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Niño Mimado

Summary:

Por que nadie le dice que no al hijo del director, o bueno, casi.

 

En donde Stroll se quiere tirar a su profesor de idiomas.

Notes:

(See the end of the work for notes.)

Chapter 1: El alumno preferido

Chapter Text

A Lance Stroll jamás le negaron nada.

Desde que tiene memoria, ha sido el clásico "hijo de papi". De esos que reciben a manos llenas cuanto desean, sin necesidad de pedirlo dos veces, si algo le brillaba en los ojos, pronto lo tenía entre las manos, su padre, encantado de ver feliz a su pequeño, no dudaba en cumplir cada capricho y Lance lo sabía, desde muy chico comprendió el poder que tenía en sus dedos, sabía que si quería algo, lo obtendría; y si cometía un error, saldría impune, porque, al final del día, era "el hijo de papi".

Con esa certeza en el corazón, fue creciendo, el niño de rostro angelical e inocente dio paso a un joven hecho y derecho, aunque conservaba aquella carita que parecía incapaz de romper un plato, su mirada dulce, casi tímida, escondía un brillo desafiante, una mirada en la que fácilmente podrías perderte, sin saber si te estaba conquistando o manipulando y, por supuesto, él lo sabía, sabía el efecto que causaba, sabía cómo usarlo, seguía siendo el mismo niño caprichoso, solo que ahora tenía 21 años.

Lance nunca tuvo que preocuparse realmente por nada, su padre era un influyente directo de una de esas universidades exclusivas donde solo estudian los hijos de familias acaudaladas, y donde la educación se compra casi tan fácilmente como un traje nuevo, él no necesitó esforzarse demasiado en la escuela, bastaba una llamada, y al día siguiente ya tendría la mejor nota en el examen, en esta nueva etapa de su vida no fue distinto, aunque, claro, tampoco pudo negarse del todo a asistir a la universidad de su padre, después de todo, incluso los príncipes deben aprender a llevar la corona.

Como cada mañana, Lance se preparaba para la universidad, sin prisa pero con cierto apuro, pues, a pesar de que no le importaba demasiado llegar tarde a sus clases, siempre había algo que lo atraía en esos minutos previos al inicio de las clases; la posibilidad de ver a sus amigos, de intercambiar algunas palabras, de reafirmar su lugar en ese pequeño universo que compartían, aunque todos estudiaban la misma carrera, sus horarios rara vez coincidían, ya que sus compañeros solían estar dispersos en diferentes aulas, y él prefería no perderse la oportunidad de cruzarse con ellos antes de que el día comenzara realmente.

Se detuvo frente al espejo una vez más, observando su reflejo con una mezcla de complacencia y autosuficiencia, la sonrisa que apareció en sus labios fue tan egocéntrica como siempre, un gesto casi automático, como si de alguna manera estuviera asegurándose a sí mismo que, sin importar lo que sucediera, él siempre sería el centro de su propio mundo, tomó sus cosas, y con la misma indiferencia con la que se encarga de todo, recogió las llaves de su coche, dispuesto a comenzar el día a su manera.

La universidad no quedaba tan lejos, en realidad, podía haber llegado en bicicleta sin mayor esfuerzo, pero, claro, solo Franco, el becado, ese alumno de intercambio al que Lance veía como un ser casi invisible, un pobre diablo que no tenía ni dónde caer muerto, optaba por ese medio de transporte. Lance no era como Franco, él era Lance Stroll, el hijo del director, y hoy había decidido llegar en su imponente Aston Martin Vantage V12, no es que quisiera alardear de su fortuna, pero, de alguna manera, sentía que un día como este merecía algo especial.

La sensación de ser observado al llegar a un lugar era algo que le fascinaba, ser el centro de atención era tan natural para él como respirar; era su desayuno diario, algo que nunca dejaba de nutrir su ego, las miradas, de todo tipo, se posaban sobre él; algunas llenas de admiración, otras teñidas de envidia, y unas cuantas con ese brillo furtivo de deseo, Lance se sentía intocable, y no era para menos, nadie se atrevía a cruzarse en su camino, nadie podía, nadie debía, todos sabían quién era, aunque, claro, los murmullos siempre llegaban, las quejas sobre lo "mimado" o "engreído" que podía parecer, pero ¿a él qué le importaba? Después de todo, no se podía negar que, en cierto modo, era cierto.

Avanzó por los pasillos con paso firme hasta encontrar a sus amigos, no eran un grupo demasiado grande, pero eran los suficientes, esta vez, una sonrisa genuina cruzó su rostro, con ellos, podía ser él mismo sin reservas, todos se entendían, sabían cuándo y cómo estar allí, sin que fuera necesario decir nada.

- Hasta que llega la princesa de la escuela, tardaste demasiado, ¿eh?.- Dijo Max Verstappen con una sonrisa irónica, su tono lleno de esa gracia que solo él sabía emplear. Max, el hombre más varonil y encantador que podía encontrarse en la universidad, era una mezcla perfecta de belleza y poder, su físico era simplemente imponente, y no solo era conocido por su cara de dios griego, sino también por su reputación de ser un rompecorazones empedernido, todos lo sabían, y aunque las chicas y, en algunos casos, hasta los chicos caían a sus pies, él parecía disfrutar de su papel de galán incansable.

-¿Princesa? Para princesas ya tenemos al ridículo de Russell.- respondió con sarcasmo Gabriel Bortoleto, su voz teñida de ironía y una sonrisa apenas disimulada en los labios, era un joven encantador, dulce y cortés, muy distinto al carácter de sus dos inseparables amigos, poseía un carisma natural que parecía envolverlo como un perfume caro, y un porte refinado que delataba su crianza entre lujos, Gabriel tenía el don de caer bien a todos, y una asombrosa habilidad para hacerte sentir mejor cuando más lo necesitabas.

Competitivo hasta la médula, se proponía sobresalir en cada tarea, en cada desafío, sin embargo, esa imagen pulida no era más que una de sus muchas máscaras, en el fondo, era un joven consciente de su encanto, y no dudaba en usarlo a su favor, sabía cómo manipular sonrisas, cómo disfrazar el ego detrás de una mirada inocente. Sí, Gabriel era un pequeño demonio vestido con alas de ángel.

Él y su inseparable compañero eran los mejores amigos de Stroll, para este último, formaban un trío imposible de igualar; los príncipes de la escuela. Intocables, imponentes y, sobre todo, herederos de grandes fortunas.

-Vamos, no seas dramático, llegué justo a tiempo para nuestra primera clase.- respondió Stroll con una sonrisa despreocupada mientras abría su taquilla, sacó algunos libros con calma, como si todo en su mundo funcionara con la precisión de un reloj suizo, las tres taquillas estaban juntas, claro, por mero capricho suyo, su padre no había dudado en mover hilos para que así fuera y, como siempre, lo había conseguido.

- No le hagas caso Lance, el idiota está apurado por que quiere ver a su profesor favorito lo antes posible, ¿Creerías si te dijera que hasta se sienta al frente solo para verle mejor el trasero?.- Gabriel expuso a Max a su amigo, aun que la verdad entre los tres ya no era un secreto que su amigo tenía un crush con el profe de historia de su grupo, era de lo único que hablaba cuando se veían, de lo bonito que era, sus hermosas pecas que hacían juego con los ojos grandes y de mirada dulce que lo veían cada que sus miradas se cruzaban, a veces podía escuchar su asentó mexicano y eso lo derretía o le endurecía la polla, aun que nada lo provocaba mas que la hermosa y sexy figura que tenia el hombre mayor, tenía una figura varonil pero a la ves delicada, Max estaba seguro que podría rodear esa cintura perfectamente con sus manos, uff  y ni hablar de ese trasero regordete que se le marcaba con sus pantalones seguramente costosos, era una fruta prohibida que Max estaba dispuesto a morder.

- Verstappen eres un degenerado, el profesor Sergio podría ser tu padre.- Stroll arrugó la nariz de solo pensarlo, su amigo parecía un adolescente cachondo.

- Pero no lo es.-  respondió a la defensiva. - Es que ustedes simplemente no lo entienden, el profesor Sergio es todo un sueño, se me a metido a la cabeza, entonces yo me meteré entre sus piernas .- dijo lo último con una sonrisa coqueta guiñando el ojos a sus compañeros que solo se dieron una mirada claramente asqueados por el comentario de su amigo.

Lance no lograba comprender —y, en el fondo, tampoco quería hacerlo— cómo era posible que su amigo, con ese rostro digno de una portada y un séquito de admiradores dispuesto a todo por una sonrisa suya, hubiera decidido fijarse precisamente en él, en un hombre y no en cualquier hombre, sino en uno trece años mayor; un profesor, Max Verstappen tenía veintidós años, era joven, brillante, con un futuro prometedor y, según Lance, podía tener el mundo a sus pies si así lo quisiera, sin embargo, ahí estaba, suspirando por la atención de un docente que apenas lo miraba, que lo trataba como a cualquier otro alumno más.

Y aunque se esforzara en encontrarle lógica, tampoco podía juzgarlo del todo, Lance nunca había sentido aquello que describen los libros o las canciones; el amor, sí, había tenido un par de novias en el pasado, pero nunca pasó de un vínculo superficial, sostenido más por la atracción física que por algo emocional, en algún momento de su vida simplemente se resignó: el amor no era para él, no le dolía aceptarlo, después de todo, tenía todo lo que quería, si deseaba una novia, podía conseguir una al día siguiente, incluso comprarla, si sonaba tan crudo como real, así era la vida de Lance Stroll.

 

Lo que él no sabía era que el destino estaba a punto de poner su mundo de cabeza.

 

Las clases estaban por comenzar, Lance se despidió de sus amigos con un gesto distraído y se dirigió sin prisa hacia su aula, no sentía ningún tipo de emoción por aquella clase; de hecho, idiomas era su materia menos favorita, no entendía gran cosa y, muchas veces, acababa quedándose dormido con el rostro apoyado en la mano, la profesora era una mujer gris, sin pasión por enseñar, una sombra más en el pasillo de su rutina estudiantil.

Con las manos en los bolsillos y el mismo desgano de siempre, entró al aula, iba tarde, como ya se había convertido en costumbre, pero esta vez, algo era diferente.

Todos los alumnos estaban en silencio, sentados con una disciplina que rayaba en lo absurdo, frente a ellos, imponente como una figura sacada de una pintura solemne, se encontraba Lawrence Stroll.

Nada más y nada menos que el director de la escuela.

Y también, su padre.

- Ah, qué bueno que llega, joven Lance. Por favor, tome asiento.- dijo su padre con aquella voz pausada y solemne que reservaba para los pasillos de la escuela.

Dentro de las paredes del instituto, Lawrence Stroll era todo un modelo de rectitud y profesionalismo, incluso cuando se trataba de su propio hijo. Lo trataba como a cualquier otro alumno —al menos, en apariencia—. Porque aunque todos sabían que Lance era su favorito, el director mantenía intacta la fachada del trato imparcial, como si eso bastara para silenciar los rumores.

Lance entró sin decir palabra, con la misma indiferencia que arrastraba a todas sus clases, ni siquiera levantó la vista hacia el frente. ¿Qué hacía su padre en su salón? No había escuchado nada inusual, y eso le resultaba extraño, normalmente, Lawrence le informaba de cada movimiento que hacía en la escuela, como si quisiera involucrarlo en los engranajes del poder desde joven.

- Bien, jóvenes.- empezó el director con su habitual tono ceremonioso.- Gracias por su asistencia en este nuevo día de formación en nuestra institución.

Lance ya no lo escuchaba, apenas se dejó caer en su pupitre y sacó el celular del bolsillo con desgano, estaba acostumbrado a esos discursos interminables que le sabían a papel mojado, sabía que nadie le diría nada por no prestar atención, era Stroll, podía salirse con la suya, y lo sabía.

- Lamentablemente.- continuó Lawrence- , su anterior profesora ha sufrido un pequeño accidente y estará ausente por un periodo indefinido.

Esa frase logró al menos que Lance frunciera ligeramente el ceño, alzó la vista por un instante, intrigado.

-Por lo tanto, he traído a un viejo amigo y estimado colega para sustituirla, confío en que sabrán brindarle el respeto que merece, es un honor para mí presentarles al profesor Fernando Alonso Díaz.-

¿Había alguien más en el aula? Lance no lo había notado al entrar.

Pero en cuanto escuchó aquel nombre, algo en él se encendió, levantó la mirada, dejando de lado su celular.

 

Oh.

 

Oh, mierda.

 

Su polla se movió con interés.

Chapter 2: Ojos que enseñan, labios que tientan.

Summary:

Tal vez no debió haberse burlado de su amigo por su afición a los hombres mayores.

Chapter Text

Muy bien....

 

Tal vez no debió haberse burlado de su amigo por su afición a los hombres mayores, ahora lo entendía.

 

Porque ese hombre, su profesor, no era simplemente atractivo... era un dios griego, imponente sin esfuerzo, con una masculinidad serena que se sentía en cada gesto, su porte era el de alguien que se conocía bien y sabía cuidarse, pero sin caer en lo superficial, no era delicado, pero tampoco tosco, era, en pocas palabras, todo lo que uno quisiera llegar a ser; seguro, elegante, casi inalcanzable.

 

Los hombros anchos bajo el corte impecable de su traje hablaban de fuerza contenida, su barba, perfectamente recortada, le daba un aire maduro que contrastaba con la suavidad inesperada de sus pestañas largas y sus ojos... sus ojos eran un abismo amable, grandes y brillantes, capaces de sostenerte la mirada hasta hacerte olvidar quién eras, bajo esa ropa cara, su cuerpo se adivinaba firme, proporcionado, como esculpido a mano por algún dios caprichoso.

 

Y se vería aun mas perfecto bajo de el, completamente arruinado y gimiendo su nombre.

 

Lance había encontrado su nuevo antojo, y como el niño mimado y obstinado que siempre fue, no descansaría hasta hacerlo suyo, ese hombre—tan distante, tan perfecto—le pertenecía ya en su mente, aunque aún no lo supiera, no había fuerza, voluntad ni excusa capaz de torcer su deseo, estaba decidido, con esa clase de determinación peligrosa que nace del capricho y la fascinación.

 

«Gracias, padre, por semejante regalo», pensó con descaro.

 

Mientras una sonrisa traviesa se dibujaba en sus labios, se los mordió suavemente, sin apartar la mirada del hombre mayor que tenía frente a él, había algo en esa presencia que lo hechizaba, algo que lo hacía sentir como si el destino le hubiera ofrecido un tesoro envuelto en carne y elegancia.

 

—Es un honor formar parte de esta prestigiosa universidad, estaré encantado de contribuir a su formación como estudiantes —dijo el profesor con una sonrisa serena, cálida... casi hipnótica.

 

Esa sonrisa bastó para desarmar a Stroll, su celular que sostenía entre sus dedos quedó olvidado sobre el escritorio, inerte, toda su atención se concentró en ese hombre frente a él, en la forma tranquila en que hablaba, en el brillo de sus ojos, en la voz grave y pausada que parecía diseñada para calar hondo, por un instante, el mundo se redujo a esa presencia.

 

—Bueno, Fernando —intervino Lawrence con tono afable—, estás en buenas manos, si tienes alguna duda, sabes dónde encontrarme, espero que disfrutes tu estancia aquí como profesor.

 

Le dio una palmada amistosa en la espalda antes de abandonar el aula con una sonrisa profesional, tan pronto la puerta se cerró tras él, la atmósfera cambió, la fachada disciplinada de los alumnos se desmoronó como un telón tras la última escena; susurros, miradas cómplices, algún que otro comentario sofocado por risas discretas, la llegada del nuevo profesor no había pasado desapercibida, no para nadie y mucho menos para Lance.

 

Fernando intentó poner orden en el aula con una naturalidad que no necesitaba autoridad forzada, no era de esos profesores rígidos que gobernaban con el ceño fruncido; no, él proyectaba algo distinto, una firmeza amable, de esas que inspiran respeto sin necesidad de levantar la voz, era el tipo de profesor que hacía que uno bajara la guardia, que permitía sentirse cómodo en su presencia.

 

—Tranquilos, jóvenes —dijo con una sonrisa que calmó hasta al más inquieto—. Sé que esta noticia fue repentina, pero no hay nada de qué preocuparse, estaré con ustedes solo por un tiempo, mientras su profesora se recupera, no me miren como a un extraño, por favor, siéntanse libres de preguntar lo que deseen... al final, estoy aquí para ayudarles, para enseñarles.

 

Sus palabras, pronunciadas con ese tono melódico y seguro, flotaron en el aire como una promesa sincera, los alumnos lo escuchaban con atención, casi embelesados, tenía el raro talento de ganarse a la gente desde el primer momento.

 

Se giró hacia el pizarrón, borrando algunas notas que aún quedaban de la clase anterior y como si ese pequeño gesto diera permiso, comenzaron las preguntas.

 

—¿De dónde viene, profesor Fernando? —preguntó uno de los chicos desde el fondo del aula.

 

Una duda justa, después de todo, tratándose del nuevo profesor de idiomas.

 

—Bueno —respondió mientras escribía con elegante caligrafía en la pizarra—, nací y crecí en Oviedo, España, así que, si me lo permiten, procuraré que usemos principalmente el español en clase.

 

Hubo algunos asentimientos, alguna sonrisa aprobatoria, pero entonces, otra voz, más aguda y cargada de intención se alzó.

 

—¿Qué edad tiene?

 

La pregunta provocó un breve silencio, no tanto por la curiosidad, sino por el evidente tono coquetón con que fue formulada, la autora de la pregunta lo miraba con descaro y una sonrisa que no dejaba lugar a dudas.

 

Lance, desde su asiento, frunció apenas los labios, no le hizo gracia, para nada, esaa clase de miradas hacia su profesor —porque sí, él ya lo consideraba suyo— le resultaban molestas, pero lo cierto es que él también tenía esa duda, quería saberlo... quería saber todo sobre ese hombre.

 

Fernando rio por lo bajo, con una naturalidad encantadora, mientras se volvía hacia ellos.

 

—Tengo cuarenta y tres —dijo, con ese tono despreocupado que lo hacía parecer incluso más joven.

 

Y en el aula, por unos segundos, no se escuchó más que un murmullo de sorpresa, algunas sonrisas, y el latido acelerado de un muchacho que ya no podía dejar de mirarlo.

 

Carajo, le debía una disculpa a Max, este hombre si podría ser su padre.

 

Pero no lo era.

 

La clase transcurrió con aparente normalidad. Fernando se presentó de manera completa, explicando con claridad cómo abordaría la materia a lo largo del semestre, también abrió un breve espacio para que los alumnos pudieran expresar dudas o inquietudes, sin embargo, para Lance, todo aquello era apenas un murmullo distante, las palabras se deshacían en el aire antes de llegar a él, su atención, secuestrada por la figura que se movía con elegante naturalidad frente al grupo, no estaba en el contenido de la clase, sino en el hombre que la impartía.

