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Lisa Universitaria

Summary:

Lisa, ahora algunos años más mayor, debe encontrar un equilibrio entre su trabajo como la profesora más joven de la universidad y su creciente enamoramiento secreto con su hermano mayor, Lincoln. ¿Podrá lograrlo ahora que Lincoln se mudará a vivir con ella?

Notes:

Esta es la primera comisión que me ha encargado un compa que también habla tacoñol, pidió que lo mencionara como "Anónimo"... esta es también mi primera comisión que incluye loudcest... loko el asuntishoo

(See the end of the work for more notes.)

Chapter 1: 01

Chapter Text

Estaba amaneciendo y Lisa, aún acostada en su cama, llevaba despierta poco más de media hora. Aunque las cortinas del dormitorio cerradas, la tenue luz del sol otoñal comenzaba a filtrarse, coloreando una delgada franja del techo sobre ella de un suave tono anaranjado.

Se había despertado de un sueño sobre Lincoln, y aunque lo intentó, no logró volver a dormirse. Aquel sueño era como muchos otros que había tenido desde que comenzó a impartir clases en la universidad Michigan. Aún vivía con sus padres, y Lincoln usaba sus vacaciones de verano para volver a casa y verla a ella y a sus hermanas… o al menos eso decía. La verdad era que Lincoln pasaba la mayor parte de aquellas vacaciones a solas con ella.

La Lisa del sueño estaba siempre acurrucada entre los fuertes brazos de su hermano mayor, contemplándolo fascinada, tal como lo miraba la Lisa del mundo real. La única diferencia entre ambas era que, en el sueño, se atrevía a besar besarlo… y él le correspondía.

Despertó justo cuando ambos compartían un apasionado beso, con el estómago revuelto y el corazón golpeándole el pecho como si intentara salírsele por la garganta.

A pesar de que Lisa era plenamente consciente de la una innegable atracción sentimental que sentía por su único hermano mayor, no podía evitar sentirse culpable. ¿Cómo no sentirse mal? No solo sabía que estaba mal albergar sentimientos románticos hacia un miembro de su familia directa, sino que también era consciente de que, de enterarse de sus sentimientos, Lincoln sin duda alguna la rechazaría y cortaría de golpe toda relación con ella.

Sí, Lisa sabía que se encontraba en una situación extremadamente complicada. "Entre la espada y pared" diría Lucy, su hermana con el uso más florido del lenguaje. Sin embargo, no podía hacer nada al respecto… estaba enamorada de Lincoln.

Frustrada, terminó por levantarse de la cama. Cruzó el angosto pasillo que conectaba su cuarto con el minúsculo baño del minúsculo departamento y se dio una ducha rápida, Quince minutos después, ya estaba vestida y tenía preparado todo lo necesario para impartir sus clases del día. Aunque su celular marcaba que aún faltaba una hora y media para el inicio de su jornada laboral, salió a toda prisa de su edificio -destinado para los alumnos de intercambio, becados especiales y maestros-, y se dirigió a la cafetería del campus, dónde sabía que encontraría a Lincoln.

Lincoln tenía 23 años y cursaba el último semestre de su carrera en Economía; Lisa, con 16, apenas estaba por terminar su primer año como maestra novata de Física Aplicada. De pequeño, Lincoln soñaba con ser dibujante de cómics, pero al crecer y madurar comprendió lo improbable que era alcanzar ese futuro, así que terminó cambiando de rumbo, eligiendo -para sorpresa de todos- una carrera completamente alejada de la creatividad artística, pero que le aseguraba estabilidad.

Todas las mañanas se encontraban en la cafetería del campus, dónde él trabajaba como ayudante de cocina. Si el flujo de clientes se lo permitía, charlaban unos minutos sobre lo que les esperaba en el día antes de separarse y continuar con sus rutinas.

El día de Lisa era siempre bastante sencillo. Daba tres clases -el mínimo requerido- y el resto del tiempo lo dedicaba a su investigación personal sobre la teoría cuántica de campos.

Lincoln, por el contrario, exprimía al máximo cada hora. Se levantaba a las cinco de la mañana y recorría todo el campus haciendo toda clase de trabajos para quien los necesitara. Los raros días en los que Lisa se despertaba antes de lo habitual, le bastaba con asomarse por la ventana para ver a su hermano corriendo de un lado a otro haciendo pequeños trabajos y favores.

A las siete -la hora en la que se empezaba a servir el desayuno- Lincoln ya estaba en la cafetería. Allí enorgullecía a su padre, sirviendo comida no-tan-horrible hasta las nueve, cuando se dirigía al gimnasio del campus. Donde gracias a lo había aprendido de Lynn, ayudaba a los novatos a hacer ejercicio y ponerse en forma. Y sólo hasta haber terminado con eso, empezaba a tomar sus clases.

Lincoln siempre había sido un tipo delgado, pero desde que ingresó a la universidad, su cuerpo había cambiado. Perdió la poca grasa corporal que tuviera alguna vez y la reemplazó con musculo. Lisa descubrió cuán fuerte se había vuelto su hermano al observar la facilidad con la que levantaba pesas en el gimnasio o cargaba las enormes cajas con ingredientes en la cafetería -cajas enormes que ella sabía no podría ni mover.

Y esos no eran sus únicos empleos. Eran los únicos predecibles. Algunos días trabajaba como plomero, otros como profesor de música, modelo ocasional, o asistente en el club de teatro. Realmente, cualquier actividad que le generara ingresos y lo ayudara a asegurase un buen futuro. Incluso había días en los que Lincoln terminaba ayudando en el laboratorio de Lisa, ayudando a mover equipos o armando experimentos o simplemente como sujeto de pruebas. Era en aquellos días, que ella simplemente se daba media vuelta, salía del laboratorio y regresaba a su departamento más temprano de lo habitual. No porque le molestara verlo por más tiempo que el acostumbrado, sino todo lo contrario; verlo sudar y moverse sin descanso de un lado a otro le impedía concentrarse en lo más mínimo. No solo porque era él quien le gustaba, sino porque que verlo tan activo por tanto tiempo la terminaba agotando mentalmente.

Lisa simplemente no podía evitar sorprenderse por la vitalidad inagotable de su hermano mayor… ni evitar preocuparse. Sentía que en cualquier momento podría colapsar por un infarto o una sobredosis de cafeína.

En un día normal -es decir, cuando la encargada del laboratorio no estaba usando a Lincoln como mula de carga- a eso de las siete de la tarde, apenas Lisa terminaba con sus clases del día y con el poco tiempo que le permitían usar el laboratorio de física para avanzar en su investigación, ella y Lincoln volvían a encontrarse fugazmente para platicar, esta vez en el pequeño parque que estaba en medio del campus.

Esa era la ultima actividad para Lisa antes de volver a su pequeño apartamento, cenar, y dormir… y así poder sonar con Lincoln…

Fue el aroma de la cafetería, y el golpe frío de la puerta contra su cara lo que sacó a Lisa de sus ensoñaciones y la envió de regreso a la realidad… y al frio de la mañana.

La cafetería del campus olía, cómo siempre, a pan tostado y a café. Según el reloj de su celular, ya eran las pasadas de las siete y media de la mañana, algo tarde para que aún quedara niebla sobre las canchas. Sin embargo, los bajos edificios del ala este seguían parcialmente cubiertos. Lisa cruzó la puerta con un empujón, la bufanda mal envuelta sobre el cuello, el cabello aún húmedo por la ducha apresurada, y los ojos apáticos, pero atentos. Para cualquier observador incidental, era evidente que la joven profesora estaba amargada por una noche sin sueño. Y aunque si lidiaba con un incipiente problema de insomnio, su rostro siempre lucía la misma expresión taciturna.

