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Un día cualquiera. Así había empezado todo.
Ron Weasley, con las mangas de su túnica algo manchadas de tiza por una visita previa a la tienda de escobas, había entrado a Sortilegios Weasley con la esperanza de, por primera vez en semanas, comprarse algo para sí mismo. No pedía mucho. Solo una caja de chicles explosivos o tal vez unas bombitas de niebla nocturna.
—¿Descuento familiar? —preguntó, con una sonrisa de esas que usaba cuando necesitaba que Harry lo dejara dormir a su lado por sus pesadillas.
Fred y George intercambiaron una mirada.
—Claro, claro —dijo Fred.
—El precio familiar es el doble —remató George con una risotada.
Ron parpadeó. Luego frunció el ceño.
—¿¡Qué!? ¡¿De dónde voy a sacar tanto dinero?!
Ofendido, dio media vuelta y se internó en la parte nueva de la tienda, donde los gemelos estaban probando productos de "alto riesgo y moderada legalidad", según el cartel.
Fue entonces cuando algo —o alguien— lo tiró bruscamente del brazo.
Con un ruido sordo, Ron se estampó contra una pared cercana, sus hombros chocando torpemente con el estante de Espejismos Emocionales. Una lluvia de frascos cayó cerca de ellos, pero no se rompió ninguno.
—¡Lo siento! —dijo una voz firme, casi nerviosa.
Ron levantó la vista, sacudiéndose un poco. Y allí estaba Draco Malfoy.
—¿Tú? —Ron lo miró con desconfianza, sus cejas tan arrugadas como el pergamino de un examen final.
Pero lo más preocupante no era eso. Era que Malfoy lo tenía contra la pared, literalmente, y su nariz... su nariz estaba peligrosamente cerca de su cuello.
—¿Estás... oliéndome?
Draco parpadeó, atónito. Sus mejillas se tiñeron de rojo apenas perceptible, pero no se apartó.
Ron sintió un escalofrío recorrerle la columna. Luego lo entendió: se le habían escapado feromonas.
—“Maldición. Muy bien Weasley, esto es perfecto”—pensó con sarcasmo.
Él estrés, el enojo, el cansancio. Todo se le había juntado y había explotado en una nube de feromonas. Y para colmo, un Alfa cerca.
—¡Aparta tu nariz, Malfoy! —protestó, empujándolo con el antebrazo.
Pero Draco no se movió de inmediato. Olía a pino fresco y algo afilado, como una tormenta a punto de caer.
—No lo hiciste a propósito... —murmuró Draco, con la voz más baja de lo usual— Pero tu aroma...
Ron tragó saliva. Sentía el pulso martillando en las sienes.
—¿Qué demonios haces tú en la tienda de mis hermanos? ¿Te estás metiendo en el negocio de los perfumes mágicos ahora?—intento decir con burla, pero solo logro sonar nervioso.
—Buscaba una poción para dormir —respondió Draco, finalmente dando un paso atrás, aunque sus ojos grises seguían fijos en los de Ron— Pero ahora estoy... interesado en otra cosa.
Ron deseó poder meterse en una caja de polvos desaparecedores.
—Ni lo sueñes.
Draco sonrió. Apenas una curva en los labios, pero suficiente para que Ron supiera que esto no había terminado.
Desde el otro pasillo, se escuchó la voz burlona de George:
—¡Hermano, me parece que hoy vendimos más que chicles!
Y Fred, como siempre:
—O más bien, algo se encarameló.
Ninguno se había percatado aun de lo que sucedia a sus espaldas.
Ron cerró los ojos. Merlin, que alguien lo lanzara por un traslador ahora mismo.
Pero cuando los volvió a abrir, Draco seguía allí. No con la nariz en su cuello, pero con la mirada tan intensa que hizo que Ron se preguntara si acaso algo dentro de él no quería que se apartara.
Chapter 2: ¿Si quieres?
