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Amargo diciembre

Summary:

AU Detectives

 

Después de un evento traumatico el detective Buckley tiene que enfrentar sus propios miedos para descubrir quien es el asesino que esta matando a todo aquel que le hizo daño.

Notes:

TW: violencia, abuso sexual, sangre, imágenes que pueden ser sensibles para algunos espectadores, pérdida de embarazo.

Chapter Text

— Adivina qué —dijo ella con una sonrisa contagiosa, tan llena de vida que me estremeció. — ¡Estoy embarazada!

Y sé supone que tengo que sonreír, es mi hermana, se supone estoy feliz por ella. Tal vez por dentro el sentimiento de tristeza opaca la vista panorámica a la felicidad, cualquiera que diga que soy egoísta, está en lo correcto. Sin embargo, le doy la sonrisa más exquisita que le puedo mostrar.

— ¡Seré tío! —anunció, los comensales ven hacia nuestra mesa luciendo tan felices como la mujer frente a mi, al abrazarla puedo oler sus dulces feromonas, siempre ha olido a casa. Ahora huele a su familia, a su compañero; a su hija.

Hubo un momento en el que también desprendí aquel olor tan dulce, un momento tan efímero como la sonrisa misma que plantó en mi rostro.

 

Alguien llamó al teléfono que descansa sobre el escritorio, al conectarlo una mujer avisó que había alguien esperándome en el lobby de la comisaría, pensé que era el paquete de Amazon qué tenía pendiente de recoger así que baje por el elevador. El lugar sombrío como cualquier estación abandonada en este mundo gris, lleno de una capa de discriminación, un mundo tan oscuro como la noche en donde la opacidad de la moralidad vence hasta el más transparente. Un mundo teñido de sangre.

Un alfa entra al elevador, olfatea el aire buscando el origen de las feromonas que se desnudan en la intimidad del elevador, soy el único con él así que voltea a verme de inmediato. — Felicidades, ¿Tu Omega está embarazada?

Casi río. Suena a un chiste — Mi hermana. —aclaro.

Chasquea la lengua, como si se hubiera decepcionado. Suelen confundirme con un alfa la mayoría del tiempo, me mató todos los días en gym para que así sea. Deseo parecer uno de ellos, un ser cruel y despiadado que no dudaría en disparar a cualquiera que le faltara el respeto.

Las pestañas castañas del hombre revolotean, parecen mariposas en pleno vuelo primaveral y cuando las puertas se abren frente a nosotros le doy el paso, él sale dándome un ligero agradecimiento. Él desaparece en la oscuridad del pasillo, yo camino hasta la luz que me dirige hasta la puerta principal en donde la beta sonríe calurosamente.

— Detective Evan, alguien le envió este paquete —se dirige con una calidez qué me amarga, suena tan sincera que da náuseas.

— ¿Quién lo envía? —preguntó deseando obtener información del remitente una vez alza el paquete para entregármelo. Ella se encoge de hombros, la forma en la que en sus ojos se dibujan corazones cuando me ve, demuestran el apresurado romance que ha imaginado entre nosotros.

— No lo sé —la voz le tiembla, tan temerosa que hace que me sienta mal por mi insistencia. El rostro se le ha enrojecido por el esfuerzo de cajar la caja, que aunque luce pequeña y liviana, parece ser lo contrario. — Lo trajo un repartidor, preguntó por su nombre, detective.

Asiento tomando el paquete entre manos. — Gracias Alice —agradezco a punto de darme la vuelta para volver al elevador.

— Espere detective —Alice levantó la mitad del cuerpo para detener mi andar. Lo veo a los ojos, suelo decir que las miradas frías suelen decir más que un par de palabras. Ella parece no entenderlo pues continúa. — Solo quería saber si… podíamos ir a cenar algo —juega con la manga de su suéter café.

Una sensación de alivió me recorrió cuando la escuche decir aquello, una parte egoísta me decía, hazlo; acepta su cita aunque tu interés sea nulo.

Tomó el silencio como una respuesta así que solo me miró con lástima, y aversión. — Lo entiendo, debe ser un hombre ocupado.

