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Too Mundane For You. Maybe

Summary:

Menos de un año después de la guerra, Harry Potter sigue desaparecido.

Sin magia y sin rumbo, se esconde en el Londres mugge bajo un nombre falso, intentando pasar desapercibido entre el gentío. Estudia, trabaja y se convence a duras penas de que puede vivir como uno más.

Hasta que un día, en su cafetería de siempre, el último rostro que esperaría ver lo recibe desde detrás del mostrador.

Draco Malfoy, exiliado voluntario y atado a un período de prueba que le impide usar magia, también busca un nuevo comienzo.

Sus únicas reglas son simples: mantener la cabeza baja y el pasado enterrado.

Pero el destino parece empeñarse en desobedecer las reglas. Entre cafés que se enfrían sin ser probados y silencios que hablan más que cualquier hechizo, ambos aprenderán que la magia, a veces, elige las formas más inesperadas para renacer.

Notes:

¡Hoooooooooolis!
Vuelvo a tener millones de ideas para escribir fics Drarry y esta es la que he desarrollado de momento. No será la más novedosa, pero es mi interpretación. Sé que habrá fics del estilo infinitamente mejores, pero de verdad que me apetecía escribir esto, hacerlo en mi estilo y a mi ritmo.
Espero que le deis una oportunidad ^^

PD: Iré añadiendo personajes, relaciones, tags y subiendo el rating según lo vaya necesitando.

(See the end of the work for more notes.)

Chapter Text

Su magia se desvaneció como quien apaga una luz. De repente, sin avisar. Ya no podía sentir su calor en su interior, y el frío comenzó a consumir su corazón.


Había muerto y resucitado, pero su magia no había vuelto con él.


Tal vez nunca le perteneció en primer lugar. Que siempre hubiera sido de Él. Y, al morir...

 

 


Los primeros días fueron los más difíciles para Harry. Madame Pomfrey se dedicó a él casi las veinticuatro horas del día, asegurándole que probablemente la última batalla habría drenado su magia, pero que no sería algo permanente. Hermione se pasaba las horas muertas en la Biblioteca tratando de averiguar qué le pasaba a Harry, y Ron, sentado en la silla junto a la cama de la Enfermería, llenaba el silencio con todas las anécdotas de Quidditch que conocía, que no eran pocas.


Después de tantas pérdidas y tanto sufrimiento, Harry no creía merecerse un castigo así.


Ser un Squib.


Y no se veía con fuerzas para vivir así. Al menos no en Hogwarts, entre magos que le miraban con pena. Donde los murmullos le seguían allá donde fuese...


Incluso Filch le miraba con lástima. El hombre sabía muy bien cómo era vivir sin magia rodeado de la misma.


Pero Harry no lo soportaba.


Por eso un buen día agarró todas sus cosas y se fue.

 

 


 

 

Menos de un año después, el Londres muggle se había convertido en el escape de Harry. En su tregua. Puede que en el resto de su vida.
Había aprendido a moverse entre la multitud gris de la ciudad londinense, a cruzar los pasos de cebra sin mirar atrás, a pagar con libras en lugar de galeones, sickles y knuts.


Su magia aún no había vuelto, ni quería pensar en ella. A veces la sentía como un miembro fantasma: sabía que había estado ahí, que había formado una parte muy importante de él, y que le había sido arrebatada.

 

Vivía en un pequeño piso alquilado no muy lejos del centro, con las paredes tan frías como se sentía casi todo el tiempo. Estudiaba en un pequeño centro comunitario, intentando sacarse un título muggle que le permitiera tener algo más que trabajos temporales. Por las noches, era barman en un club de Brent llamado Mirage. Ahí lo único que hacía era poner copas y dejar que la música ahogase sus propios pensamientos. Eso le permitía no tener que hablar con nadie; el silencio no le pedía explicaciones.
A veces se sentía invisible, y eso era lo más parecido a la paz que había conocido en años. Le hacía pensar en lo que sintió la primera vez que utilizó la capa de invisibilidad que heredó de su padre.

 

Había, sin embargo, un lugar que se había convertido en su rutina sagrada: Cassiopeia's Brew, una cafetería escondida en una esquina de Camden, con un cartel que apenas se mantenía recto y el olor persistente de café recién molido. Iba cada mañana antes de clase, con un cuaderno viejo y un boli. Allí podía sentarse, observar, imaginar que era uno más. Una vida ocupada, miles de problemas acumulándose que nada tenían que ver con la magia o con gente queriendo matarte. Harry se sentía un muggle más. Le gustaba poder sentir ese tipo de libertad. Comenzaba a acostumbrarse.


Esa rutina se había vuelto predecible, casi tranquilizadora. Hasta que una mañana de septiembre, la persona tras el mostrador ya no era la misma.