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Draco aún tenía sus brazos a ambos lados de Ron, sus manos firmes contra la pared, como si pudiera atrapar su aroma entre los ladrillos. Ron bajó la mirada, evitando los ojos del Alfa, el rubor subiéndole hasta las orejas.
No era solo vergüenza. Era el maldito calor en su pecho, la sensación punzante de su cuerpo diciendo Alfa como si eso explicara todo.
—Vamos —murmuró Draco, con la voz casi ronca— No es como si yo fuera a juzgarte por perder el control. Pasa… más seguido de lo que crees.
Ron levantó débilmente las manos, apoyándolas en los hombros del rubio en un gesto que teóricamente debería empujarlo. Pero no lo hizo. Ni siquiera apretó. Era apenas un toque, como una advertencia vacía.
Draco sonrió con arrogancia, reconociendo la falta de intención real en ese gesto. Se inclinó otra vez, sus labios apenas rozando el cuello de Ron, tan cerca de las glándulas que el Omega contuvo la respiración por reflejo.
Sus manos abandonaron la pared para deslizarse con descaro por la cintura de Ron, deteniéndose en sus caderas. El tacto fue ligero, pero suficiente para que Ron temblara apenas.
—Podrías pedírmelo —susurró Draco con una voz tan sedosa que se sintió como un encantamiento prohibido— Pide que te ayude a calmarte. Te saco de aquí… y vamos a un lugar privado. Cama, pociones, sin testigos. Sólo tú y yo.
Ron se quedó mudo.
Lo odiaba. Odiaba la forma en que su cuerpo tembló ante la imagen. Lo odiaba aún más por lo fácil que le salían esas palabras, como si fuera tan natural olerlo, tocarlo, provocarlo.
Y sin embargo…
Antes de que pudiera articular una respuesta —una negativa, se dijo mentalmente, definitivamente una negativa— algo cambió en el ambiente.
El aire se volvió denso. Pesado. Feromonas Alfa, sí, pero no eran de Draco. Eran otras. Familiares. Furiosas.
Draco tardó un segundo más en notarlo, demasiado concentrado en el cuello de Ron como para oler cualquier otra cosa.
—¿Te quedaste mudo porque te molesto lo que dije o porque te gustó? —preguntó Draco con sorna, sin percibir aún la amenaza.
Y entonces Ron lo vio. A Fred y George, a unos pasos de ellos.
Sonreían. O al menos, eso parecía. Sus labios estaban curvados como siempre, sí, pero los ojos… los ojos no reían.
Fred cruzó los brazos.
—¿Todo bien por aquí, hermanito?—George entrecerró los ojos, la voz dulce como poción con veneno.
—¿Necesitas ayuda con este Alfa?
Draco levantó la cabeza lentamente, como si por fin su instinto Alfa detectara que no estaba solo. Parpadeó, olfateó. Y entendió.
Dos Alfas. Protectores. Furiosos. Hermanos mayores.
—No hace falta montar un escuadrón —dijo Draco con calma, bajando las manos de las caderas de Ron, pero sin alejarse del todo.
Fred dio un paso al frente. George imitó el movimiento al instante.
—Lo gracioso es que no te vimos entrar —comentó Fred, afilando la voz como cuchilla— ¿Entraste por la puerta o por un escondite?
—Y más gracioso aún —añadió George— es que huela como si intentaras marcar a nuestro Omega aquí mismo, en nuestro local.
Ron abrió la boca, desesperado por intervenir, pero el nudo en su garganta no se deshacía. Quería gritar que no había pasado nada, que Draco solo había sido… bueno, un cretino, sí, pero no un atacante.
Draco levantó las manos en señal de paz, sin perder la sonrisa arrogante.
—No estaba marcando a nadie. Solo apreciando el aroma. Un cumplido a su hermano, si lo quieren ver así.
George rió sin risa.
—Qué lindo. Me encantaría ver cómo explicas eso desde el suelo.
Fred ya se había arremangado.
Ron se interpuso de golpe, poniendo una mano en el pecho de cada gemelo.