 

Cada gesto de Fernando —la forma en que acomodaba los papeles, incluso la manera en que sonreía brevemente entre frases— tenía para Lance un efecto casi hipnótico, lo observaba con una mezcla de admiración y deseo silencioso, apenas conteniéndose de que su mirada lo delatara por completo, lo único que realmente deseaba era que la clase terminara para poder acercarse, aunque fuera un poco más.

 

—Eso fue todo por hoy, jóvenes. Los dejaré salir antes esta vez... pero no se acostumbren —bromeó Fernando con una sonrisa afable, arrancando algunas risas ligeras entre los presentes.

 

El aula cobró vida con el sonido de mochilas abriéndose, sillas arrastrándose y voces murmurando con entusiasmo, los estudiantes comenzaron a salir uno a uno, encantados con su nuevo profesor, Lance, en cambio, no tenía prisa, moviéndose con deliberada lentitud, fingió guardar sus cosas con torpeza, buscando ser el último en abandonar el salón, su intención era clara, quedarse a solas con él y por unos minutos, ese pequeño deseo se convirtió en una posibilidad palpable.

 

El murmullo de los estudiantes se desvaneció con el eco de la puerta al cerrarse, dejando el aula envuelta en un silencio cálido, interrumpido solo por el suave crujir de una silla al moverse, Fernando se giró hacia la pizarra, dispuesto a borrar los últimos trazos de su presentación, cuando una voz suave pero decidida lo detuvo.

 

—Profesor Alonso... —dijo Lance, desde la última fila, aún sentado con el bolso apenas abierto sobre su pupitre.

 

Fernando se volvió con una sonrisa cordial, limpiándose las manos con un pañuelo.

 

—¿Sí? ¿Te quedó alguna duda sobre la clase?

 

Lance se levantó despacio, acomodándose el suéter como si el acto tuviera más intención de parecer elegante que casual, caminó hasta el escritorio del profesor con pasos medidos, como si el suelo mismo debiera rendirse a su presencia.

 

—No, en realidad no... solo quería darte la bienvenida. —Sonrió, ladeando un poco la cabeza—. Bueno, darte la bienvenida personalmente, mi padre es el director, seguro lo sabías... Lawrence Stroll.

 

Fernando parpadeó una vez, rápido, pero no perdió la compostura, por fin conocía al hijo de su colega, desde que llegó no dejaba de hablar de él, este era el mismísimo Lance Stroll.

 

—Sí, claro, me lo imaginaba, encantado de conocerlo, joven Stroll. —Le ofreció la mano con amabilidad.

 

Lance la tomó, pero no de inmediato, primero la observó, como si evaluara si ese gesto era digno de él, y luego la estrechó con una firmeza que parecía más un juego de poder que una muestra de cortesía.

 

—Espero que esta clase sea... interesante —dijo, sin soltar aún la mano del profesor, su tono impregnado de una confianza que rayaba en la arrogancia—. Me aburro fácilmente, ¿sabes?

 

Fernando retiró su mano con delicadeza, aunque sin brusquedad, aún sonriendo.

 

—Haré lo posible por que no sea así, pero el interés también depende de ti.

 

—¿De mí? —preguntó Lance, divertido, alzando una ceja—. Pensé que los profesores estaban aquí para mantenernos atentos, para inspirarnos.

 

Fernando lo miró por un instante que pareció más largo de lo que debía, no había incomodidad en su rostro, pero sí un tipo de prudencia que venía con la experiencia, con los años, conocer a los jóvenes como Lance —intensos, mimados, encantadores y peligrosos en su propia forma— no era una novedad para él.

 

—Inspirar, sí —respondió finalmente—. Pero también poner límites, ambos aprenderemos algo este semestre, supongo.

 

Lance dejó escapar una risa breve, divertida, pero no burlona, caminó hacia la puerta, abriéndola lentamente antes de volverse una vez más.

 

—Estoy seguro de que voy a aprender muchas cosas contigo, Fernando.

 

Y sin esperar respuesta, desapareció por el umbral, dejando tras de sí una mezcla de perfume caro y un aire cargado de intenciones.

 

Fernando se quedó de pie unos segundos más, observando la puerta cerrarse, luego sacudió la cabeza con una sonrisa casi imperceptible.

 

—Esto va a ser interesante —murmuró para sí, antes de volver a sus papeles.

 

Lance sabía que debía actuar con cautela, si quería tener a ese hombre para sí, tendría que avanzar despacio, dejar pistas, insinuarse sin parecer desesperado, jugar con elegancia.

 

El problema era que Lance Stroll no era precisamente famoso por su paciencia, mucho menos cuando deseaba algo con tanta intensidad.

 

Caminaba por los pasillos de la universidad con paso distraído, aunque en realidad estaba buscando, esperaba cruzarse con alguno de sus amigos —o al menos con Max— para compartir lo que le bullía por dentro, si Max podía presumir de su profesor encantador, entonces él también tenía derecho, aunque, por supuesto, para Lance no existía nadie más fascinante que Fernando, estaba hechizado, como un adolescente embobado, como un niño malcriado encaprichado con un juguete brillante que aún no le pertenecía, podía sonar ridículo, lo sabía, apenas habían intercambiado un par de frases, pero para él fue un capricho a primera vista y lo quería, lo quería para él.

 

Entró en la cafetería, que rebosaba de estudiantes sumidos en sus propias rutinas; risas sonoras, conversaciones en voz alta, susurros en rincones, bandejas retumbando sobre las mesas, todo ese caos viviente propio de una universidad, Lance escaneó el lugar hasta que lo vio, Max, comiendo solo como era su costumbre, en una de las mesas del fondo, siempre prefería la soledad antes que la compañía vacía, si no era con Lance o Gabriel, era con nadie, esa expresión fría y serena que solía llevar como una armadura era suficiente para ahuyentar incluso a la chica más guapa que suspirara por él.

 

—Tan solitario como siempre... ¿No te aburres estando solo? —dijo Lance con una sonrisa amplia, acercándose a su amigo.

 

Al verlo, Max suavizó apenas su semblante.

 

—Ya sabes que prefiero estar solo, pero, por lo que veo, vienes con buenas noticias —respondió, terminando su desayuno con parsimonia.

 

—Me conoces demasiado bien. ¿Qué me delató? —preguntó Lance con tono juguetón, sentándose frente a él con aire triunfante.

 

—Esa sonrisa de idiota, no la sacas seguido y cuando lo haces, es porque algo muy bueno te pasó.

 

Lance se acomodó en la silla con teatralidad, como si estuviera a punto de soltar una revelación trascendental, Max lo miró con una ceja ligeramente levantada, esa expresión de "¿y ahora qué hiciste?" que reservaba especialmente para su amigo.

 

—No vas a creer lo que me pasó hoy —empezó Lance, con voz baja y misteriosa—. Me enamoré.

 

Max, que estaba a punto de darle un sorbo a su café, se detuvo a medio camino, lo miró en silencio durante un segundo... y luego estalló en una carcajada baja pero genuina.

 

—¿Tu? ¿Enamorado?, ahora si me hiciste reír.

 

—¡No, Max! Esto es en serio —replicó Lance con una mezcla de fastidio y emoción—. No es un simple flechazo, esto fue... inevitable, apenas lo vi supe que era él, alto, elegante, una voz que te acaricia el alma... y unos ojos, Max, sus ojos...

 

El holandés entrecerró los suyos, viendo si había algo de mentira en sus palabras, pero para su sorpresa, no era así, su amigo estaba siendo muy sincero con el.

 

—A ver, espera un segundo... ¿Te enamoraste de un hombre? ¿Quién es? ¿Lo conozco?.

 

Lance bajó la voz, como si temiera que alguien más pudiera escucharlo.

 

—Fernando, Fernando Alonso Díaz. Es... mi nuevo profesor de idiomas.

 

Silencio, Max lo miró, parpadeó una vez... y luego se echó hacia atrás en la silla soltando una carcajada incrédula.

 

—No puede ser, tú, justo tú... ¿enamorado de un profesor?

 

Lance alzó la barbilla, orgulloso, como si se negara a retroceder.

 

—¿Y qué tiene de raro?

 

Max le lanzó una mirada cargada de ironía y diversión.

 

—¿En serio vas a hacer como si no recordaras la vez que me sermoneaste por estar yo enamorado de un profesor? ¿Cómo era que dijiste? Ah, sí. "Eso es patético, Max, el jamás te hará caso, es demasiado grande para ti. ¿Qué clase de trauma tienes con la autoridad?"

 

Lance frunció los labios, cruzando los brazos.

 

—Eso fue distinto.

 

—¿Ah, sí? ¿Por qué? ¿Por qué esta vez el que está babeando eres tú?

 

—¡Porque Fernando no es como tu profesor de historia aburrido y amargado! —protestó Lance, con el dramatismo de quien se sabe culpable pero no lo admitirá jamás—. Fernando es... perfecto, y además, no es tan mayor.

 

—¿Ah, sí? ¿Qué edad tiene? —preguntó Max, cruzando los brazos con media sonrisa, ya sabiendo que la respuesta sería jugosa.

 

Lance se quedó en silencio por un instante, bajando la mirada como si estuviera haciendo cálculos mentales... o ensayando cómo suavizar la verdad.

 

—Cuarenta y tres... —murmuró al fin, casi como si lo dijera solo para sí.

 

Pero Max lo escuchó perfectamente.

 

Y ahora fue su turno de quedarse en blanco, abrió un poco más los ojos y dejó el tenedor a medio camino de su plato.

 

—Estás bromeando....

 

—No —respondió Lance, con una sonrisa culpable que lo hacía parecer más joven de lo que ya era—. Pero antes de que digas cualquier cosa... ¡tengo buenos argumentos!

 

Max lo miró con una expresión que subrayaba ¿Enserio?.

 

—¿Buenos argumentos para qué? ¿Para justificar que te enamoraste de alguien que podría haberte enseñado a leer?

 

—¡Ay, tampoco exageres! —resopló Lance, haciendo un puchero—. No es tan viejo, ¿vale? Tiene 43 pero se ve de 35... ¡y tiene una voz! Si te hablara por teléfono, tú también te enamorarías.

 

—Tiene más de cuarenta, Lance.

 

—¡Tiene cuarenta y tres y se ve espectacular! —replicó sin vergüenza, apoyando el codo en la mesa y dejando caer la mejilla en la mano—. No es solo por cómo se ve... es todo él.

 

—Lance, ¿sabes qué más tiene alguien de 43? Impuestos, dolor de espalda y probablemente un divorcio mal superado.

 

Lance soltó una risita, divertido.

 

—Y experiencia, seguridad, madurez, cosas que ninguno de los idiotas de nuestra edad tiene, estoy cansado de los niños que creen que una cita es ir de fiesta en fiesta, gastando dinero, que por cierto yo soy el que pone y luego ver memes en el sofá, quiero a alguien que lea libros de verdad, que huela a perfume caro y que sepa dónde tocar sin preguntar.

 

Max se llevó la mano al rostro, medio riéndose, medio resignado.

 

—Eres un desastre. ¿Tú sabes lo prohibido que es eso? Amigo, ese tipo trabaja para tu padre. ¿Qué va a decir el señor Lawrence cuando se entere de que su hijo se encaprichó con el profesor que él mismo trajo? Y peor aún... ¿de verdad crees que el profesor Fernando va a intentar algo contigo sabiendo que eres el hijo del director?

 

Por una vez, Max no sonaba burlón, sonaba genuinamente preocupado, como si temiera que Lance estuviera jugando con fuego sin saber cuán rápido podía quemarse.

 

Lance hizo una mueca teatral, como si las palabras de su amigo fueran una melodía triste que no quería escuchar, apoyó los codos sobre la mesa y entrelazó los dedos, pensativo.

 

—Mira... sé que parece imposible y lo es, pero dime una cosa, Max ¿Cuándo fue la última vez que me importó que algo fuera imposible?

 

Max suspiró.

 

—Ese es el problema, Lance, tú ves una barrera y piensas "qué divertido, voy a saltarla en tacones y con un traje de Gucci".

 

—¡Exactamente! —exclamó Lance, triunfante—. Esa es la actitud. ¿Te imaginas qué aburrido sería todo si solo hiciéramos lo correcto?

 

Max soltó una risa suave, negando con la cabeza.

 

—Tú eres una joya, Stroll, te burlas de mi amor imposible y ahora estás soñando con uno que podría costarte una expulsión y una demanda.

 

—Por eso tengo que ser inteligente, sutil, elegante, como en esas películas francesas donde todo pasa con miradas intensas y vino caro.

 

—Tú ni tomas vino. —dijo Max, rodando los ojos.—Pero está bien, haz lo que quieras, pero prométeme algo, ¿sí?

 

Lance ladeó la cabeza, curioso.

 

—¿Qué cosa?

 

—No lo arruines todo solo por un capricho, si de verdad te gusta... no lo conviertas en un juego, Fernando no parece el tipo que se deja manipular, y mucho menos por un niño rico con complejo de príncipe.

 

Lance bajó la mirada por un instante, su sonrisa seguía ahí, pero algo en su expresión se volvió más suave, casi vulnerable.

 

—No es solo un capricho, Max.

 

Eso hizo que el holandés se quedara en silencio unos segundos, al final, simplemente asintió con la cabeza.

 

—Entonces ve con cuidado, mijn kleine koning, porque esta vez, podrías terminar siendo tú el alcanzado.

 

Lance lo miró y sonrió con complicidad.

 

—O él podría terminar queriendo ser alcanzado.

 

Max rodó los ojos.

 

—Y ahí vamos otra vez...

 

Ambos se echaron a reír, el sonido de su amistad llenando la cafetería como una canción ya conocida, caótica pero sincera.

 

—Por cierto ¿Qué haces fuera de la primera hora tan temprano? En la mañana que nos vimos estabas emocionado de ver a tu profesor Sergio.

....

 

—.....Me corrió de la clase por un piropo inapropiado que le lancé......

 

Y Lance no pudo contener la carcajada que salió sin vergüenzas, definitivamente eran mejores amigos.

Chapter 3: Lo que no debe desearse.

Summary:

Fernando siempre había sido un hombre de placeres sencillos, no le atraían las fachadas ni las extravagancias, y mucho menos la necesidad de aparentar lo que no era, podía permitirse ciertos lujos, claro —el buen vino, un apartamento cómodo, libros importados que coleccionaba con celo—, pero nada de eso definía su esencia.

Notes:

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Fernando siempre había sido un hombre de placeres sencillos, no le atraían las fachadas ni las extravagancias, y mucho menos la necesidad de aparentar lo que no era, podía permitirse ciertos lujos, claro —el buen vino, un apartamento cómodo, libros importados que coleccionaba con celo—, pero nada de eso definía su esencia. No buscaba deslumbrar a nadie, en cambio, encontraba paz en los detalles pequeños, el sonido de la lluvia contra la ventana, el olor del café en las mañanas, el silencio sereno de una clase bien dada.

Desde joven, había sido testigo de cómo la gente a su alrededor se esforzaba por mantener una imagen, en la adolescencia, lo veía en sus compañeros de clase, chicos vestidos con marcas de diseñador, relojes brillantes, mochilas de piel, regalos ostentosos de padres ausentes, familias rotas maquilladas con obsequios costosos, sonrisas vacías en cenas lujosas, Fernando observaba todo eso con una mezcla de tristeza y distancia, sabía que bajo el barniz del lujo, lo que reinaba era el vacío.

Su propia infancia había sido distinta, tuvo la fortuna de crecer bajo el ala de un padre amable y presente, un hombre que le enseñó que el valor de una familia no se mide en cosas, sino en tiempo, afecto y palabras sinceras, en casa no había exceso, pero sí calor. Las tardes en familia eran sagradas, y los abrazos, constantes, fue en ese entorno donde Fernando aprendió a valorar lo esencial, desde entonces, se juró a sí mismo que algún día él también formaría una familia a la que le dedicaría el alma entera. Que no permitiría que el amor fuera una cosa que se mendiga entre ausencias.

Pero claro, soñar es fácil cuando uno es apenas un niño, la vida real, con sus curvas impredecibles, se encargó de mostrarle que no basta con desearlo.

Los años pasaron, Fernando estudió, se preparó, trabajó duro. Heredó cierta estabilidad tras la muerte de su padre, y con su disciplina construyó una vida sólida, aunque solitaria. Tenía un buen hogar, respeto profesional, independencia, pero cada noche, al volver a casa, encontraba un silencio que no podía llenar con libros ni tazas de café.

Le faltaba alguien.

No dinero, no reconocimiento. Alguien.

Alguien con quien compartir los pequeños rituales del día, alguien que se riera con él de las cosas simples, alguien que no quisiera una versión perfecta de él, sino su versión real.

Le faltaba amor.

Y aunque hacía tiempo que había dejado de buscarlo activamente, alguna parte de él —silenciosa pero persistente— seguía esperando.

 

La lluvia no era intensa, pero sí constante, como una cortina suave que hacía vibrar los cristales del ventanal del apartamento. Fernando estaba sentado frente a su escritorio de madera clara, en una habitación limpia, sobria, y cuidadosamente ordenada, libros alineados por tema, una lámpara de escritorio de luz cálida, y una taza de té negro que comenzaba a enfriarse entre sus manos.

La música instrumental sonaba de fondo, casi imperceptible, no necesitaba mucho más, su vida, desde hacía ya varios años, se sostenía sobre una rutina discreta, casi ceremoniosa, despertar temprano, correr por el parque, clases, correcciones, lecturas. A veces, si se animaba, una copa de vino frente al televisor, le bastaba con la calma, había aprendido a convivir con la soledad sin rencor, después de todo, la paz también era una forma de compañía.

Pero esa tarde, mientras intentaba corregir unos textos, se descubría leyendo el mismo párrafo una y otra vez, su concentración, tan confiable hasta entonces, parecía rendida y en el centro del pensamiento difuso, estaba él, Lance Stroll.

Fernando dejó el bolígrafo sobre el cuaderno y se reclinó en la silla con un suspiro. ¿Qué tenía ese muchacho que lograba desestabilizarlo así? No era el primero en mirarlo con cierto atrevimiento adolescente, ni sería el último. Pero había algo en la forma en que Lance lo observaba... como si lo desnudara sin pudor, como si se supiera intocable.

Y lo es, pensó Fernando, Hijo del director, popular, seguro de sí mismo, joven.