 

 

 

La primera vez que le vio, Harry casi dejó caer el cuaderno que tenía en las manos.


El cabello rubio platino, el porte impecable pese al florido delantal, las delicadas manos temblando apenas un segundo cuando sus miradas se cruzaron.


Draco Malfoy.


El nombre golpeó su cabeza como una Imperdonable.

 

No se saludaron. Siquiera se dedicaron un gesto, ni una palabra.


Draco se limitó a servirle su café previamente pedido, los dedos largos y pálidos rozando los suyos lo justo para que Harry sintiera algo parecido a una descarga.


Algo en él había despertado nuevamente, y no había sido su magia.

 

 

 

 

 

 

Chapter 2

Summary:

Nuevo capítulo, ya que acabo de terminar de escribirlo.
Espero que os siga gustando esta historia ^^
Un abrazote~

Chapter Text

—Espero que sepas lo que estás haciendo, Draco —fue lo primero que su madre le dijo cuando escuchó de su propia boca lo que planeaba.
Pero no creía tener más opciones. Era eso o pudrirse en la Mansión Malfoy durante cinco años. Y eso no lo soportaría.


Observó a su madre. Las líneas tirantes alrededor de sus ojos azules y de su boca. Sus finas manos sosteniendo una taza de té ya frío con demasiada fuerza. Narcissa no estaba para nada contenta.


Draco no podía culparla. Él tampoco lo estaba. 


Sus ojos se pasearon por la sala del té, prácticamente vacía a excepción de la mesa, las sillas en las que estaban sentados, un par de muebles y el juego de té más barato del que disponían. El resto de la Mansión se encontraba en la misma situación. Habían tenido que deshacerse de gran parte de lo que poseían para pagar sus fianzas.


Dentro de lo que cabía, el Wizengamot había sido benevolente con ellos. Había permitido que tanto su madre como él pudiesen salir pagando un precio. Lo único que debían hacer era permanecer en Londres. Aparte de eso, Draco debía estar esos cinco años sin usar magia alguna, como período de prueba.


Su padre no había corrido la misma suerte. Se pudriría en Azkaban por el resto de su vida.


Draco no podía decir que no lo mereciese.


Asintiendo una vez, posó nuevamente sus ojos en los pálidos de su madre.


—Sí, madre.


Pero ambos sabían que estaba mintiendo. 

 

 


 

 

Ya era costumbre que Londres amaneciese gris, con lluvias amenazando en el horizonte y la sensación de que nada parecía que fuese a cambiar.
Pero ese día sería distinto.


Tras meses de mantenerse a base del dinero que su madre le enviaba por medio de métodos muggles, Draco por fin dio con un empleo que podría darle tanto la estabilidad como la libertad que necesitaba.


Un puesto como barista en una pequeña cafetería de Camden llamada Cassiopeia's Brew. Era perfecta. Y el nombre le hizo recordar esos momentos en que de pequeño Lucius le mostraba cada estrella y su significado. Era lo único bueno que recordaba de su padre.


Al entrar, el olor a café llegó hasta su nariz y le hizo sonreír. Secretamente, amaba el café. Pero en su casa y en Hogwarts debía guardar siempre las apariencias. ¿Alguien como él, un Malfoy, tomando café en lugar de té? Impensable.


Esa misma tarde la dueña le puso a prueba y debió ver algo en él que le gustó, por lo que le contrató.


Una semana después, bien temprano un lunes de septiembre, se encontraba detrás del mostrador, ocupado en cumplir con los encargos de la gente que había en las mesas.


La máquina de espresso bufaba con ese sonido bajo y constante que Draco había aprendido a reconocer como una especie de calma. El aire estaba impregnado de café, y por primera vez en mucho tiempo, aquel ambiente no le recordaba a nada que doliera.


Le sorprendía lo rápido que había aprendido a moverse entre muggles sin sentirse fuera de lugar. Le habían enseñado a despreciarlos desde pequeño, pero al vivir rodeado de ellos se había dado cuenta de que no eran tan diferentes a su gente. Nadie le miraba con miedo ni con expectativas; solo veían a una persona sirviendo cafés.


Era… liberador.


Fue justo entonces cuando el tintineo de la campanilla le hizo levantar la cabeza para saludar al cliente que acababa de cruzar el umbral de la puerta.


Pero las palabras murieron en su boca.


Harry Potter. El mismo que había derrotado al Señor Oscuro, liberando por fin al mundo mágico de su yugo. El que había testificado a favor en nombre de su madre y del suyo, y que después se había desvanecido del mundo mágico. Por un tiempo hubo rumores de todo tipo. Y cuando se supo la verdad, Draco no pudo creerlo. Un Squib. El Elegido. Menuda broma cruel.


