos especiales. Abrió uno, entonó el encantamiento y extendió el brazo hacia Draco.

Él colocó su varita sobre el pergamino, y sintió el tirón familiar de la magia antigua envolviéndolo. El secreto ahora estaba sellado: solo él conocía la ubicación exacta de la casa de York.

—Gracias —dijo.

—Draco —lo llamó ella, antes de que se marchara—. Sea lo que sea lo que estás a punto de hacer, asegúrate de que valga la pena.

Draco sostuvo su mirada un instante. Luego asintió con una inclinación de cabeza y salió de la sala sin mirar atrás.

Mientras caminaba por el pasillo de mármol, pensó de nuevo en Theo, en su madre… y en lo mucho que todos ocultaban cosas.



 

Ministerio de Magia — Departamento de Seguridad Mágica.

Hermione cerró el último informe con un suspiro contenido. Había pasado toda la mañana revisando artefactos malditos incautados por la Oficina de Aduanas: colgantes con maldiciones de compulsión, espejos que atrapaban reflejos y un juego de ajedrez que susurraba amenazas en voz baja.

—Voy a almorzar —le dijo a su compañero de escritorio, sin levantar la vista del pergamino—. Si alguien viene preguntando por mí, diles que escapé por razones humanitarias.

—¿Humanitarias?

—Para no asesinar a nadie antes de comer.

Cruzó las chimeneas del Ministerio y apareció en el Callejón Diagon, donde el bullicio de la hora punta empezaba a tomar fuerza. Dudó entre ir al Caldero Chorreante o parar en Flourish & Blotts por un nuevo ejemplar sobre maldiciones africanas, pero un impulso inesperado la llevó hacia la tienda de los Weasley.

Sortilegios Weasley.

La fachada era tan chillona como siempre, con productos flotando en las vitrinas y carteles intermitentes que gritaban promociones.

Entró con una sonrisa ya dibujada. A pesar del caos colorido, allí siempre se sentía un poco en casa.

—¿Ron? —llamó, esquivando un escaparate de bombas de hedor.

Desde el fondo del local, apareció Ron Weasley, llevando un delantal manchado con lo que parecía ser tinta explosiva de chicle.

—¡Hermione! —saludó con calidez, limpiándose las manos en el delantal—. ¡Pensé en ti esta mañana! Me llegó un collar encantado que hace llorar a los gnomos. ¿Crees que cuenta como maldición menor?

—Probablemente solo crueldad menor —respondió ella con una sonrisa, alzando una ceja.

Ambos rieron. La relación que alguna vez intentaron tener después de la guerra se había desvanecido con la misma rapidez con la que había empezado. Les había bastado un mes para entender que lo suyo era cariño fraternal malinterpretado por la intensidad de esos días.

—Estoy de paso. Iba a almorzar y me dije: "Hace tiempo que no veo a Ron."

—¿Y decidiste iluminar mi miserable existencia laboral? Qué detalle —respondió él, divertido.

Entonces, una voz grave habló desde detrás del mostrador:

—No sabía qué hacías visitas sorpresa ahora.

Hermione giró bruscamente.

Charlie.

Estaba apoyado en el mostrador, con los brazos cruzados sobre el pecho, un par de gafas de sol colgando del cuello de su camisa y ese aire de hombre que vive más entre bestias que entre humanos.

El tiempo pareció detenerse por una fracción de segundo.

—Charlie —dijo Hermione, y su voz le salió más suave de lo que quería.

Él asintió con una ligera sonrisa. Pero sus ojos no tenían el fuego bromista habitual. No. Tenían ese brillo atento que reservaba para momentos tensos. O personales.

—No sabía que estabas en Londres —agregó ella, intentando mantener el tono neutro mientras sentía cómo se le encendían las mejillas.

—Estoy de visita laboral, el año que viene comienzan a desarrollar el proyecto para La Copa de los Tres Magos en Hogwarts y el departamento de Juegos necesitaba un borrador con los dragones disponibles en el Santuario.

Ron, ajeno a lo que se escondía tras esa explicación, asintió con entusiasmo.

—Sí, el gran Charlie se ha dignado a visitarnos cuando antes realizaba esos tramites por red flu. ¿no tendrás algún otro motivo por haber venido hasta aquí no? —preguntó Ron con descaro—¿Una "amiguita" en el departamento de Juegos y deportes mágicos tal vez?

—¿Vas a comer sola? —preguntó Charlie de repente, sin apartar la vista de ella y obviando la pregunta de su hermano.

Hermione parpadeó.

—Sí, solo estaba tomando un respiro del trabajo.

—Podemos ir los tres —intervino Ron con energía—. Me muero de hambre. Cierro media hora y nos escapamos, ¿no?

Hubo un momento de pausa. Hermione y Charlie se miraron. No por mucho tiempo, pero lo suficiente para que ambos supieran que aquel almuerzo a tres no iba a ser cómodo.

—Claro —dijo ella finalmente, sin poder evitar una sonrisa incómoda—. Suena… bien.

Charlie solo asintió, y en su expresión se cruzaron varias emociones que Hermione no quiso descifrar del todo. No con Ron al lado. No con tantas cosas sin nombrar aún.



 

El almuerzo transcurrió entre miradas clandestinas entre Charlie y Hermione y el parloteo de Ron sobre la insistencia de Parvati Patil en que saliesen juntos.

—…y me niego a darle una oportunidad de nuevo, se pasa la cita entera preguntándome cosas sobre Harry, si se de su paradero y yo lo único que pienso es en cerrarle la boca con—Ron tosió nervioso y cortó el hilo de la conversación dándose cuenta que estaba a punto de irse de la lengua—Bueno, cambiemos de tema. ¿Vendrás a cenar a la Madriguera o tienes que volver a Rumanía?

Charlie apartó la mirada de Hermione y se centró en su hermano. La verdadera razón de haber venido a Londres era porque estaba inquieto con la carta que recibió Hermione, necesitaba verla y aunque sabía que no debía pedirle explicaciones de nada, en su interior había una especie de fuego que no se podía apagar hasta que la tuviese delante. Por eso, aprovechó para viajar y entregar en persona el borrador y así poder ponerse en contacto con ella.

Sabía que estaba fuera del acuerdo—jamás se veían en Londres, era demasiado arriesgado— pero necesitaba que ella le contase su encuentro con Malfoy mientras cenaban en su apartamento y después, quizás, terminar con su cuerpo entrelazado con el de ella.

Se estaba convirtiendo en una costumbre demasiado placentera sentir el cuerpo de Hermione pegado al suyo.

—Tengo que volver—dijo finalmente—Antes necesito pasar por el ministerio y luego… de vuelta a mis dragones.

La sonrisa que se dibujó en su rostro, tan cálida y luminosa hizo que Hermione se encogiera en su silla. Porque no pasó por desapercibido el tono que uso en la palabra dragones: Charlie quería respuestas.

No esperaba haberlo visto hoy.

No el día después de haber quedado con Malfoy y haber descubierto que mágicamente pertenecía a otro hombre y no al que tenía frente a ella a pesar de haberle entregado tantas veces su cuerpo.

Hermione agarró su bolso dejando el plato a medio comer. Se le había ido el hambre de golpe, un nudo en su estómago le hacía imposible tragar nada más.

—Chicos, siento dejaros, pero he recordado algo que tengo que hacer.

La mirada de confusión de Charlie se clavó en su interior, como si de repente algo la asfixiase desde dentro. Ellos siempre habían sido honestos en este acuerdo, pero en este momento, Hermione solo quería huir, no estaba preparada para afrontar la realidad.

—El deber siempre llamando a Hermione—dijo Ron con ojos golosos hacia el plato que ella había dejado—¿No te importa no?

—Todo tuyo. Un placer disfrutar el almuerzo con vosotros—dijo levantándose y ajustándose el abrigo— Ron nos vemos pronto y Charlie…me alegra haberte visto.

En cuanto Ron se lanzó sobre el pastel de carne que Hermione había dejado a medio comer, Charlie se levantó de su silla para acompañar a Hermione hacia la salida del establecimiento.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó en voz baja mientras posaba su mano delicadamente en su espalda.

—¿A qué te refieres? —el tono inocente de Hermione hizo que Charlie sonriera, pero no con diversión. Fue una sonrisa tensa, como quien sabe que está siendo desviado a propósito.

—A esto —respondió en voz baja, inclinándose un poco hacia ella mientras bajaban los escalones del restaurante—. A que te ibas a escapar sin siquiera mirarme a los ojos.

Hermione se detuvo en seco. Un par de brujas pasaron junto a ellos, charlando, sin notar el aire denso que se había formado entre ambos.

—No estoy escapando —dijo, sin mirarlo.

—Hermione —Charlie usó su nombre como una advertencia suave, como si la llamara a rendir cuentas sin llegar a acusarla.

Ella alzó la mirada finalmente. En sus ojos había una mezcla de nervios, cansancio y algo más profundo, más denso. Una culpa que no sabía bien cómo nombrar.

—No sabía que estarías hoy en la tienda —dijo por fin.

—Lo sé —respondió él—. Pero tu reacción cuando me viste… fue como si hubieras visto a un inferi ¿Qué pasó?

Hermione dudó. No quería mentirle. No solían hacerlo. Su "acuerdo" podía no tener etiquetas, ni promesas, pero siempre había estado basado en una honestidad que no requería palabras dulces. Solo la verdad, aunque fuera incómoda.

Pero esto… esto era diferente.

—No estoy lista para contarlo —murmuró, finalmente.

Charlie frunció el ceño, retrocediendo apenas como si sus palabras fueran un zarpazo. Se pasó una mano por la nuca, frustrado.

—¿Tiene que ver con Malfoy?

Hermione no contestó. Su silencio fue más claro que cualquier palabra.

—Mierda —susurró Charlie, cerrando los ojos por un momento. El sol— poco común— en Londres se colaba entre las rendijas de los toldos de la calle, pero de pronto, todo parecía más gris.

—Charlie —empezó ella, dando un paso hacia él—, no es lo que crees.

Él la miró, los ojos más apagados que antes, como si una chispa se hubiera disipado.

—No sé qué creo, Hermione. Solo sé que me recorrí medio continente con la excusa de entregar un maldito pergamino porque necesitaba verte… y tú no puedes ni quedarte a terminar un almuerzo.

Hermione bajó la mirada.

—Lo siento. Es solo que… hay cosas que han cambiado. Que están cambiando. ¡Nunca te pedí que hicieses este tipo de sacrificios! ¿Lo nuestro estaba claro no?

Charlie asintió, lento. Su decepción no era ruidosa, no era dramática. Era esa clase de decepción que duele más porque es en silencio, en el interior de lo más hondo de uno mismo.

—Entiendo. —Se apartó un paso, dándole espacio—. Cuando estés lista, ya sabes cómo encontrarme.

Hermione lo miró, sintiendo cómo se le cerraba el pecho.

—No sé si estaré lista pronto.

Charlie sonrió, esta vez sin rastro de alegría.

—Eso también lo entiendo.

Y sin añadir más, se giró y volvió hacia el restaurante, donde Ron probablemente seguía devorando lo que quedaba del pastel. Hermione se quedó allí, quieta, mirando cómo se alejaba. Sintiendo por dentro esa magia antigua que ahora la ataba a alguien más, sin permiso.

Sin elección.

Y deseando, por primera vez, que nada de esto hubiera ocurrido.

Hermione cerró la puerta tras de sí con un suspiro. El eco del pestillo resonó más fuerte de lo que debía. Su piso estaba en penumbra, tibio por los últimos rayos del día, pero a ella le parecía ajeno. Como si todo allí le perteneciera a alguien que ya no era del todo ella.

Dejó el abrigo en el respaldo de la silla y caminó hasta la ventana sin encender las luces. Desde allí podía ver las calles de Londres llenas de gente, todas esas personas siguiendo sus rutinas, como si el mundo no hubiese cambiado.

Como si ella no hubiese cambiado.

Pensó en Charlie. En su mirada cuando ella bajó la vista. En la forma en que no intentó detenerla, porque entendía —como siempre había entendido— que lo suyo no era más que un espacio compartido mientras durara. Un refugio, no un destino.

Y aun así, dolía.

Pero Hermione sabía que no podía seguir ignorando lo que pasaba. Lo que había pasado. Ese vínculo con Malfoy no iba a desaparecer por arte de magia ni por voluntad. Había reglas. Magia antigua. Condiciones. Y sólo cumpliéndolas —solo atravesando esa absurda, irracional convivencia con él— podría recuperar lo que realmente quería: su vida. Su rutina. Su libertad.

Una vez terminado todo esto, nada se interpondrá jamás.

El fin justificaba los medios. Y ella necesitaba que ese fin llegara.

Caminó hacia el escritorio, se sentó con calma, y escribió:

 

Malfoy,

Indícame la dirección mágica más próxima para aparición segura.
Coordinaré mi llegada en las próximas veinticuatro horas.

Granger

 

No firmó con más. No añadió disculpas, ni explicaciones. No había espacio para eso. No ahora.

Selló la nota y la envió con una lechuza del Ministerio, la misma que usaba para asuntos oficiales. Porque esto era eso, se dijo a sí misma: un trámite. Un paso más.

La única manera de volver a tener el control.

Se quedó mirando cómo la lechuza desaparecía en la distancia. No suspiró. No lloró.

Pero por primera vez, su piso le pareció demasiado silencioso.

Y ella, demasiado sola.

Notes:

¿Alguien se esperaba a Theo con Narcissa? XD

Chapter 11: Convivencia

Chapter Text

Residencia Greengrass – Este de Londres

Astoria se encontraba sentada con una postura perfectamente delicada en uno de los sillones de terciopelo gris perla, sostenía una taza de té entre los dedos. La porcelana no temblaba. Sus emociones, como siempre, estaban contenidas bajo capas de educación milimétrica a lo largo de los años.

Draco, de pie frente a ella, mantenía las manos a la espalda. Había ensayado esta conversación en su mente, pero enfrentarse a Astoria era otra cosa.

—Un mes —repitió ella con voz suave, casi curiosa—. ¿Y debo asumir que en esos meses resolverás el pequeño detalle que arruinó la firma de nuestro contrato?

—Así es —respondió Draco con tono contenido—. Solo necesito algo de tiempo para gestionar lo que... surgió. Lo desharé.

Astoria dejó la taza sobre la mesita.

—¿Lo desharás? Qué curioso. El funcionario del Departamento de Enlaces matrimoniales no parecía tan optimista. Dijo que este tipo de magia es antigua. Sagrada, incluso.

Draco no respondió de inmediato. Sabía que cada palabra debía ser medida con precisión quirúrgica.

—Te prometo que lo desharé…tú solo confía en mí. Este matrimonio o vinculo en el que me encuentro no tiene futuro.

Astoria arqueó una ceja, sin perder la compostura.

—No sabías que te habías casado mágicamente con otra mujer. Interesante omisión, Draco.

—No era un matrimonio real. No en práctica…por eso no te lo mencioné.

—Pero lo fue en magia. Y eso es todo lo que importa para las leyes que nos rigen —Astoria se inclinó apenas hacia él, con la elegancia de quien ataca sin levantar la voz—. Me presentaste ante tu madre. Me permitiste avanzar con un contrato formal que sabías podría fallar. ¿Acaso esperabas que no lo descubriéramos?

—¡No sabía nada del maldito vínculo Tori! Hasta que el contrato lo rechazó, no tenía forma de saberlo.

—Y ¿Quién es ella? —preguntó Astoria, y por primera vez, aunque el tono seguía siendo calmado, había una chispa de dureza detrás de cada silla—. ¿Quién es la bruja con la que compartes un lazo más antiguo que el que pretendías formar conmigo?

Draco apretó la mandíbula, pero respondió:

—No importa quién es. Solo importa que lo resolveré.

Astoria se levantó con gracia, caminando despacio hacia la ventana, desde donde podía ver un jardín nevado.

—Te vas un mes, sin garantías, sin certezas. ¿Y yo debo esperar aquí, como una prometida decorativa, mientras tú vives...?

Se giró hacia él, la barbilla ligeramente alzada.

—¿Vas a vivir con ella, Draco?

Él mantuvo la mirada firme.

—Es la única forma de completar el proceso y anularlo. No se puede romper si no se realiza por completo.

—Y si al completarlo, ¿no se puede romper?

Draco guardó silencio.

Astoria se acercó, hasta quedar frente a él. No lo tocó. No era necesario hacerlo.

—Te haré un favor, Draco…—Astoria cerró sus ojos por un segundo, intentando contener las lágrimas que amenazaban con salir a tropel— No haré una escena. No correré a los periódicos, ni hablaré con mi padre, todavía. Pero no soy estúpida. Una dama puede perdonar una torpeza… pero no la traición disfrazada de silencio.

Astoria se alejó de él con la misma elegancia con la que se había acercado.

—Tienes un mes. Ni un día más.

Draco ascendió. Y por primera vez en mucho tiempo, sentí que no llevaba las riendas de nada.

Cuando desapareció con un plop apenas audible, Astoria permaneció en el mismo sitio, con los labios apretados y los ojos fijos en el fuego que crepitaba en la chimenea. Sabía que toda esta situación era mucho más compleja de lo que Draco le había dicho.

—Un mes —murmuró para sí, con una calma que empezaba a resquebrajarse—. Un mes para que elija entre lo correcto y lo fácil.

Entonces se giró, alzando la barbilla con la misma gracia imperturbable que le enseñaron desde niña.

—Y si no lo hace… me encargaré personalmente de que recuerden por qué no se juega con una Greengrass.



 

Villa de Andrómeda—York,Inglaterra.

El sonido de la aparición fue apenas un susurro entre los árboles que rodeaban la mansión. Hermione se materializó sobre el empedrado húmedo del sendero principal, envuelta en su abrigo marrón y con una bufanda negra ceñida al cuello. El lugar se alzaba ante ella con una elegancia silenciosa, recóndita y poderosa. No era una casa, no del todo. Era una reliquia, encantada, protegida y escondida del mundo, tal como Draco había prometido.

Una barrera mágica la había dejado pasar con apenas una vibración cálida bajo la piel: El vínculo la reconocía.

Eso, más que cualquier otra cosa, le revolvió el estómago.

Avanzó con paso firme hacia la puerta principal, cuya madera negra estaba tallada con runas antiguas. Antes de poder levantar la mano para llamar, la puerta se abrió sola, como si la casa también la estaba esperando.

Draco estaba allí.

De pie al fondo del vestíbulo, con las manos en los bolsillos de su abrigo oscuro y el rostro más pálido de lo habitual. No se movió de inmediato, pero sus ojos —gris tormenta, afilados como siempre— se clavaron en ella con una intensidad contenida.

Hermione inspiró a Hondo. Aquel silencio era distinto a cualquier otro que hubieran compartido antes. No era de incomodidad, sino de reconocimiento. Como si algo entre ellos hubiera cambiado de forma definitiva. Como si ambos lo supieran y simplemente no tuvieran el valor de nombrarlo aún.

—Has llegado —dijo Draco finalmente, su voz grave resonando en el recibidor de piedra.

—Me diste la dirección —respondió Hermione con la misma neutralidad. Dejó el bolso sobre una mesita cercana y se deshizo lentamente de la bufanda—. ¿Estamos solos?

-Si. Los elfos domésticos sabrán mantenerse fuera del ala principal. Nadie nos molestará.

Ella ascendió, mirando a su alrededor. El interior era majestuoso, sobrio, ya la vez acogedor. Las paredes de piedra estaban adornadas con tapices de árboles genealógicos y escudos arcanos. Todo olía a madera antigua y secretos guardados.

—No te esperaba tan puntual —añadió Draco, dando un paso hacia ella. No era una provocación sino una confesión.

Hermione lo miró directamente.

—Quiero que esto termine cuanto antes, Malfoy.

Draco frunció el ceño por un instante.

— ¿Qué te hace pensar que yo no?

Ella cruzó el umbral del receptor, y él se hizo a un lado para dejarla pasar. Sus cuerpos se rozaron apenas. Un escalofrío recorrió a ambos.

Y entonces, por primera vez, estuvieron juntos bajo el mismo techo. Como lo dictaba el vínculo.

Como la magia quería.

—Tu habitación está al final del ala este —dijo Draco rompiendo el silencio y comenzando a caminar sin girarse hacia ella—. Es la más alejada de la mía, pensé que preferirías privacidad.

—Gracias —respondió Hermione, sin emoción y siguiendo sus pasos.

Caminaron unos metros antes de que Draco se detuviera frente a una doble puerta de madera clara. Con un simple movimiento de su varita, esta se abrió, revelando una estancia amplia y luminosa; Grandes ventanales daban al bosque nevado, y una chimenea ya encendida bañaba el ambiente con una calidez inesperada.

—Todo está encantado para tu comodidad. Ropa, libros, pociones básicas. Si necesitas algo más, solo pídelo.

Hermione avanzó un paso dentro de la habitación.

—¿Y ahora qué?

Draco se apoyó en el marco de la puerta. La luz del fuego danzaba en sus facciones, creando sombras agudas bajo sus pómulos.

—Ahora… convivimos. Hasta que el vínculo se complete o muestre una vía de ruptura. No hay forma de forzarlo sin consecuencias.

—¿Y tú confías en que al final se podrá mameluco? —preguntó ella con voz baja, casi un susurro.

