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Kobe Express

Summary:

Sasuki necesitaba un descanso, por eso tomó un bus rumbo a Kobe. Lo que no esperaba era encontrarse con un desconocido rubio que parecía el sol hecho hombre. Entre miradas, susurros y caricias, el viaje que debía ser solo una escapada se convirtió en una experiencia ardiente y peligrosa para su corazón.

Notes:

(See the end of the work for notes.)

Work Text:

POV: UCHIHA SASUKI

 

El eco de las maletas contra el piso me seguía mientras avanzaba por el terminal. Ajusté la correa de mi bolso sobre el hombro y respiré hondo; necesitaba este viaje como nunca. Kobe sería mi escape, aunque fuera por unos días. Quería desconectarme, olvidarme del trabajo y de la tensión que me pesaba últimamente.

Entregué mi boleto con una sonrisa leve y el chofer apenas me indicó el camino con la mano. Subí al bus con pasos tranquilos, tacones bajos contra el metal, y enseguida me fijé en el interior. La mayoría de pasajeros se habían sentado adelante: un par de chicas charlando sin parar y una señora absorta en un libro. Eso me arrancó una sonrisa mínima. Perfecto.

Caminé hacia el fondo y elegí un asiento junto a la ventana, en la antepenúltima fila. Siempre me gustó la sensación de tener espacio, como si pudiera crear mi propio pequeño refugio. Me acomodé con cuidado, crucé las piernas y apoyé la cabeza en el respaldo, lista para perderme en el paisaje cuando el bus arrancara.

Pero entonces lo vi.

Él.

Entró justo en ese momento, y no sé cómo describir lo que sentí. Alto, con los hombros amplios, la camiseta negra marcándole el pecho y los brazos de una forma que me hizo tragar saliva. Rubio, con una energía que parecía iluminar el pasillo. 

No era simplemente atractivo. 

Era el tipo de hombre que se roba el aire de cualquier lugar apenas aparece.

Lo seguí con la mirada sin vergüenza. Podía excusarme diciendo que era simple curiosidad, pero no… no lo era. Había algo en su presencia que me atrapó de inmediato, como si el mundo alrededor se hubiera apagado solo para dejarme observarlo.

Pasó junto a mí, y juro que sentí su aroma: limpio, fresco, con ese toque masculino que se te mete bajo la piel. Fue directo a la fila detrás de la mía, pero al otro lado del pasillo.

Perfecto. 

Desde aquí tenía vista a su perfil. Esa mandíbula afilada, la forma en que se acomodó con naturalidad, la mochila sobre las piernas, el celular en sus manos grandes.

Me descubrí mordiéndome el labio inferior.
¿Qué demonios me pasa? Apenas subió y ya estoy así…

Intenté volver la vista a la ventanilla, fingir indiferencia, pero era inútil. Cada fibra de mi cuerpo pedía mirarlo otra vez. 

Y otra. 

Y otra.

El bus arrancó con un suave rugido que me hizo vibrar en el asiento. Me acomodé mejor, decidida a concentrarme en el paisaje que se extendía por la ventanilla: edificios altos, luces que se mezclaban con el atardecer, gente que se perdía en la multitud. Quería perderme ahí, en la calma que me ofrecía la ruta… pero no podía.

Porque cada vez que mi mirada se escapaba, inevitablemente volvía a él.

Lo tenía al otro lado del pasillo, ligeramente detrás de mí, y aun así parecía ocupar cada rincón de mi visión. Ese perfil afilado, la manera en que sus labios se curvaban apenas mientras veía algo en su celular, los músculos de sus brazos tensándose con cada movimiento pequeño. Todo en él gritaba virilidad.

Respiré hondo, como si pudiera engañar a mi cuerpo y convencerlo de que no pasaba nada. Pero en cuanto quise volver a mirar el horizonte, algo me obligó a girar la cabeza de nuevo.

Y ahí estaba. Justo en ese instante él se estiró, entrelazando los dedos de las manos y llevándolos hacia arriba. La camiseta negra se alzó un poco, revelando apenas una franja de piel tersa, abdominales definidos que parecían tallados. Sus bíceps se marcaron con el movimiento, tensándose de una manera que me hizo sentir un latigazo de calor entre las piernas.

Mi coño palpitó con descaro, húmedo, como si mi cuerpo reaccionara por sí solo, sin pedirme permiso. Me mordí el labio y apreté las piernas, intentando disimular esa oleada de deseo que me atravesaba.

Dios…

Tragué saliva, intentando recomponerme, pero mis ojos se quedaron fijos en él más tiempo del necesario. Estaba segura de que si giraba la cabeza en ese momento, me encontraría observándolo descaradamente.

El paisaje allá afuera se volvió borroso, irrelevante. Porque el verdadero paisaje, el que me estaba consumiendo, estaba justo ahí, sentado a pocos metros de mí.

Me removí en el asiento, inquieta.

¿Cuándo fue la última vez que tuve un orgasmo de verdad?

La pregunta me golpeó de lleno, y no supe responder. Sí, había tenido encuentros… alguno que otro amante que cumplía con lo básico, alguna noche solitaria en la que mis dedos se encargaban de arrancarme un gemido rápido. 

Pero no, nada que se pareciera a esto. 

Nada que me hiciera vibrar con solo mirar.

Deslicé una mano sobre mi muslo, apenas un roce ligero por encima del vestido, como si estuviera ajustando la tela. No era consciente del gesto hasta que sentí el cosquilleo que dejó en mi piel. Mi otra mano subió instintiva hasta la clavícula, recorriendo la línea del escote con una lentitud sospechosa, acariciando el contorno de mis propios pechos por encima de la tela.

Me mordí el labio, apretando las piernas aún más. El simple contacto de mis dedos con mi propio cuerpo encendía una chispa peligrosa. Era absurdo: iba en un bus, rodeada de desconocidos, y aun así no podía dejar de tocarme como si buscara apagar ese incendio.

Mis ojos, traicioneros, volvieron a él. A esos hombros anchos que parecían un refugio y un peligro a la vez. A la manera en que su pecho subía y bajaba con cada respiración. Imaginé, sin querer, esas manos grandes sobre mí, en lugar de las mías, recorriéndome sin pedir permiso.

Tragué saliva, intentando recuperar la compostura.

Mis dedos siguieron un camino traicionero, apretando suavemente uno de mis pechos por encima del vestido. Apenas un roce, apenas una presión, pero lo suficiente para arrancarme un gemido contenido que se me quedó atorado en la garganta. Lo mordí, lo ahogué entre mis labios cerrados, y aun así el calor se disparó en mi vientre.