—¡Ya está! ¡No pasó nada! Se los digo en serio.
Mentira.
Pasó demasiado.
Los gemelos se miraron entre sí, luego bajaron un poco la tensión. No mucho. Solo lo suficiente para que Draco pudiera retroceder un paso… aunque sus ojos no se apartaban de Ron.
Ron le lanzó una mirada asesina.
Draco, muy tranquilo, se ajustó el cuello de la túnica, alzó una ceja y dijo:
—Si alguna vez quieres tomarme la palabra… sabes dónde encontrarme.
Y con un último vistazo —de esos que quemaban más que un encantamiento de fuego— se dio media vuelta y se perdió entre los pasillos del negocio.
Fred y George aún respiraban como dragones conteniéndose.
Ron se dejó caer en la silla más cercana, cubriéndose la cara con las manos.
—Merlín… ¿podemos fingir que esto no pasó?
Fred se encogió de hombros.
—Solo si prometes no dejar que ese Alfa imbécil se te acerque de nuevo.
George, más pensativo, lo miró con sospecha.
—¿O sí quieres que lo haga?
Ron no respondió. Ni lo negó. Lo cual fue, para los gemelos, respuesta suficiente.
Chapter 3: Insomnio y hambre
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Ron nunca había visto a sus hermanos tan serios.
Ni cuando explotó accidentalmente el cobertizo a los catorce. Ni cuando George se prendió fuego a las cejas probando una pócima de invisibilidad que solo funcionaba en ropa. Ni siquiera cuando Ginny salió con Dean Thomas.
Pero ahora, mientras caminaban hacia la Madriguera en silencio tenso, con la tienda cerrada dos horas antes de lo habitual y ambos gemelos pegados a él como si fueran una manta de feromonas viviente, Ron empezaba a pensar que el asunto se le había ido un poco de las manos.
No debería haber dejado que Draco Malfoy se le acercará tanto.
Fred caminaba a su derecha, hombro con hombro, dejando escapar pequeñas ráfagas de su aroma Alfa: cálido, cítrico, intensamente protector.
George lo rodeaba por la izquierda, algo más discreto, pero de vez en cuando Ron sentía el toque de su brazo o el roce deliberado del aroma de lavanda y humo. Otro escudo.
—Wow, no exageran ni nada —masculló Ron, irritado.
—¿Exagerar? —dijo Fred con voz inocente— ¿Acaso estás insinuando que dejar que un Malfoy te huela el cuello no amerita vigilancia de nivel siete?
—Lo tenía prácticamente encima —agregó George con los dientes apretados— Fue como ver a un zorro olfateando un nido de gallinas.
Ron soltó un suspiro exasperado.
Malditos hermanos Alfas sobreprotectores.
No era como si él fuera un niño. Tenía derecho a tener su propio juicio. Y sus propios gustos, aunque fueran confusos y, bueno, altamente humillantes.
—No los necesito para elegir con qué Alfa estar —gruñó en voz baja, más para sí mismo que para ellos.
Pero al instante se arrepintió.
Fred y George lo escucharon. Por supuesto que lo escucharon.
—¿Quierés estar con ese idiota rubio con complejo de superioridad? —saltó Fred.
—¿O estás admitiendo que te gusta cómo te olió? —añadió George, alzando ambas cejas.
—¡No dije eso! —Ron se volvió, rojo como una gragea picante— Solo dije que yo debería elegir, ¡eso es todo!
Los gemelos se miraron, preocupados.
Ron se adelantó unos pasos, deseando que el suelo lo tragara.
Porque sí, había tenido ese pensamiento. Una fugaz y molesta idea.
¿Draco Malfoy como opción válida?
Ron se cubrió la cara con ambas manos. Qué vergüenza. Estaba claro que sus feromonas alteradas por el estrés le habían jugado una mala pasada. Cualquiera reaccionaría raro si de pronto te acorralaban contra una pared y te olían como si fueras un bufé de emociones hormonales. ¿Verdad?
