Chapter Text
Naoya Zenin.
Lily odiaba a Naoya.
Y probablemente Naoya también odiaría a Lily si estuviera vivo.
Admitía haberle hecho dibujos ridículos a Naoya porque le desagradaba. Pero nunca habría imaginado que poseer su cuerpo sería su karma.
A lo largo de su vida, había leído muchas novelas con la premisa de transmigración, porque era divertido y secretamente también le parecía lo más cercano que podría inmiscuirse en la historia. Ver desde los ojos de un lector hecho personaje.
Ahora, al mirar su reflejo en el agua, no, al mirar el reflejo del rostro infantil de Naoya, Lily solo quería lanzarse al agua para suicidarse.
Quizá vuelva a su mundo si muere en este. O quizá el verdadero Naoya y ella morirían juntos.
No importa cómo lo pienses, es un ganar-ganar.
Estaba bastante tentada a hacerlo.
"¡Naoya-sama!"
Una voz cansada lo llamó. Los pasos apresurados de los sirvientes resonaban contra las piedras del sendero, acercándose.
Lily había considerado la idea de decirle a la familia Zenin que había perdido la memoria. ¿No era eso lo que hacían los transmigradores para lidiar con su falta de información? Pero temía que tomaran medidas extremas y trataran de exorcisarla. Si eso llegara a suceder y se revelara su secreto, sería peor para ella.
Suponiendo que sus circunstancias de posesión de cuerpo sean como ella piensa. No recordaba exactamente cómo había entrado en el cuerpo de Naoya.
Ciertamente no por elección propia.
Seguramente era la presa más cercana y Lily, que estaba lo suficientemente hambrienta como para consideralo un platillo atractivo, se acercó a él.
"Naoya-sama." La mujer le habló con cuidado ahora que estaba cara a cara con ella.
Naoya debía haber sido un dolor de cabeza desde que era un bebé.
"¿Me están buscando para algo?" Preguntó con desinterés, sin siquiera mirar a los ojos de la mujer.
Lily decidió que aprovecharía la falta de disciplina de Naoya. Era mejor que actuar como un niño bueno y tonto. ¿Alguien se tragaría ese cuento en el clan Zenin?
Por supuesto que no.
Le había bastado conocerlos durante unos pocos días para saber que eran un nido de carroñeros.
Normalmente cuando los transmigradores poseían el cuerpo de un personaje detestable, dejaban de actuar como una basura, y en el desafortunado caso de Lily, tendría que hacer lo contrario.
Por el momento, no había alertado a los demás sobre su pequeño secreto, lo que significaba que no sospechaban de ella. Y esperaba que se mantuviera así.
¿Será que estaba haciendo un buen trabajo en comportarse como un niño mimado y malcriado? Lily no se enorgullecía de esto, pero para tener una vida cómoda, lo haría.
"La señora está muy preocupada por usted. Le ha pedido a los sirvientes que lo encuentren." Lily frunció el ceño y suspiró. Su madre era una mujer bastante ambiciosa. Además, también lo mimaba a menudo y le permitía muchas cosas. Llevaba una semana allí y solo había visto a su padre tres veces.
Ahora su madre estaba preocupada por perder a su ganso dorado.
Y no era para menos.
Qué escándalo sería si el sucesor del clan Zenin muriera en circunstancias tan lamentables.
Lily se levantó del suelo y por un momento tuvo el impulso de limpiar sus rodillas. Pero por supuesto, el niño de oro no haría tal cosa como ensuciarse las manos con tierra y pasto. Así que la sirvienta se arrodilló apresuradamente y con cuidado sacudió su hakama haciendo que la suciedad se desprendiera de este.
Todos los sirvientes lo trataban con respeto, pero con tan solo unas palabras y miradas, podía intuir que a los sirvientes no les agradaba Naoya.
Si Lily fuera uno de los sirvientes de seguro habría intentado envenenar a Naoya antes de que llegara a la mayoría de edad.
