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Mikey amaba a su familia.
Su padre, siempre protector y comprensivo, con ese aire sabio que le hacía saber que conocía cada una de sus travesuras.
También a cada uno de sus hermanos, aunque podía agotarles la paciencia, ellos siempre le demostraban cuanto lo querían, incluso Raph con lo gruñón que podía ser.
No siempre podía demostrarles cuánto los adoraba. Por eso su cumpleaños era tan especial.
Era el único día del año en que podía abrazarlos tanto como quisiera, y ninguno se quejaría, aunque Raph gruñera y se hiciera el tipo rudo que no disfrutaba el afecto físico.
Y como extra, su familia lo llenaba de atención y regalos. Le encantaba sentirse querido y mimado.
Privilegios de ser el hermano menor.
La emoción debió verse reflejada en su rostro, ya que su hermano mayor le dio una mirada de complicidad, acariciando con dulzura sus rizos dorados.
—¿Emocionado porque mañana es tu cumpleaños?— preguntó con tono juguetón, ocupando su lugar en la mesa, y recibiendo con agradecimiento un plato de panqueques que le extendió su hermanito.
—¡Claro que sí! Además…— miró hacia los lados de forma exagerada y susurró al oído de su hermano como si fuera un gran secreto —Raph no podrá castigarme por pintar sus camisetas con brillantina rosa
Leonardo sacudió la cabeza con cariño. Su hermano menor era incorregible. Tomó nota mental para alejarse del campo de visión de Raph, cuando descubriera su pequeña travesura.
Justo en ese momento, dicho hermano hizo su aparición en la cocina, con un bostezo somnoliento.
Hizo un gesto de saludo a su hermano mayor, y un golpe en la cabeza al menor.
—¡Auch! ¿esa es la manera de saludar a un pre-cumpleañero?— protestó Mikey, antes de ser atrapado en una llave juguetona por su segundo hermano mayor
—Falta un día, así que me adelanto a todas las travesuras que tendré que soportar mañana— dijo con diversión. Y solo lo soltó al ver la mirada regañona de Leonardo. Por supuesto le sacó la lengua en respuesta.
—¡Donnie, buenos días hermano querido de mi corazón!— saludó Mikey con entusiasmo, olvidando completamente a Raph, cuando Donatello atravesó la entrada con una taza de café en la mano.
—No, Mikey. No te construiré una tabla de Skate con propulsores para tu cumpleaños— respondió el genio residente, tomando un plato de panqueques de la mesa, y sentándose junto a sus hermanos
—Me retracto, ahora eres mi tercer hermano favorito— murmuró Miguel Ángel, tomando sus propios panqueques.
Sus hermanos apenas lograron contener una risa cómplice, justo en el momento en que su padre asomó por la entrada de la cocina.
Hamato Yoshi, o también llamado Splinter, ingresó con una sonrisa cariñosa, viendo a todos sus hijos reunidos en el comedor.
—Buenos días, hijos míos. ¿Durmieron bien? —saludó, sentándose a la mesa. Recibió un asentimiento unánime, y Miguel Ángel colocó rápidamente un plato frente a él, mientras Leonardo tomaba la tetera para servir el té.
Splinter se sintió conmovido; sus hijos siempre eran tan serviciales, especialmente en estas fechas cercanas al cumpleaños de su hijo más pequeño, quien estaba a punto de cumplir sus quince primaveras.
Y también son quince años, desde la partida de mi dulce Tang Shen.
Tan rápido como vino, alejó el pensamiento. Se prometió a sí mismo que el fallecimiento de su amada esposa no ensuciaría el recuerdo del nacimiento de su hijo.
Tang Shen amó a su bebé hasta su último aliento, aun sabiendo que su embarazo era de alto riesgo. Le hizo jurar a Yoshi que nunca permitiría que él ni sus hijos relacionaran el nacimiento de su hijo con la causa de su muerte.
—Padre, ¿hoy tendremos entrenamiento? —la voz de Donatello lo sacó de sus pensamientos, y él negó suavemente con la cabeza.
