Chapter Text
El primer sonido que Regina escuchó al despertar no fue su alarma.
Fue el zumbido insoportable de su propia cabeza.
Un sonido agudo, constante y molesto, que parecía vibrarle detrás de los ojos y expandirse por toda su sien, ocasionando que el dolor fuera algo insoportable. Regina gimió en voz baja, moviéndose apenas por un centímetro, y el estómago le dio una sacudida brutal, sintiendo como un revoltijo caliente subía rápidamente por su garganta, dejándole un sabor ácido y horroroso que le quemó como fuego líquido. Se llevó una mano al abdomen, sintiendo las punzadas en las costillas y tripas, avergonzándose de los pequeños ruidos que salían de su estómago.
"Santo Dios", pensó, apretando los labios, "si me muevo otro poco, voy a morir en mi propio vómito".
Abrió los ojos con lentitud. La luz que se filtraba por las cortinas era una daga blanca, directa y despiadada. Los ojos le ardieron al instante, como si le hubieran arrojado una bola de fuego en ellos y se obligó a entrecerrarlos para poder ver a su alrededor. El techo de su habitación parecía moverse lo suficiente para confundirla. Parpadeó, tratando de enfocar, y por unos segundos se quedó en blanco, sin saber en dónde se encontraba.
Reconoció el perfume cítrico de su cuarto, el leve sonido de su aire acondicionado y el caos de ropa esparcida por el suelo. No sabía qué hora era, ni por qué llevaba un pijama con pantalones llenos de ositos, pero tenía la clara sensación de estar pagando caro por algo.
Giró la cabeza y distinguió una silueta a su lado. El corazón le dio un vuelco y la ansiedad se apoderó de su cuerpo. Intentó incorporarse despacio, apoyando las manos sobre la cama. Le crujieron los huesos, el estómago se le alteró y la habitación giró medio centímetro más de lo que podía soportar, pero eso no le importó. Necesitaba comprobar que no hubiera cometido una estupidez.
Entonces, una masa de cabello rubio se hizo presente y Regina pudo respirar con tranquilidad al reconocer a Karen a su lado. Estaba profundamente dormida, con la cara medio enterrada en la almohada y el cabello despeinado en todas direcciones. Llevaba una de los pijamas de seda de Regina y roncaba suavemente, con la boca entreabierta y una mano extendida como si estuviera pidiendo cinco minutos más de vida.
Regina la miró unos segundos, atónita y luego intentó moverla con un leve empujón, pero no pasó nada. Ni siquiera un parpadeo.
Volvió a intentarlo, esta vez con un poco más de fuerza. Al hacerlo, Karen gruñó algo entre dientes y se revolvió, girándose hacia el otro lado, mientras abrazaba una almohada.
— Mmm… cinco minutos más — farfulló, hundiendo la cara en la almohada.
Regina suspiró, dándose por vencida.
— Karen, es domingo, hoy no hay clases — murmuró, con la voz medio ronca.
Y justo cuando pensó que podía acostarse de nuevo y fingir estar muerta por unas horas más, la puerta de su habitación se abrió de par en par.
— ¡Chicas! — canturreó la señora George, entrando con una sonrisa brillante, sosteniendo una bandeja de desayuno.
La señora George lucía impecable, como siempre; llevaba una bata de terciopelo rosada y pantuflas con pompones, cabello suelto y un brillo labial rosado que combinaba con sus uñas. Regina frunció el ceño ante la sonrisa irritante de su madre y se cubrió con el edredón desviando la mirada.
— Mamá, no tan fuerte…
— ¿Cómo están mis chicas favoritas? ¿Durmieron bien? — continuó su madre, ignorando por completo el quejido de Regina. Se acercó a las cortinas y en un movimiento rápido, las abrió por completo. El cuarto se llenó de una luz blanca que pareció prender fuego a las retinas de Regina.
El reflejo fue inmediato. Regina levantó las piernas instintivamente, soltando una patada al aire que fue a dar justo contra el costado de Karen.
— ¡Agh! — soltó la rubia, sobresaltada—¡¿Qué demonios fue eso?!
— ¡Mamá! — protestó Regina, llevándose las manos a los ojos— ¡Por favor, no! ¡Necesito silencio o la cabeza me va a explotar!
Karen se incorporó de un momento a otro, despeinada y con los ojos semicerrados, sintiéndose desorientada.
— ¿Dónde...? ¿Qué pasa? ¿Qué hora es? ¿Por qué no estamos en la escuela? — balbuceó.
— Son casi las doce, cariño — respondió la señora George con una voz cantarina— Pensé que ya deberían despertarse. Hay waffles, fruta y yogurt, aunque si tienen resaca, también puede traerles aspirinas y una cubeta.
— ¿Una cubeta? —repitió Regina, horrorizada.
— ¡Claro! Por si quieren vomitar. Aunque también pueden usar el baño, no hay problema
Karen soltó una risita nerviosa, cubriéndose con la sábana.
— Oh, muchas gracias, señora George, aunque no será necesario… —dijo, aunque su voz sonaba más frágil que convincente.
—Bueno, avísenme si necesitan un suero. Acabo de comprar un nuevo sabor, sabor mango-piña la vez pasada que fui al supermercado y-
— Mamá, por favor, baja el volumen o cállate — interrumpió Regina, masajeándose las sienes, sintiendo como su estado de ánimo empeoraba con cada segundo que pasaba.
— Ay, no seas tan dramática, cariño —replicó la mujer, alisándose el cabello con una sonrisa— Yo también fui joven, sé lo que se siente después de una buena fiesta. Pero cuéntenme los detalles, ¿Qué tal les fue? ¿Había chicos lindos? ¿Qué me dicen de los disfraces?
— Mamá —murmuró Regina entre dientes, ella ya se encontraba parloteando como un periquito.
En ese momento, un pequeño torbellino humano asomó la cabeza por la puerta con una mirada curiosa y se adentró a la habitación con rapidez.
— ¡Regina, por fin despiertas! — exclamó Kylie con una sonrisa, que mezclaba travesura y emoción— ¿Cómo te fue en la fiesta? ¿Les gustó tu disfraz? ¡A mí me dieron muchos dulces por el mío!
Regina, con los ojos apenas abiertos, la miró por unos segundos antes de responder.
— ¿Ah sí? — preguntó Regina, ignorando como los recuerdos de anoche le venían a la mente de forma fugaz. Las mejillas le ardieron con solo recordar la forma en la que había estado con Rodrick en ese diminuto baño, el tacto de su mano a través de la ligera tela de su vestido, sus ojos oscuros y brillosos fijos en los suyos, como si estuviera anhelando algo de ella.
Se mordió los labios, obligándose a volver en sí. Kylie la observó con detenimiento, mientras se sentaba en la cama.
— ¿Supiste si Rodrick usó mi disfraz?
Todo rastro de somnolencia abandonó el cuerpo de Regina. Se giró lentamente a su hermana y la miró con los ojos muy abiertos, tan grandes que Kylie pensó que iban a salirse de su órbita. Su expresión se volvió tétrica y amenazante, haciendo que Kylie soltara una risa nerviosa y desviará la mirada de su hermana.
Sin embargo, el nombre no pasó desapercibido, y tanto Karen como su madre se giraron al mismo tiempo para mirarle de forma expectante.
— ¿Rodrick? — preguntó su madre, con voz llena de curiosidad.
— ¿Rodrick? ¿Quién es Rodrick? — añadió Karen, frotándose los ojos— Me suena ese nombre...
Oh no. Aquí vamos de nuevo...
— No es nadie — replicó Regina, demasiado rápido.
— ¿Es tú novio?
— ¿Qué? ¡No! —exclamó Regina, sintiendo cómo el calor subía desde su cuello hasta sus mejillas y se expandía por todo su rostro, enrojeciéndolo— ¡No es mi novio, ni siquiera es mi amigo!
— Entonces, si solo es un conocido, ¿Por qué te pusiste roja? —insistió Kylie, ganando la suficiente confianza para sonreír maliciosamente. Regina iba a matarla por ello.
— No estoy roja
— Sí que lo estás— intervino Karen, con una sonrisa perezosa— ¿Es por eso que desapareciste anoche? ¿Te fuiste a pasar el rato con él?
La señora George soltó una risa emocionada, como si estuviera viendo un episodio de su nueva telenovela favorita.
— ¿Es guapo? — preguntó encantada.
— ¡Mamá! ¡No es nada!
Su madre parecía ya no escucharla. Estaba ya en su propio mundo, imaginándose la historia de amor adolescente de su hija con ese chico misterioso de la fiesta.
Kylie, mientras tanto, observaba la escena con una actitud divertida. Le caía bien Rodrick, lo admitía. Había algo en él que se sentía auténtico, y que contrastaba con los típicos chicos que había traído su hermana a la casa. Aunque, si iba a ser su novio, tendría que ganarse su aprobación primero.
Regina, por su parte, estaba buscando una salida. Cualquier excusa. Una ventana, un agujero en el suelo, lo que fuera para escapar de aquella conversación, pero justo en ese momento escuchó un ruido extraño.
Un gemido.
Karen se encogió un poco, llevándose una mano al estómago.
— Oh no… —murmuró, con voz pastosa— Creo que…
No alcanzó a terminar. Su cara se puso blanca como un papel y su respiración se volvió entrecortada. La señora George reaccionó al instante, alcanzándole una cubeta de plástico mientras le sostenía el cabello. Regina se tapó los ojos con ambas manos, apartándose de forma rápida, mientras Kylie, entre horrorizada y divertida, intentaba no reírse.
— Aquí tienes, cariño. No te preocupes, todo el mundo ha tenido una noche difícil alguna vez — dijo dulcemente mientras Karen se levantaba tambaleante y salían rumbo a la cocina— Te prepararé un remedio, querida, verás que vas a quedar como nueva
Cuando se fueron, el cuarto quedó en silencio. Regina seguía quieta, con la cara completamente colorada y los nervios alterados.
— Dios mío... — murmuró Regina, hundiéndose en la cama. Kylie soltó una risa.
— Al menos ya no hablaron de Rodrick...
Regina la fulminó de nuevo.
— Kylie… —dijo con voz grave— si dices su nombre otra vez, juro que-
— ¿Rodrick? — repitió Kylie, con una sonrisa provocadora.
Regina agarró una almohada y se la lanzó sin dudarlo, ganándose un quejido por parte de su hermana. En ese momento, su celular vibró sobre la mesa de noche. El sonido grave, sordo y monótono, fue un taladro para sus oídos.
— ¡Ugh, apágalo! — gimió Regina, cubriéndose con la almohada— ¡Ese ruido me está matando!
Kylie la observó y rápidamente agarró el celular, abriendo la tapa, emitiendo un pequeño chasquido.
— ¿Hola? — preguntó alegremente, llevándose el teléfono a la oreja— ¿Quién habla?
Una voz masculina y ronca respondió al otro lado de la línea. Los ojos de Kylie se iluminaron.
— ¡Oh, eres tú! ¡Hola Rodrick! ¿Qué tal estás?
Regina salió disparada de la cama, como si le hubieran lanzado un balde de agua fría.
— ¡¿Qué?! ¡Dámelo! — exclamó, estirando los brazos, sintiendo su corazón latir con fuerza.
Kylie se apartó de inmediato, con una sonrisa.