Pero había más, algo en la forma en que hablaba, en la manera en que se quedaba unos segundos de más al final de clase, fingiendo lentitud para recoger sus cosas. Esa sonrisa ladeada que no necesitaba palabras. Era consciente de que estaba siendo observado, pero también, muy en el fondo, de que estaba siendo probado.

Y eso le inquietaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Fernando se levantó, caminó hasta la cocina y sirvió lo que quedaba del té en el fregadero, luego apoyó las manos sobre el mármol frío y cerró los ojos por un momento, tenía años lidiando con la atracción de alumnos o alumnas, siempre sabiendo que el límite era claro, inquebrantable, pero Lance...

No es solo un alumno, no, es Lance Stroll, carismático, caprichoso, el hijo del hombre que le firmó su contrato.

Y sin embargo, ahí estaba él, preguntándose por qué recordaba su sonrisa cuando cerraba los ojos.

Fernando se limpió el rostro con una mano, frustrado consigo mismo. Luego miró el reloj, mañana volvería a dar clase, mañana volvería a verlo.

Y tendría que fingir que nada le afectaba, aun que sonara hipócrita de su parte ya que el mismo hablo sobre el repudio hacia las personas que se escondían bajo mascaras para ocultar sentimientos vacío, pero, esta ocasión, era diferente.

El despertador sonó a las 5:45 a.m., como todos los días, Fernando lo apagó antes del segundo timbrazo, con una precisión casi militar, su cuerpo ya se había acostumbrado al ritmo, levantarse temprano, preparar café fuerte y amargo, estirar los músculos con una breve rutina, y luego sumergirse en la calma meticulosa de su baño matutino.

No era vanidoso, pero había algo en el acto de vestirse que le parecía casi sagrado, la camisa blanca, bien planchada, el saco gris oscuro, sobrio pero elegante, el reloj de pulsera, un regalo de su padre, no llevaba perfumes caros ni joyas, apenas una colonia discreta y ese aire de hombre que ha vivido lo suficiente como para no necesitar adornos.

Revisó su maletín dos veces, carpeta de asistencia, libros de lectura avanzada, hojas con ejercicios, un cuaderno de notas personales que no dejaba a la vista de nadie, cuando salió de casa, el cielo aún estaba teñido de azul profundo, y el aire fresco le despejó lo poco que quedaba de sueño.

Caminar por los pasillos de la universidad tan temprano tenía su encanto, era uno de los pocos momentos de silencio que le regalaba el día, saludó con un gesto de cabeza al personal de intendencia, intercambió un par de frases breves con una de las secretarias, y justo antes de llegar a su cubículo donde dejaría algunas cosas, se topó con una voz conocida.

—¡Buenos días, maestro Alonso! —dijo Sergio Pérez, apareciendo con su habitual sonrisa brillante y un termo con café en mano—. ¿Dormiste o corregiste ensayos hasta las tres otra vez?

Fernando esbozó una pequeña sonrisa, solo Sergio, o Checo, como aún lo llamaban sus viejos amigos, podía traer esa energía tan temprano y hacer que no resultara insoportable, ayer en la mañana no se la había topado ya que Fernando estuvo ocupado adaptándose a la escuela y la rutina que iba a llevar, así que fue casi por automático que sonrió al escuchar a su viejo amigo y colega.

—Una mezcla de ambas, tú pareces haber dormido como un bebé — Alonso se acerco feliz y se dieron un fuerte abrazo de esos que solo el mexicano sabe dar, lleno de nostalgia y alegría por encontrarse una ves mas en el ámbito de la enseñanza.

—Es un honor volver a trabajar a tu lado, pensé que ahora eras mas de ser un profesor privado, cabrón —bromeó Checo con una mirada cómplice.

—Qué te puedo decir, uno siempre regresa donde es feliz —respondió Fernando, y su sonrisa, por una vez, no parecía ensayada, era genuina, tranquila.

Checo lo observó por un segundo, con ese instinto que solo tienen los viejos amigos, conocía a Fernando lo suficiente como para notar que detrás de esa serenidad habitual, había algo que no decía, pero prefirió no presionar, no aún.

—Me da gusto tenerte aquí otra vez, los chicos necesitan profesores como tú ¿Cómo estuvo tu primer día? ¿Ya enamoraste a las jovencitas de tu curso? — Sergio bromeaba dándole ligeras palmadas en el hombro, otra cosa que caracterizaba al mexicano eran sus bromas descaradas pero que te hacían soltar alguna que otra risa.

—No empieces —resopló Fernando, rodando los ojos con diversión—. Tú siempre haciéndote el simpático.

—Yo soy simpático —respondió Checo, golpeándole el brazo con suavidad—. Anda, vamos, te acompaño hasta el aula, quiero ver la cara que pones cuando descubras que la mitad de tus alumnos creen que estás hecho para un calendario.

Fernando rio bajo, negando con la cabeza, el mexicano siempre había tenido el don de hacerle olvidar por unos segundos el peso del día. Caminaron juntos entre los pasillos que poco a poco comenzaban a llenarse, los saludos, las miradas curiosas de los estudiantes, las típicas risas de pasillo... todo parecía en su sitio.

Ya en el aula, se despidieron uno del otro con un abrazo corto, deseándose suerte mutua, esperaba poder ver a su amigo de nuevo en el día, mientras acomodaba su material y escribía el tema del día en el pizarrón, Fernando no necesitó girar para saber quién acababa de entrar, podía sentirlo.

Lance Stroll tenía esa presencia, ese andar despreocupado y seguro, como si el mundo le perteneciera por derecho natural ocupó su lugar habitual en la tercera fila, justo en el centro, el sitio ideal para mirar fijamente sin parecer descarado.

Y lo hacía.

Miraba.

Era raro para todos los presentes que se encontraban en el aula ver a Stroll llegar a tiempo a la clase, era aun mas raro verlo llevar con minutos de sobra antes de que empezara la clase.

Fernando intentó mantenerse centrado en la clase, hablaba con propiedad, con ese tono que sus alumnos respetaban, explicaba el uso de las formas verbales condicionales, ponía ejemplos, invitaba a participar, pero a cada tanto, sin querer, sus ojos se cruzaban con los de Lance y cada vez, el muchacho sonreía, apenas, una curvatura sutil en los labios, no decía nada, solo... lo observaba.

En un momento, Fernando pidió a los alumnos que escribieran una oración en español lo mejor que pudieran, quería ver su nivel de desempeño.

—Sean sinceros, no escriban palabras que no entiendan, esto no afectara en nada su calificación, solo quiero ver que hay que pulir o en que hay que enfocarnos —dijo con suavidad, caminando entre los pupitres.

Cuando pasó junto a Lance, apenas alcanzó a leer lo que había escrito.

"Ojalá no fueras mi profesor."

El corazón le dio un pequeño vuelco. 

Aun que no sabia si había algo de coquetería en esa oración o era una amenaza de que no lo quería ahí.

 

Había pasado un mes desde que Fernando Alonso había comenzado a trabajar en la universidad.

Treinta días exactos desde su primera clase, treinta días en los que su rutina se había ajustado como un engranaje bien engrasado, llegar temprano, dar clases con rigor, evitar distracciones, mantenerse al margen. A simple vista, nada parecía fuera de lugar.

Pero Lance Stroll no era, en absoluto, una distracción común.

Fernando siempre había sido un hombre recto, reservado, de principios firmes, había aprendido a lo largo de los años a trazar líneas claras entre lo personal y lo profesional, a no ceder ante las emociones fugaces o las tentaciones disfrazadas de carisma. Sabía reconocer una mirada cargada de intención, una palabra que parecía inocente pero venía envuelta en doble sentido.

Y Lance no era sutil.

No completamente.

Sí, sus coqueteos eran lo bastante discretos para que nadie más los notara, pero Fernando no era ingenuo, había sentido esas miradas largas que se alargaban un segundo más de lo necesario, las sonrisas ladeadas al final de cada clase, los "buenos días, profesor" con un tono que no necesitaba ser explícito para resultar provocador, las preguntas sin importancia solo para prolongar la conversación, las idas lentas al guardar sus cosas, las coincidencias en los pasillos.

No era torpeza, era intención.

Y Fernando ya no podía seguir ignorándola.

Esa mañana, el joven Stroll había llegado con una camisa abierta hasta el segundo botón, el cabello perfectamente desordenado, y esa actitud de quien sabe que está jugando un juego, Fernando lo observó desde el escritorio mientras los estudiantes se acomodaban, y algo dentro de él —algo que llevaba semanas intentando reprimir— se removió.

No podía permitirlo más.

Cuando terminó la clase, Fernando cerró su cuaderno con calma y alzó la vista justo cuando Lance se quedaba, como siempre, rezagado. Fingía guardar con lentitud sus apuntes, robándole segundos al reloj.

—Lance —dijo Fernando con un tono firme pero tranquilo.

El muchacho levantó la mirada con una media sonrisa, como si esperara exactamente eso.

—¿Sí, profesor?

—¿Podrías quedarte un momento? Necesito hablar contigo.

La sonrisa de Lance titubeó por una fracción de segundo, su corazón dio un brinco, sabia que no podía hacerse muchas ilusiones, pero no podía evitarlo, asintió y se acercó al escritorio. Fernando esperó a que los demás alumnos salieran, cuando el aula quedó vacía, cerró la puerta con suavidad, no por dramatismo, sino por privacidad.

Lance tomo este gesto como otra cosa.

Algo se movió en sus pantalones.

Fernando se acerco de vuelta al escritorio poyó las manos sobre este y lo miró, directamente.

—Sé lo que estás haciendo.

Lance levantó las cejas, fingiendo confusión.

—¿Perdón?

—No soy un hombre que se presta a juegos, Lance y mucho menos con mis alumnos, he sido paciente, porque entiendo que a veces la juventud confunde la admiración con otras cosas, pero ha pasado un mes y tus insinuaciones, tus miradas, tus formas... no son inocentes.

Lance bajó la mirada por un segundo, pero luego lo volvió a mirar con una mezcla de descaro y desafío.

—¿Y si no estoy confundido?

Fernando suspiró, cerrando los ojos un momento antes de continuar.

—Entonces te pido que, por el bien de ambos, lo dejes, esto no es saludable, ni profesional y, sobre todo, no es justo.

—¿No es justo... para quién? —preguntó Lance, y su voz ya no era burlona, sino más baja, más honesta.

Fernando lo miró, por primera vez con una expresión de cansancio emocional.

—Para ti, porque puedes jugar con muchas cosas, Lance, pero esto no es un capricho más que puedas controlar y para mí... porque tú no tienes idea de lo que esto podría significar, Lance eres el hijo del director, mi jefe, por el amor de dios.

Lance no respondió, solo lo observó, sin la máscara habitual de arrogancia, por un instante, se quedó en silencio y Fernando, que había entrado a esa conversación con claridad, se encontró sintiendo algo que no quería sentir, pena.

Pena por él, por esa juventud que cree que todo puede tenerse, por esa insistencia en romper lo que está bien.

Fernando se enderezó y suavizó la voz.

—Eres inteligente y vales más que esto, no te reduzcas a provocaciones vacías, y no te preocupes, no le contare de esto al señor Stroll, solo espero que te comportes y dejes de lado este juego.

Lance apretó los labios, asintió con la cabeza, y recogió sus cosas en silencio.

Cuando salió del aula, Fernando no se sintió mejor, solo más solo.

Y al quedarse en esa sala vacía, escuchando sus propios pasos mientras recogía papeles, supo que había hecho lo correcto.

Aun que algo se movía con incomodidad dentro de el.

 

Lance empujó la puerta del baño con fuerza, y esta se cerró tras él con un portazo sordo, por suerte, el lugar estaba vacío, el eco de sus propios pasos parecía responderle, como si incluso el silencio lo mirara expectante.

Se apoyó en el lavabo con ambas manos, inclinado hacia adelante, la cabeza baja, la respiración desbocada, sus dedos se aferraban al mármol frío mientras intentaba recuperar el control de su cuerpo, aunque por dentro todo le palpitaba como un tambor, el corazón, el ego, la emoción.

Y entonces, al levantar la vista hacia el espejo, ocurrió.

Una sonrisa lenta, descarada, se extendió por su rostro.

No de burla, ni de ironía, era pura satisfacción.

Fernando lo había notado.

Había notado cada mirada que le lanzaba en medio de clase, cada sonrisa cargada de doble intención, cada palabra dicha con un tono ligeramente más suave de lo necesario, lo había visto. Lo había sentido y había reaccionado.

Lance apoyó la espalda contra la pared, exhalando con una risa breve, triunfal.

—Te tengo —susurró para sí mismo, como si Fernando pudiera escucharlo a través del reflejo.

No le importaba que lo hubiera llamado la atención, al contrario, eso solo confirmaba que lo tenía en la mira, que lo había empujado al borde, no era cualquier alumno más, no era uno más del montón, era él. El único que había logrado que Fernando Alonso se saliera, aunque fuera un poco, de su rígido control.

Y eso le hinchaba el pecho como si hubiera ganado un juego secreto.

Se pasó una mano por el cabello, aún con la sonrisa intacta, el orgullo le ardía bajo la piel, sabía que estaba caminando una línea peligrosa, pero nunca le habían asustado las alturas, menos cuando sentía que tenía el control.

Su juego apenas comenzaba.

Y claro que no pensaba detenerse.

Por otra parte, en la sala de descanso de los docentes, Fernando Alonso estaba sentado en un sillón algo desgastado, con un par de hojas maltratadas entre las manos y una expresión que oscilaba entre la concentración fingida y la desesperación silenciosa.

Delante de él, una taza de café a medio terminar soltaba apenas un hilo de vapor, frente a sus ojos, los ensayos de sus alumnos, palabras genéricas, frases copiadas, redacciones tan evidentemente escritas con inteligencia artificial que ni siquiera podía molestarse en corregirlas con rigor.

Pero el verdadero problema no estaba en el papel.

Estaba en su mente, en ese torbellino de pensamientos que no lo dejaban en paz desde hacía días... o más bien, desde que Lance Stroll había comenzado a jugar su juego con él.

Es el hijo del director.

Es mucho más joven que tú.

Está confundido.

Es solo un capricho.

Se lo repetía como un mantra, una y otra vez, como si con suficientes repeticiones pudiera limpiar su conciencia, exorcizar la tensión que le provocaban esas miradas fijas y ese descaro juvenil que, para su desgracia, no le resultaba indiferente.

No podía —no debía— admitir que, en algún rincón muy oculto de sí, aquella atención lo había tocado. Le gustara o no, el chico lo había acorralado y por mucho que quisiera negarlo, parte de él no estaba tan firme como creía.

Estás solo, se decía y tu soledad empieza a hacerte ver cosas que no son.

Lance era solo un mocoso malcriado, acostumbrado a obtener lo que quería con un chasquido de dedos y Fernando no iba a ser una más de sus conquistas, con él no.

Él no es tan fácil.

—¿Te vas a quedar mirando ese papel todo el día o planeas quemarlo con la mente?

La voz de Checo lo sacó de su espiral con una mezcla de humor y preocupación, Fernando alzó la vista, algo sobresaltado, Checo se acercó con su termo de café en mano, arrastrando una silla para sentarse frente a él.

—Perdón... no te vi llegar —murmuró Fernando, frotándose el rostro con ambas manos.

—Es la tercera vez que pasas la hoja sin escribir nada. ¿Qué pasa contigo? —preguntó Checo, ya sin bromas, mirándolo con seriedad—. Llevas varios días raro, como si estuvieras... no sé, en guerra contigo mismo.

Fernando bajó la mirada, dejó el bolígrafo sobre la mesa y exhaló lentamente, dudó un momento, pero si había alguien con quien podía ser honesto, aunque solo fuera a medias, era Checo.

—Tengo un problema con un alumno —dijo al fin, con la voz baja y el ceño fruncido.

Checo alzó una ceja, atento.

—¿Qué clase de problema?

Fernando dudó otra vez, luego se inclinó hacia él, como si confesara algo que le pesaba más de lo que podía cargar solo.

—No me quita los ojos de encima, es... insistente, provocador, sabe lo que está haciendo y, para serte sincero, creo que lo hace a propósito.

—¿Quién? —preguntó Checo, bajando también el tono, ahora con algo de alarma.

Fernando solo lo miró, no necesitó decir el nombre, Checo lo entendió en cuanto vio esa mezcla de fastidio y resignación en sus ojos.

—¿Stroll? ¿El hijo del director?

Fernando asintió con un gesto lento.

Checo soltó un silbido bajo y apoyó la espalda en el respaldo.

—Vaya, eso sí es una bomba.

—Y lo peor... es que lo sabe, sabe exactamente lo que está haciendo y yo... —Fernando se pasó una mano por la nuca— no soy de piedra, Checo, sé que no está bien, pero me está costando mantener la distancia emocional.

—¿Y hablaste con él?

—Hoy, lo enfrenté, le pedí que parara, que esto no podía seguir.

—¿Y?

Fernando soltó una risa breve, sin alegría.

—Se fue sin decir nada, pero con esa sonrisa en la cara como si yo le hubiera dado exactamente lo que quería.

Checo se quedó callado un momento, pensativo, y luego le dio una palmada en el hombro.

—Ten cuidado, Fer, no solo con él, con todo esto, a veces, el problema no es lo que pasa... sino cómo se ve desde afuera y tú ya sabes cómo funciona este lugar, basta una palabra mal dicha para que las cosas se descontrolen.

Fernando asintió, pero antes de que pudiera decir algo más, Checo añadió, con un tono más bajo, casi como si se confesara sin querer:

—Y te lo digo... porque lo entiendo más de lo que crees.

Fernando lo miró, desconcertado.

Checo sonrió con cierta picardía, luego se encogió de hombros.

—Hay un chico, amigo de Lance, de hecho, Max.

El nombre hizo que Fernando alzara las cejas.

—¿Verstappen?

—Ajá, no es tan... descarado, a veces, pero se nota, tiene esa forma de mirarme, de quedarse más tiempo de lo necesario, de hacer preguntas que no tienen nada que ver con la clase y al principio pensé que era coincidencia... hasta que dejé de pensarlo.

Fernando lo observó con una mezcla de sorpresa y reconocimiento, no se lo esperaba. Checo, siempre tan suelto, tan alegre, tan seguro de sí mismo... también estaba cruzando la misma cuerda floja.

—¿Y qué haces tú con eso? —preguntó, bajando la voz.

Checo soltó una risa breve y se pasó la mano por el cabello, como quien acepta una travesura sin del todo querer asumirla.

—Intento ignorarlo, a veces, pero no voy a mentirte, Fer... hay algo en él, se que suena muy mal viniendo de mi, se que como profesor no puedo caer en este tipo de juegos, pero Max... Hace que me pierda en cada provocación, aparte, recuerda que ya no lidiamos con niños, ellos ya son adultos que saben lo que quieren o deberían de saberlo.

