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“Nunca dejará de asombrarme lo fácil que es manipular a los humanos”.
Envy
Scar, el repetidor múltiple, observaba al equipo de fútbol desde lo alto de la colina donde dormía la junta directiva. Era un vándalo violento y su rebeldía no conocía límites. Los centrocampistas que lo veían reprimían un escalofrío, los porteros se mordían las uñas y los delanteros se despistaban aunque significara ceder el balón al futbolista de acero.
Mofándose de un tiro a puerta fallido, Alphonse Elric, el inexpugnable defensa rival, preguntó a su hermano cuándo recibiría las dosis de la hormona de crecimiento. Edward se vengó pegándole un patadón en la espinilla, pero se hizo más daño que Alphonse (sus piernas eran duras como el metal). Ni corto ni perezoso, el infame entrenador aprovechó como siempre la oportunidad para mostrarse cruel.
—¡Cinco vueltas al campo y os quedáis conmigo después del entrenamiento!
Tanto el agresor como el agredido fueron castigados. Resignados, se despidieron de sus compañeros que se marchaban sudados pero listos para pegar una paliza a los palurdos de Ishval antes de llegar a casa, y aguardaron pacientes su destino: la bronca del entrenador Envy. Se llevaron una buena alegría cuando no les gritó.
Ya se había quedado a gusto maltratando estudiantes durante el entrenamiento. Ahora solo quería abrir unas latas de cerveza en su apartamento, poner música a tope para que viniera a quejarse su vecino Hughes y reírse en su cara. Ese día el director le había hecho una buena al encasquetarle a su hijo Selim. ¡Tenía que hacer de cuidadora de un crío de mierda (horas extras no pagadas)! Así que los Elric le salvaron la tarde al portarse como las sabandijas que eran.
—Vais a encargaros de Selim. Le vendré a buscar aquí mismo a las siete. Como lo perdáis… no os digo qué os pasará si lo perdéis. Un infierno.
Edward y Alphonse tuvieron que discutir con el niño cómo llenarían las tres horas que tenían por delante.
—¿Qué te apetece? ¿Hacemos tiros libres? ¿Vemos una película en un aula?
—Tengo deberes —dijo Selim.
El corazón de Al se ablandó. Selim era tan responsable a su edad…
—Las aulas están cerradas —objetó Ed.
—No será para tanto, alguna habrá abierta —contestó Al.
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“Tengo hambre…”
Ling Yao
Por supuesto, el interior del pabellón de cuarto, quinto y sexto de primaria estaba a oscuras a las cinco. Y no había personal de Xing, la empresa encargada del mantenimiento y de conservar el colegio a punto, que pudiera ayudarlos.
—Preguntemos al conserje —propuso Al—. Estará en su caseta.
Y allí fueron. Al llamar, abrió la puerta un señor delgado con pinta de oportunista. Ling Yao, sin embargo, era un trabajador responsable y eficaz; se había ganado la confianza de la escuela Amestris, permitiendo a los jóvenes pisar la hierba y promoviendo un ambicioso proyecto de jardinería.
—¿Qué queréis? —preguntó.
—Necesitamos entrar a un aula para entretener a Selim —explicó Ed. Mientras, Al hacía carantoñas al inocente niño, que aplaudía.
—¿Fuera de horario? ¿Tenéis comida?
Ed tendió dos barritas de chocolate a Ling. Todos sabían que al conserje solo le importaban tres cosas: el bienestar de sus subordinados, inmortalizar plantas con fotografías y llenarse la tripa a expensas de los alumnos, menudo pieza.
—Estoy viendo los bultos en tu anorak, suelta también la bolsa de patatas y hay trato.
Ling intercambió el paquete de Jumpers por un manojo de llaves.
—Devolvédmelas mañana. Un placer hacer negocios con vosotros —dijo antes de despedirse.
Al acceder al pabellón por la puerta de servicio, se toparon con una jardinera; Lan Fan apuntó a los tres con la boca de una deslumbrante manguera que sostenía entre los dedos libres de un brazo escayolado.
—¿Quién va? —exclamó.
—Nos ha dado las llaves Ling, estamos cuidando de Selim —aclaró Al.
—Ah, entonces está bien, pasad adentro. Es un orgullo ver a dos gemelos responsables cuidando de un niño menor.
—Él es mi hermano mayor —contestó Al, sujetando a su “gemelo” por el cuello de la camisa para que no cortase la yugular de Lan Fan de un mordisco. Le habían llamado bajito. Tenía espuma en la boca y una versión temporal de la rabia.