Por dentro, la cafetería tenía ese calor y bullicio asfixiante tan característico de todos los edificios del campus. La diferencia era que las voces de los estudiantes se diluían por música suave, y el olor a muchedumbre era disfrazado por el perfume de la canela. A pesar de ser la hora, sólo unas pocas mesas quedaban libres. Las demás estaban ocupadas por alumnos rodeados de apuntes, laptops abiertas, y charlas a media voz. Para Lisa, la cafetería era su oasis secreto; no sólo para poder hablar un poco con el único hombre que le interesaba, sino también para desayunar cuando no tenía ganas de enfrentarse al comedor de los profesores, y todas las miradas despectivas y comentarios inquisitorios de sus colegas.

Sin prestarle mucha atención a los alumnos que la rodeaban, se acercó al mostrador. Toda su atención y anhelo se enfocaron, de inmediato, en él.

Alto, de hombros anchos, brazos fuertes y manos que parecían capaces de cargar lo que fuese. Lincoln Loud… su hermano mayor.

Del apagado uniforme de la cafetería, su hermano sólo estaba usando el delantal blanco. Debajo del cual estaba usando un suéter anaranjado que, por algún milagro de la física textil, le quedaba ceñido y holgado al mismo tiempo. A pesar de tener las mangas arremangadas hasta los codos y una mancha de café en el centro del delantal, a los ojos de Lisa, él lucía como un protagonista de una de novelas romántica mal escrita, de esas que hasta hace unos años ella solía robarle a su hermana Lucy para leerlas a escondidas.

Aunque estaba segura que Lincoln ya había preparado más de cien pedidos en la poco más de media hora que ya llevaba en la cafetería, Lisa no podía sino sentir aún más admiración por su hermano. Su rostro permanecía sonriente y sereno, igual de motivado y amable como si recién comenzara el turno. Sus manos se movían con precisión, y su voz –grave, pero siempre amigable y suave– tejía los constantes pedidos en una especia de mantra calmante.

Lisa esperó impasible su turno, con la mirada fija conscientemente en el menú para no observar al hombre de sus sueños. Sabía de memoria lo que quería, aunque sabía también que no la iba a satisfacer del todo.

Cuando finalmente fue su turno, se acercó al mostrador con una sonrisa tímida y apoyó las manos en la madera obscura.

—Buen día, Lis —la saludó Lincoln, antes de que ella dijera nada.

No era la primera vez que la atendía de aquella forma, pero ella seguía sorprendiéndose de que siguiera tomándose un poco de tiempo extra con ella

—Hola —respondió ella, sin saber si mirar sus ojos azules o sus fuertes manos.

—Déjame adivinar, ¿lo de siempre?

Lisa dudó un instante. "Lo de siempre" era una desabrida ensalada y un café americano de máquina: el requerimiento nutrimental mínimo de su nueva dieta. Se había propuesto bajar de peso. No estaba gorda, pero su Índice de Masa Corporal sí estaba un poco por encima del ideal. Había llevado su vida siempre bajo una rutina estricta, todo lo no relacionado con la ciencia debía seguirse como un ritual sin alma. Y en eso incluía también el desayuno.

—Hoy... un tazón de yogur griego con chía, nueces y rodajas de plátano. Sin miel. Y el café… sin azúcar… por favor…

—Ya sabía que pedirías la opción más aburrida del menú —dijo Lincoln, con una sonrisa traviesa bailando en su rostro.

—La opción más saludable —replicó Lisa, intentando tragarse su sonrisa… y su sonrojo. Bajó la mirada. Tenía el estómago vacío, pero también sabía que Lincoln nunca había tenido una cita con una chica gorda.

Lincoln la miró un segundo más de lo habitual antes de asentir. Luego, le indicó a una de sus ayudantes, –Mariana, una pelirroja flacucha que estaba inscrita en la primera clase del día de Lisa– que entrara la orden en el sistema. Mariana tecleó con agilidad y asintió:

—Listo, profe, son $10.

Lisa pagó mientras Lincoln se giraba para preparar el pedido, y sin esperar a lo que Mariana evidentemente quería decirle, fue a sentarse a una de las mesas vacías junto a las ventanas del fondo.

A su alrededor, todo seguía su curso. Pero en su cabeza, una infinidad de preguntas absurdas, hirientes y poco importantes, no dejaban de aparecer. Lisa sabía que Lincoln era el tipo de hombre que llamaba la atención, incluso, sin querer. Amable, inteligente, absurdamente guapo. Sabía que los otros profesores lo adoraban, que las chicas le dejaban propinas exageradas, y que los chicos lo respetaban como si fuera el capitán de un equipo campeón… un equipo que realmente no existía…

Y Mariana…

La zorra pelirroja no dejaba de mirarlo y de reírse de cada uno de sus comentarios. Desde su mesa, con el poco disimulo que da la soledad constante. Lisa no dejaba de mirarlos, muriendo de celos.

Minutos después, Mariana se acercó con la comida sobre una bandeja. Al igual que Lincoln, sólo llevaba el delantal de la cafetería. Bajo este, un conjunto de ropa que demostraba el buen gusto y el recato que ella mostraba muchas veces en clase. Se conocían, aunque sólo de vista.

—Aquí tiene, profe —dijo Mariana, dejando la bandeja frente a ella.

Lisa frunció el ceño. Lo que tenía delante de ella no era el tazón con yogur. Era una rebanada gruesa de crujiente pan tostado, coronada con aguacate, rodajas de tomate cherry, albahaca fresca y un huevo frito que aún humeaba encima del todo. A un lado, un café con leche bien caliente, con una espiral dibujada con canela sobre la espuma.

—Creo… que esto no es lo que pedí... —murmuró, alzando la mirada hacia Mariana.

La pelirroja sonrió, como si hubiese esperado justo esa reacción.

—Lo sé. Fue Lincoln. Me dijo que cambiara tu orden. "Algo que la haga rendir un poco más", dijo. Asumí que no te enojarías.

Lisa parpadeó. Por un momento, una niebla estúpida le llenó la mente. Todos sus celos e inseguridades se esfumaron.

—¿Lincoln cambió mi orden? —repitió, despacio.

Mariana volvió a asentir, su sonrisa ensanchándose.

Lisa desvió su mirada de la zorra de su alumna y la dirigió al mostrador. Lincoln fingía estar ocupado limpiando la máquina de café, pero la comisura de su boca delataba una sonrisa pequeña.

Sólo entonces, Lisa bajó la mirada a su plato. El huevo desprendía un leve vapor que le hablaba directamente al estómago. Sintió un nudo inesperado en el pecho. No era hambre. Era otra cosa. Una reacción ante el mimo que no había pedido, ante el gesto inesperado.

—No... no me enojo —dijo Lisa, sintiendo que el calor del café le subía por el pecho sin haberlo probado—. Gracias.

Mariana se encogió de hombros, su sonrisa creciendo aún más.

—Lincoln es un chico… simpático. Siempre está pendiente de todo. Pero contigo, más todavía… ha de ser genial tenerlo de hermano.

Dicho eso, se alejó para limpiar una mesa que acababa de vaciarse.

Lisa se quedó sola. Y por primera vez en mucho tiempo, sin un solo pensamiento recorriendo su mente privilegiada. Tomó el tenedor, rompió con cuidado la yema del huevo. Esta se deslizó inmediatamente sobre el aguacate como un cálido manto.

Dio el primer bocado.

El sabor que le era tan familiar la hizo cerrar los ojos

No supo si fue el desayuno en sí, o el gesto de habérselo preparado en secreto, lo que la hacía sentir así… como si algo pequeño y luminoso se hubiese encendido dentro de ella.

Y ese mismo calor la acompañó durante la mayor parte del día.