Dios… ¿qué estoy haciendo?

Apreté la palma contra la tela, como si pudiera sentir mi propio pezón erguido a través de la fina barrera. El vaivén del bus me ayudaba a disimular los movimientos, pero mi respiración ya me estaba traicionando.

Entonces lo sentí. 

Esa sensación inevitable de ser observada.

Me atreví a levantar la mirada, y me encontré con esos ojos azules clavados directamente en mí. 

Me estaba mirando, con el celular aún en la mano, pero olvidado por completo. Su mirada bajó un segundo a mis dedos presionando mi pecho, y luego volvió a mis ojos.

Azul contra negro.

Un calor feroz me recorrió entera. Lejos de detenerme, el contacto visual me encendió más. Sentí mi coño palpitar con fuerza, húmedo, necesitado, como si ese intercambio silencioso lo alimentara.

El rubio arqueó apenas una ceja, un gesto leve pero cargado de intención, y no apartó la vista. Fue como un choque eléctrico. Mi respiración se aceleró, la suya también, podía verlo en la forma en que sus hombros se tensaron. Su lengua se asomó apenas para humedecer sus labios, y ese gesto tan simple me desarmó.

De pronto, lo vi moverse. Guardó el celular con calma y se levantó, sus pasos seguros retumbando en el pasillo estrecho del bus. Mi respiración se detuvo por un instante.

No… no vendrá hacia acá. No puede…

Pero sí.

Se inclinó levemente hacia mí al detenerse en mi fila y, con esa sonrisa indescifrable, señaló el asiento vacío a mi lado.

—¿Está ocupado? —su voz grave me atravesó directo al vientre, como si cada palabra acariciara mi piel.

Negué con la cabeza demasiado rápido, incapaz de articular algo coherente.

—No —alcancé a murmurar, apenas un hilo de voz.

Naruto sonrió, y esa maldita sonrisa hizo que mi coño latiera con una fuerza obscena. Se acomodó junto a mí, su cuerpo grande ocupando el espacio con facilidad. El calor de su presencia me envolvió de inmediato, tan cerca que podía sentir el roce de su brazo contra el mío cada vez que el bus se sacudía.

Intenté mirar al frente, fingir serenidad, pero sus ojos azules estaban de nuevo sobre mí, recorriéndome con descaro.

—Te veías muy concentrada —dijo, con un tono bajo que parecía una caricia—. ¿En qué pensabas?

Me mordí el labio. Si supiera. Si pudiera decirle que pensaba en sus manos sobre mis pechos, en su cuerpo encima del mío, en la humedad que me estaba traicionando bajo el vestido…

—En nada importante —mentí, aunque mi voz sonó más ronca de lo que debería.

Su mirada bajó un instante hacia mi escote, como si confirmara que estaba ardiendo.

Esto no es normal. No lo conozco. Y sin embargo… mi cuerpo lo reconoce como si siempre lo hubiera esperado.

Su cercanía me quemaba. Podía sentir cada movimiento de su cuerpo, el roce leve de su brazo, el calor que irradiaba como si el asiento se hubiera vuelto un horno. Sus ojos no dejaban los míos, y esa seguridad descarada me revolvía el estómago de pura excitación.

Me humedecí los labios con la lengua, despacio, consciente de cómo lo estaba mirando. Dejé que mis dedos juguetearan con el borde de mi vestido, bajando apenas unos centímetros sobre mi muslo, como si no me diera cuenta de lo evidente que era el gesto.

—Quizá sí pensaba en algo importante… —susurré, inclinándome apenas hacia él. Mis palabras salieron cargadas de un veneno dulce que ni yo sabía que tenía—. Pero no creo que quieras escucharlo.

Vi cómo sus ojos azules se encendieron, cómo la curva de su sonrisa se volvió más oscura. Su mano descansaba sobre su propia pierna, enorme, relajada… demasiado cerca de la mía.

—¿Ah, no? —me respondió en voz baja, acercando la boca a mi oído, tan cerca que un escalofrío me recorrió la espalda—. A mí me gustan las cosas importantes.

Su aliento cálido me hizo apretar las piernas con disimulo. Pero en lugar de apartarme, giré un poco mi cuerpo hacia él, dejando que mi hombro rozara intencionalmente el suyo.

—Cuidado —dije apenas, con una media sonrisa provocadora—. Podría ser peligroso para ti.

El rubio soltó una risa breve, grave, que me hizo vibrar por dentro, así que decidí que ya había tenido suficiente de juegos velados. 

Si quería peligro… se lo daría.

Incliné mi cuerpo hacia él, tan cerca que nuestras piernas quedaron pegadas sin espacio para la casualidad. Mi mano se deslizó lentamente sobre mi propio muslo, hasta rozar el suyo. Fingí que solo estaba acomodándome, pero mis dedos se quedaron allí, trazando un roce ligero sobre la tela de su pantalón.

El rubio dejó de reír. Sus ojos azules se clavaron en mí con una intensidad que me hizo estremecer. Lo estaba probando, y lo sabía.

—¿Así entiendes mejor lo que quise decir? —susurré, dejándole ver la curva de mi sonrisa mientras mis dedos se aventuraban un poco más, apenas sobre su pierna firme.

Él no se movió. No apartó mi mano. Al contrario: la tensión en su mandíbula, el modo en que tragó saliva, el brillo en sus ojos… todo me decía que estaba disfrutando cada segundo.

Mi pecho subía y bajaba con fuerza bajo el vestido, y noté cómo su mirada descendía, devorándome con descaro. Sentí mis pezones endurecidos contra la tela, y el rubio no hizo nada por ocultar lo fascinado que estaba.

Le gusta… Dios, me está mirando como si quisiera arrancarme la ropa aquí mismo.

El aire entre nosotros ardía, y de pronto su mano se movió. Grande, cálida, firme. Se posó directamente sobre mi muslo, presionando con decisión, subiendo apenas por la curva de mi pierna. Contuve un jadeo que amenazaba con escapar, pero fue inútil; el calor de ese contacto me recorrió entera, directo a mi coño húmedo.

Mis dedos temblaron un segundo sobre el escote de mi vestido. El vaivén del bus me sirvió de excusa, y con un movimiento lento, descarado, tiré hacia abajo la tela. El aire frío acarició mi piel al quedar expuestos mis pechos, blancos, firmes, ansiosos.

Los ojos del rubio se abrieron un instante, brillando como fuego azul, antes de que su mano subiera con hambre hacia ellos. Sentí sus dedos atrapar la suavidad de uno, apretando, moldeándome como si fuera suyo. Un gemido bajo escapó de mis labios, imposible de contener.

