Actions

Work Header

Rating:
Archive Warning:
Category:
Fandom:
Relationship:
Characters:
Additional Tags:
Language:
Español
Stats:
Published:
2025-10-13
Updated:
2025-10-16
Words:
3,294
Chapters:
2/20
Comments:
2
Kudos:
15
Bookmarks:
1
Hits:
146

¿Gaara era un omega?

Summary:

El aroma lo tomó por sorpresa.
Dulce, intenso... algo que parecía atravesarle el pecho y llenarle los pulmones de una calma inquietante.

-¿De dónde viene ese aroma tan delicioso? -murmuró Lee, olfateando el aire como un sabueso perdido.

Siguió el rastro casi sin pensarlo, con pasos sigilosos, hasta que la brisa del jardín le trajo la respuesta.
Allí, entre los tulipanes, un pelirrojo se inclinaba con la cabeza baja, las manos hundidas en la tierra húmeda.

Lee se detuvo en seco.
No necesitó verlo de frente para reconocerlo.
Gaara.

Pero lo que no comprendía -lo que su instinto se negaba a aceptar- era otra cosa.
¿Ese aroma... provenía de él?

¿Gaara... era un omega?

El pensamiento lo golpeó con tanta fuerza que, por un instante, el presente se disolvió.

Chapter Text

Habían pasado dos años desde que la Gran Guerra Ninja había terminado.
A pesar de las pérdidas irreparables, el mundo había logrado levantarse.
Los clanes habían unido fuerzas, las aldeas reconstruían sus cimientos, y por primera vez en mucho tiempo, el aire se sentía ligero.

El desierto de Suna se extendía hasta donde la vista alcanzaba: dunas doradas que parecían olas inmóviles, moviéndose con cada soplo de viento cálido.
El sol caía lento, derramando una luz anaranjada que hacía brillar la arena como fuego.

Lee avanzaba entre las sombras de las rocas, su postura recta y atenta como siempre.
Formaba parte de la escolta del Hokage en una misión de carácter diplomático: la primera asamblea de los Kage desde la guerra.
En teoría, era un viaje solemne.
En la práctica, sabía perfectamente que estaba ahí porque Naruto había querido tener un “amigo de confianza” para cubrirlo cuando inevitablemente hiciera alguna tontería.

A su lado, el rubio avanzaba con un paso alegre, saltando de duna en duna como si volvieran a ser genin.
Un poco más atrás, Sai los seguía con el mismo ritmo tranquilo y la expresión neutra de siempre, una libreta asomando entre sus dedos.

—¡Lee, pssst, Lee! —llamó Naruto, agitando la mano con energía.

El pelinegro giró la cabeza, un poco fastidiado.
—¿Qué sucede, Naruto-kun?

—¿Por qué esa cara larga? ¡Ánimo, amigo! —sonrió con picardía—. He oído que en Suna hay bastantes omegas, más que en Konoha. Seguro pescas algo.

Lee casi tropieza con una piedra.
—¡¿Qué?! ¡Yo no quiero un omega! Además, estamos en misión, no hables de eso —exclamó, intentando mantener la seriedad.

—Ay, qué aguafiestas —gruñó Naruto, inflando las mejillas—. Un poco de diversión no mata a nadie.

Antes de que Lee pudiera responder, una voz suave y perfectamente seria intervino detrás de ellos:

—En realidad, los omegas pueden ser esenciales durante los periodos de cooperación interaldeas —dijo Sai, sin levantar la vista de su cuaderno—. Sus ciclos generan feromonas que estabilizan a los alfas cercanos, reduciendo los niveles de agresividad y mejorando el trabajo en equipo.

Naruto casi se atragantó.
—¡¿Sai, qué demonios dices?!

—Solo información básica —respondió el otro con calma—. Está en los informes médicos de Konoha. Los efectos secundarios también incluyen distracción, euforia leve y, en casos extremos, apareamientos accidentales.

—¡¿Apareamientos qué?! —chilló Naruto, casi cayéndose de la rama en la que iba.

Lee, rojo hasta las orejas, trató de mantener la compostura.
—¡Sai, no es apropiado hablar de esas cosas en una misión!

Sai parpadeó.
—¿No? Pensé que querías entender mejor la dinámica social entre especies reproductivas.

