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Me cambiaste la vida

Summary:

Donde antes había gritos, ahora había conversaciones, a veces tensas, pero conversaciones al fin. La eficiencia de Naruto era asombrosa; no solo completaba las tareas a tiempo, sino que las anticipaba, encontrando soluciones ingeniosas a problemas que Kankuro ni siquiera había detectado.

Notes:

Maggie: Está potente la esquizofrenia, pero esto no se reescribe solo.

(See the end of the work for more notes.)

Work Text:

La luz del atardecer se filtraba por los ventanales de la oficina, iluminando el polvo que danzaba en el aire como partículas de ansiedad. Kankuro no Subaku, con el ceño fruncido y los nudillos blanquecinos sobre la superficie de caoba de su escritorio, era la personificación misma de la tormenta a punto de estallar. A sus veintiocho años, heredero y jefe de la próspera compañía Shukaku, tenía el poder de mover fortunas, pero no podía domar la insatisfacción crónica que le corroía por dentro. Había despedido a otro asistente. Ese era el séptimo en lo que iba de año.

—Kankuro —la voz de su hermano menor, Gaara, irrumpió en su cavilación. El pelirrojo, de ojos turquesa claro y una serenidad que siempre contrastaba con el temperamento de su hermano, estaba de pie en el umbral, con el kanji de 'amor' tatuado en su frente como una ironía cruel en ese momento.

—¿Qué pasa? —gruñó Kankuro, sin levantar la vista de los informes que se amontonaban como un acusatorio monumento a su propia incapacidad para retener a un simple asistente.

—Hoy vendrá tu nuevo asistente. Por favor, deja de despedirlos. No estoy de humor para buscar a más —la voz de Gaara era plana, pero había un deje de cansancio, de una batalla perdida de antemano.

—No es mi culpa que no sepan hacer su trabajo —se defendió Kankuro, cruzando los brazos. Su traje negro, impecable, parecía armadura.

—Lo que digas. Tan solo... —Gaara suspiró, un sonido raro en él—. No sé para qué me esfuerzo. Buscaré un repuesto por si lo despides —dijo, y giró sobre sus talones para salir, dejando a Kankuro sumido en un silencio cargado de reproches.

INFORMACIÓN: Kankuro no Subaku (mayor de tres hermanos)

28 años

Soltero

Jefe de la Compañía Shukaku

Dos hermanos: Gaara no Subaku y Temari no Subaku

Ha despedido a más asistentes que los años que tiene

—Como digas —susurró Kankuro para sí mismo, ya solo en la inmensidad de su oficina.

La verdad era una daga retorcida en su pecho. No disfrutaba de aquel ciclo interminable de contrataciones y despidos. Cada asistente, hombre o mujer, había sido competente, algunos incluso excepcionales. Pero él buscaba algo, algo que ni siquiera él mismo podía definir. Una conexión, una chispa, una lealtad que fuera más allá del contrato laboral. Una pieza que encajara no solo en el engranaje de la empresa, sino en el desordenado rompecabezas de su vida.

Y esa pieza, sin que él lo supiera, estaba a solo unos metros de distancia, sumida en su propio infierno personal.

Naruto Uzumaki respiraba hondo, intentando aferrarse a una cordura que se le escapaba entre los dedos. En su escritorio, junto a decenas de compañeros anónimos, el mundo parecía un lugar gris y opresivo. No era un simple oficinista. Detrás de su sonrisa forzada y sus ojos azules como aguamarina, se escondía una mente brillante: un genio que se había graduado con honores en Ingeniería en Administración y, simultáneamente, en Medicina. La medicina era su vocación, su pasión. Soñaba con salvar vidas, con aliviar el dolor.

Pero la vida, cruel y caprichosa, le había arrebatado ese sueño. La leucemia diagnosticada a su hermanito Menma había convertido sus ambiciones en un lujo inalcanzable. Los tratamientos eran una montaña de deudas que crecía cada día, un monstruo insaciable que devoraba sus ahorros y su esperanza. Ser médico residente significaba un sueldo bajo al principio, un ascenso lento. No podía esperar. Necesitaba dinero, y lo necesitaba ya. El puesto en la Compañía Shukaku, aunque alejado de su verdadera pasión, ofrecía un sueldo sustancioso de inmediato.

Había ido a ver a Gaara, a quien conocía de la facultad, con la vergüenza pintada en el rostro y la desesperación anudada en la garganta.
—Gaara, por favor —le suplicó, sus ojos, usualmente llenos de luz, nublados por el miedo—. Necesito este trabajo. Cualquier cosa.