Sus caricias eran firmes, seguras, recorriendo mis pezones endurecidos como si hubiera esperado toda la vida para tocarlos. Me arqueé hacia su mano, perdiendo el control, disfrutando del contraste entre la rudeza de su palma y la delicadeza de mi piel.

—Tienes los pechos más hermosos que he visto… —murmuró con voz grave, las palabras rozándome la piel igual que su aliento.

El rubor me subió al rostro, pero lejos de avergonzarme, me encendió aún más. Sus manos grandes atraparon ambos senos al mismo tiempo, amasando con fuerza deliciosa, pellizcando mis pezones con los dedos hasta arrancarme un jadeo ahogado.

Me incliné hacia él sin pensarlo, y su boca se deslizó contra mi piel. Primero tibia, luego húmeda, sus labios atraparon uno de mis pezones mientras su otra mano jugaba con el otro. Una corriente eléctrica me atravesó el cuerpo entero; sentí mi coño palpitar con violencia, la humedad extendiéndose descaradamente bajo el vestido.

—Dios… —susurré, apenas audible, llevando mi mano hacia su pierna.

El calor de su muslo me sorprendió al primer contacto, tan firme, tan sólido bajo la tela del pantalón. Mis dedos se aventuraron más arriba, acariciando con lentitud, disfrutando de la tensión que lo endurecía a cada roce.

Succionó mi pezón con más fuerza, mordiéndolo suavemente, como si respondiera a mi atrevimiento. Un gemido escapó de mi garganta, alto, imposible de disimular, y sentí sus labios curvarse contra mi piel, complacido.

Sus labios me tenían prisionera, y las caricias en mis pechos ya me tenían temblando. Entonces su mano descendió lentamente, rozando mi vientre hasta colarse bajo la falda. Sentí mis músculos contraerse de puro nervio cuando sus dedos se deslizaron por encima del encaje de mi ropa interior.

El contacto fue ardiente, incluso con la tela de por medio. Apenas rozó y yo ya estaba jadeando, consciente de lo empapada que me encontraba. Él lo notó al instante; sus dedos se quedaron allí, presionando un poco más, frotando con un ritmo que me arrancó un gemido ahogado.

—Estás… tan mojada —murmuró, con voz ronca, pegado a mi oído.

Me mordí el labio, incapaz de responder de inmediato, pero su mirada me atrapó, azul intensa, devorándome entera.

—Dime… ¿cómo se llama esta belleza? —preguntó, acariciando más despacio, como si quisiera arrancarme cada secreto con la yema de sus dedos.

Tragué saliva, mi voz salió temblorosa, cargada de calor.

—S-Sasuki…Uchiha Sasuki —me presenté con coquetería, inclinándome un poco hacia él, aunque mi respiración delataba cuánto me estaba afectando—. ¿Y tú?

Él sonrió, esa curva peligrosa de labios que me hizo estremecer.

—Uzumaki Naruto.

Al escuchar su nombre, mi cuerpo reaccionó todavía más. No me contuve: mi mano, que ya había subido su muslo, se atrevió a más. Alcancé el bulto duro bajo su pantalón y lo rocé suavemente con los dedos, sintiendo cómo palpitaba bajo mi toque.

—Mmm… —dejé escapar un suspiro travieso, apretándolo un poco más—. Encantada, Naruto.

Sus dedos respondieron de inmediato, frotando mi humedad con más presión, mientras me devoraba con la mirada, como si en cualquier momento fuera a arrancarme el vestido.

Sus dedos no se quedaron en la superficie por mucho tiempo. Con un movimiento decidido, apartó el encaje empapado y me acarició directamente, haciendo que un gemido se me escapara contra su boca. La yema de sus dedos se hundió en mis pliegues, suaves, húmedos, recorriéndome con una precisión que me dejó sin aire.

Sentí su lengua colarse por mi oreja, húmeda, caliente, arrancándome un estremecimiento que me arqueó contra él.

—Estás tan mojada para mí… —susurró, con la voz ronca y peligrosa—. ¿Acaso estabas esperando que alguien te tocara así?

El descaro de sus palabras me prendió aún más. Moví mi mano con más fuerza contra su entrepierna, presionando ese bulto enorme que parecía latir contra mi palma. Me estremecí de solo imaginarlo dentro de mí, y me atreví a susurrar con descaro:

—Mmm… está tan dura… tan grande… —lamí mis labios, mirándolo directo a los ojos—. Dime que voy a sentirla toda dentro.

Él gruñó bajo, como si mis palabras lo encendieran todavía más, y hundió un dedo en mi interior, despacio, empapándoselo al instante.

—Vas a rogarme que no te la saque… —me aseguró, rozando con el pulgar mi clítoris mientras me llenaba un poco más—. Te voy a abrir tanto que vas a gritar mi nombre.

Un jadeo se me escapó, húmedo, urgente. Mi cadera se movió buscando más de él, y mi voz salió temblorosa pero cargada de provocación.

—Ah… Naruto… quiero que me lo hagas aquí mismo… no sabes cuánto me estás poniendo…

Él hundió otro dedo, sus labios pegados a mi cuello, mordiendo suave mientras su mano no dejaba de jugar con mi humedad.

Él sonrió contra mi cuello, mordiéndome despacio, y me susurró con un tono bajo y dominante:

—Habla bajito… recuerda que tenemos público más adelante.

Me mordí el labio, tratando de contener un gemido que amenazaba con escaparse. El simple hecho de que hubiera gente a unos metros y aún así me tuviera así, abierta para él, me hacía estremecer más.

—Voy a abrirte muy bien… —continuó, hundiendo sus dedos más hondo, girándolos dentro de mí—. Estás tan estrecha… y yo soy muy grande. Te va a doler un poco al inicio, pero después no vas a querer que me detenga.

Un jadeo húmedo me tembló en la garganta. Lo miré, con las mejillas encendidas, asintiendo sin vergüenza, completamente rendida a lo que estaba prometiéndome.

—Sí… —mi voz salió quebrada pero ansiosa—. Lo siento… se nota lo grande que eres… y me encanta…

Él intensificó el movimiento de sus dedos, empujando con firmeza y acariciando cada rincón dentro de mí, como si supiera exactamente dónde tocar. Mi cuerpo reaccionó sin control: caderas arqueándose, labios temblorosos y un calor abrasador subiendo por mi vientre.