— ¡Si, soy yo, Kylie!, la hermana de Regina, ¿Te acuerdas de mí? Nos conocimos en el centro comercial, e hicimos compras juntos
— ¡Kylie, dame mi teléfono ahora mismo! — gritó Regina, avanzando hacia ella.
Kylie dio un salto hacia atrás, riendo, esquivándola.
— ¡Oh, es Regina! Está hecha un desastre por lo de anoche, y justo en este momento acaba de vomitar en su cama
— ¡KYLIE! — chilló Regina, horrorizada, lanzándose hacia ella.
Pero su hermana ya estaba corriendo alrededor de la cama, esquivando el brazo de su hermana con agilidad y riéndose como si aquello fuera un juego.
— ¡Me tengo que ir! ¡Saluda a Greg de mi parte!
Finalmente, Regina logró atraparla, después de una breve persecución que incluyó un par de cojines lanzados y varios insultos ahogados. Regina le arrancó el teléfono de la mano y Kylie estalló en risas, cayendo de rodillas al suelo. Regina resopló, con el rostro todavía encendido, y sin decir nada más, se encerró directo en su baño. Cerró la puerta de golpe y se recargó contra ella, tratando de recuperar el aire.
Miró la pantalla del celular, observando como el número desconocido seguía en línea. Se aclaró la garganta, intentando que su voz no sonara temblorosa y por fin respondió.
— ¿Hola? — dijo con la voz algo rasposa, intentando sonar casual.
Del otro lado, hubo un silencio breve, luego un suspiro audible y el sonido de algo que se movía. Segundos después, la risa grave, relajada e inconfundible de Rodrick inundó el inmenso cuarto de baño.
— Buenos días, ¿Estás bien? Kylie dijo que estabas vomitando...
Regina apretó los labios, apenas conteniendo una sonrisa nerviosa.
— Estoy perfectamente — mintió — Todo es producto de una mentira de mi hermana. Tiene un sentido del humor pésimo...
—No, no. Es graciosa — replicó él, con un ligero tono burlón, aunque en su voz había un dejo de alivio auténtico. Segundos después, continúo — Ya estaba pensando en pasar a verte con algunas flores y suero
Ella rodó los ojos, caminando en círculos por el baño, viendo por el espejo como su rostro comenzaba a ponerse rojo por tercera vez.
— No me digas que estabas preocupado — dijo ella, intentando sonar burlona.
— Por supuesto — respondió él sin dudar — te perdí entre la multitud y no sabía si habías llegado bien a casa
Esa sinceridad repentina le robó a Regina un parpadeo de más. Bajó la vista, jugueteando con el borde de su camiseta y se apoyó contra el lavabo.
— Bueno, salí por la puerta de enfrente y estuve buscándote por un rato antes de que llegara la policía — respondió en un murmullo— pensé que te había pasado algo…
— Mis amigos me jalaron por otra salida — explicó él— Regresé para buscarte, pero la casa ya se encontraba medio vacía. Pero, eh… podría decirse que sobrevivimos…
Regina sonrió débilmente, dejando que la tensión en su pecho se disipara.
— Me alegra saber que estás bien...
— A mí también me alegra que tú estés bien...
Hubo una breve pausa. De fondo, se escuchaba una televisión encendida y algo que sonaba a un perro ladrando. Rodrick tosió ligeramente, como si buscara una excusa para aligerar el ambiente.
— Entonces… Estuviste buscándome, ¿Eh? Me siento halagado
Regina alzó una ceja, escuchando el cambio de su voz a una más suave y juguetona.
— ¿Qué?
— Eso dijiste. Que antes de irte me buscaste. ¿De verdad lo hiciste o solo lo dijiste para quedar bien? — preguntó con tono de broma, pero con esa curiosidad disfrazada de ligereza.
Regina soltó una risa seca, tratando de sonar indiferente.
— Fue porque me sentí culpable por haberte roto la nariz. No te emociones tanto
Rodrick fingió ofenderse.
— Vaya. Y yo creyendo que era porque querías verme otra vez
—Claro, justo eso — dijo ella con ironía— No podía dormir pensando en ti y en tú nariz rota
El sonido de su risa le provocó a Regina una sonrisa involuntaria. Cerró los ojos un segundo, intentando no pensar en lo mucho que le gustaba ese tono burlón suyo.
— Por cierto, ¿Cómo sigues?
— Mejor — contestó, intentando hacer un tono dramático— Sobreviví, aunque me dolió como el infierno
— No era mi intención romperte la nariz, ¿Sabes? — respondió Regina con tono sarcástico, aunque no pudo evitar que se le escapara una pequeña risa.
— Tranquila, ya está bien. Aunque tuve que decir que me metí en una pelea. No iba a admitir que una chica me noqueó
— Qué ego tan frágil — dijo ella, divertida.
— No es ego, es supervivencia — replicó entre risas— No pienso dejar que Greg use eso en mi contra el resto del año
Regina negó, sonriendo.
— Bueno, al menos ya sé que tu orgullo sigue intacto
Rodrick volvió a reírse. Dios, Regina quería explotar.
— Pero, si te sirve de algo, me dolió menos el golpe que el hecho de que te fueras sin despedirte.
Regina giró los ojos, algo ofendida.
— Ay, por favor. Te jalaron tus amigos, ¿Recuerdas? Ni siquiera me diste oportunidad
— Es cierto… pero si quieres, puedo compensarlo en una salida —su tono se volvió más bajo, más travieso.
Regina alzó una ceja, disfrutando del pequeño poder que tenía en ese momento.
— ¿Esa es tu manera de pedir una disculpa o de invitarme a salir?
— Ambas —respondió sin dudar— Dos por uno, como en el centro comercial.
Hubo otra risa divertida. A la distancia, Rodrick solo podía sonreír como bobo.
— No me convences tan fácil, baterista.
— Entonces tendré que esforzarme — replicó, con un deje de sonrisa en la voz— Aunque siento que voy ganando terreno
— Soñar no cuesta nada —bromeó Regina, divertida.
— Entonces soñaré con verte en nuestra cita —dijo él con tal naturalidad que la dejó en silencio por un instante.
Regina, que rara vez se quedaba sin palabras, sintió un ligero calor subirle a las mejillas. No sabía si era por el comentario o por lo directo que había sonado.
— Eres imposible —murmuró, riendo para disimular.
— Y tú, un desafío —contestó él con esa seguridad desordenada tan suya— Pero me gustan los desafíos. Así que no voy a parar hasta que me digas que si…
Antes de que Regina pudiera responder, una voz femenina retumbó al otro lado de la línea.
— ¡Rodrick! ¡Apúrate! ¡Vas a hacer que lleguemos tarde a misa!
Rodrick soltó una risa corta, entre avergonzada y divertida.
—Sí, mamá, ya voy —dijo, apartando el teléfono un segundo, para después volver con Regina— Bueno, eh, tengo que irme…
Regina sonrió.
— Misa, ¿eh? Qué rebelde
— Sí, ya ves. Ghostface también va a misa — respondió con sarcasmo suave, y luego añadió con cierta prisa— Hablamos luego, ¿sí?
Regina intentó responder, pero él la interrumpió de nuevo, como si temiera oír un “no”:
—En serio, luego te llamo
Y la llamada se cortó antes de que pudiera decir algo más.
El silencio volvió a llenar el baño. Regina se quedó mirando la pantalla iluminada por un segundo, escuchando todavía el eco de su voz en su cabeza. Suspiró, su reflejo seguía siendo un desastre, pero su expresión había cambiado: los ojos más vivos, las mejillas con algo de color y una sonrisa que difícilmente podía borrar. Dudó por un par de segundos, pero al final terminó guardando su contacto.
Cuando salió del baño, el aire del cuarto estaba más fresco. Karen se encontraba tirada en la cama, aunque ya no parecía a punto de morir; y Kylie, sentada en el suelo, hojeaba una revista mientras masticaba una barra de granola. Ambas levantaron la vista al verla.
— ¿Y? — preguntó Kylie, con esa sonrisa traviesa que lo decía todo.
Regina solo rodó los ojos, caminando hacia su tocador.
— Nada importante
Pero su rostro decía exactamente lo contrario.
*
Los lunes eran conocidos por ser los días más ruidosos en Northshore. Esa mañana, voces subían y bajaban entre los casilleros, rebotaban contra las paredes y se filtraban por las rendijas de las puertas, junto a un par de risas. Cada alumno tenía una versión diferente de lo sucedido, y todas, de algún modo, sonaban más interesantes que la misma verdad.
Todos hablaban de lo mismo: la fiesta de Halloween en la legendaria Casa abandonada; las fotos habían empezado a aparecer en foros de internet y en el sitio MySpace: las fotos eran granuladas, tomadas con cámaras digitales de baja resolución, pero eso no importaba, varios de los estudiantes ya habían sido reconocidos en la fiesta, entre ellos, por supuesto, Regina.
Sin embargo, ella no le tomó importancia. Ya estaba acostumbrada a la atención y a los chismes distorsionados.
La hora del almuerzo no fue la excepción, El comedor parecía ser un hervidero de hormigas, lleno de conversaciones, gritos y bromas pesadas, un caos total.
“…vi a Trang Pak disfrazada de ángel sentada en las piernas de un universitario…”
“…y en ese momento llegó la policía…”
“…y esa foto, ¿la viste? parecía que estaba muy mal…”
Regina se sentó en su mesa habitual, sin embargo, las cosas habían cambiado. Con la disolución de las plásticas, la jerarquía invisible de la escuela que había estado presente por años, se derrumbó con las acciones de Cady. En consecuencia, la mesa donde durante años solo se había sentado con Karen y Gretchen, ahora estaba ocupada por Janice, Damian y Cady. Algo que nunca llegó a imaginar.
Mientras Regina movía distraídamente su tenedor entre las hojas de lechuga, Karen se dedicaba a narrar con emoción la fiesta de Halloween. Su voz, dulce y chillona, sobresalía entre el murmullo general.
— Fue increíble — decía, agitando las manos— Se veía como una verdadera casa de terror. Había una máquina de humo, gente con disfraces geniales y varios chicos lindos, ¡Incluso gané un concurso de morder manzanas!
— Suena a que nos perdimos la fiesta del año — bromeó Damian, riendo, mientras apoyaba los codos sobre la mesa y descansaba su mentón en las palmas de su mano.
— Suena mejor que lo que hicieron en la fiesta de Aaron — añadió Janis, alzando una ceja— ¿Y cómo terminó todo?
— Bueno… — Karen dudó, bajando la voz— Alguien llamó a la policía, ¡Pero fue muy emocionante! ¡Cómo un final de infarto!
Cady se echó a reír, escuchando fascinada el relato de su amiga.
Regina, en cambio, los observaba en silencio. Su mente estaba en otra parte.
"¿En qué momento mi mesa se convirtió en un comedor público?" pensó con una punzada de ironía.
Aun así, no lo detestaba tanto como creía. Quizá, en el fondo, era un alivio poder ser ella misma.
Un sonido la sacó de sus pensamientos. El teléfono vibró suavemente sobre la mesa y Regina deslizó el dedo con discreción, leyendo el mensaje. Era de Rodrick.
Rodrick: "Tengo una teoría y es que, si te invito a salir con suficiente confianza, terminarás aceptando al final, ¿Tú qué opinas?"
Ella rodó los ojos, sintiendo como sus mejillas comenzaban a tornarse rojas.
Regina:
"Una teoría bastante arrogante de tú parte, ¿No crees?"
Rodrick:
"Tengo que probar mi hipótesis..."
