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EL HECHIZERO DE HIELO
CAPITULO 1 PROLOGO
Londres, 1982.
El cielo gris y nublado cubría la ciudad cuando el coche policial se detuvo frente al antiguo orfanato de Wool. La lluvia caía suavemente, golpeando los cristales con un ritmo constante. Dentro del edificio, la Sra. Sarah, la directora, esperaba con una expresión cansada pero atenta.
La puerta se abrió y apareció el oficial Gordon, con su uniforme húmedo por la lluvia y una expresión seria.
—Buenas noches, Sra. Sarah —saludó cortésmente—. ¿Qué trae a la policía a esta hora?
La mujer asintió lentamente, mirando al oficial con preocupación.
—Disculpe que venga sin avisar —dijo el oficial—, pero debido a un accidente de tráfico ocurrido hace unas horas, todo el papeleo está en caos. Traje a este bebé directamente aquí; necesita descansar. Su madre murió en ese accidente.
Se hizo un silencio tenso mientras el oficial sacaba una pequeña manta envuelta alrededor del niño, que parecía dormir plácidamente pese a las circunstancias.
—¿Y no pudieron localizar a ningún familiar? —preguntó la Sra. Sarah, frunciendo el ceño.
—No —respondió el oficial con voz grave—. Parece que era una madre soltera sin familia conocida. No tiene documentos ni amigos que puedan hacerse cargo del niño. Es posible que nadie quiera o pueda hacerlo.
La directora miró al bebé con ternura y tristeza, sintiendo en su interior la responsabilidad que ahora recaía sobre ella.
—Muy bien —susurró—. Nos encargaremos de él.
La Sra. Sarah tomo al bebe en brazos y vio con sorpresa que su nombre estaba bordado “LEON”
Mientras la lluvia seguía golpeando las ventanas, en el fondo de la sala se escuchaba el leve llanto del pequeño, como si supiera que su destino acababa de cambiar para siempre.
La Sra. Sarah levantó una ceja, observando al bebé con atención.
—Curioso color de pelo, ¿no cree, oficial? —preguntó con una sonrisa suave.
El oficial frunció el ceño ligeramente, examinando al pequeño que dormía plácidamente en la manta.
—Sí, es blanco —respondió pensativo—. Muy inusual para un niño en esta época del año.
La directora soltó una carcajada suave y se inclinó un poco hacia el oficial.
—Y su nombre… —dijo entre risas—. Se llama León. Jajaja, ¿verdad?
El oficial sonrió también, aunque con cierta incredulidad.
—León… —repitió lentamente—. Bueno, parece un nombre fuerte para un pequeño que acaba de llegar a este mundo en circunstancias tan extrañas.
Sarah asintió, todavía sonriendo mientras acariciaba suavemente la cabecita del bebé.
—Sí, León. Bienvenido a tu nuevo hogar, pequeño guerrero.
El ambiente se volvió más cálido por un momento, pese a la tristeza de la situación. Pero en los ojos de ambos había una chispa de esperanza y misterio sobre quién sería ese niño y qué secretos guardaba su extraño cabello blanco.
—Entonces nos haremos cargo de él —dijo la Sra. Sarah con determinación, mirando al oficial.
El oficial asintió, con una expresión seria pero agradecida.
—Se lo agradezco mucho, señora. Haré lo posible para que esté en buenas manos —respondió el oficial, levantándose y ajustándose la gorra antes de retirarse por la puerta principal.
Mientras el oficial se alejaba, Sarah tomó un respiro profundo y llamó a una de las trabajadoras del orfanato.
—Mary, por favor —dijo en voz baja, con tono amable pero firme.
Poco después, una joven mujer llamada Mary entró en la sala con una sonrisa cálida. Al ver al bebé, su rostro se iluminó y se acercó con cuidado.
—Venga conmigo, pequeño Leo —susurró suavemente mientras tomaba al bebé en brazos.
Subieron juntas por las escaleras hasta el segundo piso, donde había varias cunas alineadas en filas ordenadas. La habitación estaba llena de otros bebés durmiendo plácidamente o siendo atendidos por las cuidadoras.
Al entrar, varias compañeras de Mary se acercaron curiosas para mirar al recién llegado. Sus ojos se posaron en su cabello blanco y brillante, algo que llamaba mucho la atención en ese entorno tan habitual para ellos.
—¿Qué le pasa a su pelo? —preguntó una de las cuidadoras con cierta sorpresa.
Otra añadió: —Es muy raro… ¿De dónde habrá salido?
Pero todas ellas eran profesionales; pronto recuperaron su compostura y comenzaron a cambiarle el pañal y a envolverlo cuidadosamente en una manta limpia. A pesar del asombro inicial por su aspecto inusual, mostraron ternura y cuidado hacia el pequeño Leo como si fuera uno más de los niños del orfanato.
Mientras tanto, Sarah observaba desde la puerta con una mezcla de preocupación y esperanza.
Mientras Mary envolvía cuidadosamente a Leo en una manta suave, Sarah se quedó unos momentos en la puerta, observando cómo las cuidadoras interactuaban con el pequeño. La luz tenue de la habitación resaltaba el cabello blanco del bebé, que parecía brillar con un brillo extraño bajo la lámpara.
Sarah sintió una punzada de inquietud. ¿De dónde venía ese cabello tan inusual? ¿Qué secretos ocultaba ese niño?
De repente, uno de los bebés en otra cuna empezó a llorar desconsoladamente. Una de las cuidadoras se acercó rápidamente para calmarlo, pero algo en su expresión reflejaba también cierta inquietud. La atmósfera en el orfanato había cambiado sutilmente desde la llegada de León.
En la oficina del segundo piso, Sarah sacó un pequeño cuaderno donde llevaba notas y registros del orfanato. Allí anotó mentalmente: "Niño con cabello blanco. Posible origen desconocido. Necesario investigar más."
Mientras tanto, en una esquina apartada de la habitación, una joven llamada Clara —una cuidadora veterana— observaba al bebé con atención especial. Sus ojos se entrecerraron y su rostro mostró una expresión pensativa.
—¿De dónde habrá salido ese niño? —susurró para sí misma—. No es normal… Pero algo me dice que no es solo un bebé más.
Esa noche, mientras las sombras se extendían por los pasillos del antiguo edificio, algo en el aire parecía cambiar.
Chapter 2: Un nuevo comienzo
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Pasaron los meses en el orfanato, y León seguía siendo un niño muy diferente a los demás. No lloraba, no reía, solo fruncía el ceño con una expresión seria que parecía más propia de un adulto que de un bebé. Su mirada era profunda y distante, como si guardara secretos que ningún otro niño podía comprender.
Muchas cuidadoras y visitantes se sentían confundidos ante su comportamiento. Algunos pensaban que quizás era un bebé muy especial, otros simplemente evitaban mirarlo demasiado por miedo a lo desconocido. Pero para la Sra. Sarah, aquella actitud le traía recuerdos muy antiguos.
Mientras limpiaba una habitación vacía, su mente voló a hace más de 30 años, cuando ella misma era una practicante en este mismo orfanato. Recordó claramente aquel día terrible.
Pero sus recuerdos fueron interrumpidos debido a un grito que alarma a todos.
una joven practicante había dejado al bebe León cerca de la ventana del segundo piso sin darse cuenta del peligro. La ventana estaba abierta por el viento, y en un instante, el pequeño cayó desde la altura de dos pisos.
León fue llevado de urgencia al hospital. Estuvo en coma durante dos semanas. Nadie sabía si despertaría alguna vez o si quedaría con secuelas permanentes. Pero milagrosamente, sobrevivió. Solo quedó una cicatriz en su cabeza, oculta por su cabello oscuro en aquel entonces.
Con el tiempo, la cicatriz se convirtió en una marca casi imperceptible, y el niño empezó a mostrar signos de recuperación. Sin embargo, algo cambió en él cuando despertó: su actitud dio un giro de 360°.
Ahora León llora, ríe, ya no tiene esa expresión seria, ahora es como los demás niños.
Esto hizo feliz a la Sra. Sarah porque ahora puede afirmar que León no será igual que ese niño, el que le asustaba cuando ella era practicante.
Ahora debo hablar con la pobre Cintia esa chica está llena de culpa debido a su descuido, pero cuando le diga que León está bien de seguro que alegrara pensó la Sra. Sarah.
Los años pasaron rápidamente en el orfanato. León, ahora con ocho años, había cambiado mucho desde aquel niño serio y distante. Ahora reía con frecuencia, correteaba por los pasillos y jugaba con los otros niños en el patio. Su energía era contagiosa y su sonrisa, aunque rara, iluminaba su rostro cuando estaba rodeado de amigos.
Sin embargo, a medida que los niños crecían, también comenzaban a formar sus propios grupos. Algunos se unían por ideas afines, otros por intereses comunes o simplemente por afinidad de carácter. Pero León parecía estar fuera de esas agrupaciones. No porque no quisiera integrarse, sino porque su apariencia —su cabello blanco como la nieve— lo hacía diferente a todos los demás.
Los niños solían mirarlo con curiosidad o incluso con cierto recelo al principio. Algunos le decían cosas sin malicia, como “pareces un muñeco” o “eres raro”. Pero León no se molestaba; simplemente seguía jugando solo o con quienes le permitían acercarse.
A él no le importaba ser diferente. Para León, lo importante era divertirse: saltar la cuerda, correr tras las pelotas o explorar los rincones del patio. La alegría en su rostro era genuina y pura, sin importar si los demás lo aceptaban o no.
Con el tiempo, algunos niños empezaron a notar que León no parecía tener amigos cercanos ni pertenecer a ningún grupo en particular. Pero eso tampoco le preocupaba demasiado; él disfrutaba de su libertad y de sus juegos sin preocuparse por las etiquetas sociales.
Entonces la directora Sarah dio una noticia que alegro a todos los niños tendrían una excursión.
El orfanato organizó una excursión a la playa. Los niños estaban emocionados, corriendo y gritando de alegría mientras subían a los autobuses con sus mochilas llenas de toallas, sombreros y juguetes. León también estaba entre ellos, con su sonrisa tranquila, disfrutando del aire fresco y del sonido de las olas.
Desde la ventana del autobús, algunos niños miraban a León con curiosidad. Otros le lanzaban pequeñas risas o comentarios sobre su cabello blanco, pero él simplemente se acomodaba en su asiento, observando el paisaje con esa mirada profunda que parecía atravesar todo.
Al llegar a la playa, el grupo se dispersó rápidamente: unos corrían hacia el agua, otros construían castillos de arena y algunos simplemente se tumbaban a tomar el sol. Sarah caminaba entre los niños, asegurándose de que todos estuvieran bien y disfrutando del día.
León se acercó a la orilla del mar y se quedó allí unos momentos, dejando que las olas le acariciaran los pies. La brisa marina revolvía su cabello y por un instante pareció más relajado que nunca. Sin embargo, algo en su expresión cambió cuando notó que algunos niños lo miraban desde lejos, murmurando entre ellos.
De repente, uno de los niños más traviesos —un pequeño llamado Tomás— decidió acercarse con una pelota en mano. Con una sonrisa burlona, le lanzó la pelota suavemente.
—¿Quieres jugar? —preguntó Tomás con tono desafiante.
León lo miró sin decir nada. En lugar de responderle con palabras, levantó una mano y tocó su propia cabeza donde aún se notaba la cicatriz oculta bajo su cabello. Luego sonrió tímidamente y asintió.
El juego empezó lentamente: León atrapaba la pelota con destreza sorprendente para alguien tan pequeño. Los demás niños empezaron a interesarse más en él; algunos incluso dejaron sus juegos para observarlo jugar.
Pero entonces alguien lanzo la pelota demasiado fuerte que termino en el agua, la corriente alejaba la pelota, León reacciona rápido y se metió al agua para salvar la pelota.
La Directora que los vigilaba se alarmo y grito.
“León regresa es peligroso”
Pero León ignoro los gritos, decidido a recuperar la pelota, mientras se le dificultaba seguir con la cabeza a flote.
Pero entonces sintió que pisaba al solido que le permitió mantener la cabeza fuera del agua, y el agua empujo la pelota a sus manos, pero sin que él lo supiera debajo del agua se había formado un camino de hielo.
León regreso a la orilla con la pelota y la pateo para seguir jugando.
De repente, escuchó la voz de la directora llamándolo desde la playa.
—¡León! ¡Ven aquí ahora! —gritó con tono serio.
León se acercó lentamente, sintiendo que le ardían las mejillas. La directora Sarah lo miraba con una expresión preocupada.
—¿Por qué nadaste tan lejos? —preguntó ella.
—Solo quería recuperar la pelota —respondió León bajando la cabeza.
—Eso no está permitido. Es peligroso —dijo la directora, dándole una advertencia y un pequeño castigo.
Los otros niños que estaban allí no perdieron tiempo en burlarse. Algunos se rieron y señalaron a León con burla.
—¡Mira al valiente que casi se pierde en el mar! —dijo uno de ellos entre risas.
León sintió cómo su corazón se encogía por las burlas, pero trató de mantenerse fuerte. Sabía que no era justo, pero eso no le importaba mucho en ese momento.
Al día siguiente, en la escuela, todos estaban hablando sobre algo nuevo cuando la directora Sarah entró en el aula con una pequeña niña de tres años.
—Niños, quiero presentarles a Anya —dijo sonriendo—. Ella es nueva aquí.
Anya tenía el cabello rosa claro y unos ojos grandes y brillantes. Caminó tímidamente entre los niños, que rápidamente comenzaron a murmurar y señalarla.
—¿Por qué tiene el pelo rosa? —preguntó uno de los niños con curiosidad.
—Es muy raro —añadió otro riendo.
Anya se quedó quieta, sintiendo cómo las miradas se clavaban en ella. Pero entonces, León levantó la mano y dijo con voz tranquila:
—No importa cómo sea su pelo. Todos somos diferentes y eso nos hace especiales.
“Si claro, como si tuvieras voto”
“eres igual de raro que ella”
La directora Sarah dijo: chicos. Lo importante es ser amables y respetuosos con todos.
Ya nadie mas dijo nada porque ellos entendían que la directora se estaba enfadando.
Los días pasaron que se convirtieron en una semana y nada había cambiado en el orfanato hasta ahora.
Era una tarde tranquila en la escuela. Los niños jugaban en el patio, pero León y Anya estaban un poco apartados, sentados bajo un gran árbol. Nadie parecía querer jugar con ellos, y las risas estaban lejos de sus corazones.
León miró el suelo, sintiendo que su corazón pesaba.
—¿Por qué nadie quiere jugar conmigo? —preguntó con voz baja.
Anya le dio una sonrisa tímida.
—Yo tampoco tengo muchos amigos aquí… La gente se burla de mí por mi pelo rosa.
León levantó la vista, sorprendido.
—A mí también me pasa lo mismo… La gente dice que soy raro por mi cabello blanco.
Se miraron por un momento, compartiendo esa sensación de soledad. Luego, Anya sacó un pequeño dibujo que había hecho en su cuaderno: era un sol brillante con muchos colores diferentes.
—Mira —dijo ella—. Dibujé esto porque, aunque todos sean diferentes, podemos ser como ese sol: lleno de colores únicos.
León sonrió por primera vez en mucho tiempo.
—Me gusta esa idea —dijo él—. Quizá no necesitamos a los demás para ser felices si tenemos a alguien que nos entienda.
Anya asintió con entusiasmo.
—¿Quieres ser mi amiga? —preguntó tímidamente.
León tomó aire y respondió con una sonrisa sincera:
—¡Claro que sí! Me encantaría tener una amiga como tú.
Desde ese momento, ambos niños dejaron atrás las burlas y la soledad. Se prometieron apoyarse mutuamente y descubrir juntos lo valioso que es ser diferente.
Chapter 3: Bullying
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Pasaron las semanas, y en cada día que compartían, Anya y León se volvían más cercanos. Jugaban juntos en el parque, compartían secretos y se ayudaban en las tareas de la escuela. La amistad que empezó con la soledad ahora era un lazo fuerte y lleno de cariño.
Un día, mientras estaban sentados en el césped, León miró a Anya con una sonrisa cálida.
—¿Sabes qué? —dijo—. Me gusta mucho estar contigo. Eres como una hermana para mí.
Anya le sonrió tímidamente, pero sus ojos brillaban con alegría.
—Y tú eres como un hermano para mí —respondió—. Siempre me haces sentir mejor cuando estoy triste.
León pensó por un momento y luego dijo:
—¿Y si nos prometemos algo? Que siempre estaremos juntos, pase lo que pase.
Anya asintió con entusiasmo.
—¡Sí! Prometido —dijo levantando su mano para sellar la amistad.
Pero entonces, León tuvo una idea aún más especial. Miró a Anya con determinación y dijo:
—¿Y si… si somos como hermanos de verdad? No solo amigos, sino hermanos del corazón.
Anya lo miró sorprendida, pero enseguida entendió lo que quería decir.
—¡Sí! ¡Hagámoslo! Seremos hermanos para siempre —exclamó abrazándolo con fuerza.
Desde ese día, ambos niños se llamaron a sí mismos "hermanos", no por la sangre, sino por el amor y la confianza que habían construido juntos. Sabían que, pase lo que pase, siempre tendrían uno al otro para apoyarse y cuidarse.
Las vacaciones habían llegado a su fin, y los niños regresaron a la escuela pública donde todos tenían una vacante gracias al apoyo del estado. Sin embargo, para León, todo era diferente. Desde que había demostrado su talento y esfuerzo en los exámenes, había obtenido una beca en el prestigioso Colegio Eton.
El día de su ingreso, León caminaba con paso firme por los pasillos del nuevo colegio. Sus compañeros lo miraban con curiosidad y algo de respeto. Él no buscaba hacer amigos rápidamente; prefería mantenerse en silencio, concentrado en sus estudios.
En la biblioteca, rodeado de libros y apuntes, León pasaba horas estudiando. Solo las palabras necesarias para comunicarse con sus profesores o compañeros. Sabía que mantener su beca requería mucho esfuerzo y disciplina.
Una tarde, Anya llegó corriendo al colegio para visitarlo. Lo encontró sentado en una mesa llena de libros abiertos y cuadernos llenos de notas.
—¡León! —exclamó emocionada—. ¿Qué haces aquí tan tarde?
León levantó la vista y sonrió levemente.
—Estoy preparando un examen importante —respondió—. Quiero mantener mi lugar aquí y ser un ejemplo para ti también.
Anya se acercó y le dio un abrazo cálido.
—Estoy muy orgullosa de ti —dijo con sinceridad—. Siempre has sido mi hermano valiente y dedicado.
León la miró con ternura y le dijo:
—No solo quiero mantener mi beca, sino también ser alguien en quien puedas confiar siempre. Tú eres mi hermana y mi mayor motivación.
Desde ese día, León continuó esforzándose en silencio, siendo un ejemplo para todos en el colegio. Aunque no socializaba mucho, su dedicación inspiraba a quienes lo rodeaban, pero también odio y celos.
Al día siguiente León estaba en la biblioteca, concentrado en sus apuntes, cuando un profesor se acercó con una sonrisa orgullosa.
—León, ¿puedo hablar contigo un momento? —preguntó el profesor.
León levantó la vista y asintió.
—Claro, profesor.
El profesor se detuvo frente a él y le dio una palmada amistosa en el hombro.
—Quiero felicitarte por tu excelente desempeño. Desde que llegaste, has sido uno de los mejores estudiantes de toda la clase. Tu dedicación y esfuerzo son ejemplares.
León bajó la mirada un poco tímido pero agradecido.
—Gracias, profesor. Solo intento hacer lo mejor que puedo para mantener mi beca y no defraudar a nadie.
El profesor sonrió aún más.
—Eso es admirable, León. No solo estás destacando académicamente, sino que también eres un ejemplo para tus compañeros. Sigue así; estamos muy orgullosos de tenerte en Eton.
En ese momento, otra profesora se acercó con una sonrisa cálida.
—León, tu trabajo en matemáticas ha sido excepcional. Tus notas han mejorado mucho y eso demuestra cuánto te esfuerzas.
León se levantó lentamente y respondió con humildad:
—Muchas gracias a ustedes por su apoyo y por darme esta oportunidad. Quiero seguir aprendiendo y creciendo aquí.
La profesora asintió con satisfacción.
—Sabemos que seguirás logrando grandes cosas, León. No olvides que siempre estamos aquí para apoyarte.
León fue a su casillero y vio las notas sin firmar que siempre le dejaban.
“Huérfano”
“Sabelotodo”
“Tramposo”
“Pobre”
“Hijo de puta”
Pero el como siempre las arrojaba a la basura y las ignoraba.
Los días pasaron y los resultados académicos de León seguían impresionando a todos en el colegio Eton. Sin embargo, no todos estaban contentos con su éxito. Un grupo de cinco chicos, hijos de familias adineradas, comenzaron a sentir celos y resentimiento. Primero, solo lo insultaban en secreto, pero pronto las burlas se volvieron abiertas y agresivas.
Un día, mientras caminaba por el pasillo, uno de ellos le gritó:
—¡Mira quién habla! El pobre que quiere parecer inteligente —y otros le siguieron con risas crueles.
León los ignoraba como siempre, manteniendo la calma. Pero esa misma tarde, en el patio del colegio, los chicos se acercaron directamente a él.
—¿Crees que eres mejor que nosotros? —le dijo uno con una sonrisa maliciosa—. Vamos a hacer que te arrepientas.
León sintió cómo lo rodeaban y empezaron a empujarle con fuerza. Sus palabras eran insultos y amenazas. Por un momento, parecía que todo iba a terminar en una pelea física.
Pero entonces, algo cambió en León. Recordó todo lo que había aprendido sobre mantener la calma y protegerse sin perder el control. En lugar de responder con violencia, decidió actuar con inteligencia.
—¿Qué quieren? —preguntó con voz firme—. ¿Por qué no dejan de molestarme?
Los chicos se miraron entre sí sorprendidos por su actitud tranquila. Sin embargo, no estaban dispuestos a rendirse todavía.
Lo que no sabían era que León había cambiado su ruta habitual para salir del colegio ese día. En lugar de ir por donde siempre solía hacerlo, tomó un camino diferente: uno que lo llevó directo a un parque cercano, que estaba siendo inaugurado ese mismo día.
Al llegar allí, fue rodeado por los cinco chicos justo cuando estaban saliendo del colegio. Lo empujaron y comenzaron a gritarle aún más fuerte:
—¡Vamos a enseñarte quién manda aquí!
De repente, la situación se salió de control. Los empujones se intensificaron y León empezó a defenderse con fuerza. No buscaba pelear, pero tampoco iba a dejarse humillar sin luchar.
La pelea atrajo la atención de varias personas en el parque: padres que paseaban, periodistas que cubrían la inauguración y hasta policías patrullando cerca. La escena se volvió caótica rápidamente.
El alcalde llegó al lugar junto con algunos oficiales y periodistas. Los cinco chicos estaban en problemas; sus acciones habían sido grabadas y ahora enfrentaban consecuencias legales por agresión.
León quedó allí, respirando agitadamente, pero con la cabeza en alto. Había decidido no callarse más ni permitir que lo intimidaran sin respuesta.
Chapter 4: Cierre de la situación
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La escena en el parque había atraído a una multitud que se había congregado rápidamente. Padres, niños, periodistas y oficiales observaban en silencio mientras León, con el rostro algo golpeado, pero con una expresión de determinación, se mantenía firme.
Uno de los padres, que había llegado corriendo al escuchar los gritos, exclamó:
—¡Eso no puede seguir así! ¡Es inaceptable que unos niños hagan esto!
Un periodista sacó su cámara y empezó a grabar la escena. La noticia pronto se difundió en las redes sociales y en los medios locales. La policía tomó nota de todo y separó a los chicos agresores, quienes estaban visiblemente nerviosos y avergonzados.
El alcalde, que también había llegado al lugar, intervino con autoridad:
—Estos comportamientos no serán tolerados. Los responsables serán sancionados según la ley. Nadie tiene derecho a intimidar o agredir a otros.
León fue llevado por un oficial para dar su versión de los hechos. Aunque tenía heridas leves y estaba cansado, su actitud era digna. Los policías también hablaron con los otros chicos, quienes empezaron a entender la gravedad de sus acciones.
Finalmente, los cinco jóvenes fueron llevados a comisaría para ser interrogados. La comunidad quedó impresionada por la valentía de León y por cómo defendió su integridad sin recurrir a más violencia.
El público presente comenzó a aplaudir lentamente, reconociendo el valor del joven. Algunos adultos se acercaron para felicitarlo y ofrecerle apoyo.
En las horas siguientes, las noticias sobre lo ocurrido se difundieron ampliamente. La historia de León inspiró a muchos y sirvió como ejemplo de que la valentía y la justicia pueden prevalecer incluso en situaciones difíciles.
Después del incidente, León fue acompañado por Anya y algunos profesores que llegaron al parque para asegurarse de que estuviera bien. A pesar del susto, sabía que había dado un paso importante: ya no permitiría que nadie lo intimidara ni lo hiciera sentir menos.
Repercusiones en la relación con compañeros y profesores
Tras el incidente en el parque, la historia de León se convirtió en tema de conversación en toda la comunidad escolar. Muchos estudiantes, que antes lo veían solo como un alumno destacado, ahora lo admiraban aún más por su valentía y su actitud firme.
Con sus compañeros:
Algunos amigos y compañeros que habían sido testigos del enfrentamiento se acercaron para expresarle su apoyo. Incluso aquellos que antes no hablaban mucho con él empezaron a verlo como un ejemplo de coraje. Sin embargo, también hubo algunos que, por miedo o por prejuicios, prefirieron mantenerse al margen o evitarlo por temor a ser asociados con los agresores.
Con los profesores:
Los docentes del colegio Eton quedaron impresionados por la forma en que León manejó la situación sin recurrir a la violencia y por su madurez ante un problema tan difícil. La directora del colegio elogió públicamente su comportamiento durante una reunión general, destacando su valentía y responsabilidad.
Por otro lado, algunos profesores expresaron preocupación por el hecho de que León había sido atacado y empujado a defenderse en público. La escuela decidió reforzar las políticas contra el acoso escolar y promover campañas para crear un ambiente más seguro y respetuoso.
Expulsión de los cinco chicos:
Debido a la gravedad de sus acciones —agresión física, intimidación y vandalismo— los cinco jóvenes fueron expulsados del colegio Eton. La decisión fue tomada tras una investigación formal y en cumplimiento con las normas disciplinarias del centro educativo.
Sus padres fueron informados y enfrentaron las consecuencias legales correspondientes. La expulsión sirvió como ejemplo para toda la comunidad escolar: no se tolerarían comportamientos violentos ni intimidatorios.
La vida de León después del incidente
Tras el valiente acto en el parque y la expulsión de los agresores, León se convirtió en un ejemplo para muchos en su colegio y en su comunidad. Aunque todavía sentía algunas heridas físicas y emocionales por lo que había pasado, también experimentaba una sensación de alivio y orgullo por haber defendido sus derechos.
En la escuela:
El colegio Eton reforzó sus programas contra el acoso escolar y promovió actividades para fomentar el respeto y la empatía entre los estudiantes. León fue invitado a participar en charlas y talleres, donde compartió su experiencia para motivar a otros a defenderse sin violencia.
Sus profesores le mostraron mayor apoyo y confianza, reconociendo su madurez y valentía. Algunos compañeros que antes no se atrevían a hablar con él ahora buscaban su amistad, inspirados por su ejemplo.
En su vida personal:
León empezó a sentirse más seguro de sí mismo. La experiencia le enseñó que, aunque enfrentara dificultades, podía salir adelante si mantenía la calma y actuaba con justicia. También comenzó a interesarse más por temas relacionados con los derechos humanos y la justicia social.
Relaciones:
Su relación con Anya se fortaleció aún más. Ella siempre estuvo a su lado durante todo el proceso, apoyándolo emocionalmente. Juntos, participaron en actividades escolares relacionadas con la igualdad y el respeto.
Futuro:
Gracias a su determinación, León recibió apoyo de algunos profesores para prepararse mejor académicamente y pensar en sus metas futuras. Su sueño era estudiar Derecho para ayudar a quienes enfrentan injusticias o abusos.
Un mensaje de esperanza:
La historia de León se convirtió en un ejemplo para toda la comunidad escolar: demostrar valor, mantener la integridad y luchar por lo correcto puede transformar no solo tu vida sino también influir positivamente en quienes te rodean.
Los meses pasaron y el incidente de león ya quedo en el olvido del público, ahora era fin de semana y los niños podían salir por un par de horas al parque.
León y Anya estaban en el parque, disfrutando de un día soleado. Habían llevado una pequeña pileta inflable y algunos barcos de papel que habían hecho juntos. Anya había dedicado mucho tiempo a decorar su barco, pintándolo con colores brillantes y adornándolo con pequeñas banderas, para que fuera el más bonito de todos.
Mientras jugaban, Anya empujó su barco de papel en el agua y observaba cómo navegaba con entusiasmo. Pero pronto, el barco empezó a hundirse lentamente. Anya se puso triste al ver que su creación se estaba hundiendo y frunció el ceño.
León, viendo la tristeza de Anya, extendió rápidamente su mano para salvar el barco. Con cuidado, intentó sacar el barco del agua, pero justo en ese momento, algo increíble ocurrió: ¡el agua empezó a congelarse!
El hielo se formó rápidamente, cubriendo toda la pileta y dejando a León y Anya sorprendidos. La superficie ahora era un espejo de cristal brillante, y sus barcos de papel quedaron atrapados en el hielo.
Anya abrió mucho los ojos al ver lo que había pasado. Miró a León con asombro y le preguntó:
—¿¡Cómo hiciste eso!? ¡No puede ser!
León también quedó sorprendido por lo ocurrido. Miró sus manos y luego al hielo que cubría la pileta. No entendía exactamente qué había pasado, pero sabía que algo mágico había ocurrido gracias a su acción.
En ese momento, ambos se miraron y sonrieron emocionados por la aventura inesperada. Aunque no sabían exactamente cómo ni por qué el agua se había congelado tan rápido, estaban felices de haber compartido ese momento especial juntos.
Desde entonces, ese día quedó grabado como uno de los más mágicos en sus recuerdos, recordándoles que a veces las cosas más sorprendentes suceden cuando menos lo esperas.
Reflexión final:
El acto valiente de León no solo le ayudó a defenderse, sino que también generó un cambio positivo en su entorno. La comunidad aprendió que el respeto y la justicia deben prevalecer sobre el miedo y la violencia. Aunque enfrentó dificultades, León salió fortalecido, demostrando que incluso en las situaciones más adversas, mantener la integridad puede marcar una diferencia significativa.
Chapter 5: Carta de Hogwarts
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Después del día en que el agua se congeló mágicamente, León empezó a notar algo extraño en sí mismo. Descubrió que podía crear hielo con solo concentrarse. Al principio, solo lograba hacer granizo, pero con el pasar de los días logro crear mariposas, vasos, copas, candelabro, él se sorprendió mucho al ver cómo sus creaciones cobraban vida y se movían a su orden.
León decidió no quedarse solo con ese talento. Con ayuda de Anya, comenzaron a investigar usando cómics y libros sobre mutantes y poderes especiales. Se dieron cuenta de que parecía tener habilidades similares a las de un mutante, alguien con capacidades extraordinarias. Inspirados por esas historias, empezaron a entrenar juntos: León practicaba en secreto en la biblioteca de la escuela, investigando qué efectos podría tener la baja temperatura en su cuerpo si lo usaba demasiado o por mucho tiempo.
Para fortalecer su físico, León también asistió a clases de karate, donde aprendió a defenderse y a controlar mejor sus movimientos. Con el tiempo, logró crear animales de hielo cada vez más grandes y complejos, que podían moverse y responder a sus órdenes: ratones rápidos, conejos ágiles y hasta un pequeño osito que parecía muy tierno, pero era muy resistente.
Pasaron los años, León y Anya fue creciendo.
A los 11 años León, recibió una carta muy especial y diferente a todas las demás. La carta tenía un escudo en el sello, en el que aparecían figuras simbólicas: un león, un tejón, un águila y una serpiente.
Al abrirla, León leyó unas palabras que le llenaron de sorpresa:
COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA Y HECHICERÍA
Director: Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore.
Querido señor: León
Tenemos el placer de informarle de que dispone de una plaza en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios. Las clases comienzan el 1 de septiembre. Esperamos su lechuza antes del 31 de julio.
Muy cordialmente,
Minerva McGonagall
Subdirectora
LISTA
Uniforme
Los alumnos de primer año necesitarán:
Tres Túnicas sencillas de trabajo.
Un sombrero negro puntiagudo para uso diario.
Un par de guantes protectores.
Una capa de invierno.
Libros
Todos los alumnos deben tener un ejemplar de los siguientes libros:
El Libro Reglamentario de Hechizos Miranda Goshawk
Una Historia de la Magia, Bathilda Bagshot
Teoría Mágica, Adalbert Waffling
Guía de Transformaciones para principiantes, Emeric Switch
Mil Hierbas y hongos mágicos, Phyllida Spore
Filtros y Pociones Mágicas, Arsenius Jigger
Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos, Newton Scamander
Las Fuerzas Oscuras. Una guía para la autoprotección, Gylderoy lockhart
Resto del equipo
1 varita.
1 caldero de peltre número 2.
1 juego de redomas de vidrio o cristal.
1 telescopio.
1 balanza de latón. Los alumnos también podrán traer una lechuza, un gato, una rata o un sapo.
SE RECUERDA A LOS PADRES QUE A LOS ALUMNOS DE PRIMER AÑO NO SE LES PERMITE TENER ESCOBAS PROPIAS
León, al recibir la carta con el escudo misterioso, no le prestó mucha atención. Nunca había oído hablar de Hogwarts ni de esa organización secreta. Para él, lo más importante era su interés en Westminster School, una institución con una larga tradición académica y prestigiosa, donde esperaba poder aprender más sobre sus poderes y quizás descubrir su verdadera historia.
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Dos días después, mientras caminaba por las calles cerca del orfanato, algo inusual ocurrió. En un callejón oscuro y silencioso, una figura femenina apareció de repente entre las sombras. Ella vestía ropa diferente a la que solía ver en el barrio: llevaba un manto oscuro y un sombrero alto adornado con una pluma de águila, con un aire misterioso pero amable.
—¿Por qué aceptaste cubrir a Pomona? —se quejó ella mientras cruzaba la calle para llegar al orfanato Wool—.
Al llegar al edificio, tocó el timbre y fue recibida por el guardia, el Sr. Blas, un hombre corpulento y siempre atento a todo lo que ocurría en el lugar.
—¿Qué desea? —preguntó con voz firme pero respetuosa.
—Soy la profesora Rolanda Hooch. Vengo a ver a la directora —dijo Rolanda Hooch con calma—. Tengo una cita con la Sra. Sarah.
El guardia asintió y le indicó que podía pasar.
—Pase, ahora viene.
La profesora Rolanda Hooch entró en un vestíbulo de baldosas blancas y negras; era un lugar viejo y desgastado, pero impecablemente limpio.
Una mujer flacucha y de aspecto nervioso se apresuró hacia el vestíbulo por un pasillo.
Su rostro de facciones afiladas denotaba más ansiedad que antipatía, y mientras se acercaba a
Dumbledore miraba hacia atrás hablando con otra ayudanta que también llevaba delantal.
—… y súbele el yodo María; a Billy Stubbs ha estado arrancándose las costras y Eric Whalley ha
manchado mucho las sábanas. Sólo nos faltaba la varicela —dijo a nadie en particular, pero entonces se fijó en Rolanda Hooch y se detuvo en seco, observándolo con tanto asombro como si se tratase de una jirafa.
—Buenas tardes —saludó él y le tendió la mano. Ella se quedó boquiabierta—. Me llamo Rolanda Hooch. Le envié una carta solicitándole una visita y usted tuvo la amabilidad de invitarme a venir
hoy.
La señora Sarah parpadeó. Tras decidir, al parecer, que Hooch no era ninguna alucinación, dijo
con un hilo de voz:
—¡Ah, sí! Ya… Bueno, entonces… será mejor que vayamos a mi oficina.
La guio hasta un pequeño cuarto que hacía las veces de salita y despacho, tan destartalado como el vestíbulo y cuyos muebles se veían viejos y desparejados. Invitó a Dumbledore a sentarse en una desvencijada silla, y ella tomó asiento detrás de un escritorio cubierto de carpetas y papeles. Parecía nerviosa.
—Como ya le explicaba en mi carta, he venido para hablar de León y de los planes para el
futuro del chico —expuso Hooch
—¿Es usted familiar suyo?
—No, yo soy una profesora. He venido a ofrecerle a León una plaza en mi colegio.
—¿Y qué colegio es ése?
—Se llama Hogwarts.
—¿Y por qué se interesa por León?
—Creemos que tiene las cualidades que nosotros buscamos.
—¿Quiere decir que le han concedido una beca? ¿Cómo es posible? Él nunca ha solicitado ninguna a Hogwarts.
—Verá, está inscrito en nuestro colegio desde que nació.
—¿Quién lo inscribió? ¿Sus padres? No cabía duda de que la señora Sarah era una mujer aguda y perspicaz.
Al parecer, la profesora Hooch también lo pensaba, porque sacó con disimulo su varita del bolsillo del traje de terciopelo al mismo tiempo que cogía una hoja en blanco que había encima de la mesa.
—Tome —dijo la profesora Hooch, y agitó una vez la varita mientras le tendía la hoja—. Creo que esto se lo aclarará todo.
Los ojos de la mujer se desenfocaron y volvieron a enfocarse al examinar con atención la hoja en blanco.
—Veo que está todo en orden —dijo al cabo, y se la devolvió a la profesora Hooch.
Entonces su mirada se desvió hacia una botella de ginebra y dos vasos que no estaban allí unos segundos antes—. Hum… ¿le apetece un vasito de ginebra? —preguntó con tono afectado.
—Gracias —aceptó la profesora Hooch.
Llenó ambos vasos con generosidad y vació el suyo de un trago.
¿Podría contarme algo acerca de la historia de León? Creo que nació aquí, en el orfanato.
—No, el no nació aquí, lo trajeron aquí debido a un accidente automovilístico donde falleció su madre—confirmó la mujer, y se sirvió más ginebra—Es un chico brillante —añadió. -Imagino que querrá verlo.
—Sí, desde luego —afirmó la profesora Hooch, y también se puso en pie. Una vez hubieron salido del despacho, la señora Sarah la guio y subieron por una escalera de piedra; por el camino iba repartiendo instrucciones y advertencias a ayudantas y niños.
Todos los huérfanos llevaban el mismo uniforme gris. Se los veía bastante bien cuidados, pero evidentemente tenía que ser muy deprimente crecer en un lugar como aquél.
Chapter 6: Callejón Diagon
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—Es aquí —anunció la mujer cuando llegaron al segundo rellano y se pararon delante de la primera puerta de un largo pasillo. Llamó dos veces con los nudillos y entró—. ¿León? Tienes visita. Te presento a la profesora Hooch. Ha venido a decirte… Bueno, será mejor que te lo explique ella.
El chico entornó los ojos mientras examinaba el extravagante atuendo de su visitante. Hubo un breve silencio. —¿Cómo estás, León? —preguntó la profesora Hooch, acercándose para tenderle la mano. Tras vacilar un momento, el chico se la estrechó.
La profesora acercó una silla y la puso al lado de la cama. —Soy la profesora Rolanda Hooch y trabajo en un colegio llamado Hogwarts. He venido a ofrecerte una plaza en mi colegio, en tu nuevo colegio, si es que quieres ir.
-Nunca he escuchado sobre Hogwarts, ni siquiera figura entre las 20 mejores escuelas de reino unido dice León
La profesora Rolanda Hooch sintió unas ganas de darle una lección a este niño por hacer menos a Hogwarts, pero como adulta se calmó rápidamente.
Hogwarts —prosiguió la profesora Hooch, --es un colegio para gente con habilidades especiales.
—¡Yo no estoy loco! —Ya sé que no lo estás. Hogwarts no es un colegio para locos. Es un colegio de magia.
—¿De magia? —repitió en un susurro. —Exacto.
—¿Es… magia lo que yo sé hacer? Murmuro León para sí mismo.
-- ¿las libras son aceptadas en este mundo mágico? Pregunto León mientras que en su mente repasaba el dinero que tenía ahorrado gracias a los concursos que gano.
- no la moneda del mundo mágico son los galeones, sickle, knut, pero puede cambiar sus libras en Gringotts, es un banco mágico responde la profesora.
Pero en Hogwarts hay un fondo destinado a quienes necesitan ayuda para comprar los libros y las túnicas quizá tengas que adquirirlos de segunda mano dijo la profesora Hooch
¿Dónde se compran los libros de hechizos? —lo interrumpió el chico
En el callejón Diagon. Puedo ayudarte a encontrarlo todo… si decides aceptar ir a Hogwarts dice la profesora Hooch
-Acepto ir a Hogwarts, que día podemos ir al callejón Diagon pregunto León que estaba emocionado.
-ahora mismo, si dispones de tiempo responde la profesora Hooch
-vamos entonces dijo León
Ambos salen del orfanato y la profesora levanta su varita, León confundido mira esto.
Pero entonces de la nada aparece un autobús de tres pisos, y la puerta de abre mostrando al cobrador del bus.
“soy Stan Shunpike, cobrador del autobús noctambulo para brujos…” dijo Stan Shunpike
-ya lo sé Stan, tenemos prisa, así que solo quiero 2 boletos para el caldero chorreante dijo la profesora Hooch con impaciencia mientras le entrega varias monedas de plata.
-claro profesora Hooch dijo Stan Shunpike
El autobús parte a toda velocidad, León cae al piso, mientras con dificultad trata de levantarse, pero cada giro que da el autobús hace que caiga de nuevo al piso.
Minutos después llegaron a su destino la calle Charing Cross Road en Londres.
