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Entre lo que somos

Summary:

¡También quería participar en la #YamiWillWeek2025!

Notes:

Jamás escribí algo tan rápido, aunque tal vez este un poco descuidado ¡Suerte que me cancelaron mi examen y pude escribir relativamente tranquila!

(See the end of the work for more notes.)

Chapter Text

Yami mantiene la vista fija en el cielo nocturno, tomándose el tiempo de admirar las estrellas mientras sostiene un cigarrillo encendido entre los dedos e ignora el ligero bullicio de los caballeros mágicos que limpian los escombros.

La batalla contra Lucius ha terminado. Gran parte del Reino del Trébol está destruido, muchas vidas se perdieron, pero… de alguna manera, él sigue ahí: sangrante, magullado, pero vivo.

Por eso se da ese pequeño lujo: recostarse entre las ruinas de su base —ahora usada como refugio temporal para los miembros restantes del Amanecer Dorado y sus propios chicos— y mirar el cielo estrellado. Ese que, irónicamente, nunca cambia. Ese que se ve exactamente igual al cielo que contemplaba mientras viajaba en su pobre bote, escapando de su tierra natal para proteger a su hermana. Ese que permanece igual, incluso cuando la tierra que se convirtió en su hogar estuvo a punto de desaparecer.

El frío de la noche le quema las heridas. Sus músculos adoloridos arden con cada respiración, y su mente se atropella con recuerdos de las peleas vividas y las muertes que presenció.

Por un momento, siente el pulso acelerarse y decide buscar en la reserva secreta de Vanessa algún vino que lo calme por el resto de la noche.

Se levanta de las ruinas, ignorando el grito de sus músculos, y gira el cuello, dejando que sus huesos crujan con un sonido seco. Ignorando el frío, abre la puerta apenas reparada de su base.

La sala de estar está oscura y silenciosa, apenas iluminada por la luz de la luna. Sabe que todos deben estar en sus habitaciones, durmiendo agotados por la batalla o pasando tiempo a solas con sus seres queridos. Yami se dirige a los muebles apenas en pie de la cocina y saca el vino favorito de Vanessa, decidiendo que luego se disculpará con ella.

Mientras se dirige de nuevo a la puerta para volver a sentarse entre los escombros, algo que ve por el rabillo del ojo lo detiene por completo.

Gira la cabeza y parpadea varias veces, asegurándose de que no está viendo mal.

En el sillón grande de los Toros Negros, ese donde comparten comidas y donde él suele leer su periódico, se encuentra William, recostado a lo largo del sofá, durmiendo pacíficamente.

 

Yai deja la botella de vino en el suelo con un movimiento lento, concentrando toda su atención en William. ¿Qué hace durmiendo justo ahí?

Por la masiva destrucción y el cansancio colectivo, le había dicho a William que él y sus chicos eran bienvenidos a pasar la noche en su base. Era uno de los pocos lugares lo suficientemente grandes y en pie para albergar a tanta gente, y William había aceptado. Yami está seguro de que le ofreció su habitación, que le dio instrucciones específicas para llegar, y que si se perdía, solo debía preguntarle a Finral o a Henry para que lo guiaran.

Con un leve suspiro, apaga el cigarrillo en el cenicero, diciéndose a sí mismo que William, obviamente, se preocuparía por los detalles.

Vuelve a observar la figura de William, y esta vez le presta más atención. Más que cuando admiraba las estrellas.

Lo más notable: William ya no tiene su maldición.

Sabe que fue Gordon quien, en medio de la batalla, se encargó de levantarla para que pudiera luchar con todo su potencial. Y, sinceramente, fue impresionante ver que su poder puro bastó para vencer a un clon de Lucius.

Pero no solo la liberación de su poder fue un cambio. Su aspecto físico también ha cambiado. Su cabello, antes corto e irregular en los bordes del rostro, ahora es largo y uniforme, parecido al de los elfos. Una parte de Yami lamenta que haya perdido su anterior cabello, porque siempre le recordaba a un diente de león, cosa que le parecía muy tierna. Aunque tampoco se ve mal ahora.

Su piel ya no tiene las cicatrices que lo marcaron toda la vida. Ahora es pálida y suave, aunque con algunos moretones, laceraciones y sangre seca en ciertas zonas.

Incluso sus pestañas cambiaron de color. Ya no son negras, sino del mismo blanco que su cabello, y parecen más largas y espesas.

Yami no se detiene en su rostro. Se toma el atrevimiento de observar el resto de su cuerpo. Lo que más llama la atención es que William perdió un brazo durante la batalla, y ni Mimosa pudo recuperarlo. Ahora lo reemplaza un brazo de madera creado por su propia magia. También puede ver una gran herida vendada en una pierna, con manchas de sangre tiñendo el blanco del vendaje.

Gracias a la ropa rasgada de William, Yami también distingue pequeñas laceraciones dispersas por su cuerpo. Son lo suficientemente pequeñas para no ser urgentes, pero lo bastante grandes como para haber empapado su ropa, normalmente impecable, de sangre seca, haciendo que se le pegue a la piel sucia y sudada.

La imagen que tiene ahora de William es muy distinta a la de antes. Ya no se ve perfecto ni elegante. Tampoco culpable ni frágil, como después de la batalla contra los elfos y la Tríada Oscura.

Ahora se ve sucio, herido y magullado. Se ve triunfante, fuerte y hermoso. Jamás pensó que alguien cubierto de sangre pudiera tener esa belleza que cualquier ser, mortal o celestial, envidiaría.

Y por eso no se culpa cuando acaricia suavemente la mejilla de William.

Diablos, Yami ni siquiera sabe cuándo se acercó tanto. Solo sabe que está arrodillado a su lado, observándolo más de cerca.

Sabe que no debería estar haciendo esto: admirándolo mientras duerme, como si estuviera atesorando una reliquia sagrada. Sabe que cualquier otra persona que lo viera pensaría que es un pervertido.

Pero mientras retira un lacio cabello del rostro de William, dejando que las yemas de sus dedos acaricien con delicadeza sus pómulos ligeramente rosados, piensa que, en realidad, eso no le importa.

No niega que siempre sintió cierta atracción por William, pero siempre intentó mantener una distancia profesional entre ellos. Primero por respeto, y después por resentimiento. Pero eso ahora carece de importancia para Yami.

Casi muere más de una vez en medio de esa loca batalla, y está seguro de que lo mismo le pasó a William. Ambos estuvieron al borde, vivieron una de las batallas más importantes en la historia de la humanidad… y salieron vivos. Así que decide que puede permitirse ser un poco egoísta.

Sí. Elige ser egoísta.

Principalmente porque no puede resistirse a la tentación de acariciar y admirar el rostro de William.

Incluso se asusta un poco a sí mismo, porque no parece un simple deseo. Parece más una necesidad, casi rozando la obsesión.

Pero carajo, realmente no le importa.

Acuna el rostro de William en una de sus manos, sintiendo la suavidad de su piel apenas interrumpida por las costras de sangre seca. Disfruta de la sensación fresca que le da, como si fuera un vaso de agua fría en el día más caluroso del verano. Con su pulgar, roza con ligereza los labios de William.

Están resecos, con una pequeña laceración en el labio inferior, pero al mismo tiempo se sienten cálidos, perfectos, deseables. Tan deseables que parecen estar llamándolo, y Yami no es lo suficientemente fuerte como para resistirse a ese llamado.

Piensa por un segundo que no debería hacerlo. Pero, otra vez, vuelve a pensar que se lo merece después de casi morir. Luego culpa al cansancio por sentirse tan débil, y al vino de Vanessa por su escasa resistencia… aunque ese vino sigue perfectamente cerrado en el suelo de la base.

