Work Text:
No era la primera vez que Billy Russo invitaba a Frank a una de sus fiestas en la fraternidad de derecho, las más famosas de la universidad de Columbia; no era para nada su ambiente, pero por la insistencia de chico el cual era casi un hermano para él, terminaba aceptando de todos modos. El prefería quedarse en casa viendo alguna película de los años ochenta, bebiendo whisky barato mientras se fumaba un cigarro.
A punto de graduarse, Frank observaba al resto como si ya supiera exactamente en qué clase de abogaduchos se iban a convertir: traje caro, conciencia barata. Las fiestas estaban siempre repletas de drogas de dudosa procedencia y alcohol derramado por todos lados; cuerpos con los sentidos nublados, flotando entre risas, humo y descontrol. La música tronaba a todo volumen, haciendo vibrar los ventanales de la fraternidad.
Desde la cocina, Frank apuraba lo poco que le quedaba de whisky en un vaso rojo de plástico, mientras observaba a la multitud bailar pegados entre sí, sudorosos, los chicos intentaban seducir a todas las chicas posibles por si alguna quisiera terminar la noche revolcada en los dormitorios, pero fracasaban miserablemente en el intento.
Frank se rió solo, descaradamente. No con alegría, sino con un poco de desprecio hasta que vió entrar por la puerta a aquel pelirrojo tan particular junto a sus dos amigos, robando completamente su atención, este caminaba con seguridad, los lentes oscuros sobre su nariz y una sonrisa tranquila, como si el caos no lo tocara; Frank apretó los dedos contra el vaso. No era justo que alguien tan fuera de lugar encajara tan bien, con su camisa blanca pulcramente planchada y su cabello bien acomodado con ayuda del gel.
Frank estaba dispuesto a tirar todo a la mierda e irse a dormir a los dormitorios, caminando decidido cuando alguien entorpeció su camino.
—¡Fijate por donde caminas, idiota! — Gritó el azabache por sobre la música, al ver como aquel pelirrojo con lentes oscuros había volteado todo su vaso de alcohol sobre su camisa.
—Lo… Lo siento mucho, no sabía que estabas aquí … — El chico rápidamente se disculpó, volteando su cabeza hacia todos lados en busca de sus amigos.
—¿Qué te pasa, estúpido? ¡Es ciego! —gritó Foggy Nelson, cruzando entre los dos como si fuera un escudo viviente.
Frank lo miró, luego bajó la vista hacia Matt, recorriéndolo de arriba hacia abajo. El pelirrojo mantenía la cabeza algo gacha, como si intentara leer el silencio entre gritos y los bajos de los grandes parlantes retumbando.
—No es mi culpa si no lo parece —soltó Frank finalmente, con voz ronca y un leve encogimiento de hombros. No era una disculpa, pero tampoco una provocación directa.
Observió atentamente al grupo de chicos perderse entre la multitud, escuchando como Foggy murmuraba algo sobre “gorilas de gimnasio con poco tacto” mientras sus acompañantes se reían de las bromas que el rubio hacia al respecto.
Y el pensaba si realmente debería irse a la cama o quedarse un rato más… como si esperara que aquél pelirrojo de aspecto angelical fuera a cambiarle la noche.
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Había algo en la mente el azabache que no lo ha dejado en paz desde la noche del viernes pasado y ese “algo” tenía un nombre y apellido: Matthew Murdock. Se encontraba dispuesto a investigar un poco más sobre aquel pelirrojo el cual parecía tenues rayos de sol colándose entre la tormeta que lograban ser sus compañeros de facultad cuando llegaba el fin de semana y el alcohol se encontraba corriendo por sus venas con descontrol, mostrando la versión más idiota de ellos mismos.
Billy lo notó desde el sillón. Lo vio ir y venir por la cocina, abrir la nevera, cerrar la nevera, sin sacar nada, pasarse la mano una y otra vez por su cabello como si aquello pudiera borrar el rostro de Matt de su cabeza.
Hasta que se hartó.
—¿Te vas a seguir paseando como león enjaulado o vas a contarme qué carajos te pasa?
Frank se apoyó en el marco de la puerta, brazos cruzados, sin mirarlo directamente.
—Murdock.
—Ah —dijo Billy, dejando caer la cabeza en el respaldo del sofá, como si el actuar del contrario cobrara sentido—. Claro. El cerebrito de su generación. Tiene becas desde que entró, y todos los profesores lo aman porque es un freak del estudio. Pero... tiene historia.
Frank ni respondió, solamente le lanzó una mirada con el ceño fruncido, expectante de lo que el contrario tuviera que decirle.
Billy se acomodó, estirando las piernas sobre la mesa.
—Elektra Natchios, se conocieron en primer año —empezó— Se cruzaron en una clase de historia del derecho o alguna mierda así. —Toma un sorbo de la botella de cerveza que tenía en mano, observando divertido lo expectante que su mejor amigo se encontraba. — Se odiaron. Se amaron. Se rompieron. Se volvieron a mirar. Todo muy dramático, como esas películas francesas que nadie entiende, pero por alguna razón, igual ganan premios.
—¿Ellos continúan viéndose?
—No. Al menos no oficialmente. Pero ella siempre vuelve. Tiene algo con él... una especie de obsesión.
Silencio.
Frank bajó la mirada al suelo.
—¿Por qué te importa? —Billy lo observa, curioso.
—No sé —dijo Frank.
—Mientes horrible.
Y Frank sintió que ya tuvo demasiado.
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Las semanas pasaron y Frank buscaba una señal de la presencia del pelirrojo por toda la Universidad, deseando volver a tener un encuentro con el chico esta vez en un ambiente mucho más relajado, pero no tuvo suerte.
Billy volvió a invitarlo -o más bien, lo obligó- a una de sus fiestas y con las esperanzas a flor de piel, acompañó a su amigo.
Ahí estaba otra vez, en la maldita casa de la fraternidad de Derecho, con Billy a su lado, riéndose con esa sonrisa de publicidad, saludando a medio mundo como si no fueran toda la misma pila de mocosos mimados que Frank despreciaba.
—¿Pues dejar de fruncir el ceño por un segundo? —le dijo Billy, dándole un codazo mientras le pasaba una cerveza. — Así ninguna chica se nos querrá acercar.
—Estoy relajado —respondió Frank, sin dejar de mirar al frente.
Mentía.
El lugar estaba igual que siempre: luces de colores, cuerpos sudorosos, música fuerte, olor a alcohol y sudor flotando en el aire. Pero Frank buscaba algo entre toda esa gente, sin despegar la mirada de la puerta de entrada esperando algo.
O más bien, a alguien.
Y entonces, lo vio.
Matt había llegado hacía apenas unos minutos. Estaba junto a Foggy, apoyado contra la pared del salón principal, el bastón colgado del antebrazo. Llevaba una camisa azul oscuro que contrastaba con su piel pálida y el pelo rojo desordenado. No llevaba gel esta vez, dandole un look casual fuera de su zona de confort (gracias a Karen quien lo ayudó a alistarse).
Frank se quedó inmóvil.
No se acercó.
Pero tampoco pudo dejar de mirar.
Y entonces, Matt giró la cabeza. Como si sintiera la penetrante mirada del mayor sobre el.
Billy dijo algo al oído sobre una chica, pero Frank no lo escuchó.
Solo estaba él, con la mirada fija en Matt, que reía brevemente con Foggy mientras Karen le acomodaba el cuello de la camisa.