León estaba confundido, escucho como la profesora dijo el caldero chorreante, pero toda la calle parecía normal, nada mágico y ningún letrero decía caldero chorreante.
León siguió a la profesora que camino unos cuantos metros hasta detenerse.
—¡Aquí está! —dijo la profesora, señalando un bar estrecho y sucio—. Este es el pub del Caldero Chorreante, la entrada al Callejón Diagon.
Nunca pensé que existiría un lugar así en esta ciudad. Parecía un edificio del siglo pasado. Pensó León
La profesora abrió la puerta, donde ambos entraron y la expectativa de un lugar mágico decayó mucho a los ojos de León.
El caldero chorreante era muy oscuro y destartalado. A la tenue luz de las velas, León vio unos vestidos extraños, como una vieja bruja de aspecto medieval sentada en un rincón bebiendo una copita de jerez. Sentado en el borde de la barra había un hombre de aspecto escurridizo con vendas, frente a él un platito de hígado crudo.
“¡Bienvenida, profesora Hooch!” El camarero, un anciano corpulento con lomo de camello, apareció silenciosamente ante varias personas.
"¡Hola Tom, estamos de pasada así que si nos disculpas!" respondió la profesora Hooch
Ambos salieron del bar y entraron a la parte de atrás, donde se encontraba un muro de ladrillos, la profesora saco su varita.
--León recuerda el orden en que golpeo lo ladrillos, dijo la profesora quien con su varita golpeaba los ladrillos, para después estos cobraran vida, moviéndose y revelando la entrada al callejón Diagon.
La vista fue mágica para León vio lechuzas, calderos, escobas, y muchos magos que estaban en movimiento sin detenerse,
--León vamos primero al banco para retirar el fondo destinado para niños huérfanos y si tienes libras las puedes cambiar ahí dijo la profesora Hooch mientras guiaba el camino.
Ambos subieron unos escalones de piedra blanca hasta un enorme salón de mármol que tenía como letrero Banco de Gringotts.
Al entrar un centenar de goblins estaban sentados en taburetes altos tras un largo mostrador, escribiendo en grandes libros de contabilidad, pesando monedas en balanzas de latón y examinando piedras preciosas con gafas. Había demasiadas puertas que daban al pasillo, y aún más goblins guiaban a la gente para entrar y salir.
León y la profesora hicieron fila unos minutos para ser atendido por un goblin llamado Griphon.
“que desea” pregunto el goblin Griphon
“vengo a retirar el fondo de ayuda de Hogwarts para estudiantes de bajos recursos” dijo la profesora
“tiene su carta de presentación” pregunto el goblin Griphon
“si aquí la tengo” respondió la profesora
El goblin le entrego una pequeña bolsa de cuero que contenía varias monedas, dado se escuchó el tintinar de estas dentro de la bolsa.
Antes de que el Goblin les dijera que se retiraran león intervino indicando su propósito de cambiar libras por dinero mágico.
León y la profesora salieron del banco, mientras la profesora dirigía el camino.
—León, vamos a Ollivanders para tu varita, es el mejor fabricante de ellas dijo la profesora Hooch
-Así que no es el único que fabrica varitas pensó León.
Los dos llegaron a una tienda estrecha y destartalada.
Sobre la puerta se leen letras doradas descascaradas que dicen Ollivanders: creadores de varitas finas desde el año 382 a. C.
En la ventana polvorienta, una solitaria varita yacía sobre un cojín morado descolorido.
Una campana tintineante sonó en algún lugar de la tienda al entrar. León miró a su alrededor y la tienda era diminuta, vacía salvo por un banco frente al mostrador.
No muy lejos, había miles de cajas estrechas apiladas cuidadosamente hasta el techo.
Había todo tipo de varitas dentro. Por alguna razón, a León se le erizó la nuca. El polvo y el silencio parecían vibrar con alguna magia secreta.
La profesora Hooch lo condujo a sentarse en el banco y esperó un rato, una voz suave salió de la tienda.
—¡Buenos días! —Un anciano de pupilas muy claras estaba de pie frente a ellos—. Me alegro mucho de verla, Profesora Hooch. Un placer. Treinta centímetros de largo, madera de cerezo, más resistente. Es una buena varita.
—Sí, señor Ollivanders, me encanta esta varita. —La profesora Hooch se levantó rápidamente y saludó—. Este es León. Es un nuevo estudiante en Hogwarts este año y necesita comprar una varita.
—¡Claro, claro! —La mirada de Ollivanders se dirigió a León—. Los magos necesitan varitas para hacer magia, pero recuerda, ¡son las varitas las que eligen al mago!
—¡Bueno, déjame ver! —Ollivanders no se detuvo. Sacó una cinta métrica larga con marcas plateadas de su bolsillo y se acercó a León—. Sr. León ¿Cuál es el brazo de su varita?
—Soy diestro —respondió León.
—Extiende el brazo, por favor. —Ollivanders midió a León desde el hombro hasta el dedo, luego desde la muñeca hasta el codo, desde el hombro hasta el suelo, desde la rodilla hasta la axila y alrededor de su cabeza.
Mientras medía, les explicó a León: «Cada varita de Ollivanders tiene un núcleo de una poderosa sustancia mágica. Usamos pelos de unicornio, plumas de cola de fénix y fibras de corazón de dragón. No hay dos varitas de Ollivanders iguales, al igual que no hay dos unicornios, dragones o fénix iguales. Y, por supuesto, nunca obtendrás tan buenos resultados con la varita de otro mago. Por favor, tenlo siempre presente: ¡es la varita la que elige al mago!».
Apenas dijo esto y desapareció entre los densos estantes; y antes de que León tuviera tiempo de relajarse, lo vio salir con una caja.
Prueba con este, de catorce pulgadas, color ébano y pelo de unicornio, un poco curvado.
León acababa de tomarlo y él se lo arrebató de la mano casi de inmediato.
—No, creo que debería ser este. Está hecho de sauce y pelo de unicornio, mide veinte centímetros y medio y tiene una elasticidad muy fuerte.
León acababa de recibirlo, y la varita salió disparada contra la pared.
-parece que no dijo Ollivanders
Veamos esta de 14 pulgadas, madera de pino y núcleo de nervio de corazón de dragón.
León tomó la varita y un chorro de calor brotó de sus dedos. La punta de la varita desprendía un halo blanco, como ondas en el agua, extendiéndose en círculos.
Una combinación extraordinaria, ideal para el trabajo. En tu clase de defensa serás todo un éxito.
Chapter 7: Anden 9 3/4
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Después de salir de la tienda de varitas, respiró aliviado.
Luego, la profesora Hooch condujo a León a la tienda de túnicas de Madam Malkin.
León observo entre las túnicas los uniformes de segunda mano, estaban demasiado descoloridos y los que quedaban eran demasiado grandes, así que apretando el bolsillo decidió invertir su dinero propio a parte de la asignación de la escuela, ya que la profesora ya le había dicho que esta asignación los estudiantes la devolverían cuando terminaran Hogwarts.
Por indicaciones de Madam Malkin se subió al taburete para que lo midiera, para su nuevo uniforme.
Después de esperar uno minutos, recibió su uniforme por parte de Madam Malkin, saliendo de la tienda fueron a comprar los libros de la lista de la escuela, así que fueron librería Flourish y Blotts donde ya había decidido comprar libros usados, pero lastimosamente no había libros de Lockhart de segunda mano.
Ambos se alejaron paseando por la sinuosa calle adoquinada, y de vez en cuando se oían gritos en las tiendas. Las monedas tintineaban alegremente en los bolsillos de León, pidiendo a gritos ser gastadas.
Sin embargo, después de recorrer algunas tiendas de magia, probablemente conociendo los precios del mundo mágico, León sintió una especie de frialdad interior. Comparado con lo que quería comprar, estos galeones de oro que llevaba en el bolsillo no eran suficientes.
¡Parece que tengo que encontrar una manera de ganar dinero! pensó León
Luego, bajo la dirección de la profesora Hooch, León compró un caldero de peltre necesario en la lista de la escuela, una buena balanza para pesar los ingredientes de las pociones y un telescopio plegable de latón. En la botica, compraron ingredientes básicos para pociones en la clase de Pociones de primer año. Además, compraron plumas de ave, tinta y papel pergamino para anotar.
Al pasar por la Casa de Fieras Mágica, ninguno de los dos entró. León no tenía espacio y cuidar de un animal requería dinero por ahora necesitaba aumentarlo no reducirlo.
Cuando ya terminaron de realizar las compras de Hogwarts, la profesora lo acompaño al orfanato, usando de nuevo el autobús noctambulo.
Ya en la puerta del orfanato la profesora se despide de León, pero él decide detenerla.
--profesora he visto que el apellido es importante en el mundo mágico dice León
--la profesora lo mira sorprendida, pero no quiere explicarle que el mundo mágico está en una era feudal, donde el apellido de uno identifica la clase de un mago, sin son ricos o pobres, si son sangre, pura, mestizos, muggles porque eso solo empeorara la vista de los demás sobre Hogwarts.
--Creo que también adoptare un apellido, como crecí en el orfanato de Wool, creo que utilizare esto como mi apellido León Wool, podría indicarle a la escuela esta petición mía, profesora.
--Claro Sr. Wool, no habrá ningún problema responde la profesora Hooch, ya que no tenía que explicarle a León más de lo debido.
--pero león recuerda, el mundo mágico debe de quedar en un secreto, no debes contárselo a nadie, entiendes León, es un secreto establecido por el estatuto mágico dijo seriamente la profesora Hooch
--claro profesora, no le diré a nadie responde León.
La profesora camino hacia un callejón, para después desaparecer.
Mientras tanto en el cuarto de León.
Lo que haces es magia, existe un mundo mágico, eso es increíble hermano grito una emocionada Anya
--puedes darme tu varita dijo Anya mientras extendía su mano
--León sin dudar se la dio, y vio cómo su hermana la agitaba, pero no producía nada y empezó a recitar lo que parecían hechizos.
Hocus pocus en calabaza
Hocus pocus en un caballo
Luz
Ábrete sésamo
León no sabía que decir porque ya se había imaginado que Anya no posee ningún poder mágico.
Anya se giró y miro a León entregándole su varita.
-hermano tal parece que no posee poderes mágicos, entonces tú serás mi padrino mágico, y cumplirás todos mis deseos verdad dijo Anya con la expresión más adorable que tenia
-claro que sí, eres mi hermana, y concederé tus deseos respondió León.
León devoraba los libros mágicos, preparándose para Hogwarts, ya que el primero de setiembre estaba cerca.
En cuanto a la magia no la pudo practicar con su varita porque la profesora Hooch le advirtió que estaba prohibido realizarla fuera de la escuela, y además tenía el rastro sobre él, pero él vio una falla en ese rastro, ya que cuando entreno su magia de hielo, no le llego ninguna advertencia.
Así que solo practico su magia de hielo y entreno su físico, mientras las semanas pasaban hasta que llego el día de partida.
1ro de setiembre.
León desde el taxi se despedía de Anya y de la Sra. Sarah, que también lo despedían desde la entrada.
Horas despues había llegado a la estación de King's Cross en un día lluvioso. Con su pequeña maleta en mano y una mezcla de nervios y curiosidad, avanzó por toda la estación del tren, buscando el famoso andén 9 3/4. Sin embargo, no lograba encontrarlo. Preguntar a los demás parecía inútil; sabía que esa entrada era secreta, solo accesible para quienes tenían magia en su interior.
Decidió entonces explorar los andenes 9 y 10, observando con atención cada rincón. Mientras caminaba entre ellos, vio a una familia despidiéndose de una niña con cabello castaño y enmarañado. La niña parecía triste pero decidida. Ella caminó entre los andenes, y de repente, atravesó una especie de barrera invisible que parecía ondular en el aire.
León la observó con asombro. La familia se alejó lentamente, dejando atrás a la niña que desapareció tras esa barrera mágica. En ese momento, León entendió: esa era la entrada secreta al mundo mágico, el famoso andén 9 3/4.
Con el corazón latiendo con fuerza, se acercó cautelosamente y tocó la barrera. Sintió un cosquilleo recorrer su mano y supo que allí estaba su oportunidad de entrar en un mundo lleno de magia y aventuras. Solo tenía que dar un paso adelante.
Al cruzar la barrera invisible, León Wool sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. La vista que se extendía ante él era impresionante: un vasto andén lleno de estudiantes y sus familias, todos despidiéndose con alegría y nerviosismo. Los trenes estaban llenos de humo y el sonido de las ruedas sobre los rieles resonaba en sus oídos. Los niños corrían entre los vagones, algunos con maletas en mano, otros abrazando a sus seres queridos.
León miró a su alrededor y decidió que era momento de subir al tren. Guardó cuidadosamente sus pocas pertenencias en su mochila y se dirigió hacia uno de los vagones. Mientras avanzaba, notó que muchas cabinas estaban ocupadas por otros estudiantes, pero no le importó; buscaba un lugar donde sentarse y comenzar su nueva aventura.
Al encontrar una cabina vacía decidió entrar y mientras se acomodaba, escuchó un suave golpe en la puerta. La abrió y encontró a una chica con cabello rubio y ojos verdes que le sonrió amablemente.
—Hola —dijo ella tocando la puerta—. Me llamo Astoria Greengrass.
Yo soy León Wool.
León le devolvió la sonrisa, algo nervioso pero emocionado por conocer a alguien más en ese mundo mágico.
—Mucho gusto, Astoria —respondió—. Soy nuevo aquí también. No sé mucho todavía, pero tengo muchas ganas de aprender.
Astoria asintió con entusiasmo.
—No te preocupes, todos estamos empezando. ¡Va a ser una aventura increíble! Vamos a encontrar un lugar para sentarnos juntos.
Mientras tanto, el tren comenzó a moverse lentamente, dejando atrás la estación de King's Cross y adentrándose en un mundo lleno de misterios y magia. León sintió que su corazón latía con fuerza; estaba listo para lo que fuera que le esperara en Hogwarts.
Chapter 8: Ceremonia de selección I
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Mientras el tren avanzaba por el paisaje que se volvía cada vez más verde y misterioso, Leon y Astoria continuaron conversando animadamente. La emoción en sus voces llenaba el vagón, y pronto comenzaron a hablar sobre Hogwarts, ese lugar mágico del que tanto habían oído hablar.
—¿Sabes? —dijo Astoria con entusiasmo—. En Hogwarts hay cuatro casas: Slytherin, Hufflepuff, Ravenclaw y Gryffindor. Cada una tiene sus propias características y valores. Mi hermana mayor está en segundo año en Slytherin, y me ha contado muchas cosas sobre los hechizos que aprenderemos.
Leon la miró con interés.
—¿Y qué te ha dicho? —preguntó.
—Pues, que los hechizos son increíbles. Mi hermana dice que en primer año aprenden a hacer cosas básicas, como encender una vela o mover objetos con la mente. Pero también me contó que la profesora McGonagall, la jefa de Gryffindor, ¡le encanta transformarse en gato! Es una animaga.
Ella dice que eso le ayuda a entender mejor los hechizos de transformación.
Leon frunció el ceño un poco, curioso.
—¿Se puede hacer magia dentro del tren? —preguntó.
Astoria asintió rápidamente.
—Sí, claro. La mayoría de nosotros practicamos magia en el tren sin problemas. Mi hermana hizo un hechizo para encender su varita y no recibió ninguna notificación del Ministerio. Eso significa que no está mal hacerlo aquí, siempre y cuando no cause problemas ni moleste a nadie.
Leon sintió una chispa de emoción recorrerle el cuerpo. Recordó lo que Astoria había mencionado y decidió intentarlo. Sacó su varita con cuidado y pensó en el hechizo que quería practicar: Lumus, para hacer una pequeña luz brillante.
—¿Me puedes ayudar? —preguntó con una sonrisa nerviosa.
Astoria le dio algunos consejos: mantener la varita firme, concentrarse en la intención del hechizo y pronunciar claramente las palabras.
—Lumus —susurró Leon con determinación.
Al principio, nada sucedió. Pero entonces, tras unos segundos de concentración intensa, una pequeña chispa de luz emergió en la punta de su varita, iluminando suavemente el interior del vagón.
—¡Lo lograste! —exclamó Astoria emocionada—. Solo necesitas practicar un poco más para controlarlo mejor.
Leon sonrió orgulloso y agradecido por la ayuda. La luz seguía brillando tenuemente en su varita mientras ambos continuaban hablando sobre lo que les esperaba en Hogwarts.
El tren finalmente llegó a la estación, y los estudiantes comenzaron a bajar en masa, llenos de emoción y nerviosismo. La plataforma se llenó de voces y risas mientras todos se preparaban para su primer día en Hogwarts. De repente, un grito resonó por toda la estación:
—¡Los de primer año por aquí! —clamaba una voz fuerte y clara.
Luego, otro gritó:
—¡Los de primer año por aquí!
Y otro más:
—¡Por aquí, por aquí!
En medio del bullicio, un gigante con una lámpara en la mano caminaba lentamente entre los estudiantes, señalando con su luz el camino correcto. Sus pasos pesados resonaban en la plataforma mientras guiaba a los nuevos alumnos hacia un sendero que parecía brillar con magia.
Leon y Astoria siguieron el camino, cruzando entre grupos de estudiantes y familias que se despedían con abrazos y lágrimas de alegría. Al final del sendero, llegaron a un pequeño muelle donde varios botes estaban esperando. Sin dudarlo, Astoria y Leon subieron a uno de ellos, seguidos por dos estudiantes más que también parecían ser nuevos en Hogwarts.
El gigante levantó su lámpara y señaló hacia el lago.
—¡Adelante! —dijo con voz profunda—. ¡Naveguen hacia el castillo!
Los botes comenzaron a deslizarse suavemente sobre las aguas tranquilas del lago negro. La noche era clara y estrellada, reflejándose en la superficie del agua. Después de unos minutos navegando en silencio, el gigante volvió a hablar.
—Bajen la cabeza —ordenó con tono grave.
Todos obedecieron sin cuestionar. Cuando bajaron la vista, vieron cómo las aguas se abrían ante ellos para revelar una vista impresionante: el castillo de Hogwarts emergía majestuoso desde la colina, iluminado por miles de luces que brillaban como estrellas caídas del cielo.
—Miren hacia la derecha —les indicó el gigante.
Y allí estaban: las torres altas, los muros antiguos cubiertos de hiedra y las ventanas que destellaban como ojos mágicos vigilando todo. Era aún más hermoso de lo que Leon había imaginado.
Finalmente, llegaron al puerto donde los esperaba un grupo de estudiantes y profesores. Subieron por las escalinatas empedradas hasta llegar al gran recibidor del castillo. La puerta se abrió lentamente y allí estaba ella: la profesora McGonagall, con su característico sombrero puntiagudo y su expresión severa pero amable.
—Bienvenidos a Hogwarts —dijo la profesora McGonagall—. El banquete
de comienzo de año se celebrará dentro de poco, pero antes de que ocupéis vuestros lugares en el Gran Comedor deberéis ser seleccionados para vuestras casas. La Selección es una ceremonia muy importante porque, mientras estéis aquí, vuestras casas serán como vuestra familia en Hogwarts. Tendréis clases con el resto de la casa que os toque, dormiréis en los dormitorios de vuestras casas y pasaréis el tiempo libre en la sala común de la casa.
»Las cuatro casas se llaman Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin.
Cada casa tiene su propia noble historia y cada una ha producido notables
brujas y magos. Mientras estéis en Hogwarts, vuestros triunfos conseguirán
que las casas ganen puntos, mientras que cualquier infracción de las reglas hará que los pierdan. Al finalizar el año, la casa que obtenga más puntos será premiada con la copa de la casa, un gran honor. Espero que todos vosotros seréis un orgullo para la casa que os toque.
»La Ceremonia de Selección tendrá lugar dentro de pocos minutos, frente
al resto del colegio. Os sugiero que, mientras esperáis, os arregléis lo mejor
posible.
—Volveré cuando lo tengamos todo listo para la ceremonia —dijo la
profesora McGonagall—. Por favor, esperad tranquilos- mientras salía del vestíbulo.
Entonces sucedió algo que le hizo dar un salto en el aire... Muchos de los
que estaban atrás gritaron.
—¿Qué es...?
Resopló. Lo mismo hicieron los que estaban alrededor. Unos veinte
fantasmas acababan de pasar a través de la pared de atrás. De un color blanco
perla y ligeramente transparentes, se deslizaban por la habitación, hablando
unos con otros, casi sin mirar a los de primer año. Por lo visto, estaban
discutiendo. El que parecía un monje gordo y pequeño, decía:
—Perdonar y olvidar. Yo digo que deberíamos darle una segunda
oportunidad...
—Mi querido Fraile, ¿no le hemos dado a Peeves todas las oportunidades
que merece? Nos ha dado mala fama a todos y, usted lo sabe, ni siquiera es un
fantasma de verdad... ¿Y qué estáis haciendo todos vosotros aquí?
El fantasma, con gorguera y medias, se había dado cuenta de pronto de la
presencia de los de primer año.
Nadie respondió.
—¡Alumnos nuevos! —dijo el Fraile Gordo, sonriendo a todos—. Estáis
esperando la selección, ¿no?
Algunos asintieron.
—¡Espero veros en Hufflepuff—continuó el Fraile—! Mi antigua casa, ya
sabéis.
—En marcha —dijo una voz aguda—. La Ceremonia de Selección va a
comenzar.
La profesora McGonagall había vuelto. Uno a uno, los fantasmas flotaron a
través de la pared opuesta.
—Ahora formad una hilera —dijo la profesora a los de primer año— y
seguidme. pasaron por unas puertas dobles y entraron en el Gran Comedor.
Estaba iluminado por miles y miles de velas, que flotaban en el aire sobre cuatro grandes mesas, donde los demás estudiantes ya estaban sentados. En las mesas había platos, cubiertos y copas de oro. En una tarima, en la cabecera del comedor, había otra gran mesa, donde se sentaban los profesores. La profesora McGonagall condujo allí a los alumnos de primer año y los hizo detener y formar una fila delante de los otros alumnos, con los profesores a sus espaldas. Los cientos de rostros que los miraban parecían pálidas linternas bajo la luz brillante de las velas. Situados entre los estudiantes, los fantasmas tenían un neblinoso brillo plateado. Para evitar todas las miradas, Leon levantó la vista y vio un techo de terciopelo negro, salpicado de estrellas.
La profesora McGonagall ponía en silencio un taburete de cuatro patas frente a los de primer año. Encima del taburete puso un sombrero puntiagudo de mago. El sombrero estaba remendado, raído y muy sucio.
Chapter 9: Ceremonia de selección II
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Entonces el sombrero se movió.
Una rasgadura cerca del borde se abrió, ancha como una boca, y el sombrero comenzó a cantar:
"Hace tal vez mil años
que me cortaron, ahormaron y cosieron.
Había entonces cuatro magos de fama
de los que la memoria los nombres guarda:
El valeroso Gryffindor venía del páramo;
La bella Ravenclaw, de la cañada;
del ancho valle procedía Hufflepuff la suave;
y el astuto Slytherin, de los pantanos.
Compartían un deseo, una esperanza, un sueño:
idearon en común acuerdo un atrevido plan de estudios
para educar jóvenes brujos.
Así nació Hogwarts, este colegio.
Luego, cada uno de aquellos cuatro fundadores
fundó una casa diferente
para los diferentes caracteres
de su alumnado:
Para Gryffindor
el valor era lo mejor;
para Ravenclaw,
la inteligencia
y para Hufflepuff el mayor mérito de todos
era romperse los codos.
El ambicioso Slytherin
ambicionaba alumnos ambiciosos.
Estando aún con vida
se repartieron a cuantos venían
pero ¿cómo seguir escogiendo
cuando los cuatro estuvieran muertos
y en el hoyo?
Fue Gryffindor el que halló el modo:
me levantó de su cabeza,
y los cuatro en mí metieron algo de su sesera
para que pudiera elegirlos a mi manera a la primavera.
Ahora ponme sobre las orejas.
No me equivoco nunca:
echaré un vistazo a tu mente
¡y te diré de qué casa eres!"
Todo el comedor estalló en aplausos cuando el sombrero terminó su
canción. Éste se inclinó hacia las cuatro mesas y luego se quedó rígido otra
vez.
La profesora McGonagall se adelantaba con un gran rollo de pergamino.
—Cuando yo os llame, deberéis poneros el sombrero y sentaros en el
taburete para que os seleccionen —dijo—"¡Astoria Greengrass!"
Astoria se acercó y le puso el sombrero.
¡SLYTHERIN! El sombrero apenas le rozó el pelo cuando gritó.
¡Leon Wool! Llamo la profesora Mcgonagall
Leon se acercó y se puso el sombrero.
¡SLYTHERIN!
Un murmullo entre los estudiantes se extendió. Algunos lo miraron con recelo, otros con curiosidad. Entre ellos, Astoria Greengrass, una estudiante de Slytherin mayor, se levantó con una sonrisa cálida y se acercó a Lyon.
—Felicidades —le dijo mientras le estrechaba la mano—. Bienvenido a nuestra casa.
Leon le devolvió la sonrisa tímidamente. Sin embargo, varios estudiantes lo miraban con recelo o desdén; no era común ver a alguien sin linaje puro o familiaridad en Slytherin.
La selección continua cuando la profesora siguió llamando a los estudiantes para la selección
.
.
.
—¡Luna Lovegood!
—¡RAVENCLAW!
—¡Ginny Weasley!
—¡GRYFFINDOR!
Cuando la selección termino, el director Albus Dumbledore repitió las normas que tiene la escuela, mientras algunos estudiantes mayores sonríen al escuchar estas advertencias en especial unos gemelos.
“que comience el banquete” dijo Dumbledore, para que después las mesas de se llenaran de comida.
Un joven mayor, de cabello oscuro y ojos astutos, se acercó entonces y le preguntó en voz baja:
—Oye… ¿Wool? Nunca había oído ese apellido aquí. ¿De dónde vienes?
Leon frunció el ceño un momento y respondió sin ocultar nada:
—Viene del orfanato donde crecí. No sé mucho más… No tengo apellido claro; solo Wool.
El silencio cayó por unos instantes. Los ojos de los demás estudiantes se fijaron en él con una mezcla de sorpresa y desconfianza. En Slytherin, todos sabían que los nacidos de muggles o huérfanos no eran comunes ni bien vistos; menos aún si no tenían un linaje claro o conexiones familiares poderosas.
Pero esa revelación pareció no importarle a Astoria, quien sonrió comprensiva.
—No te preocupes —dijo ella—. Aquí todos somos iguales cuando estamos dentro del castillo.
Los estudiantes de Slytherin comenzaron a comer mientras lanzaban miradas furtivas hacia Leon. Él intentaba concentrarse en la comida, pero no podía evitar sentir las miradas sobre él como agujas punzantes.
Al terminar la cena, los prefectos comenzaron a guiar a los primeros años hacia sus salas comunes. Leon caminó junto a Astoria y otros compañeros por pasillos oscuros y escaleras que crujían bajo sus pasos hasta llegar al sótano donde se encontraba la sala común de Slytherin.
Allí estaba el prefecto Montague, un estudiante mayor que había preguntado antes por su apellido. Se volvió hacia ellos y dijo con voz firme:
—La contraseña para entrar es: sangre pura.
Con esa frase, las puertas se abrieron lentamente revelando una sala decorada con tapices verdes y plata, estatuas antiguas y un ambiente misterioso pero acogedor.
Una vez dentro, Montague reunió a todos los primeros años en círculo alrededor de una chimenea brillante.
—Bienvenidos a Slytherin —dijo con tono serio—. Aquí aprenderán a ser astutos, ambiciosos… pero también aprenderán quiénes son realmente cuando estén listos para ello.
Leon observaba atentamente a sus nuevos compañeros mientras escuchaba esas palabras por primera vez en Hogwarts. Sabía que aquel sería solo el comienzo de muchas pruebas… pero también sentía que algo grande estaba por comenzar para él.
Montague levantó una mano para captar la atención de todos los primeros años. La sala común quedó en silencio expectante.
—Para demostrar que realmente pertenecen a Slytherin —dijo con voz firme—, realizaremos una segunda prueba. Un duelo mágico. Aquí no solo se trata de poder, sino también de astucia y coraje.
Los estudiantes se miraron entre sí, algunos con nerviosismo, otros con entusiasmo. Las chicas fueron las primeras en enfrentarse en duelos rápidos y habilidosos, mostrando hechizos precisos y defensas sólidas. Todos aplaudieron sus destrezas, y algunos incluso lanzaron comentarios admirados.
Luego fue el turno de los chicos. La mayoría parecía tener confianza; algunos lanzaron hechizos sencillos pero efectivos, demostrando control y rapidez.
Pero cuando llegó el turno de Leon, todos los ojos se posaron en él. Montague lo miró con interés y asintió hacia un estudiante mayor que se acercaba con paso confiado: era Samuel Burke, un alumno de quinto año conocido por su gran tamaño y su carácter desafiante.
Leon sintió cómo su corazón latía más fuerte. Se puso en posición frente a Burke, que le sonrió con una expresión burlona.
—¿Estás listo? —preguntó Burke con tono desafiante.
—Sí —respondió Leon con determinación.
Chapter 10: Duelo
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Todos los ojos se posaron en Leon, el pequeño primer año y Samuel Burke, un alumno de quinto año conocido por su arrogancia y talento, se acercó con una sonrisa burlona.
—¿Estás listo? —preguntó con tono desafiante.
Leon asintió, apretando los puños. La tensión creció rápidamente; no hubo tiempo para más palabras. Burke lanzó un hechizo de fuego directo hacia él en un abrir y cerrar de ojos.
Leon esquivó por poco el hechizo ardiente, Movió su varita rápidamente y pronunció:
—¡Incarce….!
Pero Burke no le dio tiempo para completar su hechizo. Con una sonrisa cruel, lanzó un hechizo punzante que atravesó el aire y golpeó a Leon en el pecho.
El impacto fue fuerte, y Leon sintió como si una corriente helada recorriera su cuerpo. A pesar del dolor, se negó a caer. Su rostro mostraba una expresión de sufrimiento, pero sus piernas seguían firmes.
Desde las sombras, algunos estudiantes de Slytherin comenzaron a sonreír con malicia al ver cómo empezaba la tortura para el "sangre sucia" que había entrado en su casa. Astoria, preocupada por Leon, se levantó rápidamente y fue hacia su hermana Daphne para pedir ayuda.
—¡Daphne! ¡Haz algo! —susurró angustiada—. ¡No puede ser así!
Pero Daphne negó con la cabeza, manteniéndose firme.
Mientras tanto, Burke aprovechó la ventaja y empezó a lanzar una serie de hechizos rápidos y precisos: golpes mágicos que impactaban en los brazos y piernas de Leon uno tras otro. Cada impacto parecía desgarrar más su resistencia; casi todo su cuerpo era golpeado sin piedad.
El último hechizo fue tan potente que hizo que Leon chocara contra la pared trasero de la sala con un estruendo sordo. Quedó allí tendido unos instantes, respirando con dificultad mientras el dolor le nublaba la vista.
Un grito desesperado salió del pecho de Astoria:
—¡Leon!
Pero antes de que pudiera acercarse, Daphne le sujetó la mano con fuerza para detenerla.
—No —le susurró—. No podemos interferir todavía.
La risa burlona de Burke resonaba en toda la sala mientras observaba al pequeño primero año tambalearse sobre sus pies debilitados. Los demás estudiantes ya no disimulaban sus risas ni sus miradas despectivas; estaban disfrutando del espectáculo cruel.
Leon apenas podía mantenerse en pie. Con dificultad, logró levantarse lentamente mientras todos lo miraban expectantes o despreciativos. Sus manos temblaban; ya no tenía varita —la había perdido en medio del combate— pero aún así decidió actuar.
Con determinación, juntó sus manos frente a él y pensó en algo que pudiera sorprenderlos: algunos pensaron que pedía piedad o rendición… pero Leon sabía muy bien qué hacer.
De repente, un enjambre de mariposas hechas de hielo surgió desde sus palmas y voló rápidamente hacia Burke. Las mariposas brillaban con un azul cristalino bajo la luz tenue del sótano.
Burke soltó una carcajada:
—¿Eso es todo? ¿Mariposas? —bregonando— Esto no me hace ni cosquillas.
Antes de que pudiera reaccionar, todas las mariposas desaparecieron en un instante cuando Leon corrió hacia él a toda velocidad. Se inclinó bruscamente y le dio un puñetazo con todas sus fuerzas en el estómago.
Burke se encogió por el golpe inesperado y cayó al suelo jadeando por el dolor. Aprovechando esa oportunidad, Leon levantó ambas manos y gritó:
—¡Puño de hielo!
Su puño se cubrió rápidamente con una capa gruesa de hielo brillante antes de impactar contra el rostro de Burke. El golpe fue brutal: Burke quedó boca arriba en el suelo, inconsciente; su rostro ensangrentado mostraba una nariz partida y algunos dientes faltantes.
Toda la sala quedó en silencio absoluto ante aquella escena violenta e impactante. Nadie podía creer lo que acababa de suceder: aquel pequeño primer año había logrado vencer a uno de los alumnos más mayores y peligrosos del castillo.
Astoria soltó un grito ahogado mientras intentaba correr hacia Leon para ayudarlo. Pero Daphne le sujetó firmemente del brazo:
—¡No! ¡Es peligroso! —dijo con voz temblorosa pero decidida—. Déjalo así…
Montague observaba desde lejos con una expresión seria pero satisfecha. Los demás estudiantes permanecían boquiabiertos o murmurando entre sí sobre lo ocurrido.
Leon apenas podía mantenerse en pie; su respiración era agitada y dolorida. Pero había ganado esa batalla —y quizás mucho más importante: había demostrado quién era realmente él mismo: valiente hasta el final.
Un silencio pesado llenó la sala después de la brutal pelea. Algunos estudiantes estaban encantados, sorprendidos por la valentía y la destreza del pequeño primer año. Otros, sin embargo, mantenían una expresión de miedo o desprecio, convencidos de que Leon no era más que un "sangre sucia" que no merecía estar allí.
Leon, con dificultad, empezó a recuperarse lentamente. Había usado su magia de hielo para aliviar los moretones y heridas menores que tenía debajo de su ropa. El dolor aún persistía, pero sentía cómo el frío curaba sus heridas y le daba fuerzas para mantenerse en pie.
Astoria corrió rápidamente hacia él, con una sonrisa orgullosa y cálida en el rostro.
—¡Lo lograste! —le dijo mientras le estrechaba las manos—. ¡Eres increíble!
Leon le sonrió débilmente, agradecido por su apoyo. A pesar del dolor y del esfuerzo, sentía una chispa de orgullo en su interior.
Desde lejos, Montague se acercó con paso firme y ordenó:
—Lleven a Burke a la enfermería —dijo con tono autoritario—. Y asegúrense de inventar alguna excusa convincente para justificar lo ocurrido. No queremos problemas con los profesores.
Los estudiantes comenzaron a moverse rápidamente para cumplir con las órdenes del prefecto. Algunos ayudaron a Burke a levantarse mientras otros se encargaban de llevarlo en brazos o apoyarlo en un carrito improvisado.
Luego, Montague dirigió su mirada hacia los primeros años y les indicó:
—Ahora que todo ha terminado, les mostraré dónde estarán sus habitaciones. La del lado derecho será para las chicas; la del lado izquierdo para los chicos. En las puertas verán sus nombres grabados.
Los niños se miraron entre sí nerviosos, pero también curiosos. Algunos todavía temían a Leon por lo ocurrido, pero otros empezaban a pensar que quizás no era tan diferente después de todo.
Mientras caminaban por los pasillos oscuros y serpenteantes del sótano, algunos chicos murmuraban entre sí:
—¿Creen que sea mejor no meterse con él? Después de lo que hizo… parece fuerte.
Otros preferían ignorarlo por completo y seguir su camino en silencio.
Las chicas también intercambiaron miradas pensativas. Algunas pensaban que Leon era solo un "sangre sucia" sin importancia; otras estaban demasiado asustadas o confundidas como para opinar mucho.
Al llegar a las puertas de sus habitaciones, cada uno encontró su nombre grabado en una placa plateada sobre la madera oscura. La mayoría entró en silencio, todavía procesando lo ocurrido.
Leon se quedó unos instantes frente a su puerta, respirando profundamente. Aunque el dolor aún le punzaba en el pecho y en los golpes recientes, sabía que había dado un paso importante: había demostrado quién era realmente y qué podía hacer cuando enfrentaba sus miedos.
Astoria se acercó nuevamente y le dio una sonrisa cálida.
—No importa lo que digan ellos —le dijo suavemente—. Tú eres valiente y eso es lo que importa aquí.
Leon asintió lentamente, sabiendo que aquel día marcaría un antes y un después en su vida dentro de Hogwarts. Aunque todavía quedaba mucho por aprender y demostrar, ya había dado un gran paso hacia adelante: había enfrentado sus miedos… y había salido victorioso.
Desde las sombras del pasillo oscuro, Severus Snape observaba con atención toda la escena. Sus ojos negros brillaban con una mezcla de sorpresa y reflexión. Había llegado justo a tiempo para ver cómo Lyon, un primer año, había demostrado su valor en medio de aquella brutal prueba.
Snape cruzó los brazos, manteniendo su postura fría y calculadora. Aunque no había intervenido directamente, su mente trabajaba rápidamente. Sabía que Leon había dado un paso importante —pero también que en Slytherin, el poder no solo se medía por hechizos o valentía, sino también por conexiones, alianzas y la capacidad de sobrevivir en un entorno hostil.
Cuando Leon logró vencer a Burke y salir adelante pese a todo, Snape sintió una chispa de respeto. Pero también recordó sus propios días en Hogwarts: en aquella época, no bastaba con demostrar fuerza; era necesario tener influencias, contactos que respaldaran tu posición. Sin esas conexiones, incluso los más fuertes podían caer.
Ahora, en el presente, Snape sabía que Leon necesitaba entender esa realidad si quería prosperar en Slytherin. No podía permitirse que sufriera lo mismo que él sufrió cuando era estudiante: ser marginado o despreciado por no tener respaldo suficiente.
Por eso, decidió acercarse a Montague. Se deslizó silenciosamente por el pasillo hasta llegar a donde el prefecto se encontraba conversando con algunos otros miembros de la casa.
—Montague —susurró Snape con voz baja pero firme—. Necesitamos hablar.
Montague levantó la vista y asintió lentamente.
—¿De qué se trata? —preguntó nervioso.
Snape le miró fijamente a los ojos.
—Slytherin debe estar unido. La casa siempre ha sido vista como enemiga de las otras tres —dijo con calma—. Pero esa enemistad no puede ser solo por rivalidad o orgullo. Debe estar basada en la fuerza y en la lealtad interna. Si queremos que esta casa prospere y mantenga su prestigio, debemos asegurarnos de que todos sus miembros entiendan eso claramente.
Chapter 11: Minerva McGonagall
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Mientras tanto, en el interior de su habitación, Leon todavía sentía el dolor físico y emocional del duelo reciente. Pero también llevaba consigo una nueva comprensión: en Slytherin, el poder no solo se demuestra con hechizos o valentía individual… sino también con alianzas sólidas y lealtades firmes.
A la mañana siguiente león se levantó temprano, así que se puso su uniforme y bajo a la sala común, donde decidió sentarse en un sillón cerca a la chimenea para leer un libro, mientras esperaba a los demás estudiantes.
Una hora después varios estudiantes se reunían en el gran comedor, y lo miraban con desdén, algunos susurraban sangre sucia mientras abandonaban la sala comun.
León dedujo rápido el significado con lo ocurrido ayer, ya se dio cuenta que lo discriminaban por su origen, él pensó que estos tipos piensan que su sangre es azul pero más equivocados no pueden estar, su sangre es roja, acaso no recuerdan a Burke.
León se levantó y se disponía a seguirlos desde una distancia prudente, ya que todavía no conocía el castillo y podría perderse.
De repente, una figura familiar apareció a su lado: era Astoria. Ella lo llamó suavemente para que la acompañara junto con su hermana y las amigas de esta.
—Vamos, Leon —dijo con una sonrisa amable—. Te presento a mi hermana y sus amigas.
Astoria llevó a Lyon hacia un grupo de chicas que estaban charlando cerca de la entrada. La primera en presentarle fue a Daphne Greengrass, su hermana mayor, una chica tranquila y observadora.
—Daphne Greengrass —dijo con una sonrisa cortés.
Luego señaló a las otras chicas:
—Pansy Parkinson, Milicent Bulstrode y Tracie Davies.
Las chicas asintieron en silencio al ver a Leon; solo le dedicaron una mirada fría o indiferente. No le dirigieron palabras ni gestos amistosos; parecía que aún mantenían cierta distancia o desconfianza hacia él.
Leon notó esa actitud, pero decidió no hacer caso por ahora. En cambio, caminó junto a Astoria mientras ella quería que volviera a contar cómo había derribado a Burke en el duelo del día anterior.
—¿Puedes volver a contarme qué pasó exactamente? —le pidió Astoria con interés genuino—. Quiero escucharlo otra vez.
León sonrió débilmente y empezó a relatar los detalles del enfrentamiento: cómo esquivó los hechizos iniciales, cómo usó sus mariposas de hielo para distraerlo y cómo terminó golpeando a Burke con el puño de hielo.
Mientras tanto, las chicas estaban delante de ellos, sin intervenir ni mostrar mucho interés.
Después de terminar su relato, Leon miró a Astoria y ella le sonrió con orgullo.
—Eres muy valiente —le dijo Astoria
Leon se volvió hacia Astoria con una sonrisa confiada y le dijo:
—No soy valiente, Astoria. Soy astuto.