Siguiendo a Edward, más tranquilo tras perder de vista a Lan Fan, no les costó encontrar un aula de sexto de primaria en la penumbra: la clase de Ed estaba en el primer piso, girando a la derecha nada más acabar de subir las escaleras.
Encendieron las luces.
Notaron de inmediato que el interior olía raro.
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“Cuando vuelva a casa, sonreiré junto a ella y me olvidaré de todas las cosas horribles que he hecho”.
Maes Hughes
Resultó que el hedor provenía de un cuarto de kebab que había en la papelera. No era de sorprender que alguien se hubiera fugado de Amestris para comprar comida rápida, porque el primer plato de aquel mediodía habían sido judías verdes. Sin embargo, los charcos de vómito del suelo del comedor no habían disuadido al cocinero de engullir las bandejas de sobras. Edward llevaba una eternidad queriendo arrastrar a Alphonse a un local mugriento de kebab (“La Piedra Filosofal”), pero Alphonse se negaba. Había oído que las indigestiones provocadas por un pequeño kebab eran suficientes para sacar el alma del cuerpo.
La pizarra estaba como la había dejado Hughes, el profesor de Historia suplente que ocupaba el puesto de María Ross, quien había tenido que cruzar la frontera hacia otro país atravesando el desierto a causa de una emergencia. Los alumnos no se ponían de acuerdo en si iban a operarla a ella o a su madre; circulaban todo tipo de chismes al respecto. Hasta se decía que la perseguía el ejército. Majaderías.
Sobre la mesa había una baraja abandonada con las cartas fuera, desordenadas. Parece que Hughes, en vez de corregir parciales, prefería empezar Solitarios para luego no poderlos acabar. Por su parte, Selim estaba sacando libro tras libro de texto de su mochilita. Cada uno de ellos superaba las cuatrocientas páginas y medía medio Selim.
Se puso a resolver un problema de matemáticas concentrado. Pronto dio claras muestras de frustración.
—¿Necesitas ayuda? —dijo Al.
En un abrir y cerrar de ojos, Al se encontró resolviendo los doce ejercicios de multiplicaciones que Hawkeye había mandado de deberes a la clase de Selim, y Ed hacía lo suyo con una redacción de inglés ajena. Selim les agradecía efusivamente los servicios prestados. Estaba contentísimo. Su madre, su padre y su abuelo volverían a felicitarle por buenas notas.
Una hora más tarde, a las seis y cuarto, se hizo de noche y Al estaba indignado. Al cabestro de su hermano le había parecido buena idea enseñar a jugar al póquer al crío, que por si fuera poco era un talento natural y estaba desplumándolo. Como no le apetecía ver cómo arrebataban más dinero a su familia, miró por la ventana.
—¿Qué es eso? —dijo. Tras hacer una pausa, añadió—: No os asustéis… pero creo que alguien está intentando colarse en el edificio.
En el aparcamiento, una linterna perforaba la oscuridad. Su dueño llevaba un pasamontañas y un inmaculado traje blanco.
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“No huyas de la muerte, mírala de frente”.
Solf J. Kimbley
Solf J. Kimbley estaba indignado. ¿Dónde estaba su contacto? Debía haberse reunido con él en la rotonda frente a la verja que amurallaba el escuela, pero al no haber aparecido se vio obligado a infiltrarse para hacer su trabajo. Esta vez ni siquiera la astucia podía ayudarlo a comportarse como un ladrón eficiente. Sabía lo que estaba buscando. Sabía dónde estaba. Pero no sabía dónde estaba el lugar que buscaba. Es decir, sabía que había una caja fuerte en el exclusivo chalé donde dormía la junta directiva, que se vaciaba de incómodos testigos potenciales por las tardes. Sin embargo, el dicho edificio podía estar en cualquier parte. Había seis entre los que elegir: la isla del tesoro (el que buscaba), primaria uno, primaria dos, secundaria uno, secundaria dos y secundaria tres.
Entró en el edificio más grande.
Sacó el machete de la funda del bolsillo de su chaqueta. Había que estar preparado. No es que le apeteciera rajar a alguien. Llevaba tres víctimas ese mes y no quería sumarse más notoriedad hasta la primavera. Tenía que evitar un encarcelamiento a toda costa, porque en la trena le sería complicado matar.
¿Por qué había un trofeo de caza en la pared? ¡Y de un oso! ¡Menudo susto, si parecía vivo! En la placa ponía que la verdugo había sido Riza Hawkeye, ¿algún aficionado a la caza mayor daba clases en Amestris?
Un bulto rubio lo placó y derribó.