Frank lo observaba desde lejos, con la paciencia de un depredador, como un cazador esperando el momento exacto para atrapar a su presa. Entonces, un aroma a perfume caro se coló en el aire y atravesó toda la habitación, quebrando su concentración.
Elektra Natchios habia llegado y su presencia se hizo de notar abruptamente, con un vestido rojo pegado a su cuerpo, ajustándose perfectamente a cada curva, como si hubiera sido diseñado solo para ella. El sonido de sus pasos afilados por los tacones a juego le bastó a Matthew para saber de quien se trataba, ya que esos pasos se dirigían directamente hacia el.
—Matthew —murmuró, apoyando una mano en su hombro, deslizándola cuidadosamente por su camisa como si intentara quitar alguna arruga invisible en ella.—. Estás precioso.
—Elektra.
—¿Quién te ayudó a vestirte hoy? —preguntó con suavidad—. ¿Foggy? ¿Karen?
—Karen —respondió él, ladeando la cabeza hacia ella, como si pudiera descifrar su tono sin necesidad de verla.
—Lo imaginé —sonrió, apenas—. Tiene buen gusto. Pero no tanto como yo.
Frank apretó la mandíbula, abrumado por la cercanía en su conversación. Desde el otro lado de la sala, con la cerveza olvidada en una mano, observaba cada movimiento de ella como si fuese una amenaza para el pelirrojo. Y lo era, Elektra jugaba con el espacio y la atención de Matt como si fuera suya por derecho.
Elektra bajó la mano por el brazo de Matt, lenta, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Luego se giró hacia Karen y Foggy con su sonrisa más que encantadora, pero falsa en el fondo.
—¿Nos dan un segundo?
La tensión se volvió visible en aquella sala. Foggy frunció el ceño, incómodo, sin querer abandonar a su amigo con aquella chica que tantas veces lo había herido en el pasado. Karen abrió la boca para decir algo, pero Matt asintió con calma, como si el gesto bastara para darle permiso. Los dos se retiraron sin protestar demasiado, aunque no sin una última mirada de advertencia.
Frank dio un paso. No pensó, solo lo hizo, pero se detuvo al ver el siguiente movimiento que la chica tomaría.
Elektra se acercó más a Matt, alzando el rostro para hablarle cerca del oído, aunque no era necesario. El volumen de su voz era bajo, completamente íntimo, buscando dejar nuevamente al chico ciego a sus pies.
Frank no podía escuchar lo que decía. Pero lo sentía. Sentía cómo cada palabra de ella se le clavaba en el pecho a él y la incomodidad de Matthew lo demostraba, como si fueran lanzas envenenadas dirigidas a la parte más vulnerable que tenía.
Frank apartó la mirada un segundo, tragando seco. Los músculos del cuello tensos y su respiración contenida. “¿Qué mierda estás haciendo?”, se preguntó.
No soportaba la idea de aquella musa del caos estuviera cerca del chico de mirada perdida, como si fuera el diablo corrompiendo al pastor más devoto de Dios.
Pero la verdad era que no podía verla tocándolo así sin que algo le ardiera por dentro. Él quería reclamar lo que ni siquiera era suyo.
Así que caminó hacia ellos, con paso firme y sin pensar demasiado, estampando sus botas pesadas contra el suelo.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, soltó:
—¿Otra vez con tus jueguitos, Natchios?
Elektra se giró, como si acabara de notar su presencia, aunque Frank sabía que ella lo había sentido desde que entró al salón, sus ojos brillantes como cuchillas recién afiladas mirando directamente hacia él.
—Oh Castle, que oportuno.
Frank no la miró. Su atención completamente puesta en el más bajo.
—¿No te aburres de buscar a quién joderle la vida?
—¿Celoso?
—No. Asqueado.
Matt se acomodó entre ambos, intentando mediar una distancia en la acalorada discusión.
—Frank… está bien.
—No, no lo está —gruñó él— Tu solo sabes revolver la mierda hasta que todo apesta, arruinando todo a tu alrededor.
Elektra entonces se inclinó hacia Frank, soltando una risa elegante acompañada de una sonrisa tan venenosa como una víbora.
—¿Y tú crees que puedes protegerlo de mí? ¿O quieres ser tú quien lo rompa?
Frank no se movió. Pero su mandíbula estaba tensa.
—Quítate de encima —gruñó al final—. No te lo voy a pedir dos veces.
Matt se quedó inmóvil, confundido ante la confrontación frente a el, se notaba visiblemente incómodo, pero a la vez, fascinado. Frank no respondió. Solo mantuvo la mirada clavada en ella.
Elektra bajó la mano de Matt, deslizándola por su brazo con lentitud, como si realmente no quisiera separarse de el y jugando con la paciencia del más alto. Luego, sin más, giró sobre sus tacones y se abrió paso por la multitud, frustrada por no lograr su jugada sucia de la noche.
Frank se quedó de pie junto a Matt, sin saber si no había hecho lo suficiente como para auyentarla por completo.
—Gracias… supongo. — Matt rompió el silencio incómodo que se había quedado flotando en el aire, a pesar de que la atmósfera en la que se encontraban era ruidosa.
—No lo hice por ti.
Mintió, y Matt lo sabía más que bien.
—¿Querés salir un rato? Me está matando el ruido. —Preguntó el pelirrojo, como si el ruido fuera excusa y no razón. Su tono era tranquilo pero el alcohol ya comenzaba a hablar por él.
Frank asintió sin decir nada. No confiaba en su voz. No cuando su cuerpo entero le gritaba que cruzara esa línea de una vez por todas.
Ambos chicos encontraron el lugar perfecto para descansar del ambiente abrumador en el patio, donde la música se oía lejana y el aire frío de la noche acariciaba sus rostros, la calma envolviéndolos por primera vez en horas de bullicio.
Matt exhaló profundamente, como si soltara algo más que el aire viciado de la fiesta.
Frank se quedó de pie a un metro de él, las manos en los bolsillos, sin saber bien por qué lo seguía o qué pretendía hacer ahora que estaba ahí.
—Gracias por lo de recién, otra vez. —dijo Matt, más tranquilo ahora y sus mejillas sonrojadas aparentemente por el alcohol invadiendo sus venas. — No sabía que los gorilas de gimnasio podían ser amistosos.
Frank no respondió. Lo miraba con esa intensidad que parecía quemar, aún preocupado de las intenciones que puede tener Elektra, y por lo qué sabía y lo que presenció hace unos minutos, no deben ser buenas.
Matt ladeó la cabeza.
—¿Estás bien?
—Ella no tiene buenas intenciones contigo. —soltó Frank. No era una confesión. Era una sentencia.
Matt rió, breve, como si no se lo esperara.
—No creo que tus intenciones conmigo sean muy distintas tampoco. —respondió, y se cruzó de brazos.
Frank dio un paso hacia él cuidadosamente, como si se encontrara tanteando el terreno. La distancia entre ambos se redujo.
—Yo no quiero lastimarte —dijo con voz grave—. Ella sí.
El pelirrojo tragó saliva. Lo sentía cerca. La forma en que Frank hablaba, como su corazón comenzaba a latir frenéticamente… no estaba jugando. Había algo en su tono que lo confundía y estaba intrigado por descubrir que es lo que el mayor estaba tramando.
Matt levantó la cabeza hacia él, guiado por el peso de su respiración, por el aroma a tabaco y alcohol. Su mano se movió, casi por reflejo, buscando el borde de la chaqueta del otro.
Frank no quería retroceder, el calor de la mano del pelirrojo quemaba cerca de su piel, como si deseara que esta lo acariciara. El silencio entre ellos se volvió espeso, más no era incómodo.
