Chapter 1: El inicio del fin
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[Una casa en un barrio universitario]
La luz solar se filtraba a través de las cortinas semicerradas. (t/n) se estiró perezosamente en la cama, cansada por haber estudiado hasta tarde. Al despertar tuvo la idea de ducharse y comer algo antes de ir a clases.
Diez minutos más.
Volvió a despertar horas después. Buscó el despertador. Estaba sin pilas. No veía su celular, así que no sabía la hora. Cuando el gruñido de su estómago se hizo más fuerte decidió levantarse.
El reloj de la sala marcaba las 15:43. Su clase había empezado a las 15:00, era la única del día. A pesar de que su profesor era flexible con las faltas, odiaba los retrasos. Ya no podría ir. Aunque ese no era el único motivo. Además de haberse quedado dormida se sentía sin fuerzas para enfrentar el mundo. Al arrastrarse a la cocina vio que uno de sus espejos reflejaba una bruja de pelo enmarañado, cuyos ojos se abrían y cerraban por el sueño. Preparó un par de huevos y café. Mientras desayunaba – 15:57 –, revisó su correo electrónico para comprobar si alguno de sus profesores había enviado algo. Vacío.
Decidió tomarse el resto del día libre.
Mientras bebía la segunda o tercera taza vio su cartera sobre la mesa con un par de billetes asomando. La idea de salir a comprar algo de comer cruzó por su cabeza, pero no se movió de la silla. Se sentía derrotada e infeliz.
(t/n) no tenía razones para para estar triste. Sin embargo, lo estaba.
A diferencia de otras personas su vida era fácil. Privilegiada. La única hija de unos padres amorosos que la educaron bien. Vivió su infancia en una casona en las afueras de una pequeña ciudad; no lujosa pero sí confortable y hermosa. Siempre tuvo más de lo necesario. No hablaba mucho en la escuela, pero nadie la molestaba porque solía ayudar a sus compañeros a estudiar. Cuando la aceptaron en la universidad de sus sueños su familia le rentó una pequeña casa cerca de su facultad. Era la mejor universidad del país, a varias horas de su ciudad natal. (t/n) sabía que era afortunada. Muy afortunada. Su alquiler era pagado por adelantado, sus estudios marchaban aceptablemente, su trabajo de medio tiempo estaba aceptablemente pagado. Sin contar la asignación mensual que le daban sus abuelos.
Su vida no era mala. Todo lo contrario. ¿Por qué se sentía tan mal consigo misma? A veces quería hacer un agujero y ocultarse en él de las demás personas. No lo hacía sólo porque su familia y amigos la querían. ¿Por qué querían a alguien como ella? ¿Por qué ella tenía tal suerte y no alguien que realmente la mereciera? Conocía a tanta gente buena que sufría tantas carencias materiales y de amor...
Las pastillas estaban en un cuenco. Debía detener la constante lucha que se desarrollaba en su interior. Tragó una con un poco de agua. Mientras hacían efecto tomó un libro que aún no terminaba. Leyó diez o veinte páginas y decidió moverse a la ducha.
El agua fría acabó de despertarla. Decidió que sólo estaba cansada por estudiar tanto, y algo triste por estar lejos de su familia. Tras vestirse vio que su bolso reposaba en una mesa cerca de un pañuelo que no le pertenecía. Era uno de esos pañuelos llenos de monedas, el que su mejor amiga usaba en clases de danza. Lo guardó, pasaría a dejarlo a su departamento y tal vez podrían comer algo juntas, así que le envió un mensaje.
Olvidaste algo. Quieres que te lo lleve?
Mientras esperaba la respuesta se sentó cerca de una de las ventanas y miró la calle. Nada nuevo. El celular vibró con la respuesta.
El pañuelo! Sabía que no lo había perdido. Estoy por salir, veámonos en tu casa. Llevaré cervezas. XOXO <3<3
Ilusionada por verla, (t/n) caminó al supermercado más cercano. Llenó un par de bolsas con comestibles para luego correr a una chocolatería que le gustaba mucho porque era idéntica a las casas europeas de las postales. Se entretuvo probando las muestras gratuitas que le daban como cliente frecuente hasta que se decidió por un par de cajas.
Salió caminando tranquilamente. Como la mayor parte del tiempo iba distraída sin prestar atención a la calle hasta que una muchedumbre obstaculizó su paso. Curiosa, miró desde lejos: varios automóviles completamente destrozados.
Colisión múltiple.
Intentó marcar el número de emergencias, pero la batería de su celular se agotó. Mal asunto. Mientras los curiosos se acercaban una mujer ensangrentada salió de un vehículo. ¿Por qué se movía? Era peligroso que un herido caminara sin asistencia médica. ¿Por qué nadie decía nada?