Draco tardó unos segundos en responder.

—Confío en que lo sabremos... cuando llegue el momento.

Hermione se acercó, aunque no estaba segura de haber entendido lo que eso significaba realmente. Se giró para dejar su bolso sobre el diván junto al ventanal. Cuando volvió a mirar hacia la puerta, Draco ya no estaba allí.

Sólo quedaba el eco de su presencia.
Y la certeza incómoda de que la magia los observaba, paciente, esperando.

Hermione bajó las escaleras con su típico pijama de franela, —su favorito y que la hacía sentir reconfortante, en casa— con el cabello recogido en un moño improvisado y el rostro aún marcado por la noche en vela. El aire olía a café recién hecho ya algo dulce.

Siguió el aroma hasta la cocina.

No esperaba encontrar a Draco allí. Pero por supuesto, estaba.

Apoyado contra la encimera de mármol negro, con una taza entre las manos y una expresión entre el letargo y la vigilia, Draco Malfoy lucía peligrosamente atractivo a esa hora. No llevaba túnica formal ni su expresión habitual impenetrable. Solo una camisa blanca mal abotonada y el cabello ligeramente revuelto, como si la madrugada no le hubiera dado tregua.

—Buenos días —dijo Hermione con voz neutra mientras se acercaba a la cafetera encantada.

—¿Dormiste?

—Lo suficiente —respondió ella, sirviéndose una taza—. ¿Y tú?

Draco alzó una ceja.

—¿Realmente quieres saberlo?

Hermione no respondió. Se sentó en una de las banquetes frente a la isla central y tomó un sorbo de café. Hubo unos segundos de silencio, mientras él la observaba desde su lado de la cocina. Finalmente, fue ella quien habló:

—Salir.

Draco parpadeó.

—¿Salir?

-Si. Volveré por las noches si es necesario, pero no pienso esconderme aquí como una prisionera doméstica mientras resuelves tu vínculo conmigo —dijo Hermione, con una calma fría, cortante—. Tengo un trabajo. Una vida.

Draco dejó la taza sobre la encimera.

— ¿Y si alejarte rompe el proceso? ¿Y si ralentiza la magia?

—¿Y si no? —replicó ella con dureza—. No hay pruebas de que la convivencia tenga que ser ininterrumpida. Solo que debe existir. Y aquí estoy, ¿no?

Él se cruzó de brazos, clavando sus ojos en ella.

—No entiendes la naturaleza del lazo. No es solo presencia física. Es exposición emocional, Granger. Si no pasamos tiempo juntos, si no permitimos que el vínculo se manifieste, nunca encontraremos la forma de romperlo.

Hermione alzó la barbilla.

¿Y cuál es tu propuesta, exactamente? ¿Qué deje mi trabajo? ¿Qué me convertirá en tu sombra hasta que la magia decida soltarnos?

-No. Pero sí que te tomes esto en serio. No estás aquí como una huésped de fin de semana —dijo Draco, dando un paso hacia ella—. Estás aquí porque estamos atrapados en algo que no comprendemos del todo. Y por mucho que odie lo admita, no podemos resolverlo cada uno por su lado.

Hermione lo miró. Luego se levantó, tomó una tortita del plato que había en el centro de la isla y se la metió en la boca.

—Regresaré esta noche. No más tarde de las ocho. Si el "castillo encantado" no me deja entrar, lo sabré.

Se giró hacia la salida, pero antes de cruzar el umbral, se detuvo un momento.

—Y no intentos vigilarme con rastreadores mágicos. Te juro que, si siento uno sobre mi piel, quemaré esta casa piedra por piedra.

Draco no respondió de inmediato; Sus labios se curvaron apenas, con esa sonrisa torcida que nunca era del todo amable y alzando una ceja contestó—Pero si vas a prenderle fuego, avísame con antelación. Así me llevo el whisky... y los libros, que valen más que tu sueldo anual.

Y con eso, le dio la espalda y volvió a su café, como si nada.

Chapter 12: El primer umbral

Chapter Text

Ministerio de Magia  —Londres

 

La chimenea del atrio central escupió una llamada verde y, un segundo después, Hermione Granger emergió del polvo de la Red Flu con un suspiro cargado. La familiaridad del mármol bajo sus botas y el murmullo constante de empleados corriendo de un lado a otro le dio una extraña sensación de alivio.

Al llegar a su despacho, abrió la puerta con un simple Alohomora y entró.

Todo estaba tal como lo había dejado. Ordenado, predecible.

Excepto por un sobre de pergamino blanco, apoyado sobre su escritorio.

Hermione se detuvo, lo observó un segundo, y lo reconoció al instante por la caligrafía inclinada y decidida.

Ginny.

Lo abrió con cuidado:

Almuerzo a las 12:00. El sitio de siempre. No te atrevas a faltar.

GINNY."

Hermione se dejó caer en la silla. Exhaló espacio, dejando que el papel flote suavemente sobre la superficie del escritorio.

Sabía perfectamente que no era una invitación. Era una orden amiga.

Y una advertencia.

Ginny había notado algo.
Por supuesto que lo había hecho. Ginny notaba todo y ella había estado un poco alterada desde el descubrimiento del vínculo y después del almuerzo con Ron y Charlie.

Cerró los ojos un momento, antes de murmurar para sí misma:

—Perfecto. Justo lo que necesitaba hoy.

Y sin embargo… no pensaba faltar.


 

Caldero Chorreante, Charing Cross Road.

Hermione llegó con tres minutos de antelación, lo cual, según Ginny, era llegar tarde.

La pelirroja ya estaba sentada en su mesa habitual, junto a la ventana, con una copa de vino rosado en la mano y una ceja arqueada como si hubiera estado esperando durante horas.

—Tres minutos, Granger. Me haces parecer desesperada —dijo Ginny, sin levantarse, pero con una sonrisa al ver a su amiga.

—Sabes que odio salir del Ministerio en horario de oficina. Tengo mucho lio...

—Y, sin embargo, estás aquí. Lo cual confirma que tienes algo que esconder.

Hermione rodó los ojos y se sentó frente a ella, quitándose la capa con un suspiro. Ginny podía llegar a ser insoportable.

—No empieces, Gin.

Ginny tomó un sorbo lento, exageradamente lento, y luego apoyó la copa con elegancia sobre la repisa.

—No soy yo quien empieza, es la gente que anda preguntando por ti.

Hermione dejó caer una ceja.

—¿Qué gente?

—Zabini.

Silencio.

Hermione parpadeó.

—¿Blaise Zabini?

—No, el otro Zabini. —Ginny ladeó la cabeza, burlona—. Claro que Blaise.

—¿Y me preguntó?

Ginny entusiasmada como una gata satisfecha.

-Si. Con ese tono suyo tan… civilizado y casualmente encantador. Muy sospechoso. Le dije que no jugabas en su liga…

—Gracias —dijo Hermione interrumpiéndola intentando cortar la conversación sobre Zabini, le hacia pensar en Malfoy y había salido a trabajar para no tener que pensar precisamente en le y el vínculo.

—¿Puedo saber por qué está Zabini tan interesado en ti?

Hermione tomó la carta como si le interesara profundamente el menú. Pero Ginny era implacable.

— ¿Tiene algo que ver con lo que sea que te tiene más tensa que un giratiempos al borde del colapso?

Hermione bajó la carta.

—Ginny…

—No me digas que no pasa nada. No soy idiota.

Hermione la miró. Dudó.

Y Ginny la miró de vuelta, estudiando cada gesto de Hermione.

—Sea lo que sea, no estás sola. Y si Zabini está metido, quiero saber si debo matarlo ahora o después del postre.

Hermione sospechó. Tomó la copa de vino que Ginny le había servido sin preguntar, y bebió.

—No es Zabini el problema. —confesó finalmente, tarde o temprano Ginny lo descubriría y necesitaba hablar de esto con alguien desesperadamente.

—Entonces ¿quién? —dijo en un tono donde se podía ver el alivio en su voz. —Ya empezaba a creer que jugaba a dos bandas…

Hermione dejó la copa sobre la mesa y tomó unos segundos para responder.

Es Draco.

Ginny quedó inmóvil. Sus ojos se abrieron como platos, jamás pensé escuchar ese nombre de los labios de su amiga.

—¿Draco Malfoy?

Hermione asintió.

Ginny soltó una carcajada corta, como un disparo de aire.

—Perfecto. Dos serpientes para dos Leonas…me gusta, además Malfoy ha crecido bastante bien desde el colegio y…espera, espera—Ginny se detuvo un momento y bajó la voz—¿No estaba prometido a una Greengras? Y… ¿No era que tú jamás le volvieses a hablar después de cuarto curso, tercero? Recuerdo que incluso en los juicios no fuiste capaz de…

—No es lo que piensas Gin. —sentencia Hermione con rotundidad intentando cortar las divagaciones de su amiga.

—¿No es tu hombre misterioso? —preguntó con una sonrisa pillina—¿El que te satisface las necesidades sin compromisos ni ataduras?

—¡Por Merlín…No! —exclamó Hermione.

Ginny la miro confundida, más aún de cuando habían comenzado la conversación. ¿En qué estaba metida su amiga con Draco Malfoy?

—Entonces… ¿Qué es lo que pasa? ¿Qué es lo que te tiene así y Malfoy está de por medio? ¿Se ha metido contigo? ¿HAY QUE IR A METERLE UNA ESCOBA POR SU POMPOSO Y ESTIRADO CULO?

—No Ginny…cálmate—Hermione miró hacia todos lados y se acercó por encima de la mesa hacia su amiga hasta que sus rostros estaban muy cerca—No es mi amante…pero es mi esposo.

Si alguien alguna vez pensó que Ginny Weasley podría quedarse sin hablar por la impresión de un chisme, estaría equivocado. Ginevra Molly Weasley jamás se había impactado por ninguna revelación.

Hasta ahora.

Sus ojos se abrieron como platos y se le cayó la servilleta al suelo. Parpadeó una vez. Dos veces.

—¿Perdón?

—Nos casamos sin saberlo. Un ritual…algo accidental. En la Sala de los Menesteres…hace quince años. ¿Recuerdas ese castigo que la profesora Trelawney me impuso?

Ginny quedó inmóvil. Luego se reclinó en la silla, cruzó los brazos y dejó escapar una carcajada incrédula.

—¡Claro! ¿Cómo olvidar el primer suspenso en tu vida? Ahora encajan algunas cosas…porque claro, ¿Quién no sueña con un ritual mágico de por vida con su archienemigo del colegio? —dijo irónicamente—. Hermione… ¿Qué demonios significa eso?

Hermione cerró los ojos y murmuró:

—Que no puede casarse con nadie más. Que está… vinculado a mí. Por algo ancestral, algo de sangre que nos une por el alma.

Ginny la observó como si estuviera hablando en pársel.

—Sigo sin entenderlo…para que pase algo así, y corrígeme si me equivoco, tenéis que que realizar algún ritual, siendo conscientes ¿no? — dijo Ginny con la mirada perdida— y…mezclar o unir tu núcleo mágico a través de la sangre…

—No fue tan...así como lo dices…

—Hermione—dijo Ginny volviendo a mirarla fijamente—¿Estabas liada con Malfoy en el colegio y no me cuentas nada?

-¡No! ¡Pero que dices Ginny! —exclamó Hermione angustiada— Tú mejor que nadie sabes cómo me trataba…

— ¿Y cómo demonios has conseguido que Malfoy, el elitista y clasista pura sangre mezclase su sangre con la tuya y acabase vinculado y casado contigo? —dijo Ginny interrumpiéndola.

Hermione dio un trago a su copa, acabando el vino por completo y arrepintiéndose por no haber pedido algo más fuerte para afrontar esta conversación con Ginny.

—Fue un accidente…estábamos discutiendo, yo me corté la mano a propósito para enseñarle mi sangre, el espejo que estábamos usando para el proyecto del castigo estalló en mil pedazos, él se cortó y yo puse mi mano sangrando sobre su herida y…

—Espera… ¿Qué? —dijo Ginny incrédula—Cada vez entiendo menos Herms…pero vamos a resolverlo. Sea lo que sea...estoy contigo, te aseguro que vamos a encontrar la manera de romper ese vínculo del que me hablas, pero… prométeme algo.

—¿Qué?

—Que, si ese idiota te hace daño, yo sí que le meto la escoba por el culo, ritual ancestral o no.

Hermione río. No pude evitarlo. Y por primera vez en días, el peso en su pecho se aflojó.



 

Villa de Andrómeda—York,Inglaterra.

La tarde se estaba deshaciendo en tonos grises cuando Hermione regresó a York. El cielo amenazaba con una lluvia que nunca terminaba de llegar.

Hermione apareció frente a la verja antigua con un plop apenas audible, y el escudo protector de la casa la dejó pasar sin resistencia.

Cruzó el jardín con paso lento. La conversación con Ginny, a pesar de haberla hecho reir con sus ocurrencias la había dejado con una incomodidad difícil de sacudir. No por lo que se había dicho, sino por lo que no.

Zabini estaba preguntando por ella, por lo tanto, sabia lo del vínculo seguro; Ginny, ahora también formaba parte de esto…

Y ella… ella pensaba en Charlie.

Entró en el vestíbulo amplio de la mansión, con ese aire señorial que nunca terminaba de encajar con ella, y dejó la capa colgada con un movimiento mecánico.

Subió las escaleras sin prisa, sin destino concreto. Pero al llegar al pasillo del ala este, se detuvo junto a la ventana. Apoyó una mano sobre el marco de piedra, y dejó que su mente la llevara atrás.

Una cabaña. Una chimenea encendida. A unos brazos.

Charlie.

Sus ojos, ese color imposible entre avellana y ámbar, siempre parecían iluminarse cuando la miraban, incluso en los días más oscuros. Y sus manos —grandes, firmes, honestas— la habían sostenido tantas veces que ya no recordaba cuándo empezó a confiar más en él que en sí misma.

Pensar en él era como apoyarse en una hoguera en pleno invierno. Reconfortante. Dolorosa.

La forma en que la sujetaba, sin apretar, sin pedir, como si supiera que era ella quien tenía que decidir cuándo.

Una roca de ternura salvaje. Una pausa en medio del caos.

Había estado en un refugio.

Y, sin embargo, lo había dejado atrás sin explicación…y ahora, se daba cuenta de cuánto lo echaba en falta.

Hermione parpadeó, apartando las imágenes como quien sacude la nieve de los hombros.

No era el momento. Tenía que centrarse en el vínculo y acabar de una vez por todas con este lio.

Se giró y caminó por el pasillo, decidida a perderse en la biblioteca antes de que el cielo se rompiera a descargar la llovizna que llevaba toda la tarde anunciando.

Empujó con suavidad la puerta de la biblioteca, el olor a pergamino seco y madera vieja la envolvió como una manta, y durante un instante, casi pudo respirar con tranquilidad.

Pero no estaba sola.

Draco Malfoy estaba de pie junto a uno de los estantes, con una carpeta en la mano y el ceño ligeramente fruncido. No alzó la vista de inmediato. No hasta que ella cruzó el umbral.

Entonces, como si el aire mismo le advirtiera de su presencia, giró la cabeza.

—Granger —dijo en tono seco.

Hermione se quedó en el umbral un segundo más de lo necesario. Una parte de ella quiso dar media vuelta. La otra, la más cansada, simplemente acercando y cerró la puerta detrás de sí.

—Malfoy.

Hubo un breve silencio incomodo, como si no fuese natural que ellos dos conviviesen en el mismo espacio.

Draco dejó la carpeta sobre la mesa con un ligero suspiro, y luego se sentó en el sillón junto al ventanal. Tenía la mirada más pálida de lo habitual, como si algo lo hubiera dejado exhausto.

—Estás de vuelta temprano —comentó, sin mirarla.

—Almuerzo con Ginny.

—Ah. La siempre perspicaz Weasley.

Hermione lo miró fijamente, entrecerrando los ojos intentando captar lo que había querido decir con eso pero no encontró ni pizca de burla en sus gestos, el perfil de Draco se dibujaba con líneas duras a contraluz, y en ese momento no parecía el tipo al que Ginny querría meterle un palo de escoba, ni el arrogante joven que tantos recuerdos amargos le traía. Era otra cosa…un hombre maduro, serio y apuesto…muy apuesto.

Pero no era Charlie.

Y ese pensamiento le dolió más de lo que habría admitido.

—Tenemos que empezar —dijo Draco de pronto con una voz firme.

Hermione frunció el ceño.

—¿Empezar qué?

Draco se puso de pie con esa elegancia ensayada que siempre la sacaba de quicio. Caminó hacia el escritorio, recogiendo un pergamino enrollado, y lo extendió con un golpe seco sobre la mesa.

—Las fases, Granger. Las que dictó la vidente. El vínculo no se romperá solo. Ya has tenido tiempo para procesarlo.

Hermione entrecerró los ojos.

— ¿Y ahora te corre la prisa? Sabe lo del vínculo desde antes que yo y no me ha dado si quiera tiempo a adaptarme a la nueva realidad. ¿Qué te ha hecho cambiar de idea?

—Lo que me hizo cambiar de idea —dijo en voz baja pero firme— fue ir a Nápoles y hablar con una vidente que sabe más de este vínculo que tú y yo juntos. No voy a pasar el resto de mi vida atado a alguien con quien ni siquiera comparto una taza de té por voluntad propia. Además…la convivencia ya está en marcha, debemos pasar a…

Se detuvo. Hermione lo miró con expresión pétrea.

—No lo vas a decir —lo advirtió ella.

Draco alzó las cejas, con esa arrogancia que no necesitaba esfuerzo.

— ¿Consumarlo? ¿Eso te ofende, Granger? ¿La palabra o el acto en sí?

Hermione presionó la mandíbula.

—Qué gracioso. ¿Crees que soy una mojigata? ¿Qué me voy a desmayar solo por imaginarlo?

—No lo sé —respondió él, encogiéndose de hombros con fingida indiferencia—. Pero viendo lo tensa que estás, me hace pensar que tal vez te vendría bien algo de experiencia...

—¡Tengo a alguien! —espetó Hermione, con voz dura y cortante, como una daga lanzada a quemarropa.

Draco se congeló. Parpadeó una vez, dos. La fachada de superioridad se quebró apenas, en la línea de su mandíbula que se tensó.

—¿Tienes a alguien?

-Si. Y no necesito tu ayuda en ese aspecto, gracias.

Draco no dijo nada al principio. Se limitó a girar ligeramente el rostro, como si esa frase le hubiera hecho daño y no quisiera que ella lo notara. Pero Hermione lo vio. Lo notó en el pequeño tic en la comisura de sus labios, en el modo en que sus dedos se cerraron sobre el pergamino con más fuerza de la necesaria.

—Entonces... ¿por qué no invitas a ese "alguien" a mudarse aquí? Así los tres podemos sentarnos a planear cómo deshacernos de este desastre mágico juntos —dijo al fin, con una calma tan afilada que dolía.

—Si fuera tan fácil, Malfoy, ya lo habría hecho.

—Claro. Pero en vez de eso, estamos tú y yo atrapados en este desastre. Y por más que quieras hacer como si esto no existiera, lo hace. Y va a seguir existiendo, a menos que hagamos lo que hay que hacer.

Hermione respiró hondo, furiosa. Con él. Con ella misma. Con la situación absurda en la que estaban metidos.

—Esto no es una transacción, Malfoy. No es un trámite. No es una lista de pasos que marcas y ya. Hay personas involucradas…sentimientos y consecuencias.

—Créeme, Granger —dijo él, dándole la espalda mientras caminaba hacia el ventanal—, lo sé mejor que nadie.

Hermione quedó callada. En el fondo, él tenía razón. Tenían que consumar el matrimonio para poder seguir con el plan de romper el vínculo.

El fin justifica los medios, eso decía Maquiavelo…así que Hermione solo tenía que pensar en que esto era necesario, tenía que tomarlo como una prueba para poder aprobar el examen y al final, obtendría su recompensa: la libertad y poder volver a su vida. Tampoco es que Malfoy fuese un tipo desagradable—físicamente hablando—era guapo, muy guapo. Tenía unos brazos fuertes y Hermione estaba segura que sin ropa podía mejorar bastante así que tampoco es como si se acostase con un ogro…además, ella se había acostado con tipos que había conocido en los pubs muggles en sus años después a la guerra, esto podría ser algo así ¿no? Una noche y ya…una noche y estaría más cerca de romper esos dichoso vinculo.

—Está bien—dijo Hermione con voz firme—¿Cuándo quieres que lo hagamos?

Chapter 13: Cruzando el Velo I

Chapter Text

Villa de Andrómeda—York,Inglaterra.

Si a Draco Malfoy le hubieran dicho que aquel inofensivo proyecto "castigo" que les asignó la profesora Trelawney quince años atrás desencadenaría la situación en la que ahora se encontraba, lo habría negado sin dudar, ni siquiera por todo el oro de sus cámaras en Gringotts.

Y, sin embargo, ahí estaba. Viviendo bajo el mismo techo que Hermione Granger.

Tener que convivir con ella ya era una prueba en sí misma. Pero lo que realmente lo inquietaba —y sí, inquietar era quedarse corto— era la necesidad de conocerla. De verdad. De entenderla como parte del proceso para romper el vínculo mágico que los unía.
Y peor aún: consumarlo.