Y entonces, sin más, Frank dio un paso más, intentando llevar sus manos hacia las caderas del contrario y sus miradas se encontraron a medio camino. Lentos, respirando el mismo aire, como si todo su alrededor se hubiera esfumado y únicamente se existieran ellos en ese momento.
Pero una voz feminina los obligó a salir de su ensoñación.
—¡Matt! —gritó Karen desde dentro—. ¡Foggy vomitó encima de Marci! ¡Por favor ayuda!
Matt se separó bruscamente, como si despertara de un trance. Contuvo una carcajada mientras se pasaba la mano por el rostro, avergonzado.
—Mierda. — suspiró derrotado. —Tu gente es un desastre.
—Sí —dijo Matt, con una sonrisa nerviosa en su rostro—. Pero supongo que por eso necesito a alguien que me saque a respirar de vez en cuando.
Frank lo miró, todavía con el pulso acelerado.
—Nos vemos, rojo—murmuró.
Matt asintió, pero antes de entrar de nuevo, le rozó fugazmente la mano. Fue rápido, casi invisible, pero Frank lo sintió como una promesa.
La caminata de regreso a los dormitorios esa noche había sido silenciosa por parte de Matt. Foggy, ya más sobrio, pero igual de dramático, se lamentaba en voz alta por haber vomitado sobre su ex y haber arruinado para siempre cualquier posibilidad de reconciliación.
Karen, por su parte, no le sacaba los ojos de encima al chico. Sabía que algo le pasaba. No había hecho más que fruncir el ceño ante las bromas de Foggy, cuando normalmente sería el primero en reírse a carcajadas.
Después de haberlo dejado acostado en su cama y con ropa limpia, Karen se dirigió hacia Matt.
—¿Te pasa algo, Matt? —Preguntó ella sin rodeos.
—No hay mucho que decir.
—Frank Castle casi se mata por sacarte de los brazos de Elektra —dijo Karen con suavidad, pero con firmeza—. ¿Y vas a decir que no hay mucho que decir?
Matt se quedó callado.
—No sé qué me pasa con él —confesó por fin—. Es… intenso. Me hace sentir cosas que no entiendo. Como si todo fuera más grande de lo que puedo manejar.
Karen asintió despacio, mirándolo con preocupación.
—Y tú no sabes si eso es bueno.
—Exacto. — dijo Matt, con un suspiro frustrado, como si incluso ponerlo en palabras le pesara en el pecho.
—¿Te da miedo lo que sientes… o te da miedo lo que podrías llegar a sentir por él?
Matt frunció apenas el ceño, ladeando la cabeza.
—Ambas cosas. No sé si quiero acercarme o salir corriendo… No me había sentido así por alguien en mucho tiempo.
Karen se acercó un poco más y le apoyó una mano en la rodilla.
—No tienes que decidirlo todo ahora. Solo… no te cierres, ¿sí? No con alguien que te mira como si fueras lo único que no quiere perder en este mundo.
Matt bajó la cabeza, apretando los labios.
—¿Él me mira así?
Karen sonrió.
—Matt… hasta yo lo noté.
Él rió, bajito, por primera vez desde el incidente de su amigo.
Y ella lo miró con ternura, sabiendo que el pelirrojo estaba caminando una cuerda floja. Pero también, que quizás, por una vez, valía la pena arriesgarse.
El día Lunes por la tarde, Frank ya había terminado sus actividades universitarias y decidió ir a liberar un poco las tensiones en el gimnasio del campus. Estuvo un par de horas levantando pesas, hasta que decidió irse a practicar un poco de box. Tenía los auriculares puestos, pero no escuchaba la música, Llevaba desde el sábado repasando mentalmente la última conversación con Matt, reviviendo cada palabra, cada mirada, cada espacio de silencio. Cada pensamiento le hacía golpear más fuerte el saco, como si aquello le pudiera dar respuestas ante sus sentimientos.
Cuando entró a la casa después del accidente, esperaba encontrarlo. Pero no había ni rastro del pelirrojo ni de sus amigos. Solo quedaban el hedor agrio del vómito de Foggy y unos cuantos borrachos desparramados por ahí -entre ellos, Billy, al que tuvo que cargar hasta los dormitorios. - Había querido verlo otra vez. No tenía su número. No sabía cómo ubicarlo. Solo le quedaba esperar una casualidad. Y eso lo estaba carcomiendo.
Después del entrenamiento, se metió bajo la ducha y dejó que el agua helada le escurriera por la espalda. Como si pudiera arrastrar con ella el sudor, el cansancio… y callar su mente de una vez.
Pero no funcionó.
Con el bolso del gimnasio al hombro y el pelo aún húmedo, salió rumbo a los dormitorios. Caminaba despacio, disfrutando la calma que envolvía al campus esa hora. Y entonces lo vio frente a la facultad de Humanidades, Matt estaba sentado en una banca, el bastón entre las piernas, la cabeza ligeramente inclinada hacia el sol que se escondía.
Frank no dijo nada. Pero sus pasos firmes sobre el pavimento llamaron la atención del pelirrojo, que levantó levemente el rostro. Ya lo había sentido venir desde metros atrás. El sonido de sus botas, su respiración, la forma en que alteraba el aire a su alrededor. Todo en él lo sacudía. Pero intentó mantenerse tranquilo.
Frank se acerca, deja caer el bolso al suelo con un suspiro pesado. No se sienta de inmediato. Lo mira.
Matt ladea la cabeza, percibiendo el peso de su mirada.
—¿Otra vez estás acechándome?
Frank suelta un bufido suave.
—Creí que ya habíamos establecido que los gorilas no acechan. Golpean primero.
Matt sonríe un poco, pero no dice nada. Hay una pausa. Frank finalmente se sienta a su lado. Un poco lejos al principio.
—¿Fuiste al gimnasio? —pregunta Matt.
—Sí.
—¿Y golpeaste cosas?
—Mucho.
Otra pausa. Pero esta vez Matt se vuelve ligeramente hacia él.
—¿Te ayudó con algo?
Frank no responde de inmediato. Mira sus propias manos, enrojecidas al no haber utilizado el equipamiento correcto.
—No lo suficiente.
Matt asiente. Es como si entendiera.
—Yo tampoco pude dejar de pensar en lo del sábado.
Frank aprieta la mandíbula, ¿cómo lo sabía? Aún así, no lo niega.
—¿Por qué te molesta tanto Elektra? —pregunta Matt, al fin. Su tono no es acusador. Solo… curioso.
—Porque te apaga —dice —. Te toca y pareces desaparecer, no tener control de ti mismo.
Silencio. Matt no esperaba una respuesta tan directa.
—¿Y tú? ¿Qué harías conmigo?
—Encenderte. — Frank lo mira por unos segundos, una de sus manos dirigiéndose hacia sus mejillas, acariciandolo como si el pelirrojo fuera algo frágil, deseando que el momento fuera eterno. Su mano bajó apenas hasta su cuello y luego, se alejó.
Matt tomó aire.
—No sabía que tu…
—Ni yo.
Y se quedaron así. Uno con la piel aún ardiendo, el otro con el corazón latiendo desenfrenada en su pecho.
—No me mires así… no cuando no sé qué somos, ni lo que siento por ti.
Frank asintió, como si entendiera. Se alejó un poco, solo unos centímetros.
—Está bien. Puedo esperar.
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La música sonaba de fondo, suave, pero con ritmo. Las luces tenues bañaban las paredes de ladrillo expuesto mientras los estudiantes ocupaban la barra de Josie’s, su bar favorito, con whisky y cerveza baratas, risas flojas y conversaciones cruzadas.
