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Fire on Fire

Summary:

Cuando Aliona ingresa al club Pandemónium con sus amigos Clary y Simon, lo último que espera es que su vida cambie para siempre. Pero al cruzar miradas con Alexander Lightwood, un desconocido que extrañamente le resulta familiar, es arrastrada a un mundo de demonios, vampiros y otras criaturas en las que nunca creyó.

Pronto, Aliona descubre que está mucho más inmersa en ese mundo de lo que jamás pudo haber imaginado.

Chapter 1: CAPITULO 1

Chapter Text

El club Pandemonium no era el lugar donde alguien buscaría respuestas, pero esa noche Aliona sentía que se acercaba a algo… aunque no sabía a qué. Tal vez solo imaginaba cosas por el aburrimiento mientras esperaba en la larga fila junto a sus amigos, Clary y Simon.
—Sin duda estás de broma —dijo el portero, un hombre robusto con el ceño fruncido, al muchacho de chaqueta roja—. No puedes entrar con eso.
—¡Vamos, hombre! —protestó el chico, alzando un objeto largo y puntiagudo sobre su cabeza. Parecía un palo de madera con un extremo afilado.
—Es parte de mi disfraz.
El portero enarcó una ceja, escéptico.
—¿Y eso qué es?
—Soy un cazador de vampiros —respondió el muchacho con una sonrisa amplia. Su cabello, teñido de un azul eléctrico que destellaba bajo las luces del club, y sus lentes de contacto verdes brillantes le daban un aire extravagante. Algo en él hizo que Aliona se sintiera inquieta, aunque no podía precisar por qué.
El chico presionó el objeto de madera, y el extremo se dobló con facilidad.
—Gomaespuma. ¿Ves? Es de broma.
El portero se encogió de hombros, repentinamente desinteresado.
—Entra.
El chico se deslizó a su lado con rapidez.
—Lo encontrabas guapo —dijo Simon a Clary, con un tono resignado—. ¿Verdad?
—Bueno, Clary siempre ha tenido gustos, digamos, interesantes —añadió Aliona, soltando una risita.
Clary les dio un ligero golpe en los brazos, poniendo los ojos en blanco sin decir nada, aunque una sonrisa traicionó su fingida molestia.

Dentro, el club vibraba con humo de hielo seco que flotaba en el aire. Luces de colores danzaban por la pista de baile, transformándola en un país de hadas multicolor lleno de azules, verdes ácidos, rosas cálidos y dorados. El ritmo de la música retumbaba en el pecho de Aliona.
—Bien —dijo Simon—, la música no está mal, ¿eh?
Aliona podría haberlo admitido, pero apenas podían moverse entre la multitud apretada. Mientras tanto, Clary no despegaba los ojos del chico de cabello azul.
—Yo, por mi parte —siguió diciendo Simon—, me estoy divirtiendo una barbaridad.
Eso era una gran mentira, Simon resultaba fuera de lugar con su cabello castaño oscuro, sus vaqueros y una camiseta que decía « MADE IN BROOKLYN» , entre personas vestidas de verde, rosa y colores chillones. Por lo que parecía más listo para una partida de ajedrez.
—¿Sabes qué me divertiría? —dijo Aliona, alzando la voz para hacerse oír entre el ruido—. Unos tragos.
Era evidente que Simon y ella estaban en Pandemonium solo para acompañar a Clary. Simon parecía aburrido, y Aliona, en el fondo, habría preferido estar en casa viendo una película o durmiendo. Pero allí estaban, por su amiga.
—Voy por algo de beber —anunció Aliona, abriéndose paso hacia la barra—. Ojalá tengan piña colada.
Mientras avanzaba, hacía un gran esfuerzo para no empujar a los jóvenes que se interponen en su camino. «Respira, respira… si empujo a todos a codazos me echan del club».
Entonces chocó con alguien.
Era un chico alto, de cabello negro como la noche, piel pálida y unos ojos de un azul profundo. Su rostro, serio y de una belleza casi etérea, parecía sacado de un sueño. Por un instante, el bullicio del club se desvaneció. Él no dijo nada, ni siquiera la miró, pero el corazón de Aliona latió más rápido.El chico siguió su camino con paso decidido, como si persiguiera a alguien entre la multitud. Aliona dirigió la cabeza para seguirlo con la mirada, parpadeando para calmar los latidos de su corazón.
Volvió la vista hacia sus amigos. Simon le hablaba a Clary, mientras ella seguía observando al chico extraño de antes. Aliona sacudió la cabeza, intentando recuperar la normalidad, y avanzó hacia la barra.
Consiguió tres vasos de piña colada —lo único que los tres compartían sin discusión— y regresó al lugar donde estaban. Pero al buscarlos con la mirada, se le encogió el pecho.
Simon y Clary no estaban.
Aliona dejó los vasos sobre una mesa cercana y escaneó la multitud con la mirada. Entonces la vio: Clary se alejaba entre la gente, dirigiéndose a una puerta con un cartel rojo que decía PROHIBIDA LA ENTRADA.
Un escalofrío le recorrió la espalda, y no tenía nada que ver con el aire acondicionado del club. Clary nunca haría algo así. Jamás entraría en una zona restringida sin decir nada. ¿Y dónde estaba Simon? Una punzada de preocupación la atravesó. Sabía que Clary podía ser impulsiva, pero esto era diferente.
«Esto es una locura, seguro me están gastando una broma. Simon debe estar riéndose a carcajadas por ahí», Pero la creciente inquietud en su estómago le decía lo contrario. El club, antes ruidoso y vibrante, ahora parecía un telón de fondo para una escena que no comprendía.
Se abrió paso entre la multitud con determinación, sin importar a quién empujaba. Su atención estaba fija en la puerta. Al llegar, su mano tembló un instante antes de tocar la fría superficie. El cartel de PROHIBIDA LA ENTRADA parecía burlarse de ella. Empujó.
La puerta cedió con un chirrido suave, ahogado por la música. Se abrió a un pasillo oscuro, iluminado apenas por luces parpadeantes. El ambiente era completamente distinto: el aire, frío y denso, cargado con un olor a metal y extrañamente dulce.
—¿Clary? ¿Simon? —llamó Aliona, su voz apenas un susurro que se desvaneció en la penumbra.
No hubo respuesta, solo el eco lejano de la música del club y un silencio ominoso que le erizó la piel. Dio un paso hacia el interior, sus ojos adaptándose lentamente a la oscuridad. Las únicas ventanas, altas y enrejadas, dejaban pasar una luz tenue. El aire olía a pintura vieja, y el polvo del suelo estaba marcado por huellas de zapatos. Una sensación de inquietud la invadió.
De repente, alguien la agarró del brazo. Aliona ahogó un grito, su corazón latiendo como un tambor desbocado, hasta que reconoció el cabello pelirrojo de su amiga.
—¡Clary! — exclamó con voz temblorosa, liberándose del agarre frío de Clary—. ¿Qué demonios? ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Y dónde está Simon?
Clary le hizo una señal para que guardara silencio.
Entonces escucharon voces: una chica riendo y un chico respondiendo con dureza.
Aliona giró la cabeza y los vio: una chica con un vestido blanco largo, el cabello negro cayéndole por la espalda; un chico rubio cuyo cabello brillaba bajo la luz tenue; y, finalmente, el chico de cabello negro con el que había chocado antes. Llevaba un arco colgado a la espalda, y su presencia volvió a acelerarle el pulso.

Entonces lo vio: el chico de cabello azul estaba atado a una columna con lo que parecía una cuerda de piano, las manos sujetas a la espalda y las piernas inmovilizadas por los tobillos. Su rostro estaba tenso, marcado por el dolor y el miedo.
Aliona y Clary se agacharon tras un pilar de hormigón cercano, observando desde ahí. El chico rubio paseaba de un lado a otro, con los brazos cruzados sobre el pecho.
—Bueno —dijo—, aún no me has dicho si hay otros de tu especie contigo.
Tu especie. Aliona no entendía de qué hablaba, pero algo en esas palabras le resultó extrañamente familiar.
—No sé de qué hablas —respondió el chico de cabello azul, su tono era angustiado, pero también arisco.
—Se refiere a otros demonios —intervino el chico de ojos azules, hablando por primera vez—. Sabes qué es un demonio, ¿verdad?
El muchacho atado a la columna movió la cabeza, mascullando por lo bajo.
—Demonios —dijo el chico rubio, arrastrando la voz a la vez que trazaba la palabra en el aire con el dedo—. Definidos en términos religiosos como moradores del infierno, los siervos de Satán, pero entendidos aquí, para los propósitos de la Clave, como cualquier espíritu maligno cuyo origen se encuentra fuera de nuestra propia dimensión de residencia…
«Vaya, justo lo que me faltaba: un rubio intenso dando clases de religión. Seguro la hermana María estaría orgullosa»
—Es suficiente, Jace —dijo la chica.
—Isabelle tiene razón —coincidió el chico más alto—. Nadie necesita una lección de semántica… ni de demonología.
Jace alzó la cabeza y sonrió, con una ferocidad en su gesto que le recordó a Aliona los documentales que veía con su padre, sobre como los leones alzaban la cabeza y olfateaban en busca de su próxima presa.
«Nosotras seremos su próxima presa si no salimos de aquí», pensó Aliona.
—Isabelle y Alec creen que hablo demasiado —dijo Jace, con un tono burlón—. ¿Crees tú que hablo demasiado?

 

Así que el chico de ojos azules se llamaba Alec.
—Podría darles información —dijo el chico de cabello azul, desesperado—. Sé dónde está Valentine.
Jace echó una mirada atrás a Alec, que se encogió de hombros.
—Valentine está bajo tierra —indicó Jace—. Esa cosa sólo está jugando con nosotros.
—Mátalo, Jace —dijo Isabelle sacudiendo su cabello—, no va a contarnos nada.
Jace alzó la mano, y Aliona vio centellear una luz tenue en el cuchillo que empuñaba. Era curiosamente traslúcido, la hoja transparente como el cristal, afilada como un fragmento de vidrio, la empuñadura engastada con piedras rojas.
El chico atado soltó un grito ahogado.
—¡Valentine ha vuelto! —protestó, forcejeando con las cuerdas que le sujetaban las manos a la espalda—. Todos los Mundos Infernales lo saben… Yo lo sé… Puedo decirles dónde está…
La rabia encendió los ojos gélidos de Jace.
Aliona se pellizcó el brazo discretamente. Tenía que estar soñando. La gente normal no hablaba de demonios como si fueran reales, y las armas definitivamente no brillaban así. Esto tenía que ser una pesadilla muy vívida. Pero el leve dolor que sintió le indicó que definitivamente era verdad.
Sintió como Clary se tensaba a su lado. Sabía que su amiga estaba a punto de hacer algo imprudente. Le lanzó una mirada de No te atrevas y le apretó la mano con fuerza, más atenta a ella que a la conversación.
Cuando Aliona alzó la mano dispuesta a taparle la boca, Clary se liberó de un tirón y salió de detrás del pilar, gritando:
—¡Deténganse! ¡No pueden hacer esto!
Jace se giró de golpe, tan sorprendido que el cuchillo se le escapó de la mano y cayó al suelo de hormigón con un estruendo metálico. Isabelle y Alec se volvieron también, con la misma expresión de asombro pintada en el rostro. El muchacho de cabellos azules quedó colgando de sus ataduras, con los ojos muy abiertos y jadeando.
Aliona sintió un frío que le helaba el estómago. Con el corazón en la garganta, se puso de pie y se adelantó un paso, tomó la mano de Clary, y la puso detrás suyo. Sabía que eso no las protegería, pero no soportaba la idea de quedarse quieta. Su corazón latía tan fuerte, que se preguntó si todos podían oírlo.
Entonces, la mirada de Alec se clavó en ella con una intensidad que casi la hizo retroceder. Habría jurado que se habría sonrojado en otra situación, si no estuviera tan aterrorizada
Quería gritarle a Clary por su temeridad, por no pensar en lo que podría pasar, pero claramente no era el momento.

