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De polvo y de cenizas

Chapter 5: Respuestas y plegarias

Notes:

Disclaimer: Los personajes mostrados a continuación no me pertenecen, son propiedad de cada youtuber que está en el GTA V de la comunidad SPAINRP/INFAMESRP.

Advertencias: Violencia/Saltos en el tiempo/ Trastornos psiquiátricos y psicológicos/ OC Gustabo/Ligeros cambio de los acontecimientos/Hurt-comfort/ Abuso intrafamiliar/Uso del TID

Advertencia final: Recuerden que el uso del TID en esta obra es FICCIÓN. No debe tomarse como referencia real de lo que es realmente este trastorno. Sin embargo, si hay cosas que se tomen de forma sutil o que estén basados en el TID yo misma lo escribiré, de otro modo, no se lo tomen significativamente enserio. Gracias.

Nota de la autora: Casi se acaba el año y yo actualizo hasta apenas. Sip, ha sido un buen año para mi jaja.
Hablando enserio, agradezco a las personitas que están dandole mucho amor y apoyo a esta serie, pese a que no soy una persona muy frecuente en cuanto los FF se trata.

Finalmente llegó el capítulo que creo que muchos esperaban. El reencuentro de C y G, al menos como a mi me hubiera gustado que lo manejaran. Este capitulo está un poquito cursi, o lo más cursi que puedo imaginarme a estos personajes juntos, pero estoy satisfecha. Ya no les quito más su tiempo, gócenlo y el siguiente cap, avanzamos a otro tema más, retomando un poquito los acontecimiento de INFAMESRP. Pido perdón si ven algún error, son casi la 1 am, no he dormido en dos días y me quiero largar a dormir, pero no quería posponer más este cap.

Y recuerden:
(+) Es para una interacción de Gustavo con otras de sus identidades.
(+) y (<) Es una interacción entre Gustavo y otras dos identidades al mismo tiempo.

Mucho texto, disfruten.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text


Recomendación musical: “Mr/Mme—Loic Nottet”.


 

 

“Mereces saber que eres lluvia y eres nubes y que no importa que explotes, a alguien le encantara siempre bailar bajo tu desastre”
—Estefanía Mitre (Mereces)

 


Volkov le entregó una sudadera oscura con la que pudo taparse el pecho descubierto. Empezaba a resentir el cansancio, el sube y baja de las emociones vividas, la adrenalina apaciguada, el adormecimiento de sus músculos. Para su desgracia su trabajo estaba lejos de terminar y su descanso tendría que esperar.

No solo estaba el hecho de que la malla y la ciudad estaban -literalmente- de cabeza debido a su intento de secuestro, sino que había varios cabos sueltos que atar. Dos de ellos estaban frente a él.

Se notaban desaliñados, cansados pero con la misma aura enérgica. Gustabo se había quitado ese patético sombrerito, dejando ver los inicios de sus raíces rubias que subían hasta volverse negras, sus pantalones que en algún momento fueron blancos ahora eran grisáceos producto del polvo y de la mugre. Horacio estaba en un estado más lamentable. Se había quitado la parte de arriba de su traje de Buzz Lightyear, dejando ver una camisa blanca que tenía manchas de sudor en las axilas y por debajo de sus pectorales.

Les había escuchado quejarse un par de veces por el trato de sus oficiales pero fuera de eso no habían dicho mucho. Se le hacía raro pero no sospechoso necesariamente. Aun así su paranoia no le dejo tranquilo, así que les ordenó/pidió que le contasen la verdad.

—Antes que nada, quiero decirle que usted está aquí por nuestra irresponsabilidad.

Eso prometía, sin duda.

La narrativa de Gustabo fue clara y concisa. Todo su relato fue coherente y pausado, tanto que hasta se le antojó extraño viniendo de esos dos. Sin embargo, pudo notar que decían la verdad. No los conocía hacia mucho pero si lo suficiente para haber aprendido cuando estaban mintiendo. Ambos eran demasiado evidentes, Horacio más que nadie pero ahora mismo no parecían haberlo inventando. Ningún argumento sacado de la manga, algún cuento que improvisaron para tapar sus errores.

Lo habían salvado y de forma genuina.

Cualquier otro de su calaña lo hubiera abandonado, hubiese huido aún más estando en búsqueda y captura. Ellos no. Se quedaron. Se expusieron. Y habían soportado miradas tras miradas de juicios en su ausencia.

Las memorias de su corto secuestro eran demasiado escasas, borrosas, nada relevantes. Aunque sí que podía oír sus voces como ecos a la lejanía, voces desesperadas intentando mantenerlo vivo.

Eso no quería decir que no iba a reprenderlo por sus descuidos. Un par de golpes secos como amonestaciones en sus cabezas. Pudo escuchar la risa contenida de Ivanov detrás de él, viendo divertido como los había castigado, sin embargo todos quedaron estupefactos cuando pronunció las siguientes palabras.

—Buen trabajo.

Todos se quedaron helados, viéndolo con perplejidad, como si le hubiese salido una segunda cabeza.

— ¿Acaba de decir “buen trabajo”? —preguntó Horacio, anonadado.

Él asintió.

—Buen trabajo—repitió.

Todo lo siguiente pasó demasiado rápido. De un momento a otro esos dos empezaron a moquear y sus ojos empezaron a cristalizarse como si se trataran de dos quinceañeras que habían recibido flores y una serenata.

La vista -aunque patética- le provocó cierta gracia y ternura, de una forma retorcida y turbia.

—Ven a mis brazos, coño—dijo abriendo los brazos, invitándolos a acercarse—. Ven aquí, mariconnetti, ven, coño—repitió al verlos indecisos si acercarse o no.

Gustabo fue el primero en dar un par de pasos titubeantes, como un cachorro que no sabe si van a darle una patada o una caricia. El abrazo a cada uno no duró más de tres segundos pero fue suficiente para hacer estragos en él. No se lo pensó demasiado al momento de ofrecerlo, pero es que no recordaba la última vez algo que le hubiese conmovido genuinamente.

Porque él esperaba esa clase de sacrificios por parte de su malla, de su gente, de su sangre no de dos pringados que no tenían ni el más mínimo sentido de común.

Y mientras el caos se desataba en la oficina, con Ivanov y Volkov exclamando indignados, Horacio adjudicándose una medalla de oro y Gustabo intentando apaciguar las aguas, pensó que, quizás, haber elegido a ese par no había sido una inversión mal acertada.

.

Horacio se quedó sentado en el suelo llorando como magdalena, prácticamente arrodillado a sus pies, incapaz de ponerse de pie.

Fue embarazoso sin duda alguna pero no es como si le importara en ese momento. A Conway le importó un poco más que él, pues apenas notó como su llanto cesaba le obligó a ponerse de pie y a moverse a una de las bancas que estaban disponibles en algunas secciones del cementerio. Aun así no le reprochó nada. Ni siquiera cuando le saco un pañuelo y se lo extendió para que se limpiara la nariz.

Horacio le había observado con los ojos muy abiertos, en una mueca de sorpresa y sorna.

— ¿…Que coño miras? Solo acéptalo y no te quejes, anormal.

Fue entonces que Horacio fue muy consciente de sí mismo y de quien estaba a su lado. Por primera vez parecía ser tan… real. Su voz, su tacto, todo en el superintendente le llegó de golpe como un huracán que se estrella contra el suelo.

—… Es que estos ya nadie los usa, solo los muy abuelos… aunque en ese caso, supongo que le queda-

Se quedó callado al ver la mirada filosa que estaba recibiendo. Eso solo le hizo soltar una carcajada genuina. Sabía que debía verse lamentable, como un maldito loco, riendo y llorando, pero no le importaba, se sentía… a salvo. Si, esa era la palabra correcta.

—Joder, que asco, eres un puto desastre—le dijo, irritado, mientras le arrebataba el pañuelo y se lo pasaba por toda la cara de forma poco delicada.

Eso lo sorprendió aún más. El superintendente no hacia esas cosas, el superintendente no tocaba a nadie a menos que fuera estrictamente necesario. No fue desagradable pero si extraño. Pero, de alguna forma, eso le puso los pies en la tierra. Le recordó que no todo era tan fácil, que tenía muchas preguntas y pocas respuestas.

Fue cuando se puso serio y lo observó de regreso, fijamente.

—Supe- Conway… ¿Qué fue lo que paso? ¿Por qué se fue…?

No obtuvo una respuesta por varios segundos.

—Tenía que…alejarme… Irme de esta ciudad… —soltó, mirando al frente— Encontrar respuestas a…ciertas cosas y-

No terminó su oración. Horacio se dio cuenta de que, en realidad, no era el único que parecía haber estado perdido durante todo este tiempo. Como si fuese un mal chiste todo su rostro parecía cansado más allá de sus años, lento y agotado. Por esa misma razón decidió no presionarle más.

Sin embargo, recordó a Gustavo. No estaba seguro de si el superintendente lo estaba buscando, no sabía si él sabía que estaba en la ciudad. Tampoco estaba seguro de si era prudente mencionárselo. Sabía la respuesta de Gustavo de antemano pero no se sentía capaz de mentirle al superintendente.

Y, por otro lado, no le había preguntado nada él.

“Si yo estuviese en el lugar de Gustavo, yo querría saber… de verdad saber”, pensó. Pero no era Gustavo, realmente no podía saberlo. Aún así no le parecía justo que Gustavo hubiese tomado esa decisión siendo que los involucraba a ambos, padre e hijo, y si, tal vez a él también un poco.