Se acercó a un anciano para preguntar si habían llamado a alguien cuando la mujer atacó a un hombre cercano. Vio con claridad que saltaba sobre el hombre y mordía su cuello como un vampiro. Un trozo de carne del tamaño de una manzana salió volando. El hombre cayó al suelo convulsionando. Instintivamente, (t/n) retrocedió.
Diez segundos más tarde, el hombre se había levantado.
Todo ocurría tan rápido que le costaba creer lo que sucedía. Las personas comenzaron a atacarse entre ellas violentamente. Sus cuerpos se movían espasmódicamente como gelatinas. Estaba sola en medio de la batalla. La gente se dispersaba en medio de gritos despavoridos. No entendía lo que estaba pasando.
Cuando un hombre giró hacia ella con la boca manchada, (t/n) reaccionó. Sus piernas se movieron solas, estaba a un par de calles de su casa. Esquivó los cuerpos que corrían hacia ella. Una mano la agarró del largo cabello e intentó arrastrarla, pero (t/n) golpeó a su dueño fuertemente con las bolsas hasta que la dejó ir. Casi llorando, corrió como jamás lo había hecho hasta cruzar el portón de su casa. No se molestó en cerrarlo. Abrió la puerta y entró.
Recién entonces pudo respirar.
Un grito la devolvió a tierra. Miró por la ventana sólo para descubrir que atacaban a uno de sus vecinos. (t/n) puso el cerrojo y corrió para hacer lo mismo con la puerta trasera. Ignoró los ruidos del exterior, arrastrando a duras penas los muebles para que bloqueasen las ventanas del primer piso. Tomó su cuchillo más grande, uno con una hoja del tamaño de su antebrazo, sin saber si sería útil.
Estaba cansada.
− ¡Por favor, abran!
Una vocecilla infantil llamó su atención. Observó por la mirilla de la puerta, dos niños golpeaban la madera con sus pequeños puños. Su primer impulso fue abrirles, pero vio uno de los cuerpos que se acercaba. No. No quería hacerlo. Tenía miedo. Sólo quería correr y esconderse en lo más profundo de la casa, en algún lugar donde no la encontrasen nunca.
No podía hacerlo.
− ¡Por favor!
Las voces insistían, más desesperadas a cada segundo. Llantos histéricos. Los gritos se hicieron cada vez más fuertes.
No abrir equivalía a sentenciarlos a muerte.
¿Por qué no abría?
Abre.
− ¡Entren! – gritó girando la manija.
Los niños obedecieron. Quiso cerrar, pero el cuerpo de un hombre grueso se arrojó contra ella, obstaculizando su acción. (t/n) empujó la puerta sabiendo que no resistiría demasiado. Un gemido salió de su garganta. Sus brazos se cansaban y le dolía la cabeza, estaba perdiendo. La carrera había consumido la mayor parte de sus fuerzas.
Si tan sólo hubiera abierto la puerta sin dudarlo...
Siguió empujando con los ojos vidriosos cuando un jarrón voló, chocando con el cuerpo que pugnaba contra ella. Dos pares de manos lo golpearon con objetos que no identificó. En algún momento sintió que la presión disminuía, por lo que empujó con todas fuerzas y puso el cerrojo.
La madera fue golpeada fuertemente desde el exterior. (t/n) temió que derribara la puerta. Poco a poco los golpes se hicieron más débiles hasta detenerse. A través de la mirilla se dio cuenta de que algo había llamado la atención del hombre. Una mujer histérica tropezando ruidosamente contra un basurero metálico.
(t/n) dejó de mirar. Una risita histérica se apoderó de ella. La puerta era gruesa y los goznes pesados, habría sido más fácil que el hombre rompiera las ventanas.
Tendría que asegurarlas bien.
Miró a los niños. Ambos tenían cejas espesas y mejillas rojas. El niño rubio se aferraba a un pequeño paquete manchado y usaba un traje de marinero, mientras que la niña usaba una blusa rosa que resaltaba su cabello rojizo. Sus ropas estaban desordenadas por la carrera y cubiertas de polvo.
− ¿Están... están bien? − preguntó cuando los gritos en el exterior se detuvieron.
− Sí. Gracias − contestó el niño.
Tenía la voz aguda y modulaba muy bien. La niña asintió. Temblaban como un par de hojas.
− ¿No les hizo nada?
La escalera estaba frente a ella. Si mostraban cualquier comportamiento anormal los empujaría, correría al segundo piso y se encerraría en el ático.