"Hasta ahora, qué tal?"
Regina:
"No losé, es un 50/50"
Rodrick:
"¿Ves? No es un "No" definitivo"
Regina:
"¿No te vas a dar por vencido?"
Rodrick:
"Obviamente no;)"
Regina se quedó mirando la pantalla unos segundos, con una sonrisa apenas contenida. Sus dedos se movieron instintivamente sobre las teclas, pero una voz la sacó del trance.
— ... ¿Verdad, Regina? — preguntó Karen, inclinándose hacia ella.
Regina levantó la mirada, sorprendida. No había escuchado nada de lo que habían dicho.
Cady la observó con curiosidad, sintiendo que las cosas no cuadraban.
— Regina, ¿Estás bien? Pareces… distraída.
— Estoy bien — replicó Regina, restándole importancia mientras tomaba su tenedor— No es nada
Pero el teléfono volvió a vibrar. Karen se acercó a ella, tratando de ver de quien se trataba. Sin embargo, Regina, en un acto de nerviosismo, se apartó rápidamente de ella, tratando de ocultar el celular a toda costa. Cuatro pares de ojos la miraron, extrañados.
Regina giró los ojos, dispuesta a responder con una de sus bastantes réplicas indiferentes, pero en ese instante la mesa entera se quedó en silencio. Es más, pareciera que el comedor se había quedado en mute por unos cuantos segundos.
Y entonces, una voz familiar (demasiado familiar) se escuchó detrás de ella. —¡Regina! —exclamó Gretchen, dejándose caer en una de las sillas desocupadas.
Tenía los ojos brillando de emoción, el cabello perfectamente planchado y lucía unas arracadas de oro blanco con bastante orgullo. Regina arrugó el ceño, tratando de contener un comentario malicioso.
— ¡Tienes que decirnos si es verdad!
— ¿Decir qué, exactamente? —preguntó Regina, con una voz tan plana que casi sonaba peligrosa.
— Que te vieron entrar al baño del segundo piso en la fiesta de halloween con un chico— Gretchen habló despacio, disfrutando cada palabra como si estuviera recitando la noticia de la década —Y que se quedaron ahí bastante rato...
El comedor entero pareció volverse un funeral. El sonido de las bandejas, las risas y el ruido de fondo se desvanecieron, o al menos así lo sintió Regina. El aire se volvió espeso y Regina luchó con todas sus fuerzas para no perder su cara de póquer.
Karen abrió la boca, mirando a Gretchen con curiosidad.
— ¿Un chico? ¿Quién? — preguntó con bastante determinación
Regina respiró hondo, tranquilizándose a sí misma. No tenía que confirmarlo ni tampoco negarlo. Pero claro, Janis no era tonta, así que lo captó todo con rapidez. Le dirigió una mirada cómplice a Damian y este le sonrió de vuelta, como un gato que captura a un ratón.
— Oh, ¿Así que por fin apareció alguien nuevamente digno de Regina George? Que locura, va a tener que soportar a una reinita…
Regina la fulminó con la mirada, pero entonces Damian agregó:
— ¿No será aquella persona que te está mandando mensajes en este momento? — canturreó, inclinándose un poco sobre la mesa— ¿Es él, quien te hace sonreír así?
Regina no pudo evitar ponerse colorada. Y es que ahora tenía a cinco personas contra ella, cuestionando e indagando sobre su vida personal. Claro, nunca le había importado que el resto de los estudiantes se enteraran de su vida, estaba más que encantada de ser la protagonista de cada plática entre los estudiantes de Northshore.
Sin embargo, esta vez se sentía diferente. No quería que los demás supieran sobre Rodrick. No es que le diera pena, por supuesto que no. Ella podía andar con cualquier persona y la haría destacar a pesar de su apariencia. Apretó los labios, lanzando una mirada desafiante. Aun así, no pudo evitar que pensaría el de la situación. Tal vez no estaba preparado para manejar semejante presión social, así que Regina haría todo lo posible para mantenerlo en secreto.
Al menos por ahora.
¡Esperen, un momento! ¡Regina todavía ni había aceptado salir con él! Entonces, ¿Qué demonios? ¿Por qué se estaba apresurando?
— No sé de qué me estás hablando, Damian...
Janis se rio de ella.
— Oh por favor, Regina, sabes perfectamente de lo que hablamos...
Cady alzó una ceja, sorprendida.
— No sabía que ya tenías novio, Regina, ¿Quién es?
— No lo tengo, no estoy interesada en nadie
— Oh, tal vez era el chico del que habló tú hermana
Los ojos de Gretchen se iluminaron. Cady, Janis y Damian, por su parte, miraron a Karen de forma expectante.
— ¿Qué chico?
Regina mantuvo la mirada fija en su bandeja.
Sabía que Karen no recordaría el nombre. Karen nunca recordaba los nombres.
Pero esta vez, el destino decidió jugarle en contra. Tal vez era su karma por todas las veces que la había llamado estúpida o quizás, por las veces que se burló de ella.
—Ese chico… ¿Cómo se llamaba? —murmuró Karen, arrugando la frente mientras se apretaba las sienes. Regina había podido jurar oler a quemado— ¡Ah, sí… Rodrick!
La palabra cayó sobre la mesa como una bomba y se hizo otro silencio que pareció durar años. Sabía que, si hablaba, cualquier cosa que dijera solo empeoraría el asunto. Pero por mucho que intentara controlar su boca, no se podía decir lo mismo de su cuerpo. Sintió un calor subirle al cuello, subiendo hasta sus mejillas, y luego hasta la punta de las orejas.
Una carcajada incrédula resonó por todo el comedor, haciendo que varios estudiantes que se encontraban sentados cerca, giraran la cabeza hacia ellos, llamando la atención. Regina se clavó las uñas en los muslos.
— ¿Heffley? ¿Rodrick? —repitió Janis, saboreando cada sílaba— Oh dios, debes estar bromeando, ¿No?, eso si es algo que no me lo esperaba
Damian se tapó la boca, reprimiendo una risa y segundos después habló:
— ¿Quién lo diría? De Shane Oman a Rodrick Heffley… Eso sí que es un cambio de dirección. ¡Es como pasar de “Ella es así” a “10 cosas que odio de tí”!
Regina trató de mantener la compostura, aunque sentía cómo se le aceleraba el pulso cada segundo. Por otro lado, Karen y Gretchen se miraban entre sí, confundidas.
— ¿Lo conocen? — preguntó Gretchen, mirando a Janis y Damian, intrigada.
Cady, que había permanecido callada hasta ese momento, intervino con voz tranquila.
— Sí, lo conocemos, y ustedes también. Es el baterista que tocó con su banda en la fiesta de Janis hace unas semanas atrás.
Karen abrió la boca, chasqueando los dedos, como si su cerebro acabara de hacer corto circuito.
— ¡Oh, ya recordé! ¡Con razón su nombre me sonaba! ¡El de la camiseta rota y las baquetas en el bolsillo! Era lindo, si
Damian rió por lo bajo. Regina frunció el ceño, sintiéndose molesta por aquel comentario.
— Lindo, sí. Pero es un desastre con piernas. Es el tipo que se olvida de todo menos de su batería.
“Eso no es verdad” pensó Regina, mordiéndose los labios para evitar responderle en un tono defensivo.
Janis, sin dejar de sonreír, se inclinó sobre la mesa.
— Nunca pensé que ese fuera tu tipo, Regina. Pensaba que Rodrick tenía esa vibra de chico que arruina vidas solo para fastidiar, pero el hecho de que te guste, me hace confirmar que mis sospechas eran correctas
Regina entrecerró los ojos, fingiendo una sonrisa.
— Vaya Janis, y tú tienes una vibra de meterte donde no te llaman, porque no recuerdo cuando fue que pedí tú opinión
Janis levantó las manos, divertida.
— Solo digo lo que todos piensan en esta mesa
— Por favor, ya déjenla — intervino Cady, tratando de aligerar el ambiente. Regina quería desaparecer, no necesitaba que nadie la defendiera.
Gretchen, curiosa, no pudo resistirse.
— Entonces, ¿Admites que es cierto?… ¿tú y él…?
Regina giró lentamente la cabeza hacia ella, con una mirada fría, mientras se acercaba a ella de forma amenazante. No pudo evitarlo, su boca solo soltó las palabras más secas y crueles que se le pasaron por la mente. Definitivamente tenía que regresar al deporte.
— Si no quieres que te arranque esas arracadas de oro blanco de un tirón, más vale no decir nada de esto, Gretchen
El rostro de Gretchen se transformó en un cuadro de pánico. Se llevó las manos instintivamente a sus lóbulos y se tocó las arracadas, de forma cautelosa.
— Entendido
— Lo mismo va para todos
Karen rio entre dientes al ver la escena. Ya extrañaba ver a su amiga comportarse como la abeja reina del lugar.
— Bueno, si sirve de algo, Rodrick es muy atractivo. En plan, peligroso, pero de los que te dan curiosidad.
Damian asintió.
— Sí, atractivo. Y también el tipo de persona que probablemente se olvida del aniversario porque está en un ensayo de su banda. Un caos con piernas, pero divertido de ver.
Regina suspiró, girando los ojos con una sonrisa contenida.
— Gracias por el análisis psicológico, Dr. Phil.
— Es un placer para mí
Regina pensaba que le había puesto un punto final a la conversación. Pero la revelación de la noticia, estaba lejos de acabar, porque segundos después, tanto Karen como Gretchen y Cady, Janis y Damian, se abalanzaron sobre ella, tratando de sacar cualquier mínimo detalle de su relación con Rodrick.
Regina cerró los ojos, tratando de contar a diez, cuando de repente un chico del equipo de fútbol se acercó, jadeando con una nota en la mano.
— Regina — dijo, inclinándose un poco— El director quiere verte en su oficina. Ahora.
Janis cruzó los brazos, con una sonrisa socarrona.
— ¿Más sorpresas en el día de hoy? No es un buen día para ti
— Dios Janis, déjame respirar, ¿Si?, ¿Por qué estás tan obsesionada conmigo? — su burló, levantándose con bandeja en mano, despidiéndose con un “Nos vemos luego”.
Mientras se alejaba, la conversación siguió con los que quedaban en la mesa. Cady la siguió con la mirada, pensativa, observando como su amiga desaparecía por el pasillo con una expresión extraña. Aunque nadie lo dijo en voz alta, todos supieron al instante que algo había cambiado en Regina.
Y ese algo tenía un nombre.
*
Decir que Regina George estaba enfadada era quedarse corto. Estaba furiosa, irritada e hirviendo de la ira, al punto de ver todo color rojo y echar humo por las orejas. La sangre le corría por las venas, recorriendo todo su cuerpo hasta la cabeza, donde un dolor punzante se le había generado en cuestión de segundos; la vena de su frente parecía que estaba a punto de estallar, su mandíbula estaba trabada del coraje y el torbellino de frustración comenzó a hervir en su pecho, haciendo que el nudo en su garganta se formara y los ojos le ardieran, como si estuviera a punto de llorar.
Al instante, varios de los alumnos que se encontraban cerca de ella se apartaron con rapidez, temiendo lo que pudiera llegar a hacer. Y es que, si alguien llegaba a atravesarse en su camino en esos momentos, lo más probable era que Regina le arrancara la cabeza.
Claro, no es que ella hubiera estado así desde el principio, pero entonces, ¿Qué fue lo que sucedió?