Contuvo un grito. Cegado momentáneamente su campo de visión, dio un tajo en la dirección donde supuso que estaría el niño que tan desafortunadamente se había cruzado con él. No dejaba testigos, era cosa de honor, casi de caballerosidad, pero no cortó más que aire.
—¡Ed, está armado!
Estupendo, había dos. Nunca había deseado ser un asesino de niños, esa especialidad de su trabajo atraía demasiada policía. Y ahora iban a ser dos sus víctimas infantiles. Qué se le iba a hacer, mejor asesinato en mano que ciento volando.
El muchacho que lo había placado había vuelto a la carga, pero se había detenido en seco alertado por el grito. Y estaba a su alcance. Así que hizo lo que mejor sabía: apuñalar. No tuvo en cuenta que el niño que había gritado estaba cerca.
Utilizando su experiencia como defensa estrella, Alphonse Elric detuvo con el zapato el machete que estuvo a punto de cortarle la pierna a su hermano. Siguió una pelea que demostró al ladrón que no era sencillo dañar a este par de rubios canijos (sobre todo uno de ellos) que parecían un cinturón negro de dos cabezas.
Entonces una torre que había oído el estruendo de la lucha bloqueó una de las salidas: Scar. Acorralado, Kimbley puso pies en polvorosa. En su apresuramiento se le cayó la cartera. Scar leyó su nombre en el carnet de conducir y se marchó también sin una palabra más.
Al preguntó:
—¿Dónde está Selim? —preguntó Al.
Había desaparecido.
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“No dudaré en disparar a quien sea hasta el día en que la persona a la que protejo alcance sus metas”.
Riza Hawkeye
Edward tenía mal día. En primer lugar, sabía cómo le trataría el entrenador Envy a partir de ahora por perder a Selim. Aún peor era que se había roto el tobillo. No había sido al bajar de la escuela, construido en una montaña. Para llegar a su hogar a salvo solo tenía que caminar quince minutos y sortear el área más aterradora del país: la carnicería Izumi, de cuya dueña se contaba que gozaba de fuerza sobrehumana. Sus hazañas salvajes eran parte de las joyas del tesoro de leyendas urbanas de Amestris. Pero no, Edward Elric se hizo el esguince al entrar en casa y saludar a su madre. Fue corriendo a darle un abrazo con demasiado entusiasmo, y como tenía la pierna débil por haberla estampado contra los hierros que Alphonse tenía por huesos, tropezó. Pero lo peor no era el dolor del tobillo, sino que estaba en clase de mates con el demonio personificado: la estricta Hawkeye.
En una ocasión se coló un oso pardo en Amestris. En otra ocasión, la carnicera Izumi se coló en el colegio para vender porquerías fritas a los alumnos y la expulsó la profesora Olivia, la aterradora profesora rusa de secundaria. El oso pardo no tuvo tanta suerte, sino que su cabeza fue disecada y colgada en la pared del laboratorio de química de los privilegiados de bachillerato. Los alumnos no estaban seguros de cómo mató al oso la profesora Hawkeye. Circulaban rumores de lo más variopintos. Que si había acabado con él en combate singular, que si había usado la pistola que se guarda para emergencias (la existencia o no existencia de la pistola era una pieza de mitología en sí misma), que si lo había drogado con formol… La versión más creíble es que le disparó una tiza en un ojo. Todos conocían su frase estrella, que repetía a menudo en clase: “Donde pongo el ojo, pongo la tiza”. Y la experiencia dictaba que no era una amenaza vana. No fallaba nunca. Podía acertar a una lata de Coca Cola a cincuenta metros con una tiza.
Las siguientes clases de Ed eran más livianas: Lengua y Literatura con Sheska, seguida de Historia con Hughes. Y después, como un oasis, el patio. La espera no se le hizo larga hablando con Winry, su vecina. En realidad, más que conversar discutían sobre quién estaba impidiendo más a quién prestar atención a la clase. Edward, además de discutir, también habló de física, y Winry, de tuercas con diferentes resistencias.
Sheska añadió a Ed y Winry a la lista negra de los individuos a los que ponía mil peros para prestarles libros en la biblioteca (Sheska era la bibliotecaria escolar fuera de su horario lectivo). Esa gentuza que no escuchaba no era de fiar. Garabateaba los libros.
Hughes, en cambio, ni se enteró de que los tortolitos hablaban. No hizo más que hablar, como mandaba su trabajo, pero por las razones equivocadas. Dio muchos más detalles sobre su familia que sobre los reyes históricos que estaban estudiando. Llegó a afirmar que los mofletes de su hijita eran el material más blandito y achuchable del universo, verdad que nadie puso en duda.