Me descubrí saltando suavemente contra sus dedos, incapaz de quedarme quieta. Mis jugos se desbordaban, empapando su mano con cada embestida de sus dedos. Pude sentir cómo se deslizaban con facilidad, chorreando hacia mis muslos, humedeciendo la tela de mi vestido y pegándola a mi piel. El asiento bajo mí estaba resbaloso, y esa mezcla de pudor y excitación me hizo gemir aún más fuerte contra su hombro.

 

POV: UZUMAKI NARUTO

 

Nunca pensé que este viaje a Kobe me iba a regalar semejante espectáculo. Me felicité en silencio por haber decidido subir a este bus; si no lo hubiera hecho, no tendría a esta diosa retorciéndose en mis brazos, chorreando contra mis dedos como si su cuerpo solo hubiera estado esperando que alguien la reclamara.

La miraba con fascinación: su cara arrebatada por el placer, esos labios entreabiertos luchando por no gemir más alto, el rubor que le pintaba las mejillas. Se veía preciosa, desesperada, completamente mía. Y esos movimientos suyos… cómo montaba mis dedos, buscando más, arqueándose, hundiéndose una y otra vez como si no pudiera evitarlo.

Sus pechos desnudos se mecían con cada espasmo, perfectos, blancos, duros en las puntas. Se movían deliciosos frente a mí, rebotando suavemente cada vez que temblaba. No podía apartar la vista; eran un maldito sueño, y me dieron unas ganas terribles de enterrar la cara en ellos.

—Mírate… —murmuré con un gruñido satisfecho, sacando los dedos apenas para volver a hundirlos de golpe—. Te estás deshaciendo en mis manos, chorreando como si me suplicaras que te rompa ya mismo.

Ella gimió bajito contra mi cuello, y yo no pude contener una sonrisa de triunfo. Hundí un tercer dedo en su interior, sintiendo cómo se apretaba, caliente, húmeda, estrecha al punto de volverme loco. La preparé con movimientos lentos al principio y luego más profundos, hasta sentirla temblar, lista para recibirme.

La solté de golpe, sacando mi mano de entre sus piernas. Su suspiro fue inmediato, cargado de decepción, como si de verdad no pudiera soportar que la dejara a medias. Me reí suavemente, pegando mi boca a su oído.

—Tranquila, preciosa… —susurré con picardía—. No voy a dejarte así, solo quería oírte rogar un poco más.

Con la otra mano, me llevé a la cintura del pantalón y empecé a desabrocharlo con calma, disfrutando de la forma en que sus ojos se abrieron de par en par, fijos en mí. Vi su respiración acelerarse, la expectativa brillando en cada facción de su rostro.

Tiré del cierre y bajé un poco el pantalón junto con el bóxer, lo suficiente para dejar libre mi erección, palpitante, gruesa, apuntando directo hacia ella. Su reacción fue deliciosa: su boca se humedeció al instante, y me miró como si acabara de ponerle un festín imposible frente a los labios. Cerró un poco las piernas, tímida, aunque sabía que no había marcha atrás.

Yo sonreí, disfrutando cada segundo de su ansiosa espera. Entonces la tomé suavemente del mentón, obligándola a alzar la cara hacia mí hasta que nuestras bocas quedaron peligrosamente cerca. Podía sentir su respiración temblando contra mis labios, el calor de su deseo mezclándose con el mío.

—¿Estás lista para que te dé lo que tanto quieres? —pregunté en voz baja, dejando que mis palabras rozaran su boca.

Ella arqueó una ceja, coqueta, y me respondió con una sonrisa cargada de picardía antes de acortar la distancia. Nuestros labios se encontraron en un beso húmedo, hambriento, que devoré sin pensarlo dos veces. Mi lengua se abrió paso con fuerza, probándola, robándole cada gemido.

Mientras la besaba, llevé una mano a su pecho descubierto, amasando con firmeza, jugando con su pezón erguido entre mis dedos hasta escuchar su respiración quebrarse contra mi boca. Ella se encendió aún más, sus manos subieron a rodearme el cuello y, sin romper el beso, se impulsó para ponerse de pie y acomodarse en mi regazo.

Sentí su peso delicioso sobre mí, el calor de su sexo empapado contra mi erección expuesta, incluso con el encaje de por medio. Sus brazos me abrazaban fuerte, sus dedos jugueteaban con mi cabello rubio mientras yo no dejaba de besarla con hambre.

Mi otra mano descendió despacio hasta su culo firme, apretándolo con descaro, llenando mis palmas con esas curvas pequeñas pero perfectas que parecían hechas para mis manos. La atraje más contra mí, haciéndola sentir lo duro que estaba, mientras mi pulgar jugueteaba con la parte baja de su espalda, empujándola a frotarse con más fuerza sobre mí.

Ella gimió en mi boca, y yo sonreí contra sus labios, disfrutando de cada segundo en el que su cuerpo se rendía al mío. Sentí cómo empezó a moverse sobre mí, frotándose contra mi verga dura, buscando más fricción como una gatita desesperada.

No pude evitar gruñir de gusto. Bajé la otra mano hasta su culo y, con ambas, lo apreté con fuerza, manoseándolo sin pudor bajo el vestido. Sus nalgas firmes se amoldaban a mis palmas como si hubieran estado hechas para mí; las apreté, las separé, las volví a juntar, disfrutando del contacto con ese cuerpo perfecto que se movía sobre mí con tanta necesidad.

Bajé mis labios a su cuello, dejando un camino de besos y mordidas suaves que la hicieron estremecerse entre mis brazos. Su olor y su calor me enloquecían.

—Me encantan tus gemidos… —susurré entre beso y beso, rozándole la piel con mi aliento caliente—. Pero tienes que hacer menos ruido… o todos allá adelante van a saber lo rica que estás.

Ella dejó escapar un quejido ahogado, mordiendo mi hombro para contenerse, y ese gesto solo me excitó más. Con un movimiento hambriento hundí mi cara entre sus pechos blancos, blandos, perfectos. Pasé la lengua por cada curva, jugué con mis labios en sus pezones duros, atrapándolos entre mis dientes y succionando como si fueran míos.

Al mismo tiempo, ella siguió frotándose contra mí, y sentí su calor empapado deslizarse sobre mi verga palpitante. La presión, el roce húmedo a través del encaje, me arrancó un gruñido grave contra su piel.

La apreté más fuerte contra mi regazo, enterrando el rostro en su pecho y devorándola con la boca, mientras mi polla se deslizaba bajo ella, dura y ansiosa, rozando sus labios húmedos a través de la tela empapada.