Matthew tenía el rostro apoyado contra la palma de su mano, con las mejillas sonrojadas por el alcohol y una sonrisa perezosa en los labios.
—¡Otra ronda! —gritó Foggy, mientras terminaba lo que le quedaba de cerveza.
—Matt —Karen apoyó su codo en la mesa, girándose hacia él con media sonrisa— estás rojo como un tomate.
—Estoy bien —dijo Matt, con exageración—. Es solo que… me llegó la conciencia. O es el whisky. No sé.
Foggy soltó una risa escandalosa.
—No sabía que la conciencia se servía con hielo.
Matt soltó una carcajada corta, pero enseguida suspiró. Luego de unos segundos de silencio incómodo, volvió a hablar, sin levantar la cabeza y revolviendo lo poco que le quedaba de whisky y el hielo a punto de derretirse.
—¿Sabes lo que pasa con Dios?
—Uy. Ya empezó —murmuró Karen, bebiendo de su vaso.
Foggy la miró confundido. —¿Qué tiene Dios?
—Que a veces no sé si estoy pecando o si estoy sintiendo algo por primera vez en serio. — Matt alzó el rostro lentamente, con los ojos vidriosos detrás de sus lentes oscuros y la voz apenas temblorosa por el alcohol o algo más.
—¿Qué? —Foggy parpadeó, algo incrédulo.
—Yo tampoco entendí mucho —dijo Karen, haciéndose la desentendida, pero sabiendo perfectamente hacia dónde iba eso.
—Frank. Estoy hablando de Frank. — Matt se pasó una mano por el rostro, frustrado.
—¿Frank… Castle?
Matt asintió, sin mirarlo.
—¿El tipo que casi le rompe la cara a Elektra por ti?
—Ese.
—¿El mismo Frank Castle que te mira como si fueras un maldito poema trágico con patas?
—El mismísimo.
Foggy dejó caer el cuerpo hacia atrás en la silla, llevándose una mano al pecho, sin poder creer la confesión.
—¿Y yo soy el último en enterarme?
Karen soltó una risita, pero Matt no lo hizo.
—No fue a propósito… —balbuceó.
—¡¿Y por qué Karen sí?! ¡Karen siempre se entera primero!
—La oportunidad se nos dio para conversar sobre eso… el día en el que tu vomitaste sobre tu ex. — Ella se encogió de hombros, divertida.
—Oh por favor, no me recuerdes eso…
Matt se hundió un poco más en su asiento, murmurando
—No sé qué estoy haciendo… no sé si está bien.
Foggy bajó la vista. El tono ya no era gracioso.
—¿Por la religión?
Matt asintió.
—Siempre creí que el amor era algo que debía dar paz. Pero esto… me quema. Me confunde. Siento cosas que me asustan. Y al mismo tiempo no quiero que paren.
—Lo que sientes no puede ser pecado si nace desde el amor, Matt. — Karen apoyó su mano en el brazo de Matt, intentando confortarlo.
—¿Y si no es amor? ¿Y si solo es deseo? ¿Y si estoy malinterpretándolo todo? —Poco a poco se le iba quebrando su voz, terminando la frase con un pequeño hilo de voz, sus manos temblorosas jugando
con el vaso.
Foggy suspiró, mirándolo más blando esta vez.
—Matt… eres católico, no mártir.
—Y humano —añadió Karen—. No necesitas tener todo bajo control siempre.
Hubo un momento de silencio. Matt bajó la cabeza.
—Él dijo que podía esperar.
—¿Y tú? —preguntó Foggy—. ¿Puedes esperarlo?
—No es fácil. No sé cómo explicarle lo que pasa… Es como si todo lo que siento estuviera en guerra con lo que creo.
—Matt, amar no es un pecado. —Afirmó Karen.
—Pero yo no sé si esto es amor —soltó él, con un dejo de desesperación en la voz—. A veces siento que lo quiero golpear cuando siento que me mira demasiado. A veces siento que quiero besarlo. A veces… quiero desaparecer cuando está cerca, siento que me terminaré volviendo loco, todo se desordena…
—¿Y qué tiene de malo desordenarse un poco? —preguntó ella en voz baja.
Matt negó, rápido.
—No es eso. Es… todo lo demás. Lo que creo. Lo que me enseñaron. Lo que pienso cuando estoy solo. Dios. Mi fe. Las cosas que me prometí.
Foggy apretó la mandíbula.
—¿Y crees que Dios está allá arriba contando cuántas veces te rompes por alguien que ni siquiera has besado?
—No es tan simple —dijo Matt, casi al borde.
—¿Y si sí lo fuera?
Matt jugaba nerviosamente con sus manos bajo la mesa, evitando la mirada de sus amigos.
—¿Y si estoy pecando?
No hubo más que silencio.
Karen tomó aire y se atrevió a ser la primera en romperlo.
—¿Y si no?
—Es Frank, Karen. Frank Castle. No es cualquier tipo. Él… no cree en nada. Y sin embargo, yo siento que cuando me mira… cree en mí más de lo que yo puedo creer en mí mismo.
Foggy bajó la vista. Luego volvió a levantarla, esta vez con una sinceridad desarmante.
—Si él te ve así… entonces tal vez es porque hay algo ahí que vale la pena no esconder. Ni siquiera de Dios.
Matt tragó saliva. Se apoyó con los codos en la mesa y se frotó el rostro con ambas manos, como si tratara de borrar todo.
—Siento que estoy cayendo, y no sé si quiero hacer algo al respecto —susurró.
Karen se acercó y le sostuvo una mano con fuerza.
—Entonces déjate caer, Matt.
Y Matt sintió que ya tuvo suficiente, se levantó murmurando un pequeño “Lo siento, tengo que irme” a sus amigos y salió del bar, sin mirar atrás, dejandolos con expresiones visiblemente preocupadas y confundidas.
Solo necesitaba estar solo.
El bastón golpeaba suavemente el pavimento, siguiendo un ritmo irregular, casi arrastrado. La noche estaba silenciosa, húmeda, y ese rincón de Hell’s Kitchen parecía desierto, como si toda la ciudad se hubiera dormido menos él y sus pensamientos.
Los faroles lanzaban halos de luz anaranjada sobre las calles, y cada paso que daba le pesaba un poco más en el pecho. La conversación que habían tenido en el bar se le repetían como un eco interno.
Apretó los labios con fuerza y respiró profundamente
Sintió una presencia a lo lejos. Ese pulso. Ese aire que se tensa. Esa vibración conocida que le hacía erguir la espalda sin entender del todo por qué.
—¿Murdock?
La voz le golpeó como una campana dentro del pecho.
Matt detuvo el paso lentamente, el rostro aún girado hacia el suelo. Reconocería esa voz en medio del fin del mundo.
Frank.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿No tienes cosas importantes que hacer? —preguntó Matt, con un intento de sarcasmo débil.
Frank estaba apoyado contra una pared, fumando. Vestía una camiseta negra, vieja, y un pantalóndel mismo color, además de sus caracteristicas botas militares. Nada especial. Pero su presencia… siempre lo era.
—En realidad no, solo pensando en todo lo que no quiero pensar, al igual que tu.
Matt sonrió apenas, sin humor.
—Entonces estamos condenados.
Frank tiró el cigarro, pisándolo, y caminó hacia él. No dijo nada al principio. Solo lo miró. O más bien, lo leyó. El gesto cansado de Matt. La forma en que su bastón no marcaba firmeza, sino agotamiento. Su respiración irregular. Algo andaba mal.
