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Al menos no tengo que ir al Muro

Summary:

Reescritura de Maldito Norte
Tenia 18 años cuando incio la pandemia, y terminó muriendo 5 años después solo para despertar como la versión femenina de Jon Snow

Notes:

Tomaré notas del canon según páginas oficiales.

Brandon Stark muere con 20 años al inicio de la rebelión junto a su padre Rickon Stark por orden del rey loco en Desembarco del Rey.
Lyanna Stark tenia 14 años durante el torneo de Harrenhal y muere en el año 283 con 16 años al final de la rebelión en la torre de la alegría Dorne.
Eddard Stark tenia 18 años al principio de la rebelión y termina con 20 años como vencedor con una esposa, un hijo legitimo y una hija bastarda.
Benjen Stark tenia 13 años al inicio de la rebelión y 15 años al término de ella y poco después al regreso de su hermano Ned a Invernalia se unió por razones desconocidas a la Guardia de la Noche en el Muro.

Robb y la versión femenina de Jon nacen en algún momento del año 283 d.c.
Sansa nace en algún momento del 286 d.c.
Arya nace en 289 d.c. en el año de la rebelión Greyjoy
Brandon nace 290 d.c.
Rickon nace 295 d.c.

(See the end of the work for more notes.)

Chapter Text

Sara tenía dieciocho años cuando la pandemia golpeó al mundo. Apenas estaba terminando la preparatoria y su vida ya había cambiado para siempre. Su madre había muerto cuando ella era una niña, y su padre, su único sostén, falleció al inicio de la crisis sanitaria, convirtiéndose en una de las primeras víctimas. De pronto se encontró sola, con un pequeño seguro de vida que apenas alcanzaba para terminar de pagar el modesto apartamento de dos habitaciones donde habían vivido juntos.

El encierro fue largo y pesado. Para sobrevivir, Sara tuvo que aprender rápido: hacer compras con cupones, administrar gastos, cocinar con lo mínimo. A los diecinueve consiguió trabajo como repartidora de alimentos usando la vieja motocicleta de su padre, aquella misma con la que él la llevaba de niña a la escuela. Era peligrosa, pero era lo único que tenía.

Sobrevivió a la pandemia y llegó a los veintiún años con cicatrices invisibles: cansancio, soledad, pero también una fortaleza inesperada. Había aprendido a moverse entre calles vacías, a tratar con clientes nerviosos, a sonreír detrás de una mascarilla para ganarse una propina. Soñaba con poder dejar atrás esa vida algún día.

Pero la vida no le dio tanto tiempo. A los veintitrés, cuando por fin pensaba en estudiar de nuevo o abrir un pequeño negocio con sus ahorros, un autobús la atropelló en un cruce. Murió al instante. Algunos dijeron que, al menos, no sufrió.

♠︎♥︎◆♣︎★♠︎♥︎◆♣︎

Cuando despertó, primero sintió frío. Un frío que no era simplemente la brisa de un aire acondicionado ni la temperatura estéril de un hospital. No. Este frío era áspero, agresivo, como cuchillas invisibles que se le metían entre los huesos y le arañaban la piel.

Intentó moverse, pero el peso de las mantas que la cubrían y un cansancio profundo se lo impedían. Su cuerpo estaba entumecido, pero para su sorpresa no sentía un dolor agudo ni huesos rotos. Había un leve malestar, sí, pero nada comparable a lo que imaginaba después de un accidente como aquel. Por un instante se permitió agradecer estar viva; había estado segura de que no saldría del choque.

Entonces escuchó las voces. Murmullos apagados, desconocidos, con un acento extraño, demasiado cercano y a la vez distante. Aquellas palabras, incomprensibles y frías como el aire, le cayeron encima como un balde de agua helada.

—Avisen a Lord Stark que la pequeña Lyarra ha despertado —ordenó una voz masculina, grave pero contenida, aliviada—. Por fin, tras una luna está recobrando el conocimiento.

¿Una luna? ¿Un mes entero inconsciente?
Las palabras resonaron en su cabeza como campanas metálicas. ¿Qué demonios estaba pasando?

¿Lord Stark? El hombre junto a ella había dicho Lord Stark. No podía ser. Eso era imposible. El nombre se le quedó pegado a los oídos y al pecho como un golpe. ¿Por qué buscarían a un personaje de ficción? ¿Era algún tipo de broma pesada? ¿Estaba delirando, soñando, en coma?

Sin abrir los ojos, trató de escuchar de nuevo. Voces apagadas, roces de telas gruesas, el olor de leña quemada… Nada sonaba ni olía a hospital. Todo en ese lugar era demasiado real.

Por fin logró abrir los ojos. Al principio la luz la cegó, y tuvo que cerrarlos de nuevo. Los abrió una segunda vez, parpadeando para enfocar, pero la imagen frente a ella no cambió. No era un sueño.

Estaba acostada en una cama cubierta de pieles gruesas y suaves, con un olor a cuero y leña que no pertenecía a ningún hospital. A su alrededor, la habitación parecía el escenario de una película medieval: muros de piedra, antorchas encendidas, tapices pesados. El aire era frío, denso, con un tenue aroma a humo y hierbas secas.

El dolor en su cabeza se intensificó y, de pronto, empezaron a asaltarla pequeños fragmentos de memoria que no eran suyos. Imágenes fugaces de juegos en patios nevados, manos pequeñas acariciando lobeznos, voces que la llamaban Lyarra. Eran retazos de la vida de una niña de cuatro años: la hija bastarda de Ned Stark. Una niña, no un niño, como en los libros y la serie.

La puerta se abrió y entró un hombre. Por un instante se le detuvo el corazón: era una versión viviente de Sean Bean, el actor que había interpretado a Ned Stark. Pero no era un actor: tenía las ojeras profundas, el rostro endurecido por el invierno y, sin embargo, en sus ojos se leía un cansancio aliviado al verla despierta. Se sentía tan real que su respiración se volvió un nudo en la garganta.

Se encontraron la mirada. Los ojos grises del hombre —tan familiares y al mismo tiempo tan imposibles— la atravesaron como cuchillas. Había en ellos un afecto contenido, preocupación, y también un reconocimiento que no podía explicar.

Su corazón empezó a latir con fuerza. Todo en su mente gritaba que aquello no podía ser real: no había forma de que estuviera en Invernalia, ni de que Ned Stark estuviera frente a ella. El frío, las pieles, el olor de la leña, la mirada intensa… todo era demasiado vívido para ser un sueño.

El mareo la golpeó de golpe, una oleada caliente recorriéndole el cuerpo mientras el mundo giraba y se desvanecía. Apenas alcanzó a inhalar una bocanada de aire antes de que sus párpados cayeran.

Y se desmayó.