-o-

El aula, que por fin comenzaba a vaciarse, olía a tiza, a gente acinada… y a desánimo. En el extremo derecho del pizarrón, aún se podía leer, completamente desarrollada, una de las fórmulas de Maxwell que Lisa había escrito esa misma mañana, convencida -gracias a su desayuno perfecto- de que aquel viernes sería distinto a todos los otros. Que esta vez lograría mantener la atención de sus alumnos hasta el final.

Pero no había sido así.

Explicar el entrelazamiento cuántico a un grupo de estudiantes de segundo semestre sin perderlos a los cinco minutos era, al parecer, demasiado pedir. No importaba en que horario. Bastaban unos pocos minutos para que sus alumnos –como si todos ellos compartieran una especie de mente colmena– comenzaban a desconectarse uno por uno. No en sentido literal, claro: seguían todos en el aula, con los ojos fijos al frente, y con las libretas abiertas sobre los pupitres. Pero se iban deslizando lentamente hacia un mundo donde las leyes de la realidad ya no importaban, y donde su voz ya no los alcanzaba.

Ahora eran casi las siete. Y aquella calidez que había sentido por la mañana se había convertido en un recuerdo gris. Entre conversaciones incomodas con sus colegas, correos mal redactados, notas por corregir y una estresante e innecesaria discusión con el jefe de departamento sobre el presupuesto para el laboratorio, Lisa sentía cómo una presión invisible comenzaba a crecer justo entre sus ojos, acompañada de un vacío en el centro del pecho. Una sensación parecida al agotamiento, pero más sutil, más emocional. Como si la energía que la mantenía de pie se hubiese rendido… y lo único que le quedara fuese la inercia.

Afuera, el atardecer teñía el campus de un dorado profundo. El otoño en la ciudad tenía ese modo extraño de acunar los colores, de filtrar la luz entre las hojas pardas de los árboles para darle al día un tono único y melancólico. Lisa respiró hondo, dejando que el aire fresco le despejara un poco de la presión que le martillaba la frente y aligerara la presión que le pesaba en el pecho.

Llevaba en la mano un cuaderno lleno de anotaciones sobre su investigación en letra tan diminuta, que sólo ella sabría descifrar. Sin apuro, cruzó el patio central dejando atrás el edificio de ciencias con su fachada de concreto gris. El parque del campus no quedaba lejos: apenas unos cientos de metros más allá, rodeado por bancas antiguas de hierro y senderos empedrados que crujían al caminar sobre ellos. Era un rincón modesto pero encantador, con un estanque en el centro donde algunos estudiantes solían leer, recostados en el césped cuando el clima lo permitía.

Allí, Lisa solía toparse por "accidente" con Lincoln. Sabía que él terminaba su jornada a eso las siete y cuarto. Lisa, puntual como siempre, llegó a su banca favorita a las siete y diez.

No había nadie.

Se sentó en la banca junto al inmenso roble que tanto le gustaba. Las ramas caían pesadas, como si el árbol también estuviera cansado. Apoyó su mochila entre las piernas y observó el reflejo del cielo en el agua del estanque. El sol comenzaba a ocultarse tras el edificio de arquitectura, y su luz era reemplazada por un aire helado con un ligero toque a humo.

Esperó.

Intentó ocupar su mente resolviendo una ecuación inconclusa en su libreta. Una que resolvía sistemas caóticos y predecía dinámicas impredecibles; la solución final, quizá, a su investigación. Se concentró, pero no por completo. «Quizá está en camino» pensó. Obligándose a no revisar la hora en su celular ni una sola vez «Quizá algo se le cruzó». Y después… simplemente, no pensó más.

Dejó que el silencio hiciera su trabajo.

Los minutos pasaron, lentos y erráticos como hojas secas llevadas por el viento. Veinte, Treinta. De pronto, la banca se le hizo demasiado dura, el aire demasiado frio, y el cuaderno, demasiado pesado. Finalmente, se levantó sin molestia, sin rabia. Caminó rumbo a su departamento. Solo que ahora, su sombra era más larga… y las luces del campus comenzaban a encenderse con su zumbido eléctrico.

Un camión de bomberos cruzó la calle a toda velocidad. La sirena cortó el aire con su lamento agudo, intensificando el dolor de cabeza de Lisa justo en el momento que llegaba a su edificio de departamentos. En la ciudad, las sirenas formaban parte natural del entorno, igual a como lo había sido el ruido en el hogar Loud, por lo que ella no les prestó atención.

En el vestíbulo revisó su buzón. Había llegado una carta oficial: el presupuesto asignado para su investigación. Subió las escaleras, esquivando las numerosas macetas que una excéntrica maestra de filosofía había colocado en los laterales de la escalera a partir del segundo piso. Su departamento, como todos los del edificio, tenía sólo tres habitaciones, y estaba en el quinto piso del edificio, justo al lado de las escaleras.

Se guardó su carta bajo el brazo, sacó las llaves del bolsillo del abrigo y abrió la puerta. Una vez dentro, se quitó la bufanda, se desprendió del abrigo, y se dirigió a la minúscula cocina para servirse un vaso de agua. Desde la única ventana del departamento que daba al exterior, justo sobre el fregadero, alcanzó a ver otros dos camiones de bomberos avanzar a toda velocidad.

Apenas se acabó el primer vaso, y tras servirse un segundo, se dirigió a la sala de estar; su viejo sofá semi estropeado, su televisor que ya podía ser considerado como prehistórico cuando sus padres aún eran jóvenes, y una lámpara de escritorio que apenas iluminaba el escritorio-mesa donde trabajaba por las noches. Fue ahí donde se sentó, poniendo delante de si la carta y su libreta… e intentó terminar su ecuación.

No pudo.

Escribió un par de ecuaciones alternativas a esa en su cuaderno, hizo una anotación marginal sobre la entropía y el silencio… y dejó la lapicera a un lado. El nuevo vaso de agua quedó intacto.

Se apoyó en la mesa con ambas manos, los hombros vencidos y el cuello curvado hacia adelante. El reflejo de la luz menguante de su lámpara en la ventana de la cocina era su única compañía. Por un instante, el más breve, pensó en llamar a Lincoln. A pesar de que no habían podido tener su charla habitual en la tarde, y de que ella no tenía nada nuevo o interesante que contar, quería escuchar su voz. Que alguien dijera su nombre con ese tono suave, familiar, reconfortante que él tenía cuando hablaba con ella.

Pero no lo llamó.

Justo cuando iba a quitarse los zapatos y dirigirse a la cama, sonó el timbre. Agudo. Insistente, Con esa urgencia que siempre presagia algo malo, como todo timbre que suena a horas poco usuales. No esperaba visitas. No quería visitas… más que la de su hermano.

—¿Quién es? —preguntó, sin acercarse del todo a la puerta.

—Soy… soy yo, profe —respondió una voz joven, aunque no tanto como la de Lisa, cargada de una tensión mal disimulada—. Mariana.

Lisa se quedó inmóvil, en silencio. No le agradaba Mariana. Había algo en su manera de mirar a Lincoln que le producía un malestar primitivo, una alerta ancestral. A pesar de que la pelirroja parecía querer ganarse su amistad, nunca le había confesado su obvio enamoramiento por su hermano. Pero Lisa lo sabía. Su instinto, como hermana, y como mujer, se lo había dicho.

Abrió la puerta.

Mariana estaba pálida. Sus ojos, enormes y oscuros, brillaban con una mezcla de miedo y urgencia. Tenía el cabello recogido en una coleta floja, y tenía mechones sueltos que se agitaban con el viento de la escalera. Llevaba puesta una chaqueta ligera, pero no temblaba por el frío.

—¿Qué sucede? —preguntó Lisa, sin disimular su inquietud... ni su fastidio.

—El edificio donde vive Lincoln... está ardiendo.