—¡No somos especies! —gritó Naruto.

Lee se llevó una mano a la frente.
—Por favor, centrémonos en la misión…

Naruto soltó un bufido, luego lo miró de reojo, aún con su sonrisa burlona.
—Vas a ver, cuando lleguemos a Suna seguro te topas con alguno y te vas olvidando de la “misión”.

—Le diré a Sasuke que dijiste eso —contestó Lee sin dudar.

El rubio palideció.
—¡¿Qué?! ¡No, no, no, cejotas, no le digas nada! Tú sabes que solo tengo ojos para él, anda, no seas cruel —decía mientras casi tropezaba, suplicando con las manos.

Lee soltó una carcajada sincera ante su desesperación.
—Está bien, está bien… No diré nada.

Naruto suspiró, llevándose la mano al pecho.
Sai, en cambio, lo observaba con la cabeza ligeramente inclinada.
—Interesante. Los alfas emparejados también muestran signos de dependencia emocional. Lo anotaré.

—¡No anotes nada! —protestó Naruto.

Lee sonrió apenas. El aire del desierto le quemaba un poco los pulmones, pero se sentía extrañamente ligero.
—Perdón por la cara larga, Naruto-kun —dijo tras un momento—. Hace poco tuve mi ciclo... lo estuve retrasando demasiado con supresores, y parece que esta vez el cuerpo me pasó factura.

—¿Ah, sí? —Naruto rió—. Antes de emparejarme con Sasuke me pasaba igual.
Se inclinó para susurrarle al oído:
—Deberías buscar pareja, aunque sea casual. Es por salud.

Lee lo miró con seriedad.
—No creo en eso.

Naruto levantó las manos.
—Está bien, está bien, el amor eterno, lo sé. Pero no puedes negarlo: estás tenso, cejotas.

Lee suspiró, sin negar ni afirmar.
Era cierto. A veces se sentía demasiado solo.

El silencio los acompañó un rato, roto solo por el sonido del viento arrastrando la arena.

Hasta que Sai, con su voz neutra, comentó sin levantar la vista:
—Ya divisamos la muralla de Suna. Llegaremos en diez minutos, dependiendo del ritmo emocional del grupo.

—¿Ritmo emocional? —repitió Naruto.
—Sí. Ustedes conversan más cuando están incómodos. Avanzan menos. —Sai cerró su cuaderno—. Es estadísticamente comprobable.

Naruto resopló.
Lee solo negó con una sonrisa cansada.
A lo lejos, la aldea del viento se extendía bajo la luz del atardecer, como un espejismo cálido esperándolos.

──────────────────

El aire cálido de Suna los envolvió apenas cruzaron la entrada principal. El sol caía como una cortina dorada sobre las calles, y el bullicio de la aldea era un recordatorio de que, pese a todo, la vida seguía avanzando.

—Bienvenidos, bienvenidos… ¡Oh! —una voz femenina se alzó entre la multitud.
—¡Lee-kun, Sai-kun, Hokage-sama! —exclamó Temari con una sonrisa amplia mientras se acercaba a paso firme. Su atuendo de batalla había sido reemplazado por uno más formal, aunque seguía cargando esa presencia firme y segura que la caracterizaba—. Hace mucho que no los veía, me alegra ver que se encuentren bien.

—¡Temari! Quita esas formalidades —rió Naruto, levantando una mano en un saludo despreocupado—. Veo que a Suna le ha ido muy bien… las cartas que me mandas no le hacen justicia a todo esto.

—Oh, gracias —respondió ella, cruzándose de brazos con orgullo—. Nos tomó un poco, pero logramos salir adelante.

Sai inclinó la cabeza con su habitual serenidad.
—¿El Kazekage no debería ser quien nos dé la bienvenida?

Naruto soltó un bufido.
—¡Ay, Sai! No seas tan irrespetuoso. Perdónalo, Temari, todavía tiene problemas con su vocabulario.

La rubia soltó una breve carcajada.
—No pasa nada. Conozco a alguien que también sigue siendo igual de directo.

Se acercó un paso más y extendió la mano hacia Sai.
—Mucho gusto, creo que nunca nos presentamos oficialmente. Soy Temari, estratega de Suna y hermana del Kazekage.