Lily sonrió. "Bueno, vamos a ver qué quiere mi madre."
La sirvienta la guió por los pasillos.
Fue un dolor de cabeza para Lily aprender las direcciones correctas de los pasillos. Por eso, había exigido, una sirvienta para ayudarlo. Aunque claro, había sido más grosera al hacerlo, para no ser tan ooc.
A Lily también le disgustaba la ropa tradicional. Queria vestirse de acuerdo a la era.
Era 1996, no la era Heian.
"¡Naoya!" Como odiaba Lily que la llamaran así. "Estaba tan preocupada por ti." La mujer corrió hacia el limpiándose las lágrimas con un pañuelo.
Lily quiso resoplar. Si realmente hubiera estado tan preocupada, debería haber salido a buscarla ella misma.
No solía pasar tanto tiempo con su madre. La mayoría de las veces, estaba ocupada con sus clases.
Tenía la teoría de que los clanes separaban a las madres de los sucesores, sin embargo, Naoya todavía veía a su madre frecuentemente. O quizás era porque casi muere.
¿Era por su capricho?
Entonces notó algo.
Un aroma dulce e intenso llenaba la habitación.
Daría lo que fuera para probar algodón de azúcar y otras chucherías más.
Su madre había colocado una bandeja de dulces en una mesa baja, cada uno cuidadosamente dispuesto como una ofrenda.
Una ofrenda para su pequeño monstruo.
Dorayakis dorados brillaban con la luz que se filtraba a través del shoji.
"Te traje tu favorito." Dijo su madre, alisándose suavemente el kimono con las manos aún temblorosas. "Dorayaki, daifuku y mochi de sakura."
Lily se dejó caer bruscamente sobre los cojines, exigiendo de inmediato el más grande. Era lo que Naoya solía hacer: tomar primero, preguntar después. La textura esponjosa se derritió entre sus dientes, liberando esa dulzura artificial que adoraba.
"Claro que es todo mío", dijo con la boca llena, dejando caer las migas sobre su hakama. "¿Quién más podría ser?"
Su madre extendió la mano y le acarició el pelo con la suavidad que reservaba solo para él. "Come despacio, mi niño. No queremos que te ahogues."
"No me atragantaré. No soy un bebé." Lily dio otro bocado. "Además, tengo hambre."
"Estar en el agua da hambre."
Observó a su madre tensarse al mencionar el suceso, con los hombros casi imperceptiblemente levantados. Era increíble ver las reacciones de la gente cuando sabías exactamente qué botones presionar.
"¿Ya castigaron a mis estúpidos hermanos?" Preguntó, limpiándose las manos con la servilleta.
"Tu padre se encargó de eso."
"¿Pero qué les hizo?" Lily ladeó la cabeza, fingiendo la cruel curiosidad de los niños. "¿Los golpeó? ¿Los encerró? Quiero saberlo."
Tal como Lily pensaba, Naoya tenía esa brutal sinceridad y crueldad que los niños solían tener porque no habían sido adecuadamente corregidos por sus padres.
Su madre movió su asiento a su lado, lo suficientemente cerca para que Lily pudiera oler el perfume de jazmín que siempre usaba. Era reconfortante, tenía que admitirlo. Después de una vida invisible, que alguien la tratara como si fuera un tesoro la hacía sentir mejor de lo que quería admitir.
"No deberías preocuparte por esas cosas, Naoya."
"¿Por qué no? Me empujaron." Lily alzó la voz, más petulante. "Fue culpa suya que me cayera al agua. Tengo derecho a saber qué les pasó."
Era cierto que no sabía exactamente qué había pasado en el estanque. El Naoya original podría haberse caído al agua mientras molestaba a sus hermanos, o quizás realmente lo habían empujado. Pero era Naoya, ¿qué importaba? Podía usar cualquiera de las dos versiones como le pareciera.
"A veces los niños mayores tienen celos." Dijo su madre con la voz suave que usaba cuando quería apaciguarlo.