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“Las apariencias raramente representan toda la verdad”.
Pride
Ed y Al temían el momento de encontrarse con Envy, porque se habían largado corriendo a casa tras el encontronazo con Scar y Kimbley sin buscar a Selim.
Entre tanto, la vida seguía. En el patio del recreo Ling Yao pedía comida a cada niño que veía, a pesar de que era el conserje y debía estar supervisando el correcto crecimiento de los abedules. Llegó la hora de Winry de ser atracada y tener que ceder ante el abuso de poder del emperador de los jardineros. Hubo de lamentar la pérdida de una galleta de mantequilla escocesa.
Así que para desahogarse se dio una vuelta por la tierra prohibida: una de las áreas de césped que parcelaban el patio. Estaba prohibido pisar la hierba bajo pena de un sablazo en los riñones de Olivia Armstrong. Bueno, para tanto no sería. Pero al ver a Winry, Ed le advirtió:
—¡Sal de ahí, el subdirector Mustang está de ronda!
Lo peligroso no era el subdirector, sino que Roy siempre caminaba junto a Hawkeye fuera del horario de clase, y la susodicha tenía una vista formidable. Winry abandonó el parche de hierba justo a tiempo para librarse de un sermón de los que hacen ruborizarse tanto que uno piensa que le han prendido fuego.
Sin embargo, Ed pagó caro dar el aviso.
Al darlo, se despistó.
Y Envy lo pilló por la espalda.
Le puso una mano en el hombro.
—Eh —dijo.
—¡Ah! —gritó Ed. No podía correr con la muleta.
—Ni que hubieras visto un monstruo —contestó Envy con dulzura envenenada—. ¿Te acuerdas?, soy tu entrenador, lo que me recuerda que tengo que hablar contigo y tu hermano. ¿Dónde está?
Ed se encogió de hombros, aunque sabía perfectamente dónde estaba Al. Fuera del alcance de Envy.
—Ay, lo que viene ahora me gusta aún menos que a ti, pero tiene que hacerse, así son las cosas —se lamentó Envy con pena fingida—. Hay que disciplinar a los niños revoltosos, y ya que el castigo físico está mal visto, solo me queda una vía de actuación. Voy a abriros un expediente a los dos. —Sonrió.
Ed parpadeó. En ese lapso, tres ideas le pasaron por la cabeza. Uno, que él era el mayor y tenía que proteger a Al. Dos, que perder a Selim, por grave que fuese, no era una actividad escolar y por tanto un expediente no era el castigo adecuado. Y tres, que su entrenador era un putísimo desgraciado.
—Mi hermano es menor que yo y carece de responsabilidad por lo que ha pasado —dijo Ed—. Asumo toda la responsabilidad. Ábreme dos expedientes y perdona a mi hermano.
—Claro que no, un expediente para cada uno. ¿Me has visto cara de tonto o qué?
Ed quería irritar a ese cabrón para que, ya que hacía que el día de los demás fuera una mierda, el suyo también lo fuera. Respondió una tontería cargante que se le pasó por la cabeza:
—Envy, tú tienes envidia de los niños, ¿verdad?
—Serás…
Un paseante abstraído evitó a Ed que Envy se continuara cebando con él. Hughes se chocó con Envy, haciendo que pisara un charco y se manchara el pantalón. Iba muy distraído enseñando una foto de su hija a Fu, el jardinero, que no le hacía caso porque estaba pensando en sus cosas. Desde que tenía el brazo en escayola, su nieta le tenía preocupado (o quizá llevaba preocupado por ella desde antes, al fin y al cabo era abuelo y su nieta una cabeza loca temeraria).
—Cómo te atreves —protestó Envy, tras el empujón.
Hughes intentó sin éxito contener a la fiera comentando lo lindas que eran las trencitas de su hijita, que su mujer Gloria hacía con sumo esmero, pero en cuanto el entrenador Envy se envalentonaba no había quien lo parara. Este se marchó ladrando una amenaza velada:
—Hablaremos más de tu tropiezo… antes de fin de mes.
Antes del próximo sueldo de Hugues… o el último.
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“¿Me lo puedo comer ya?”