Chapter 2: CAPITULO 2

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Alec fue el primero en hablar.
—¿Qué es esto? —exigió, mirando entre las chicas y sus compañeros, como si ellos supieran lo que hacían ellas ahí.
—Son unas chicas —dijo Jace con tranquilidad—. Seguramente habrás visto chicas antes, Alec. Tu hermana Isabelle es una. —Dio un paso para acercarse hacia ellas, mientras entrecerraba los ojos, y Aliona, instintivamente, retrocedió un paso colocándose frente a Clary, como escudo.
—. Dos mundis —declaró, como si no pudiera creerlo—. Y pueden vernos.
Alec e Isabelle intercambiaron miradas.
—Claro que podemos verlos —replicó Clary—. No estamos ciegas, sabes.
—Ah, pero sí lo están —dijo Jace, inclinándose para recoger su cuchillo, mientras Aliona se tensó aún más.—. Simplemente no lo saben. —Se irguió—. Será mejor que salgan de aquí, si saben lo que es mejor para ustedes.
—Por supuesto —murmuró Aliona, agarrando la mano de Clary para salir de ahí.
—No voy a ir a ninguna parte —repuso Clary soltándose de manera brusca—. Si lo hago, vas a matarlo. — Mientras señalaba al peliazul
Aliona apretó los dientes.
—Ya vámonos, ¿quieres? —susurró con impaciencia—. ¿O prefieres que nos maten también?
—No las mataremos— dijo Alec mirándola fijamente.
—¿Qué te importa a ti si lo mato o no?—dijo Jace, mirando a Clary, mientras hacía girar el cuchillo entre sus dedos con una destreza inquietante.
—Pues, uno no puede ir por ahí matando gente —farfulló Clary.
—Tienes razón, uno no puede ir por ahí matando gente —dijo Jace, señalando al chico de cabello azul, que parecía desmayado—. Pero eso no es una persona, niñita. Puede parecer una persona, hablar como una persona, e incluso sangrar como una persona. Pero es un monstruo.
—Jace, ya basta —dijo Isabelle en tono amonestador.
—Perfecto, mensaje recibido —dijo Aliona con voz tensa—. Nos largamos ahora mismo y…
No pudo terminar su frase. En ese momento el muchacho de cabellos azules, con un grito agudo y penetrante, se liberó de la atadura que lo sujetaba a la columna y se arrojó sobre Jace.
Cayeron al suelo y rodaron juntos, el peliazul arañando a Jace con manos que centelleaban como si sus extremos fueran de metal. Clary retrocedió, pero los pies se le enredaron con un cable eléctrico y cayó al suelo. Aliona intentó ayudarla cuando oyó chillar a Isabelle, se dio la vuelta y vio al chico de cabellos azules sentado sobre el pecho de Jace. Brillaba sangre en las puntas de sus garras, afiladas como cuchillas.
Isabelle y Alec corrían hacia ellos, con Isabelle blandiendo un látigo. El atacante intentó acuchillar el rostro de Jace con las garras extendidas. El caído alzó un brazo para protegerse, y las garras se lo rasgaron, salpicando sangre. Entonces el látigo de Isabelle descendió sobre su espalda. El muchacho lanzó un chillido y cayó hacia un lado.
Aliona vio cómo Alec corría hacia Jace, que yacía herido en el suelo, mientras Isabelle sujetaba al que ahora parecía un monstruo. Sintió un subidón de adrenalina. Corrió hacia el cuchillo cerca de Jace, que brilló con fuerza en sus manos. Con el corazón latiendo desbocado, lo hundió en el pecho del monstruo. Un líquido negruzco estalló alrededor de la empuñadura. El chico se arqueó por encima del suelo, gorgoteando y retorciéndose.
Jace se puso en pie, con una expresión de sorpresa. Su camisa negra estaba empapada de sangre. Bajó la mirada hacia la figura que se contorsionaba a sus pies, alargó el brazo y arrancó el cuchillo. La empuñadura estaba recubierta de líquido negro.
Los ojos del muchacho de cabellos azules se abrieron con rabia, mientras sus ojos brillaban
—Que así sea —siseó entre dientes—. Los repudiados se los llevarán a todos.
Luego sus ojos se pusieron en blanco. Su cuerpo empezó a dar sacudidas, encogiéndose hasta desvanecerse por completo, como si nunca hubiera existido. El silencio que siguió fue ensordecedor.
«Finalmente me volví loca», pensó Aliona en shock mientras sus manos temblaban, entonces escuchó el gemido de dolor de Clary.
Aliona se giró rápidamente y vio a Isabelle sujetando la muñeca de Clary con su látigo, el rostro crispado de furia.
—Pequeña Mundi estúpida —masculló Isabelle—. Podrías haber hecho que mataran a Jace.
—Están locos —dijo Clary, forcejeando. El látigo se hundió más en su carne.
—¡Suéltala! —masculló Aliona, dando un paso decidido hacia Isabelle, la adrenalina de nuevo a flor de piel—. No te atrevas a hacerle daño.
Pero apenas avanzó, una mano firme le sujetó la muñeca. Se giró con brusquedad y se encontró con Alec.
—No te metas —dijo él con frialdad, su mirada cortante como un cuchillo—. No tienes idea de con qué estás tratando.
Aliona sintió un escalofrío, atrapada entre el miedo y una inexplicable fascinación por sus ojos. Vagamente escuchó a Alec murmurar algo sobre la policía o un cadáver.
—Jace —siseó Alec, soltándola de la muñeca—, ten cuidado.
—Pueden vernos, Alec —replicó Jace—. Ya saben demasiado.
—¿Entonces qué hacemos con ellas? —inquirió Isabelle.
—Dejarlas ir —respondió Jace en voz baja.
Isabelle le lanzó una mirada sorprendida, pero liberó a Clary de su látigo. Aliona se acercó a ella de inmediato.
—Deberíamos llevarlas con nosotros —sugirió Alec—. Apuesto a que Hodge querría hablar con ellas.
—No podemos llevarlas al Instituto —dijo Isabelle—. Son mundanas.
—¿Lo son? —inquirió Jace con suavidad, arqueando una ceja.
—Isabelle, Hodge necesita saber de esto —insistió Alec—. Una mundana que puede usar armas serafín...
—Ya es suficiente —soltó Aliona, agarrando la mano de Clary y dirigiéndose a la salida—. No pienso quedarme aquí ni un segundo más.
—¿Chicas?
Era Simon, que se encontraba en la puerta del almacén junto a uno de los fornidos porteros que habían estado sellando las manos en la entrada.
—¿Están bien? —preguntó, entrecerrando los ojos para verlas a través de la penumbra. Al notar las manchas de sangre en el brazo de Aliona, sus ojos se abrieron de par en par—. ¡¿Qué te pasó?!
Aliona no pudo responder. Simon se volvió a Clary.
—¿Por qué están aquí solas? Clary, ¿qué pasó con esos tipos… ya sabes, los de los cuchillos?
Aliona y Clary lo miraron con asombro, luego miraron detrás, donde Jace, Isabelle y Alec permanecían en pie. Jace sonrió de oreja a oreja y les dedicó un encogimiento de hombros en parte de disculpa, en parte burlón, mientras Alec y Isabelle solo las miraban. Era evidente que a ninguno de los tres les sorprendía que Simon y el portero no pudieran verlos.
—Parecía que entraban aquí —contestó Clary—. Pero supongo que no ha sido así. Ha sido una equivocación. —Dijo mientras miraba al guardia
Aliona agarró las manos de Simon y Clary y, sin decir nada, los arrastró hacia la salida.
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—No lo creo —decía Simón, cruzado de brazos mientras Clary intentaba parar un taxi con gestos frenéticos.
—Lo sé —respondió Clary, su voz tensa por la frustración—. Lo normal sería que hubiera algún taxi. ¿Adónde va todo el mundo un domingo a medianoche?
Aliona permanecía en silencio, hundida en la chamarra que Simon le había prestado. Le quedaba grande, olía a suavizante, y aun así la envolvía como un débil escudo contra lo que había visto. Cada vez que parpadeaba, la imagen del chico de cabello azul, sus garras metálicas y su grito inhumano regresaban.
No fue real, quiso convencerse. Pero sí lo fue. Demasiado real. ¿Qué demonios fue eso? Sus manos temblaban bajo las mangas, y apretó los puños para calmarlas.
Simon la miró de reojo.
—¿Estás bien? —preguntó en voz baja.
Ella asintió, aunque se notaba que era mentira
—No hablaba de los taxis —insistió Simon, volviéndose hacia Clary—. No creo que esos tipos de los cuchillos simplemente desaparecieran.
Clary le lanzó una mirada rápida a Aliona antes de responder.
—Tal vez no había tipos con cuchillos, Simon. Quizá lo imaginé todo.
—¡Ni hablar! —replicó Simon, agitando una mano para detener un taxi—. Vi sus caras en ese almacén. Parecían haber visto un fantasma.
—Fue sólo una equivocación —insistió Clary.
Simon resopló, echando un vistazo al club.
—Sí, una equivocación épica. Dudo que nos dejen volver a entrar en Pandemonium.
—¿Qué te importa eso a ti? Odias Pandemónium.
Finalmente, un taxi amarillo dobló la esquina y se detuvo cuando Clary agitó la mano con fuerza. Simon se adelantó y abrió la puerta trasera.
—Sube, Clary. —dijo. Clary no discutió y se deslizó al asiento trasero.
Luego se volvió hacia Aliona, su expresión preocupada al verla temblar.
—Tú también, Aliona. Antes de que te congeles—dijo, tocándole el hombro con un gesto torpe pero cálido.
Al ver a Simon esperándola pacientemente, Aliona se sintió extrañamente frágil. Todo parecía surrealista, como si los últimos minutos hubieran sido un mal sueño. Se subió sin decir palabra, hundiéndose en el asiento como si pudiera desaparecer en él. Simon la siguió y cerró la puerta.
—Vamos a Brooklyn —indicó Simon al taxista, y luego volvió la cabeza hacia ellas—. Oigan, saben que pueden contarme cualquier cosa, ¿de acuerdo?
—Sí, Simon —murmuró Aliona, y sin pensarlo, recostó la cabeza contra el respaldo del asiento junto a él. Simon no dijo nada más, pero Aliona notó que ajustó su posición para que estuviera más cómoda.

Notes:

Bueno, es mi primera vez publicando una historia.
Así que espero que les guste y gracias por darse el tiempo de leerlo.