Se frotó las manos, estaba nervioso, pero no se echó para atrás.

—Gustavo está aquí.

Esperó la respuesta con el corazón en la mano.

—Lo sé.

Se giró a verle. El superintendente todavía no le miraba de vuelta.

—P-Pero, creí que no os habíais contactado desde-

—Obtuve la información por mis propios medios.

Al parecer, su superior también estaba recio a hablar del pasado.

—Pensé en ir a buscarlo cuando terminó su…condena. Pero no me dio el tiempo. Tenía que terminar otros asuntos antes.

— ¿Qué asuntos?

Él no respondió.

Horacio no le preguntó más de ello. Estaba aprendiendo, de estas nuevas facetas de Gustavo y de las viejas del superintendente, que no lograría nada presionando de más. Y de todas formas, tenía su preocupación puesta en otra cosa. Aunque eso no significaba que no le frustrara.

—No los entiendo… ni a usted ni a Gustavo. Ambos se han vuelto muy reservados, es… molesto a veces.

—Créeme, Horacio, no quieres saber.

—No, si quiero saberlo—contestó firmemente, poniéndose de pie—. Desde que explotó la iglesia, todo ha sido una mierda. Todos se fueron y me dejaron atrás, sin respuestas, sin explicaciones. Ni de usted, ni de Gustavo ni de los seis guardias que me interrogaron. Y… ¿ustedes realmente esperan que no pregunte nada?

Conway también se puso de pie y lo tomó de los hombros con firmeza, mirándole fijamente a los ojos. Era una mirada dura pero había cierto aire paternal que le trajeron recuerdos de antaño, sobre todo de cuando eran maderos recién ingresados a la malla.

—Horacio—dijo con voz ronca—. Lo sé.

Sintió un nudo en la garganta.

—Sé que ha sido difícil… Lo que paso-No merecías nada de lo que te pasó, aun así… Necesito pedirte algo—le vio titubear por un momento—. ¿Puedes esperar un poco más?

No supo que responder a eso. Tanto por la naturaleza de la petición como por el simple hecho de que Conway le estuviese pidiendo algo. No le gustaba. Lo ponía en predicamento porque no podía evitar sentirse egoísta, egoísta por el simple hecho de querer algo que por mero derecho moral debería tener: la verdad.

Pero, por otro lado, quien fue su superintendente en algún momento también parecía haber estado lidiando con sus propios demonios. Sin mencionar que tanto Gustavo como su padre parecían tenerla más complicado que él.

De forma renuente, asintió despacio sin quitar su ceño fruncido.

—No voy a olvidarlo —advirtió.

Le vio asentir.

—Lo único que puedo decirte, es que… estuve ocupado. Resolviendo dudas respecto a… mi-

Esperó en silencio a que continuara pero eso no sucedió. Suspiró.

“Al menos ahora intenta mencionarlos”, pensó.

—Imagino que…—empezó, con cuidado—no debió ser fácil de explicar cómo es que Gustavo estaba vivo cuando usted creyó que no.

Le vio ponerse tenso y contener el aire de golpe. Luego se giró con un aire contemplativo hasta las vistas de las tumbas y el césped verde que parecían tener un aire más amigable que el de lo habitual.

—Es más grande de lo que imaginé. Más grande que tú o yo e incluso Gustavo—antes de que respondiera, volvió a hablar— ¿Lo has visto?

La respuesta era obvia pero la expresión del superintendente le frenó cualquier comentario gracioso que pudo sacarle.

— ¿…Esta bien?

Se notaba genuinamente preocupado. No era la expresión típica de un padre de familia que estuviese buscando por el hijo prodigo. Jack Conway no era así. Supuso que había pasado por demasiadas cosas y había perdido tanto que su sensibilidad no era para nada como la de un ser humano en general. No se mostraba lloroso y desesperado, no estaba suplicándole que le llevara con su hijo perdido. Simplemente no iba con él.

Pero quien le conociera bien, sabría que en sus ojos rondaba un brillo de temor, en una expresión que estaba tensa, preparado para lo peor pero con una súplica muda para que fuese mentira.

Él no quería mentirle. Pero tampoco creía que debía contarle todo respecto a su hijo. Tanto por el hecho de que era muy íntimo y no creía que le correspondía decírselo, y porque tampoco quería ser portador de tan delicadas noticias.

—Esta…—empezó, pero no se vio capaz de decirle que estaba sano ni bien. No lo estaba—Está trabajando ahora mismo…usted ¿no  quiere verlo?

Le notó titubear.

—Miré… quizás  no se lo tome taaan bien pero… es su hijo y- Asumo que si está aquí es para verlo a él.

Suspiró y se cruzó de brazos, como si se lo estuviera pensando.

—Puede intentar… intentar convivir con él.

—No es tan fácil, Horacio—dijo con un aire pesimista.

—Nunca dije eso. Pero, honestamente, su situación parece una novela turca de bajo presupuesto…nada es fácil con ustedes.

Juraría que vio un asomo de sonrisa en la comisura de los labios del hombre.

—Venga, abuelo, intentémoslo…

—No me digas así.

.

Julia estaba profundamente dormida. Mentiría si dijera que no disfrutaba simplemente verla respirar. Su cabello claro, casi rubio estaba desarreglado y esponjado, descansando en la almohada, mientras mantenía esa misma expresión de paz y calma en su rostro. Tenía ojeras debajo de los ojos, lo entendía, las noches se habían vuelto difíciles para ella. Su pecho subía y bajaba lentamente junto con su respiración y sus manos estaban protectoramente en su vientre hinchado de casi ocho meses.

Estaba feliz, pues hacía ya varias semanas que no habían tenido un momento de paz en esa casa. Este bebé estaba siendo…difícil. Las náuseas no habían parado, el dolor de espalda y sus cambios de humor habían hecho complicado la convivencia en casa. Él no la culpaba.

Aun así, ambos lo esperaban con ansias.

Un segundo hijo no estaba planeado en lo absoluto. Él, más que nadie, había estado histérico, nervioso y un poco molesto. Formar una familia con Daniel ya era más que suficiente, no estaba dispuesto a hacerla más grande. No porque no fuese estable. Lo era, a tanto y con mucho esfuerzo, pero no sabía cuándo eso podía cambiar.

Julia solía decirle que, incluso en sus momentos más felices, siempre parecía estaba preparado para que todo saliera mal, para lo peor.

Eso no importaba. Él simplemente no quería  otro hijo pero Julia si, y esa mujer estaba dispuesta a tenerlo, incluso contra su voluntad. Esta última declaración no tuvo peso hasta que la vio a punto de irse con maleta en mano y con Mathew en el auto esperándola.

“Me importa una puta mierda si no te crees lo suficientemente capaz para tener otro hijo conmigo. Yo puedo hacerlo sola. Puedo hacerlo sin ti.”

Solo cuando vio que todo lo que había construido se le estaba yendo de las manos fue como aceptó, le abrazó y le pidió que se quedase. En ese momento sus palabras no fueron del todo sinceras, pues aún tenía la esperanza de que ella cambiara de opinión y se hiciese un aborto. Eso no paso.

Con el tiempo, todo llevo a una relativa reconciliación y la idea de otro pequeño corriendo por la casa no sonaba nada mal. Y en unos meses ya no podía no imaginarse la vida con ese nuevo miembro de la familia.

Su línea de pensamientos se cortó cuando escuchó el sonido repetitivo de un golpe amortiguado. Se levantó, cuidando de no despertar a su esposa y se asomó a la ventana que daba al jardín trasero. A través de ella vio a su hijo Mati arrojando una pelota pequeña contra la pared, de forma desganada. Entendió lo que pasaba y se apresuró a reunirse con él abajo.

 — ¿Ya conseguiste hacerle un agujero en la pared?

Mati se giró a verle y paró. Luego se encorvó y se sonrojó, como siempre hacia cada que se molestaba con algo.

Conway suspiró y fue a sentarse a su lado, sin hablar, dándole su espacio.

—Mamá dijo que no querías al nuevo bebé…

Eso sí que lo sorprendió y lo avergonzó un poco.

— ¿Te lo dijo?

Le vio encogerse un poquito más.

—Se lo dijo a la tía Michelle el otro día—luego le miro a los ojos con una expresión genuinamente preocupada—. No entiendo, ¿el bebé es malo?

Mathew era apenas seis años mayor que su próximo bebé, era obvio que todavía había conceptos que no comprendía, mucho menos de conflictos tan difíciles de explicar. Pero era lo suficientemente perceptivo para notar que algo no había estado bien en casa, le impresionaba.

—El bebé… está bien. No hay nada de malo con él, Mat, solo conmigo…

No quería ser así de sincero pero sabía que era necesario hasta cierto punto. Mathew solo le observó con el ceño fruncido, claramente confundido. Parpadeó con sus pestañas oscuras como esperando una explicación más clara.

—Es… cosa de mayores, escucha—dijo, aclarándose la voz—; los problemas de mamá y papá, son de mamá y papá. No de ti, ni del nuevo bebé, ¿vale?

Su hijo asintió, despacio. Aún se veía confundido pero parecía aceptarlo por ahora.

— ¿Hay algo más que te moleste?

Pareció pensarse por un momento si debía o no decirle algo.