...Aunque, si era honesto, la presencia de Draco lo había calmado.
Eso fue lo peor. Lo más desconcertante. En vez de sentirse invadido o agredido, había sentido... una estabilidad momentánea. Como si su sistema nervioso dijera "ah, esto es lo que necesito" y no le hubiera consultado en lo más mínimo a su cerebro.
Se frotó la nuca, molesto consigo mismo.
Y entonces, su mente volvió a esas palabras. "Vine por algo para dormir."
¿Malfoy no podía dormir? ¿Tenía insomnio?
Ron frunció el ceño, desconcertado. Malfoy siempre le pareció uno de esos Alfas que dormían como si el mundo les debiera descanso por existir. Enterrados en plumas y arrogancia.
Pero ahora no podía dejar de imaginarlo con ojeras, con el ceño fruncido a las tres de la mañana, sentado en una cama demasiado grande y vacía.
—Oh, no —murmuró— No. No, no, no.
—¿Qué? —preguntó George, alertado.
Ron negó con la cabeza.
—Nada. Solo pensé en... comida.
Porque claro. Eso tenía más sentido. No era que se estuviera preocupando por Draco Malfoy.
Para nada.
Definitivamente no.
Aunque su estómago gruñó como para confirmar la excusa, y Fred se rió.
—Al menos el hambre es más fácil de calmar que las feromonas hormonales.
Ron se giró, horrorizado.
—¿¡Qué dices!? ¡Eres un idiota!
—¿Yo? —dijo Fred con una sonrisa maliciosa— Yo no fui el que se dejó oler hasta las glándulas.
George se encogió de hombros.
—¿Quierés pizza mágica? A veces ayuda cuando la cabeza va más rápido que el instinto.
Ron gruñó. Pero asintió.
Sí. Pizza. Comida grasosa. Algo tangible.
Porque lo intangible -como el hecho de que estaba preocupado por Malfoy- no tenía solución fácil.
Volver a Hogwarts debería haber sido reconfortante.
Y lo fue... hasta que Ron se dio cuenta de que no podía quedarse quieto.
Caminó por pasillos que conocía de memoria. Subió y bajó escaleras como si buscara una sala secreta nueva. Pero no, no era una sala. Era una persona.
Una pregunta lo empujaba, punzante, obsesiva, demasiado íntima para su propio gusto.
Cuando finalmente lo vio —cruzando un pasillo vacío cerca del aula de Astronomía— se detuvo un segundo.
Draco Malfoy. Solo. Con cara de estar más cansado de lo que admitía.
Ron avanzó sin pensarlo. Y como si el universo tuviera sentido del humor, chocaron.
Ron cayó de espaldas con un pequeño quejido.
—¡Otra vez no! —gruñó.
Draco parpadeó, agachándose con rapidez.
—Weasley —murmuró, alzando una ceja— ¿Tienes un imán para mis costillas o qué?
Le tendió la mano. Ron, aún refunfuñando, la tomó.
Y no se soltaron enseguida.
Fue instintivo. Un segundo más largo. El contacto tibio, casi normal. Pero no lo era.
Ron lo soltó primero, con torpeza.
—Vine a buscarte —soltó de golpe, directo, sin preámbulos.
Draco parpadeó.
—¿Para reclamar por el empujón? O ¿Por qué olí tus feromonas?
—No —Ron sacudió la cabeza—Quería preguntarte algo.
Draco alzó una ceja, divertido. Pero no dijo nada. Esperó.
Y Ron, sin pensarlo más, preguntó:
—¿Tienes insomnio?
Silencio. Una bocanada de sorpresa cruzó el rostro del Alfa.
Ron frunció el ceño, sin notar que su tono fue suave, casi preocupado. Como si le importara.
Porque, bueno, le importaba.
Draco ladeó la cabeza.
—¿Por qué quieres saber eso?
—Lo dijiste el otro día. En la tienda. Que necesitabas algo para dormir —respondió Ron, encogiéndose de hombros—Me quedé pensando. Solo quería saber si... si estás bien.