Ella lo miró sorprendida, pero Leon continuó, con un tono más serio y seguro:
—Piensa en esto: al no recuperar mi varita, hice que Burke se confiara y bajara la guardia. Después de crear esas mariposas de hielo, su arrogancia creció. Entonces, lo sorprendí con un golpe al estómago y después lo derribé con un puñetazo en el rostro.
Hizo una pausa para enfatizar sus palabras y luego añadió en voz alta, asegurándose de que Daphne y sus amigas escucharan claramente:
—Al fin y al cabo, los magos, a pesar de ser sangre pura o mestizos, son carne y hueso. No somos invencibles —dijo con firmeza—. Solo necesitamos ser inteligentes y aprovechar nuestras ventajas.
Las chicas lo miraron en silencio, algunas con expresión pensativa. Daphne frunció el ceño ligeramente, quizás evaluando si Leon era solo un niño impulsivo o alguien con verdadera capacidad para sorprender.
Astoria lo observaba con admiración. La forma en que Leon había manejado la situación mostraba que no solo era valiente sino también muy astuto. Ella sabía que esa cualidad sería fundamental para sobrevivir en Hogwarts.
Luego llegaron al gran comedor, donde la mesa principal estaba llena de comida deliciosa: huevos revueltos, pan caliente, frutas frescas y jugosos trozos de carne asada. El aroma llenaba el ambiente y hacía que todos sintieran hambre.
Leon tomó un desayuno ligero pero nutritivo, sabiendo que tendría muchas cosas por hacer durante el día. Mientras comía, notó a la prefecta Gemma Farley repartiendo los horarios de clases entre los estudiantes.
Se sentaron juntos en una esquina mientras observaban cómo las diferentes casas estaban organizadas para sus actividades diarias. Notaron que había transformaciones conjuntas con Gryffindor, encantamientos con Ravenclaw y sesiones de pociones con Slytherin —una muestra clara de cómo Hogwarts fomentaba la colaboración entre casas en ciertos aspectos.
Leon, Astoria y un grupo de seis estudiantes del primer año de Slytherin —tres chicos y tres chicas— salieron juntos en dirección al aula de transformaciones que se encontraba en el primer piso. Caminaban en silencio, conversando entre ellos en voz baja, pero sin dirigirse palabras a Lyon. Sin embargo, a él no le importaba; su atención estaba centrada en Astoria, quien guiaba el grupo con confianza.
La joven le había entregado un mapa que ella misma había obtenido, donde estaban señaladas las ubicaciones de las aulas donde se realizarían las clases. Lyon observó que los demás también tenían mapas similares, probablemente proporcionados por sus casas o por los profesores.
—¿Quieres copiar mi mapa? —le ofreció Astoria con una sonrisa amable.
Leon le agradeció con un asentimiento y tomó el papel. La ayuda era bienvenida; así podía orientarse mejor en aquel laberinto de pasillos.
Al llegar al aula de transformaciones, entraron y lo primero que llamó la atención fue un gato sentado tranquilamente sobre la mesa del profesor. Era un animal gris oscuro con ojos verdes brillantes que parecía observarlos con curiosidad.
Los estudiantes de Slytherin se acomodaron en los asientos disponibles mientras esperaban que comenzara la clase. La atmósfera era tranquila pero expectante.
Unos minutos después, los estudiantes de Gryffindor entraron en el aula y se sentaron entre ellos, formando un pequeño grupo cercano. Justo cuando todos estaban acomodados, el gato sobre la mesa saltó con gracia y se transformó en una mujer alta y elegante: era la profesora Minerva McGonagall.
—Bienvenidos a la clase de Transformaciones —dijo con voz firme pero controlada—. Estas clases son serias y requieren respeto y concentración. No permitiré que nadie haga el tonto aquí. Si alguien intenta distraerse o comportarse mal, nunca más podrá volver a entrar en esta aula.
Sus ojos azules recorrieron a todos los alumnos con intensidad, dejando claro que ella no toleraría ninguna falta de disciplina.
Leon observaba atentamente a la profesora; su presencia imponía respeto y también despertaba cierta admiración. En ese momento comprendió que para sobrevivir en Hogwarts necesitaba aprender a respetar las reglas… pero también a ser astuto para no caer en sus trampas.
Mientras tanto, Astoria le susurró al oído:
—Ves te dije que a la profesora le gusta convertirse en gato.
La profesora McGonagall se puso de pie frente a la pizarra y comenzó a explicar con voz clara y firme:
—El arte de transformar requiere primero comprender la estructura del material que deseamos cambiar. Solo así podremos aplicar las fórmulas correctas para lograr una transformación exitosa. Para transformaciones simples, como convertir una cerilla en un objeto diferente, basta con seguir las instrucciones precisas y tener concentración.
Se acercó a la pizarra y empezó a llenar el espacio con fórmulas, diagramas y teorías sobre las transformaciones. Luego, repartió varias cerillas a cada estudiante.
—Para practicar —continuó—, reciten conmigo el hechizo: Transformo.
Mientras recitaba en voz alta, levantó su varita y pronunció el hechizo con autoridad. En un instante, una cerilla en su mano se convirtió en una aguja de metal brillante, con grabados intrincados en su superficie. La aguja parecía casi viva por los detalles minuciosos que tenía.
—Recuerden —dijo—, transformar objetos más complejos o hacer que cobren vida requiere mucha más concentración y poder mágico. Aún no están preparados para esas tareas avanzadas. Intentar forzar una transformación sin cuidado puede ser peligroso e incluso fatal.
Durante toda la hora, los estudiantes practicaron con entusiasmo. Lyon concentró toda su atención en la tarea; sus manos temblaban ligeramente al principio, pero poco a poco logró controlar mejor su magia.
Finalmente, después de varios intentos fallidos, Lyon logró transformar su cerilla en una pequeña figura metálica con detalles finamente grabados. La profesora McGonagall lo observó detenidamente y asintió satisfecha.
—¡Muy bien! —exclamó—. Has ganado 10 puntos para Slytherin.
Leon sintió una chispa de orgullo recorrerle el cuerpo. No era solo por los puntos; había logrado algo importante por sí mismo.
Unos minutos después, fue Astoria quien consiguió transformar su cerilla en un pequeño objeto decorativo similar a una joya antigua. La profesora le otorgó:
—5 puntos para Slytherin —dijo con una sonrisa leve.
Los estudiantes de Slytherin sonrieron con satisfacción mientras miraban con desdén a los de Gryffindor.
Casi al final de la clase, Ginny Weasley logró también transformar su cerilla en un pequeño adorno metálico con éxito. La profesora McGonagall le sonrió con aprobación:
—Muy bien, Ginny. Continúa practicando así y pronto podrás realizar transformaciones más complejas.
Chapter 12: Filius Flitwick
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Al finalizar la clase de transformaciones, la profesora McGonagall volvió a ponerse de pie frente a los estudiantes, con su expresión seria pero justa. Sus ojos azules brillaban con intensidad mientras hablaba.
—Como siempre, espero que hayan aprendido algo importante hoy —comenzó—. La magia de las transformaciones requiere paciencia, concentración y respeto por las fórmulas y teorías que hemos visto. Pero también es fundamental entender que no se trata solo de hacer un hechizo y esperar resultados inmediatos.
Hizo una pausa para asegurarse de captar la atención de todos.
—Por ello, como tarea para casa, deberán escribir un ensayo de cuatro pergaminos sobre lo que hemos tratado hoy. Quiero que expliquen en sus propias palabras los conceptos básicos del arte de transformar, incluyendo las precauciones necesarias y las fórmulas principales. También quiero que reflexionen sobre por qué es importante seguir las instrucciones al pie de la letra y no forzar transformaciones más complejas sin preparación adecuada.
Se acercó a cada uno con su varita en mano y añadió con tono firme:
—Este ejercicio les ayudará a comprender mejor los fundamentos y a prepararse para tareas más avanzadas en el futuro. Recuerden: la práctica hace al maestro, pero solo si se hace con cuidado y respeto por la magia.
Luego, con un movimiento de varita, llenó la pizarra con líneas adicionales de notas y consejos útiles para el ensayo.
—Tienen una semana para entregarlo —concluyó—. Espero ver trabajos bien elaborados y reflexivos.
Los estudiantes asintieron, algunos tomando nota rápidamente en sus pergaminos. Leon sintió una mezcla de entusiasmo y responsabilidad; sabía que aquel ejercicio sería clave para mejorar sus habilidades y entender mejor el arte complejo de las transformaciones.
Mientras salían del aula, Astoria le sonrió y le dijo:
—podemos hacer la tarea juntos en la biblioteca, tengo pensado invitar también a Tiffany, Bernadett, Melissa, son mis compañeras de cuarto, se que te llevaras bien con ellas también.
-claro acepto león.
Los estudiantes de Slytherin subieron por los pasillos del castillo en dirección al tercer piso, donde tenían su próxima clase de Encantamientos. Sin embargo, al llegar a un punto en el que las escaleras parecían dividirse y cambiar de posición constantemente, se detuvieron en seco.
Desde abajo, algunos estudiantes de otras casas intentaban subir, pero las escaleras se movían rápidamente, haciendo que muchos tropezaran o se quedaran atrapados en medio del pasillo. La escena parecía sacada de una prueba de paciencia y destreza.
—¿Qué hacemos? —preguntó uno de los chicos de Slytherin, visiblemente frustrado.
Pero Leon, observando atentamente el patrón en cómo se movían las escaleras, levantó una mano y dijo con confianza:
—¡Esperen un momento!
Algunos miraron con duda, otros simplemente se quedaron quietos por curiosidad para ver qué haría Leon. Él empezó a analizar el movimiento: parecía que las escaleras seguían un patrón cíclico, como si respondieran a una especie de código o ritmo.
Leon respiró profundo y gritó con determinación:
—¡Ahora!
Y en ese instante, todos los estudiantes de Slytherin comenzaron a subir rápidamente por las escaleras siguiendo la dirección que él señalaba. Como líder natural en ese momento, Leon guiaba a sus compañeros con confianza. La estrategia funcionó; lograron avanzar sin tropezar ni quedar atrapados.
En pocos minutos, llegaron al tercer piso. Astoria lo miró asombrada y le dijo:
—¡Eso fue increíble! ¡Nunca había visto algo así!
Lyon sonrió ligeramente y respondió:
—Lastimosamente… parece que esas escaleras sienten cuando los estudiantes pasan con facilidad. Como si les gustara hacernos sufrir un poco más.
Astoria asintió pensativa.
—Sí… parecen jugar con nosotros. Pero tú supiste leer el patrón y encontrar la forma de avanzar. Eso demuestra que no solo basta con magia; también hay que tener paciencia y observación.
Leon soltó un suspiro satisfecho y miró hacia adelante, preparado para enfrentar lo que viniera en esa clase de Encantamientos.
Al llegar al aula de Encantamientos, los estudiantes se quedaron sorprendidos al ver que el profesor Filius Flitwick estaba parado sobre su mesa, con una sonrisa amable y un brillo travieso en sus ojos. La sala ya estaba llena de estudiantes de Ravenclaw, que charlaban animadamente mientras esperaban el inicio de la clase.
—¡Adelante, por favor! —les indicó el profesor Flitwick con una voz alegre y enérgica.
Los alumnos entraron rápidamente, tomando asiento en sus lugares habituales. El pequeño profesor se levantó con gracia y se presentó ante todos.
—Soy Filius Flitwick, y hoy aprenderemos uno de los hechizos más básicos pero fundamentales en magia: el encantamiento levitatorio —dijo, haciendo una pequeña reverencia—. Con este hechizo, una bruja o un mago puede hacer que las cosas vuelen al agitar su varita. Es una gran forma de probar tu habilidad mágica, tu control de la varita y, sobre todo, tu paciencia.
Flitwick movió su varita con destreza y pronunció claramente:
—Wingardium Leviosa —mientras señalaba una pluma cerca a él. La pluma empezó a elevarse lentamente en línea recta, siguiendo el movimiento de su varita.
Luego bajó su varita y escribió en el aire con un dedo la pronunciación correcta del hechizo: Wingardium Leviosa. También demostró el movimiento correcto de la varita: un suave movimiento circular acompañado del gesto de "agitar y golpear" con la muñeca.
—Primero —dijo— practicarán solo el movimiento de la varita sin recitar todavía el hechizo. Solo concéntrense en hacer ese movimiento correcto.
Después de una hora practicando solo eso, comenzaremos a decir las palabras mágicas.
Los estudiantes comenzaron a imitarlo, moviendo sus varitas con cuidado para dominar el gesto. Algunos lograron hacer que pequeñas plumas flotaran unos segundos antes de que cayeran al suelo. Otros luchaban por mantener la concentración.
Tras aproximadamente una hora de práctica enfocada en el movimiento, Flitwick anunció:
—Muy bien, ahora intenten recitar el hechizo completo. Pero recuerden: ¡no olviden ese bonito movimiento de muñeca! ¡Agitar y golpear! Y también es muy importante pronunciar correctamente las palabras mágicas. No olviden lo que le pasó al mago Baruffio cuando dijo "ese" en lugar de "efe". Terminó tirado en el suelo con un búfalo en el pecho —añadió con una sonrisa traviesa.
Varios estudiantes intentaron repetir el hechizo varias veces. Algunos lograron levantar pequeñas plumas durante unos segundos; otros aún tenían dificultades. Sin embargo, después de unos minutos más, Leon y Astoria lograron hacer levitar sus plumas con éxito. Luna Lovegood también consiguió levantar su pluma sin problemas mayores.
A medida que pasaba el tiempo, más plumas comenzaron a flotar por todo el salón, creando un espectáculo colorido y divertido. El aula se llenó del sonido suave del viento provocado por las plumas moviéndose en diferentes direcciones.
El profesor Flitwick caminaba entre los alumnos ofreciendo consejos adicionales a quienes todavía no lograban controlar bien el hechizo. Finalmente, tras casi toda la clase practicando intensamente, todos lograron levitar sus plumas durante unos segundos.
—¡Muy bien! —exclamó Flitwick—. Han hecho un trabajo excelente hoy. Para nuestra próxima clase deberán escribir un ensayo largo sobre cómo funciona este hechizo y qué precauciones deben tener al usarlo. Recuerden: ¡la práctica constante es clave!
Al terminar la lección, los estudiantes salieron del aula felices y orgullosos por haber conseguido levitar sus primeras plumas mágicas.
Todos los estudiantes bajaron apresuradamente al primer piso, dirigiéndose al Gran Comedor para almorzar. La campana había sonado hacía unos minutos y el aroma de la comida llenaba el aire. Sin embargo, al llegar a la entrada del comedor, se encontraron con una sorpresa: el camino hacia sus mesas estaba bloqueado por un grupo de estudiantes que parecían muy interesados en algo.
Entre ellos, Colin Creevey, un alumno de primer año, estaba tomando fotos frenéticamente. Pero no era cualquier foto; apuntaba su cámara hacia Harry Potter y Gilderoy Lockhart, quienes estaban posando con una sonrisa exagerada para las cámaras. Colin no paraba de hacer clic, capturando cada momento.
De repente, Draco Malfoy gritó burlón desde atrás:
—¡Miren todos! ¡Potter va a repartir autógrafos! ¡Corran o no conseguirán uno!
Algunos estudiantes de Slytherin rieron con malicia. Colin le respondió sin dejar de disparar fotos:
—Solo estás… —pero fue interrumpido por alguien que levantó la voz con autoridad.
—¡Retírense de ahí! —gritó una figura imponente—. Solo estorban.
Chapter 13: El gran comedor
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Todos voltearon a ver quién había hablado. Era Leon, que había avanzado con paso firme y ojos decididos. Había alzado la voz para despejar el camino.
A Lyon no le importaban ni Lockhart ni Harry Potter; su atención estaba en que nadie bloqueara su paso. Los estudiantes de Gryffindor lo miraron con molestia; algunos fruncieron el ceño porque esa serpiente parecía arruinarles su momento de diversión.
—¿Qué esperan? —volvió a decir Lyon—. Despejen el camino.
Colin, harto y nervioso, intentó seguir tomando fotos pero fue cortado por Leon:
—Solo unas fotos más y termino —dijo Colin con tono desafiante.
Leon lo miró fijamente y respondió sin rodeos:
—No me interesa. Aparta ese Creevey.
Colin se quedó paralizado unos segundos y luego soltó una carcajada nerviosa.
—Ya sé por qué estás molesto —dijo Colin con una sonrisa burlona—. Estás celoso de Harry Potter.
Leon frunció el ceño y le respondió con calma pero firme:
—¿Celoso de él? ¿Y tú quién eres para decirme eso? Además… ¿quién es Harry Potter?
Hubo un silencio incómodo en el Gran Comedor. Los estudiantes de Gryffindor se quedaron boquiabiertos o miraron con odio a Leon; algunos incluso murmuraban entre dientes. Los de Slytherin, en cambio, sonreían divertidos ante la escena.
Ron Weasley fue quien rompió el silencio:
—No sabes quién es él… ¿verdad?
Neville Longbottom asintió lentamente y añadió:
—Todos hemos oído historias sobre él desde que éramos pequeños. Fred nos contó que fue quien derrotó a aquel mago oscuro… ya sabes quién.
George también intervino:
—Es el mejor jugador de Quidditch más joven en toda la historia del torneo —dijo con orgullo.
Leon observó a Harry durante unos segundos y luego soltó una carcajada seca.
—No veo nada especial en él —murmuró con desdén.
El Gran Comedor estalló en susurros sorprendidos y algunos murmullos de indignación. Los estudiantes de Gryffindor lo miraban con odio; algunos apretaban los puños o fruncían las cejas en señal de rechazo. Los de Slytherin, en cambio, sonreían en diversión ante la confrontación.
Leon volvió a hablar, esta vez más alto y claro:
—Además, no me interesa lo que ustedes piensen. Apartense porque estorban.
Ginny Weasley no pudo aguantar más y gritó furiosa:
—¡Eres solo un envidioso! ¡Harry es mil veces mejor que tú! ¡Nunca llegarás a ser alguien!
Leon la miró fijamente y se burló con una sonrisa sardónica:
—No sabía que ya existieran los lamebotas por aquí.
El silencio cayó por unos segundos mientras todos procesaban las palabras duras del Slytherin. La tensión era palpable; algunos chicos de Gryffindor estaban listos para responderle, pero otros simplemente se quedaron callados, sorprendidos por su actitud desafiante.
Todo parecía a punto de estallar en una pelea. Los rostros de los estudiantes estaban tensos, y las palabras de Lyon habían encendido una chispa que amenazaba con convertirse en un incendio. Fred y George Weasley estaban furiosos, sus ojos brillaban con rabia al ver cómo Lyon había insultado a su hermana Ginny. La situación se volvía cada vez más peligrosa.
De repente, la puerta del Gran Comedor se abrió de golpe y apareció la profesora McGonagall, con su expresión severa y su varita en mano. Con pasos firmes, avanzó hacia el centro del salón y levantó la voz:
—¡Basta! ¡Todos dispersados ahora mismo!
En un instante, los estudiantes comenzaron a alejarse, algunos lanzando miradas de reproche o miedo. La tensión se disipó rápidamente, dejando solo ecos de murmullos y susurros.
Lockhart, que hasta ese momento había estado sentado tranquilamente en la mesa de profesores, actuó como si no hubiera visto nada. Se enderezó con una sonrisa forzada y empezó a arreglarse las ropas, fingiendo indiferencia.
Mientras tanto, Lyon se sentó en su lugar con tranquilidad. Comió su almuerzo sin prisa, como si nada hubiera pasado. A su lado, Astoria le contó en voz baja:
—Desde niños hemos oído historias sobre Harry Potter… dicen que es el niño que vivió. Todos crecemos escuchando esa historia.
Draco Malfoy intervino en la conversación con una sonrisa arrogante:
—Sí, san Potter. Gracias a su fama de niño que vivió, entró al equipo de Quidditch desde muy joven. Además —añadió con tono burlón—, McGonagall y Dumbledore parecen tener una debilidad por él. Como muchos otros profesores.
Leon frunció el ceño y preguntó:
—¿Y qué más?
Draco continuó:
—Solo ganó a Slytherin en Quidditch porque tenía el último modelo de escoba… pero las cosas serán diferentes ahora.
Crabbe y Goyle sonrieron satisfechos ante esas palabras; parecía que compartían esa misma opinión.
Pansy intervino entonces con un tono crítico:
—El año pasado, el director nos regaló puntos en el último momento. Nosotros éramos los verdaderos ganadores —dijo con desdén—. Pero él rompe las reglas y les da puntos a los demás. No es justo. Y encima ni siquiera es el mejor alumno; es promedio. En Pociones casi iguala a Logbotton.
Leon escuchaba atentamente todas esas quejas sobre Harry Potter y Dumbledore, claramente molesto por lo que consideraba sabotajes contra su casa y sus compañeros.
Mientras tanto, algunos estudiantes murmuraban entre sí acerca del favoritismo evidente hacia Harry Potter por parte del profesorado. La sensación general era que las reglas parecían cambiar según quién fuera el protagonista del día.
El ambiente seguía cargado de tensión y resentimiento, pero McGonagall mantenía firme su autoridad para evitar que todo terminara en un enfrentamiento abierto.
Justo cuando parecía que la tensión en el Gran Comedor comenzaba a disiparse, se escuchó el característico sonido de las lechuzas. Sus alas batían suavemente mientras volaban por el aire, portando cartas, paquetes y periódicos. La emoción volvió a invadir a los estudiantes al ver cómo cada uno recibía noticias de sus familias: cartas llenas de cariño, paquetes con regalos olvidados, pedidos especiales o simplemente el periódico El Profeta.
Pero entre todos esos mensajes, una lechuza en particular llamó la atención de todos. Era grande y de plumas blancas y grises, y llevaba un sobre rojo brillante atado a su pata. La criatura se estrelló contra la mesa de Gryffindor con un golpe seco, haciendo que todos se volvieran hacia ella sorprendidos.
—¡¿Qué demonios?! —exclamó Ron Weasley, viendo cómo la lechuza agitaba sus alas frenéticamente antes de soltar el sobre.
De inmediato, alguien gritó:
—¡Ron ha recibido un vociferador!
Y en ese momento, comenzó una serie de gritos provenientes del otro lado del comedor. Una voz femenina fuerte y llena de ira resonó en toda la sala:
—¡ROBAR EL COCHE! ¡NO ME HABRÍA SORPRENDIDO QUE TE HUBIERAN EXPULSADO! ¡ESPERA A QUE TE ATRAPE! —la voz era claramente la de una mujer angustiada y furiosa—. ¡NO SUPONGO QUE TE HAYAS PARADO A PENSAR EN LO QUE PASAMOS TU PADRE Y YO ANOCHE CUANDO VIMOS QUE SE HABÍA IDO!
Todos los ojos se dirigieron hacia la mesa de Gryffindor. La voz continuó con tono acusatorio:
—¡Carta DE DUMBLEDORE ANOCHE! Pensé que tu padre moriría de vergüenza. ¡No nos criamos para comportarnos así! Tú y Harry podrían haber muerto.
La tensión en el ambiente creció aún más. La multitud contenía la respiración mientras la voz seguía resonando:
—¡Absolutamente disgustado! Tu padre se enfrenta a una investigación en el trabajo… Es completamente tu culpa. Y si vuelves a meter otro dedo del pie en esa forma, te traeremos directamente de regreso a casa.
Por unos segundos, todo quedó en silencio. Parecía que esa mujer había sido identificada como la madre de Ron Weasley. La intensidad emocional era palpable; algunos estudiantes miraban con asombro o incomodidad.
Luego, la misma voz bajó su volumen hasta volver a un tono normal y dijo con cierta ternura:
—Ah, y querida Ginny… felicidades por entrar en Gryffindor. Tu padre y yo estamos muy orgullosos.
Las risas de burla no se hicieron esperar, alegrando mas el habiente tenso del gran comedor.
Chapter 14: Severus Snape
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El tiempo de descanso finalmente terminó, y los estudiantes de Slytherin y Gryffindor comenzaron a dirigirse hacia las mazmorras para su próxima clase. La atmósfera era diferente a la del Gran Comedor; ahora predominaba un aire de expectación y cierta tensión por la materia que iban a enfrentar.
Al bajar por las escaleras húmedas y estrechas, el sonido de sus pasos resonaba en los pasillos oscuros. La luz tenue de las antorchas iluminaba las paredes de piedra, creando sombras que parecían bailar con cada movimiento. Los rostros de los estudiantes reflejaban nerviosismo y algo de cansancio tras el alboroto anterior.
Finalmente, llegaron a la sala de pociones, un lugar que siempre imponía respeto. Las mesas estaban alineadas en filas ordenadas, cubiertas con manteles negros y llenas de frascos, ingredientes y utensilios mágicos. En el frente, una figura severa esperaba con los brazos cruzados: era el profesor Severus Snape.
Snape los observó con una expresión fría y evaluadora. Su voz, baja y cortante, resonó en la sala:
─No agitaran sus varitas a lo loco ni haran encantamientos tontos en clase. ─Asi de seco y cortante era el famoso Snape.
─No espero que muchos aprecien la sutil ciencia y el arte exacto de crear pociones.
─ Su mirada recorrio todo el lugar tratando de ver esas ilusas caras de los nuevos alumnos, mezclados con los de cursos superiores, tratando de comprender porque la hostilidad del profesor.
— Sin embargo la minoria selecta que posea la predisposicion yo le puedo enseñar como hechizar la mente y entrampar los sentidos...
— se acomoda la tunica y observa a los alumnos de la primera fila de asientos
— Yo les puedo enseñar a embotellar la fama, elaborar la gloria... y hasta detener la muerte.
- Se volvio hacia la pizarra que tenia detras y levantando la varita permitio que los caracteres comenzaran a escribirse sobre ella.
—No espero que lleguen a entender la belleza de un caldero hirviendo suavemente, son sus vapores relucientes, el delicado poder de los líquidos que se deslizan a través de las venas humanas, hechizando la mente, engañando los sentidos... tal vez me equivoque, si son algo más que los alcornoques a los que habitualmente tengo que enseñar.
— dicho esto se giro nuevamente hacia los alumnos —Filtros y pociones mágicas de Arsenius Jigger... Si no poseen el libro les recomiendo que se larguen de mi clase —
— Abran el libro en la pagina seis, el primero que me diga los ingredientes de una Poción Volubilis tendrá cinco puntos para su casa — exclamo mientras le daba la espalda a todos acomodando su tunica y esperando claramente que alguno de esos pequeños inutiles diera una respuesta.
Snape se giró lentamente hacia los alumnos, su mirada fría y penetrante. Con voz cortante, preguntó:
—El primero que me diga los ingredientes de una Poción Volubilis tendrá cinco puntos para su casa.
Hubo un silencio incómodo en la sala. Nadie parecía dispuesto a responder; algunos estudiantes se miraron entre sí, dudando o temiendo equivocarse ante el severo profesor. La tensión aumentaba con cada segundo que pasaba.
De repente, levantó la mano con determinación Lyon, quien parecía ser el único que no temía al desafío. Snape lo observó con interés y le indicó que hablara.
—Los ingredientes para la Poción Volubilis son agua, miel, ramitas de menta, y mandrágora cocida —dijo Leon con confianza.
Snape asintió lentamente, evaluando las palabras del alumno. Luego, volvió a preguntar:
—¿Y qué hace la Poción Volubilis?
Leon respondió sin dudar:
—Es una poción para alterar la voz y también puede restaurarla si ha sido modificada.
El profesor Severus Snape frunció el ceño por un momento, luego levantó una mano y dijo con tono autoritario pero algo más suave:
—Muy bien, Leon. Por tu respuesta correcta, diez puntos para Slytherin.
Un murmullo de aprobación recorrió por los estudiantes de Slytherin en cambio por los de Gryffindor solo mostraron envidia.
Snape alzó la voz, cortando el silencio que se había formado en la sala.
—¡Espero que empiecen a elaborar la poción! —ordenó con tono autoritario—. No quiero ver retrasos ni errores.
Los estudiantes comenzaron a seguir las instrucciones del libro, concentrados en sus tareas. Leon, por su parte, tomó la iniciativa y empezó a preparar los ingredientes con destreza. Primero separó cuidadosamente las hojas de menta y las trituró con rapidez para facilitar su cocción. Luego, remojó la mandrágora cocida en agua para que absorbiera humedad y no mostrara resequedad, asegurándose de que estuviera lista para ser añadida en el momento adecuado.
Mientras tanto, Leon empezó a hervir el agua en su caldera. Cuando el agua alcanzó el punto de ebullición, añadió la miel lentamente. La mezcla comenzó a cambiar de color, tornándose rosa brillante. Sin perder tiempo, volvió a calentarla y la poción adquirió un tono naranja vibrante.
Luego, incorporó las hojas de menta trituradas y siguió mezclando con cuidado. La poción cambió de color varias veces: primero se volvió azul intenso, luego añadió la mandrágora y continuó removiendo; la mezcla se tornó naranja otra vez. Después, vertió jarabe en la mezcla y esta adquirió un hermoso tono turquesa.
Leon mantuvo el calor hasta que la poción empezó a burbear y cambió a un rojo vivo. Sin detenerse, siguió calentando hasta que alcanzó un amarillo brillante. Finalmente, retiró del fuego y dejó que reposara unos segundos antes de verterla en su frasco.
Snape observaba atentamente toda la escena sin decir palabra. Cuando Lyon terminó, el profesor caminó lentamente hacia su mesa y examinó la poción con una expresión severa pero satisfecha.
—Muy bien —dijo Snape finalmente—. Por tu trabajo correcto y tu conocimiento… diez puntos para Slytherin.
Un murmullo de aprobación recorrió a los estudiantes de esa casa mientras los de Gryffindor miraban con cierta envidia a Leon. La tensión era palpable; Snape vigilaba cada movimiento con atención estricta, lo que mantenía a todos nerviosos y temerosos de cometer errores.
Los alumnos de Gryffindor intentaron seguir adelante con sus propias pociones, pero algunos tropezaron en los pasos o añadieron ingredientes incorrectos por nervios. Snape no dudaba en quitarles puntos si detectaba fallos o distracciones.
Finalmente, cuando todos terminaron o fueron interrumpidos por alguna equivocación, Snape se acercó nuevamente y observó las pociones terminadas. Con una mirada fría y evaluadora, dijo: que lo rehagan
Mientras Leon notó que a su lado Astoria parecía tener dificultades. La joven de Slytherin parecía nerviosa, y su poción había comenzado a mostrar signos de error: el color no era el correcto y algunas burbujas indicaban que algo no iba bien.
Sin dudarlo, Leon se acercó con una sonrisa tranquila y le susurró:
—Astoria, déjame ayudarte. Mira, si añades un poco más de miel ahora, la mezcla se estabilizará y evitarás que se vuelva demasiado ácida. Además, remueve suavemente para que los ingredientes se integren mejor.
La joven lo miró sorprendida por la confianza y el conocimiento que transmitía Lyon. Ella nunca había visto a alguien manejar los ingredientes con tanta precisión y seguridad.
—¿Cómo sabes tanto? —preguntó con curiosidad mientras ajustaba su poción siguiendo sus consejos.
Lyon sonrió modestamente y respondió:
—En mi escuela anterior, tomé clases de botánica y química mágica. Aprendí lo importante que es entender las propiedades de cada ingrediente: cómo funciona, qué efectos tiene y cuál es la mejor forma de usarlos para obtener el resultado deseado. Saber eso me ayuda a aprovechar al máximo cada elemento y evitar errores.
Astoria lo miró con admiración, sintiendo que quizás podía aprender mucho de él si prestaba atención. La confianza en Leon le daba esperanza de poder salvar su propia poción antes de que Snape llegara a revisarla.
—Gracias —susurró ella—. Voy a seguir tus consejos.
Lyon asintió con una sonrisa cálida, mientras Astoria ajustaba su poción con mayor seguridad. La clase seguía avanzando, pero ahora ella sentía que podía controlar mejor su trabajo gracias al conocimiento compartido por Lyon.
Las pociones quedaron sobre las mesas como testimonio del esfuerzo realizado… aunque algunos estaban claramente nerviosos por las próximas evaluaciones bajo la mirada implacable del profesor Snape.
Chapter 15: Gilderoy Lockhart
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Leon salió del aula de pociones con una sonrisa radiante en el rostro. Había llegado al final de su primer día en Hogwarts y, a pesar de la intensidad y la novedad, se sentía increíblemente feliz. La magia que había visto y practicado allí rompía toda lógica con lo que había aprendido en su formación escolar anterior. Era como si hubiera abierto una puerta a un mundo donde los límites no existían.
Gracias a sus conocimientos previos en botánica y química, Leon había podido entender rápidamente las propiedades de los ingredientes y las técnicas necesarias para preparar pociones complejas. Esas bases sólidas le permitieron avanzar con rapidez y confianza, convirtiendo la materia en su favorita. Cada paso que daba en el laboratorio le parecía una aventura, una oportunidad para explorar nuevas posibilidades.
Sin embargo, no todo era perfecto. Mientras observaba los instrumentos mágicos y los equipos del aula, Lyon no pudo evitar sentir cierta frustración. Algunos de los utensilios parecían anticuados o poco eficientes: los mecheros no tenían control preciso sobre la intensidad del fuego.
Pensó que sería genial si pudieran modernizar esos equipos, hacerlos más precisos y fáciles de usar. Con tecnología más avanzada, podría perfeccionar aún más sus habilidades en pociones y experimentos mágicos. Pero por ahora, estaba agradecido por lo que había aprendido ese día; cada error y acierto le daban experiencia.
Mientras caminaba por los pasillos de Hogwarts, Lyon se prometió seguir explorando esa magia sin límites, aprendiendo todo lo posible y aprovechando cada recurso para mejorar sus habilidades.
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Los estudiantes de Slytherin y Hufflepuff estaban reunidos en el aula del primer piso, esperando con impaciencia a su profesor. Algunos miraban la puerta de entrada una y otra vez, como si esperaran que se abriera en cualquier momento. Sin embargo, la puerta permanecía cerrada, y el reloj en la pared marcaba ya quince minutos de retraso.
De repente, la puerta que estaba junto a la pizarra se abrió lentamente con un chirrido. Todos los ojos se volvieron hacia ella, sorprendidos por la inesperada aparición.
Y allí salió él: Gilderoy Lockhart.
—Permítanme presentarme —dijo con una sonrisa radiante y un aire de confianza—. ¡Su nuevo maestro de Defensa contra las Artes Oscuras… ¡yo! —Hizo una pausa dramática—. Gilderoy Lockhart, Orden de Merlín, Tercera Clase, Miembro Honorario de la Liga de Defensa contra las Fuerzas Oscuras y cinco veces ganador del Premio a la Sonrisa Más Encantadora de Witch Weekly.
Los estudiantes intercambiaron miradas sorprendidas y algunos susurraron entre sí. Pero Lockhart no parecía preocupado por las reacciones; continuó hablando con entusiasmo.
—Pero no hablo de eso —añadió con una sonrisa aún más amplia—. ¡No me deshice de la Banshee de Bandon sonriéndole!
Un silencio incómodo siguió a sus palabras, mientras algunos estudiantes intentaban entender qué había querido decir exactamente aquel excéntrico profesor.
Mientras tanto, Leon observaba desde atrás con cierta incredulidad.
Antes de comenzar la clase, Gilderoy Lockhart levantó una mano con una sonrisa triunfante y anunció:
—Bien, antes de empezar, realizaremos una pequeña prueba para medir sus conocimientos. ¡Vamos allá!
Los estudiantes se miraron entre sí, algunos con expresión de incredulidad, otros con cierta diversión. Lockhart empezó a lanzar preguntas rápidas y extravagantes:
—¿Cuál es el color favorito de Gilderoy?
—¿Cuál es la ambición secreta de Lockhart?
—¿Cuál es, en su opinión, el mayor logro de Gilderoy Lockhart hasta la fecha?
—¿Cuántas veces ha ganado Gilderoy Lockhart el premio a la sonrisa más encantadora de Witch Weekly?
—¿Cómo desterró valientemente Lockhart a la Banshee Bandon?
—¿Cuál es el mejor lado de Gilderoy para las fotografías?
—¿Gilderoy Lockhart ha ganado alguna vez el Campeonato de Duelos de Magos de Dunstable o simplemente le ganó por poco?
—¿Qué producto usa Gilderoy para limpiarse los dientes y lograr su famosa sonrisa blanca y resplandeciente?
—Mencione algunos vicios y desagrados personales de Gilderoy Lockhart.
—Sugiera en menos de veinte palabras algunos consejos de cuidado para Gilderoy Lockhart.
—¿Cuál es, en su opinión, el encuentro más valiente que ha tenido Gilderoy Lockhart?
—¿Cuántos fans hay en el club de fans de Gilderoy Lockhart?
—¿Hacia qué lado se peina Gilderoy Lockhart?
—Nombra tres hechizos que desafían el tiempo y que contribuyeron a los rasgos atemporales de Gilderoy Lockhart.
—¿Cuál es el nombre que le dio a su escoba?
Y así siguió con preguntas cada vez más absurdas y divertidas, haciendo que todos los estudiantes se sintieran estafados por la extravagancia del profesor. Algunos incluso empezaron a reírse nerviosamente.
Mientras tanto, Leon giró lentamente su cabeza y observó a Astoria. Ella parecía estar completamente normal, sin signos evidentes de fanatismo o entusiasmo desmedido. Leon soltó un suspiro de alivio; no quería verla como una fan loca obsesionada con Lockhart.
Lockhart terminó con una sonrisa triunfante y exclamó:
—¡Muy bien! Ahora que hemos medido sus conocimientos… ¡comencemos con la verdadera magia!
Leon se acomodó en su asiento, pensando en lo impredecible que sería esa clase. Por un momento, agradeció no haber sido arrastrado por la locura del profesor.
León, resignado, tomó su pluma y respondió las preguntas que Lockhart había lanzado con entusiasmo. Sin embargo, la mayoría de ellas no tenían respuesta alguna, y al terminar, entregó su examen incompleto con una expresión de frustración. Lockhart revisó los papeles con una sonrisa fingida y luego levantó la vista.
—¡Estoy muy decepcionado! —dijo con tono dramático—. No todos respondieron correctamente. Pero hay una excepción con los de segundo año: ¡la señorita Granger! Ella respondió todas las preguntas correctamente deberían aprender de ella.
—Muy bien —continuó Lockhart—. Ahora, empecemos la clase. ¡Prepárense!
Con un movimiento de su varita, la pizarra se iluminó y apareció la imagen de una Banshee, esa criatura mágica que todos conocían por su canto aterrador.
—Hoy aprenderemos a enfrentarnos a esta criatura —anunció Lockhart con entusiasmo—. Pero en lugar de solo hablar de hechizos, vamos a hacer algo divertido. ¡Recrearemos una escena del libro!
Antes de que alguien pudiera protestar o entender qué planeaba exactamente, Lockhart seleccionó a cuatro estudiantes para que lo acompañaran. Los llamó uno por uno y los hizo ponerse en círculo frente a la pizarra.
—Vamos allá —dijo con una sonrisa traviesa—. Como en mi libro "Recreo con la Banshee". ¡Actúen como si estuvieran enfrentando a esta criatura!
Los estudiantes se miraron entre sí, confundidos pero sin querer desairar al profesor. Lyon sintió cómo un nudo le subía al estómago; no le gustaba esa idea de actuar sin saber exactamente qué estaban haciendo ni cómo hacerlo bien.
Lockhart empezó a dar instrucciones exageradas y gestos teatrales, animando a los estudiantes a fingir que estaban luchando contra la Banshee. Algunos se reían nerviosos, otros simplemente seguían el juego por no quedar mal.
Mientras tanto, Lyon observaba desde atrás, deseando que esa clase terminara pronto y que pudieran volver a aprender algo útil en lugar de esas actuaciones ridículas.
La expectativa inicial de aprender hechizos para enfrentar criaturas mágicas se había convertido en una especie de teatro improvisado que más parecía una comedia que una lección seria.
Al terminar la clase, la mayoría de los estudiantes salió del aula con expresiones de alegría y entusiasmo. Algunos comentaban entre ellos lo divertido que había sido actuar con Lockhart, aunque otros parecían un poco confundidos por la extraña lección.
Lockhart, con su sonrisa radiante y su cabello perfectamente peinado, se quedó en el aula, disfrutando del centro de atención. Algunos estudiantes se acercaron tímidamente, ansiosos por pedirle un autógrafo o una foto con él.
—¡Profesor Lockhart! —exclamó una chica de Hufflepuff—. ¿Podría firmar mi libro?
—Por supuesto —respondió Lockhart con una sonrisa encantadora—. ¡Es un honor!
Otros también se acercaron, algunos con cuadernos, otros con plumas y pergaminos. Lockhart firmaba con entusiasmo, posando para fotos y haciendo gestos dramáticos para que todos pudieran capturar el momento.
Chapter 16: clases de vuelo
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Después de la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, los estudiantes de Slytherin guardaron sus libros en sus habitaciones y se dirigieron hacia los terrenos del castillo, emocionados por la próxima lección de vuelo. La brisa fresca y el cielo despejado prometían una tarde llena de aventuras.
Al llegar, vieron que los estudiantes de Gryffindor ya estaban allí, algunos montando en sus escobas con entusiasmo. Ellos les lanzaron miradas de pocos amigos, especialmente Ginny Weasley y Colin Creevey, quienes parecían tener una expresión de desdén hacia los Slytherin. Lyon sintió casi un odio contenida hacia ellos, pero trató de mantener la calma.
Unos minutos después, llegó la profesora Rolanda Hooch, con su expresión seria pero profesional. Los saludó con un gesto y luego les pidió que se colocaran al costado de sus escobas.
Leon observó las escobas con cierta decepción. Parecían que nunca las habían hecho mantenimiento; algunas tenían ramas sueltas y estaban cubiertas de polvo. Levantó la mano para preguntar:
—¿Estas escobas pueden volar? —su voz temblaba ligeramente por la duda.