—Tae me dijo que sus papás se divorciaron por culpa de su hermano. Dijo que peleaban mucho y ahora se odian por culpa de Jin.

—Menudo gilipollas—dijo sin pensarlo.

Mati se rio.

— ¡Dijiste la palabra con “g” otra vez! ¡Debes poner un dólar en el frasco de groserías! 

—Ugh—gruñó de mala gana.

Lo único que agradecía era que Julia no estuvo presente, solía reprenderlo cuando decía groserías frente a su hijo.

—Vale. Tae… no sabe lo que dice. Los problemas de adultos son los problemas de adultos, los niños no son responsables de los problemas de los adultos… Lo sabrás cuando lo sepas.

Volvió a asentir, parecía más tranquilo. Su hijo era así. Tenía un carácter más manso y prudente, era paciente, rara vez hacia rabietas. Lo adoraba por eso. Su nuevo hijo no parecía que sería igual que él, pero estaba bien, ya verían como aclimatarse.

—Mamá dice que cuando Dani nazca, ya no seré el bebé.

Eso le lanzó otra punzada de realidad. Su hijo había crecido en un pestañeo, sentía que no lo había disfrutado lo suficiente pese haberse enfocado enteramente en ellos. Abrumado por ese sentir, se inclinó y lo abrazó con fuerza, como lo hacía cuando sentía que nada de eso era real. Que era una ilusión de su mente en un escenario imaginario donde tenía todo lo que había anhelado, pero que se desvanecería en un santiamén. Aún le quedaba el consuelo de volver a repetir esas etapas con su nuevo hijo y de descubrir nuevas con Mati.

.

Se quedó quieto por un momento, sintiendo como si el tiempo se hubiese ralentizado. Los veía -a ambos- cada vez más cerca. Y aunque parecía que en su reflejo no se veía expresión alguna por dentro todo era un caos.

El eco lejano del llanto del niño junto con la oscuridad que parecía succionarlo desde sus adentros, el silencio indiferente de Deméter, la voz de Percival intentando hacer que reaccionara y algo mucho más escalofriante. Un pálpito que parecía venir de los más profundo de su ser, algo que parecía tirar de él como hilo pequeño que iba desde su corazón hasta su mejilla (*). Lo conocía bien y a él, a la identidad de “Gustavo” le aterraba. Era la misma sensación cuando Pogo salía de a poco, como si despertara de un largo y profundo sueño. (*)

+Gustavo, cálmate, te necesito-

—No puedo hacer esto—exclamó, al borde del colapso—. Tienes que ayudarme…

+Necesitas estar presente-

—Está aquí—Percival, ciertamente, no sabía si se refería a Pogo o a Conway­­—. No puedo controlarlo, Perci, necesito que encargues de esto…

+Pero-

—Por favor—suplicó—N-No puedo.

Se quedó dentro y Percival tomó el control.

(P.E.)

Por lo bajo pudo sentir a Deméter intentar calmar la situación dentro. Sus músculos se relajaron un poco y dejó salir el aire contenido por Gustavo por la nariz. Pensó en empezar a avanzar, pero antes de percatarse, Jack Conway estaba frente a él.

Su cabello se notaba más canoso, casi gris, su piel seguía igual de no ser por un par de arrugas nuevas aquí y allá. Estaba usando su típico traje negro con su camisa blanca y su corbata bien acomodada. Todo en él parecía casi igual, una copia que había envejecido bastante. Percival, consideró, que se veía demasiado cansado para solo haber pasado cinco años.

Él se quedó quieto, esperando pacientemente a que él diera el primer paso. El problema era que eso no parecía suceder pronto. Se notaba tan ensimismado como él mismo. Vio por el rabillo del ojo a Horacio a una distancia prudente, visiblemente nervioso pero a la expectativa.

— Gustavo—dijo a modo de saludo.

Percival asintió ligeramente.

—Hola—soltó con voz suave.

Horacio solo intercalaba una mirada tensa entre él y el superintendente.

— ¿Qué ha pasado? —preguntó intentando parecer casual.

No supo si lo que había dicho era correcto. Pocas veces había tomado la luz y sus interacciones se limitaban bastante dentro del sistema, no fuera de él, incluso desde la niñez de Gustavo. Sin embargo, quien alguna vez fue el superior de su anfitrión lo miró con calma, sin reaccionar apenas, parecía poco sorprendido por su notable incomodidad.

—Muchas cosas han sucedido, de hecho…—dijo con voz ronca, lentamente, como si saboreara palabra por palabra—. Te lo mencioné, en las cartas que te escribí.

Percival se rascó la barbilla, aún más incómodo que antes.

—Ya.

Se hizo otro silencio tenso. Hubiera querido hablar más, quizás tomar otra oportunidad para averiguar cosas que pudieran serle útiles a Gustavo. Sin embargo, el eco del niño llorando se estaba haciendo más intenso y lo estaba empezando a molestar, no le era nada fácil aparentar normalidad mientras por dentro tanto el niño como Gustavo parecían querer tomar el control de nuevo. Podía sentir el disgusto de Gustavo y su deseo por huir lo más pronto posible. Sin mencionar el pálpito de Pogo. Era apenas perceptible pero estaba ahí.

Era un foco rojo que no podía ignorar. Mientras eso siguiera presente, su prioridad era sacar al sistema de ahí y procesar lo que estaba pasando.

Se alejó un par de pasos titubeantes.

—Tengo que irme—declaró sin mirar a Conway a los ojos—. Nos veremos por ahí, supongo.

Le dedicó una última mirada a Horacio de “ya hablaremos luego”, se giró y se encaminó a la camioneta. No se giró a verle pese que sabía las expresiones de incredulidad que tendrían. La realidad era que él no estaba feliz con el resultado de ese encuentro.

Se encargaba de analizar al sistema, de cuidar de él y tratar de visualizar escenarios posibles que pudiese afectar a Gustavo. Un reencuentro con Conway ya lo había tomado en cuenta anteriormente, muy poco pero lo había hecho. Se suponía que se daría únicamente y solo si Gustavo recuperaba su equilibrio junto con sus alters. El hecho de que ni siquiera pudo dirigirle una sola palabra demostraba que tanto había tenido razón en su deducción.

Entró a la camioneta y se tomó su tiempo para respirar hondo y profundo. Le dolía la cabeza.

+Deméter, ¿puedes encargarte, por favor?

Saltó de sorpresa cuando volvió a ver a Conway en la ventana de la camioneta, casi como una aparición, muy cerca. Toco el vidrio suavemente con sus nudillos y el bajó la ventana.

— ¿S-Si? —preguntó, aclarándose la garganta.

—Gustavo—Percival sintió una punzada—, ¿no vas a decirle nada a tu padre?

El llanto del niño se hizo más intenso y la jaqueca incrementó. Sentía una humedad en la nariz.

—Nos vemos, señor—cortó.

Encendió el auto y salió de ahí lo más pronto posible.

.

Se quedó encerrado en la alacena el resto del día, lo cual era mucho, tomando en cuenta que el resto del día empezó desde las diez de la mañana.

Su día comenzó siendo muy tranquilo, augurando incluso cosas muy buenas. Su padre tenía resaca pero estaba calmado, casi roncando en el sofá de la sala sin prestarle atención. El bebé dormía en la cuna del otro cuarto. Su madre estaba lavando la loza por primera vez en la semana, lo había dejado frente al televisor tomando un poco de cereal seco, viendo su caricatura favorita, cuando llamaron a la puerta.

De inmediato su madre se tensó y se quedó completamente inmóvil con una expresión sombría, hasta que llamaron a la puerta con más insistencia. Fue cuando ella se acercó hasta su marido para despertarle. Él la observó irritado, pero se espabiló cuando se percató de que alguien llamaba a la puerta. En cuanto se levantó, Gustabo sintió una oleada de miedo, así que también se apartó de su camino de inmediato. Alejandro ni siquiera se inmuto, simplemente dirigió su mirada a su madre y con un gruñido oscuro le dijo:

—Escóndanse en la otra habitación.

Ella acató de inmediato y lo tomó en brazos. Cerró la puerta tras de ella, poniendo un pestillo por dentro. Pestillo que, Gustabo sabía, era para los malos días de su padre, cuando se volvía un tornado que arrasaba con todo a su paso y que les era útil para atrincherarse ahí.

Lo metió en el pequeño closet que tenían y luego tomó en brazos al bebé, entregándoselo también. Les indicó que no abrieran las puertas no importaba lo que pasara y les cerró. Él solo podía vislumbrar ligeras sombras a través de las rendijas del closet y sonidos amortiguados del otro lado de la pared. Le latía el corazón muy fuerte. Estos sucesos eran aterradores pero no eran nuevos. Su familia le había hecho pasar por esto un par de veces más en los meses anteriores. En ese momento, no entendía porque.

Pasaron solo diez minutos hasta que, finalmente, se escuchó el portazo de la puerta principal y el silencio que duró solo unos veinte segundos más. Las pisas apresuradas pero duras de su padre hicieron eco y lo escuchó estamparse contra la puerta de la habitación, exigiéndole a su madre abrirle.

Ella lo hizo, algo temerosa y confundida. Lo escuchó entrar de forma brusca, haciéndola a un lado. Supo que estaba en problemas cuando lo escuchó gritar su nombre.

— ¡¿Dónde coño está?! ¡Gustabo!

Su madre insistía en que le explicara qué había pasado. Él la ignoró.

Abrió el closet, mostrándole su rostro iracundo que lo espantó en automático.