Tenía prácticamente el mismo aspecto que la última vez que lo vio, como si el tiempo no se hubiese atrevido a tocarlo. La misma ropa cutre, su pelo negro rebelde y sus ojos imposiblemente verdes tras... Oh, parecía que algo sí que había cambiado. Ya no llevaba esas horribles gafas redondas. En su lugar, debía llevar lentillas. 


Draco se perdió en sus ojos un instante antes de girarse sobre sus talones para preparar el café que Potter le había murmurado. Un café americano. 


Sus manos temblaron ligeramente mientras trabajaban. Y a pesar de que no podía quitarse de la cabeza lo que había sentido por la mañana antes de llegar a la cafetería, se obligó a centrarse en la tarea. Más agua que espresso. Así lo decía la guía. Hizo aquel café como quien fabrica una poción. Con esmero y sumo cuidado. Mediciones perfectas, giros de muñeca. Y lo hizo en tiempo récord.


Porque necesitaba que Potter se fuera. Porque su presencia lo cambiaba todo.


La sensación se intensificó al rozar sus dedos y Draco estuvo a punto de soltar el café y mandarlo todo al garete.


Pero no iba a permitir que Potter volviera a tener tanto poder sobre su vida.


Eso jamás.

Chapter 3

Notes:

Nuevo capiiiii.
Espero que os siga gustando, de verdad.
Hacedme saber lo que pensáis ❤️

Chapter Text

Vivir en un edificio tenía sus ventajas, pero Harry debía admitir que eran más las contras que los pros.

 

Gracias al dinero que había sacado de Gringotts y cambiado a libras muggles, era el orgulloso propietario de un pequeño piso, en el que a pesar de vivir solo, no había un momento en que se sintiera realmente solo: tenía vecinos a ambos lados, arriba y abajo. Aunque aún resentía que una pareja de recién casados comenzara a vivir en su planta, justo en la puerta de al lado.

 

En momentos así echaba terriblemente de menos su magia y poder usar el Muffliato para no tener que oír... ciertas cosas.

 

Y la aparición de Draco Malfoy había provocado que el sentimiento se agravase. 

 

Durante una semana trató de olvidar lo ocurrido en la cafetería. Dejó de ir para no tener que encontrarse con él. Y se odió por ello. Porque, ¿desde cuándo era tan cobarde? ¿Por qué debía él cambiar su rutina por el pomposo de Malfoy? Era su cafetería. Iba allí cada mañana. Le encantaba el café que hacían allí.

 

Pero el café de Malfoy sabía distinto. Tampoco tenía la misma consistencia de siempre. Y, sin embargo, Harry quería más.

 

Tal vez no se tratara solamente del café. No, definitivamente no era solo el café. Era lo que representaba Malfoy. La magia que desprendía, incluso cuando tenía prohibido usarla.

 

Justo antes de dejar Hogwarts, Harry había leído el veredicto del Wizengamot tras el juicio de los Malfoy.

 

Ambos, madre e hijo, habían salido bastante bien parados. Cinco años sin magia no eran nada en comparación con lo que Harry... Bueno, baste decir que él hubiese jurado que matar a Voldemort mejoraría su vida y no al contrario. Pero era un Potter, y al parecer los Potter jamás podían tener cosas bonitas.

 

A diferencia de su esposa y su hijo, Lucius Malfoy había sido condenado al equivalente a cadena perpetua en el mundo mágico. Azkaban sería su tumba.  Harry debía alegrarse (después de todo, el hombre había jugado un papel muy importante en la muerte de su padrino), pero no encontraba la motivación para ello. Estaba cansado de tanta muerte, venganza, y de todo lo que eso implicaba. Solamente quería una vida tranquila. Y creía haberla encontrado en Camden.

 

Draco Malfoy no iba a arrebatarle eso.

 

 

 

 

Así que la mañana del lunes siguiente, se presentó en la cafetería con una expresión de determinación en el rostro.

 

Pero antes de entrar, y a riesgo de parecer un acosador, Harry se detuvo frente al ventanal, observando a Malfoy desde fuera.

 

Parecía completamente fuera de lugar, incluso aunque su expresión dijera otra cosa. A pesar de que su físico no casara con la profesión, Harry podía ver claramente que disfrutaba con ello. Como si hubiese nacido entre cafeteras. Malfoy se movía de un lado a otro, ágil y con un objetivo en mente cada segundo. Sabía perfectamente cuál era el siguiente paso después de terminar uno. Y así, hasta completar un pedido tras otro. Se le daba bien, debía admitir Harry.

 

Cuando creyó haberle observado lo suficiente como para estar seguro de encararle, Harry entró en el local y se colocó a la cola.

 

No debió esperar mucho para que Malfoy le atendiese, así de rápido era este trabajando con sus manos, algo que en cierto modo Harry envidiaba.