De pronto, ella se separó de mis brazos y se deslizó de mi regazo solo para voltearse. Su espalda suave quedó pegada a mi pecho, y al acomodarse volvió a hundirse sobre mí, esta vez de espaldas. La diferencia de altura se marcó más en esa posición; parecía pequeña en comparación conmigo, y eso solo encendió algo aún más primitivo en mí.

La vista era un maldito regalo. Su culo perfecto quedó acomodado en mis piernas, redondo, firme, a solo centímetros de mi verga palpitante. Mis manos no pudieron resistirse y lo apretaron enseguida, disfrutando de cada curva mientras ella, sin perder tiempo, corrió su tanga a un lado con un movimiento atrevido.

La sentí tomarme con sus manos delicadas, rodeando mi polla gruesa y frotándola directamente contra su entrada húmeda. El calor de su coño me hizo soltar un gruñido bajo, tan real que hasta yo mismo me sorprendí.

Giró apenas la cabeza, lo suficiente para mostrarme su perfil arrebatado, y me preguntó con la voz temblando entre jadeos:

—¿Tienes condón…?

Me incliné hasta rozar sus labios rojos, húmedos, hinchados por los besos que le había robado, y le respondí con una sonrisa torcida antes de atraparlos con un mordisco suave:

—No… pero no me aguanto más, quiero sentirte toda, apretándome sin nada en medio.

Ella dejó escapar un gemido, caliente, descarado, y me respondió sin dejar espacio a dudas:

—Hazlo N-naru… no puedo esperar más.

El pulso me retumbaba en las sienes. Y entonces la vi guiar mi polla con la mano, apoyando la punta contra su entrada. Estaba tan mojada que el contacto fue inmediato, delicioso. Lentamente comenzó a bajar sobre mí, hundiéndose poco a poco mientras su cuerpo temblaba.

La estrechez me arrancó un gruñido feroz. Me mordí el labio al ver cómo su cara se transformaba en puro placer; sus ojos medio cerrados, la boca abierta en un gemido silencioso, como si estuviera enloqueciendo con cada centímetro que entraba.

—Joder… —murmuré contra su cuello, aferrándola de las caderas para guiarla—. Nunca había sentido a nadie tan estrecha…

Ella se arqueó, apretándome más con su interior ardiente.

—Aahh… es demasiado grande… nunca… nunca había tenido algo así… —su voz quebrada, casi llorosa de placer, me hizo perder la cabeza.

La tenía temblando en su regazo, sus uñas clavadas en mí mientras creía que ya lo había tragado todo. Yo no pude evitar soltar una risa grave en su oído, disfrutando cómo se tensaba entera.

—¿En serio piensas que ya está todo adentro? —le susurré, apretando su cintura contra mí—. Apenas vamos por la mitad.

Sentí su cuerpo estremecerse, como si no pudiera creerlo. Retiré un poco la verga y volví a hundirme solo hasta la mitad, lento, repitiendo la jugada varias veces. Cada vez que lo hacía, sus gemidos se hacían más dulces, más desesperados, y yo me volví adicto a escucharlos.

Giró la cabeza, con ese puchero mojado que me volvió loco.

—N-Naruto… no juegues conmigo…

Ay preciosa, no me mires así.

No aguanté más. La tomé de la mandíbula y la besé como si quisiera devorarla, metiendo la lengua hasta silenciar cualquier queja. Aproveché para empujarla hacia abajo hasta que por fin me tragó completo. La sentí apretar como si fuera a romperme, y su grito quedó sepultado en mi boca.

Sonreí contra sus labios, orgulloso, excitado como nunca. Ella empezó a mover el culo en círculos, suave, buscando acostumbrarse a mi tamaño, y me hizo gruñir desde el pecho.

—Mierda, Sasu… —murmuré contra su cuello, mordiéndolo—. Te tragas mi verga como si hubieras nacido para esto.

—Aahh… cállate… —me contestó ronca, y ese tono me volvió adicto.

Me mordí el labio viéndola moverse, la cara de placer que me regalaba, esos ojos húmedos mirándome de reojo. No había nada más caliente que eso.

No me conformé con verla moverse encima de mí. La tomé de la cintura y la despegué de mi pecho, obligándola a inclinarse hacia adelante. Sus manos se apoyaron temblorosas en el respaldo del asiento de enfrente, y su vestido se deslizó aún más arriba, dejándome una vista perfecta de ese culo redondo que ya me tenía obsesionado.

Me acomodé bien, hundiéndome en el asiento y sosteniéndola firme. Desde abajo empecé a marcar un ritmo, lento al principio, pero profundo, asegurándome de sentir cómo su interior se cerraba con cada embestida.

—Míralos… —le susurré contra la oreja, empujando otra vez desde abajo—. Están ahí sentados y no tienen idea de cómo te estoy follando ahora mismo.

Vi cómo se le erizó la piel, cómo sus dedos se aferraban más fuerte al respaldo. Ella apretaba tanto alrededor de mí que me arrancó un gruñido bajo.

—N-Naruto… —jadeó, volteando un poco el rostro hacia mí. Sus ojos estaban húmedos, el rimel corrido, la boca entreabierta. La visión me partió el control en pedazos.

Me incliné sobre ella, dejando que mi pecho rozara su espalda arqueada, y volví a hablarle en un murmullo sucio, grave:

—Estás tan estrecha, princesa… se siente como si tu coño quisiera arrancarme la polla.

Su cuerpo tembló, y la oí contener un gemido apretando los labios. Negué con una sonrisa torcida y volví a hundirme en ella con más fuerza.

—No te guardes nada, Sasu… —le susurré, mordiéndole el cuello—. Si quieres gemir, gime para mí. Déjame escucharte.

Ella volvió la cara hacia mí con esa expresión entre vulnerable y provocativa, los ojos llorosos y la sonrisa torcida, y me lo dijo bajito, con la voz rota:

—Entonces hazme gritar…

Y juro que esas palabras me hicieron perder la cabeza.

 

POV: UCHIHA SASUKI

El vaivén de su cuerpo contra el mío se volvió más fuerte, más profundo. Sentí cómo sus embestidas me hacían temblar entera, el contacto húmedo, abrasador, que me arrancaba gemidos que apenas lograba contener.

Mis ojos se entrecerraron cuando noté el golpe firme de sus bolas contra mi culo en cada movimiento. Ese sonido húmedo y ese choque rítmico me tenían delirando, con el corazón desbocado y las piernas apenas sosteniéndome.

—Ah… —jadeé, dejando que un estremecimiento recorriera mi columna.

Busqué su mano a ciegas, la llevé hacia mí y atrapé sus dedos entre mis labios, lamiéndolos como si fueran un ancla a la que aferrarme. El sabor de mi propio cuerpo estaba allí, y me encendió más.