—Estas hecho mierda, rojo.
Matt rió con amargura.
—Gracias. No me había dado cuenta.
Frank dio unos pasos, lentos. Se detuvo frente a él, dejando un pequeño espacio.
—¿Estás solo?
—Sí.
—¿Quieres estarlo?
Matt tragó saliva. Sus hombros cayeron un poco.
—No. No ahora.
Frank asintió. No dijo nada más. Simplemente extendió una mano hacia él. No como un gesto dramático. Más como si ofreciera abrigo. O un respiro.
Matt dudó un segundo, pero la tomó. Sus dedos temblaban apenas.
Caminaron en silencio, cruzaron dos avenidas hasta que llegaron a uno de los edificios de los dormitorios. Frank abrió la puerta sin decir una palabra y Matt lo siguió.
El cuarto era simple, algo desordenado, con una colcha oscura tirada sobre una cama grande para una sola persona. Una botella de whisky sin abrir sobre el escritorio, el olor a cigarrillo impregnado en la habitación, luces bajas.
—Puedes quedarte si quieres —dijo Frank, dejando las llaves en la repisa—. Si es que no te molesta dormir junto a mi.
Matt dejó el bastón junto a la pared y se sentó en el borde de la cama. Parecía pequeño en esa habitación llena del aroma a tabaco y madera.
—¿Alguna vez sentiste que lo que quieres… está mal? Como si amar a alguien fuera algo… torcido. Como si al desear tocarlo estuvieras traicionando todo en lo que crees. Todo lo que te enseñaron desde pequeño.
Frank no respondió de inmediato. Su silencio no era desinterés. Era respeto.
—¿Estás hablando de mí? —preguntó con voz grave, honesta.
Matt asintió, bajando la cabeza.
—Hoy le dije a Foggy que no sabía si estaba pecando. Que no entendía si lo que siento… viene de Dios o es una prueba. Y no sé qué hacer con eso. Y cuando te sentí ahí… solo… fue como si se me apretara el pecho.
Frank dio un paso más, muy suave. No lo tocó.
—¿Crees que amar a alguien como yo es un castigo? —preguntó, no con dolor, sino con una calma inquietante.
Matt negó, rápido.
—No… No es eso. Es que me enseñaron que todo tiene un orden, una razón, un camino recto. Y tú… —se interrumpió, intentando encontrar las palabras— tu eres el desvío más grande que tomé en mi vida. Y no quiero alejarme.
Frank se apoyó contra la pared, con los brazos cruzados.
—Yo no creo en Dios.
—Ya lo sé.
—Pero sí creo que hay algo más jodido que el infierno —agregó, sin mirarlo aún—. Creer que amar está mal.
Matt alzó la cabeza, lento.
—¿Tú crees que esto es amor?
Frank caminó hacia él. Se agachó frente a la cama. Estaban al mismo nivel ahora.
—No lo sé. Pero si lo fuera… ¿de verdad piensas que sería un castigo?
Matt apretó los labios. —A veces siento que me estoy rompiendo, Frank. Que si cruzo esta línea, ya no puedo volver.
Frank le sostuvo la mirada. Su voz fue un susurro:
—Entonces rompete, Murdock. Yo te sostengo.
Y eso fue todo. Ningún beso. Ninguna piel desnuda. Solo Frank sacándose las botas, tirando su chaqueta al suelo y acostándose al otro lado de la cama. Matt apagó la lámpara. Y cuando se metió bajo las sábanas, se acercó apenas, torpemente. Como quien busca algo caliente en medio del frío.
Frank le pasó un brazo por los hombros. Lo sintió tensarse, y luego, relajarse.
Matt se quedó en silencio. No rezó y no se arrepintió de no haberlo hecho. Por primera vez en días, solo cerró los ojos. El pecho contra el de Frank. El corazón latiendo lento. Y pensó, tal vez, que si el pecado se sentía así, no debía ser tan terrible.
Y si amar a Frank era un pecado… entonces estaba dispuesto a cometerlo una y otra vez.
︶︶︶ ⊹ ︶︶ ୨ † ୧ ︶︶︶ ⊹ ︶︶
El cuarto estaba en penumbra, apenas iluminado por el reflejo anaranjado de un farol colándose entre las cortinas. Matt dormía de lado, la respiración acompasada, el cuerpo de Frank abrazándolo suavemente por la espalda mientras dormía plácidamente.
Pero algo dentro suyo se rompió. Un golpe seco en su pecho, una imagen deformada en sus sueños junto a sangre y pecado. Manos manchadas. El rostro de su difunto padre decepcionado, “Ya no eres mi hijo”, “No quiero ser padre de un maricón” y más frases como aquellas retumbaban en su mente.
Matt se incorporó de golpe. Sudaba, pero temblaba de frío. Su pecho subía y bajaba en oleadas desiguales y un intenso dolor en su garganta lo abrumó. Según el reloj en la mesita de noche, eran las 5 de la mañana, buscó a tientas su bastón, sin siquiera mirar hacia Frank. Se puso de pie con movimientos torpes, casi desesperados. Agarró su chaqueta, sus lentes, y salió del cuarto rápidamente, queriendo escapar de toda esta situación.
Pasaron los días. Luego las semanas.
Y Matt no volvió.
Josie’s. La biblioteca. Los pasillos. La facultad de humanidades. Lugares donde siempre solía ver a Matt, ahora no tenían un solo rastro de él.
Frank lo sentía. Sabía reconocer el ritmo de su andar, el sonido de su bastón tocando el suelo con precisión de un lado al otro, lo había memorizado sin querer. Y cada vez que lo sentía acercarse, lo miraba. Esperaba algo: un gesto, una palabra, una señal.
Pero Matt pasaba de largo, la cabeza siempre al frente, los labios apretados. No lo saludaba, no le hablaba. Como si lo que compartieron nunca hubiese existido.
Y eso fue lo que más le dolió.
Frank empezó a cargar el ceño más tiempo del que lo necesitaba. Se volvió más seco. Más cerrado. Dejó de ir al gimnasio en los horarios donde Matt podría pasar por ahí. Rompió un saco de boxeo con los nudillos ensangrentados y luego se encerró días en su dormitorio, sin importarle sus clases de la semana.
Era como si todo lo que había expuesto hubiese sido descartado por un tipo que no podía ni sostenerle la mirada.
Y sin embargo, cuando lo escuchaba reír desde lejos, todavía se le apretaba el pecho y su mundo ardía en llamas.
Cuando por fin decidió salir de su encierro, vistió casual para retomar las clases a las que había faltado con los apuntes de David en la cafetería del campus.
El ruido de la cafetería era el mismo de siempre. Platos chocando, máquinas de café resoplando, estudiantes apurados o bostezando sobre sus apuntes. Pero para Frank, todo sonaba distante.
Sentado en la esquina, con un sandwich a medio comer y una lata de energética entre sus manos, veía pasar a la gente sin prestar demasiada atención a sus apuntes. Hasta que sintió algo y lo supo antes de verlo: Matt Murdock acababa de entrar.
Iba con Foggy, como siempre. Bastón en mano, los lentes oscuros, la chaqueta abierta por la mitad. Parecía tranquilo, algo que Frank envidió de el.
Frank bajó la vista y Apretó el puño. La rabia se le acumulaba en los nudillos, pero no se movió.
Cuando Matt pasó cerca de su mesa… titubeó.
No lo miró —porque no podía—, pero Frank lo sintió. Ese momento minúsculo donde el bastón desaceleró su ritmo, donde la cabeza se giró apenas y el aire se volvió más denso. Y luego pasó de largo, sin decir nada.