 

Si se sorprendió de verle nuevamente, no dio muestras de ello. En su lugar, compuso en su rostro la sonrisa que exigía su puesto, una que Harry reconoció enseguida como forzada, seguida del saludo oficial.

 

—¿Lo mismo? —murmuró Malfoy. Harry parpadeó, sin esperar que recordara su pedido de hacía una semana.

 

—Sí, por favor.

 

Malfoy apenas asintió antes de girarse hacia la máquina con la precisión de quien lleva años en el negocio. El ruido del vapor llenó el silencio entre ellos, y Harry se encontró observándole de nuevo, sin poder evitarlo. Había algo hipnótico en la forma en que se movía. Quizá siempre la tuvo. Cuando preparaba sus pociones en la clase del fallecido Profesor Snape. El leve giro de la muñeca al ajustar la boquilla, la concentración en su ceño, su boca murmurando indicaciones, y la manera en que el vapor le enmarcaba el puntiagudo rostro como una niebla dorada al pasar la luz del sol por el ventanal.

 

Cuando le tendió el vaso, Harry lo tomó con cuidado, procurando que sus dedos no rozaran los de Malfoy.

 

Este no dijo nada. Solamente le sostuvo la mirada un instante más de lo necesario, con ese brillo distante que Harry no recordaba haberle visto nunca.

 

—Gracias —acertó a decir.

 

—Que lo disfrutes —respondió Malfoy como en autopiloto, y girándose hacia el siguiente cliente.

 

Harry se obligó a no marcharse de inmediato, aunque el impulso no le abandonó mientras buscaba un sitio vacío donde sentarse. Afortunadamente, la que solía usar siempre, junto al ventanal y donde más luz daba, estaba libre, así que se dejó caer en la silla con su cuaderno abierto frente a sí. Fingir normalidad, ese era el plan.

 

Le dio un sorbo al café, carraspeando cuando notó que el sabor que había notado hacía una semana seguía ahí. No sabía qué era y le descolocaba. Le había visto preparar varios cafés y no había notado nada especial en su manera de prepararlos. Pero entonces, ¿qué era?

 

Girando ligeramente la cabeza, vio a Malfoy moverse tras la barra, atender pedidos, limpiarse las manos en un paño y pasar otro por la propia barra para adecentarla para el próximo cliente que se acercase. Todo en él parecía ordenado, meticuloso... y tan ajeno al chico que había conocido en Hogwarts que resultaba casi desconcertante. Allí había sido un provocador, rozando lo explosivo. Cualquier cosa que Harry hiciera o dijera parecía ofenderle, como si su sola presencia le resultara insoportable. Y probablemente lo fue.

 

Intentó concentrarse en las notas, pero sus ojos volvían a alzarse una y otra vez. Como si su cerebro no terminara de aceptar que aquel era Draco Malfoy, sirviendo cafés a muggles y sonriéndoles cortésmente. 

 

 

 

 

Un rato después, Harry estaba tan enfrascado en su cuaderno, haciendo anotaciones aquí y allá, que no se dio cuenta de que Malfoy se le acercaba hasta que una sombra se proyectó sobre la mesa, y por ende sobre sus notas. 

 

—¿Te pongo más? —preguntó con esa voz suave, profesional, que no terminaba de encajar con él.

 

Harry alzó la vista, un poco sobresaltado, y se encontró con esos ojos grises esperando una respuesta. Por un instante, casi dijo que sí solo para prolongar el momento, pero un rápido vistazo a su reloj le hizo negar con la cabeza.

 

—Nah, gracias. Tengo clase en veinte minutos.

 

Y si no se levantaba y se ponía en marcha ya, llegaría tarde a ella.

 

Malfoy asintió despacio, sin borrar del todo esa media sonrisa que parecía más una costumbre que una emoción real.

 

—Buena suerte entonces, Potter.

 

El nombre cayó como una piedra en el café frío. La respiración de Harry se entrecortó ligeramente, pero antes de que pudiera decir nada, Malfoy ya se había girado sobre sus talones y volvía tras la barra, como si nada hubiese pasado.

 

Porque no había pasado nada. Simplemente había dicho su apellido. Ni siquiera había sido su nombre. Era Malfoy, después de todo. Y Malfoy le conocía. Era normal. Perfectamente normal.

 

Tras recoger sus cosas, y mientras salía, no pudo evitar mirar una última vez a Malfoy, que se esforzó por no mirar en su dirección. Pero Harry vio que sus manos temblaban igual que la semana pasada, y eso le hizo sonreír un poco.

 

Ni siquiera sabía por qué, pero Malfoy siempre había provocado cosas inexplicables en él. Quizá nunca supiese la razón. O sí. Quién sabe.

Notes:

Los kudos y los comentarios me alegran el alma~