—M-me voy a correr… —balbuceé, apenas capaz de pronunciar las palabras mientras lo miraba por encima del hombro—. Quiero que te vengas dentro…

Él soltó un gruñido grave, caliente en mi oído, algo que me hizo estremecer aún más.

—¿Quieres que te llene, preciosa?

Asentí desesperada, chupando más fuerte sus dedos, dejándole mi saliva como prueba de mi rendición.

—Sí… lléname… —supliqué, arqueando la espalda con un gemido ahogado.

Mi cuerpo empezó a moverse solo, las caderas chocando contra él con fuerza, encontrando cada embestida, buscando más y más. Sentía cómo se estiraba cada rincón de mí, cómo la presión subía imparable y mis músculos se cerraban alrededor de su verga, llamándolo, apretándolo para que no me soltara.

—Dios… no pares… —gemí con voz rota, mientras mis manos temblaban contra el asiento y el sudor me corría por la frente.

El placer me tenía colgando de un hilo, y lo único que quería era romperme contra él, sintiendo cada gota suya llenándome por dentro.

Sus manos me atraparon de golpe, grandes, firmes, subiendo a manosear mis pechos expuestos con una fuerza deliciosa. Sus dedos pellizcaron mis pezones, los giraron y jugaron con ellos hasta arrancarme un grito ahogado que se perdió contra el respaldo.

—Ah… sí… —me escapó en un gemido ronco, con la cabeza cayendo hacia adelante.

Una de sus manos se quedó allí, apretando, amasando, obligándome a arquearme; la otra descendió, quemándome el vientre hasta llegar a mi centro. Cuando empezó a masajearme el clítoris, círculos húmedos y precisos, sentí como si la electricidad me estallara en cada nervio.

—¡Dios…! —susurré, mordiéndome el labio hasta casi sangrar, incapaz de contener el temblor que me recorría.

Me pegué contra él, la espalda clavada a su pecho, buscando desesperada su calor, su verga que seguía destrozándome en cada embestida. El sudor nos pegaba la piel, y yo estaba a punto de romperme.

—Córrete para mí, preciosa… —susurró en mi oído, la voz grave, rasgada, con ese tono que me hizo perder la cabeza.

Un espasmo me sacudió de pies a cabeza, la tensión acumulada estalló sin piedad y me corrí con un gemido sofocado, mordiéndome los labios con fuerza para no gritar. Todo mi cuerpo temblaba, los músculos de mi coño apretaban con violencia su verga mientras un calor húmedo se desbordaba entre mis muslos.

—Mmmhhh… —apenas un gemido roto salió de mí mientras me dejaba caer contra él, sacudida por oleadas de placer que parecían no terminar.

El piso estaba empapado, igual que el asiento, un desastre húmedo que delataba lo que me había arrancado. Apenas podía mantenerme erguida, las piernas flojas, el cuerpo rendido; pero él no parecía satisfecho. Sus manos fuertes me sostuvieron y me acomodaron otra vez en su regazo, como si fuera una muñeca preciosa que aún quería seguir usando.

—Mírate… —murmuró con una sonrisa oscura, el pecho vibrando contra mi espalda—. Dejaste todo hecho un charco, preciosa.

Mi rostro ardía, sin fuerzas para replicar. Apenas suspiré contra sus labios cuando volvió a moverse dentro de mí, lento al inicio, pero cada embestida me hacía estremecer. Mi cuerpo todavía sensible lo sentía todo multiplicado, un choque delicioso y cruel a la vez.

—E-Estoy muy… ah… muy sensible… —susurré, apretando los ojos, mordiendo mi propio gemido.

Él no se detuvo. Una de sus manos se deslizó firme a mi cuello, sujetándolo con la presión exacta, arrancándome un jadeo quebrado que murió en el beso que me robó enseguida. Nuestras lenguas se encontraron en un juego húmedo, desesperado, donde mordía y lamía, donde no podía huir de su dominio.

Entre mordidas y susurros, su voz ronca me atravesó:

—Dime dónde lo quieres, preciosa… repítelo.

Con la respiración entrecortada, mis labios rozando los suyos, dejé escapar lo que tanto deseaba:

—D-Dentro…

Un gruñido vibró contra mi boca. Su otra mano bajó despacio hasta mi vientre, presionando allí mientras sus embestidas se hacían más profundas.

—¿Aquí…? —me susurró, mirándome fijo con los ojos encendidos—. ¿Quieres que me corra aquí, llenándote toda?

Me mordí el labio, apenas capaz de balbucear, rendida como un gatito en sus brazos:

—S-Sí…

Sus dedos apretaron mi cuello con fuerza medida, suficiente para dejarme jadeando con la boca abierta. Mi lengua colgaba húmeda, incapaz de guardarla, mientras mis ojos llorosos buscaban los suyos. Cada embestida era más dura, más profunda, hasta que sentí cómo su cuerpo temblaba detrás de mí, el calor de su respiración enredándose en mi oído.

—Aguanta… preciosa… —gruñó, enterrándose hasta el fondo.

Un segundo después, un calor espeso me inundó de golpe. Solté un gemido ahogado, convulsionando contra él mientras su verga palpitaba dentro de mí, derramándose fuerte, llenándome hasta lo más hondo. Podía sentir cada oleada estrellándose en mi interior, quemándome, desbordándome.

—Ahhh… se siente… se siente tan adentro… —balbuceé, con la lengua aún fuera, incapaz de articular más.

Sus manos no me soltaron, una firme en mi cuello, la otra clavada en mi vientre como si quisiera marcar el lugar donde me estaba llenando. Sentí cómo me apretaba contra su pecho en medio de su propio espasmo, gruñendo bajo, poseído por el clímax.

El asiento estaba hecho un desastre, yo temblando en su regazo, desbordada, mientras aún podía sentir su calor derramándose, profundo, reclamando cada rincón de mí.

Me quedé inmóvil unos segundos, derritiéndome en su regazo mientras mi pecho subía y bajaba como si acabara de correr kilómetros. Aún sentía su calor profundo dentro de mí, y cada pequeño movimiento me arrancaba un estremecimiento.

Su mano aflojó la presión en mi cuello, y de inmediato la usó para acariciarme despacio, masajeando mi piel como si intentara calmarme. Me apoyé contra su pecho, escuchando el golpeteo fuerte de su corazón, mientras sus labios rozaban mi cabello.

—No tienes idea de lo deliciosa que eres… —susurró con una sonrisa ladeada, la voz grave que me erizó otra vez la piel.