Fernando lo escuchó en silencio, no juzgaba, al contrario, por primera vez en esa conversación, sintió que alguien realmente entendía su dilema, pero también vio con claridad la diferencia entre ambos.

—Tú te estás dejando llevar —dijo, sin reproche, solo como una constatación.

—Tal vez. —Checo lo miró con honestidad—. Pero tú estás luchando tanto contra ti mismo que pareces al borde de romperte, no digo que te dejes llevar... solo digo que a veces lo que más nos cuesta admitir es lo que más necesitamos enfrentar.

Fernando desvió la mirada, incómodo.

No es lo mismo, pensó. No puede serlo. Max, que ya había tenido la dicha de conocer por un pequeño evento que se llevo acabo en la facultad y el fue uno de los encargados, era diferente, más maduro, más cuidadoso, Lance era puro fuego sin control, y él... él no estaba dispuesto a quemarse.

O al menos, eso se repetía.

Checo se levantó y tomó su termo de café.

—Solo cuídate, Fer, no por lo que otros digan... sino por ti.

Fernando asintió, pero no respondió, solo se quedó allí, mirando el papel entre sus manos, mientras el eco de esas palabras se colaba, silencioso, en los rincones de su conciencia.

 

El sonido de sus pasos resonaba con seguridad en el piso encerado del pasillo administrativo, Lance caminaba con las manos en los bolsillos, la espalda recta, el mentón ligeramente alzado y ese aire de quien siempre ha sabido que el mundo se adapta a sus deseos, no era arrogancia, era costumbre.

Llegó frente a la puerta con letras doradas que decían "Lawrence Stroll – Dirección General". Ni siquiera se detuvo a preguntar si podía pasar, entró como lo hacía desde niño, sin tocar, sin esperar.

Su padre levantó la mirada desde unos documentos.

—¿Lance? ¿Pasa algo?

—Hola, papá —saludó Lance con una sonrisa encantadora mientras se dejaba caer en una de las sillas frente al escritorio—. Solo venía a hablar contigo, un minuto, nada más.

Lawrence lo observó por encima de sus gafas con una ceja ligeramente alzada, conocía ese tono, Lance siempre entraba así cuando quería algo.

—Adelante. ¿De qué se trata?

—De mi clase de idiomas —empezó, con una falsa inocencia tan pulida que rozaba lo teatral—. El nuevo profesor... el señor Alonso... bueno, digamos que su método me funciona muy bien, me hace interesarme más por la clase, me siento conectado con su forma de enseñar.

Lawrence dejó los papeles y lo miró con atención, levantando una ceja ante semejante declaración, no es que no creyera en su hijo ni menos pero....¿Lance interesado en una clase?

—¿Fernando Alonso?

—Exacto. —Lance apoyó un codo sobre el escritorio, sonriendo como si no hubiera una segunda intención detrás—. Sé que es un profesor temporal, que vino a suplantar a la profesora anterior por que esta incapacitada, pero... yo quisiera que se quedara, que fuera mi profesor permanente de idiomas, que le dieras una plaza fija, si es posible.

Lawrence entrecerró los ojos, escudriñando el rostro de su hijo, sentía que era mas interés hacia el profesor que hacia la materia en si.

—¿Desde cuándo te importa tanto un profesor de idiomas?

—Desde que me importa entender algo, por una vez —respondió Lance con rapidez, casi indignado, aunque solo era una actuación más—. Estoy aprendiendo, padre, te parece raro porque nunca me ha entusiasmado una clase, lo sé, pero esta vez es diferente y quiero aprovecharlo.

Lawrence se reclinó en su silla, cruzando los brazos.

—¿Y esto no tiene nada que ver con... algún interés personal?

Lance fingió una risa breve y divertida, como quien se ofende con elegancia.

—¿Qué clase de interés podría tener yo en un profesor de cuarenta y tantos años?

—Tú dime —dijo Lawrence, aún con cierto tono de sospecha.

Lance ladeó la cabeza, fingiendo decepción.

—Vamos, papá. ¿No puedes simplemente alegrarte de que tu hijo, por una vez, quiera comprometerse con sus estudios?

El director suspiró, el chico sabía jugar y como siempre... lo tenía entre las manos.

—Veré qué puedo hacer, pero no prometo nada aún.

—Gracias, papá. —Lance se levantó con una sonrisa triunfal—. Sabía que podía contar contigo.

Cuando salió de la oficina, caminaba con una satisfacción apenas contenida, el sol se colaba por los ventanales del pasillo, iluminándole el rostro.

Si Fernando no quería jugar, pensó con astucia, entonces iba a quedarse atrapado en el tablero por un buen tiempo.

Porque si algo quería Lance Stroll, era tiempo.

Tiempo para quebrar su resistencia.

Tiempo para tenerlo.

Y ahora, lo tendría.

 

Fernando caminaba por los pasillos con el ceño fruncido y el paso más lento de lo habitual, como si su cuerpo aún no terminara de procesar lo que acababa de suceder, su portafolio colgaba flojo de una mano, olvidado, mientras en su cabeza una sola pregunta rebotaba una y otra vez: ¿Acababan de ofrecerle una plaza fija?

Más que una propuesta, se sintió como una declaración ya firmada, sellada y enviada, el propio director, Lawrence Stroll, lo había recibido en su oficina con una sonrisa inusualmente entusiasta y le había detallado con una cortesía casi excesiva los "beneficios" de quedarse indefinidamente en la institución, un sueldo generoso, vacaciones flexibles, apoyo académico... Todo pintado como si hubiese sido parte del plan desde el inicio.

Pero Fernando sabía muy bien que él estaba allí solo como reemplazo temporal de una docente que había pedido una licencia médica.

¿La despidieron sin más? ¿Cambiaron de idea de un día para otro? ¿Por qué tanta prisa... y por qué justo conmigo?

Se detuvo frente a la puerta de su cubículo, sin abrirla aún, algo no le cerraba ,amaba enseñar, claro, siempre lo había dicho, las aulas eran su refugio, su vocación, pero esa repentina insistencia, esa manera tan urgente de "retenerlo", tenía un sabor extraño. Como si hubiera una segunda intención que aún no lograba descifrar.

¿De verdad fue mi desempeño lo que los impresionó tanto... o hay algo más detrás?

Fernando se frotó la sien, agotado, el director no había dado explicaciones más allá de frases ambiguas: "Ha sido usted muy bien evaluado", "Tenemos referencias excelentes", "Un perfil como el suyo es justo lo que necesitamos a largo plazo". Halagos, sí... pero también evasivas.

Y sin embargo, algo más zumbaba en su mente, como una advertencia en voz baja que no se atrevía a escuchar con claridad.

Abrió finalmente la puerta de su oficina, pero antes de entrar, se volvió levemente hacia el pasillo, como si esperara ver a alguien aparecer tras él.

No había nadie.

Y aun así, no pudo evitar sentir que, en esa jugada silenciosa, alguien más ya había movido sus piezas por él.

Notes:

Holi

Chapter 4: La mordida del lobo.

Summary:

La notificación aún brillaba en la pantalla de su computadora, como un recordatorio burlón que no lo dejaba respirar tranquilo.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

La notificación aún brillaba en la pantalla de su computadora, como un recordatorio burlón que no lo dejaba respirar tranquilo.

"Contrato renovado – Confirmación de plaza fija"

Firmado y sellado por dirección general, el asunto era oficial.

Fernando entrecerró los ojos y se recargó en su silla, le temblaba un poco la pierna, de forma casi imperceptible, la noticia, tan inesperada como rotunda, le provocaba una mezcla de emociones imposibles de clasificar. No era que le molestara quedarse... pero la forma en la que todo se había dado, sin aviso, sin explicación, sin una conversación real... le dejaba un sabor inquietante.

Y esa sensación no lo abandonaba.

Ni siquiera cuando escuchó el golpe suave de unos nudillos en la puerta.

—¿Interrumpo?

Fernando levantó la vista, Checo asomó la cabeza con una sonrisa amistosa, pero en su mirada había algo más, algo que ya no era solo preocupación.

—Adelante —dijo Fernando, enderezándose en la silla.

Checo entró y cerró la puerta detrás de él y se dejó caer en la silla de enfrente sin rodeos, cruzando la pierna con naturalidad.

—Te tengo un chisme —anunció con tono casual, pero la tensión se notaba en el aire—. Y no me mires así, yo solo soy el mensajero.

—¿Ahora qué? —preguntó Fernando, con cansancio en la voz pero a la ves divertido, puede que estuviera con la cabeza por las nubes pero escuchar la mexicano hablar con ese español tan divertido de el le producía cierta tranquilidad.

Checo apoyó el codo en el escritorio y bajó el tono.

—¿Sabías que fue Lance quien le pidió a su papá que te dejaran como profesor permanente?

El silencio cayó con un golpe seco.

Fernando se quedó quieto por un instante, como si no hubiera entendido.

—¿Qué?

—Max me lo dijo y lo sé, sé que el tipo no habla por hablar, al parecer, Lance fue directo a la oficina de Lawrence, puso su carita de niño bueno y le vendió que contigo estaba aprendiendo mejor que nunca, que conectaba contigo, que por primera vez se interesaba en la materia.

Fernando apretó los labios, lo supo, lo había presentido, pero ahora lo sentía como un golpe al pecho, claro que no había sido una coincidencia.

—¿Y como estas seguro de lo que te dijo el joven Max?— Aun quería creer que no era verdad.

—Bueno es que, ya sabes....Max y yo...somos cercanos— Checo se sonrojo ligeramente intentan buscar las palabras adecuadas. — Bueno, el caso es que es verdad.

Dijo finalmente tratando de sonar lo menos nervioso posible por la situación aun que igual Fernando no le estaba poniendo demasiada atención después de lo que su amigo le dijera, estaba ligeramente molesto.

—Ese mocoso... —murmuró.

Checo lo observó en silencio unos segundos.

—Fer, tú no juegas con estas cosas, pero Lance sí. 

Fernando negó con la cabeza, se levantó y empezó a caminar por el pequeño cubículo, inquieto.

—Esto se está saliendo de control.

—Lo sé y por eso te lo digo, porque necesitas tener claro de dónde vienen estas jugadas, no te están evaluando como profesor, te están cazando, Fer.

—No va a lograrlo.

—Más te vale estar seguro —dijo Checo con suavidad, levantándose también—. Porque él... lo está cada vez más.

Fernando asintió en silencio. Checo le dio una última mirada antes de marcharse, dejándolo con el zumbido de las palabras que acababa de soltar.

Y justo entonces, como si el universo decidiera probar su temple, volvieron a tocar la puerta.

Dos toques, lentos, seguros.

Fernando sintió un nudo en el estómago.

—¿Se puede? —preguntó una voz familiar, encantadora... y peligrosamente satisfecha.

Fernando tragó saliva y se volvió hacia la puerta.

—Pasa, Lance.

La puerta se abrió suavemente, como si el joven ya supiera que lo estaban esperando, Lance entró con esa sonrisa pícara, y cerró la puerta con calma detrás de él.

La cerro con seguro, así nadie podría interrumpirlos.

Vestía bien, demasiado bien para una tarde cualquiera, su cabello perfectamente peinado, su perfume sutil, su postura relajada pero cargada de intención.

—Solo quería felicitarte, profesor —dijo con tono meloso, paseando la mirada por la oficina como si fuera suya—. Supe que te quedarás con nosotros de forma permanente.

Fernando cruzó los brazos.

—¿Y tú qué sabes de eso?

Lance sonrió.

—Digamos que me gusta asegurarme de tener a los mejores profesores... cerca.

El silencio se estiró entre los dos como una cuerda tensa, Fernando lo miró con dureza, pero Lance no bajó la mirada, al contrario, la sostuvo, la sostuvo como quien lanza un desafío, se acerco a el de forma peligrosa, viéndolo como una presa, como si aquel depredador por fin había alcanzado al pequeño ciervo.

Solo que Alonso no era ningún maldito ciervo.

Fernando respiró hondo, sintiendo cómo la sangre le golpeaba en las sienes, todo estaba mal, todo estaba fuera de lugar.

Y sin embargo... no se movió.

—Lance, no sé qué crees que estás haciendo, pero esto... se está saliendo de los límites.

El chico dio otro paso, aún más cerca, estaba a centímetros.

—¿Qué límites, profesor? —preguntó con una dulzura artificial que erizaba la piel—. Solo estoy celebrando, me alegra que te quedes. ¿Acaso no estás feliz por eso?

—No si fue a costa de una mentira —replicó Fernando, la voz cada vez más tensa—. Sé que hablaste con tu padre, sé que pediste que me dieran la plaza. ¿Te parece correcto usar tu posición así?

Lance ladeó la cabeza.

—¿Mentí acaso? ¿No soy tu mejor alumno? ¿No me esfuerzo más que antes?

Fernando dio un paso atrás, Lance dio uno al frente, el juego era claro, la diferencia de edad no se notaba cuando la tensión sexual tomaba el control.

El aire entre ellos ya era sofocante, Fernando comenzaba a sentir cómo el calor del cuerpo de Lance invadía el suyo, estaba tan cerca que pudo notar mejor la diferencia de estatura, el mocoso era mucho mas alto que el ¿Qué le dan de comer a los niños hoy en día?,
Y entonces, de pronto, sin aviso, la espalda de Fernando chocó contra la pared del cubículo, acababan de quedarse sin espacio, solo quedaba el uno frente al otro.

Y Lance lo supo, lo vio en sus ojos.

—Esto no es un juego —repitió Fernando, intentando mantener su autoridad.

—¿Y quién dijo que lo era?

La sonrisa de Lance ya no tenía rastro de inocencia, era cruda, hambrienta y en un movimiento tan suave como calculado, puso las manos en la cintura de Fernando, sujetándolo con firmeza, no lo apretó... pero no le dio opción de escapar.

El cuerpo de Fernando se tensó de inmediato, un escalofrío le recorrió la espalda.

Esto no estaba bien, esto era inapropiado.

Pero... no lo detuvo.

—Eres un niño —murmuró, con más miedo a sí mismo que a Lance.

—Tengo veintiún años —susurró Lance, su voz cerca de su oído—. Soy adulto, aunque no quieras verlo y tú también lo sientes... aunque te mueras por negarlo.

Fernando cerró los ojos un segundo, solo uno, pero bastó, en ese momento, el perfume de Lance lo envolvió, su aliento estaba demasiado cerca, su cuerpo demasiado firme, demasiado joven, demasiado lleno de deseo.

—No puedes hacer esto —dijo finalmente, en un susurro que sonó más como una súplica.

—¿Y por qué no? —replicó Lance, bajando la mirada a sus labios, sin tocar, pero demasiado cerca—. ¿Por la escuela? ¿Por mi padre? ¿O porque tienes miedo de que esto... también lo quieras tú?

Fernando lo empujó suavemente por el pecho, sin brusquedad, pero con firmeza. Lance retrocedió un paso, aunque su expresión no cambió.

—Sal de aquí. Ahora.

Lance soltó una pequeña risa nasal, divertida, pero no burlona, era la risa de quien sabe que está ganando lentamente.

—No tienes idea de lo mucho que me gustas cuando intentas ser fuerte.

Apretó el agarre de la cintura mientras se agachaba a la altura del cuello del mayor dejando pequeños besos húmedos que iban cargados de deseo.

Fernando se estremeció, soltó un jadeo débil pero cargado de deseo, se estaba sintiendo bien, peligrosamente bien.

—¡Lance!— Fernando jadeo su nombre de una forma deliciosa que dejo satisfecho a Stroll, el cabrón lo había mordido, dejando una marca enrojecida en el cuello del mayor.

Lance se alejo admirando su obra de arte, un Fernando Alonso jadeando por el y para el, con los ojos cerrados por la vergüenza, sonrió con sarna y le alejo, se dio la vuelta y caminó hacia la puerta.
Antes de salir, giró solo un poco el rostro y dijo, con una sonrisa más suave, casi dulce:

—Yo te voy a hacer caer, Fernando, solo es cuestión de tiempo.

Y luego se fue.

Fernando no se movió, sentía las manos aún ardiendo donde Lance lo había tocado.

Se sentía asqueado.

Se sentía vulnerable.

Se sentía... deseado.

Y eso era lo que más lo enojaba.

Y peor, tenia una erección.

 

Las clases para Lance habían terminado hace un rato, era relativamente tarde, bueno, tarde para un estudiante que debería estar durmiendo para su siguiente día de clases o que debería estar haciendo alguna tarea para presentar mañana. Pero para Stroll era lo que menos le importaba ahora mismo, estaba demasiado extasiado para si quiera pensar en dormir, en un momento de la noche llamo a su amigo Max para poder salir a divertirse.

La música de fondo era suave, casi inexistente, un jazz instrumental llenaba el aire junto al golpeteo ocasional de bolas de billar rodando sobre la mesa central, el salón privado del club era todo lo que uno esperaría de una propiedad de los Verstappen, exclusivo, caro y perfectamente silencioso.

Lance estaba recostado en uno de los sillones de cuero, una bebida en mano, con el primer botón de la camisa desabrochado y una sonrisa que no se le borraba del rostro desde que salieron de la escuela.

Max estaba de pie, inclinándose sobre la mesa de billar mientras alineaba un tiro. Vestía informalmente, pero su presencia imponía lo de siempre, poder.

—Estás insoportablemente feliz —comentó Max sin mirarlo, dejando caer la bola blanca con un golpe seco y preciso—. ¿Debo preguntarte por qué... o me lo vas a contar igual?

Lance soltó una risa corta y se acomodó mejor en el sillón.

—Digamos que hoy... me fue bien.

Max levantó una ceja y giró apenas la cabeza.

—¿Y eso significa qué? ¿Sacaste buena nota? ¿Tuviste un polvo rápido con alguien que no me vas a presentar?

—Me encantaría presumirte eso —dijo Lance, divertido—. Pero esto es mejor que eso, mucho mejor.

Max se enderezó, tomó su cerveza y caminó hasta él, dejándose caer en el sillón contiguo, lo miró de costado, con esa expresión que usaba cuando sabía que su amigo estaba metido en líos.

—Lance. ¿Qué hiciste?

—Nada ilegal —respondió con una sonrisa maliciosa.

—¿Y moralmente cuestionable?

—Tal vez un poco.

Max suspiró, apoyando la cabeza en el respaldo.

—Dios... ¿tiene que ver con Alonso?

Lance no respondió, solo le dirigió una sonrisa ladeada, misteriosa.

Max lo miró con más atención, la forma en que su amigo brillaba, el brillo en sus ojos, esa autocomplacencia... era diferente, no era solo atracción, era conquista.