No por el acto físico, sino por todo lo que implicaba. Por la idea devastadora de sentir su cuerpo contra el suyo, de tocar su piel con sus manos, de probar su boca como si le perteneciera.

Eso lo aterraba.

Aunque, siendo honestos consigo mismo —cosa que rara vez hacía—, ya no sabía si era el vínculo mágico lo que intensificaba esa atracción desde que ella había cruzado el umbral de la villa … o si era él mismo.

La verdad, cruda y simple, era que sentía curiosidad.

Una curiosidad genuina y peligrosa.

Una que tambaleaba todo lo que había construido: sus convicciones, su crianza, su linaje.
Porque, aunque hacía mucho que había dejado de juzgar por la sangre, su educación le seguía murmurando al oído que los Malfoy no cruzaban ciertos límites.

Y Hermione Granger… ella era todos esos límites. Y, aun así, ya no estaba tan seguro de querer mantenerse dentro de ellos y mucho menos después de escucharla aceptar su propuesta con una voz tan firme, tan decidida, como si no temiera nada.

Ni siquiera a él.

 

 

Villa de Andrómeda — York—Comedor principal

Hermione descendió por las escaleras de mármol con paso lento, ajustando la manga de su blusa color crema. Sentía el peso de lo que se avecinaba como un hechizo mal lanzado, colgando sobre su pecho.

La puerta doble del comedor estaba entreabierta y, al empujarla, se encontró con una escena que la hizo fruncir el ceño.

Draco Malfoy, impecable como siempre, estaba de pie junto a una mesa larga —más preparada para una cena diplomática que para lo que realmente era— y colocaba con esmero una servilleta perfectamente doblada. Candelabros, vajilla antigua, copas de cristal tallado… Todo brillaba bajo la luz cálida del lugar.

—¿En serio? —dijo Hermione, sin disimular el escepticismo—. ¿Una cita formal? ¿Vas a sacarme a bailar también?

Draco levantó la mirada y, aunque su expresión era neutra, sus ojos centelleaban con una pizca de diversión.

—No lo descartaría, si ayuda a cumplir con el protocolo.

Hermione avanzó hasta tomar asiento. Observó la copa de vino frente a ella.

—Esto es ridículo.

—Estoy siendo considerado. Civilizado.

—¿Civilizado? —arqueó una ceja—. Estamos literalmente a una cena de acostarnos por un matrimonio mágico ancestral que ninguno de los dos pidió.

—Precisamente. ¿Qué quieres que haga? ¿Que aparezca en tu habitación en medio de la noche con un "vamos al grano"? —respondió con un deje de ironía—. Créeme, Granger, esto es lo más romántico que puedo ofrecer bajo estas circunstancias.

Hubo un silencio cargado. Hermione tomó la copa de vino y le dio un sorbo.

—No me gusta el vino blanco.

—Lo supuse —dijo Draco en voz baja, moviendo apenas la varita. El líquido en su copa cambió de color con un destello suave.
Hermione parpadeó, desconcertada al ver el vino tinto frente a ella.
—¿Y eso cómo lo sabes?

Draco alzó los hombros con un gesto casual, pero sus ojos no la soltaban.
—Presto atención. Más de lo que crees.

Hermione desvió la mirada y sostuvo la copa con ambas manos, intentando mantenerlas ocupadas para que los nervios no la traicionaran.

Pasaron al menos cinco minutos en silencio, picando la comida, intercambiando miradas que decían mucho más de lo que se atrevían a expresar en voz alta.

—Esto no va a hacer que se sienta menos extraño —murmuró ella finalmente.

—No, pero al menos lo hace menos… impersonal.

Hermione no respondió. Solo bebió otro trago, más largo esta vez.

—¿Quieres seguir aquí? —preguntó Draco al cabo de un rato, mirando la copa vacía frente a él—. ¿O prefieres… la biblioteca?

Ella se tensó ligeramente, pero asintió.

—Sí. Mejor ahí. Hay demasiadas expectativas flotando en esta mesa.

Ambos se levantaron. En el trayecto hacia la biblioteca, caminaron en silencio. Una vez dentro, Hermione se quitó los zapatos y se dejó caer sobre uno de los sillones, mientras Draco abría una botella más fuerte.

—¿Whisky de fuego? —ofreció él.

—Definitivamente.

Cuando le tendió la copa, sus dedos se rozaron. No fue intencional, pero ninguno apartó la mano de inmediato. Fue un segundo, apenas, pero bastó para que el aire cambiara y la magia del vinculo se regocijara en el interior de cada uno.

—No tienes que hacerlo si no estás lista —dijo él con voz baja, sin dejar de mirarla.

Hermione bebió sin responder. La calidez del alcohol descendió por su garganta como una promesa que aún no sabía si quería cumplir.

—Lo sé —dijo, finalmente, y dejó la copa sobre la mesa—. Pero… ya estamos aquí.

Draco se sentó frente a ella y giró la copa entre sus dedos, observando cómo el líquido ámbar atrapaba los reflejos del fuego.

—¿Puedo preguntarte algo? —dijo finalmente, sin mirarla del todo.

Hermione alzó una ceja, recostándose ligeramente contra el respaldo del sillón.

—Depende de cuán invasiva sea la pregunta.

—Nada que no pueda responderse con una mentira elegante —murmuró él, esbozando una media sonrisa. Luego, más serio— Cuando dijiste que había alguien… ¿lo decías en serio?

Ella lo miró confusa por la pregunta.

—Sí. Lo decía completamente en serio.

Draco asintió despacio, como quien confirma una teoría que no quería probar.

—¿Lo sabe?

Hermione tomó un sorbo de whisky antes de responder.

—No. Sabe que tengo un problema, pero no los detalles.

—¿Pero sabe que estás… vinculada a otro hombre?

—No.

Draco soltó una breve risa seca, sin humor.

—Qué afortunado —dijo con sarcasmo suave.

Hermione giró la cabeza lentamente, mirándolo con calma.

—¿Estás intentando averiguar quién es?

—¿Y si lo estoy? —replicó él, dejando la copa a un lado—. No es curiosidad malsana. Solo... me pregunto qué clase de hombre está dispuesto a compartir algo que no entiende.

—No lo está compartiendo. No sabe que está compartiendo nada —dijo ella con firmeza.

—¿Y tú se lo vas a decir?

Hermione se quedó callada unos segundos. Luego habló en voz baja:

—No lo sé. Aún no.

—¿Es alguien que conozco? —preguntó Draco, como si lanzara una red al azar.

Hermione frunció el ceño. El interrogatorio se estaba volviendo insoportable, el hecho de que Draco preguntase tanto estaba haciendo que el remordimiento le recorriese cada poro de su piel.

—¿Por qué tanto interés?

—Me intriga —respondió él sin dudar.

—Entonces tendrás que aprender a vivir con la intriga, Malfoy.

Draco suspiró, apoyándose contra el respaldo. Se pasó una mano por el cabello, cansado, casi frustrado.

—No soy bueno con las cosas que no puedo controlar —admitió.

—¿Y eso incluye a las personas?

—Especialmente a las personas.

Hermione bufó, pero no con desprecio. Era más una risa incrédula, como si algo dentro de ella se relajara con la confesión.

—Pues lo llevas fatal, porque no hay forma de controlar esto —dijo, señalando con un gesto vago entre ambos—. Esto es un caos. Arcaico, involuntario y… absolutamente incómodo.

Draco asintió, bajando la mirada hacia su copa.

—Brindemos por lo incómodo, entonces.

Chocaron sus vasos, un suave clink que pareció sellar algo entre los dos. Bebieron de sus copas mientras un silencio caía sobre ellos. Era el tipo de silencio que solo ocurre cuando se está demasiado agotado para fingir otra cosa.

Hermione fue la primera en romperlo.

—¿Recuerdas ese día? —preguntó, de pronto—. En la Sala de los Menesteres. Cuando… pasó.

Draco se tensó.

—Claro que lo recuerdo.

—Estábamos discutiendo. Como siempre.

—Y sangrando, también —añadió él, con una media sonrisa—. Muy dramático todo.

Hermione se rió, a pesar suyo.

—Yo creí que te ibas a desmayar. Nunca te había visto tan pálido.

—Era tu sangre, Granger. Tú te empeñaste en mezclarla con la mía y aun no entiendo por qué…

—Tú me insultaste por mi sangre como siempre, tenía que demostrarte que era igual a la tuya —se defendió—. ¡No ibas a convertirte en muggle por Merlín! ¿Qué esperabas que pasara?

—¿Casarnos mágicamente? No, no era exactamente lo que esperaba —dijo Draco, y ambos rieron esta vez, un poco más libres.

Hermione giró el rostro hacia él, aun sonriendo, aunque sus ojos seguían cargados de una emoción que no se atrevía a nombrar y algo en su interior empezaba a zumbar por sus venas, era la primera vez que sentía la magia del vínculo, estaba segura que era eso.

—¿Y ahora qué esperas, Malfoy?

Draco la miró un momento. Lento. Preciso.

—Que confíes en mí y en que este, es el único camino.

Hermione se levantó del sillón y se dejó caer el lado de Draco. Agarró la botella de wiskhy que estaba en la mesita y tras darle un largo trago que le hizo toser, se la pasó a Draco.

—Necesito estar borracha si tengo que confiar en ti—dijo más para si misma que para él.

Chapter 14: Cruzando el Velo II

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Dormitorio de Draco – Ala Este de la villa

 

El pasillo parecía más largo de lo habitual.

Hermione caminaba delante, descalza, con la botella de whisky aún en la mano, como si fuera un talismán. Draco la seguía en silencio, sin saber si admirar su valentía… o temerla.

Cuando llegaron al dormitorio, ella se detuvo en el umbral y lo miró por encima del hombro.

—¿Es aquí donde la magia ancestral decide si somos aptos? ¿O necesitas una runa en el cabecero que lo confirme?

Draco arqueó una ceja.

—No seas ridícula.

Hermione soltó una risa sorprendida y torpe, sacudiendo la cabeza mientras entraba. El cuarto era grande, elegantemente oscuro. Era la primera vez que se adentraba en la intimidad de Draco, la primera vez que descubriría algunos rasgos de él que no fuesen los que ya conocía desde su adolescencia; Una cama de dosel en tonos profundos color verde esmeralda dominaba el espacio, tan majestuosa como intimidante.

—Por supuesto —murmuró—. Nada dice "sexo ritual" como sábanas de satén Slytherin.

Draco resopló y cerró la puerta tras ellos con un gesto de varita. La cerradura emitió un clic sordo que les sonó demasiado definitivo a ambos.

—Eres muy parlanchina y divertida cuando bebes—dijo Draco ladeando una sonrisa—lo apuntaré para futuras ocasiones.

—No va a haber futuras ocasiones Malfoy, quítatelo de la cabeza…esto es… lo que es.

—Por supuesto—dijo levantando las manos en señal de inocencia.

Hermione miró la cama. Draco también. Luego se miraron el uno al otro.

Y rieron. Rieron de verdad. Incrédulos. Incómodos. Medio borrachos.

—Vale —dijo Hermione, levantando la botella a modo de brindis—. Así que… ¿Cómo se hace esto? ¿Hay un protocolo mágico? ¿Una postura sugerida por Merlín?

Draco se pasó una mano por la cara, conteniendo otra risa. Luego respondió con la solemnidad de un funcionario del Ministerio:

—Bueno, según los textos antiguos, el ritual se completa cuando hay contacto piel con piel, intercambio de energía mágica, y una… consumación física en estado de aceptación mutua.

Hermione entrecerró los ojos.

—Eso suena sospechosamente a que necesitas que me desnude.

—¿Yo? —puso cara de ofendido—. No. El grimorio.

—Maldito grimorio.

—Lo segundo más maldito aquí después de mi linaje —replicó él, y Hermione se mordió el labio para no reírse otra vez.

Hubo una pausa. Ambos seguían de pie. Hermione miró la cama de nuevo.

—Vale, mira… no es que quiera hacer una lista de cosas que pueden salir mal, pero estoy bastante segura de que si intentamos hacer esto como si fuera una tarea grupal de Hogwarts, va a salir fatal.

—¿Y qué propones? —preguntó Draco, cruzando los brazos.

—Propongo que... —Hermione vaciló, luego encogió los hombros— que simplemente nos metamos en la cama. No pasa nada. Solo… eso. Empezamos por ahí.

—¿Cómo en una pijamada platónica con intención de sexo ritual ancestral?

—Exactamente eso.

 

Draco sonrió con una mezcla de resignación y nervios. Caminó hacia un lado de la cama, mientras Hermione se dirigió hacia el otro. Ambos se sentaron en los bordes, de espaldas, sin hablar. Luego, con una sincronía casi cómica, se deslizaron bajo las sábanas sin mirarse.

Y ahí estaban.

Acostados. Totalmente vestidos. Cada uno tapado hasta el cuello, como si fueran prisioneros de la ropa y de la tensión que les bailaba en la piel. Una distancia prudente los separaba en el centro de la cama.

—Esto es ridículo —susurró Hermione, mirando el dosel—Somos adultos, no es como si fuese nuestra primera vez…

—Completamente —susurró Draco.

Un silencio. Largo. Cómodo de forma incómoda.

—Tus sábanas huelen bien —dijo ella de repente, como si eso fuera una observación importante.

—Gracias —respondió él—. Es un encantamiento de lavanda y sándalo. Herencia de mi madre.

—¿Narcisa te enseñó a encantar sábanas?

—Narcisa me enseñó a dormir como un Malfoy, Granger.

—Pues los Malfoy duermen jodidamente bien.

Draco giró la cabeza para mirarla sorprendido por el lenguaje de ella. Nunca imaginó que ella pusiese esas palabras malsonantes en su boca...pero le gustó.

La tenue luz del candelabro flotante proyectaba sombras suaves sobre sus rostros. Y, por primera vez desde que se conocían, no había odio. No había rencor. Solo una incomodidad profundamente humana, vestida de nervios, deseo, vergüenza… y algo parecido a complicidad.

—¿Y si simplemente... dormimos juntos esta noche? —preguntó Hermione en voz baja.

Draco la miró.

—Granger…no quiero obligarte a nada, pero…—apartó la mirada y se pasó una mano por el pelo—mañana tendremos el mismo problema, no es algo que debamos postergar.

—Tienes razón—dijo Hermione finalmente.

Draco se quitó la camiseta y la arrojó al suelo. Hermione vio por primera vez el torso desnudo de su "esposo". Su piel de un tono marfil pálido, casi translúcido bajo la luz… como si brillase, como si su piel fuese la de un ángel caído.

Los músculos no eran excesivos, pero bien marcados. Era el cuerpo de alguien que se entrena en silencio, no por vanidad, sino por necesidad de control.

Una cicatriz delgada cruzaba parte de su abdomen y varias más pequeñas, casi indetectables, por su pecho.

Apenas un rastro de vello rubio pálido entre el pecho y el vientre, casi imperceptible, pero que guía sutilmente la mirada hacia su ombligo y la cintura del pantalón.

Hermione apartó la mirada sonrojándose.

No era justo que un hombre tan insoportable tuviera un torso tan perfectamente delineado. O brazos como esos. O una cintura como esa.

Ni era justo que ella lo notara.

—Lo siento si te incomoda—dijo Draco apartando el brazo izquierdo—Nunca he querido intentar borrarla, me recuerda los errores que nunca debería volver a cometer.

Hermione lo miró, confundida por el tono quebrado de su voz. Luego, bajó la vista. Y allí, bajo la curva de su bíceps, aún se veía la Marca Tenebrosa. Desdibujada, gris, como una quemadura antigua, pero inconfundible.

Ella ni siquiera se había percatado.

Tan absorta había estado admirando su torso, en la vibración de la magia, en el deseo inexplicable que le anudaba la garganta, que no la había visto. No esa marca. No ese eco oscuro de todo lo que habían sobrevivido.

 

—Malfoy… —susurró, pero él no la miraba.

Draco tenía la mandíbula apretada, los ojos clavados en el techo, como si esperara un juicio que ya conocía.

Hermione se incorporó, apenas un poco, sin dejar de mirarlo.

—No era eso lo que miraba.

Él parpadeó, una vez. La incredulidad cruzó su rostro como una sombra.

—¿Entonces qué?

Hermione dudó. Luego, con un gesto firme, desabrochó uno de los botones de su blusa, y después otro. Solo lo justo para que la tela cayera sobre su hombro izquierdo, dejando visible su brazo.

Draco la miró con desconcierto, y luego comprendió.

—Bellatrix —murmuró, con un tono hueco.

Hermione asintió, tragando saliva.

—Granger —espetó él, con un suspiro tembloroso—. No tienes que…

—Sí, tengo que hacerlo —lo interrumpió ella, su voz baja pero firme—. Porque no voy a permitir que seas tú el único que carga con algo.

Draco no dijo nada. Alargó una mano lentamente, como si esperara que ella se apartara. Pero Hermione no se movió. Sus dedos rozaron la cicatriz con la yema, dibujando cada letra que Bellatrix había grabado con aquella daga y la magia entre ambos zumbó suave, como si el vínculo reconociera el toque. Era la primera vez que sus cuerpos se tocaban de alguna forma desde aquel día en la Sala de los Menesteres.

—Ella me la grabó con rabia —dijo Hermione, la voz apenas un susurro—. Quería que recordara lo que era. Lo que no era y lo que no merecía ser.

Sus ojos se encontraron, fundiéndose entre el gris mercurio y el marrón chocolate con betas miel.

Hermione bajó la vista hacia su brazo. La Marca. Luego subió la mirada de nuevo, y colocó con cuidado su mano sobre la de él, aún posada en su brazo.

—No son errores, Draco —dijo—. Son cicatrices. Y las cicatrices no nos definen. Solo nos recuerdan que sobrevivimos.

Por un instante, ninguno habló.

Draco bajó la vista, avergonzado.

—¿No me odias por esto? —murmuró desviando la vista hacia su marca.

—¿Y tú me desprecias por ser lo que dijeron que era?

La pregunta flotó entre ellos como una especie de tregua. Él negó con la cabeza.

—No.

Hermione asintió. Con un gesto lento, se deshizo de su blusa.

—Entonces no escondas tu marca delante de mí. No cuando yo tampoco voy a esconder la mía.

Draco asintió una vez, con lentitud. Luego se echó hacia atrás, dejando que el brazo volviera a quedar a la vista.

—Granger…puedes pensar en él si quieres, si te resulta más fácil.

Hermione asintió en silencio y se acercó lentamente a él, con una mano temblorosa se bajó los pantalones y quedó totalmente en ropa interior.

 

Draco tragó saliva. Verla en su cama así no es algo en lo que hubiese pensado, pero ahora que la tenía delante, sintió como su estómago daba un tirón y un deseo ardiente comenzaba a apoderarse de cada célula de su cuerpo y… envidió a ese hombre, ese que la tenía para él cada noche…sin rituales, sin compromisos, sin vínculos mágicos que lo obligaran a nada.

Solo ella.

Libre.

Con esa boca entreabierta, la respiración agitada y ese brillo tembloroso en los ojos que no sabía si era deseo, rabia o miedo... o simplemente el achispamiento del alcohol.

Y, aun así, él la tenía ahí. En su cama, a escasos centímetros, separados apenas por una línea invisible hecha de orgullo, historia y una sábana que temblaba con el peso de lo no dicho.

Draco tragó saliva, sintiendo cómo el deseo se volvía más denso, más palpitante, más peligrosamente animal.
La magia del vínculo zumbaba entre ambos, sí… pero esto, esto que sentía, no era magia.

Era envidia, era curiosidad insaciable, era el deseo urgente de saber cómo sonaba su nombre en su voz cuando nadie más escuchaba.

Y por primera vez en mucho tiempo, se permitió pensar:

¿Qué pasaría si me dejara quererla, aunque solo fuera esta noche?

Y se arrepintió de su última frase, esa en la que le pedía que podía pensar en él.

Porque Draco no quería que ella pensase en él, Draco la quería suspirando y rogando su nombre.

Chapter 15: Consumación

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Dormitorio de Draco – Ala Este de la villa

La luz suave de la mañana se filtraba a través de las cortinas pesadas, bañando la habitación. Un rayo de sol se alojaba directamente en el rostro de Hermione haciéndole sentir un leve cosquilleo en sus parpados.

Despertó con la lentitud de quien no quiere volver del todo a la realidad.

El primer indicio fue el aroma. No a su almohada ni a su casa, sino algo más masculino y…a sándalo y lavanda.

Parpadeó una vez.
Luego otra.
Y entonces lo sintió.

La calidez de un cuerpo junto al suyo.
La respiración pausada que no era la suya.
El roce casi imperceptible de unas sábanas que envolvían piel contra piel.

El corazón le dio un vuelco.
Y con él, llegaron los recuerdos.

El whisky de fuego.
La conversación entrecortada.
La tensión.
La risa.
Las confesiones en voz baja sobre la marca y su cicatriz…

La petición de él de que pensase en Charlie…


 

Dormitorio de Draco – Ala Este de la villa

7 horas antes

Granger…puedes pensar en él si quieres, si te resulta más fácil.

Hermione asintió en silencio y se acercó lentamente a él, con una mano temblorosa se bajó los pantalones y quedó totalmente en ropa interior.