La realidad es que carezco de algún tipo de plan anticipado, pensar en salir con alguien me causó algún tipo de desprecio. Porque la última persona con la que salí fue quien arruinó la perspectiva qué tenia de las relacion.

Dude en que contestarle. — Lo siento Alice, el trabajo me consume.

Vaya mentira tan cliché, y banal. Sé que soy mejor que esto, sin embargo, no tengo otra respuesta que darle. Ella casi apenada toma la poca voz que le queda para desearme un buen día, le devuelvo el cumplido de inmediato. Y en unos segundos estoy volviendo en mis pasos, caminando de nuevo hasta el elevador.

Llegó hasta el piso siete, en unos tres pasos me encuentro cara a cara con mi escritorio, el cual está lleno de hojas de libreta arrumbadas y plumas por ningún lado, tan desordenado como mi vida. Suspiro antes de dejarme caer en la silla con el paquete aún en las manos.

Dejo la paquetería sobre la mesa, para tomar una navaja y raspar la cinta que cerraba la caja, levante el cuerpo para observar. Al tener abierta la caja echó un vistazo a lo que hay dentro, la respiración se me corta de inmediato y doy un paso febril hacia atrás, tropiezo con mis propios pies cayendo en el escritorio de uno de mis compañeros, este se quejo ya que el café se le chorreo en la ropa.

— Mierda —aspiró aire tratando de encontrarle una razón lógica a lo que acabo de ver, era realmente lo que vi o solo fue un invento de una imaginación trastornada.

— ¿Detective Buckley? ¿Qué le sucede? —llama Bobby, el capitán, desde su oficina y se me seca la boca al pensar en qué contestarle. La estación ahora tiene los ojos clavados en mí, en la piel pálida que estoy seguro muestro.

¿Cómo podría describir lo que había en esa caja? ¿Qué palabras debería usar para este acto tan atroz?

— Es un mensaje —murmure vago, tal vez a alguien cerca pero también lejano. Quien fuera, deseaba con el alma que no me escuchará porque eso significa que esto era real, no una ilusión producida por una dañada mente.

Reconocía los pasos de mi capitán desde que entré a la estación como un novato, asustado y temeroso, esos traqueteos firmes pero no violentos. Esos que te hacen decir, es el jefe. Cuando vuelvo a verlo tengo su rostro pegado al mío, parece ver la escasez de luz en este pues se aventura a ver dentro de la caja.

— Oh Dios mío —se quejó abiertamente causando conmoción entre los demás, fue hasta que se acercó a mí que murmuró. — Eso son…

— Dedos humanos —susurra en una sola bocanada de aire.

 

Al parecer ese hallazgo fue lo menos difícil con lo cual lidiar aquel día. Nunca hubo demasiado presupuesto para pagarle a los oficiales así que éramos tan pocos como se le podía permitir a la ciudad “malgastar” el dinero. Porque la ley es mejor cuando no hay nadie para protegerla, es más fácil para ellos robar, así nadie les pone un alto.

Eso no importa. En la actualidad, ya nada vale la pena. Es un mundo oscuro, cruel y lleno de decadencia. A veces me alegro de que mi hijo muriera, porque así no tiene que lidiar con la mierda que se vive en la tierra.

Esa mañana, durante el café de medio día. Bobby me tomó de la mano, dijo unas cuantas palabras que no entendí y siguió hasta decir que podía irme a casa, fue lo que hice. Camine a casa sin saber cómo procesar lo que había visto, la incredulidad en los oídos aún me zumbaba y la intensidad de las emociones seguían flotando en un remolin.

Aquella contenía dolor, pero también venganza. Una que ni siquiera supe que necesitaba. Suena cruel e inhumano, pero ver aquello incluso me alivio porque di por hecho que el dolor se había esfumado junto a la vida de aquel hombre.

Esa caja contenía la mano del hombre que había tomado en sus propias manos mi cuerpo sin una pizca de arrepentimiento. Lo reconocí por el tatuaje, ese que una vez estuvo sobre mi cuello.

