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La noche en Metrópolis olía a lluvia.
No la típica lluvia que amenazaba con destruir techos o colapsar semáforos, sino más bien esa fina, casi indecisa, que se siente más como un pequeño suspiro del cielo.
Kara estaba sentada afuera de un restaurante, el Noonan’s Café, con una taza de capuchino que ya no humeaba, mirando solamente cómo el vapor del pavimento se mezclaba con las luces de neón, mientras daba pequeños golpecitos con el pie al suelo.
Había vuelto de una misión con la Liga, y aunque técnicamente podía estar dormida en ese momento —aunque realmente no lo necesitaba— algo en ella no quería cerrar el día todavía. Y como el Noonan’s Café estaba casi vacío a esa hora, era perfecto para ella.
Kara giró la cuchara en su taza, viendo cómo el café reflejaba las luces de la calle. No era el mejor lugar del mundo, pero tenía algo que los templos kriptonianos nunca tuvieron: olor a canela y un tipo de ambiente especial que la ayudaba a relajarse, a despejar un poco la mente. Y eso hacía que considerara este lugar uno de sus favoritos.
Y entonces, claro, la escuchó.
Tacones firmes. Pasos que suenan como si el mismo suelo se acomodara para recibirlos.
— “¿Me vas a invitar a sentarme o tengo que salvar a alguien primero para ganármelo?”. — Bromeó con un tono burlón la persona que se acercaba a su ubicación. Una voz bastante familiar.
Kara levantó la vista y sonrió. Diana estaba ahí, con una chaqueta de cuero que probablemente había intimidado a más de un motociclista en su camino.
— “Eso depende”. — Contestó Kara, siguiéndole el juego y recostándose en el respaldo de la silla. — “Podrías empezar salvando esta bebida, eso sí”. —
— “¿Tan malo está?”. — Replicó Diana, con una ceja levantada con leve diversión.
La Kryptoniana no respondió inmediatamente la pregunta; en cambio giró la taza entre sus manos y le contestó con otra. — “¿Sabes qué es lo peor de los días largos?”. —
Diana lo pensó por un momento, finalmente encogiéndose de hombros. — “No lo sé, ¿Los villanos?”. —
— “No, el café frío”. — Kara hizo una mueca exagerada ante su bebida. — “Y mira, si desaparece misteriosamente, creo que nadie me va a culpar”. — Dijo, guiñándole el ojo, lo que sacó una risa divertida a la amazona.
Diana ladeó la cabeza, mientras sus ojos brillaban levemente con curiosidad. — “Bueno, eso ciertamente contesta la pregunta. Pero aún así podrías simplemente calentarlo con la mirada, ¿No?”. —
Kara soltó una risa suave. — “Podría. Pero entonces no tendría excusa para quedarme charlando contigo”. —
— “Ingeniosa”. — Bufó Diana,
— “O desesperada”. — Bromeó Kara. — “Depende del punto de vista”. — Hizo una pausa, y miró hacia adentro del restaurante, viendo las pocas personas que se encontraban en el lugar. — “¿Sabías que hay gente que viene aquí solo por el wifi?”. — Agregó divertida.
— “¿Y tú?”. — Preguntó Diana.
— “Por el café. Oh, bueno, intento convencerme de eso”. — Kara levantó la taza y la observó con una mezcla de resignación, amargura y un poco de humor. — “Pero ya sabes, no me gusta tanto como me gustaría admitir”. —
— “Podrías simplemente admitir que es por la compañía”. — Replicó Diana, arqueando una ceja.
— “Eso suena mejor, sí”. — Kara se rió y empujó una silla hacia ella con el pie.
— “Entonces siéntate, princesa. Me gustaría un poco de compañía. Tal vez sobrevivamos mejor a este pésimo café frío juntas”. —
— “Trato hecho. Pero solo porque suena como una buena causa”. — Diana soltó una breve risa y se sentó sin esperar más.
El simple acto de verla ahí, relajándose frente a ella, hizo que el mundo bajara un poco el volumen.
Kara la observó, sin querer, con más atención de la necesaria. La forma en la que la luz del local se reflejaba en su piel, sus movimientos naturales y elegantes, la forma en la que cruzó la piernas, haciendo resaltar lo fuertes, tonificadas y hermosas que eran. Su mirada fue levantándose poco a poco, hasta que se enfocó en la parte superior de su cuerpo; sus caderas, curvilíneas, de complexión guerrera, se marcaban incluso a través de la chaqueta que portaba. Sus pechos, de un tamaño considerable, sin llegar a ser exagerado, también atrajeron su vista, apreciándolos.