—Lance —repitió Max, ahora más serio—. ¿Pasó algo?

Lance se tomó su tiempo antes de contestar, dio un sorbo lento a su trago, como si saboreara no solo la bebida, sino el recuerdo.

—No todo... pero algo sí —dijo finalmente, dejando el vaso en la mesa—. Digamos que el profesor Alonso ya no me ve como un simple estudiante.

Max se giró hacia él, completamente.

—¿Qué hiciste?

—Lo acorralé —admitió Lance con un brillo de emoción en la voz—. Le dije lo que sentía, lo miré a los ojos, lo toqué, lo vi dudar.

—¿Lo tocaste?

—Lo tomé por la cintura —dijo con una sonrisa orgullosa—. Le hablé al oído, estaba temblando, le gusto, Max, No puede ocultarlo.

Max se quedó en silencio por unos segundos.

—Estás loco —murmuró, con un rastro de diversión.

Stroll soltó una breve risa mientras daba un trago a su cerveza casi vacía. En su mente, repetía una y otra vez aquel encuentro con Fernando, saboreando cada gesto, cada palabra, cada mirada contenida, no había terminado como él deseaba —todavía no—, pero verlo tan cerca de perder el control... eso ya era una pequeña victoria.

Lance era caprichoso, sí, pero también sabía lo que valía, sabía que era guapo, irresistible, un encanto envuelto en cuerpo de tentación. Nadie se le resistía por mucho tiempo y Fernando Alonso no iba a ser la excepción.

—Loco... pero de amor —dijo con una sonrisa descarada, dejando caer la cabeza contra el respaldo del sillón—. Joder, Max, no pensé que esto me podía pasar y de repente llega él y me revienta el mundo, es perfecto, ahora entiendo por qué estabas hecho mierda por el profesor Sergio.

Suspiró como si estuviera hablando del mejor pecado de su vida, y en parte, lo era.

Decía que haría que Alonso cayera rendido a sus pies... pero el que había terminado cayendo primero fue él y lo peor, o lo mejor, era que Fernando ni siquiera lo aprovechaba, lo tenía ahí, rendido, temblando por una sola caricia, y se empeñaba en seguir resistiéndose.

Lance negó con una sonrisa frustrada, estaba perdiendo la cabeza por un hombre que ni siquiera se atrevía a tocarlo.

—Lance, lo conoces desde hace un maldito mes, no seas imbécil.

— No me importa, el amor es así, llega cuando menos lo esperas y te hace hacer cosas estúpidas ¿Tu no haces cosas estúpidas por tu Chequito?

Max lo mire por un momento de forma juzgona pero, su amigo tenia razón. 

 

La ciudad se desdibujaba tras los ventanales, luces lejanas parpadeando como si supieran que en ese apartamento, alguien estaba perdiendo el control.

Fernando se quitó la camisa con movimientos lentos, como si el día entero le pesara en los hombros, dejó caer la prenda sobre el respaldo del sofá, caminó hasta la cocina y sirvió un whisky sin hielo, no lo bebió de inmediato, se quedó allí, de pie, mirando el líquido ámbar girar en su vaso con la misma intensidad con la que giraban sus pensamientos.

Todo el día había intentado evitarlo, había corregido ensayos, charlado con colegas, fingido normalidad en clase... pero no podía sacárselo de la cabeza.

Lance.

Ese mocoso malcriado, seductor y terco.

Ese alumno que no solo había cruzado la línea, sino que ahora bailaba sobre ella como si fuera una cuerda floja, desafiando cada regla, cada norma.

Y lo peor de todo es que... Fernando no podía negar lo que sintió.

Podía seguir diciéndose que era un hombre correcto, que esto estaba mal, que él no era así, podía repetirlo mil veces, pero nada de eso borraba la sensación de esas manos jóvenes en su cintura, de esa mirada intensa a centímetros de su rostro, del calor que aún parecía estar adherido a su piel.

Llevó el vaso a los labios, bebió, el alcohol no quemaba tanto como el recuerdo.

Se sentó en el sillón de su sala, con solo los pantalones puestos, el pecho desnudo subiendo y bajando con cada exhalación cargada de tensión, se pasó una mano por el rostro.

—Esto es una locura... —murmuró para sí mismo.

Pero su mente no hacía otra cosa que volver una y otra vez a esa escena, el cuerpo de Lance tan cerca del suyo, la pared fría en su espalda contrastando con el calor del chico frente a él, ese susurro, "me encantas", esa mirada desafiante, ese maldito deseo que sí sentía, aunque quisiera negarlo.

Fernando se inclinó hacia adelante, los codos en las rodillas, el vaso entre las manos, cerró los ojos, y por un instante se permitió imaginar.

Lance otra vez frente a él, pero sin barreras.

Sin retroceder.

Sin resistirse.

La forma en que sus labios se curvarían en una sonrisa victoriosa antes de besarlo, las manos deslizándose bajo su ropa, ese cuerpo joven, vibrante, deseándolo como nadie más lo había hecho en mucho tiempo.

Fernando, perdido en esa fantasía cada vez más nítida, llevó la mano hacia el costado de su cuello, justo donde Lance lo había mordido horas antes, la marca seguía ahí, ardiente, como una confesión susurrada a la piel, durante todo el día había tenido que disimularla, esconderla bajo el cuello de la camisa, evitar espejos... pero ahora, en la privacidad de su apartamento, la podía sentir plenamente.

Pasó los dedos con lentitud por la herida, casi con reverencia, como si fuera una quemadura deliciosa. Soltó un suspiro bajo, tembloroso, la piel todavía sensible le respondió con un escalofrío, y Fernando tragó en seco, estremecido ante el efecto que ese chico tenía sobre él.

Y entonces lo sintió, el calor, el peso de ese deseo creciente que ya no podía negar.

Su cuerpo reaccionaba solo, traicionero, hambriento, la entrepierna comenzaba a tensarse bajo la tela, duro, pulsante, tan vivo como el recuerdo de esas manos jóvenes sujetándolo por la cintura.

Fernando cerró los ojos por un segundo, derrotado por la intensidad, bajó la mano libre con una lentitud casi deliberada, mientras la otra seguía acariciando el punto exacto donde Lance lo había marcado.

Sus dedos llegaron a su pantalón, y sin una pizca de culpa, empezó a frotarse, primero con lentitud, luego con más presión, el roce le arrancó un gemido bajo, ronco, contenido... pero cargado de deseo.

El nombre de Lance no lo dijo en voz alta, pero lo pensó y eso fue aún peor.

Su mente lo imaginaba de rodillas, con esa sonrisa ladina y esos ojos traviesos, adorando cada parte de él como si fuese suyo, la imagen era tan vívida que Fernando casi pudo sentir su aliento, su lengua, su voz susurrando obscenidades dulces, peligrosas... "Te encanta que te mire así, ¿verdad, profe?"

Fernando apretó los dientes mientras su mano se movía con más firmeza, su cuerpo ya entregado por completo al deseo, abrió el botón del pantalón, bajó apenas la cremallera, lo justo para liberar la tensión, su polla completamente dura por el deseo, liquito prese minal salía de la punta, desesperado por la liberación, por un toque, Fernando tomo su polla hinchada y llorosa en sus manos y empezó un vaivén, disfrutando de la sensación ayudándose de las imágenes  obscenas de Lance estando de rodillas chupándole la polla lento. Se inclinó un poco hacia atrás en el sillón, exhalando con fuerza, la respiración desordenada, los latidos marcando un ritmo salvaje.

No había vergüenza.

No en ese momento.

Solo placer, solo fantasía y Lance, siempre Lance.

—Lance..¡Oh Dios!....

El clímax llegó rápido, inevitable, impulsado por la represión de días y la intensidad del recuerdo. Su cuerpo tembló, y un gemido gutural se escapó de su garganta cuando se dejó ir, jadeando, el pecho subiendo y bajando con violencia.

El silencio después fue espeso.

Casi incómodo.

Fernando respiraba con dificultad, el cuerpo todavía temblando por la descarga, pero los ojos clavados en el techo como si buscara alguna respuesta en el yeso.

Había cedido, por fin y no podía negar que lo había disfrutado, mucho más de lo que debería.

Se limpió con cuidado, con los movimientos lentos de quien no quiere aceptar lo que acaba de hacer. Se levantó, fue al baño , se lavó las manos, el rostro... pero el ardor en la nuca y en el pecho no desapareció.

Lo que vio fue peligroso, un hombre al borde, no por debilidad, sino porque hacía demasiado que nadie lo miraba así, como si fuera deseado, como si fuera la presa.

Y Lance... Lance sabía exactamente lo que hacía.

Notes:

Me dio mucha vergüenza escribir esto jaja.

Chapter 5: Prohibido, pero mío.

Summary:

Coito jijiji

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El sol de la mañana se filtraba por los ventanales altos del aula, pintando las paredes con franjas doradas que no lograban calentar la inquietud que habitaba el cuerpo de Fernando Alonso.

Aparentemente, era un día como cualquier otro, él estaba allí, de pie frente a su escritorio, revisando por enésima vez las hojas de su clase, con su camisa perfectamente planchada, su reloj marcando con exactitud los minutos previos antes de iniciar la primera clase, su rostro sereno, pero por dentro... todo estaba mal.

La noche anterior lo había desarmado, no por lo que pasó, sino por lo que se permitió hacer, por el placer con el que se dejó llevar, por el nombre que se le escapó en medio del deseo.

Lance.

Fernando tragó saliva mientras cerraba el cuaderno con más fuerza de la necesaria, sintió el leve ardor en su cuello -ahí donde la piel aún conservaba la huella del mordisco-, y el recuerdo le caló hasta los huesos, esa marca seguía ahí, como una sentencia, como un sello.

Había pasado la noche sintiéndose sucio, culpable... y aún así, no se arrepentía, esa era la peor parte, había disfrutado esa fantasía, se había venido pensando en su alumno, un chico que no solo era menor que el, sino arrogante, peligroso... y jodidamente irresistible.

Apretó la mandíbula y miró el reloj, faltaban dos minutos, acomodó los papeles con manos tensas y caminó hacia el ventanal, respiró hondo, tratando de calmarse.

No había lugar para errores hoy, no podía dejar que nadie -especialmente él- notara lo afectado que estaba.

El timbre sonó con su eco habitual, las puertas comenzaron a abrirse, los pasos retumbaron en los pasillos, risas, conversaciones, mochilas, carpetas, Fernando volvió a su sitio, su rostro nuevamente neutro, profesor una vez más.

Los primeros estudiantes entraron, saludos breves, asentimientos, voces jóvenes que lo rodeaban sin tocarlo.

Y entonces, como un maldito acto del destino... entró Lance.

Cruzó el umbral con paso seguro, sin prisa, con el cabello perfectamente arreglado y esa chaqueta negra entallada que parecía diseñada para tentar a los santos, iba sonriendo, saludando a un par de compañeros, como si nada, como si no hubiera dejado jadeando a su profesor contra una pared apenas veinticuatro horas antes.

Fernando lo sintió todo en un segundo.

El nudo en el estómago.

El calor en el cuello.

El recuerdo de su nombre escapando de sus labios entre gemidos.

Maldita sea...

Lance lo miró, no directamente, pero lo hizo, lo buscó con la mirada como si midiera el terreno, como si verificara que la presa aún estaba ahí y cuando se cruzaron los ojos, no hizo nada más que sonreír, apenas un poco, una sonrisa sutil, contenida, cómplice.

Fernando bajó la mirada de inmediato, volvió a su escritorio, Fingió revisar unos apuntes, sintió su corazón retumbarle en las costillas.

Ese niño iba a destruirlo.

-Buenos días -dijo, con la voz un poco más ronca de lo habitual.

-Buenos días, profesor -respondieron todos... incluido él. Esa voz, grave, perfectamente modulada, fue la última en sonar, como si hubiera esperado el momento exacto para ser lo último que Fernando oyera.

Y sí... esa voz lo atravesó.

Desde el asiento del fondo del aula, Lance Stroll no apartaba los ojos de Fernando.

No porque le interesara la clase, la literatura comparada era lo último en su lista de prioridades ahora mismo, lo observaba porque necesitaba hacerlo, porque cada movimiento del profesor era una provocación involuntaria, porque ese cuello cubierto con el botón extra delgado... ocultaba su marca.

La marca que él había dejado.

Lance cruzó los brazos, echándose hacia atrás con descaro, su pierna se balanceaba con pereza, el lápiz giraba entre sus dedos, no necesitaba mirar sus notas, solo necesitaba seguir mirando esa espalda tensa, ese cabello perfectamente peinado, esos hombros que parecían cargar el peso de todos los pecados que él mismo le había clavado encima.

Fernando había gemido su nombre.

Cuando lo tenia solo para el, en aquel estrecho cubículo, solo eran Fernando y el.

No lo había dicho, no lo había susurrado. Lo había gemido y eso era una victoria que ningún otro alumno en esa jodida institución podría presumir.

Y ahora, verlo ahí al frente, fingiendo que no había pasado nada, fingiendo que era un maestro más, serio, profesional, incorruptible...

Lo volvía loco.

Lance apretó las piernas con discreción, seguía caliente, no había dejado de estarlo desde la noche anterior, le había bastado cerrar los ojos por unos minutos en la ducha esa mañana para recordar el jadeo de Fernando, su piel erizándose, su cuerpo temblando bajo el roce de sus labios.

Quería repetirlo.

No, quería más.

Ya no bastaba con una mordida, con un gemido, con una mirada furtiva, Lance no era paciente y menos cuando sabía que el deseo ya estaba de su lado.

No lo puede ocultar, no puede más, hoy lo hago caer.

Se inclinó hacia su cuaderno como si escribiera algo, pero en realidad solo garabateaba una línea curva, sin sentido, su mente no estaba allí, su mente estaba ideando cómo volver a estar a solas con él, cómo lograr que esta vez, Fernando no se alejara.

Porque había algo en esos ojos -por más que el otro lo negara- que decía "hazlo", que rogaba por rendirse, por ceder.

Lance entrecerró los ojos, su sonrisa ladeada comenzando a formarse con lentitud, tenía un plan, tenía el escenario y tenía a Fernando.

El resto era cuestión de tiempo y tiempo... era justo lo que le sobraba esta tarde.

El final de la clase llego, arrastrando consigo el murmullo de mochilas, risas y pasos apresurados uno a uno, los alumnos fueron abandonando el salón pero Lance... Lance no se movió.

Lo observó cerrar su libro con parsimonia, recoger sus cosas con la misma compostura profesional de siempre, y creyó por un momento que Fernando realmente pensaba que podía fingir normalidad.

Qué adorable.

Lance se levantó recién cuando su profesor se giró para limpiar el pizarrón, la clase ya estaba vacía, solo quedaban ellos dos.

-Buena clase, profesor -dijo Lance, acercándose con calma.

Fernando alzó una ceja, sin darle mayor atención, intentaba mantenerse tranquilo, no podía dejarle ver a Lance lo mucho que le afectaba.

Aun que por dentro estuviera muriendo de los nervios.

-Gracias, me alegra que por una vez prestaras atención.

-Oh, créeme -dijo Lance con tono bajo, caminando hacia el escritorio-. Te estuve prestando mucha atención.

Algo en Fernando se movió, no por incomodidad, si no con interés.

Fernando lo miró, solo por un segundo, pero fue suficiente.

Lance sonrió.

-¿Qué quieres ahora, Lance?

-Un momento contigo, solo eso.

-No es buena idea.

-¿Y si te dijera que encontré un lugar? -se inclinó un poco sobre el escritorio, su voz bajando aún más-. Donde nadie entra, donde nadie pregunta, donde nadie escucha.

Lance conocía la universidad como la palma de su mano, su padre se había encargado de eso, sabia donde podía divertirse sin ser descubiertos, solo era cuestión de que Fernando estuviera dispuesto a divertirse también.

Fernando se tensó visiblemente.

Lance aprovechó el silencio.

-La sala de archivo vieja, ala norte, ya no se usa, ni el personal de intendencia pasa por ahí, papá dice que va a remodelarla, pero lleva meses sin tocarse.

Fernando lo miró, suspicaz, pero también... tentado.

-Estás loco, Lance, somos profesor alumno, no puede haber nada entre nosotros ¿sabes lo que tu padre me haría si tan solo pensara en ponerte las manos encima?

-Bueno... Nadie dijo nada de ser yo quien ponga las manos sobre ti ¿Verdad? -susurró deslizando su mano de forma lenta para posarla sobre la del hombre nervioso y indeciso frente suyo-. Ambos somos hombres adultos que saben lo que quieren ¿No es así?.

Su tono era grave, cargado de deseo y lujuria no dejaba de ver aquellos ojos nerviosos que evitaban cruzar miradas con los suyos, acaricio la mano del contario con suavidad, había deseo si, pero de verdad lo anhelaba, deseaba tenerlo cerca, hacerlo suyo, por primera ves en su vida anhelaba algo con tanta fuerza, pero Fernando no era algo, era un ser humano que solo buscaba afecto, amor, alguien que lo hiciera sentir deseado y Lance estaba dispuesto a darle todo eso y mas, darle todo lo que el le pidiera, Lance estaba loco, si, pero loco por ese hombre frente a el.

-Yo....

-Si me aceptas, te estaré esperando, ya sabes donde encontrarme- Soltó su mano con delicadeza, dirigiéndose hacia la salida-Si no vienes, lo entenderé.

No corrió, no miró atrás, solo caminó, con paso seguro, como si ya supiera que lo seguiría.

Fernando era un caos.

Que puta mierda, se supone que el era el adulto con experiencia aqui ¿En serio le estaba ganando un mocoso que apenas esta empezando a vivir?

 

La puerta chirrió al abrirse, vieja, olvidada, cubierta de polvo, casi simbólica.

Fernando iba con el corazón en la garganta, juraría que en cualquier momento se saldría de lo acelerado que estaba, estaba mas nervioso de lo que debería, el, siendo un hombre con experiencia, claro que hizo este tipo de cosas cuando era mas joven y cursaba el instituto, pero esta vez era diferente, el era un profesor y estaba siendo cautivado por su alumno, sabia que se arrepentiría de esto mas adelante, sabia que este juego terminaría muy mal, conocía a los mocosos como Lance, obtendría lo que quería de el y el asunto quedaría ahí, así que, si iban a jugar con el, si esto era lo que Lance quería pues que así fuera, después de esto se iría de la universidad y nunca volvería a verlo, nunca mas vería a Lance, aun que ese pensamiento le hiciera eco en la cabeza y un sentimiento no muy agradable se formara en su pecho, era lo mejor, para ambos.

¿Solo Lance conseguiría lo que quería? ¿Solo el quería esto?

A la mierda.