Tras un silencio entre los dos, Hermione cerró los ojos y comenzó a acariciarse a sí misma, pasando su mano por su cuello, bajando por su clavícula.

Intentó con todas sus fuerzas pensar en Charlie, en sus manos recorriendo su cuerpo mientras sus ojos color avellana la miraban fijamente.

Bajó hasta su abdomen, acariciando el borde de sus bragas y sintiendo como su pulso se aceleraba.

Apartó con cuidado la prenda y justo cuando iba a empezar a acariciarse en el centro de su deseo… una mano que no era la suya—ni la de Charlie, pues era más fina, más delicada— comenzó a acariciar sus dedos con parsimonia.

Y de repente, la imagen de Malfoy acariciando su cicatriz minutos antes irrumpió en su interior, desestabilizando totalmente la fantasía que estaba recreando en su mente.

Abrió los ojos de golpe y lo encontró a su lado, mirándola fijamente y con un brillo salvaje en sus ojos mientras su mano seguía acariciando sus dedos que se habían quedado paralizados en la entrada de su sexo.

Draco…

Y como si esa fuese la señal que estaban esperando, el nombre de él en su boca por primera vez, el reconocimiento del hombre que tenía al lado y que era parte de ella por el vínculo…sus bocas se encontraron en un beso desesperado empujado por el deseo, pero también por la magia que comenzaba a fusionarse entre los dos.

Hermione no fue consciente de cuando se deshizo de su ropa interior, ni si quiera de cuando él se terminó de desvestir.

Hermione solo sentía la boca de Draco por todo su cuerpo: en su boca atrapando su lengua, mordiendo su labio, bajando por cuello hasta llegar a sus pechos, succionando sus pezones, lamiendo su abdomen, mordisqueando la cara interna de sus muslos y llegando hasta su centro haciéndola sentir mareada con cada beso que depositaba ahí.

Las manos de ella se aferraron a su cabello, presionando.

Arqueó sus caderas desesperadas por conseguir más fricción, los dientes de él mordisqueaban su clítoris con experiencia, suavemente, para culminar pasando su lengua de arriba hasta abajo, hasta su entrada, como si llevase toda la vida estudiando su cuerpo y sus deseos.

El primer orgasmo de Hermione irrumpió como si miles de motas brillantes explotasen en su interior, su magia zumbaba haciendo que cada gemido se sintiese como una liberación y cuando él se colocó encima de ella y presionó su miembro hacia su entrada y sus paredes los atraparon como si fuese suyo, Hermione colapsó.

Ya no era ella, no era la Hermione que conocía. Sólo era su cuerpo, su alma fusionándose en el mayor de los placeres.

La respiración agitada, los besos desenfrenados de él mientras la penetraba cada vez más fuerte…sus ojos gris mercurio fundiéndose con los suyos, las cicatrices de su abdomen…Merlín no había una escena más erótica que la que sus ojos veían.

Las embestidas se sentían tan profundas que Hermione podía jurar que sus almas estaban tocándose, acariciándose a través de las miles descargas eléctricas y de magia que sus núcleos enviaban a través de sus cuerpos.

Draco… ¿Sientes eso?

Él escondió su rostro en el cuello de ella sin dejar de embestirla, aspiró su aroma, embriagándose de él, como si fuese una droga que necesitase desesperadamente.

Te siento…te siento Hermione. —murmuró en su cuello.

Hermione.

Él le había dicho Hermione…y como si eso fuese el interruptor de algo, el orgasmo estalló en el interior de Hermione provocando oleadas de placer, espasmos en todo su cuerpo y la necesidad de unas palabras que ella jamás pensó en decir…y menos a Draco Malfoy.

Lléname de ti. Necesito tu semen.

Draco levantó la cabeza de su cuello y la miró a los ojos.

Y lo hizo.

Se corrió dentro de ella con un gruñido casi animal mientras se perdía en el brillo de la mirada de la que esta noche y por un mes sería su esposa, su mujer.

Suya. Y solo suya.

Chapter 16: Café sin azúcar

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Villa Andrómeda—York, Inglaterra.

 

Hermione había abandonado la cama temprano. Mucho antes de que Draco despertase. No había encontrado su ropa la noche anterior y, francamente, no había querido buscar demasiado así que se escabulló hacia su habitación para ponerse algo y tapar su desnudez.

Sus pasos habían sido sigilosos y una vez vestida, salió del ala este con la respiración contenida, como si el eco de sus movimientos pudiese despertar a Draco. O peor: hacerlo salir a alcanzarla.

Ahora, de pie junto a la ventana de la cocina, observaba los jardines de la Villa cubiertos por una niebla tenue, como si el mundo también quisiera olvidar lo que había pasado.

—¿Has dormido bien? —la voz llegó desde detrás de ella, y aunque no era un susurro, tampoco era firme.

Hermione se giró despacio.

Draco estaba allí, en el umbral de la cocina. Vestido. Peinado, impoluto, perfecto. Con ese aire de aristócrata que parecía adherido a su piel, sin importar cuánto cambiara el mundo o cuántas veces él lo desafiara.

Hermione se forzó en sostenerle la mirada solo por un segundo.

—Sí —respondió.

Draco asintió con la cabeza, caminando hacia la cafetera. Se sirvió una taza, con movimientos sutiles y ella no pudo evitar fijarse en la elegancia con que sus manos hacían todo…esas manos que escasas horas antes habían recorrido su cuerpo como si le perteneciese.

—¿Y tú? —preguntó por cortesía y también, porque necesitaba alejar los pensamientos sobre la noche anterior que su mente estaba trayéndole.

—También… aunque tengo la cabeza como si me hubiera sido pisoteada por un hipogrifo.

Hermione soltó una risa corta, casi involuntaria. Draco alzó levemente la comisura de los labios, pero no dijo nada más.

Tomaron café en silencio. Cada uno en un extremo de la cocina, ella junto a la ventana y él apoyado contra la isla de mármol. El único sonido que se escuchaba era el murmullo del viento y las finas gotas de lluvia que comenzaban a golpear en el cristal de la ventana.

Fue Hermione quien se atrevió a hablar primero, en voz baja y sin mirarlo.

—No tenemos que hablar de anoche.

Draco apretó la mandíbula. No lo esperaba, pero tampoco le sorprendía que ella no quisiese hablar de eso.

—Claro —dijo.

—Fue el whisky. Y... supongo que todo esto. El vínculo, la convivencia, la magia…

—Sí. El whisky —repitió él. Como si el alcohol pudiera justificar lo que sus manos habían hecho. Como si bastara para explicar que ella no pensaba en su "alguien" cuando gimió su nombre contra su garganta. No su apellido como siempre…sino su nombre.

Hermione bajó la mirada a su taza vacía y la dejó con cuidado sobre la mesa.

—Voy a salir a caminar un rato, necesito… despejarme.

—Yo tengo que salir; Estaré de vuelta para el almuerzo.

Ella asintió y caminó hacia la puerta pasando justo por su lado. Por un instante, su brazo rozó el de Draco. Fue accidental, pero ambos se quedaron muy quietos tras el contacto, como si tuviesen algo más que decirse o como si ese roce les advirtiese de que aun quedaban cosas por decir.

Luego ella salió, y cuando Draco se quedó solo pateó uno de los taburetes y salió de la cocina.

 

 

Hermione caminaba con los brazos cruzados, porque necesitaba sujetarse a algo. A sí misma, quizás.

Sus pasos resonaban suaves sobre el sendero, apenas rompiendo la quietud matinal. Cada tanto, el canto de un ave o el rumor del agua en la fuente le recordaban que estaba lejos, muy lejos, de su vida en Londres.

Cerró los ojos un momento y respiró.

No quería pensar en sus labios sobre los de Draco, ni en la forma en que sus manos temblaban al recorrer su espalda. Ni en cómo, justo antes de colapsar, él le había dicho que la sentía, la había llamado por su nombre…

Lo odió un poco, por haber sido tan real. Por no haber sido solo la consumación del enredo en el que andaban.

Y se odió más a sí misma, por no haberlo detenido. Por haberse entregado de esa forma a un hombre que no conocía prácticamente.

Pero más se odiaba ahora mismo por no querer detenerlo, por no dejar de pensar en ello.

Se obligó a pensar con lógica, como siempre solía hacer: Él y ella estaban atados por un vínculo mágico ancestral. La intimidad... ¿había sido una elección real? ¿O sólo una consecuencia inevitable de ese lazo? ¿Era deseo, o era una ilusión compartida por la magia?

Todo era tan confuso…

Pero, la verdad era que había dejado de pensar en Charlie en cuanto Draco la tocó.

Y eso era lo más aterrador de todo.


 

Piso de Zabini—Londres

—No puedo verla y fingir que no pasó nada —espetó Draco, dando vueltas por el salón de su amigo como un león enjaulado.

Blaise, sentado en el borde del sillón con una taza de espresso, alzó una ceja con lentitud.

—Entonces no finjas. Pero no me llames aquí a primera hora para hacerme partícipe de tu crisis existencial si no vas a hacer nada al respecto.

—Anoche se quedó. Dormimos en la misma jodida cama Blaise, y esta mañana… se fue como si hubiese compartido cama con un extraño. Ni una palabra. Ni una señal de que...

—¿Esperabas que despertara abrazada a ti y te dijera que te ama? ¡Eres un extraño para ella por Merlín!

Draco se detuvo en seco y lo fulminó con la mirada.

—Yo no quiero que me diga te amo.

—Pero lo pensaste —Blaise dio un sorbo a su café y dejó la taza con un leve golpe—. Escucha... hace dos días malditos días querías romper este vinculo y ahora te quejas de que ella se fue de tu cama y no te hace caso. Granger no hace nada sin pensar, y lo de anoche…no creo que fuese solo el alcohol por lo que me has contado…pero tampoco es amor, no me vengas con esas joder.

Draco apoyó una mano en la repisa de la ventana y apretó los dedos contra la madera.

—¿Y qué hago? ¿La encierro en mi habitación hasta que me hable?

Blaise sonrió de lado.

—¿Sigues con eso? ¿Tanto te importa?

—Maldita sea, no sé cómo explicarlo Blaise…es como si necesitase que me mire, que me haga caso —murmuró Draco. Se pasó las manos por el rostro. Luego, como si algo se abriera paso entre la frustración, murmuró—: ¿Y si esto que siento no es real? ¿Y si solo es el vínculo?

Blaise lo observó con una gravedad inusual.

—Por supuesto que es el vínculo amigo—dijo dándole una palmada en la espalda—En cuanto pase este mes y lo rompáis, todo volverá a la normalidad.


 

Hermione estaba sentada en uno de los sillones de la biblioteca, rodeada de libros abiertos, pero apenas leía. Sus dedos tamborileaban inquietos sobre las páginas mientras su mente luchaba por concentrarse en otra cosa que no fuera él.

Llevaba horas evitando cualquier otra estancia de la Villa, evitando verle, evitando el roce de sus manos y la tensión en el aire que se respiraba desde esa mañana.

Se estaba muriendo de hambre, pero prefería eso antes que enfrentarse a la conversación que sabía que tendrían que tener.

Entonces, la puerta se abrió con un leve crujido. Draco apareció en el umbral, con las manos en los bolsillos y la expresión seria.

—No vas a cenar, ¿verdad? —preguntó, con voz baja, casi en un susurro.

Hermione levantó la vista, sorprendida, y luego bajó la mirada.

—No tengo hambre —respondió con honestidad.

—Eso no es verdad —insistió él, dando un paso hacia ella—. Llevas todo el día evitando el comedor, evitándome a mí.

Ella no respondió. El silencio se volvió una barrera entre ellos.

—¿Por qué? —preguntó Draco, acercándose un poco más—. No es que no lo entienda, yo también me siento raro, incómodo. Pero esto... esto es lo que tenemos que hacer.

Hermione tragó saliva, buscando palabras que no encontraba.

—No sé cómo actuar contigo —admitió finalmente—. Anoche fue diferente. Fue... no sé, fue algo que no esperaba, pero ahora que pasó, siento que no sé qué esperar de ti ni de mí misma.

Draco asintió, sus ojos buscando los de ella, necesitaba desesperadamente que lo mirase.

—Yo tampoco —dijo finalmente.

Hermione se levantó del sillón y caminó hacia él, y en un acto reflejo, sus brazos se rozaron sutilmente de nuevo, igual que en la cocina esa mañana. Fue un contacto breve, casi accidental, pero cargado de una electricidad silenciosa que ninguno quiso negar, una necesidad que llevaban todo el día anhelando, algo que desde esa mañana estaba en el aire. Sus cuerpos, a pesar de lo que decían sus bocas, ansiaban el contacto físico.

—Voy a cenar contigo —dijo ella, finalmente, y Draco sintió un alivio inesperado.

—Perfecto —respondió él, y por primera vez en horas, esbozó una sonrisa sincera.

 

Chapter 17: Reconocimiento

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El día a día en la villa se volvió una repetición incómoda, como una nota fuera de lugar que nadie se atrevía a corregir. Después de la consumación y esa primera revelación de no saber cómo actuar, fue como si ninguno de los dos quisiese pensar o volver a mencionar el tema.

Hermione solía pasar las tardes cuando volvía del ministerio, en la biblioteca o caminando por los senderos del jardín con un libro bajo el brazo, fingiendo que leía más de lo que realmente hacía. Draco, por su parte, se encerraba en el despacho que había transformado en un estudio improvisado y pasaba tanto tiempo observando el horizonte por la ventana como hojeando pergaminos antiguos sobre vínculos mágicos.
Se evitaban la mayor parte del tiempo.

Aunque compartían las comidas —a veces en silencio, otras intercambiando observaciones insulsas sobre el clima o alguna que otra noticia del profeta— y se respetaban los espacios con un protocolo casi diplomático, no había otro momento en el día en que estuviesen juntos. Pero cada gesto, cada mirada sostenida un segundo de más, dejaba ver algo más profundo.
Algo que ninguno nombraba. Ni quería nombrar.

Una noche, Hermione salió a la terraza con una manta sobre los hombros y se sentó en uno de los bancos de piedra que se encontraban al bajar los escalones del porche sin importarle que estuviese mojado. Había estado lloviendo y el aroma a tierra mojada le daba una paz que no encontraba dentro de la casa y ella necesitaba despejar su mente desesperadamente, necesitaba algo que la reconfortase, algo que le hiciese sentir que estaba en casa… entre el ir y venir a Londres para trabajar y luego volver a la Villa donde se encontraba tan sola, había hecho que volviese a tener pequeños ataques de ansiedad, los mismos que tuvo un tiempo justo después de la guerra.

Draco apareció un rato después, sin anunciarse, y se sentó a unos metros de ella, en otro banco y con una copa de vino en la mano.

—No sabía que te gustaba el vino—dijo Hermione, sin mirarlo.

—No sabía que ahora eras fan del silencio contemplativo…y de mis gustos —murmuró él, sin mirarla.

Ella esbozó una sonrisa, pero era más un gesto de resignación que de alivio. Él no añadió nada más y se quedaron allí por más de una hora, respirando el mismo aire, compartiendo el mismo silencio que empezaba a sentirse menos incómodo para él y más reconfortante para ella pues, aunque Hermione no quisiese admitirlo del todo, tenerle cerca hacía que su ansiedad se calmase.

Al día siguiente, Hermione preparó café para ambos y se lo llevó a la mesa sin decir nada. Draco la recibió con una mirada rápida, sorprendido por el gesto. No dijeron casi nada mientras desayunaban, pero el simple acto de compartir el café rompía un poco la distancia entre ellos ya que jamás desayunaban juntos, ella siempre salía corriendo hacia el ministerio.

Una tarde, Hermione se resbaló en el jardín, torciéndose el tobillo. Draco salió de la villa al escuchar el grito, frunciendo el ceño como si le fastidiara que alguien interrumpiera su tranquilidad… pero al verla en el suelo, no lo dudó. La cargó en brazos, sin rodeos y ella protestó, como era de esperar.

—Puedo caminar —dijo, intentando soltarse.

—Claro que puedes —respondió él, sin aflojar el agarre—. También puedes tropezarte otra vez… pero pensé que ahorraríamos tiempo si no hacías ambas cosas hoy.

No dijo nada más mientras la depositaba en el sofá y le aplicaba un hechizo frío con precisión. Hermione lo miraba, sin saber exactamente en qué momento ese hombre, el que usaba la ironía como escudo, se le había vuelto tan familiar. Y en que momento, el tacto de sus brazos cargándola habían hecho que su cuerpo respondiera a una señal que llevaba días lanzándole.

—Gracias —susurró.

Draco asintió, pero guardó silencio. Sus dedos comenzaron a acariciar el tobillo, masajeándolo con suavidad, absorbiendo cada roce de la piel de ella en sus manos como si fuese agua calmando su sed, hasta que la realidad de su cercanía lo golpeó de frente. Se apartó bruscamente, con el rostro tenso y una sombra de aflicción que le hizo apretar la mandíbula, como si quisiera borrar ese momento de su memoria…pero realmente, él sabía que no era así.

En las noches, el vínculo se sentía más fuerte. A veces, sin saber cómo, acababan en la misma habitación. No para tocarse, ni para repetir lo de aquella primera noche… era como si solo necesitasen estar juntos, para sentir que el otro estaba allí, incluso en silencio.

Especialmente en silencio.

 

El reconocimiento no llegó en forma de confesiones, sino de detalles. Hermione notó que Draco siempre apretaba el puño cuando estaba pensativo, como si quisiera contener algo que le pesaba. Que su cabello, a pesar de estar siempre impecable, tenía mechones que se rebelaban, desafiando cualquier intento de control. Descubrió también que él tenía la costumbre de ajustar con cierta insistencia el anillo de su sello familiar, un tic nervioso que apenas disimulaba.

Draco, por su parte, se fijó en que Hermione arrugaba ligeramente la nariz cuando algo la molestaba, y que sus dedos jugueteaban con el borde de los libros como si buscaran respuestas más allá de las páginas. Reconoció su manía de ordenar los pergaminos por tamaño y tema, incluso cuando no era necesario, y la preferencia por las noches con la ventana abierta para dejar entrar el aire frío.

Pero lo que realmente sembró la semilla del reconocimiento fue aquella noche —la noche de la consumación— cuando, entre confesiones y miradas que decían más que las palabras, se descubrieron mutuamente las marcas que los unían de manera irrevocable: la marca tenebrosa en el antebrazo de Draco, oscura y retorcida, un símbolo de un pasado y un poder que él mismo parecía aceptar con dificultad; y la cicatriz de Hermione, la que la marcaba por su estatus de sangre… dos marcas que eran tan opuestas como homogéneas.

En ese instante, comprendieron que no solo compartían un destino impuesto, sino que, en cierta medida, también compartían una historia marcada en la piel y en el alma. Fue el reconocimiento mutuo de esas cicatrices lo que comenzó a forjar el vínculo entre ellos.

Desde entonces, cada gesto inadvertido y cada pequeño detalle fueron ladrillos que construían, sin que ellos lo quisieran admitir, un puente entre dos mundos que se resistían a unirse, pero que ya no podían negarse.

Y en ese vaivén de roces y pausas, la convivencia dejó de sentirse como una condena pues comenzaron a buscarse en cada pequeño choque por los pasillos, en cada ligero roce de sus dedos al coger a la vez el azucarero o en cada roce de piernas al moverse en las sillas de la biblioteca donde ella trabajaba en sus manuscritos del ministerio mientras él seguía investigando el vínculo.

Empezó a parecer algo peligroso.
Porque cada día se conocían un poco más…y cada noche, costaba más fingir que no necesitaban tocarse o sentirse y, todo esto, tenía fecha de vencimiento… y esa fecha ,se acercaba cada día más.


Azkaban — Ala administrativa, noche cerrada

El pasillo estaba en silencio, salvo por el lejano eco de una puerta cerrándose. La mayoría del personal ya se había ido, excepto Ginny Weasley, que repasaba informes en su pequeña oficina, con el ceño fruncido y una pluma que giraba entre sus dedos como una daga afilada.

La puerta se abrió sin que ella diera permiso.

—No toques, Zabini. Total, el respeto por el espacio ajeno es tan anticuado como tus camisas —dijo sin levantar la vista.

—¿Y perderme la oportunidad de verte tan concentrada y cabreada? Jamás —respondió Blaise, apoyándose en el marco de la puerta con esa sonrisa medio insolente, medio encantadora que parecía haber patentado.

Ginny alzó la vista, entornando los ojos.

—¿Viniste a trabajar o a interrumpirme?

—Ambas. Vine a decirte que la revisión del Ala Sur ya está hecha… y, también a ofrecerme como compañía para tu próxima ronda. Sé que te sientes sola sin mí.

—Oh, sí, no sabes cuánto te he extrañado —murmuró ella, sarcástica.

Blaise caminó dentro de la oficina, tomando una silla sin que se lo pidieran. Se sentó al revés, cruzando los brazos sobre el respaldo, muy cómodo.

—Sabes, podríamos hacer esto más llevadero. Turnos compartidos. Café o whisky, tú eliges.

—Y tú podrías dejar de flirtear conmigo en horas laborales. O al menos, hacerlo con un poco más de creatividad.

