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Dividido entre querer postergar la visita y no desear quedar atrapado todo el día con Douma, mi carrera a través del bosque es irregular. Para cuando esquivo los últimos árboles y llego al claro, la débil curva de la luna ya ha cruzado la mitad del cielo y apenas ilumina la modesta mansión perdida entre las montañas.
Nada se calla con mi llegada, lo que solo confirma que Douma ya está adentro. Un nudo, ahora familiar, se forma en mi interior cuando su espíritu de lucha responde a mi llegada. No es necesario, ni quiero, verlo para sentirlo: cae sobre el campo como una nube gélida que casi puede quebrar el aire de la noche. Él lo hace latir, para recordarme que sabe que estoy allí, para burlarse de que no puedo simplemente darle la espalda e irme. Ambos sabemos lo que eso significaría.
Kyojuro, Kyojuro, Kyojuro.
Lo repito como un mantra mientras obligo a mis piernas a llevarme hacia adelante. Kyojuro. Douma lo pediría como recompensa. Kyojuro. El maestro no tendría misericordia. Kyojuro. Me obligarían a asesinarlo.
“¡Akaza-san! ¿Eres tú?” La horrible voz de Douma llama desde algún lugar dentro de la casa. Mis manos tiemblan y una tormenta de emociones vibra bajo mi piel. De repente, el shoji desgastado es como una última barrera tras la que quiero refugiarme un poco más. Qué vergüenza, debería reprenderme, enojado con semejante muestra de debilidad. Es solo otra noche, es todo lo que puedo recordarme; luego podré ver a Kyojuro. Antes de que el impulso se desmorone, abro la puerta y sigo la presencia por los oscuros pasillos.
El lugar debió ser de alguien acomodado: grabados en las paredes, marcos labrados, tatamis prensados; detalles inútiles a los que el paso del tiempo ya está derrotando. Las tablas crujen bajo mis pasos y corrientes de aire susurran desde los rincones desgastados de la mansión.
Encuentro a Douma en lo que debió ser la habitación principal. Está sentado en la engawa, con las piernas extendidas, bañándose con la casi inexistente luz de luna. Es la imagen de la despreocupación, con los ojos entrecerrados y vestido con una de las holgadas túnicas que usa en su culto. Nuestras miradas se cruzan y él me arroja una de sus asquerosas sonrisas dentadas.
“¡Akaza-dono! ¡Estaba empezando a preocuparme de que no llegaras!” Cierra los ojos y se estira como un gato, antes de levantarse con falsa torpeza. “¿Alguna presa interesante en el camino? ¿Una cazadora bonita que me guardaras?”
“Nada”. Sus sinsentidos parecen tan inofensivos al principio de cada noche. Tan temprano, logran despertar el mismo asco y fastidio que siempre me ha generado su actitud fingida. Actúa como si solo hubiésemos sido enviados a una misión conjunta o estuviéramos esperando al maestro.
“Oh, vamos, ¿ni siquiera una aldeana rezagada?” Camina relajado hacia mí, girando un dedo en el aire. Su acercamiento me devuelve a la realidad y me obligo a controlar la tensión de mi cuerpo. “¿O una de esas chiquitinas que salen a los campos? He probado algunas que están en sus primeras lunas y debo decir que si les dieras una oport-”
“No”. Ni siquiera pienso cuando lo interrumpo. Detesto sus estúpidas puestas en escena, estos intentos de familiaridad con que siempre me recibe. Es parte de lo que lo satisface, seguramente, pero solo me producen una ansiedad vacía por lo que llegará cuando termine de parlotear.
Sabe lo que hace, sabe lo que hago. Su sonrisa se ensancha con esa diversión vacía que lo habita y mi cuerpo responde en consecuencia. Ya odio lo que está por venir, aun cuando sé que lo sobreviviré. Solo es otra noche.
“¿Por qué tan aburrido?” Sigue con su tono quejumbroso mientras se para a solo unos pasos de mí. “¿Apresurado?” Se acerca más y me niego a perseguir sus ojos, clavando los míos en las puertas al exterior. “¿Necesitado?”
Lentamente, pero con fuerza, agarra mi mandíbula y me obliga a mirarlo hacia arriba. Su tono es una mezcla de burla y curiosidad, mas su rostro carece en absoluto de emociones. Todas las alarmas dentro de mí se disparan al instante al ver esa expresión. El cuarto se siente más frío, el silencio más opresivo y las garras en mi cuello más afiladas que cualquier arma mortal.
Da un paso más cerca, dejando apenas espacio entre nosotros, y bloqueando con su cuerpo mi visión. Los instintos más humillantes se encienden en mí (No puedo, no quiero, no puedo); esa parte débil que Douma tanto ha estado cultivando responde tal como él quiere. Solo deseo salir corriendo, pero mis piernas no se mueven. Apenas logro reprimir los escalofríos que me corren bajo la piel, esos que deberían ser imposibles.
El agarre de Douma fuerza mi cuello, y no me suelta mientras se inclina lentamente sobre mi hombro para susurrarme al oído. “Podemos trabajar con eso”.
No puedo detener el estremecimiento que produce el primer contacto de su mano en mi cadera. Tan cerca, puedo sentir el vacío absoluto que rodea el núcleo de su espíritu de lucha. Inútilmente, trato de concentrarme solo en eso mientras sube lentamente por mi costado, tentando con pequeños pellizcos estremecimientos de mí.
Suelta mi cuello mientras avanza, y eso también es una burla.
Hace cuatro meses, habría roto su mandíbula por siquiera tocarme. Hace tres lo hubiera atacado y maldecido durante todo el proceso. Ahora, permanezco quieto. No quiero complacerlo con mi odio ni con mi dolor, pero con él, eso hace parte de un ciclo vicioso. Cada intento de alejarme de mi cuerpo solo lo incentiva más a halarme de vuelta. Cada grito o súplica solo hace que arrecie su asedio. No hay decisión correcta, ninguna que lo detenga. Como la tormenta, solo puedo dejar que pase y ver qué sobrevive en la mañana.
Con la otra mano empieza a jugar con la cuerda de mi hakama, chocando a intervalos sus dedos fríos con la piel expuesta justo arriba.
“Ayúdame un poco aquí, Akaza-dono”. Tira de la esquina de mi haori y una pequeña llama de ira logra parpadear en mí cuando trata de obligarme a cooperar. Es humillante. Todo es un recordatorio de la posición en que me tiene, una reafirmación de poder.
Su mano sube por mi pecho, tanteando con asquerosa diversión y apartando la tela. Congelado bajo su mano, casi quisiera que fuera como esa primera vez hace meses, cuando aún tenía fuego para pelear y tratar de destrozarlo a cada paso. Ahora sé que hacerlo desde el principio solo hace que todo escale más y más rápido; pero esto, el lento pasar impune de su mano por cada trozo de piel, quema de otra manera. ¿Acaso es preferible que desgarre todo de mí mientras gruño impotente bajo sus garras o sus trozos de catana? ¿Conservaría un poco más mi orgullo? ¿Podría amanecer y sentirme al menos un poco menos patético, menos débil? Pero ya he pasado muchos días y noches sufriendo dolor y humillación que creí solo podía infligir el maestro. Es inútil negar que han hecho mella en mí.
Inclino el hombro derecho a lo que escucho su asquerosa sonrisa resurgir. La vergüenza me baja amarga por la garganta, pero a penas y puede pasar con el nudo que hay allí. La otra mano de Douma suelta la cuerda y sube serpenteando por mi abdomen, quemando con su frío, hasta llegar al hueso sobre mi cuello y empujar finalmente mi haori. La prenda cae al suelo sin hacer ruido; su ida a penas y es registrada por mis sentidos, a penas y representa un color, pero, al igual que cada vez, su pérdida es como un desgarro en mi orgullo.
Douma me agarra la cadera por ambos lados y pega nuestros cuerpos. Siento su creciente emoción, con lo que la repulsión y la impotencia se establecen definitivamente en el fondo de mi garganta.
Un escalofrío me sacude cuando clava su cara en el hueco de mi cuello e inhala extasiado. “Vamos a divertirnos tanto esta noche”. Su lengua toca brevemente allí y el asco me golpea de lleno.
¡Lo odio! ¡Lo aborrezco! ¡LO DETESTO! ¡Quiero arrancarle los dedos, las manos y la estúpida lengua! ¡LO QUIERO MUERTO! ¡SUS MISERABLES CENIZAS LEJOS DE MÍ!
“¿Qué diría el maestro si te viera así?” Lo dice con un dejo distraído, pero ello basta para apagar todo dentro de mí. Su lengua deja un rastro húmedo mientras baja por mi cuello, pero no lo registro del todo. “De seguro le alegraría ver que nos llevamos tan bien, ¿no crees?”