Las palabras quebraron su frágil tranquilidad con la misma contundencia que lo hizo su vaso de agua al golpear el piso. Mariana no le había dado vagas advertencias ni suposiciones. Sino simples datos, como cifras en un experimento: precisas, frías, innegables.

—¿Cómo que está ardiendo?

—Acabo de pasar por ahí —dijo Mariana, atropelladamente—. Iba a… algún lado. Vi humo. Cuando me acerqué… era su edificio. Llamé a los bomberos. Ya están yendo. No sé si él está adentro. No sé nada.

Lisa sintió un calor extraño subirle por la nuca, un cosquilleo que le erizó la piel. Su cuerpo reaccionó antes que su mente. Se giró hacia dentro del departamento, buscó sus llaves y la chaqueta que acababa de abandonar en el perchero. Mariana no entró. No le hizo falta advertirle; Lisa no quería que cruzara el umbral.

—Vamos —dijo simplemente.

Bajaron por las escaleras como si persiguieran a una sombra. Una detrás de la otra, sin hablar, sin mirarse. En la calle, el aire ya había perdido ese ligero toque a humo: ahora olía a plástico quemado, a caucho y hollín. A lo lejos, a unas cinco cuadras, una columna de humo negro se alzaba como un espectro, retorciéndose en el cielo grisáceo de la ciudad.

Caminaron deprisa, esquivando autos detenidos, y gente que se alejaba de la zona del siniestro. El bullicio crecía con cada paso, mezclado con las sirenas que aullaban desde lejos, cerniéndose sobre ambas como una promesa de caos. Al llegar a la esquina desde donde se veía con claridad el edificio, Lisa se detuvo en seco.

Aunque ya no estaba completamente envuelto en llamas, todas las ventanas del edificio habían reventado y la fachada del tercer, cuarto, quinto y sexto piso estaban ennegrecidas.

El departamento de Lincoln estaba en el cuarto piso.

Una llamarada escapaba aún por una de las ventanas del sexto y último piso, ardiendo con la furia del oxígeno liberado. En la calle, algunos alumnos gritaban nombres. Una chica gorda y con el pelo enjabonado lloraba en bata. Un chico asiático filmaba con su teléfono. Los bomberos, con sus trajes como armaduras gastadas, ya habían desplegado sus mangueras y enfocaban sus chorros de agua en los pisos superiores del edificio.

Lisa no gritó. No preguntó. Solo miraba.

A su lado, Mariana tenía los puños cerrados.

—No sé si estaba en casa —dijo la alumna, apenas un susurro—. Hoy dijo que estaría ocupado hasta tarde, creo que no era por clases, pero…

Lisa sintió algo que no sabía nombrar. Sí, eran celos. Pero también una rabia sorda, una indignación ahogada. ¿Por qué Mariana sabía sus horarios? ¿Por qué había venido tan rápido, tan decidida, a contarle?

Se giró hacia su alumna, y por un momento pensó en preguntarle si lo amaba. Si ya eran novios. Si había estado con él. Si él respondía a sus mensajes con emojis y frases empalagosas que nunca le mandaría a ella.

Pero no lo hizo.

—Sí no estaba ocupado por clases ¿Sabes en qué trabajo podría estar? —preguntó en cambio, con la voz firme—. ¿Tienes algún número de teléfono?

Mariana negó con la cabeza.

—No sé. No me contó todos los detalles.

«Claro que no», pensó Lisa, con un tono ácido que se deslizó sin control en su mente. Lincoln nunca hablaba de las cosas que haría en el día. Era encantador, sí, cálido, magnético, lleno de ideas curiosas y pasiones improvisadas. Pero cuando se trataba de abrirse, de contar detalles sobre su día, se cerraba y evadía las preguntas… disolviéndose como una sal en una solución.

Las llamas empezaban a perder fuerza en los últimos pisos, pero seguían vivas. Una voz gritó algo por un megáfono. El inicio de una molesta letanía. Aunque nadie en un inicio reaccionó, pronto la voz remplazó la sorpresa por el incendio en indignación y en enojo.

Y fue en medio de ese creciente caos de voces furiosas, bajo un cielo lleno de humo, que ambas mujeres encontraron al hombre que buscaban.

Chapter 2: 02

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El cielo de aquella tarde, teñido de un azul oscuro, casi negro, parecía no enterarse de la humareda que aún flotaba, tenaz, sobre el campus universitario. La noche comenzaba a imponerse, a filtrarse entre cada rincón: en las farolas que alumbraban las hojas crujientes sobre el pavimento, en el viento helado que todo lo envolvía, en las nubes de vaho que exhalaban todos los presentes.

Frente al edificio de dormitorios, aún humeante, varios bomberos comenzaban a desmontar sus mangueras. El agua utilizada para combatir el incendio se evaporaba al tocar las paredes aún calientes, transformándose en un vapor tenue que olía a ceniza, plástico quemado, ropa chamuscada y circuitos fundidos. Los cristales rotos chasqueaban al enfriarse las ventanas, y un hilillo de humo negro emergía de lo que quedaba de todo lo que estuviese sobre el tercer piso. Sobre los hombros de algunos de los alumnos residentes todavía se veían manchas de humedad y hollín; vestigios de la batalla contra las llamas.

A unos metros de la cinta amarilla que cercaba el lugar, dos mujeres se mantenían en un silencio tenso. Aunque habían ido juntas, estaban distantes entre sí. Una de ellas, la más joven y rechoncha, erguida como un mástil y con los labios apretados, vestía un grueso abrigo sin una sola arruga visible y una larga falda de cuadros grises perfectamente planchada. La otra, algunos años mayor, pero con vestimenta más juvenil, vestía una delgada sudadera rosa que apenas abrigaba y una minifalda a juego. Ambas miraban el edificio calcinado de los dormitorios de la universidad.

El corazón de Lisa latía con fuerza, y su mente privilegiada estaba a punto de colapsar en un ataque de ansiedad. Su hermano mayor vivía en el cuarto piso del edificio que tenía delante. Pero cuando su angustia ya estaba por quebrarla, su atención se vio arrastrada por algo más intenso; la voz furiosa de un hombre joven, amplificada repentinamente por un megáfono que alguien le había alcanzado.

—¡Esto no fue ningún accidente! —tronó la voz, aún oculta entre la muchedumbre, arrancando miradas de sorpresa de todos los presentes, alumnos y bomberos por igual—. ¡Y todos lo sabemos!

—¿Ese es... es Lincoln? —preguntó Mariana al aire, con un tono sorprendido que no ocultaba del todo cierta expectación.

Lisa no necesitó responder. Le era imposible no reconocer aquella voz.

Entre los cuerpos empapados de jóvenes que se abrazaban, lloraban o simplemente contemplaban el esqueleto humeante de su hogar, Lincoln emergió por fin. Caminando con paso firme sobre el asfalto mojado, cruzando el cerco de cinta amarilla que los bomberos habían colocado alrededor del edificio. Su respiración agitada formaba nubes de vaho en la noche fría, y su pecho se agitaba debido al esfuerzo. Su cabello blanco, sucio y despeinado, brillaba bajo la luz de la luna y de los faroles, dándole un aire como de viejito loco, aunque su espalda ancha y la línea decidida de su mandíbula le conferían una autoridad que los demás parecían reconocer sin esfuerzo. El megáfono en su mano temblaba con la misma furia que brillaba en sus ojos.

—¡Esto fue negligencia pura! —continuó, con una indignación que parecía arrastrar desde, semanas, quizá meses atrás—. ¡Y la negligente que ocasionó esto tiene nombre y apellido! ¡La directora Bonham Carter!