Me reí bajito, la risa todavía rota por el esfuerzo. Alcé la cara apenas para verlo y murmuré:

—Tú… tú casi me matas ahí…

—¿Y te quejas? —me interrumpió, divertido, apretándome de nuevo la cintura para hacerme sentir el último latido de su erección aún dentro.

—No… —admití con voz suave, mordiéndome el labio mientras mis mejillas se encendían—. Lo volvería a hacer sin pensarlo.

Él me besó la frente, y luego bajó a mordisquear mi oreja. Yo no pude contener la risa nerviosa, mezclada con el calor de lo que acabábamos de hacer. Su mano jugaba con mi muslo, trazando círculos perezosos, y yo me acomodé aún más contra él, como si fuéramos dos amantes de toda la vida en lugar de desconocidos que apenas habían cruzado nombres.

Por primera vez en mucho tiempo, me sentí ligera. Exhausta, húmeda, temblorosa… pero extrañamente feliz, como si ese viaje que había empezado buscando paz me hubiera regalado algo mucho más intenso.

Me acomodé en mi asiento, aún tratando de normalizar mi respiración. El vestido me rozaba húmedo en la piel y yo quería morirme de la vergüenza solo de pensar en el desastre que habíamos dejado. Alcé la vista con disimulo… y casi me atraganto con aire al verlo.

Seguía duro. Increíblemente duro.

Él se rascó la mejilla con una sonrisita nerviosa, desviando un poco la mirada, como si intentara disimular lo obvio.

—Perdón… —murmuró bajito, rascándose la mejilla con torpeza—. No espero nada más, sé que hace rato fui rudo contigo y seguro estás exhausta. Así que no te preocupes por mí, ¿sí?

Lo miré boquiabierta, con el corazón acelerado de otra forma. ¿Cómo podía ser que el mismo hombre que me había tenido gimiendo sin control hace unos minutos ahora estuviera ahí, sonrojándose, con esa mezcla de ternura y fuerza que lo hacía irresistible?

Sentí que mis mejillas ardían. Era tan caliente… y tan lindo a la vez, que me revolvió el estómago de pura emoción. Me mordí el labio, consciente de que mi cuerpo ya no daba para otra ronda; si lo intentábamos, probablemente todo el bus acabaría escuchándonos. Pero no quería dejarlo así, no después de cómo me había hecho sentir. 

Una idea traviesa se encendió en mi cabeza y no pude contener la sonrisa pícara que se dibujó en mis labios.

Quizá pueda encontrar otra manera de mimarlo

Me incliné un poco hacia él, todavía con las mejillas ardiendo, y le susurré bajito, con la voz cargada de intención:

—Pero… no pienso dejarte con esto así.

Sus ojos azules me miraron, brillando de sorpresa y deseo, como si acabara de leerle la mente.

 

POV: UZUMAKI NARUTO

 

Me recosté en el asiento, todavía sintiendo cómo el calor me quemaba por dentro. No esperaba nada más de ella, pero entonces la vi inclinar la cabeza hacia mi entrepierna. Mis ojos se agrandaron al verla apoyarse con delicadeza, sus manitas en sus propios muslos, como buscando equilibrio, antes de inclinarse más y mirarme con esa curiosidad que me dejó sin aire.

La primera lamida fue lenta, desde la base hasta la punta, como un gatito probando por primera vez. El escalofrío que me recorrió la espalda me arrancó un gruñido bajo. Y antes de que pudiera reaccionar, me regaló un besito húmedo justo en la punta, levantando la mirada para atraparme con esos ojos oscuros brillando de picardía.

—Joder… —susurré, apretando los dientes mientras la veía envolverme por fin con su boquita.

La sentí bajar y subir despacio, marcando el ritmo con la lengua, dejando escapar pequeños gemiditos que vibraban contra mí. Cada sonido era como una provocación directa al centro de mi cuerpo, haciéndome tensar las piernas.

—Eso es… así, bonita… —murmuré, llevándole la mano al cabello, acomodando con cuidado los mechones que caían en su rostro—. No sabes lo duro que me pone que me mires así mientras me la chupas…

Lo sacó de su boca despacito, la lengua jugueteando en la punta como si quisiera volverme loco. Un escalofrío me recorrió entero cuando levantó esos ojos hacia mí, brillantes, bonitos y con esa maldita chispa que me tenía rendido.

—¿Te gusta cómo me veo así…? —susurró, dándole un besito suave justo en la punta.

Se bajó de nuevo la parte de arriba del vestido, dejando que sus pechos perfectos quedaran expuestos, y los juntó con sus manos para guiar mi verga justo entre ellos. Se acomodó, apretando despacio hasta atraparme con esa suavidad ardiente que me arrancó un gruñido.

—Mierda… Sasuke… —solté, echando la cabeza hacia atrás, sintiendo cómo los movía con un vaivén lento que me obligaba a mirarlo otra vez.

Y ahí estaba, con la lengua jugueteando cada vez que la punta se escapaba entre sus pechos, recibiéndome con lametones provocadores, como si disfrutara torturarme.

—¿Así te gusta, Naruto…? —me provocó bajito, como si supiera exactamente lo que estaba haciendo conmigo.

Tragué aire con fuerza, acariciándole la mejilla y hundiendo los dedos en su cabello, incapaz de apartar la mirada.

—Me encanta… te ves tan jodidamente bonita así, Sasuki… —susurré, sintiendo cómo la tensión en mi vientre crecía más y más—. No tienes idea de lo que me haces…

No aguanté más. El calor de sus pechos apretándome, esa carita traviesa mirándome desde abajo… era demasiado. Sujeté sus hombros y empecé a mover las caderas, follando ese hueco húmedo que había formado entre sus tetas.

—Mierda… Sasuki… —gruñí entre dientes, acelerando el ritmo—. No sabes lo rico que se siente…

Ella entendió al instante, juntó aún más sus pechos, apretándome con fuerza. Y cuando sus pezones comenzaron a rozar contra mi polla con cada embestida, me arrancó un gemido ronco que no pude contener.

—¿Lo sientes? —jadeé, perdiendo el control mientras empujaba contra ella—. Voy a disparar todo mi semen en ti, preciosa… todo…

Sasuki abrió la boca de golpe, con los ojos brillando de lujuria.

—Entonces dámelo aquí… —susurró, acomodándose rápido, bajando hasta encajarme en su garganta.

La sensación fue brutal. Su boca se cerró entera alrededor de mí, tragando hasta la base. Apenas logré soltar un gruñido ahogado mientras la veía forzarse con esa garganta profunda, como si estuviera hecha solo para mí.