Deja de pensar en todas las posibles excusas, porque al final no sirven de nada. Decide rendirse a la necesidad de su cuerpo, esa que ruega por William, que siempre ha permanecido en el fondo de su mente, rogando por tenerlo entre sus brazos.

Levantando ligeramente la barbilla de William, Yami se inclina y le da un beso casto.

Tal como lo imaginó, sus labios se sienten esponjosos, tan carnosos como siempre pensó. La sequedad carece de importancia. Entre el sabor a hierro por la sangre de ambos y la nicotina de sus cigarrillos, percibe un ligero sabor dulce que lo envuelve.

Se aferra a la nuca de William y disfruta del beso. No se siente como una explosión de fuegos artificiales, ni como mil mariposas en el estómago. Se siente natural. Como si siempre hubiera estado destinado a suceder. Como si fueran dos piezas de rompecabezas encajando. Como si fueran dos partes de una misma alma uniéndose al fin.

Una parte de sí mismo, la más codiciosa, quiere mucho más que un simple beso. Es una necesidad tan grande que sabe que seguirá ahí mañana, y al día siguiente, y al siguiente, hasta el último día en que muera. Pero decide que, por ahora, eso es suficiente.

Se separa lentamente de William, pero aún permanece lo suficientemente cerca de su rostro como para sentir su respiración. Y a pesar de su fuerza, no puede evitar darle una última caricia a los labios.

La necesidad de tocarlo sigue en su cuerpo, metiéndose en lo profundo de sus músculos, aferrándose a sus huesos, fundiéndose con su cerebro. Todo su ser le pide un poco de William: un poco de sus labios, de su cuerpo, de sus sentimientos, de su alma.  

Pero Yami se conoce. Sabe que es codicioso. Y aunque esta es la primera vez que cede a su egoísmo, sabe que jamás estará satisfecho con solo un poco. Ya no. No después de haber probado.

—Vaya —susurra para sí mismo, soltando una risa hueca—. Soy mucho más codicioso de lo que esperaba...

Su autocontrol se debilita con cada segundo que pasa tan cerca de William. Así que, con una última caricia, se levanta de su posición arrodillada junto al sofá, obligándose a recuperar algo de compostura.

Su mente se siente nublada. Tal vez por el cansancio, tal vez por el deseo. Pero decide que lo mejor será volver a su habitación.

Ahora que piensa con más claridad, se da cuenta del frío que hace en la sala. Es normal, considerando que es de madrugada. De inmediato se preocupa por William y empieza a considerar sus opciones. Sabe que no puede llevarlo a su habitación: no resistiría la tentación. Y aunque le gustaría cubrirlo con su capa, toda su ropa y su piel está llena de sangre, sudor y suciedad. No sería lo más higiénico.

Nota una manta en el respaldo de una silla. Es una sencilla manta negra con el logo de los Toros Negros, que Julius le regaló hace muchos años. Decide tomarla y cubrir suavemente el cuerpo de William.

Por un momento, siente el impulso de volver a acariciar su rostro. Pero usa toda su fuerza para no hacerlo. Con resignación, sale de la sala y se dirige a su habitación.

La sala queda en silencio unos instantes, hasta que el sonido del cuerpo de William haciendo fricción con la tela de la manta interrumpe la quietud de la noche.

William se acurruca en el sofá, acostándose de lado, mientras su rostro se pone rojo hasta las orejas. Lentamente abre los ojos. Sus iris violetas brillan con miles de emociones no dichas, mientras su corazón se acelera: nervioso, feliz y confundido por lo sucedido.

En un momento había decidido dormir en el sofá, porque le parecía desconsiderado ocupar la cama de Yami cuando claramente él también necesitaba descansar. Y al siguiente, se despierta con los labios de Yami sobre los suyos.

Y debe admitir que no le desagradó. De hecho, todo lo contrario.

—Ambos somos codiciosos —confiesa a la fría oscuridad de la noche.  

Decidido a dejar ese asunto para más tarde, se vuelve a acurrucar, escondiendo su rostro sonrojado entre las cálidas mantas que Yami le tendió.

Definitivamente, la próxima vez… ambos serán más codiciosos.

Chapter 2: Día 2

Summary:

Día 2: Manos.

Notes:

William dándole de comer a Yami en la boca ¿Por qué no?

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Yami abre la boca, dejando que William coloque una simple galleta de vainilla en su boca.

Sus manos duelen, quemadas por una trampa mágica combinada con magia de fuego que no pudo esquivar.

William intentó curarlo, pero durante su batalla gastó demasiado maná y ya no pudo usar su hechizo curativo.

Así que decidieron esperar a que William recuperara su maná.

Pero William se sentía demasiado culpable por no poder curar a Yami, así que cuando Yami quiso comer algo y tuvo dificultades para hacerlo, no dudó en alimentarlo él mismo.

Y aunque a Yami no le gusta la expresión preocupada de William en su rostro, la verdad es que está disfrutando el momento.

Ser mimado y consentido por William no es algo que sucede todos los días, aunque le encantaría que sucediera más seguido.

Por eso, aunque su piel quemada duela y no le guste la expresión preocupada de William, Yami no piensa confesar que en realidad tiene galletas reponedoras de maná hechas por Charmy en su bolsa de grimorio.

Y mientras William le limpia la comisura de la boca de unas migajas con sus dedos pequeños y suaves, piensa que definitivamente se llevará ese secreto a la tumba.

Notes:

Tuve que viajar así que me retrasé un poco, pero estoy decidida a completar está yamiwillweek cueste lo que cueste!

Chapter 3: Día 3

Summary:

Au moderno y un poco de diferencia de tamaños.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—¡Oigan, mocosos! ¡Dejen de correr por los pasillos! —regaña Yami, señalando a los estudiantes con su katana de madera. Su voz basta para que se detengan en seco.

—¡Lo lamentamos! —se disculpan los estudiantes, haciendo una profunda reverencia hacia su tenebroso profesor de educación física.

—Tenemos que ir a la biblioteca o nos vamos a quedar sin asientos —murmura con apuro uno de ellos. Aunque las palabras van dirigidas a su amigo, es evidente que el profesor también las escuchó.

—Nos retiramos. Lamentamos las molestias, profesor Yami —se desprecia el más valiente del grupo, y todos siguen caminando con paso apurado. Ya no corren.

Yami bufa, cruzándose de brazos mientras los observa. Es una escuela de élite, así que la mayoría son estudiantes inteligentes y bien educados. Pero a veces, su enorme egocentrismo les juega en contra, creyéndose superiores a todos los demás.

Al menos, la mayoría tiene instinto de supervivencia y saben cuándo dejar ese defecto de lado, especialmente frente a su aterrador profesor, que no les permite seguir con sus juegos.

—Todo bien? —pregunta Fuegoleon, acercándose. Su chaqueta roja está impecable y lleva una raqueta de tenis bajo el brazo.

—Sí, solo estos mocosos raros corriendo a la biblioteca —responde Yami, recostándose contra la pared.

—Ah, es normal. Estamos en época de exámenes, todo se alborota en estos días —explica Fuegoleon con tranquilidad—. Nosotros la tenemos más fácil, ya que enseñamos educación física. Nuestros exámenes se dividen entre teoría y práctica, y todas las actividades de los clubes fueron canceladas.

—Bueno, eso es verdad. Pero ahora somos los únicos encargados de corregir a estos mocosos, ya que los demás están ocupados haciendo y calificando solicitudes —se queja Yami, sobándose los hombros tensos—. Es mi turno de descansar. Iré al salón de maestros a almorzar.

—Está bien —acepta Fuegoleon, asintiendo—. Si ves a mi hermana, corre. Está molesta porque no puede entrenar a nadie —advierte, mientras Yami se aleja.