 

Bobby me escribió más tarde, me recordó que tenía que dormir y hasta me dio permiso de faltar al día siguiente, él no otorgaba descaparates tan fácilmente. Sin embargo, pareció ser igual de impactante para él lo que contenía aquella caja.

Fuera cual fuera la razón, esa noche dormí con tanto placer que incluso ronroneé en las sábanas. Y eso me hizo sentir como si yo hubiera sido quien penetró la piel de aquel hombre hasta quitarle todo rastro de vida.

 

Al día siguiente no fui a trabajar.

Ni al siguiente.

La penumbra del sol creciente estuvo presente casi a medio día, cuando alguien tocó la puerta oxidada, creí que era una alucinación ya que rara vez alguien llamaba a mi puerta, sin embargo, cuando hubo otro golpe sordo supe que era real. Arrastre los pies cautivado por la falta de nutrientes, durante estos dos días me había llenado de agua pura y amarga.

Abrí la puerta, Bobby estaba ahí con una bolsa de comida china y quise vomitar con solo oler la comida, aún tenía residuos del bebé que alguna vez se implantó en mi vientre y desapareció con la misma velocidad con la que vino. Bobby pareció notar el disgusto de mi rostro así que se disculpó, como si él hubiera sido quien me atacó en primer lugar.

— Sé que no has probado ni un bocado Evan, —ese apodo me hizo sentir de nuevo náuseas, tuve que sostenerme del marco de la puerta y cuando Bobby alzó la mano para ayudar, le di un manotazo, violento y duro. — Lo siento.

Quise soltar una carcajada, porque se ha estado disculpando desde hace meses y eso no me ha dado ni un solo minuto de paz. — Deja de disculparte y pasa.

Me moví para dejarlo entrar, Bobby dudó en hacerlo pero se rindió lanzando el aire de sus pulmones antes de cruzar el umbral, una vez se instaló en el sofá pude cerrar la puerta. Esta vez, no puse la llave, ni siquiera pensé en hacerlo.

— Gracias por la comida —dije, amable o intentando serlo, pero de mi boca solo salieron palabras tan vacías como lo estaba mi estómago en ese momento. Me eche a su lado, sin pena ni gloria.

— No es nada —saca la comida de la bolsa, dejando dos cajas blancas de cartón en la mesa frente a nosotros — sobre lo que pasó Evan.

— Yo no lo hice —argumente tomando la caja blanca entre las manos, tomé un par de palillos de madera para acomodarlos entre mis dedos, torpemente.

— Nunca dije que eras sospechoso —anunció repitiendo mi acción, hubo un largo silencio sin acciones. Él decidió ser quien lo rompiera. — Él tenía enemigos.

— ¿Estoy mal si me alegro de su muerte? —Cuestione curioso, sin ningún tipo de emoción visible e intente ignorar la sensación de alivió qué se me presentó con decirlo en voz alta. Bobby no contestó.

— No, yo también me alegro de que haya muerto —confiesa. Ambos dejamos que el aire abandonará los pulmones, tragué las ganas de llorar qué se me acomularon en la garganta y metí un par de fideos en la boca. — No sabes cuanto me arrepiento de haberte enviado a ese lugar.

Su voz fue cortada con el filo de la culpa, por ese susurro de el martirio.

— Fue solo un accidente —justifique tratando de no devolver los fideos que antes había tragado tan duro que aún me dolía la garganta. Las luces escasas flotaban por el cielo ya que la paranoia me había llevado a forrar las ventanas con papel periódico para qué así nadie pudiera ver para adentro, nadie podía verme en la intimidad de mi hogar. — Debería avisarle a Eddie.

— Pensé que habían perdido el contacto —masticó su comida en silencio.

— Lo hicimos —murmuró— Pero alguien debería de avisarle que su hermano está muerto.

 

No llame a Eddie.

Estaba seguro que cambió de teléfono cuando se largó. Siempre fue así, se podía despegar fácilmente de los demás, incluso de los que una vez amó.

Así que lo deje pasar.

 

No tome una licencia, volví tan rápido como pude comer una comida sin vomitar. Los pies se me movieron con facilidad por la estación grasienta, parecía incluso más polvosa que cuando me fui, había rastro de huellas de lodo seco en el suelo incrementando el zumbido molesto de las moscas revoloteando por el lugar.