La mayoría empezó a reírse o a burlarse discretamente, en especial Ginny y Colin, quienes intercambiaron miradas burlonas. La profesora Hooch explicó con paciencia:
—Siempre renovamos los hechizos sobre ellas. Y sí, pueden volar si siguen mis instrucciones. Solo necesitan confiar en ellas.
Luego, les indicó:
—Coloquen su mano sobre la escoba y digan "¡Arriba!".
El campo se llenó rápidamente con gritos y ánimos diversos. Algunos lograron levantar sus escobas a la primera: Ginny, Astoria y otros más. Pero Lyon no tuvo tanta suerte; su escoba simplemente daba vueltas en el mismo lugar sin levantarse del suelo.
La profesora Hooch frunció el ceño y dijo:
—Díganlo con energía.
Tras unos treinta minutos de intentos fallidos, todos tenían sus escobas en las manos, aunque algunos todavía no lograban elevarse del suelo.
Entonces, Hooch volvió a hablar:
—Mantengan las escobas firmes, elévense un metro o dos y luego bajen inclinándose suavemente. ¿Preparados?
Contaron hasta tres… dos… uno… Algunos se elevaron fácilmente; otros todavía luchaban por mantenerse en el aire. Leon seguía en ese grupo.
La profesora dio más consejos para volar mientras supervisaba a los estudiantes que ya estaban en el aire para asegurarse de que no se alejaran demasiado. Pero Lyon todavía no podía despegar; cada intento parecía frustrante.
Las burlas comenzaron a sonar a su alrededor. Entonces, Astoria se acercó con una sonrisa amable.
—¿Quieres ayuda? —preguntó suavemente.
Leon asintió agradecido. Ella le indicó que debía relajarse y dejarse llevar por la escoba. Pero él negó con la cabeza:
—No puedo… mi mente me dice que esta vieja escoba se descontrolará.
Astoria lo entendió al instante: sus pensamientos estaban afectando su control sobre la magia. Le explicó:
—Son tus pensamientos los que están en conflicto con la escoba. Como es una creación mágica, siente lo que tú sientes. Confía en mí: si algo pasa, te atraparé.
Leon respiró profundo y decidió confiar en ella. Cerró los ojos un momento y dijo mentalmente:
—¡Elevate!
Y entonces, la escoba empezó a vibrar rápidamente bajo sus pies y se elevó unos metros del suelo. Lyon sintió cómo su nerviosismo aumentaba al principio; la escoba tambaleaba peligrosamente mientras él intentaba mantener el equilibrio.
Pero justo cuando parecía que iba a perder el control, una mano cálida se posó sobre su hombro: era Astoria, quien había llegado a su lado justo a tiempo para estabilizarlo.
Con esa presencia tranquilizadora, Leon logró calmarse aún más. Su mente se relajó y la escoba también dejó de tambalearse tanto.
Finalmente, tras varios intentos y mucho esfuerzo, Lyon consiguió completar la tarea: despegar del suelo y aterrizar suavemente bajo las instrucciones finales de Hooch.
Mientras descendía lentamente, sintió una mezcla de alivio y orgullo por haber superado esa dificultad gracias a la ayuda de Astoria y a confiar en sí mismo.
Al llegar al Gran Comedor, las habilidades de vuelo de Lyon se hicieron rápidamente evidentes, pero no por buenas razones. Los gemelos Weasley, con su característico sentido del humor, comenzaron a relatar una versión exagerada y cómica de lo que había ocurrido en la clase de vuelo.
—¡Y entonces, casi se cae! —exclamó Fred con una sonrisa traviesa—. Pero fue salvado por Astoria, que volaba como una profesional. ¡Parecían una pareja en el aire!
George añadió entre risas:
—Sí, y Leon parecía estar a punto de terminar en el suelo, pero Astoria lo atrapó justo a tiempo. ¡Qué romántico!
Los gemelos continuaron dramatizando la escena con gestos exagerados y risas contagiosas. Algunos estudiantes empezaron a reírse también, disfrutando del relato divertido y un poco burlón. Otros simplemente miraron con diversión o indiferencia.
Leon los ignoró por completo, concentrándose en su comida. Sin embargo, Astoria estaba sonrojada por la atención y la forma en que los gemelos habían interpretado la escena; claramente le avergonzaba esa atención pública.
Daphne Greengrass frunció el ceño desde su lugar en la mesa. En sus pensamientos, se decía que debía hablar con Astoria pronto. No podía permitir que Lyon, un muggle y huérfano, siguiera siendo parte de esa situación. Sus padres no aceptarían a alguien como él; era una sangre sucia y eso no podía quedar así.
Mientras tanto, algunos estudiantes de Slytherin empezaron a burlarse discretamente de Lyon. Sabían que la familia Greengrass nunca aceptaría a un "sangre sucia" ni a un huérfano como él. Se miraron entre sí con sonrisas maliciosas y murmullos que decían cosas como: "Va a ser divertido cuando tu familia te ponga en tu lugar".
Leon, ajeno a toda esa tensión y burlas, levantó la mano para dirigirse a Gemma Farley, la prefecta de su casa.
—¿Hay alguna forma de enviar una carta a Londres? —preguntó con interés.
Gemma le sonrió amablemente y respondió:
—Sí, en la Torre Oeste —también conocida como la Torre de las Lechucerías— hay varias lechuzas disponibles para que los estudiantes puedan enviar cartas o paquetes.
Leon asintió agradecido y se quedó mirando con una sonrisa tranquila toda la comida sobre la mesa: platos llenos de comida deliciosa y colorida que parecía aún más apetecible después de todo lo ocurrido ese día.
Leon comió con calma, más despacio que la mayoría de los estudiantes de Slytherin. Mientras otros devoraban sus platos rápidamente, él saboreaba cada bocado, disfrutando del sabor y la tranquilidad del momento. Cuando terminó su plato, Astoria, que ya había terminado de comer, le indicó con una sonrisa que era hora de irse.
—Vamos, Leon —le dijo suavemente—. Es hora de que terminemos por hoy.
Pero Leon solo levantó la vista y le respondió con una sonrisa tranquila:
—Todavía voy a comer un poco más. Tú ve adelante.
Astoria asintió comprensivamente y se levantó de la mesa para dirigirse hacia donde la esperaba su hermana Daphne, quien le hizo una señal discreta para que se acercara.
Mientras tanto, Leon permaneció en su lugar, casi el último en la mesa de Slytherin. Su atención no estaba en los demás estudiantes; en cambio, sus ojos estaban fijos en los postres que había estado bajando discretamente cada vez que nadie lo miraba. Había tomado varios dulces y pequeños bocados de pastel y fruta, guardándolos cuidadosamente en su ropa o en bolsillos invisibles para los demás.
Su plan era llevar todos esos postres a su habitación para después enviárselos a su hermana Anya. Pensaba en ella con cariño y quería sorprenderla con algo dulce y especial desde el castillo.
Desde las sombras cercanas, un hombre vestido completamente de negro observaba todo con atención. Sus ojos oscuros brillaron ligeramente al notar cómo Lyon guardaba comida sin llamar la atención. Se quedó allí unos momentos más, curioso por ese comportamiento inusual en un estudiante y especialmente intrigado por cómo alguien tan joven podía tener esa astucia para esconder comida.
El hombre permaneció quieto, analizando la escena con interés mientras Leon seguía concentrado en su plan secreto, ajeno a las miradas que lo acechaban desde las sombras.
Chapter 17: Orfanato Wool
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Severus Snape había llegado recientemente al Gran Comedor, su rostro habitual de seriedad y concentración. La razón de su visita fue una conversación que mantuvo con el director Dumbledore, en la que le relató su última charla con Lucius Malfoy. En esa conversación, Lucius le insinuó que algo importante iba a suceder en Hogwarts, pero no reveló detalles específicos; solo mencionó que sería "una gran sorpresa". Dumbledore, calmado y enigmático como siempre, le respondió que solo podían esperar para descubrir de qué se trataba.
Mientras caminaba hacia su lugar en la mesa de profesores, Snape observó con atención al único estudiante que quedaba.
Sus ojos se posaron en Leon, quien parecía estar acumulando comida en sus bolsillos y sobre la banca donde estaba sentado. La cantidad de bocadillos y dulces que llevaba era sorprendente. Snape frunció el ceño con desconcierto.
—Eso no es un simple bocadillo de media noche —pensó—. No puede ser solo para comer aquí.
De repente, Snape vio cómo Leon se sacaba la capa de su túnica y la extendía sobre la mesa o los bolsillos, usándola como una especie de bolsa para guardar los pasteles y dulces. La cantidad era demasiado grande para ser simplemente un capricho; parecía más bien un intento de esconder comida para después.
Snape decidió actuar con cautela. Con un movimiento rápido y silencioso, lanzó un hechizo sin palabras, invisible para los demás, destinado a evitar que la comida se ensuciara con crema o restos en su uniforme. La magia hizo que los pasteles y bocadillos quedaran perfectamente organizados en pequeños paquetes invisibles.
Lyon, concentrado en reunir sus bocadillos, se sorprendió al ver frente a él una caja de cartón aparecer mágicamente sobre la mesa. Giró rápidamente buscando quién lo había hecho, pero no vio a nadie cerca. Pensando que quizás algún elfo había intervenido para facilitarle las cosas, decidió aprovechar esa ayuda y guardó cuidadosamente todos los dulces en pequeños paquetes ordenados.
Al día siguiente, Leon se levantó temprano con un objetivo claro: ir a la Torre Oeste, conocida también como la Torre de las Lechucerías.
Allí se acercó a una de las aves y le ofreció un pedazo de tocino. La lechuza recibió el regalo con alegría y empezó a devorarlo rápidamente, moviendo sus plumas con entusiasmo.
Luego, Leon le pidió ayuda para enviar un paquete a su hermana Anya. La lechuza ululó en señal de confirmación y sujetó suavemente el paquete con sus garras antes de elevarse en vuelo y desaparecer en el horizonte.
En el orfanato Wool, Anya había llegado a casa después de un largo día en la escuela. Aunque intentaba mantener una sonrisa, su corazón estaba lleno de tristeza. Extrañaba mucho a su hermano Leon y se preocupaba por él. Pensaba que quizás, en su ausencia, él podía olvidarse de ella o estar haciendo cosas que ella no sabía. Esa idea le producía un nudo en el pecho y lágrimas que amenazaban con salir.
De repente, algo golpeó suavemente su ventana. Anya se acercó lentamente y miró hacia afuera. Para su sorpresa, vio una lechuza gris posada en el alféizar, con un pequeño paquete atado a sus patas. La lechuza sostenía con cuidado un pergamino enrollado. Confundida, abrió la ventana y la lechuza entró volando con gracia, dejando caer el paquete sobre su cama antes de alzar vuelo y desaparecer en el cielo gris del atardecer.
Anya quedó allí unos momentos, sorprendida y curiosa. Se acercó al paquete cuidadosamente y vio que tenía una carta pegada con cinta mágica. En ella estaba escrito claramente: "Para Anya, de Lyon." Sin dudarlo, empezó a leer.
Querida Anya,
Espero que estés bien y que no estés llorando en cada esquina —gritó en voz alta— ¡Yo no hago eso!
Luego continuó leyendo con atención:
No te preocupes, es solo una broma.
Sé que eres fuerte, la más fuerte del orfanato Wool. Aquí en Hogwarts estoy estudiando mucho; he hecho una amiga. ¿Puedes creerlo? ¡Una amiga! Se llama Astoria. No es como mis compañeras en mi antigua escuela, que solo buscaban su conveniencia. Te puedo asegurar que es una gran persona.
En cuanto a Hogwarts, es un castillo antiguo pero muy bien conservado. Estoy clasificado en Slytherin; mi habitación está en el sótano del castillo —pero no te preocupes— todo es mágico y estamos casi debajo del lago. Pude ver una sirena allí… ¿Puedes creerlo? Pero no es como las sirenas de los dibujos; si la ves te decepcionará bastante.
Pero ahora en Navidad regresaré al orfanato para pasarlo contigo y tengo una sorpresa preparada. No pienses que me olvidaré de ti.
Posdata: Te envío muchos pasteles y galletas para que los disfrutes. La próxima vez te enviaré tocino… pero no para ti —sonrió Lyon—; es para la lechuza. Ellas son muy inteligentes y si les pides ayuda amablemente, podrás enviarme cartas a través de ellas.
Con mucho cariño,
Tu hermano Leon
Anya leyó la carta varias veces, sus mejillas se sonrojaron por la alegría y el alivio de saber que Leon estaba bien y pensaba en ella tanto como ella pensaba en él.
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Hogwarts
Leon se encontraba en su dormitorio, sentado en la cama con las manos entrelazadas y la mirada perdida en el techo. La situación económica en el orfanato Wool no era fácil, y él sabía que debía encontrar una manera de conseguir algo de dinero sin gastar demasiado. Solo le quedaban tres galeones, y cada uno era valioso.
Pasó horas pensando, dándole vueltas a diferentes ideas. No quería arriesgarse demasiado, pero tampoco podía seguir sin recursos. Entonces, de repente, una idea le cruzó por la mente: las apuestas.
Era un juego popular en Hogwarts, especialmente en los partidos de Quidditch. Pero Lyon no quería apostar solo a quién ganaría; quería asegurarse una victoria constante.
Se le ocurrió que podía manipular las apuestas aumentando el porcentaje de ganancia para quienes acertaran el marcador exacto del partido. Así, si alguien apostaba por un resultado correcto, recibiría más galeones, aunque las probabilidades serían menores para los que solo dijeran quién ganaría. De esa forma, podría atraer a más apostadores y aumentar sus ganancias con apuestas seguras.
Pero también necesitaba una apuesta infalible: una donde tuviera la victoria asegurada. Para eso, tendría que hacer un acuerdo con alguien confiable o crear un socio ficticio con peso en el mundo mágico. Pensó en nombres fuertes y reconocidos dentro del castillo o incluso fuera de él.
Al día siguiente, Leon entró al Gran Comedor con su habitual actitud tranquila. Mientras caminaba entre las mesas, sus ojos se posaron en dos estudiantes de Ravenclaw.
Leon observaba con interés a los dos jóvenes de Ravenclaw que jugaban ajedrez mágico en una mesa cercana. Las piezas se movían con precisión y sin necesidad de manos, solo mediante órdenes de voz. La magia del juego le parecía fascinante; era una muestra más de las muchas cosas que podía aprender en Hogwarts.
De repente, su atención fue interrumpida por algo inesperado: aparecieron dos tazas de té humeante y un plato con galletas sobre la mesa donde él estaba escondido. Lyon sonrió al ver esa escena, reconociendo que alguien había preparado ese pequeño momento de tranquilidad para los estudiantes o quizás para él mismo. Sin duda, era un gesto amable, pero sabía que no podía permitirse distracciones si quería llevar a cabo su plan esa noche.
Decidió esperar hasta la noche para actuar. Asistió a sus clases como siempre, participando en las lecciones y manteniendo su apariencia tranquila. Después, se despidió de Astoria con una sonrisa cordial
No quería aprovecharse demasiado de su amistad con Astoria ni levantar sospechas, así que decidió hablar con Crabe o Goyle.
Leon esperó pacientemente a que Crabe se quedara solo en un rincón del castillo, lejos de las miradas curiosas. Cuando estuvo seguro de que nadie más lo escuchaba, se acercó con una expresión de interés genuino.
—Disculpa, Crabe verdad—dijo en voz baja—. Escuché algo interesante y quería preguntarte… ¿tu familia pertenece a los 28 sagrados?
Levantó una ceja, sorprendido por la pregunta. Por un momento, pareció dispuesto a largarse, pero Leon rápidamente fingió admiración y curiosidad, mostrando un interés sincero.
—¿Qué significa eso? —preguntó con tono respetuoso—. He oído hablar de esa nobleza, pero no sé mucho.
Crabe sintió ganas de presumir y decidió aprovechar el momento para alardear un poco sobre su linaje. Se enderezó con orgullo y empezó a explicar con detalle:
—La familia a la que pertenezco es parte de los 28 sagrados, una de las familias más antiguas y respetadas en todo el mundo mágico. Nuestra historia se remonta a siglos atrás, cuando nuestros antepasados ayudaron a proteger Hogwarts en tiempos difíciles. La nobleza de nuestra sangre nos confiere privilegios especiales y una responsabilidad enorme para mantener viva la tradición y el honor familiar.
Leon escuchaba atentamente, asintiendo con interés fingido. Luego, aprovechando la oportunidad para profundizar en su conocimiento sobre los elfos domésticos, volvió a preguntar:
—¿Y tu familia tiene elfos? —preguntó con cautela.
Crabe asintió orgulloso.
—Sí, muchas familias nobles tienen sus propios elfos domésticos. Son criaturas mágicas que existen para servir a sus amos. Solo las grandes familias pueden poseer el control total sobre ellos; los elfos obedecen órdenes estrictas y sin cuestionar.
Leon sonrió internamente. Con esa información ya sabía cómo tratar con los elfos y qué esperar de ellos si alguna vez necesitaba su ayuda o quería manipularlos discretamente.
—Muchas gracias por la información —dijo cortésmente antes de dar unos pasos atrás—. Esto me será muy útil en el futuro.
Crabe lo observó marcharse con cierta curiosidad, sin sospechar las verdaderas intenciones del joven Slytherin. Leon se retiró tranquilamente hacia su sala común, satisfecho por haber obtenido datos valiosos sin levantar sospechas. Con lo aprendido en la biblioteca y ahora esta conversación, tenía todo lo necesario para manejar mejor a los elfos domésticos y preparar su próximo movimiento en silencio.
Chapter 18: Elfos
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Leon asistía a sus clases con normalidad, manteniendo su apariencia tranquila y concentrada. Sin embargo, en las noches, siempre encontraba la manera de escaparse discretamente para dirigirse a las cocinas. Sabía que allí residían los elfos domésticos, y pensaba que esa era la mejor forma de obtener información y recursos para sus planes.
Pasaron los días en silencio, pero Leon no perdía oportunidad de observar y escuchar. Una noche, mientras se escondía tras unas cortinas en un pasillo cercano, escuchó una conversación entre unos estudiantes mayores de Hufflepuff. Hablaban sobre cómo habían conseguido bocadillos gracias a los elfos domésticos.
—Es increíble lo bien que se portan —decía uno—. Solo hay que pedirles con educación y te traen lo que quieras.
Leon frunció el ceño, tomando nota de esas palabras. A partir de ese momento, cambió su enfoque: empezó a seguir discretamente a los estudiantes de Hufflepuff cada vez que podía, observando sus movimientos y lugares que visitaban.
Después de una semana de vigilancia cuidadosa, una noche vio algo interesante. Desde su escondite, observó a Digory —uno de los estudiantes— haciendo cosquillas a una pera gigante que tenía en la mano. La fruta empezó a temblar y reveló una pequeña puerta oculta en la pared detrás de ella.
Leon entendió entonces: esa era la forma en que los estudiantes lograban acceder a las cocinas sin llamar demasiado la atención. La pera parecía actuar como un mecanismo o un señuelo para abrir esa puerta secreta.
Se quedó observando en silencio, analizando la escena. No se apresuró; sabía que era mejor esperar hasta el día siguiente para planear su movimiento con calma y precisión.
Mientras tanto, en su mente ya trazaba cómo aprovecharía esa entrada secreta para conseguir lo que necesitaba sin levantar sospechas ni llamar la atención. Sabía que cada paso debía ser calculado si quería mantener su estrategia oculta por mucho tiempo.
Leon, como siempre, actuaba con cautela y naturalidad. Ya fuera ganando puntos en las clases o estudiando con Astoria en la biblioteca, mantenía su fachada tranquila y confiada. Pero en las noches, cuando nadie lo vigilaba, volvía a escabullirse de su sala común para avanzar en sus planes.
Una noche, mientras caminaba por los pasillos en silencio, vio a la señora Norris patrullando el corredor que conducía directamente a las cocinas. Sin perder tiempo, Lyon simplemente estiró sus manos discretamente. La temperatura del corredor empezó a descender lentamente, haciendo que el aire se volviera más frío y denso. La anciana guardabosques notó el cambio y frunció el ceño, incómoda por el frío repentino. Después de unos 15 minutos, la señora Norris abandonó el pasillo, seguramente buscando un lugar más cálido; ella no le gustaba el frío.
Aprovechando esa oportunidad, Leon se dirigió rápidamente hacia un recuadro donde descansaba un frutero. Con cuidado, hizo cosquillas a una pera gigante que allí reposaba. Para su sorpresa, una pequeña puerta secreta apareció en la pared detrás de la fruta. Sin dudarlo, entró por ella.
Al abrirse la puerta, todos los elfos domésticos presentes en las cocinas se quedaron sorprendidos al verlo allí. Sus ojos se abrieron de par en par ante la presencia inesperada del joven mago. Pero pronto, uno de ellos fue el primero en reaccionar y se acercó con respeto y curiosidad.
—¿Quieres algo de comer o beber? —preguntó uno de los elfos con ojos expectantes—. Podemos traerte lo que desees.
Leon aceptó cortésmente una taza de té caliente y un pastel delicioso que le ofrecieron. Observó detenidamente a todos los elfos presentes: algunos jóvenes, otros mayores, todos con expresiones llenas de expectativa y respeto.
Luego, decidió escoger a dos jóvenes elfos para tener una conversación más privada. Se acercó a ellos con calma y les pidió:
—¿Podrían acompañarme a mi habitación? Quisiera hablar con ustedes en privado.
Los otros elfos asintieron rápidamente y prometieron guardar silencio sobre lo ocurrido esa noche. Leon les hizo una reverencia respetuosa y les agradeció:
—Muchas gracias por su ayuda y discreción.
Los jóvenes elfos saltaron de alegría al saber que habían hecho algo importante y bueno para alguien que parecía confiar en ellos. La emoción brillaba en sus ojos mientras salían con él hacia un lugar más privado para conversar. Mientras caminaban hacia la sala común, Lyon se dirigió a Bumy y Merry con una sonrisa cálida y respetuosa.
—Quiero felicitaros por el excelente trabajo que hacéis por Hogwarts —les dijo con sinceridad—. Sin duda, sois los mejores elfos de todo el mundo mágico.
Los dos elfos sonrieron ampliamente, llenos de felicidad ante esas palabras. La confianza que les transmitía Lyon parecía fortalecer su orgullo y motivación.
—¿Y cuáles son vuestros nombres? —preguntó Leon, interesado en conocerlos mejor.
Bumy y Merry se miraron un momento, luego se presentaron con humildad:
—Nos llamamos Bumy y Merry, señor.
Lyon asintió con una sonrisa amable.
—Yo me llamo Leon —les dijo—. Y quiero que me llamen por mi nombre. Es importante para que podamos confiar plenamente unos en otros.
Los elfos dudaron un instante, intercambiando miradas nerviosas. Se excusaron tímidamente:
—Señor, no estamos acostumbrados a que nos pidan nuestros nombres… pero si usted insiste, aceptaremos.
Finalmente, Leon insistió con amabilidad y ellos aceptaron, sintiendo que estaban haciendo algo especial al confiar en él.
Al llegar a su habitación, Lyon observó que sus compañeros seguían profundamente dormidos. Miró el reloj y supo que aún tenía tiempo; la poción de sueño que había puesto en su comida todavía hacía efecto. Con calma, empezó a explicarles su plan a Bumy y Merry.
—Escuchen bien —comenzó—. Tengo un proyecto para abrir una casa de apuestas sobre Quidditch llamada "Los Caballeros Negros". Necesito que ustedes actúen como mis elfos personales para ayudarme a hacer esto realidad sin levantar sospechas.
Les explicó que primero colocarían un anuncio en todas las salas comunes de Hogwarts sobre la casa de apuestas. En ese cartel se detallaría cómo funcionaba: los métodos de apuesta, cuánto podrían ganar si acertaban el resultado del partido y cómo aumentaría su ganancia si sus predicciones eran más precisas, incluso incluyendo detalles sobre el puntaje final.
Luego, esperarían una semana para que los profesores pensaran que era solo una broma o algo sin importancia y lo ignoraran. Después, en las noches siguientes, Leon aparecería en cada habitación disfrazado como un "elfo de los Caballeros Negros" y preguntaría si alguien quería apostar en los próximos partidos de Quidditch. Si alguien preguntaba quién era el dueño de esa casa de apuestas, Leon se presentaría como "Lord Noel".
Les pidió también que si alguien les preguntaba algo sobre esas apuestas o sobre él mismo, simplemente respondieran que no sabían nada. Los dos elfos aceptaron sin dudarlo; confiaban plenamente en Lyon y estaban emocionados por participar en algo tan importante.
Antes de despedirse esa noche, Leon les hizo una reverencia respetuosa y les agradeció:
—Muchas gracias por su ayuda y discreción. Esto será muy importante para mí.
Bumy y Merry sonrieron felices al saber que estaban ayudando a alguien en quien confiaban plenamente.
Al día siguiente, en las cuatro salas comunes de Hogwarts aparecieron grandes carteles pegados en las paredes. Estaban escritos con tinta llamativa y decorados con símbolos que evocaban misterio y emoción. Los estudiantes, al despertar, se acercaron lentamente a leerlos, sorprendidos por la audacia del mensaje.
Poco a poco, más alumnos se congregaron alrededor de los carteles, leyendo con atención. Algunos llamaron a sus amigos para que también se enteraran, mientras otros pensaban que era una broma o una simple ocurrencia sin importancia. Sin embargo, la noticia empezó a correr rápidamente por todo el castillo.
En la sala común de Gryffindor, los gemelos Weasley estaban especialmente sorprendidos. Fred y George se miraron entre sí con incredulidad; nunca imaginaron que algo así pudiera suceder en Hogwarts. Para ellos, siempre habían sido los reyes de los productos mágicos y las bromas, pero abrir una casa de apuestas… eso era algo mucho más grande y serio.
Percy Weasley, que había llegado justo cuando algunos estudiantes estaban leyendo el cartel, se acercó rápidamente a los gemelos con expresión severa.
—¿Ustedes son los responsables de esto? —preguntó Percy con tono acusador—. Esto no puede ser obra de otra cosa que no sean ustedes.
Fred y George levantaron las manos en señal de inocencia.
—¡Nosotros nunca haríamos algo así! —exclamó George—. Solo vendemos productos mágicos, no casas de apuestas.
Percy frunció el ceño, dudando un momento. Pero su autoridad como prefecto le hacía sentir que debía actuar. Sin embargo, antes de hacer cualquier acusación formal, intentó arrancar el cartel de la pared. Pero para su sorpresa, no pudo despegarlo fácilmente; parecía estar muy bien pegado o protegido mágicamente.
Enfurecido y frustrado, Percy sacó su varita y lanzó un hechizo para quemar el cartel. La tinta empezó a arder lentamente mientras él ordenaba en voz alta:
—Nadie hable de esto. Es solo una tontería pasajera —dijo con firmeza—. No tiene importancia.
Pero aunque intentaba minimizarlo ante los demás estudiantes, la noticia ya había recorrido todo Hogwarts. El rumor se extendió como pólvora: una casa de apuestas clandestina estaba operando en secreto dentro del castillo.
Los estudiantes murmuraban entre sí, algunos emocionados por la audaz iniciativa; otros preocupados por las implicaciones peligrosas que esto podía tener si llegaba a conocerse oficialmente. La presencia de esos carteles había despertado interés y sospechas en todos lados.
Mientras tanto, Leon observaba desde lejos con una sonrisa contenida. Sabía que su plan comenzaba a tomar forma y que solo necesitaba un poco más de tiempo para consolidarlo completamente.
Chapter 19: Halloween
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Como era de esperar, la noticia de los carteles apareció rápidamente en boca de todos. Los profesores, alarmados por la posible infracción a las reglas del castillo, comenzaron a buscar a los responsables. Sin embargo, tras investigar entre los estudiantes más traviesos y bromistas, no lograron encontrar a nadie que admitiera haber puesto los carteles o tener alguna relación con ellos. Los días pasaron y, poco a poco, la historia se convirtió en una simple anécdota; tanto profesores como alumnos consideraron que había sido solo una broma sin importancia.
Finalmente, los carteles desaparecieron por completo y el asunto quedó olvidado… hasta la noche de Halloween.
El Gran Comedor se transformó en un escenario mágico y aterrador: calabazas flotantes iluminaban el lugar con su luz anaranjada, creando un ambiente misterioso y festivo. Sin embargo, lo que llamó la atención de Lyon fue que nadie parecía disfrazado. La mayoría de los estudiantes estaban vestidos con ropas normales o sencillas; no había disfraces típicos ni niños pidiendo dulces en las esquinas.
Leon observaba pensativo mientras Astoria se acercaba a él con curiosidad.
—¿Por qué estás tan pensativo? —le preguntó ella—. Es solo Halloween. No es tan importante.
Lyon frunció el ceño ligeramente y respondió:
—Es una tontería, pero esperaba que celebraran disfrazándose para pedir dulces.
En ese momento, Pansy intervino con una sonrisa burlona y voz cargada de sarcasmo.
—Disfrazarse… eso es ridículo —declaró—. ¿Para qué molestarse? Además, no tiene sentido celebrar algo que no significa nada para gente como tú.
Los demás estudiantes rieron ante sus palabras. Pansy disfrutaba provocando a Astoria y a Leon con su actitud arrogante.
—¡Pansy! —gritó Astoria molesta—. No tienes por qué ser tan desagradable.
Pero Leon levantó una mano para detenerla y le dijo con calma:
—No me importa lo que diga ella. Cada uno celebra a su manera.
Luego, cambiando de tema, Astoria comentó:
—Hablando de cosas importantes… ¿Crees que tenemos alguna oportunidad de ganar la Copa de las Casas este año?
Leon sonrió ampliamente mientras miraba el reloj de los puntos de las casas, donde slytherin iba a la cabeza.
—Eres una máquina para ganar puntos —le dijo—. En realidad, si fuera por mí, diría que soy un robot.
Astoria lo miró confundida.
—¿Un robot? ¿Qué es eso?
Leon se encogió de hombros y empezó a explicar:
—Un robot es una máquina creada para realizar tareas automáticamente. Por medio de circuitos y chips.
Astoria quedó sorprendida ante esa explicación.
—Vaya… ¡Qué impresionante! Los muggles han creado algo así sin magia… eso sí que es ingenioso.
La fiesta de Halloween continuó entre risas y conversaciones animadas. Pero justo cuando parecía que todo volvía a la normalidad, todos en el comedor se quedaron quietos al mirar hacia la pared frente a ellos. Sus ojos se fijaron en algo inesperado: un gato colgado en una lámpara suspendida del techo, moviéndose lentamente como si estuviera observando todo con atención.
Nadie sabía exactamente cómo había llegado allí.
Leon, junto con los demás estudiantes, observaba el mensaje que aparecía en la pared. La intriga crecía en todos sus rostros al leer las palabras:
"LA CÁMARA DE LOS SECRETOS HA SIDO ABRIDA. ENEMIGOS DEL HEREDERO, CUIDADO."
Un silencio tenso se apoderó del Gran Comedor. Entonces, alguien, con voz temblorosa pero clara, pronunció el mensaje en voz alta:
—¡La cámara de los secretos ha sido abierta! ¡Cuidado, enemigos del heredero!
De inmediato, Draco Malfoy se adelantó con una expresión maliciosa y añadió con desprecio:
—Los próximos serán los sangre sucia.
Muchos estudiantes de Slytherin intercambiaron miradas llenas de intención y miradas desafiantes hacia Lyon y otros que no compartían su opinión. Algunos lanzaron miradas maliciosas a Lyon, como si lo acusaran de estar involucrado en aquella amenaza.
En contraste, Astoria parecía preocupada. Sus ojos reflejaban inquietud y duda ante la gravedad de la situación.
Pero justo en ese momento, los gritos desesperados de Filch interrumpieron la tensión. Corría por el pasillo casi llorando, con un rostro angustiado y pálido. En sus brazos sostenía a su gata, la señora Norris, petrificada y sin movimiento.
—¡Mi gata! —gritaba—. ¡Mi señora Norris!
Todos se volvieron hacia él con sorpresa y preocupación. Entre el caos, Harry Potter fue señalado rápidamente por Filch como el culpable.
—¡Es él! —exclamó Filch con furia—. ¡Harry Potter es responsable!
El joven mago dio un paso atrás, alarmado por la acusación. Filch avanzó peligrosamente hacia él mientras extendía su mano en señal de agresión.
—¡Matadlo! —gritó Filch— ¡Que pague por lo que ha hecho!
Pero antes de que pudiera alcanzarlo, una voz calmada pero firme resonó en el pasillo:
—¡Argus! —era el director Dumbledore
Filch se detuvo abruptamente y bajó la mano, mirando a Dumbledore con furia contenida.
—¡Pero mi gata…! —balbuceó entre lágrimas.
Dumbledore se acercó lentamente y puso una mano tranquilizadora sobre su hombro.
—La señora Norris no está muerta; solo petrificada —explicó—. Podemos encontrar una cura para ella. No hay necesidad de justicia ciega ahora mismo.
Luego dirigió su mirada a todos los presentes y ordenó con autoridad:
—Prefectos, lleven a los estudiantes a sus salas comunes inmediatamente. Harry Potter, Ron y Hermione quédense aquí conmigo.
Mientras los estudiantes comenzaban a caminar por los pasillos bajo supervisión, murmuraban entre sí acerca de lo ocurrido: ¿Era Harry realmente responsable? ¿Qué significaba todo esto para Hogwarts? La tensión era palpable en cada paso que daban.
Al día siguiente, en la clase de Herbología con la profesora Sprout, el ambiente era tenso y silencioso. Los estudiantes apenas prestaban atención a las explicaciones de la profesora; todos estaban preocupados por los sucesos recientes en Hogwarts. La sombra del incidente con la gata petrificada y las amenazas en la pared aún pesaba sobre ellos.
La profesora Sprout, que notaba la inquietud en sus alumnos, observó cómo algunos se miraban entre sí con nerviosismo. Finalmente, uno de los estudiantes levantó tímidamente la mano.
—¿Qué sucede, Smith? —preguntó ella con tono amable pero curioso.
—¿Sabe usted qué es la Cámara de los Secretos?
La profesora Sprout lo miró sorprendida. Todos los ojos se dirigieron hacia él, esperando su respuesta. Ella sintió cómo la atención se concentraba en esa pregunta y decidió aprovechar ese momento para contarles una historia que había escuchado desde niña.
Con un suspiro profundo, comenzó a hablar:
—La leyenda de la Cámara de los Secretos es una historia antigua que forma parte del pasado de Hogwarts. Salazar Slytherin no estuvo de acuerdo con los otros fundadores del castillo respecto a algo muy importante: la pureza de sangre y aceptar a los nacidos de muggles en Hogwarts. Como los demás fundadores estaban en contra de él en este asunto, Slytherin decidió abandonar la escuela.
—Antes de irse, según cuenta la leyenda, Slytherin creó una cámara secreta dentro del castillo —continuó—. Esa cámara sería su refugio y también el hogar de un monstruo terrible. La leyenda dice que ese monstruo tenía como misión purgar a aquellos que no eran dignos según los ideales de Slytherin.
Los estudiantes escuchaban atentos mientras ella seguía explicando:
—Solo el heredero de Slytherin podría abrir esa cámara y controlar al monstruo que allí reside. Durante siglos, muchos intentaron encontrarla sin éxito; se dice que nadie logró descubrir dónde está exactamente. La historia también cuenta que aquel que abra la cámara desatará un gran peligro para todos en Hogwarts.
Sprout hizo una pausa y miró a sus alumnos con expresión seria.
—Es solo una leyenda antigua —añadió—, pero ha sido parte del misterio y las historias del castillo durante mucho tiempo. Nadie sabe si hay algo real detrás de ella… o si todo esto solo es un cuento para asustar a los niños.
Mientras tanto, en el fondo del aula, Leon escuchaba atentamente aquella historia.
Chapter 20: Quidditch
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La tensión en Hogwarts parecía disiparse tras los sucesos de los últimos días. Desde la noche en que apareció el mensaje en la pared, nada más había ocurrido. La mayoría pensaba que todo había sido solo una broma o una coincidencia, y la escuela volvía a su rutina habitual.
En la sala común de Slytherin, Leon y Astoria estaban sentados conversando tranquilamente cuando de repente entró Marcus Flint, con su expresión seria pero decidida. Los estudiantes se quedaron en silencio al verlo.
—¡Atención! —exclamó Flint—. Quiero informarles que nuestro primer encuentro de Quidditch será este fin de semana contra Gryffindor.
Los estudiantes estallaron en vítores y aplausos. La noticia llenó el ambiente de entusiasmo. Muchos ya tenían en mente las nuevas escobas Nimbus 2001 que habían conseguido gracias a un regalo especial.
—Ahora sí que les devolveremos el favor —dijo Draco con una sonrisa orgullosa—. Todo gracias a mi padre.
—Draco, lo harás genial —le dijo Pansy animándolo—. Estoy segura de que ganaréis.
Varios estudiantes se acercaron para felicitar a Draco por las nuevas escobas y por la oportunidad de enfrentarse a Gryffindor con mejores recursos. Lyon, por su parte, sonrió al escuchar las noticias; sabía que esa victoria sería importante para ellos.
Al día siguiente, en la noche, en una habitación alejada del bullicio habitual, algo extraño ocurrió. De repente, un pequeño ser apareció ante ellos: un elfo doméstico vestido con una máscara blanca que cubría su rostro.
Los estudiantes se sobresaltaron al verlo aparecer de la nada, pero el elfo levantó sus manos en señal de paz y saludó con voz suave:
—Saludos. Soy sirviente de la casa de apuestas de los Caballeros Negros.
Todos lo miraron sorprendidos. El elfo continuó:
—Mi maestro me envió para informarles que este fin de semana tendrá lugar un partido muy importante: Slytherin contra Gryffindor en Quidditch. Muchos se miraron entre sí con incredulidad. Algunos pensaron que era una broma o una invención, pero otros estaban impresionados por cómo alguien podía saber tanto sobre los eventos internos del castillo.
—¿Y qué pasa si alguien quiere apostar? —preguntó uno de los estudiantes con curiosidad.
El elfo sacó una pequeña tarjeta brillante y se la entregó a quien preguntara.
—Aquí tienen un recibo —dijo—. Pueden apostar con galeones, sickles y knuts. Al final del partido, podrán reclamar sus ganancias o perder lo apostado.
Algunos dudaron al principio, pero otros no resistieron la tentación y comenzaron a hacer apuestas entre ellos. La emoción crecía rápidamente mientras todos guardaban sus recibos en sus bolsillos o escondían las pequeñas tarjetas con cuidado.
Luego, el elfo se despidió cortésmente y desapareció tan misteriosamente como había llegado.
Lo sorprendente fue que esta misma escena se repitió en diferentes habitaciones y pasillos por toda Hogwarts: pequeños seres vestidos con máscaras blancas aparecían ofreciendo apuestas sobre el partido del fin de semana. La emoción crecía entre los estudiantes, quienes imaginaban las ganancias potenciales sin sospechar que quizás estaban siendo víctimas de alguna estafa o manipulación oculta.
Algunos estudiantes no podían entender cómo aquella casa de apuestas tenía tanta información sobre los eventos internos del castillo… ni quién estaba detrás de aquella red secreta que parecía estar mucho más conectada con Hogwarts de lo que cualquiera imaginaba.
El día del gran partido había llegado. La multitud en las gradas rugía con entusiasmo, y las tribunas de Slytherin y Gryffindor estaban llenas de expectación. Lyon y Astoria se encontraban en las gradas de Slytherin, animando fervorosamente a su equipo. Astoria le entregó un banderín con el emblema de Slytherin, y Leon, aunque pensaba que era un poco tonto, aceptó resignado al ver la sonrisa entusiasta de ella.
De repente, los equipos comenzaron a sobrevolar el campo, elevándose en el aire mientras los espectadores gritaban y agitaban sus banderas. La profesora Hooch se acercó a los jugadores y dio la señal:
—Cuando toque el silbato —dijo—: tres… dos… uno…
El silencio se hizo en toda la grada. Entonces, con un estruendoso bramido, la multitud empezó a animar a sus equipos. Los catorce jugadores se elevaron rápidamente hacia el cielo gris plomizo, listos para comenzar.
Potter ascendió más alto que ningún otro, aguzando la vista en busca de la pequeña esfera dorada: la Snitch dorada. Mientras tanto, Malfoy se acercó peligrosamente a Potter con una expresión desafiante.
Por otro lado, Pucey, Flint y Montague lanzaron un ataque rápido contra Gryffindor, intentando impedirles avanzar. Las Nimbus 2001 mostraron su superioridad en el aire; las escobas de Gryffindor no podían seguirles el ritmo. Pansy gritaba animando a Draco con entusiasmo; Crabe y Goyle sostenían una pancarta con su nombre y coreaban su apoyo.
Leon observaba todo con atención, pero no pudo evitar murmurar para sí mismo:
—¿Qué está haciendo ese estúpido de Malfoy?
Sus palabras llamaron la atención de quienes estaban cerca. Astoria le susurró preocupada:
—Leon… lo dijiste en voz alta.
Pansy escuchó eso y se volvió furiosa:
—¿Quién te crees que eres, sangre sucia? —le gritó—. No tienes derecho a insultar a Draco.
Leon le sonrió irónicamente y respondió con calma:
—Lo que digo es cierto. Y eso es… —pero fue interrumpido por Pansy, quien le dijo enfadada que no era digno de usar su nombre.
—Bien —dijo Lyon con una sonrisa sardónica—. Chica obsesionada. Si digo que Malfoy es estúpido es porque está detrás de Potter en lugar de buscar la Snitch. Como si fuera una chica enamorada… Pero no es ironico mientras Malfoy persigue a Potter, tú persigues a Malfoy. ¿Y quién te persigue a ti?