La poco sutil amenaza se queda como un hedor implacable alrededor de mi cabeza. Si el maestro me viera así, inmóvil contra Douma, tan dispuesto a ser humillado, incluso si no supiera de Kyojuro, me castigaría. La sola idea hace que me estremezca y Douma lo toma tarareante como un logro. No importa. No hay dolor que el maestro no pueda infligir. Tomaría cualquier límite que haya alcanzado Douma y lo triplicaría. Quizás incluso la decepción y la ira sean suficientes para que finalmente me deseche. No lo hizo cuando Douma me venció porque aún veía potencial en mí; ahora, definitivamente lo haría al ver lo débil que me he vuelto, cuán degradado he sido por manos que no son las suyas.
Al final, los recordatorios de Douma son innecesarios. Quizás piensa que Kyojuro no es un garante lo suficientemente seguro, que es necesario presentarse a sí mismo como el menor de dos males; quizás simplemente lo satisface verme estremecer bajo sus amenazas. No importa. Al final, para mantenerme aquí, irónicamente, él ha tenido que adoptar mis mismas preocupaciones: Mantener vivo a Kyojuro y alejado al maestro.
Una de sus manos hala el borde de mi hakama.
Dejo que mis ojos se pierdan en el deteriorado techo y ruego porque acabe pronto.
Hay un hueco en las viejas tablas, por donde la pálida luz de la luna apenas logra colarse.
Me pregunto si Kyojuro seguirá de patrulla.
El frío golpea mi abdomen.
Podría buscarlo mañana. No me he atrevido a mirarlo a la cara desde que se enteró de lo que he estado haciendo, pero puedo ir a ver que esté bien.
Douma saca algo de un bolsillo y no quiero averiguar qué es.
Quizás podría escuchar a Kyojuro decir mi nombre brevemente en un saludo, e irme antes de que me maldiga asqueado.
Eso sería suficiente. Eso lo sería todo.
Un metal se clava a un costado de mi cuello, y el frío de un líquido entrando en mí me arrastra de regreso a la habitación. Antes de que pueda siquiera protestar, el dolor me acalla. ¡Arde! ¡Como si arrastraran grava por dentro de mis venas! ¡QUEMA, QUEMA, QUEMA! ¡Como cientos de termitas devorándome desde dentro!
Trato de alejarme, pero Douma tomó la delantera y me aprisiona entre sus brazos. Ni siquiera puedo concentrarme lo suficiente para pensar en atacar. Solo puedo retorcerme descoordinadamente mientras el dolor se extiende por cada músculo. ¿Es otro de sus fetiches? ¿Una nueva herramienta para hacerme suplicar? Lo que sea que es, mi cuerpo ya debería haber empezado a descomponerlo, pero el dolor sigue, la cabeza me pesa, los músculos me arden y NO PARA.
Quiero que se detenga, saber qué me está haciendo. Abro la boca para gritar, pero en realidad no puedo abrirla. El corazón amenaza con explotarme en el pecho. En un momento siento la boca seca y al siguiente ya no la siento. Los hombros, los brazos, el pecho... mis músculos se tensan más allá de lo posible, desgarrándose bajo su propia fuerza.
Duele como un castigo, y de repente una pregunta me frena en seco.
¿Douma me delató con el maestro?
El pavor me invade. Lucho para apartar todas las preocupaciones respecto al bienestar de Kyojuro de mi mente, no dejar que él las mire, a la vez que la agonía se extiende a mis piernas. Las rodillas me fallan, se rompen, pero Douma no me permite caer.
¡No puedo dejar que lo localice! ¡No puedo dejar que me lo arrebate!
Creo que empiezo a sudar. El dolor y la desesperación me ahogan rápidamente y entonces...
Nada.
No siento nada.
Ni alivio, ni el subir y bajar de mi pecho, ni mis músculos temblando. No hay nada.
El torso de Douma se aleja, solo para que luego sus brazos se extiendan y me levanten como a una novia. Sus manos deben estar bajo mi espalda y mis rodillas, pero no puedo sentirlas. Trato de empujarlo, gritarlo, cualquier cosa, pero ni siquiera registro mi propio cuerpo. Es como si no tuviera. Solo puedo ver la curva de su cuello y el techo de fondo.
Douma se ríe, pero no siento el movimiento. Gira su rostro hacia mí y sonríe complacido. “¡No creía que sería tan efectivo! ¿Aún estás ahí dentro, Akaza-dono? ¡Parpadea si me escuchas!” Lo hago, por inercia. No puedo sentir el contacto entre mis párpados, pero dejo de ver por un instante y solo eso es suficiente para que un miedo desconocido y primario me invada y afane de vuelta a la superficie.
Douma me pone contra una pared. “¡Maravilloso! ¿No? ¡Una cosita peligrosa esta de aquí!” Golpea con sus uñas un pequeño tubo de cristal, con un extraño sistema a un lado y un tubo más fino de metal al otro.
Hace presión con el pulgar y un chorro de líquido ámbar escapa del artilugio, cayendo sobre su otra mano. Solo pasa un segundo antes de que suelte un chillido entre sorprendido y emocionado, y su mano empiece a sacudirse convulsivamente. Luego, del codo para adelante, su brazo pierde fuerza y pende inerte frente a su mirada fascinada. Apenas cae y de inmediato, en un solo movimiento, Douma arranca la extremidad paralizada y la arroja más allá de la engawa. Con la misma facilidad regenera otro brazo. Le da vueltas encantado y me sonríe, como esperando una reacción, antes de reírse como un niño. “Bastante poderoso. Mejor acostumbrarse de a pocos, ¿no te parece?”
Los puntos conectan y un alivio retorcido me inunda.
Douma no me ha delatado.
El dolor no fue el castigo del maestro.
Kyojuro sigue a salvo.
Pero al tiempo, las implicaciones de mi estado me golpean con igual fuerza: Paralizado por lo que sea que me clavó, Douma hará lo que quiera y no podré siquiera retorcerme. El miedo, la resignación y la confusión se suceden rápida y desordenadamente. ¿Por qué está haciendo esto? No hace sentido que me quite cualquier posibilidad de reacción cuando ha quedado claro que es lo que más lo excita. Pero ¿qué logro con tratar de entender su retorcida cabeza?
Quizás así sea mejor, intento convencerme, de esta manera tampoco tendré que sentirlo. Si logro distraerme en mi cabeza el tiempo suficiente, él hará lo que quiera y luego se aburrirá y me dejará atrás para que el efecto se desvanezca. Porque tiene que hacerlo, ¿verdad? Él dijo que era algo a lo que el cuerpo se podía acostumbrar. Debe saber que hay un límite para el tiempo que puedo pasar sin reportarme.
No ha roto su palabra. Trato de calmarme. El maestro lo destrozaría si deja morir a una Luna Superior. Él tampoco quiere perder a su juguete favorito. Debo confiar en todo ello.
La resignación es un manto roto.
Douma hará lo que quiera, recuperaré mi cuerpo y podré alejarme de esto al menos por un tiempo.
“Bueno, podemos divertirnos un rato mientras esperamos”. Ignoro a lo que sea que se refiere su cabeza retorcida con ‘esperar’ en el momento en que veo su mano regenerada posarse sobre una de mis piernas. “Sabes que me encanta verte disfrutarlo, pero dicen que es bueno probar cosas nuevas y me moría por mostrarte este truquito de acá”.
Su mano empieza a subir, e incluso cuando sé que no puedo sentir, el frío me embarga. Supera los límites de mi visión, pero sé a dónde va. Vuelve con los extremos de mi hakama y continúa bajándolo por mis piernas mientras me mira, con una sonrisa en los ojos muertos.
No quiero mirar, no quiero, pero en el momento en el que cierro los párpados, la oscuridad absoluta se arroja sobre mí. No hay nada: sin cuerpo y sin voz, solo puedo escuchar sus desvaríos asquerosos y el deslizamiento de su piel contra la mía.
Busco su espíritu de lucha, pero entonces me doy cuenta de que no puedo sentirlo. Abro los ojos de golpe y trato de activar la visión de mi arte de sangre: Nada. Trato de convocar mi brújula: Nada. Douma dice algo más, pero no lo registro. Cierro los ojos, intentando buscar el hilo, la chispa en mi sangre que despierta mi arte. No hay nada. No brújula, no espíritus. Donde antes era mi decisión no verlos, donde siempre podía sentirlos e interpretarlos, ahora no encuentro nada.
Se siente como golpear al vacío. Es confuso. Es desequilibrante. Es aterrador de una forma completamente nueva.
Siento un pinchazo en la pierna y, antes de que pueda pensar en lo que significa, el dolor estalla en ese lugar. Arde, como un hierro al rojo vivo y corta todo lo anterior. Es todo lo que puedo sentir.
Vuelvo a mí y veo la coronilla de Douma, que tiene su cabeza pegada a mis muslos desnudos. Otro punto de quema estalla, más arriba que el anterior. Luego otro, y otro. Una línea interrumpida de fuegos pulsantes se prende como lo único que puedo sentir.