Un murmullo recorrió al grupo de estudiantes como una ola. Algunos se giraron hacia él, otros seguían mirando al edificio, como si sus palabras tuvieran el poder de reavivar las llamas. La directora, que hasta entonces había permanecido al margen, hablando con el jefe de bomberos bajo un paraguas negro para evitar mojarse como todos los demás, apenas y ajustó sus gafas al verse aludida. A su lado, el vicerrector le murmuró algo que ella desestimó con un gesto.

—¡Fue usted, directora, quien redujo el presupuesto destinado al mantenimiento de los dormitorios! —gritó Lincoln, apuntándola con el dedo—. ¡Usted redujo los fondos para el sistema contra incendios! ¡Usted decidió que era más importante remodelar las oficinas administrativas en lugar de asegurar que nuestros dormitorios no fueran trampas mortales!

Una ráfaga de viento le echó el cabello enmarañado sobre el rostro, pero no detuvo su perorata. Avanzó unos pasos y trepó al banco de cemento frente a la entrada del edificio. Desde ahí, toda la multitud, especialmente Lisa, podía verlo con claridad. Estaba cubierto de polvo, con las mangas de su camiseta blanca desgarradas, el cabello desordenado y ennegrecido por el humo. A los ojos de Lisa, era una muy atractiva imagen de furia y juventud, de desesperación convertida en acción. El protagonista de una buena película romántica.

—¡¿Cuántas veces le enviamos correos, cartas, peticiones firmadas?! ¡¿Cuántas veces reportamos que los contactos de los dormitorios del segundo y tercer piso chispeaban, que los disyuntores fallaban, que las alarmas de humo no funcionaban desde que empezó el semestre?! ¡¿Y qué recibimos?! ¡Silencio! ¡Indiferencia! ¡¿Y ahora qué?! ¡Ahora tenemos medio edificio de dormitorios reducido a cenizas!

La multitud de estudiantes empezó a moverse, acercándose al banco de piedra. Algunos grababan con sus móviles, otros asentían, murmuraban, y Lisa sólo tenía ojos para él.

Una de las damnificadas, una joven de cabello rizado y castaño, mojada y envuelta en una cobija reflectante térmica dio un paso al frente y alzó la voz.

—¡Mi compañera de cuarto se quedó atrapada en el baño! —dijo, con la voz ronca, temblorosa, pero decidida—. Si no fuera por ese chico —señaló a Lincoln por entre los pliegues de la manta—, ella estaría muerta. Él rompió la puerta. Él la sacó envuelta en una manta empapada. ¿Y usted…? ¿Dónde estaba usted, directora?

—¡En su casa! —gritó una voz anónima—. ¡Donde sí hay alarma contra incendios!

—¡Y extintores! —agregó alguien más, provocando risas amargas.

La expresión de la directora no cambió, pero tampoco pudo disimular la mirada de desdén y odio que dirigió a Lincoln. Dio un paso hacia él, aunque no se acercó demasiado.

—¡EXACTO! ¡¿Dónde estaba usted cuando sonó la primera alarma?! —rugió Lincoln antes de que ella pudiera decir algo—. ¡Ah, cierto! ¡No sonó ninguna alarma! Porque nunca las repararon. Porque no había presupuesto. Porque usted, Bonham Carter, decidió que nuestras vidas valían menos que una alfombra nueva.

Algo en Lisa se removía. Mariana, a su lado, se abrazó el torso y la miró de reojo.

—Dime que no es perfecto —susurró—. Vamos, profe, tiene que reconocerlo usted también. Su hermano es demasiado bueno como para ser real.

Aunque ella también se había relajado enormemente al ver a su hermano a salvo y bien, Lisa apretó los labios al oír a su alumna. Sabía que debía mantenerse neutral. Apática. Profesional. No dejar ver que ella también creía que Lincoln era demasiado buen partido… pero también sabía que mentirle a la gente nunca se le había dado del todo bien.

—Tiene… muy buena dicción —fue todo lo que se le ocurrió decir—. Siempre ha sabido hablarle a la gente.

—Buena dicción, claro —Mariana soltó una risa irónica—. Aunque esa camisa mojada adhiriéndosele al cuerpo le da puntos extra ¿no?

Lisa se tragó la respuesta que ya tenía lista junto con bastante saliva. ¿Sería demasiado obvio que se había estado comiendo a su hermano con los ojos?

Lincoln bajó el megáfono y miró a los estudiantes que lo rodeaban. Al descubrirse como el centro de atención su rostro no mostró orgullo ni alivio, solo rabia. Rabia por algo que hubiera sido extremadamente fácil de evitar. Entonces miró el edificio a sus espaldas, ahora una ruina parcial, ennegrecida, estéril. Las llamas ya no estaban, pero en su expresión ardían todavía.

Volvió a alzar el megáfono.

—No queremos disculpas, Bonham Carter. Queremos compromiso. Queremos justicia. No más austeridad a medias. No más vidas arriesgadas para que la fachada de esta universidad luzca segura y moderna mientras sus entrañas se pudren en corrupción. ¡Queremos justicia!

Los aplausos estallaron, esta vez más fuertes, más coordinados. Los estudiantes se unieron en un solo grito, vibrante y enfurecido. Un grito que comenzó a elevarse, torpe al principio, pero cada vez más constante:

—¡Justicia! ¡Justicia! ¡Justicia!

Lincoln seguía en el banco de cemento, agitado como tras una carrera, pero erguido. Un faro en la niebla. La voz que nadie sabía que necesitaban hasta que habló.

Lisa seguía paralizada, sin saber cómo reaccionar para que su enamoramiento hacia su hermano no resultase muy obvio. Mariana aplaudió junto al resto, y tras soltar un grito agudo, se unió a los demás alumnos, seguramente buscando acercarse a Lincoln, aunque rápidamente se perdió entre la multitud.

Al notar aquel evidente interés por parte de su alumna, Lisa sintió los acostumbrados celos e inseguridades de siempre resurgir con fuerza dentro de su pecho, sin embargo, en medio del humo y del coro de voces furiosas, algo comenzaba a cambiar dentro de su pecho. Algo mucho más ardiente, y mucho, mucho más alarmante que el fuego crecía y se afianzaba en su corazón. Su enamoramiento platónico estaba transformándose en verdadero deseo. En anhelo pasional.

Fue entonces que los ojos de Lincoln se fijaron por mera casualidad en ella, y ni bien pasaron un par de segundos, fue obvio para Lisa que su hermano la había reconocido inmediatamente de entre la multitud.

—¡Lisa! —gritó Lincoln, bajando de un salto y corriendo por entre el gentío hacia ella, ignorando a los alumnos que querían acercarse a él—. ¡Dios santo! ¡¿Qué estás haciendo aquí? ¡No me digas que el fuego alcanzó también tu edificio!

—Vivo en el dormitorio de profesores, Lincoln. Está como a cinco cuadras de aquí y es de concreto armado… un material no tan inflamable como la indignación colectiva, según veo —forzándose en mantener su gesto apático, como si no acabara de correr seis cuadras exactas con el alma en vilo, agregó—. Me alegra ver que sobreviviste a tu cita con la termodinámica.

—Aww, te preocupas por mi —Él la abrazó, sin notar su sarcasmo... o sin darle importancia. Olía a humo, pero también a su colonia habitual, una mezcla de madera y especias suaves. Su rostro estaba tiznado de hollín, pero sus ojos brillaban con esa intensidad que siempre la desarmaba, ahora más que nunca.

—Se ve que estabas en el edificio —con el rostro encendido, pero aun manteniendo el gesto de indiferencia, Lisa se soltó del reconfortante abrazo de su hermano con un jalón—. ¿Sabes qué fue lo que provocó el incendió?

—Ni idea... me quedé dormido —confesó Lincoln, encogiéndose sobre sí mismo como si acabase de revelar una verdad sumamente vergonzosa—. Decidí tomarme un par de días de mis trabajos para darle los toques finales a mi tesis, pero me quedé dormido en el sillón. El humo me despertó antes de que el fuego llegara a la habitación. Fui de los primeros en salir y en dar la voz de alarma. Aunque lo perdí todo, creo que fue buena idea tomarme unos días libres. Me siento como… un detector de humo humano.