Sai, algo rígido, le devolvió el gesto con un leve apretón.
—Disculpe la manera… mucho gusto. Sai, del equipo de inteligencia de Konoha.

—A propósito, Temari —interrumpió Naruto, con el brillo curioso de siempre—, ¿dónde está Gaara? Quisiera saludarlo antes de reunirme con los demás viejos aburridos.

La rubia parpadeó un par de veces, algo incómoda.
—Eh… la verdad es que ni yo sé. Hace poco se mudó solo a la torre oficial del Kage —bajó un poco la voz al decirlo, casi como si no quisiera que otros lo oyeran—. Pero no debe tardar en llegar. Mientras tanto, pueden pasar a degustar los aperitivos que tenemos en la plaza central.

—¡Perfecto! —dijo Naruto ya adelantándose unos pasos, oliendo el aire como si pudiera rastrear la comida.

—Si me disculpan —añadió Temari, haciendo una ligera reverencia—, debo saludar a los demás en nombre de Gaara.

—Está bien, nos vemos luego, Temari —respondió Lee con amabilidad.

—Hasta luego —agregó Sai, asintiendo cortésmente.

La vieron alejarse entre los invitados, su cabello rubio ondeando con el viento del desierto. Naruto se estiró y soltó una risita.

—Vaya… qué desconsiderado el Kazekage.

—Sai, no digas eso —replicó Lee, alarmado, mirando a los lados como si temiera que alguien lo oyera.

Sai ladeó la cabeza con expresión serena.
—Solo hago una observación lógica. Un líder debería estar presente para recibir a los visitantes.

Naruto soltó una carcajada.
—Créeme, si conocieras a Gaara, entenderías que la lógica y él no siempre se llevan bien.

Lee suspiró, pero no pudo evitar sonreír. Había algo reconfortante en ese caos familiar.

Al alzar la mirada, notó que se encontraba solo. Alarmado, miró a los costados, pero no había rastro de ninguno de sus compañeros.

—¿Sai? ¿Naruto? —llamó, y su voz rebotó débil entre las calles de arena.
Suspiró cansado. Lo último que le faltaba: perderse.

No era la primera vez que venía a Suna, pero la aldea había cambiado. Había sido restaurada con una arquitectura más amplia y moderna; entre los pasillos, torres y callejones, incluso un ninja con orientación perfecta podía confundirse.

Decidió seguir el flujo de la gente, con la esperanza de reencontrarse con los demás. Caminó distraído, observando los puestos decorados y los emblemas dorados que ondeaban por la asamblea. Pero entonces lo sintió: un conjunto de aromas dulces lo envolvió.
Naruto tenía razón. En Suna parecía haber más omegas que en Konoha. No tantos como betas, pero suficientes para que el aire se volviera pesado, espeso, casi tangible.

Agobiado por los distintos olores, Lee terminó apartándose de la multitud. Sus pasos lo llevaron hacia una zona más silenciosa, donde el bullicio se desvanecía y solo quedaba el viento.

Genial. Ahora sí estaba completamente perdido.

Mientras avanzaba, notó algo que le robó el aliento: unos jardines inmensos extendiéndose frente a él. No podía creerlo. En un desierto como Suna, semejante espacio verde era casi imposible.

A paso ligero, se acercó, sintiendo una curiosa atracción, como si algo —o alguien— lo llamara.
Al doblar un sendero, un aroma distinto lo envolvió. No era intenso, sino suave, limpio, casi etéreo.

—¿De dónde viene ese aroma tan delicioso? —murmuró Lee, olfateando el aire como un sabueso desorientado.

Siguió el rastro sin pensarlo, sus pasos amortiguados por la arena. La brisa cálida del jardín le trajo la respuesta.
Entre los tulipanes, un pelirrojo estaba de cuclillas, las manos hundidas en la tierra húmeda.

Lee se detuvo en seco.
No necesitó verlo de frente para reconocerlo.

Gaara.

Pero lo que no comprendía —lo que su instinto se negaba a aceptar— era otra cosa.
Ese aroma... provenía de él.

¿Gaara… era un omega?

El pensamiento lo golpeó con tanta fuerza que, por un instante, el presente se disolvió.