"¿Celosos de qué? ¿De que soy mejor que ellos?" Lily se limpió la nariz con la manga, un gesto que sabía que su madre detestaría, pero que toleraría viniendo de él. "Es obvio que soy mejor. Padre siempre lo dice."
Su madre no dijo nada, pero Lily notó cómo fruncía ligeramente los labios. Era curioso. Incluso ella, que claramente lo adoraba, tenía sus límites ante la arrogancia de su hijo.
"Madre..." Lily se acercó, su voz sonaba más joven, más vulnerable. Era una habilidad que había aprendido: mezclar la crueldad infantil con momentos de genuina necesidad. "¿Crees que querían matarme?"
La pregunta obligó a su madre a abrazarla de inmediato, estrechándola contra su pecho protectoramente. El sedoso kimono se sintió suave contra su mejilla, y por un momento Lily se permitió relajarse en la calidez del abrazo.
"No digas eso", susurró su madre entre sus cabellos. "Fue solo... un accidente."
"Pero era agua fría..." Murmuró Lily, y para su sorpresa, las lágrimas que sintió formarse en sus ojos eran reales. "Y no sabía si alguien vendría a buscarme." El abrazo se apretó y Lily sintió a su madre temblar levemente.
"Siempre iré por ti. Siempre."
Era lamentable lo mucho que esas palabras la consolaron. Incluso sabiendo que todo era una farsa, incluso sabiendo que el amor de su madre era condicional, la calidez seguía siendo real en ese momento.
"Quiero más dulces." Dijo después de un momento, separándose del abrazo y limpiándose la cara con el dorso de la mano. "Y quiero que castiguen a mis hermanos."
"Naoya..."
"¿Qué? Hicieron algo mal y deberían pagar por ello." Lily tomó otro dorayaki, mordiendo más fuerte de lo necesario. "Si papá no los castiga como es debido, pensarán que pueden volver a hacerme daño."
Vio que su madre lo notaba y entrecerró los ojos mientras reflexionaba sobre sus palabras. Naoya sabía que en cierto modo tenía razón, pero también comprendía las implicaciones políticas de castigar con demasiada dureza a otros niños del clan.
"Tu padre sabe lo que hace." Dijo finalmente.
"Eso espero." Dijo como como el pequeño tirano que era. "Porque si me vuelven a hacer daño, yo también les haré daño. Y seré peor que ellos."
Una amenaza flotaba en el aire entre ellas. Su madre la miró un largo instante, y sonrió. Ella sonrió. Como si supiera exactamente en qué clase de persona se convertiría su hijo y hubiera decidido que era inevitable.
"Cómete tus dulces. Te harán sentir mejor." Declaró entregándole un mochi rosa.
Lily lo tomó y le dio un mordisco; el sabor le llenó la boca. Era demasiado dulce, demasiado soso, pero también reconfortante de una manera inusual.
"¿Te quedarás aquí hasta que me termine todos los dulces?" Preguntó, sabiendo que sonaría más a exigencia que a pregunta.
Su madre sonrió, y esta vez la sonrisa se extendió por sus ojos. "Si eso es lo que quieres."
"Eso es lo que quiero." Confirmó Lily, acomodándose junto a su madre como un gato satisfecho. "Y quiero que me traigas más dulces mañana".
"Sí, mi niño."
Lily cerró los ojos, inhalando el familiar aroma a jazmín.
Era reconfortante ser consentida, aunque tuviera que ser un poco tirana para conseguirlo.
Naobito no era un hombre cariñoso, y las veces que estaba con Naoya, estaba allí pero a la vez no. Más entretenido en cualquier cosa que lidiar con niños. De todos modos, Lily no quería verlo. Siempre arruinaba el ambiente tranquilo cuando estaba allí. Al igual que su tío. En el poco tiempo que había estado allí, supo que tampoco se llevaban bien, se notaba que hacía esfuerzos por aguantar a un mocoso mimado.