Lincoln soltó una risa breve, nerviosa, avergonzada, pero que terminó de disolver el nudo en el pecho de ella… no así en el de él.

—Vaya —dijo ella, sin saber bien por qué, antes de que su subconsciente tomara la palabra—. Supongo que la próxima vez que Lori o mamá digan que nunca lograrás nada por dormir tanto, podrás citar esto como evidencia a tu favor.

Lincoln se forzó a reír, logrando apenas igualar el gesto que solía poner Lucy cuando intentaba sonreír.

—Exacto. Salvé el día al quedarme dormido. Lo pondré en la dedicatoria de mi tesis… si es que mi laptop sobrevive.

Los rostros de ambos estaban tan cerca el uno del otro, que Lisa podía oler el aliento de Lincoln sin apenas esforzarse. Bajó la mirada, sumamente avergonzada, mordiéndose apenas el labio. Él era su hermano, no se sentía ridícula por haber ido corriendo al enterarse que era posible que él estuviese en peligro –estar preocupada por el bienestar de un familiar es algo completamente normal después de todo–. Se sentía ridícula de repente porque ahora veía que había estado a punto de dejarse llevar por sus impulsos y sus celos… y que había estado a punto de intentar robarle un beso a Lincoln.

—Me alegra que estés bien, Linky…

—Lis… sé que esto es mucho pedir… pero… —comenzó él, tomándola suavemente por el mentón, haciendo que su hermanita volviera a verlo a los ojos—, ¿puedo quedarme contigo unos días? Solo... hasta que encuentre otro lugar. Prometo no ser una molestia.

La pregunta colgó entre los dos, como si el mundo mismo se hubiese detenido un momento para escuchar. El corazón de Lisa, siempre tan exacto, se detuvo casi medio segundo, dejándola muda. Y cuando ella volvió a apartarse con un jalón brusco, Lincoln interpretó ese silencio como una negativa.

—Es que… bueno, sé que siempre has apreciado tu privacidad, pero ahora estoy sin techo… así que pensé…

—No… ¡Sí! Digo, no —levantó la mano, nerviosa, su mente acelerada ante la sola idea de compartir departamento con el hombre de sus sueños… con su hermano mayor—. Es que ahorita no puedo… verás… tengo el departamento lleno de papeles y… y de máquinas y cables. Y mi apartamento sólo cuenta con una cama individual… y yo…

Lincoln repitió su táctica para que ella volviera a verlo, con más delicadeza esta vez, y ni bien volvió a capturar su atención, le dedicó una de aquellas miradas desarmadoras que lo habían vuelto tan popular con las chicas, al tiempo que inclinaba levemente la cabeza hacia un lado como un perrito regañado. Un gesto igual al que hacía de niño, cuando intentaba convencerla a ella o alguna de sus hermanas de algo, sabiendo de antemano que cederían a lo que fuera que él les pidiera.

—Lis… por favor…

Una chica con el cabello quemado en las puntas pasó corriendo junto a ellos con un histérico gato mojado en brazos, uno de los primeros periodistas que habían llegado a la escena tropezó con una mochila abandonada mientras intentaba acercarse a los bomberos que seguían en la zona. El lugar comenzaba a volver a verse sumergido por un caos diferente, no tan primitivo, pero igual de desesperado. Lisa no notó nada de eso, esta vez no se apartó de su hermano.

Suspiró.

—Está bien —dijo finalmente—. Pero no toques nada. Ni me hables de tus citas con tus amiguitas… y… y si…

Pero él ya no la dejó decir más nada. Envolviéndola entre sus fuertes brazos, Lincoln la levantó del suelo en un abrazo, antes de empezar a girar con ella. A pesar de que se quejó con todas sus fuerzas, Lisa no intentó soltarse en ningún momento.

-o-

Después de esperar a que los bomberos prometieran a los damnificados el poder ingresar al día siguiente a los dormitorios –previa presentación de algún comprobante de residencia– para que ellos mismos recuperaran los bienes de valor que hubiesen sobrevivido al incendio, ambos hermanos llegaron finalmente al edificio de profesores ya entrada la noche. Lo encontraron sumido en un silencio sepulcral. Las tenues luces que alumbraban los pasillos creaban halos pálidos que no alcanzaban a iluminar del todo las plantas en macetas repartidas por todos lados, haciendo que Lincoln tropezara media docena de veces antes de que llegaran al departamento de Lisa.

Apenada por aquello, Lisa ya estaba planeando como disculparse con su hermano, explicarle que aquello era resultado del disparate de una profesora loca. Sin embargo, esa vergüenza no fue nada comparada con la que sintió al abrir la puerta de su propio departamento.

Porque apenas la abrió, un olor a café rancio, papel y humedad fue lo primero que los recibió. De pronto, Lisa se volvió consciente de que las paredes de la pequeña sala de estar estaban cubiertas de pizarras repletas con fórmulas confusas y esquemas de experimentos. El destartalado sofá frente al antiguo televisor estaba atiborrado de libros y cables. La pequeña lampara sobre su escritorio, ambos arrumbados en una esquina, apenas emitía una luz tenue, incapaz de iluminar siquiera la pequeña cocina al fondo de la estancia… aunque, por suerte, tampoco alcanzaba a alumbraba la puerta abierta de su dormitorio; ni su minúscula cama individual sin tender, ni el reluciente póster de un Schrödinger sonriente sosteniendo una caja de cartón cerrada.

—Así que esta es tu guarida de genio malvada… —murmuró Lincoln, bajando la voz—. Me la imaginaba distinta, ya sabes… más... ordenada.

—Mi departamento está ordenado, solo que entiendo que una mente simple como la tuya no pueda verlo —nerviosa, y al tener al hombre de sus sueños a solas en su departamento por primera vez, Lisa intentó desviar la atención de su hermano del desorden y hacerle ver que ella seguía siendo una escrupulosa mujer de ciencia—. ¿Ves esas montañas de papeles sobre el escritorio y el sillón? Son los resultados de mi investigación sobre materia condensada en campos fluctuantes. Si mueves una sola hoja fuera de su lugar, puedo perder diez meses de trabajo.

Lincoln asintió con solemnidad, sin captar el intento de su hermana por distraerlo del desorden, mientras se quitaba la chaqueta ennegrecida y la colgaba sobre el respaldo de la única silla, junto al escritorio. La camiseta arruinada que llevaba debajo le quedaba un poco justa, resaltando sus hombros anchos y sus caderas estrechas. Lisa desvió la mirada, fracasando en su lucha contra el sonrojo, y carraspeó.

—El baño es la puerta abierta al lado de la cocina. Usa mi jabón y shampoo, y ni te atrevas a burlarte de que son productos artesanales elaborados a base de avena: me los regaló Lily. Hay una toalla limpia en el segundo cajón bajo el lavabo.

Sin decir nada más, él desapareció en el baño con una sonrisa apenada. En cuanto lo perdió de vista, Lisa se apresuró a ordenar el departamento, arrumbando cuanto pudo dentro de su habitación, lejos de la vista de su hermano. Sólo después de haber resguardado la parte critica de su investigación, liberando por completo el sillón y parte del escritorio, se dejó caer sin aliento en la silla de madera, moviendo con el codo unos pocos libros que se habían quedado sobre el escritorio.

Sólo entonces lo notó. Un silencio diferente al que ella estaba acostumbrada la comenzaba a envolver. Este nuevo silencio no sólo era menos denso y agobiante, sino que hasta le resultaba más cálido y mucho más agradable que el habitual; el silencio ruidoso que se forma al compartir espacio con otro ser humano.

