Chapter Text
El trabajo en equipo
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La luz del atardecer caía oblicua sobre la oficina del Hokage. Los informes se apilaban en el escritorio, las sombras del día se alargaban sobre el suelo, y el silencio era más pesado que cualquier guerra.
Minato seguía leyendo, aunque hacía rato que no veía realmente las letras.
Frente a él, de pie, Kakashi esperaba con los brazos cruzados, el uniforme ANBU aún manchado de polvo y humo.
—Así que… ¿es una orden directa? —preguntó Kakashi finalmente, sin alterar el tono.
Minato alzó la mirada. No parecía el Cuarto Hokage en ese momento, sino un hombre joven cansado.
—Sí —respondió, sin adornos—. Quiero que dejes la división ANBU.
Kakashi no se movió. Ni siquiera parpadeó.
—En un momento como este —dijo al fin, despacio—. Cuando los informes de frontera son cada vez más ambiguos. Cuando los enviados de Iwa desaparecen y las rutas con el País del Viento se cierran.
Levantó una ceja bajo la máscara—. ¿Seguro que es el mejor momento para quitarle un agente a la sombra?
Minato lo observaba con esa calma que no imponia, pero pesaba.
—Precisamente porque es un momento como este.
El silencio se estiró. Afuera, se oía el murmullo distante de la aldea; niños riendo, los últimos pasos antes de que cayera la noche.
—Shisui e Itachi asumirán tu puesto —continuó Minato—. Son jóvenes, pero confió en ellos. Tú... tendrás otra misión.
Kakashi apartó la vista hacia la ventana.
—¿Más importante que mantener el equilibrio de inteligencia?
Minato esbozó una sonrisa pequeña, triste.
-Si. Mucho más.
Se levantó, caminó hasta el ventanal, donde la luz dorada le iluminaba el rostro.
—Hay tres estudiantes que están a punto de graduarse. Mi hijo, el hijo menor de Fugaku y una niña civil de la familia Haruno, de tenderos. Sus nombres: Naruto, Sasuke y Sakura.
Kakashi no respondió. Lo intuía, pero no quería admitirlo.
—Quiero que seas su sensei —dijo Minato finalmente.
El silencio se volvió más denso, casi tangible. Kakashi respiró hondo, los ojos fijos en el horizonte.
— ¿Quieres que entrene a tu hijo? —preguntó al cabo, con una mezcla de ironía y resignación.
—No —respondió Minato, girándose hacia él—. Quiero que lo prepare para sobrevivir.
Su voz bajó apenas, más íntima—. A él... ya Sasuke. Sakura también.
—Para empezar, ¿cómo es qué una niña de civiles está con dos niños de la familia shinobi?
—Es la mejor de su clase en teoría y sellos. Tiene talento, tu debes es ayudarla a usarlo. — Se detuvo, como si la siguiente frase le costara admitirla—. Puede que esta paz no dure, Kakashi. Hay movimientos que ni siquiera la diplomacia puede detener. Y si eso ocurre... quiero que ellos sepan lo que tú aprendiste: cómo seguir respirando cuando el mundo se rompe.
Kakashi lo miró. No con sorpresa, sino con esa expresión cansada de quien ha visto venir las tormentas desde muy lejos.
—Entonces no quieres un maestro —dijo, sin dureza—. Quieres un escudo.
Minato bajó la mirada.
—Tal vez sea un deseo egoísta. Pero si hay otra guerra… quiero que alguien esté ahí para ellos. Alguien que entienda lo que yo no podrá enseñarles.
La luz del atardecer se desvaneció lentamente, y el rostro de Minato se oscureció a medias, mitad en sombra, mitad en fuego.
Kakashi se enderezó.
—¿Y si no hay guerra? —preguntó.
Minato lo miró con una calma que dolía.
—Entonces habrán aprendido a vivir en paz. Y eso también será gracias a ti.
Kakashi asintió apenas. Ni una protesta, ni una emoción visible. Solo ese leve gesto, seco, que en él valía más que una promesa.
Giró hacia la puerta, pero antes de irse, murmuró:
—Haré lo que se debe, Hokage-sama.
Minato lo observó salir. Cuando la puerta se cerró, el despacho quedó en silencio.
Por un instante, el Cuarto Hokage apoyó las manos sobre el escritorio y respiró hondo. Afuera, el cielo se teñía de rojo.
Y, muy en el fondo, aunque no lo admitiría ni ante sí mismo, Minato sintió miedo.
No por la guerra… sino por el precio que sabía que su hijo y el hijo de Fugaku tendrían que pagar, si llegaba el día en que su deseo egoísta se volviera su mayor pesadilla.
El sonido de las cigarras era lo único que no cambiaba en Konoha.