— ¿Qué…? ¡Alejandro, que haces! —gritó su madre, en cuanto él le arrebató al bebé que empezó a berrear al ser despertado.

Se lo entregó a ella con poca delicadeza y luego lo sacó a él, arrojándolo contra el suelo. Su madre intentó interponerse, pero Alejandro la tomó del cuello con una mano, casi asfixiándola. Ella no podía defenderse, tenía al pequeño Jade en sus brazos llorando.

— ¿Tienes una puta idea de quiénes eran? ¿Eh? —le dijo, apretando—. Tú dulce niñito le contó a su maestra cuanto odiaba esta casa, cuanto te odiaba a ti—cada palabra estaba cargada con veneno, mientras Pearl abría los ojos de forma exagerada—. Y la muy zorra llamó a los putos trabajadores sociales…

Entonces el la soltó y ella trastabillo hacia atrás hasta chocar con la cuna, tosiendo ligeramente. Luego lo miró a él. Parecía genuinamente sorprendía y… algo dolida. Él, simplemente los observó con miedo y terror, a punto de romper en llanto. Pero el sentimiento de culpa que pudo haber sentido fue inmediatamente reemplazado por el pánico al pensar en lo que Alejandro le haría.

— ¿Tienes una puta idea de lo que casi nos cuestas? —murmuró dirigiéndose a él—. ¿Eh? Maldito maricon.

Procedió a darle una patada en el estómago que lo dejó sin aire, Pearl, nuevamente, lo atajó para evitar que volviera a lastimarlo.

— ¡YA BASTA! —gritó ella, haciéndole frente­— ¡Es por esto que llamaron a los de servicio sociales! ¡Ni siquiera eres capaz de tratarlo decentemente! ¡Si lo hicieras, el no saldría con moretones todos los días y nadie diría nada!

Fue entonces que él pareció a punto de golpearla, pero se contuvo. Luego dejó salir una risa que parecía casi siniestra. Se volvió a dirigir a él, que estaba en el suelo, llorando de dolor.

— ¿Tu qué opinas, Gustabo? —murmuró—. No te puedo pegar… no te puedo lastimar… maldito mariquita, porque si no van a meter nuestro culo en una celda y nos van a dejar en la puta calle—se inclinó un poco más cerca, pero su madre como escudo no lo dejó acercársele demasiado—. ¿Eso era lo que querías, maldito crio? Dejar a tu puta familia en la calle.

—Ya basta—le repitió su madre, sin quitarse de en medio.

Alejandro parecía intentar calmarse en la pequeña e uniforme habitación. Respiraba entrecortadamente. Hasta que hizo a su madre a su lado y lo levantó con fuerza pero sin violencia y sin afecto.

—Bien. Entonces voy a tener que disciplinarte de otro modo, ¿a qué sí, mi pequeño Gustabo? —dijo llevándolo a través de la casa.

Entraron a la cocina, con Pearl gritando y tratando de alcanzarlo. Notó, que ya no llevaba al pequeño Jade en brazos, aunque aún podía escuchar su llanto. Sintió como Alejandro lo acomodaba en sus brazos, lo vio sacando de una pequeña alacena en la parte baja de la cocina múltiples cosas, vasos, utensilios, hasta quedar vacío. Luego lo metió ahí y le cerró la pequeña puertita.

Se quedó a oscuras, solo, escuchando lo que pasaba por dentro pero en completa oscuridad. Empezó a sentir como si todo a su alrededor se volviese más estrecho, como si las paredes que se cernían sobre él se comprimieran más cerca. El airea parecía habérsele escapado, no quedaba ni una pizca en sus pulmones. Tenía miedo. Tenía mucho miedo.

Gritó y pataleó, llorando, suplicando que lo sacaran, gritando por la ayuda de su madre. Prometió que iba a ser un buen niño, que no iba a quejarse más, que nunca le diría a ningún profesor nada otra vez.

Escuchó a su madre llorando, intentando llegar a él pero Alejandro, hiciese lo que hiciese, no le permitió sacarlo. Se quedó llorando en la oscuridad, deseando nunca haber dicho nada.

.

+Gustavo…

Trató de ignorar esa voz. Ahora no. No quería pensar en Pogo volviendo a meterse en su piel. No quería sentirle tirar de esas cuerdas invisibles para hacer algo que no quería hacer.

+Gustavo.

Tampoco quería pensar en Conway. No quería pensar Alejandro. No quería pensar en nadie. En nadie que le arruino la vida, quienes le hicieron la existencia miserable quienesloabandonaronylotorturaronpor-

— ¿Gustavo?

La voz temerosa de Horacio del otro lado de la puerta le dio un alto a sus pensamientos. Lo hizo reaccionar lo suficiente para notar que tanto tiempo se había quedado sentado en la mesa de su cocina, viendo un punto fijo en la pared.

Se puso de pie, algo consternado aun pero lo suficientemente cuerdo para ir a abrir la puerta y dejar a Horacio pasar.

—Hola…—empezó—Quería ver como estabas.

Él no dijo nada. Se recargó contra la mesa de madera detrás de él y observó a Horacio con una mirada gélida, cruzando los brazos.

—Lo siento—dijo—. Intente marcarte pero- Es solo que no sabía que otra cosa hacer-

—Ya, es obvio que no lo sabías.

Horacio se sobresaltó un poco al oírlo. Era, quizás, la primera vez que le oía hablarme de ese modo tan acusatorio desde que se habían reencontrado.

— Lo encontré… ¿Qué otra cosa esperabas que hiciera?

—Joder, no lo sé, Horacio, pero llevarlo directamente a mí no pudo parecerte tan buena idea.

— ¿Por qué no? Es tu padre, no se han visto en años y-

—El superintendente no es mi padre—le cortó—, ¿vale? Si acaso es el hombre al que le jodí parte de la vida con la mierda que hice.

Se encaminó hasta la salita donde sabía que Horacio guardaba sus cigarros.

— ¿Es eso? ¿Te sientes culpable? —le dijo siguiéndole.

Él no contestó, se limitó a llevarse un cigarro a la boca y a encenderlo mientras se sentaba en el sofá. Percy lo reprendió por dentro pero no le importó, por primera vez trató de ignorarle. Después de una larga calada se atrevió a mirarlo.

—Lo que siento por él…es más complicado que solo culpa, Horacio.

Horacio se quedó mirándolo, visiblemente preocupado pero sin pronunciar una palabra. El silencio no duró mucho.

—De todos modos—dijo, fastidiado—, ¿Qué coño hace él aquí?

—No dijo mucho respecto a eso… Solo que estuvo fuera un tiempo y que ahora regresaba buscándote… entre otras cosas.

Se dio la libertad de soltar un bufido de burla. De él no podía esperar menos.

—Parece sincero… de querer volver a verte.

Eso lo sabía, después de todo había recibido cartas suyas constantes pero no lo hacía sentir mejor. Se sobó las sienes mientras se desparramaba en el sofá, agotado. Luego, como si un rayo de conciencia le hubiese atravesado, recordó.

—Él sabía que yo estaba aquí—dijo, no como una pregunta.

Horacio frunció el ceño, confundido.

— Si, así es.

Se puso de pie de golpe.

­—Hijo de puta—murmuró— Maldito, hijo-de-la-gran-puta. Lo voy a matar-Lo voy a matar.

— ¿Qué? ¿De qué hablas?

Él no contestó, se encaminó a paso furioso hasta el celular que había dejado botado en la mesa de la cocina. Horacio solo vio su espalda, un poco espantado por su actitud. Le escucho marcar un número y llevarse el celular a la oreja.

Sin embargo, el sonido de llamada se prolongó lo suficiente hasta pasarlo directo al buzón de voz.

— Miguel Ángel—dijo entre dientes—. Más te vale que contestes el jodido teléfono. ¿Puedes explicarme dónde demonios estas? Si no me marcas en las próximas horas juro que te encuentro y te arranco los putos brazos, ¿oíste bien?

Luego colgó, conteniéndose apenas de arrojar el teléfono al otro lado de la habitación.

Horacio durante un momento no dijo nada.

—Si hablas con él…—empezó suavemente—quizás puedas obtener las respuestas que quieres…

Estuvo a punto de explotar, a punto de mandar a Horacio a la mierda porque su actitud de reconciliador lo estaba fastidiando bastante. Sobre todo porque parecía empeñado en empatizar con Conway pero no en lo que estaba pasando por su cabeza y su cuerpo, literalmente hablando. Y por esa misma razón se sentía fuera de lugar.

Sin embargo, recordó que había un tercero implicado que estaba a su alcance y eso detuvo cualquier vomito verbal que pudo haberle arrojado a su amigo.

—… No—dijo—No es verdad…

Tomo su chaqueta y se la puso apresuradamente.

—Me tengo que ir.

— ¿Qué? ¿A dónde? ¡Gustavo…!

Antes de poder detenerlo, ya estaba en su camioneta, poniendo rumbo hasta el otro extremo del estado.

.

Se sentó en el suelo, mirando fijamente a la tierra roja sobre la que estaba. El calor era insoportable en las horas de entrenamiento, pero no tanto como el ruido que hacía el nuevo equipo al que había sido asignado. La mayoría era una panda de idiotas que se jactaban de pertenecer a la élite, que lo miraban con admiración/miedo cuando sabían quién era él o como basura cuando notaban que no iba a seguirles el rollo.