Trato de apretar los ojos ante el dolor, pero la oscuridad solo me hace más consciente de él. Los parches sintientes suben desde algún punto en mi pierna derecha hasta mi abdomen.
Douma levanta la cabeza y me sonríe con la boca manchada de sangre. “¡Exquisito como siempre! No sabes las ganas que tenía de probarte como es debido”.
¡El bastardo me está comiendo! La ira y la repulsión no tienen tiempo de formarse antes de que se vuelva a inclinar sobre mí y el dolor alcance mi pecho. ¡No tiene sentido! Me mira a los ojos y veo atizada la chispa cruel que es lo único que lo habita por dentro.
Douma empieza a repetir el camino de heridas al otro costado de mi pecho y lucho contra el instinto de apretar los ojos. Ya no sé si es peor el aislamiento sensorial absoluto o esta tortuosa sensibilidad fragmentada. Conforme su cabeza baja, el dolor sigue aumentando. Sé, de forma racional, que he pasado por cosas peores, de mano suya y del maestro, sin siquiera abrir la boca; pero justo ahora, sin más conexión con el mundo que la audición y la vista, cada uno de sus malditos bocados es como si el tormento fuera sobre todo mi cuerpo.
“¿Lo sientes?” Pasa su mano por el camino sangriento que construyó y erupciones intermitentes de dolor se levantan a su paso. Clava sus ojos en los míos mientras repite el sendero de ida y vuelta. “Parpadea dos veces si lo sientes”.
Un impulso febril hace que quiera resistirme, no darle el gusto de conocer lo que me está haciendo pasar. La intención muere inmediatamente después cuando, impasible, clava sus garras en una de las heridas de mi pecho y la agonía me ciega. Todos los otros parches se tensan aún más, desgarrando partes del músculo entre ellos y generando más y más daño. Lo que percibo como mi cuerpo aumenta solo para ser una absoluta maraña de nervios y músculos en agonía.
“¿Duele?” Parpadeo. Parpadeo dos, cuatro, diez veces. Solo quiero que se detenga.
Sonríe encantado y se arrodilla a horcajadas sobre mí. Las heridas se recienten de inmediato y apenas puedo abrir más los ojos cuando todo de mí quiere gritar.
Delante de mí solo está su rostro muerto, con esa satisfacción desconectada y macabra que siempre le baila en los ojos.
Si pudiese hablar, ya habría soltado alguna de esas malditas súplicas que tanto le gustan y que, quizás, harían que por fin cambiara de método de tortura. ¿Y no es eso, acaso, lo más humillante? Que ya me ha entrenado para pedir más de lo que él quiere. Que en alguna parte de mí algo está puesto de cabeza, pues la única manera que puedo pensar para que, quizás, eventualmente, se acabe, es pedirle que continúe.
Esconde su rostro en el hueco de mi cuello. Escucho su respiración falsamente agitada y todo lo que puedo hacer es mirar al jardín de fuera.
“Entonces hagámoslo rápid- Oh”. Tan cerca de mi oído, siento como un rasguño la falsa emoción cuando se detiene. Se echa hacia atrás, poniendo todo su peso sobre mis piernas y el dolor estalla como una erupción. Veo puntos negros en la periferia y, por un segundo, tengo la esperanza de estar a punto de perder la conciencia.
No puedo parpadear, no puedo oír, no puedo pensar, mientras la agonía me recorre como ondas sucesivas. Percibo una risa, el escozor de mi hakama contra mis piernas heridas y a Douma, que dice algo más mientras se levanta. Todo se pierde bajo el zumbido de la sangre en mis oídos.
Para cuando logro volver a enfocar, Douma ya no está a la vista. Una mezcla de pánico y alivio se une a la aún persistente confusión sensorial. Me toma unos segundos superar la barrera del dolor para comenzar a reconectar.
La vieja mansión suena como un animal herido, el viento silba salvaje entre los matorrales de fuera y pasos se escuchan desde la entrada.
Dos pares.
Un nudo imposible trata de cortarme el aire. Douma nunca ha traído a alguien. Sin importar el tiempo o el lugar donde me hiciera ir, jamás hubo nadie más.
¿Es acaso uno de sus seguidores? ¿Otro demonio? No hace sentido. No busca ni necesita favor de nadie. Al verme, los humanos huirían y los demonios inferiores dejarían pasar fácilmente la información al maestro. Douma no querría perder ni compartir su poder sobre mí. No puede. Necesito que no lo haga. Necesito seguir protegiendo a Kyojuro.
“¡Por aquí, Rengoku-san!”
No
No
No
No
NO
NO
NO
NO
NO
NO
No es cierto. Solo está provocándome. Kyojuro está lejos, patrullando con su catana, su cuervo y su haori. Está persiguiendo a algún estúpido demonio débil y luego acabará con él y e irá a una posada a dormir y reponerse para ir a ayudar a algunos humanos durante el día y luego ir a visitar a su familia y comer y dormir y podré ir a verlo allá y volver a disculparme por mi debilidad y por haber permitido que Douma me tocara y me manchara y decirle que lo siento y que no lo voy a ensuciar, por supuesto que no, solo quiero ver que está bien y-
“¿Por qué está lleno de sangre?” No no no no no no, no puede ser la voz de Kyojuro. Aunque suena exactamente igual, aunque entra en mi campo de visión y tiene los mismos ojos, el mismo cabello, la misma cicatriz junto al cuello del uniforme, de su primera pelea como cazador.
No es.
No puede ser.
¡Es un truco! ¡Sí, sí, es eso! Douma consiguió a un demonio que replica apariencias y está tratando de meterse conmigo. No lo permitiré. En el momento en que pasen los efectos de la mierda que me dio, iré y destrozaré a ese pequeño farsante por atreverse a tratar de robar el aspecto de Kyojuro. Por copiar tan bien sus cicatrices, y su equipaje, y su olor, y ese hábito de tocar su tsuba cada vez que da vueltas a una idea…
“Oh, no es nada. Solo jugábamos un rato mientras te esperábamos”.
El falso Kyojuro frunce el ceño mientras escanea mi cuerpo. ¡Y ahí! ¡Ese es el error! ¡Todo es el maldito error! ¡Kyojuro no haría eso! ¡Kyojuro no estaría hablando pausadamente con Douma mientras me ve así! ¡Sacaría su catana! ¡Me ignoraría o me dejaría para más tarde, pero definitivamente iría tras Douma primero! ¡Ya lo ha hecho!
El impostor evade responder y en cambio se me acerca y se acuclilla. Luce idéntico. Algo se aprieta en mí. “No sabemos qué efectos puede tener en él incitar la regeneración después de aplicada una dosis como esa”. Su voz es tan parecida a la de Kyojuro las primeras veces que nos vimos. Un tono seco y fastidiado.
El farsante presiona sin contemplaciones mi abdomen, reavivando el dolor y haciéndome ver estrellas detrás de los párpados. Creo que dice algo más, Douma responde, pero lo pierdo mientras trato de apartar la nube de dolor punzante y confusión de mi cabeza.
Parpadeo varias veces. El Kyojuro falso sigue frente a mí, con sus cejas falsas y sus ojos falsos. Quiero despedazarlo, arrancárselos por su atrevimiento, pero ni siquiera puedo imaginarme hacerle eso a ese rostro.
Suspira fastidiado y se levanta hacia la maleta de campo que dejó junto a los paneles. Douma permanece a su lado, mirándome con brillo en los ojos.
“Ya nada se puede hacer al respecto. Traje el afrodisíaco que hablamos y otra dosis de paralizante para cuando se desvanezca la que ya tiene”.
La sangre se me congela en las venas ante sus palabras. Kyojuro no acaba de decir eso. ¡Ese no es Kyojuro! Es una ilusión inducida por lo que sea que me metió Douma. No hay nadie más aquí. No, solo Douma y yo. Nadie más me va a tocar. No no no. No puedo dejar que lo hagan. NO. Incluso si no lo siento, ¡no quiero que me toquen más! No con la cara de Kyojuro, no nadie.
Aceptaré lo que sea que Douma quiera hacerme, pero no esto. NO MÁS MANOS. Le suplicaré por lo que quiera. Cumpliré con cualquier otro de sus caprichos. Me quedaré en su jaula, sonreiré, ladraré, lloraré. ¡Lo que quiera! Solo que no permita que nadie más se me acerque. Que no me miren. He cedido todo valor, todo orgullo, para mantener a Kyo alejado de todo esto. No con su rostro. ¡No así! ¡No quiero! ¡NO QUIERO!
Un sonido estrangulado sale del fondo de mi garganta y ambos demonios voltean a mirarme. Douma abre los ojos y sonríe divertido, mientras que el cambiaforma o ilusión o lo-que-sea-menos-Kyojuro estrecha la mirada y se apresura a terminar de jugar con algo en sus manos.