Y si no fuera el hijo del líder del clan y el próximo heredero, probablemente no desaprovecharían la oportunidad de abofetearlo.
Por esta y muchas razones más, Lily tenía que lograr convertirse en la más fuerte del clan Zenin. Si quería vivir, claro.
Hasta ahora, Naoya era la mejor opción para suceder al líder, pero si naciera un niño con la Técnica de las Diez Sombras, Naoya sería descartado inmediatamente.
Él nunca había considerado esto o no quería hacerlo, porque si fuera así, perdería todo lo que le había sido prometido desde que podía caminar.
Lily sabía que esto pasaría. En unos años, nacería un niño con esa técnica fuera del clan Zenin y se convertiría en la cabeza de la familia contra todo pronóstico.
Megumi Fushiguro.
Lily estaría encantada de dejarle la posición a ese niño. Con gusto se lo entregaría, a diferencia del Naoya original que quería matarlo. Incluso su propia familia admitía que no tenía madera de líder, entonces, ¿por qué esforzarse tanto?
Lo llamaron genio porque su técnica era superior a otros miembros en el clan.
Creció con esa idea intrincada en cada uno de sus huesos. Por eso, que Naobito nombrara sucesor a Megumi, pasando por encima de él, lo enfureció. En un segundo, le habían arrebatado todo.
Lily podía entender esa rabia, aunque la despreciara.
Casi todos los Zenin estaban más interesados en mantener su poder y posición, que no veían más allá de sus narices.
Lily había estado esperando algún tipo de sistema.
Algo que le dijera qué hacer y qué no hacer, como todas esas historias que había leído en su vida anterior. Misiones, puntos de experiencia, una pantalla azul con instrucciones claras y objetivos alcanzables.
Sus habilidades de actuación eran buenas. Así que, ¿por qué no había un sistema que al menos le diera una pista de lo que se suponía que debía hacer allí?
Nada tenía sentido.
Si quien la trajo a este mundo no era un sistema, ¿qué era? ¿Dios? Lily no creía en dioses.
Los dioses no existían, y si existían, eran unos bastardos por ponerla en el cuerpo de un chico al que todos odiaban.
Entonces, ¿era reencarnación? ¿Podría su alma haberse reencarnado así? Ni siquiera era japonesa, a pesar de haber vivido en Japón durante los últimos años. Era cierto que se había suicidado allí, pero ¿cómo podía ocurrir esa reencarnación en un mundo, que se suponía, era ficticio?
Por mucho que lo pensara, no encontraba una explicación razonable, y lo había pensado hasta que le dolió la cabeza. Pero tampoco podía creer que estuviera soñando, no así, no tan vívidamente.
No cuando sentía el dulce sabor en la boca, el roce áspero de las telas contra su cuerpo, los rostros y las voces de los sirvientes.
Su madre se había ido esa tarde, regresando a su casa, al otro lado del complejo familiar. Lily sintió una punzada de tristeza al verla marcharse.
El aroma a jazmín se desvaneció con ella.
Aunque a veces veía a su madre, no podía tenerla siempre presente, no podía verla todos los días, y la verdad es que Lily no quería seguir actuando delante de gente que conocía bien a Naoya.
De hecho, no quería ver a ningún miembro de la familia Zenin. Ni hablar con ellos, ni verlos, ni fingir que le importaban sus opiniones. Si pudiera, se encerraría en su habitación y no saldría hasta que todos se olvidaran de su existencia.
Si abandonaba el clan, ¿correrían como gallinas sin cabeza buscándola?
La idea hizo sonreír a Lily, sentada al borde de la rama con los pies descalzos colgando sobre el oscuro jardín. Rió de verdad por primera vez en días, una sonrisa que le brotó del pecho. Era gracioso imaginar a todos poniendo el clan patas arriba, desesperados por encontrar a su preciado niño, tal vez incluso preocupándose genuinamente por Naoya. Sería irónico.
Ridículamente retorcido, en cierto modo.