Todo empezó desde el momento en el que ella entró a la oficina del Director Duvall. Desde un principio, su instinto le dijo que algo andaba mal, porque la punzada de incomodidad que sintió conforme se iba acercando a la oficina, no fue normal. Eso se confirmó cuando desde lo lejos, pudo distinguir a varios jugadores del equipo de fútbol, en grupo, recargados contra la pared y la mirada baja. Shane era uno de ellos.
Algunos evitaron hacer contacto visual, otros la observaron con un nerviosismo y culpabilidad notoria. Shane no fue la excepción, ya que le regaló una mirada de incomodidad y rápidamente la desvió. Eso hizo que su mente hiciera "clic"
"Ah, claro. La fiesta"
Una oleada de fastidio ascendió por su cuerpo, obligándose a seguir adelante e ignorando la forma en la que los chicos se reacomodaban en sus lugares, como si su presencia los incomodara aún más.
Al abrir la puerta, Regina se quedó ligeramente petrificada. Para su sorpresa (y no una agradable) fue ver que la oficina estaba llena de alumnos. No estaba "ocupada" o "con algunos estudiantes".
No. Estaba llena. Repleta. Amontonada.
Al menos unos veinte estudiantes estaban distribuidos en distintos puntos de la pequeña oficina. Algunos estaban pegados a la pared con los brazos cruzados, otros sentados en las sillas frente al escritorio del director Duvall y un par estaban en el rincón, con la mirada clavada en el piso como si estuvieran a punto de llorar. Todos hablaban en susurros rápidos y tensos, intercambiando miradas mientras se apretaban de las manos.
Regina tragó aire.
— Ah, señorita George — dijo el director Duvall, señalándole un hueco entre dos estudiantes aterrados— Tome asiento. O, bueno… póngase donde pueda
El director Duvall estaba detrás del escritorio, con los codos apoyados, las manos entrelazadas y con una expresión de un hombre que llevaba ya horas lidiando con ese caos.
El director Duvall no le daba miedo, pero la mirada que le lanzó se sintió como un balde de agua fría. Regina alzó una ceja, pasó entre los dos chicos que parecían listos para saltar por la ventana y finalmente encontró un espacio junto a un archivador, cruzándose de brazos con una postura impecable, como si estuviera a punto de presenciar un espectáculo.
— Supongo que ya todos entienden por qué están aquí — comentó el maestro Duvall, con una voz, casi cansada.
Un murmullo recorrió la sala. Algunos chicos movieron la cabeza; otros simplemente apretaron los labios. Regina no se inmutó. Notó cómo uno de los del equipo de natación fruncía la boca cada vez que el director hablaba.
El maestro Duvall tomó un folder grueso. Lo abrió y extendió sobre el escritorio varias fotografías impresas: imágenes de la fiesta, de diferentes ángulos, tomadas desde teléfonos y cámaras que evidentemente se habían extraído del internet.
— Como saben —continuó— la policía asistió esta mañana para informarnos que se encontraron drogas en la propiedad privada donde se celebró la fiesta del sábado. Ellos han comenzado una investigación. Y nosotros hemos tenido que colaborar con los nombres de estudiantes que aparecen en las fotos
Un jadeo ahogado recorrió la oficina. Regina sintió que alguien a su derecha tensaba los hombros.
El director señaló las imágenes.
— Así que, como ya se habrán imaginado, ustedes son unos de los cuantos que hemos podido localizar
Las mismas personas que se encontraban en ese momento con una cara de perrito regañado, se mostraban borrachas, bailando y posando de una manera algo idiota para las fotos.
Pero lo que realmente le llamó la atención fue una voz familiar, que estalló con brusquedad desde el costado izquierdo.
— ¡Director Duvall, media escuela estuvo en la fiesta! —protestó un chico alto y desparramado sobre una de las sillas. Regina lo reconoció al instante, era el mismo chico que se había topado con ella en el baño y seguramente el que corrió la voz de su encuentro con Rodrick — ¡Y ellos también estaban! —señaló con un dedo tembloroso y acusador a la puerta, refiriéndose a los del equipo de fútbol— ¡Ellos saben quiénes llevaron esas cosas!
Regina rodó los ojos, irritada.
— Señor Harris — interrumpió el señor Duvall, dándole un brillo de severidad en la mirada— Le repito que estamos revisando cada caso. Pero usted fue identificado por más de un estudiante como parte de la organización del evento
— ¡La mayoría solo fuímos invitados! ¡No tenemos nada que ver! — intervino una chica, con evidente molestia— ¡Tim Pak y Trang Pak también estaban ahí! ¿Por qué ellos no están aquí también?
— ¡Amber D'Alessio también estaba ahí! ¡Y Sun Jin Dinh!
— ¡Gretchen Wieners y Cady Heron igual!
Regina soltó un suspiro. Por su puesto que entendía ese sentimiento de intentar salvarse a uno mismo culpando a otros. Era algo que había hecho la mayor parte de su vida y no se sentía orgullosa de ello.
El director Duvall suspiró con resignación.
— Antes de continuar — dijo el director, levantando la mano para pedir silencio— quiero dejar algo claro: esta no es una cacería de brujas. Pero si ustedes intentan cubrirse entre sí, mentirse o culpar a otros sin pruebas, solo van a empeorar la situación
Eso calló a varios estudiantes, salvo al tipo borracho, que volvió a abrir la boca como si quisiera seguir soltando nombres.
— Y usted, Harris, suficiente —sentenció Duvall, sin subir la voz, pero con un tono que lo dejó rígido.
El silencio cayó por completo.
Así que, de forma estratégica, el director empezó a llamar a cada estudiante uno por uno para hacerles preguntas, sin la posibilidad de crear una coartada. Algunos alegaban inocencia completa; otros admitían haber ido, pero negaban haber organizado nada. Un par de ellos casi lloraban diciendo que ni sabían qué era lo que habían encontrado en la fiesta.
— Señorita George — llamó finalmente el maestro Duvall— Pase, por favor
Cuando llegó el turno de Regina, ni siquiera se molestó en sentarse. Se quedó de pie, frente al director, mirándolo desde arriba. El maestro Duvall abrió el folder con las fotografías de la fiesta, enseñándole fotos donde ella aparecía de forma distraída.
— Regina, su nombre ya ha sido mencionado varias veces por diferentes estudiantes como parte de la planificación y organización del evento del sábado —dijo, con la voz grave y cansada— Y con la evidencia recabada, no es necesario que me venga con mentiras. Solo necesito escuchar su versión.
Regina mantuvo la mirada fría fija en él. No le temblaba ni un músculo.
—Sí, organicé parte de la fiesta —admitió, sin rodeos— No toda, pero sí ayudé a coordinar ciertas cosas. No tiene caso negarlo si ya tienen fotos, testimonios y gente indiscreta
Un murmullo se escuchó a fuera de la puerta, como si estuvieran escuchando la plática desde el otro lado.
Ron asintió, como si lo hubiera esperado.
— Aprecio la honestidad. Sin embargo, me gustaría recordarle un dato importante. La policía encontró sustancias ilícitas en el lugar, y estamos colaborando con ellos para determinar quiénes estaban involucrados en la distribución o facilitación.
Regina frunció el ceño con una mezcla de fastidio y exasperación.
— Conmigo pueden tachar esa parte de su lista. Yo no tuve absolutamente nada que ver con eso —declaró, clara, fría, segura— Y usted lo sabe, director Duvall
Hizo una pausa, inclinándose apenas hacia el escritorio, con una expresión de los mil demonios.
— De hecho, me atrevería a decir que usted sabe quiénes son los responsables. No necesito decir nombres, los han delatado lo suficiente. Solo vea al equipo de fútbol, ¡No saben disimular!
El director cerró el folder en silencio.
Por un instante, su rostro pareció debatirse entre el cansancio y la frustración. Había verdad en las palabras de Regina, pero también reglas, protocolos, consecuencias que no dependían de él.
— Puede que tenga razón —admitió, respirando hondo— Y créame, estamos tomando medidas con quienes identificamos como responsables directos. Sin embargo…
Regina odió ese “sin embargo”.
— Usted ya confirmó que ayudó y participó en la organización de un evento no autorizado donde ocurrió un delito. Aunque no haya tenido relación con las sustancias, sigue siendo responsable en parte del riesgo que se generó. Así que recibirá una sanción disciplinaria.
Regina sintió un golpe de indignación recorrerle el pecho y subirle hasta la garganta.
— ¿Perdón? —su voz salió baja, pero afilada como un cuchillo. No podía creer lo que estaba escuchando— ¿Me está diciendo que voy a cargar con un castigo por algo que no hice? ¿Mientras que algunos… —miró directamente hacia la puerta— …van a salir limpios porque necesitan que jueguen el viernes?
El director Duvall se mantuvo firme.
— Usted no es la única que recibirá un castigo, señorita George. Sin embargo, como organizadora, tendrá que permanecer después de clases durante dos semanas para colaborar con la limpieza de aulas y no podrá jugar en el siguiente partido de rugby
Oh, maldición, eso había sido como echarle leña al fuego. Regina apretó los dientes, conteniendo una oleada de furia que le quemaba las manos. Su postura seguía siendo impecable, pero sus ojos, aunque serenos, se habían oscurecido al escuchar esas malditas sanciones. Respiró hondo, despacio, como si estuviera guardando un veneno dentro del pecho para no escupirlo ahí mismo y luego dio un paso atrás.
— Perfecto — respondió, con una sonrisa tan cortante que podría haber partido un vidrio— Ya veo cómo funcionan las cosas aquí
Se dio media vuelta sin pedir permiso para retirarse. Caminó hacia la puerta con pasos firmes y al abrirla, el ruido contenido en la oficina explotó en sus oídos. En el pasillo, había varios estudiantes esperando su turno, y no tardó en escuchar las voces elevadas de una turba furiosa rodeando a los del equipo de fútbol.
Regina apenas les dedicó una mirada.
El caos se había salido de la oficina y se extendió como un incendio por el pasillo. Algunos estudiantes se señalaban entre sí, acusándose directamente. Regina estaba demasiado enfadada como para gastar un segundo en ellos y en el estado en el que se encontraba, hasta era capaz de cometer un homicidio.
*
El trayecto desde la escuela hasta su casa se sintió interminable. Se saltó un par de semáforos amarillos y se tragó un par de comentarios de conductores tocarle el claxon con furia y maldecirla en voz alta.
— ¡Aprende a manejar, idiota! — le gritó alguien al pasar.
Decidió ignorarlo.
Cuando llegó a casa, entró sin saludar y fue directamente hacia su cuarto. La puerta se cerró con un golpe estruendoso y dejó caer su bolso en el suelo. Se quitó las zapatillas de una patada y se lanzó a su cama, enterrando su rostro entre las almohadas con las lágrimas ya picándole en los ojos. Su madre preguntó algo desde la cocina, pero Regina la ignoró. No estaba para explicaciones, ni para conversar, ni para fingir que estaba bien. Solo necesitaba silencio, silencio absoluto.
Una oleada de calor le subió por el torso, esa mezcla venenosa de frustración y furia que reconocía demasiado bien: el presagio del estallido.
— Respira — se dijo a sí misma— Respira
Se incorporó lentamente y, con la misma rutina que había practicado desde hace un par de meses, se arrodilló sobre la alfombra y empezó una serie de ejercicios de respiración y estiramientos que su terapeuta le había enseñado tiempo atrás.