—¿Creatividad? Weasley, si me permitieras usar todas mis habilidades, terminaríamos en el Ala de contención emocional.

Ginny soltó una risa baja, sin quererlo.

—¿Siempre eres así o solo cuando no consigues lo que quieres?

—Lo sabrías si alguna vez me dejaras conseguirlo.

Un segundo de silencio se instaló. Ginny lo miró con esa mezcla de desafío y curiosidad que sólo ella podía conjurar.

Blaise iba a decir algo más, probablemente alguna de sus líneas dramáticamente encantadoras, pero entonces se le escapó:

—Además, con el drama de Draco y el vínculo con Granger ya tengo suficiente novela por esta semana.

Ginny parpadeó.

—¿Perdón? —preguntó con tono inocente, aunque sus cejas ya se habían elevado peligrosamente.

Blaise se quedó quieto.

—Nada —dijo rápidamente—. Me confundí. Vínculo es una palabra muy común. Seguro hablaba de… no sé, política internacional mágica.

Ginny se cruzó de brazos, y se apoyó contra el escritorio, mirándolo como si acabara de decir que era descendiente de Merlín.

—¿Así que Malfoy y Hermione tienen un vínculo mágico?

Blaise resopló.

—Te lo dije, me confundí. O quizá lo soñé. ¿Quién puede saberlo en este lugar tan lúgubre?

Ginny no dijo nada. Sólo lo miraba.

—Vale, vale —gruñó él, levantando las manos—. Se supone que nadie debe saberlo, pero… ¿tú ya lo sabías, ¿verdad?

Ginny ladeó la cabeza, como si disfrutara verlo revolverse.

—Claro que lo sé. ¿Crees que Hermione puede ocultarme algo así? Soy su mejor amiga. Y, además, estoy segura de que tú se lo dijiste a la taza de café de la sala común hace unos días.

Blaise se quedó en silencio, abrumado por lo poco sorprendido que estaba de que ella se hubiese dado cuenta de eso. Juraría que cuando hablaba solo en la sala común de la prisión no había nadie.

—¿Por qué no dijiste nada?

Ginny se encogió de hombros, sin borrar la sonrisa de autosuficiencia.

—Porque no era mi historia que contar. Y porque quería ver cuánto tardabas en meter la pata.

Blaise la miró, resignado.

—Weasley, si alguna vez decides usar esa mente maquiavélica para conquistar el mundo, por favor… hazme tu mano derecha.

Ginny sonrió con dulzura falsa.

—Oh, Zabini… si yo decidiera conquistar el mundo, tú estarías a mis pies. No a mi lado.

Y con eso, salió de la oficina, dejándolo allí, entre confundido, frustrado… y completamente fascinado.

Ginny salió de la sala de archivos con paso firme, pero el corazón latiéndole como si acabara de correr un maratón. Sentía las mejillas calientes y el cuerpo en un estado de alerta insoportable, como si la tensión de la conversación con Zabini hubiera activado algo que no podía apagar.

—¿Pelirroja?

La voz de Blaise la alcanzó apenas dobló el pasillo. Ginny se detuvo, cerró los ojos un segundo, y se giró con lentitud.

—¿Qué quieres ahora?

Él caminó hacia ella con las manos en los bolsillos, pero la mirada encendida.

—No me importa si sabes lo de Draco —dijo, deteniéndose muy cerca—. Me importa que te vas como si te incomodara estar cerca de mí.

—Porque me incomoda —respondió Ginny sin moverse—. Lo que pasa contigo no es… no es fácil.

—¿Y alguna vez hiciste algo fácil?

Ginny soltó una risa corta, sin humor.

—No hagas esto.

—¿El qué? —Blaise dio un paso más, acortando la distancia entre ellos—. ¿Decirte que me gustas? ¿Que cada vez que hablas me da igual lo que dices porque solo estoy pensando en cómo se ve tu boca cuando te enfadas?

Ella tragó saliva, clavando la mirada en la suya.

—No juegues conmigo.

—No lo estoy haciendo —murmuró él—. Aunque Merlín sabe que tú sí juegas conmigo todo el tiempo.

Ella se quedó en silencio.

—Ginny —dijo su nombre por primera vez, en voz baja, casi reverente—. Mírame y dime que no quieres esto.

Ella lo hizo.

Lo miró.

Y no dijo nada.

Él alzó la mano, despacio, como si le ofreciera una salida. Pero no la tocó… hasta que ella, con un leve gesto, inclinó la cabeza y dejó caer los hombros.

Fue suficiente.

La besó.

Fue rápido al principio.

Una descarga, un impulso. Pero en segundos, se volvió algo más oscuro.

Más profundo. Ginny lo sujetó por el cuello con fuerza y lo empujó contra la pared de piedra. Las manos de Blaise estaban en su cintura, en su espalda, tirando de ella como si la necesitara cerca o se ahogara.

—Estamos en una maldita prisión —susurró Ginny contra su boca.

—Lo sé. Es lo más romántico que he hecho —dijo él, sin aliento, y ella se rió, entre un beso y otro, hasta que su espalda golpeó suavemente el muro y Blaise descendió por su cuello con labios impacientes.

—Esto es una pésima idea —murmuró ella, jadeando, mientras él abría los botones de su camisa del uniforme con dedos urgentes.

—Las más divertidas lo son.

Sus cuerpos se buscaron como si ya se conocieran. Como si llevasen semanas construyendo ese momento sin saberlo. Y allí, entre la piedra fría de Azkaban y el calor furioso de dos personas demasiado orgullosas para admitir lo que querían, lo inevitable ocurrió.

Porque con ellos no había medias tintas.

Y esa noche, entre susurros y mordidas, lo entendieron.

Chapter 18: Quemarse en el hielo

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Villa Andrómeda—York, Madrugada.

 

El calor era sofocante. Asfixiante.
Las sábanas empapadas se pegaban al cuerpo desnudo de Hermione como si fuesen una segunda piel.
Había tenido que quitarse la ropa en un intento desesperado por conciliar el sueño.
Se incorporó lentamente y buscó su varita a ciegas, palpando con la mano bajo la almohada.
Volvió a lanzarse un hechizo refrescante, como llevaba haciendo durante las últimas horas… pero de nuevo, solo duró cinco minutos.
El fuego venía de dentro. Era algo que no podía explicar, como si su sangre fuese lava recorriendo cada vena, buscando desesperadamente una salida que no llegaba.

¿Qué le estaba pasando? ¿Estaría enferma?

Salió de la cama y buscó algo que ponerse para bajar al jardín, esperando que el aire nocturno de York aliviara ese calor.
Bajó las escaleras descalza, intentando no hacer ruido para no despertar a Malfoy.
Una vez fuera, comenzó a respirar un poco mejor.
Pero el calor… el fuego… seguía ahí.

Se sentó en el borde de la fuente central y tocó el agua con los dedos. Estaba helada.
Un escalofrío le recorrió la espalda al sentir el contraste de su piel ardiente con el agua fría.
Y entonces, una idea —muy impulsiva— cruzó su mente.

¿Aliviaría su calor si se zambullía en la fuente?

Ni siquiera se quitó la camiseta vieja de algodón que se había puesto para bajar, ni los shorts del pijama.
Entró en la fuente lentamente, como si estuviese haciendo algo prohibido. Aunque, técnicamente, lo que estaba haciendo era algo totalmente estúpido.

Una vez dentro, el agua comenzó a enfriar su cuerpo.
Suspiró de alivio al encontrar, al fin, un respiro del calor abrasador que la consumía desde hacía horas.
Se sumergió, dejando que su piel agradeciera cada corriente de agua helada de noviembre en un lugar como York.

Cuando emergió y alzó la mirada, se encontró con el iris gris más profundo y penetrante que había visto en su vida, observándola desde la oscuridad.

—¿Sabes que es noviembre y que estamos a cuatro grados? —preguntó Draco, con la voz ronca y los ojos entre la incredulidad y el desconcierto.

Ella tiritó y se quedó en silencio unos segundos, el agua hasta el pecho, su cabello mojado pegado al rostro.

—Me da igual —susurró, con los labios temblando, aunque no sabía si por el frío o por su mirada—. No podía dormir. Tenía… calor.

Draco frunció el ceño.

—¿Calor? —repitió, dando un paso más hacia ella—. ¿Lanzaste un hechizo accidental mientras dormías? ¿Una fiebre mágica? ¿Te sientes mal?

—No —murmuró ella, negando con la cabeza—. No es eso. Lo intenté todo. Encantamientos refrescantes, beber agua, ventanas abiertas… pero no se me va. Es como… como si algo me estuviera quemando por dentro.

Los ojos de Draco se oscurecieron apenas.

—¿Desde cuándo?

—Hace horas. Empezó de golpe, como… como si alguien encendiera una hoguera en mi pecho.

Él se agachó junto al borde de la fuente, y bajó la voz.

—Granger… ¿esto empezó esta noche?

—Sí.

Draco exhaló por la nariz, intentando procesar sus palabras y conectarlas con la idea que había empezado a rondar en su mente: el vínculo los llamaba tras la consumación. Sus cuerpos necesitaban unirse, fortalecer y alimentar la magia ancestral que corría por sus venas. Qué ilusos habían sido al pensar que esto sería fácil, consumar, convivir, reconocerse y después…romperlo.

El vínculo cada vez tiraba más de los dos, reclamando atención. El vínculo no entendía de pasado, de Astoria o de ese "alguien" que ella tenía.

El vínculo solo quería alimentarse de ellos, de su magia, de su sangre y de sus cuerpos.

—Yo tampoco podía dormir —confesó entonces—. Sentía lo mismo. Fuego. Desde el estómago. Como si mi magia no encontrara dónde asentarse. Como si… estuviera buscando algo.

Los ojos de ella se abrieron, conectando con los suyos.

—¿Crees que es por…? —no dijo la palabra. No hizo falta.

Él la miró intensamente.

—El vínculo.

Silencio.

El sonido del agua era lo único que llenaba el aire entre ellos. Hermione tragó saliva.

—¿Y qué hacemos con esto, Malfoy? —preguntó finalmente, en voz baja—. ¿Nos bañamos en fuentes cada vez que nos queme la piel?

Draco sonrió, pero no era una sonrisa del todo divertida.

—No me parecería tan mala idea si no parecieras estar a punto de convertirte en un cubito de hielo.

Hermione le sostuvo la mirada.

—Podrías unirte a mí —dijo. No sonaba como una invitación, sino más bien como si estuviese retándolo, dándole pie a compartir algo con ella más allá de las comidas de la ultima semana.

Draco no se movió al principio. Luego, se desabrochó el botón superior de su camisa de dormir para quitársela pero en el último momento descartó la idea. No quería crear malentendidos con ella, no después de tener un acercamiento después de tantos días y de esos pequeños progresos que habían ido surgiendo poco a poco.

—Solo si prometes no congelarme—dijo muy serio.

—Prometo no hacerlo —dijo ella, con una media sonrisa—. No más de lo necesario.

Draco se deslizó en la fuente con movimientos lentos, sin apartar la mirada de ella. La tela fina de su camisa se pegó a su piel al instante, oscureciéndose con el agua. El frío lo golpeó, pero no tanto como el verla ahí, con los labios entreabiertos, el pecho subiendo y bajando lentamente, los ojos fijos en él como si esperara algo que ninguno se atrevía a dar pie.

—Estás helada —murmuró.

—Tú también —replicó Hermione, con voz ronca.

Ambos se quedaron en silencio un instante.
Draco alzó una mano y rozó con los dedos el hombro de ella, apenas tocándola. Su piel ardía, a pesar del agua.

—No es solo magia, ¿verdad? —preguntó ella, apenas un susurro, como si decirlo muy alto pudiese romper el momento.

Draco negó con la cabeza, lentamente. En su interior, aunque su cabeza le decía que era el vínculo, él estaba seguro de que había algo más que se le escapaba…por lo menos por su parte. Zabini estaba totalmente equivocado si pensaba que al romper el vínculo todo volvería a la normalidad.

—No —dijo finalmente—. Esto… esto es otra cosa.

El roce de su mano descendió por su brazo, despacio, sin prisa, con una intimidad que no era precipitada sino inevitable. Hermione cerró los ojos. Por un momento, se dejó llevar por la sensación de tenerlo cerca, del calor que compartían, de cómo el fuego que había sido insoportable se volvía casi placentero al contacto con él.

—Hace días que evitas mirarme más de tres segundos seguidos —susurró ella con los ojos aún cerrados .—Desde que me caí en el jardín.

Draco suspiró, apoyando la frente en la suya.

—Porque si lo hacía… no me habría detenido nunca.

Hermione abrió los ojos. Estaban tan cerca que podía contarle las pestañas. Y no supo porqué ni que le impulsó a decir lo que dijo, pero antes de que su mente lo procesara, las palabras ya habían salido de su boca.

—No te detengas.

Draco la miró sorprendido. La deseaba. Pero había algo más profundo en sus ojos: una mezcla de vulnerabilidad y asombro, como si no creyera que eso estuviera pasando realmente. Que ella lo estuviese eligiendo también…o quizás era el vínculo que hablaba por ella. No podía estar seguro de lo que pasaba en el interior de la bruja que tenía delante, por Merlín, ni si quiera podía ponerle nombre a lo que le pasaba a él con ella…

—Granger —susurró, en un tono más bajo, cargado de advertencia y deseo al mismo tiempo.

—Draco —respondió ella, como si decir su nombre fuese una rendición.

Y entonces, no pudo aguantar más y la besó.

No fue un beso torpe ni contenido. Fue un beso cargado de desesperación, de sed, de la necesidad urgente de apagar ese fuego que lo había estado consumiendo por dentro durante horas.

El agua fría quedó olvidada. El calor ya no dolía.

Era como si, al unir sus cuerpos a través de ese beso, mientras sus lenguas se entrelazaban y sus latidos aumentaban, el ardor comenzara a ceder. O quizás no ceder… pero sí transformarse. Como si el fuego se encontrara con el hielo, como si las llamas se calmasen al rozar estalactitas gélidas, acariciándolas, haciéndoles cosquillas, derritiéndolas lentamente bajo su toque.

Y en ese instante lo entendieron: por más que intentaran evitarse, por más que lucharan contra lo que el vínculo —o sus propias almas— deseaban, siempre se encontrarían.

De una forma u otra.

Porque la única persona capaz de calmar y apaciguar lo que estaban sintiendo… era el otro.



 

Piso de Zabini — Londres

—Anoche nos besamos —dijo de pronto, sin mirar a su amigo.

Blaise levantó una ceja y despidió con la mano al elfo doméstico que estaba sirviendo el desayuno en el salón para que los dejasen solos.

—¿Tú y Granger?—preguntó al escuchar el plop del elfo marchándose.

—Sí.

—¿En plan "tensión mágica incontrolable" o en plan "me estoy enamorando de mi enemiga de toda la vida y no sé cómo gestionar este colapso emocional"?

Draco lo fulminó con la mirada, pero no respondió enseguida. Se dejó caer en la butaca frente al sofá, pasándose una mano por el cabello.

—No lo sé, Blaise. No fue solo el vínculo. No esta vez.

—Y la otra vez tampoco —murmuró Blaise, fingiendo toser para disimular. —¿Y cómo te hizo sentir?

Draco bufó.

—Como si me hubiesen lanzado un Incendio directo al pecho y luego apagado con un Aguamenti cargado de Veritaserum.

Blaise sonrió.

—Poético. Me das miedo… ¿Quién eres y qué has hecho con mi amigo?

Draco lo miró, serio.

—No es una broma. Me toca y se me olvida todo: Astoria, el contrato, el plan. Me mira y ya no sé si estoy deseándola… o eligiéndola. Estaba bañándose a las tres de la madrugada en una fuente, en el jardín…toda mojada y acalorada, Blaise.

Blaise lo miró, más serio ahora.

—¿Y qué hacía bañándose en una fuente en noviembre en plena madrugada? ¿Estás seguro que no ha sido un sueño de esos tuyos?

Draco lo fulminó con la mirada y se pasó una mano por el pelo.

—Tenía calor; el vínculo… el vínculo está más fuerte que nunca, reclamando algo.

Blaise asintió como si comprendiera, aunque en realidad no entendía ni una mierda.

—¿Y ella? ¿Qué hizo o que dijo cuando la besaste?

—No me apartó.

—Eso no es una respuesta muy informativa.

—Me dijo "no te detengas". ¿Contento? —Blaise asintió y le hizo una señal con la mano para que continuase— Luego me devolvió el beso, estuvimos besándonos en esa fuente durante no sé cuánto tiempo.

—¿Solo besándoos o hubo…toqueteo?

Draco le tiró un cojín a Blaise que le dio directamente en la cara.

—Bueno. Podría ser peor. —dijo Blaise entre risas devolviéndole el golpe con el cojín.

—¿Peor cómo? —preguntó Draco esquivando el cojín y dejando que cayese al suelo.

—Podrías haberle confesado todo lo que sientes y que te diga que solo fue el calor mágico hablando, el vínculo o la mierda esa ancestral que tengáis entre vosotros.

Draco cerró los ojos mientras una de las cosas que más se había preguntado en las horas posteriores al baño en la fuente salía por su boca.

—¿Crees que lo fue?

—¿Tú crees que lo fue? —le devolvió Blaise guiñándole un ojo.

Silencio.

Blaise lo observó, y tras un momento, se inclinó hacia él con un gesto casi cómplice.

—Hablando de confesiones… —dijo con una media sonrisa ladeada—. Me he liado con la pelirroja.

Draco parpadeó.

—¿Qué?

—Weasley. Ginny. Mi compañera. Mal genio. Voz aguda. Esas piernas. —Se relamió los labios— Me besó en Azkaban, o yo la besé. Ya no sé. Puede que los dos. Puede que varias veces.

—Sé perfectamente quién es. No paras de hablar de ella desde que empezasteis a trabajar juntos. ¿Y ella te dejó besarla?

—Eso es lo que parece —respondió Blaise con toda la calma del mundo—. Pero ¿sabes qué? No me detuvo. Así que sí, me dejó besarla.

Draco lo miró, incrédulo. Luego, inevitablemente, una sonrisa cansada se dibujó en su rostro.

—Estamos jodidos.

—Hasta el cuello, hermano.

Se quedaron en silencio, analizando la situación durante un momento, hasta que Blaise rompió el silencio:

—Podríamos hacer una cita doble con nuestras leonas —dijo, sacando su mejor sonrisa.

—¡Por supuesto que sí, qué gran idea, Blaise! Podríamos ir al Callejón Diagon todos juntos, tomarnos unas copas en el pub nuevo o ir a cenar a un italiano. ¿Cómo no se me ha ocurrido antes a mí? —Draco habló con sarcasmo contenido—. ¡Ah, sí! ¿Será porque estoy prometido con Astoria y lo que tengo con Granger es algo secreto que ni si quiera sé que es?

Blaise siguió sonriendo, como si nada pudiera afectarle.

—Nadie ha dicho nada de salir de vuestro "nidito de amor"… la pelirroja y yo podríamos ir allí.

—Estás loco. Ni de broma dejaré que ustedes dos se metan en esto. Bastante difícil es la situación como para añadir dos bombas explosivas más.

Blaise cogió el cojín que se había caído al suelo con una lentitud calculada, sin borrar esa sonrisa suya, la que Draco conocía bien. La sonrisa de cuando estaba a punto de decir algo completamente irresponsable.

—¿Bombas explosivas? Por favor, Draco. Somos expertos en contención de caos. Además —añadió, recostándose aún más en el sofá y poniéndose el cojín de almohada—, ¿cuándo fue la última vez que te vi disfrutar de algo que no fuese trabajo, presión social o una copa de whisky caro?

Draco apretó la mandíbula.

—Esto no es un juego, Blaise. No se trata de disfrutar. Se trata de no estropearlo más de lo que ya está.

—¿Y quién dice que vas a estropearlo? —preguntó Zabini, alzando una ceja—. ¿Granger? ¿La misma que se metió contigo en una fuente en mitad de la noche en pleno noviembre y te pidió que no te detuvieras?

Draco bajó la mirada, incómodo.

—No sé lo que ella siente.

—Tú tampoco sabes lo que tú sientes —replicó Zabini, sin perder la calma—. Pero llevas semanas actuando como si el fin del mundo estuviera a la vuelta de la esquina, y mientras tanto te estás enamorando de ella. Ahora lo veo.

Draco lo miró con una mezcla de incredulidad y rabia contenida.

—No estoy enamorado.

Zabini sonrió con superioridad, como si eso confirmara justo lo contrario.

—Claro que no. Solo piensas en ella todo el tiempo, no puedes dormir sin su calor, te consume por dentro y tienes pesadillas con perderla. Pero claro, no estás enamorado. Qué alivio.

Draco se levantó bruscamente, empezó a caminar de un lado a otro como si necesitara escapar de sus propias ideas.

—Esto no era lo que debía pasar. El plan era simple: encontrar una manera de romper el vínculo, salir de esa casa, casarme con Astoria y continuar con mi vida.

—¿Y qué parte de "simple" incluye una bruja descalza, medio desnuda y mojada en una fuente mientras tú te mueres por besarla?

Draco se quedó quieto. Respirando agitado. No respondió.

Blaise, en cambio, se puso serio por primera vez.