Pero sobre todo, lo que más llamó la atención e interés de la Kryptoniana, fueron sus firmes, marcados, fuertes y musculosos brazos. No necesitaba ni siquiera usar su visión de rayos X, puesto que también resaltaban hasta cierto punto bajo su ropa.
Kara parpadeó, recobrando el sentido y volviendo a la realidad. Desvió su mirada, y se llevó rápidamente la taza de café a sus labios, bebiéndoselo para ocultar —y fallando en disimular— el rubor que se extendió por su rostro.
El calor subió por todo su cuerpo, y Kara estaba bastante segura que no era de ninguna manera a causa del café.
Diana fingió no haberlo notado para no avergonzarla más, siendo solamente una ceja levantada el único indicio de que lo sabía.
— “¿Así que esto es lo que haces cuando no estás salvando satélites de colapsar, evitando invasiones alienígenas o sacando gatos de los árboles?”. — Preguntó Diana, mirando la ahora taza vacía de Kara con una sonrisa curiosa.
— “Nah, a veces veo videos de gatos. O vuelo hasta la estratósfera solo para ver si los aviones realmente van tan rápido como dicen”. — Respondió Kara, encogiéndose de hombros.
— “¿Y lo hacen?”. — Cuestionó Diana.
— “Spoiler: no”. — Kara agitó la mano de forma despreocupada, como restándole importancia.
Diana sonrió, soltando una leve risa, baja, pero genuina, y sin poder evitarlo, Kara se quedó embobada viéndola nuevamente por unos instantes, admirando la sonrisa tan preciosa que estaba esbozando la amazona. Su corazón se aceleró aún más, latiendo tan fuerte que estaba segura de que probablemente Diana podría escucharlo con claridad desde su asiento. Incluso juró que la ciudad de metrópolis se volvió más cálida por un segundo. O tal vez solo era ella.
Diana tenía algo que hacía que todo a su alrededor se sintiera más vivo, haciendo que todo ruido parezca desvanecerse, solo para poder escuchar su magistral voz.
— “Yo suelo meditar o entrenar”. — Dijo la amazona, encogiéndose de hombros, sacándola nuevamente de su trance.
— “Sí, claro. Y también le gritas a relámpagos cuando nadie mira”. — Comentó Kara con una sonrisa burlona.
Diana la miró con esa expresión mitad incredulidad, mitad diversión.
— “¿Qué? ¿Realmente crees que hago eso?”.
—“No lo creo, lo sé. Lo hiciste en la misión en Noruega, ¿Recuerdas? Al inicio pensé que estabas rezando o algo así, pero no, estabas discutiendo con una tormenta”. —
—Flashback—
El viento helado cortaba como cuchillas. La nieve caía a ráfagas, cubriéndolo todo de blanco. Diana estaba de pie sobre un acantilado, con el cabello mojado pegado al rostro y el lazo de la verdad brillando apenas bajo los relámpagos.
— “¡Ríndete, cobarde, o ven y demuestra tu fuerza!”. — Gritó Diana al cielo, apuntando con su espada firmemente hacia una nube particularmente amenazante.
Un trueno rugió de vuelta.
— “¡Ya basta! ¡Te advertí que te calmaras! ¡No me desafíes, espíritu testarudo!”. — Rugió ella, y otro relámpago cayó tan cerca que derritió parte del hielo frente a sus pies.
Mientras tanto, unos metros más atrás, Kara flotaba con los brazos cruzados, observando la escena con la cara llena de nieve.
— “Ajá… Y decían que yo tengo problemas para controlar mis emociones”. — Murmuró con un pequeño puchero insatisfecho.
Otro rayo estalló.
Diana giró hacia el cielo de nuevo. — “¡Deja de replicarme, Zeus en miniatura!”. —
Kara soltó una carcajada tan fuerte que el eco de su risa no se perdió entre los truenos, mientras sostenía su estómago con fuerza. — “Diana, literalmente estás discutiendo con una nube. JAJAJAJAJA”. —
La amazona, sin apartar la vista del cielo, respondió con total solemnidad. — “No es solo una nube, Kara. Es un espíritu antiguo del clima”. —
Kara rodó los ojos. — “Claro, sí, y yo soy la Reina de los Pingüinos”. —
Un rayo cayó justo a su lado, tan cerca que el suelo se partió. Kara dio un salto, levitando automáticamente. — “¡Okay, retiro lo dicho! ¡Saludos, y perdóneme por la ofensa, señor espíritu!” — Exclamó, agitando la mano al cielo.