Fernando la cerró detrás de sí sin atreverse a encender la luz, no la necesitaba, la penumbra era suficiente, la penumbra era perfecta, en el fondo del cuarto, rodeado de estantes repletos de carpetas viejas, Lance lo esperaba.

Apoyado contra una pared, con los brazos cruzados, el rostro parcialmente iluminado por una rendija de luz que entraba desde una de las persianas rotas. Esa media sonrisa en los labios, esa mirada depredadora... todo él era peligro envuelto en juventud y perfume caro.

-Sabía que vendrías -murmuró, sin moverse.

Fernando no respondió, solo se acercó, con los pasos tensos, rígidos... como si cada uno lo condenara un poco más, su respiración era pesada, en su mente, mil razones para irse, en su cuerpo... ni una sola intención de hacerlo.

-Estás jugando con fuego -murmuró Fernando, apenas a un metro de él.

-No me importa quemarme si te tengo conmigo.

El silencio fue como un zumbido grave, cargado de electricidad, Fernando lo miró, y en ese momento todo dejó de importar, la escuela, su carrera, la moral, solo estaban ellos dos.

Lance dio el primer paso y luego el segundo y entonces lo tuvo entre los brazos.

Como aquella ves en el cubículo, solo ellos, en ese momento solo existían ellos dos, dos hombres completamente diferentes entregándose al deseo, sin pensar en nada, sin que el mundo alrededor importe, solo ellos, dos.

La sensación ya conocida de las grandes manos de Stroll envolviendo su cintura llego a el de golpe, cálida y estremecedora, ya no había vuelta atrás, se iba a dejar llevar.

Le causaba algo de risa la diferencia de estatura, Lance siendo mas chico que el era mucho mas grande, el siempre se había sentido un hombre masculino, varonil pero en los brazo de Lance se sentía pequeño, se sentía seguro.

Entonces sintió algo distinto. Lo miraba fijamente, con esos ojos oscuros que parecían envolverlo, como si fuera un tesoro, un diamante escondido, no solo brillaban con deseo, sino con algo más profundo, algo que le erizó la piel, había algo en esa mirada que lo desarmó por dentro, Lance no apartaba los ojos de él, cautivado por su rostro, por esos ojos color café -los más hermosos que jamás había visto- y por esos labios que parecía temer rozar.

El agarre en su cintura se volvió tembloroso, casi frágil, una mano subió lentamente hacia su rostro, Fernando no se lo esperaba, reaccionó instintivamente, apoyando sus manos en los músculos de los brazos de Lance, apretando con firmeza, Lance se tensó. ¿Dónde había quedado aquel muchacho audaz, provocador, el que jugaba con fuego hacía apenas unos minutos... hacía días?

Stroll le acaricio un poco el rostro antes de agacharse ligeramente quedando a centímetros de su cara, podía sentir su respiración en sus labios semi abiertos.

-¿Puedo besarte? -murmuró con deseo, sus ojos estaban clavados en sus labios.

Fernando podía sentir que se derretía por dentro, claro, era solo un mocoso, pensó.

Y fue el quien dio el primer paso, acerco sus labios cerrando cualquier distancia que los separaba.

El beso fue lento, casi tímido, inocente... dulce, jodidamente dulce, demasiado perfecto para ser real y a Fernando le estaba gustando más de lo que debería.

Lance, por su parte, sintió que su corazón explotaba, su Fernando lo estaba besando, su profesor, ese hombre inalcanzable, deseado. Todo en él lo volvía loco, sus suspiros entre beso y beso, sus dedos apretando con fuerza sus brazos, su cuerpo buscándolo como si no pudiera estar más lejos de un solo centímetro.

Quería mas, mucho mas.

Lance inclinó su cuerpo hacia él, una de sus manos se deslizó hacia su espalda baja y con descaro, le apretó una nalga.

Fernando se estremeció, soltando un gemido ahogado que Lance aprovechó de inmediato para profundizar el beso, abriéndose paso con la lengua, invadiéndolo, devorándolo.

Sus bocas se encontraron con una urgencia nueva, la mano de Lance en su nuca no lo dejaba escapar, lo sostenía, lo dominaba.

¿Mocoso inocente? tontearías.

El beso se volvió más salvaje, como si toda la contención de los días anteriores se hubiera roto de golpe, la lengua de Lance invadía su boca con descaro, segura, jugando con la de Fernando, que respondía con igual intensidad, con jadeos ahogados que solo los estantes viejos eran testigos, no había delicadeza ya, no había inocencia.

Solo necesidad.

Las manos de Lance comenzaron a moverse, hambrientas, como si su piel quemara bajo los dedos y necesitara apagar el fuego con caricias. Le rodeó la cintura y lo pegó con fuerza a su cuerpo, presionando su cadera contra la del mayor, dejando que Fernando sintiera sin vergüenza alguna la dureza que crecía bajo sus jeans. Se notaba excitado. Se notaba desesperado y no estaba dispuesto a esconderlo.

Fernando gimió entre dientes, y por reflejo hundió una mano en el cabello perfectamente peinado del muchacho, tirando de él con un poco de fuerza, Lance gruñó por lo bajo, le encantaba, maldita sea, le encantaba que Fernando intentara dominar aunque fuera un segundo, aunque fuera inútil.

Porque en este juego, él mandaba.

-Dios... me enloqueces -murmuró Lance entre besos, sin darle tiempo a respirar, y bajó las manos al redondo trasero del profesor, apretando con descaro la carne firme bajo el pantalón, delineando su figura con los dedos como si lo estuviera memorizando-. No sabes lo que haces conmigo.

-Y tú... tú eres una jodida tentación -susurró Fernando contra sus labios, pero su voz temblaba por el deseo.

Lance rió, ronco, mientras lo giraba con fuerza hasta empujarlo contra uno de los estantes, las carpetas viejas temblaron al impacto, y Fernando jadeó, sintiendo la madera en su espalda y el cuerpo joven de Lance presionando todo su frente.

Sus piernas casi flaqueaban.

La boca del chico se deslizó a su cuello, a la marca que él mismo había dejado días atrás, y volvió a besarla, a lamerla, a morderla como si reclamara ese lugar como suyo.

Fernando respiraba con dificultad, su cuerpo respondía sin filtro, lo deseaba, lo odiaba por hacerle sentir eso, lo adoraba por atreverse.

-Lance... -dijo su nombre como un quejido, como un ruego-. Esto es una locura...

-Lo sé -susurró Lance contra su piel-. Y quiero perderme contigo en ella.

Su mano subió por debajo de la camisa, tocando la piel cálida de su abdomen, sintiendo cómo se tensaban sus músculos con cada caricia, Fernando cerró los ojos y se mordió el labio, conteniendo un gemido que amenazaba con delatarlo.

Lance lo besaba ahora en la clavícula, subiendo, bajando, dejando rastros húmedos, reclamando territorio, lo tenía acorralado, y lo sabía, pero Fernando no era dócil.

Sus manos bajaron también, buscaron la espalda ancha de Lance, y lo atrajeron más, lo sujetaron con fuerza, le devolvió el beso con furia, con dientes, con lengua, sin miedo, su cuerpo hablaba más claro que sus palabras.

El calor entre sus cuerpos se volvía casi insoportable, como si la ropa fuera una barrera cruel entre el deseo y la piel, Lance movía sus manos con destreza, subiendo y bajando por el torso de Fernando, tocando cada músculo como si lo estuviera esculpiendo, saboreando su forma a través de la camisa.

Y Fernando... no hacía nada para detenerlo, no podía, su cuerpo ya no le pertenecía.

Cada caricia era un golpe de electricidad directa a la entrepierna, el roce de las caderas de Lance, el aliento cálido en su cuello, los labios que se posaban en su clavícula como si fueran promesas dichas con la boca cerrada...todo era demasiado.

-Estás ardiendo -susurró Lance, deslizando su mano por debajo de la camisa, hasta rozar el pecho de Fernando con la yema de los dedos, los pezones se endurecieron de inmediato bajo el tacto, sensibles, hambrientos-. No me digas que esto no lo quieres.

Fernando jadeó, apretando los ojos mientras su espalda chocaba de nuevo contra los estantes, el placer era intenso, sucio, desesperante, quería gritar que sí, que lo deseaba como nunca, pero la culpa le amarraba la lengua, aunque el cuerpo ya se había rendido hace rato.

-No lo digas -murmuró Lance como si leyera su mente, y bajó la cabeza para atrapar uno de los pezones con la boca, por debajo de la camisa aún sin desabotonar del todo.

Fernando soltó un gemido ronco, contenido, sus manos buscando el cabello del chico, aferrándose con fuerza, el calor de la boca de Lance, su lengua jugando con precisión, sus dientes pellizcando apenas... lo estaba volviendo loco.

-¡Ah... joder, Lance! -exclamó sin poder evitarlo.

El menor sonrió contra su piel, orgulloso, hambriento.

Su mano bajó por el abdomen de Fernando, acariciando esa línea de vello que desaparecía bajo el pantalón, como si marcara el camino directo al infierno, lo rozó por encima de la tela, lo apretó apenas y Fernando se arqueó con un jadeo fuerte, las piernas temblándole.

Estaba duro, dolorosamente duro.

Y Lance lo sabía.

-Estás tan excitado... -susurró contra su oído-. Tan duro por mí. ¿Ves lo que me haces, Fernando?

Volvió a presionar su entrepierna contra la del mayor, frotándose con lentitud, en un vaivén pélvico que simulaba una embestida apenas contenida, ambos jadeaban ahora, el sudor nacía en sus frentes, la respiración se volvía errática.

Y entre la ropa aún a medio vestir, sus cuerpos ya hablaban el lenguaje del deseo sin freno.

Fernando soltó un gruñido, empujando a Lance con la pelvis, devolviendo la fricción, su cuerpo ya reaccionaba por si solo, buscando mas de esa deliciosa sensación, Fernando lo tomo de la camisa para acercarlo a su cuerpo, le besó la mandíbula, el cuello, bajó a su clavícula con besos húmedos, desesperados, le mordió apenas el hombro a través de la camisa, como si quisiera marcarlo también.

-Te odio por hacerme desearte tanto -murmuró contra su piel-. No tienes idea de lo que me haces sentir...

-Entonces hazme pagar -replicó Lance con una sonrisa retadora-. Tócame, hazme tuyo, aunque sea solo esta vez.

Fernando lo miró, con los ojos brillando, y supo que no había vuelta atrás, que si eso era un juego, iba a jugarlo con todo.

Porque lo quería, porque lo necesitaba y porque ya no podía detenerse.

Los labios de Lance volvieron a atrapar los suyos con un hambre desmedida, y esta vez el beso no tuvo nada de dulce, fue agresivo, húmedo, descarado, lenguas que se buscaban, que se retaban, dientes que se rozaban, gemidos ahogados entre bocas abiertas.

Mientras besaban, las manos ya no se conformaban con la ropa, los dedos de Lance encontraron los botones de la camisa de Fernando y los fue desabrochando uno a uno, lento al principio, como si quisiera saborearlo, pero luego más rápido, con urgencia, dejando la prenda colgar abierta sobre sus hombros.

Fernando se dejó hacer, pero sus manos también se movieron, torpes al principio, hacia tiempo que no hacia esto, y luego más decididas, acariciaban el pecho de Lance por encima de la tela, sintiendo su firmeza, su calor, y luego fueron al dobladillo de su camiseta para subirla por su torso con un tirón, Lance alzó los brazos sin decir nada, y en segundos estaba semidesnudo frente a él, la piel joven, tersa, perfecta.

Fernando lo miró, devorándolo con los ojos. Lance era hermoso. Y lo peor, lo sabía.

-Eres jodidamente perfecto... -murmuró, sin poder evitarlo.

Lance sonrió.

-No te imaginas cómo me gusta oírte decir eso.

Y se lanzó de nuevo, empujando a Fernando contra la meza con el cuerpo esta vez, su boca bajó al cuello del mayor, no con ternura, con hambre, succionó, lamió, mordió con fuerza, Fernando soltó un gemido entre dientes cuando sintió la primera marca formarse sobre su piel.

-¡Lance, no...! -jadeó, tomándolo por los brazos-. No lo hagas ahí... van a verlo.

Pero su voz temblaba, y no de autoridad.

Lance rio suave contra su piel.

-Que lo vea, que sepan que eres mío.

Y volvió a hacerlo, otro chupetón, más abajo, cerca de la clavícula y luego otro, en su pecho desnudo, Fernando intentó protestar, pero sus manos no lo apartaban, al contrario, lo atraían más, aferrándose a los músculos del chico como si temiera que se desvaneciera.

La boca de Lance recorrió su torso, dejando una cadena de marcas violetas que ardían como fuego sobre la piel, Fernando gemía bajo cada una, el cuerpo completamente sometido a esa lengua, a esa boca que lo reclamaba.

Y entonces fue su turno, Fernando tomó el rostro de Lance entre sus manos, lo atrajo hacia él con un beso furioso, y lo giró de golpe, empujándolo contra la meza, el menor dejó escapar un gruñido, sorprendido... pero encantado.

-¿Así que quieres marcarme? -susurró Fernando, con la voz ronca por la excitación-. ¿Solo tú puedes hacerlo?

No esperó respuesta, se inclinó y mordió suavemente el cuello de Lance, lo justo para que se sintiera, luego besó la línea de su mandíbula, bajó a su clavícula, su pecho y ahí, sin previo aviso, dejó una marca, apenas visible pero presente.

-Eres un cabrón -murmuró Lance entre jadeos-. Me marcas donde nadie lo ve.

-Y tú donde todos lo verán, es justo, solo tu la veras.

Las manos de ambos bajaban, acariciaban, apretaban, los pantalones comenzaron a ceder bajo la desesperación, cierres bajando, botones saltando, ropa cayendo al suelo entre suspiros y besos.

Estaban uno frente al otro, ya casi desnudos, apenas una capa delgada de tela entre sus cuerpos ardientes, se miraron, respirando agitados, las pieles tocándose, los ojos encendidos.

-Fernando... -susurró Lance, apoyando su frente en la del otro-. Dímelo, dime que me deseas.

Fernando entrecerró los ojos, con el pulso desbocado, lo acarició con ambas manos por la espalda, podía derretirse en ese mismo momento, se acerco aun mas quedando entre las piernas de Lance donde sus entrepiernas se rozaron sin vergüenza.

-Te deseo tanto que me duele -dijo con un gruñido-. Vas a volverme loco, mocoso.

Lance sonrió, su mirada tan oscura como hambrienta.

-Entonces ven.

Se acercó al oído de Fernando, mordiéndole apenas el lóbulo, y susurró,

-Hazlo, vuélvete loco por mí.

Los dos jadeaban, apenas separados por el roce mínimo de sus bóxers, las telas húmedas ya no ocultaban nada, las erecciones se marcaban con descaro, latiendo con urgencia una contra la otra, Fernando cerró los ojos un segundo, intentando recuperar el control, pero Lance no le dio ni medio respiro.

-Mírame -ordenó con voz ronca.

Fernando obedeció, sus ojos se encontraron en un duelo de poder pero esta vez Lance lo tenía ganado desde antes de empezar.

-Quítatelos -susurró-. Quiero verte, todo.

Fernando tragó saliva.

Con manos temblorosas pero firmes, bajó su ropa interior, dejando su cuerpo completamente expuesto frente al chico, su erección se alzó libre, brillante de deseo, palpitante.

Lance lo miró como si se tratara de una obra de arte hecha solo para él.

-Joder... estás tan bueno -murmuró mientras se relamía los labios-. Tan mío.

Y sin romper el contacto visual, se quitó sus propios bóxers, lento, como si disfrutara cada segundo del espectáculo, su polla salió libre con un leve movimiento, gruesa, tensa, goteando.

Fernando no pudo evitar mirar, se le escapó un suspiro cargado de lujuria, de rendición.

-¿Te gusta lo que ves, profe? -susurró Lance, acercándose con movimientos depredadores-. Porque tú me tienes mal, ¿sabes? Estoy duro desde que me dijiste que no debía marcarte y aún así lo hice, porque te pertenezco, y tú me perteneces a mí.

Se detuvo justo frente a él, no lo besó, no todavía, en vez de eso, bajó lentamente, besando su pecho, su abdomen, dejando una mordida suave justo por encima del ombligo.

Fernando lo sintió bajar hasta arrodillarse frente a él.

Los ojos de Fernando se dilataron por la escena tan obsena frente a el, pensó que solo la vería en sus mas sucias fantasías, se le vino a la mente aquella ves que se masturbo pensando en el menor.

-¿Lance vas a...? -preguntó entre jadeos, con la espalda apoyada contra la pared, completamente entregado.

Lance lo miró desde abajo, con una sonrisa que prometía todo y más.

-Voy a hacerte temblar, pero no te voy a dejar correrte aún, te quiero tan caliente, tan desesperado, que cuando por fin esté dentro de ti, me supliques por más.

Y con eso, se inclinó y pasó su lengua por la base de su erección, lento, casi con crueldad, Fernando jadeó, los dedos crispándose contra la pared.

-¡Lance...!

El chico lo tomó por las caderas y comenzó a lamerlo completo, sin prisa, con deleite, su lengua lo recorría como si lo estuviera probando por primera vez, saboreando cada centímetro, sin llegar a llevárselo completo a la boca, era pura tortura.

-Estás goteando por mí... -susurró Lance, lamiendo la punta con apenas un roce-. Te ves tan jodidamente sexy así, todo empapado y sin poder tocarme.

-Joder... -jadeó Fernando, con la voz quebrada.

Lance lo sostuvo por la cadera con una mano, y con la otra empezó a acariciarle los testículos, con movimientos suaves pero firmes. Fernando apretó los ojos, conteniendo un gemido que se le escapó igual, ronco, sucio.

-¿Quieres venirte? -preguntó Lance, subiendo la lengua por su eje, lamiéndolo de nuevo.

Fernando no respondió, no podía, solo gimia y Lance, cabrón como era, se separó justo cuando iba a metérselo entero a la boca.

-No, todavía no.

Se puso de pie de nuevo, llevando los dedos llenos de saliva a su propia erección y se la acarició frente a él, exhibiéndose.

-Dios, Fernando, quiero cogerte hasta que no sepas ni cómo te llamas -susurró con voz grave, casi animal.

Lo empujó suavemente hacia el suelo, dejándolo acostado sobre unas mantas viejas, y se colocó encima, rozando sus cuerpos sin dejar que se penetraran, sus pelvis se frotaban, húmedas, calientes, desesperadas, Lance comenzó a moverse, lento, frotando su erección contra la de Fernando en un vaivén obsceno, sus cuerpos brillaban por el sudor, las respiraciones eran desordenadas, y el aire estaba saturado de sexo.