Kakashi lo pensó mientras subía los escalones del edificio de la Academia, con una mano en el bolsillo y la otra sosteniendo su pequeño libro abierto sin mirar realmente las páginas. El sol caía oblicuo sobre los techos, dorando los cristales, como si todo en el pueblo quisiera aparentar normalidad.
Pero él sabía que no era así.
Nada era realmente normal desde hacía mucho tiempo.
Minato le había pedido algo personal. Egoísta, incluso. Y por más que tratara de ignorarlo, la petición seguía vibrando en su mente como una cuerda tensa. “Si algo llega a pasar, quiero que esos tres sepan sobrevivir.”
No brillar. No ganar.
Sobrevivir.
Se trago su pesar y cerró el libro cuando escuchó el bullicio del aula al fondo del pasillo.
La puerta corrediza se abrió con un chirrido metálico, y el caos lo recibió de inmediato.
—¡Te digo que sí lo haré! ¡Voy a ser Hokage antes que tú, Sasuke! —gritaba un chico rubio, de voz raspada y energía incontrolable.
El otro, un niño de cabello negro y expresión helada, ni siquiera lo miró.
—Sigue soñando, dobe.
La chica entre ellos intentaba separarlos con un suspiro resignado.
—¡Ya, ya! ¡Dejen de pelear! ¡En cualquier momento llegará el maestro!
Kakashi pestañeó despacio, como si procesar aquel torbellino le llevara más tiempo del habitual.
Así que estos eran los futuros pilares de Konoha.
Un soñador impulsivo, un genio arrogante y una mediadora con los pies en la tierra.
Perfecto. O un desastre en proceso.
—Mmm. —fue todo lo que dijo, cerrando la puerta detrás de sí.
Los tres giraron hacia él con la atención tensa que solo los niños saben fingir.
—Soy Hatake Kakashi —comenzó, con tono plano—. Seré su nuevo instructor.
—¿Instructor? —Naruto ladeó la cabeza, curioso—. ¿Y qué pasa con el examen de graduación? ¡Yo ya pasé el clon básico! ¡De veras!
Kakashi lo miró por un segundo… y luego volvió a mirar su libro.
—Lo discutiremos mañana. Los veré en el campo de entrenamiento al amanecer.
—¿Qué? ¿Nada más? —protestó Naruto—. ¡Ni siquiera dijo su comida favorita!
Kakashi salió sin responder, dejando el eco de las risas y las quejas rebotando en el pasillo.
Podía escucharlos incluso cuando ya descendía las escaleras: Naruto parloteando sobre su top diez de comidas favoritas, Sakura suspirando y Sasuke fingiendo no escuchar a ninguna.
Tres voces, tres ritmos completamente distintos.
“Los estás subestimando”.
La voz de Minato cruzó su mente con claridad insoportable.
Kakashi metió las manos en los bolsillos, la mirada perdida en el cielo de la aldea.
Tal vez sí los subestimaba. Pero, después de lo que había visto en el mundo, ¿cómo no hacerlo?
Aun así… algo en el bullicio que había dejado atrás le sonó distinto.
Una chispa tenue, escondida entre el ruido.
Casi un recuerdo.
El amanecer en Konoha siempre tuvo el mismo silencio limpio, pero Kakashi no lo sintió igual desde que había dejado la máscara negra y el acero de la ANBU.
Ahora cargaba una campanilla atada al cinturón y tres niños medio dormidos frente a él. Un intercambio que aún no sabía si consideraba una degradación o un descanso.
Naruto bostezaba al cielo abierto. Sakura intentaba mantener la compostura, aunque su expresión decía que preferiría estar en cualquier otro lugar. Sasuke simplemente los observaba, con los brazos cruzados y la mirada que había visto demasiadas veces en los ojos de los prodigios: fría, impaciente, convencida de que todo el mundo es un obstáculo temporal.
Kakashi sospechó detrás de su máscara.
Minato, espero que esto sea una buena idea.
—Bien, la prueba es sencilla .— dijo con su tono habitual, señalando las dos campanillas que colgaban de su cinturón. — Quien logre quitármelas antes del mediodía, pasa. Los otros… volverán a la Academia.
Naruto levantó la mano.
—¡Pero somos tres!
—Exacto. —Kakashi hojeó su libro, indiferente—. No todos merecen avanzar.
Eso bastó para encender la chispa.
Naruto se lanzó primero, impulsivo como siempre. Sasuke lo siguió sin siquiera mirar, un reflejo natural de competencia.
El campo se llenó de movimiento, humo y gritos. Kakashi apenas tuvo que moverse.
Los esquivó con facilidad, una sombra entre las sombras. Su mente analizaba más que su cuerpo: el tiempo de reacción de Sasuke, la fuerza torpe pero explosiva de Naruto, la coordinación casi inexistente entre ambos.