—Fin del flashback—
Diana abrió la boca para responder, pero Kara ya se estaba riendo. — “Admítelo, le gritaste a una tormenta porque te mojó el cabello”. —
Diana la miró con la calma de una estatua. — “No. Le grité porque estaba alterando el equilibrio natural. Además, ¡No fue una discusión! El clima estaba fuera de control, necesitaba calmarlo, eso es todo.” — Replicó la amazona, indignada. Aunque sus labios temblaban tratando de contener la risa.
— “Y también estaba alterando tu peinado”. — Añadió Kara. Diana solo resopló, pero no la refutó.
Kara levantó un dedo de forma teatral. — “Y por favor. Estabas apuntando tu espada al cielo y gritaste ‘¡Ríndete, cobarde, o ven y demuestra tu fuerza!’ a una nube. Ni siquiera Kal-El hace eso, y eso que él todavía cree en Santa Claus”. —
Diana soltó una carcajada suave, negando con la cabeza. — “Eres insoportable”. —
— “Pero divertida”. — Respondió a cambio la Kryptoniana.
— “Mmm…”. — Diana ladeó la cabeza, como evaluándola. — “Eso aún está en debate”. —
Kara sonrió, inclinándose un poco más sobre la mesa. — “Bueno, pero si vuelves a pelearte con el clima, avísame. Prometo no grabarlo”. —
— “No me sorprendería que ya lo hayas hecho”. — Dijo Diana, con tono acusatorio.
Kara levantó las manos con fingida inocencia. — “¿Quién, yo? Jamás”. —
Diana arqueó una ceja, pero no insistió. Solo se recostó en la silla, con una sonrisa que decía claramente “sé que lo hiciste”.
— “Y ya te lo dije. Era un espíritu del clima, no una simple nube o tormenta”. — Replicó Diana, ya no conteniendo la risa, soltando ahora una risa suave y melodiosa.
— “Ajá”. — Rodó Kara los ojos, con una sonrisa juguetona en sus labios.
Un silencio los envolvió por un segundo, pero era cómodo. Como un abrigo compartido.
— “Ya no estás tan inquieta”. — Comentó Diana de pronto, rompiendo el silencio y sin apartar la mirada de Kara.
— “¿Eso se notaba tanto?”. — Respondió Kara, un poco avergonzada.
Diana asintió. — “Sí. Siempre que intentas parecer tranquila, das golpecitos con el pie”. —
Kara se rió, soltando una risa ligera. — “Wow, que observadora”. — Dijo, genuinamente sorprendida de que captara aquél pequeño gesto.
— “Aprendí a leer gestos en el campo de batalla”. — Respondió Diana con calma.
— “¿Y ahora lo usas contra mí?”. — Cuestionó la Kryptoniana, con una ceja levantada.
Diana se encogió de hombros nuevamente. — “Solo para entenderte mejor”. —
Kara la miró un momento, divertida. — “Eso da un poco de miedo, ¿Sabes?”. —
— “Depende de cómo lo veas. Es más como un gesto de confianza”. — Replicó Diana con una media sonrisa. — “Y si te sirve de consuelo, Batman es aún peor”. —
Kara resopló, pero asintió con un leve brillo en los ojos. — “Touché. Tienes un punto”. —
Kara apoyó los codos en la mesa.
— “Oye… Fuera de bromas. Gracias por venir hoy”. —
— “No agradezcas”. — Dijo Diana. — “Te vi volar sobre el distrito financiero hace una hora. Parecías… Cansada”. —
— “Lo estaba. Pero más por dentro que por fuera, ¿Sabes?”. — Respondió Kara, bajando la voz. — “A veces, salvar el mundo se siente como… No sé, reciclar la misma tragedia pero en versión diferente. Siempre se repite lo mismo. Si no es Lex Luthor causando algún problema, casi haciendo colapsar todo el universo con tecnología alienígena avanzada, o creando algún clon. Es alguna entidad cósmica queriendo destruir el multiverso. Casi nunca se puede tener un pequeño y relajante descanso como este”. —
Diana asintió despacio.