Gluttony
Era la hora más santa de la semana, si la semana podía tener cinco horas santas. Era la hora de comer en la escuela Amestris. Los alumnos y la mayoría de profesores acogían ese descanso en sus labores con mucha mayor reverencia que la visita semanal a la Iglesia que hacían en horario lectivo. Los sermones del capellán Sloth y Greed sobre la pecaminosa concupiscencia de las entrañas caían en oídos sordos. Incluso los monaguillos: Gori, Zampano y compañía pasaban de ciertas recomendaciones religiosas. Los macarrones eran más importantes que la misa. Cocinar para mil personas era duro, pero cuando el premio es catar todo lo que nace en una cocina multitudinaria… Sin sacrificio no hay recompensa. Y quien supera todo ese sufrimiento y aprende las recetas consigue a cambio unas tortillas de concurso.
Gluttony concedía una infinita importancia a emplatar pollos asados que hicieran la boca agua. Para variar, los chavales lo estropeaban todo. Una chica rubia con coleta, empujada por un gigantón, dio varios pasos hacia atrás y a punto estuvo de tirar dos platos de flan porcionado con regla.
Desde la perspectiva de Ed, que había puesto un plato de arroz en su bandeja hambrientamente hacía solo un segundo, el empujón que Scar dio a Winry fue completamente gratuito. ¿Qué hacía un chico mayor pegando a su vecina?
—Para que no te vuelvas a acercar a Ishval —gruñó Scar, y sus vengativos dos metros se marcharon a comer.
A Ed, que no comprendía nada, se le indigestó la comida de la indignación. Al salir al comedor en dirección al patio, frunció el ceño a todo aquel que se encontró. Personas ajenas como Alex Armstrong, un profesor de gimnasia, o Lust, la monja de Catequesis, fueron víctimas de su mal humor sin enterarse de por qué. May, la niña de primero de primaria, incluso se echó a llorar. Amedrentada por la cara de caballero demoníaco de Edward, May se preguntó cómo era que un retaco aún más chiquitito que ella podía mirarla con tanto atrevimiento.
Ed iba en busca de Al, ya que los pequeños comían y salían al patio antes. Lo encontró junto a la fuente acompañado de Ling Yao. Llevaban horas hablando de la desaparición de Selim y los acontecimientos de la tarde anterior. Al se había saltado varias clases interrogando al personal de Xing, convencido por las explicaciones de Ling de que todo estaba conectado. Edward intentó desviar la conversación contando lo que le había pasado a Winry, pero Ling cambió las tornas de improviso:
—¿Scar, el repetidor de Ishval? Le cambiaron de colegio al repetir curso en Ishval, y en Amestris se ha vuelto un caso. Nuestros estudiantes odian a los de Ishval y la ley hace al criminal, pero Scar no está de morros únicamente porque le tachen de paria. Amestris acosa sistemáticamente a Ishval cada día al terminar las clases, es normal que no pueda ni vernos. ¿Veis a ese monaguillo con las gafas rotas? Es otro que ha ido “de turismo” a Ishval.
—No la tomes con Winry. Ella… —empezó a excusarse Ed.
—¿Va a las palizas grupales? Sí, le han empujado en el comedor, se lo tiene bien empleado, una bronca de sus padres tampoco sobraría —dijo Ling.
—Eso no debería decirlo un adulto —dijo Al, que sentía no haber estado para proteger a Winry, a pesar de que su amiga merecía que la juzgaran por sus acciones.
—Tienes razón, pero no la toméis con Scar. Es un pobre chico. No es el mismo desde que su hermano murió.
—¿Qué? —preguntó Alphonse, miró a Ed y tragó saliva—. ¿El hermano de Scar está… muerto?
—Lo apuñalaron. Estudiaba Matemáticas en la universidad.
Al fue a dar un abrazo a Ed, pero recibió una patada a cambio.
—Todavía no han encontrado a quien lo apuñaló. A estas alturas, no creo que lo encuentren, la información sobre el prófugo se limita a que vestía de blanco.
—¡Si es el panoli que entró ayer a la escuela, o tiene que serlo porque su ropa es así! ¡Se llama Kimbley, lo ponía en su carnet de conducir! —gritó Ed.
Sin embargo, la atención de los tres quedó secuestrada por lo que ocurría a cien metros a su derecha. Frente al chalé desde el que se administraba la escuela Amestris había tres individuos. El director Bradley.
Su hijo desaparecido Selim.
Y el intruso, Kimbley.
Frotaba el pelo de Selim con expresión cohibida mientras pedía disculpas. El contenido de la conversación dio la vuelta al colegio (el único lugar más chismoso que un pueblo es una escuela). Según Kimbley, encontró a Selim en la calle durante la noche del día anterior, mientras el niño vagaba solo. Había venido a devolverlo “a primera hora”, aunque era más allá del mediodía. Selim confirmó las declaraciones, y Bradley, conociendo la reputación de ser de luz de su hijo, se tragó sus mentiras. Pasaron dentro del chalé a tomar el té.