Chapter 3: CAPITULO 3

Chapter Text

Cuando Aliona despertó, el sol ya iluminaba toda la habitación. La luz entraba por las cortinas claras, bañando las paredes color crema en un tono cálido y sereno. Se estiró perezosamente en su cama.
En la mesita de noche descansaba una foto de ella con sus padres y su hermano mayor, tomada poco antes de que su madre enfermara. Todo parecía tan tranquilo que hacía parecer que la noche anterior fue solo un mal sueño.
Se levantó y se dirigió al armario para elegir su ropa, un suéter granate y jeans oscuros.
A continuación, se acercó a la cómoda antigua de madera oscura que se alzaba junto al armario —un tesoro heredado de su madre—. De uno de los cajones sacó un collar de cadena dorada con una joya roja en forma de corazón, un recuerdo precioso que ahora le pertenecía. Al colocarlo alrededor del cuello, una ola de tranquilidad llegó a su mente tumultuosa. La acarició un momento antes de bajar las escaleras de la casa victoriana, se podía ver por todas las paredes fotos de su familia.
La cocina estaba vacía y silenciosa. Se movió por la cocina y puso agua a hervir para el café, cortó pan para las tostadas y preparó huevos. Mientras esperaba que el agua hirviera, sus manos temblaron ligeramente. «¿Cómo le explico a papá lo que pasó ayer?» El recuerdo del líquido negruzco brotando del cuchillo la hizo estremecer.
«Él me creería«, pensó mientras preparaba el café exactamente como a su padre le gustaba. «Siempre me ha creído. Pero esto …»
El aroma del café llenó la cocina cuando escuchó los pasos familiares en las escaleras.
—Buenos días, mi dulce niña —saludó Héctor al entrar, ya vestido pero con el cabello aún despeinado—. ¿Te levantaste temprano para consentir a tu viejo padre?
—No estás viejo, ya lo sabes.
Él le dedicó una sonrisa, mientras se acercaba para llevar las dos tazas de café a la mesa, mientras Aliona servía las tostadas con huevo y se sentó frente a su padre.
—¿Te divertiste ayer? —preguntó Héctor.
Aliona tomó un bocado. El aroma del desayuno la reconfortó, al menos un poco. Y por un segundo se sintió tentada a contarle todo, pero ¿cómo explicarlo sin parecer que había perdido la cabeza.
—Sí, estuvo bien.
Héctor la miró por encima de su taza, sabía que ella ocultaba algo pero no quería presionar.
—¿Clary y Simon están bien?
Asintió mientras masticaba. Mentir se sentía mal, pero peor se sentiría si su padre la miraba con preocupación.
—¿Sabes que puedes contarme cualquier cosa, verdad? —insistió Héctor, inclinándose ligeramente hacia ella.
—Sí, papá
—Bueno, entonces si se trata de algún chico que te guste…
—¡Papá, no hay ningún chico! —protestó Aliona, sintiendo su cara arder.
—¿Y qué hay de Simon? —preguntó él, alzando una ceja con una sonrisa traviesa.
Y como si hubiera sido invocado, entró la llamada de Simon.
—¡Lina! ¿Irás hoy a la casa de Clary?
—Si. ¿Pasarás por nosotras?
—Si. ¿Está tu papá ahí? Mándale mis saludos.
—Te está escuchando
—Simon, ¿cuándo pasarás por aquí, hijo? —preguntó Héctor.
Era evidente que soñaba con ver a su hija y a Simon juntos, aunque nunca había pasado nada entre ellos. Aliona puso los ojos en blanco, y Héctor le guiñó un ojo, haciéndola sonreír.
Cuando colgó el teléfono, Héctor dejó la taza de café a un lado y miró a Aliona con una expresión seria pero suave.
—Voy a tener que viajar por trabajo, al menos dos semanas —anunció—. Martha vendrá a cuidarte.
Aliona asintió sin sorprenderse. Estaba acostumbrada. Su hermano vivía en la universidad, y su padre siempre tenía un vuelo pendiente. Desde la muerte de su madre, ambos parecían evitar quedarse demasiado en casa. Aun así, su papá siempre estaba atento a ella, siempre llamándola y escribiéndole mensajes.
—No te preocupes, papá. Estaré bien —dijo, levantándose para darle un abrazo rápido—. Pero debes traer algún recuerdo, ¿vale?
—Prometido —respondió él, besándole la frente con una sonrisa antes de salir.
Cuando Héctor se fue, Aliona se sentó en silencio, intentando procesar la noche anterior. Alec. No podía quitárselo de la cabeza. Había algo en él, una sensación extraña, como si lo conociera desde siempre. Quería volver a verlo, aunque sabía que era imposible.
«Tonta, él probablemente ni se acuerda de ti, además chicos guapos se encuentran en cualquier lugar.»
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Por supuesto, había llegado en mal momento. Mientras estaba en la puerta del apartamento, se escuchaba desde la puerta la discusión entre Clary y su madre.
—¿Mamá? —se oyó la voz de Clary—. ¿Para qué son las cajas?
Hubo un silencio incómodo.
—¿Tiene que ver esto con lo de anoche? —preguntó Clary.
—No —soltó Jocelyn. Luego continuó, algo dudosa—: Quizás un poco. No debiste hacer lo que hiciste anoche. Lo sabes perfectamente.
—Pero si Aliona también lo vio —replicó Clary—. Y su padre no la está castigando de por vida. Ya he pedido perdón. ¿De qué va todo esto? Si me estás castigando, hazlo de una vez.
Jocelyn guardó silencio un momento antes de responder.
—No te estoy castigando
Definitivamente, Aliona no tenía ganas de meterse en medio de esa discusión. Así que bajó y se sentó al pie de las escaleras que daban a la calle, agradeciendo llevar ropa abrigada y sus botas marrones. Podía esperar ahí a Simon.
Desde esa posición, veía la casa de piedra rojiza de Clary, dividida en apartamentos. Las Fray compartían el edificio de tres plantas con otra inquilina en la planta baja: Madame Dorothea. En su puerta, una placa dorada rezaba: MADAME DOROTHEA, VIDENTE Y PROFETISA.
Por la ventana, Aliona vio a Madame Dorothea hablando con un hombre alto. De pronto, Dorothea notó su presencia, se detuvo y se apresuró a cerrar las cortinas. El hombre se dio la vuelta. Su tez era del color del jarabe de arce, con el cabello enmarañado. Le dedicó una sonrisa deslumbrante, mostrando dientes blancos y afilados. Entonces lo vio: unos ojos dorado-verdosos, como los de un gato, que brillaban con una luz antinatural.
Las cortinas se cerraron de golpe. Un escalofrío le recorrió la espalda, como si una ráfaga helada la hubiera atravesado. Se le erizó la piel al instante. Miró hacia la calle, buscando a alguien que también lo hubiera visto, pero todo seguía normal, como si nada hubiera pasado.
«Esto no está pasando. Es producto del estrés.»
Sintió como una mano se posaba en su hombro y dio un pequeño salto del susto. Era Simon.
—¿En qué andas pensando? —preguntó Simon.
—Nada —soltó rápidamente—. ¿Por qué tardaste tanto?
—Fueron solo dos minutos. Vamos, hay que ir por Clary.
—Sí, estaba discutiendo con su mamá.
Simon le tomó la mano y la arrastró escaleras arriba. Justo estaban por tocar la puerta de los Fray cuando lo escucharon.
—Si estuviéramos fuera de la ciudad... —dijo Jocelyn. Su voz sonaba tensa.
—Habla con ella, Jocelyn —la voz de Luke sonó con firmeza—. Lo digo en serio.
Simon y Aliona se miraron, y luego acercaron los oídos a la puerta con la esperanza de escuchar mejor.
De repente, la puerta se abrió de golpe.
Jocelyn soltó un pequeño grito.
—¡Jesús! —exclamó Luke.
—En realidad, solo somos nosotros —dijo Simon.
—Y la verdad, no nos parecemos mucho —añadió Aliona con una sonrisa.
Simon agitó la mano en dirección a Clary desde la entrada.
Jocelyn bajó la mano de su boca, aún un poco sobresaltada.
—Chicos... ¿estaban escuchando?
Aliona y Simon pestañearon, intentando parecer inocentes.
—No, acabamos de llegar —dijeron al unísono.
«Ahí se fue nuestro acto», pensó Aliona, mientras dirigía la mirada del rostro pálido de Jocelyn al semblante sombrío de Luke.
—¿Sucede algo? —preguntó—. ¿Deberíamos irnos?
—No se molesten —dijo Luke—. Creo que hemos acabado aquí.
Le dirigió una mirada rápida a Aliona—una que nunca le había dedicado—, luego se abrió paso entre Aliona y Simon, bajando ruidosamente las escaleras con paso rápido. Se escuchó cómo la puerta de la calle se cerraba de un portazo. Ella y Simon permanecieron en la puerta.
«Deberíamos habernos quedado en la entrada»
—Podemos regresar más tarde —dijo Simon, mientras Aliona asentía—. No sería ningún problema.
—Eso podría... —empezó Jocelyn.
—Olvídenlo, chicos. Nos vamos —declaró Clary, agarrando su bolsa mensajero de un gancho cerca de la puerta. Se la colgó al hombro y le dirigió una mirada desafiante a su madre.
—Nos vemos luego, mamá.
Jocelyn parecía insegura.
—Clary, ¿no crees que deberíamos hablar sobre esto?
—Tendremos muchísimo tiempo para hablar mientras estemos de “vacaciones” —repuso Clary en tono sarcástico, y Aliona pudo ver cómo Jocelyn se estremecía.
—No me esperes levantada.
—Clary, tal vez sería mejor... —quiso añadir Aliona, pero Clary se acercó rápidamente, los agarró por el brazo y los medio arrastró fuera de la puerta.
Aliona miró por encima del hombro a la madre de Clary, que permanecía desamparada en la entrada, con las manos entrelazadas. Se sintió terriblemente mal, pero Clary obviamente quería irse.
—¡Adiós, señora Fray! —se despidieron Simon y Aliona.
—¡Que pase una buena noche! —añadió Simon.
Jocelyn iba a decir algo más, pero Clary, ya harta, cerró la puerta de golpe tras ellos, interrumpiendo cualquier respuesta.
—Jesús, tía, no me arranques el brazo —protestó Simon.
—Sí, nos vamos a caer por las escaleras —añadió Aliona.
Clary los ignoró mientras seguía bajando, sus zapatillas golpeando furiosamente los escalones.
—Lo siento —masculló Clary, soltandolos por fin.
Se detuvieron al pie de las escaleras, frente a la puerta principal. De la puerta entreabierta de Madame Dorothea salía un espeso humo dulzón, probablemente incienso. Aliona sintió un escalofrío al recordar al hombre de los ojos de gato.
—Es agradable ver que su negocio va viento en popa —comentó Simon—. Estos días es difícil encontrar trabajo estable como profeta.
—¿Tienes que ser sarcástico con todo? —le dijo Clary, algo más brusca de lo habitual.
—Oye, tranquilízate —respondió Aliona—. Nosotros no somos los que te van a mandar de “vacaciones”.
Clary pareció arrepentida. Simon iba a decir algo, pero en ese momento la puerta de Madame Dorothea se abrió de par en par.
El hombre gato salió. Los vio, y les dedicó una sonrisa extraña, mostrando sus dientes blancos y afilados.
Aliona sintió que las piernas le temblaban. Clary también se quedó inmóvil, pálida.
Simon las miró con inquietud.
—¿Se encuentran bien? Parecen a punto de desmayarse.
—¿Qué? No... estoy perfectamente —dijo Clary con rapidez.
Aliona prefirió guardar silencio, pero Simon claramente no quería dejarlo pasar.
—Parece como si hubieran visto un fantasma.
—Nada, me pareció ver el gato de Dorothea, pero supongo que solo fue la luz que me engañó —soltó Clary, y Simon la miró fijamente.
—No he comido nada desde ayer —añadió ella a la defensiva—. Imagino que estoy un poco fuera de combate.
—Creo que me estoy volviendo loca. ¿Acaso no lo vieron? —susurró Aliona.
Clary y Simon la miraron confundidos. Clary se acercó a ella y le puso una mano en la frente.
—No tiene fiebre —comentó, mirando a Simon.
—Probablemente porque no ha almorzado —respondió él. Y Aliona quiso convencerse de que era la falta de azúcar.
Simon deslizó un reconfortante brazo sobre los hombros de ambas chicas.
—Vamos, les invitaré a comer algo.
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—Simplemente no puedo creer que esté actuando así —dijo Clary por cuarta vez, persiguiendo con la punta de un nacho un poco de guacamole errante.
Estaban en un local mexicano del barrio, un cuchitril llamado Mama Nacho. Simon mordía su burrito vegetariano y Aliona comía sus tacos.
—Como si castigarme una semana sí y otra también no fuera suficiente. Ahora estaré exiliada el resto del verano.
—Bueno, ya sabes, tu madre se pone así de vez en cuando —repuso Simon, sonriendo desde detrás de su burrito—. Como cuando aspira o espira.
—Vale, tú puedes actuar como si fuera divertido —resopló Clary—. No es a ti a quien van a arrastrar al medio de la nada durante Dios sabe cuánto tiempo...
—Clary —intervino Aliona con calma—, Tu mamá parece estar asustada por algo. No creo que sea solo un castigo.
—Gracias por el apoyo —replicó Clary.
—Tal vez, eres la hija de un mafioso millonario, y tu mamá te oculto de él y ahora te busca para dejarte su herencia —añadió Aliona— Ya sabes, como en las novelas
—Lees muchas novelas —replicó Clary
—De cualquier manera, tu castigo no será permanente —añadió Simon.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque conozco a tu madre. Nosotros hemos sido amigos durante, ¿diez años? Sé que a veces reacciona así. Pero se le pasará.
Clary tomó un chile de su plato y lo mordisqueó, pensativa. Aliona apoyó el codo en la mesa, mirándola con curiosidad.
—¿Es eso cierto? —preguntó Clary—. ¿Lo de conocerla, quiero decir? A veces me pregunto si alguien lo hace.
—Ahí me he perdido —dijo Simon, parpadeando.
—Nunca habla sobre sí misma. Ni sobre su infancia, ni su familia, ni demasiado sobre mi padre. Es como si su vida comenzará cuando me tuvo a mí.
—Eso es un poco raro, pero si tiene esas cicatrices—dijo Aliona
Clary parecía sorprendida.
—¿Tiene qué?
—Esas cicatrices pequeñas y finas. En la espalda y los brazos. He visto a tu madre en bañador.—Respondió Simon
—Jamás me he fijado en eso —Clary frunció el ceño—. Creo que imaginas cosas.
Aliona iba a preguntar algo más, pero el teléfono de Clary empezó a sonar. Lo sacó, hizo una mueca.
—Es mi madre.
—Me he dado cuenta por tu cara —bromeó Simon—. ¿Vas a contestar?
—No ahora. No quiero pelear.
—Siempre puedes quedarte en mi casa —ofreció Aliona—. Podemos hacer una pijamada, los tres.
—Bueno, veremos si se tranquiliza primero.— Puso el buzón de voz. La voz de Jocelyn sonó tensa. «Cariño, lamento haberte soltado tan de sopetón los planes para ir de vacaciones. Ven a casa y charlaremos». Clary colgó antes de que terminara.
—¿Vas a hablar con ella? —preguntó Aliona.
—No lo sé —murmuró Clary, pasándose el dorso de la mano por los ojos—. ¿Todavía irán al recital poético?
—Prometí que iría —respondió Simon.
—Entonces vamos. La llamaré después.
Aliona se levantó empujando la silla, y dejando propina sobre la mesa. La correa de lado se le resbaló por su hombro y Simon se la volvió a subir distraídamente.
En el exterior, el aire resultaba esponjoso debido a la humedad, humedad que esponja el cabello de Aliona, rizaba los cabellos de Clary y le pegaba a Simon la camiseta azul a la espalda.
—¿Y bien, cómo le va al grupo? —preguntó Clary—. Se oían muchos gritos de fondo cuando hablé contigo antes.
El rostro de Simon se iluminó.
—Las cosas van la mar de bien —respondió—. Matt dice que conoce a alguien que podría conseguirnos una actuación en el Scrap Bar. Estamos buscando nombres otra vez.
Aliona arqueó una ceja, divertida.
—¿No es como el cuarto intento de nombre?
—Octavo, para ser precisos —respondió Simon, alzando los brazos—. Pero esta vez será épico. Ya verán.
—¿En qué nombres están pensando? —preguntó Aliona.
—Estamos eligiendo entre Conspiración Vegetal Marina y Panda Inmutable.
Clary y Aliona se miraron horrorizadas.
—Los dos son terribles —dijo Clary.
—Panda Inmutable suena como un peluche deprimido —añadió Aliona, negando con la cabeza.
—Eric sugirió Tumbonas en Crisis.
—Prometo que si suben al escenario con ese nombre, fingiré no conocerlos —añadió Aliona con tono solemne.
—Tal vez Eric debería seguir con los videojuegos —comentó Clary.
—Pero entonces tendríamos que encontrar un nuevo baterista.
—¿Eric es baterista? —preguntó Aliona, sorprendida.
—Y yo que pensaba que se limitaba a tratar de impresionar a las chicas de la escuela diciendo que pertenece a un grupo —añadió Clary.
—Nada de eso —respondió Simon con toda tranquilidad—. Eric se ha reformado. Tiene una novia. Llevan tres meses saliendo. Lo que significa que soy el único miembro del grupo que no tiene una novia. Lo que, como ya sabes, es precisamente lo que se pretende al estar en un grupo: conquistar a las chicas.
—Pensaba que se trataba de la música —dijo Clary.
Mientras caminaban, Aliona se distrajo al pasar frente a una tienda. En el escaparate, un hombre con orejas puntiagudas hojeaba una revista.
«Seguro es por un evento del Señor de los Anillos», pensó, aunque no pudo evitar mirarlo dos veces. Sintió un nudo incómodo en el estómago. ¿Y si no era una coincidencia? «Ya basta, no dramatices» pensó
—De todos modos, ¿a quién le importa si tienes una novia? —preguntó Clary, aún sonriendo.
—A mí me importa —respondió Simon con melancolía—. Muy pronto, las únicas personas que no tendrán novia seremos yo y Wendell, el conserje de la escuela. Y él huele a limpiacristales.
—Pensé que ya tenías suficiente con dos chicas, Simon —soltó Aliona.
—¿Dos chicas? —preguntaron Clary y Simon al unísono.
—Clary y yo, Simon. Tú no tomas en serio nuestro trío amoroso —dijo Aliona dramáticamente.
Simon soltó una carcajada
—Todavía te ríes en nuestra cara, hombre infiel.—dijo Clary, siguiendo el juego.
—Hombres, todos son iguales —añadió Aliona, negando con la cabeza—. Necesito una cláusula de fidelidad en esta relación poliamorosa, mínimo.
De repente, vieron a una señora que los miraba mientras se persignaba. Los tres compartieron una mirada y rompieron en carcajadas.
—Bueno, mis queridas novias, andando —dijo Simon mientras pasaba un brazo por los hombros de cada una.
Aliona iba a decir algo, cuando el teléfono de Clary volvió a sonar
—¿Es tu madre otra vez? —preguntó él.
Aliona y Simon miraron a Clary, que parecía culpable, ella alzó la mirada y los miró, pareció pensar en algo.
—Vamos —dijo—. Llegaremos tarde al espectáculo.