— “Y por eso estás aquí, buscando paz en un café barato”. —
— “Sí, bueno”. — Kara sonrió débilmente. — “Tal vez estoy esperando que alguien venga y me convenza de que no todo tiene que ser tan pesado o algo así, con algún tipo de frase inspiradora o charla motivacional”. —
— “¿Y yo tengo cara de filósofa?”. —Preguntó Diana, arqueando una ceja.
— “No, pero tienes buena voz para los discursos motivacionales. Y hombros bonitos. Oh, y unos grandes, esculturales y espectaculares músculos. Eso ayuda bastante”. — Respondió Kara con una media sonrisa picara.
Diana soltó una risa genuina, casi una carcajada, de esas que rara vez dejaba salir. Tan cálida que hizo que el corazón de Kara diera un vuelco, de nuevo. ¡Maldita sea! ¡¿Podría Diana dejar de ser tan perfecta por unos segundos?!.
— “¿Así coqueteas con las princesas amazónicas?”. —
— “No”. — Respondió la rubia con decisión, negando con la cabeza y todavía con su sonrisa coqueta. — “Solo con la que salva el día y aún tiene tiempo de arreglarse el cabello después”. —
La risa de Diana se transformó en una sonrisa silenciosa, más tierna de lo que Kara esperaba.
Por un momento, ninguna habló. El murmullo de la ciudad llenó los huecos, mezclándose con el suave tintinear de las tazas en otras mesas.
Los ojos de Kara se alzaron, encontrándose con los de Diana.
La amazona la sostuvo en silencio, sin apartar la mirada. No había palabras, solo una calma densa, casi eléctrica, que parecía detener el tiempo entre ambas.
Kara sintió que el aire se volvía más pesado entre ellas, como si algo invisible las atrajera. Por un instante, bastó una inclinación leve —un gesto casi imperceptible— para que la distancia entre ambas se redujera apenas unos centímetros.
El corazón de Kara latía con fuerza. Diana respiró hondo, como si también lo sintiera. Ninguna dio el siguiente paso, pero la tensión quedó suspendida, vibrante, entre ellas.
— “Hmph”. — Kara se aclaró la garganta con torpeza, intentando romper el hechizo en el que estaban para aliviar el ambiente. El sonido bastó para devolverlas a la realidad.
Diana parpadeó, esbozando una sonrisa leve, y apartando la vista mientras un silencio se formaba entre ellas.
Kara, por su parte, se odió un poco por hacerlo. — (¿En serio? ¿Una tos?). — Pensó, reprochándose a sí misma, bajando la mirada hacia su taza. — (Estábamos a medio segundo de…). —
Pero cuando volvió a alzar la vista, Diana aún sonreía, y por alguna razón, eso bastó para que Kara volviera a sentirse más calmada.
Kara jugaba con el borde de la taza.
— “Sabes, pensé que tú no hacías esto”. — Dijo, rompiendo el silencio.
— “¿Esto?”. — La mirada de Diana volvió a enfocarse en la rubia, mientras la veía con un brillo de curiosidad en sus ojos.
— “Sentarte, relajarte, simplemente… Estar de ocio. Como si no estuviéramos sosteniendo el peso del mundo encima a cada rato”. —
— “No suelo hacerlo”. — Admitió Diana. — “Aunque tú lo haces ver más fácil”. —
Kara la miró de reojo.
— “Eso suena a que me estás dando más crédito del que merezco”. —
— “Tal vez lo estoy”. —Diana sostuvo su mirada, firme, sin huir de la cercanía esta vez.
El viento sopló de nuevo, levantando suavemente los mechones del cabello dorado de Kara y los rizos oscuros de Diana. Por un instante, se parecían menos a heroínas y más a dos mujeres enamoradas que habían olvidado dónde estaban.
Kara, nerviosa, una vez más rompió el hechizo con un murmullo.
— “Deberíamos pedir pastel”. —
Diana arqueó una ceja.
— “¿Pastel?”. —
Kara asintió. — “Sí, de chocolate. Si el mundo se va a acabar algún día, quiero que al menos haya azúcar en mi sistema”. —
— “Esa es una filosofía que puedo respetar”. — Respondió Diana, riendo por lo bajo.
Pidieron pastel. Lo compartieron. Kara se robó el último trozo sin remordimiento y Diana fingió indignación.