Yami asiente ante la advertencia, tomando nota mental de escapar si se cruza con la profesora Leona, incluso más temida que él mismo.

Al llegar a la sala de profesores, lo primero que nota es cómo Charlotte toma un montón de papeles y huye de la habitación. Ya es costumbre: está convencido de que la mujer lo odia a muerte.

Decidiendo ignorar la ya habitual huida de Charlotte, Yami entra por completo y se dirige a la mini nevera donde todos los profesores guardan sus comidas. Saca su propio bento, preparado por su hermana menor, y justo cuando está a punto de sentarse en el sofá, algo lo detiene.

El profesor de biología, William Vangeance, está dormido allí, rodeado de exámenes por calificar. Aún sostiene un lapicero en la mano.

Yami lo observa en silencio durante unos segundos. Sus ojos cerrados, las pestañas largas que decoran unas ojeras profundas, la piel más pálida de lo habitual. Su ropa de trabajo —un conjunto blanco con chaleco dorado— está arrugada, contrastando con su aspecto normalmente inmaculado.

Yami sabe que la carga de trabajo de Vangeance es incluso mayor que la del resto del profesorado. William personaliza los exámenes según las fortalezas y debilidades de cada estudiante, y siempre acepta dar tutorías, incluso si le toman horas.

Deja su bento sobre uno de los escritorios y toma una silla rodante, colocándola frente a William. Se sienta en ella.

Vangeance se ve realmente agotado. Tiembla ligeramente, probablemente por el aire acondicionado al máximo, intentando contrarrestar el calor de la temporada.

Yami duda unos segundos, preguntándose qué tan apropiado sería. Pero al final, se quita su chaqueta azul —la que siempre usa para dar clases— y con ella arropa a Vangeance.

Una vez satisfecho con su gesto, toma su bento, gira la silla y comienza a comer en silencio, acompañando a William en su letargo.

...

William se despierta sobresaltado al escuchar el timbre que anuncia la siguiente clase.

Reacción de inmediata, tomando sus cosas sin mirar mientras se pregunta cómo pudo quedarse dormido en plena jornada laboral.

Sale trotando de la sala de profesores, ya vacía, y camina rápidamente por los pasillos que se van despejando de estudiantes. Llega justo a tiempo para ver cómo la delegada de su clase, Mimosa, se asoma nerviosa por la puerta, preocupada por su retraso.

—¡Profesor Vangeance! —exclama Mimosa, aliviada al verlo llegar. Su profesor jamás llegaba tarde.

—Lamento la tardanza, chicos —se disculpa William, sonriendo con pena a Mimosa y al resto de la clase—. Estaba ocupado con algo, pero ya podemos...

Su voz se apaga cuando, al dejar sus papeles en el escritorio, algo extraño cae al suelo.

Se agacha para recogerlo, sosteniendo entre sus dedos una tela azul que no reconoce. No tiene ninguna prenda parecida, y mucho menos algo que llevaría al trabajo. La toma entre sus manos y la extiende, revelando una chaqueta azul, al menos tres tallas más grandes que cualquier cosa que él usaría.

Una chaqueta que William —y todo el alumno— conoce muy bien.

—Bueno, podemos asegurar que definitivamente estaba ocupado, profesor Vangeance —comenta alguien. William no logra identificar quién, pero las risas que siguen lo hacen sonrojar de vergüenza.

—Está bien, basta de bromas —interviene William, carraspeando para recuperar la compostura—. Tienen un examen que hacer. Cuanto más tiempo perdamos, menos tendrán para contestarlo.

Mientras los alumnos sueltan sonidos decepcionados, William dobla la chaqueta con cuidado y la deja en su escritorio. Luego toma los exámenes y permite que los delegados —Mimosa, Yuno y Langris— repartan los papeles.

Mientras sus alumnos responden en silencio, William intenta vigilarlos, pero su mirada se desvía cada pocos minutos hacia la chaqueta.

Es fácil suponer que Yami lo encontró dormido y lo cubró con ella. Pero incluso un gesto tan casual logra acelerar su corazón con sentimientos que no sabe nombrar.

Discretamente, se cubre el rostro sonrojado con una mano, pensando que más tarde deberá devolverle la chaqueta a Yami... y quizás hablar un poco con él.

Al final de la jornada escolar, los rumores ya recorren los pasillos.

—¿Te enteraste de que el profesor Yami y el profesor Vangeance están juntos?

—Dicen que el profesor Vangeance lo confesó en plena clase.

—Dicen que el profesor Yami no negó nada.

La ceja de Yami tiembla levemente mientras escucha los murmullos de sus estudiantes, que salen de la cancha de deportes sin siquiera esforzarse por disimular.

—Tch, ni siquiera me han preguntado nada. Al menos hagan rumores con fundamentos —se queja para sí mismo cuando la cancha queda vacía.

Comienza a recoger los materiales usados ​​en su clase, hasta que escucha la puerta del gimnasio abrirse. Por curiosidad, voltea a ver quién es, ya que no hay más clases y los clubes están cancelados.

—Yami —llama William, cerrando la puerta con suavidad y acercándose—. ¿Cómo estás?

—Ah, Vangeance —saluda Yami, colocando un balón bajo el brazo—. Estoy bien, recogiendo las cosas. ¿Y tú?

—Estoy bien, muchas gracias —responde William con una suave sonrisa—. Quería devolverte esto —le extiende la chaqueta azul, doblada con elegancia—. Muchas gracias por prestármela. No debías tomarte la molestia, no era necesario.

—Bueno —comienza Yami, tomando la chaqueta y colgándola sobre su hombro—. Para mí sí lo era. Te veías muy cansado, y no podía dejarte así como así.

—Pero realmente no quería causarte molestias —murmura William, bajando la mirada con cierta pena.

—¿Lo dices por los rumores? —pregunta Yami, alzando una ceja.

— ¿Qué rumores? —pregunta William, confundida y un poco escandalizada. Claramente no tenía idea de lo que se decía.

Yami está a punto de responder, pero se da cuenta de que tienen público. Un pequeño grupo de estudiantes se asoma por una rendija de la puerta de la cancha, observándolos con atención.

Yami mira a William, cuyos ojos reflejan preocupación, y no puede evitar querer molestarlo un poco... y de paso, a los estudiantes también.

Se acerca a William, mucho más de lo necesario, y coloca una mano en su cintura, atrayéndolo ligeramente. Siente el sobresalto de William y escucha los chillidos ahogados de los estudiantes escondidos.

Acerca su boca a la oreja de William, dejando que sus labios rocen el cartílago.

—Los rumores que dicen que somos pareja —susurra, viendo de reojo cómo los estudiantes escapan, satisfechos de haber saciado su curiosidad—. ¿Realmente no los habías escuchado?

—Ah... yo... no... —responde William, tropezando con sus palabras. El cansancio y la vergüenza hacen estragos en su mente.

—Sí, bueno, en unos días ese rumor debería calmarse. Así que no te preocupes demasiado por eso —le resta importancia Yami, alejándose un poco, aunque su mano sigue firme en la cintura de William, entorpeciendo sus pensamientos.

William lo mira fijamente, cada vez menos capaz de procesar lo que ocurre.

El cansancio solo le permite pensar en la cercanía de Yami, en su aroma —ese que había percibido en la chaqueta— y en su voz seductora al oído.

—Y si no quiero que solo sea un rumor? —responde William, sorprendiendo a Yami, mientras rodea su cuello con los brazos. Su cuerpo prácticamente cuelga del de Yami por la enorme diferencia de tamaño entre ambos.

—Bueno... —comienza Yami, recuperando rápidamente la compostura y sonriendo con satisfacción—. Eso es algo que me encantaría hacer.