Otra pausa.
El sarcasmo se asomó en los labios de Draco, pero algo lo contuvo. En vez de eso, suspiró y asintió.
—Sí. Me cuesta dormir desde hace un tiempo. Pesadillas, ruido, ansiedad... qué sé yo. No duermo bien, eso es todo.
Ron bajó la vista. Reflexionó un segundo. Luego, levantó la cabeza con seriedad.
—¿Hay algo que pueda hacer?
Draco lo miró con los ojos bien abiertos. Como si no hubiera esperado que el Omega le preguntara eso con genuina preocupación.
Y entonces, medio en broma, medio para aligerar la tensión, soltó:
—Podrías dormir conmigo. Quizás eso funcione.
Lo dijo con tono burlón, como quien lanza una idea imposible para molestar. Se esperaba un grito, una broma, una negativa inmediata.
Pero Ron solo lo miró.
Serio. Pensativo.
Y luego, con una calma peligrosa, dijo:
—Si eso te ayuda a descansar, no me molestaría dormir contigo.
El mundo pareció detenerse un segundo.
Draco se quedó congelado.
—¿Qué?—preguntó, no tan seguro como antes.
Ron se aclaró la garganta.
—Digo... no tendría que pasar nada. Solo... compartir la cama. Si te hace sentir más tranquilo, más... seguro, o lo que sea. Tómalo como una paga por haberme ayudado a calmar mis feromonas. Odio admitirlo, pero tú presencia logro que se estabilizarán un poco.
Draco lo miraba como si acabara de transformarse en un hipogrifo.
Porque esto no pasaba. Ningún Omega aceptaba eso sin cortejo previo, sin acuerdos, sin vínculos. Era una línea que no se cruzaba. Y mucho menos con alguien como Malfoy.
Un Omega ofreciéndose de esa forma... aunque fuera solo para dormir, era más íntimo que cualquier coqueteo.
Y lo estaba diciendo Ronald Weasley, el mismo que no podía hablar con él sin pelear hace un año.
Draco sintió un cosquilleo incómodo en la nuca.
Se sonrojó un poco, para su propia vergüenza. Pero se obligó a levantar la barbilla.
—¿Estás... seguro?
—Sí —dijo Ron, más firme ahora— Es solo dormir.
Pero no era solo dormir, y ambos lo sabían.
Y entonces, como si su cuerpo delatara lo que su voz no admitía, un par de feromonas dulces escaparon de Ron. Suaves. Cálidas. Un poco nerviosas.
Draco cerró los ojos un instante. Lo envolvió ese aroma. Y quiso decir algo sarcástico, algo punzante. Pero su garganta solo dejó pasar una frase suave:
—Está bien.
Ron asintió, cruzado entre la tensión y una rara calma.
—Entonces... ¿esta noche?
Draco tragó saliva.
—Sí.
Se despidieron con torpeza. Cada uno caminó en dirección opuesta. Ninguno miró atrás. Pero ambos, sin decirlo, contaron las horas hasta que se volviera de noche.
Chapter 4: A salvo
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Entrar a la Sala Común de Slytherin fue una misión casi suicida.
Ron tuvo que esperar a que un par de estudiantes salieran para escabullirse por la entrada tras ellos, oculto por un encantamiento de desilusión que aprendió a medias de Hermione. Lo desactivó solo cuando estuvo dentro del dormitorio de Draco, con el corazón en la garganta y los nervios hechos trizas.
Pero lo logró. Estaba ahí. En el cuarto del Alfa.
Draco ya lo esperaba, apoyado contra el marco de su cama, con una manta sobre los hombros y el cabello un poco desordenado, como si llevara rato sin saber qué hacer con su vida.
Ron dio un paso tímido, abrazando su cojín como escudo.
Vestía un pijama de franela con pequeños dragones bordados que, con cada movimiento, soltaban humo por la nariz. Adorable. Ridículamente adorable.