Chapter 4: CAPITULO 4

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Para cuando llegaron a Java Jones, Eric ya estaba en el escenario, balanceándose de un lado a otro frente al micrófono, con los ojos bizqueando. Se había teñido las puntas de los cabellos de rosa para la ocasión. Detrás de él, Matt, con aspecto de estar como una cuba, golpeaba irregularmente un djembé.
—Esto va a ser una auténtica porquería —pronosticó Clary, y agarró a ambos de los brazos, tirando de ellos hacia la puerta—. Si salimos huyendo, todavía podemos escapar.
Simon movió negativamente la cabeza con determinación.
—Soy un hombre de palabra. —Cuadró los hombros—. Les traeré café ¿Qué quieren?
—Café solo. Negro… como mi alma.
—Un capuchino y si se puede una almohada, por si me duermo del aburrimiento.— dijo Aliona, que parecía reconsiderar como llegó hasta ahí.
Simon se dirigió al mostrador. Mientras Aliona y Clary buscaban asientos.
La cafetería estaba llena para ser un lunes; la mayoría de los desgastados sofás y sillones estaban ocupados por jóvenes que disfrutaban de una noche libre. El olor a café y a cigarrillos de clavo era abrumador. Por fin, Aliona encontró un sofá desocupado en un rincón oscuro del fondo, agarró a Clary del brazo, mientras la arrastraba hacia ahí. La única otra persona por ahí era una rubia con una camiseta naranja sin mangas, jugando absorta con su iPod.
« Genial —pensó Aliona—. Así Eric no podrá encontrarnos después para preguntarnos qué tal nos pareció su poesía, y yo no estaré obligada a decirle que fue una porquería».
La rubia le dio un golpecito en el hombro a Aliona
—Perdona, ¿es ese tu novio? —preguntó la muchacha.
Aliona siguió la dirección de la mirada de la chica, la chica se refería a Simon, que se dirigía hacia ellas, con el rostro contraído en una expresión concentrada, mientras intentaba no dejar caer ninguno de los vasos de poliestireno.
« Uy —pensó Aliona—. Esto es una historia de amor, y recién está comenzando ».
—No, solo es nuestro amigo —respondió Aliona— Y si, está soltero.
La chica sonrió.
—¿Es gay?
Aliona y Clary se rieron mientras negaban. La chica rubia vió a Simon acercandose y se volvió a sentar apresuradamente mientras él depositaba los vasos en la mesa y se dejaba caer junto a Clary.
—No lo soporto cuando se quedan sin tazas. Esas cosas están ardiendo.
Se sopló los dedos y puso cara de pocos amigos. Aliona estaba sonriendo mientras lo miraba fijamente intentó ocultar una sonrisa mientras le observaba. Por lo general, no pensaba en si Simon era guapo o no. Es decir, ella sabía que era guapo, cada vez que salían por lo menos una chica se le quedaba mirando, tal vez si se cortaba un poco el pelo…
—Me están mirando fijamente —dijo Simon—. ¿Tengo algo en la cara?
—No mires ahora, pero esa chica rubia de ahí cree que eres mono —susurró Clary.
Los ojos de Simon se movieron lateralmente para contemplar con atención a la muchacha, que estudiaba con aplicación un ejemplar de Shonen Jump.
—¿La chica del top naranja?
Clary y Aliona asintieron al mismo tiempo.
—¿Qué les hace pensar eso? —preguntó Simon, desconfiado.
Aliona iba a responder, pero un pitido chirriante salió de los parlantes. Hizo una mueca de dolor y se cubrió los oídos. En el escenario, Eric forcejeaba con el micrófono.
—¡Lo siento, chicos! —chilló este—. Muy bien. Soy Eric, y este es mi colega Matt a la batería. Mi primer poema se llama « Sin título» . —Crispó la cara como si sintiera dolor, y gimió al micrófono—: ¡Ven mi falso gigante, mi nefando bajo vientre! ¡Unta toda protuberancia con árido celo!
Aliona resopló, intentando no atragantarse con el capuchino. «Debimos escapar cuando pudimos», pensó.
Simon se deslizó hacia abajo en su asiento.
—Por favor, no digan a nadie que le conozco.
—¿Quién usa la palabra «bajo vientre»? —preguntó Clary.
—Eric —respondió Aliona, llevándose la taza a los labios.
—¡Turgente es mi tormento! —gimió Eric—. ¡La zozobra crece en el interior!
—De todos modos, sobre la chica que piensa que eres guapo… —empezó a decir Clary, y se deslizó hacia abajo en su asiento
—Ni se preocupen por eso ni un segundo —le cortó él, y las chicas le miraron con un pestañeo sorprendido—. Hay algo de lo que les querían comentar.
—Ah. —Clary alzó un hombro en un gesto de indiferencia—. Vaya, no sé. Pide a Jaida Jones que salga contigo
—No quiero pedirle a Jaida Jones que salga conmigo.
—¿Por qué no? —Clary parecía enojada—. ¿No te gustan las chicas listas? ¿Todavía buscas un cuerpo rocanroleante?
—Ninguna de las dos cosas —respondió él, que parecía agitado—. No quiero pedirle para salir porque en realidad no sería justo para ella que lo hiciera…
Sus palabras se apagaron. Clary y Aliona se inclinaron hacia al frente.
—¿Por qué no?
—Porque me gusta otra persona —contestó Simon.
« Que no sea Paula, que no sea Paula», suplicó mentalmente Aliona, a Paula le gustaba Simon, pero hablaba mal de Clary y Aliona, probablemente por celos.
Simon estaba ligeramente verdoso, igual que lo había estado en una ocasión cuando se rompió el tobillo jugando a fútbol en el parque y tuvo que regresar a casa cojeando sobre él. Así que se preparó mentalmente, debía de ser algo serio si se ponía así.
—No eres gay, ¿verdad?—preguntó Clary.
El color verdoso de Simon se intensificó.
—Si lo fuera, me vestiría mejor.
—¿No será… Paula, verdad? —preguntó Aliona.
—No es Paula —murmuró Simon, casi inaudible. Luego, con un suspiro que pareció salir de lo más profundo de su ser, levantó la mirada. Sus ojos se posaron en Clary.
Aliona parpadeó, confundida al principio. Pero entonces lo entendió. Fue como si algo encajará de golpe, como si una imagen borrosa por fin se enfocara. ¿Desde cuándo…? ¿Cómo no lo había visto antes?
—En ese caso, ¿quién es? —preguntó Clary.
Parecía que Clary iba a decir algo más, pero entonces se escuchó que alguien tosía sonoramente a su espalda. Era una clase de tos burlona, la clase de sonido que alguien emitirá si intentaba no reír en voz alta.
Volvió la cabeza. Sentado en un descolorido sofá verde, a pocos centímetros, estaba Jace. Llevaba puestas las mismas ropas oscuras de la noche anterior. Los brazos estaban desnudos y cubiertos de tenues líneas blancas, como si fueran viejas cicatrices. En las muñecas llevaba amplias pulseras de metal; y se veía el mango de hueso de un cuchillo sobresaliendo de la izquierda.
Él miraba a Clary con una expresión divertida, él no había estado ahí hace 5 minutos
—¿Qué sucede?
Simon había seguido la dirección de sus miradas, pero era evidente, por su rostro inexpresivo, que no podía ver a Jace.
«Pero nosotras sí podemos verlo, ¿por qué?».
Mientras lo pensaba, Jace finalmente miró hacia ella, la analizó un momento para luego sonreír de lado y alzar la mano izquierda para saludarlas, un anillo centelleo en su dedo.
El joven se puso en pie y empezó a caminar, pausadamente, hacia la puerta.
Simon las estaba llamando y preguntaba si se encontraban bien.
—Volveré enseguida — oyó decir a Clary, mientras se levantaba del sofá de un salto y salió tras él.
—¿Qué demonios…? —murmuró Simon, girándose hacia Aliona—. ¿Por qué Clary se está comportando tan raro?
Aliona no respondió. Todavía tenía la mirada fija en la puerta por la que ambos habían desaparecido. ¿debía de seguirlos? ¿debía de quedarse?. Finalmente se decidió por quedarse, era más que claro que Jace estaba interesado en hablar con Clary.
El silencio entre ellos se hizo largo.
Simon se inclinó hacia ella, tocándole levemente el hombro.
—¿Aliona? ¿Estás bien?
—¿Enserio no lo viste?
Él parpadeó, confundido. Antes de que pudiera responder, ella negó con la cabeza.
—... Olvidalo
Hubo un breve silencio. Luego, Aliona se enderezó en su asiento y le preguntó casualmente.
—¿Por qué no invitas a salir a la rubia?
Además del hecho de que a Clary, en realidad, no le gustaba Simon, Aliona no quería que su amigo terminara con el corazón roto.
—Ya lo dije, no sería justo. Además me estoy reservando para otra persona.
—¿Quién? —Aliona fingió no saber nada.
Simon abrió la boca para responder, pero en ese momento terminó la actuación de Eric y un breve aplauso estalló entre los asistentes. Simon alzó los pulgares con una sonrisa forzada hacia el escenario, como si realmente hubiera disfrutado el poema.
—Su poesía está cada vez peor, como su amigo deberías decírselo.
—Quizá su poesía es buena, pero aun no lo sabemos. —respondió Simon con aire pensativo—. Tal vez es tan profunda que se nos escapa.
Aliona le lanzó una mirada.
—¿De verdad crees eso?
—No.

Aliona iba a soltarse a reír, pero se detuvo al escuchar el tono de llamada de su celular. Miró la pantalla.
«Mamá de Clary». Deslizó para contestar
—¿Señora Fray?
—¿Aliona? Gracias a Dios—A Aliona le recorrió una sensación de pánico.— ¿Clary está ahí? No me contesta —la voz de Jocelyn sonaba urgente.
—No, salió hace unos minutos. ¿Pasó algo?
Se escuchó por la línea, unos sonidos de golpes, como si hubiera una pelea
—¿A dónde fue?¿Se fue con alguien?
—Fue tras un chico —respondió Aliona—. Rubio y con unos tatuajes raros. Nadie más podía verlo. Solo Clary y yo.
Los ruidos al otro lado se intensificaron. Algo cayó, como un objeto pesado contra el suelo.
—¿Jocelyn?
La voz de Jocelyn regresó, más urgente
—Escúchame, Aliona. Busca a Clary. Vayan a tu casa, o a la de Simon. No te quedes ahí. Y no te separes de Simon. No confien en nadie, solo en Luke, diganle… que Valentine me ha encontrado.
—¿Qué está pasando?
—Haz lo que te digo —la interrumpió—. Por favor.
Y la llamada se cortó.
—¿Aliona? —preguntó Simon, notando su expresión—. ¿Qué pasó?
—Tenemos que buscar a Clary. — Dijo mientras guardaba rápidamente su celular y se dirigió por la puerta trasera.

Chapter 5: CAPITULO 5

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Cuando salieron no se encontraba, ni Clary ni Jace, continuaron buscando pero no la encontraron, y no contestaba ninguna de sus llamadas.
La desesperación comenzó a apoderarse de ella. Esa clase de angustia que se enrosca en el pecho como un puño cerrado. Y para colmo, empezó a llover.
Aliona se apartó el cabello empapado de la cara, respirando con dificultad.
Tenía la ropa pegada al cuerpo y las manos heladas.
—Simon… busca a Luke —dijo al fin, temblando—. Yo iré a la casa de Clary. Nos comunicamos si la encontramos.
Simon dudó un segundo, como si no quisiera dejarla sola en ese estado, pero luego asintió.
—Está bien. Ten cuidado.
Aliona apenas asintió, y echó a correr bajo la lluvia.
Sus zapatillas chapoteaban en los charcos. Cada bocanada de aire le quemaba los pulmones.
«No te separes de Simon», había dicho Jocelyn. Y, sin embargo, aquí estaba. Sola.

Mientras trotaba calle arriba en dirección a la casa de Clary, vio que las ventanas del segundo piso estaban iluminadas.
« Estupendo —se dijo—. Todo está bien» .
Pero sintió un nudo en el estómago en cuanto pisó la entrada. La luz del techo se había fundido, y el vestíbulo estaba a oscuras. Las sombras parecían llenas de movimientos clandestinos.
Empezó a subir lentamente las escaleras. Apenas empujó la puerta, supo que nada estaba bien.
Estaba entreabierta.
El vestíbulo, oscuro. Silencioso.
Avanzó con cautela.
—¿Clary?
El crujido de la madera sonó bajo sus pies.
Subió las escaleras. El silencio era tan denso que dolía. Parecía que en había sucedido alguna pelea, por todas las cosas rotas en el suelo.. No había rastros de Clary, ni de su madre. Solo vacío. Su pecho se apretó con fuerza. La angustia le subía por la garganta como bilis.
Sacó su celular y llamó a Clary. Una vez. Dos veces. Buzón de voz.
Marcó a Simon.
—¿La encontraste? —preguntó él, con voz ansiosa.
—No… Simon, no está aquí. La casa está destrozada.
—Voy para allá.
—No —lo detuvo ella, respirando con dificultad—. Llama a la policía
—Esta bien, me llamas si sucede algo
—Okey
Colgó. Bajo las escaleras se dirigió a la calle
Se aferró con fuerza su chaqueta mojada y echó a correr, esta vez hacia su casa.
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La lluvia seguía cayendo con fuerza cuando Aliona abrió la puerta de su casa. Estaba empapada hasta los huesos, con el cabello pegado al rostro y los labios temblando por el frío. En cuanto el calor del hogar la envolvió, sintió un leve alivio.
—¡Aliona! — Martha se acercó rápidamente hacia ella, su voz llena de alivio y cariño—. ¡Por todos los cielos, niña! ¡Estás hecha un desastre!
Aliona esbozó una sonrisa débil.
—Hola, Martha. Perdón… Fue un día muy largo.
Martha. era la niñera de 64 años de Aliona, que desde la muerte de su madre se había encargado de cuidarla a ella y a su hermano, estaba con su delantal de flores y el cabello recogido con un moño desordenado. Seguro que la había preocupado por cómo la miraba.
—Mira cómo vienes… —dijo, acercándose—. Anda, deja esos zapatos aquí mismo. Voy a prepararte una sopa caliente, ¿sí? Te vas a enfermar.
Aliona asintió en silencio. Subió las escaleras con pasos lentos.
En su cuarto, se quitó la ropa mojada y se metió a la ducha. Ya dentro cuando el agua caliente se deslizaba por su cuerpo, no pudo evitar pensar sobre cuando fueron a pandemonium. Ahí había empezado todo esto, los monstruos y la desaparición de Clary. Sin querer sus pensamientos fueron a pasar a Alec, su cabello negro y sus hermosos ojos azules, sacudio la cabeza y se obligo a dejar de pensar en él.
A pesar de todo. El miedo no era la emoción exacta, sino una mezcla de pánico y un terrible reconocimiento. Esa sensación seguía creciendo, envolviéndola. Finalmente, Aliona terminó de ducharse, salió de la ducha, se puso un suéter grueso y unos pantalones de pijama. Escuchó el estruendo de una olla cayendo al suelo, pero no le dio importancia y se dispuso a salir de la habitación.
Respiró hondo y bajó las escaleras. Cuando llegó al final de la escalera para ir al comedor, la recibió el aroma de la sopa de pollo, con un toque de algo metálico que le revolvió el estómago. Todo estaba en silencio, demasiado silencio. Entonces, la sensación de pánico regresó con fuerza.
—Martha… —la llamó suavemente al llegar al comedor.
No hubo respuesta. Solo un leve sonido. Se acercó lentamente a la sala de estar. Una extraña sensación hizo que se le erizaran los vellos de la nuca. Se dio la vuelta y se dirigió a la cocina.
Entonces lo escuchó, un sonido ahogado, como cuando alguien no podía respirar.
—Martha… —repitió, esta vez con la voz temblorosa .Mientras se dirigía a la cocina
La cuchara de madera estaba tirada en el suelo. La olla seguía hirviendo sola.
De repente sintió como su cuerpo se tensaba.
Dio un paso más.
El cuerpo de Martha yacía boca arriba, con los ojos abiertos e intentando respirar. Sus manos estaban rígidas, los dedos ligeramente arqueados como si hubiera intentado defenderse en el último segundo, mientras la sangre empezó a extenderse alrededor de donde se encontraba su cabeza. Entonces dejó de respirar.
Aliona soltó un gemido ahogado, cubriéndose la boca con las manos.