Responde con un susurro en los labios de William, solo para cerrar la distancia entre ambos, fundiéndose en un suave beso sin espectadores, donde solo están ellos dos.

Al final del día, Yami carga a un dormido Vangeance, envuelto en su chaqueta azul, hasta su auto.

Los estudiantes, que estaban en sus salones haciendo sesiones de estudios, se vuelven locos al ver la escena.

Y los rumores, que hasta el momento estaban en su auge, se terminaron de confirmar.

Notes:

Se que tarde un poco, pero tenía un examen muy importante, y después tenía que dormir un poco ¡Pero ahora tengo una semana de vacaciones! Así que me dedicaré a terminar esto. 🫶🏻

Chapter 4: Día 4

Summary:

Día 4 de la Yamiwillweek

Notes:

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Chapter Text

El vapor del agua caliente llenaba toda la habitación, envolviendo el aire en una neblina borrosa e íntima.  

En una elegante tina, compartían espacio Yami y William.

Sus cuerpos desnudos permanecían ocultos bajo el agua espumosa, salpicada de pétalos de rosa, mientras un suave aroma floral impregnaba el ambiente.

Yami mantenía la vista en el techo, relajado por el calor, con un cigarrillo en una mano y la otra descansando con gentileza sobre la cintura de William, quien tenía la espalda recostada contra el pecho firme de Yami.

William mantenía los ojos cerrados y las mejillas encendidas, quizás por la temperatura del agua o por la vulnerabilidad de compartir ese momento con alguien.

—... Pero justo cuando esos idiotas pensaban que había perdido, saqué mis últimas cartas y los vencí a todos. Al final recuperé mi grimorio. ¿No crees que tienes un novio muy genial? —se jactó Yami, soltando una carcajada y apretando la cintura de William.

William sonrió y asintió.

—Tengo un novio muy genial, eso es verdad —repitió, acariciando el ego de Yami—. Pero mi novio sería mucho más genial si dejara de apostar su grimorio en juegos clandestinos, ¿no crees?

—Nah —respondió Yami, restándole importancia mientras daba una calada—. Eso le quita lo divertido, Vangeance.

William guardó silencio.  

Miró el agua, frunciendo el ceño con una mezcla de preocupación y frustración.

—¿Sucede algo? —preguntó Yami, desviando la mirada hacia la parte trasera de la cabeza de William. No podía ver su rostro, pero el cambio en su ki lo decía todo.

—¿Por qué me sigues llamando Vangeance? —preguntó William, sorprendiendo a Yami—. Mi apellido no tiene nada de especial ni de orgullo.

—Bueno... —dudó Yami, apagando el cigarrillo en el cenicero que William había colocado junto a la tina, especialmente para él—. Siempre te he llamado así, me gusta cómo suena, y... —volvió a mirar el techo, pensativo—. En mi país, esa es la costumbre. Pero si quieres, puedo volver a decirte “pantalones elegantes” o “máscara dorada” —intentó bromear, con una sonrisa ladeada.

—Yo siempre te llamo por tu nombre. Quiero que me llames por el mío —exigió William, doblando el cuello para alzar la mirada hacia Yami—. ¿Puedes hacerlo?

Yami se quedó en silencio, sorprendido.  

Sabía que no compartían las mismas costumbres culturales, y que William no entendía del todo lo que implicaba usar el nombre propio.  

Pero Yami sí lo sabía.  

Y, sinceramente, no le importaba dar ese siguiente paso.

—Está bien, William —aceptó con una sonrisa suave, rodeando su cintura con ambos brazos y acercándolo para darle un abrazo reconfortante y un beso ligero en la mejilla—. Si eso quieres, lo haré. Porque soy un novio genial.

—Sí, eres un novio genial —aseguró William, con el rostro sonrojado hasta las orejas—. Gracias, Yami.

—De nada... Pero sabes que “Yami” es mi apellido, ¿verdad?

—Espera ¿¡Que!?.

Notes:

No tiene nada que ver, pero al fin pude ver la película de Kimetsu no yaiba, y estoy llorando.

Akaza y Koyuki siempre serán mi talón de Aquiles, obvio que detrás de YamiWill.

Si algún día escribo un crossover entre Black Clover y kimetsu no yaiba, no se sorprendan.

Chapter 5: Día 5

Summary:

Un poquito más de mi AU family happy YamiWill, los niños son los mismos que el de un one-shot que ya escribí antes, simplemente no era necesario poner sus nombres.

Día 5: Canción.

Notes:

Si, bueno... ¿Mejor tarde que nunca?

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Una suave melodía se escuchaba en el interior de una cabaña en medio del bosque.

A pesar del golpeteo constante de las gotas de lluvia sobre el techo de madera y el estruendo de los truenos, las notas cantadas dulcemente no se desvanecerían.

William arropaba a sus hijos con manos torpes e inexpertas, acariciaba sus cabezas y calmaba sus temblores, mientras dejaba que la canción de cuna los envolviera con ternura.  

Su voz, dulce y elegante, compensaba la falta de ritmo y letra de la canción, pues no era más que un tarareo distraído. Sin embargo, le alegraba que a sus hijos les agradara, ya que no conocía otra melodía.

Ese simple tarareo era un fragmento de las canciones que Mimosa solía entonar mientras recorría los pasillos del Amanecer Dorado o cuando cuidaban juntos el jardín trasero. William agradecía tener ese recuerdo, porque ahora le servía más que nunca.

Los ojos de sus hijos se cerraban lentamente, una clara señal de cansancio, pero William sabía que no podía dejar de acurrucarlos ni cantar, pues de lo contrario volverían a llorar. Eran buenos niños, pero en noches de tormenta se regresaron un poco inquietos.

Cuando sintió que su voz temblaba, una nueva voz, más grave y profunda, se unió a su canción.

William giró la cabeza y sonriendo a Yami sin dejar de cantar, mientras él se acercaba y tomaba en brazos a uno de los pequeños para mimarlo.

La voz de Yami entonaba su propio tarareo. No era igual al de William, ni podía considerar una canción completa, pero juntos se complementaban, formando una melodía nueva, única e invaluable.

Yami no estaba seguro de dónde había aprendido aquella melodía: quizás de su tiempo en el País del Sol, o tal vez de su adolescencia en las costas del Reino Clover. Al final, no le importaba. Solo se sintió feliz de que su fragmento, roto y tejido con diferentes recuerdos, se uniera tan bien al de William.

Ambos observaban con ternura cómo sus hijos se dormían profundamente, y se aseguraban de guardar ese instante en sus corazones, con la esperanza de que sus pequeños recordaran algún día momentos los simples y significativos como aquel.

William no tenía recuerdos de su madre, y en la mansión donde creció nadie se compadeció de él lo suficiente como para cantarle una nana o darle un abrazo.

Yami, por su parte, solo había hablado con su hermana menor. Aunque ella era cariñosa, su brillo se apagaba al llegar a casa, donde debía caminar en puntillas para no despertar la ira del hombre que tenían como padre.

Ambos sabían que no querían eso para sus hijos. Quería regalarles recuerdos felices, de esos que al mirar atrás provocan una sonrisa. Por eso se esforzaban cada día para que así fuera.

Y mientras sus hijos dormían y la canción se apagaba, Yami y William se tomaron de las manos, apagaron las luces y cerraron la puerta, dispuestos a repetir aquella rutina mañana y todos los días que hiciera falta. Todo por amor.

Notes:

¿Voy a terminar un reto de septiembre en noviembre? Si, perdón por la tardanza, pero estaba terminado mi tercer año de medicina y ahora soy interna de pregrado ¡Yei! Termine el primero de noviembre, y después de una semana donde pude dormir y volver a sentirme como una persona normal, me tomé unos días para terminar de escribir todos los capítulos que me faltaban de la #Yamiwillweek ❤️❤️❤️

Chapter 6: Día 6

Summary:

Me inspire un poquito para este AU, lo admito.