Una especie de “terapia de ira” que podía usar en casos muy extremos, como en este momento.
Inhalar.
Exhalar.
Contar hasta ocho.
Soltar.
El primer minuto fue algo agradable; el aire entrando por su nariz, llenándole los pulmones y saliendo lento por su boca. Poco a poco, se fue calmando, pero justo cuando empezaba a sentir que su pulso dejaba de latirle en las sienes, su celular vibró sobre la mesa de noche.
Una vez.
Dos veces.
Ella apretó los ojos con fuerza.
"No. No ahora".
Abrió un ojo, estiró el brazo y vio la pantalla de su celular: 20 mensajes de Karen, cinco de Gretchen, uno de Cady , todas preguntando si se encontraba bien. Volvió a dejar el teléfono boca abajo. Si no tenía energía para hablar con alguien, mucho menos la tenía para dar explicaciones.
Respiró hondo e intentó volver a su meditación.
Inhalar.
Exhalar.
Zumbido.
Otra llamada.
— ¡Dios! — Regina apretó los dientes, el ceño y los hombros— ¡Por favor, ya!
Ignoró la llamada, pero apenas el teléfono dejó de vibrar, volvió a sonar.
Otra llamada.
Otro tono insistente, molesto e irritante.
Regina apretó los puños. Su respiración volvió a acelerarse, su vena volvió a saltar en su frente y su calma se hizo añicos.
— ¡¿QUÉ?! — gritó, con un tono de voz amenazante y frío. Había agarrado el celular tan abruptamente que pensó que iba a estrellarlo en un montón de pedazos— ¡¿Qué parte de “no quiero hablar con nadie” no entienden?!
Hubo un silencio prolongado en la línea y Regina estuvo a punto de colgar.
— De acuerdo, tampoco tienes que gritarme, no estoy sordo — respondió una voz entre una mezcla de sorpresa y enojo leve.
Regina abrió los ojos, sintiendo una especie de bofetada invisible en su rostro. Un nudo se formó en su garganta y la boca se le secó. Quería desaparecer de la vergüenza.
— ¿Rodrick?
— El mismo — dijo él, regresando a un tono de voz más cálido y amable. Regina se incorporó, llevándose una mano a la frente y apretaba los ojos— Lo siento, no quería llegar a molestarte
— No, yo creí que eras otra persona...discúlpame
— Ya veo, debió ser alguien más insistente y molesto que yo para que terminaras así — soltó él, provocando que Regina soltara una ligera risa. En sí, no estaba equivocado— No sé por qué, pero me da la impresión de que te pasó algo
Regina apretó los labios. No quería recordar, no quería explicarlo. Ni siquiera sabía cómo.
— Es solo que... — murmuró— hoy no fue un buen día en la escuela y.…no quiero hablar de ello
Rodrick guardó silencio por un segundo. Regina solo puedo escuchar su respiración a través del teléfono.
— Esta bien — respondió al final— No tienes que contarme nada si no quieres
Regina bajó la mirada a la alfombra, estaba arrugada entre sus dedos.
— No es que no quiera, es solo que...no quiero soltar todo eso ahora. Ni sé por dónde empezar
— Hey, no te estoy reclamando. Solo quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites. Incluso podría ser un buen saco de boxeo — dijo, con un ligero tono de voz burlesco. Regina rodó los ojos, y no pudo evitar una sonrisa. Definitivamente era alguien impredecible.
— Cuidado con lo que deseas, eso puede convertirse en realidad
— ¿Acaso ya se te olvidó el regalo que me diste en halloween? Créeme, sé a lo que voy
— ¿Ah sí? — preguntó, con un tono retador. El nudo en la garganta y su estómago se estaban aflojando.
— Totalmente, además, ¿Qué fue ese tono, mhm? ¿Acaso me estas volviendo a retar?
Regina se llevó una mano a su boca. No dijo nada, pero la sonrisa no se borró. Se recostó sobre la alfombra, fijando su mirada en el techo.
— Eso no significa nada — dijo, aunque su tono ya no era áspero.
— Oye, lo que sea que te pasó, estoy seguro que no te comerá viva. Eres la chica más valiente, brava e inteligente que he conocido. Con o sin mi ayuda, te las arreglarás, porque eres fuerte. Más de lo que las personas creen.
Ella cerró los ojos y por unos instantes no supo que decir. Podía oír el leve golpeteo de algo en el fondo de la llamada, probablemente una de sus baquetas golpeando contra algún mueble y de alguna u otra manera, sus palabras le dieron una especie de calma.
Y eso era completamente ridículo. Regina sabía que era fuerte, lo sabía desde siempre. Había construido su propio camino, mantenido su corona en alto, sobrevivido a situaciones sociales que habrían aplastado a cualquier otra chica y a hacer pagar a las personas que veían la cara. Había aprendido a intimidar, a liderar, a controlar.
Pero aun así… escuchar a Rodrick decirlo, con esa convicción simple y directa, le golpeó distinto. Como si alguien, por primera vez en mucho tiempo, viera algo en ella sin juzgarlo.
— Te lo digo en serio — añadió él, con una especie de suavidad divertida— No eres el tipo de persona que se queda abajo. Eres más como… ya sabes, ese torbellino que pasa, arrasa, y luego se recompone como si nada. Es impresionante. Y eso es lo que me gusta de ti.
Regina soltó una risa silenciosa, apenas un exhalar que se le escapó sin permiso. Siguió mirando el techo, pero su expresión había cambiado; ya no estaba esa tensión afilada en su ceño, ni la presión pesada contra su pecho. Algo se había aflojado.
Por un momento dejó de pensar en el señor Duvall, en las fotos, en los jugadores cobardes, en las acusaciones. Por un momento dejó de sentirse atrapada en un día que no terminaba.
Y le sorprendió lo bien que se sentía eso.
— Gracias… —murmuró, y la palabra le salió más sincera de lo que esperaba.
Rodrick rio, como si justo esa reacción fuera lo que había estado buscando.
— No tienes que agradecer. Solo digo la verdad. Además, la fuerza ya es parte de tu sello
Ella sintió que una pequeña sonrisa se le formaba sin que pudiera evitarlo.
Que ridículo. Un par de frases bien dichas y de repente el mundo pesaba menos.
Pero era cierto: se sentía reconfortada. Y eso le tomó por sorpresa.
No estaba acostumbrada a que la animaran. Tampoco estaba acostumbrada a que alguien creyera en ella sin necesidad de impresionarla, sin esperar algo a cambio. La mayoría de las personas en su vida le decían lo fuerte que era porque les convenía, porque les daba miedo o porque dependían de ella. Rodrick, en cambio, lo dijo como si fuera evidente. Como si lo hubiera visto desde el principio.
— Supongo que… sí, soy fuerte — admitió ella, con algo de orgullo mezclado con un toque de vulnerabilidad. Dios, se sentía muy tonta.
—¿Supones? — bromeó él— No te hagas. Lo sabes perfectamente.
La risa que soltó entonces fue más auténtica, más libre, casi un alivio. Era como una bocanada de aire después de estar mucho tiempo bajo el agua.
Se permitió respirar sin sentir que algo la perseguía. Y aunque no entendía por qué una conversación con él tenía ese efecto, tampoco estaba dispuesta a cuestionarlo.
Era raro.
Pero se sentía bien.
Muy bien.
*
La cosa es que Rodrick no era idiota. Bueno, no tanto, pero eso dependía de que tema de interés estuvieran hablando. Y si de algo estaba seguro, es que Regina era mucho de su interés, al punto de no dejar de pensar en ella desde que habían finalizado la llamada.
No sabía qué le había pasado, no sabía qué la había hecho sonar así… pero sí sabía que estaba afectada. Más de lo que quería admitir.
Y esa inquietud, esa sensación rara en el estómago de preocupación y ganas de volverla a llamar, lo siguió el resto de la tarde.
Desde el primer golpe, fue evidente que no estaba en su mejor momento. El sonido metálico del platillo chocó mal contra el ritmo del bajo. El bombo entró tarde. Las baquetas no respondían con la precisión de siempre; parecían demasiado ligeras, demasiado resbaladizas. La guitarra soltó un acorde distorsionado que rebotó contra las paredes, pero ni eso logró meterlo en ritmo. Maldición, estaba tocando de la mierda.
Rodrick dio un golpe más, erró el compás, y su amigo gruñó, apagando el sonido de un manotazo sobre las cuerdas.
— Maldición viejo, ¿Qué demonios te pasa? ¿Por qué estás tan distraído? — preguntó Ben, inclinándose hacia él.
Rodrick levantó la vista desde la batería, apoyando las baquetas en sus rodillas. El ruido de una bocina vieja vibró con un zumbido extraño e hizo que su mente quedara en blanco por segundos.
— Nada —respondió él, encogiéndose de hombros.
Mentira. Era más obvio.
Chris dejó de tocar, apoyó el instrumento contra su pierna y lo observó con una ceja levantada.
— Ajá. Y por eso llevas tres canciones entrando tarde y dos perdiendo el ritmo
Rodrick apretó la mandíbula. Era cierto. Estaba tocando como si nunca hubiera tocado en su vida, como un maldito amateur. Intentó recomenzar una figura rítmica en su cabeza, pero cada vez que lo hacía, la voz de Regina aparecía mezclada entre los compases: elevada, cansada, e irritada.
No podía engañarse así mismo. Esa llamada lo había dejado inquieto.
— ¿Seguro que no te pasa nada? — insistió Ben, con un tono de voz más preocupado.
Rodrick soltó aire por la nariz, recargó la espalda en el asiento y golpeó lentamente el borde del tambor con una baqueta, solo para hacer algo con las manos.
— Es… — Maldición, no debía — Es un problema con una persona...
Los otros dos se miraron, como si fuera lo más obvio del mundo.
— Mmm... — murmuró Ben, acercándose a su amigo— ¿Te peleaste con una chica, eh?
— No, solo que me preocupa que ella-espera, ¡¿Qué?!
Sus amigos resoplaron ante su respuesta y Rodrick abrió los ojos, visiblemente confundido e impactado. Oh, maldición. Lo había soltado.
— ¡Esperen un momento!, ni siquiera saben de qué estoy hablando...
— Oh no te hagas — se rio Chris, dándole un trago a su bebida. Se limpió la boca con el dorso de su mano y siguió— Hace un par de días llegaste con un número de teléfono anotado en tu brazo y no dejaste sonreír durante todo el ensayo
— Eso sin mencionar que estuviste toda la mañana mensajeándote con una sonrisa idiota en tu rostro —siguió Ben— y ahora no puedes tocar una maldita canción. Claramente es un problema con una chica, ¿O estamos equivocados?
Rodrick sintió el calor subirle al rostro.
Genial. Ahora estaba sonrojado. Había subestimado la inteligencia de sus amigos.
— Se llama Regina… —admitió, bajando la voz sin querer— Es de NorthShore
El silencio que siguió fue corto, pero lo suficientemente revelador. Chris chasqueó la lengua, divertido.
— Entonces si era una chica
— ¿Estaban jugando conmigo? —refunfuñó Rodrick.
— Por favor, eres muy obvio —se burló Ben, riéndose de él. Estuvo a punto de arrojarle uno de sus platillos al rostro, pero respiró hondo— Pero bueno… ¿Qué pasa con ella? ¿Se pelearon?
Rodrick jugó con una de las baquetas, haciéndola girar entre sus dedos.