“Sosténle la cabeza. Lo voy a inyectar”.
“Pero a penas y está pudiendo separar los labios. ¡Creo que deberíamos dejarlo ser un poquito más para poder escuchar sus soniditos!”
“El paralizante puede esperar, no me importa, pero quiero asegurarme de que cuando abra la boca sea para suplicarme por más y no para arrancarme un pedazo. Ahora, tenlo. Esta debe aplicarse en la yugular”.
Douma hace pucheros y se me acerca con su falsa cara de perro pateado. “Ya ves, Akaza-dono, resulta que Rengoku-san es más serio de lo que me habías dicho”. Me agarra y el mundo se mueve cuando maniobra para sentarme en su regazo. Inclina mi cabeza para que mire su rostro, luego a Kyojuro y de vuelta. “Que conste que fue su idea, ¿sabes? Dijo que quería verte rogar y yo le conté que lo hacías como toda una perra. ¡Solo necesitábamos de sus juguetes, algo de coordinación y aquí estamos!”, dice mientras usa su otra mano para hacer círculos sobre la piel aún dolorosa de mi pecho.
¡Quiero suplicarle que ya pare! ¡Ya fue suficiente! ¡No volveré a buscar a Kyojuro! ¡Iré todas las noches a su templo! ¡Todo! ¡Cualquier cosa! ¡Solo que detenga esto! Sé que soy patético. Humillado y consciente de la amenaza latente en mi sangre, solo pido esto. No más de su rostro. Por favor.
Douma solo sonríe, inconsciente de las súplicas tras mis ojos o borracho de ellas. “Tienes que ser bueno y mostrarle al señor Hashira cuánto has aprendido. ¡Así todos la pasamos bien y hacemos planes grupales más seguido!”
Pasos se acercan por mi derecha y en la periferia veo a Kyojuro arrodillarse al lado nuestro. ¡No Kyojuro! ¡El falso Kyojuro! ¡El demonio! ¡El impostor! ¡La alucinación! ¡No Kyojuro! ¡Kyojuro jamás haría esto! A veces sí se ponía serio, y me miraba con odio, ¡pero eso era al principio! ¡Cuando aún éramos solo Hashira y Kizuki! No ahora, no después de que me dejara acompañarlo en sus patrullas, a su casa. Después de que me sonriera pequeño y luego grande. No cuando me besó tan tiernamente y dijo que me quería y que quería mi bienestar. ¡Él no mentiría! ¡Jamás lo haría!
Su espíritu de lucha estalló como mil volcanes cuando luchó contra Douma hace un mes, y fue la cosa más hermosa que he visto en mi vida; y eso fue porque no quería que me llevara. No puede estar aquí, ahora, con esa cosa en su mano, con Douma diciendo que fue su plan quemarme, atraparme dentro de mi cuerpo y hacerme todas esas cosas que él ya me hace, que me duelen y me hacen sentir sucio, que no me puedo quitar por más que arañe, por las que no quiero acercármele, para no ensuciarlo.
¡NO PUEDE SER KYOJURO!
Siento el olor de lo que sea que piensan meterme. Su mano se acerca, tiene cada una de las cicatrices que ya conozco y ¡NO PUEDE SER REAL! ¡NO LO ES! ¡NO ES KYOJURO! Douma me gira para verlo, porque sabe que no quiero hacerlo. No quiero creerlo. Él no me haría esto. Pero son los mismos ojos de amanecer, la misma marca de nuestra primera pelea, hasta la forma tonta en que sus cejas se dividen al final y que combina tan perfectamente con su apariencia de hoguera viva.
Douma inclina más mi rostro, exponiendo mi cuello como el de un animal para sacrificio. La droga se acerca. Busco la mirada de Kyojuro y ya no me importa qué o a quién tengo al frente. Si tuviera voz, si en verdad es él, aún hay tanto que quisiera decirle.
Incluso si todo lo que vivimos fue, de alguna manera, un plan para vengarse de la batalla en el tren, la forma más justa de castigar mi existencia, o quizás, simplemente, la expresión de un deseo reprimido que finalmente encontró las herramientas para atreverse a probar... Lo siento. Por lastimarte, por incomodarte, por ponerte en peligro. Sé que una disculpa no es suficiente para redimir el honor que tanto valoras y que mi presencia ha manchado. Solo soy un animal, atado y ansioso, pero tan feliz de cada segundo robado junto al calor de tu presencia. Yo te habría dado todo, empezando con lo poco de mí que poseo. No tenías que llegar a esto.
Cierro los ojos. El abismo es preferible a lo que está por venir.
Escucho la perforación de la carne y el tintineo del cristal al caer al suelo.
“Movimiento equivocado, Rengoku-san”.
Percibo el choque de mi cuerpo contra el suelo. Las heridas del lado izquierdo escocen con la fricción contra el tatami, y el dolor me hace abrir los ojos. Kyojuro gruñe detrás de mí, Douma se ríe y el terror me invade. ¿Ya iniciaron los efectos? A un costado, alcanzo a vislumbrar el artefacto maldito. No se ha roto. Parte del contenido sigue dentro.
“Oh, vamos, ¿por qué perder una oportunidad tan buena de esta manera? Y yo que en serio quería que fuéramos amigos”. Suenan pasos y las zori de Kyojuro entran en mi campo de visión. Va de espaldas, ampliando su postura.
“¡Solo un loco podría albergar semejantes ideas!”
“Y aun así estás aquí. “Douma se ríe, y escucho cómo se levanta lentamente. “Vamos, pequeño Hashira, juega con nosotros esta noche y haremos como que nada ha pasado”.
“¡Eres un enfermo!”
“Dime, ¿qué creías que iba a pasar? ¿Qué vas a hacer ahora?”
El silencio responde mientras que la cabeza me da vueltas, tratando de entender lo que está sucediendo.
Douma recoge el cristal caído. “Tú mismo me dejaste esto. Todo un Pilar como tú debe saber lo fácil que ganamos inmunidad. No puedes ser tan ingenuo, ¿verdad?”
Kyojuro sigue retrocediendo. Agarra el mango de su catana. El espacio cerrado lo pone en desventaja. ¡¿Qué está haciendo?!
“¡No voy a permitir que sigas abusando a Akaza!” Una chispa de esperanza parpadea dentro de mí al reconocer a Kyojuro en esas palabras, pero el terror empieza a devorarla conforme las cosas encajan.
“¿Por qué dices cosas tan horribles, Rengoku-kun? Ya sabes que Akaza-dono viene porque necesita mi ayuda y yo, como su mejor amigo, se la estoy dando. No es muy agradable de tu parte meterte en los negocios de tus amigos”.
“¡NO LO VAS A SEGUIR LASTIMANDO!” ¡Y esa es la ira de Kyojuro! La de sus cacerías más sangrientas. La de hace un mes. ¡Es él! ¡En verdad es él!
Me arrojo ciego al alivio solo para ser recibido por el terror.
Es él, aquí, contra Douma.
Kyojuro desenfunda su catana. VA A MORIR. Es Kyojuro, el verdadero Kyojuro, y Douma lo va a matar. DOUMA LO VA A MATAR Y NO PUEDO HACER NADA. Kyojuro está aquí, diciendo cosas horribles y luego diciendo que viene a detener a Douma, y VA A MORIR. Lo puedo ver: es congelado poco a poco, o atravesado con estacas de hielo, sostenido por clones mientras sus dedos son arrancados uno a uno, trozo a trozo, y devorados en el acto. Y soy obligado a ver todo, a comerlo.
Douma va a empaparme de su sangre y se va a reír. Me va a destrozar junto al cuerpo moribundo de Kyojuro, mientras el brillo escapa de sus ojos y su espíritu de lucha se desvanece, y ni siquiera podré verlo titilar una última vez. Sangre bajará desde su boca y su cuerpo perderá temperatura hasta quedar frío. Muerto.
¡NO OTRA VEZ!
Trato de moverme. Busco, escarbo, por cualquier sensación en mi cuerpo. DEBO MOVERME. Pero solo están los mordiscos, aún ardientes. Nada más.
Douma suelta una exclamación confundida que es seguida por el fuego de la catana de Kyojuro. El sonido de metal contra carne inunda la habitación y aún no puedo conectar con mi cuerpo. Los paneles de papel y los tatamis se rompen. Kyojuro y Douma pasan como borrones uno tras otro, destrozando todo a su paso.
Sangre salpica por todos lados y uno de los brazos de Douma cae al suelo. Salta para separarse y mira el muñón sangrante con el rostro vacío. Kyojuro, por el contrario, suelta humo ardiente en el aliento.
¡SIGUE VIVO! El alivio y el afecto se me suben a la cabeza, pero la extrañeza los frena un instante después. Kyojuro es el Hashira más fuerte contra el que me he enfrentado, una fuerza ardiente y devastadora, pero está luchando contra Douma, la Luna Superior Dos. La balanza siempre estará inclinada en su contra, sus segundos incluso más cortos por la locura de su oponente, y aun así, no hay señal de ataques helados ni muñecos de hielo.