Gaara, con su mirada impasible pero con una comprensión inusual en su profundidad, le había ofrecido una oportunidad. Una prueba de fuego: ser el asistente de Kankuro. Si lograba durar un mes, el sueldo, combinado con sus ahorros, sería suficiente para cubrir los tratamientos de Menma y comprarle tiempo, ese bien tan preciado y escaso.

Ahora, todo lo que podía hacer era esperar. Trabajar, sonreír, y rezar para que su corazón, que sentía latir a un ritmo frenético contra su pecho, no lo traicionara.

—¿Naruto? —la voz de Gaara lo sacó de su ensimismamiento. Estaban en un pequeño restaurante cerca de la oficina, durante su hora de almuerzo.
—¿Mmm?
—No has comido nada. Vamos, come algo. Menma no le gustaría ver que su hermano se muere de hambre, amigo. Te apuesto a que el asistente que llegó hoy lo despedirá o estará renunciando cuando volvamos a la oficina después de almorzar, te lo aseguro.

Naruto miró el plato de comida, que le parecía insípido y sin sentido. —Solo espero poder conseguir el suficiente dinero para vivir tranquilamente con Menma todo el tiempo que le... le quede —su voz se quebró en la última palabra.

—¿Si quieres...? —empezó a ofrecer Gaara, pero Naruto lo interrumpió con un gesto firme.

—No, Gaara. Ya has hecho mucho por Menma y por mí. Si logro estar un mes como asistente de tu hermano, el dinero que recibiré y tengo ahorrado servirá.

Gaara asintió, comprendiendo el orgullo herido pero inquebrantable de su amigo. Comieron en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos.

Al regresar a la oficina, los ecos de una discusión los recibieron como un mal presagio. Los gritos de Kankuro retumbaban en el pasillo, seguidos por el portazo de su ex asistente, quien salió huyendo con los ojos enrojecidos.

—Bueno, fue un almuerzo agradable —comentó Gaara con sarcasmo—. Veamos cómo te va con él —dijo, entrando en la guarida del león para calmar las aguas.

Con Gaara y Kankuro

—¿Ahora qué pasó? —preguntó Gaara, sentándose frente al escritorio de su hermano con una paciencia de santo.

—Me trajo un café con leche cuando le pedí un té negro —respondió Kankuro, como si eso justificara todo. Sus dedos tamborileaban sobre la madera con impaciencia.

Gaara se levantó. —Vendrá otro asistente, pero este es el último que te consigo. Para la próxima, lo empiezas a buscar tú —anunció, y salió sin dar pie a réplica. Le tocaba ahora dar la noticia a Naruto.

Minutos después, un suave toque en la puerta.

—¡Entre! —vociferó Kankuro, aún enfocado en sus papeles.

La puerta se abrió y Naruto Uzumaki entró con una cautela que contrastaba con la explosiva energía que normalmente irradiaba. —Con permiso.

Kankuro alzó la vista, y el tiempo pareció detenerse.

El rubio llevaba el cabello recogido en una cola de caballo baja, dejando al descubierto su rostro angelical con aquellas marcas en las mejillas que parecían bigotes de zorro. Sus ojos azules, del color del mar en un día despejado, lo miraron con una mezcla de respeto y una curiosidad que desarmó por completo a Kankuro. El traje de oficina, simple y formal, no podía ocultar la esbelta y atlética figura del doncel. Era... hermoso. Una palabra que Kankuro no asociaba con sus asistentes.

—¿Varón o doncel? —preguntó Kankuro, para romper el hechizo y ocultar su desconcierto.

—Doncel, señor —respondió Naruto, y una pequeña risa escapó de sus labios, una melodía suave que resonó en la estancia. Había notado la mirada intensa y prolongada de su jefe, y le resultó tan inesperada como graciosa.

Kankuro se aferró a su papel de cascarrabias. —¿Por qué no usas vestidos o ropa de doncel? —inquirió, buscando un punto débil, algo que le permitiera mantener la distancia.

—No considero que sea un tema importante a la hora de trabajar, señor —replicó Naruto con una serenidad que dejó a Kankuro sin argumentos.

—Bien. Comienzas ahora. Toma —le entregó una pila de documentos que parecía insuperable—. Lo quiero listo para las 20:00. Ni un minuto más.

—¿Algo más?
—No. Puedes retirarte.

Y con eso, Naruto salió, dejando a Kankuro con un torbellino de sensaciones nuevas y un aroma a jazmín y esperanza que se negaba a disiparse.

El nacimiento de algo más...

Los días se convirtieron en semanas, y la oficina de Shukaku empezó a experimentar una transformación silenciosa pero palpable. Naruto, con su sonrisa contagiosa y su actitud incansable, era un rayo de sol que se filtraba por las persianas del mal humor de Kankuro. Donde antes había gritos, ahora había conversaciones, a veces tensas, pero conversaciones al fin. La eficiencia de Naruto era asombrosa; no solo completaba las tareas a tiempo, sino que las anticipaba, encontrando soluciones ingeniosas a problemas que Kankuro ni siquiera había detectado.