— Bueno… hoy no se escuchaba bien. Algo pasó en su escuela, no sé exactamente qué, pero sonaba mal. Como… — buscó palabras que no sonaran cursis— como si hubiera tenido un día horrible. Y no quiso decirme qué.
Los otros dos asintieron, más serios ahora.
—¿Y te preocupa? —preguntó Chris, sin rodeos.
Rodrick quería decir que no, que no era para tanto, que solo era otra chica a la que estaba tratando de conquistar y que no debía afectarle tanto. Pero la verdad era otra.
— Sí —respondió finalmente, alzando la mirada— Me preocupa
— Amigo, entonces, ¿Por qué estás perdiendo el tiempo? ¡Ve a buscarla! — gritó Ben, agarrándolo por los hombros, y sacudiéndolo con evidente fuerza.
— Estás loco, no puedo ir a su casa, ¡Me mataría!
— Ah, ¿Chica mala?
— Eeeh, cuidadito — dijo Rodrick, con un tono amenazador, levantándose de su asiento. Ben y Chris se rieron.
— Demonios, viejo, ¡Sí que estás mal!
— Si te preocupa tanto molestarla, ¿Por qué no vas a verla a su escuela? Digo, no es como si fuera de su propiedad...
Rodrick no estaba tan seguro de ello.
Chris se inclinó hacia adelante en su banquito, apoyando los codos en sus rodillas.
— Además — intervino— imagino que para que te diera su número, es porque ya han pasado un considerable tiempo juntos, ¿No?
Rodrick asintió, aun mirando al piso.
— Sí. Pensaba… — tosió, tratando de evitar que la vergüenza se reflejara en su rostro— pensaba invitarla a salir. Pero no quiero que piense que me estoy aprovechando de que la está pasando mal o algo así. No sé si sea buen momento y no quiero hostigarla
Ben hizo un sonido exagerado de frustración y lanzó una lata de cerveza. Rodrick la atrapó a tiempo.
— ¡Maldición viejo! ¡Deja de pensar tanto! ¡Por eso eres pésimo en las relaciones! —exclamó Ben, negando con la cabeza. Rodrick puso los ojos en blanco— Mira, si de verdad te importa, deberías ir a verla. Nada dramático, nada invasivo. Sólo… dejarle saber que estás ahí.
Chris movió la cabeza afirmativamente.
—Exacto. Y además… —levantó una ceja— no sabes cuándo la vas a volver a ver. Si ella está pasando algo feo, a lo mejor verte la ayuda. Y si no, al menos lo intentaste.
Ben asintió, señalándolo con el mástil de la guitarra:
— Ve a su escuela esta semana. No te quedes con la duda.
Rodrick se pasó las manos por la cara, sintiendo un nudo en el pecho.
La idea le daba nervios.
Excitación también.
Pero nervios, sobre todo.
— No quiero aparecer como un intenso, ¿Y si se enoja? ¿Y si cree que estoy… no sé, presionando?
Ben soltó una risa.
—¿Y si no? —respondió— ¿Y si justo eso necesita? ¿Desde cuándo te importa lo que una chica piense sobre ti?
Chris levantó una de sus baquetas y la apuntó hacia él, como si fuera una espada.
— Además, si no vas… —su voz tomó un tono dramático— vas a seguir tocando de la mierda.
Ben asintió solemnemente.
—Y si sigues tocando así… —miró a Chris— vamos a tener que tomar medidas drásticas
Rodrick frunció el ceño, intrigado.
— ¿Cómo cuáles?
— Pues… — Ben se llevó una mano hacia el mentón, y cerró los ojos, fingiendo pensar— no nos queda de otra más que amarrarte y hacerte escuchar tocar a Greg la batería
Rodrick puso cara de horror. Antes de que eso pasara, el mocoso ya estaría 10 metros bajo tierra. Sin embargo, la actitud de sus amigos era tan genuina y divertida, que no pudo evitar sonreír.
— Está bien, ¡Esta bien! — dijo, levantando las manos, como si se rindiera ante ellos— Me convencieron. Voy a ir. No prometo hacerlo mañana, pero… esta semana. Lo haré.
Sus amigos sonrieron triunfantes y chocaron los puños, visiblemente satisfechos.
— Ahora que ya aclaramos todo… ¿Ensayamos otra vez?
Rodrick tomó aire profundo y les dedicó una mirada a sus amigos antes de asentir, con una actitud más determinada.
*
Los días posteriores a la reunión con el director se convirtieron para Regina en un torbellino constante que empezaba desde el momento en que terminaban las clases. No necesitaba ver un reloj para saber que la campana final significaba algo diferente para ella que para el resto del mundo. Apenas sonaba la campana, ella recogía sus cosas con movimientos tensos, sintiendo cómo su espalda ya empezaba a resentir la presión acumulada de los últimos tres días.
Mientras toda la escuela se desbordaba hacia las puertas principales, ella estaba obligada a caminar en dirección contraria, hacia los vestidores del gimnasio.
Al principio, parecía que solo unos cuantos estudiantes serían sancionados por la fiesta, ya que muchos de ellos se habían enterado de la noticia y no tardaron en borrar las fotos de internet, sin embargo, conforme avanzaban los días, el director y los profesores iban encontrando más nombres, fotos nuevas y testigos. Era como si la lista nunca terminara.
Cada mañana, Regina veía nuevas caras en la fila de castigados, algunos nerviosos, otros resignados, otros molestos porque “no era para tanto”. El castigo dejó de ser una rareza y se convirtió casi en una actividad extracurricular más.
Regina, sin embargo, se llevó una de las cargas más pesadas y es que el director Duvall había sido claro: habría de cumplir un régimen de limpieza diaria, apoyo en tareas administrativas, suspensión del próximo partido y presencia obligatoria en los entrenamientos intensivos. Pero estos no eran entrenamientos normales. Eran más largos, más exigentes, más repetitivos. El entrenador parecía querer sacar hasta la última gota de energía que Regina tuviera en el cuerpo. Era su forma de “corregir”, de dejar en claro que las reglas importaban.
Las compañeras de Regina también lo sabían. No tardaron en acercarse al entrenador, luego al director e incluso a un par de profesores, intentando apelar a su favor. Dijeron que era injusto que solo quienes más sobresalían recibieran los castigos más duros, pero no sirvió de nada. La suspensión estaba firmada y sellada.
El entrenador, aunque no lo admitiera en voz alta, también intentó influir en la decisión. Sin embargo, la respuesta fue la misma para todos: no había excepciones.
Así, mientras más caras nuevas se unían a los castigos diarios, Regina continuaba con su rutina estricta. Entrenaba a un ritmo que dejaba sus músculos ardiendo, terminaba empapada de sudor y con la respiración entrecortada, solo para luego cambiarse y unirse a la limpieza de pasillos, salones y áreas comunes. El cuerpo le dolía, el cansancio se le acumulaba en la columna como un peso constante, y, aun así, ella caminaba con la cabeza en alto. No estaba dispuesta a que nadie la viera débil.
Para su alivio, al menos solo le quedaban dos semanas más. Dos semanas y aquella pesadilla por fin terminaría. Regina se repitió eso mentalmente mientras se cambiaba en los vestidores, estirando un brazo adolorido por la rutina intensiva del día anterior. Sentía el sudor secándose en su nuca y el peso del cansancio colgando de sus músculos.
Cerró su casillero con un golpe suave, dejando escapar un suspiro cansado. Quería irse a su casa, comer algo en silencio, ducharse con agua caliente y olvidarse del mundo por un rato. Estaba sacando su botella y su toalla, cuando su teléfono comenzó a vibrar. Regina rodó los ojos, pensando que tal vez sería su madre o Cady, preguntándole como se encontraba. Pero cuando vio el nombre en la pantalla, se quedó completamente inmóvil.
Desde el lunes no habían hablado como tal; mensajes sueltos, respuestas cortas, pero nada más. Ella se había convencido de que estaba ocupándose de sus cosas o que quizá ya no querría insistir después de percibirla tan rara el otro día. Incluso llegó a sentirse culpable de haber sido algo tosca con él. Pero ahí estaba su nombre, iluminando la pantalla como si nada hubiera pasado.
Lo había echado de menos.
— ¿Hola? — su voz sonó más suave de lo esperado.
— Hey, Regina — respondió él, con ese tono relajado y cálido que a ella se le clavaba en el pecho— ¿Qué tal estás?
Ella se apoyó en las taquillas, bajando la mirada con una sonrisa involuntaria.
— Hey, mmm… más o menos. ¿Y tú?
—Bien. O tratando — Rodrick rio suavemente, tratando de ocultar su nerviosismo— ¿Qué estás haciendo ahora?
— Estoy la escuela —contestó, como si fuera lo más obvio del mundo, mientras terminaba de atarse las agujetas.
— ¿Y estas ocupada?
Regina frunció el ceño, confundida.
— ¿Por qué me estas preguntando eso?
— Estoy afuera.
Ella parpadeó, escuchando el largo silencio en la línea telefónica. ¿Qué había dicho?
— ¿Qué dijiste?
— ¿Prometes que no me vas a asesinar?
Regina soltó una risa incrédula, como si él acabara de decirle el chiste más absurdo del mundo.
— Ajá, sí, claro.
— Bien. Vine a verte. Estoy aquí, afuera de NorthShore…
— ¿Crees que soy idiota?
— ¡Oh, vamos! Si no me crees —dijo él con esa voz descarada que usaba cuando pretendía verse inocente— sal a ver.
Ella miró hacia la puerta del vestidor, sintiendo un latigazo de adrenalina.
Estaba bromeando… ¿Verdad? ¿Verdad?
— Regina, ¡ven ya! —gritó Kristen Hadley desde el fondo del vestidor— El entrenador dijo que…
— ¡Estaré ahí en un minuto! —respondió, interrumpiéndola mientras colgaba la llamada.
Con el celular aún en la mano, salió del vestidor y caminó por el pasillo principal. El eco de sus pasos retumbaba entre los lockers, y a cada metro que avanzaba, sentía cómo su pulso se aceleraba más, regañándose mentalmente por eso.
“No va a estar. Es un tonto. Te está jugando una broma”.
Pero, ¿Y si era verdad? ¿Y si sí estaba ahí? ¿Por qué estaría ahí? ¿Para qué vendría?
Aceleró el paso.
Empujó las puertas dobles de la entrada principal y, apenas salió al aire fresco del exterior, lo vio. La camioneta blanca estaba estacionada al otro lado de la calle, inconfundible. Y Rodrick, apoyado contra la puerta del conductor, con brazos cruzados, camisa negra, jeans gastados y una expresión relajada, le provocaron unas inmensas ganas de sonreír.
No estaba preparada para esto. No estaba preparada para él ahí, sonriéndole como si estuviera feliz de verla después de varios siglos.
Respiró hondo, bajó los escalones de la entrada, se aseguró de mirar a ambos lados y cruzó la calle, sintiendo la mirada de un par de estudiantes sobre ella. Podía escuchar como murmuraban a sus espaldas, preguntándose quién era ese chico y si ella lo conocía.
No les prestó atención.
Cuando por fin estuvo lo suficientemente cerca, él se enderezó, empujándose con una mano contra su camioneta.
— Hey — dijo él, con esa sonrisa ladeada que le hacía.
Regina parpadeó, poniendo sus manos en cada lado de su cintura.
— ¿Qué estás haciendo aquí?