Douma no está usando su arte de sangre. Ni siquiera tiene sus abanicos.
¿Está conteniéndose? ¿Jugando?
Hay varias líneas de rojo irritado sobre su piel y ni una gota de sangre sobre Kyojuro.
El brazo de Douma se regenera después de un segundo de fría contemplación, pero de inmediato un gruñido, seguido de una risa maniaca, explota en su boca. Se agarra la nueva extremidad con el brazo izquierdo y la arranca. Crea una nueva, una cosa igual de enrojecida que la anterior. Aprieta los dientes y la desgarra de nuevo.
De alguna manera, la droga lo está afectando.
Kyojuro no pierde el tiempo y se lanza contra él. Douma opta por dejar el muñón vacío y esquiva, apenas evitando el filo de la catana. Termina de arrancar una de las tablas del suelo y la arroja hacia Kyojuro. Es una distracción e inmediatamente después se abalanza con garras y dientes.
Douma sabe luchar, con sus abanicos, pero siempre ha dejado recaer sus batallas en el poder de su arte de sangre; sin él se ve obligado a recurrir a la velocidad y fuerza bruta que posee como demonio y kizuki. Por otro lado, Kyojuro es un guerrero experimentado, perspicaz. Esquiva y ataca, apuntando a cortar cualquiera de las extremidades restantes; pero Douma ya ha probado el dolor y debe saber que su desventaja crecerá si pierde cualquier otra parte.
No puede pedir ayuda a Nakime, pues al ver que está en medio de un enfrentamiento se la negará. El maestro sería una carta demasiado desesperada y peligrosa. Incluso con todo ello, Douma sigue teniendo la ventaja. Solo falta un golpe, un agarre firme sobre Kyojuro para volver a inclinar la balanza a su favor.
Rompen una pared tras otra, desaparecen de mi vista a intervalos y, en el pánico, tanteo cada vez más desesperado por cualquier control sobre mi cuerpo.
Saltan al patio. Me aferro a los silbidos de la catana cortando el aire mientras sigo intentando moverme, con más voluntad que nada en mi vida, pero no hay nada más que las mismas míseras líneas de dolor.
Un golpe de carne contra carne me saca de mi cabeza.
Respiraciones agitadas vienen desde el exterior de la casa antes de que se reinicien los sonidos de pelea. Kyojuro grita maldiciones a Douma, el metal silva, pero pronto otro golpe húmedo suena y un cuerpo entra despedido desde el patio.
Es Kyojuro.
No no no no no no
Tose y hay humedad en ello.
¡LEVÁNTATE!
¿Cómo puedo decirle que huya? ¡O que acepte la propuesta de Douma! ¡No me importa! ¡No puede morir! NO PUEDO DEJARLO MORIR. Si tan solo pudiera moverme, hablar…
Douma entra ensangrentado, a paso lento, con la túnica desgarrada y llena de polvo. No puedo hacer más que ver cómo pasa de las tablas rotas y regresa arrastrando algo.
¡NO!
Una docena de arañazos cubren el cuerpo de Kyojuro. Manchas de sangre rodean su boca y el brazo por el que Douma lo lleva está doblado en un ángulo antinatural. Gruñe de dolor conforme es halado y arrojado a mi lado. Arruga el rostro por el golpe, pero ello no le impide continuar mirando a Douma con una promesa de muerte. El pliegue entre sus cejas, el odio expresado en cada rasgo, todo es él. No ese fastidio desapegado y cínico, sino él, maldiciendo como las llamas del infierno. Y cómo quisiera que no fuera él. Que estuviera lejos, felizmente ajeno a todo esto. Que fuera un demonio o un producto de mi imaginación, y no que estuviera aquí, con un brazo roto y la soga amarrada al cuello.
“Bueno, tengo que admitir que eso fue interesante. ¡Veo por qué le gustas tanto a Akaza-dono! ¡Eres una cosita llena de energía!” Douma levanta a Kyojuro por el cabello y ¡no! ¡por favor! ¡NO! “¡Quizás también debería traerte a mi casa! ¡Estoy seguro de que a nuestro amigo en común le encantará acompañarte mientras te enseño algunas cos- “
Un sonido de sorpresa sale de Douma cuando Kyojuro usa su brazo sano para clavarle algo en el cuello. ¡Es el tubo de cristal que había caído al suelo!
Sonriente, Douma agarra su mano y la fuerza a abrirse, dejando resbalar el aparato, que ahora está vacío. “No eres de los que aprenden rápido, ¿verdad, pequeño Hashira?”
“Kibutsuji Muzan”.
Siento la sangre en mis venas responder al escuchar ese nombre. Lo mismo le debe pasar a Douma, que se congela al instante y deja caer la máscara de emociones de su rostro.
“¿Qué crees que estás-”
“Kibutsuji Muzan”. La sangre golpetea descontroladamente en mis oídos conforme Kyojuro sigue repitiendo su nombre. ¿¡Qué está haciendo!? La mirada del maestro es justamente de lo que más debemos ocultarnos y ¿¡él lo está llamando!?
Douma lo suelta y trata inútilmente de taparse los oídos con su única mano. Un grito salvaje sale de su boca y su cuerpo empieza a retorcerse en agonía. Colapsa y convulsiona en el suelo. Araña los ya destrozados tatamis mientras su cabeza se golpea de un lado a otro sin control.
Como un rugido proveniente del centro de la tierra, un estruendo de mil infiernos retumba a través de mis venas. “¡¿QUÉ ESTÁN HACIENDO?!”
De repente, el pecho de Douma se abre, empalado desde dentro por un brazo esquelético y deforme que lo atraviesa, sosteniendo en alto la masa bulbosa de su corazón.
Estamos muertos. Cierro los ojos, preparado para la peor de las agonías. Se escucha el desgarro de carne, caídas húmedas y pasos acercándose.
“¡Akaza! ¿Estás bien?” No, por favor, no con su voz. Sé que no tengo derecho a pedir misericordia, pero por favor, Amo. “¡Necesito saber si Kibutsuji sigue dentro de ti! ¡Por favor, dame una señal! ¡Algo!”
¿Qué?
La extrañeza me hace abrir los ojos.
El rostro de Kyojuro está frente a mí. Ha debido de halarme de vuelta a una posición sentada. Así, detrás de él, alcanzo a ver a Douma. Su cuerpo sin cabeza está abierto en canal. De sus costillas abiertas salen uno tras otro, brazos deformes y burbujeantes, que se arrastran como gusanos alrededor de un cadáver.
La cabeza de Douma está un poco más allá, con la mandíbula dejada atrás en su cuerpo brutalizado. Una de las manos, la primera, lo sostiene por el cabello ensangrentado. Los bordes de la boca destruida tratan de regenerarse y sonidos desarticulados surgen de ello.
Eso mismo me va a pasar.
Como si estuviera bajo el agua, gritos y maldiciones me llegan desde lejos, en mi cabeza. No las entiendo, pero están ahí. Sé quién habla. Su ira es casi palpable.
El maestro hace de Douma un espectáculo de horror del cual no puedo apartar la mirada, con la única certeza de que lo que me espera será mucho peor.
Douma suelta una serie de chillidos agudos. Recuperó la lengua y parte de los dientes inferiores. Trata de articular. Suena desesperado. Suena angustioso. Douma jamás ha demostrado sentir dolor, ni nada en absoluto, pero justo ahora sus incomprensibles balbuceos suenan como súplicas.
Un cuerpo bloquea mi visión. Es Kyojuro. Se arrodilla y sostiene mi rostro entre sus manos. Me mira, pero yo no puedo hacerlo de vuelta, no realmente. “Akaza, ¿sigues unido a Kibutsuji?”
La pregunta es ridícula y trata de traer mi atención hacia él. Claro qu- Un rugido lejano suena en mi interior al tiempo que detrás de Kyojuro se escuchan sonidos de desgarros y trozos de carne caen uno tras otro al suelo. Douma grita y Kyojuro se acerca un poco más, tratando de cubrir la carnicería que continúa ocurriendo a sus espaldas.
¡Sí, sí, sí, y apenas termine con Douma va a venir a por nosotros! Parpadeo dos veces, tratando de transmitir al menos algo de ello, pero Kyojuro no lo entiende. Muevo los ojos de arriba a abajo una y otra vez, y eso sí parece captar su atención.
“¿Eso es un sí? ¡Hazlo de nuevo si es un sí!” Lo hago. No hay una manera de decirle que SE TIENE QUE IR AHORA, pero ruego a que las implicaciones sean claras.
El ceño de Kyojuro se vuelve a fruncir. Su imagen seria reaviva el mismo terror que produjeron las palabras con que llegó, de cuando hablaba de drogarme y usarme.