Así que se apartó y se sentó, viendo a sus pies encogidos en la tierra, mientras su mente continuaba en letargo por el tratamiento experimental al que lo estaban sometiendo. Eso solo lo hacía un paria aún más remarcable pues no le seguía el ritmo a sus compañeros.

No notó la sangre saliendo de su nariz hasta que la vio caer frente a él. Se llevó una mano a la misma, al mismo tiempo que otra figura se paraba a su lado, ofreciéndole un trapo con el que limpiarse.

Él apenas y reaccionó, tomándolo y limpiándose. Asintió en modo de agradecimiento pero no dijo nada.

—Normalmente los reclutas de Haspel son más energéticos—le comentó, mirando al grupo detrás de él.

Fue cuando notó que era la voz de una mujer. No era muy alta, era rubia y rolliza, pero no pudo percibir nada más, estaba demasiado drogado como para notar otra cosa. Aun así trató de hilar dos pensamientos coherentes para responder.

— Nunca he sido el primero de la clase—confesó, entregándole el trapo manchado de forma descuidada.

Ella lo rechazó sutilmente.

—Tus antecedentes dicen otra cosa—comentó despacio, como si hubiera notado su estado—. Al igual que tu labor dentro del CNP o del CNI.

Se inclinó a su altura para verle a la cara directamente.

— De basurero, madero novato a inspector jefe en poco más de un año. Es impresionante para cualquiera.

—Tuve contactos—dijo sin pensar. — Mi padre me metió y luego- lo traicioné y lleve a más de cincuenta miembros oficiales a la muerte…

No sabía porque lo había dicho, tampoco sabía porque estaba hablando de ello de forma tan fluida. No le importaba. No sentía nada.

—Sí, eso es verdad—dijo ella, imperturbable— ¿Cómo te sientes? ¿Con el medicamento?

Él sonrió como un tonto mientras miraba al cielo, viendo las nubes pasar.

—Gustavo—llamó ella nuevamente.

Entonces él se concentró en su pregunta nuevamente.

—Así no… lastimo a nadie.

No dejó de sonreír en ningún momento.

—Yo puedo ayudarte—continuó ella sin apartar la mirada—. ¿Quieres la ayuda?

Se puso de pie y le extendió la mano. El la observó, dudoso y desconfiado, viéndola a ella y a su mano intercaladamente. Parecía buscar sinceridad en ella, pero no podía enfocarse bien, su mente estaba lenta. Sin embargo, volteó a ver al grupo de compañeros retrasados que tenía y luego la vio a ella. Pensó, que no importaba ya a este punto lo que cualquier quisiera hacerle. Le daba igual.

Le dio la mano y ella le ayudo a pararse. También la ayudo a caminar de forma lenta y desigual hasta el auto oficial que lo llevaría hasta el edificio central donde ella le daría sus primeras sesiones de tratamiento.

.

Sabía que Horacio seguramente estaba intentando comunicarse con él o incluso también Miguel para salvar su cabeza, pero por ahora ellos habían pasado a segundo plano. Necesitaba respuestas, necesitaba estabilidad porque sentía que todo se estaba derrumbando, otra vez.

Todo lo que había pasado le había movido el mundo nuevamente. No sabía que hacer ni a quién recurrir. Si bien, su nuevo psiquiatra y su nuevo psicólogo parecían confiables no quería contarles toda la verdad. Todavía no podía quitarse la paranoia de “el-gobierno-te-vigila” que se había sembrado en él.

A la luz de ello, solo podía confiar en una persona en concreto, anteponiendo incluso su propia seguridad y rutina. Además, quizás y solo quizás podría obtener algo más que un tratamiento extra.

+ Estaba pensando…

—Ajá…

+ La última llamada de Miguel Ángel… nos dijo algo importante, ¿sabes?

Él inspiró con fuerza cuando entendió de lo que se trataba. La sola idea lo hizo sentir enfermo, su taquicardia aumentó. Estaba en un pequeño parque rural. El pasto verde pero descuidado, los juegos que contenían apenas un par de niños dentro de ellos y padres viendo desde las bancas a su alrededor, corredores que pasaban esporádicamente por aquí y por allá. No estaba concurrido pero había las suficientes personas como para pasar un poco desapercibido.

No había comido nada más que fruta enlatada en los últimos dos días, producto de los nervios y la ansiedad. Intentó respirar hondo mientras se inclinaba. No estaba seguro de porque se sentía así. Quería retribuirle todo a los cambios abruptos que habían acontecido recién.

Fue entonces que notó la figura suave y bajita de su ex psiquiatra y psicóloga, que se dirigía a él a paso lento pero firme. Cuando se paró a su lado lo examinó de arriba abajo.

— Te ves terrible.

Él no podía estar más de acuerdo.

Más de una hora más tarde se sentaron en una mesa del parque, apartados un poco de la gente. No tuvo reservas en contarle todo, de forma muy acelerada y resumida pero que dejaban entrever su estado emocional. Ella no lo interrumpió. Ni siquiera cuando le comento de sus alters que habían “regresado”. Aunque asumió que ella ya sabía de su existencia, tomando en cuenta que sus libretas y diarios estaban bajo custodia de la CIA.

Cuanto terminó de hablar, sintió unas enormes ganas de llorar, pero se tragó sus lágrimas en pos de escuchar lo que realmente vino a escuchar.

— Quieres respuestas, pero no las quieres…

—Quiero las respuestas—antepuso— pero no sé si eso sea… no sé si pueda soportarlo.

Ella lo analizó con cuidado.

—Lo odio—sinceró—. Odio todo lo que tenga que ver con la cagada que cometí al querer entrar al CNP. Y si empiezo a desenterrar todo esto….-

—Gustavo—comenzó ella.

—No, no—cortó—. Yo... no sé si quiero saber lo que pasó, incluso desde antes.  ¿Por qué mi familia murió? ¿Cómo es que Conway no se dio cuenta que tenía un hijo vivo? Es más, ¿Por qué están muertos en primer lugar? No fue un accidente trágico hasta donde sé, ni tampoco un evento desafortunado… fue-… algo pasó… Algo pasó y estoy yo aquí con toda esta mierda sobre mí.

El niño dentro de él quería salir, pero se negó a ceder el paso.

—Y ahora… estoy jodido… para siempre. Nunca seré solo yo otra vez, nunca podré vivir sin tener otra parte de mí hablándome hasta cuando cago-

Sabía que estaba siendo cruel e incluso injusto con Percival y sus demás alters, pero le daba un poco igual. En esos momentos sentía mucho peso sobre sí. Demasiado como para preocuparse por los sentimientos de los demás.

—Solo…no sé qué hacer… Dígame que hacer.

Ella inspiró con fuerza, antes de inclinarse sobre él.

—Gustavo… si pudieras hacerlo, ¿elegirías eliminar a tus alters para siempre?

Esa pregunta le tomó desprevenido. No dijo nada, porque por un momento se conflictuo en el deseo de ser normal y el de lastimar a sus “identidades” que solo querían ayudarle.

—No lo sé…

—En lo que a mí respecta—dijo ella suavemente—. Eliminar a tus alters jamás haría posible que olvidaras tu trauma. No tengo una respuesta para decirte el por qué. No sé porque te ha pasado lo que te ha pasado y no hay una razón lógica para entender por qué de entre todas las personas de este planeta fuiste tú. Muchas veces, lo único que nos queda es… avanzar, solos.

Él sintió que su corazón se apretaba.

—Pero tú no estás solo. Literalmente, jamás estarás solo. Los alters son… partes de ti que buscan protegerse. Y estarán ahí para sobrellevarte, cada uno a su manera, ¿es eso tan desesperanzador?

Suspiró con fuerza y bajó la mirada.

—Lo siento, yo-

—No tienes que disculparte de nada, Gustavo.

—Siento que he retrocedido tres pasos hoy…

—La sanación no es un proceso lineal, lo sabes. Habrá días muy malos y otros en los que parecerá que el mundo no puede contra ti.

El soltó una risa triste.

—Aún no he sentido eso…

—Lo harás algún día.

Asintió, no muy convencido.

—No puedo decirte que hacer—continuó ella al final—. Esa decisión es tuya, pero quizás y solo quizás las respuestas disipen las dudas. Y cuando la duda se va puede haber paz. Aunque si no crees que encontrarás algo así, entonces también es válido que te niegues a integrar a tu vida a alguien con quien no te sientes cómodo. Nadie puede negarte eso.

No respondió nada. Se quedó callado, intentando reacomodar sus ideas y pensamientos. No supo cuánto tiempo estuvieron en silencio, pero era algo que le gustaba ser la señorita Page, ella no le presionaba. En un principio, creyó que era porque era una excelente profesional, sin duda lo era, pero ahora se ponía a dudar viendo todo lo que estaba haciendo por él.

—Doctora Page—llamó de repente—, ¿Por qué me está ayudando? ¿Qué gana usted de soportar a un desequilibrado como yo?

Quizás estaba siendo demasiado egoísta, pero también tenía derecho a ser desconfiado, tomando en cuenta todo lo que había pasado. No podía evitar ser precavido ahora. Ella tardó un par de minutos en responder.

—Quizás solo me agradas—contestó—. Quizás creo que eres un caso clínicamente fascinante, quizás me siento atraída como doctora a un paciente tan impresionante. O quizás simplemente creo que mereces vivir una vida plena.

Esa respuesta le fastidió un poco.