Sakura intentó atacar desde un flanco, pero su posición era predecible. En segundos, la dejó atrapada bajo una simple trampa de cuerda.
—Tienen energía —comentó mientras la veía forcejear—. Pero si esto fuera una guerra, ya estarían muertos.
Naruto apretó los dientes, levantándose de un salto.
—¡No digas eso! ¡Aún no has visto nada! ¡De veras!
—Y espero no verlo —murmuró Kakashi, demasiado bajo para que lo oyeran.
Durante la siguiente hora, los verificarán fallar una y otra vez.
Naruto corriendo sin pensar.
Sasuke perdiendo la paciencia.
Sakura intenta ayudar, pero sin fuerza suficiente para mantener el ritmo.
En un punto, Kakashi simplemente dejó el libro a un lado y los contempló, en silencio. El sol subía sobre los árboles, y la brisa agitaba el polvo en espirales suaves.
Tres niños.
Tres intentos fallidos.
Y una voz en su cabeza, obstinada como el eco del pasado:
"Enséñales a sobrevivir, Kakashi. Aunque no te escuchen".
Se sentó bajo un árbol, dejando que ellos siguieran peleando con la desesperación propia de quienes no saben rendirse.
Y mientras los veía tropezar una y otra vez, se preguntó —con una punzada amarga— si estaba destinado a repetir el mismo ciclo: perderlos a todos, uno por uno.
Pero entonces, algo cambió.
Sakura, cubierta de polvo, se acercó a Naruto y Sasuke. No para quejarse, no para retar.
Les habló en voz baja.
Naruto la miró, luego a Sasuke. Y el Uchiha, tras una pausa larga, acercándose con un gesto casi imperceptible.
Kakashi entrecerró los ojos.
¿Y esto?
Sakura se levantó primero.
Naruto y Sasuke tomaron posiciones.
No hubo gritos esta vez.
Solo el sonido del viento entre las hojas.
Y por primera vez, Kakashi se inclinó hacia adelante, curioso.
El silencio del bosque se volvió expectante.
Kakashi observó cómo los tres se dispersaban, cada uno desapareciendo entre el follaje.
Nada nuevo —pensó—. Seguramente intentarán otro ataque improvisado .
Pero esta vez no sentía el ruido torpe ni los pasos desordenados de antes. Solo el aire se mueve con cierta intención. Demasiado callado para ser casual.
El primer golpe vino de arriba.
Naruto descendió con una ráfaga de clones, formando una nube de movimiento que levantó polvo y hojas. Kakashi saltó hacia atrás, sin esfuerzo, pero en cuanto cayó al suelo, un shuriken rozó su máscara desde la izquierda: Sasuke, rápido y preciso, usando la distracción del rubio.
Y entonces, entre el humo que dejaban los clones disipándose, algo más se movió.
Un hilo fino.
Una trampa colocada al nivel de sus tobillos, invisible bajo la hierba.
Kakashi se giró para evitarla, pero el sonido metálico a su costado lo delató.
La campanilla tintineó apenas cuando una mano —no la suya— la sostuvo con firmeza.
Sakura, con el rostro salpicado de polvo y sudor, la levantó despacio.
—La tenemos.
Naruto sonreía de oreja a oreja, jadeando.
Sasuke solo exhaló con una mezcla de orgullo y molestia contenida.
Y Kakashi… simplemente los miró.
Por un instante, el bosque pareció detenerse.
El viento cesó.
Y en esa quietud, Kakashi comprendió lo que había pasado sin necesidad de preguntar.
Sakura había pensado el plan.
Naruto había sido la distracción perfecta.
Sasuke, el ejecutor silencioso.
—No es la primera vez que hacemos equipo. — dijo Sakura entre risas suaves, sin mirar a nadie. —En la escuela básica… jugábamos juntos, algunas veces. Y se que, cuando Naruto y Sasuke no están encerrados en su propio mundo, suelen… entenderse sin palabras. Solo hacía falta un poco de orden.
Kakashi sintió una punzada en el pecho.
No era dolor.
Era algo más profundo.
Una mezcla de alivio y nostalgia, como si acabara de ver el reflejo de un recuerdo que nunca vivió.
Se acercó a ellos, tomando la campanilla con los dedos, y la colgó de nuevo en su cinturón.
—Pasaron la prueba.
Naruto lo miró sorprendido.
—¿En serio? ¿Así de fácil?
—No fue fácil —respondió él, tranquilo—. Aprendieron la lección que la mayoría olvida: nadie sobrevive solo.
El sol caía, y la luz anaranjada se filtraba entre las ramas, tiñendo de dorado el polvo suspendido en el aire.