El papel se me había pegado en el rostro, el rastro de saliva seca aun corría por mi mejilla y cuando levanté el rostro pude ver frente a mi la pantalla aún parpadeando en busca de atención, suspiré pasando una mano por mi rostro, deseando poder despertar pero no obtuve éxito, me sentía aún demasiado adormilado. Había faro de luz encima de mi, timbrando vagamente en un parpadeo involuntario, éramos solo el capitán y yo dentro del edificio, ya que deseoso de recaudar información en un caso mediocre sobre un robo menor desee quedarme hasta tarde y Bobby con miedo a volver a su vacío hogar, se quedó.

Ni siquiera el café estaba sirviendo para mantenerme despierto.

Cansado, me estire, tratando de eliminar así el dolor de huesos que aún me penetraba el cuerpo. Pensé que era hora de irme así que me levanté y cuando estuve apunto de tomar la chaqueta del respaldo de la silla, el timbre vibrante del teléfono de la estación hizo eco en el edificio abandonado. Incline el cuerpo para llevar el teléfono a mi oreja.

— Detective Buckley —musite aun adormilado.

— ¿Buckley? —la voz pareció sonreír al escuchar mi voz cansada, era tan ronca que sonaba rasposa — Puedo saber, ¿Cuál es su película de terror favorita, detective? —arrastró la última palabra, cómo si fuera una burla.

— ¿Disculpa?

— Dígame detective, ¿Cuál es su película de terror favorita? —preguntó deseoso de una respuesta, casi lanzó una risa al teléfono. — ¿Puedo adivinar?

— Que puta tontería —dije de mala gana a punto de colgarle— Llamar a un número de emergencia sin una emergencia es considerado un delito, imbécil.

— Oh espere, si hay una emergencia —se escucha el tintineo de un objeto metálico de fondo, también hay un par de palabras entrecortadas, tan vagas que parecen grabaciones viejas. Pego el teléfono a la oreja deseando escuchar más de ese sonido lejano. — Déjeme adivinar su película de terror favorita detective.

— Trata —rete poniendo una mano sobre el escritorio. — Tienes una oportunidad.

Se tardó unos segundos, el sonido del metal golpeó lo que pareció ser otro duro metal haciendo un sonido escalofriante. — ¡Ya sé! Es terror en la calle 13.

Me burlé sin ganas, harto de sus preguntas. — De hecho es Scream.

— Gracioso, ¿no? —se ríe, tan profundamente ronco que me causa escalofríos. La tensión remolina en el aire, tan esposo como un café humeante en las mañanas o un té apunto de hervir. — Porque usted está apunto de buscar al asesino.

— ¿Qué?

La llamada se corta de golpe, dejándome con más preguntas que respuestas y con un hilo de curiosidad colgando.

 

Fueron cinco notificaciones con las que amanecí esta mañana.

De mi doctor, diciendo que debería ir a mi chequeo mensual.
De mi banco, pidiendo el dinero que pedí prestado.
De Bobby, dejándome el número de una terapeuta por tercera vez en la semana.
De mi mamá, diciendo que debería dejar de ser un cretino con mi hermana embarazada.
De un número desconocido, enviando una nota de un asesinato en el norte de la ciudad.

Esa mañana encontraron un cuerpo. Y no cualquiera, fue el del jefe de la policía, un hombre arrugado cuyo nombre seguía rugiendo desde mi interior, lleno de un fuego ahumado, un coraje tormentoso.

Ese nombre que alguna vez susurro cerca de mi: olvidalo, eres detective. Como si eso fuera una razón para desatenderse del sufrimiento causado, su muerte fue un recordatorio de que debería hablar con Eddie sobre su hermano. Cómo le dices a tu ex novio que su hermano fue asesinado; como le dices a un hombre que quien tocó a su novio está muerto. Nunca fui bueno dando las malas noticias, ni siquiera soy bueno recibiendolas.

Decidí posponerlo. Tenía cosas más importantes con las cuales lidiar.