“Vale. Dame un segundo”. Se aleja hacia un costado, despejando mi vista al castigo de Douma. Los brazos del maestro han arrancado trozos de músculo de todas partes. Se está regenerando, lentamente, pero la nueva carne es igual de roja e irritada que el brazo que decidió dejar amputado en la pelea. Lo que ha recuperado de su cara está igual, y los sonidos que suelta han dejado de intentar ser palabras.
Kyojuro vuelve y en su mano trae otro artefacto de cristal.
El terror me embarga de inmediato y empiezo a mover los ojos de un lado a otro. No no no no ¡¿Qué estás haciendo?!
“¡Akaza! ¡Akaza!” Una mano se sacude frente a mí, tratando de captar mi atención. “¡Necesito aplicarlo para acabar con esto!” De su otra mano saca un dispositivo idéntico, pero con líquido de otro color. Aún puedo escuchar la forma en que le dijo a Douma que quería verme suplicar. “Confía en mí, por favor. ¡Ya casi lo logramos, solo aguanta un poco más!”
No puedo verlo, no quiero verlo. Sigo moviendo los ojos, parpadeando, haciendo todo lo que puedo, cualquier cosa, para que pare. ¡No necesita hacer esto! ¡Seré bueno! ¡No más! ¡Por favor! No entiendo. ¿En verdad sí quería hacerme lo mismo que Douma? Pero, ¿por qué dar tantas vueltas? Yo… yo… podríamos haberlo intentado, de otro modo. Nunca creí que esto fuera lo que Kyojuro quería de mí. Muerte, fuerza, información, todo eso haría sentido, pero… ¿Esto? ¿Usar mi cuerpo como un muñeco de trapo? ¿El mismo hombre que rosaba mi mano al caminar? ¿El que se recostaba en el pasto a mostrarme líneas entre las estrellas? ¿En verdad este es Kyojuro?
El casi imperceptible sonido de metal contra piel señala el momento en que clava el extremo del tubo y el líquido entra en mí.
El dolor estalla de inmediato, y pierdo la vista sin siquiera cerrar los ojos. Las heridas de los mordiscos de Douma superan todo umbral de dolor. No queman, se funden a sí mismas y a la piel que las rodea. Siento la carne burbujear y el hueso quebrarse una y otra vez.
“¡AKAZA, PEDAZO DE MIERDA INGRATO!”
Hay garras en mi mente, clavándose, tratando de abrirme la cabeza desde dentro. Mi cuerpo regresa como una cápsula de lava en la que me cocino vivo. Juro que puedo oler mi propia carne carbonizándose, mientras uno a uno, los órganos en mi interior estallan bajo la presión.
Si no es obra del maestro, sino de Kyojuro, tal vez Kyojuro siempre fue el maestro, o el amo siempre supo de su existencia y esto es solo el final de un largo plan para probar la lealtad de sus subordinados. Con sangre saliendo de cada orificio de mi cuerpo, eso hace sentido. Sí, sí, todo era una prueba y fallé. ¿Debía evitar que Kyojuro se enterara de Douma? ¿Que Douma se enterara de Kyojuro? ¿Debía matarlo? Pero no puedo hacer eso. Yo debía... debía protegerlo...
Entre los gritos de Douma y los sonidos de mi propia sangre cocinándome desde dentro, apenas siento el segundo vial vaciarse.
Ya no importa qué debía hacer.
Fallé.
Entonces, dejo de sentir.
La ausencia es tan inmediata que asumo que una nueva ola de dolor ha borrado lo poco que quedaba. O quizás he muerto. El maestro finalmente sacó de mí todo lo que le pertenecía y este es el paso previo a lo que sea que viene después.
Dejé que el amo alcanzara a Kyojuro, el infierno es lo mínimo que merezco.
Pero no se siente como muerte.
Nada duele. Por el contrario, siento el leve raspar de las tablas y tatamis contra mi piel.
Abro los ojos que creí ya jamás poder volver a usar, y ahí sigue el rostro de Kyojuro. Me mira expectante, con la respiración agitada y las cejas fruncidas en preocupación. El impulso de masajear la tensión allí me hace apretar las manos contra el suelo, y las aprieto, y me doy cuenta de que puedo hacerlo.
Trato de levantar los brazos, y obedecen. Hay una sensación de picazón bajo mi piel, pero es casi imperceptible de lo leve que es.
“¡Akaza!” Él se estrella contra mí. Me tenso aun cuando nada duele. Me sostiene con uno de sus brazos, sin lastimar. Repite mi nombre con un tono húmedo que jamás le oí a Kyojuro.
La tensión no me abandona. He vuelto a sentir mi cuerpo, pero el ser frente a mí sigue sin mostrar su espíritu de lucha. La manta cálida y familiar, con la que soñaba reencontrarme cada que Douma me llamaba, no está. No brilla, ni pálida ni volcánica. No calienta ni quema. No está.
No es él.
Quiero retorcerme, alejarme de su agarre, porque ESO NO ES KYOJURO.
Siento una presión en el fondo del pecho, un dolor que no existe. Veo los restos desperdigados de Douma, los brazos malditos pululando a su alrededor. Quiero alejarme de esto, de todo. ¿¡Dónde está Kyojuro!? Con algo de suerte, el maestro aún no lo ha capturado. Tengo que hacer que siga as-
El maestro.
Las piezas encajan.
Es el maestro.
El mundo se detiene a mi alrededor.
Él está aquí, sometiéndonos a Douma y a mí. Se enteró. Ya ni importa cómo. Él lo sabe.
Debo enfocarme, por Kyojuro.
El maestro. Debo evitar que el maestro vaya por Kyojuro. Debo hacer algo. ¿Suplicar, ofrecer, jurar? Nada tiene valor para él. ¡Debo actuar!
Pero tengo miedo.
Más que de Douma, más que del sol. Sé que va a doler, como nada que haya sentido, porque el maestro siempre encuentra nuevos límites que romper. No con su rostro, por favor. Sé que solo pensarlo ya me ha condenado, pero no puedo evitarlo. Temía que me hiciera olvidarlo, pero ahora me doy cuenta de que puede hacer algo mucho peor: Hacerme odiarlo. No hay manera de que pueda volver a ver a Kyojuro a los ojos una vez que el amo me haya destruido usando su apariencia. No después de lo que está por venir.
Tiemblo en su agarre y él se aleja. Quiero rogarle que me deje conservar al menos algo bueno, aun cuando sé que solo somos para servirle a él, pertenecerle a él, como a un dios. Las súplicas solo azuzarán su odio hacia Kyojuro y le darán más motivos para hacer cada uno de mis últimos minutos un deseo de muerte.
Nada lo detendrá.
Me muevo torpemente hasta quedar en seiza. Mi cuerpo aún se siente lejano. Trato de hablar, pero mi boca ha olvidado cómo hacerlo y el sonido ahogado se pierde un par de veces antes de que logre articular. “¿A- Aún está vivo?”
“¿Douma? Sí, aunque no sé cuánto durará así”.
“No él”. Sé que vivirá lo que él quiera que viva. Sigue gritando de dolor y ahora que puedo moverme, veo la carnicería despiadada en que se ha convertido su cuerpo. Me mira, y sus ojos multicolor brillan húmedos, más vivos que en los últimos cien años. “¿Kyojuro ¿Sigue vivo?” Y eso es todo, todo, lo que en verdad me importa. Si sigue vivo, significa que valió la pena pasar por todo para intentar protegerlo. Si sigue vivo, significa que aún hay esfuerzo, sufrimiento o súplicas que arrojar con tal de que permanezca así. Si voy a morir esta noche, si voy a perder todo lo bello que su compañía me hacía sentir, solo quiero saber que está vivo, que está bien.
Siento la mirada del maestro sobre mí, así que mantengo baja la mía. “¿Qué dices, Akaza? Claro que sí. ¡Ambos lo estamos! ¡Lo logramos!”
“No e-” Pero me corto a mí mismo. Tal vez esto es parte del castigo: la ilusión. “C- Claro, señor”. Temblores recorren mi cuerpo por mucho que trato de reprimirlos. Aprieto los puños en mi hakama, notando las manchas de sangre allí.
El silencio se extiende, solo interrumpido por la agonía de Douma. Una advertencia. Pero no hay ninguna orden, el dolor aún no inicia. ¿Está esperando a que haga algo? La idea me sacude como un relámpago. La sodomía nunca ha sido parte de los castigos del maestro, pero, ahora que sabe lo que llevo meses haciendo con Douma… Si dejó de fundir mi cuerpo, ¿acaso significa eso que quiere que yo...
“Akaza”. Su tono es suave y no puedo evitar estremecerme. “Mírame, por favor”.
Obedezco, porque para eso fui creado. Subo los ojos hasta la cicatriz en su cuello; la pequeña línea casi me da consuelo.