Chapter 6: CAPITULO 6

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No se dio cuenta de que estaba gritando hasta que oyó su propio grito desgarrando el silencio mortal de la casa. El sonido rebotó contra las paredes como un eco de pesadilla. En ese instante, se giró para salir corriendo.
Al girarse completamente, lo vio: un perro. Pero no era un perro común. Su pelaje se movía como si estuviera vivo, ondulando en contra de toda lógica. Parecía un pitbull, pero era dos veces más grande de lo normal. Lo que le heló la sangre fueron sus ojos: completamente blancos, sin pupilas. Empezó a gruñir mostrando sus dientes, tan afilados como navajas.
El pánico la golpeó como un martillo. Sus piernas se movían por puro instinto mientras el monstruo emitía un gruñido que sonaba como metal contra metal. Logró llegar al baño y se ocultó detrás de la puerta, el perro entró buscándola, entonces salió rápidamente y cerró la puerta del baño, cuando pensaba que ya estaba a salvo, el vidrio templado del baño se rompió y por esa pequeña abertura pudo verlo, el perro sacudía la cabeza enojado.
Su cabeza pareció partirse por la mitad, y agrandarse, mientras sus extremidades se alargaban como si de tentáculos se tratara, y empezó a golpear la puerta hasta que empezó a astillarse.
«No confíes en nadie. Solo en Luke», escuchó la voz de Jocelyn en su cabeza, justo cuando empezaba a entrar en pánico.
Corrió hasta el comedor, agarrando el teléfono fijo de la casa. Con manos temblorosas marcó el número de Luke. El teléfono sonó una vez... dos veces... y en la tercera, escuchó respiración pesada al otro lado.
—¡¿Aliona? —, pero la voz de Luke sonaba... diferente. Más grave.
—¡¡Luke, No sé qué está pasando! Algo me está persiguiendo—, su voz era un hilo tembloroso. —¡Y mató… mató a Martha…
—¿Qué?— Ahora su voz sonaba como si estuviera agitado, como si estuviera corriendo. —¿Dónde estás?.
—¡En mi casa, No lo sé qué es, pero tiene los ojos blancos y... y creo que se está transformando!—, respondió entre sollozos.
No pudo escuchar más ya que soltó el teléfono cuando escuchó como la puerta del baño se estaba rompiendo aún más. Aliona recordó que había gasolina en el almacén, fue hasta ahí, lo tomó y corrió hasta la cocina donde aún se encontraba el cuerpo de Martha a un costado y cerró la puerta.

Sus manos temblaban mientras lo destapaba y lo derramaba sobre todo lo que pudo alcanzar, El olor acre llenó sus pulmones.
En ese momento la puerta de la cocina empezó a romperse y el sonido le hacía difícil concentrarse, buscó algo que la pudiera ayudar, encontró un encendedor.
En ese momento la puerta se rompió en mil pedazos y se escondió en la despensa.
Lo que entró ya no era un perro. La criatura se contorsionaba de formas imposibles. Tentáculos negros brotaban de su espalda, cada uno terminando en una boca llena de dientes. Sus múltiples ojos blancos ahora cubrían todo su cráneo, parpadeando sin sincronía, y de su garganta salía un sonido que no pertenecía a este mundo.
Aliona se escondió detrás de un armario, pero sabía que era inútil. Podía sentir la presencia de la cosa, su aliento putrefacto llenando el aire. El monstruo comenzó a destruir todo a su paso buscándola.
Entonces arrojó el encendedor.
Todo explotó en una bola de fuego que iluminó la habitación. El monstruo aulló, un sonido tan agudo que los vidrios de las ventanas se hicieron pedazos. Desde su escondite, Aliona vio cómo la criatura se derretía como lo que parecía gelatina. Cuando por fin pensó que estaba a salvo, vio como los restos de color negro se movían reagrupándose, regenerandose.
Aliona salió corriendo hacia la salida de la casa, podía sentir sus pisadas acercándose, antes de poder llegar cayó al suelo y el monstruo se acercó rápidamente hacia ella, y pudo ver sus dientes afilados.
« Voy a morir» pensó desesperada.
Justo entonces, algo atravesó la ventana en una explosión de vidrio y madera. Un lobo gigantesco, imponente, de color gris oscuro y leonado. Pero lo más impactante eran sus ojos: eran de color azul, y de alguna manera supo que lo había visto antes. Sin embargo, no pudo recordar.
El lobo se abalanzó sobre la criatura con una ferocidad primitiva. Pelearon y destruyeron lo que quedaba de la casa, Aliona se escondía detrás de un sillón de la sala de estar. Pudo ver por las sombras que algo brillaba, y juró que vio una silueta humana, pero fue solo un momento que pudo haber sido su imaginación.
Finalmente, todo quedó en silencio, se quedó quieta apenas respirando. Salió detrás del sillón lentamente y se encontró con los ojos del lobo. Este la miraba tranquilo, definitivamente no quería hacerle daño. El lobo empezó a acercarse lentamente.
Cuando llegó al tercer paso. Sonó el timbre. Giró la cabeza rápidamente y cuando volvió para mirar el lobo ya no estaba.

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Con las piernas temblorosas, Aliona caminó hacia la puerta principal. Sus manos temblaban tanto que apenas podía sostener el picaporte. A través de la mirilla, vio a Simon empapado por la lluvia, con una expresión preocupada.
—¿Simon? —preguntó con voz ronca a través de la puerta.
—¡Aliona! Gracias a Dios. La policía está en camino a casa de Clary, pero necesitaba asegurarme de que estuvieras bien.
Abrió la puerta con manos temblorosas. Simon entró rápidamente, sacudiéndose el agua del cabello.
—¿Estás...? —comenzó a decir, pero se detuvo al ver su rostro pálido y sus ojos enrojecidos—. ¿Qué pasó?
Por un instante parecía que no podía hablar, mientras Simon miraba la sala de estar destruida. Aliona solo pudo lanzarse hacia adelante hacia los brazos de Simon mientras este la consolaba.
Finalmente pudo encontrar su voz.
—Martha... —dijo sollozando, señalando hacia la cocina—. Está muerta, Simon. Y había... Había algo aquí. Un monstruo.
Simon la miró con incredulidad, pero al ver las lágrimas corriendo por sus mejillas, su expresión se suavizó.
—¿Dónde está? —preguntó, mirando alrededor con cautela.
—Se fue. Un lobo... un lobo lo ahuyentó.
—Aliona, estás en shock. Vamos a...
—¡No estoy loca! —gritó, y luego se cubrió la boca, asustada por su propio volumen—. Por favor, Simon. Solo... sácame de aquí.
Simon asintió, tomando su rostro entre sus manos con suavidad.
—Está bien. Vamos a salir de aquí. ¿Tienes llaves del auto de tu padre?
Aliona negó con la cabeza.
—El carro está en el mecánico… —las lágrimas cayeron silenciosamente—Martha… No puedo dejar a Martha…
—Está bien, iré a ver — Simon se dirigió a la cocina, Aliona iba a detenerlo, pero él fue más rápido y cuando volvió su rostro estaba pálido. Aliona vió como intentaba controlar su expresión
—La policía se encargará, necesitamos ir a un lugar seguro.
Ambos subieron a su habitación y mientras Aliona recogía algunas cosas básicas en una mochila, Simon llamó a la policía. Su voz sonaba extrañamente calmada mientras reportaba la situación, omitiendo cuidadosamente las partes sobre monstruos y lobos.
—¿A dónde vamos? —preguntó Aliona mientras salían de la casa.
—A mi casa, por ahora. Mi mamá está, pero mi hermana se fue de paseo con sus amigas, así que puedes quedarte en su cuarto.
Tomaron un taxi y Aliona no podía evitar mirar por la ventana, en algún momento pudo escuchar a Simon hablando con su papá, contándole lo que había sucedido… El mundo se sentía diferente ahora, como si una capa se hubiera levantado, revelando horrores que siempre habían estado ahí.
—Simon —dijo de repente—, ¿crees que Clary está... muerta?
—No —respondió él inmediatamente, con más convicción de la que probablemente sentía—. Clary es más fuerte de lo que parece. Dondequiera que esté, va a estar bien.
Pero Aliona podía ver la preocupación en sus ojos. Y sintió que lo que sea que estuviera pasando, recién estaba iniciando.

Chapter 7: CAPITULO 7

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La casa de Simon, una casa de madera unifamiliar cuya fachada estaba pintada de un alegre color rojo, era acogedora. Su mamá siempre la había tratado como a una hija más, y normalmente se habría sentido segura ahí. Pero esa noche, no pudo quitarse el peso de lo que había sucedido.
Su padre le había llamado preocupado y habían conversado, y de alguna manera terminó dándole la misma versión que Simon le dio a la policía. Su padre lamentablemente no podía regresar hasta dentro de una semana, pero le aseguró que no se preocupara ya que un amigo de él se encargaría de todo.
Simon le preparó té caliente y se sentó a su lado en el sofá de la sala, esperando a que ella empezara a hablar.
—Creo que me estoy volviendo loca —murmuró Aliona finalmente.
—Hace una semana, habría dicho que sí, pero después de lo que pasó hoy, no lo sé.
—Quisiera que todo volviera a ser como antes —murmuró ella, acurrucándose en el sofá.
El teléfono de Simon sonó. Lo miró con sorpresa antes de contestar.
—¿Luke?
Aliona se enderezó inmediatamente.
—Sí, está aquí conmigo. Está bien, pero asustada... ¿Qué? ¿En serio?
La expresión de Simon cambió gradualmente de preocupación a confusión.
—Ah, okey. Entiendo. Gracias por avisar.
Colgó y se volvió hacia Aliona con el ceño fruncido.
—Luke dice que Clary se fue con unos familiares lejanos. Al parecer su madre tenía familia que nunca mencionó.
Aliona lo miró con incredulidad.
—¿Familiares lejanos? Simon, Clary siempre se quejaba de que no tenía más familia que su madre. Y además, ¿por qué se iría sin decirnos nada después de todo lo que pasó anoche?
—Lo sé —murmuró Simon—. A mí tampoco me cuadra. Luke sonaba extraño.
—¿Y no dijo nada sobre cuándo regresará?
—No. Solo que estaba segura y que no nos preocupáramos. —Simon pasó una mano por su cabello—. Esto no tiene sentido, Aliona.
Ella intentó dormir en la habitación de Rebecca, pero cada vez que cerraba los ojos, recordaba lo sucedido. Llegado un momento cuando pudo dormir no duró ni 5 minutos antes de despertar gritando. Finalmente, Simon se quedó sentado en una silla junto a su cama, tarareando una vieja canción de cuna hasta que el agotamiento la venció.