—Mira, Draco… yo no te estoy diciendo que tires todo por la borda. Yo mismo te dije que todo volvería a la normalidad hace unas semanas… Pero deja de fingir que esto no te importa. Porque te importa, y te aseguro que, si sigues escondiéndote detrás de "el plan", alguien más va a ver lo que tú estás evitando. Y ese alguien no va a tener tantos reparos.

Draco giró lentamente la cabeza hacia él y contestó con amargura.

—Ya hay "alguien" más.

Zabini no respondió. Solo sostuvo su mirada.

—Mierda —susurró Draco, como si acabara de entender algo demasiado tarde.

Chapter 19: Esposa

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Ministerio de Magia, despacho de Hermione — Londres

 

Tres cafés.

Hermione llevaba en el cuerpo tres cafés y no veía la hora de que acabase el día. Recién era la hora del almuerzo y le quedaban unas cuantas horas por delante.

Su mente no paraba de dar vueltas a la noche anterior… bueno, a la madrugada anterior, porque realmente no habían pasado muchas horas desde que había abandonado esa fuente junto a Draco.

Esa fuente en la que se habían estado besando como adolescentes. No recordaba por cuánto tiempo, quizás habían pasado minutos u horas hasta que habían entrado en la Villa en silencio, mientras él la acompañaba hasta la puerta de su habitación, donde le deseó buenas noches dejándola totalmente helada mientras se marchaba.

Porque si hacía unas horas Hermione había sentido fuego en su interior… cuando él se separó de ella, en la puerta de su habitación, sintió un frío insoportable.

Y aunque se acurrucó en su cama para intentar dormir las dos horas que le quedaban antes de marcharse al ministerio… no lo consiguió.

El vínculo estaba jugando con ella claramente y eso la frustraba hasta el punto de ponerla de mal humor, más de lo que la falta de sueño ya le hacía estar.

Así que ahora se veía ojerosa, con un aspecto lamentable, tiritando de vez en cuando y con tres cafés en el cuerpo que ni calentaban su interior ni hacían que la cafeína surtiese efecto.

La puerta se abrió de golpe. Hermione apenas tuvo tiempo de alzar la mirada antes de que Ginny irrumpiera con los ojos encendidos.

Genial. Justo lo que necesitaba hoy… dosis de Ginny Weasley —pensó Hermione.

—¿Me puedes explicar por qué tengo que enterarme por Blaise Zabini de que estuviste bañándote con Draco Malfoy en una fuente a las tres de la mañana?

Hermione se quedó paralizada.

—Ginny…

—¡Y no me vengas con un Ginny, como si esto fuera normal! —siguió ella, caminando hasta el escritorio y cruzándose de brazos—. ¿Desde cuándo dejamos de contarnos estas cosas?

Hermione abrió la boca, pero una sombra le pasó por la mirada. En lugar de defenderse, entrecerró los ojos, notando algo más en el tono de Ginny.

—Espera un momento… ¿Ahora tú y Zabini se cuentan secretos? Eso ha pasado esta madrugada… ¿cómo lo sabes tan rápido?

Ginny se quedó helada. Parpadeó. Luego apretó los labios como quien decide que, ya metida hasta el cuello, es mejor confesar.

—Me besó —confesó—. En los pasillos de Azkaban. O yo lo besé. No lo sé. Fue una locura. Estábamos discutiendo sobre ti, sobre Draco, sobre el vínculo y de repente, estaba contra la pared y tenía sus manos en mi cintura y su boca en la mía.

Hermione la miró boquiabierta. Sabía que tarde o temprano esto pasaría, pero no esperaba que Ginny fuese tan directa. Pensaba que aún tardaría más en bajar sus muros… o al menos, hasta que ella estuviese lejos de ver explotar esto, cuando el Vínculo se rompiese y ella estuviese lejos de la vida de Draco.

Ya le daba un poco de miedo que estuviesen al tanto del vínculo por separado… ahora juntos, la cosa empeoraba.

—¿Os liasteis en Azkaban? —preguntó Hermione con incredulidad.

Ginny asintió, sin una pizca de vergüenza.

—Con el unifrome aún puesto, con la varita en la mano y una celda vacía a dos metros. Y no me detuvo. Ni lo detuve. Nos miramos… y sucedió.

Hermione tragó saliva. Se levantó lentamente, apoyando las manos sobre el escritorio, como si necesitara anclarse. Entre toda su situación y ahora esto, sintió un leve mareo.

Si Ginny (su mejor amiga) y Blaise (el mejor amigo de Draco, por lo que tenía entendido) pasaban a algo más, les afectaría también a ellos… las cosas no hacían más que empeorar.

—¿Vais en serio?

Ginny desvió la mirada un segundo. Bajó la voz, como si de repente admitirlo fuera demasiado íntimo incluso para ella.

—No lo sé. No tengo ni idea de lo que es esto… —confesó—. A veces me parece que solo es tensión. O deseo. Y luego dice algo estúpido, me sonríe como si ya supiera lo que voy a decir… y me dan ganas de besarlo otra vez. Pero otras veces… no sé, Hermione. No sé si me está vacilando o si siente lo mismo.

Hermione la observó en silencio. Por primera vez desde que Ginny había irrumpido en el despacho, ya no sentía el impulso de ponerse a la defensiva. Había algo desarmado en la mirada de su amiga. Algo vulnerable.

—¿Se lo has preguntado?

Ginny soltó una risa breve y sin humor.

—¿Tú te ves preguntándole a Zabini si esto va en serio? Es como intentar atrapar humo con las manos. —Se encogió de hombros—. Además, tampoco sé si quiero que sea en serio. Todo esto es… una locura.

Hermione asintió con la cabeza muy despacio, como si entendiera demasiado bien esa sensación.

—Sí. Lo sé.

Se hizo un breve silencio, roto solo por el murmullo lejano de los memorandos voladores tras la puerta cerrada.

—Zabini dijo que podríamos hacer una cita doble —dijo Ginny, con una media sonrisa tensa, cruzada de brazos.

Hermione levantó la mirada de su escritorio, frunciendo el ceño.

—¿Una cita doble?

—Tú, Malfoy. Él, yo. No es como si fuera una locura absoluta, ¿no?

Hermione dejó caer la pluma con un suspiro seco.

—¿Esto es una broma para vosotros? ¿Jugáis a emparejarnos como si esto no fuese serio? Porque esto, Ginny… lo que está pasando… no es una cita de colegio. No estamos jugando a las casitas. El vínculo no es un chiste. Y Draco Malfoy no es solo un tipo más. No para mí. No ahora.

Ginny la miró con más atención, la sonrisa desvaneciéndose.

—¿Te estás enamorando de él?

—¡No lo sé! —estalló Hermione, levantándose—. No lo sé, y eso es lo que me está matando. Porque me toca y todo lo demás desaparece. Me besa y siento que por fin puedo respirar. Pero luego me acuerdo de todo. Del plan que tenemos que seguir, las fases, su prometida. Y de que… de que esto no era lo que tenía que pasar.

Ginny inspiró hondo, pero no dijo nada. Solo esperó.

Hermione se cruzó de brazos, intentando calmar su respiración.

—Además —añadió, con un gesto vago—. Esto ya era difícil antes. Y yo ya tenía bastante con lo que pasaba con… con lo de antes.

Ginny entrecerró los ojos.

—¿"Lo de antes"? ¿Te refieres al tipo del que nunca me quisiste hablar?

Hermione se giró hacia ella, tensa.

—Te dije que no era importante.

—No. Me dijiste que era esporádico. Que no tenía nombre. Que era solo un escape —dijo Ginny, bajando la voz—. Pero cada vez que lo mencionabas, te temblaban las manos. Así que no me lo tragué.

Hermione bajó la mirada, la voz apenas un susurro.

—Necesitaba desconectar. Y él… él estaba ahí. Fue mi escape seguro durante algún tiempo, pero cada vez que volvía de Rumanía…

Silencio.

Ginny se quedó inmóvil con sus ojos clavados en ella.

—¿Rumanía?

Hermione levantó la mirada, demasiado tarde. Vio la expresión de su amiga transformarse. Primero incredulidad. Luego comprensión. Finalmente, algo más profundo: dolor.

—¿Hermione? —dijo Ginny, sin necesidad de más—. ¿Era Charlie?

Hermione se mordió el labio. No respondió. No lo negó.

Y no hacía falta.

Ginny retrocedió medio paso, como si el aire se le escapara.

—Joder, Hermione… ahora entiendo algunas cosas. Como cuando Ron comentó que fuisteis a almorzar los tres, o como Charlie preguntaba por ti en sus llamadas flu…

—No tenía que pasar —murmuró ella—. Yo estaba rota. Estaba huyendo de las pesadillas, el estrés y la monotonía. Y él fue… fue un refugio. Fue antes de Draco. Antes de enterarme de lo del vínculo. Antes de todo esto, ya lo sabes.

Ginny cerró los ojos un segundo. Cuando los abrió, ya no había juicio, solo cansancio.

—Podrías habérmelo dicho.

—No quería… no sabía cómo. Era tu hermano… y después de lo de Ron… no me atrevía, sucedió sin querer.

—Ya… pero tú eres mi mejor amiga. Creo que deberías habérmelo contado y las cosas no suceden sin querer, suceden porque los dos queríais que sucedieran ¿No? ¡Por Merlín teníais hasta un acuerdo! —Ginny la fulminó con la mirada— Tú misma me lo contaste… solo te saltaste la jodida parte de que era mi hermano.

Se quedaron en silencio.

Hermione se sentó despacio, derrotada, hundiendo el rostro entre las manos.

—No sé qué hacer, Ginny. No sé cómo salir de esto sin romperme por dentro.

Ginny suspiró, y finalmente caminó hacia ella, apoyando una mano en su hombro.

—Esto cambia las cosas Hermione… no sé qué pensar. ¿Charlie está enamorado de ti?

—No. Ya te dije que teníamos algo sin ataduras, te lo dije antes de que supieses quién es así que créeme, no va a sufrir.

—¿Tú estás enamorada de Charlie? —preguntó Ginny sin rodeos.

Hermione guardó silencio.

¿Estaba enamorada de Charlie?

Por un momento, se permitió pensar en él: en cómo se sentía a su lado… en la seguridad que sentía junto a él y en la pasión que había experimentado en sus sábanas.

Pero no estaba enamorada.

Ahora lo sabía. Pues en la última semana ni siquiera había pensado en él y la imagen de Draco irrumpía en su mente constantemente desde el día que consumaron el vínculo.

—No —respondió finalmente—. Teníamos algo especial y le tengo mucho cariño… pero no era amor.

Ginny se quedó mirándola pensativa.

—Conozco lo suficiente a Charlie como para saber que no se volcaría tanto tiempo con alguien si no hay sentimientos de por medio —dijo Ginny acercándose a su amiga y poniéndole una mano en el brazo como símbolo de comprensión—. Pero confío en ti. Y si dices que no sufrirá, te creo.


 

Villa Andrómeda,York — Jardín, Atardecer

 

Hermione apareció en el umbral de la villa con los zapatos en la mano, el cabello suelto desordenado por el viento de Londres y el cansancio de una jornada agotadora.

No estaba lista para hablar. No estaba lista para sentir nada. Solo quería meterse en su cama, leer un rato para despejar la mente y que sus ojos se fuesen cerrando poco a poco por el cansancio hasta el día siguiente.

Y, sin embargo, lo primero que vio fue la tenue luz de las velas danzando en el jardín.

Frunció el ceño, confundida, y se acercó despacio al ventanal que daba al exterior. Una mesa redonda, rústica, de madera oscura los esperaba bajo la pérgola cubierta de hiedra. Dos copas. Una botella de vino abierta. Pan recién horneado y un plato humeante que no reconoció.

Y él, Draco Malfoy, de pie junto a la silla, con las manos en los bolsillos y la mirada fija en ella desde el otro lado del cristal.

Hermione abrió la puerta con cautela.

—¿Qué… es esto?

—Cena —respondió él, simplemente.

Ella bajó la vista un momento intentando procesar el sentido de esa cena. Luego volvió a mirarlo fijamente.

—¿Y eso?

Draco ladeó la cabeza, con una sonrisa torcida.

—He pensado que… ya que estamos casados, lo mínimo es que te reciba con una cena decente después de un largo día investigando artefactos oscuros y todo ese rollo que sueles hacer. No querrás ser la esposa de un hombre sin modales, ¿no?

Hermione se quedó quieta, parpadeando. Una risa inesperada escapó de su garganta.

—¿Disculpa?

—¿Qué? —insistió él, muy serio—. Hasta puse vino. Y pan. Y lo hice yo. Bueno, el elfo me supervisó, pero la intención cuenta. El esposo ejemplar haciendo lo que puede.

—¿Así que ahora eres un..." esposo" ejemplar?

—Estoy en prácticas, aunque llevemos casados 15 años te conozco como esposa desde hace unas semanas. Dame tiempo.

Hermione negó con la cabeza, caminando despacio hacia la mesa.

—No tenías que hacerlo.—dijo en voz baja.

—Lo sé —respondió él con suavidad—. Pero tenía ganas de és de lo de anoche, creí que merecías una recompensa que no incluyera agua fría.

Draco se detuvo frente a la silla, sus dedos descansando sobre el respaldo.

—¿Cómo fue tu día?

—Largo —respondió ella con un suspiro, demasiado aliviada de que alguien le preguntase—. Confuso. Me peleé con Ginny. Me confesó que se está liando con Zabini… pero eso tú ya debes de saberlo.

—Muy a mi pesar, sí. Conozco los detalles —dijo Draco poniendo los ojos en blanco.

—Le confesé algo que hacía tiempo que tenía que haberle dicho y se enfadó.

—Weasley no lo tendrá en cuenta, si es capaz de liarse con Blaise… es capaz de perdonar cualquier cosa que venga de ti —dijo Draco sonriendo abiertamente—. Hazme caso, Blaise va a hacerla renegar mucho.

—Tal vez —murmuró Hermione.

Draco le extendió la mano sin dejar de sonreírle.

—¿Te quedas a cenar conmigo, esposa?

Ella lo miró con una mezcla de risa e incredulidad.

—Deja de decir eso.

—¿Qué? ¿"Esposa"? —repitió con una sonrisa más amplia—. Lo pone en el trozo de hoja del grimorio que te di. Es oficial. Hasta que la muerte, o el fin del vínculo, nos separe.

Hermione le dio un pequeño empujón en el hombro.

—Eres imbécil.

—Sí —dijo, guiñándole un ojo mientras la ayudaba a sentarse y le susurraba al oído—. Pero tu imbécil.

Y a Hermione le gustó.

Le gustó esa forma de bromear de él.

Nunca había imaginado que Draco Malfoy podía ser un caballero perfecto… y mucho menos que pudiera hacerla reír.

La verdad era que no lo conocía. No realmente.

Y por eso, esta nueva imagen de él la sorprendía tanto.

Pero ahora que empezaba a conocerlo, sentía que tal vez podían aprovechar las dos semanas que les quedaban.

Ya estaban metidos hasta el fondo, y seguir fingiendo distancia no les servía de nada.

Hermione ya lo había comprobado: si ella daba un paso, él lo seguía.

Como anoche en la fuente. Como ahora, con esta cena.

Si ese había sido el punto de inflexión que le permitía ver nuevas facetas de Draco, entonces ella estaba dispuesta.

Dispuesta a hacer que estas dos semanas no se sintieran incómodas.

Sino reales.

Ella ya había pasado por algo así, ¿no?

Esto era solo un acuerdo, diferente pero un acuerdo al fin y al cabo… así que se dejaría llevar.

Necesitaba hacerlo.

Así que se olvidó de su cansancio, de su libro y su cama, y cogió la copa de vino que había en la mesa que su "esposo" había preparado para cenar junto a él.

No sabía si esto era real. Pero, por primera vez en días… no le importaba.

Chapter 20: Elección

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Villa Andrómeda — Jardín, noche cerrada

 

Las velas seguían encendidas sobre la mesa ya vacía, y un leve hechizo térmico mantenía la brisa fresca de York a raya.

Hermione se tumbó sobre una manta extendida en el césped, con una copa de vino medio llena entre los dedos y los zapatos abandonados cerca del seto.

—¿Sabes qué es lo peor de todo esto? —murmuró, mirando las estrellas— Que empiezo a pensar que este lugar tiene sentido. La villa, el jardín, tú cocinando… me está afectando más de lo que creí.

Draco, tumbado a su lado, con el brazo bajo la cabeza y la copa apoyada en su pecho, alzó una ceja.

—¿Te estás volviendo romántica, Granger? ¿Eso es lo que me estás confesando?

—No seas idiota —replicó, pero sonrió contra el borde de su copa—. Solo digo que no es tan terrible.

—¿"No tan terrible"? Me dejé supervisar por un elfo doméstico para no quemar el pan. Exijo algo más que un aprobado raspado.

—Bueno… —Hermione giró la cabeza hacia él, con una sonrisa ladeada—. Tu puntuación subió después del postre. La copa de vino extra fue un buen movimiento.

—Oh, ya veo. El vino. Claro. —Draco giró sobre un costado para mirarla de frente—. Te estás poniendo adorable cuando bebes. Otra cosa que añadir al expediente Granger.

Hermione entrecerró los ojos, divertida.

—¿Qué expediente?

—Uno muy privado —contestó él con tono misterioso—. Tengo anotado todo lo que pasa cuando bebes. Por ejemplo… que te ríes mucho. Que te pones parlanchina. Que haces observaciones sobre mis sábanas. Y que…

—Cállate —rió Hermione, dándole un leve empujón en el hombro—. No empieces.

—¿"Cállate"? ¿Eso me dijiste también la noche de la consumación o fue algo más gráfico? Porque si mal no recuerdo…

Hermione le lanzó una mirada asesina, roja hasta las orejas.

—Estás borracho.

—Ligeramente embriagado —corrigió él, elevando su copa—. Pero con excelente memoria. Especialmente para frases como "necesito tu semen"

Hermione se tapó el rostro con la mano, entre carcajadas e incredulidad.

—¡Draco! ¡Merlín, por favor!

—¡Tú lo dijiste! —Draco se encogió de hombros, satisfecho—. Lo susurraste con tanta desesperación… creo que fue mi momento cumbre como esposo.

Hermione resopló de risa, girándose de espaldas.

—Te odio.

—Mientes fatal —susurró él, acercándose un poco más, dejando su copa a un lado—. A mí me suena a que te encantó.

Ella no respondió. Solo sonrió contra la manga de su camisa, aun tapándose parte del rostro.

—Además —continuó él, bajando la voz mientras se inclinaba hacia ella—, fuiste tú la que me dijo que no habría futuras ocasiones… y míranos ahora.

Hermione alzó la vista, notando que la distancia entre ambos era mínima.

 

—Sí…y tú fuiste el que dijo que podía pensar en otro si eso ayudaba.

Draco se quedó quieto solo una fracción de segundo, pero ella lo notó.

No respondió enseguida. Dio un sorbo largo a su vino. Luego bajó la copa lentamente, sin mirarla del todo.

—Sí —dijo al fin, con tono neutro—. Lo dije.

Pero había algo tenso en su mandíbula, una sombra que Hermione reconoció. Algo que no era solo incomodidad. Tal vez… celos.

O una punzada de verdad que se había colado entre las bromas.

Hermione bajó la mirada a su copa, girándola entre los dedos.

—No lo dije por… por lo que crees —susurró, sin aclararlo del todo. Porque no podía. Porque el nombre de Charlie se le atragantaba cuando estaba con Draco.

Draco soltó una risa breve, seca.

—No me imagino quién será ese "otro" que te viene tan fácilmente a la cabeza. Pero existe…tú misma me reprochaste que tenías alguien fuera de todo esto —hizo una pausa—, tal vez no deberías estar aquí, compartiendo vino con tu marido mágico de ritual.

Hermione alzó los ojos, sorprendida por el filo contenido en sus palabras.

—Tal vez ese "otro" ya no ocupa el mismo espacio en mi cabeza desde hace días —dijo a la defensiva.

El silencio se alargó.

Draco dejó la copa a un lado y se incorporó apenas, apoyando un codo sobre la manta, la mirada fija en Hermione.

—¿Y ya no ocupa el mismo espacio en tu cabeza… por mí o por la situación? —preguntó con una voz más baja, más tensa.

Hermione parpadeó. El tono la desconcertó.

—¿Perdón?

—Ese "otro" —insistió, sin dejar de mirarla—. ¿Está en stand-by porque esto… —hizo un gesto entre ellos— es obligatorio? ¿O porque, de verdad, ya no piensas en él?

Hermione lo miró sin decir nada durante un momento largo. Luego giró la cabeza hacia el cielo estrellado.

—No es tan simple.

—Ya. Eso pensé —dijo él, dejándose caer de nuevo sobre la manta, esta vez con una risa apagada que no alcanzó a ser divertida.

—No tienes derecho a enfadarte —murmuró ella sin mirarlo.

—¿Y quién ha dicho que estoy enfadado?

—Tus silencios y tu tono gritan.

Draco soltó una exhalación lenta. Luego llevó una mano a su rostro y se lo cubrió durante unos segundos.