-Me encanta cómo gimes, cómo te tensas debajo de mí. Te encanta esto, ¿verdad? Sentirme tan cerca, tan encima...

Fernando no podía más, sus caderas se alzaban para buscar más contacto, sus manos arañaban la espalda de Lance, sus labios buscaban los de él con besos que ya no eran besos, eran bocados, jadeos, necesidad pura.

-Lance... -murmuró, casi suplicando-. Quiero mas..

-Ese es el plan, profe... -susurró el menor, bajando a morderle el cuello de nuevo-. Voy a dejarte tan jodido por mí, que no vas a poder dar clase sin acordarte de esto.

Y mientras lo frotaba una y otra vez, piel contra piel, las erecciones goteando y deslizándose una sobre la otra, ambos se perdían en un mar de placer contenido

El clímax aún no llegaba, pero el deseo ya era insoportable.

Una pausa deliciosa, el infierno previo al paraíso.

Lance bajó el ritmo, pero no la intensidad, las caderas de Fernando todavía se arqueaban buscando más, hambrientas de fricción, entonces, Lance se inclinó y le besó el pecho, lento, con la lengua húmeda dejando rastros tibios que bajaban hasta su abdomen.

-No puedo más... -susurró Fernando con la voz descompuesta, apenas un hilo de sonido entre gemidos ahogados-. Me vas a matar...

-Tan ansiado... -dijo Lance, con una sonrisa traviesa en los labios mientras estiraba la mano hacia el montón de ropa-. Voy a hacer que te acuerdes de esto cada vez que camines.

Revolvió sus pantalones y sacó un pequeño frasco plateado, lo sacudió entre los dedos, como un truco de magia.

-¿En serio trajiste eso? -preguntó Fernando, entre sorprendido, vergüenza y excitado.

-¿Qué pensabas? ¿Qué iba a cogerte en seco como un salvaje cualquiera? -rió Lance, arrodillándose entre sus piernas, mientras destapaba el frasco con un clic húmedo y delicioso-. No, profesor a ti te voy a coger como a un dios.

Vertió un poco del líquido espeso y brillante sobre sus dedos, el aroma del lubricante se mezcló con el del sexo, el sudor y el polvo viejo de la sala, Lance lo calentó entre las manos, y luego, sin más preámbulos, llevó los dedos hasta la entrada de Fernando.

-Relájate -susurró, besándole el muslo con ternura-. Voy a cuidarte, pero igual vas a gritar.

Fernando abrió las piernas, apenas, mordiéndose el labio inferior, los ojos clavados en el techo mientras el primer dedo lo rozaba, fue un toque suave, paciente pero no inocente, Lance sabía perfectamente cómo tocarlo.

Y lo hizo.

El primer dedo entró despacio, tanteando, Fernando jadeó, cerrando los ojos con fuerza, no era dolor, no todavía, era vulnerabilidad, era la sensación cruda de ser abierto, dominado.

-Eso es... -murmuró Lance, besándole la cara interna del muslo-. Te abrís tan bonito para mí...

Fernando gimió bajito, queriendo maldecirlo, queriendo detenerlo... pero queriendo más.

-Shhh... ya viene el segundo -anunció Lance con una sonrisa arrogante, mientras volvía a meter el dedo inicial y sumaba el siguiente.

Fernando se arqueó de golpe.

-¡Ah... mierda! -exclamó, las manos apretando con fuerza una manta bajo su espalda.

-Así me gusta -susurró Lance, comenzando a mover los dedos, girándolos, jugando con los músculos internos-. Quiero oírte decir obscenidades, Fernando, no seas tímido ahora.

-Cállate... cabrón... -jadeó el mayor, pero la respuesta no tuvo fuerza. Estaba deshecho.

Lance se inclinó sobre él, aún trabajando con la mano entre sus piernas, y lamió su cuello lentamente, dejando otro chupetón violento cerca de la clavícula.

-Este también va a quedarse unos días -susurró al oído-. Para que te acuerdes de quién te dejó así, de quién te abrió como a una puta preciosa y te hizo gemir su nombre.

Fernando no podía más, su cuerpo se movía solo, queriendo más, queriendo ya, pero Lance no tenía prisa.

Añadió el tercer dedo, ahora más rápido, más profundo, Fernando se retorció, su polla palpitando sobre su abdomen, ya a punto de correrse sin siquiera tocarse.

-Lance... joder, por favor... no aguanto más...

-¿Qué desea, profe? -susurró el más joven, sacando los dedos y posicionándose entre sus piernas-. Decímelo.

Fernando lo miró, sudoroso, descompuesto, pero encendido y habló.

-Quiero que me folles ya, que me rompas, que me hagas tuyo.

-Así me gusta.

Lance se untó más lubricante, frotándoselo sobre la erección con una mano, sostenía la base con fuerza, y con la otra alzó las caderas de Fernando, colocándose justo en la entrada, sin entrar aún.

-Respirá hondo, cariño, esto va a doler un poco... al principio.

Y lo empujó.

Lento.

Muy lento.

La punta pasó primero, estirando los bordes, arrancando un gemido estrangulado del pecho de Fernando.

Lance soltó un gruñido profundo, contenido, mientras lo invadía centímetro a centímetro, hasta hundirse por completo.

-Estás tan jodidamente apretado... -jadeó contra su oído-. Juro que no voy a durar si seguís apretándome así.

Fernando tenía los ojos cerrados, la boca abierta, respirando como si acabara de correr un maratón, dolía, sí, pero más fuerte era el calor, el fuego salvaje de tenerlo tan dentro, tan pegado, tan suyo.

Lance se quedó quieto un segundo, controlándose.

-¿Estás bien? -preguntó, sin dejar su tono lujurioso pero con un toque real de preocupación.

Fernando asintió, apenas.

-Muévete... lento, por favor.

Y Lance obedeció.

Comenzó a moverse, suave, profundo, como si saboreara cada embestida, los gemidos de Fernando se mezclaban con los suyos, los cuerpos sudaban y se frotaban entre jadeos, las manos se buscaban y se apretaban.

Lance no tardó en acelerar el ritmo, su pelvis golpeaba contra la de Fernando con fuerza rítmica, brutal, haciendo eco en aquella sala silenciosa, los estantes temblaban levemente, el sonido del sexo llenaba el espacio como una sinfonía sucia, jadeos húmedos, piel chocando, gemidos entrecortados y gemidos rotos.

Fernando gritó, no un grito de dolor, sino de puro placer.

-¡Más... más fuerte, Lance!

-¿Así te gusta? -gruñó Lance entre dientes, sujetándolo de las caderas con fuerza-. ¿Así de duro, profe?

Y embistió más rápido, más hondo, más fuerte.

El cuerpo de Fernando temblaba, los dedos apretaban el suelo, la espalda se arqueaba con cada estocada que lo hacía ver estrellas, ya no había decoro, no había vergüenza, solo dos hombres follando con desesperación, como si el mundo fuera a acabarse esa misma noche.

Fernando jadeaba con la boca abierta, las mejillas rojas, los ojos medio cerrados.

Sin previo aviso, lo empujó con fuerza sobre la espalda, haciéndolo caer entre jadeos al suelo de cemento polvoriento.

Se montó sobre él.

Descarado, desesperado, hermoso.

Tomó su erección con una mano y se hundió él mismo, soltando un grito ahogado que se mezcló con un gemido largo de Lance.

-¡Mierda... Fernando...! -exclamó, llevándose una mano a la cara de puro placer.

Fernando comenzó a moverse sobre él, montándolo con furia, con ritmo, con una sed voraz en los ojos, su cuerpo subía y bajaba, sus caderas golpeaban con fuerza, su trasero rebotaba con cada embestida.

Lance no pudo evitarlo, le dio una nalgada sonora, una y luego otra, haciendo que Fernando gimiera aún más fuerte, los músculos de su espalda marcándose bajo la luz tenue de la rendija.

-Eso... así -jadeó Lance-. Te ves tan jodidamente sexy encima de mí... Tan sucio... tan mío...

Fernando se inclinó, buscó su boca, lo besó con rabia, mordidas, lengua, respiración entrecortada, sus cuerpos no se separaban ni un segundo.

-Tan bueno... -murmuró Fernando contra sus labios.

-Sí, completamente.

La fricción era insoportable, sus cuerpos resbalaban por el sudor, sus vientres chocaban, sus voces se fundían en un coro indecente.

Y cuando sintieron que el clímax se acercaba, algo cambió.

Lance le acarició el rostro, con una ternura que contrastaba con la forma salvaje en la que se lo estaba follando segundos antes.

-Te ves hermoso así... -susurró, con los ojos entrecerrados-. No sé qué mierda me pasa contigo, pero... quiero esto, quiero a ti.

Fernando lo miró, aún jadeando, aún en movimiento, pero algo dentro de él se rompió, el placer seguía allí, sí, pero ahora era más, ahora había emoción, calor real, una dulzura rara que lo atravesaba más que cualquier embestida.

Y entonces Lance lo abrazó, con fuerza, apretándolo contra su cuerpo mientras volvía a tomar el control del ritmo.

Fernando lo sintió, la forma en que su cuerpo se movía no era solo sexo, era entrega.

Ambos gimieron al unísono, sabiendo que estaban a punto de cruzar esa línea.

-Lance... me voy a correr...

-Hazlo conmigo -murmuró él, con la voz ronca-. Quiero llenarte y que te vengas en mi pecho, quiero que termines gritando mi nombre.

Y eso hicieron.

Fernando se deshizo sobre él, temblando, deshaciéndose en espasmos de puro placer, mojando el pecho de Lance con una descarga poderosa, larga, descontrolada.

Y Lance lo sintió contraerse a su alrededor y explotó dentro de él, hundido hasta el fondo, con un gruñido salvaje que pareció sacarle el alma del cuerpo, lo llenó entero, aferrándose a su cintura como si fuera a quebrarse.

Sus cuerpos se estremecieron juntos, sudor, semen, gemidos, todo mezclado, todo real.

Y luego...

Silencio.

Fernando cayó sobre su pecho, agotado, con la respiración temblorosa, Lance le acarició la espalda lentamente, bajando de la euforia, como si intentara devolverlo a la Tierra.

-¿Estás bien? -susurró.

Fernando asintió, sin fuerzas para hablar aún y luego, casi en un susurro.

-Nunca estuve tan bien.

Lance sonrió, besó su frente y lo abrazó fuerte, fuerte, como si no quisiera dejarlo ir jamás.

Notes:

Capítulo fue para festejar a Nico Hülkenberg por su primer podio. 🎉

¿Les gusto?

Chapter 6: Tuyo, sin prohibiciones.

Summary:

Amor amor amor

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Los rayos del sol se filtraban por el gran ventanal de la habitación, las cortinas, apenas entrecerradas, dejaban pasar la claridad suave de un nuevo día, afuera, el ambiente era sereno, cálido, como si el mundo estuviera de acuerdo en regalarle a todos un inicio perfecto.

Bueno... a casi todos.

Dentro de esa misma habitación, tirado boca abajo sobre la cama y cubierto hasta la cabeza por las sábanas, yacía Fernando Alonso, exhausto y adolorido, en completo silencio.

El calor bajo las sábanas comenzaba a volverse insoportable, pero Fernando no tenía intención de moverse, no todavía, apenas había abierto los ojos y ya podía sentir el peso del mundo aplastándole los hombros o quizás era solo el peso de su propio cuerpo, aún resentido.

Gruñó por lo bajo, le dolía todo.

La espalda, las caderas, los muslos como si hubiera corrido una maratón cuesta arriba cargando una mochila de piedras, cada pequeño movimiento era una punzada, un recuerdo físico, ardiente, punzante, de lo que había sucedido la noche anterior.

Y claro... ¿qué esperaba? Ya no tenía veinte, su cuerpo, aunque aún fuerte, ya no se recuperaba con la misma velocidad, su cuerpo se quejaba, y si no fuera por el escándalo en su cabeza, podría jurar que hasta el alma le dolía.

Se giró un poco entre las sábanas, soltando un quejido de molestia, la piel de su cuello ardía donde Lance lo había marcado con esa maldita boca suya, la clavícula también, el pecho, la cintura, las muñecas, cada centímetro tenía historia, cada marca lo quemaba.

Y sin embargo...

Se tocó el cuello con los dedos, suavemente, como si al hacerlo pudiera borrar el cosquilleo que le recorría la espina dorsal.

"Qué idiota..."

Apretó los ojos con fuerza.

No sabía en qué momento había perdido el control o quizás sí lo sabía, pero no quería admitirlo, esa mirada, esa voz, esas manos, Lance lo había desarmado con una precisión que rozaba lo cruel.

Y lo peor de todo, se había dejado.

Soltó un suspiro cargado de resignación mientras al fin se sentaba, con el torso desnudo y el cabello revuelto cayéndole sobre los ojos, el colchón aún olía a sudor, a sexo, a noche de locura.

Pero no... no fue allí.

No.

Fernando cerró los ojos un segundo y se dejó caer de nuevo, esta vez de espaldas.

Fue en el aula, en la maldita sala de archivo, en el suelo, en las mantas, con Lance encima, dentro, por todos lados.

Sus mejillas se calentaron al recordarlo con tanta claridad, con cada detalle gráfico reproduciéndose en su cabeza como una cinta maldita, los sonidos, los jadeos, las palabras sucias, el roce de las pieles, el clímax brutal.

Y el silencio.

El jodido silencio después.

Había sido él quien se levantó primero, con las piernas temblorosas y la mente completamente revuelta, había tomado su ropa en silencio, sin decir mucho, y Lance —como si pudiera leerle el alma— le había ofrecido llevarlo a casa.

"Te llevo."
"No."
"Fernando, estás todo..."
"Dije que no."

Su tono había sido más frío de lo que pretendía, cortante, cruel, incluso, pero en ese momento solo quería salir de ahí antes de decir o hacer algo peor, antes de mirarlo y caer de nuevo, así que se fue, caminó por los pasillos oscuros como un ladrón, tomó su coche con las piernas todavía entumidas y condujo hasta su departamento en automático, con el corazón latiendo tan fuerte que dolía.

No había dormido realmente.

Solo había cerrado los ojos y dejado que el cansancio lo tumbara.

Y ahora estaba aquí.

Desnudo, marcado, destrozado emocionalmente, con un deseo marcado en la piel y en el alma como una sentencia.

—Maldita sea... —murmuró, cubriéndose la cara con las manos.

¿Qué había hecho?

¿Qué carajo había hecho?

Sabía que no era solo sexo, no podía mentirse a sí mismo, no con esa mirada que Lance le había dedicado mientras lo abrazaba, no con esas palabras murmuradas entre jadeos, esa dulzura escondida entre la perversión, ese maldito "quiero esto, quiero a ti".

¿Era real? ¿O solo fue parte del juego?

Quería pensar que era solo lujuria, que Lance era un niño caprichoso jugando a ser adulto, que una vez saciada su curiosidad perdería el interés y lo dejaría atrás, como quien olvida un juguete viejo.

Pero entonces, ¿por qué le dolía tanto pensar eso?

El nudo en su pecho no tenía explicación, o sí, solo que no quería decirlo en voz alta, no quería aceptar que esa noche había cambiado algo en él, que ese chico le había tocado más que el cuerpo.

Que tenía miedo.

Fernando se sentó una vez más en la cama y miró su reflejo en el espejo del armario, tenía los labios hinchados, el cuello lleno de marcas, los ojos rojos, parecía haber sobrevivido a un incendio.

O haber ardido por completo.

Se pasó una mano por el rostro.

Tenía que pensar, tenía que poner orden, tenía que olvidar o enfrentarlo.

Y eso último era lo más difícil.

Fernando se quedó un buen rato sentado en la orilla de la cama, con el teléfono fijo en la mano y la mirada perdida en el suelo, sabía que tenía que hacerlo, no podía simplemente desaparecer, pero solo pensar en poner un pie en esa universidad hoy, en tener que enfrentar miradas, voces, o a él, hacía que el pecho le doliera.

Marcó el número lentamente, sintiendo el temblor en sus dedos, contestó la secretaria con la energía habitual de un lunes por la mañana.

—¿Colegio Internacional, buenos días?

—Buenos días... habla el profesor Alonso —respondió con un hilo de voz—. Solo llamo para avisar que hoy no podré asistir, motivos personales.

—Oh, claro, profesor. ¿Se encuentra bien?

Fernando dudó un segundo.

—Sí, solo necesito el día, volveré mañana, sin falta.

—Entendido, tomo nota, que se recupere, profesor.

Colgó sin más.

Se dejó caer otra vez en la cama, cubriéndose los ojos con el antebrazo, el silencio de su apartamento era asfixiante, pero al mismo tiempo lo necesitaba, el caos dentro de su cabeza era suficiente ruido por sí solo.

No había pasado ni media hora cuando su celular vibró con insistencia sobre la mesita de noche.

Checo Pérez.

Fernando pensó en ignorarlo, pero sabía que no insistiría dos veces a menos que estuviera realmente preocupado, resignado, deslizó para contestar.

—¿Sí?

—¿Fernando? ¿Estás bien? —La voz de Checo era de preocupación, cargada de inquietud—. No viniste, ayer antes de irme vi que tus cosas seguían en tu lugar pero no había rastro de ti, le pregunte por ti a la secretaria y me dice que llamaste con voz de muerto para avisar que no vendrás. ¿Qué pasó?

Fernando cerró los ojos, apretándolos fuerte.

—Estoy... bien, solo... tuve una mala noche.

—No me jodas, te conozco, cuando dices "mala noche", es porque estás hecho mierda, eres demasiado responsable con tu trabajo, así que no me trago eso de "mala noche". ¿Te duele algo? ¿Te enfermaste? ¿Te caíste? ¿Qué chingados pasó?

El silencio del otro lado fue más que suficiente para que Checo entendiera que era algo más, algo serio, algo que Fernando no quería decir en voz alta.

—¿Fernando?

Fernando tragó saliva, dudó, pero al final, la necesidad de soltar aunque fuera un poco de la carga que llevaba en el pecho le ganó.

—Hice una estupidez.

—¿Qué tipo de estupidez? —Checo bajó la voz de inmediato, casi en un susurro—. ¿Te metiste en problemas?

—No... sí, no lo sé. —Se frotó el rostro con fuerza—. Anoche... pasó algo...con Lance.

La línea quedó en silencio por unos segundos, lo ultimo la había dicho casi como un susurro para el mismo.

—¿Con... quién, Fernando?

El mayor no respondió de inmediato, cerró los ojos y exhaló, cansado.

—Con Lance.

El silencio fue aún más largo esta vez, casi se podía escuchar el clic mental de Checo conectando las piezas, recordando lo que anteriormente le había comentado su amigo acerca de esa situación.