Al día siguiente, la señora Lewis la despertó con el aroma de panqueques y café, pero la calidez del desayuno no disipó las náuseas que crecían en su estómago. Cuando el teléfono sonó y la señora Lewis le dijo que era la policía, Aliona sintió un nudo en la garganta. Por un instante, había esperado que todo fuera una pesadilla. Pero no lo era.
En la comisaría, un detective de mediana edad los recibió en una sala fría de paredes grises. El hombre, con una libreta gastada en la mano, la miró con una mezcla de simpatía y cansancio.
—¿Usted es Aliona Vega? —preguntó, consultando una libreta.
—Sí, señor.
—Lamento su pérdida, señorita. Sabemos que la señora Martha Valdez la cuidaba desde hace años.
Aliona asintió, sin poder responder. Si decía algo, probablemente se soltaría a llorar.
—Según nuestros hallazgos preliminares —continuó el detective—, parece que la señora Valdez sufrió una caída accidental en la cocina. Se golpeó por la parte posterior de la cabeza y tuvo una hemorragia fatal.
—¿Una caída? —preguntó Aliona, incrédula—. ¿Está seguro? Pero yo vi...
Simon le apretó discretamente el brazo, advirtiéndole.
—Fue muy traumático para ella —intervino Simon—. Encontrar el cuerpo, quiero decir.
El detective asintió con comprensión.
—Por supuesto. Es completamente normal que en situaciones de shock, la mente llene los vacíos con... interpretaciones que no se ajustan a la realidad. ¿Había estado bebiendo la señora Valdez? ¿Tenía problemas de equilibrio?
Aliona negó con la cabeza. Martha nunca bebía, y siempre había sido extremadamente cuidadosa.
—Entiendo que es difícil de aceptar —dijo el detective con tono gentil—. Pero estos accidentes son más comunes de lo que se piensa. Un pequeño descuido...
Mientras el detective seguía explicando la «versión oficial», Aliona se sentía como si estuviera en un mundo completamente diferente al resto de la humanidad. ¿Cómo era posible que nadie más viera la verdad?
«Parece que soy yo, la que vive en un mundo diferente». Estaba claro que nadie más podía ver lo que ella veía, y si de verdad se estaba volviendo loca, si en realidad solo fue un accidente y nada más. ¿Entonces por qué ahora? Nunca le había sucedido, no entendía por qué. Tal vez simplemente había perdido la cabeza.
Pero no era la única, Clary también lo había visto esa noche en Pandemonium. Ella también pudo ver lo que el guardia y Simon no pudieron. «Sí, y ahora anda desaparecida».
¿Debería estar agradecida de no haber desaparecido? Ya no sabía.
—¿Señorita, se encuentra bien? —Se había perdido tanto en sus pensamientos, que ni se dio cuenta que el oficial había terminado de hablar.
—Si — De alguna manera recuperó su voz, mientras apretaba fuertemente la mano de Simon
—-------------------------------------------
El entierro de Martha se celebró en un cementerio pequeño, bajo un cielo gris que amenazaba con lluvia. Allí, junto a la tumba, se encontraba la familia de Martha, sus dos hijos y su esposo, David. Aliona pudo ver las lágrimas que corrían detrás de sus lentes oscuros. Cuando se acercó a dar el pésame junto con Simon, pensó que la culparían por su muerte. En cambio, cuando se acercó, el esposo de Martha la llevó a un lado.
—Gracias, le diste muchas alegrías a mi esposa —dijo el señor con voz ronca—. No te culpo por lo que sucedió, así que no te culpes. Fue solo un accidente, ¿de acuerdo? Ella te quería como a una hija. Y estoy seguro de que querría que fueras feliz.
El nudo en su garganta no le permitió respirar; entonces comenzó a llorar, y David la consoló. Quién diría que un dolor tan grande se pudiera empezar a sanar con palabras.
Aliona regresó con Simon, su brazo rodeando sus hombros, esperando dar un poco de consuelo. El sacerdote empezó a hablar de «la voluntad de Dios» y «el descanso eterno». La tristeza volvió a resurgir, y en parte el miedo. Entonces pensó en Martha, en su risa cálida y las palabras de aliento que le daba cuando pensaba que todo podría salir mal. Pensó en Clary, cuando eran más pequeños, y en cómo se hicieron amigos. Había estado jugando sola en el jardín cuando un niño empezó a jalarle el cabello. Justo cuando quería llorar, un niño de cabello castaño oscuro y una pelirroja llegaron corriendo. El niño se acercó a consolarla, mientras la pelirroja pateaba al niño, que había comenzado a llorar.
Por supuesto, habían terminado con la profesora hablando sobre el buen comportamiento, pero desde entonces habían estado siempre juntos.
En ese preciso momento se encendió una chispa dentro de ella, tenía miedo, pero Martha le había enseñado a seguir adelante, y Clary, donde quiera que estuviera, necesitaba que alguien luchara por ella.
Nadie más veía los monstruos que ella había visto. Pero no estaba loca, y no estaba sola. Tenía que encontrar respuestas.
Mientras se alejaban del cementerio, Simon apretó su hombro.
—No estás sola, Aliona. Descubriremos qué está pasando, ¿De acuerdo?—. Aliona asintió. La verdad estaba ahí fuera y la encontrarían.

Chapter 8: CAPITULO 8

Chapter Text

Al día siguiente, se dirigieron a la pequeña casa gris adosada de Luke. Cuando llegaron soplaba una brisa procedente del East River que balanceaba un pequeño letrero que había sobre los peldaños de ladrillo de la entrada, que decía « Libros Garroway, en buen estado, nuevos, usados y descatalogados. Sábados cerrado».
La tienda estaba cerrada y las luces apagadas. No había señales de la camioneta de Luke.
—¿Crees que se haya ido de vacaciones? —preguntó Simon, echando un vistazo a las ventanas oscuras.
—Tal vez, hay que seguir buscando—murmuró Aliona
Simon señaló hacia el pasillo entre las casas.
—Tal vez la puerta trasera esté abierta.
El estrecho pasillo entre las casas finalizaba en una alta valla de tela metálica, que circundaba el pequeño jardín trasero de Luke, en el que las únicas plantas que crecían bien parecían ser los hierbajos que habían brotado entre las losas.
—Me siento como una criminal — dijo Aliona mientras miraba las rejas
Simon empezó a trepar, pasó por encima de la valla y cruzó al otro lado. Aliona lo siguió y rápidamente se dio cuenta que era más fácil subir que bajar llegado un momento su bolso de hombro casi se atora, pero lo sacó ileso.
Ya tenía el pomo de la puerta en sus manos, cuando escuchó algo que la hizo detenerse en seco.
Pasos
—¿Oíste eso? —susurró.
—Si.
Se dirigieron rápidamente a los arbustos y se escondieron. Esperaron silenciosamente pero Luke no salió.
Aliona miró a Simon y señaló una ventana que estaba ahí. Se dirigieron lo más silenciosamente posible.
Luke estaba de espaldas, parecía apresurado y lo vio abrir una bolsa de lona verde, entonces se movió para un lado, estaba metiendo armas, cuchillos, dagas e incluso una espada, y brillaban, brillaban como lo hicieron las armas de los chicos en Pandemonium.
—Simon, ¿lo ves?.
Simon asintió y la miró
—No pareces muy sorprendida.
—Ya había visto esas armas antes.
Ya habían vuelto a esconderse en los arbustos. Y le contó todo, lo que había pasado en Pandemonium, la desaparición de Clary, el lobo y el monstruo.
Simon parecía estar procesando todo. Hasta que soltó
—Bueno si es así, deberíamos quedarnos a vigilar
—--------------------
Resulta que hacerse el detective y esperar escondido en un arbusto no es tan emocionante como parece. Aliona lo comprobó por décima vez cuando sintió los párpados pesados, luchando por no quedarse dormida, mientras Simon ya roncaba suavemente a su lado.
El sol se hundía en el horizonte, tiñendo el cielo de un naranja apagado, y no había pasado nada interesante en las horas que llevaban esperando.
Si me duermo solo unos minutos, no pasará nada… pensó, acomodando la cabeza contra la madera húmeda de la valla. ¿Qué era lo peor que podría suceder?
La respuesta llegó antes de que pudiera cerrar los ojos. Un estruendo metálico sacudió la valla al otro lado del jardín, seguido del sonido de alguien aterrizando pesadamente. Simon despertó con un sobresalto justo cuando una figura atlética cayó directamente sobre él.
Simon soltó un grito ahogado, forcejeando para liberarse.
Aliona se incorporó de golpe, con el corazón acelerado, justo a tiempo para ver a Simon corriendo hacia el otro lado y a Jace, que había caído de espaldas,se levantaba para perseguirlo con expresión asesina.
Se puso de pie de un salto, justo en el momento que Jace atrapó a Simón, sentado sobre él, que estaba boca abajo y con los brazos alzados sobre la cabeza.
—¡Le cogí! —Jace le agarró la muñeca. —Va, veamos tu cara…
—Sal de encima, imbécil presuntuoso —gruñó Simon,empujando a Jace.
—¡Jace! —exclamó Aliona
—¡Ah, cielos! —exclamó Jace con un deje resignado, reconociéndola—. Y yo que realmente esperaba haber atrapado algo interesante.
En ese momento, el sonido de alguien más trepando la valla los hizo volverse. Una figura familiar saltó al jardín con un ruido sordo.
—¿Simon?¿Aliona? —La voz incrédula de Clary cortó el aire nocturno.
Aliona sintió como si el aire se le escapara de los pulmones. Ahí estaba su mejor amiga, con los vaqueros desgarrados y hojas en el cabello pelirrojo, mirándolos con una mezcla de shock y reconocimiento.
Jace se incorporó con movimientos fluidos, sacudiéndose la tierra de la ropa.
—Pero ¿qué hacían ustedes dos ocultándose en los arbustos de Luke? —preguntó Clary, acercándose para abrazar a Aliona para luego dirigirse a quitar hojas del cabello de Simon.
Simon soportó sus atenciones con patente malhumor.
—De acuerdo, ya es suficiente. Puedo arreglarme el pelo yo solo, Fray —dijo, apartándose bruscamente
—-------
Estaban sentados en los escalones del porche trasero de Luke. Jace se había recostado en la barandilla y fingía diligentemente hacer caso omiso de ellos, mientras usaba la estela para limarse las uñas.
—Quiero decir, ¿sabía Luke que estaban ahí? —preguntó Clary.