Un silencio incómodo cayó sobre la tribuna tras esas palabras. Pansy parecía estar a punto de golpearlo, pero Daphne y Tracey rápidamente la detuvieron antes de que pudiera hacer algo impulsivo.
Astoria le susurró a Lyon que debería disculparse por lo que dijo. Él solo respondió con una sonrisa irónica:
—Lo siento, alumna de segundo año de Slytherin.
Daphne comentó que quizás Lyon estaba burlándose o provocando intencionadamente, pero él replicó que solo podía decir esas cosas porque no quería que usaran su nombre para insultarlo.
La tensión parecía calmarse cuando alguien gritó desde otra parte del campo:
—¡Malfoy! ¡Deja ya esa Snitch! ¡Está detrás tuyo!
Todos miraron confundidos en esa dirección y vieron un resplandor brillante cerca del suelo. Algunos que tenían binoculares lograron distinguir claramente cómo la pequeña Snitch dorada brillaba intensamente justo detrás de Malfoy.
Gritaron para llamar su atención e intentar que reaccionara, pero él seguía concentrado en Potter sin notar nada más.
Entonces ocurrió algo inesperado: Potter se lanzó en dirección a Malfoy con determinación absoluta. En ese momento todos comprendieron lo que estaba sucediendo: Potter había visto la Snitch.
Malfoy, sorprendido al ver cómo Potter volaba en su dirección, se quedó paralizado por un momento. Pensó que Potter iba a atacarlo o a intentar quitarle la Snitch, así que se asustó y se apartó rápidamente, temeroso de lo que pudiera suceder. Sin embargo, el impacto esperado nunca llegó. Potter simplemente pasó cerca de él, acelerando con determinación hacia la pequeña esfera dorada.
El comentarista en las gradas no pudo contener su emoción y gritó con entusiasmo:
—¡Potter ha visto la Snitch! ¡La atrapa! ¡Gryffindor gana el partido!
En ese instante, toda la tribuna de Gryffindor estalló en vítores y aplausos, celebrando con euforia la victoria de su equipo. Los jugadores y los seguidores saltaron y gritaron de alegría, levantando sus varitas en señal de triunfo.
Pero en la tribuna de Slytherin, el ambiente era completamente diferente. Allí solo reinaba un silencio tenso y pesado. Los ojos de los espectadores se clavaban con odio en Malfoy, quien había quedado sorprendido y algo avergonzado por su reacción. La expresión en su rostro mostraba una mezcla de incredulidad y frustración.
Leon, desde su lugar en las gradas, observaba todo con una sonrisa satisfecha. Sabía que esa victoria significaba mucho para el
—La apuesta —pensó—. La mayoría de las ganancias ahora van hacia mí.
Mientras tanto, en la tribuna de Slytherin, algunos miraban con desdén a Malfoy por su aparente desconcentración durante el momento crucial del partido. Otros simplemente permanecían en silencio, procesando lo ocurrido.
El ambiente después del partido era una mezcla de celebración para Gryffindor y tensión para Slytherin.
Chapter 21: club de duelo
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Al día siguiente, la noticia se extendió rápidamente por todo Hogwarts: otra víctima del heredero de Slytherin. Esta vez, se trataba de Colin Creevey, un alumno de primer año de Gryffindor. La noticia cayó como un balde de agua fría en la escuela, y el ambiente se volvió aún más tenso.
En Gryffindor, la preocupación era palpable. La comunidad del león se sentía vulnerable y en alerta máxima, temiendo que cualquiera pudiera ser el próximo objetivo. La tristeza por Colin se mezclaba con el miedo a lo desconocido.
Mientras tanto, en la mesa de Slytherin, la atmósfera era mucho más tranquila. Los estudiantes allí parecían confiados, convencidos de que solo los "sangre sucia" y los "squibs" serían atacados. Sin embargo, algunos mestizos mostraban signos de nerviosismo, conscientes de que la amenaza no discriminaba completamente.
Astoria miraba a Leon con preocupación. Se acercó a él lentamente y le dijo con voz suave:
—Por favor, camina siempre conmigo —susurró—. No quiero que te pase algo.
Leon la miró confundido y preguntó:
—¿Por qué? No entiendo… ¿Qué pasa?
Astoria le explicó con cuidado:
—Están atacando a los que tienen origen muggle… Temo que algo te pase a que sigue cerca de mí.
Leon le sonrió tranquilizador y respondió:
—Estaré bien, no te preocupes.
Las clases continuaron con normalidad durante el día, pero en el almuerzo se abrió un mercado improvisado en uno de los pasillos: vendedores ambulantes ofrecían productos de protección contra posibles ataques del heredero de Slytherin. Entre ellos, Astoria se acercó para comprar un cristal protector. Pero Leon la detuvo suavemente.
—Son falsos —le dijo—. No hace falta gastar en eso. Mejor vamos al lago; he escuchado que hay un calamar gigante viviendo allí.
Desde lejos, Daphne observaba a su hermana con desaprobación. Ya había hablado con ella sobre mantenerse alejada de Lyon por su seguridad; temía que el heredero pudiera atacarla también si seguían juntas. Pero Astoria insistió en que Lyon era su amigo y no pensaba abandonarlo.
Pansy también miraba desde su lugar con una expresión dura y despectiva.
—¿Cuánto tiempo crees que le queda a ese sangre sucia antes de ser atacado? —preguntó con sarcasmo—. Espero que no mucho.
Daphne no respondió; no le desagradaba ni le agradaba Lyon, pero prefería mantener las distancias por precaución.
Milicent, que había estado escuchando desde otra mesa cercana, intervino con una sonrisa irónica:
—Creo que sería mejor si atacaran a Granger… Esa sabelotodo es insufrible.
Pansy asintió sin dudarlo:
—Sí, tienes razón. Mejor sería atacar a esa molesta Gryffindor.
Mientras tanto, en las orillas del lago, Lyon y Astoria caminaban lentamente por el borde, disfrutando del aire fresco y de la tranquilidad que ofrecía ese rincón apartado del castillo. Sin embargo, a pesar de su paseo, no lograron avistar al calamar gigante que se rumoraba vivía en esas aguas profundas.
La conversación pronto se desvió hacia sus planes para la Navidad. Astoria le contó con entusiasmo:
—Yo viajaré con mi familia para esas fechas. Vamos a pasarla en casa, con toda la familia reunida.
Lyon sonrió y respondió:
—Yo lo pasaré con mi hermana. Además, el orfanato organiza una excursión al parque de diversiones ese día. ¡Y no pienso perderme eso!
Astoria levantó una ceja, curiosa:
—¿Un parque de diversiones? ¿Qué tipo de lugar es ese?
Lyon le explicó con entusiasmo, aunque todavía algo confundido por los detalles:
—Es un lugar grande con muchas atracciones: montañas rusas, juegos mecánicos, puestos de comida… Es muy divertido. Te enviaré unas fotos para que puedas verlo.
Astoria le sonrió con expectativa y dijo:—¡Me encantara verlas!
Ambos continuaron caminando junto al lago, soñando con las festividades y las aventuras que les esperaban en Navidad.
Al día siguiente, un grupo de estudiantes se agolpaba frente al tablón de anuncios, ansiosos por leer el pergamino recién colgado. Finegan fue quien anunció con entusiasmo:
—¡Van a abrir un club de duelo! —dijo para que todos lo escucharan—. La primera clase será esta noche.
Al acercarse más, vieron que en el cartel se especificaba que las clases comenzarían después de la tarde, en horario nocturno. Tras salir del tumulto, Leon se lo contó todo a Astoria, emocionado por la iniciativa.
Viendo que tenían la tarde libre, Lyon le propuso a Astoria algo diferente:
—¿Quieres conocer las cocinas? Es un lugar interesante y lleno de magia… y los elfos domésticos son muy amables.
Astoria, curiosa, aceptó sin dudar. Lyon le enseñó cómo entrar allí: hizo cosquillas a una pera mágica que colgaba en una esquina, y esta reveló una manija oculta en la pared. Al abrirla, encontraron un pasadizo que conducía a las cocinas mágicas.
Allí, muchos elfos domésticos los rodearon enseguida para ofrecerles sus servicios con gestos amables y voces suaves. Lyon, con sutileza, dejó a Astoria encargada de atenderse con ellos mientras él hizo una señal discreta a Bumy y Merry.
—¿Podrían averiguar cuándo será el próximo partido de Quidditch? —les preguntó—. También quiero saber qué escobas usan los equipos.
Los elfos aceptaron felices la tarea y prometieron informarles en la noche. Lyon volvió junto a Astoria, quien ni siquiera había notado que él se había alejado unos momentos. Ambos pasaron la tarde conversando con los elfos mientras eran atendidos con esmero.
Pero cuando miraron el reloj, se dieron cuenta de que ya era muy tarde para llegar al club de duelo.
—¡Llegaremos tarde! —exclamó Astoria con pesar—. Dudo mucho que nos permitan entrar ahora.
Lyon no supo qué decir; parecía frustrado por no poder asistir. Justo entonces, Bumy y Merry se acercaron con una sonrisa astuta.
—Podemos hacer que aparezcan cerca del club —sugirieron—. Nosotros podemos usar nuestro hechizo para transportarlos allí sin ser vistos.
Astoria quedó sorprendida.
—¿En Hogwarts? ¿Eso se puede?
Merry asintió alegremente.
—Claro que sí. Solo necesitamos concentrarnos bien y tener cuidado para no ser detectados.
Leon agradeció rápidamente:
—¡Gracias! Contamos con su ayuda.
Ambos elfos tomaron de las manos a Leon y Astoria y pronunciaron un hechizo suave. En un parpadeo, desaparecieron de las cocinas y reaparecieron cerca del gran comedor, justo donde estaban los accesos al club de duelo. Por suerte, nadie los vio llegar ni salir.
Agradecidos nuevamente por su ayuda, entraron en silencio al lugar donde se desarrollaba la actividad. Pero al cruzar la puerta, quedaron paralizados ante lo que vieron: Potter estaba hablando en un idioma extraño a una serpiente gigante. La criatura siseaba y parecía entenderlo perfectamente.
Astoria observó en silencio junto a los demás; sin embargo, Leon no entendía qué tenía eso de raro o extraño. Para él, parecía solo otra conversación mágica entre magos y criaturas mágicas.
Justo cuando todos pensaban que la escena había terminado, Weasley jaló con fuerza a Potter para sacarlo del gran comedor. Granger, que los seguía de cerca, no tardó en unirse a ellos. La multitud que quedó allí empezó a murmurar con intensidad.
—¡Potter habla parsel! —susurraron unos—. ¡Es el heredero de Slytherin!
El rumor se extendió rápidamente entre los alumnos, generando una mezcla de asombro y temor. Algunos miraban a Harry con respeto, otros con recelo. Para calmar los ánimos, el profesor Snape y Lockhart intervinieron rápidamente, levantando la voz para restablecer el orden.
—¡Basta! —ordenó Snape—. Continuemos con las clases de duelo.
Luego, el profesor escogió a Lyon para una demostración frente a todos. Subió al estrado con confianza, pero no esperaba que su oponente fuera Ginny Weasley. Ella lo miraba con una furia que parecía arder en sus ojos; Leon no lograba entender por qué.
Se escucharon los gritos de apoyo a Ginny, especialmente de sus hermanos Ron y Fred, quienes animaban con entusiasmo. Sin embargo, en medio del bullicio, los gritos de Astoria y otros alumnos se perdían en la multitud.
Lockhart dio la señal de inicio. Ginny gritó:
—¡Mocomurciélago! —y lanzó un hechizo hacia Lyon.
Él reaccionó rápidamente: saltó al costado y gritó:
—¡Rictuzempra!
El hechizo de Ginny fue bloqueado fácilmente por un Protego que levantó Lyon con su varita. Sin perder tiempo, ella gritó:
—¡Incarcerus!
Unas cuerdas mágicas volaron hacia Lyon con rapidez. Él sabía que no tenía suficiente espacio para esquivarlas y pensó en su magia natural: hielo. Con determinación, gritó:
—¡Glacius!
Un hechizo de hielo salió disparado desde su varita y congeló las cuerdas justo antes de alcanzarlo. Estas cayeron al suelo en cristales brillantes.
Pero Ginny no se rindió; gritó:
—¡Bombar….!
Antes de que pudiera completar el hechizo, la cuerda congelada golpeó su mano accidentalmente, haciendo que se le cayera la varita al suelo.
La sala estalló en aplausos por la espectacularidad del duelo. Snape observaba con una expresión sorprendida y algo molesta; reconoció el hechizo que Ginny había intentado usar: Bombarda. Estaba preparado para intervenir si era necesario, pero también quedó impresionado por la rapidez y control de Leon.
Lo que más sorprendió a Snape fue el hechizo silencioso que Lyon había usado para bloquear las cuerdas: un hechizo de hielo controlado solo por su pensamiento. No esperaba que un primer año dominara esa magia tan avanzada.
Lyon, ajeno a las sospechas del profesor, se sentía aliviado por haber podido controlar su magia sin problemas gracias a las cuerdas congeladas. Para él, eso significaba haber ganado esa ronda.
En una esquina del salón, Ginny estaba siendo consolada por sus hermanos Ron y Fred, quienes miraban a Lyon con una mezcla de ganas de venganza.
Chapter 22: Navidad I
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El rumor se expandió rápidamente por toda Hogwarts: Harry Potter era el heredero de Slytherin. La noticia circulaba entre los estudiantes con rapidez, alimentando miedos y dudas. Algunos empezaron a cuestionarse si Harry realmente era un Gryffindor, o si quizás había algo más oscuro en él de lo que parecía.
Mientras tanto, la tensión aumentaba aún más cuando ocurrió un ataque doble. Justin Finch-Fletchley y Nick Casi Decapitado fueron petrificados en sus respectivos pasillos, dejando a todos en estado de shock. La escuela quedó sumida en un silencio inquietante, y los profesores tomaron medidas drásticas para proteger a los alumnos.
Se implementó un sistema de escoltas para las clases, con estudiantes y profesores caminando en grupos cerrados. El toque de queda se adelantó a las 8 de la noche, generando más estrés entre los estudiantes, que se sentían cada vez más inseguros en medio de tanta incertidumbre.
A pesar del ambiente tenso, la Navidad llegó rápidamente. La mayoría de los alumnos abandonaron Hogwarts para abordar el tren hacia sus hogares o destinos familiares. Entre ellos estaban Leon y Astoria, quienes compartieron una tarde tranquila en uno de los vagones.
Durante el viaje, conversaron sobre sus planes para las vacaciones y lo que esperaban del nuevo año escolar. Ambos expresaron sus deseos de seguir aprendiendo magia y enfrentando juntos las dificultades que se presentaran.
Al llegar a su destino final, Leon se despidió de Astoria con un abrazo cálido.
—Nos vemos después de las vacaciones —le dijo—. Cuídate mucho y no olvides que siempre estaré aquí si me necesitas.
Astoria le sonrió con ternura antes de bajar del tren. Pero Leon no tenía intención de regresar al orfanato esta vez; en lugar de eso, decidió dirigirse directamente al Callejón Diagon.
Leon tomó un taxi en dirección al Caldero Chorreante, su mente repasando una vez más su plan. Ahora que tenía dinero mágico a su disposición, pensaba aprovecharlo para obtener mayores ganancias y ampliar sus recursos. La idea de comprar objetos valiosos y vender algunos en el mercado clandestino le parecía cada vez más atractiva.
Al llegar al Caldero Chorreante, entró sin perder tiempo y se dirigió directamente a la barra donde Tom, el camarero, atendía con su habitual expresión distraída. Sin decir palabra, Lyon se deslizó por la parte trasera del establecimiento para acceder al Callejón Diagon. La entrada estaba desbloqueada; con un movimiento hábil, Lyon la abrió y quedó impresionado por la decoración navideña que adornaba todo el callejón: guirnaldas brillantes, bolas de cristal que reflejaban las luces mágicas y pequeños árboles cubiertos de nieve artificial.
Mientras caminaba en línea recta, admiraba los escaparates llenos de productos mágicos y objetos raros. Hacía una nota mental de lo que quería comprar para regalar a Anya y Astoria: algunas pociones especiales, objetos mágicos útiles y tal vez algún amuleto protector.
Al llegar a la tienda de pociones, se detuvo frente a ella. Entró con confianza y fue recibido por el Sr. Mulpepper, el dueño del local, un hombre mayor con ojos astutos y una sonrisa siempre lista.
—¿Qué desea hoy? —preguntó Mulpepper con voz amable pero cautelosa.
Leon no perdió tiempo y dijo:
—Necesito una poción para cambiar la voz.
El Sr. Mulpepper sonrió pensativo, imaginando lo raro que sería usar una poción así como regalo navideño. Sin embargo, no mostró sorpresa alguna y respondió:
—Eso cuesta dos galeones.
Lyon entregó rápidamente las monedas mágicas sin discutir. Luego salió del local con discreción, asegurándose de no llamar la atención. En un rincón apartado, sacó de su mochila una capa grande y pesada. Se la colocó cuidadosamente; la tela tocaba el suelo por su tamaño exagerado. Pero entonces, algo cambió: la capa empezó a elevarse lentamente y a hincharse como si tuviera vida propia.
Con un movimiento decidido, Lyon levantó la capucha para ocultar su rostro. La capa le permitía parecer una figura grande y corpulenta; en realidad, había creado plataformas invisibles debajo de ella para elevarse unos centímetros del suelo. Además, su pecho estaba cubierto por hielo mágico que mantenía oculta su verdadera forma.
Camino en dirección al Callejón Knockturne, donde sabía que podía encontrar objetos aún más interesantes y peligrosos si lograba conseguirlos sin llamar demasiado la atención. Cuando estuvo cerca de la tienda de pociones allí ubicada, tomó la poción que cambia su voz a la de un adulto robusto.
Luego entró en la tienda con paso firme y pidió:
—Una poción multijugos.
El boticario lo miró con interés y le vendió la poción a un precio más alto del mercado habitual; no le pidió identificación ni ningún documento.
Leon se recordaba que un gasto necesario para aumentar sus fondos rápidamente.
Abandonó rápidamente el Callejón Knockturne, asegurándose de que nadie lo viera. Con cuidado, guardó la capa inflada en su mochila, haciendo que desapareciera de su vista y volviendo a su forma normal. Sin perder tiempo, se dirigió de regreso al Callejón Diagon.
Allí, comenzó a recorrer las tiendas con calma. Primero entró en una tienda de dulces mágicos, donde compró varias variedades: caramelos que cambiaban de sabor, chocolates que aumentaban la energía y otros que producía efectos divertidos o sorprendentes. Sabía que estos dulces serían útiles para sus futuros negocios o simplemente para distraer a alguien cuando fuera necesario.
Luego, se dirigió al Emporio de las Lechuzas. Necesitaba una propia; una lechuza joven y rápida que pudiera llevar mensajes o pequeños objetos valiosos sin problemas. Mientras caminaba por la tienda, murmuró con una sonrisa:
—Gracias, Draco. Por tu estupidez hiciste que ganara mucho dinero.
La joven bruja encargada lo atendió con amabilidad y le mostró varias lechuzas jóvenes. Entre ellas, una lechuza gris llamó especialmente su atención; tenía ojos brillantes y un plumaje suave y elegante. Sin dudarlo, decidió comprarla. La lechuza ululó alegremente al ser elegida, como si entendiera que había sido seleccionada para algo importante.
Leon compró comida especial para su nueva compañera emplumada y salió de la tienda con una jaula en mano, dentro de la cual descansaba la lechuza gris.
Con todo preparado, tomó otro taxi mágico para dirigirse al Orfanato Wool.
Mientras el taxi avanzaba por las calles iluminadas por las luces navideñas, Leon pensaba en cómo usaría esa lechuza en sus próximos movimientos.
Horas después, el taxi mágico llegó al Orfanato Wool. Lyon bajó con una mezcla de nostalgia y alegría, mirando su hogar después de varios meses fuera. La familiaridad del lugar le hizo sentir un pequeño nudo en la garganta; aunque había estado lejos, siempre llevaba en su corazón ese rincón especial.
Al entrar, fue recibido por la directora, la Sra. Sarah. Ella lo abrazó cálidamente y le dio la bienvenida con una sonrisa cálida y maternal. Lyon respondió con un saludo cortés y se dirigió directamente a su habitación. La directora lo observó con una sonrisa suave, pensando en lo emocionado que debía estar por ver a Anya. Sin embargo, no pudo evitar fijarse en la lechuza que Leon llevaba en la jaula; su expresión se tornó pensativa, pero decidió que era solo una mascota más para el niño.
Leon entró en su habitación y encontró a su hermana Anya allí, concentrada en sus deberes. Al escuchar el sonido de la puerta abriéndose, levantó la vista y vio quién era: su hermano mayor. Una sonrisa iluminó su rostro cuando Leon entró y lo abrazo con cariño.
Ambos comenzaron a hablar sobre cómo había sido su vida durante los meses separados: las aventuras, las dificultades y las nuevas experiencias. La alegría de volver a estar juntos llenaba el ambiente.
Luego, Anya miró con curiosidad la lechuza en la jaula. Lyon sonrió y dijo:
— La compré para los dos. Así también podrás escribirme cuando quieras.
Anya se alegró mucho ante esa noticia y preguntó emocionada:
— ¿Tiene nombre?
Leon pensó por un momento y respondió con una sonrisa:
— Ese honor te corresponde a ti.
Anya sonrió aún más y empezó a evaluar a la lechuza con atención. Después de unos segundos de reflexión, exclamó:
— ¡Ya se llamará Silver!
Lyon asintió con satisfacción.
— Silver — repitió él—. Me gusta.
En ese momento, Silver saltó alegremente desde su percha hasta posarse en la cabecera de la cama de Anya, como si aceptara orgullosa su nuevo nombre. La pequeña lechuza emitió un suave ululo de alegría.
Anya acarició suavemente a Silver y le dijo con ternura:
— Bienvenida a la familia, Silver.
La lechuza respondió con otro ululo afirmativo, como si entendiera cada palabra y aceptara esa nueva pertenencia con entusiasmo.
Chapter 23: Navidad II
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Al día siguiente, la directora del orfanato anunció con entusiasmo:
—¡Niños, hoy iremos de visita al parque de diversiones! ¡Prepárense para un día lleno de diversión!
Los niños estallaron en gritos de alegría, algunos exclamando que valió la pena esperar y que subirían a todos los juegos, especialmente a la casa embrujada. La directora levantó las manos para calmarles y añadió:
—¡Calmense, niños! Mejor alístense, el autobús vendrá a recogernos en una hora.
Todos respondieron al unísono con un entusiasta:
—¡Siiiiiiiii!
Mientras tanto, en su habitación, Lyon miraba con atención el dinero muggle que había conseguido y la poción multijugos que había comprado. Pensaba en las posibilidades que eso le brindaba para sus planes futuros.
De repente, alguien abrió la puerta y dijo con tono apresurado:
—¡Leon, apúrate! El autobús nos va a dejar.
Él se giró rápidamente y respondió con calma:
—Claro, Anya. Ya estoy listo. Vamos.
Todos los niños ya estaban subidos al autobús cuando la Srta. María pasó lista. Una vez terminada la revisión, el vehículo partió rumbo al parque de diversiones.
El viaje fue animado; los niños cantaban y reían mientras el autobús avanzaba entre risas y expectativas. Al llegar, los cuidadores dividieron a los niños en grupos de diez según su edad, cada uno con su respectivo encargado. Sin embargo, la Srta. Amanda se acercó a Lyon y le dijo:
—Leon, este no es tu grupo. Deberías ir con los de tu edad.
Leon sonrió y respondió tranquilo:
—No hay problema, Srta. Amanda. Prefiero estar junto a Anya.
Anya ya sabía que Leon y ella se trataban como hermanos, así que aceptó sin problemas esa decisión. Juntos comenzaron a pasear por el parque, admirando los coloridos juegos y atracciones antes de subir al carrusel. Desde afuera, Leon observaba cómo Anya disfrutaba del momento; cada vez que ella lo veía, le saludaba con una sonrisa cálida.
Mientras tanto, Leon miro un puesto ambulante. Le indicó a la Srta. Amanda que iría allí por unos minutos y ella asintió advirtiéndole que no se alejara mucho. Leon miró las mercancías: binoculares, linternas, walkman, cámaras digitales e instantáneas, collares y billeteras. Decidió comprar una cámara instantánea para poder tomar fotos con todos más tarde.
Luego volvió a mirar hacia donde estaba la Srta. Amanda; ella ahora observaba a los niños en el trenecito. Aprovechando ese momento de tranquilidad y tiempo libre, Leon caminó sigilosamente hacia un grupo de personas haciendo fila en un puesto cercano. Con rapidez cortó un poco de pelo del cabello del hombre que estaba delante suyo —una acción rápida pero calculada— y salió corriendo hacia a buscar un puesto de ropa.
Al encontrar uno cercano, compró prendas grandes pensando en la talla del hombre al que le cortó el cabello. Cuando vio que se demoraba demasiado en volver con las compras improvisadas, Leon apuró el paso para reunirse con los demás.
Al llegar donde estaban la Srta. Amanda lo regañó suavemente por haberse alejado tanto. Leon le pidió disculpas explicándole que solo quería conseguir esa cámara para tomarse fotos con todos ellos; su intención era buena.
La Srta. Amanda sonrió al entenderlo y vio cómo Leon empezaba a tomar fotos: capturando sonrisas felices de los niños mientras posaban juntos o hacían travesuras espontáneas. Incluso ella misma aceptó posar para una foto junto a todos.
Horas después, cuando el sol comenzaba a ocultarse tras las nubes navideñas decorando el parque, todos se reunieron en el estacionamiento del parque para subir al autobús y regresar al orfanato Wool. Los niños llevaban consigo recuerdos felices —y muchas fotos.
La noche cayó sobre el orfanato Wool, y en el comedor todos estaban reunidos, esperando ansiosos el pavo de la cena de Navidad. Los niños comían con entusiasmo, riendo y jugando entre ellos, sabiendo que al día siguiente recibirían sus regalos. La alegría llenaba el ambiente, un espíritu cálido y mágico que parecía envolverlos a todos.
Una vez terminada la cena, todos se dirigieron a sus habitaciones para descansar. Sin embargo, Lyon no tenía intención de dormir todavía. En silencio, colocó almohadas en su cama y las cubrió con una manta, preparándose para lo que planeaba hacer esa noche.
Desde la puerta de su habitación, miró a ambos lados del pasillo para asegurarse de que nadie lo viera. Cuando estuvo seguro de que no había nadie cerca, salió con cuidado sosteniendo su mochila. Caminó sigilosamente por los pasillos vacíos hasta llegar al patio trasero del orfanato.
Allí, usando su magia de hielo, creó una escalera brillante y resplandeciente que subía por el muro exterior. Con un poco de esfuerzo, trepó por ella y desde lo alto contempló las luces titilantes de la ciudad nocturna. Sonrió con satisfacción, disfrutando del momento de libertad y aventura.
Luego, repitió el proceso: creando otra escalera para bajar del muro sin dejar rastro. La escarcha producida por su magia se deshizo en pequeñas partículas brillantes cuando tocó el suelo.
Lyon caminó por las calles silenciosas y frías hasta llegar al metro. Entró en uno de los baños públicos cercanos y sacó la ropa que había comprado anteriormente —una prenda grande y adecuada para su transformación— junto con la poción multijugos que ya había preparado con cabello obtenido esa mañana.
Con cuidado, dio un sorbo a la poción, soportando el desagradable sabor mientras sentía cómo su cuerpo comenzaba a cambiar. La magia hacía efecto rápidamente: su figura se transformaba en la de un adulto. Cuando terminó la transformación, se colocó la ropa comprada y salió del baño con una nueva identidad.
Ahora era un adulto en apariencia, listo para seguir adelante con sus planes sin ser reconocido ni detenido. Con una sonrisa determinada en los labios, Leon desapareció en las sombras de la noche urbana.
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En un casino, un joven que había empezado perdiendo de manera casi desesperada, comenzó a ganar varias veces seguidas. Lo que parecía ser una racha de suerte en un juego de apuestas muy particular: carreras de caballos mecánicos. Pero lo que los demás no sabían era que dentro de esa máquina, cerca de los engranajes que hacían correr a los caballos, había hormigas de hielo. Pequeñas criaturas mágicas que se metían entre las piezas metálicas, retrasando su movimiento y, en algunos casos, destrozándolas desde adentro.
De repente, el caballo número 8 volvió a ganar. Las chicas en la mesa aplaudieron emocionadas, sonriendo mientras miraban al ganador con admiración. Leon, observando desde la distancia, ya había tenido suficiente ganancia y decidió retirarse. Notó que alguien lo vigilaba y prefirió no arriesgarse más. Se acercó para cobrar su dinero cuando dos guardias se le acercaron silenciosamente. Sin decir palabra alguna, pasaron un detector de metales por su cuerpo; al no encontrar nada, lo dejaron ir con cautela.
Con el dinero en mano, Lyon salió del casino y se dirigió hacia la plaza. Aún eran las 10 de la noche y pensaba en tomar un taxi para regresar al orfanato. Pero justo cuando iba a hacerlo, se detuvo en seco. En su mente gritó: ¡Me olvidé del regalo para Astoria!
Miró a su alrededor en busca de alguna tienda abierta o algún lugar donde pudiera conseguir algo rápidamente. Pero todo parecía cerrado: joyerías cerradas, el centro comercial apagado y las tiendas de ropa también cerradas por la hora avanzada. Entonces sus ojos se posaron en un puesto ambulante donde vendían peluches: leones, tigres, elefantes, pingüinos y perros.
Sin dudarlo ni un segundo, compró el peluche más cercano: un tigre grande y suave. Era perfecto para regalarle a Astoria.
Ya en el orfanato, entró sigilosamente en su habitación y despertó a Odin con cuidado. Le entregó el paquete con el peluche y le pidió:
—Por favor, lleva esto a Astoria. Es su regalo de Navidad.
Odin ululó en confirmación y en un parpadeo desapareció en dirección al horizonte con el paquete asegurado entre sus patas.
Cansado pero satisfecho por haber cumplido con su misión secreta, Lyon se acurrucó en su cama y pronto cayó en un sueño profundo, soñando con nuevas aventuras y planes por venir.
Al día siguiente, el aroma a pan recién horneado y dulces llenaba el aire en el orfanato. Los niños se levantaron emocionados y corrieron al comedor, donde un hermoso árbol de Navidad decoraba la sala con luces brillantes y adornos coloridos. En sus ramas colgaban pequeños regalos con sus nombres escritos cuidadosamente.
Leon y Anya también se acercaron al árbol, cada uno tomando su regalo con una sonrisa nerviosa pero feliz. Lyon abrió su paquete primero y encontró un reloj elegante, de diseño clásico y pulido. Anya hizo lo mismo y descubrió que también era un reloj igual al de Lyon. La directora Sarah, que había observado todo desde lejos, sonrió satisfecha. Sabía que ambos se consideraban hermanos y quiso fortalecer ese vínculo especial regalándoles relojes iguales para recordar siempre su hermandad.
Ambos sonrieron ampliamente, colocándose los relojes en las muñecas. La alegría del momento quedó grabada en sus rostros mientras compartían esa pequeña pero significativa muestra de cariño.
Después del desayuno, en la habitación de Leon, Anya se acercó con curiosidad y le preguntó:
—¿Me enseñas a ver la hora en este reloj mecánico? Quiero aprender cómo funciona.
Leon empezó a explicarle pacientemente cómo leer las horas en ese reloj antiguo, señalando las manecillas y mostrando cómo distinguir las horas y minutos. Mientras tanto, Odin golpeaba suavemente la ventana con su pico, llamando la atención de ambos.
Leon se levantó rápidamente y abrió la ventana. La lechuza entró posándose sobre su cama con gracia, llevando en su pico un pequeño paquete envuelto cuidadosamente con papel brillante. Leon lo tomó con cuidado y lo abrió: dentro había dos paquetes envueltos con los nombres de Lyon y Anya.
Anya recibió una muñeca hermosa, vestida con ropas delicadas y ojos brillantes. Leon encontró un libro titulado Animales fantásticos y dónde encontrarlos, una obra llena de criaturas mágicas e historias fascinantes.
Ambos hermanos decidieron comenzar por leer el libro primero, sentados juntos en la cama, sumergiéndose en mundos mágicos llenos de criaturas increíbles.
Mientras tanto, a muchos kilómetros de Londres, en una mansión elegante y rodeada de jardines cuidados, Astoria miraba atentamente las fotos que Leon le había enviado de su salida a los juegos mecánicos. En su cama descansaba un peluche de tigre grande y suave —el mismo que Leon le había comprado— que ahora parecía acompañarla en sus pensamientos.
Sonriendo mientras hojeaba las imágenes llenas de risas y aventuras, Astoria sentía que esa Navidad sería aún más especial gracias a los pequeños gestos que Leon había hecho desde lejos.
En Hogwarts dentro de la sala de los menesteres se encontraban dos elfos domesticos brindando mientras beben hidromiel.
Merry y Bumy gritaban por el señor león y su regalo
saluddddddddddd
Chapter 24: Prefecta
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Las vacaciones de Navidad llegaron a su fin, y los alumnos de Hogwarts comenzaron a regresar a sus aulas, cargados de historias y recuerdos felices. Lyon y Astoria caminaban juntos por los pasillos, bajando hacia las mazmorras, donde se encontraban su sala común.
Mientras avanzaban, conversaban sobre cómo habían pasado la Navidad. Lyon le contó a Astoria acerca del regalo del libro y el peluche de tigre, y cómo había sido especial poder compartir esa celebración con sus amigos y con ella misma. Astoria sonrió con calidez y le agradeció una vez más:
—Gracias, Lyon. Las fotos que me enviaste fueron increíbles, y el peluche… me encanta.
Al día siguiente, las clases en Hogwarts transcurrían con normalidad, aunque los profesores no dejaban de asignar tareas. Sin embargo, esa mañana, el profesor Lockhart decidió sorprender a todos y en lugar de darles su típica clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, los llevó a un aula de teatro. La sala se llenó de risas y gestos exagerados mientras Lockhart les enseñaba técnicas dramáticas y expresiones faciales. El libro elegido para esa clase fue Vacaciones con las brujas, una lectura ligera y divertida. Lo único positivo de esa clase fue que, poco a poco, las fans de Lockhart comenzaron a disminuir, cansadas ya de sus historias repetidas.
Luego de la clase, todos salieron en grupo hacia las mazmorras para su lección de pociones. La puerta del aula se abrió de golpe y el profesor Snape entró azotando la puerta tras de sí. Todos se quedaron en silencio absoluto, sintiendo la tensión en el aire.
Snape avanzó con paso firme hasta la pizarra y, con un movimiento preciso de su varita, hizo que apareciera la lista de ingredientes y las instrucciones para preparar El antídoto para venenos comunes. La receta podía encontrarse en Filtros y Pociones Mágicas, página 56. Sin más preámbulo, dijo con voz severa:
—Comiencen.
Leon se acomodó en su asiento junto a Astoria. Mientras tanto, le susurró:
—¿Sabes por qué el profesor Snape está tan molesto?
Astoria lo miró con curiosidad y respondió:
—Lo que sucede es que alguien robó materiales del gabinete privado del profesor. Hasta ahora no sabe quién fue.
Leon asintió lentamente.
—Ya veo —dijo—. Pero no crees que sería fácil descubrir al culpable.
Astoria frunció el ceño y respondió:
—Lo dices en serio, Leon tienes una idea.
Antes de que pudieran seguir hablando, Snape los interrumpió desde atrás con una voz cortante:
—Sr. Wool, ya que está muy a gusto conversando con la señorita Greengrass, no le importará hacerlo conmigo después de clase, ¿verdad? Comiencen a preparar las pociones.
Leon se volvió rápidamente hacia él y asintió respetuosamente mientras sacaba sus ingredientes. La tensión en el aula era palpable; todos sabían que Snape no toleraba distracciones ni errores cuando se trataba de pociones peligrosas o temas delicados como el robo reciente.
Mientras tanto, Astoria empezó a medir cuidadosamente los ingredientes para la poción, concentrada en seguir cada paso al pie de la letra. La clase continuaba entre murmullos nerviosos y el sonido constante de cucharas y calderos burbujeando.
Cuando terminó la hora de clases, el profesor Snape recorrió los calderos de todos los estudiantes, bajando puntos y lanzando críticas severas a quienes cometían errores. Su presencia imponía silencio y tensión en el aula. Al llegar a los calderos de Astoria y Lyon, simplemente se detuvo, los miró con expresión severa pero no dijo nada.
Astoria susurró en voz baja:
—Parece que no encontró ningún error.
Leon, por su parte, frunció el ceño y respondió en voz baja:
—Parece que sí.
De repente, sonó la campana indicando el final de la clase. Todos comenzaron a recoger sus cosas y a salir apresuradamente del aula, menos Leon, quien quedó sentado. Snape se acercó lentamente y, con una sonrisa irónica en el rostro, le dijo:
—Ilumineme, señor Wool. ¿Cómo se puede averiguar quién robó materiales de mi gabinete?
Lyon no captó la ironía en su tono y respondió con sinceridad:
—Profesor, podemos usar Veritaserum. Leí en la biblioteca que es un suero de la verdad.
Snape lo miró con una expresión pensativa y contestó con tono sarcástico:
—Una idea interesante, pero no tonta. Debo recordarle que el uso del Veritaserum está regulado por el Ministerio de Magia y su uso está prohibido sin autorización.
Leon no se rindió y volvió a insistir:
—Entonces, ¿podemos usar otro método, profesor?
Snape frunció el ceño confundido y preguntó:
—¿Otro método? No veo cuál podría ser.
Lyon sonrió ligeramente y explicó con calma:
—No existe un crimen perfecto, profesor. El culpable siempre deja pistas sin saberlo. En este caso, debemos concentrarnos en los días anteriores a cuando desaparecieron esos materiales. Él fue quien los vio por última vez. En esos días debió pasar algo fuera de lo común.
Severus Snape se quedó pensativo, meditando en silencio mientras su mente repasaba los sucesos recientes. De repente, recordó algo fuera de lo común que había ocurrido unos días atrás. Una explosión que llenó de humo el laboratorio, dejando a todos los estudiantes afectados por la nube densa y el caos que siguió. Pero lo que llamó su atención fue cómo descartaba esa explosión: solo ocurrió con los estudiantes de segundo año.
Mientras observaba, se dio cuenta de un patrón inquietante. Los otros grados simplemente volcaban sus pociones al suelo o fundían sus calderos sin mayores problemas, pero los de segundo año estaban rodeados de humo y confusión. Además, esos estudiantes ya sabían que debían tener cuidado; no eran primerizos. La situación era sospechosa.
Con una sonrisa satisfecha, Snape pronunció con autoridad:
—Diez puntos para Slytherin. Por una buena deducción. Ahora puede retirarse.
Leon no entendía exactamente a qué conclusión había llegado el profesor Snape, pero decidió que era mejor marcharse. Tenía cosas que hacer y no quería perder más tiempo en ese momento. Se levantó lentamente, recogiendo sus cosas mientras pensaba en las palabras del profesor.
Severus Snape, al ver que Leon se retiraba, decidió que era momento de informar a Dumbledore. Había llegado a una conclusión importante: había descubierto quiénes eran los culpables del robo en su gabinete y las sospechas que lo atormentaban desde hacía semanas.
Las semanas pasaron rápidamente y pronto llegó el día del siguiente partido de Quidditch: Hufflepuff contra Gryffindor. El estadio estaba lleno de espectadores emocionados, muchos con boletos en mano y apuestas en juego. En una de las tribunas de Gryffindor, los estudiantes conversaban animadamente sobre sus apuestas.
—Aposté a la victoria de Gryffindor —decía Cormac con confianza.
Desde detrás de él, otra voz añadió:
—Yo aposté a que Potter atrapará la Snitch al comienzo del partido.
Un tercer estudiante intervino:
—Yo apuesto a un marcador de 150 a 40 a favor de Gryffindor.
Y así, varios otros compartían sus predicciones y apuestas, creando un bullicio de entusiasmo en la grada.
En la tribuna de Ravenclaw, una voz confusa resonó entre los murmullos:
—Marieta, ¿estás segura de apostar? —preguntó Cho.
—Claro que sí, Cho. Es una apuesta segura. Gryffindor ganará. Además, Potter tiene su Nimbus 2000; Digory no podrá seguirle el paso —respondió Marieta con convicción.
Cho frunció el ceño y dijo:
—Lamentablemente tienes razón. Pero no te preocupes por la cláusula que dice que si suspenden el partido, no devolverán el dinero.
Richar, un estudiante de séptimo curso, intervino con tono despreocupado:
—No hay por qué preocuparse. Desde que estoy en primer año nunca se ha suspendido un partido. Hasta hemos jugado con lluvia y granizo —dijo con una sonrisa confiada—. Ves, Cho, no hay motivo para preocuparse.
Mientras tanto, Leon salía apresuradamente de las cocinas cuando fue interceptado por una estudiante de Ravenclaw llamada Penélope Clearwater. La chica lo miró con desconfianza y le preguntó:
—¿Qué haces aquí? Aquí no es la sala común de Slytherin.
Lyon frunció el ceño y respondió con cierta molestia:
—¿Me estás acusando de algo?
Penélope con su varita levantada y apuntó hacia él con expresión seria.
—Solo respondo a menos que tengas algo que ocultar —dijo en tono firme.
Leon levantó las manos en señal de paz y replicó:
—Si quieres que responda, preséntate primero. No suelo hablar con desconocidos sin motivo.
La chica dudó por un momento, pero luego se presentó:
—Me llamo Penélope Clearwater, prefecta de Ravenclaw.