Draco lo miró en silencio. Por un momento pensó que se le iba a escapar una carcajada, pero no. Lo que sintió fue otra cosa.
Un nudo en el pecho. Algo entre incredulidad y ternura feroz.
—¿Te perdiste camino a la Sala Gryffindor o viniste a invadir mi cama vestido de zoológico? —susurró, intentando sonar arrogante. Pero la voz le tembló apenas.
Ron frunció el ceño.
—Si quieres que me vaya...
—No —Draco negó de inmediato— No. Quédate. Por favor.
Con solo escuchar ese "por favor" a Ron se le ablando el corazón.
El silencio se volvió cómodo.
Draco se metió bajo las sábanas, su lado de la cama tibio y esperando.
Y entonces, estiró una mano. Era una invitación muda.
Ron la miró por un segundo que se sintió eterno y la tomó.
Los dedos de ambos se entrelazaron apenas, y Ron se deslizó bajo las sábanas. El colchón crujió leve con su peso, el calor corporal de ambos creando una burbuja íntima y frágil.
Draco se acostó de lado, dejando espacio.
Ron, inquieto, se removió varias veces. Hasta que, sin decir una sola palabra, se giró hacia él.
Y apoyó la cabeza sobre su pecho.
Como si ahí hubiera encontrado el lugar donde encajaba.
Draco se quedó paralizado. Su corazón martillaba con fuerza. Cada latido parecía un rugido en sus oídos. Ron olía a algo dulce y cálido, mezclado con nervios sutiles. Las feromonas del Omega se filtraron en el aire como una caricia suave.
Draco cerró los ojos. Se sintió desbordado.
Ron estaba realmente ahí. Con él. Buscando refugio en su cama. Confiando.
Lo abrazó.
Lentamente, como si tuviera miedo de romperlo.
Rodeó el cuerpo de Ron con sus brazos, con una mano en su espalda y la otra acariciando sin pensar el borde del pijama de dragones. Sintió el calor ajeno, el leve sonido de la respiración volviéndose lenta.
Ron se había dormido sobre su pecho y Draco no podía creerlo.
Su cabeza apoyada contra el cabello pelirrojo, el aroma del Omega mezclado con el suyo, lo envolvía de una manera que no sabía que necesitaba.
Solo ellos. En esa cama. Respaldados por la oscuridad de la noche.
Draco apretó un poco más el abrazo. No para poseer, solo para asegurarse de que no se fuera y por primera vez en semanas...sus ojos comenzaron a cerrarse también.
A la mañana siguiente.
Draco no recordaba la última vez que había dormido así.
Ni pesadillas sobre la guerra, ni vueltas interminables sobre las sábanas. Solo calor. Calma. Y la sensación constante de un cuerpo cálido respirando contra su pecho. Lo envolvía todo. Lo hacía sentir cómodo.
Y el causante de todo eso era:
Ronald Weasley.
El Omega que había hecho lo impensable: dormir en su cama sin miedo, sin reservas. Como si confiar en él fuera lo más natural del mundo.
Despertó antes que Ron, aún con su aroma suave impregnado en la almohada, en su piel, en cada fibra de la manta. Sonrió, sintiéndose inusualmente ligero... hasta que un pensamiento lo golpeó como un valde de agua helada.
—"¿Y si lo hace con cualquiera?".
La idea le revolvió el estómago de forma repentina.
Su sonrisa murió al instante.
Se sentó en la cama con rigidez, observando al pelirrojo que aún dormía, de costado, la boca apenas entreabierta. Tan indefenso. Tan confiado.
Demasiado confiado y eso no le gustaba.
Cuando Ron empezó a despertar, Draco ya estaba tenso como una cuerda. En cuanto el Omega abrió los ojos y lo miró con cierta confusión somnolienta, el Alfa actuó sin pensar.
Lo empujó suavemente contra el colchón, sujetándole las muñecas con firmeza y quedando sobre él.