—Solo digo que, si alguien ya estaba en tu vida antes de todo esto, deberías resolverlo. Porque no sé qué carajo se supone que estoy haciendo aquí si hay alguien esperándote al final del mes. Alguien de verdad. Alguien sin marcas en el brazo ni vínculos mágicos obligatorios.

Hermione se incorporó un poco, sin apartar la mirada de él.

—¿Y si no hay nadie esperándome? —preguntó en voz baja, como un reto.

Draco alzó los ojos hacia ella, serio.

—¿Lo dices porque es verdad… o porque esta noche te conviene?

Hermione apretó los labios, entre la rabia y la risa por la hipocresía por parte de él al reprocharle.

—¿Y tú? —soltó de golpe, girándose hacia él—. ¿Tú puedes hablarme de "otros" con Astoria rondando como un maldito espectro en esta historia?

Draco parpadeó, sorprendido.

—Eso no es lo mismo…

—¿No? ¿No tienes un compromiso con ella? ¿No te ibas a casar antes de que el grimorio nos jodiera la vida? —Su voz subió medio tono, pero no se quebró—. Porque si vamos a sacar fantasmas, saca también los tuyos, Malfoy.

Él apartó la mirada, clavando los ojos en la copa vacía.

—No estoy con ella ahora.

—¿Y por qué lo dices como si eso fuera suficiente? —Hermione se sentó, rodeando sus rodillas con los brazos—. Porque, si no hay nadie esperándome, ¿qué hay de ti? ¿Quién te espera cuando esto termine?

Draco no contestó. Y el silencio fue una confesión en sí mismo.

Hermione suspiró, con una mezcla de amargura y cansancio.

—Estamos jodidos, ¿sabes? Tú, yo, este vínculo… —hizo un gesto vago entre ellos—. Seguimos esperando que el otro diga la frase correcta, como si eso fuera a resolver algo.

Draco se incorporó también, apoyando un brazo sobre la manta, más cerca de ella que antes.

—¿Y si ya no se trata de decir la frase correcta? ¿Y si solo es cuestión de… dejar de resistirse?

Hermione lo miró, confundida.

—¿A qué?

Él tragó saliva. Luego alzó la mano lentamente y le apartó un rizo de la cara.

—A esto. A nosotros.

Ella no se movió. Lo observó en silencio, la respiración más rápida, el pecho subiendo y bajando con una mezcla peligrosa de adrenalina y deseo.

—Estás borracho —murmuró, apenas un susurro.

—Y tú también —respondió él, con la voz más ronca—. Pero no lo suficiente como para no saber que llevo toda la noche deseando besarte.

Hermione lo miró a los ojos. Luego a su boca. Y después volvió a mirarlo.

—No me hables de "otros" —susurró—, si vas a besarme como anoche en la fuente, como si no existiera nadie más.

—Entonces no los nombremos —murmuró Draco.

 

Y la besó.

 

La manta crujió bajo ellos cuando se acercaron, las manos tanteando con torpeza, las bocas reencontrándose como si hubieran estado esperando exactamente ese momento durante horas.

Draco la tumbó despacio, como si quisiera memorizar cada gesto. Hermione enredó los dedos en su camiseta, atrayéndolo más hacia ella.

Y cuando sus cuerpos se encontraron, no fue por el vínculo.

Fue por elección.

Por rabia. Por deseo.

Por la necesidad urgente de sentir algo real en medio de toda la confusión.

Algo real como Hermione había decidido antes de aceptar cenar con él y algo real como Draco llevaba anhelando durante mucho tiempo sin ser consciente.

Los labios de Draco se movieron con urgencia sobre los de Hermione, con hambre. Hambre contenida, acumulada durante horas después de haberla dejado en la puerta de su habitación tras su "encuentro" en la fuente.

La manta se arrugó bajo el peso de ambos cuando Draco se colocó sobre ella, apoyando un brazo a cada lado de su cuerpo sin presionar demasiado, como si aún le diera margen para detenerlo.

Hermione no quiso detener nada.

Sus manos se colaron bajo la camiseta de él, recorriendo la piel de su espalda, sus hombros, subiendo hasta su cabello.

—Estás temblando —susurró Draco, separándose apenas lo justo para verla.

—Hace frío —murmuró Hermione, con una sonrisa pícara—. ¿No pusiste suficiente hechizo térmico?

—No pensé que acabaríamos horizontalmente —replicó él, inclinándose de nuevo para besar la comisura de su boca—. Aunque debería haberlo previsto. Estás adorable cuando te enfadas.

Hermione rió entre dientes, pero la risa se convirtió en un jadeo suave cuando la boca de Draco se deslizó hacia su cuello, rozando con sus labios la línea de su mandíbula hasta llegar al hueco bajo su oreja.

—Draco…

—Dime si quieres que pare —murmuró contra su piel.

—No lo quiero —susurró, y sus piernas se entrelazaron con las de él.

Sus caderas se rozaron con un movimiento lento, un vaivén suave y casi inconsciente, pero tan cargado de electricidad que ambos contuvieron la respiración al instante.

La tela de su falda subió apenas, dejando que el muslo de él se acomodara entre los de ella. Hermione lo sintió ahí, tan cerca, tan real… y se arqueó , buscando más contacto.

Draco gimió contra su cuello.

—Esto es una locura —susurró, con la voz ronca—. No puedo tocarte así y fingir que no te quiero entera.

—Entonces no finjas —le respondió Hermione, con la mirada ardiendo.

Draco se inclinó de nuevo para besarla, y esta vez fue más profundo, más lento, más íntimo. Como si su lengua y la de ella intentaran hablar el idioma que sus bocas ya no sabían cómo pronunciar.

Y por unos minutos, no hubo Astoria, ni Charlie, ni grimorios ni vínculos ancestrales.

Solo ellos.

Ellos y la certeza de que estaban cruzando otra línea.

Una de esas que, una vez cruzadas, ya no hay marcha atrás.

Ese beso y las palabras de Hermione fueron la chispa.

La llama se encendió sin permiso, sin cálculo, sin defensa posible.

 

Draco deslizó su mano por el muslo de Hermione, subiendo lentamente por debajo de su falda. Sus dedos dibujaron un sendero de calor sobre su piel mientras ella se aferraba a su nuca, acercándolo aún más. El hechizo térmico envolvía sus cuerpos en un capullo invisible de calor, pero lo que ardía no era la magia: era ellos.

Hermione se removió bajo él, buscando más contacto, más roce, más… todo. Sus caderas se alzaron instintivamente cuando los dedos de Draco alcanzaron la línea de su ropa interior, y él la miró como si necesitara permiso. Como si se estuviera jugando algo más que una noche.

Ella asintió. Apenas. Pero fue suficiente.

Draco apartó la prenda con una lentitud casi reverencial, y luego bajó la cabeza hasta el centro de su deseo. Hermione contuvo un gemido al sentir su lengua rozarla suavemente, delineando sus pliegues con una precisión que parecía mágica.

—Dioses… —susurró ella, enredando los dedos en su cabello.

Draco no respondió. Se limitó a devorarla con una mezcla de urgencia y cuidado, saboreándola como si no tuviese prisa, como si quisiera aprenderla entera desde abajo, desde el temblor de sus muslos hasta el jadeo que brotó de sus labios cuando se corrió con un gemido roto.

Hermione se quedó tendida, con el pecho agitado y los ojos nublados, y lo vio incorporarse, con los labios húmedos y los ojos más oscuros que nunca.

Se quitó la camiseta, dejando ver su torso con las cicatrices que ella ya conocía, pero que esta vez no ocultó.

—Quiero entrar en ti —susurró, y su voz sonó como un ruego.

Hermione se incorporó levemente, tomándolo de la nuca y besándolo con la boca todavía entreabierta de placer.

—Hazlo —le dijo contra sus labios—. Hazlo.

Él no se hizo de rogar.

Bajó sus pantalones con rapidez, liberando finalmente la presión que sentía debido a su erección y se acomodó entre sus piernas, que ella abrió sin miedo, invitándolo a tomarla, entregándole todo lo que tenía.

Cuando la punta de su erección la rozó, ambos jadearon, como si el contacto hubiera encendido algo ancestral.

Draco empujó lentamente, entrando en ella con un gemido profundo. Hermione arqueó la espalda al sentirlo, completo, llenándola, como si su cuerpo hubiera estado esperando ese momento desde la primera vez que lo vio.

—Joder, Granger… —murmuró contra su cuello—. Me vas a matar.

Ella rió apenas, temblando.

Los movimientos se volvieron más rítmicos, más intensos. Cada embestida era una mezcla de magia y carne, deseo y necesidad. La manta bajo ellos se arrugaba, las velas parpadeaban al ritmo de sus cuerpos, y el aire alrededor vibraba con la energía de algo que no tenía nombre.

Draco la penetraba con fuerza contenida, como si cada empuje fuera un latido, como si en cada estocada le entregara algo más de sí mismo.

Hermione lo sentía todo.

El peso de él sobre su pecho.

El aliento compartido.

Las manos recorriéndola como si fuera sagrada.

Los besos robados entre gemido y gemido.

Y su nombre, pronunciado entre jadeos como si fuera un mantra.

—Hermione…

Y cuando ambos estallaron al mismo tiempo, fue como si el vínculo entre ellos se sellara una vez más, no solo con magia… sino con sudor, piel, gemidos y deseo.

Con elección y no obligación.

Draco cayó sobre ella, agotado, tembloroso, dejando su frente pegada a la de ella.

—Dime que esto fue real —susurró.

Hermione lo abrazó, apretándolo contra sí.

—Fue real.

 

Notes:

N/A: Hoy os traigo dos capitulos porque no era capaz de dejaros a medias XD.

Como que ha subido mucho la temperatura en York ¿no?

Chapter 21: Visita

Chapter Text

 

Narcissa Malfoy siempre había sido el reflejo del mármol: impecable, frío a la vista, pero capaz de ocultar grietas profundas bajo su superficie pulida. Durante la guerra, se mantuvo erguida entre ruinas, sosteniendo con elegancia un apellido que se desmoronaba entre mentiras, miedo y traición. Fue madre antes que esposa, mujer antes que cómplice. Y aunque sus silencios pesaron más que algunas palabras, su decisión final, la que selló el destino de todos en el Bosque, fue su redención…y la de toda su familia.

Ahora, con Lucius en Azkaban y el eco de sus órdenes marchitas, Narcissa respiraba por primera vez sin deberle obediencia a nadie.

Narcissa no buscaba el perdón de la sociedad, solo anhelaba algo más sencillo: no ser juzgada. Marcharse de Inglaterra. Cuidar su jardín con las manos que antes solo rozaban porcelana. Tapar, a su modo elegante y silencioso, los agujeros que su marido dejó en la estructura familiar y en ella misma.

En este nuevo capítulo de su vida, Narcissa no era un fantasma del pasado, sino una mujer que había decidido vivir con dignidad en un mundo que casi la mata. Y quizás, en medio de ese proceso, descubrir que la libertad también puede vestirse de deseo.


 

Villa Malfoy, Provenza Francesa — Jardines al mediodía.

 

Narcissa Malfoy servía el vino blanco con lentitud en una copa de cristal tallado, sin alzar aún la mirada hacia su invitada inesperada.

Desde que se había instalado en su villa del sur de Francia, había desarrollado una predilección casi obsesiva por el vino de sus propios viñedos. Incluso en presencia de visitas, había desterrado el té de las reuniones vespertinas.

El ritual del vino le ofrecía algo más que sabor: era una forma silenciosa de rebeldía, una afirmación de que su vida ya no debía regirse por las costumbres de nadie más que por las suyas.

—No esperaba visitas hoy —dijo con suavidad, antes de tomar asiento frente a ella—. Pero supongo que las damas Greengrass siempre tienen sus motivos.

Astoria sostuvo su copa con elegancia, con los dedos perfectamente alineados.

—He aprendido que, cuando alguien como Draco desaparece durante semanas sin dar explicaciones… es más prudente preguntar a quien mejor lo conoce.

—Oh, querida —respondió Narcissa con una sonrisa serena—. Mi hijo no me ha dado ese privilegio en años. Preguntar por él a mí es como interrogar a las estatuas del jardín; sólo obtendrás silencio decorativo.

Astoria se permitió una pequeña sonrisa, disfrazada del mazazo que le habían dado las palabras de su futura suegra.

—¿Y si busco respuestas menos… decorativas?

Narcissa alzó la copa a sus labios, saboreando el vino sin apartar la mirada de ella.

—Entonces tendrás que reformular tus preguntas.

Un breve silencio se extendió entre ambas; Astoria se recostó levemente hacia adelante.

—Draco y yo estábamos comprometidos como bien sabes y aprobaste. Íbamos a firmar el contrato mágico cuando ocurrió… un impedimento.

—Me enteré —dijo Narcissa—. Algo relacionado con una antigua magia que interfirió en el ritual de contrato de vuestro compromiso. Qué cosa tan inusual. ¿No crees?

—Inusual, sí. E inconveniente —replicó Astoria—. Pero lo más molesto es no saber con quién fue sellado ese vínculo. Draco ha sido… evasivo.

—Qué típico de los hombres cuando se sienten atrapados entre deber y… —dijo Narcissa, bajando la copa e interrumpiendo sus sospechas para no meter más cizaña entre Astoria y Draco—. ¿Y vienes a mí esperando que revele su dilema?

—No exactamente —dijo Astoria con una sonrisa suave, pero firme—. Solo quiero comprender si está aquí por elección… o huyendo de lo que no puede controlar.

—Si viniera huyendo, te aseguro que no habría elegido esta casa. Aunque —añadió con una leve inclinación de cabeza—, me pareció... inquieto la última vez que me visitó. Como si estuviera por primera vez enfrentando una consecuencia real. Y no, no está aquí Astoria.

—¿Está solo? —preguntó Astoria con inocencia ensayada.

Narcissa enarcó una ceja y la observó detenidamente. Se veía reflejada a ella misma de joven en esa muchacha.

Era lista. Demasiado.

—¿Acaso Draco ha estado solo alguna vez?

Astoria soltó una risa leve, el tipo de risa que intenta ocultar el gesto de desagrado que realmente quería hacer, pero que una dama como ella jamás se permitiría. Y menos ante alguien como Narcissa Black Malfoy.

—Supongo que no. Aunque me habría gustado creer que sí, al menos durante nuestro compromiso.

—Oh, Astoria… —Narcissa ladeó la cabeza, casi con aire maternal—. Las mujeres como nosotras no tenemos el lujo de creer. Solo el deber de observar con inteligencia. Y de esperar el momento correcto para actuar.

Los ojos de Astoria brillaron con esa misma astucia.

—Entonces creo que ese momento se acerca.

—¿Un mes? —aventuró Narcissa, como si supiera más de lo que decía.

—Ni un día más —confirmó Astoria, bebiendo el último sorbo de su copa.

Ambas mujeres se quedaron en silencio, bajo el sol dorado de la Provenza, el aire cargado de flores, secretos, incertidumbre y el perfume inconfundible de guerra civilizada.

Draco,

Ayer recibí a Astoria Greengrass. No había sido informada de su visita, y, sin embargo, se presentó en mi jardín con una copa de vino en una mano y demasiadas preguntas en la otra.

No me dio detalles, pero fue más que evidente que algo se ha torcido entre vosotros. Habló de contratos fallidos, de desapariciones sin explicación coherente. Y aunque yo no me enteré de todo, supe lo suficiente para inquietarme (Y más después de tu visita para el encantamiento Fidelius en york).

No voy a jugar a los acertijos, querido.

He respetado tu silencio durante años, incluso cuando no lo merecías. Pero si estás involucrado en algo tan delicado, si estás oculto bajo un Fidelius que yo misma sellé, y si el nombre de nuestra familia está en juego... entonces merezco algo más que evasivas.

Te espero en Provenza. Esta semana. No enviaré otra carta.

Y por Merlín, Draco, ven solo.

No traigas explicaciones envueltas en ironías. No me interesa tu humor. No me interesa tu versión editada. Quiero la verdad. Toda.

Y si no puedes dármela como hijo, entonces dámela como hombre.

Narcissa Black Malfoy.


 

Piso de Zabini – Londres.

 

El reloj del salón marcaba las diez y cuarto.

Blaise andaba descalzo por el piso, con un bollo de crema en la mano y el cabello todavía húmedo de su ducha matutina.

Draco estaba recostado en el sofá, camisa abierta, el mismo aire ausente —debido a lo vivido la noche anterior y las consecuencias de la resaca—desde que había llegado de York hacía una hora, justo cuando Hermione se marchó al ministerio.

—¿Y bien? —preguntó Blaise, dando un bocado y relamiéndose la crema del labio—. ¿Vas a contarme qué pasó anoche o vas a seguir mirando ese punto invisible del techo como si ahí estuviera la solución a tus problemas?

Draco no contestó. Solo alzó una ceja, con los dedos presionando el puente de la nariz.

—¿Tuvisteis una pelea? ¿O…? Porque si estás aquí tan temprano es porque pasó algo —dijo Blaise con su típica media sonrisa, sacudiéndose las manos del azúcar glas que envolvía el bollo y que ya había engullido—. Y como tu gurú personal en asuntos del corazón, aunque jamás me lo hayas pedido, exijo los detalles antes de que empieces con tus evasivas.

—Nos acostamos.

—¿Otra vez?

Draco resopló. Se incorporó, frotándose la cara con ambas manos.

—No fue como antes. Fue... diferente.

—¿"Diferente" en plan salvaje o en plan "hubo luz de velas y nombres propios"? —bromeó Blaise.

—Hubo vino, reproches, celos. Luego una manta, las estrellas, y... no sé. Fue ella la que dijo que no quería que fingiera —Draco hizo una pausa, cabizbajo—. Pero no sé si fue real… o solo estábamos demasiado borrachos para resistirnos otra vez. Pero ella dijo que era real.

Blaise lo observó con interés, bajando finalmente la taza.

—¿Y tú qué querías? Porque ya me estás cansando con este temita y tu negación.

Draco abrió la boca, pero no alcanzó a responder. Una lechuza golpeó con fuerza la ventana del salón. Se levantó con fastidio, abrió, y la carta cayó en sus manos con un golpe seco. El sello no estaba… pero reconocía la caligrafía de su madre sin necesidad de magia.

La leyó.

Dos veces.

—¿Todo bien? —preguntó Blaise, al ver cómo se tensaban los dedos de Draco en el pergamino.

Draco se dejó caer otra vez en el sofá con la mandíbula tensa y agarrando el pergamino con demasiada fuerza.

—Narcissa me cita en Francia. Dice que Astoria fue a verla.

—¿Y…?

—Y que quiere explicaciones.

—¿Vas a dárselas?

Draco soltó una carcajada amarga.

—¿Explicaciones? ¿A ella? Que se acuesta con uno de mis compañeros de clase y tiene el descaro de exigirme claridad moral.

Blaise lo miró en silencio por dos segundos.

—¿Perdón? —parpadeó.

—Theo —escupió Draco, sin filtro—. Theo Nott. Salió medio desnudo por la galería de la piscina el día que fui a Francia. Mi madre ni se inmutó.

Blaise dejó la taza con cuidado sobre la mesa, conteniendo una risa.

—¿Tu madre y Theo? —dijo despacio—. No… no puede ser…

—Oh, créeme que sí puede —gruñó Draco, alzando la carta—. Y aún así tiene el descaro de exigirme "como hombre" que le dé explicaciones.

Blaise empezó a reír, primero en silencio, luego ya sin disimulo.

—¡Merlín, Draco! Esto es demente. Theo. Tu madre. Esto explica muchas cosas. Como por qué Theo dejó de hablar de "la mujer misteriosa de gustos exquisitos" y empezó a aprender francés de la nada.

Draco lo fulminó con la mirada.

—No me hace gracia.

—A mí sí —respondió Blaise, llevándose una mano al pecho—. Porque ahora tú estás durmiendo con Granger y tu madre con… Theo. ¿Esto es una nueva tradición Malfoy o qué?

—Voy a vomitar —murmuró Draco, dejándose caer otra vez de espaldas—Y no necesito que compares lo mío con Granger con lo de mi madre y…y ese.

—Y yo voy a necesitar wiskhey para procesar esto —dijo Blaise acercándose al mueble bar—. ¿Vas a ir a Provenza?

Draco apretó la carta, pensativo.

—No me queda otra, no con Narcissa Black Malfoy…—dijo recalcando los apellidos de su madre— Pero no voy a explicarle nada.

—Claro que no. Solo le llevarás un informe detallado, acompañado de una foto de tu boda con Granger y un ramo de flores para Theo, por si acaso.

Draco le lanzó un cojín.

Blaise lo esquivó y se rió.

—Vienes conmigo.

Blaise alzó la cabeza, divertido.

—¿Me estás pidiendo que te acompañe a la Villa Malfoy? ¿A enfrentar a tu madre? ¿A Theo?

—No quiero estar solo si Theo aparece semidesnudo. Necesito un testigo.

Blaise se acercó a Draco y le dio una palmadita en la espalda.

—Perfecto. No me perdería esto por nada del mundo.


 

Villa Andromeda, York. —Atardecer.

 

Hermione hacía unos escasos minutos que había vuelto del ministerio. Había pasado toda la mañana con informes atrasados sobre los últimos artefactos incautados en su última expedición. Estaba realmente agotada y necesitaba despejar su mente de alguna forma.