Chapter 25: 100 % de ganacia
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Penélope se dirigía a la biblioteca, con la intención de estudiar para sus TIMOS, cuando algo llamó su atención. Era ese joven de cabello blanco de Slytherin, a quien había visto caminar solo varias veces. La situación en la escuela le parecía cada vez más sospechosa, y decidió seguirlo discretamente. Sin embargo, al girar por un pasadizo estrecho, perdió de vista al muchacho.
Decidida a encontrarlo, comenzó a buscarlo por los pasillos. De repente, ante ella apareció una puerta mágica que no había visto antes. Antes de que pudiera reaccionar, esa misma puerta se abrió y salió un joven que parecía sorprendido por su presencia.
—Mucho gusto, Penélope —dijo el chico con una sonrisa—. Me llamo Leon Wool. Ahora puedo saber de qué se me acusa.
Penélope reaccionó rápidamente, sacando su varita y apuntando hacia él con determinación.
—Deja de hacerte el inocente —exclamó—. Responde: ¿qué es esa puerta? ¿A dónde lleva?
Leon levantó las manos en señal de paz y respondió con calma:
—Ya veo… llevas varios años en Hogwarts y todavía no lo sabes.
Penélope notó que se estaba burlando de ella y su rostro se enrojeció de rabia.
—¿Eres el heredero de Slytherin? —preguntó con voz temblorosa pero firme.
Leon sonrió con cierta ironía y dijo:
—Lástima para ti, no lo soy. En cuanto a esa puerta… deberías abrirla antes de que desaparezca.
Sin dudarlo más, Penélope retrocedió unos pasos mientras mantenía la varita apuntando hacia él. Con un movimiento decidido, abrió la puerta y lo que vio le dejó sin aliento: era la cocina de Hogwarts, llena de elfos domésticos ocupados en sus tareas diarias.
Leon le dirigió una mirada sorprendida y dijo:
—¿Verdad? O mejor dicho… ¿debería decirte decepcionada? ¿Esperabas encontrar la cámara secreta de Slytherin?
Penélope quedó roja por la vergüenza; Leon la había leído como un libro abierto. Reconociendo su error, bajó lentamente su varita y le pidió disculpas.
—Lo siento… no quería parecer tan desconfiada —susurró avergonzada.
Leon aceptó sus disculpas con una sonrisa amable mientras los elfos rodeaban a Penélope ofreciéndole bocadillos y tazas de té caliente. Ella observaba todo con atención, pensando en lo útil que sería poder visitar esas cocinas más seguido. Quizá incluso podría traer a Mary algún día.
—¿Y cómo se entra aquí normalmente? —preguntó finalmente Penélope, aún algo avergonzada pero interesada en aprender más.
Leon le explicó que solo tiene que hacer cosquillas a esta pera y la entrada aparecerá sin problemas. Ella tomó nota mental: ahora tendría una excusa perfecta para volver a visitar las cocinas cuando quisiera. Además, pensó en lo útil que sería traer a Mary para compartir esos momentos secretos del castillo.
Tras separarse, Penélope tomó diferentes caminos. Ella se dirigió a la biblioteca, con la intención de buscar información y quizás encontrar alguna pista sobre lo ocurrido. Pero al llegar, su atención fue capturada por una escena que le heló la sangre: muchos estudiantes estaban reunidos en silencio, sin entrar en la sala. Sus rostros reflejaban miedo y nerviosismo, temblando de pies a cabeza. La profesora Pince y la profesora Sinistra estaban colocando en una camilla a una estudiante petrificada, sus ojos abiertos de par en par en un estado de horror congelado.
Todo indicaba que había ocurrido otro ataque del heredero de Slytherin. Mientras las profesoras se llevaban a la víctima, Penélope alcanzó a escuchar a la señora Pince decir con voz grave:
—El ataque ocurrió hace una hora.
Un escalofrío recorrió su cuerpo. Se dio cuenta de que si no hubiera seguido a Leon esa tarde, ella también podría haber sido víctima del heredero de Slytherin. La idea le produjo un temblor interno que no pudo contener.
Mientras tanto, en el campo de Quidditch, el equipo de Gryffindor se preparaba para salir al campo cuando apareció la profesora McGonagall, con rostro serio y preocupado.
—El partido se cancela —anunció con firmeza—. Hubo otro ataque. Los estudiantes protestaron, pero no hubo forma de convencerla.
—¡Pero profesora! —exclamaron algunos— ¡Queremos jugar!
—¡Basta! —gritó McGonagall—. El partido está cancelado. Hubo otro ataque; todos deben regresar a sus salas ahora mismo.
Resignados y asustados, los estudiantes comenzaron a retirarse lentamente hacia sus respectivas casas. La tensión era palpable en el aire.
Luego, la profesora llamó a Harry Potter y Ron Weasley:
—Señores Potter y Weasley, acompáñenme a la enfermería.
Confusos pero obedientes, ambos siguieron a la profesora hasta el hospital mágico. Al llegar, vieron con horror que Hermione estaba petrificada en una cama, sus ojos abiertos en un estado de shock absoluto.
En las salas comunes de cada casa, los jefes de casa comenzaron a contar lo ocurrido y las medidas que se tomarían para garantizar la seguridad del castillo. La noticia del ataque se extendió rápidamente: todas las actividades extracurriculares quedaban suspendidas hasta nuevo aviso. Se pidió a quienes tuvieran información relevante que compartieran lo que supieran para ayudar en la investigación.
Tras terminar sus informes, los jefes de casa abandonaron las salas comunes uno tras otro. Los murmullos no tardaron en comenzar; el miedo se impregnó en los corazones de los nacidos muggles y magos por igual. Algunos temblaban sin poder evitarlo; otros miraban con preocupación hacia las puertas cerradas o hacia los pasillos vacíos.
En Slytherin, todo era diferente. Algunos permanecían en silencio, neutrales ante lo ocurrido; otros celebraban discretamente por lo que consideraban una "limpieza" en Hogwarts. Entre ellos estaba Astoria Greengrass, quien buscaba con la mirada a Leon Wool entre los alumnos reunidos en la sala común… pero él no estaba allí.
La joven sintió un nudo en el estómago al no verlo presente y frunció el ceño preocupada.
La alegría que algunos en Slytherin habían sentido al pensar en la "limpieza" del castillo se desvaneció rápidamente cuando se dieron cuenta de la magnitud de su pérdida. La sala común, que momentos antes parecía un refugio de celebración, se convirtió en un lugar de silencio sepulcral. Los estudiantes miraban sus bolsillos y sus tarjetas de control con desesperación, descubriendo que todo su dinero apostado en el partido de Quidditch había desaparecido.
Habían confiado en las cláusulas impresas en sus tarjetas y en las instrucciones de las casas de apuestas, pero ahora comprendían que esas cláusulas también estaban diseñadas para proteger la casa de apuestas y a sus intereses.
El partido fue suspendido antes de comenzar, y con ello, todas las apuestas quedaron anuladas. El dinero que habían invertido, que tanto les había costado reunir, se había esfumado sin remedio.
En cada casa, la misma sensación de frustración y rabia se extendía como una plaga. Los estudiantes se miraban entre sí con ojos llenos de furia contenida. Un sentimiento común empezó a crecer en sus corazones: odio. La impotencia los invadió y, en un grito silencioso pero potente, todos pensaron lo mismo: ¡Maldito heredero de Slytherin!
El odio hacia aquel joven misterioso y poderoso creció como una sombra oscura que cubría Hogwarts entera. Nadie podía olvidar cómo esa misma figura había sido la causa del caos, del miedo y ahora también de su pérdida económica. La rabia se convirtió en un fuego ardiente que quemaba sus corazones, alimentando una sed de venganza que parecía imposible apagar.
Mientras tanto, en la sala común de Slytherin, algunos jóvenes discutían entre ellos sobre qué hacer a continuación. Pero todos sabían que esa noche quedaría marcada en sus memorias como el momento en que perdieron mucho más que dinero
Y así, con el corazón lleno de odio y frustración, los estudiantes slytherin juraron secretamente buscar justicia… o venganza contra aquel heredero oscuro cuya sombra parecía extenderse por cada rincón de Hogwarts.
Dentro de su habitación, Leon observaba con asombro y satisfacción. La pila de monedas que había acumulado era impresionante: galeones relucientes, sickles brillantes y knuts relucientes se amontonaban en montones que casi llenaban el espacio. La alegría lo invadió por completo; no podía evitar reírse de felicidad, disfrutando del botín que había conseguido.
Su risa resonaba por toda la habitación, un eco de triunfo y satisfacción. Sin embargo, quienes pasaban cerca de su puerta solo escuchaban esas carcajadas descontroladas y pensaron que estaba loco. Nadie podía entender qué le causaba tanta alegría, ni qué secretos ocultaba esa risa desbordante en medio de la noche.
Leon, con una sonrisa satisfecha en el rostro, seguía contando las monedas y acariciando los galeones con cariño.
Chapter 26: Heredero Slytherin
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Las clases en Hogwarts continuaron con la mayor normalidad posible, pero las medidas de seguridad se habían vuelto más estrictas. Los profesores y prefectos escoltaban a los estudiantes a sus respectivas aulas, vigilando cada paso. La alegría de los primeros meses se había esfumado, dejando un ambiente tenso e incómodo en todo el castillo.
De repente, lo inesperado ocurrió: Hagrid, el guardabosques, fue arrestado por el Ministerio de Magia. La noticia recorrió rápidamente los pasillos y las salas comunes, aumentando aún más la ansiedad entre los alumnos. Poco después, el director Albus Dumbledore fue suspendido de sus funciones, dejando un vacío de autoridad y confianza en la comunidad escolar. El pánico era visible en los rostros de los estudiantes; algunos temblaban sin poder contenerse, otros murmuraban con miedo.
Mientras tanto, en la sala común de Slytherin, Leon esperaba a Astoria para ir juntos a su clase de Historia de la Magia. Había prometido acompañarla, y aunque no le apetecía mucho salir en ese momento, sabía que debía cumplir su palabra. Justo cuando pensaba en ella, apareció Daphne, la hermana de Astoria, visiblemente molesta.
—Wool —dijo Daphne con tono serio—. Astoria está en cama. Se encuentra mal.
Leon levantó una ceja preocupado.
—¿Es grave? —preguntó con interés genuino.
Daphne negó con la cabeza.
—No es grave. Solo necesita descansar.
Leon respiró aliviado y asintió lentamente.
—Eso es bueno —murmuró mientras soltaba un suspiro de alivio—. Gracias por avisarme.
Daphne lo miró con cierta dureza antes de decir:
—De todas formas, te acompañaré lo más cerca posible del aula.
Leon entendió que Astoria probablemente le había pedido que lo acompañara para asegurarse de que llegara bien o quizás para protegerlo. Sin decir mucho más, ambos comenzaron a caminar en silencio por los pasillos del castillo. Daphne seguía adelante sin mirar atrás y giró en una esquina; allí indicaba el aula del profesor Bins.
—Gracias —susurró Leon mientras se despedía con un gesto discreto.
Luego se dirigió hacia el aula de Historia de la Magia. Caminaba pensativo cuando alguien le llamó la atención desde atrás:
—¿Qué haces caminando solo? —preguntó una voz familiar y algo burlona.
Al girar, Leon vio que era la prefecta Penélope. Él se dirigía a clases, pero ella le preguntó con una expresión curiosa y algo preocupada:
—¿Por qué tu prefecto no te acompañó?
Leon encogió de hombros, con una expresión indiferente.
—Quién sabe —respondió simplemente.
Al escuchar esa respuesta, Penélope ya se imaginaba lo que podía estar ocurriendo. Había oído rumores y sabía que Leon era un hijo de muggles; además, en Slytherin, era bien sabido lo creídos y despectivos que eran muchos de sus compañeros hacia los nacidos de muggles. No era ninguna novedad que lo despreciaran o que lo miraran con superioridad.
La miró fijamente y, con un tono decidido, dijo:
—Vamos, te acompañará a tu aula.
Leon soltó una sonrisa irónica y respondió:
—Como quieras.
Mientras caminaban en silencio por los pasillos cada vez más vacíos y tensos, Leon de repente tomó la mano de Penélope y la hizo esconderse detrás de un muro cercano. Penélope se sobresaltó al sentir su mano tomada y fue a gritar, pero Leon la arrinconó contra la pared con un gesto rápido y silencioso. Ella abrió los ojos sorprendida y estaba a punto de protestar cuando él levantó un dedo en señal de silencio.
Ella se quedó quieta, esperando una explicación. Leon señaló con la cabeza en dirección a un rincón oscuro del pasillo. Penélope miró en esa dirección y lo que vio la sorprendió profundamente: allí estaba Ginny Weasley escribiendo en la pared. Solo alcanzó a leer una frase escrita con letra temblorosa: "Su esqueleto yacerá por siempre".
Un escalofrío recorrió su cuerpo. La sangre pareció helarse en sus venas.
Leon susurró en voz baja:
—Parece que hemos encontrado al heredero de Slytherin.
Penélope quedó paralizada unos segundos, incapaz de hablar. Luego negó rápidamente con la cabeza.
—Eso no puede ser… —susurró—. Es imposible. Ella es una Gryffindor… no son sangre…
Pero antes de que pudiera terminar su pensamiento, Leon la interrumpió suavemente:
—Parece que olvidas algo importante. Los Weasley también son sangre pura.
Penélope quedó en silencio, procesando esas palabras mientras su mente intentaba entender qué estaban presenciando realmente. La tensión aumentaba en el aire, y ambos sabían que aquel hallazgo podía cambiarlo todo.
Al ver lo nerviosa que estaba Penélope, Leon decidió actuar rápidamente.
—Escúchame —le dijo con tono serio—. Ve por los profesores, cuéntales todo lo que has visto.
Penélope se giró de inmediato, con una expresión decidida y algo preocupada.
—¿Qué harás tú? —preguntó.
Leon respondió sin dudar:
—La vigilaré.
Penélope frunció el ceño y negó con la cabeza.
—No, eso es peligroso. Ve a buscar a los profesores. Yo… yo la vigilaré.
Leon levantó una mano en señal de desacuerdo.
—El castillo es grande y todavía no lo conozco bien. Tardaré demasiado en encontrar a los profesores. Tú estás más familiarizada con el castillo, así que volverás rápido.
Penélope dudó unos segundos, pero luego su expresión cambió. La mirada en sus ojos se volvió más determinada y admirada.
—Entonces, mejor ven conmigo —dijo con firmeza.
Leon negó con la cabeza, decidido.
—Hay que vigilarla. No vaya a ser que quiera escapar. Además, lo peor que puede hacer es petrificarme; así que deja de perder el tiempo.
La determinación en su voz pareció impactar a Penélope. Por un momento, su expresión se suavizó y sus ojos mostraron respeto hacia él. Sin embargo, rápidamente apretó su mano con fuerza y dijo:
—Volveré enseguida —y sin esperar más, salió corriendo en busca de los profesores.
Leon permaneció allí unos instantes más, observando cómo Penélope desaparecía por el pasillo. Luego volvió la vista hacia Ginny Weasley, quien seguía escribiendo en la pared con concentración absoluta. Cuando terminó de escribir la frase, se alejó del lugar lentamente, como si quisiera desaparecer entre las sombras del pasillo.
Leon sacó su tintero y dibujó una flecha en la pared para marcar el lugar donde había estado Ginny. Después, sin perder tiempo, decidió seguirla discretamente para averiguar qué estaba haciendo o adónde se dirigía.
Leon decidió seguir a Ginny, quien subió por las escaleras hacia el segundo piso. La joven caminó por un corredor solitario, con paredes cubiertas de retratos que parecían observarla en silencio. Ella avanzó hasta entrar en un baño. Leon esperó unos minutos, pero no ocurrió nada; el silencio era absoluto. A pesar de sus dudas, se acercó lentamente al baño y abrió la puerta solo un poco, mirando a través de la apertura.
Pero no vio nada. La habitación parecía vacía, sin rastro de Ginny. Confundido, pensó: ¿Dónde está? Estoy seguro de no haberla perdido de vista. Sin perder tiempo, entró al baño y empezó a inspeccionar cada rincón: miró dentro de los cubículos, revisó debajo del lavabo y entre las cortinas. Pero no encontró nada.
De repente, sintió un golpe fuerte en la espalda que lo hizo caer al suelo inconsciente. La oscuridad lo envolvió rápidamente.
Detrás de él, una figura invisible se hizo visible: era Ginny Weasley.
La joven le observaba con una sonrisa burlona en los labios mientras su cuerpo yacía allí, inconsciente.
—Así que tú eres la rata que me ha estado siguiendo —murmuró con desprecio—. El sangre sucia de Slytherin. Como me has estado siguiendo, te llevaré a conocer a un amigo muy especial.
Ginny caminó hasta el lavamanos y murmuró unas palabras en voz baja. De repente, el suelo del baño empezó a moverse y a vibrar suavemente. La pared detrás del lavabo se deslizó lentamente hacia un lado, revelando una entrada secreta oculta tras ella.
Con una varita en mano, Ginny apuntó hacia esa entrada y pronunció un hechizo. En ese instante, el cuerpo flotante de Leon comenzó a elevarse lentamente del suelo, como si estuviera siendo controlado por una fuerza invisible.
Sin dudarlo ni un momento, Ginny saltó hacia la entrada secreta y desapareció por ella, seguida por el cuerpo inconsciente de Leon que flotaba tras ella en un silencio inquietante.
Chapter 27: la cámara de los secretos
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Leon abrió los ojos lentamente, sintiendo un mareo intenso. Cuando pudo enfocar la vista, se dio cuenta de que ya no estaba en el baño. En su lugar, se encontraba en un lugar completamente diferente: una sala oscura y fría, dominada por una enorme estatua de un rostro esculpido en piedra, con rasgos severos y ominosos. A su lado, había una especie de piscina o estanque negro, cuyas aguas parecían reflejar la poca luz que entraba.
De repente, una voz resonó detrás de él.
—¿Ya despertaste? —dijo la voz con tono calmado pero amenazante.
Se volvió lentamente y vio a un joven estudiante con el uniforme de Slytherin, parado junto a Ginny Weasley. El joven tenía una expresión fría y segura.
—Por fin despertaste, sangre sucia —continuó—. He estado esperando mucho tiempo que abrieras los ojos.
Leon no dijo nada. En su mente, rápidamente evaluaba la situación: sus manos estaban atadas contra la espalda, y ese tipo tenía su varita en la túnica. Al reconocer cómo sobresalía la varita del bolsillo del joven, supo que debía ganar tiempo para idear un plan.
Con cautela, le preguntó:
—¿Quién eres? Nunca te he visto en la sala común.
El joven soltó una carcajada burlona.
—Jajaja… esa es tu última pregunta —dijo—. Concedo tu deseo. Me llamo Tom Riddle y además… —se detuvo al notar algo—…
Pero entonces, Ginny empezó a caer al suelo como si estuviera desmayándose. Antes de que pudiera tocar el piso, Tom la sujetó por el brazo y la llevó a una esquina cercana con cuidado.
Leon observó con atención y confirmó lo que sospechaba: ella debía ser cómplice de Tom. La joven parecía agotada; seguramente había usado toda su magia para llegar hasta allí.
Tom regresó con una sonrisa fría y dijo:
—¿En qué nos habíamos quedado?
Para sorpresa de Leon, este logró liberarse en ese instante. Las cuerdas que lo ataban cayeron al suelo rotas en pedazos;
Tom quedó sorprendido al ver esto.
—Parece que tienes mucha fuerza física —comentó con una sonrisa irónica—. Sin darte cuenta, parte de las cuerdas estaban congeladas en hielo.
Leon no respondió; simplemente adoptó una postura defensiva, preparado para atacar.
Tom se rió entre dientes.
—Jajaja… crees que yo seré quien peleé contigo. No pienso ensuciarme las manos contigo —dijo mientras miraba hacia la estatua—. Pero tengo un amigo así…
Luego miró a la estatua del rostro de Slytherin y murmuró en Parsel:
—Háblame, Slytherin…
Pero Leon fue más rápido. levantó su mano y grito “polvo de diamante”, este ataque lo habia practicado en su tiempo libre, este ataque lo aprendio de los dibujos que vio en navidad junto a anya.
Una ventisca helada avanzó rápidamente en dirección al joven mago; Tom esquivó por poco el ataque alejándose unos pasos, pero la ventisca siguió avanzando implacable.
Tom frunció el ceño furioso y gritó también en Parsel:
—¡Háblame, Slytherin! ¡El más grande de los Cuatro de Hogwarts!
Pero nada ocurrió. La estatua del rostro de Slytherin estaba congelada por varias capas gruesas de hielo que cubrían sus rasgos severos e imponentes.
Enfurecido, Tom gritó:
—¡Maldito sangre sucia!
Y justo cuando parecía que iba a lanzar un hechizo, Leon se acercó rápidamente con intención de golpearlo. Tom retrocedió instintivamente y levantó su varita creando un escudo protector justo a tiempo.
Pero Leon ajustó el ángulo de su ataque y desde su mano surgió un carambano de hielo afilado como cuchilla que perforó el pie de Tom. Este gritó de dolor mientras saltaba hacia atrás.
—¡Bombarda! —exclamó Tom lanzando un hechizo explosivo contra suelo para alejarlo aún más.
La explosión fue potente; ambos magos quedaron separados por la onda expansiva del hechizo mientras el humo llenaba el aire.
El humo empezó a disiparse lentamente, revelando una escena que helaba la sangre: Tom estaba allí, curando con cuidado la herida en su pierna, mientras miraba a Leon con odio y desprecio. La presencia de aquel mago oscuro era imponente, y su mirada transmitía una amenaza latente.
Tom, con una sonrisa siniestra, se volvió hacia Leon.
—Bien —dijo—. Acabaré personalmente contigo.
Leon le respondió con una sonrisa desafiante.
—Como si te tuviera miedo.
En ese momento, Tom movió su varita con rapidez y conjuró una bola de fuego que empezó a crecer rápidamente en tamaño. La lanzó hacia Leon, quien vio cómo esa bola de fuego tomaba forma de una serpiente gigante de llamas ardientes. La criatura rugió en el aire y avanzó directo hacia él.
—¡Polvo de diamante! —gritó Leon, invocando su hechizo mas poderoso.
Una ventisca de hielo surgió desde sus manos y chocó contra la serpiente de fuego. Los ataques se contrarrestaron en un estallido violento, formando una cortina densa de vapor que cubrió toda la sala. Pero justo cuando parecía que la batalla se estabilizaba, Leon sintió un punzazo agudo en su pierna derecha. Un grito de dolor escapó de sus labios.
Al mirar con horror, vio clavado en su pierna un cuchillo afilado. La hoja brillaba bajo la poca luz que entraba en la sala. Tom sonrió con diversión al verlo sufrir.
—Aguantando se quita el cuchillo y lo lanzas a un lado.
Antes de que pudiera reaccionar, Tom comenzó a lanzar una lluvia de hechizos dirigidos hacia él. Leon levantó las manos rápidamente y gritó:
—¡Escudo de hielo!
Un muro transparente se formó frente a él, pero los hechizos golpearon con fuerza y resquebrajaron el escudo en múltiples fragmentos antes de explotar en pedazos dispersos por el aire.
Leon aprovechó ese momento para lanzarse hacia un lado, esquivando los restos del ataque. Tom lo observaba con una sonrisa burlona.
—¿Qué pasó, sangre sucia? —preguntó— Solo sabes arrastrarte por el piso.
Leon apretó los dientes y respondió con rabia:
—¡No soy un sangre sucia! Tengo un nombre… ¡y es León!
Tom movió su varita lentamente, pero para sorpresa del joven mago, no lanzó ningún hechizo. En cambio, sus ojos brillaron con malicia mientras dos dagas aparecían flotando frente a él.
De repente, dos armas afiladas que emergieron del suelo. El dolor fue intenso; confundido León retrocedió rápidamente y miró horrorizado cómo una tercera daga caía al piso desde el aire.
Entonces lo entendió: esas dagas estaban sobre él todo el tiempo. Miró con odio a Tom.
—Parece que te diste cuenta —dijo Tom riendo—. En realidad invoqué cuatro dagas y las tenía sobre ti todo ese tiempo. Vas a sufrir mucho…
Con un movimiento rápido de su varita, Tom conjuró muchas más dagas que volaron hacia León como proyectiles afilados y peligrosos.
León no dudó: se arrancó las dagas clavadas en sus brazos y gritó:
—¡No eres el único!
En respuesta a su desafío, varias dagas hechas de hielo volaron al encuentro de las armas de Tom en un torbellino mortal.
Pero entonces, al verse superado en número y poder, León concentró toda su energía para crear una escalera mágica hecha de hielo cristalino que emergió del suelo ante él. Sin pensarlo dos veces, dio un gran salto hacia arriba para caer directamente sobre Tom.
Pero justo cuando parecía que iba a alcanzarlo, algo cambió: en sus brazos apareció un enorme mazo hecho completamente de hielo sólido que descendía rápidamente sobre su cabeza.
Tom interrumpió su hechizo justo a tiempo; transformándose en niebla negra espesa, escapó del golpe mortal dejando atrás solo fragmentos rotos del mazo helado que crujieron al romperse contra el suelo y agrietar el piso debajo suyo.
Tom observó sorprendido cómo el suelo se agrietaba bajo sus pies, la fisura se extendía rápidamente por toda la sala, dejando escapar fragmentos de hielo y piedra. Mientras tanto, Leon estaba visiblemente agotado, con la respiración entrecortada y las fuerzas al límite. Sus ojos reflejaban una mezcla de determinación y desesperación.
Con un movimiento preciso, Tom levantó su varita y conjuró agua desde alguna fuente oculta en la sala. La corriente se arremolinó en el aire y fue lanzada con fuerza hacia Leon, quien sin mucha energía intentó levantar un escudo protector. Pero el agua lo alcanzó con violencia, estrellándolo contra la pared con un golpe seco.
León cayó de rodillas, luchando por mantenerse en pie. La fatiga lo vencía, pero aún mantenía los ojos fijos en Tom, que se reía con desprecio.
—Así es como debes estar ante mi presencia, sangre sucia —dijo Tom con una sonrisa fría—. Pero esto termina ahora. Me divertí jugando contigo, pero ya es hora de acabar.
Tom apuntó su varita directamente a León y pronunció con voz firme:
—¡Avada Kedavra!
Un rayo verde brillante salió disparado hacia León, que no tenía fuerzas para resistir. La muerte parecía inevitable. En ese instante, su mente voló a recuerdos lejanos: la cara de Anya cuando logró dominar el polvo de diamante; ella le había mostrado un dibujo animado que le hacía hacer una pose vergonzosa… y en ese momento sintió una punzada profunda en su corazón.
—¡No puedo abandonarla! —gritó en silencio—.
Y sin pensarlo dos veces, lanzó algo hacia el hechizo mortal para bloquearlo.
Chapter 28: Heredero capturado
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Tom gritó desesperado:
—¡Noooooooo!
Reconociendo lo que Leon había arrojado en ese instante crucial, sus ojos se abrieron de par en par: era su diario personal.
El hechizo de muerte impactó contra esa protección improvisada: una maldición asesina que parecía absorberse en las páginas del diario. Desde él empezó a salir una sustancia negra viscosa que se expandió rápidamente por el suelo y las paredes cercanas. La sustancia parecía viva, retorciéndose y formando formas extrañas mientras se desvanecía en la nada.
Mientras tanto, la figura de Tom comenzó a agrietarse desde dentro hacia afuera; su cuerpo empezó a fragmentarse en partículas brillantes de luz que flotaron lentamente hacia arriba como si fueran cenizas mágicas. La explosión luminosa llenó toda la sala en un destello cegador antes de desaparecer por completo.
El silencio quedó instalado tras aquella batalla épica. Solo quedó el eco lejano del crujido del suelo agrietado y las partículas de luz dispersándose lentamente en el aire.
Los gritos de alegría de Leon resonaban en la sala, llenando el aire con un alivio desesperado.
—¡Me salve! ¡Me salve! —exclamaba entre risas nerviosas, con una mezcla de euforia y agotamiento.
Pero sus festejos fueron interrumpidos por unos sonidos que llamaron su atención: eran llantos, suaves pero desesperados. Giró la cabeza y vio a Ginny Weasley, que corría hacia él con expresión angustiada y ojos llenos de lágrimas.
—¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar? —preguntó ella con voz temblorosa, mientras se acercaba rápidamente.
Leon, aún tambaleándose por el esfuerzo y las heridas, empezó a caminar hacia ella sin decir palabra. Pero justo cuando parecía que iba a llegar hasta su lado, perdió el equilibrio y se tambaleó peligrosamente. Ginny intentó sujetarlo para evitar que cayera, pero Leon reaccionó con rapidez y, en un movimiento brusco, le golpeó con fuerza en la nuca.
Ginny cayó al suelo inconsciente, quedando tendida allí mientras preguntaba débilmente:
—¿Por qué…?
Leon se quedó allí unos segundos, mirándola con una expresión fría y dura. Sus ojos brillaban con una mezcla de rabia y determinación.
—No me he olvidado de ti, heredera de Slytherin —susurró con voz ronca—. Tú eras parte de esto también.
Luego, sin fuerzas para mantenerse en pie, Leon cayó al suelo. Su cuerpo se desplomó pesadamente sobre el suelo frío. La escena era dantesca: el suelo empezó a teñirse lentamente de rojo oscuro, como si la sangre brotara desde sus heridas abiertas o desde alguna herida invisible que no podía cerrar del todo.
Jajaja —se rio Leon entre dientes—. Parece que cerrar las heridas con hielo no dura demasiado…
Y así, también él quedó inconsciente en medio del caos y la sangre que empezaba a cubrir el suelo.
Todo el hielo en la cámara secreta se disolvió.
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Una hora antes, Penélope Clearwater corría sin detenerse por los pasillos de Hogwarts, su respiración agitada y el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Los cuadros, sorprendidos por su apresurada carrera, la miraban con expresiones de confusión y preocupación. Incluso Peeves, flotando cerca del techo, la observaba con una sonrisa burlona y un silbido travieso.
Finalmente, llegó a la sala de profesores y abrió la puerta de golpe, haciendo que todos los presentes se giraran hacia ella. La profesora McGonagall, que estaba revisando unos papeles en su escritorio, frunció el ceño y le dirigió una mirada severa.
—¿Qué modales son estos, señorita Clearwater? —reprochó con tono firme—. Esta es la sala de profesores.
A su lado estaban el profesor Snape, con su expresión habitual de desdén, y la profesora Sprout, que parecía algo sorprendida por la entrada abrupta de Penélope.
Penélope recuperó el aliento y se enderezó ligeramente, intentando controlar su respiración acelerada. Con determinación en los ojos, dijo:
—¡He descubierto quién es el heredero! ¡Es Ginny Weasley!
Un silencio tenso llenó la sala mientras todos procesaban sus palabras. La revelación parecía tener un peso enorme en aquel momento. McGonagall levantó una ceja, claramente sorprendida.
—¿Ginny Weasley? —preguntó lentamente—. ¿Y cómo llegaste a esa conclusión?
Es verdad, profesora —confirmó Penélope con urgencia—. Ginny es la heredera. Leon y yo la vimos escribir un mensaje en la pared. ¡Debemos atraparla rápido! Ahora mismo, Leon la está vigilando.
Estas palabras hicieron que los tres profesores se levantaran de inmediato. La profesora McGonagall frunció el ceño, claramente preocupada.
—¿Por qué dices que la señorita Weasley es la heredera? —preguntó con tono serio—. Sabes que es de Gryffindor, no de Slytherin.
La profesora Sprout asintió en silencio, compartiendo la misma duda.
Penélope respiró hondo y respondió con convicción:
—Los Weasley también son sangre pura. ¿Por qué no podrían ser herederos de Slytherin? Además, al estar en Gryffindor, esa es su mejor coartada.
McGonagall quedó con la boca abierta, incapaz de cerrar su asombro ante aquella revelación tan inesperada.
Sin perder tiempo, corrieron hacia el lugar donde Penélope había visto el mensaje en la pared. Pero al llegar allí, su corazón se hundió: Leon no estaba. La joven estaba aterrorizada por lo que podía haberle pasado.
La profesora McGonagall y la profesora Sprout miraron el mensaje en la pared con preocupación profunda. La tensión crecía en el aire.
De repente, Snape llamó la atención de todos con una voz grave:
—Aquí hay una flecha —dijo señalando una línea dibujada en la pared que apuntaba hacia otra dirección.
Penélope, con esperanza renovada, exclamó:
—Debe ser Leon. ¡Debemos seguirla!
Y sin dudarlo más, los cuatro comenzaron a correr tras las flechas, atravesando pasillos y escaleras hasta llegar al baño de Myrtle la Llorona. Pero allí no estaba Leon; solo silencio y un aire pesado de inquietud.
Los profesores comenzaron a explorar el baño. Snape se agachó para examinar si encontraba alguna señal o pista adicional. De repente, algo llamó su atención: en una tubería del lavabo había grabada una serpiente entrelazada.
El profesor se levantó lentamente y abrió el grifo del lavabo… pero no salió agua alguna. En ese momento, lo comprendió: aquello era una pista, un símbolo oculto.
Con expresión seria, Snape volvió a mirar a los demás y dijo:
—Señorita Clearwater, vaya a traer al profesor Flitwick. Necesitamos su ayuda —ordenó con autoridad—.
Penélope asintió rápidamente y respondió:
—¡Lo haré, profesor! —y salió corriendo del baño para cumplir con la orden.
Mientras ella desaparecía por el pasillo, los otros permanecieron allí unos instantes más, evaluando lo que aquel símbolo podía significar y preparándose para lo que vendría a continuación.
Snape frunció el ceño y ordenó con voz firme:
—Minerva, llama a Dumbledore.
La profesora McGonagall asintió sin dudar y sacó su varita. En ese momento, en el baño apareció una figura plateada con forma de gato, que flotó lentamente sobre el suelo. La gata se acercó a McGonagall, quien le susurró unas palabras en un tono suave y urgente. La criatura maulló una última vez y desapareció atravesando las paredes del baño, dejando un rastro de brillo plateado.
Severus lanzó varios hechizos para revelar la entrada secreta: "Alohomora", "Aparecium", "Desilusión"… pero nada funcionaba. La puerta permanecía cerrada e impenetrable.
La profesora Sprout frunció el ceño y dijo:
—Tal vez, Severus, necesitamos una contraseña.
Snape, con una sonrisa irónica, replicó:
—¿Y cuál crees que sería?
Sprout sabía que era casi imposible averiguar la contraseña secreta sin más pistas. La tensión aumentaba en el ambiente.
—¡Todos aléjense! —ordenó Snape de repente—.
Las dos profesoras retrocedieron unos pasos mientras él levantaba su varita y gritaba:
—Bombarda!
Un estallido ensordecedor llenó el baño. Los lavabos y las paredes de azulejos cayeron en pedazos, esparciendo fragmentos por todas partes. Myrtle, que regresaba de su paseo por los pasillos, se quedó sorprendida ante la escena caótica.
—¡No destruyan mi baño! —gritó con desesperación—. ¡Eso es mío!
Pero los profesores la ignoraron por completo. Con un esfuerzo coordinado, Snape ordenó:
—¡Ayúdenme a despejar esto!
Y entonces, todos lanzaron hechizos de Bombarda más potentes. El lugar quedó completamente destruido; los restos de los lavabos revelaron un agujero profundo en el suelo, oscuro y misterioso.
Snape tomó la iniciativa como líder:
—Vamos —dijo con determinación—. ¡Adelante!
Saltaron al agujero uno tras otro; las profesoras usaron sus varitas para descender suavemente al suelo desde lo alto. Al mirar a su alrededor, descubrieron huesos dispersos por el suelo y una larga piel de serpiente enrollada entre los restos.
A pesar del horror que les producía aquella escena macabra, sabían que no podían detenerse ahora. Debían rescatar a Ginny Weasley y a Wool
Con paso decidido, avanzaron en la oscuridad hacia lo desconocido.
Chapter 29: El regreso de Dumbledore
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Los tres profesores irrumpieron en la sala con las varitas en alto, preparados para enfrentarse a cualquier amenaza. Sin embargo, no había ningún enemigo a la vista.
—¡Miren allí! —gritó la profesora Sprout, señalando con el brazo extendido.
Sus ojos se fijaron en dos figuras tendidas en el suelo: Weasley y Wool.
Los tres se lanzaron hacia ellos. La profesora McGonagall se arrodilló junto a Ginny, mientras que la profesora Sprout se inclinó sobre León.
McGonagall palpó el pulso de la joven pelirroja, y un suspiro de alivio escapó de sus labios.
—Solo está inconsciente —informó con voz firme.
En cambio, el rostro de Sprout se tensó al examinar a Wool.
—Tiene muchos cortes… está perdiendo demasiada sangre —dijo, su tono cargado de preocupación—. Debemos llevarlos con Poppy de inmediato.
Se dispuso a levantarlo, pero la voz grave de Severus Snape la detuvo.
—No. Si lo movemos ahora sin cerrar sus heridas, se desangrará antes de llegar a la enfermería… y no creo que tengamos mucho tiempo.
Las dos profesoras intercambiaron miradas y asintieron. El piso, cubierto de charcos oscuros, hablaba por sí solo: cada segundo contaba.
Snape se arrodilló junto a Wool, moviendo con brusquedad el borde de su túnica para tener acceso a las heridas.
—Aparte sus manos, Sprout —ordenó con frialdad.
Sacó un frasco de cristal oscuro de su túnica y lo destapó con un giro seco. Un olor fuerte a hierbas amargas y metal se esparció por el aire.
—Esto no será agradable —murmuró, más para sí que para los demás.
Vertió el líquido espeso sobre los cortes. León se estremeció incluso inconsciente, y una fina capa de vapor se elevó cuando la sustancia entró en contacto con la piel. La sangre dejó de fluir de inmediato, y las heridas comenzaron a cerrarse, dejando líneas rosadas como cicatrices recientes.
—Esto solo es un parche —dijo Snape, guardando el frasco—. Si no recibe atención de Pomfrey en los próximos minutos, podría… —calló, lanzando una mirada que no necesitaba más explicación.
McGonagall conjuró una camilla mágica bajo Ginny, mientras Sprout y Snape hacían lo mismo con León.
—Vamos —dijo la subdirectora con voz firme—.
Las camillas flotaron hacia la salida, moviéndose con rapidez por los pasillos desiertos del castillo. El sonido hueco de las botas de los profesores resonaba como un reloj marcando los segundos que les quedaban.
La puerta de la enfermería se abrió de golpe, y la enfermera Poppy Pomfrey salió corriendo hacia ellos.
—¡Entren rápido!
Poppy Pomfrey se inclinó sobre León, su varita describiendo círculos rápidos en el aire mientras murmuraba una serie de hechizos diagnósticos. Un suave resplandor verde recorrió el cuerpo del muchacho, revelando los daños ocultos.
Los tres profesores permanecieron en silencio, observando con atención. El rostro de la enfermera se endureció al ver los resultados.
—Agotamiento mágico severo… múltiples cortes profundos… y una pérdida de sangre considerable —dictaminó con voz grave.
Snape dio un paso adelante.
—¿Qué necesitas?
—Analgésicos, poción Evanescente para cerrar las heridas y dos frascos de poción reponedora de sangre —respondió Poppy, sin dejar de trabajar.
Snape giró sobre sus talones, cruzó la enfermería y abrió el armario de pociones con un golpe de varita. Sacó tres frascos de vidrio, cada uno etiquetado con pulcritud, y los entregó sin una palabra.
Pomfrey comenzó a administrarlas con rapidez: primero la poción para el dolor, luego el líquido plateado de la Evanescente, que selló las heridas como si nunca hubieran existido. Por último, la poción roja, que devolvió algo de color al rostro pálido de León.
En ese momento, un retrato en la pared —el del antiguo director Dylis Derwent— habló con voz clara:
—Dumbledore ha regresado. Se encuentra en su oficina.
Snape se enderezó de inmediato, dispuesto a marcharse, pero McGonagall le bloqueó el paso con un gesto.
—Quédate, Severus. Es tu estudiante. Yo hablaré con Albus y le explicaré todo.
La subdirectora tomó el diario encontrado en la Cámara Secreta, lo guardó bajo el brazo y salió de la enfermería sin decir más.
La profesora Sprout se levantó también.
—Debo regresar. Las mandrágoras están listas para cosechar.
Snape asintió sin mirarla.
—Después pasaré a recogerlas.
Sprout se retiró, dejando la estancia en un silencio pesado, roto únicamente por el suave murmullo de Pomfrey mientras revisaba las constantes de León. Snape se quedó de pie, observando al joven inconsciente con un brillo indescifrable en los ojos.
De pronto, el cuerpo de León se arqueó violentamente.
—¡Está convulsionando! —exclamó Poppy, lanzándose a su lado.
Su varita trazó varios hechizos diagnósticos sobre el muchacho. La luz verde titiló de forma irregular y el ceño de la enfermera se frunció con alarma.
—Severus… la poción reponedora de sangre no está haciendo efecto.
Snape, que hasta entonces se mantenía inmóvil, giró la cabeza bruscamente hacia ella.
—Eso es imposible… a menos que no tenga suficiente sangre para que la poción funcione.
El silencio cayó como un peso de plomo. Poppy comprendió lo que eso significaba: sin intervención inmediata, el chico moriría.
—Hagamos una transfusión de sangre —dijo Snape con frialdad.
—Pero no sabemos su tipo… y tendríamos que con… —Poppy no alcanzó a terminar.
Snape ya había conjurado un hechizo sobre el pecho de León; un halo dorado apareció, mostrando el tipo de sangre en letras flotantes. Sin perder tiempo, se remangó la túnica y sostuvo el brazo con firmeza.
—yo le donare sangre.
Poppy se sobresaltó.
—¿tu…?
—No hay tiempo para buscar a nadie más —replicó Snape, con un tono que no admitía discusión.