Ron se tensó por instinto. Podía derribarlo, claro. Con un movimiento bien ejecutado, Draco acabaría de espaldas en el suelo. Pero no lo hizo.
Solo se quedó ahí mirándolo. Queriendo saber que haría el Alfa.
—¿Haces esto por cualquiera, Weasley? —preguntó Draco, su voz baja y tensa, como si estuviera tratando de contener algo que hervía dentro de él.
Ron lo miró, confundido.
—¿De qué hablas?
Draco no parpadeó.
—Dormir en la cama de un Alfa —aclaró con voz grave— Sin protección. Sin miedo. Como si no supieras lo que eso puede significar para un Alfa. ¿Lo harías con cualquiera?
Hubo un silencio pesado.
Ron frunció el ceño. Se revolvió levemente, pero no intentó soltarse.
—No. No con cualquiera.
—¿Con Potter? _soltó Draco, con voz envenenada.
—Con Harry sí. Es mi mejor amigo. Jamás me haría nada —Ron respondió con franqueza— Y con mis hermanos... Fred, George... son Alfas, pero tampoco. Ellos me hacen bromas siempre, pero me cuidan.
Draco apretó un poco más las muñecas, sin darse cuenta.
—Entonces... —susurró, en tono casi dolido—¿Qué soy yo?
Ron lo observó, realmente observó. La tensión, la duda, incluso un rastro de inseguridad en la forma en que lo sujetaba, como si no supiera si debía sostenerlo o soltarlo.
—Eres... alguien a quien quiero ayudar. —dijo finalmente, bajando la voz— No haría esto por otros. No sería cómodo. Sería raro. Pero contigo... algo me dijo que estaría bien. Que estaría a salvo.
Draco abrió los ojos, como si esas palabras hubieran tocado una parte de él que no conocía.
Ron continuó, más suave:
—No pensé que me harías daño. No porque seas un Santo. Sino porque... no me sentí en peligro contigo. No lo sé, Malfoy. No sé por qué. Pero lo supe.
Draco se quedó en silencio. Todo el enojo, el impulso irracional de marcar territorio, la rabia repentina por imaginar a Ron en la cama de otro Alfa, se desvaneció.
Sintió vergüenza y culpa.
Y también una punzada extraña de alivio.
Apretó los ojos y suspiró, soltando las muñecas de Ron con cuidado.
—Perdón —murmuró— No debería haber hecho eso.
Ron se frotó las muñecas, aunque no había daño. Solo la presión del momento.
—No me hiciste daño —dijo, casi como una respuesta automática—Pero sí te pusiste raro.
Draco se dejó caer sentado al borde de la cama, mirando el suelo como si le costara encontrarse a sí mismo.
—No entiendo porque, pero me sentí molesto al pensar en tí con otros Alfas—admitió de golpe, con los dientes apretados— No sabía que tenía eso dentro. Esta... cosa posesiva.
Ron se quedó callado mirándolo. Por alguna razón, no le asustaba lo que acababa de oír.
Porque en los ojos de Draco no había deseo de dominarlo. Solo miedo y un poco de desesperación.
—Supongo que es porque dormiste bien —murmuró Ron, sentándose también— Y ahora no quierés compartir tu amuleto de la suerte con otros—dijo, medio en broma.
Draco soltó una risa amarga.
—Algo así.
Ron lo observó de reojo.
—¿Entonces qué? ¿Vas a seguir durmiendo mal hasta que se te pase?
Draco giró apenas la cabeza hacia él.
—No. Creo que... voy a pedirte que vengas otra vez.
Ron sonrió de lado, más tranquilo.
—Ya veremos. Si te portas bien.
Draco lo miró. Ron sonreía.
Y por alguna razón, no se sintió tan asustado de que el Omega pudiera decir que sí a una próxima vez.
Dark_Soul on Chapter 3 Thu 24 Jul 2025 01:45AM UTC
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Dark_Soul on Chapter 4 Fri 25 Jul 2025 12:08AM UTC
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