Rodrick se encogió de hombros, como si manejar media ciudad no fuera la gran cosa.
— Pasaba por el rumbo, ¿Y tú?, ¿Qué haces aquí? — pregunto de forma divertida.
Una mentira descarada, tan obvia que ella levantó una ceja.
— Ajá. Claro —comentó con sarcasmo suave.
Él rio un poco, bajando la mirada, mientras metía ambas manos en los bolsillos.
— Está bien… no estaba pasando. Vine a verte.
La respiración de Regina se atragantó un segundo. El cansancio que había inundado su cuerpo desde hace días, había sido reemplazado por un tipo de energía proveniente él.
Rodrick la miró por completo, de arriba abajo, sin descaro, pero con esa atención y sinceridad que ella no sabía manejar del todo.
— Te ves agotada —dijo él finalmente.
— No estoy agotada —respondió Regina rápidamente, sintiendo sus mejillas arder. No se había dado cuenta de que aún llevaba puesto el uniforme de educación física. Rodrick estaba más que satisfecho.
Regina cruzó los brazos, intentando recuperar su postura habitual.
—¿Y Entonces? ¿Qué haces aquí? Porque si viniste a… no sé, burlarte de mí semana infernal, llegaste tarde. Janis ya lo hizo
Rodrick negó con la cabeza, acercándose un paso sin invadirla.
— Vine porque…quería ver cómo estabas. De verdad — murmuró en voz baja, inclinándose para que su rostro quedara cerca al de ella. Sus mejillas estaban algo rosadas, había un brillo ligero en sus ojos y Regina no podía apartar la mirada de ese bonito lunar cerca de su ceja. Sintió un tirón emocional que no esperaba. Algo cálido. Algo que no quería, pero inevitablemente sucedió.
— Estoy bien — respondió Regina, pero esta vez sin fuerza— Solo ha sido una semana… complicada
Rodrick ladeó un poco la cabeza.
—No tienes que contármelo — dijo él, casi en un murmullo— Solo… quería asegurarme de que estuvieras bien. No sé si te ayuda, pero… quiero que sepas que estoy aquí. Puedes contar conmigo
Ella lo miró más tiempo del que pretendía. De verdad, no había rastro de mentiras en su rostro.
Rodrick carraspeó.
—Además, no te voy a mentir…
Se frotó la nuca, nervioso de un modo que le quedó casi adorable. Regina se clavó las uñas en la palma de su mano.
—Tenía ganas de verte
Regina sintió un calor subiendo por su pecho hasta el rostro. Rodrick pensó que se veía demasiado bonita de esa forma. No, bonita no era la palabra que estaba buscando.
Era hermosa.
— ¿Y eso por qué? —preguntó Regina, fingiendo desinterés.
Rodrick sonrió, acercándose un poco más hacia ella.
—Porque me gustas
Lo dijo sin adornos. Sin titubear.
Ella tensó ligeramente los dedos sobre su celular. Se mordió internamente la mejilla y murmuró:
— No deberías decir esas cosas de forma tan… tan directa
— ¿Por qué no?
— Porque… —ella buscó una respuesta convincente y no la encontró. Se estaba viendo muy patética, ¡Dios! Parecía una adolescente experimentando su primer romance, ¿Qué demonios? ¡Lo odiaba! — Porque no
— Me gusta cuando te pones así —dijo él, de forma divertida.
— ¿Así cómo?
—Toda…tú —Rodrick hizo un gesto con las manos, como si no encontrara palabras. Y es que no las sabía, estar cerca de Regina le borraba la poca inteligencia que tenía. Se sentía estúpido y todo un perdedor. Probablemente lo era, pero no iba a desistir —Eres seria, orgullosa, molesta, adorable, todo al mismo tiempo.
Regina abrió la boca, indignada.
— ¡No soy adorable!
— Sí lo eres —contestó él suave, con una sonrisa real, sin burla. Regina comenzó a sonreír a la par de él.
—Eres un ridículo
— Y aun así te agrado — le guiñó un ojo.
Ella se mordió la esquina del labio, intentando no mostrar lo evidente.
— Tal vez —contestó, suave.
— Ese “Tal vez” ya es ganancia. Regina rodó los ojos y antes de que pudiera contestarle algo ingenioso, su teléfono vibró en la mano. Bajó la mirada y vio el mensaje de Dawn Schweitzer:
“Regina, el entrenador te está buscando YA.”
Ella dejó caer la cabeza hacia atrás con un suspiro frustrado. Odiaba admitirlo, pero quería pasar un poco más tiempo con él.
— Tengo que irme. Si no, me caerá otro castigo.
Rodrick ladeó la cabeza.
— Voy contigo
— No — lo interrumpió de inmediato, casi con pánico.
— ¿Y eso? —preguntó él, divertido.
Regina apretó los labios. No es que le diera pena que lo vieran con él, claro que no. Pero sabía cómo funcionaban las cosas en NorthShore. Cualquier novedad o noticia, se esparcían rápidamente como la pólvora. Ella no iba a permitir que se llenaran la boca, hablando sobre él.
— Porque… vas a verme entrenar, y aparte tengo que ocuparme de unos asuntos en la dirección como parte de mi castigo y...
Rodrick se apoyó en la camioneta con los brazos cruzados, sin quitarle la vista de encima.
— No creo que sea para tanto
— Para mí sí —gruñó ella— es vergonzoso
— Ah, sí, porque tú siempre eres perfecta — dijo él— Imposible verte haciendo algo humano como… no sé, un castigo escolar. ¡Qué atrocidad!
Ella lo miro mal, provocando que él soltara una risa.
— ¿Te estás burlando de mí?
— No sería capaz
— Rodrick. No quiero que vengas
— Oh vamos, no puede ser tan malo — comentó Rodrick, separandose de su camioneta y comenzando a dar pasos hacia su escuela.
Ella abrió los ojos, escandalizada. Oh, aquí venía ese ataque de ira.
— ¡Acabo de decir que no! — chilló en voz alta, tratando de detenerlo.
— Y yo acabo de ignorarlo —respondió con una sonrisa tranquila— Ya sabes cómo funciona esto
Regina bufó, pero él se volvió hacia ella, bajando la voz.
—Oye… solo quiero acompañarte. No voy a juzgarte por un castigo
Ella apretó los labios, pero al observar su mirada llena de paciencia y calidez, sabía que era inútil discutir. Aun así, lo intentó.
— Me da vergüenza, ¿Ok? Que me veas así —confesó finalmente, cruzándose de brazos.
Rodrick soltó una carcajada suave.
— ¿Tú? ¿Vergüenza? Pensé que nada podría darte vergüenza...
— Pues ya ves que si — murmuró ella, apoyando su espalda en la camioneta mientras se cruzaba de brazos.
Él se inclinó un poco hacia ella, con ese tono entre atrevido y dulce que solo él sabía usar.
— Te prometo que no voy a hacer nada raro. Solo… quiero estar cerca. Aunque sea un rato
Ella lo miró, aún con resistencia, pero la caída suave de sus hombros fue suficiente para que él supiera que estaba cediendo.
— Además — añadió, dándole un golpecito suave en el brazo—… alguien tiene que darte ánimos. Y soy excelente animando. Excelente
Regina exhaló, intentando ocultar una sonrisa.
— Más te vale echarme porras
— Cuenta con ello — respondió él, satisfecho— Bueno, después de ti...
Ella lo miró, resignada, consciente de que acababa de perder la batalla más absurda del día. Pero aun así, ¿Qué tan malo podría ser?
*
Rodrick no había pensado demasiado cuando decidió acompañarla. En su mente, sería algo simple: caminar con ella, ver dónde entrenaba, quizás robarle un par de sonrisas y luego regresar a su camioneta sintiéndose satisfecho.
Nada complicado. Nada extraño.
Pero ahora estaba sentado en las gradas del campo, con los codos apoyados sobre las rodillas y una expresión entre confundida, impresionada y… ligeramente asustada.
No sabía qué demonios había hecho Regina George para merecer algo así.
Y honestamente, tampoco quería imaginarlo.
El entrenador llevaba casi media hora gritándoles a decenas de estudiantes, como si hubieran cometido una especie de robo o vandalismo. Rodrick había perdido la cuenta del tiempo real, porque entre la intensidad del entrenamiento y lo que sentía por verla en ese estado, su percepción se había llenado de ruido.
Regina estaba en la mitad del campo, empapada de sudor, pero firme, con una mirada feroz que no dejaba ver ni un rastro de debilidad. A su lado, otros estudiantes hacían ejercicios igual de duros, algunos casi cayéndose del cansancio, otros verdaderamente arrastrándose, sin mencionar a una chica que se había desmayado. La escena parecía más un entrenamiento militar que algo escolar.
Rodrick soltó un silbido por lo bajo. No quería estar en sus zapatos.
Se inclinó un poco hacia adelante cuando Regina tuvo que hacer otra ronda de sentadillas, flexiones y abdominales, sin contar todas las zancadas y vueltas que había tenido que realizar momentos antes. Ella clavó los pies en el piso, moviéndose con una fuerza brutal que a él lo dejó anonadado.
— Dios mío… —murmuró para sí, con los ojos muy abiertos.
Se sintió pequeño de repente.
Él, que cargaba instrumentos y se creía resistente, comparado con ella, él era un flan.
Un flan horrible y barato.
Rodrick tragó saliva.
"Ok… definitivamente no quiero hacerla enojar nunca. Nunca."
Mientras Regina corría de regreso, el entrenador la detuvo en seco, regañándola por no sé qué detalle técnico de la postura. Ella simplemente asentía, con el ceño fruncido, el pecho subiendo y bajando rápidamente, como si estuviera conteniendo las ganas de mandar al tipo al demonio.
Rodrick sintió un pinchazo de risa interna.
Si ese hombre supiera lo que provoca cuando la hace enojar…
Cuando ella volvió a posicionarse, antes de reanudar, levantó la vista casi sin querer, y sus ojos chocaron con los de él. No fue más que un segundo, pero Rodrick captó lo suficiente: agotamiento, fastidio… y algo de arrogancia porque él la estuviera viendo.
Él le respondió de la única forma que se le ocurrió: levantó los pulgares, como si fuese su coach personal y no un espectador metido donde no debía. Regina desvió la mirada de inmediato, fingiendo total indiferencia, pero él vio la forma singular en que sus labios se apretaron para ocultar una sonrisa.
Rodrick se dejó caer un poco hacia atrás, apoyando la espalda en el respaldo metálico de la grada.
Ok… esto es peor de lo que pensé… pero también mejor de lo que imaginé.
La admiración comenzó a crecerle en el pecho como una ola.
No solo porque ella era físicamente impresionante, sino porque había un fuego en ella que él no había visto en nadie más.
Una furia controlada.
Una disciplina feroz.
Una determinación que, si lo miraba fijo, probablemente lo haría arder.
Rodrick ya no tenía idea de cuánto tiempo llevaba ahí sentado, pero sí sabía una cosa con total claridad:
Estaba totalmente fascinado por ella.
*
— ¿Por la fiesta? — repitió él, incrédulo— ¿En serio que por eso los castigaron a todos ustedes?
La expresión de Regina se endureció. No había planeado contárselo. De hecho, llevaba toda la semana repitiéndose que no lo haría, nunca. Rodrick no tenía por qué enterarse de sus problemas y tampoco cargar con ellos. Habían sido sus decisiones y errores, su desastre, su caos y castigo, no tenía nada que ver.