El punto de inflexión llegó un día en que Kankuro, frustrado por un error en un informe, comenzó a gritarle a un joven practicante. Antes de que la situación escalara, Naruto apareció a su lado, le agarró de la oreja con una firmeza sorprendente y lo arrastró de vuelta a su oficina.
—¡¿Qué te crees que estás haciendo?! —le espetó Naruto, con los ojos brillando de indignación—. ¡Ese chico está aprendiendo! ¡No se gana el respeto a gritos, se gana con ejemplo!

Kankuro, más sorprendido que enfadado, se quedó mirando al doncel rubio que lo desafiaba sin un ápice de miedo. Nadie, ni sus propios hermanos, se atrevían a tratarlo así. Y en lugar de ira, sintió una oleada de... admiración. Alguien, por fin, lo veía como a una persona, no como a un jefe intimidante.

Fue entonces cuando Kankuro empezó a indagar. Gaara, con renuencia, le contó sobre Menma, sobre la enfermedad, sobre la desesperación silenciosa que Naruto cargaba sobre sus hombros. Una tarde, Kankuro llamó a Naruto a su oficina.
—Toma —le dijo, extendiendo un cheque con una cifra astronómica—. Es para los tratamientos de tu hermano.

Naruto miró el cheque, luego a Kankuro, y su expresión se endureció. —No —dijo, con una firmeza que sorprendió al hombre más mayor—. Yo me gano el dinero con mi esfuerzo. No con lástima.

—No es lástima, es... —Kankuro buscó las palabras, algo que le ocurría a menudo desde que Naruto había entrado en su vida—. Es aprecio. Eres el mejor asistente que he tenido.

—Pues entonces págame con mi sueldo, no con caridad —replicó Naruto, dando media vuelta para irse.

Kankuro, impulsado por una fuerza que no comprendía, se levantó y le agarró de la muñeca. La piel de Naruto era suave y cálida bajo sus dedos. Lo giró con suavidad, acortando la distancia entre ellos hasta que podían sentir el calor del aliento del otro.
—Naruto —susurró, su voz áspera—. Quédate. Trabaja para mí toda la vida si quieres. Pero por favor, deja de lado tu orgullo por un momento. Déjame ayudarte.

La mirada de Naruto se suavizó. Vio la genuina preocupación en los ojos de Kankuro, una vulnerabilidad que el hombre siempre se había esforzado por ocultar. Y en ese momento, la barrera que separaba lo profesional de lo personal se desvaneció por completo.
—Está bien —aceptó en un susurro—. Pero te lo devolveré. Cada centavo.

—Lo que quieras —respondió Kankuro, y sin pensarlo dos veces, cerró el espacio restante y capturó los labios de Naruto en un beso tierno pero lleno de una pasión contenida durante semanas. Fue el beso que selló no solo un acuerdo, sino el comienzo de todo.

Al igual que las tormentas...

Su relación floreció en secreto al principio, un jardín escondido en medio del grisáceo mundo corporativo. Kankuro conoció a Menma, un niño de sonrisa pálida pero espíritu indomable. Los primeros encuentros fueron una guerra fría de miradas y desconfianza, pero la persistencia bondadosa de Menma y el amor evidente que Naruto sentía por su hermano ablandaron el corazón de Kankuro. Pronto, se les podía ver jugando videojuegos o leyendo cuentos, formando un vínculo que sorprendía a todos, especialmente a Gaara y Temari.

Sin embargo, la felicidad rara vez es completa. Rasa no Subaku, el patriarca de la familia, un hombre de ideas antiguas y ambiciones frías, no aprobaba la relación. Para él, Naruto era un doncel de origen desconocido, un empleado, un obstáculo para una unión más "conveniente" para el linaje Subaku.
—¿Estás arruinando el nombre de esta familia por un capricho? —le espetó Rasa a Kankuro durante una tensa cena familiar.

La discusión fue brutal. Palabras duras, heridas abiertas. Kankuro, cegado por la rabia y el dolor, salió de la casa familiar conduciendo como un loco bajo la lluvia. El accidente fue inevitable. Un choque, cristales rotos, y la oscuridad.

Cuando Naruto recibió la llamada de Gaara, su mundo se detuvo por segunda vez. Llegó al hospital con Menma, ambos en pijamas, con el rostro pálido y las lágrimas corriendo libremente. Al ver a Kankuro, vendado pero consciente en la cama del hospital, Naruto y Menma se abalanzaron sobre él, un torrente de llanto y reproches.
—¡Idiota! ¡Eres un idiota! —gritaba Naruto entre sollozos, golpeándole el hombro sano con suavidad—. ¡Podrías haberte muerto!