Impulsada por esa súbita añoranza por compañía, Lisa volvió a ponerse de pie e hizo algo que no había hecho desde que la contrataran como profesora y le asignaran aquel departamento; usar la cocina y preparar café… o al menos intentarlo.

Era extraño tener otra presencia en su espacio personal tras tanto tiempo de soledad. Una presencia tan eléctrica, tan llena de historia y contradicciones, pero no le resultaba incómodo. Recordó las navidades de su infancia, cuando él, ayudado por Lucy y Luan, armaba representaciones teatrales en la sala, y ella, no sin poca ayuda de Lana o Luna, preparaba los efectos especiales para acompañar el espectáculo.

Cuando Lincoln salió finalmente del baño, veinte minutos después, Lisa casi dejó caer las dos tazas de café que acababa de preparar apenas posó sus ojos en su hermano.

Su cabello, ahora limpio y peinado, había recuperado el brillante tono plateado, y su piel, libre ya de la gruesa capa de ceniza, parecía más lustrosa. Pero no fue nada de eso lo que le quitó el aliento; Lincoln no había podido rescatar nada de ropa del incendio, por lo que no había tenido más opción que salir del baño usando únicamente su ropa interior.

Un rubor intenso y súbito, el más intenso que ella pudiera recordar haber experimentado jamás, la envolvió desde las mejillas hasta el cuello. Cuando niños, Lisa había visto a su hermano en ropa interior una infinidad de veces ¡Por Einstein! Incluso podía recordar haberlo visto desnudo unas pocas veces en las que él le había dado un baño a ella… pero la imagen ante ella era, casi, demasiado para su mente de dieciséis años.

No pudo evitar que sus ojos se deslizaran por los definidos abdominales de su hermano antes de que se posaran en su entrepierna misma. La delgada tela de su blanca ropa interior lucía especialmente tensa sobre el bulto que delimitaba su masculinidad; la larga silueta de su pene y las dos más redondas de sus testículos resaltaban con tanta claridad que él bien pudo haber estado desnudo ante ella y la diferencia habría sido mínima.

 —Yo… uh… preparé café —obligándose a apartar la mirada de la ingle de Lincoln, Lisa sólo logró que sus ojos se posaran nuevamente sobre su torso desnudo. ¿Su hermano siempre había estado tan… bien formado? Sí bien no eran tan grandes, cada musculo en sus brazos, pectorales y abdominales poseían una definición y una firmeza impecable, elementalmente masculina.

—Gracias —dijo él, sentándose en el sillón, justo delante de la silla vacía de Lisa, y tomando la taza humeante que ella le ofreció.

Intentando acomodarse en el viejo sillón de su hermana, Lincoln se recargó en el respaldo y abrió un poco más las piernas, atrayendo nuevamente la atención de Lisa hacia su bulto

—Lisa, de verdad… gracias… yo… no tenía a dónde ir. Eres la única persona en toda la universidad en la que confió lo suficiente como para pedir un favor tan grande como este.

Lisa fue completamente consciente en la forma en la que su rubor se expandió hasta sus hombros a través de un hormigueo intenso. «¿Entonces tu relación con la zorra de Mariana no es tan intima como la que tienes conmigo?» pensó.

¿Sería muy obvio que aquella confesión le había acelerado el corazón? ¡¿Sería muy obvio que se estaba comiendo a su hermano con la mirada?!

—Einstein nos libre —murmuró ella, sentándose en la silla de madera delante de su hermano. Estaban tan cerca que Lisa pudo disfrutar fugazmente un leve rose de su rodilla contra el muslo desnudo de Lincoln—. Si yo soy tu primera y única opción, ambos podemos decir que fracasamos en nuestras vidas sociales.

—Eres demasiado seria con la gente. Quizá por eso nadie te lo haya dicho aún, pero eres una mujer bastante guapa y capaz —los ojos de Lincoln se posaron en los de Lisa, serenos y sinceros, llenándola de un sentimiento ardiente que la estaba por volver loca—. Estoy seguro de que debes tener a más de alumno loco por ti.

Lisa, buscando desesperadamente una distracción, le dio un sorbo a su café... y estuvo a punto de escupirlo de inmediato. El líquido estaba tan amargo que casi le provocó una arcada. Se forzó a tragarlo para no bañar a Lincoln, aunque no pudo hacer nada por evitar un ataque de tos.

Lincoln, a punto de beber el también de su propia taza, la dejó rápidamente sobre el escritorio y se apresuró a intentar ayudarla, dándole unos ligeros golpecitos cariñosos en la espalda.

Lisa, con los ojos cerrados por la fuerza de su tos, no vio cómo todos los fuertes músculos del cuerpo semidesnudo de Lincoln se tensaban para socorrerla, pero de haberlo visto habría perdido el conocimiento solamente debido al impacto.

—Ya, ya estoy mejor —finalmente, tras otros diez segundos de sufrimiento, Lisa pudo dejar de toser. Aunque al volverse consciente de que su hermano la seguía abrazando y golpeándole rítmicamente la espalda, no hizo movimiento alguno por alejarlo.

El calor y la firmeza del cuerpo de Lincoln la tenían hipnotizada, y no fue sino hasta que sintió un estremecimiento de lujuria crecer en su centro que se forzó a alejarse de su hermano ¿Qué haría ella si él notaba su obvia atracción? ¿Cómo podría sobreponerse al rechazo y repudio de su hermano cuando él descubriera que ella era una desviada?

—Te has estado ejercitando más de lo normal —dijo sin pensar. Pero ni bien se volvió consciente de lo que había dicho, se obligó a fijar la vista en el suelo al tiempo que su rubor crecía en intensidad.

Lincoln sólo respondió alzando un poco los hombros, como si no supiera que sus brazos y su torso desnudo eran una delicia a la vista.

—Supongo. He tenido que hacer más turnos como entrenador en el gimnasio del campus. El encargado dice que soy uno de los entrenadores más solicitados por las novatas. Creo que es porque soy demasiado laxo con ellas.

—Sí, ha de ser por eso —accedió Lisa ¿él en serio no notaba el impacto que su apariencia estaba teniendo en ella? Finalmente, su voluntad cedió, y levantó la vista rápidamente, recorriendo el torso de Lincoln antes de centrarse en su rostro—. Siempre has sido bastante permisivo.

«Y bastante guapo, y noble, y bueno… y… ¡Basta!»

Lisa tuvo que morderse el interior del labio para dejar de pensar en las cualidades de su hermano que la fascinaban. Sabía que tenía que controlarse antes de que él notara su nerviosismo y dedujera correctamente que ella estaba interesada.

¡Pero por Einstein! Lincoln era un individuo de gran atractivo físico, y cuanto más permitía que sus ojos se posaran en él, más caliente y aturdida se sentía. «Bueno, mirar no es algo tan malo, ¿verdad?» Lisa creía firmemente que no. De pequeña le habían enseñado que la curiosidad no era mala, siempre y cuando ella no actuara impulsada únicamente por ella. Y no era como si en ese momento lo estuviera tocando con detenimiento, experimentando por cuenta propia la firmeza de sus músculos o comparando la temperatura de su piel con la suya… o algo así.

Pero ella sabía muy bien que esa curiosidad, ese deseo, nunca podría ser saciado. ¿Cómo podría confesarle a su hermano que quería tocarlo? ¿Qué no deseaba hacer otra cosa que acariciarlo y besarlo? ¿Hacerlo con tanta intensidad que sus manos empezaban a temblar? Oh, Lisa sabía que, si se lo proponía, podría salirse con la suya. Podría excusarse diciendo que quería recorrer su cuerpo con las manos para efectuar un simple estudio de salud… o simplemente sedarlo para que no recordara nada. Y al despertar, Lincoln seguramente le creería cualquier cosa que ella le dijera sin preguntárselo dos veces. Pero después de hacerle eso ¿cómo podría volver a mirarlo a los ojos?