Día 6: Cómplices del crimen.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El silencio de la noche estaba acompañado por una luna llena sin estrellas. Su luz blanca iluminaba a unas figuras encapuchadas que se movían con sigilo por el reino noble, ocultándose de la vista pública y apareciendo y desapareciendo a través de brillantes portales.

De pronto, un estruendo de mercurio y fuego quebró la quietud.

Dos figuras emergieron de las sombras: hombres vestidos con telas elegantes y adornos de oro. Montaban un león de fuego y un águila de mercurio, mientras detrás de ellos avanzaban más magos con las capas de los Leones Carmesí y las Águilas Plateadas.

—¡Ustedes! ¡Bandidos del Amanecer Negro! —rugió Fuegoleon, firme sobre su león de fuego, con la insignia de los Vermillion brillando bajo las llamas.

—Van a pagar por sus crímenes —continuó Nozel, con voz fría como el hielo, mientras la brisa nocturna agitaba su cabello plateado y la insignia de los Silva.

—¡Leones Carmesí, atrapen a los bandidos!

—¡Águilas Plateadas, recuperen el cargamento robado!

Las órdenes resonaron en el aire, y los caballeros mágicos abrieron sus grimorios para atacar.  

Los miembros del Amanecer Negro no dudaron. Se movieron con precisión, como si ya estuviera planeado.

Dos de ellos se adelantaron y conjuraron un hechizo: varias brújulas reforzadas con runas de trampa desviaron los ataques enemigos en direcciones distintas, creando una defensa perfecta. Al mismo tiempo, otro mago abrió portales de un verde oliva brillante, permitiendo que el resto de la banda comenzara a escapar con la mercancía robada.

Los caballeros miraban atónitos: sus hechizos, perfectos y entrenados, eran desviados como si no valieran nada. ¿Cómo se atrevían esos criminales a desafiar a la nobleza y la realeza?

Fuegoleon y Nozel se cruzaron una mirada. Un plan fijo en sus mentes. Nozel, erguido sobre su águila de mercurio, abrió su grimorio y alzó la mano hacia el cielo. Su voz resonó con poder:  

—Magia de Mercurio: Lluvia de Plata. 

Los bandidos observaron con horror. Sabían que la fuerza de un capitán, y más aún de un miembro de la realeza, era casi imposible de detener.

Pero también sabían quiénes podían hacerlo.  

Después de un breve brillo verde oliva, el hechizo fue absorbido por árboles teñidos de oscuridad, como si un agujero negro devorara la plata.  

—Vaya, vaya, vaya… —rugió una voz profunda y burlona. Un hombre musculoso, con una katana en mano, emergió de un portal. —Si hubiera sabido que la fiesta sería tan divertida, habría venido desde el principio.  

—No hay que impacientarse —respondió otra voz, suave y elegante. Un hombre más delgado, con el rostro oculto tras una máscara, apareció a su lado. —Todavía queda mucha diversión.  

Nozel dio un paso al frente con desprecio en los labios, pero Fuegoleon lo detuvo con un gesto firme. Aunque Nozel le lanzó una mirada de reproche, Fuegoleon ignoró la tensión y fijó su atención en las dos nuevas presencias.  

—¡Yami y William! Líderes del Amanecer Negro —declaró Fuegoleon. Su rostro permanecía sereno, pero sus ojos ardían de ira.

—Realeza —respondió Yami con una sonrisa salvaje, apuntando su katana hacia los capitanes—. ¿A qué debemos el gusto de tener aquí a dos capitanes de orden? Esto es solo un pequeño e inocente robo. No creo que merezca tanta atención.  

—No les debemos explicaciones —replicó Nozel, apretando los puños mientras su maná ardía—. Pero ustedes sí nos deben a nosotros. Por eso serán encarcelados.  

—Buena suerte con eso —añadió William con una sonrisa amable, lo que hizo que la ira de Nozel explotara.  

Con un movimiento rápido, Nozel lanzó una lanza de plata hacia Yami y William. Ellos la esquivaron con facilidad. Nozel se dirigió de inmediato contra William, mientras Fuegoleon fruncía el ceño y corría hacia Yami.  

El plan original era que Fuegoleon enfrentara a William, pues su fuego podía consumir los árboles del bandido. Aunque confiaba en la fuerza de su primo, todos sabían que la ventaja elemental podía decidir una batalla.  

Fuegoleon lanzó múltiples hechizos contra Yami, quien los esquivaba o cortaba con su katana envuelta en oscuridad. El capitán Vermillion lo observaba con seriedad: aquel hombre tenía un poder y experiencia en combate semejantes a los suyos. No era un enemigo que pudiera subestimarse.  

Por el rabillo del ojo, Fuegoleon vio cómo sus caballeros caían ante los bandidos. Era increíble: magos con poder noble derrotados por criminales. Pero debía admitirlo: la banda tenía variedad de magias y formas únicas de usarlas.  

Con la mandíbula tensa, levantó un muro de fuego para separarse de Yami y lanzó un ataque directo contra el mago de los portales, considerándolo el más problemático. Pero otro bandido se interpuso, desviando el fuego con una espada negra gigantesca, como si bateara una pelota. El hechizo impactó contra los propios caballeros de Fuegoleon.  

Boquiabierto, vio cómo los bandidos aprovechaban la confusión. Una magia de hilos se aferró a ellos, dándoles velocidad en sus tareas de luchar y robar. Otra, de arena y peñasco, envolvió la mercancía robada y la transportó rápidamente por los portales.  

De pronto, sintió un peligro detrás de él. Se giró y su sangre se heló: el rostro de Yami estaba a centímetros del suyo, y el filo de la katana rozaba su cuello.  

—¡Oy! —rugió Yami, mientras el humo del cigarrillo se mezclaba con el aire—. Esos son mis rufianes, y tú estás luchando contra mí. ¿Entendido?  

Fuegoleon reaccionó envolviéndose en piel de maná y explotó en llamas, obligando a Yami a retroceder. Se sintió orgulloso al ver el antebrazo del rival quemado, pero la satisfacción se desvaneció al sentir una gota de sangre deslizarse por su cuello y manchar su capa carmesí.  

No tuvo tiempo de pensar. Una ráfaga de viento envolvió a ambos, y al alzar la vista vio a Nozel saltar de su águila de mercurio, atrapada por raíces. El capitán Silva aterrizó con precisión sobre el león de fuego de Fuegoleon. No estaba herido, pero su rostro mostraba cansancio y frustración.  

Ambos observaron cómo Yami y William se reunían. William dejó que su escoba se consumiera bajo el mercurio de Nozel y, de un salto, se acomodó sobre el hombro de Yami como si siempre hubiera pertenecido allí. Con un gesto simple, sanó la quemadura de su compañero.  

La frustración de los capitanes se intensificó. Habían intentado separarlos, pero los líderes del Amanecer Negro estaban juntos otra vez.  

—¿Listos para el segundo round? —preguntó William con una sonrisa. Lanzó al aire una semilla del tamaño de una moneda, que se transformó en un árbol gigante nacido del cielo. Las ramas obligaron a los capitanes a retroceder.  

Nozel invocó de nuevo su águila de plata, y ambos capitanes volaron para esquivar las ramas y los cortes de oscuridad, mientras lanzaban sus propios hechizos. Ninguno lograba un golpe efectivo.  

Yami y William, por sí solos, poseían un poder comparable al de cualquier capitán de orden. Pero juntos, se transformaban en una fuerza temible, capaz de alterar el rumbo de una batalla.  

A pesar de la diferencia entre sus magias, el árbol del mundo y la oscuridad, lograban complementarse con una armonía perfecta.  