—Lo que daría por escuchar su conversación. Orquestan una trama de corrupción de lo más turbia ahí dentro. Estarán dispuestos a todo para guardar el secreto —dijo Yao.
—¿Quién está en el ajo? —preguntó Ed.
—Los integrantes de la junta directiva del colegio: Bradley, el capellán Sloth, el clérigo Greed, la monja Lust, Gluttony, Envy, Selim y un tal Father, el accionista mayoritario. Selim, a pesar de ser menor, percibe tantas “bonificaciones” como los demás.
—Pero es un niño. No se enterará de nada —dijo Al.
—Con razón el entrenador de fútbol se da tantos aires —dijo Ed—. Es uno de los mandamases. Oye, Al, ¿entramos a investigar al chalé? Como somos pequeños, no nos verán. —Se odió a sí mismo por haber confesado implícitamente que era bajito—. Es nuestra única oportunidad para que el hijo de puta de Envy no nos abra el expediente.
Al se escandalizó el vocabulario que usaba un miembro de su propia familia, pero contestó:
—A cambio del postre de la comida de mañana.
—Hay trato. Te lo cedo. Mañana hay leche.
—Tened cuidado —advirtió Ling—. Lan Fan se rompió el brazo huyendo de King Bradley tras entrar en su despacho por la ventana, escalando por las enredaderas de la pared exterior. Por suerte, no la reconoció, pero me da escalofríos lo que podría pasarle a cualquiera si descubrieran que conoce su secreto.
—Yao, para que lo sepas —dijo Ed, que llevaba quince minutos rumiando si soltar la siguiente información—. Winry está cabreada con Ishval porque sus padres médicos no hacen más que atender a los heridos de allí, y la tienen desatendida.
—Ah. En fin, buena suerte en el chalé. Si os pillan, no me conocéis.
Y así fue como Ed y Al acabaron liados por un adulto para colarse en la instalación más secretista de su escuela, terminantemente prohibida hasta para el subdirector Mustang.
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“¡Estoy harto de quedarme mirando mientras la gente muere!”
Alphonse Elric
La operación de espionaje táctico comenzó sin incidentes. Era fácil que no te vieran al entrar al chalé, porque allí no había nadie. “Cuántas salas para tan pocas personas”, pensó Ed. Mientras tanto, Alphonse reflexionaba sobre la reacción del entrenador Envy a la desaparición de Selim. Le sabía a poco. ¿Se debía a que su acidez era extrema desde siempre o había algo más?
Bradley, Kimbley y Selim conversaban en la sala de reuniones de la junta directiva sin enterarse de nada.
Selim susurró una frase inaudible. ¿Al oído de Kimbley?
—¿Señor, un terrón o dos? —preguntó Bradley.
—Oh, no gracias, no tomo azúcar —respondió Kimbley.
—¿Y cómo es que un hombre como usted, esbelto como un pincel, toma té amargo?
—Es mi único traje. Ganar unos kilos me pondría en un aprieto. Estoy absteniéndome de dulces y grasas. ¿Nos dejamos de formalidades?
—Bien. Selim me ha dicho por teléfono esta mañana que eres muy eficaz y te gustaría participar en nuestros… negocios. Confío en su palabra. Es un jovencito inteligente. Podría matricularse en la universidad si quisiera. Iré al grano. ¿A cuánto asciende la suma que aspiras a cobrar manchándote las manos en vez de nuestra sociedad familiar?
—Solicito un porcentaje de los ingresos de la escuela mientras opere bajo la tutela de la junta directiva, y una participación en la empresa tras una labor satisfactoria de un máximo de dos años de duración.
—Continúe. Hasta aquí tiene mi aprobación.
—¿En qué consistirá lo que tendré que hacer?
—Fruslerías. Tareillas. La desaparición de un progenitor suspicaz. Obtención de plantillas para falsear documentación. Camelar a inspectores de policía. Envenenamientos. Todo legal, por supuesto.
—Confieso que estoy ansioso por empezar. Creo que soy indicado para el puesto.
—Bienvenido a bordo del Homúnculo S. L.
—Papá, ¿puedo hablar contigo en privado? —preguntó Selim.
—Claro que sí, hijo. —Pareció que se marchaban a otra sala, dejando a Kimbley terminarse el té con tranquilidad.