Se detuvo de golpe al ver una figura que pasaba junto a la casa, por el sendero de piedra que bordeaba el jardín.
Lily podía verlo perfectamente, incluso de noche, gracias a las linternas de papel que iluminaban el camino con una luz amarilla parpadeante, pero la otra persona no podía verla porque estaba oculta entre las sombras, sobre una la rama de un árbol como un gato callejero. Había subido allí un tiempo después de que su madre se marchara, buscando un momento de paz lejos de ellos.
Esa persona era la única que quería ver.
La única persona del clan Zenin al que realmente quería ver con sus propios ojos.
Toji Fushiguro, quién todavía usaba el apellido Zenin. El hombre que había roto todas las reglas, que había desafiado al mundo de la hechicería sin tener ni una pizca de energía maldita.
¿Debería dejar pasar esta oportunidad?
Toji odiaba a los hechiceros, cualquiera que hubiera leído la historia lo sabía. Y, por supuesto, también tenía que odiar a Naoya, quien era la viva encarnación del concepto que tanto aborrecía. Tenía que odiarlo, por supuesto.
Lily se preguntó si Naoya le habría hablado antes. Era un simp de Toji en el canon, idolatrándolo con la misma maldad y veneno con la que Naoya admiraba su fuerza, pero ¿realmente lo habría hecho?
¿Habría tenido el valor de acercarse a él? Probablemente lo había acosado con comentarios pasivo-agresivos o había sido demasiado tímido para intentar una conversación seria, demasiado orgulloso de su posición y consciente de la brecha entre heredero y exiliado.
Bueno, si Naoya no lo hubiera intentado, ella lo intentaría.
Tal vez nunca más tendría la oportunidad de verlo. Pronto abandonaría el clan, lo sabía. Se casaría, tendría un hijo, y Lily nunca volvería a ver a su personaje favorito. Y ciertamente no cuando estuviera muerto.
Lily tragó saliva, sintiendo que su corazón latía más rápido. "Oye." Llamó en voz baja, lo justo para que él la oyera. Pero el hombre no se detuvo; siguió caminando, sus pasos silenciosos apenas crujían en la grava del camino.
Entonces debería llamarlo por su nombre. Tal vez lo escucharía, tal vez la curiosidad lo detendría.
"Toji-san." Intentó Lily de nuevo, pronunciando el nombre con más respeto del que Naoya probablemente había usado nunca.
El hombre finalmente se detuvo. Permaneció inmóvil durante lo que pareció una eternidad, luego se giró hacia ella con un movimiento lento y deliberado. Sus ojos encontraron los de ella de inmediato en la oscuridad de las ramas, como si hubiera sabido exactamente dónde había estado desde el principio.
Lily sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Por supuesto que lo sabía. Era Toji Fushiguro.
Ni siquiera un niño mimado del clan Zenin pudo esconderse de él.
Lily le preguntó si podía acercarse, consciente de que su voz sonaba más débil, más vulnerable de lo que había sido en días. Casi parecía que el hombre se iría, pero entonces se acercó con una mueca torcida, una mirada que le decía que era lo último que quería hacer.
Lily estaba inmensamente feliz. Su corazón latía con tanta fuerza que creyó que se le saldría del pecho. ¿Y cómo no estarlo? No se suele tener el privilegio de conocer a tu personaje favorito, de verla caminar y respirar frente a uno como una persona real. No un dibujo.
Esta era una oportunidad única.
Una en un millón.
Quizás lo único bueno que le había sucedido desde que despertó en este mundo.
Lily lo saludó cuando estuvo lo suficientemente cerca. «Hola, Toji-san». Tragó saliva, sintiendo que las palabras se le atascaban en la garganta. "¿Puedes ayudarme a bajar?"
De hecho, inconscientemente fue amable con él de lo que con cualquier otro miembro del clan. No era el tono exigente que usaba con los sirvientes, ni la arrogancia autoritaria que había estado practicando. Solo una simple, casi tímida petición.