Sakura sonreía sin esconderlo.
Sasuke miró al suelo, encontrándose desinteresado.
Naruto reía, como si el cansancio no existiera.
Kakashi se permitió un instante para observarlos en silencio.
El viento movía sus cabellos, y por primera vez en mucho tiempo, no pensó en el pasado ni en las misiones que había fallado.
Pensó en ellos.
En lo que pude llegar a ser.
Tal vez Minato tenía razón.
Tal vez todavía había esperanza para Konoha.
Cerró los ojos un segundo, y el tintineo de la campanilla resonó como una promesa en el aire.
Cuando los abrieron, los tres lo miraban expectantes, cubiertos de polvo, sonriendo sin saber por qué.
Y él, sin decir nada, sonrie también. Una pequeña sonrisa. Casi imperceptible.
Pero real.
El viento siguió soplando, arrastrando el eco de esa risa juvenil que, por un momento, hizo que Konoha pareciera un lugar en paz.
El cielo comenzaba a tornarse violeta sobre Konoha cuando Kakashi llegó al pie del
Monumento de los Hokage.
El aire olía a piedra ya hojas húmedas; el viento de la tarde traía el eco distante del pueblo volviendo a su calma.
Se detuvo frente a la efigie más reciente —el rostro sereno de Minato tallado en la montaña—, y por un instante no supo si hablar o simplemente quedarse allí, escuchando.
Había pasado tanto tiempo desde que su vida se redujo a misiones y silencio… que olvidó cómo se sintió volver con las manos llenas de polvo, pero con algo parecido a la esperanza.
—¿Pensando demasiado otra vez, Kakashi?
La voz lo sacó de sus pensamientos.
Giró apenas el rostro, sin sorpresa. Minato estaba allí, apoyado con la misma naturalidad de siempre, el manto del Hokage agitado por la brisa.
Su sonrisa era la misma: tranquila, un poco nostálgica, como si todo el peso del mundo aún le pareciera soportable.
—No sabía que observarías —dijo Kakashi, volviendo la mirada al horizonte.
—No lo hice. —Minato se acercó, las manos en los bolsillos—. Pero sabía que pasarían.
Kakashi alzó una ceja.
—Tan seguro estabas de ellos?
-No. —Minato sonriendo, mirando el crepúsculo—. De ti.
El silencio se extiende unos segundos, lleno del rumor del viento y el murmullo del río al pie de la montaña.
Kakashi no respondió de inmediato.
Solo dejó escapar un suspiro lento, uno de esos que llevan más peso del que admite.
—Sigues teniendo demasiada fe en mí.
—Y tú sigues sin entender que eso no es un error —replicó Minato con suavidad.
Hubo una pausa breve, y luego, el Hokage soltó una risa ligera.
—Aunque debo admitir que por un lado, no confiaba tanto en Itachi y Shisui como instructores.
Kakashi lo miró de reojo.
-¿No?
-No. —respondió Minato con falsa solemnidad—. Los mirarían demasiado.
Kakashi arqueó una ceja, divertido pese a sí mismo.
—¿Los dos?
—Shisui les dejaría hacer bromas en medio del entrenamiento, e Itachi les permitiría ganar solo para evitar herir su orgullo.
—Qué generoso. —Kakashi guardó las manos en los bolsillos—. No sé si fui degradado de mi puesto o solamente crees que yo soy el ogro del grupo.
—El ogro que los hará sobrevivir —dijo Minato, y su voz se suavizó—. Y, si tienes suerte, aprenderán algo más que pelear.
La luz del atardecer tocó el rostro de ambos.
Por un instante, el silencio no pesa. Era simplemente… tranquilo.
Kakashi se acercó una sola vez.
—Haré lo posible.
-Perder. —Minato sonrojándose—. Siempre lo haces.
El Hokage dio media vuelta, caminando hacia el sendero que descendía de la montaña.
Antes de perderse entre la sombra de los árboles, alzó una mano en gesto de despedida.
—Ah, y Kakashi…
-¿Si?
—Intento no llegar tarde mañana. No les pegues esas malas costumbres a mentes tan jóvenes.
-Mmm. —Kakashi cerró su libro, por primera vez sin leerlo—. Veré lo que puedo hacer.
El viento sopló una vez más, llevando las risas de la aldea a lo lejos.
El día se despidió en tonos dorados y lilas, y el joven sensei permaneció allí un momento más, solo con el rumor de la montaña y el recuerdo de un maestro que nunca dejaba de confiar en él.
Cuando finalmente cayó, la campanilla en su cinturón volvió a sonar.
No era el eco del deber esta vez.
Era el sonido tenue de un nuevo comienzo.
El equipo 7