—¡Te prohibimos que nos asustes así! —añadió Menma, abrazándolo con todas sus fuerzas.

Kankuro, conmocionado y adolorido, los abrazó a ambos. —Lo siento —murmuró, y por primera vez en mucho tiempo, lloró. Lloró por el miedo, por la estupidez, y por el amor abrumador que sentía por aquellos dos "rayos de luz" que habían irrumpido en su vida. Esa noche, los tres se durmieron acurrucados en la incómoda cama del hospital, una imagen de una familia imperfecta pero perfecta en su amor.

Rasa, quien había llegado al hospital sin hacer ruido, observó la escena desde la puerta. Vio la paz en el rostro de su hijo, incluso entre vendas y moretones. Vio la devoción en Naruto, que dormía agarrado a la mano de Kankuro como un náufrago a un salvavidas. Vio al pequeño Menma, tan frágil y a la vez tan valiente. Y en ese momento, el frío patriarca comprendió. Se retiró en silencio, y a la mañana siguiente, cuando Kankuro fue dado de alta, solo encontró una carta de su padre.

"Hijo, he sido un necio. He confundido el legado con la felicidad. Cuida de tu familia. Ella es tu verdadero patrimonio. - Rasa."

Era la bendición que nunca habían pedido, pero que necesitaban desesperadamente.

Un rayo de luz...

Con la paz familiar restaurada y el apoyo económico asegurado, Naruto pudo finalmente seguir su vocación. Comenzó a trabajar como médico en un prestigioso hospital, donde su talento natural y su compasión lo hicieron destacar rápidamente. En la oficina de Shukaku, sin embargo, cundió el pánico. Sin Naruto para domar a "la bestia", los días de paz estaban contados. Kankuro, aunque más calmado, seguía siendo exigente, y la búsqueda de un nuevo asistente se convirtió en una comedia de errores que Gaara observaba con resignación.

La felicidad, sin embargo, es frágil. A pesar de los mejores tratamientos, el cuerpo de Menma sucumbió. Su funeral no fue el acto íntimo y triste que muchos imaginaron. Fue una celebración de una vida breve pero intensamente vivida. La oficina entera de Shukaku estuvo allí, así como doctores, enfermeras y pacientes del hospital a quienes Naruto había ayudado. Despidieron al "pequeño rayo de luz" que había enseñado a tantos sobre la valentía, rodeado del amor que él mismo había inspirado.

El tiempo, el gran sanador, siguió su curso. Kankuro y Naruto, unidos por la pérdida y fortalecidos por su amor, se casaron en una ceremonia sencilla pero llena de alegría, con Gaara como testigo y Temari secándose las lágrimas. La vida, que les había arrebatado tanto, les tenía preparado un nuevo milagro.

Naruto estaba esperando su primer hijo.

La noticia llenó sus vidas de una nueva esperanza, una luz que paliaba la ausencia de Menma. Prepararon la habitación del bebé con ternura, eligiendo cada detalle con ilusión. Kankuro, el temible jefe de empresa, se volvió increíblemente protector y cariñoso, hablándole a la barriga de Naruto y soñando con el futuro.

Y cuando llegó el día, en una sala de partos bañada por el sol de la mañana, nació un niño sano y fuerte. Con un pequeño mechón de cabello rubio como el de Naruto y los ojos curiosos y oscuros de Kankuro. Lo miraron, llorando de felicidad, y supieron, sin lugar a dudas, cómo se llamaría.

—Bienvenido, Menma —susurró Naruto, acunando a su hijo contra su pecho.

Kankuro los rodeó con sus brazos, formando un círculo perfecto. Un día cualquiera, sin querer, dos almas solitarias se habían encontrado en una oficina gris. Él, un cascarrabias perdido en su propia fortaleza. Él, un doncel con el corazón roto y una carga demasiado pesada. El camino había estado lleno de dolor, de obstáculos, de pérdidas desgarradoras. Pero ese camino los había llevado hasta aquí, hasta este momento de amor puro e incondicional.

Se habían cambiado la vida para siempre. Y ahora, con su pequeño Menma en brazos, esa vida, hecha de pedazos rotos y sueños renovados, era más completa y más brillante de lo que jamás hubieran podido imaginar. El nuevo Menma no reemplazaría al primero, sino que honraría su memoria, llevando su luz hacia el futuro, un futuro que, por fin, prometía ser feliz.

Notes:

Maggie: ¿Se podría decir que es un final feliz o solo un final?

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