Yami se movía como una bestia: fuerza bruta, instinto afilado, capacidad de destrucción enorme pero nunca ciega. Luchaba guiado por su intuición, como un cazador que acecha a su presa, impredecible y feroz en el combate cuerpo a cuerpo.  

William, en cambio, era distinto. Su magia era vasta, capaz de cubrir el área de una ciudad entera con un solo árbol. Aunque en duelos uno a uno podía encontrar dificultades, suplía esa carencia con rapidez, sigilo y estrategia. Su estilo era cerebral, calculador, y junto a su capacidad de atrapar, drenar el maná y convertir a sus enemigos en abono para sus raíces, se asemejaba a una serpiente venenosa: letal, paciente y certera.  

Y como si no bastara, sus magias podían entrelazarse con facilidad, creando combinaciones nuevas e impredecibles que reunían lo mejor de dos fuerzas opuestas.  

Eran los cómplices perfectos.  

Y eso los irritaba más que cualquier herida.  

—¡Estoy harto de esto! —gritó Nozel, con una mueca furiosa en su rostro normalmente estoico. Su arrebato detuvo la batalla por un instante: los cuatro quedaron suspendidos en el cielo, mientras abajo aún resonaban los ecos de otra contienda. —¿Dónde está mi hermana? —rugió, con los puños apretados y su cuerpo brillando con un tono azul helado.  

Fuegoleon lo miró de reojo. Sabía que Nozel estaba al límite: enojado, desesperado y con miedo por la desaparición de Noelle. Aunque el plan era capturar a Yami y William para interrogarlos, no podía culparlo por perder los estribos ante la posibilidad de que, una vez más, aquella batalla terminara en un empate, como tantas otras veces.  

—¿Y dónde está mi prima, Mimosa Vermillion? —añadió Fuegoleon, recordando el día en que ambas chicas desaparecieron. El grito histérico de Nozel y el llanto desesperado de Kirsch aún resonaban en su memoria.  

—Oh… ¿pero ustedes no son sus familiares? —respondió Yami con una sonrisa burlona, ajustando el agarre en las piernas de William, que seguía sentado sobre su hombro—. Deberían saberlo mejor que nadie.  

—¡No te hagas el inocente, extranjero! —gruñó Nozel con desprecio—. Hay testigos que los vieron desaparecer por un portal afuera del castillo real la misma noche en que desaparecieron Noelle y Mimosa. ¡Libérenlas!  

—¿Liberarlas? ¿Acaso piensas que las secuestramos? —replicó William con serenidad, como si estuviera en una tranquila hora de té en lugar de un campo de batalla—. Lamento decirles, realeza, que nosotros no somos secuestradores, somos simples ladrones.  

—Pero… —Yami hizo una pausa, dejando que una sonrisa egocéntrica se dibujara en su rostro burlón—. Sí solemos dar la bienvenida a nuevos miembros que demuestran tener algo de cerebro.  

El grito furioso de Nozel resonó mientras invocaba varias lanzas de mercurio, lanzándolas contra Yami y William por la osadía de su insinuación.  

Pero el ataque nunca llegó a su destino.  

—¡Magia de Agua: Nido del Dragón Acuático!

—¡Magia de Plantas: Cañón Floral Mágico!

Una cúpula de agua envolvió a los líderes del Amanecer Negro, protegiéndolos de las lanzas de mercurio, mientras un rayo de maná floral obligaba a los capitanes a retroceder.  

Ambos buscaron con la mirada el origen de los hechizos… y lo encontraron. En medio del caos del suelo, donde sus caballeros yacían derrotados y los bandidos enviaban la última carga robada por los portales, dos figuras encapuchadas se alzaban. Una apuntaba con una varita, dejando ver un flequillo plateado; la otra extendía las manos hacia una flor gigante cargada de maná, con mechones pelirrojos escapando de la capucha.  

—¿Noelle…?

—¿Mimosa…?  

Murmuraron Fuegoleon y Nozel, incrédulos, con el peso de la traición desgarrando sus pechos.  

—Perdonen que interrumpa sus lamentos, pero ya es hora de irnos —dijo Yami con sorna. A su espalda se abrió un portal, y sin dudar, saltó de la escoba, siendo tragado por la luz.  

El campo quedó en silencio. Los capitanes observaron, con el rostro pálido, cómo todos los bandidos habían escapado.  

—Y solo para que lo sepan… —la voz de William surgió a sus espaldas, suave pero cargada de peligro—. Tal vez ahora ellas sean consideradas criminales, pero aun así… Mimosa y Noelle siguen siendo mejores personas que ustedes. 

Fuegoleon y Nozel giraron y lanzaron un ataque, pero golpearon el vacío. Solo alcanzaron a ver cómo la luz verde oliva del portal se desvanecía.  

El silencio los envolvió. Jadeando por el esfuerzo, Nozel sintió los latidos de su corazón retumbar en sus oídos, ahogando cualquier pensamiento. Su maná fluctuaba, débil e incontrolable. Obligó a su águila de plata a descender, pero al tocar el suelo sus piernas no respondieron. Cayó de rodillas, rodeado por sus caballeros derrotados.  

—Noelle… —susurró, con la voz quebrada.  

...

—¿Era necesaria una frase final? —preguntó Yami en cuanto William sacó la cabeza del portal.  

—Bastante necesaria —respondió William con una sonrisa divertida, que pronto se tornó en una mueca de preocupación—. ¿Estás bien? El capitán Fuegoleon te quemó.  

—¿Nuestro primo te quemó? —preguntó Noelle con inquietud, quitándose la capa y la máscara del rostro.  

—¿Quieres que lo cure? —ofreció Mimosa, doblando su propia capa entre los brazos.  

—Estoy bien. William me sanó y estoy como nuevo —tranquilizó Yami, flexionando su bíceps y mostrando el brazo sin heridas.  

—¿Y ustedes cómo están? —preguntó William, inclinándose hacia Mimosa y Noelle—. Podían ayudar solo moviendo la mercancía y enfrentando a los caballeros mágicos. No hacía falta luchar contra sus familiares. Jamás las obligaríamos a hacerles daño —explicó, con preocupación y cariño en la mirada.  

Recordaba el día en que ambas llegaron a la base: asustadas, nerviosas de abandonar a sus familias, pero conscientes de que la injusticia de la sociedad pesaba más que el miedo.  

—¡Oh, no se preocupe, líder William! —lo tranquilizó Mimosa, entregando su capa a una de las ovejas de Charmy—. Sé que ellos nos perdonarán… algún día —murmuró lo último con cierta duda—. Además, fue una buena oportunidad para usar mi nuevo hechizo ofensivo. ¡Seguí sus consejos y creo que lo hice muy bien!  

—¡Sí! ¡Y yo logré usar mi hechizo y mostrárselo a mi hermano Nozel! —añadió Noelle, inclinándose hacia adelante con pasión en la voz—. Quiero ayudar a este país y demostrarle que no soy una inútil. Jamás me hubieran dejado entrar a los Caballeros Mágicos, y dudo que allí hubiera hecho alguna diferencia. ¡Pero aquí sí puedo! Y confío en que algún día mi hermano Nozel lo verá.  

Su voz se quebró con melancolía, los recuerdos de los maltratos familiares nublando su mente. Entonces sintió la mano firme de William darle una suave palmada en la cabeza.  

—Eres alguien increíble, Noelle. Y sé que tu familia lo reconocerá algún día. Por eso debes seguir haciéndote más fuerte y acumular muchos recuerdos felices —la consoló William con voz amable y comprensiva, estrujando el corazón de la joven.  

—Sí… —asintió con voz rota.  