Los Elric habían completado la primera parte del plan. Ling Yao los había convencido de que, si oían alguna información efectivamente incriminatoria, no terminaran la operación ahí sino que buscaran pruebas. A la señal convenida, cuatro golpecitos a una ventana de la planta baja cercana a la entrada, Ed y Al llamaron al ascensor conteniendo la respiración. Los ojos de Ling les garantizaban que el despacho del director, cuyo interior se veía desde fuera a través de las amplias cristaleras, se encontraba vacío. Subirían, tomarían algún papel inculpatorio y saldrían sin ser detectados.
El plan comprendía dos factores de riesgo: que alguien llamara al ascensor mientras los Elric estuvieran dentro, o que entraran en el despacho del director con ellos allí. En el peor de los casos, mentirían sobre la razón por la que estaban irrumpiendo en una propiedad privada. Dirían que alguien les había gastado una broma y ya está.
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“Me marcho pero volveré… tras la última transmutación del alquimista de acero”
Edward Elric
Subieron sin problemas. Del ascensor al despacho mediaban cinco metros. La chimenea iluminaba la estancia, que de todos modos no lo necesitaba gracias a sus amplios ventanales. Hallaron las pruebas que querían, o que quería Ling, detrás de un cuadro: una caja fuerte con la combinación cero-cero-cero custodiaba lingotes de oro, un reloj de plata, esmeraldas, diamantes, incontables bonos del estado y el historial de una trama de blanqueo, malversación de fondos públicos (Amestris era concertado) y fraude fiscal con evasión de impuestos. Había cinco gruesos archivadores a rebosar de pruebas.
—Mira esto —dijo Ed—. Hughes. Dice Hughes.
La lista que consultaba era muy distinta de las anteriores. Era un formulario de despido firmado por Envy. Estaba redactado con mala letra, como si el solicitante hubiera hecho una chapuza a propósito para dar un soponcio al funcionario que le tocara leerlo.
Los Elric escucharon un sonido atronador. Un microondas. Y acto seguido, agua hirviendo cayendo en un vaso. Después, pasos. En dirección a donde estaban. Se agacharon debajo del escritorio embargados por el pánico, agarrándose al clavo ardiendo de que quien quiera que fuese pasaría de largo sin verlos. Cometieron el error de no apagar las luces.
—¿Trabajando a la hora de comer, hijito?
Era el mandamás de la junta directiva en un albornoz lila, Father Homunculus, el padre de Bradley, Envy, Gluttony, Lust, Greed y Sloth. Reconoció la situación al instante. Ayudó que los Elric habían dejado un revoltijo de folios sobre el escritorio, cuando Bradley era un oficinista pulcro. Father llevaba años pintarrajeando en su imaginación montañas de Worst Case Scenario como ese. Pulsó un botón rojo junto a las luces y abrió un cajón.
Sonaron sirenas.
Los hermanos salieron escopetados de su escondrijo. Sin embargo, la voz de Father los detuvo en seco:
—No tan rápido.
Los detuvo su voz… junto a la pistola que llevaba en la mano y apuntaba a Edward, quien hizo una estupidez: se enfrentó desarmado. Saltó. Podía elevarse como una centella con alas de cuervo gracias a haber sido el rematador en un equipo de voleibol donde lo subestimaban por ser bajito. Fue a pegar un patadón a Father en los dedos que sujetaban la pistola, que sin flaquear jalaron del gatillo y destruyeron la pierna buena de Ed. Fue el último chut del futbolista de acero. Y en la caída se torció el brazo derecho de una forma muy fea, fracturándoselo.
Al se interpuso entre la pistola y su hermano.
—¡Apártate, idiota, nuestros padres tienen suficiente con que acribillen a un hijo! —gritó Ed.
—¡Cuando te caíste del columpio que nos había construido papá, deseé poder consolarte! ¡Cuando entré al equipo de fútbol de los mayores gracias a mi talento, quise apoyarte a pesar de la rabia que me daba que nos compararan! ¡Y ahora que me necesitas pretendo ayudarte con todo lo que tengo!
Father observó estos discursitos con la ironía de quien sabe que ha ganado.
—¿De qué vale un futbolista sin una pierna? Además, ¿qué puedes hacer?
—Puedo darle unos segundos.
—Los dos contra la pared, de espaldas. —dijo Father, y al ver que no se movían añadió—: ¡Ya!
En ese instante, un proyectil impactó su frente.