Draco entró en la cocina vestido demasiado formal para solo estar en casa. No se habían visto en todo el día y el recuerdo de la noche anterior aún estaba latente en ella. No habían hablado, no hacia falta. Los actos y la confesión de que era real, fueron más que suficientes.

—¿Vas a salir? —preguntó Hermione.

—Sí —respondió él sin rodeos—. Tengo que ir a Francia, solo un par de días.

Hermione lo miró confundida. No esperaba esa respuesta para nada. Esperaba que él saliese con Blaise o a cualquier otro sitio…pero no que se iría dos días fuera. ¿Estaría Astoria en Francia?

Hizo un leve gesto de sacudida de cabeza para alejar esos pensamientos. No era justo. No después de la noche que habían pasado.

—Asunto familiar —dijo Draco como si hubiese leído sus pensamientos.

—¿Todo bien?

Draco asintió, pero no la miró directamente.

—Sí. Todo bajo control. Pero necesito resolverlo en persona.

—¿Vas a ver a tu madre?

—Entre otras cosas —dijo, y solo entonces la miró, rápido, con algo difícil de leer en los ojos.

Hermione asintió lentamente, sin querer presionar. Tampoco es que él le debiese explicaciones; ella tampoco lo hacía con el resto de su vida, ni si quiera le había confesado el nombre de su "alguien".

—Entonces iré esta noche al Callejón Diagon. No he salido en todo el día del despacho, y necesito aire… Ginny probablemente esté por allí.

Draco apretó la mandíbula y le dirigió una mirada desafiante. No dijo nada al principio.

Luego, con una calma medida, dejó el abrigo sobre el respaldo de la silla.

—¿Y te apetece ir sola?

Hermione alzó una ceja.

—¿Por qué? No es que tú pudieses acompañarme, aunque estuvieses aquí.

Draco sonrió sin humor.

—No. Solo pensaba que... cuando vuelva de Francia, podríamos organizar algo aquí. Tú, yo... Zabini. Y si Weasley sigue en modo funcional, también ella.

—¿Una cita doble? —preguntó Hermione recordando como Ginny le había propuesto lo mismo días antes.

Draco se encogió de hombros.

—Es solo una sugerencia. Así no tienes que cruzarte con multitudes. Ni con... viejos conocidos.

Hermione entrecerró los ojos, entendiendo perfectamente lo que no decía.

—¿Viejos conocidos?

Draco la miró, ahora sí, de frente. Su voz, sin subir el tono, tenía un filo oculto.

—Ya sabes. Esos fantasmas que suelen aparecer cuando uno busca aire.

Hermione no respondió de inmediato. Le sostuvo la mirada por un segundo demasiado largo. Luego, simplemente sonrió con una dulzura que podía ser burla o indulgencia. ¿Él pensaba seguir con eso después de lo de la noche anterior? Bien, ella también podía seguirle el juego.

—Avisa cuando regreses de Francia, Malfoy. Ya veremos si estoy disponible para una... "cita".

Draco inclinó la cabeza, con esa sonrisa ambigua que no decía si le había gustado la respuesta o si acababa de perder una batalla silenciosa.

—Lo haré.

Y desapareció con un plop suave, dejándola sola en la cocina.

 

Chapter 22: La reina siempre juega sola

Chapter Text

Villa Malfoy — Provenza, FranciaAnochecer.

 

Draco y Blaise se aparecieron al borde del sendero con un plop seco.

No tenía confirmación de que Theo estuviera allí. Pero lo conocía lo suficiente como para saber que, si había una mínima probabilidad de incomodarlo, Theodore Nott no la desperdiciaría.

Se ajustó el cuello de la camisa, maldiciendo en silencio haberle mencionado el viaje a Blaise.

—No me perdería esto por nada del mundo. ¿Crees que Theo estará otra vez semidesnudo? Tal vez esta vez puedas atraparlo en plena faena. Te traigo cámara mágica, por si quieres pruebas.

Draco rodó los ojos. Su mente no paraba de dar vueltas en Hermione y su salida al callejón Diagon y Blaise solo complicaba todo diciendo estupideces. No había parado desde que salieron de Londres.

Subió los escalones de piedra del pórtico y la firma mágica le reconoció de inmediato; la puerta principal se abrió.

—Espérame por los jardines—le dijo a Blaise que se encogió de hombros y se aventuró por el sendero lateral hacia la galería.

Draco entró por el hall hasta llegar al salón principal y allí estaba.

Narcissa Malfoy, su madre. De pie junto al ventanal del salón, con un vestido de lino gris perla y una copa de vino blanco en la mano.

—Hijo —dijo sin girarse aún—. Qué puntual. Esperaba que tardases algunos días en esconder tu orgullo y aparecer por aquí.

—No tenía opción —respondió él, cerrando la puerta con un chasquido—. Tu lechuza parecía redactada por un profeta menor.

Narcissa se volvió con una sonrisa radiante.

—Algunas profecías merecen atención inmediata.

Draco la miró con recelo.

—¿Puedo saber de qué va todo esto?

Ella dejó la copa en una mesita de mármol, caminando con calma hacia el centro del salón.

—De ti, querido. —dijo sentándose en el sofá. — De ese mes que has decidido esconderte en York. De secretos que no estás compartiendo conmigo.

Draco apretó los labios, sintiendo cómo se le tensaban los hombros.

—No sabía que tenía que rendirle cuentas a nadie.

—Cuando esos secretos hacen temblar el nombre Malfoy, sí —Narcissa lo dijo sin dureza, pero con claridad—. Y no me digas que solo es un asunto privado. Porque ya sabes lo que opino de las mentiras a medias.

Draco se acercó a la chimenea apagada, como si necesitara espacio. Sus ojos recorrieron la estancia, evitando por un segundo los de su madre. A pesar de todo, ella lo conocía mejor de lo que le gustaría admitir.

—No todo se puede explicar tan fácilmente —murmuró—. Pero no estoy aquí para justificarme.

—Entonces, ¿por qué estás aquí?

Draco la miró al fin, cruzando los brazos.

—Porque si querías decirme algo, hazlo. Pero si lo que buscas es interrogarme mientras Theo Nott sale otra vez en toalla por el jardín, puedes ahorrártelo.

Narcissa alzó una ceja, con una sonrisa apenas contenida.

—Ah, entonces lo has notado. Qué ojos tan agudos tiene mi hijo.

—Lo que tengo es muy poco humor para tus juegos, madre.

—¿Y tú? ¿No estás jugando con fuego? —preguntó ella, levantándose del sofá y avanzando lentamente hacia él—. Astoria es tu prometida.

—Lo sé.

—Entonces, dime que pasa…puedo ayudarte hijo.

Draco la miró. Y por un instante deseó que ella pudiese ayudarle. Que ella le dijese que tenia que hacer, como cuando era niño.

Quería hablarle del vínculo, de Hermione, de como se le estaba metiendo en la piel de esa forma…del miedo que sentía ahora mismo al pensar que ella estuviese con el otro, ese que no formaba parte del vínculo, el que ella eligió… y también, le gustaría hablarle de que ya no quería dejarla ir, que no tenía el más mínimo empeño en romper el vínculo. Porque todo era real.

Pero calló.

Sonrió con frialdad y se acercó con paso lento hacia ella.

—Madre. Confía en mí, no hay nada en lo que puedas ayudarme porque está todo controlado. Ya me conoces.

Y con un beso en la mejilla y dejando a Narcissa totalmente desolada, salió del salón en busca de Blaise.


 

Villa Malfoy —Galería lateral que da al jardín trasero.

 

Blaise se dirigía al jardín tal y como Draco le había ordenado cuando se detuvo en seco al ver la silueta de Theodore Nott cruzando la galería con una toalla colgada al hombro y el cabello húmedo.

—Vaya, vaya… —dijo Blaise en voz baja y con una sonrisa de satisfacción por la suerte de encontrarlo allí—. El sol no es lo único que calienta en Provenza.

Theo lo miró de reojo y sonrió sin sorprenderse.

—Zabini. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que te vi colarte en una propiedad ajena?

—Desde que dejaste de cerrarte la toalla delante de mis amigos —replicó Blaise,—. ¿Y bien? ¿Vacaciones a la francesa o te has vuelto devoto del viñedo Malfoy?

Theo se encogió de hombros con una tranquilidad irritante.

—Cambio de aires. Narcissa me invitó. Al parecer, el clima aquí es... terapéutico.

—¿Y tú aceptaste tan generosamente porque te preocupas por su bienestar emocional… o porque no puedes resistirte a los dormitorios con dosel?

Theo sonrió, más sutil esta vez.

—Siempre tan agudo, Blaise. Me pregunto qué te trae por aquí. ¿Reunión de ex alumnos de Slytherin o inspección moral?

—Draco me pidió que lo acompañara —respondió Blaise, —. Tiene asuntos familiares que resolver. Aunque si llego a saber que tú eras parte del menú, me habría traído palomitas.

Theo se acercó unos pasos, sin perder la compostura.

—No sé qué te sorprende tanto. Narcissa y yo siempre nos hemos llevado bien.

—Claro —dijo Blaise, con sarcasmo—. Y los hipogrifos vuelan en formación todos los martes. Solo digo que Draco no va a estar de humor si te ve paseando en paños menores otra vez.

Theo rió por lo bajo, como si la provocación no le rozara.

—No es la primera vez que Draco y yo no estamos de acuerdo.

—No, pero esta vez podrías llevarte una maldición en la cara en vez de un simple reproche —Blaise sonrió ampliamente—. Solo aviso. Como viejo amigo, claro.

Theo lo miró unos segundos, con la cabeza ligeramente inclinada.

—Tranquilo. No tengo intenciones de convertirme en el centro del drama familiar Malfoy.

—Una lástima. Porque a este viaje solo le falta una buena explosión —dijo Blaise desafiándolo con la mirada—. Y tú siempre fuiste excelente para eso.

Se cruzaron sin más palabras, uno entrando en la galería y el otro saliendo hacia el jardín, pero sin dejar de mirarse, como si sus ojos luchasen en un duelo silencioso.


 

Draco cruzó el umbral de la casa con paso firme, dirigiéndose hacia la galería.

Y entonces lo vio.

Theo, con una toalla colgada al hombro, el cabello húmedo, y los pies descalzos dejando un rastro de agua y huellas por toda la galería.

Se detuvo en seco.

—Sigues aquí —dijo con voz baja, cortante.

Theo alzó la vista, sin inmutarse.

—Buenas noches a ti también, Draco. ¿Te sirvo una copa?

—¿Estás instalándote, Theo? Porque si vas a quedarte, será mejor que me lo diga mi madre directamente.

—Relájate —respondió Theo, encogiéndose de hombros—. Estoy de visita. A Narcissa le gusta la conversación inteligente y el silencio compartido. Yo sé ofrecer ambas cosas.

—Qué conveniente —replicó Draco, cruzando lentamente la galeria—. Y tú tan generoso.

—¿Esto es lo que te molesta? ¿Que esté aquí? ¿O que ya no seas el preferido de mamá?

—No me hagas reír. Te paseas semidesnudo por la casa que me heredaron, como si llevaras siglos aquí y en realidad, solo eres un capricho. Jamás ocuparás el puesto de un verdadero Malfoy.

—Qué poético. Pero vamos, Draco. No tienes celos, ¿o sí? —Theo ladeó la cabeza, divertido—. De tu propia madre, además. Eso sería nuevo incluso para ti.

Draco apretó la mandíbula.

—No es celos. Es respeto. Algo que se te daba bastante bien fingir en Hogwarts, pero que perdiste por el camino, parece.

—¿Estás insinuando que Narcissa no sabe lo que hace?

—Estoy diciendo que no es tu lugar.

Theo se acercó un paso, y por primera vez su sonrisa se apagó un poco.

—Y tú no eres su guardián. Por más que lleves su apellido. Ella no es una anciana frágil que necesita tu permiso para invitar a alguien a su casa.

—No —dijo Draco con frialdad—. Pero sí es una Malfoy. Y si vas a colarte en este nombre como te cuelas en su cama, más te vale saber qué estás arriesgando.

Theo entrecerró los ojos.

—¿Una amenaza?

—Una advertencia.

Ambos se miraron, estaban frente a frente. Draco con los puños apretados, deseando romperle esa cara bonita a su antiguo compañero de clases y Theo con las venas del cuello tensas, como si estuviese conteniendo mucho más de lo que la superficie reflejaba.

Theo sonrió al final, muy despacio, como si supiese algo que Draco no.

—Tanto misterio, Draco. Tanto peso sobre tus hombros. Me pregunto qué estás escondiendo tú, que estás tan pendiente de lo que escondo yo.

Draco no respondió. Dio un paso hacia la puerta de la galería, con el ceño tenso.

—Voy a quedarme esta noche—dijo antes de irse—. Y si eres inteligente… procura no cruzarte conmigo de nuevo.

Theo no respondió. Solo conjuró una copa de vino, se dejó caer en el diván que adornaba la galería y alzó la copa en dirección al lugar por donde Draco había desaparecido.

—A tu salud, Malfoy.

—¿Ya te has divertido suficiente?

Theo se incorporó de golpe por el susto y sonrió al ver a Narcisa.

—¿Te refieres a ver a Draco montar en cólera? —respondió mientras daba un sorbo a la copa de vino—. Me temo que ha sido el punto culminante del día.

—No deberías provocarlo —dijo Narcissa acercándose al diván—. Sabes que está en medio de algo complicado.

—Tú me dijiste que los Malfoy siempre controlan la escena. Pero hoy, querida mía, Draco parecía todo menos tener el control.

Narcissa entrecerró los ojos, midiendo el tono de su acompañante.

—¿Y tú qué papel crees estar jugando, Theo?

—¿Yo? —dijo él, inclinándose hacia ella—. El del observador interesado. El invitado inesperado. El recordatorio de que tú también mereces distracciones.

Ella no respondió de inmediato. Solo se sentó en el diván.

—No confundas mi tolerancia con debilidad —susurró, deteniéndose a un paso de la boca de Theo—. Ni mi hospitalidad con un permiso para jugar con fuego.

Theo le sostuvo la mirada, sin apartarse.

—Oh, Narcissa… No hay fuego más peligroso que tú.

Ella lo miró fijamente, sin sonreír, pero sin apartarse.

—Estás aquí porque así lo permití —dijo en voz baja—. Pero no olvides que no eres imprescindible.

—Nadie lo es —contestó Theo suavemente—. Pero admitámoslo: contigo cerca, uno no quiere estar en otro lugar.

El silencio se alargó, pesado y denso.

Finalmente, Narcissa se apartó de él y se levantó del diván, con la misma gracia inquebrantable de siempre.

—Deja de jugar, Theodore.

—¿Y si prefiero jugar contigo?

Ella sonrió.

—Entonces procura no perder.

Y Theo, por primera vez en mucho tiempo, no supo si había ganado terreno… o si acababa de entrar en un tablero donde la reina siempre juega sola.

Chapter 23: Volver a casa

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El ruido seco de un puño impactando contra la pared la despertó. La chica abrió los ojos, aún envuelta en las sábanas de seda y se incorporó lentamente.

—¡Maldita sea! —escupió la voz masculina, grave y rota por el whisky.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, adormilada.

—Nada. Vuelve a dormir —respondió él con un tono cortante mientras se servía lo último de la botella de whisky de fuego. El cristal chocó contra la pared segundos después, estallando en un sonido agudo.

—Podría hacerlo si dejases de hacer ruido… —murmuró ella, incorporándose con una sonrisa ladeada.

Caminó hacia él en silencio, descalza, y lo rodeó por la cintura desde atrás. Sus manos, frías y ágiles, se posaron en su cinturón y lo desabrocharon lentamente, provocando que él tensara la mandíbula.

—Cuéntame por qué estás así… mientras te relajas —susurró cerca de su oído.

Theo dejó caer la cabeza hacia atrás, con un suspiro escapándole de los labios cuando los dedos de la mujer envolvieron su miembro, endureciéndolo con cada caricia lenta y firme.

—Es… toda esta situación —gruñó, apenas capaz de articular palabras—. No sé si podré seguir.

—No puedes flaquear ahora… —susurró ella, su voz aterciopelada rozando su oreja mientras aumentaba el ritmo, subiendo y bajando con precisión sobre él—. Estamos tan cerca.

Un gemido ahogado se le escapó a Theo. Sus manos buscaron su cuerpo con desesperación, girándola para atraparla entre sus brazos.

—Cama. Ahora —ordenó con voz ronca, cargada de deseo.

La risa de la mujer se mezcló con el sonido de pasos apresurados hacia la cama. El resto, se perdió en la penumbra.


 

Villa Malfoy, Provenza—Francia.

 

Narcissa Malfoy ya estaba sentada a la cabecera de la mesa, impecable incluso a primera hora de la mañana, cuando Blaise Zabini apareció en la escena como si fuera un huésped habitual.

Para cuando Draco bajó, despeinado, con la camisa arrugada y el ceño fruncido, Blaise ya se servía el segundo croissant.

—¡Mira quién madrugó! —canturreó Blaise con fingido entusiasmo—. Pensé que seguirías en la cama…pensando en tu mujercita.

Draco lo fulminó con la mirada.

—Cierra la boca, Zabini.

—Oh, vamos —continuó Blaise, mordiéndose una sonrisa—. No todos los días se descubre que tu mejor amigo está… mágicamente casado.

La cuchara de Narcissa tintineó contra la taza de té. Su mirada se posó en Draco, serena pero inquisitiva.

—¿Casado?

Draco se tensó en su asiento.

—No le hagas caso. Blaise está… exagerando.

—¿Exagerando? —Blaise arqueó una ceja y se llevó el croissant a los labios—. Diría que es más bien… suavizando el tema. Porque si me preguntas, el "matrimonio accidental" con la persona menos compatible del planeta es… francamente fascinante.

Draco apretó el tenedor con tanta fuerza que casi lo dobló.

—Sigue hablando y te lo clavo en la garganta

Narcissa, sin inmutarse, tomó un sorbo de té.

—¿Quién es ella? —preguntó con calma.

—Nadie —dijo Draco de inmediato.

—La chica dorada—canturreó Blaise en el mismo instante, con una sonrisa tan amplia que parecía disfrutar cada segundo.

El tenedor de Draco voló en su dirección. Blaise se apartó a tiempo, dejando que el cubierto se clavara en la pared de piedra.

—¿Era necesario? —preguntó Blaise, aún riendo.

—Absolutamente —gruñó Draco.

—Bueno —Blaise se levantó, limpiándose las migas de las manos—. Creo que es mi señal para ir a… inspeccionar los viñedos. O esconderme antes de que alguien me mate.

Se inclinó hacia Narcissa, besándole la mano con una exagerada reverencia.

—Un placer desayunar con usted, señora Malfoy. Su hijo debería aprender modales de mí.

—Difícilmente —murmuró Narcissa con una sonrisa elegante.

Cuando la puerta se cerró tras Blaise, el silencio se instaló en la habitación. Narcissa dejó la taza y clavó en Draco una mirada penetrante.

—¿Hermione Granger? —preguntó, en un tono tan calmado que resultaba más peligroso que cualquier grito.

Draco suspiró, pasándose una mano por el rostro.

—Madre…te dije anoche que lo tenía controlado.

Narcissa río con nerviosismo, algo que no solía mostrar nunca.

—Querido…sabía que pasaba algo con una bruja. Me llamaron del ministerio en cuanto el contrato con Astoria se destruyó…pero lo que me pone nerviosa, lo que me aterra, es que es ella.

—¿Qué problema hay con que sea ella? Fue algo accidental, en el colegio…

—Por eso mismo Draco—lo interrumpió Narcissa más seria esta vez—Porque es ella. Porque empezó en el colegio y porque aunque no lo creas, soy tu madre y te conozco.

—¿Qué insinúas madre?

Narcissa se limpió la boca con la servilleta y se levantó de la mesa con lentitud.

—Solo espero que lo tengas bajo control como dices. Los Malfoy jamás faltamos a nuestra palabra, y tu compromiso...es con Astoria Greengrass.

Dicho esto, Narcissa salió del salón.

—¡BLAISE!—gritó Draco con los puños apretados sobre la mesa.

—¿Me llamabas?—preguntó Blaise asomando la cabeza por el pasillo que daba al jardín.

—Sabia que estarías espiando como la vil rata que eres—dijo Draco con los ojos brillando de furia—Recoge tus cosas, nos vamos.

—¿Ya? ¿Tan pronto? Aún no he tenido mi dosis diaria de molestar a Nott.

—Has tenido tu dosis diaria de meter la pata, como siempre.

—Que dramático eres…no he dicho su nombre.—Draco lo miró como si Blaise fuese un completo idiota, cosa que no era—Además…¿Qué crees que pasará cuando no seas capaz de romper el vínculo? Porque amigo, perdóname pero estás tan metido con tu mujercita que estoy seguro que no vas a ser capaz de romperlo.

—Deja de llamar así —Draco se frotó el puente de la nariz—Venir aquí ha sido mala idea, necesito volver.

Blaise se acercó a Draco y le quitó un croissant del plato.

—Si, volvamos con nuestras mujercitas—dijo mientras se llevaba el croissant a la boca y salía a toda prisa del salón antes de que Draco volviese a lanzarle cualquier otra pieza de la cubertería.