—Fernando... —su voz ahora sonaba completamente distinta, sin juicio, solo preocupación genuina—. ¿Qué pasó exactamente?

Fernando no podía decirlo todo, no así, no en medio de una llamada, pero su silencio dijo más de lo que quiso.

—¿Fue consensuado?

—Claro que sí, no fue eso, no fue... —se interrumpió, pasándose la mano por el cabello—. No fue forzado, pero fue un error, Checo. Un puto error enorme.

—¿Y cómo estás tú? ¿Cómo te sentiste después?

La voz de su amigo era suave, era la voz que uno usa para hablarle a alguien al borde del abismo.

Fernando se mordió el labio, con los ojos brillantes.

—Roto, confundido, marcado, cansado y... peor de todo... deseando que no hubiera terminado.

Del otro lado, Checo suspiró con fuerza.

—Voy para allá.

—No, no hace falta, en serio, solo necesitaba hablar con alguien, soltarlo...

—Me vale madre si querías soltarlo o no, salgo a las cuatro, a las cinco estoy tocando tu puerta y más te vale que no me la cierres en la cara.

Fernando sonrió apenas, por primera vez en toda la mañana.

—Gracias, Checo.

—No me agradezcas, solo no te hundas solo, ¿sí?

—Está bien.

Colgaron.

Lo que ninguno de los dos sabía, lo que ninguno pudo imaginar siquiera, era que, al otro lado de la puerta del cubículo donde Fernando solía pasar sus mañanas, alguien se había quedado de pie, con el rostro completamente pálido y los labios entreabiertos, no fue la mejor idea de Checo poner el alta voz, a su defensa, no había nadie al alrededor. 

Lance.

Había ido a buscarlo, había llevado incluso un café, solo quería verlo, asegurarse de que estaba bien después de lo de anoche, pero en su lugar, lo único que había recibido fue esa llamada, ese testimonio crudo y desesperado.

Y ahora su expresión no era de enojo, ni de vergüenza, era otra cosa.

Era dolor.

Dolor real.

Y un temblor en los dedos que no conocía, porque Fernando había dicho que fue un error.

Que se sentía marcado, roto y que deseaba que no hubiera terminado.

Lance bajó lentamente la mirada al vaso de café que aún sostenía en la mano.

Tenía que hacer algo, tenía que hacerle entender que no fue un error, que él lo quería de verdad.

 

El reloj marcaba las doce con veintitrés cuando Fernando abrió los ojos por enésima vez esa mañana, no es que hubiera dormido más, solo se había quedado ahí, acostado, mirando la nada, reviviendo cada segundo de la noche anterior en su cabeza como si se tratara de una película vieja rayada, repitiéndose una y otra vez hasta desgastarse.

Seguía sin entenderlo del todo, cómo, cuándo, por qué.

Jamás pensó que eso pudiera arrastrarlo a él. A él, un hombre de más de cuarenta, correcto, maduro, que siempre había mantenido la compostura. ¿Cómo se permitió tanto? ¿Cómo se dejó tocar de esa forma, con tanto deseo, con tanto descaro... y aún así haberlo disfrutado como si fuera un chiquillo?

Era eso lo que más le jodía, no el acto en sí, no haber perdido la razón, sino lo que vino después.

El vacío.

El haber sentido que algo se le había metido bajo la piel, como una marca imborrable, como si la presencia de Lance aún siguiera pegada a su cuerpo, a su olor, a su respiración y al mismo tiempo, el remordimiento mordiéndole los talones, recordándole que eso nunca debió pasar.

Pero pasó.

Y ya no podía borrarlo.

Suspiró con pesadez, sintiendo el sabor amargo en la boca, mezcla de culpa, insomnio y saliva seca.

—No puedo seguir así —murmuró, como si escucharse a sí mismo lo hiciera más real.

Con esfuerzo caminó hacia el baño tambaleándose un poco, con los ojos entrecerrados por la luz del mediodía que se colaba por la ventana.

Se desnudó con desgano, dejando caer la ropa interior al suelo como si se tratara de una carga más, se metió a la ducha y abrió la llave del agua caliente.

Durante un largo rato no se movió, solo dejó que el agua le cayera encima, como si quisiera arrancarse de la piel todo lo que aún lo ataba a esa noche, pero no servía de nada, por más que se tallaba los brazos, el pecho, el cuello, por más que restregaba su piel con fuerza la sensación seguía ahí, ese calor.

Ese recuerdo.

El cuerpo de Lance sobre el suyo, el jadeo contenido, las manos posesivas, la forma en que lo había mirado cuando terminó, como si le perteneciera.

Fernando apretó los dientes, apoyando la frente contra la pared fría de la ducha, el agua seguía cayendo, pero él ya no sentía nada.

¿Cómo fue que dejó de ser solo deseo?

¿Por qué, entre todas las personas posibles... fue él quien lo desarmó?

Se quedó así varios minutos más, luego cerró la llave, se secó sin mucho cuidado, se colocó una pijama limpia y caminó hasta la cocina, no tenía hambre, pero su estómago rugía reclamando atención, sacó lo primero que encontró en el refrigerador, un yogurt.

Mientras comía de pie, apoyado en la barra, miraba sin ver a través de la ventana del departamento, afuera el mundo seguía su curso, la gente caminaba por las calles, algunos reían, algunos iban tarde, algunos simplemente existían.

Y él, mientras tanto, intentaba entender por qué se sentía tan vacío, por qué algo que debería haber sido un error sin consecuencias, lo había descolocado por completo.

Pero sobre todo... por qué tenía tantas ganas de volver a verlo.

Por qué extrañaba ese maldito calor en su piel.

El timbre sonó.

Fernando apenas si se movió al principio, desconcertado, no esperaba a nadie hasta las cinco, cuando Checo había prometido ir a verlo después del trabajo, frunció el ceño, dejó el vaso a medio terminar sobre la barra y caminó con cierta desconfianza hacia la puerta.

Su departamento no recibía muchas visitas y mucho menos sin avisar.

Dudó un momento frente a la cerradura, como si una intuición le revolviera el estómago, respiró hondo, giró la perilla... y al abrir, el mundo pareció detenerse por completo.

Allí estaba.

Lance.

Parado frente a él, con el cabello perfectamente desordenado, ojeras ligeras que delataban que tampoco había dormido bien, los labios entreabiertos y una expresión imposible de ignorar, vulnerable, dolida, pero al mismo tiempo decidida.

Y en sus manos, un ramo.

No cualquier ramo, no un gesto simple, no unas flores de supermercado.

Era el ramo más hermoso que Fernando había visto en su vida.

Rosas blancas, lirios orientales, peonías en un degradado de azules suaves y lilas profundos, todo perfectamente combinado, como salido de una boutique de alta floristería, un ramo que gritaba cuidado, intención, sentimiento.

Y dinero

Pero eso era lo de menos.

Porque el verdadero golpe estaba en los ojos de Lance.

Esos ojos lo miraban como si estuviera viendo al amor de su vida, como si estuviera viendo algo que temía perder.

—Hola —dijo el joven, apenas con voz, su tono era bajo, medido, casi como un susurro—. Perdona que venga sin avisar.

Fernando se quedó congelado, su primer impulso fue cerrar la puerta, dar un paso atrás, defender su frágil cordura, pero no pudo, porque el corazón le latía con tanta fuerza que parecía que le iba a romper el pecho.

—Lance... ¿qué estás haciendo aquí?

—Quería verte —respondió el chico, sin apartar la vista de él—. No me respondes los mensajes ,no fuiste a la universidad, me estaba volviendo loco.

Fernando apretó los dedos contra el marco de la puerta, su mirada bajó por un segundo al ramo, luego volvió al rostro de Lance, había demasiadas emociones desbordándose en su interior, rabia, vergüenza, miedo, pero sobre todo deseo de abrazarlo, de escucharlo, de entender.

—No deberías estar aquí —murmuró—. Esto no está bien, Lance.

—No lo está —aceptó él, con rapidez, dio un paso adelante, sin entrar aún—. Pero no podía quedarme de brazos cruzados después de lo que pasó, no puedo pretender que no significó nada, para mí no fue solo sexo, Fernando, no fue una fantasía más, no fue una conquista, no fue capricho.

El ramo tembló un poco en sus manos, pero él lo sostuvo firme, como si representara algo más grande que él mismo.

—Te lo juro —agregó con voz rota—. Para mí fue todo.

Fernando sintió un nudo seco apretarle la garganta, quería gritarle que se fuera, que eso no podía ser, que él era su profesor, que tenía 43 años, que era un hombre con principios, pero todo eso se deshacía en el aire cuando veía los ojos de Lance clavados en los suyos.

Ojos sinceros, heridos, sedientos de una respuesta.

—¿Puedo pasar? —preguntó el joven finalmente—. Solo... necesito hablar contigo, no te pido más.

Fernando cerró los ojos un segundo, como si luchara con sus propios fantasmas, su mente gritaba que no, que era una locura, que aún no había salido del pozo que la noche anterior había dejado en su cuerpo, que esto podía hundirlo aún más.

Pero sus manos se movieron solas.

La puerta se abrió lentamente, con un chirrido seco.

Y Lance entró.

Sin decir nada más, le extendió el ramo, Fernando lo tomó con manos temblorosas, el perfume de las flores lo envolvió como una ola, delicado, inolvidable, con un dejo de promesa.

Se miraron en silencio por unos segundos que se hicieron eternos.

Y entonces, Lance habló, con una honestidad que quebraba.

—Estoy aquí porque quiero saber si tú también lo sentiste, Fernando, porque si lo sentiste, no pienso alejarme.

Fernando no dijo nada, dejo cuidadosamente el ramo sobre la barra de la cocina.

Su cuerpo seguía húmedo por la ducha rápida que se había dado, pero el corazón ese estaba empapado de algo más, de ansiedad, de dudas, de ese maldito deseo de volver a sentir los labios de Lance en su piel.

Pero ahora lo tenía ahí, con una cara de perro perdido y un ramo de flores tan bello y costoso que casi le dolía verlo.

—No sabía si abrirías.

—Yo tampoco sabía si debía.

Silencio.

Uno pesado, espeso, el tipo de silencio que anuncia tormenta.

Fernando cruzó los brazos, como si intentara protegerse del frío o de él.

—Fue una locura, un error, yo soy tu profesor, tú eres un crío...

—¡No soy un crío! —explotó Lance, dando un paso hacia él—. No lo soy, Fernando, no contigo. ¿Me viste ayer? ¿Viste cómo me mirabas? ¿Cómo me tocabas? No digas que fue un error, porque ni una maldita parte de ti se resistió.

—Eso no significa que esté bien. ¡Tengo cuarenta y tres años, Lance! ¡Esto... esto va contra todo lo que soy, todo lo que he construido!

—¿Y te parece justo que lo destruyas solo porque tienes miedo?

Fernando apretó los puños.

—No es miedo, es sentido común.

—¿Ah, sí? —Lance dio otro paso, más cerca—. ¿Y qué parte del sentido común te hizo gemir mi nombre ayer? ¿Qué parte fue la que se montó sobre mí y me miró con esos ojos como si el mundo se acabara si no te besaba otra vez?

El silencio volvió, pero ahora quemaba.

—No eres una aventura, Fernando. No eres un capricho, esto... lo que siento por ti... no es algo que va a pasar con el tiempo, al contrario, va a crecer, porque te quiero, así, con tus cuarenta y tres, con tus arrugas en los ojos, con tu carácter jodidamente complicado, te quiero porque me haces sentir real, porque eres lo único que me importa.

Fernando se derrumbó por dentro.

Apretó los ojos, dio la vuelta, caminó hasta la cocina, como si la distancia pudiera salvarlo de eso pero Lance lo siguió, no le dio tregua.

—¿Y tú? —preguntó Lance, con voz más baja, más quebrada—. ¿Tú qué sientes por mí? ¿Vas a seguir escondiéndolo como si yo fuera una fantasía sucia de la que te arrepientes?

Fernando apoyó ambas manos sobre la encimera.

Temblaban.

—Me haces sentir cosas que no quiero sentir —susurró.

—¿Por qué?

—Porque no controlo nada cuando estoy contigo, porque tú me haces olvidar lo correcto, lo racional, porque contigo soy débil.

Lance se acercó más.

—Conmigo eres tú, el tú real, el que se permite sentir.

Fernando volteó, con los ojos cristalinos.

—¿Y si te cansas? ¿Y si un día te despiertas y ya no quieres esto? ¿Qué pasa conmigo, Lance? ¿Dónde quedo yo, si tú te aburres?

—No voy a aburrirme —susurró Lance, tomándole la cara entre las manos—. No de ti, no de lo que somos, juro por lo que quieras, Fernando... lo que siento es de verdad, nunca he querido a alguien así.

Fernando se perdió en esos ojos.

Tan intensos, tan jodidamente sinceros.

Y el muro finalmente se quebró.

Lo abrazó.

Con fuerza, con desesperación, como si abrazarlo significara salvarse del abismo, Lance cerró los ojos, aferrándose también.

—Dios... —susurró Fernando, con la voz rota—. Yo también, Lance. Maldita sea, yo también te quiero.

Lance se separó apenas para mirarlo, como si necesitara confirmar que lo había dicho de verdad.

—¿Me quieres?

—Sí... Te quiero, me aterrorizas, me revuelves, me desarmas... pero te quiero.

Y Lance lo besó.

No como antes, no con hambre ni con lujuria.

Lo besó como se besa a alguien por quien se daría todo, con dulzura, con gratitud, con promesas silenciosas.

Ese beso sellaba algo que ni la moral, ni la edad, ni el miedo iban a romper.

Porque por primera vez... se tenían el uno al otro, completos, reales.

 

El clima había cambiado, no afuera —seguía haciendo el mismo calor de verano con brisa suave que soplaba entre los árboles del campus—, sino adentro, dentro del pecho de Fernando Alonso, dentro de esa casa donde los silencios ya no pesaban, donde la tristeza no se escondía en las esquinas.

Sentado en el sofá, con los pies cruzados sobre la mesa de centro y una taza de café caliente en las manos, Fernando no podía evitar sonreír como un adolescente enamorado, en parte porque lo estaba.

Y en parte porque, desde la cocina, Lance Stroll tarareaba bajito mientras preparaba el desayuno.

Con el torso desnudo, solo con un pantalón deportivo colgando de sus caderas y el cabello ligeramente alborotado, Lance parecía más salido de un sueño que de la realidad, se movía con esa energía ligera y feliz de quien tiene el mundo bajo control.

—¿Qué miras, viejo? —dijo Lance con una sonrisa mientras volteaba, sosteniendo una bandeja con pan tostado, fruta y jugo natural.

—A mi novio —respondió Fernando con esa sonrisa de lado que tan bien le quedaba—. El descarado que se instaló en mi casa y ahora me hace desayuno.

—Tu novio te ama —dijo Lance, dejando la bandeja frente a él y agachándose para robarle un beso fugaz—. Y te va a seguir haciendo desayuno todos los días... si sigues dejándolo dormir en tu cama.

Fernando fingió pensarlo unos segundos.

—Mmm... ¿aunque ronque?

—¡No ronco!

—Roncas como si tuvieras un motor V8 en el pecho.

Lance soltó una carcajada, tirándose junto a él en el sofá y recostando la cabeza sobre su hombro, Fernando pasó el brazo por encima de él y lo abrazó, acariciándole el cabello.

El silencio entre ellos ya no era incómodo, era hogar.

Un par de días atrás, Lance había hecho lo impensable, fue a la oficina de su padre, Lawrence Stroll, y se lo dijo todo.

Fernando se había puesto tenso cuando se lo contó, esperando lo peor, pero Lance le narró con orgullo cómo lo enfrentó, cómo le dijo que lo que sentía no era un capricho, ni un juego, y que amaba a ese profesor al que siempre había querido impresionar.

Lawrence no fue blando, frunció el ceño, preguntó muchas cosas pero al final, suspiró y asintió.

—Conozco a Fernando desde hace años, sé que es un hombre correcto, confío en que cuidará de ti.

Eso fue todo y para Lance, fue suficiente.

—¡Bueno, bueno! ¿Y el novio no trabaja o qué? —dijo una voz burlona entrando al departamento sin previo aviso.

Fernando se giró con una ceja alzada.

La puerta se abrió y entraron dos figuras familiares.

—¿¡Ya desayunaron o venimos justo a tiempo!? —dijo Checo Pérez, abriéndose paso con la naturalidad de quien ya se siente parte del lugar.

—¡Tienen suerte de que toque el timbre! —añadió Max Verstappen entrando tras él, con una sonrisa relajada y una bolsa en la mano—. Porque si por el fuera, ya estaría sentado en la mesa.

—Ay no, esto ya parece invasión —dijo Fernando entre risas.

—¡Es una intervención amorosa! —se burló Checo—. Vinimos a ver con nuestros propios ojos a la parejita del año.

Lance rodó los ojos y se acercó con una sonrisa burlona.

—Confirmen que están aquí porque se mueren de envidia.

—¡Pff! No te creas tanto —dijo Max, lanzándole un muffin a Lance—. Nosotros también estamos de luna de miel, ¿verdad pecas?

—No me sorprende —añadió Fernando con una sonrisa pícara—. Cuando formalizaron a Checo no le paraba la boca hablando de la suerte que tenía de tenerte Max.

Checo se sonrojó hasta las orejas, mientras Max le lanzaba una mirada cargada de complicidad.

—¡Basta! ¡No vinimos a hablar de nosotros! —dijo Checo, pero la sonrisa le ganaba—. Queremos verlos felices y... bueno, parece que están bastante bien.

Fernando y Lance se miraron. Y como si fuera una escena ensayada, se tomaron de la mano sobre el sofá, ya no había miedo, ni dudas, solo esa certeza compartida.

Max se sentó con ellos y lanzó,

—Bueno, bueno... ¿y para cuándo la boda?

—¡MAX! —gritaron los tres al mismo tiempo, entre risas.

Era una tarde simple, cuatro personas reunidas entre bromas, cariño y complicidad, la vida seguía, pero diferente, llena.

Fernando miró a Lance, ese chico que había sido caos y deseo, tormenta y ternura, ese chico que, sin darse cuenta, se había vuelto su casa.

Lance le devolvió la mirada y sonrió.

Así está bien, pensó Fernando.

Y su corazón, por primera vez en mucho tiempo, se sintió en paz.

Notes:

FIN -

Mi primera historia después de tanto, no fue perfecta pero fue con amor, espero les haya gustado, a mi me encanto escribirla.

No es la última que haré, prometo ir mejorando ♡.

Gracias por leer.

Notes:

Hola gente de Ao3!!!!

¿Cómo están? Espero que bien.

Y también espero que disfruten de esta obra, mi primer trabajo después de muchísimo tiempo.