—Claro que no —respondió Simon de mal talante—. Nunca le he preguntado, pero estoy seguro de que tiene una política de lo más rigurosa respecto a cualquier adolescente que aceche entre sus arbustos.
—Ustedes no son cualquiera; los conoce —dijo Clary, queriendo alargar la mano para tocarle la mejilla, que seguía sangrando ligeramente donde una rama la había arañado—. Lo principal es que están bien.
—¿Que estamos bien? —Aliona soltó una risa amarga—. Clary,desde que desapareciste han estado sucediendo cosas extrañas, eso sin contar que tu madre desapareció después de que nos llamó.
Clary se enderezó bruscamente.
—¿Mi madre te llamó? ¿Qué te dijo?
—Que te buscara, que no confiáramos en nadie excepto en Luke, y que le dijéramos que alguien llamado Valentine la había encontrado —Aliona hizo una pausa, viendo cómo Jace se tensaba al escuchar ese nombre—. Después se cortó la llamada. Simon te buscó por todo alrededor y le notificó a la policía, yo fui a tu casa, estaba destrozada y ustedes habían desaparecido.
Simon asintió.
—Después cuando nos dimos cuenta de que no aparecerían, volví a mi casa—. Su voz perdió fuerzas mientras se formaba un nudo en su garganta—. Entonces….
Dirigió su cabeza hacia arriba, para evitar que se le formaran lágrimas, intentando calmarse. El silencio fue roto por Simon, que continuó con la historia, probablemente sabiendo que ella no podría.
—Algo estaba en la casa de Aliona —continuó Simon—. Estaba atacando a Aliona, hasta que… bueno un lobo o algo así la defendió. Cuando llegué todo estaba destrozado y cuando me acerqué a la cocina. Ahí estaba Martha
Simon dio un suspiro y miró a Clary directamente.
—Martha está muerta, Clary.
El rostro de Clary se descompuso completamente. Respiró profundamente mientras procesaba la noticia
—¿Martha? Lo lamento tanto Aliona
—No te preocupes, ya paso—dijo Aliona ya tranquila
—¿Qué sucedió durante estos dos días? —añadió Simon—. La última vez que te vi, salías corriendo de Java Jones como un murciélago huyendo del infierno, y simplemente… desapareciste. No contestabas a tu móvil; luego el teléfono de tu casa fue desconectado; a continuación Luke me dijo que estabas con unos parientes al norte del estado cuando sabemos perfectamente que no tienes ningún otro pariente. Pensé que había hecho algo que te había cabreado
—¿Qué podrías haber hecho tú?
Clary intentó cogerle la mano, pero él la apartó sin mirarla a la cara.
—No lo sé —respondió—. Algo.
Jace, todavía ocupado con la estela, rió entre dientes. Aliona agarró una piedrita del suelo y se la lanzó con fuerza medida. Y lo golpeó justo en la frente.
—¡Eh! —Jace levantó la vista, indignado, sus ojos dorados brillando con incredulidad.
—Oh, perdón —replicó Aliona con falsa dulzura—. No sabía que tenías la piel tan delicada. ¿Necesitas que te consiga una tirita?
—Muy graciosa —respondió Jace con una sonrisa sarcástica—. Al menos ahora entiendo por qué pudiste usar un arma serafín. Claramente tienes instintos violentos.
—Sólo con personas irritantes, es un talento muy específico.
Se volvió para mirar hacia Clary y Simon.
—... llamarme y decirme que te habías liado con un rubiales teñido medio gótico que probablemente conociste en el Pandemónium. —Simon remarcó agriamente—. Me he pasado los tres últimos días preguntándome si estarías muerta.
«Vale, esto se puso incómodo».
—No me he liado con nadie —dijo Clary
—Y soy rubio natural —indicó Jace muy serio—. Sólo para que conste.
—Entonces, ¿qué has estado haciendo estos últimos tres días? —preguntó Simon, con los ojos llenos de sombrío recelo—. ¿Realmente tienes una tía abuela llamada Matilda que contrajo la gripe aviar y necesitaba que la cuidaran mientras se recuperaba?
—¿Te dijo eso Luke?
—No, se limitó a decir que habías ido a visitar a un pariente enfermo, y que tu móvil probablemente no funcionaba en el campo. No es que le creyéramos. Cuando vinimos todo estaba cerrado, así que nos dimos la vuelta y miramos por la ventana de atrás. Le vimos preparar una bolsa de lona verde como si se marchase a pasar fuera el fin de semana. Fue entonces cuando decidimos quedarnos por aquí y vigilar que sucedía.
—¿Por qué? ¿Sólo porque estaba metiendo cosas en una bolsa?
—Porque la estaba llenando de armas —respondió Aliona —. Cuchillos, un par de dagas, incluso una espada. Brillaban exactamente igual que la tuya —añadió, mirando a Jace.
—Ahora, ¿van a decir que nos lo estaba imaginamos? —El tono de la voz de Simon fue tan cortante como uno de los cuchillos de Luke.
—No —dijo Clary—, no voy a decir eso.
Echó una ojeada a Jace. Las últimas luces de la puesta de sol le arrancaban destellos de sus ojos.
—Voy a decirle la verdad —advirtió la joven.
—Lo sé.
—¿Vas a intentar impedírmelo?
Jace bajó la mirada a la estela que tenía en la mano.
—Estoy ligado por mi juramento a la Alianza —explicó—. A ti no te ata ningún juramento.
Aliona se sintió inquieta. Después de todo lo que había visto, parte de ella necesitaba desesperadamente que alguien le explicara qué estaba sucediendo.
Y de alguna manera supo, que lo que fuera que Clary les iba a contar, nada volvería a ser igual.
—De acuerdo —comenzó Clary mirando a Aliona y Simon—. Esto es lo que tienes que saber.
—----------------------------------
El sol había descendido totalmente por el horizonte, y el porche estaba sumido ya en la oscuridad cuando Clary dejó de hablar. Aliona y Simon habían escuchado su extensa explicación con una expresión casi impasible.
Hombres lobo, vampiros, brujos, hadas y cazadores de sombras, personas con sangre de ángel, que luchaban contra demonios, como aquella criatura que la había atacado.
Todo sonaba muy fantasioso, sin embargo una parte de ella coordinó todo en su cabeza y fue como si le hubieran quitado una venda de los ojos.
—Así que —dijo Clary—, ¿alguna pregunta?
Simon alzó la mano.
—Oh, sí. Varias preguntas.
—De acuerdo. Dispara.
Simon señaló a Jace.
—Bueno él es un… ¿cómo dices que llaman a la gente que es como él?
—Un cazador de sombras —respondió Clary.
—Un cazador de demonios —aclaró Jace—. Mato demonios. No es tan complicado, en realidad.
Simon volvió a mirar a su amiga.
—¿En serio?
Tenía los ojos entrecerrados, como si medio esperara que ella le dijera que nada de aquello era verdad, y que Jace era en realidad un lunático peligroso del que ella había decidido hacerse amiga por cuestiones humanitarias.
—En serio.
Simon mostraba una expresión concentrada.
—¿Y también hay vampiros? ¿Hombres lobos, brujos, todo eso?
Clary se mordisqueó el labio inferior.
—Eso he oído.
—¿Y tú los matas también? —preguntó Simon, dirigiendo la pregunta a Jace, que había guardado la estela en el bolsillo y se examinaba las impecables uñas en busca de defectos.
—Únicamente cuando han sido malos.
—¿Y el lobo que me salvó? —interrumpió Aliona—. ¿Era un hombre lobo bueno o malo?
Jace la miró con interés renovado.
—Depende. ¿Te dijo algo? ¿Se transformó?
—No... solo me miró y después desapareció cuando llegó Simon.
—Entonces probablemente era uno de los buenos —murmuró Jace—. Los malos no suelen hacer eso.
Aliona aceptó la explicación rápidamente, se giró para mirar a Simon, que se quedó sentado con la mirada fija en el suelo. Por un momento temió que se hubiera descompuesto o algo. Pero Simon tenía una fuerza mental más fuerte que ninguna otra persona que ella hubiera conocido.
Justo cuando iba a pellizcarle para ver si reaccionaba, Simon alzaba la cabeza.
—Es todo tan alucinante —dijo él.
Jace pareció sobresaltado
—¿Alucinante?
Simon asintió con el entusiasmo suficiente para hacer que sus negros rizos le rebotaran en la frente.
—Completamente. Es como Dragones y mazmorras, pero real.
Jace contemplaba a Simon como si fuera alguna especie singular de insecto.
—¿Es como qué?
—Es un juego —explicó Clary, incómoda—. La gente finge ser brujos y elfos, y mata a monstruos y cosas de esas.
Jace se mostró estupefacto.
—Los vampiros son geniales, ¿no? —preguntó Simon con entusiasmo—. Algunos deben ser despampanantes.
—Algunos, tal vez.
Aliona suspiró.
—Simon, esto no es un videojuego.
Jace bajó de la barandilla del porche.
—¿Bueno, vamos a registrar la casa o no?
Simon se puso en pie a toda prisa.
—Bueno ¿Qué estamos buscando?
—¿Estamos? —inquirió Jace con siniestra delicadeza—. No recuerdo haberte invitado a venir.
—Ah ¿Necesitamos permiso? —dijo Aliona como si hablará con un niño—. Porque seguro Luke no te dejará entrar.
Jace le dirigió una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—¿Quién dice que vamos a pedirle permiso?
—Oh, genial —murmuró Aliona—. Entonces podemos entrar.
Jace sonrió y se hizo a un lado para dejar el paso libre hasta la puerta
—. ¿Vamos?
Clary buscó a tientas el pomo de la puerta en la oscuridad. Esta se abrió encendiendo automáticamente la luz del porche, que iluminó el vestíbulo. La puerta que conducía a la tienda estaba cerrada; Clary movió el pomo.
—Está cerrada con llave.
—Permitidme, mundanos —dijo Jace, apartando a Clary a un lado con suavidad.
Aliona se dio cuenta entonces, que había una ligera tensión entre ellos. Jace y Clary parecian gravitar hacia el otro.
El joven sacó la estela del bolsillo y la presionó sobre la puerta. Simon le contempló con cierto resentimiento.
Definitivamente Simon y Jace no se llevarán bien, miró disimuladamente a Clary, que pareció no darse cuenta de la razón.
—Es una cosa seria, ¿verdad? —masculló Simon—. ¿Cómo lo soportas?
—Me salvó la vida.—respondió Clary
—¿Cómo…?
Aliona le dirigió una mirada seria.
—Simon basta, Jace está de nuestro lado
La puerta se abrió con un chasquido.
—Ahí vamos —anunció Jace, volviendo a guardar la estela en el interior del bolsillo.
La puerta trasera daba a un pequeño almacén, cuyas paredes desnudas tenían la pintura desconchada. Había cajas de cartón amontonadas por todas partes, los contenidos identificados con garabatos hechos con rotulador: « Narrativa» , « Poesía» , « Cocina» , « Interés local» , « Novela rosa» .
—El apartamento está pasando por ahí. —dijo Clary mientras se encaminaba hacia la puerta al otro lado de la habitación
Jace le sujetó el brazo. Aliona notó cómo los dedos de Jace se demoraron un segundo más de lo necesario, cómo Clary no se apartó inmediatamente.
«La tensión» Probablemente ni ellos mismos lo sabían, pero Aliona se dio cuenta rápidamente. Lo que sea que hubiera entre los dos. No sería algo pasajero.
Aliona le dirigió una mirada rápida a Simon
«Esto va a complicarse», pensó Aliona.
Clary miró a Jace nerviosa.
—¿Sucede algo?
—No lo sé. —Se abrió paso por entre dos estrechos montones de cajas, y silbó—. Clary, quizá te interese acercarte aquí y ver esto.
No es que pudieron ver mucho, había muy poca luz en el almacén, la única iluminación era la luz del porche que penetraba por la ventana.
—Está tan oscuro…
Llameó una luz, bañando la habitación con un brillante resplandor. Simon volvió la cabeza a un lado, pestañeando.
—¡Uf!
Aliona parpadeó, momentáneamente cegada.
—¿Cómo hiciste eso?
Jace lanzó una risita. Estaba sobre una caja precintada, con la mano alzada. Algo le refulgía en la palma, la luz escapaba entre sus dedos ahuecados.
—Luz mágica —explicó.
Simon farfulló algo por lo bajo. Aliona se encaramaba ya por entre las cajas, abriéndose paso hacia Jace, que estaba de pie detrás de un tambaleante montón de libros de misterio, con la luz mágica proyectándole un resplandor espectral sobre el rostro.
—Miren eso —dijo él, indicandoles un lugar situado más arriba en la pared.
Al principio, no vio nada pero a medida que los ojos se le ajustaban, comprendió que en realidad eran aros de metal sujetos a cortas cadenas, cuyos extremos estaban hundidos en la pared.
—¿Son esas…?
—Esposas —dijo Simon, abriéndose paso por entre las cajas—. Eso es, ah…
—No digas « pervertido» . —Clary le lanzó una mirada de advertencia—. Es de Luke de quien estamos hablando.
—Bueno cada quien con sus pasatiempos —dijo Aliona, aunque se le notaba la incomodidad.
Jace alzó el brazo y pasó la mano por el interior de uno de los aros de metal. Cuando la bajó, los dedos estaban manchados de un polvillo marrón rojizo.
—Sangre. Y miren.
Señaló la pared justo alrededor del lugar donde estaban hundidas las cadenas; el yeso parecía sobresalir.
—Alguien intentó arrancar estas cosas de la pared. Lo intentó con mucha fuerza, por lo que parece.
El corazón de Aliona le había empezado a latir con fuerza dentro del pecho.
—¿Crees que Luke está bien?—preguntó Clary
Jace bajó la luz mágica.
—Creo que será mejor que lo averigüemos.
La puerta que daba al apartamento no estaba cerrada con llave y conducía a la salita de Luke. Aparte de los cientos de libros de la tienda misma, había cientos más en el apartamento. Las estanterías se alzaban hasta el techo, los tomos en ellas colocados en doble fila , una hilera bloqueando a la otra. La mayoría eran de poesía y narrativa, con mucha fantasía y misterio incluidos. Aliona y Simon se pusieron a buscar alrededor.
—Creo que todavía anda por aquí —gritó Simon, de pie en la entrada de la pequeña cocina de Luke—. La cafetera eléctrica está encendida y hay café aquí. Todavía caliente.
Aliona y Clary miraron al otro lado de la puerta de la cocina. Había platos amontonados en el fregadero, y las chaquetas de Luke estaban pulcramente colgadas en ganchos en el interior del armario de la ropa.
Clary avanzó por el pasillo y abrió la puerta del pequeño dormitorio. Aliona la siguió, sintiendo una extraña nostalgia al ver el espacio familiar. Había pasado muchas tardes aquí cuando era más pequeña, junto con Clary y Simon, leyendo mientras Luke trabajaba en la tienda.
El dormitorio tenía el mismo aspecto de siempre: la cama sin hacer con su cobertor gris, la cómoda cubierta de monedas sueltas.
—Todo parece normal aquí —murmuró Aliona, aunque no podía sacudirse la sensación de inquietud.
Se dio la vuelta cuando Clary se dirigió hacia el dormitorio de invitados. Una parte de ella se sintió aliviada al no encontrar el lugar destrozado, y a Luke atado o herido. Pero todo parecía... normal. Lo que de alguna manera era más perturbador.
—¿Clary? —la llamó Aliona—. ¿Encontraste algo?
Clary parecía medio perdida, Aliona se dio cuenta de que era por Luke, sabía que Luke era de alguna manera la única figura paterna que tuvo en su vida. Incluso Clary dejaba algunas de sus cosas aquí.
—¿Clary?
—¿Crees que Luke se encuentra bien?
Aliona no supo qué responder, así que solo se acercó y la abrazó. Clary suspiró.
Arrodillándose, Clary sacó una mochila de debajo de la cama arrastrándola por la correa verde oliva. Estaba cubierta de distintivos que, en su mayoría, le había dado Simon. Dentro había algunas prendas dobladas, unas cuantas mudas de ropa interior, un cepillo e incluso champú.
Clary miró hacia Aliona mientras sacaba la ropa.
—¿Puedes asegurar la puerta?, me voy a cambiar.
—Claro
Después de cerrar la puerta, encontró a Jace en la oficina repleta de libros de Luke, examinando una bolsa de lona verde que descansaba sobre el escritorio con la cremallera abierta.
Estaba, tal y como Simon había dicho, repleta de armas: cuchillos envainados, un látigo enrollado y algo que parecía un disco de metal de bordes sumamente afilados.
—Es un chakram —explicó Jace, alzando la vista cuando Aliona entró en la habitación—. Un arma sikh. La haces girar alrededor del índice antes de soltarla. Son raras y difíciles de usar.
Aliona hizo un sonido de afirmación. Todo quedó en silencio un momento. Antes de que lo rompiera