Chapter 2

Notes:

Decidí dividir el fanfic en 3 partes, la última parte se subirá este sabado y ya, gracias por leer.

Chapter Text

En un mundo lleno de corrupción, la moralidad es vaga. No existe la paz, y no alcanzan los cementerios para enterrar los cuerpos sin nombre, esos que nadie reconoce porque están hechos polvo. Es por eso que la muerte susurra tan cerca, sus huesos fríos te atraviesan en un escalofrío y aunque intentes huir de ella, sigue esperándote a la vuelta.

Porque en una gris realidad, no existe el color que llene el vacío que nos incrustaron antes de haber nacido. Ese que nos impide respirar, con el cual hemos nacido los menos afortunados.

Ese hombre que ahora yace muerto en la morgue, me dijo un día: No vale la pena luchar, perderás. Me pregunto si durante su lecho de muerte, pensó en sus palabras o estas pasaron desapercibidas porque sus acciones fueron más crueles. Nunca lo diría en voz alta, pero hubiera deseado estar ahí, para ver el terror de sus ojos, la furia que alguna vez sentí yo.

Baje de la camioneta a pasos llamativos, la ola de policía que acordonaba la zona volteo a verme casi por instinto y al llegar a la linea amarilla que le impedía el paso a los curiosos mostré la placa que colgaba de mi cuello, desgastada por los años envueltos en este trabajo, pase por debajo de la línea amarilla.

— Detective Buckley —alguien menciono mi apellido desde las tinieblas del amanecer, entre cuerpos policíacos y sangre seca en el suelo, esa que empezó a llenarme los zapatos. Me queje ante la falta de limpieza que tuvo el asesino. Fue cuando llego Bobby con un hombre mayor, con el rostro arrugado en vejez y un bastón que le interrumpia cada paso torpe que daba — Él es el alcalde.

El viejo extendio su mano, movio los dedos estrujados en arrugas y muy a mi pesar tuve que sonreír cuando nuestros dedos se fundieron en un apretón. — Mucho gusto.

Mentiras. Nadie se sentiría feliz de conocer al hombre que enterró su caso y borro toda la evidencia por miedo a que su campaña politica se derrumbara en medio de las elecciones, esa que desde el principio estuvo llena de escombros, dolor y pena. Ese hombre, arruinó la vida de un grupo de personas pero en su egoísmo, ganó más de lo que perdió, porque él nunca perdió nada.

— El gusto es mio detective, escuche muchas cosas de usted —su olor alfa me quema la nariz, la escasez de sabor en sus feromonas hacen que quiera vomitarle en el rostro, puede ser el odio que siento o simplemente su aroma a basura — Era un buen hombre.

Siempre he creído que los ricos tienen un humor bastante contagioso, de esos que te hacen carcajear. Es tan estúpido que es comedia pura. Sin embargo, aún así ni siquiera sonrió antes la mencion del que ahora yace cubierto de una manta negra de plástica.

— Lo fue — me he vuelto experto en contratar. Tal vez es porque deseo encajar en su estatus, aun cuando duermo en un lugar tan pequeño como su baño, si soy honesto desde hace tiempo ni siquiera se lo que deseo.

— Huele terrible este lugar —dice en forma de burla, si fuera una broma graciosa, un chiste poco malicioso. Bobby sonríe incómodo, tragando el ambiente tenso y llevándolo hasta su estómago, se detiene a mirarme como si quisiera decirme que hayamos. Sin embargo, sonrió a la dirección del hombre mayor. — El mundo se ha enterado que el jefe de la policía murió en un callejón a un lado de un prostíbulo.

Mete la mano a su bolsillo, saca de ahí una cajetilla de cigarrillos y le pide fuego al hombre que le acompaña, más o menos de mi edad, recuerda a quien era antes de estar aquí, un lamebotas con cualquier hombre con poder.

Parece que he estado mirando de más pues el joven se mueve incómodo, levanta la mirada y cruzamos miradas vagas, puedo ver la vergüenza con la cual aprieta el gatillo qué saca disparado el fuego en dirección a la punta del cigarrillo, el cual suelta humo de inmediato.