El momento se interrumpió cuando un cansado Finral, atragantándose con comida de Charmy, abrió otro portal. Tres figuras encapuchadas cruzaron.  

—¡Yuno! —Asta corrió hacia su hermano, que se quitó la capa con un soplo de viento mientras cargaba cajas—. ¿Todo bien?  

—Por supuesto —respondió Langris, aunque la pregunta no era para él, dejando sus cajas sobre la mesa—. ¿Quién crees que somos?  

—¡No había nadie con quién luchar! Fue aburridísimo —se quejó Luck, sacando una última caja del portal mientras Finral cerraba su grimorio y se dejaba caer en el sofá.  

—Las medidas de seguridad estaban mal distribuidas. En cuanto ustedes causaron la distracción principal, fue fácil entrar a la bóveda y sacar nuestra parte —explicó Yuno, dejando las cajas en el suelo y tomando un trozo de pastel de una oveja.  

William llamó la atención con un suave aplauso. El silencio se impuso de inmediato en una muestra de respeto y cariño.

—Es buen momento para hacer inventario. Díganme, ¿qué sacaron?.

—Unas veinte cajas de carnes y pescados. Incluso tenían una piedra mágica que mantiene la temperatura helada dentro —informó Vanessa, sentada sobre una caja con una botella de vino en la mano.  

—Anoten también cuarenta cestas de frutas y otras cuarenta de verduras —añadió David, golpeando una cesta enorme.  

—Treinta cajas de telas finas, llenas de ropa y cobijas —aportó Alecdora, con Shiren asintiendo a su lado.  

—Había una buena colección de vinos, pero no son indispensables, así que los dejamos… aunque Vanessa insistía lo contrario —explicó Magna, mirando de reojo a la bruja borracha.  

—¡También conseguimos muchas pociones de curación! —agregó Mimosa, sentándose en el sofá junto a Asta y Noelle.  

—No nos llevamos todo. No es necesario dejarlos sin provisiones, pero sí tomamos lo obtenido injustamente —añadió Letoile, ajustando sus gafas—. Esa familia noble organizó un evento de caridad que debía ayudar a los pobres, pero se quedó con todas las ganancias.  

—Idiotas —despreció Zora, acomodado en su sillón favorito y escribiendo runas mágicas en su cuaderno.  

—Ahora sí podemos asegurar que sus esfuerzos beneficien a los demás —dijo William con una ligera risa—. ¿Y ustedes, Yuno, Langris, Luck?  

—Tal como pensaba, líder William —respondió Langris, cruzando los brazos—. Esa familia tenía artículos peligrosos y robados: armas, herramientas mágicas, documentos clasificados e incluso libros sobre demonios.  

—Por la cantidad, parecía que planeaban un gran golpe. Desconozco su motivo y método —añadió Yuno, sentándose junto a Asta.

—Lo sospechaba. Había rumores de tratos con el Reino del Diamante y artes oscuras —explicó William, negando con la cabeza con decepción—. Una guerra no beneficia a nadie. Si logramos retrasar lo que planeaban, está bien.  

—Grey, Gauche y Hamon deberían volver en tres días con nueva información —agregó Yami, dejándose caer en su sofá individual favorito y atrayendo a William de la cintura para sentarlo en su regazo.  

—Ellos son los mejores para reconocimiento. Lo mejor será esperar antes de decidir qué hacer con esa familia noble —reflexionó William—. Mientras tanto, ¿entregamos esto a los pueblos del Reino Abandonado? Las provisiones que dimos la última vez ya deben haberse acabado, y el invierno se acerca.  

—No tengo más maná para abrir un portal —se quejó Finral desde el sofá.  

—Y no te pediría que lo hicieras, Finral. Hoy trabajaste mucho y fue un trabajo estupendo —lo felicitó William, provocando que el mago se sonrojara—. Podemos mover la base hasta los pueblos y entregar personalmente. Tardaremos un poco, pero valdrá la pena.  

Todos aceptaron. Antes de que Yami pudiera dar la orden, Henry movió la base desde su habitación. Algunos tambalearon, hasta que todo volvió a estabilizarse.  

—Bueno, rufianes, apenas son las cuatro de la mañana y ya hicimos bastante. Tardaremos en llegar, así que a sus habitaciones, ¡ahora! —gritó Yami. Aunque la mayoría salió corriendo, ninguno lo hizo con miedo ni desacuerdo. Al contrario, estaban felices de descansar tras un atraco tan laborioso.  

—¿Era necesario gritarles? —preguntó William, girando en el regazo de Yami para quedar frente a frente.  

—Claro que sí —aseguró Yami, envolviendo una mano en su cintura mientras apagaba el cigarrillo con la otra—. Es parte de mi estilo.  

William rió, aunque sus ojos volvieron al brazo de Yami con preocupación.

—¿Seguro que estás bien? ¿No te lastimaron en otra parte? —preguntó, recorriendo con los dedos sus brazos.  

—Ya te dije que sí. Esos idiotas jamás podrían vencerme, y menos si estás a mi lado —se jactó Yami con una sonrisa orgullosa.  

—Es bueno saberlo —rió William, dejando un beso en su mejilla—. Y no creo que sean completos idiotas. Claro, están cegados, pero… veo potencial en Fuegoleon Vermillion.  

—¿Debo ponerme celoso? —bromeó Yami, arrancando una risa de William—. Tal vez tengas razón, pero mientras tanto seguirán siendo idiotas. Mira que proteger a una familia noble que planeaba un golpe contra el Reino… son unos imbéciles —gruñó Yami, rodando los ojos—. Este Reino no me ha dado nada, pero me permitió conocerte. Así que, si debo hacer el trabajo que ellos no hacen, lo haré.  

—Oh, Yami… eres muy tierno —murmuró William enternecido, dejando un delicado beso en sus labios, correspondido con amor—. Lo mejor que me ha dado este Reino fue la oportunidad de conocerte y convertirme en tu cómplice.  

—¿Oh, solo mi cómplice? —preguntó Yami, levantándose del sofá con William entre sus brazos y una sonrisa traviesa en el rostro.  

—Cómplices del crimen, mejores amigos, amantes… —enumeró William uno por uno—. Al final, nada de eso importa. La verdad indiscutible es que tú eres mío y yo soy tuyo.  

—Sí, así es —asintió Yami con firmeza—. Y espero que sea así para siempre.  

Con un último beso, ambos abandonaron la sala principal.

Notes:

Algunas curiosidades de este AU:

1. No existe Patry, jamás me cansaré de quitar su existencia en mis AU.

2. Julius jamás conoció a Yami y a William, pero igual ellos lograron encontrarse.

3. William no soporto más y escapó de la mansión Vangeance. Yami vivió en las costas solo con su grimorio y sin saber el idioma. Se conocieron un día que Yami se desmayo por hambre. William lo cuido y nunca más se separaron.

4. Noelle y Mimosa conocieron a Asta y a Yuno, fueron ellos quienes les ofrecieron una invitación al amanecer negro. Oficialmente, Yami y William debían aceptar la solicitud. Extraoficialmente, los dos confían en sus niños y cuando les dijeron que querían unir al equipo a dos chicas de la realeza, solo dijeron ok.

5. Todo el mundo saben que son pareja, desde el amanecer negro hasta el reino del trébol en general. Ellos no temen darse amor en público ni en medio de una batalla.

Chapter 7: Día 7

Summary:

Día 7: No perdón, sino aceptación.

Notes:

Se puede leer como un pre-relación.

Un poco de angustia y consuelo, un clásico del YamiWill, si, pero siempre es hermoso.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

La luz de la noche entraba por la ventana de su oficina, iluminando la habitación con un resplandor tenue que se reflejaba con mayor fuerza en la máscara que reposaba sobre el escritorio.  