Frank apretó la mandíbula. Llevaba semanas repitiéndose que ya estaba bien. Que si Matt lo había borrado, él también podía hacerlo. Pero cada vez que lo veía moverse por el campus como si nada, le dolía más.
—Él te sintió —dijo una voz junto a él.
Frank alzó la mirada. Karen se había sentado frente a él sin que se diera cuenta.
—¿Qué haces acá? —preguntó él, intentando sonar indiferente.
—Tengo clases. Y porque sabía que ibas a estar aquí fingiendo que no te importa. —Karen tomó un sorbo de su café y lo miró directo a los ojos—. En realidad, no lo haces bien.
Frank bufó, ladeando la cabeza y evitando el contacto visual con la rubia.
—No tengo tiempo para charlas motivacionales, Page, menos si viene de ti.
—¿Y si no vengo a darte una charla? ¿Y si solo vengo a invitarte una cerveza esta noche en Josie’s?
Él se cruzó de brazos.
—No soy de bares últimamente.
Karen sonrió con suavidad.
—Conozco otro lugar al que podemos ir, solo quiero evitar que te encierres en tu cabeza y termines golpeando a alguien en el gimnasio por cosas que no puedes decir en voz alta.
Frank frunció el ceño. Estaba a punto de negarse, pero algo en él cedió.
—Está bien.
—Pero debes hablar. Aunque sea un poco.
Karen citó a Frank en Graniteville Diner a las 20:00hrs.
Dentro del lugar las luces eran suaves, los asientos rojos descoloridos y sonaba una balada vieja por la radio, algo apenas audible. Frank y Karen estaban en una de las mesas del fondo.
El hombre tenía las manos cruzadas sobre la mesa. No las había movido en minutos.
—¿Te hizo algo? —preguntó Karen, sin rodeos—. ¿Matt?
Frank negó con la cabeza.
—No. Nada. Eso es lo jodido. No dijo una palabra. Solo… se fue. Se levantó de mi cama y nunca más volvió a mirarme.
—Lo está pasando mal. —Karen bajó la vista, revolviendo su café el cual aún no había probado.
—¿Ah, ¿sí? Porque la verdad se le ve bastante tranquilo caminando por ahí. Como si nada hubiera pasado, imperturbable. Como si no me hubiese dejado ahí, como un idiota, sintiendo cosas que ni siquiera sé si son correspondidas.
Karen estiró una mano, con suavidad, y tocó la suya.
—¿Le dijiste algo?
—No me dio la oportunidad. Me evita. En el campus, donde sea que nos encontremos. —Frank soltó una risa amarga—. Y yo… lo veo, ¿sabes? Lo siento, siento cómo se tensa, cómo frena un segundo cuando estoy cerca y él me nota, pero aún así no me dice nada.
Karen lo miró con esa mezcla de ternura y dureza que solo ella tenía.
—Frank… lo que tiene Matt en la cabeza es una guerra interna. Entre lo que siente y lo que le enseñaron que debería sentir. No creo que sea algo personal.
—Claro que es personal —masculló él—. Me metió en su guerra y después huyó.
Karen tomó un sorbo de su café antes de responder.
—A veces uno se va porque quiere proteger al otro de su propio caos. Y otras veces, simplemente… porque no sabe cómo quedarse sin romperse del todo.
Frank cerró los ojos por un segundo. La mandíbula tensa, sin haber probado nada aún de las cosas que Karen pidió para él.
—Él estaba bien ahí. Conmigo. Dormimos juntos y por primera vez en años… me sentí seguro. Como si no fuera un monstruo, como si algo por fin valiera la pena. ¿Y sabes qué? no hice nada. No le toqué ni un pelo. Solo dormí, porque me bastaba con tenerlo cerca.
Karen lo escuchó en silencio.
—Y después desapareció —susurró Frank—. Como si lo que pasó hubiese sido un error.
—¿Y para ti fue un error?
Frank la miró. Los ojos rojos, pero no iba a llorar, era rabia contenida.
—Fue lo más real que tuve en mucho tiempo.
—Entonces no lo sueltes todavía.
—¿Y si no vuelve?
—Entonces serás tú quien tenga que hacer que lo haga. —Karen se encogió de hombros.
Frank alzó una ceja, molesto.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que le recite un poema en medio del patio de la facultad? ¿Qué me arrastre por el suplicándole que me diga algo?
Karen sonrió, cansada.
—Solo que no lo odies por tener miedo.
Frank bajó la mirada y no dijo nada más.
La camarera dejó la cuenta sobre su mesa y Karen sacó su billetera para pagar.
Antes de irse, se giró y le dijo:
—No estás solo en esto. Él tampoco.
Y se fue, dejándolo ahí, con su taza de café helada, sus pensamientos más confundidos que antes y el eco de un silencio que ya llevaba semanas sonando más fuerte que cualquier ‘adiós’.
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Después de su última clase del día, Matthew caminó hacia las afueras del campus. El viento era frío, pero no más que el silencio y la soledad que lo acompañaba desde hacía semanas. Esta vez no buscaba respuestas en los libros, ni en sus amigos quienes en realidad sentía que no lograban entender del todo su problema, ni en el fondo de un vaso vacío en el que hubo alcohol. Por primera vez en mucho tiempo, volvió a la iglesia. Los vitrales proyectaban tonos de azul, rojo y ámbar sobre los bancos de madera envejecida. Matt estaba sentado en uno de los primeros asientos, con las manos entrelazadas y la cabeza agachada, como si rezara con todo su cuerpo.
El Padre Lantom lo observaba desde que entró. No había nadie más, salvo ellos y los ecos de los pasos perdidos. Así que se acercó, en silencio, sabiendo que, si Matt hablaba, no sería porque quería, sino porque ya no podía más.
—No sé si vine a pedir perdón o a reclamar respuestas —dijo Matt, sin levantar la vista—. He estado rezando, todos los días, todas las noches. Suplicando por claridad, por calma… pero todo lo que siento es silencio.
—A veces el silencio es la respuesta —respondió el padre, sereno.
Matt apretó sus labios con fuerza.
—No parece justo.
—La fe no es justa, Matt. Nunca lo fue. No se trata de certezas. Se trata de seguir, incluso cuando no ves el camino.
Hubo una pausa. Matt respiró hondo.
—¿Y si el amor que siento… no cabe en lo que me enseñaron?
—¿Y quién te enseñó que Dios deja de amar cuando tú amas diferente?
Matt cerró los ojos.
—Me siento abandonado, por mucho que ore, siento que Dios no me quiere escuchar.
—Quizás Dios no te abandonó. Quizás solo está esperando que dejes de huir de ti mismo.
Y Matt no sintió culpa por primera vez en semanas, solo un cansancio enorme, como si estuviera cargando una cruz que no le correspondía.
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—Matt, ¿vas a venir esta noche a la fiesta de Jessica? —preguntó Karen con tono casual, aunque ya tenía toda la trama armada.
—No lo sé… no estoy de ánimo.
—¿Y desde cuándo necesitas ánimo para emborracharte y poner The Smiths en la lista de reproducción? —bromeó Foggy, apareciendo con una bolsa de papas en mano y los lentes de sol puestos.
Karen lo miró de reojo.
—¡Tú también vienes!
—Oh no, no, NO. Esta vez paso —dijo Foggy, dramáticamente—. ¿Sabes quién también va a esa fiesta? Marci. MARCI. No estoy listo para enfrentarme a ella después de pasar la vergüenza del siglo.