Escuchó el eco nervioso de un suspiro silencioso, suena lejano y sumamente efímero, volteo a una dirección contraria, veo por encima de mi hombro cuando Bobby y el alcalde se unen en una conversación, la figura es como el humo de una vela a punto de esfumarse, una llama que no quiere. El hombre lleva una chaqueta negra cuyo gorro le cubre la mitad del rostro, lleva las manos dentro de sus bolsillos, no puedo ver sus facciones debido a la lejanía, pero puedo ver la sonrisa de satisfacción que porta.

Y en cierta parte, quiero acercarme para agradecerle. Porque en esta realidad podrida, no existe ni el bien ni el mal, la vida se ha encargado de borrar los conceptos básicos del diccionario. Nos ha transformado en sentimientos impuros, en un acto de resistencia aun sin quererlo.

 

El alcalde puso el caso en mis hombros, preguntó si trabajaba solo, ni siquiera pensé bien cuando dije que no. Bobby me miró como si estuviera cayendo en locura, al llegar a la oficina me cuestionó.

— Trabajarás con Hen —anunció, nos encontrábamos sentados uno frente al otro en su oficina, esa que poco a poco se cae a pedazo, no por la deficiente calidad del trabajo de Bobby, que no existe, si no por la falta de recursos de la policía que nos lleva a trabajar en un lugar donde las ratas parecen ser los únicos dispuestos a testificar — Ve a trabajar.

— Cuando me acerqué al cuerpo vi algo —dije sin importar que me había dado una orden antes, entrecerró los ojos escéptico, enterré la mano sobre el interior de mi pantalón de donde saque una tarjeta de papel salpicado de sangre oxidada — ¿Sabes donde vi esto también?

Se quedó callado; así que continúe. — En el escritorio de Eddie, antes de que se largará de aquí.

— Puede ser una coincidencia —recalcó.

— ¿Y si no lo es?

— Estás buscando un patrón donde no lo hay detective —usa esa voz militar que tanto odio, esa que me dice, callate e ignoralo. — No vuelvas a buscarlo.

Bobby nunca ruega. Y es por ello que duele más cuando murmura, cuando súplica con sus palabras entrecortadas. La única vez que le vi tan roto, y decaído fue cuando me encontró en una camilla, en la oscuridad insonora de una noche perdida de invierno, en esa donde sus manos fueron mi cardigan.

— Sabes que soy malo siguiendo instrucciones –me deslizó de cualquier culpa, me escabullo en la carta de la víctima esperando que pueda verlo en mi rostro. Se que lo ha hecho, así que se niega a dirigirme la mirada — Intentaré mantenerme alejado.

Sabe, en el fondo, que estoy mintiendo.

Y eso duele, porque me conoce tan bien que le arde saber que volveré a buscar a Eddie, sin importar cual tormenta ha sido su adiós, su despedida amarga de diciembre.

 

Se donde encontrarlo. Nunca fue bueno escondiendo, y yo siempre fui bueno buscando. Éramos tan extraños juntos, porque él era tan abigarrado como el café, mientras que a mi me encantaba saber más el té. Cualquiera que nos viera diría que éramos dos polos opuestos, ahora es fácil confundirnos, pues me he transformado en la sombra que él fue.

Al igual que las sombras me escabulló detrás de desconocidos con tal de pasar desapercibido entre la ola de gente que se alborota al ver golpe tras golpe en una batalla que parece ser ganada por el más fuerte o por el más estratega. Hay un hombre, tan mayor como Bobby pero con la masa corporal que caracteriza a los enigmas, esos peligrosos alfas que se caracterizan por su falta de humanidad, por su escasez en las emociones humanas.

Es tan alto que intimida a cualquiera, se detiene justo a lado mío y aspira el aire con fuerza, hace una mueca con disgusto antes de subir al escenario. He escondido las feromonas con un par de medicamentos conseguidos de forma ilegal, pues en este mundo es casi imposible conseguir supresores de manera legal, se ha creado una ley que prohíbe totalmente este tipo de pastilla ya que creen que dañan la naturaleza de un omega. Una puta mierda.