La enfermera, recuperada del impacto, corrió a preparar el equipo para la transfusión. Minutos después, la magia y la medicina trabajaban juntas: el color volvía lentamente al rostro de León, y su respiración se hacía más estable.
—Está fuera de peligro —dijo Poppy, dejando escapar el aire que no sabía que contenía.
Mientras tanto, en la oficina del director, Minerva McGonagall narraba lo ocurrido: cómo habían descubierto al heredero de Slytherin, lo que hallaron en la Cámara Secreta y el estado en el que encontraron a Ginny Weasley y León Wool.
Albus Dumbledore escuchaba en silencio, pero su mirada estaba fija en el libro que Minerva sostenía: un tomo negro, desgastado, que parecía absorber la luz de la sala. El director podía sentirlo… había rastros de magia oscura en sus páginas.
Antes de que pudiera hablar, la voz grave de un retrato antiguo rompió el momento. Armando Dippet, exdirector de Hogwarts, se inclinó hacia delante en su marco.
—Albus, afuera esperan dos estudiantes de Gryffindor. Quieren hablar contigo.
Otro cuadro, el de un anciano de barba corta y mirada pícara, intervino:
—Parece que un chismoso corrió la voz de tu regreso.
Dumbledore suspiró y dejó el libro sobre el escritorio.
—Que pasen.
Harry y Ron entraron a la oficina, pero al ver a la profesora McGonagall bajaron la mirada, avergonzados. Sabían que se habían escapado de la sala común sin permiso.
Aun así, Dumbledore les hizo un gesto invitándolos a hablar.
—Adelante, muchachos.
Ellos no dudaron en contar lo que habían averiguado, incluyendo la pista que les había dejado Hermione: el monstruo de la Cámara Secreta era un basilisco. Explicaron cómo habían confirmado sus sospechas, cómo Harry podía escuchar su voz recorriendo las paredes, lo que significaba que se movía por las tuberías… y cómo vieron a las arañas abandonar el castillo.
Dumbledore asintió con aprobación.
—Bien hecho.
Pero su mirada se endureció levemente.
—Aunque debo llamarles la atención por salir sin permiso. Debieron avisar a la profesora McGonagall o a un prefecto.
El tono era serio, pero Harry comprendió que aquella reprimenda era más una formalidad que un verdadero castigo.
Luego, el director se volvió hacia Minerva.
—Profesora, acompañe al señor Weasley a visitar a su hermana. Está en la enfermería.
—Por supuesto —respondió McGonagall, y llevó a Ron fuera de la oficina.
Ahora, Dumbledore y Harry quedaron solos. El director tomó el libro que reposaba sobre su escritorio.
—Harry… creo que sabes qué es esto —dijo, levantándolo.
—Sí, profesor. Es el diario de Tom Ryddle. Desapareció de mi habitación —respondió Harry.
Chapter 30: Fin de año escolar
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Dumbledore sonrió levemente.
—No es un diario común, ¿verdad?
—No, profesor. Me respondía como si estuviera vivo… y me mostró que el monstruo de Slytherin era Aragog. Creo que Tom se equivocó al culpar a Hagrid.
El director negó lentamente.
—No, Harry. Tom no se equivocó al culpar a Hagrid.
Harry abrió la boca, sorprendido.
—Pero… ¿cómo?
—Este diario es un artefacto mágico que pertenece a Voldemort —explicó Dumbledore con calma—. Antes de llamarse así, su verdadero nombre era Tom Ryddle. Él era el heredero de Slytherin.
Harry parpadeó incrédulo.
—Hace cincuenta años tenía mis sospechas, pero no contaba con pruebas. Ahora, con este diario, todas quedan confirmadas. Parece que controló a la señorita Weasley para atacar a los estudiantes… pero afortunadamente fue rescatada por los profesores.
En ese momento, la puerta de la oficina se abrió. Lucius Malfoy entró, seguido de cerca por un elfo doméstico.
Harry se incorporó de golpe al reconocerlo.
—¡Dobby! ¿Sirves a los Malfoy?
El elfo no respondió, bajando la cabeza. Lucius, como si Harry no existiera, se dirigió directamente a Dumbledore.
—¡Vaya! —dijo Malfoy, con sus fríos ojos fijos en el director—. Ha vuelto. El consejo escolar lo suspendió de sus funciones, pero usted ha considerado conveniente regresar.
Dumbledore sonrió con serenidad.
—Verá, Lucius, he recibido una petición de los otros once miembros del consejo para que regresara. Además, la profesora McGonagall me informó que un par de alumnos había desaparecido… así que mi presencia era necesaria.
—¿Así que… ha puesto fin a los ataques? —preguntó Malfoy con aire despectivo—. ¿Ha encontrado al culpable?
—Lo hemos encontrado —contestó Dumbledore con una leve sonrisa.
—¿Y bien? —insistió Lucius bruscamente—. ¿Quién es?
—El mismo que la última vez, Lucius —respondió Dumbledore con calma—. Pero esta vez Lord Voldemort actuaba a través de otra persona, por medio de este diario.
Levantó el cuaderno negro, agujereado en el centro, y lo sostuvo a la altura de la vista, observando a Malfoy con atención.
Harry, en cambio, no apartaba los ojos de Dobby. El elfo parecía comportarse de manera extraña: miraba fijamente a Harry, señalaba el diario y luego al señor Malfoy, para acto seguido golpearse la cabeza con sus propias manos.
—Ya veo… —dijo Malfoy lentamente.
—Un plan… inteligente —comentó Dumbledore, con voz desapasionada, sin dejar de mirar a Lucius a los ojos—. Gracias al trabajo conjunto de los profesores, rescatamos a los dos estudiantes de la Cámara de los Secretos y, curiosamente, encontramos este diario. Con el testimonio de Harry, sé que este objeto tiene voluntad propia y es capaz de controlar a las personas. Esto demuestra la inocencia de la señorita Weasley, quien ahora se recupera en la enfermería junto al señor Wool. Ha sido un esfuerzo conjunto entre profesores y estudiantes… ¿no cree, Lucius?
Lucius frunció el ceño.
—¡Nos vamos, Dobby! —gruñó.
Abrió la puerta con violencia y, cuando el elfo se acercó, le dio una patada que lo lanzó por el pasillo. Un grito de dolor resonó en la distancia.
Harry reflexionó un instante y una idea se formó en su mente.
—Profesor Dumbledore, ¿puedo devolverle el diario al señor Malfoy?
—Por supuesto, Harry —respondió el director con calma—. Pero date prisa, recuerda que el banquete te espera.
Harry tomó el diario y salió del despacho a toda prisa.
En la enfermería, León abrió lentamente los ojos. A su lado, sentado en una silla, estaba el profesor Snape, con su habitual expresión imperturbable.
—Wool —dijo con voz grave—, ¿qué ocurrió después de que te separaras de la señorita Clearwater?
León respiró hondo y comenzó a narrar: cómo había seguido a Weasley hasta el baño del segundo piso, pero fue atacado por la espalda y perdió el conocimiento, despertando ya en la Cámara Secreta. Contó cómo Weasley y su extraño libro invocaron a un mago de Slytherin, y cómo había luchado contra él.
Mientras hablaba, Snape lo observaba con intensidad. León sintió la presión de aquella mirada y, al bajar los ojos, interrumpió la legilimencia que intentaba penetrar en su mente.
—Pero, profesor… —continuó León, con frustración en la voz—, perdí. No pude derrotar a Tom. Era demasiado fuerte.
Apretó los puños.
—Solo me salvé porque tomé ese libro mágico como escudo, y Tom lo destruyó por accidente.
Snape no apartó la mirada.
—No serás débil siempre, Wool. Estudia. Mejora. Y verás lo fuerte que puedes llegar a ser.
León estuvo a punto de reír por lo extraño que sonaba aquel intento de consuelo viniendo de Snape, pero se contuvo.
El profesor se levantó.
—Debo terminar la cura para los alumnos petrificados.
Las puertas de la enfermería se abrieron y una figura pequeña y decidida entró corriendo: Astoria Greengrass. Sin pensarlo, fue directa hacia él.
—¡Qué bueno que estás bien! —exclamó—. Todo el colegio sabe ahora que Weasley era la heredera de Slytherin.
León la miró, todavía algo aturdido por todo lo que había pasado.
—¿En serio… todos lo saben? —preguntó con voz baja.
Astoria asintió, sentándose en el borde de la cama.
—Sí. Desde que te trajeron aquí, no se habla de otra cosa. Todos dicen que fuiste tú quien ayudó a detenerla.
León suspiró y apartó la mirada hacia la ventana.
—No fue así. No pude detener a Tom… solo tuve suerte.
Astoria frunció el ceño.
—¿Suerte? ¿Llamas suerte a meterte en la Cámara Secreta y salir vivo? León, enfrentaste algo que ninguno de nosotros podría imaginar. Eso no es suerte… eso es valentía.
Él no respondió de inmediato. Apretó las sábanas con las manos, recordando el rostro frío y seguro de Ryddle, y el miedo que sintió al darse cuenta de que estaba a punto de morir.
—Aun así… fui demasiado débil.
Astoria lo observó en silencio por un momento y luego sonrió con suavidad.
—Entonces tendrás que hacerte fuerte. Y yo voy a ayudarte.
León la miró sorprendido.
—¿Tú?
—Claro —respondió ella con determinación—. No pienso dejar que el chico que derrotó a la heredera de Slytherin ande por ahí sintiéndose menos de lo que es.
Por primera vez desde que despertó, León dejó escapar una risa breve, casi tímida.
—Gracias, Astoria.
Ella se levantó.
—Descansa. Cuando salgas de aquí, tenemos mucho trabajo que hacer.
León la vio alejarse, y aunque todavía sentía el peso de la derrota, algo en sus palabras encendió una chispa dentro de él. Quizá… no todo estaba perdido.
Esa noche, el Gran Comedor estaba lleno hasta el último asiento. Las velas flotaban en lo alto, iluminando con su cálida luz las largas mesas repletas de estudiantes que murmuraban expectantes.
En el estrado, Dumbledore se puso de pie, su mirada recorriendo a todos los presentes antes de hablar.
—Estimados alumnos, esta noche quiero relatar lo sucedido… y disipar cualquier duda.
El murmullo se apagó por completo.
—El culpable de los recientes ataques —continuó— no fue un estudiante por voluntad propia, sino un artefacto oscuro dejado por Lord Voldemort. Ese objeto controló a la señorita Ginny Weasley, obligándola a actuar contra su voluntad.
Un silencio inquieto recorrió la sala.
—Gracias a la ayuda de León Wool y Penélope Clearwater, junto con la intervención de varios profesores, logramos rescatarla —prosiguió Dumbledore—.
Luego, su voz adquirió un matiz más serio.
—En cuanto al monstruo de la Cámara Secreta… gracias a las pistas de los estudiantes que fueron petrificados, descubrimos que se trataba de un basilisco.
Un murmullo nervioso estalló en el salón, acompañado de miradas asustadas.
—Pero no se preocupen —añadió el director, con una sonrisa tranquilizadora—. La criatura ya no representa una amenaza. Algunos de ustedes incluso han deducido su debilidad.
Nadie respondió, aunque Hermione, Ron y Harry se miraron con complicidad.
De repente, una voz infantil rompió el silencio:
—¡El canto del gallo! —exclamó Astoria Greengrass desde la mesa de Slytherin.
—Correcto, señorita Greengrass. Veinte puntos para Slytherin —dijo Dumbledore, sonriendo abiertamente.
Un aplauso se escuchó en la mesa verde.
—Y, como celebración por haber superado este peligro… —continuó el director con un brillo travieso en los ojos—, declaro que los exámenes de fin de curso quedan… cancelados.
La respuesta fue inmediata: gritos, risas y vítores resonaron en todo el salón. Incluso los profesores intercambiaron sonrisas discretas.
—En cuanto a la Copa de las Casas… —añadió Dumbledore—, creo que ya tenemos un ganador… aunque algunos lo considerarán discutible.
Todas las miradas se giraron hacia el gran reloj de arena de puntos. Slytherin encabezaba la tabla.
Pero nadie celebro todavía, porque recordaban todavía los puntos que repartio Dumbledore a Gryffindor.
Pero Dumbledore no dijo nada solo movio su mano y el gran comedor quedo decorado con el estandarte de slytherin.
Los minutos pasaron, pero Dumbledore ya no hablo entonces lo comprendieron Slytherin gano.
La mesa de Slytherin estalló en vítores y aplausos.
Chapter 31: Revelaciones
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En la enfermería, Madame Pomfrey terminaba de limpiar el equipo de transfusión de sangre. Nunca imaginó que tendría que usarlo en Hogwarts.
Al mover el recipiente que contenía la sangre de Severus Snape, un destello dorado iluminó el cristal. La enfermera frunció el ceño y retrocedió un paso; el resplandor desapareció. Intrigada, volvió a acercarse… y la luz reapareció.
Su mirada se deslizó hacia la mesa, donde yacían unas vendas manchadas de sangre. No eran de Snape, sino de León Wool.
—Accio —susurró, levantando su varita.
La venda voló hasta sus manos. Cuando estuvo lo bastante cerca del recipiente, el resplandor dorado volvió a intensificarse.
Poppy Pomfrey se quedó pensativa. Algo no encajaba. Caminó rápidamente hacia una estantería y sacó un libro grueso de tapas marrones, pasando las páginas hasta dar con una fórmula concreta. Preparó una poción siguiendo las instrucciones y, con manos firmes, arrojó a su interior la venda y unas gotas de la sangre de Snape.
La mezcla comenzó a agitarse sola, girando en remolinos cada vez más rápidos. Un brillo dorado inundó el caldero, tan intenso que tuvo que entrecerrar los ojos. Después, de forma abrupta, la luz se apagó, dejando la poción completamente inerte.
Pomfrey se quedó inmóvil. Sabía lo que aquello significaba. Era algo importante… demasiado importante. Pero, ¿cómo decirlo?
Al día siguiente, el castillo estaba lleno de risas y pasos apresurados. Los estudiantes se despedían y subían al Expreso de Hogwarts, ansiosos por volver a casa para las vacaciones de verano.
En uno de los compartimentos, León y Astoria charlaban animadamente sobre sus planes para las vacaciones.
La puerta se abrió y Penélope Clearwater asomó la cabeza.
—Hola… ¿puedo pasar? —preguntó con una sonrisa tímida.
—Claro, Penélope, no nos importa —respondió León.
Astoria ladeó la cabeza, curiosa.
—¿Ustedes se conocen?
—Sí —contestó Penélope, sentándose—. Conocí a León cuando creí que él era el heredero de Slytherin. Pero luego, descubrimos que Ginny era quien dejaba los mensajes en las paredes.
León la observó con atención.
—¿Te estás ocultando de alguien, Penélope?
Astoria lo miró sorprendida por la pregunta.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Penélope, frunciendo el ceño.
—Es simple —respondió León—. Desde que entraste, has mirado por la ventana cada 5 segundos. Además, que vinieras a buscarnos es raro; la mayoría de personas viajan con sus amigos.
Penélope soltó un suspiro y sonrió con resignación.
—Eres muy listo, León. Deberías haber estado en Ravenclaw.
—Lo dudo —replicó él, esbozando una sonrisa—. El Sombrero me asignó mi casa en menos de un segundo.
Astoria no se contuvo.
—¿Por qué te escondes, entonces?
Penélope sonrió de nuevo, esta vez con un toque de diversión.
—Terminé con mi novio. No quiero saber nada de él… ni de su familia.
León decidió no presionar más. Astoria, en cambio, no pudo contener su curiosidad y empezó a preguntarle por su relación.
—No hubo mucho —respondió Penélope encogiéndose de hombros—. Lo máximo fue tomarnos de la mano. Luego… bueno, pasó todo lo del heredero de Slytherin.
Astoria asintió, algo decepcionada, y el tren siguió su curso, meciendo suavemente el compartimento mientras la conversación derivaba hacia otros temas.
Mientras tanto, en Hogwarts, Harry se encontraba en la oficina de Dumbledore.
—Me disculpo por pedirte que no subas al tren, Harry —dijo el director con voz serena—, pero necesito tu ayuda para algo.
—Claro, profesor. Puede contar conmigo —respondió Harry sin dudar.
—Te lo agradezco, Harry. Y no te preocupes, Hagrid se encargará de llevarte a Privet Drive.
Harry asintió, imaginando por un momento las caras de su tía Petunia y su tío Vernon al ver llegar a Hagrid.
Ambos abandonaron la oficina y caminaron por los pasillos hasta llegar al segundo piso. Harry reconoció de inmediato el lugar: el baño de Myrtle la Llorona.
—Harry, sostén esto —dijo Dumbledore, entregándole un objeto.
Harry lo tomó y abrió los ojos con asombro: era el Sombrero Seleccionador.
—¿Qué vamos a hacer, profesor?
—Es hora de cazar un basilisco, Harry —respondió el director con una media sonrisa. Luego, alzó la voz—: Fawkes.
Una esfera de fuego apareció sobre ellos, y al desvanecerse las llamas reveló al majestuoso fénix de Dumbledore.
—Sujétate de mí —indicó el director.
Harry se aferró a su brazo, y Fawkes, extendiendo sus alas, los tomó por los hombros y los elevó. En un instante, descendieron a través de la abertura hacia la Cámara Secreta, listos para enfrentarse a la monstruosa criatura.
En otro lugar del castillo, en el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, Minerva McGonagall estaba furiosa.
—¡Ha escapado! —exclamó, refiriéndose a Gilderoy Lockhart.
Snape, con un tono cargado de burla, replicó:
—Debimos arrestarlo desde el primer día. Pero se decidió confiar en el juicio de Dumbledore… y ahora todo el mundo sabe que nuestro profesor de Defensa contra las Artes Oscuras es un estafador y un fraude. Excelente publicidad para la escuela, ¿no cree, Minerva?
La subdirectora no respondió; sus labios permanecían apretados por la rabia.
Snape dio media vuelta y se dirigió a su oficina. Apenas había llegado cuando llamaron a la puerta.
—Adelante —dijo.
Entró Madame Pomfrey, con el rostro serio.
—Severus… sé que esto es difícil de decir, pero… León Wool es tu hijo.
Snape frunció el ceño.
—¿De qué estás hablando? Debes de estar confundida.
—No lo estoy —negó ella con firmeza—. He preparado la poción de linaje tres veces, y el resultado siempre fue el mismo: León Wool es tu hijo.
Snape se quedó inmóvil. Por primera vez en mucho tiempo, su rostro no mostraba control ni frialdad… sino puro desconcierto.
La puerta se cerró suavemente tras la salida de Madame Pomfrey, dejando a Snape solo en su despacho.
Por un instante, no se movió. Permaneció de pie junto a su escritorio, mirando un punto vacío en la pared, como si su mente se hubiera quedado atrapada en las palabras que acababa de escuchar.
"León Wool es tu hijo."
Snape inspiró hondo, pero el aire le supo amargo. Se dejó caer en la silla, apoyando los codos sobre la mesa y llevándose una mano a la frente. Su mente repasaba cada interacción que había tenido con el chico: las miradas de desafío, los comentarios agudos, la forma en que reaccionaba bajo presión… y esa extraña sensación de familiaridad que nunca había querido analizar.
Recordó un día, semanas atrás, en el que León había hecho un gesto con la varita casi idéntico al que él solía usar en sus primeros años como estudiante. Snape lo había pasado por alto en ese momento, atribuyéndolo a mera coincidencia. Ahora, no estaba tan seguro.
"¿Cómo es posible? ¿Por qué nadie me lo dijo antes?"
Las preguntas se acumulaban, pero ninguna respuesta llegaba. Si Pomfrey había usado la poción de linaje tres veces, no había error posible. Y eso significaba que en algún momento de su pasado, antes de que todo se volviera… irreversible, había dejado algo —alguien— en el mundo que ahora lo miraba como a un profesor severo, y no como a un padre.
Un sentimiento incómodo se removió en su interior. No era cariño, no todavía, pero sí una mezcla de protección y una rabia silenciosa hacia quien fuera que había criado al muchacho sin decirle la verdad.
Snape se recostó en la silla y cerró los ojos. Sabía que, tarde o temprano, tendría que decidir: mantener el secreto… o decírselo a León. Y cualquiera de las dos opciones cambiaría su vida para siempre.
Chapter 32: Respuestas
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Snape salió de su oficina con paso rápido, el eco de sus botas resonando en las paredes de piedra. Necesitaba respuestas… y sabía exactamente dónde encontrarlas.
La oficina de la subdirectora estaba iluminada por la luz de varias lámparas flotantes. Minerva McGonagall, sentada tras su escritorio, levantó la vista al verlo entrar.
—¿Qué puedo hacer por ti, Severus?
—Necesito revisar la documentación de los estudiantes de primer año de Slytherin —respondió sin rodeos.
Minerva arqueó una ceja, pero no vio nada inusual en la solicitud. Con un leve movimiento de varita, un gabinete metálico se abrió y varias carpetas comenzaron a flotar hacia afuera.
—Ahí tienes.
Snape las tomó y comenzó a revisarlas meticulosamente, una tras otra. Los nombres, las direcciones, las procedencias… hasta que se detuvo.
León Wool.
Sus ojos recorrieron la hoja: Educación primaria: Colegio Eton. Y, en la parte inferior, claramente escrito: “Orfanato Wool”.
La comprensión lo golpeó de golpe. No era un apellido heredado… era el nombre del lugar donde había crecido. Su hijo no tenía apellido propio.
Cerró la carpeta con un chasquido seco y la devolvió al montón.
—Gracias, Minerva.
Se despidió brevemente y abandonó Hogwarts sin decir más. Necesitaba pensar. Necesitaba… un lugar.
En un sitio lúgubre, donde las casas de ladrillo se alzaban como sombras gastadas y las calles sin mantenimiento se llenaban de charcos estancados, una figura vestida de negro se apareció entre la neblina. El aire olía a óxido y polvo.
Caminó varias cuadras, sus pasos silenciosos sobre el pavimento agrietado, hasta llegar a su destino: un terreno cercado por una verja oxidada, coronado por un gran letrero que decía: Cementerio General de Cokeworth.
La figura cruzó la entrada y se adentró entre hileras de lápidas gastadas por el tiempo. El viento movía suavemente las hojas secas a su paso.
Finalmente, se detuvo frente a una piedra gris, sencilla, apenas decorada con un grabado:
Eileen Snape
Severus se quedó inmóvil, mirando el nombre de su madre, mientras una maraña de recuerdos, culpas y preguntas lo asfixiaban en silencio.
El viento frío acariciaba su rostro, pero Snape apenas lo sentía. Sus ojos estaban fijos en el nombre grabado en la lápida.
—Madre… —susurró, aunque su voz apenas se escuchó sobre el susurro de las hojas secas.
Recordó su infancia en Cokeworth: la pobreza, las discusiones constantes entre sus padres, las miradas frías de los vecinos. Y, en medio de todo, Eileen, que nunca fue una mujer cálida, pero que sí fue la única que entendía lo que significaba tener magia en un mundo que la despreciaba.
—Si estuvieras aquí… sabrías qué hacer —murmuró.
Las palabras de Pomfrey resonaron en su mente: “León Wool es tu hijo.” Tres veces había repetido la poción. Tres veces el mismo resultado. No podía negar la verdad, pero tampoco podía entenderla del todo. ¿Quién lo había dejado en ese orfanato? ¿Por qué nunca le dijeron nada?
Sus puños se cerraron lentamente.
—Creí que ya había dejado de cometer errores irreparables… —dijo en voz baja.
El recuerdo de León en la enfermería apareció sin permiso: exhausto, cubierto de cortes, pero con esa mirada desafiante que parecía negarse a rendirse. Mi hijo. La palabra le resultaba extraña, incómoda, y al mismo tiempo… peligrosamente significativa.
—No sé si estarías orgullosa o avergonzada de mí, madre… —continuó—. Pero no puedo ignorarlo.
Se agachó, dejando que sus dedos rozaran la piedra fría.
—Te lo prometo… no voy a abandonarlo, no seré como el.
Permaneció unos segundos más en silencio, antes de incorporarse. Su túnica ondeó con el viento cuando se dio media vuelta, abandonando el cementerio con paso firme. Había muchas preguntas y pocas respuestas… pero ahora tenía un propósito.
Severus sintió cómo el peso del mundo caía sobre sus hombros cuando entró en el orfanato donde vivía León. La directora, Sarah, una mujer de rostro serio pero amable, lo recibió con una mirada que parecía capaz de leer su alma.
—Estoy aquí por León —dijo Severus con voz firme—. Es mi hijo.
La directora frunció el ceño, pero no dijo nada. Severus sacó un pergamino donde estaban los resultados del examen de sangre que confirmaban la paternidad.
—Esto lo prueba —murmuró, entregándole la hoja en blanco, todavía incrédulo.
La mirada de Sarah se apagó por un instante, como si reviviera un recuerdo doloroso, antes de volver a la normalidad.
—Lo sabía —respondió con voz baja—. Gracias a la validación del documento, podemos confirmarlo.
Severus la miró con intensidad.
—¿Sabe algo de la madre? —preguntó.
Sarah vaciló, y luego respondió con pesar:
—No debería saberlo usted, señor Snape.
—Solo la conocí una vez —dijo Severus—. Nunca supe su nombre, ni siquiera me dijo que estaba embarazada.
La directora asintió, y con un gesto silencioso se levantó para buscar una carpeta con el nombre de León. Se la entregó, y Severus comenzó a hojearla. Una foto cayó ante sus ojos: una mujer de cabello blanco, mirada profunda.
Sus recuerdos comenzaron a desdibujarse, hasta que de pronto una escena apareció clara en su mente.
Había estado perdiéndose en el alcohol, intentando ahogar sus penas. Había condenado a Lily al contar la profecía, y el Señor Oscuro había decidido que su hijo era el elegido. La desesperación lo consumía, y mientras bebía sin cesar, apareció ella.
Una mujer de cabello blanco se acercó a la barra y le preguntó si quería una copa.
Severus asintió. Ella pidió las bebidas más caras sin importar el precio.
—¿A qué te dedicas? —preguntó con curiosidad.
Sabía que no podía decirle que era mago, así que mintió sin vacilar:
—Farmacéutico.
Ella siguió haciendo preguntas: sus gustos, su opinión sobre la música. Severus, quien nunca había recibido tanta atención sincera de una mujer, respondió con honestidad, quizás culpa del alcohol.
Las horas pasaron entre risas y copas. Ella lo sacó a bailar, y poco a poco se acercaron hasta que sus labios se encontraron en un beso.
Atrevido por el alcohol y la emoción, Severus la invitó a su casa. Pasaron la noche juntos.
Pero al amanecer, ella se había ido.
No tenía tiempo para buscar respuestas. Su mente solo pensaba en salvar a Lily.
Al volver a la realidad, Severus leyó el nombre escrito en la carpeta:
Sayu McDougal.
Su garganta se cerró. No reconocía el apellido. Pero el nombre… ese nombre, ahora, tenía un peso distinto. Finalidad. Memoria. Consecuencia.
La directora Sarah lo miró con compasión, como si sintiera la carga que él apenas comenzaba a comprender.
—Murió en un accidente automovilístico —dijo en voz baja—. Fueron los policías quienes encontraron a León. Estaba ileso. Todo indicaba que su madre lo protegió con su cuerpo.
Al ser rescatado, lo trajeron aquí. Al parecer, cuando murió, la madre de León no tenía documentación. La policía tardó meses en descubrir su nombre.
Sarah hizo una pausa, con la mirada baja.
—También descubrieron que había entrado al país de manera ilegal… así que no pudimos encontrar ningún familiar que reclamara a León. Incluso dudamos que su apellido real sea McDougal.
Por sus rasgos asiáticos, algunos pensaron que había cambiado su identidad.
Pero, a pesar de todo eso, lo criamos con cariño.
Y puedo decirte… es un niño muy bueno. Muy inteligente.
Estoy segura de que en Hogwarts debe de ser el mejor estudiante.
Severus apenas pudo mirar hacia ella. Su voz, al salir, fue apenas un murmullo grave:
—Lo es.
Sarah asintió, con una sonrisa suave y sincera.
—¿Quieres que lo llame? —ofreció con tacto—. Está en la biblioteca, como casi siempre a esta hora.
Severus desvió la mirada hacia la ventana. El cielo estaba gris, y una llovizna suave comenzaba a caer. Se tomó un momento, como si las palabras le dolieran en la garganta.
—No… no todavía —dijo finalmente—. Quiero buscar dónde está enterrada su madre.
Creo que… creo que él querrá saberlo también.
Sarah no dijo nada más. Solo asintió, en señal de respeto.
Chapter 33: Decision
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Habían pasado dos días desde que Severus Snape visitó el orfanato y conversó con la directora, la señora Sarah. Gracias a la información que ella le proporcionó, logró contactar a la estación de policía local, con la esperanza de encontrar respuestas.
Allí, pidió hablar con el oficial a cargo del caso del accidente automovilístico en el que, hacía diez años, falleció Sayu McDougal, la madre de León.
Mientras repasaba mentalmente qué decir y cómo, una oficial uniformada se acercó.
—Capitán Bulloc lo está esperando en su oficina.
Severus asintió y la siguió por un pasillo estrecho. Golpeó la puerta, entró, y vio tras el escritorio a un hombre corpulento, de rostro severo y bigote descuidado. Llevaba el uniforme con desdén, como si cada día pesara más que el anterior.
—Capitán Bulloc —saludó Snape, con frialdad educada—. Vengo por información sobre un caso ocurrido hace diez años.
Un accidente automovilístico. Murió una mujer llamada Sayu McDougal.
Bulloc alzó una ceja, sin disimular su escepticismo.
—¿Y qué lo trae a escarbar en un caso tan viejo? —preguntó, con voz rasposa.
—Era… amiga mía —respondió Severus tras una breve pausa—. Solo quiero saber dónde está enterrada.
El capitán soltó un suspiro impaciente. Se recostó en su silla y habló con dureza.
—Los cuerpos que no son reclamados después de cierto tiempo tienen tres destinos: ser incinerados y colocados en urnas en algún almacén estatal…
O enterrados en panteones comunes, junto con otros NN.
Y la tercera opción… mejor no saberla.
—Necesito saber qué fue de ella —insistió Severus.
—Entonces tendrá que ir al tercer piso, oficina 30, llenar formularios, esperar semanas y…
Snape ya no escuchaba. Su paciencia había llegado a su límite.
Sin perder la compostura, sacó su varita con un movimiento sutil.
—Confundus.
Los ojos del Capitán Bulloc se apagaron momentáneamente, tornándose vidriosos, vacíos. Severus murmuró un segundo encantamiento, manipulando sus recuerdos con delicadeza quirúrgica.
—Dígale a su secretaria que busque el expediente completo de Sayu McDougal. Necesito saber dónde están sus restos. Luego firme una autorización para liberar la urna.
Bulloc, bajo la influencia del hechizo, obedeció sin protestar. Hizo un par de llamadas, y treinta minutos después, una carpeta desgastada fue colocada sobre su escritorio.
Severus la abrió con manos contenidas, buscando entre los informes y papeles viejos hasta encontrar la línea que necesitaba.
Allí estaba, en tinta desvaída:
Cuerpo incinerado. Restos almacenados en urna N.º 4217
Ubicación: Almacén Estatal N.º 18, zona portuaria.
Severus alzó la vista.
—Necesito una autorización firmada para recuperar la urna.
El capitán, aún bajo los efectos del encantamiento, firmó sin dudarlo y se la entregó.
Snape se levantó, guardó la carpeta bajo su abrigo y salió sin mirar atrás.
Minutos después, en la oficina, Bulloc parpadeó. Su expresión volvió en sí. Algo le parecía extraño… como si hubiese olvidado un detalle importante. Pero, como tantas veces, lo ignoró y siguió trabajando.
El Almacén N.º 18 estaba ubicado en una zona gris del puerto, entre contenedores abandonados y hangares oxidados por la sal del mar. Un funcionario estatal revisó la autorización con desgano, le entregó una llave y lo guió por un pasillo largo y silencioso, iluminado por una sola hilera de luces mortecinas.
Allí, sobre un estante de acero, descansaba una urna sencilla, de cerámica negra, con un número tallado en la base: 4217.
Sin ceremonia ni palabras, Severus la tomó entre sus manos. Era liviana. Indigna. Y, sin embargo, contenía lo último que quedaba de una mujer que, sin saberlo, le había dado lo único que le quedaba en este mundo: un hijo.
Al salir del almacén, Severus se detuvo un momento bajo la lluvia leve que aún caía sobre el puerto. Se quedó inmóvil, con la urna presionada contra su pecho, como si estuviera protegiéndola del tiempo.
Pronto, pensó, tendría que decidir dónde sepultarla. Y entonces, hablar con León.
Porque ahora, al fin, su hijo tendría un lugar al que ir.
Un lugar donde recordar.
Donde llorar.
Donde empezar a sanar.
Una semana después.
En el orfanato, León y Anya estaban sumergidos en uno de sus juegos favoritos: “agentes secretos”.
Anya se había obsesionado con una serie muggle llamada Inspector Gadget, y desde que había comprado unos cuantos artefactos mágicos baratos en el Callejón Diagon, había decidido convertir el patio del orfanato en su propia oficina de investigación.
Ese día, Anya llevaba un sombrero demasiado grande para su cabeza y una lupa que no dejaba de pasar de un ojo al otro. León, resignado a su papel, era su “asistente personal”.
—Señor León, traiga los documentos para revisar el caso de hoy —ordenó con voz solemne.
—Como ordene, inspectora —respondió él, conteniendo una sonrisa mientras le entregaba unas hojas en blanco que simulaban expedientes.
Anya los revisó con el ceño fruncido y, tras unos segundos, exclamó:
—Ya decidí el caso que vamos a resolver.
—¿Qué misterio resolveremos hoy, inspectora? —preguntó León con tono formal.
—El misterio de una sombra que vuela por el orfanato todas las noches —declaró, poniéndose de pie con dramatismo.
León suspiró, pero la siguió mientras ella continuaba:
—Vamos a entrevistar testigos y buscar pistas.
En el patio, Anya comenzó a interrogar a los demás niños. La mayoría la ignoró, pero los pocos que respondieron lo hicieron porque la mirada seria de León imponía más respeto que cualquier amenaza.
Cuando terminaron, se sentaron en un banco y repasaron la información.
—A ver… —empezó León—. Michael dice que vio la sombra ayer alrededor de las ocho de la noche. María afirma que la vio por la mañana, pero pasó tan rápido que no pudo distinguir qué era. Sabrina está convencida de que es un vampiro. Josh asegura que escuchó su grito infernal y que debemos rezar siempre. Y Megan dice que los ojos de esa sombra brillaban y que su cabeza giró.
—Bueno, inspectora, ¿tiene alguna idea? —preguntó León con una media sonrisa.
Anya, sonriendo con aire de misterio, respondió:
—Todavía es muy pronto, joven asistente. Debemos buscar pistas en los lugares donde ocurrieron los avistamientos.
Se arrodilló, lupa en mano, y comenzó a examinar minuciosamente el suelo. León, en cambio, observó con calma los alrededores. En todos los sitios que visitaban había algo en común: plumas grises esparcidas.
"No será…" pensó, sintiendo que las piezas encajaban. "Ojos que brillan en la oscuridad… cabeza que gira… No cabe duda de quién es el responsable."
Pero al ver lo concentrada que estaba Anya, decidió guardar silencio. Sería más divertido dejar que ella llegara a la conclusión por sí misma.
El juego con Anya quedó interrumpido cuando la señora María apareció en el patio, con ese tono que no admitía réplica.
—León, la directora quiere verte en su oficina.
León se levantó, sacudiéndose el polvo de las rodillas.
—Está bien… —dijo, lanzando una mirada a Anya—. Sigue investigando, inspectora, esto es una misión para un solo agente.
Mientras caminaban por el pasillo, León habló sin mirarla:
—Se trata de otra adopción, ¿verdad, señora María?
—La directora te lo explicará —respondió ella con cautela.
—Espero que no sea una pérdida de tiempo. Ya le dejé claro mi condición para aceptar —dijo León, con un tono frío y decidido.
—Se trata de Anya, ¿verdad? —preguntó ella, aunque ya conocía la respuesta.
—Es mi hermana, y no pienso separarme de ella —afirmó sin titubear.
La señora María suspiró. No era la primera vez. León había rechazado a varias familias que quisieron adoptarlo, simplemente porque no querían —o no podían— llevarse también a la niña.
Al llegar a la oficina, León se detuvo al ver quién estaba allí.
—Profesor Snape… —lo saludó, algo desconcertado—. ¿Pasa algo?
Snape, con su expresión habitual de control, dijo a la directora Sarah y a la señora María:
—Quisiera hablar con el señor Leon… a solas.
Ambas asintieron y se retiraron, cerrando la puerta.
Severus se acercó lentamente, sus ojos oscuros fijos en el muchacho.
—León… soy tu padre.
Las palabras cayeron como un rayo. León lo miró, incrédulo, y de pronto su voz se quebró con un grito contenido:
—¿Si eres mi padre, dónde has estado? ¿Por qué terminé en este orfanato? ¿Qué pasó con mamá? ¿No nos quisiste? ¿Por qué no me dijiste nada en la escuela? ¿Por qué me abandonaste?
Snape, que pocas veces se dejaba sorprender, sintió cómo cada pregunta le golpeaba con más fuerza que la anterior. Nunca había visto a León perder el control así.
—Lo siento —dijo al fin, en un tono grave—. No sabía que eras mi hijo hasta hace unos días. En cuanto a tu madre… solo la conocí una vez, y nunca nos volvimos a ver. No supe que había fallecido, ni que habías terminado aquí. Lamento todo lo que has vivido… y quiero compensarlo.
—No pienso irme sin mi hermana —respondió León con firmeza.
—¿Hermana? —repitió Snape, confundido.
—No es mi hermana de sangre, pero crecimos juntos. Somos más que amigos… somos hermanos.
Snape lo miró con seriedad.
—La relación de hermanos… cuando uno tiene magia y el otro no, no acaba bien, León.
—Ella no es así —replicó de inmediato—. Ya sabe que no tiene magia, lo acepta, y tiene su propio sueño. Y yo… yo siempre voy a apoyarla. Así que lo repito: no me voy sin mi hermana.
Severus sostuvo su mirada. El muchacho no temblaba, no bajaba los ojos. Su decisión era inamovible. Y en ese momento, Snape entendió el dilema: si quería llevarse a León, tendría que adoptar también a la niña.
Chapter 34: Prologo II
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Pensaba hacer una encuesta, pero ya no, si bien uso chatgpt, pero primero escribo un borrador, después lo paso por chatgpt.
FIN DEL ARCO DE LA CAMARA SECRETA
INICIO DEL ARCO DEL PRISIONERO DE AZKABAN
En un taxi destartalado viajaba un trío peculiar: un hombre de aspecto severo, un muchacho de cabello blanco y una niña de cabellos rosados.
Lo más llamativo de ellos era, precisamente, esa diversidad en el color de sus cabelleras, como si no tuvieran nada en común… salvo el destino.
La niña se inclinó hacia adelante y comenzó a cantar con entusiasmo:
—En el auto de papá nos iremos a pasear.
Vamos de paseo, pi pi pi,
en un auto feo, pi pi pi,
pero no me importa, pi pi pi,
porque llevo torta, pi pi pi…
Luego miró a los dos que estaban a su lado con una sonrisa traviesa.
—¡Vamos, canten, León! ¡Tú también, papá!
León sintió que las mejillas le ardían de la vergüenza. Snape, en cambio, se quedó completamente rígido al escuchar aquella palabra: papá.
Por un instante, no supo cómo reaccionar.
Retrocediendo en el tiempo…
En la oficina de la directora del orfanato, padre e hijo estaban frente a frente. La tensión era tan espesa que apenas se podía respirar.
—No pienso irme sin mi hermana —dijo León, con una firmeza que sorprendió a Snape.
—¿Hermana? —repitió Severus, desconcertado.
—No es mi hermana de sangre, pero crecimos juntos. Somos más que amigos… somos hermanos.
El profesor lo miró con seriedad.
—La relación de hermanos… cuando uno tiene magia y el otro no, no siempre acaba bien, León.
—Ella no es así —replicó él con un brillo desafiante en los ojos—. Ya sabe que no tiene magia, lo acepta, y tiene su propio sueño. Y yo siempre voy a apoyarla. Así que lo repito: no me voy sin mi hermana.
Las palabras del muchacho calaron hondo en Snape. Durante un instante, no vio a León frente a él, sino a Lily y Petunia, su amistad rota, su resentimiento, el odio que había nacido por la magia.
Severus inspiró lentamente.
—Fui testigo de cómo hermanas que se amaban terminaron odiándose por culpa de la magia —dijo, con voz grave—. Sé en lo que puede convertirse una relación así.
León lo interrumpió, alzando la voz.
—¡No me compares con ellas! Yo soy yo, y Anya es ella. ¡No somos iguales a esas tontas!
Snape se quedó helado. Nunca nadie había hablado así de Lily en su presencia. Pero lo extraño fue que no sintió rabia, sino algo distinto: comprendió que las palabras de su hijo no llevaban malicia, sino apenas una burla adolescente.
—¿Estás seguro de esto, León? —preguntó entonces, en un tono más grave que nunca—. Aún estás a tiempo de arrepentirte.
El muchacho sostuvo su mirada sin pestañear.
—No. No pienso arrepentirme de esto.
El silencio entre Severus y León se prolongó unos segundos más, hasta que Severus llamo a la Sra. Sarah la directora, para decir que adoptara a León y a Anya.
La Sra. Sarah que esperaba otro rechazo se sorprendió al ver que sucedió todo lo contrario.
—Profesor Snape, ¿desea conocer a la niña?
León se incorporó de inmediato.
—Sí. Quiero que conozcas a Anya.
Snape asintió en silencio. Su expresión era inescrutable, aunque por dentro su mente giraba con dudas.