Cuando sacó apenas la punta, me regaló un par de lamidas cortas y juguetonas, como una gatita desesperada por más, antes de volver a tragársela toda, sin dejarme pensar, sin darme respiro.

—Joder, Sasuki… —murmuré con la voz rota, agarrándole el cabello para marcarle el ritmo—. Te voy a llenar la boca, prepárate…

El calor se me subió de golpe, como si todo mi cuerpo ardiera al mismo tiempo. No pude controlarlo más. Una mano se cerró con fuerza en el cabello de Sasuki, guiándola sin piedad, hundiéndola hasta el fondo de mi polla, mientras la otra buscó apoyo en el respaldo del asiento de adelante, apretándolo con desesperación.

—¡Mierda… Mierda! —rugí entre dientes, los ojos puestos en blanco mientras mi cadera embestía con fuerza su boca caliente, húmeda, perfecta.

Sentí la explosión recorrerme desde la base hasta la punta, descargándome dentro de ella sin control. Su garganta se cerró alrededor de mí con un gemido ahogado, y ese pequeño sonido me volvió aún más loco.

Bajé la mirada justo a tiempo para ver cómo trataba de tragárselo todo, los labios bien apretados, los ojos húmedos, tragando una y otra vez. Pero había demasiado… el exceso se le escapó por las comisuras, resbalando en hilos gruesos por su barbilla hasta manchar sus pechos, aún apretados y brillantes.

El cuadro me golpeó fuerte: Sasuki con la boca llena de mí, con mi semen chorreándole por la piel blanca de sus tetas. Un jadeo entrecortado se me escapó, todavía estremecido por la intensidad de lo que acababa de soltar.

—Te ves…. tan hermosa así… —alcancé a murmurar, con la voz ronca, apenas recuperando el aliento.

Sasuki se relamió los labios lentamente, con esa maldita coquetería que me estaba destruyendo la cabeza. Bajó la mirada a sus pechos manchados y, con la punta de los dedos, recogió un poco de mi corrida, llevándosela de nuevo a la boca como si quisiera provocarme otra vez.

Yo apenas respiraba, todavía con el corazón al galope, cuando un espasmo más me recorrió y, sin aviso, otro chorro caliente salió disparado.

—¡Ah, mierda! —gemí sorprendido, viendo cómo le manchaba la cara y resbalaba aún más sobre sus pechos.

Sasuki abrió grande los ojos y luego soltó una risa bajita, sofocada, llevándose una mano a la boca para que no nos oyeran en el bus. Yo terminé contagiándome, riéndome también entre jadeos, todavía temblando.

La escena era ridículamente perfecta: ella con el rostro sonrojado, el cabello un poco despeinado, el vestido bajado y su piel perlada de mi semen… y aun así sonriéndome, preciosa, como si lo que acabábamos de hacer fuera un secreto solo nuestro.

Me incliné hacia ella, limpiándole un poco la mejilla con el pulgar, y murmuré con voz suave:

—Eres… demasiado para mí, Sasuki.

 

POV: UCHIHA SASUKI

El pasillo se sentía eterno. 

Cada paso que daba me recordaba lo que acababa de pasar: mis muslos todavía temblaban, y bajo la casaca naranja que Naruto me prestó, mi piel ardía de vergüenza y de calor. La tela gruesa olía a él, a ese sol que me envolvía incluso ahora que caminaba delante de mí.

El vestido aún tenía manchas que me hacían querer hundirme bajo tierra, así que acepté cubrirme con su ropa sin chistar. Lo que no podía aceptar con tanta calma era que mis bragas ya no estaban en su sitio. Estaban guardadas en el bolsillo de aquel rubio caliente, lo hizo con una naturalidad que me hizo enrojecer desde las orejas hasta el pecho. Sentía el roce de la falda contra mi piel desnuda, recordándome lo vulnerable que estaba.

Mientras lo observaba bajar los primeros escalones, un vacío me atravesó el pecho, como si el aire me faltara de golpe. 

¿Y si todo había sido solo el viaje? ¿Un encuentro fugaz que moriría aquí mismo?

Entonces él giró la cabeza con una sonrisa… esa maldita sonrisa como el sol, brillante y cálida, se me metió bajo la piel y derritió de golpe toda mi tristeza.

Extendió la mano hacia mí, esperando, como si fuera lo más natural del mundo.

—Vamos —me dijo con los ojos encendidos.

Me quedé quieta, con el corazón latiéndome tan fuerte que temía que los demás lo escucharan. Miré su mano, grande, segura, tendida hacia mí como una promesa. Y sin pensarlo más, la tomé. Sentí cómo sus dedos me apretaban, cómo tiraba de mí para ayudarme a bajar. 

El aire de Kobe me recibió con un soplo fresco apenas puse un pie fuera del terminal, pero lo que de verdad me hizo sentir ligera fue que Naruto no soltó mi mano. Seguía ahí, firme, como si me perteneciera desde siempre.

Me di cuenta de que todavía cargaba mi maleta, la que yo había planeado arrastrar sola. El contraste me hizo sonreír: ese hombre enorme, con mi valija de rueditas color pastel en una mano.

—Yo puedo con eso… —susurré, un poco avergonzada.

Él bajó la vista hacia mí, ladeando la cabeza con esa sonrisa descarada que me encendía el cuerpo y el alma.

—Lo sé —respondió con voz cálida—, pero no quiero que cargues nada. Ya bastante hiciste en el bus.

Me sonrojé de inmediato, apretando sus dedos para que no me dejara caer en el suelo de pura vergüenza. Caminamos unos pasos más hasta la salida, y entonces, como si fuera lo más simple del mundo, dijo:

—Tengo hambre… ¿Vienes conmigo a comer ramen?

Lo miré, un poco incrédula, como si no pudiera creer que después de todo lo que acabábamos de hacer, él aún quisiera algo tan… cotidiano, tan normal, tan íntimo.

Y de repente lo supe: no quería que esto terminara aquí.

—Sí… claro —respondí, y mi voz sonó más feliz de lo que esperaba.

Sus ojos brillaron, y apretó mi mano otra vez. Y ahí, caminando entre desconocidos, sentí que nada más importaba. Las luces del terminal parecían difusas, las voces de la gente quedaban lejanas, como si el mundo entero se hubiera reducido a la calidez de su mano y a la sonrisa que me regalaba cada vez que me miraba de reojo.

Notes:

Quisiera saber, cuando escribo a Sasuke en versión femenina, prefieren que lo deje con el mismo nombre, o que le cambie a un nombre más femenino como Sasuki o Sastuki.