Sin embargo, la manera en la que había pasado la práctica entera sentado en las gradas, apoyándola y mirándole con esos ojos intensos, pasándole su botella de agua con una sonrisa y preguntándole si estaba bien, la hicieron ceder de forma instintiva. Ahora, se encontraba sentada a su lado, fijando su vista en el suelo, sin saber que decir.
— El director Duvall se enteró que fui una de las principales organizadoras. Y como cada día están sacando más nombres…— hizo una pausa y continuo— cada día aumentan los castigos. Además, el entrenador ya estaba frustrado por el desastre que estaban siendo los equipos, el director le dio la orden de “colaborar” con los castigos. Así que… aquí estoy.
Rodrick abrió la boca, luego la cerró. Luego la abrió de nuevo, claramente molesto.
— Regina… esa es la cosa más injusta y estúpida que he escuchado en toda la semana. Y además de eso, ¿Aún debes de encargarte de la limpieza de la escuela? — su tono de voz sonaba demasiado ofendido.
— Algo así...
Rodrick la miró con una mezcla de preocupación e indignación.
— ¿Es por eso que estabas furiosa la vez que te llame, no? No puedo imaginar el nivel de enojo y frustración que debiste haber sentido. ¡Maldición! Incluso ahora estoy enojado
Regina soltó una risa leve, observando su ceño fruncido.
— ¿Ya puedes comprender como me sentí?
— Debiste decirme
Regina se encogió de hombros.
— No quería sonar… quejumbrosa. No era tú problema
— Regina, literalmente te están usando como mula de trabajo —levantó una mano señalando hacia el gimnasio— Pudiste haberme dicho y yo mismo habría venido a apilar sillas con tal de que descansaras un poco más
Ella desvió la mirada, sintiendo que las palabras la empujaban a abrirse un poco más con él.
— No quería sonar débil
— Créeme, por lo que he visto hoy, no eres para nada débil...
Ella sonrió muy levemente, como si la simple presencia de él lograra ablandarla más de lo que admitiría. El grupo de estudiantes castigados comenzó a dispersarse a través del campo, con dirección a los vestuarios, algunos cojeando, otros maldiciendo en voz baja.
—Tengo que entregar un papeleo — dijo Regina finalmente, levantándose de golpe. Los músculos le ardieron, pero se mantuvo con una expresión Serena. A su lado, Rodrick la observó con los ojos bien abiertos— El entrenador pidió los informes de asistencia. ¿Puedes esperarme afuera? No me tardo mucho...
—Sí — asintió Rodrick, levantándose de un tirón— Ve tranquila. Yo… voy a ir a dar una vuelta por ahí
Ella lo miró un instante, como si temiera que se metiera en problemas por dejarlo ahí, pero finalmente se encaminó hacia las instalaciones.
Rodrick se quedó solo en las gradas, observando como la figura de Regina desparecía a través de las puertas de los vestuarios, con las manos metidas en los bolsillos. La escuela era algo grande, no había mucha diferencia con la suya. Era aburrida, sí… pero en ese momento no le molestaba caminar sin rumbo.
Decidió dar una vuelta por los pasillos, asomándose por los salones, buscando algo con que entretenerse. Casi todo se encontraba despejado, ya que desde hacía horas la jornada había terminado. Aun así, esperaba deleitarse con una escena que le llamara lo suficiente la atención para hacer tiempo en lo que esperaba a Regina. Su exploración iba no tan bien, hasta que, al doblar por un corredor lateral, escuchó voces femeninas cargadas de enojo. Rodrick decidió detenerse.
— ¡No entiendo por qué no hiciste nada! — reclamó una voz aguda, cortante.
Rodrick se asomó apenas, manteniéndose fuera de vista.
A lo lejos, pudo divisar a dos chicas que estaban acorralando a un tipo contra una fila de casilleros. Una de ellas era rubia, de cabello largo, tez blanca y ojos grandes. La otra tenía el cabello castaño claro y lacio, era bajita y tenía una expresión de disgusto. Ambas llevaban ropa deportiva impecable.
— ¡Les dije que sí lo hice! — replicó él chico, con su voz cargada de frustración— la defendí. Le dije al entrenador que no fue culpa suya, pero igual nos metió a todos en el castigo ¡Todos salimos incluso peor que ella!
El chico era más alto que ellas, tenía el cabello rubio peinado hacia arriba, y llevaba una chaqueta deportiva azul marino con detalles amarillos, con las iniciales de la preparatoria. Tenía una postura derrotada y una expresión de orgullo lastimado.
La morena chasqueó la lengua, acercándose hacia él, de forma amenazante.
— Pudiste hacer más, Shane. Ella es tu ex. Ella te habría defendido en su lugar
— ¿Ah, sí? —soltó él con una risa amarga— ¿Qué querían que hiciera? ¿Qué me interpusiera entre ella y el director? ¿Después de que todos ellos me culparon de esparcir el rumor de la fiesta, solo porque llevé a mi novia?
La chica alzó la barbilla con desdén.
—Igual debiste intentar más. Dejaste a Regina sola
La rubia asintió con fuerza, repitiendo lo último solo porque su amiga lo había dicho primero.
Rodrick entrecerró los ojos, tratando de captar más. ¿Había oído bien? ¿Regina? ¿Ese chico era el ex de Regina?
El chico apretó la mandíbula.
—No voy a seguir discutiendo con ustedes.
Se inclinó un poco más hacia la esquina del pasillo. Dio un paso involuntario hacia adelante para escuchar mejor, justo mientras las voces de fondo se elevaban, y justo cuando estaba por escuchar algo importante, una voz resonó detrás de él:
— ¿Rodrick?
Él se giró sobre sus talones, sobresaltado.
Cady Heron estaba parada detrás de él. Tenía una carpeta rojiza contra el pecho, el cabello en ondas y llevaba unos jeans con una camiseta pegada, mientras lo miraba como si estuviera viendo un espejismo. Rodrick se aclaró la garganta.
— Oh, hey — Rodrick levantó la mano en forma de saludo, un poco torpe— ¿Qué onda, Cady?
— Hey, estoy bien, ¿Y tú? ¿Qué estás haciendo por aquí? — preguntó, aún con los ojos ligeramente abiertos.
Rodrick abrió la boca para responder, pero en ese instante escucharon pasos rápidos acercándose desde el fondo del pasillo. Cuando ambos voltearon, el mismo chico de ese rato ya estaba ahí, congelado a mitad de corredor.
Sus ojos pasaron de Cady a Rodrick y luego, a las escaleras que estaban cerca de ellos.
—Ah… —soltó él, tensando los hombros—. Ustedes… están aquí.
Rodrick frunció un poco el ceño, tratando de recordar si lo había visto antes. El chico, en cambio, hizo un gesto extraño, como si acabara de meterse en problemas por estar donde no debía, y sin decir una palabra más, se pasó de largo y prácticamente huyó por las escaleras.
Rodrick parpadeó.
— …Ok. Eso fue raro.
— Demasiado —confirmó Cady.
Antes de que pudieran procesarlo, dos voces conocidas retumbaron cerca.
—¡Caaady! — canturreó la chica rubia, con su típico tono dulce.
— ¿Karen? ¿Gretchen? ¿Qué están haciendo aquí? Pensé que ya habían terminado su castigo — agregó Cady, mirándolas con visible confusión.
— Eso estábamos haciendo. Terminar de ordenar las mesas, ¿Tú qué haces aquí?
Cady se ajustó la carpeta.
— Tenía junta de mate atletas —respondió mostrando una libreta con anotaciones matemáticas. Rodrick hizo una mueca, sintiendo un ligero dolor de cabeza.
La chica morena hizo lo mismo, arrugando la nariz como si hubiera aspirado vinagre.
— ¿Cómo pudiste aceptar entrar al equipo? —preguntó, genuinamente intrigada.
Cady sonrió, rodando los ojos.
— Soy buena en matemáticas, ¿Lo recuerdas?
Las tres se rieron un poco, charlando entre sí sobre horarios y actividades. Rodrick pensó en desaparecer lentamente, pensando que podría librarse de cualquier interacción parte de esas chicas malas. No fue hasta que la chica llamada Karen, ladeó la cabeza como un perrito.
— Oye —dijo, señalándolo— ¿No nos conocemos, chico lindo?
Gretchen lo observó también, con los ojos entrecerrados.
— Sí… sí se me hace —murmuró, buscando en su memoria— ¿Te hemos visto en algún lugar?
Rodrick iba a decir algo, pero Cady se adelantó, levantando la mano.
— Ya se los presenté — recordó con naturalidad— En la fiesta de Janis. Es Rodrick. Rodrick, ellas son Gretchen y Karen
Ambas se quedaron completamente quietas. Congeladas. Como si alguien les hubiera presionado el botón de pausa.
Segundo después, gritaron al mismo tiempo:
— ¿RODRICK?
— ¿EL RODRICK?
La intensidad de sus voces rebotó por todo el pasillo. Rodrick retrocedió medio paso, sorprendido. Ah claro, ya había recordado.
—Eh… —se rascó la nuca—. No sé cuántos Rodricks conocen, pero si se refieren al baterista, sí. Ese soy yo.
Gretchen entreabrió la boca, con los ojos brillantes.
—¿Eres el mismo Rodrick que estuvo con Regina en la fiesta de Halloween? — preguntó, como si necesitara asegurarse de la información recolectada.
Cady respondió con una sonrisa antes de que él pudiera hacerlo.
— Estoy segura de que es él
Gretchen y Karen intercambiaron una mirada tan cargada de emoción que parecía que iban a gritar. Y entonces, en un parpadeo, empezó el interrogatorio.
— ¿Y qué haces aquí? — preguntó Karen, dando un paso más cerca.
— ¿Viniste a ver a Regina? —añadió Gretchen, inclinándose hacia adelante con las cejas alzadas y una sonrisa gigante.
— ¿Acaso tú y ella…? —preguntó Karen, dejando la frase flotando como si estuviera a punto de morir por la curiosidad.
Rodrick levantó ambas manos, tratando de calmar el torbellino. No sabía el porqué, pero tenía el presentimiento de que se había metido en problemas.
— Eh, pues… — se rio, porque la situación estaba siendo francamente absurda— podría decirse que si...
Gretchen abrió un poco más los ojos. Rodrick pensó que se le iban a salir.
— ¿Están saliendo? — Karen volvió a intentarlo.
— ¡Karen! — la regañó Cady.
Pero Karen solo parpadeó, confundida, porque para ella la pregunta era completamente lógica. Por un lado, Rodrick se sentía ligeramente abrumado, pero no podía negar que la escena era totalmente divertida. Porque si Regina tenía que lidiar con estas tres todos los días, con razón estaba tan estresada. Y aunque quería seguir escuchándolas o preguntar algunas cosas sobre Regina, en ese instante se escuchó un grito desde lejos.
— ¡¿QUÉ ES ESTO?!
Una voz familiar. Fuerte. Segura. Y su corazón dio un salto en el pecho. Los cuatro se giraron de inmediato.
Y ahí estaba Regina, saliendo del pasillo del gimnasio, con el cabello todavía húmedo por la ducha que había tomado recientemente, la camiseta se le pegaba al cuerpo, y su falda estaba ligeramente torcida. Su expresión reflejaba sorpresa al ver el pequeño grupo de chicas a su alrededor.
Rodrick sonrió sin darse cuenta. Oh, sí que estaba jodido.