—No me gustan los acertijos—murmuró.

—Al final de día, no te perjudica mi interés en ti, todo lo contrario…. Aunque quizás mi respuesta más franca te la de después…

—Estoy hasta la polla de los secretos.

Ella sonrió con sorna.

— ¿De verdad?

Él se echó a reír, mitad divertido, mitad molesto consigo mismo al verse envuelto en su ironía. Luego se puso un poco más serio recordando la razón principal por la había decidido llamarla.

— ¿Sabe algo de Conway? Digo- usted sabía algo-

—No—dijo—. No más que tú. Si en algún momento intento comunicarse conmigo, fue interceptado de inmediato por sus… bueno, sabes su reputación dentro de la CIA.

Él vio al techo.

—Tengo sospechas de que hizo algo… pero no sé si es así… ¿Usted no sabrá…?

Ella negó con su cabeza. Si bien, siempre parecía ser una mujer categóricamente profesional, por alguna razón la encontraba sincera en lo que le decía.

—Por lo que sé, él también ha sufrido los mismos estragos que tú. Incluso peor. Un día creyó que toda su familia estaba muerta y al día siguiente uno de ellos estaba vivo, sin saber cómo o porque.

Suspiró con pesadez.

— ¿Me permitirías entrar en contacto con alguno de ellos?

Sonrió sin mirarla.

— ¿Tan pronto va a tomarme como un conejo de indias? —dijo, queriendo parecer resentido, pero no lo estaba en realidad—. Veré si… quieren salir. El niño no, él está… fuera de mi control.

Ella asintió. Se dejó llevar.

.

No podría verlo seguido por obvias razones, pero ella le prometió trabajar en su caso en el tiempo ausente, y se volverían a ver en unos tres meses. Otro teléfono inactivo le fue dado. También le animó a abrirse con su psiquiatra asignado, si bien no era confiable sin duda estaba capacitado. Él aún no estaba seguro, pero prometió pensárselo.

Hubiese sido de ayuda llevarle sus diarios más recientes con los que había estado interactuado con sus alters, pero ahora ya no iba a ser posible mostrárselos hasta la siguiente visita.

Su consulta express había sido poco fructífera en términos de conocimiento, pero vaya que había servido para desahogarse. La perspectiva que tenía de todo ahora era diferente.

Llego a casa hecho polvo, recostándose con cansancio en su mullida cama, agradeciendo la poca paz que había conseguido. Pensó en llamar a Horacio y ver si estaba bien. Ahora se sentía culpable por haberse ido de ese modo y haberle hecho pasar ese mal rato. Esperaba que lo escuchara de nuevo y que no le guardara rencor.

+Quizás él también te esté buscando…

Gruño. Se giró y observó el pequeño cofre arrinconado en una esquina de la habitación. Las cartas de Conway continuaban sin ser abiertas. La calma que su plática con la doctora Page le había brindado le obligó a mirar las cosas con verdadera perspectiva.

Por un momento, se sintió estúpido odiando a un hombre que estaba en una situación igual o peor que la suya, porque él tampoco había tenido control de todas las desgracias por las que había pasado.

No supo si fue la culpa, el remordimiento o la compasión, pero se puso de pie, encendió la luz y abrió el cofre. Todas las cartas seguían intactas, pulcras, como si no estuviesen vivas pues nunca las había abierto en su vida.

Pensó en empezar con la primera que había recibido pero por razones desconocidas tomó una al azar. Ahora le picaba la curiosidad que le había escrito todos estos años. Si habían sido cartas coherentes o simplemente intentos desesperados por entablar contacto con él, no le sorprendería si hubiesen cartas en blanco.

En cuanto abrió la primera, entendió que no era así.

“Gustavo, Daniel, alumno, subinspector, inspector, hijo:

                   No importa quien seas ahora o a quien le esté escribiendo en este momento, solo quiero que leas lo que he estado pensando hoy, en vista de que no has respondido mi carta -de nuevo- o quizás sí, pero de ser así, no he recibido nada. Quiero creer que es por “ellos”, por los que te alejaron de mí y los que ahora nos tienen separados.

O quizás ya estábamos más separados desde mucho tiempo antes. No voy a engañarte, ni tampoco a mí. Estamos a más que una celda de distancia. No sabes cuánto me arrepiento de ello, aunque eso te lo he dicho ya….

Me estoy desviando otra vez, lo siento…

Me conoces lo suficiente para saber que esto no es lo mío… tu madre también lo sabía…

Había una oración que estaba rayada a la mitad de la hoja y que hacía imposible leerla.

(Ignora eso, por favor.)

Solo quería saber cómo estás y decirte… echo de menos tus dos vidas.

La vida que yo te di. En la que te sostuve en mis brazos por primera vez cuando tu madre te trajo al mundo. La vida donde ella, tu hermano y yo te esperábamos con mucha ilusión. La vida que nos arrebataron a todos…

Y la vida donde te conocí por segunda vez. La vida donde vi entrar a un gilipollas que solo fingía ser un idiota… pero que era un hijo de puto muy listo. La vida donde yo te entrené para que pudieras sobrevivir, donde cuide de ti y de Horacio de modos diferentes…

No pude salvarte de ninguna de ellas… Y no existe mayor arrepentimiento que ese…

No el haber abandonado a mis compañeros en las trincheras, no el haber perdido a tantos hombres bajo mi poder, no el haber manchado mi código moral, ni tampoco el haberle dado la espalda a una nación de mierda que nos ha escupido en la cara.

No, no te equivoques. Tú no eres el arrepentimiento.

Mi dolor está en haberte dejado ir, el no haber podido protegerte, ni siquiera cuando te tuve en mi nariz, al alcance de mi mano.

No te pido que me perdones. No lo merezco. Ni tu perdón, ni el de tu hermano ni el de tu madre.

Solo, te recuerdo que, estaré aquí en el tiempo que me quede de vida cuando necesites mi ayuda. No te daré la espalda, ni te abandonaré otra vez. Y si quieres odiarme, está bien. Prefiero vivir con tu odio.

El odio te hace fuerte, hijo. El odio te mantiene con vida. Yo me he odiado desde el día en que lo perdí todo y eso me hizo avanzar. Y cuando avancé pude verte otra vez, incluso si no lo supiera.

Nos leeremos en la siguiente carta, espero. Mantente a salvo.

Tu padre, J.

Suspiró con fuerza.

Todo esto ya lo sabía, pero leerlo era muy diferente. Dejó a un lado esa carta y se dispuso a abrir otra. Era más de lo mismo, pero escrito diferente. Tal como esperaba, algunas apenas y tenían sentido, parecían incluso un diario personal suyo, uno donde Conway le estuviera hablando de la cosa más trivial, quejándose del clima en Londres, hablando de como odiaba los nuevos comerciales de la tv y más cosas así. Aunque siempre tenían un tono deprimente y Gustavo pudo sentir el dolor en sus palabras.

Le conmovieron, no lo negaba. Aún seguía manteniendo esos sentimientos conflictivos pero pudo empatizar de verdad con lo que era Jack Conway. Un hombre igual de roto que él. Con arrepentimientos imposibles de contar, con una carga enorme en su espalda y una mente quebrada hasta el punto de lo irretornable.

La diferencia radicaba, quizás, en que él al menos estaba buscando enmendar sus errores.

Si yo tuviera la oportunidad, también buscaría redención, desesperadamente…

Sintió a Percival darle una sensación de consuelo, como si quisiera abrazarlo de forma física.

—Lo sé… soy un idiota…

Escuchó como la puerta de su casa se abría y luego escuchó a Horacio correr hasta el cuarto donde estaba, con una expresión de completa preocupación.

— ¡Gustavo! — Le gritó, acercándosele y tomándole de los hombros—. ¿¡Donde coño has estado?! ¿¡Porque no llamaste al menos una vez?!

La culpa volvió a invadirle en el momento en que escuchó los reclamos desesperados de Horacio. Entendió que otra vez se había pasado con él.

—Yo no-

— ¿¡Tienes idea de que te he estado buscando por todas partes?! —gritó sin darle tiempo a hablar— ¿¡Porque te fuiste?! ¿¡Porque me dejaste otra vez?!

Para cuando había terminado de hablar, respiraba con fuerza, en cualquier momento se echaría a llorar y le apretaba con fuerza en sus hombros. No se quejó. Luego se desplomo sobre él, llorando bajito.

Le abrazó con cuidado su espalda, pese al esfuerzo que estaba haciendo para soportar todo su peso encima.

—Lo siento…—fue todo lo que pudo decir, dejando que se desahogara.

Su llanto no ceso hasta unos minutos después.

Luego se enderezó y se secó las lágrimas con su camisa.

—No vuelvas a hacer eso otra vez—dijo, resentido.

—De verdad lo lamento, Horacio. No… no tengo excusa, más que la de ser un gilipollas egoísta.

Horacio bajo la mirada.

— Pensé que te habías ido porque yo tuve que ser un… idiota que te obligó a-

Gustavo asintió despacio, comprendiendo. Aun no aprobaba lo que había hecho su amigo pero él tampoco se había comportado a la altura al haberlo dejado así.

—Prometo—empezó, con cuidado— no volver a hacerte pasar por algo así… si tú prometes no tomar esa clase de decisiones por mí…

Horacio lo vio a los ojos, como buscando sinceridad en ellos, luego asintió, conforme.