Karen soltó una carcajada.
—Foggy, ha pasado casi un mes ya.
—No importa. Todavía sueño con su mirada de desaprobación. Me despierto sudando y con ganas de estudiar Derecho Constitucional para impresionarla. ¡Eso no está bien, Karen!
Matt sonrió un poco, más relajado.
—Entonces… ¿si Foggy no va, yo sí tengo que ir?
Karen se giró hacia él como una gata afilando las garras.
—Exacto. Alguien tiene que hacer el ridículo en mi nombre. Y además, Matt… te hará bien. Salir, reír y bailar pésimo.
—¿Y tú cómo sabes que bailo pésimo?
—Porque soy tu amigo, y no estoy ciego —respondió Foggy y le dio un golpecito en el brazo a Matt.
—Vamos Matt, por favoor.
Matt suspiró, resignado, pero con una sonrisita culpable.
—Está bien. Iré. Solo porque necesito un descanso.
—Perfecto. —Karen se levantó de la banca en la que se encontraban los tres sentados, muy triunfante—. A las diez en la casa de Jessica, pasaré por ti.
Matt asintió, sin saber que la fiesta era solo una parte del plan.
Karen, mientras se alejaba, sacó su teléfono. En pantalla, el contacto: “Frank Castle 🦍” y no dudó en comenzar a escribir.
Karen Page 💅
Fiesta en la casa de Jessica Jones. Hoy, 10 PM.
Y por amor a Dios, Frank… ponte algo decente.
Frank Castle 🦍
Paso.
Sabes que no soy de fiestas.
Karen Page 💅
¿Desde cuándo “pasas” cuando te lo pido yo? ¡Siempre vas cuando Billy te lo pide!
Además, nadie te está pidiendo que bailes. Solo que vayas y no muerdas a nadie.
Frank Castle 🦍
¿Qué, vas a emborracharte y necesitas un guardaespaldas?
Karen Page 💅
No, idiota.
Frank Castle 🦍
(escribiendo…)
(En linea.)
(escribiendo…)
Frank Castle 🦍
¿Va a estar Matt?
Karen Page 💅
Sí.
Y aunque no lo diga, está esperando algo.
Tal vez a alguien que no se asuste de lo que siente.
Frank Castle 🦍
Él es el que huyó.
Karen Page 💅
Y tú eres el que no ha dejado de esperarlo.
Así que ven. Aunque sea para demostrarte que todavía puedes respirar cuando él está cerca.
Solo una noche, por favor.
Frank Castle 🦍
No me gusta cuando haces esto.
Karen Page 💅
¿Qué? ¿Ser más madura que tú?
10 PM. No llegues tarde, Castle.
Frank Castle 🦍
No prometo nada.
Karen Page 💅
Te estaré esperando.
[Ubicación 📍]
Frank se sentó al borde de la cama con el celular en la mano, mirando la conversación con Karen. Su dedo pasaba una y otra vez, releyendola.
Últimamente su cercanía con Karen era cada vez más evidente, ella preocupada por su bienestar e invitándolo un café o una cerveza cada que podía, no quería dejar que el chico se hundiera más de lo que se encontraba.
Bufó, dejando el teléfono sobre la mesa con un pequeño golpe seco.
Se quedó ahí unos segundos con la cabeza baja, pensaba en Matt, en cómo se había ido sin decir nada. En cómo cada rincón de su memoria seguía oliendo a él. Esperando a que se le hiciera tarde para ir a la fiesta
Luego de un rato, Frank se levantó y abrió el armario. Pasó las manos por las pocas camisas decentes que tenía. Ninguna parecía “de fiesta”, terminó sacando una negra de algodón, limpia pero arrugada y se la puso sin ánimos de plancharla.
—Pareces un maldito zombie, Castle. — dijo mirándose al espejo al notar sus ojeras marcadas, revelando las noches que pasó en vela.
Tomó su chaqueta favorita, esa de cuero gastado, la misma que Karen siempre criticaba porque decía que lo hacía ver más intimidante de lo que ya era.
Encendió un cigarro, lo apagó a la mitad. Se quedó de pie frente a la puerta, la mano en el picaporte, aún dudando en si cumplir el capricho de Karen o si debería quedarse bebiendo en casa mientras veía la basura que pasaban en la televisión, ignorándolo todo y fingir que todo lo que había sucedido ya no le dolía de una vez por todas.
Pero entonces recordó cómo Matt había estado entre sus brazos. Frank suspiró cansado, abrió la puerta y se fue sin mirar atrás.
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Eran cerca de las 11 de la noche y la fiesta ya había comenzado. Luces tenues, música que vibraba en el pecho más que en los oídos, gente entrando y saliendo, copas de alcohol de todo tipo mezcladas con risas.
Frank llegó caminando como si lo hubieran arrastrado, con ese gesto entre aburrido y no me hables si no vas a decir algo importante. La mirada iba de un lado a otro, escaneando el lugar con desconfianza. Nadie le importaba. Nadie… menos alguien.
Karen lo vio desde la barra improvisada y sonrió. Dejó su copa en la mesa y se acercó con los brazos cruzados.
—Mírate. ¡Viniste!
Frank alzó una ceja.
—Dijiste que lo necesitaba. Pero en cualquier momento me retiraré de aquí.
—Tú necesitas muchas cosas, Castle. Entre ellas, dejar de fumar tanto y decirle a Matt que lo extrañas.
—No he dicho que lo extraño.
—No hace falta. Se te nota. —le dijo ella, tocándole el entrecejo con un dedo.
Frank se apartó con una mueca.
—¿Ya llegó?
—No todavía, insistió en que él llegaría solo hasta acá. Pero va a venir, lo sé.
—¿Le insististe o lo obligaste?
—¿Importa? —Karen alzó los hombros, tomando de nuevo su copa—. Esta noche van a verse, van a hablar, y si Dios existe, se van a dejar de hacer daño.
Frank resopló por la nariz.
—¿Y si no quiere hablar?
—Entonces lo vas a mirar como lo miraste la última vez y va a derretirse, como siempre. Vamos, Frank. Ese tipo te busca con el alma, aunque se esconda detrás de todo su catecismo.
Frank bajó la vista, la mirada clavada en el vaso lleno de whisky que no se había dudado en servir hasta el borde.
—Tengo miedo de que todo esto… no signifique lo mismo para él. Que haya sido solo una grieta en su moral. Algo de lo que va a arrepentirse por el resto de su vida.
Karen lo miró con una compasión suave.
—¿Y tú te arrepientes?
—Ni un segundo.
Karen sonrió. Y en ese instante, Frank sintió que todo el ruido a su alrededor se apagaba un poco.
Porque Matt aún no llegaba, pero el corazón ya le latía como si lo tuviera frente a él.
La hora pasaba y no había un solo rastro del chico pelirrojo. Karen se había alejado con sus amigas, y Frank se movía entre la gente, hasta quedarse de pie junto al ventanal que daba al balcón. Desde ahí, tenía vista de toda la sala, de la entrada, de la cocina. Aun así, no parecía mirar a nadie.
Entonces, la sintió; Ese perfume costoso y esa presencia que caminaba como si el mundo fuera suyo.
Elektra lo vio desde el otro extremo del salón. A veces no necesitaba hacer el espectáculo; simplemente era el espectáculo. Se acercó con su copa de vino y ese andar suyo como si el suelo la mereciera.
—Castle —canturreó, deteniéndose frente a él, sin permiso—. Qué milagro. Pensé que las fiestas no eran lo tuyo. Bueno, ni las fiestas ni la socialización básica.