Bobby se enteró que los usaba en Agosto, antes del incidente, comentó que debería de dejarlos. Después del invierno él empezó a comprarlos, sin ninguna palabra los dejaba en mi casillero. No decía nada, nunca dijo ni una sola palabra.

Sé que estoy demasiado atrás para ver la pelea, pero mientras escondo la vista detrás de espaldas grandes, cuerpos gordos y caderas pequeñas, intentó cabalgar entre el caos tan rítmico que parece ser este lugar. Huele a sudor, a feromonas que me hacen querer vomitar. En cierto punto pienso en huir, pero los pies se me detienen cuando escuchó.

— ¡Eddie Díaz! —Volteo a ver hacia la cancha de nuevo, su presencia está escondida por rejas metálicas, lo veo, con una sonrisa triunfadora que solo vi cuando lo bese por primera vez, con las mejillas coloreadas de rojo por la atención que le estaban dando. Observó cuánto ha cambiado, sus ojos ya no tienen esa chispa curiosa que los caracteriza. Parece tan triste aun con el rostro sonriente.

Lo conocí tanto que ahora no reconozco al hombre frente a mi, es cómo el fantasma del hombre que alguna vez amé. Ese que tanto deseé que se quedara.

Se que no me ha visto. Porque nunca podría lucir tan vivo estando conmigo. Lo mate, poco a poco, con los errores que cometí. Si tan solo lo hubiera esperado aquella vez, estaríamos en el altar y no viéndonos como completos desconocidos.

Oh mi amado Eddie, si tan solo hubiera sido tu omega.

 

El aire es pesado, tanto que cala en los pulmones, huele a hierro viejo y a sangre mezclado con el olor al tabaco, me he encontrado con un hombre que ha dicho que puede llevarme con Eddie a cambio de un pequeño favor. Te acostumbras al sabor, ese que te dice “victoria, te has humillado de nuevo”.

Pero en esta ocasión es diferente, lo quise, de cierto modo. Él lo sugirió, yo acepté sin pensarlo dos veces.

El hombre es mayor, pero no tanto para oler a anciano. Su pelo rubio se mueve entre sus orejas picudas, tiene un rastro de mantequilla en las manos que penetran mi cabello con una fuerza violenta, deseo que termine pronto así que empiezo a rezar.

Dios nunca me escucha, ¿Por qué ahora lo haría?

Por suerte o por desgracia, teniendo la boca llena de un líquido asqueroso es cuando alguien interrumpe nuestro íntimo momento. Reconozco sus pasos de inmediato, no puedo ver su rostro ya que estoy de espaldas a la puerta, firmes y casi arrastrando los pies por el peso que lleva colgando en sus hombros, ese que de alguna manera nos separó.

— Te dije que dejaras de traer omegas —dice Eddie pisando más cerca de donde estoy arrodillado, parece no darse cuenta quien soy.

— Te quería conocer y pensé que podíamos divertirnos un poco —motiva en una risa ronca que le sale desde el pecho, sus dedos se aferran más a mi cuero cabelludo — Y no es un omega, es un beta.

Eddie chasquea la lengua. — Entonces eso es peor.

— Oh vamos Eddie, no te gusta nada de lo que te traigo para que festejes —vuelve a reír — Este es muy complaciente.

Es extraño ser tratado como un objeto, es raro sentir que encajas a la perfección con esa descripción.

— No me interesa —gruñe abriendo lo que parece ser una puerta de metal en donde empieza a sacar sus pertenencias. El hombre suelta el agarre que tiene contra mí antes de acomodarse los pantalones, me quedé arrodillado en el suelo y es cuando este sonrió dándome unas suaves palmadas en la mejilla.

— Se buen chico y dale amor a Eddie —sonríe, es ahora quien sale de la habitación, dejándonos solos.

— Mira chico no me interesa nada…

Lo interrumpo levantándome del suelo. — Buenas noches Diaz.

Un día estuve apunto de llevar su apellido. Y suena tan jodidamente ridículo.

Eddie se estremece aún cuando me está dando la espalda, su silencio es tan aterrador como sofocante, los bullicios del público han cesado por completo y ahora son sólo ecos lejanos. Nadie se atreve a hablar, es tan desordenado como nuestra relación.