—Jace, dijiste que se supone que los mundanos no deben verlos—le dijo mirándolo directamente—Entonces ¿por qué yo…?
Jace dejó el chakram sobre el escritorio y la miró con una expresión más seria de la habitual.
—Esa es la pregunta del millón, ¿verdad? —murmuró—. Los mundanos no pueden ver a través del glamour, solo los que tienen herencia nephilim pueden hacerlo.
Aliona sintió como si el suelo se moviera bajo sus pies.
—Eso es imposible, mis padres son mundanos, estoy segura. Por qué si fuera de lo contrario mi hermano podría verlo también y estoy segura de que no lo hace.
—No todos los que pueden vernos son nephilim —explicó Jace—. También podrías tener sangre de subterráneo. Bruja, hada... algo que te dé la Visión.
Aliona lo miró muy seria
—Jace eso es imposible, estoy segura, mi papá es gerente de una empresa, mi hermano está en la universidad, mi mamá era enfermera y conozco a todos mis abuelos y tíos. Estoy segura que son normales.
—¿Tal vez eres adoptada? — preguntó Jace con cautela
— No lo soy, estoy segura, tengo fotos desde que nací.
Jace frunció el ceño, claramente desconcertado.
—Entonces... no lo entiendo. Los mundanos simplemente no pueden hacer lo que tú hiciste. El arma serafin no se debería de haber activado.
—Tal vez tu teoría está mal. Tal vez hay más mundanos que pueden verlos de los que crees.
—No —dijo Jace firmemente—. He estado haciendo esto toda mi vida. Los mundanos no pueden atravesar el glamour. Nunca.
—Bueno, pues aquí estoy —replicó Aliona—. Y definitivamente soy mundana.
En ese momento, Clary apareció en la puerta, ya cambiada de ropa.
—¿De qué están hablando?
—De sus armas—soltó Aliona—Iré a buscar a Simon
Encontró a Simón mirando por la ventana de la librería, parecía estar reflexionando.
—¿Simon?
Él levantó su dedo y lo llevó hacia sus labios, haciendo una señal para mantener el silencio. y le señaló con la cabeza para que mirase hacia afuera
Era Luke, que estaba acompañado de otros 2 hombres de largas túnicas rojas, no pudo verlos bien por la oscuridad de la noche. Pero si no se movían ya los iban a encontrar. Y esos tipos de túnicas no parecían ser muy agradables.
—-------
—¡Chicos! —entró Simon, entrando como una exhalación en la oficina presa del pánico—. Alguien viene.
Aliona entró detrás de él, Clary soltó una foto que estaba en su mano.
—¿Es Luke?
Simon volvió a mirar pasillo abajo, luego asintió.
—Lo es. Pero no viene solo; hay otros dos hombres con él.
—¿Hombres?
Jace cruzó la estancia en unas pocas zancadas, miró a través del marco de la puerta y escupió una maldición en voz baja.
—Brujos.
—¿Brujos? Pero…
Negando con la cabeza, Jace se apartó de la puerta.
—¿Hay algún otro modo de salir de aquí? ¿Una puerta trasera?
—No, no hay salida —respondió Clary
El sonido de pisadas en el pasillo era ya audible, causándole punzadas de temor en el pecho a Aliona. Empezó a mirar a su alrededor con desesperación. Sus ojos se posaron en el biombo de palisandro.
—Escondámonos ahí—dijo, señalandolo—Rápido
Primero entró Clary, arrastrando a Simon, Aliona justo detrás de ellos y luego Jace, apenas logró ocultarse, cuando se oyó que la puerta se abría de par en par, y el sonido de personas que entraban en la oficina de Luke…, luego voces. Tres hombres que hablaban.
Miró hacia Simon y Clary que se encontraban muy pálidos, y luego a Jace que había alzado la estela y movía la punta ligeramente, dibujando una especie de figura cuadrada, sobre la parte posterior del biombo.
Mientras observaba fijamente, el cuadrado se tornó transparente, como una hoja de cristal. Oyó tomar aire a Simon, un sonido diminuto, apenas audible, y Jace sacudió la cabeza mirándolos, mientras articulaba en silencio: « Ellos no pueden vernos, pero nosotros podemos verles».
Aliona se acercó rápidamente hacia el borde del cuadrado y miró por él, intentó dejar espacio para que Clary y Simon también pudieran ver. Se veía la habitación del otro lado perfectamente: las estanterías, el escritorio con la bolsa de lona tirada encima… y a Luke, con aspecto desaliñado y ligeramente encorvado, con las gafas colocadas en lo alto de la cabeza, de pie cerca de la puerta.
Resultaba aterrador incluso aunque sabía que él no podía verla, que la ventana que Jace había creado era como el cristal de una sala de interrogatorios de la policía: estrictamente de una sola dirección.
Luke volvió la cabeza, mirando atrás a través de la entrada.
—Sí, claro que podéis echar un vistazo —dijo, el tono de la voz profundamente cargado de sarcasmo—. Son muy amables al mostrar tal interés.
Una risita sorda surgió de la esquina de la oficina. Con un impaciente movimiento de muñeca, Jace dio un golpecito al marco de su « ventana» y la amplió, mostrando más parte de la habitación. Había dos hombres con Luke, ambos con largas túnicas rojizas, las capuchas echadas hacia atrás.
Uno era delgado, con un elegante bigote gris y barba puntiaguda. Cuando sonrió, mostró unos dientes cegadoramente blancos. El otro era corpulento, fornido como un luchador, con cabellos rojos muy cortos. Su piel era de un morado oscuro y parecía brillar sobre los pómulos, como si la hubiesen tensado demasiado. Algo en ellos hizo que se le pusieran los pelos de punta.
—¿Esos son brujos? —escuchó susurrar a Clary.
Jace no respondió. Se había quedado totalmente rígido, tieso como una barra de hierro. Aliona acercó su mano hacia él para sacudirlo ligeramente, Jace reaccionó y la miró, ella articuló en silencio: «¿Estás bien? ». Él asintió
—Considera esto un seguimiento amistoso, Graymark —dijo el hombre de bigote gris.
Su sonrisa mostró dientes tan afilados que parecía como si los hubiesen limado hasta convertirlos en puntas de antropófagos.
—No hay nada amistoso en ti, Pangborn.
Luke se sentó en el borde del escritorio, inclinando el cuerpo de modo que impedía a los hombres ver su bolsa de lona y su contenido. Ahora que estaba más cerca, se podía ver que tenía el rostro y las manos llenos de magulladuras, los dedos arañados y ensangrentados. Un largo corte en la garganta desaparecía bajo el cuello de la camisa. Generando a Aliona una gran preocupación por él.
—Blackwell, no toques eso…, es valioso —dijo Luke con severidad.
El hombretón pelirrojo, que había levantado la estatua de Kali de lo alto de la estantería, pasó los rechonchos dedos sobre ella en actitud evaluativa.
—Bonita —dijo.
—Ah —repuso Pangborn, quitándole la estatua a su compañero—. La que fue creada para combatir a un demonio que no podía ser eliminado por ningún dios u hombre. « ¡Oh, Kali, mi madre llena de gozo! Tú que hechizaste al todopoderoso Shiva, en tu delirante alegría danzas, dando palmadas. Eres el Motor de todo lo que se mueve, y nosotros no somos más que juguetes indefensos» .
—Muy bonito —dijo Luke—. No sabía que fueses un estudioso de los mitos hindúes.
—Todos los mitos son ciertos —declaró Pangborn, y Clary sintió que un leve escalofrío le ascendía por la espalda—. ¿O has olvidado incluso eso?
—No olvido nada —replicó Luke.
Aunque parecía relajado, Aliona vio la tensión en las líneas de sus hombros y boca.
—¿Supongo que les envió Valentine?
—Lo hizo —dijo Pangborn—. Pensó que podrías haber cambiado de idea.
—No hay nada sobre lo que tenga que cambiar de idea. Ya les dije que no sé nada. A propósito, bonitas capas.
—Gracias —repuso Blackwell con una sonrisa maliciosa—. Se las arrancamos a un par de brujos muertos.
—Esas son túnicas oficiales del Acuerdo, ¿verdad? —preguntó Luke—. ¿Son del Levantamiento?
Pangborn rio por lo bajo.
—Trofeos de guerra.
—¿No teméis que alguien os pueda confundir con los verdaderos brujos?
—No —respondió Blackwell—, una vez que estuvieran cerca.
Pangborn acarició el borde de su túnica.
—¿Recuerdas el Levantamiento, Lucian? —inquirió en voz baja—. Aquel fue un día magnífico y terrible. ¿Recuerdas cómo nos entrenamos juntos para la batalla?
El rostro de Luke se contrajo.
—El pasado es el pasado. No sé qué decirles, caballeros. No puedo ayudaros ahora. No sé nada.
—Nada es una palabra tan general, tan poco específica —comentó Pangborn, en tono melancólico—. Sin duda alguien que posee tantos libros debe saber algo.
—Si quieres saber dónde encontrar a una golondrina en primavera, podría indicarte el libro de consulta correcto. Pero si quieres saber a dónde fue a parar la Copa Mortal cuando se esfumó…
—Esfumarse podría no ser la palabra correcta —ronroneó Pangborn—. Escondida, es más probable. Escondida por Jocelyn.
—Puede que sea así —dijo Luke—. ¿De modo que todavía no les ha dicho dónde está?
—Aún no ha recuperado el conocimiento —respondió Pangborn, cortando el aire con una mano de largos dedos—. Valentine está decepcionado. Esperaba con ansia su reencuentro.
—Estoy seguro de que ella no compartiría ese sentimiento —rezongó Luke.
Pangborn rio socarrón.
—¿Celoso, Graymark? Tal vez ya no sientes por ella lo mismo que sentías en el pasado.
—Jamás sentí por ella nada especial —repuso Luke—. Dos cazadores de sombras, exiliados de los suyos; puedes figurarte que hiciéramos causa común. Pero no intentaré interferir en los planes que Valentine tiene para ella, si eso es lo que le preocupa.
—Yo no diría que estaba preocupado —indicó Pangborn—. Más bien sentía curiosidad. Todos nos preguntábamos si seguirías con vida. Todavía visiblemente humano.
—¿Y? —preguntó él, enarcando las cejas.
—Pareces estar muy bien —respondió Pangborn de mala gana depositando la estatuilla de Kali en el estante—. ¿Había una criatura, verdad? Una chica.
Luke pareció desconcertado.
—¿Qué?
—No te hagas el tonto —dijo Blackwell con aquella voz que parecía un gruñido—. Sabemos que la zorra tenía una hija. Encontraron fotos de ella en el apartamento, un dormitorio…
—Pensaba que preguntabais por hijos míos —le interrumpió Luke con soltura —. Sí, Jocelyn tenía una hija, Clarissa. Supongo que ha huido. ¿Les envió Valentine en su busca?
—No a nosotros —respondió Pangborn—. Pero la están buscando.
—Podríamos registrar este lugar —añadió Blackwell.
—Yo no se los aconsejaría —dijo Luke, y descendió del escritorio.
Había una amenaza fría en su mirada mientras clavaba la vista en los dos hombres obligándoles a apartar la suya, a pesar de que su expresión no había cambiado.
—¿Qué les hace pensar que sigue viva? Creía que Valentine envió a rapiñadores a registrar a fondo el lugar. Una cantidad suficiente de veneno de rapiñador, y la mayoría de la gente se desintegraría convertida en cenizas, sin dejar el menor rastro.
—Había un rapiñador muerto —explicó Pangborn—. Hizo que Valentine desconfiara.
—Todo le hace desconfiar —observó Luke—. Quizá Jocelyn lo mató. Desde luego era capaz de ello.
—Tal vez —gruñó Blackwell.
—Miren —Luke se encogió de hombros—, no tengo ni idea de dónde está la chica, pero por si a alguien le interesa, imagino que está muerta. De lo contrario, ya habría aparecido a estas alturas. De todos modos no representa ningún peligro. Tiene quince años, jamás ha oído hablar de Valentine y no cree en los demonios.
—Una chica afortunada —dijo Pangborn con una risita burlona.
—Ya no —replicó Luke.
Blackwell enarcó las cejas.
—Pareces enfadado, Lucian.
—No estoy enfadado, estoy exasperado. No planeo interferir en los planes de Valentine, ¿comprenden eso? No soy un estúpido.
—¿De veras? —inquirió Blackwell—. Es agradable ver que has desarrollado un saludable respeto por tu propio pellejo con el paso de los años, Lucían. No fuiste siempre tan pragmático.
—Supongo que sabes —dijo Pangborn, en tono amigable—, que la intercambiaríamos a ella, a Jocelyn, por la Copa. Entregada sana y salva, en tu misma puerta. Es una promesa del mismísimo Valentine.
—Lo sé —respondió Luke—. No estoy interesado. No sé dónde está vuestra preciosa Copa, y no quiero tener nada que ver con vuestras intrigas. Odio a Valentine —añadió—, pero le respeto. Sé que se llevará por delante a cualquiera que se interponga en su camino. Pienso estar fuera de su camino cuando suceda. Es un monstruo…, una máquina de matar.
—Mira quién habla —gruñó Blackwell.
—¿Imagino que estos son tus preparativos para apartarte del camino de Valentine? —dijo Pangborn, señalando con un largo dedo la bolsa de lona medio camuflada que había sobre el escritorio—. ¿Vas a abandonar la ciudad, Luke?
El aludido asintió despacio.
—Me voy al campo. Planeo mantenerme fuera de circulación durante un tiempo.
—Podríamos impedírtelo —amenazó Blackwell—. Hacer que te quedaras.
Luke sonrió. La sonrisa transformó su rostro. De improviso, ya no era el amable intelectual que los acompañaba al parque y les ayudaba empujando el columpio. De improviso; había algo salvaje tras sus ojos, algo despiadado y frío.
—Podrían intentarlo.
Pangborn miró a Blackwell, que negó con la cabeza una vez, despacio. Pangborn volvió la vista a Luke.
—¿Nos informarás si experimentas un repentino resurgimiento de tu memoria?
Luke seguía sonriendo.
—Serán los primeros de mi lista a los que llamaré.
Pangborn asintió con brusquedad.
—Creo que nos despediremos ahora. Que el Ángel te proteja, Lucian.
—El Ángel no protege a los que son como yo —respondió él.
Tomó la bolsa de lona del escritorio y la cerró con un nudo.
—¿Se marchan ya, caballeros?
Alzando las capuchas para volver a cubrirse el rostro, los dos hombres abandonaron la habitación, seguidos al cabo de un instante por Luke. Este se detuvo un momento en la puerta, echando un vistazo hacia atrás como preguntándose si había olvidado algo. Luego la cerró con cuidado tras él.
Aliona soltó un suspiro de alivio, no los habían encontrado. Cuando se giró vio a Clary paralizada, como si no creyera lo que acababa de pasar.
—¿Clary? —dijo Simon, colocando su mano en el hombro, su voz vacilante, casi tierna—. ¿Estás bien?
Ella negó con la cabeza, sin hablar.
—Desde luego que no lo está.
Era Jace, la voz aguda y fría como fragmentos de hielo. Agarró el biombo y lo movió a un lado con brusquedad.
—Al menos ahora sabemos quién enviaría a un demonio tras tu madre. Esos hombres creen que tiene la Copa Mortal.
Aliona notó cómo sus labios se afinaban en una línea recta.
—Eso es totalmente ridículo e imposible.
—Quizá —dijo Jace, apoyándose contra el escritorio de Luke a la vez que clavaba en ella unos ojos tan opacos como cristal ahumado—. ¿Has visto alguna vez a esos hombres antes?
—No. —Clary negó con la cabeza—. Jamás.
—Lucian parecía conocerlos. Parecían ser bastante amigos.
—Yo no diría amigos —indicó Simon—. Yo diría que era hostilidad contenida.
—Pero no lo mataron —replicó Jace—. Creen que sabe más de lo que dice.
Aliona pensó en lo que había dicho Luke. Sabía que estaba mintiendo. Durante los años que lo había conocido, sabía que haría cualquier cosa por Jocelyn. Sus ojos, cuando la miraban, no podían ocultar los sentimientos que sentía por ella, ni el cariño inmenso por Clary, a quién trataba como si fuera su hija, eso era imposible de fingir. Era absurdo pensar que las pondría en peligro.
—Probablemente piensen que está ocultando a Clary —dijo Aliona—. Sabemos que quieren intercambiarla por esa Copa Mortal.
—Es posible —dijo Clary—, o a lo mejor simplemente se sienten reacios a matar a otro cazador de sombras.
Jace lanzó una carcajada, un sonido estridente y casi feroz que erizó el vello de los brazos a Aliona.
—Lo dudo.
—¿Qué te hace estar tan seguro? ¿Los conoces?
La risa había desaparecido por completo de su voz cuando contestó.
—¿Que sí les conozco? —repitió—. Podrías decirlo así. Esos son los hombres que asesinaron a mi padre.