Y mientras el reloj marcaba las 2:37 a.m., seguían ahí, hablando de todo y de nada: de gatos, de películas viejas, de cómo Batman sería insoportable si descubriera que estaban "descansando en medio de una potencial crisis galáctica", aunque por el momento el mundo estaba en paz.
Cuando finalmente se levantaron para irse, Kara le tendió una mano.
— “¿Te llevo volando a casa o prefieres hacer tu entrada dramática caminando bajo la lluvia? Aunque te advierto que volar es terapéutico”. —
— “Si me llevas volando, ¿Vas a ir despacio esta vez? No quiero que pase como la última vez, cuando casi me comí una paloma”. — Preguntó Diana, cruzándose de brazos.
Kara sonrió con picardía.
— “No prometo nada”. —
Diana se acercó y la miró con esa mezcla de autoridad y cariño que solo ella tenía.
— “Entonces hazlo rápido, Supergirl. Antes de que cambie de idea”. —
Kara la tomó de la cintura y despegaron. El viento les golpeó el rostro, la lluvia caía en finas líneas plateadas, y Metrópolis se volvió un cúmulo de luces borrosas debajo de ellas.
A mitad del vuelo, Diana habló entre risas:
— “Admito que esto sí es mejor que meditar”. —
Kara contestó sin pensar, con una sonrisa que ni el viento pudo borrar.
— “Te dije que volar era terapéutico”. —
— “Lo es… Solo si tú estás pilotando”. — Eso fue lo más cercano a una confesión que Diana Prince había hecho en siglos.
Cuando aterrizaron en el balcón del apartamento de Diana, Kara se giró, aún tomándola por la cintura. El aire seguía cargado con esa energía eléctrica que parecía negarse a querer disiparse.
— “¿Sabes? Podría acostumbrarme a esto”. —
— “¿A qué?”. — Preguntó Diana.
— “A tenerte cerca cuando el mundo se calla un rato… En estos pocos momentos de paz y relajación en los que todo parece tranquilo”. — Murmuró la Kryptoniana.
Diana la miró, con esa calma y serenidad que siempre la hacía parecer más antigua que el tiempo mismo.
— “No necesitas esperar a que el mundo se encuentre en paz”. — Dijo suavemente. — “Búscame igual". —
Y antes de que Kara pudiera responder, Diana la besó. Suave, directo, sin grandilocuencia.
El beso se profundizó lentamente; un roce cargado de emoción que pronto se volvió más intenso. La lengua de Diana se encontró con delicadeza con la de Kara, en una batalla que parecía una danza apasionada.
Se separaron un momento para tomar un pequeño respiro, mientras respiraban agitadamente. La saliva de ambas se había mezclado, formando una especie de puente que unía sus labios.
Con el calor de la excitación subiendo por sus cuerpos, terminaron fundiéndose nuevamente en otro beso profundo lleno de lujuria. Esta vez Diana tomó de la nuca a Kara, empujándola hacía ella para profundizar aún más aquél beso ardiente y desordenado.
Cada movimiento transmitía deseo de cercanía, necesidad de contacto, aunque sin ningún apuro ni urgencia.
El mundo seguía ahí abajo, con luces borrosas y la lluvia plateada cayendo, pero por unos instantes, ignoraron todo, solo estaban ellas y la noche que parecía detenerse alrededor.
Nada más importaba.
Cuando finalmente terminaron, se separaron. Ambas respiraban con dificultad, sus frentes rozándose apenas entre ellas. Sus cabellos se encontraban ligeramente despeinados, y sudaban un poco por el calor que emanaban. Kara sostuvo a Diana por la cintura mientras sonreía, y Diana la miró con esa mezcla de amor y ternura que a Kara siempre la hacía sentir segura y viva al mismo tiempo.
Kara se quedó unos segundos en silencio después. Parpadeando confundida.
— “¿Eso fue un ‘buenas noches’?”. —
— “Eso fue un ‘te debo otro trozo de pastel’, más bien”. — Respondió Diana, guiñándole el ojo.
Ambas rieron.
Y cuando Kara se fue, volando hacia el horizonte, se quedó mirando el cielo.
Por primera vez en semanas, Kara no pensó en patrullas, ni amenazas, ni deberes.
Solo en la idea de que a veces… Salvar el mundo podía simplemente empezar por sonreírle a alguien bajo la lluvia.

MisterAkko Sun 16 Nov 2025 12:22PM UTC
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