Riza Hawkeye estaba encaramada a la ventana sosteniendo un paquete de tizas cual rifle de francotirador. Ling Yao, preocupado, se lo había contado todo al subdirector y su fiel escudera. Roy Mustang no iba a desaprovechar la oportunidad que llevaba esperando en su eterna aspiración a gobernar Amestris para el pueblo; es decir, los profesores, los alumnos son chusma y no cuentan ni como pueblo. Miento, Mustang quería gobernar incluso para una especie tan ingrata como un adolescente de catorce años o las revoltosas manadas de primaria.
En ese momento, el ascensor eyectó en el piso del despacho de Bradley a los propios Mustang y Bradley, acompañados de Kimbley y Selim.
—No intente nada —le advirtió Mustang a Father—. Hughes ha llamado a la policía y ya lo ha revelado todo.
—Quieren despedirlo por culpa del entrenador —dijo Ed, conteniendo un chillido de dolor y abrazado por Alphonse (se había lanzado sobre su hermano como una pantera en cuanto vio que estaban a salvo).
—Nadie se va a librar de Hughes mientras yo esté aquí. Es más, si puedo le meto cargos por difamación a Envy aparte de lo demás —dijo Mustang.
Quemó la tramitación del despido de Hughes en la crepitante chimenea y se sentó en el sillón del director.
—No necesito el fútbol… si tengo a los míos —musitó Edward, y se desmayó.
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“Tienes mi palabra. Cambiarán las relaciones con Ishval”.
Roy Mustang
Casi todos los asociados a Homúnculo S. L. fueron expulsados de Amestris. El único al que se le permitió quedarse fue a Gluttony, bajo la condición de que durmiera en la penitenciaría. Nadie hubiera sabido qué hacer con un cocinero menos experto y entregado. Se le concedió un indulto parcial por petición popular.
Envy no pudo endilgar a los hermanos Elric una apertura de expediente por la cara. Mustang tampoco pudo añadirle cargos por difamar a Hughes. En teoría, la junta estaba en su derecho de despedir a quien quisiera, pero rebuscando encontró otros trapos sucios que divulgó de buen grado. El monitor de fútbol estuvo un tiempo en Ishval, de suplente. Fue tan mal profesor, que Ishval le cogió ojeriza a Amestris porque el tipejo venía de allí, lo que dio pie a las multitudinarias peleas entre los niños de ambas escuelas. Estas eran desiguales por naturaleza al tener Amestris el triple de alumnos que la escuela rival.
Scar alcanzó la edad necesaria para dejar los estudios y cumplió su sueño de hacerse jardinero; de Amestris, para más inri. Mustang, empeñado en restablecer las relaciones con los ishvalíes, le ofreció una buena paga. A pesar de la ira del repetidor trasplantado de colegio, Scar admiraba los hermosos jardines de Amestris y había empleado muchas tardes para merodear por ellos. Eran el orgullo de Xing, cuyos empleados recibieron un aumento salarial para recompensar su fundamental intervención en la caída de Homúnculo S. L. y la corrupción administrativa. Ascendieron a Ling Yao, que era lo que quería destapando la trama de corrupción desde el principio.
Selim Bradley también quería destapar la trama de corrupción, haciendo desaparecer parte del dinero ilegal antes de que la policía pusiese las manos encima sobre la fortuna familiar. Para ello, iba a servirse de Kimbley, que se infiltraría en la organización hasta recopilar las suficientes evidencias para exponerla al público. Entonces, debía fingir asesinar a Selim en el chalé para que el niño pudiera adoptar una identidad falsa. Se repartirían el fruto del robo a partes iguales. Pero no anticipar la presencia de los Elric provocó su ruina. Kimbley lo confesó todo, no para que le rebajaran la pena sino porque Selim le parecía un crío repelente. Lo recluyeron en una zona de contención de psiquiatría infantil.
Father, que nunca salía de su cuarto donde apostaba a los caballos, se entregó a una nueva carrera como especulador y contrabandista dentro de los muros de la cárcel.
En cuanto a los Elric, ya sabéis que Edward perdió la pierna, recuperó el brazo y tuvo dos hijos con Winry. Trisha y Hohenheim se encuentran perfectamente y vivirán hasta una avanzada edad. Al terminar la enseñanza obligatoria, Al entró a trabajar en Xing, pero finalmente se cansó de podar setos y acabó como cuidador de pandas en un zoológico. Sus métodos para cuidarlos eran célebres, e incluso consiguieron que un animal con enanismo creciera (un panda, no su hermano, que creció por la vía natural y aunque parezca mentira pasó a Winry a los dieciséis): Alphonse Elric hacía sparring con pandas en su tiempo libre.
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quimiralj on Chapter 10 Thu 11 Sep 2025 11:18PM UTC
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