—Oye, quiero ponerme al día contigo y todo, sé que te lo debo pero… ¿puedes decirme donde está- Conway?

.

No tardó mucho en llegar a la sede de basureros. Ya estaba anocheciendo pero todavía había mucha gente en la calle. Eran los Santos después de todo, en eso no había cambiado nada.

Se estacionó en la calle contraria, viendo a algunos basureros salir de su jornada de trabajo, hasta que lo vio. Casi no lo reconoce, sin duda verlo sin su habitual traje le cambiaba mucho el aire. Aunque estaba seguro de que aún tenía esa personalidad imponente que lo caracterizaba. Estaba recogiendo basura, con el chaleco anaranjado fosforescente y unos pantalones de mezclilla casuales.

Le tomó algunos minutos armarse de valor para decidirse, sobre todo cuando se quedó completamente solo.

Se bajó del auto y se acercó a paso lento pero firme. Solo cuando estaba a solo unos metros fue cuando Conway se giró a verle. Su sorpresa fue notable, aunque trató de disimularlo de inmediato.

— Gustavo—dijo como saludo.

Él asintió suavemente en respuesta, luego señalo con un gesto casual las bolsas de basura que sostenía en ambas manos.

— ¿Ahora eres basurero?

—Sí, bueno… es lo que hay.

—Hm.

No pudo añadir nada más pues el contenido de las bolsas cayó en el suelo de golpe luego de un sonido rasgado. Los zapatos de Conway quedaron inundados de restos de comida. El olor que desprendía no era nada agradable.

—Me cago en la-

Él no dijo nada, tuvo el impulso de reírse, pero se contuvo pues no le parecía el momento. Simplemente se acercó hasta su equipo y tomó varias bolsas negras.

—La basura de este tipo se va con doble bolsa… sino se derrama—dijo inclinándose para empezar a juntarlo.

Jack observó su gesto atentamente. Si sintió algo con eso, no lo demostró.

—Sí, ya me di cuenta—murmuró luego de unos segundos, procedió a inclinarse junto con él y comenzar a juntar los restos.

La conversación se hizo menos incomoda, sobre todo luego de que Gustavo le invitara a cenar. Le dio también las botas que usaba de trabajo. Normalmente estaban llenas de fango o lodo, pero Percival se encargaba de mantenerlas limpias, así que Conway se las calzó sin chistar y abandonó los viejos zapatos que olían a mierda.

Pasaron a un bar donde había poca gente, trabajadores que de igual manera iban a tomar algo después de la jornada laboral. Gustavo le invitó una cerveza y también un par de hamburguesas que Conway engullo a regañadientes. No eran fan de la comida rápida, pero tenía hambre y apreciaba el gesto, así que se la comió de a dos bocados.

 —Entonces, ¿ya no es policía?

—Algo así… He estado… sin hacer nada un tiempo.

Lo observó atentamente. Su voz se oía cansada, ralentizada. No sabía si su voz se oía igual de baja y vulnerable la última vez que se vieron. Carecía de toda la fuerza y poderío que le caracterizaba. Nada de voz portentosa que ponía a temblar tanto a criminales como subordinados. No sabía si era solo con él, pero parecía que su voz también había envejecido.

—Ya. Supongo que cada quien tuvo sus noches en vela—dijo al final, dándole un largo trago a su cerveza—. Pero… ¿basurero?

—Ya, bueno. No tengo intenciones de volver al lado de la ley.

—No me joda, usted nunca estuvo del lado de la ley precisamente, siempre se la sudó.

Le impresionó lo sincero que sonaba. Sin ningún tono de reproche, pero honesto. Conway dejó entrever un brillo travieso en su mirada.

—Por mucho que te cueste creerlo, Gustabín, hasta yo tenía a quien rendirle cuentas me gustase o no.

Su tono sincero fue suficiente para pasar por alto la reacción amarga de su progenitor. Y lo entendió: no es que Conway pudiese hacer lo que quisiera, hacia lo que podía pero no lo que quería. Él mismo les había comentado -a Horacio y Gustabo- que no había elegido esa vida, expresando, quizás, el odio y el asco por lo que hacía. Por desgracia, lo había vivido en carne propia.

—Lo entiendo—dijo—. Y más de lo que cree.

No recibió respuesta a ello.

—Y… ¿piensa quedarse? —preguntó—. ¿Cuál es su plan? ¿Va a volver a la policía? ¿Poner en regla a la ciudad?

Conway le dio un trago largo a su cerveza antes de hablar.

—Estuve años rogándoles… suplicando dejar la policía…Y pasó… me dejaron ir.

—No piensa volver—afirmó—. ¿Entonces qué hará?

—No lo sé—admitió con aire confundido, y esta vez fue su turno de examinarlo—. ¿Qué hay de ti, mariconnetti? Estás retirado del ejército, ¿vas a unirte a alguna unidad aquí en los Santos?

Le observó un par de segundos con sus ojos azules y examinadores, mientras sonreía casi con ironía.

—No, no lo haré—dijo, finalmente—. No estoy… al cien para ello—dijo señalándose la cabeza vagamente.

Conway entendió y no dijo nada más. Pagó la cuenta y salieron del local, disfrutando de la noche fresca que estaba asentada ya. Jack se encendió un cigarro y le ofreció uno, pero se negó a regañadientes, a Percival no le iba a gustar si fumaba de nuevo, aunque había logrado deshacerse de esa costumbre todavía lo extrañaba.

Se quedaron en silencio un rato, viendo el cielo oscuro con apenas un par de estrellas asomándose, el sonido de algunos autos pasar por la autopista de forma intermitente, el bullicio del bar amortiguado, ambos perdidos en sus pensamientos. Ambos buscaban la forma de continuar la conversación sin deshacer la poca confianza que habían podido establecer a pura penas.

Jack supuso, que lo mejor sería ser sincero. Se lo debía y solo esperaba que no lo rechazara otra vez.

— ¿Vas a quedarte tú también, entonces? —preguntó luego de darle una calada a su cigarro, mirándole.

Gustavo no se volteó a verle. Sabía lo que está implícito en esa pregunta y no estaba seguro de como contestarla, tanto por él como por Conway.

—Por ahora—dijo, decidiendo ser un poco ambiguo.

Conway lo observó, como examinándolo. Tiro su cigarrillo luego de una larga calada y lo aplastó con la punta del pie.

—Por una vez en mi vida… me voy a poner sentimental contigo, Gustabín—dijo, girándose a mirarlo.

Gustavo tuvo el impulso de sonreír genuinamente, tanto por el mote como por sus palabras pero decidió mantenerse serio porque presentía que le iba a decir algo importante.

—El único motivo por el que he venido aquí… a esta—dijo haciendo un ademan a su alrededor— puta ciudad es… para pasar algo de tiempo contigo. Pero no lo haré si no quieres que me quede.

Ahí estaba el meollo del asunto. Si bien Jack quería quedarse con Gustavo, se negaba a hacerlo si no le hacía bien. La reacción que había tenido en su primer reencuentro no había sido muy buena. Se había preparado para gritos, golpes, insultos, amonestaciones y reclamos, pero no para su silencio y su indiferencia. Eso le caló hondo y, entendió, que no podía obligarle a verse aun si así lo deseara o si deseaba enmendar las cosas. No le agradaba la idea de dejarlo pero tampoco quería presionarle, aunque eso no significaba que se iba a desatender de él.

Por desgracia, ni si quiera el mismo Gustavo sabía si quería mantener contacto con él. La casi disociación de Pogo le indicó que no era buena idea y una parte de él tampoco estaba listo para un paso tan grande. Pero otra pequeña e ínfima parte de él gritaba por que aceptara y no sabía cómo lidiar con ella.

Abrumado con sus propios pensamientos se giró y miro al cielo de nuevo. Entonces pensó que sería justo que si Conway se quedara debían poner las cartas en la mesa, al menos de lo más urgente y lo más urgente para él era mantenerlo a salvo. Era gracioso como, aunque una parte de él -literalmente-, lo odiaba no podía dejar de pensar en su bienestar.

—El día que nos encontramos…—empezó, lamiéndose los labios, intentando encontrar las palabras adecuadas—. No era yo.

No se volteó a ver su reacción ni tampoco lo dejó continuar.

—Mi loquero lo llama: “rapid-switching” —explicó pacientemente—. Básicamente… entré en crisis y… tuve que dejar a cargo a alguien más. Otra parte de mí que no estuviera colapsando.

Hubo un silencio tenso. Quería decir más que pero también necesitaba que Conway digiriera lo que le estaba diciendo.

— ¿Pogo?

Si no se hubiese tratado de Jack Conway, Gustavo hubiera jurado que escuchó cierto tinte de temor en su tono de voz.

—No—contestó, aun sin mirarlo—. Se llama Percival… y… es un cabron que lo peor que podría obligarme a hacer es lavarme los dientes antes de irme a dormir.

Suspiró con fuerza antes de volver a mirarle. Incluso si el ambiente parecía haberse manchado Conway no mostraba ninguna emoción, nada de lo que sacar conclusiones.

Gustavo se miró a sí mismo.