Sus labios se curvan y mis entrañas se retuercen. Pone una mano sobre mi hombro. Trato de alejarme de mi cuerpo, pero no puedo. “Soy yo, Akaza”. Traza círculos lentos en mi espalda descubierta y me pregunto si el dolor en mi pecho es obra suya o no. ¿Debo seguir el juego? Ahora que puedo moverme, ¿debo cooperar, como Douma siempre quiso? “¿Por qué no me crees?”
Bajo su mirada, trago pesado mientras pondero la respuesta un par de segundos. “Todo es idéntico, pero no hay espíritu de lucha”. Veo de reojo cómo su expresión cae ligeramente. Tal vez incluso él no puede replicar algo así. Quizás sea una pequeña misericordia.
“El tratamiento hace desaparecer el arte de sangre demoniaco. Lo siento. No sé si va a volver”.
Vuelvo a intentar sentir el hilo de mi arte de sangre, pero en efecto, sigue sin estar ahí. Su ausencia duele amarga, pero supongo que ya no importa, nada lo hace.
“¡Pero soy yo, Akaza! ¡Vine por ti! ¡A liberarte!”
¿Y acaso no soñé, durante docenas de noches, mientras trataba de alejarme del tacto de Douma, con algo así? Era ridículo, absurdo y todo lo opuesto a lo que buscaba yendo hasta allí, pero, aun así, la fantasía cruzaba por mi mente deshilachada: Kyojuro llegando al culto, decapitando a Douma y arrancando los trozos de su antigua espada de mis palmas. Sueños febriles que hacían que sonriera y llorara mientras Douma se estrellaba una y otra vez contra mi cuerpo.
El maestro ahora lo sabe.
Una mano en mi mejilla me devuelve a la realidad, y limpia una húmeda muestra de debilidad de mi rostro con tanta suavidad que duele.
“Eres libre, Akaza. De Douma y de Kibutsuji”.
Escuchar su propio apellido me congela. Él me ha malinterpretado. “N-No, maestro. Nunca me atrevería- Yo no…” Trato de inclinarme, como cualquier demonio cuerdo, porque no, no puedo dejar que crea tal cosa. Yo solo quería pasar el tiempo con Kyojuro, quererlo, cuidarlo. Sí, mis noches con él hacían que desatendiera un poco mi búsqueda del lirio araña azul, pero nada más. Sí, dejé de comer humanos, pero me aseguraba de purgar rebaños y jaurías de todo tipo de animales para tratar de suplir mi alimentación. Solo quería pasar las noches con Kyojuro, verlo reír, luchar contra él hasta el alba, vendar sus heridas, verlo asesinar, reír, mirar a la luna, vivir. Quería hacerlo más fuerte, quería asegurarme de que ganara toda pelea, incluso contra mí. ¡Pero no! Aun así, nunca me atreví, ni por un instante, a siquiera pensar en traicionar al maestro. ¡¿Cómo podría?! El maestro no puede pensar tal cosa. Nunca fue-
Trata de volver a alcanzarme, pero me echo hacia atrás con un estremecimiento. Al instante me doy cuenta de mi error, y no sé qué hacer. Me quedo congelado, viendo su rostro afligido y entiendo que va a doler. Entierro las uñas en mis palmas y me preparo para el castigo.
“Akaza…” Suspira y la sangre se congela en mis venas. “Lamento haber actuado tan imprudentemente, no haber llegado antes. Yo no… Nunca imaginé... He sido tan ingenuo”. Me estremezco con cada palabra. Duelen más que nada que me haya hecho jamás. “Cuando vi cómo Douma te agarraba, cómo te... te... lastimaba, confesé ante mi maestro y rogué por ayuda. Me aventuré con lo que me dieron. No tenía... no sabía qué más hacer. Esperaba poder detener a ese monstruo antes de que volviera a hacerte daño. No tenía como explicártelo, y claro que estás confundido, y lo siento, yo solo... lo siento”.
Las palabras se desvanecen en un susurro conforme termina y es eso, la vulnerabilidad de su voz, lo que, por un segundo, me hace dudar. Todo suena tan delirante que casi... Está jugando conmigo. El recordatorio es como un baldado de agua fría.
Vuelvo a bajar la mirada y asiento. “No te preocupes, K-Kyojuro”. Trato de aflojar los músculos. Douma siempre dijo que estaba demasiado tenso. Sus lamentos han empezado a desvanecerse en el fondo. “¿C-Cómo puedo a-agradecerte?” La humillación me recorre. Sueno patético.
Los segundos pasan sin que el maes- Kyojuro responda. Estoy fallando. El pulso se me acelera. No sé qué es lo que debo hacer. ¿Debí atacar para hacer que me lastime? ¿Pero cómo podría? Es K- el maest- Kyoju-
Él suspira y se hunde, insatisfecho de mi lamentable actuación. No me atrevo a moverme.
“Pronto va a amanecer”. Ni siquiera lo había sentido. “Ven. Deshagámonos de Douma y luego hablamos, ¿te parece?” Salto la pregunta retórica conforme el alivio me baña con la simple existencia de una orden directa. Solo después es que realmente registro las palabras. Una mezcla de pavor y satisfacción me inundan ante las implicaciones.
El maestro se levanta y lo sigo detrás.
Douma está a tan solo unos pasos. Los brazos que lo destrozaban han comenzado a encogerse y desintegrarse, dejando detrás un cuerpo despellejado, apenas capaz de estremecerse. Sus ojos permanecen desorbitados hasta que el amo se agacha junto a su cabeza cercenada. Dos delgadas equis cubren sus iris.
Una satisfacción mórbida me recorre. Yo habría sido castigado eventualmente, siempre lo supe. Mi destino no ha cambiado. Pero Douma, él pudo permanecer al margen. ¿Valió la pena?, quiero preguntar, ¿saciarte de mi dolor lo valía?
“¿Cómo quieres hacerlo?” La pregunta me toma por sorpresa. Un millón de visiones pasan por mi cabeza. Fantaseé con esto tantas, tantas veces. Su agonía, su desesperación, su caída. La sed de violencia que el maestro siempre alabó en mí muestra sus dientes y me posee desde dentro. No solo quiero que muera, quisiera que primero viviera otros cien años, hacer que le doliera cada segundo de ellos.
Un gruñido sale de mí antes de que pueda detenerlo, pero el amo no dice nada; por el contrario, da un paso al costado en una invitación silenciosa.
La incredulidad pasa rápido y la ira, enterrada durante meses, sale como un animal enloquecido.
Caigo junto a las piernas de Douma y clavo mis dedos en ellas. Esto es real. El rugido de mi pecho sube, me ahoga, me nubla la mirada.
Sí esta es mi última dicha en esta larga y miserable vida, haré que valga.
Agarro los músculos de a puñados y halo. La carne se desprende del hueso con facilidad. Tarda en empezar a regenerarse, pero a penas y lo noto. Sigo y sigo clavando mis garras en las masas burbujeantes, las retuerzo entre mis dedos, las arranco a tirones. Los pequeños quejidos de fondo avivan mi ira. Sus mordiscos habían sido cuantificables, pero esto no. Desgarro todo músculo y tendón hasta llegar a las rodillas. Me asgo de la gelatinosidad de uno de sus centros y arranco la extremidad hasta la cadera. Apoyo todo el peso de mi cuerpo en lo que queda de su otra pierna, asegurándome de presionar cada trozo de músculo despellejado, conociendo de primera mano la agonía que el solo contacto trae.
Clavo mis garras en su vientre y subo. El sonido de su pecho cuando lo abro me satisface. Me recuerda al brillo de sus ojos cuando lograba que suplicara. ¿Es esto sadismo? Mi ira se dispara ante esa verdad. ¡Bastardo! ¿¡Qué me has hecho!? Arranco sus costillas sin contemplaciones. Las clavo en sus manos, en sus brazos, en su cuello. ¡¿Esto te excitaba?! Empiezo a apretar los órganos sin contemplaciones, a retorcérselos y arrancarlos. Pierdo el sentido conforme su cuerpo se retuerce debajo de mí, regenerándose o agonizando, no lo sé, no me importa.
Solo quiero que sufra.
Lo odio. Lo odio. Lo odio.
Me olvido de todo mientras la sangre me bulle en la cabeza. Lo odio tanto como me odio. Clavo mis dientes en su garganta y muerdo. Músculo y hueso ceden una y otra vez. Lo escucho sollozar y eso alimenta mi violencia. Siento su sangre en mis manos, en mi cara. Me baño en ella.
“k- Ag- Agka- ha” Aun en mi frenesí, esa voz me detiene en seco. Desde junto a Kyojuro, el monstruo me mira. Su boca nunca logró regenerarse del todo, pero el llamado es innegable. Hay arrugas en su expresión, lágrimas en sus mejillas y sus ojos están tan encogidos que apenas y se puede saber que allí hay kanjis. Nunca estuvo tan vivo.