La educación de sus hijos era un tema muy importante para él. Desde su mudanza de Japón a Nueva York, se había asegurado de buscar los mejores tutores para ellos y garantizarles un buen futuro. Además, los instruía en el arte del ninjutsu, del cual él y su hermano eran orgullosos maestros.
—Hoy no, hijo mío. Han estado muy cargados de responsabilidades últimamente. Esta semana es para ustedes, disfrútenla. Además, mañana tendremos una gran celebración— comentó lo último mirando a su hijo menor, y observó con ternura cómo su rostro se iluminaba con una radiante sonrisa.
—¡Sí, sí! ¡Te amo, papá! ¿Puedo invitar a mis amigos?— Mikey casi no podía contener su emoción, dando saltitos en el mismo sitio.
Sus hermanos miraron a su padre con ojos suplicantes, deseando que se negara; los amigos de su hermanito solían ser muy revoltosos cuando estaban juntos.
—Claro que sí, hijo mío. Es tu día; puedes disponer de él como mejor te parezca.
Y así, la sentencia quedó sellada sobre sus tres hermanos mayores.
Leonardo, Raphael y Donatello soltaron un largo suspiro, resignados ante el desastre que se avecinaba con el cumpleaños de su hermanito. Sin embargo, no pudieron evitar esbozar una dulce sonrisa, ante la inocente felicidad del más joven de los Hamato.
Todo valía la pena por la felicidad de Miguel Ángel, y que siguiera teniendo esa brillante sonrisa que tanto alegraba a la familia.
Su cumpleaños iba a ser perfecto.
Miguel Ángel ya tenía todo planeado.
Aunque le gustaban las sorpresas, la última vez que dejó que sus hermanos organizaran la fiesta, terminó siendo una cena aburrida. Y no, Mikey no estaba dispuesto a cometer el mismo error.
Por eso ahora Mikey se encargaba personalmente de todo: desde la comida hasta la decoración y los invitados.
Y, con el permiso sorpresa de su papá, podía invitar a todos sus amigos, que este año habían aumentado un montón. Esta iba a ser la mejor fiesta de TODAS.
Al menos hasta el próximo año, Mikey siempre se esforzaba por superarse a sí mismo.
Una sonrisa iluminaba su rostro, recostado boca abajo en la cama, con una libreta frente a él. Tarareaba una melodía, mientras hacía la lista de todos los amigos a los que iba a invitar. Luego les enviaría un mensaje para contarles todo.
No, no, no, mejor aún ¡haría las invitaciones a mano!
De algo tenía que servir toda la purpurina que había comprado. Y, claro, también pintaría las cosas favoritas de Raph, ¡incluida su nueva batería!
Pero volviendo al punto…
¡Cartas brillantes para todos sus amigos!
Una risita escapó de sus labios. Mañana sería un día inolvidable. No podía esperar para ver a Mondo y mostrarle los nuevos videojuegos que su papá les había regalado.
De pronto su celular vibró
Con curiosidad, lo tomó y vio un mensaje nuevo, de un número desconocido.
“Feliz cumpleaños, sobrino mío. Sé que mañana es tu cumpleaños, y todos te darán regalos. Pero yo tengo uno especial, uno que nunca olvidarás. Solo para ti. Esta noche, cuando todos duerman, sal por la ventana de tu habitación. Te estaré esperando”
Mikey parpadeó. Su tío. Debía ser su tío Oroku Saki, el único que tenía.
No era del todo cercano. Vivía en Japón y apenas lo veían unas pocas veces al año, cuando venía de visita.
Era… serio, callado, siempre vestido con traje oscuro. Pero cuando los visitaba, traía caramelos asiáticos raros o pequeñas figuras de acción de ninjas. A su manera, les demostraba que los quería.
Leyó el mensaje otra vez, ladeando la cabeza.
¿Una sorpresa?
Solo para él.
Mikey sonrió.
—¿Qué sorpresa será? —murmuró, lleno de curiosidad y emoción.