— ¿Qué haces aquí? —él pregunta, sin verme a la cara, tan cobarde como lo fue siempre — no deberías estar aquí.

— Vengo como detective —anunció en una mentira, el corazón me da un vuelco al sentir sus feromonas revoloteando en la punta de mi nariz, huele a chocolate mezclado con el olor a malvaviscos que tiene Chris. Huele a casa, huele a lo que alguna vez tuve. Los ojos me pican, se llenan de ese aguacero que tengo que detener en una mueca amarga. — Quiero saber que hace la tarjeta de tu ‘manager” en el cuerpo sin vida del jefe de la policía.

Se le corta el aire, tira lo que parece ser mochila pues de ahí rueda la pelota de béisbol que le regale a Chris en su cumpleaños catorce, esa que prometí ser el primero en usar pero nunca se dio la oportunidad.

— Que voy a saber yo —jadea agachándose para tomar las cosas que antes se le habían caído, su rostro seguía evitando el mío.

— Tu hermano está muerto Eddie —declare.

Lanzó una risa agria, tan llena de ironía. — Por mi que se pudra el infierno ese tipo.

— ¿Puedes decirme dónde estabas el día 2 de abril de este año? —cuestione sin tapujos, él volvió a reír.

— ¿Me estás interrogando? —contraataca, ahora si voltea a verme con esa misma ira que alguna vez dirigió a alguien más — ¿En serio, Evan?

— Detective Buckley para usted —susurré mirándole directamente a los ojos, clavando los míos con los suyos con una fuerza que le resulta vibrante pues aún cuando intenta alejarse cae en cuenta que está encadenado hacia mi presencia.

— No hice nada.

— Y te voy a creer porque eres un tipo que sabe controlar sus impulsos —ahora quien lanza una risa soy yo, en un impulso él se acerca peligrosamente a mi, en un movimiento que me hace dar un paso hacia atrás pero cuyo orgulloso no me deja de mirarlo fijamente — ¿Ves? Te metiste a este lugar porque no puedes hablar sin usar tus puños.

— ¡Por qué estoy furioso, Evan! —grita, su aliento a menta me estremece.

Silencio.

— ¿Y crees que matando se arregla?

— No maté a nadie —se justificó alzando las manos.

— Te conozco —murmure – la forma en la que mataron a tu hermano, es parecida a un caso de 1989 en el cual tú te obsesionaste esa noche de marzo.

— Puede ser una jodida coincidencia —pasa los dedos por su cabello, dando una risilla falsa.

— Haces eso cuando sabes que mientes —indique antes de que él se alejara carcajeándose en un pequeño ataque de risa — y te ríes también.

— Eres un maldito psicópata, Evan.

— Detective Buckley —corregí.

— Disculpe detective pero es un puto psicópata —escupió causando que el ambiente se volvier tan frio como el invierno pasado, donde había un grito por cada llanto, una lagrima por cada risa que alguna vez compartimos — No mate a nadie.

— Entonces ayúdame —solicite en un tono casi tímido, teniendo miedo a que aceptará aun cuando necesitaba su ayuda para poder respirar con calma.

— ¿Por qué lo haría? —replicó.

— Porque sigues tú.

— ¿Disculpa?

— Recibí una llamada —mentí con todo el afán de causar daño, pero realmente poco me importó. Se que si lo supiera, tampoco le importaría que dijera falacias, se que conoce quien soy — Sigues tú.

En su rostro se dibujó confusión, primero una extraña cara que aún con los años que le conocía no pude descifrar, después un rostro con duda inminente y al final, uno cargado de un peso que pude ver reflejado en los hombros. Si no lo conociera diría que sabe lo que hace, pero hemos sido desconocidos desde noviembre, así que tal vez ahora es diferente, algo le teme a todo tanto como yo.

— Dime, ¿Por dónde empezamos?

Puedes culparme por mentir, decir que he sido egoísta. Pero acaso, ¿No tengo derecho a la codicia? O ¿Ese privilegió sólo está manchado por manos sucias?