Frank ni se inmutó.
—No lo son. Pero alguien insistió.
—¿Karen? Qué tierna. Siempre tan empeñada en rehabilitar monstruos.
Frank desvió apenas la mirada hacia ella.
— ¿Viniste a cazar víctimas nuevas o solo a espiar lo que ya no puedes controlar?
Elektra soltó una carcajada baja y elegante, como quien disfruta más el veneno que el trago.
—¿Controlar? Querido… —Se acercó un poco más—. Si pensara que tengo que controlar a Matt, estaría igual de patético que tú esperando que vuelva.
Frank se mantuvo inmóvil, pero sus ojos brillaron con algo peligroso.
—No espero nada.
—Mentira —dijo ella, clavándole los ojos—. Estás aquí por él. Sigues viniendo a las fiestas a las que solías ignorar. Te recortaste la barba, te pusiste camisa. Camisa, Castle. Esto es casi romántico. ¿Acaso Sigues dolido porque Matt huyó de tu cama como si hubieras invocado al demonio?
Frank le dio un trago lento whisky, le supo más amargo que de costumbre, pero sin sacarle la vista de encima a la morocha.
—¿Y? ¿Molesta que me vea bien para él?
Elektra entrecerró los ojos, divertida.
—Molesta que te creas distinto solo porque Matt te dejó romperle las paredes por una noche.
—¿Sabes lo que creo? —dijo él, murmurando cerca de su rostro—. Que te molesta que él no se derrita por ti como solía hacerlo. Y que por mucho que juegues a la femme fatale, sabes que lo pierdes
cada vez que me ve.
—¿Y lo ves seguido últimamente?
Frank apretó la mandíbula. Pero no respondió.
Elektra sonrió, “Bingo”. Era hermosa, cruel y perfecta en su cinismo.
—Te tiene miedo, Frank. No porque seas tú. Porque no puede controlar lo que siente cuando estás cerca, y tú tampoco puedes.
—No. Yo no tengo miedo. Solo estoy esperando que deje de huir.
—¿Y si no lo hace?
Frank se encogió de hombros.
—Entonces seguiré viniendo a estas estúpidas fiestas. Y seguiré vistiéndome bien. Y seguiré estando aquí. Porque cuando él vuelva a mirar, quiero que sepa que nunca dejé de estar.
Elektra se quedó callada por un segundo. Su sonrisa se borró apenas. Después, bebió un sorbo de vino y se alejó con un simple:
—Suerte con tu cuento de hadas, Castle. A veces, el príncipe no quiere que lo rescaten.
Antes de que terminara aquella acalorada discusión, Matthew Murdock llegó.
—Justo a tiempo —murmuró Karen, con una sonrisita complice, tomando su brazo como si supiera que Matt lo necesitaba más de lo que quería admitir.
Matthew se detuvo en la entrada apenas cruzó la puerta. El ruido de la música, las voces superpuestas, los latidos alterados por el alcohol y la risa le golpearon con fuerza. Había demasiadas presencias. Demasiado mundo encima de él.
Pero una presencia sobresalía, como siempre, y esta se trataba de Frank.
Su corazón lo supo antes que su mente. Ese pulso pesado, respiración tensa, recargado contra algún rincón como si no encajara en el mundo, pero no se encontraba solo.
Matt sintió el perfume antes de que llegara la imagen en su mente. Ese aroma caro, afilado, casi cortante, sabía que estaba con Elektra.
La conversación no llegaba con claridad debido al resto de estimulos en el ambiente, pero no necesitaba palabras para saber que estaban hablando de él.
El cuerpo de Frank estaba tenso y Elektra estaba demasiado cerca. Matt frunció los labios, tragando saliva. No era celos. O sí. (Tal vez lo era).
—¿Dónde está? —preguntó él, aunque ya lo sabía.
Karen giró la cabeza.
—Donde siempre ha estado. Esperándote.
Matt asintió. No dijo nada más. Su pecho era una tormenta contenida, una mezcla de miedo, deseo y algo parecido a esperanza, que apenas ahora, después de tantas semanas de tormenta, se atrevía a respirar otra vez.
Ni la música, las risas, los pasos cruzados a su alrededor parecían importar mientras el pelirrojo se abría paso entre la gente hasta llegar a Frank, quién levantó la mirada por un segundo y se cruzó con el.
Solo estaban ellos.
—Pensé que no vendrías —dijo Frank, su voz ronca, sostenida con dificultad. No era enojo, era todo lo demás.
Matt tragó saliva. Respiró hondo.
—Pensé que no me ibas a querer ver.
Frank frunció el ceño, su mandíbula tensa, pero no dijo nada.
—Perdón por irme así. —La voz de Matt era apenas un susurro. El tipo de disculpa que no se dice por culpa, sino porque pesa en el alma.
—¿Eso fue lo que hiciste? ¿Solo… Irte? ¿Cómo si nada de lo que pasó hubiera significado algo?
Matt asintió. No intentó excusarse. Su garganta se cerraba con cada palabra, pero aún así siguió.
—Tuve miedo.
—¿De mí?
—De lo que sentía por ti. De lo que significaba. De lo que podría llegar a perder.
Frank se rió, sin humor.
—¿Y qué perdiste?
Matt levantó apenas la cabeza, girándola hacia su voz.
—La paz. El sueño. Las ganas de pretender que estaba bien. Todo eso. —Se detuvo, respiró hondo—. Espero no haberte perdido a ti…
Frank no respondió al instante. Se quedó viéndolo. Viéndolo de verdad. Al tipo que se quebró y se fue. Al tipo que aún temblaba por dentro pero que esta vez había vuelto.
Y entonces dijo:
—No. Todavía no.
Ambos se acercaron, El aire entre ellos parecía arder.
—Fui a hablar con el Padre Lantom —dijo, su voz un poco más firme—. Le dije que me sentía abandonado por Dios. Que estaba rezando y no me respondía. Y él me dijo algo.
—¿Qué cosa?
—Que tal vez Dios no me abandonó. Tal vez solo estaba esperando que dejara de huir de mí mismo.
Frank tragó saliva. La expresión le cambió, le brillaron los ojos con algo que no se parecía a la rabia, ni a la tristeza. Era otra cosa. Era ternura. Era ese amor que no sabía cómo mostrar, pero que siempre estaba ahí.
—¿Y ya dejaste de huir?
Matt asintió, apenas.
—Estoy intentando, ya no quiero hacerlo más…
Dio un paso más, ahora solo quedaban centímetros entre ellos.
Frank no se movió, expectante.
Y Matt, con el corazón latiéndole con fuerza en los oídos, estiró una mano con torpeza y le rozó la mejilla. Apenas. Un toque, lo suficiente para hacer arder la piel del contrario.
Frank bajó la cabeza. Sus labios se encontraron a medio camino. No fue un beso perfecto. No fue controlado ni pulido.
Fue necesario.
Frank lo sostuvo de las caderas, como si tuviera miedo de que se le escapara otra vez. Matt se aferró a su camisa como si ese contacto lo mantuviera a flote. Y el mundo alrededor de ellos se apagó.
Sus labios se movían con cautela, deshaciéndose del deseo oculto que ambos tenían guardado hace tiempo. Ninguno quería separarse, hasta que la falta de aire los obligó.
—Esto no puede estar mal. No si me hace sentir como si estuviera en el paraíso.
Frank apoyó su frente contra la de él y susurró:
—Esto es lo más cerca que voy a estar del paraíso, Matt. Y no me importa arder en el infierno si es contigo.