Eso era lo que la detenía, en realidad. Saber que, en cuanto hiciera algún tipo de avance –ya fuera engañándolo o, haciendo lo impensable, ser sincera con él– su relación con su hermano cambiaría irreversiblemente… y lo más probable era que no para bien.

Y su estado de ánimo sólo empeoró aún más al recordar todas las veces que, cuando niños, había intentado obtener una imagen duradera del cuerpo desnudo de su hermano. Y él, tras atraparla en cada intento, simplemente la perdonaba y la consolaba. Habían sido muchas las veces que intentó conseguir dicha imagen. Había colocado cámaras secretas por casi toda la casa con el único objetivo de conseguir una imagen duradera, pero Lincoln siempre las encontraba. Y ella, tras ser reprendida gentilmente por él, no tenía más opción que retirarlas.

Ahora que lo pensaba con detenimiento, de niña había sido muy poco sutil sobre su interés hacia su hermano ¡Por Einstein! ¿Y sí él ya sospechaba algo?

Claro que, en aquellas épocas, aún tenía la excusa de poseer tanto una gran curiosidad como un mal criterio, ambos productos de su reducida edad, por lo que nunca fue castigada con severidad, ni siquiera cuando volvía a poner otra cámara secreta o interrumpía el tiempo a solas de su hermano cuando lo creía apropiado. Pero la situación ya no era la misma. Ahora ella ya casi era una adulta.

Quizá, si Lincoln la descubría ahora, podría escudarse en una curiosidad puramente femenina y adolescente. A pesar de trabajar como profesora universitaria, Lisa tenía dieseis años, y es bien sabido que muchas chicas en ese rango especifico de edad se dejan llevar por la curiosidad, por impulsos hormonales. Fijarse en un cuerpo atractivo –como el de Lincoln– sería, entonces, perfectamente normal. La excusa tendría sentido. De ser descubierta, podía argumentar que se fijaba en el torso desnudo de Lincoln simplemente porque era el que tenía más cerca. Mostrar interés en algo naturalmente atractivo no debería ser motivo de vergüenza.

Pero esa excusa quizá funcionaría en otras circunstancias, con otras personas… no su caso. Lincoln no era un tipo atractivo cualquiera: era su hermano, una persona que la quería y la respetaba. Y Lisa no era una tonta adolescente más: era una genio respetada y reconocida. Una genio que estaba interesada inmoralmente en su hermano mayor.

Sabiendo que nunca podría saciar su deseo, intentó apartar la mirada de Lincoln, pero sus ojos estaban pegados a él como si un campo magnético los mantuviera fijos. El corazón le golpeaba la caja torácica, acelerando su respiración y haciéndola estremecer. Las palmas de las manos le hormigueaban con la compulsión de recorrer lentamente el relieve de los músculos de Lincoln. Un calor húmedo empezó a brotar de entre sus piernas, obligándola a apretar los muslos para aliviar un poco la presión que se acumulaba en su centro. Se mordió el labio inferior y usó todo el autocontrol que tenía para evitar que su rodilla volviera a tocar el muslo de él.

Lincoln se movió de pronto en el sillón, acercándose un poco para ser él quien posara una mano en el muslo de ella, rompiendo de inmediato el trance nervioso en el que Lisa había quedado atrapada.

—¿Lis, estas bien? —la pregunta, tan llena de auténtica preocupación, terminó por quebrarla.

—Sí —graznó ella, apresurándose a apartar la mano de Lincoln de su cuerpo.

«¡Por Einstein! ¡¿Qué estás haciendo?!»

Lisa se frotó torpemente la nuca, forzándose a mirar el suelo frente a ella. Sabía que no era hábil manejando sus emociones, y también que él, entre todos los que la conocían, era quien la conocía mejor. Entonces… ¿por qué seguía tratándola con tanta delicadeza y cariño? ¿Acaso Lincoln no podía ver el hambre desenfrenada en sus ojos? ¿No percibía su excitación? ¿Cómo podía no notar nada?

Imaginó, por un instante, que sí lo había notado. Que era plenamente consciente del almizcle salvaje y enfermizo que se gestaba en su centro. Que en cualquier momento se inclinaría hacia ella, le abriría las piernas con sus fuertes manos y la besaría… y la acariciaría allí, en su centro, haciéndola sentir plena y…

Esa imagen mental la obligó a ponerse de pie, con pasión y mortificación recorriéndola en igual medida

—Te tendrás que conformar con dormir en el sillón. Te traeré un cobertor.

Sin darle tiempo de detenerla o a preguntarle nada, Lisa se marchó corriendo hacia la parte menos iluminada de su departamento, rumbo a su habitación. Una vez se aseguró de estar sola, se dejó caer contra la puerta, cerrándola con su propio peso. Echó la cabeza hacia atrás y respiró hondo. Cuando por fin logró calmarse, tomó una manta del armario y una almohada de su cama, y llevó ambas cosas al salón. Sin dejar que sus ojos volvieran a posarse en Lincoln, le entregó ambos objetos.

—Estoy cansada, me voy a la cama —dijo rápidamente.

—¿Segura? Aún es temprano, y pensé que quizá podríamos platicar un poco.

El corazón de Lisa volvió a acelerarse. ¿Acaso él quería pasar tiempo con ella?

Estuvo a punto de ceder, pero se obligó a negarse. Pasar tiempo con Lincoln en su estado actual era una mala idea. No podía confiar en sí misma para no hacer una tontería que después lamentaría profundamente.

—Es que tuve un día bastante largo… estoy cansada.

—Claro, entiendo —aunque se notaba desanimado, Lincoln terminó por sonreírle—. Yo no tengo sueño ¿tú tele funciona? ¿Te molesta si la veo un rato?

—Tendrás que conformarte con TV abierta.

—Gracias, Lis, por todo —y aunque parecía que iba a decirle algo más, Lincoln se limitó a regalarle una sonrisa llena de amor y comprensión—. Buenas noches, descansa.

—Sí.

Lisa se escabulló hacia su habitación una última vez. Cerró la puerta, apoyándose pesadamente en ella, con el pecho subiendo y bajando al ritmo de su respiración agitada y de su corazón desbocado. Lincoln no era sólo un chico guapo y atractivo. Era su hermano ¡Por Einstein! ¡Era el mejor hermano mayor que una niña genio podría haber pedido! ¿Cómo podía ella atreverse a fantasear con él?

Sabía que él la quería, quizá más que a las demás. Pero ¿ese cariño sobreviviría a la revelación de su repulsiva atracción antinatural por él? No, lo más probable era que no.

Y ella no estaba en condiciones para convivir con su hermano sin cometer alguna locura. Estaba demasiado alterada para fingir, como lo había hecho siempre, que no estaba enamorada de Lincoln. Tanto la noticia del incendio como la persona que se la dio la habían dejado demasiado sacudida. Eso era todo. Por la mañana, tras una noche de sueño y reflexión, podría volver a actuar con normalidad. Podría platicar con Lincoln como siempre y él nunca sospecharía nada.

Se desvistió por completo, quedándose sólo con sus bragas, se puso el delgado camisón que usaba de pijama. Se metió a la cama, tapándose con las cobijas hasta el cuello, decidida a que mañana aprovecharía todo el tiempo posible para disfrutar la compañía de su hermano.

Pero entonces descubrió que, en realidad, no tenía nada de sueño, y que su mente no hacía más que revivir la imagen apenada de su hermano, pidiéndole que platicara con él.

Notes:

¿Qué les pareció? Ahora sí pregunto acá bien así todo sergiamente... que esta es la primera vez que incursiono en una pareja loudcest.