—Esto es lo que hay—dijo—. Y no va a irse… estoy—se hizo un gesto en la cabeza mientras sonreía con pesimismo—pirado de la cabeza… para siempre. Estoy trabajando duro para que las cosas no se vayan con madre como la última vez, pero- bueno…—

Se quedó callado, incapaz de decir más pues el silencio de su compañero lo ha puesto nervioso. No esperaba más pero esta vez quería hacer las cosas bien, con todos. Le dio la oportunidad a Horacio de elegir y también quería hacerlo con “su padre”. No sabía si hacía lo correcto. Ni siquiera sabía si quería su compañía, pero por una vez quería mostrar algo de cabeza, oír a su razonamiento e ir por el camino correcto.

Le escuchó suspirar y luego reír de forma seca.

— ¿Enserio me vas a venir tu a explicar lo que es estar fatal de la cabeza? Ahora resulta que los patos le tiran a las escopetas. (*)

Gustavo se puso serio.

— ¿Qué pasa si Pogo vuelve? ¿Se va a reír también?

Conway ni siquiera parpadeó.

—Por como yo lo veo… cualquier cosa podría pasar si me voy o me quedo—dijo, acercándosele paso a paso—. Si soy un detonante solo hay un modo de averiguarlo… pero hasta donde me he enterado, yo fui el único capaz de hacer que retomaras la conciencia de nuevo.

Se quedó apenas a un palmo de distancia, demasiado cerca, pero Gustavo no dijo nada acerca de ello, solo lo miro a los ojos, el negro y el azul viéndose fijamente.

—Yo y solo yo lo hice retroceder… Y la única diferencia entre antes y ahora, es que ahora sabemos que tornillos están zafados. Si quieres que los apretemos juntos, esa ya es tu decisión.

Hubo otro silencio tenso.

Gustavo se preguntó que tanto había calado a ese hombre para que hablase de algo tan íntimo con tanta sinceridad. Y por un lado se sintió mal por cargarle culpas que quizás no le correspondían. Por otro, aun sentía que le debía algo, que no era justo que él quisiese venir a salvarlo cuando ni siquiera había podido salvarse a sí mismo. Otra, deseaba su afecto. Siempre lo deseo. El amor de un padre, ser razón primordial de una madre, acogerse en el calor de una familia que no fuese solo Horacio, no porque no fuese suficiente pero creía que todo ser humano quería algo así en algún punto de su vida. Y otra parte de él, le decía que tan hipócrita estaba siendo, cuando él también había hecho cosas atroces a lo largo de su corta vida.

No sabía bien que pensar. Desvió la mirada hacia la calle.

—No lo sé—admitió en voz alta. Conway pareció entender, pero cuando estaba a punto de hacer un movimiento para apartarse, volvió a hablar—. Horacio es un masoca, ¿sabe?

Conway le regaló una expresión confundida.

—Vine hasta aquí para darle un cierre a lo nuestro, pero el cabezota se quedó. Aunque le arruiné la vida… está aquí. Y está cuidando de mí, con su maldito complejo de héroe que tiene.

Conteniendo un suspiro, se apartó y se encaminó a su camioneta.

—Haga lo que quiera—declaró sin voltear a verlo—. Ya estoy hasta los cojones de tomar decisiones por los demás.

Pese a que sus palabras fueron bruscas, su tono no lo fue y sus intenciones mucho menos. Jack no dijo nada, pero sintió como si un peso se hubiese levantado de su pecho. Una calidez que se acercaba mucho al alivio y quizás un poquito a la alegría. Había pasado todos esos años en constante tensión y dolor, tanto físico como mental. Le dolía el alma de solo recordarle y aunque no quisiese admitirlo, deseaba volver a verle, retomar contacto y retroceder el tiempo. Pocas cosas de las que deseaba eran posibles.

Se preguntó, por un momento, que había hecho bien en la vida para tener una -quizás- última oportunidad con la única sangre-sangre que le quedaba, que le importaba. Algo intangible que no podía explicar, eterno y único, suyo, solo suyo.

Sus pensamientos debían ser aterradores, pero para él eran una revelación de cuan vivo estaba.

El sonido de un claxon le frenó sus pensamientos, Gustavo lo esperaba ya en la carretera. Se apresuró a subirse.

— ¿Tiene donde quedarse aún?

Él asintió y le dio una de las casas que rentaba, pequeña y casual. La clase de casa de seguridad que solía usar cuando era superintendente y parte del CNI.

Se quedaron en silencio el resto del viaje pero no se sentía tan extraño ni molesto. Era lo más cercano a lo cómodo que había estado desde que se volvieron a ver.

—Nos veremos por ahí, supongo—le dijo Gustavo una vez que se estacionó frente a su puerta.

—Supones bien—dijo abriendo la puerta del copiloto—. Habla con Horacio, el pobre estaba cagado cuando vio cómo te fuiste aquel día.

—Ya, no se preocupe.

Sin embargo, no pudo controlar su lengua. La duda que lo inundaba desde hacía rato le obligó a atajarle antes de salir. De ese asunto. No sintió a Percival estar en desacuerdo aunque tampoco pareció animarle para hacerlo. Aun así, no titubeo al abrir sus labios y dejar que la realidad los golpeara a ambos con un sabor amargo.

—Jack.

No Conway, no súper, ni siquiera señor. Eso le obligo a verle a los ojos.

— ¿Tú mataste a Alejandro?

Hubo un silencio tenso. No había reproche en su tono, ni tampoco en sus ojos. Estaban helados pero no guardaban ninguna clase de rencor. Mentiría si fuese así. No había sentido nada por ese hombre más que odio y rencor, ni cuando vivía ni cuando supo que había muerto. El alivio no contaba. Toda paz y satisfacción que pudo haber sentido cuando supo que murió, fue opacado por el estrés de la situación que vivía con Horacio en ese momento y por el hecho de estar en la cuerda floja en cuanto a su salud mental.

Y es que, todo fue cuestión de atar cabos. La muerte de Alejandro fue poco antes de que Conway lo encontrara, antes de que fuese a verlo. Algo le decía que de no ser por ese “contratiempo”, lo hubiera recibido en su salida del juzgado. La llamada de Miguel Ángel solo lo puso sobre aviso.

Sus miradas continuaron conectadas, la suya azulada y la de él tan oscura que iba con su porte.

Y sin embargo, cuando pasaron los segundos y no hubo ningún movimiento ni ningún sonido salir de su boca, fue respuesta suficiente.

Él fue el primero en desviar la vista, sintiéndose algo derrotado aunque no tuviese sentido. Tragó saliva y se quedó viendo al parabrisas con un aire pensativo. No supo cuánto tiempo estuvieron así.

—Lo que él te hizo—empezó con una voz oscura—era-

—No—le cortó de golpe, duro—. Nunca.

Volvió a conectar su mirada con la de él, como si fuese una advertencia muda. Y era honesta. No estaba listo para desenterrar esos miserables y traumáticos eventos de su infancia. Y quizás nunca lo estaría. Sobre todo no con él. No importaba que tanto terreno hubieran cubierto ese día, no era suficiente.

“—Y… tampoco recuerdo suficiente… Esos recuerdos ya le pertenecen a alguien más.”

El pelinegro asintió, casi cauteloso. No dijo nada más.

+…Deberíamos respirar y… agradecer lo que hemos avanzado hoy.

Inspiró y sacó el aire con fuerza, intentando poner en perspectiva todos los eventos de ese día. Sin duda sentía que el ambiente pacifico que se había instalado se había ido por un precipicio. Por un momento deseó no haber abierto la boca.

Un toque suave en su hombro le llamó la atención. Conway apenas y lo rozó con su mano, pero fue suficiente para sentir su calor.

—Hablaremos de esto…cuando estés listo.

La calma en su voz le ayudo a respirar de nuevo. Asintió lentamente. Al menos recobró un poco de estabilidad.

Antes de salir, le dedicó una última mirada significativa.

—Todo va a estar bien.

Gustavo no dijo nada. No hacía falta mencionarlo, pero esas palabras le dieron un poco de paz que no sabía que necesitaba. Fue entonces que recordó cuanto extrañaba el afecto de ese hombre, quizás no de un padre, pero de una figura lo más cercana a uno, en una rara y retorcida forma.

Se despidieron y comenzó a conducir. Por desgracia, mientras volvía a casa, las pocas memorias de su niñez le empezaron a opacar la vista.

Se estacionó fuera de su casa. Y comenzó a llorar abiertamente.

No sabía si de felicidad o de dolor.

Notes:

(*) Si esto no quedó claro, en esta parte quería hacer alusión a una sonrisa de lado. Quería un distintivo que pudiese caracterizar a Pogo y me incliné -entre otras cosas- por una sonrisa burlona de lado.

(*) Este hecho no es cien por ciento cierto. La convivencia entre identidades no solo se manifiesta en diálogos dentro de la cabeza del “anfitrión”, ni solo cuando “toman la luz”, también es cuando otras identidades influyen dentro del anfitrión. En su actitud, en sus modales o en su carácter. Esto podría darle sentido al hecho de que Gustabo tuviese una actitud “narcisista” o egoísta, más por la influencia de Pogo que por el mismo Gustabo en sí.

(*) Dicho mexicano, dudo si exista en España.

Bueno, eso es todo por ahora. En el siguiente cap si que veremos un poco más de la perspectiva de Conway y lo que ha estado haciendo este tiempo. Ni idea de cuando será la proxima actualización, espero, DE VERDAD, espero no tardar tanto esta vez, pero la universidad me tiene atada de manos.

Nuevamente gracias a las personitas que me comentaron el anterior capitulo y a los que lee mis pajas mentales. Ojala alguien siga leyendo esta mierda visual.

Saludos.