Incluso si lo intentara, ¿podría tratar a este hombre despectivamente?
Toji se burló. Un sonido áspero salió de su garganta, mitad risa, mitad gruñido.
"¿Cómo demonios subiste ahí arriba?" Preguntó, con ese tono serio que también parecía una burla. Como si realmente quisiera saber qué clase de estupidez había llevado al heredero del clan a trepar a un árbol como un niño común.
Si no estuviera restringido por la familia, quizás su pregunta sería: '¿Eres estúpido?'
Lily no se inmutó. Esperaba que sí, que Toji no la tratara con la falsa reverencia que todos los demás usaban.
"Subir fue fácil." Admitió, encogiéndose de hombros. "Bajar es el problema."
"Entonces no deberías haber subido al árbol." Respondió Toji con esa lógica directa que no dejaba lugar a discusión.
Lily asintió, admitiendo el punto, pero el hombre ya se estaba dando la vuelta para irse. Sus anchos hombros desaparecieron entre las sombras, y Lily sintió algo parecido al pánico subirle por la garganta.
Probablemente fue el primero en negarle algo al heredero. El primero en dejarlo allí sin importarle las consecuencias.
"Por favor." Gritó Lily, y luego lo repitió en voz más baja, temerosa de que alguien de la casa la oyera y metiera en problemas al hombre. "Por favor, Toji-san."
El hombre dudó. Lily lo notó en la forma en que sus pasos se ralentizaron, en la forma en que ladeó ligeramente la cabeza, como si estuviera considerando algo.
"Nadie te ha negado algo antes, ¿verdad?" Dijo con los dientes apretados, aún de espaldas a ella. No era realmente una pregunta. Era una observación, tal vez incluso un reproche.
Lily no le respondió, pero no se equivocaba.
Nadie lo había hecho. Nadie le había negado nada en los días que llevaba en este cuerpo, y probablemente nadie le había negado nada a Naoya en toda su corta vida. Todo lo que había pedido se lo habían dado, todo lo que exigía se cumplía, todo lo que quería era suyo por derecho de nacimiento.
Toji regresó.
Sus pasos eran silenciosos en el suelo del jardín, y al llegar al árbol, extendió sus manos sin decir nada. Lily se dejó caer, y esas grandes manos la atraparon fácilmente, rodeando su pequeño cuerpo como si no pesara nada. Eran manos que podrían aplastarla si quisieran, que podrían romperle el cuello con un simple movimiento. Manos que podrían matarla antes de que se diera cuenta de lo que estaba sucediendo. Sin embargo, el agarre no era fuerte. Era casi suave; se notaba que era amable, o al menos tan amable como alguien como él podía serlo. No lo hacía porque quisiera ayudarla.
Pero al final la ayuda de todas formas, no por amabilidad sino por pragmatismo.
Lo hacía porque no tenía otra opción.
Era un don nadie en esa casa, un Zenin sin energía maldita, menos que un sirviente a los ojos de la familia. Estaría en problemas si el heredero sufría daños bajo su supervisión o por culpa de él, y ambos lo sabían.
Lily tampoco le había dado opción.
Los pies de Lily tocaron el suelo suavemente, y Toji la soltó de inmediato, como si el contacto le quemara las manos. Lily no pudo evitar sonreír. Era una sonrisa genuina, no la sonrisa que usaba con su madre ni la mueca cruel que dedicaba a sus sirvientes.
"Gracias, Toji-san."
El hombre no respondió. Se dio la vuelta y se fue, tan silenciosamente como había llegado. Como un fantasma. Su figura se fundía con las sombras del jardín hasta que Lily ya no pudo distinguirlo de la oscuridad.
Se desvaneció como una sombra, como si nunca hubiera estado allí.
Lily permaneció de pie bajo el árbol, mirando fijamente el lugar donde había estado Toji.
Le había hablado. La había ayudado.
Quizás esta vida no sería tan horrible después de todo.