Los músculos y las vísceras se pegan a mí cuando me arrastro hasta su cabeza. No queda nada de esa calma etérea con que me irritó durante el último siglo. Nada de la soberbia enferma con que me destrozó todos estos meses. Nada. Ya ni siquiera es un demonio, es algo más, algo menos. Algo que nunca debió existir.
Lo sostengo entre mis manos. Noto, distante, la suavidad de su cabello. Me aseguro de que me mire, de que sus pupilas temblorosas se queden fijas en mí, solo en mí. Que sepa que soy yo. Sonrío desenfrenado, satisfecho, como no me he sentido en lo que parece una vida. Lo odio. Pongo mis pulgares sobre sus ojos. Siento su humedad bajo mis dedos, sus movimientos desesperados. Empujo lentamente. Su boca balbucea, pero no la escucho. Me pierdo en los pequeños estremecimientos hasta que la sangre caliente revienta bajo mis uñas.
Me quedo allí, empapado de sus vísceras, con las garras en sus cuencas, con el pecho agitado. Incluso sus sollozos se desvanecen lentamente. La emoción me baña en olas lentas, dulce y amarga.
En la periferia, veo cómo el cuerpo de Douma no resiste más. Ha sucumbido al daño. Lo que queda sobre sus huesos, el suelo y las paredes ha empezado a desvanecerse.
Solo falta su cabeza.
Afuera ha amanecido. El patio da al sur. El pálido sol ya alcanza el terreno destrozado.
No pienso mientras me levanto y camino hasta el borde de la engawa. El maestro no me detiene.
Lentamente, expongo la cabeza de Douma a la luz. Suelta un grito, largo y chirriante. Escucho el chisporroteo de la carne que se convierte en cenizas. Saboreo su amargura en mi paladar. Siento cada uno de sus estremecimientos en mi interior. Lo odio. Pienso en sus ojos vacíos. Lo odio. Sus sonrisas crueles. Lo odio. Sus manos frías.
Acompaño todo el trayecto, como en un cortejo, hasta que lo último de su cabeza se deshace en mis manos y su grito se pierde en el viento.
Se ha ido.
La energía que me poseyó se desvanece al comprenderlo. Nada se siente real.
Me quedo allí, en la engawa, con la sangre secándose en mi ropa, dejando que la verdad se asiente.
“Está hecho”. Giro lentamente para volver a encarar al maestro. Ahora viene mi turno. Veo su acercamiento con la cabeza gacha. Siento el sol suave, mortal, a mis espaldas. El amo se para junto a mí, mirando al patio. “Douma arderá en el infierno para siempre”. En cualquier momento sonará una biwa. Él es inamovible, pero yo… Siento el peso de mis pies contra el suelo. Si me moviera, solo un poco…
“Eres libre” Escucho el golpe contra la hierba. Volteo de inmediato.
El maestro ha bajado de la engawa. Al patio.
La visión me golpea y retrocedo hacia las sombras.
Nunca había visto a Kyojuro bajo la luz del sol.
El maestro está allí, como si nada, levantando algo del suelo. Sangre y polvo lo bañan. Su piel, sus ojos, su cabello, todo se amplifica, todo se aviva, bajo los rayos dorados. Ese cuerpo… este es su elemento. Es majestuoso.
Mis piernas fallan. Esto no es real. Caigo de rodillas sin poder apartar la mirada. ¿El maestro conquistó el sol? Pero no estaría aquí. Habría erradicado a todos los demonios con un solo pensamiento. Cumplido su objetivo, le somos desechables. Pero entonces… ¡No, no, no! ¡Sigue jugando con mi mente! Pero siento el calor amenazante del sol, justo ahí donde él está. Acaba de destruir a Douma. No tiene sentido hacer algo tan elaborado. Pero la alternativa…
“¡Akaza! ¡¿Qué pasa?! ¡¿Estás herido?!” Me duele el pecho, se me cierra la garganta, se me nublan los ojos. No debo creerle. Pero no puedo controlar la chispa de esperanza. Corre hacia mí y me sostiene por los hombros. Un sollozo se me escapa al sentir la calidez de su tacto y él retrocede.
No debo creerle. Dolerá más. “¡¿Es la luz?! ¡¿Es la maldición?! ¡¿Dónde te duele?!” Pero ¿cómo podría el maestro sonar tan preocupado? ¿tan humano?
Soy débil, soy ingenuo. No puedo contenerlo más. “¿K-Kyojuro?” Sale como una súplica. “¿Eres tú?”
Suspira y no puedo evitar estremecerme. Ya estoy comenzando a prepararme para el dolor cuando siento su mano sobre la mía. Es cálida, callosa, familiar. Me sostiene con tanta suavidad que no puedo reprimir otro sollozo bajo y aparto la mirada.
“Sí, Akaza. Lamento haber tardado”. Suena como él, se siente como él. ¿Cómo?
La esperanza y el miedo se apretujan en mi interior. “¿E-El amo?”
“Para eso eran las inyecciones. Rompiste la maldición. Kibutsuji ha perdido el control sobre ti. Eres libre”. Me estremezco ante el nombre; aun así, nada duele.
“¿Soy... libre?” Es imposible. Es blasfemo. Pero su mano acaricia la mía. Su pulso está desbocado. Esto no es real. Es-
“Sí, sí. De Kibutsuji, de Douma. Se acabó. Ya no más”. Su voz se rompe. Giro solo para ver su mirada caída, sus labios apretados, su rostro bañado por las lágrimas. Es él. Nada hace sentido. No hay otra explicación. Es Kyojuro. En verdad está aquí. Esto está pasando. Mis lágrimas se unen a las suyas, incontrolables. Es Kyojuro. “Creía que conocía el riesgo, que teníamos todo bajo control. Nunca imaginé... Douma… si yo no…” Su mano tiembla, pero aún me sostiene. “Dioses. Lo siento, lo siento tanto, Akaza…”
No puede ser real. Lentamente, me deslizo contra su cuerpo. Es Kyojuro. Se congela, pero me niego a retroceder. Incluso si… Quiero esto, al menos una vez. Lo rodeo con mis brazos, apoyo mi cabeza en su hombro y lo siento, ahí, contra mi propio pecho, el latido de su corazón. Es Kyojuro.
Repite mi nombre y mil disculpas con voz destrozada, me aprieta contra sí con el brazo que no está dislocado, y siento la humedad de sus lágrimas en mi piel y sus sollozos vibrar a través de mí. ¿Cómo puedo merecer esto? Lloro sintiendo la tela, el calor, el olor, porque todo es real. Es él. “Pudiste haber muerto”.
Su puño se aprieta en mi espalda. Mechones dorados y ensangrentados me rozan la mejilla una y otra vez cuando niega, hablando contra mi cuello. “No tenía un segundo de paz sabiendo lo que ese monstruo te estaba haciendo. Necesitaba hacer algo para detenerlo, para protegerte, Akaza”.
Proteger… Suena como un eco lejano, entrelazado de deseos de fuerza que cada vez se sienten más y más vacíos. ‘Ser protegido’ suena incorrecto. No, no incorrecto, amargo. No debes preocuparte por mí. Todo valía la pena mientras estuvieras a salvo.
Comienza a separar nuestros cuerpos y quiero resistirme, perseguir su calor. Pero se queda a una palma de distancia, lo suficiente para sostener mi mirada, con los ojos enrojecidos pero firmes. “Sé que la guerra, Muzan, todo esto aún no se ha acabado, pero déjame acompañarte en lo que sigue. Sé que es redundante, que eres más que fuerte y capaz, pero déjame levantar mi espada por ti, junto a ti. No tienes que luchar solo”.
Posa su mano en mi rostro y algo se rompe dentro de mí. Lloro de dolor, de alegría, de miedo. Lloro porque lo quiero, lo quiero tanto, y el mundo es cruel. Soy libre, a costa de poner a Kyojuro en riesgo. La diana en su pecho es más grande que nunca, estoy tan manchado y el camino es tan incierto. Pero él sigue aquí. Cálido y vivo (vivo). Quiero arrastrarnos a una cueva y abrazarlo allí por toda la eternidad, lejos de la crueldad, que es tanta. Quiero pedir perdón por todo y morir. Quiero quedarme para siempre en el alivio de este instante. Porque Douma se ha ido, Kyojuro lo venció, vino por mí, porque le importo, lo venció. Proteger, fuerza, en mi cabeza se mezclaban, creí que sería como un grito de triunfo tras una pelea gloriosa. Pero es esto. Poner todo en juego, morir de angustia, arriesgarlo todo aun cuando puede que no sea suficiente. Pero lo fue.
Me sostiene allí hasta que las lágrimas se secan, hasta que el miedo y el alivio se asientan. No rehúye con asco, con ira. No. Comparte su calidez conmigo. Se sienta a mi lado, viendo al patio, y entrelaza nuestros dedos. Volteo a verlo y él me sonríe, pequeño pero seguro. Aprieto su mano y él responde de vuelta.