William la observaba de pie en medio de la sala, con un nudo en la garganta y la mente inundada de recuerdos que lo ahogaban.  

Los maltratos de su madrastra, sus insultos y abusos.

Los momentos en que cedía su cuerpo a Patry y veía cómo poco a poco se tejía la caída del Reino del Trébol.

Los gritos de la gente inocente aquella fatídica noche.

La sangre de Julius derramándose por sus manos. Aunque no las controlaba, no importaba: era como si él mismo lo hubiera matado.  

No podía soportarlo. Simplemente no podía.  

Era un criminal, una mala persona, y no merecía el perdón de nadie.  

¿Por qué sus caballeros seguían a su lado?

¿Por qué Julius no lo ejecutó?

¿Por qué el reino lo celebraba como un héroe?  

No merecía nada de eso. Lo hacía sentir sucio, peor que la escoria.

Probablemente lo era.  

Se acercó al escritorio y rozó la máscara con los dedos.

Esa máscara que Julius le había regalado, que le sirvió como escudo contra el mundo, como un refugio seguro.

Ahora sentía que la había mancillado.  

Sus rodillas flaquearon, incapaces de sostener su peso. Pensó que podría desmayarse en cualquier momento.  

¿Hace cuánto que no dormía? ¿Cuándo fue la última vez que comió? No importaba. Estaba demasiado ocupado cumpliendo misiones, intentando reparar el daño que había causado. Dormir y comer podían esperar.  

No supo en qué momento terminó sentado en el suelo.

Ni cuándo se abrazó a sí mismo y permitió que las lágrimas se deslizaran por sus mejillas.  

No sabía cuánto tiempo llevaba así, hasta que escuchó unos golpes en la ventana.  

William levantó la vista de golpe.  

—Hola, pantalones elegantes —saludó Yami, de pie sobre su escoba, con la luz de la luna brillando a sus espaldas, dándole un aspecto onírico—. ¿Me vas a dejar pasar?  

William parpadeó, dejando que sus largas pestañas sacudieran las lágrimas. Pensó que estaba soñando, hasta que se dio cuenta de que no era así. El dolor en su pecho era demasiado real, y podía sentir el maná de Yami incluso a la distancia: una oscuridad segura y reconfortante.  

—Eh… sí, ya lo hago —respondió William, levantándose rápidamente del suelo. Pasó las manos por sus mejillas, intentando borrar la humedad, aunque sabía que Yami ya lo había visto llorar. Ni siquiera era la primera vez—. ¿Qué haces aquí?  

—Bueno —dijo Yami, saltando de su escoba y entrando en la oficina—, sentí que un pajarito necesitaba ayuda, así que vine. —Dejó la escoba apoyada en la pared.  

—¿Ayuda? —repitió William, confundido—. Todo está bien por aquí.  

—Esto no me dice lo mismo —replicó Yami, rozando con un dedo el rostro de William, donde aún persistía la humedad—. ¿Qué pasa, chico elegante?  

William desvió la mirada, incómodo, indigno de sostenerle los ojos.

—No es nada… solo me sentí abrumado, pero ya pasó.  

—Esa respuesta no me convence —insistió Yami, sentándose en el escritorio—. Ni siquiera necesito leer tu ki para saber que estás mintiendo.  

William apretó los labios en una línea fina.  

—Realmente, Yami… ¿por qué estás aquí? ¿El señor Julius te mandó?  

—Casi aciertas —cedió Yami, cruzándose de brazos—. Julius me pidió que viniera a ver cómo estabas. Está preocupado: dice que te saturas de misiones y no haces otra cosa que trabajar. Pero incluso si no me lo pedía, ya pensaba visitarte.  

—Solo estoy haciendo mi trabajo. Dije que iba a trabajar incansablemente para pagar mis crímenes —insistió William, intentando mantener la voz firme, aunque todo su cuerpo temblaba.  

—Lo sé, pero eso no significa matarte de cansancio. —William se sorprendió al sentir de nuevo los dedos de Yami acariciando su rostro. No se atrevía a levantar la mirada—. Tienes unas ojeras profundas. ¿Hace cuánto que no duermes?  

—No creo que eso importe. Además, tengo trabajo que hacer. Los informes no se llenan solos. —William llevó su mano a la de Yami, que seguía en su rostro. Una parte de él quería apartarla, pero otra encontraba consuelo en ese contacto.  

—Creo que deberías descansar. No deberías darle más problemas a Julius; está bastante preocupado por ti. Igual que yo. —William se mordió el labio al escuchar esas palabras.  

—El señor Julius no debería preocuparse por mí. Tú tampoco deberías. —Su voz se quebró, pese a sus intentos de mantenerla firme—. ¿Por qué insistes en estar aquí? Maté a Julius. Sé que no me has perdonado por eso, y no te culpo. Yo tampoco me he perdonado. ¿Por qué insistes en preocuparte por mí si no lo merezco?  

El silencio se extendió unos instantes. William pensó que Yami se daría la vuelta y se iría. Pero en cambio, sintió cómo el agarre de Yami cambiaba. Lo tomó del mentón y, con un gesto suave, alzó su rostro hasta quedar frente a frente.  

—Es verdad, no te he perdonado por lo sucedido —dijo Yami. A pesar de sus palabras, no había odio en sus ojos, solo un cansancio sincero—. Y sé que tú tampoco te has perdonado. El perdón es un lujo que a veces llega con el tiempo… y otras veces nunca llega. —Su voz era lenta y certera, como una verdad aprendida—. Pero lo que sí podemos hacer es aceptar lo que pasó.  

William lo miró, confundido, mientras nuevas lágrimas nacían en sus ojos.

—¿Aceptarlo?  

—Así es. —Yami asintió y soltó su rostro—. El pasado siempre estará ahí. No se puede cambiar. Pero puedes aceptarlo y seguir adelante, sin olvidarlo, con la certeza de que no volverás a cometer los mismos errores.  

William desvió la mirada mientras las lágrimas caían por su rostro.

—¿Y si vuelvo a fallar otra vez? —preguntó con voz débil y rota. Sus manos temblaban; no se sentía así desde hacía años, tan vulnerable como un niño.  

Un jadeo escapó de sus labios cuando sintió los brazos fuertes de Yami rodearlo, como si fuera algo delicado, valioso y apreciado.  

—Entonces estaré allí para recordarte cuál es el camino correcto. Y lo volveremos a intentar. Juntos.

William dejó escapar un sollozo suave y sus manos temblorosas se aferraron con fuerza a la camisa de Yami.

—Juntos… —repitió lentamente, probando el peso de esa palabra y su significado—. Gracias…  

Susurró mientras enterraba el rostro en el pecho de Yami, permitiendo que las lágrimas fluyeran libremente. Pero, a diferencia de antes, había alguien que lo consolaba y las recogía con ternura.  

Poco a poco, su corazón se volvió más ligero. Ni siquiera se dio cuenta de cuándo se quedó dormido en los brazos de Yami.

Solo sabía que, por primera vez en muchos años, ya no se sentía solo.

Notes:

Bueno ¡Termine con está week Yamiwill! Tarde, pero lo hice. Probablemente ahora termine mi fic hanahaki, solo tengo un pequeño problema: Odio leer mis propios fics, pero ya lo resolveré.

Pero si alguien tiene sugerencias con respecto a ese fic, las acepto(? Jaja.

Y ahora está rodando por ahí una week en diciembre que me está haciendo ojitos.

En fin ¡Nos vemos en lo próximo que escriba!

Notes:

Se que no he actualizado mi fic principal, es que pasaron cositas y no he tenido tiempo 🥲 y es mucho más fácil escribir ideas sueltas que seguir la trama de mi otro fic.

¡Termino está week, intento arreglar un poco mi vida, y volveré a escribir!