Al regresar a su habitación, Lily se dejó caer en el futón, sin molestarse en cambiarse de ropa. Le daba pereza lidiar con el hakama y el kimono interior. La ropa tradicional era un dolor de cabeza que no quería soportar, pero era necesaria en el clan Zenin.
Se tumbó boca arriba, sintiendo cómo la tela se doblaba incómodamente bajo su pequeño cuerpo. La habitación estaba oscura, salvo por la tenue luz de la luna que se filtraba a través del shoji, creando formas rectangulares en el tatami.
Lily también estaba desesperado por conseguir una cama. Una cama normal. Si seguía durmiendo en el suelo, iba a volverse loca.
Tal vez por eso Naoya tenía una personalidad insoportable. Y todos en el clan Zenin.
Toji era alguien por quien Naoya y Lily tenían en alta estima. Era extraño reconocerlo, inquietante, pero era lo único que los unía. Para bien o para mal, compartían esa malsana admiración por el hombre que el clan despreciaba.
Pero ese hombre sin energía maldita que, de alguna manera, era más peligroso que todos juntos.
Sin duda se reiría de sus lamentables circunstancias. De que una maldición estuviera poseyendo al precioso heredero del clan más orgulloso.
Había odiado su cuerpo femenino en su vida pasada. Durante años se había mirado al espejo con disgusto en el espejo, porque nada era bastante bueno para ella. Pero ahora lo quería, lo extrañaba mucho. Había vivido en ese cuerpo durante veintisiete años. Era difícil acostumbrarse a otro, especialmente a uno tan pequeño.
Había llegado a este mundo como una maldición. Ahora estaba casi segura de ello.
En su vida como maldición, no sabía qué hacía, salvo por esos raros momentos de lucidez. Recordaba haber devorado otras maldiciones porque su hambre era insaciable, un vacío que nunca se llenaba por mucho que consumiera.
Recordaba vivir en el bosque, las hojas podridas, la sensación de moverse entre los árboles. Pero más allá de eso, no recordaba nada. Solo hambre.
Murió en su primera vida tras saltar de una cascada... O bueno, ya estaba muriendo cuando saltó.
De todos modos, había llegado a este mundo no como humana.
Sino como una maldición.
Como una manifestación de todo el odio y la desesperación que había acumulado a lo largo de los años.
Entonces, de alguna manera, poseyó el cuerpo de Naoya. Quizás porque su alma era lo suficientemente débil, o lo suficientemente compatible. Lily no lo sabía, y probablemente nunca lo sabría.
Se giró de espaldas, mirando el oscuro techo de madera. ¿Qué haría si los hechiceros notaran que su alma estaba imbuida de esa materia corrupta que tenían las maldiciones? Los hechiceros de alto rango podían percibir la energía maldita, distinguiendo fácilmente entre humanos y maldiciones.
¿Y si alguna de las maldiciones la reconocía? ¿Y si veían más allá del rostro de Naoya y descubrían lo que realmente habitaba su cuerpo? Arruinaría su vida.
La maldición que había poseído al sucesor del clan Zenin. Qué escándalo. Qué tragedia.
El miedo se asentó como una piedra en su estómago. Lily se abrazó a sí misma, dándose cuenta de lo pequeño y frágil que era este cuerpo.
Por encima de todo, Lily quería ser humana. No una maldición. Quería sentir que tenía derecho a estar allí.
Pero si pudiera elegir, admitió con una sonrisa, un gato privilegiado de una buena familia sería mejor.
Sin responsabilidades, sin expectativas. Simplemente durmiendo al sol, comiendo cuando quería y siendo cuidada por humanos que no esperaban nada a cambio, salvo ronroneos ocasionales.
Esta vida sonaba mucho mejor.
Lilia cerró los ojos; el cansancio finalmente la arrulló hasta quedar dormida.
Mañana tendría que actuar de nuevo, volver a ser Naoya, fingir que sabía lo que estaba haciendo.
Porque no lo sabía.
Solo quería huir del clan Zenin.