Poco después, la puerta volvió a abrirse y entró una pequeña figura. Era una niña de cabello rosado, corto y desordenado, que se detuvo en el umbral. Sus ojos grandes y brillantes parpadearon al ver al hombre alto y vestido de negro.
—Anya, él es… —empezó León, pero se detuvo un instante antes de decirlo.
—Soy el profesor Snape —se presentó Severus con voz grave, inclinando levemente la cabeza.
La niña lo observó con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Luego miró a León.
—¿El será tu papá?
León tragó saliva y asintió.
—Eso dice…
Snape sintió un leve pinchazo en el pecho ante aquella respuesta.
Anya dio unos pasos hacia él, ladeando la cabeza.
—¿Y si eres su papá… también vas a ser mío?
La pregunta cayó como un rayo en la sala. La señora Sarah contuvo la respiración, y León abrió los ojos de par en par.
Snape, sin embargo, no se inmutó. Bajó la mirada hacia la niña y respondió con calma:
—Si acepto llevarme a León… también te llevaré a ti.
Anya parpadeó, sorprendida.
—¿De verdad?
—De verdad —confirmó Severus, aunque en su interior la decisión pesaba más que cualquier otra que hubiera tomado en su vida.
Anya sonrió ampliamente y, sin pensarlo, abrazó a León con fuerza.
—¡Lo ves! ¡Te dije que no nos separarían! Dijo León
Snape los observó en silencio, con sus ojos oscuros ocultando el torbellino de emociones que lo sacudían. Por primera vez en muchos años, se encontraba frente a algo que no sabía cómo manejar: no una poción, ni un conjuro, ni un enemigo… sino una familia.
La adopción fue sorprendentemente rápida. Gracias a la intervención de Snape, que con unos cuantos encantamientos y contactos aceleró todos los trámites, todo quedó resuelto ese mismo día.
Mientras tanto, en el orfanato, la señora Sarah pidió que todos los niños se reunieran en el gran comedor. Su voz sonó firme pero cálida:
—Niños, tengo un comunicado importante.
El murmullo llenó la sala, pero en cuestión de minutos todos los presentes ocuparon sus lugares, expectantes.
La directora se puso de pie frente a ellos.
—Gracias por venir, pequeños. Hoy quiero compartir una noticia especial. Dos miembros de nuestra familia han encontrado un hogar y una familia que los adoptará. Hablo de… León y Anya. Por favor, acérquense.
Un silencio reverente recorrió el comedor. León y Anya intercambiaron una mirada y luego se acercaron a la señora Sarah, envolviéndola en un fuerte abrazo.
—Gracias por todo, señora Sarah —dijo León, con la voz entrecortada.
—Sí, gracias por todo —añadió Anya, apretando el abrazo.
La directora sonrió con ternura y acarició el cabello de ambos.
—No tienen que agradecerme nada, lo hice con gusto.
Entonces alzó la vista hacia todos los demás niños.
—Quiero que les demos un fuerte aplauso a León y a Anya. Hoy parten rumbo a un nuevo hogar, pero recuerden esto: las puertas de este lugar siempre estarán abiertas para ustedes. Si algún día desean regresar, serán recibidos como lo que son: parte de esta familia.
Los brazos de la directora volvieron a rodearlos y les susurró al oído:
—Cuídense siempre el uno al otro… después de todo, son hermanos.
El comedor estalló en un aplauso unánime. Risas, palmas y hasta algunas lágrimas acompañaron la despedida. León y Anya sonrieron, intentando grabar en su memoria aquel momento que marcaba el final de una etapa y el inicio de otra.
Severus ajeno a esto miraba la escena desde un rincón, confundido por la alegría de los niños, pero podía reconocer por las miradas que algunos niños, mostraban envidia, desdén, anhelo, tristeza, alegría.
Recordando cuando se había entrevistado con la Sra. Sarah, la directora, había usado legilemancia para saber más de Leon, pero vio como era difícil mantener un orden, sobre todo con tantos niños, se peleaban, acosaban a los más pequeños, pero lo bueno es que los cuidadores actuaban de manera rápida y les enseñaban a respetar a los demás.
Pero aun así sabía que algunos aprendían, otros solo seguían la corriente, pero al menos no pasan hambre.
Entonces se preguntó si el hubiese sido criado en un orfanato, en vez de estar con Tobías.
El infierno de su infancia nunca hubiera ocurrido, siguió mirando a Leon y Anya, quienes recibían abrazos de los demás niños que les deseaban felicidad.
Chapter 35: Hogar
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El taxi se detuvo con un chirrido en medio de una zona residencial abandonada. El conductor apenas se atrevió a mirarlos por el retrovisor antes de despedirse apresuradamente. Cerró las puertas con prisa y arrancó de vuelta, como si huir de aquel lugar fuera más importante que su paga.
El panorama no era alentador: casas tapiadas con tablas, calles llenas de baches y charcos de agua estancada, muros resquebrajados y ventanas rotas. El aire olía a humedad y abandono.
León arqueó una ceja, observando la desolación. ¿Aquí vive mi padre? Sus ojos buscaron algún indicio que confirmara dónde estaban. Lo encontró en un viejo cartel oxidado, apenas legible, que decía:
Spinner’s End.
Por su parte, Anya tenía un brillo en los ojos, como si todo aquello fuera el escenario perfecto para una aventura.
—¡Mira, León! —susurró emocionada—. Hay un río cerca, podríamos pescar… o tú podrías hacer una pista de hielo… ¡o papá podría sacar un submarino de la nada!
León la miró de reojo, entre incrédulo y divertido, mientras Snape avanzaba sin inmutarse por las calles grises.
Tras veinte minutos de caminata, se detuvo frente a una casa tan deteriorada como el resto.
—Llegamos. Pueden pasar.
León contempló la fachada: pintura descascarada, ventanas sucias y tejas a punto de caer. Frunció el ceño, pensando que quizás era una ilusión, y que una vez dentro, el lugar se transformaría en algo digno de Slytherin: elegante, sobrio, con chimeneas y decoraciones imponentes.
Anya, en cambio, observó la casa con una sonrisa radiante.
—¡Papá, tu casa es genial y misteriosa! Como… como una guarida secreta.
Tanto Snape como León pensaron al unísono: ¿De qué habla?
Al cruzar el umbral, la realidad se impuso. La sala estaba abarrotada de estanterías hasta el techo, repletas de libros en perfecto orden. Había tantos volúmenes que la estancia parecía más una biblioteca que un hogar.
Anya dio unos pasos, mirando todo con asombro. Luego su rostro se tensó.
—Papá… ¿y el televisor?
—No tengo televisor —respondió Severus con toda naturalidad.
La niña cayó de rodillas, con una expresión de tragedia pintada en la cara.
—¡Noooooo!
León se llevó una mano a la frente, reprimiendo una risa.
—A todo esto… ¿dónde vamos a dormir? —preguntó, volviéndose hacia su padre.
Snape, agradecido por el cambio de tema, respondió con un dejo de orgullo:
—En el segundo piso. Hay habitaciones para cada uno de ustedes.
Anya, que un segundo antes parecía desconsolada, se levantó de golpe y empezó a saltar de alegría.
—¡Al fin! ¡Al fin tengo una habitación propia! ¡Una habitación propia! ¡Papá, eres genial!
Snape se quedó inmóvil, desconcertado. Esa palabra aún le resultaba ajena, casi imposible… papá.
Los tres subieron al segundo piso. Las habitaciones eran pequeñas, apenas con una cama y un escritorio. León observó en silencio y asintió: lo básico era suficiente para él.
Anya, en cambio, puso las manos en la cintura.
—¡La habitación necesita color, vida… y pósters!
Severus, imperturbable, solo respondió:
—Mañana compraremos las cosas que necesites.
Dicho eso, bajó al primer piso, dejándolos explorar.
León se acercó a Anya y le preguntó en voz baja:
—¿Qué opinas de él?
Ella no dudó en contestar:
—No es “él”, es papá, hermano. Aunque parece frío, sí que se preocupa por nosotros. ¿Viste cómo me tomó de la mano para caminar hasta aquí?
León soltó una sonrisa irónica.
—En Hogwarts no es exactamente así… —murmuró, recordando al temido profesor de Pociones.
—Bueno, como sea, a ordenar nuestras habitaciones —añadió antes de retirarse a la suya.
Horas después, Snape los llamó desde abajo.
—¡Bajen a cenar!
Cuando entraron en la sala, notaron un cambio: varios estantes habían desaparecido, revelando un comedor sencillo, pero acogedor. Anya y León se sentaron, y Snape les sirvió la cena.
Al dar el primer bocado, Anya soltó un grito de alegría:
—¡Está delicioso!
León, desconfiado, probó también… y se sorprendió de que realmente era cierto.
—Padre, esto está muy bueno. Y… lo siento, pensé que no sabías cocinar.
Severus alzó una ceja y respondió con calma:
—Cocinar es una necesidad básica. Si no supiera, me habría muerto de hambre hace mucho.
En su interior, sin embargo, reconoció que había algo de orgullo en aquella simple habilidad que nadie esperaba de él.
Mientras comían, Snape repasó los planes para el día siguiente:
—Mañana iremos a comprar muebles para sus habitaciones y actualizaremos sus documentos de identidad.
—¡Se está olvidando de algo! —intervino Anya levantando la mano como si estuviera en clase—. ¡Necesitamos pintar las habitaciones! ¡Hay que llamar a un pintor!
Snape negó levemente con la cabeza.
—No es necesario.
Con un simple movimiento de varita, la taza frente a ellos cambió de color tres veces seguidas.
León pensó con ironía: Presumido.
Anya, en cambio, casi se cae de la silla de la emoción.
—¡Papá, el techo píntalo de azul cielo con reflejos de mar! ¡Y las paredes de distintos colores! La de enfrente de rosa, la del lado derecho azul… no, rojo… ¡no, verde! ¡Tal vez amarillo! ¡O morado!
Severus se quedó mirándola en silencio, con pesar. La niña será un caos para elegir los colores.
León aprovechó para preguntar lo que tenía en mente desde que cruzaron el umbral de la casa:
—Padre, ¿puedo usar magia aquí?
Recordaba claramente la advertencia al final del curso: estaba prohibido usar magia fuera de la escuela, y el rastro lo delataría.
Snape lo miró con seriedad.
—Sí, puedes. Este hogar está registrado a mi nombre. El Ministerio verá que hubo magia, pero no sabrán si fui yo… o tú.
León sonrió satisfecho.
—Excelente.
—¡Hermano, usa tu varita ahora, ya! —dijo Anya, emocionada.
León sacó su varita y murmuró:
—Lumos.
La punta se encendió suavemente, bañando la sala en un resplandor cálido.
Anya lo miraba como si contemplara un milagro. Sus ojos brillaban, incapaces de apartarse de aquella pequeña chispa de luz.
—¡Es genial! —exclamó—. ¿Puedes mostrarme todos los hechizos que aprendiste en la escuela?
León sonrió, disfrutando de su asombro.
—Claro, no te preocupes. Te enseñaré todo lo que aprendí.
En silencio, añadió para sí mismo: Y también podría enseñarle a preparar pociones. Algunas no necesitan magia para liberar las propiedades de los ingredientes.
Apagó la luz con un suave Nox, y luego miró hacia Snape.
—Padre… si conseguimos una televisión, ¿funcionaría aquí?
Snape parpadeó, sorprendido por la pregunta. Su mente trabajó rápidamente: no era León quien pedía eso. Era por Anya.
—La magia interfiere con los artefactos muggles —explicó—. Debido a la concentración mágica en el ambiente.
—Pero… —replicó León con calma— si es por la concentración mágica, aquí solo hay una casa. No debe haber tanta, ¿verdad?
Anya seguía la conversación como un partido de tenis, sus ojos iban del rostro de León al de Snape, esperando una respuesta definitiva.
Severus entrecerró los ojos.
—La casa tiene protecciones. Encantamientos para impedir que entren personas no invitadas o cosas peores. Aunque levantara algunos, no habría garantía de que funcionara.
León frunció el ceño, pensativo. Concentración mágica… De pronto, un recuerdo lo golpeó.
—Padre, cuando viajé por primera vez en el Autobús Noctámbulo, recuerdo que, a pesar de toda la magia que llevaba encima, los postes de luz en las calles seguían funcionando.
Snape lo miró con atención, como si midiera su razonamiento.
—Eso ocurre por el tiempo de exposición, y la distancia respecto al artefacto muggle —aclaró—. El autobús nunca permanece lo suficiente en un lugar como para causar un fallo total. Además, su movilidad reduce el efecto acumulativo.
León sonrió de medio lado, su mirada chispeante.
—Entonces… ¿y si hacemos un sótano fuera de la casa y lo conectamos con un túnel?
Snape comprendió de inmediato la referencia: la Cámara Secreta de Slytherin.
—Ingenioso… —dijo con voz grave—. Y, sí, podría funcionar.
Anya dio un pequeño salto en la silla, incapaz de contenerse.
—¡Eso significa que podré ver mis dibujos animados! ¡Eres un genio, hermano!
Snape suspiró. Por primera vez en mucho tiempo, se encontraba en una discusión doméstica que nada tenía que ver con pociones ni con Hogwarts.
Chapter 36: Spinner’s End.
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La calma de la mañana se rompió cuando León sintió que la puerta de su habitación se abría de golpe. Antes de poder incorporarse, Anya irrumpió corriendo y se lanzó sobre su cama, agitándolo con entusiasmo.
—¡Hermano! ¡Fuimos adoptados de verdad, no fue un sueño! ¡Tenemos un papá!
Aún medio dormido, León apenas pudo esbozar una sonrisa cansada, pero cálida, al ver la felicidad en el rostro de su hermana.
En el umbral, Severus había aparecido discretamente, cargando varias bolsas. Escuchó las palabras de la niña y, por un momento, no supo cómo reaccionar. La palabra “papá” aún lo desconcertaba. Tras una breve pausa, se recompuso y, sin decir nada, se dirigió a la cocina.
Allí dejó las bolsas sobre la mesa y, con un movimiento de varita, encendió la estufa. Una olla y una sartén volaron desde la alacena y se colocaron en su lugar. Después, apuntó su varita a los productos recién comprados: pan, huevos, carne. Todo se organizó solo.
Treinta minutos más tarde, el desayuno estaba servido: huevos revueltos, salchichas doradas, tostadas crujientes, una jarra de leche y otra más pequeña de café humeante.
Snape subió al segundo piso.
—Bajen. El desayuno está listo.
Anya salió corriendo a su habitación para cambiarse de ropa. León, más calmado, se alistó también y ambos bajaron en apenas cinco minutos.
La mesa los esperaba.
—Sírvanse —indicó Severus, tomando asiento.
—Gracias, padre —dijo León.
—¡Gracias, papá! —añadió Anya, con entusiasmo.
El silencio inicial se rompió cuando Anya probó la comida y exclamó con alegría:
—¡Está riquísimo! ¡Deberías abrir un restaurante!
León, por su parte, comió en silencio, pero no tardó en asentir con una sonrisa. Snape se limitó a comentar con voz seca:
—Son necesidades básicas.
En su mente, sin embargo, reconoció que si no hubiera aprendido a cocinar, probablemente habría muerto de hambre hace años.
Cuando terminaron, Severus anunció sus planes:
—Hoy iremos a comprar lo que necesiten. Después investigaremos cómo acondicionar una habitación subterránea.
—No es necesario investigar, padre —dijo León con seguridad—. En las librerías venden manuales de construcción mágica para todo tipo de proyectos. Podemos comprar varios como referencia.
—Y de paso… ¡compramos la tele! —intervino Anya, levantando la mano como si estuviera en clase.
Snape la miró con calma.
—Iremos por la tarde. Tengo que salir en la mañana. El almuerzo ya está preparado.
La sonrisa de Anya se desvaneció, bajando la mirada con decepción.
León alcanzó a darle un golpecito en el hombro, como diciendo: Paciencia.
—Padre —dijo León, mientras terminaban de recoger la mesa—, ¿no importa si salgo con Anya a explorar el lugar?
Snape lo miró con seriedad.
—Con cuidado. Y no la dejes sola.
—Me portaré bien, papá —aseguró Anya, levantando la mano como si hiciera un juramento solemne—. ¡Además, yo cuidaré de León!
Tanto Severus como León se miraron unos segundos… y finalmente asintieron, aceptando aquella extraña lógica infantil.
Severus se levantó entonces y caminó hacia la chimenea del salón. Sus hijos lo siguieron con la mirada, extrañados. Sin previo aviso, el hombre de negro dio un paso dentro de la chimenea.
—¡Papá! —gritó Anya, aterrada—. ¡Sal de ahí, es peligroso, te puedes quemar!
León reaccionó de inmediato, sacando su varita.
—¡Aguamenti! —iba a conjurar, apuntando hacia las brasas.
Pero Severus levantó la mano y los interrumpió con firmeza.
—No me estoy quemando. Miren bien.
Ambos se quedaron quietos, respirando agitadamente. Entonces bajaron la vista… y vieron con asombro que los pies de Snape estaban dentro del fuego, y aun así no se quemaban.
Severus, impasible, comenzó a explicar:
—Otra manera de viajar para los magos es usando los Polvos Flu.
—¿Polvos… Flu? —repitieron al unísono, confundidos.
—Exacto. Son unos polvos mágicos que permiten transportar a una persona de un lugar a otro mediante la Red Flu. Esta red conecta la mayoría de hogares y edificios del mundo mágico.
Sacó un pequeño saquito de polvo verde de entre sus ropas y lo mostró.
—Por ejemplo, mi casa está conectada a la Red Flu. Así que viajaré por este medio al Callejón Diagon.
Anya abrió mucho los ojos.
—¡Increíble!
León, intrigado, inclinó la cabeza.
—¿Se puede ir a Hogwarts de esa manera también?
—En teoría, sí —respondió Severus—. Pero las chimeneas del colegio no están conectadas a la Red Flu.
León asintió, pensativo. Tiene sentido. Si lo estuvieran, los alumnos podrían escaparse cuando quisieran.
—Dijiste que era “uno de los medios” de viaje —añadió el muchacho—. ¿Qué otros existen?
Severus lo miró, complacido por su razonamiento lógico.
—Trasladores, por ejemplo. O… la Aparición.
Anya lo miró como si hablara de superpoderes.
—¿Aparición? —preguntó Anya, frunciendo el ceño, sin comprender del todo.
Snape dio un suspiro. Sabía que intentar explicarlo solo la confundiría más. Así que, sin previo aviso, desapareció de su vista con un suave chasquido.
—¡¿Eh?! —exclamó Anya, buscando a su alrededor.
Un instante después, Severus reapareció justo en medio de la sala, de pie, imperturbable.
—Esto es Aparición.
León lo observó, analizando cada detalle. Es como la teletransportación, pensó.
Anya, con la emoción brillando en los ojos, preguntó:
—Papá, si sabes aparecerte… ¿entonces por qué usas los Polvos Flu?
León lo miró también, intrigado.
Snape respondió con calma:
—La Aparición tiene limitaciones. La distancia, por ejemplo. Y también el hecho de no conocer bien el lugar de destino. La Red Flu, en cambio, es más conveniente y segura para la mayoría de los traslados.
Anya asintió lentamente, como si procesara cada palabra, aunque ya estaba imaginando mil formas en que aquello podría ser útil para un superhéroe.
—Ahora, debo irme —anunció Severus.
Entró en la chimenea, sacó un puñado de polvo verde y lo arrojó a las llamas. Estas se tornaron de un brillante color esmeralda.
—¡Callejón Diagon! —exclamó, antes de desaparecer en un torbellino de fuego verde.
El silencio volvió a la casa.
—Bueno… —dijo León al cabo de unos segundos—, ¿exploramos?
—¡Sí! —respondió Anya con entusiasmo.
Salieron juntos a la calle, caminando entre los edificios abandonados de Spinner’s End. El viento movía las tablas que cubrían las ventanas y un silencio pesado cubría todo.
De pronto, un ruido seco se escuchó sobre sus cabezas. Ambos alzaron la vista. Algo volaba hacia ellos, proyectando una sombra alargada sobre el suelo.
—¡Ahí está! ¡La sombra voladora! —gritó Anya, señalando con el dedo.
La figura desplegó sus alas y descendió en un planeo elegante hasta aterrizar a pocos metros de ellos. Era un búho gris moteado, de grandes ojos amarillos y la cabeza girada casi por completo hacia atrás. Los observaba con una mezcla de curiosidad y molestia.
En su pata llevaba amarrado un pequeño tubo de pergaminos.
Anya se quedó boquiabierta.
—Pero… no es un monstruo… es…
—Silver —completó León, conteniendo una risa—. Nuestro búho mensajero.
Se agachó, desató el tubo y sacó un pergamino enrollado. Sin que Anya lo notara, lo guardó discretamente en su bolsillo.
Mientras Silver levantaba vuelo y desaparecía en el cielo gris, Anya se quedó pensativa. En su mente vinieron recuerdos claros: el interrogatorio a los niños del orfanato sobre la “sombra voladora”, las historias disparatadas sobre vampiros, los chillidos de Josh y las plumas que recogía con su lupa. También recordó cómo, durante el curso, varias lechuzas habían llegado al orfanato buscando a León, hasta que al fin pudieron comprar a Silver.
—Caso resuelto, inspectora —dijo León, con tono solemne.
Anya lo miró de reojo, con los ojos entrecerrados.
—Mmm… no sé. Todavía creo que podría ser un búho vampiro…
León negó con la cabeza, divertido.
—Claro que sí, inspectora. Pero ahora… vamos a explorar Spinner’s End.
Caminaron juntos por las calles desiertas. La mayoría de casas estaban abandonadas; algunas tapiadas con tablas, otras aún ocupadas, pero con las cortinas cerradas como si ocultaran secretos. El aire se sentía pesado, y hasta el silencio parecía observarlos.
Al llegar al río, lo encontraron seco, reducido a un lecho de piedras y barro endurecido.
—Este lugar es sombrío… —murmuró Anya con un gesto de decepción.
—Debe de haber un parque cerca. Vamos a verlo —respondió León.
Caminaron durante media hora hasta encontrarlo. El parque estaba descuidado, con columpios oxidados y pintura descascarada, pero la hierba aún estaba verde.
—Tal parece que las autoridades al menos lo riegan —comentó León.
Más adelante, vieron a unos niños jugando fútbol; otros, más pequeños, se divertían en los columpios o abrazaban muñecos viejos.
—¿Quieres que te acompañe? —preguntó León.
—No es necesario —respondió Anya, inflando el pecho—. Anya puede hacerlo sola.
Corrió hacia los otros niños para presentarse. En pocos minutos ya estaba riendo y participando en sus juegos, como si siempre hubiera pertenecido al grupo.
León se dejó caer en una banca, observando de lejos. Entonces, aprovechando que nadie lo miraba, sacó el pergamino del bolsillo. Lo desenrolló con cuidado y reconoció la letra fina de Astoria.
Querido León:
Espero que estés teniendo un verano estupendo. Yo, por mi parte, me encuentro aburrida, al igual que mi hermana. Nuestros padres decidieron que nuestras vacaciones serían en Transilvania. No sé por qué, de todos los lugares, eligieron este tan tenebroso.
Y lo peor: no nos dejan explorar, solo podemos salir con ellos.
Aun así, regresaré faltando una semana para el inicio del nuevo semestre. Espero encontrarte en el Callejón Diagon.
Espero tener noticias tuyas a mi regreso.
Con cariño,
Astoria
Chapter 37: Oportunidad
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León dobló la carta con cuidado y la guardó de nuevo en su bolsillo, sin perder de vista a Anya que corría tras el balón con un grupo de niños que la aceptaban entre risas.
Un leve pensamiento lo atravesó: quizás este verano no sería tan malo después de todo.
León todavía calculaba mentalmente cuándo sería mejor enviar a Silver con la carta de respuesta para Astoria, cuando un alboroto rompió su concentración.
Gritos y discusiones provenían del campo improvisado donde jugaban los chicos del barrio.
Al girar la vista, pudo verlos claramente: los muchachos que antes corrían tras la pelota ahora se encaraban entre sí. La tensión era evidente.
Uno de ellos, con el balón bajo el brazo, alzó la voz:
—¡Ya se los he dicho! Yo y mi familia nos mudamos.
—¿Qué? —gritó otro de los jugadores, con el rostro encendido por la rabia—. ¡Pero tenemos el campeonato dentro de un mes! ¡Vendrán cazatalentos! ¡Es nuestra oportunidad!
—¡Ni siquiera tenemos reemplazos! —añadió otro, casi desesperado.
—Sí, ¿qué vamos a hacer ahora? —replicó un cuarto—. ¡No es justo!
El chico que se iba apretó los labios y bajó la mirada.
—Lo siento —repitió, en voz más baja, pero firme.
El ambiente se volvió pesado. Los reclamos de sus compañeros se mezclaban con la tristeza y frustración. León, desde la banca, lo observaba en silencio, reconociendo el mismo vacío que él había sentido tantas veces: esa sensación de abandonar o ser abandonado.
Mientras tanto, Anya, que había estado jugando con los más pequeños, se detuvo al notar el alboroto. Se acercó corriendo hacia León y le tiró de la manga.
—Hermano… están peleando.
León frunció el ceño, sin apartar la mirada del grupo.
—Sí… parece que uno de ellos no tiene opción.
El eco de las palabras “nos mudamos” resonaba en su cabeza.
Los jóvenes estaban deprimidos, su equipo ahora no estaba completo, ahora ni siquiera tendrían la oportunidad de jugar.
Uno ellos furioso golpeo el Grass mientras decía
—¡Maldición, maldición! ¡Ni siquiera podemos jugar así!
—¡Ya basta, Robson, te vas a lastimar! —dijo otro, sujetándolo por el hombro.
—¡Pero, Dean, da mucho coraje! —replicó Robson con los ojos brillando de impotencia—. ¡Entrenamos duro para nada!
Robinson, el mayor de ellos, intervino tratando de mantener la calma.
—Dejen de lamentarse. Lo que necesitamos es buscar un reemplazo rápido.
—¿Y de dónde lo conseguimos, Robinson? —protestó uno de los chicos con tono cansado—. Si recuerdas, para formar el equipo buscamos por todos lados. Los que quedan son demasiado pequeños… y los grandes se la pasan fumando en la esquina.
Robson, desesperado, miró a Wright.
—¿Y tu hermano, Wright?
Wright se giró bruscamente.
—¡Mi hermano tiene cuatro años, Robson!
—¡No importa! —insistió Robson—. Solo necesitamos que se quede quieto en un lado de la cancha mientras nosotros cubrimos su área.
Robinson se pasó una mano por la cara, exasperado.
—Te escuchas, Robson… eso no tiene lógica. El equipo se terminó.
El silencio cayó sobre el grupo. La frustración, la rabia y la tristeza estaban plasmadas en sus rostros.
Desde la banca, León observaba todo, con Anya a su lado mirando la escena con curiosidad.
En la cara de anya se ilumino con una sonrisa y dijo hermano tu sabes jugar futbol león rápidamente le tapo la boca pero era demasiado tarde, las palabras de anya fueron escuchadas.
El chico mas grande lo miro con ojos esperanzados, como si encontrara una luz a fina de túnel, asi que sin mas corrio hacia ellos.
El chico dijo me llamo Robson se que esto es repentino, pero por favor ayúdanos, necesitamos que juegues para nuestro equipo.
León quedó sorprendido por la súplica de los muchachos. Apenas había abierto la boca para responder cuando más chicos se le acercaron, todos con la misma expresión de esperanza.
Durante un instante, León los miró en silencio. Veía en sus ojos el deseo de no rendirse, pero sabía que no podía ayudarlos. Él tenía sus propios planes: ahora que podía usar magia fuera de Hogwarts, y teniendo a Snape como padre, quería aprovechar el verano para aprender hechizos más avanzados.
—Lo siento, pero… —empezó a decir.
—¡León acepta! —interrumpió Anya con entusiasmo, levantando la mano.
León la miró incrédulo. ¿Por qué me comprometiste? pensó con desesperación.
Todos los chicos lo rodearon emocionados.
—¿De verdad jugarás con nosotros?
León soltó un suspiro resignado.
—Está bien… —dijo finalmente.
Un rugido de alegría se extendió entre ellos.
—¡Muy bien! —gritó Robinson—. ¡Gracias a León podremos jugar el campeonato! Pero eso no significa que debemos descuidar el entrenamiento.
—¡No lo haremos! —gritaron los demás al unísono.
—¡Por el campeonato!
—¡Por el campeonato! —repitieron todos, levantando los puños hacia el cielo.
El ambiente cambió por completo. En cuestión de minutos, el entusiasmo reemplazó la tristeza. Colocaron piedras como límites del campo, formaron dos equipos y comenzó el entrenamiento.
Pusieron a León como delantero. Robson le pasó la pelota y el juego empezó. Todos corrieron a tomar sus posiciones, mientras él se quedaba un segundo dudando.
No sabía muy bien qué hacer. Las reglas del fútbol no eran su especialidad.
Escuchaba los gritos de sus compañeros:
—¡Pásala, León! ¡Pásala!
Pero antes de reaccionar, una figura pasó veloz junto a él, arrebatándole el balón. Robinson.
El chico dribló con agilidad a dos jugadores, esquivando con movimientos que parecían coreografiados.
—¡No te quedes quieto! —le gritó Robson a León mientras corría a cubrirlo—. ¡Tenemos que recuperar el balón!
León reaccionó, apretó los dientes y echó a correr tras Robinson, pero ya era tarde. Este envió un centro perfecto a Wright, que remató directo al arco.
—¡GOOOL! —gritaron varios a la vez.
León se quedó inmóvil, procesando la velocidad del juego.
—¡No te quedes quieto! —le gritó el arquero, devolviéndolo a la realidad—. ¡El partido no ha terminado!
El saque inicial fue para Robson, que en lugar de pasársela a León, la envió a Dean. Los dos comenzaron a moverse en una sincronía impresionante, burlando a los rivales con pases rápidos.
Pero Robinson y Wright se acercaban, presionando fuerte. Dean sabía que no podía avanzar más; Robson estaba marcado. Solo quedaba una opción.
—¡Es tu turno, León! —gritó Dean, lanzándole el balón.
León apretó la mandíbula, se posicionó y levantó el pie para disparar con fuerza… pero la pelota pasó limpia entre sus piernas.
El balón rodó despacio hasta las manos del arquero contrario, que la atrapó sin esfuerzo.
El silencio fue inmediato.
Los demás jugadores lo miraron con rostros sombríos. Algunos se cruzaron de brazos; otros simplemente bajaron la cabeza.
León sintió cómo el calor le subía al rostro. No necesitaba palabras para entender lo que todos pensaban: ni siquiera sabía jugar.
El juego continuó por casi una hora más, pero el resultado no cambió: el equipo de León perdió.
El ambiente al final era una mezcla de resignación y esperanza.
Los muchachos se reunieron en medio del campo, exhaustos, con el sudor brillando bajo el sol de la tarde.
—Es terrible… —murmuró uno de ellos, mirando al suelo—. Pero lo necesitamos.
—Sí, es el único que queda —añadió otro, suspirando.
—Pero es malo —reconoció Robson, cruzándose de brazos.
—No se preocupen —intervino Robinson, con tono decidido—. Todavía tenemos un mes. Le enseñaremos lo básico: cómo pasar, cómo marcar. Con eso bastará.
El resto asintió en silencio. A pesar del desastre del primer día, todos sabían que necesitaban a León para tener al menos una oportunidad.
Antes de separarse, el grupo se acercó a él y le dio unas palmadas en el hombro.
—Buen intento, León —dijo Dean con una sonrisa forzada.
—Gracias por unirte, en serio —agregó Wright.
León asintió con una media sonrisa, algo avergonzado.
—Haré lo mejor que pueda.
Anya, más animada que nunca, los despidió con una sonrisa y un movimiento de mano.
—¡Nos vemos mañana, equipo!
Mientras regresaban a casa, el aire entre los dos estaba tranquilo… hasta que Anya rompió el silencio.
—Hermano… —empezó, mirándolo con ojos entrecerrados—. ¿Por qué dijiste que sabías jugar fútbol?
León desvió la mirada, sintiendo un leve nudo en el estómago.
—Yo… —intentó responder, pero Anya cruzó los brazos, esperando.
—¡Hermano! —repitió, alzando la voz.
León suspiró.
—Mentí. No quería decepcionarte.
Anya lo miró unos segundos más, seria, hasta que soltó un pequeño resoplido y sonrió.
—Solo por esta vez te perdono. Pero no debemos mentirnos, ¿entendido?
—No lo volveré a hacer, Anya —prometió él.
—Bien, porque ahora que estás en el equipo, ¡necesitas entrenar! —dijo con determinación.
León la miró sin saber si reír o preocuparse.
—Lo sé… pero no tengo idea de por dónde empezar.
Anya sonrió con orgullo.
—Por suerte para ti, yo soy buena jugando. Así que… ¡yo te entrenaré! Espera un momento.
Antes de que León pudiera responder, la niña salió corriendo escaleras arriba.
A los pocos segundos, bajó con una pelota vieja entre las manos y una sonrisa traviesa en el rostro.
—Vamos al patio —ordenó, dándole un leve golpe con el balón en el pecho.
León soltó una carcajada.
—Sí, entrenadora, a sus órdenes.
Chapter 38: CALLEJON DIAGON
Chapter Text
León siguió a Anya hasta el patio trasero, que no era más que un pedazo de terreno irregular cubierto de hierba marchita. Sin embargo, a los ojos de la niña, aquel lugar se transformó en un estadio de fútbol profesional.
—Mira y aprende, hermano —dijo ella con tono confiado, dejando caer la pelota a sus pies.
En cuanto el balón tocó el suelo, Anya comenzó a moverse con una agilidad sorprendente.
El esférico parecía obedecerla: subía, bajaba, rebotaba entre sus rodillas, y luego volvía a girar entre sus pies sin tocar el suelo.
León se quedó mirando con la boca entreabierta.
El balón se movía como si tuviera vida propia.
Anya terminó su demostración con un toque final, dejando la pelota quieta entre sus pies.
—Ahora es tu turno, León.
León tragó saliva, se acercó y tomó el balón.
—De acuerdo… parece fácil —dijo con una sonrisa nerviosa.
Intentó imitar los movimientos de su hermana, pero el balón se le escapó en el primer toque, rebotó en su rodilla y terminó chocando contra la pared.
—...o tal vez no tanto —murmuró, rascándose la nuca.
Anya cruzó los brazos, negando con la cabeza.
—No, no, no. Así no, tienes que sentir el balón, no golpearlo a lo tonto.
La niña volvió a tomar el balón y repitió los movimientos con una naturalidad envidiable.
—Mira, hermano. Así. Despacio primero, luego más rápido. Todo está en el ritmo.
León acercando, concentrado, e intentó una vez más. Esta vez logró mantener el balón dos toques seguidos antes de que escapara rodando hacia el portón.
Anya soltó una carcajada.
—¡Mejor! Al menos no lo mandaste a volar esta vez.
Sin que ellos lo notaran, a unos metros de distancia, Severus Snape acababa de regresar. No estaba solo: una pequeña figura lo acompañaba.
Severus, al detenerse frente a la casa, la escena que encontró lo desarmó por completo.
Allí estaban sus hijos. Anya, corrigiendo los movimientos de León con la paciencia de una maestra; León, concentrado y torpe, intentando no fallar.
Por un instante, Severus se quedó quieto, en silencio.
Y una sola pregunta cruzó su mente:
"¿Cuánto tiempo me fui…?
--------------
Horas antes, Severus se había despedido de Leon y Anya.
El profesor había llegado al Callejón Diagón a través de la chimenea del Caldero Chorreante.
Su llegada atrajo la atención de muchos, pero al ver su expresión fría y su túnica negra, todos apartaron la mirada.
Tom, el cantinero, se armó de valor y lo saludó:
—Buenos días, profesor Snape. ¿Quieres una copa?
—No, tengo prisa —respondió Snape secamente.
Se dirigió a la parte trasera, donde con un golpe de su varita los ladrillos comenzaron a moverse, abriendo la entrada al Callejón Diagón.
Cruzó sin detenerse hasta llegar a su destino: Slug y Jiggers, la botica más conocida del lugar.
Al entrar, la campanilla del local sonó y el propietario levantó la vista con una sonrisa nerviosa.
—Tan puntual como siempre, profesor Snape.
Snape ascendió y sacó una pequeña caja de madera, entregándosela al boticario.
El hombre abrió la caja y observó los diez frascos que contenían una poción de color rojo intenso.
—Excelente como siempre, profesor. La calidad es inmejorable.
Snape no respondió, y el boticario, sintiendo la tensión, sacó una bolsa de dinero de un cajón.
—Mil galeones. Puede contarlos, si gusta.
—No es necesario —dijo Snape con frialdad—, pero si intentas pasarte de listo, habrá consecuencias.
El Sr. Jiggers se estremeció, y Snape tomó la bolsa antes de abandonar la tienda.
Caminó por el Callejón Diagon hasta tomar un pasaje lateral, adentrándose en la oscuridad del Callejón Knockturn.
Los magos que lo reconocieron desviaron la mirada. Su reputación lo precedió.
Finalmente, se detuvo ante Borgin y Burkes.
El señor Borgin, que ya lo conoció, lo saludó con una sonrisa calculada.
—Buenos días, profesor Snape. Justo estaba pensando en usted. Me han llegado algunos volúmenes raros de magia del siglo VII. Le aseguro que será una gran adquisición.
Snape lo miró fríamente.
—Solo vengo por mi encargo. ¿Lo conseguiste?
Borgin chasqueó los dedos y descubrió dos elfos domésticos.
La diferencia entre ambos era evidente: uno tenía un aspecto saludable; el otro, en cambio, estaba tan delgado que se le marcaban los huesos.
— ¿Es este el elfo? —preguntó Snape.
—Así es, profesor. Usted sabe lo difícil que es conseguir uno. Las familias antiguas no los venden fácilmente, temen que revelan secretos de sus casas. Pero este... la familia a la que servía está muerta.
Snape ascendió. No podía arriesgarse a aceptar un elfo de Lucius, ni permitir que Dumbledore tuviera más ojos en su vida.
—Bien. —Arrojó una bolsa de galeones sobre el mostrador.
Borgin muy satisfecho mientras contaba el dinero.
Snape se acercó alfo delgado y levantó su varita. Un círculo de energía mágica los rodeó.
—¿Juras servir a la casa Snape para el resto de tu vida?
—Yo, el elfo Loki, jurado servir con mi vida a la casa Snape —respondió el elfo con voz temblorosa.
—Entonces toma mi mano y sella el pacto —dijo Snape.
Cuando el vínculo mágico se desarrolló, Snape se dio media vuelta y salió, seguido por Loki.
Una vez fuera del callejón, Snape tomó la mano del elfo y desapareció, reapareciendo en el Cementerio General de Cokeworth.
—Recuerda este lugar —ordenó Snape—. Ahora hazte invisible.
—Sí, maestro —respondió el elfo antes de desvanecerse.
Snape caminó entre las lápidas hasta llegar a una pequeña oficina. Al entrar, una secretaría lo recibió con un tono distraído.
—Si viene a enterrar a alguien, los precios están en la esquina. No incluye traslado ni ceremonia. Si desea un párroco deberá sol…
—Tengo una cita con el señor McGregor —interrumpió Snape.
La mujer se corrigió al instante y avisó por el comunicador.
Minutos después, apareció un hombre robusto con una sonrisa.
—Señor Snape, qué gusto verlo. Su capilla ya está terminada. Podemos ir arla inspeccionando.
Mientras ambos salían, un trabajador comentó en voz baja:
—Nunca vi al señor McGregor tan complaciente.
—Es porque ese tal Snape pagó una fortuna —respondió la secretaria—. Dijo que era una capilla para dos tumbas. Tal vez su madre y su esposa.
Snape y McGregor caminaron hasta la pequeña capilla. Era sencilla, pero elegante, con paredes de mármol blanco y una reja protectora.
Dentro, dos nombres estaban grabados en letras doradas:
Sayu McDougal
EILEEN PRINCE
Snape se acercó, observando en silencio las lápidas.
McGregor, pensando que rezaba, salió para dejarlo solo.
Entonces, Snape sacó su varita y comenzó a conjurar hechizos protectores alrededor del lugar.
—Loki —llamó.
El elfo apareció de inmediato.
—Mande, maestro.
—Vendrás todos los días a limpiar este lugar. Nadie debe tocarlo.
—Entendido, maestro.
Después de una breve conversación con McGregor, Snape y Loki abandonan el cementerio.
Un instante después, apareció frente a Spinner's End.
Snape se quedó quieto al escuchar risas provenientes del patio.
Se acercó lentamente a la ventana y vio a Anya enseñando a León a jugar con una pelota.
Ambos reían, torpes y felices.
Snape se cruzó de brazos y murmuró para sí:
—Cuánto tiempo… me fui?
Leon y Anya al escuchar la voz de alguien se giraron para ver quién era.
La reacción de ambos hermanos fue distinta Anya corrio mientras sonríe y león solo avanzando con la cabeza a su padre.
“bienvenido papá” dice anya que abrazaba a Snape
Severus todavía se quedó congelado ante estas muestras de afecto tan efusivas, después de que Anya lo soltara, él les pregunto como fue su día.
Entonces Anya se adelantó a león y conto como fue su día, Severus solo asentia.
“quien es ese elfo” pregunto león
“eso e sun elfo” dijo anya decepcionada, al ver a la pequeña criatura, su imagen de los elfos , de que son figuras hermosas con orejan puntiaguidas quedo totalmente destrozada.
El elfo domestico los miro a ambos evaluándolos, pero su mirada se detyvo en anya
“que desgracia para la casa Snape, tener una sangre sucia como ama, que diran sus antiguos amos al pobre de Loki” dijo el elfo
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