− Uno quiso morder a Peter, pero no alcanzó − dijo la niña restregando sus ojos −. Corrimos hasta acá y el otro hombre quiso comernos.
Asintió. Si los hubiesen atacado con éxito probablemente estaría muerta, pero no debía bajar la guardia tan fácilmente.
− ¿Cómo llegaron acá?
− Estábamos con nuestro hermano − el niño rompió a llorar −. Él no...
− Íbamos a comprar un regalo para mamá − continuó la niña -. Estábamos tomando helado y un hombre muy raro quiso atacar a Peter. Él nos defendió y gritó que corriéramos. Nos perdimos.
Sus ojos castaños estaban húmedos. Parecía querer reprimir sus lágrimas, pero no pudo hacerlo por mucho. Lloró también. A (t/n) le recordó esos días de frustración en que no podía hacer más odiarse con todas sus fuerzas. Al esquivar su mirada vio las bolsas en el piso. Buscó rápidamente. Encontró la caja de chocolates semi aplastada por la lucha, pero cerrada. Al abrirla, tomó un bombón, luego dio el paquete a los niños. Puso el bombón en su boca, comiendo lentamente para disfrutar el sabor. Sí, los suizos sabían hacer chocolate.
− Gracias, señorita − musitó la niña secando sus lágrimas con el dorso de su mano.
El niño sólo miraba la caja.
− Mi hermano dijo que nunca aceptara comida de desconocidos.
Por alguna razón le sacó una sonrisa a (t/n).
− Supongo que dijo que pueden drogarte con lo dulces.
− ¡Sí! ¿Sabías que se llevan a los niños y los encierran? ¡No los dejan jugar! − dejó de llorar para mostrar una expresión indignada.
− Cierto, pero esta caja estaba cerrada − contestó con una carcajada −. Aunque después de lo que pasó no puedes creer que voy a envenenarte. Ni que fuera una película.
Película. ¡La televisión! Tal vez en los noticieros habría información. Corrió a encender el aparato mientras buscaba el cargador de su celular.
− ¡Que tonto! − oyó murmurar a la niña −. No seas bebé, ella nos salvó.
Ignoró los furiosos cuchicheos. La mayoría de los canales transmitía películas, caricaturas o cosas que no le importaban. Encendió la radio de su celular, pero no servía sin audífonos y no sabía en qué lugar estaban.
Encontró las noticias.
−...de los efectos secundarios es la pérdida del control de las funciones motoras, lo que implica movimiento errático. La enfermedad es altamente contagiosa a través de tejidos expuestos, fluidos y contacto con mucosa. Ante una persona con heridas de cualquier clase, aléjese. Llame emergencias y mantenga distancia. Hay varios muertos y múltiples enfermos rondando por las calles. La rapidez del contagio varía...
Un hombre mostraba gráficos e imágenes de órganos y otras cosas que (t/n) apenas recordaba de la escuela. Biología básica. Algo infectaba el cerebro y enviaba estímulos al resto del cuerpo que inducían a atacar a sus semejantes. Músculos, tendones, esqueleto, todo estaba conectado. De la información sólo entendió dos cosas: que no debía acercarse a quien mostrara señales de contagio y que los servicios policiales estaban colapsando.
Revisó su celular. Internet tenía videos de gente atacándose en centros comerciales y plazas, noticias incompletas que afirmaban que la situación se repetía en otros lugares, imágenes de accidentes. Una de las fotos mostraba a una mujer que se parecía a su madre. Su madre. Sus abuelos. ¿Su ciudad estaría siendo atacada en ese momento? Un sonido desgarrador salió de su garganta mientras marcaba el número de su casa. No contestaban. Marcó el de su abuela. Tampoco contestó. Lo intentó varias veces, también usó el teléfono fijo. Nadie contestó.
Marcó a sus amigos uno por uno. Línea muerta.
No supo qué hacer.
Una náusea la obligó a tomar el recipiente más cercano y vomitar con todas sus fuerzas. No tenía demasiado alimento en su estómago, por lo que la mayoría del vómito era claro, espumoso. Se dejó caer en el pequeño sillón frente a ella, sintiéndose desconectada del resto del mundo.
Varios gimoteos la despertaron de su trance. La niña sujetaba la cabeza rubia junto a su hombro.
Los dejó solos para ir a lavar sus dientes.
El espejo del baño le devolvió el reflejo de una loca. Abrió la llave del agua y llenó un vaso tras lavar la suciedad de su rostro y ordenar su pelo. Estaba hecha un desastre, eso explicaba que los niños estuvieran nerviosos. ¿Qué haría con ellos? Ni siquiera sabía cómo actuar, tampoco le gustaban demasiado los niños. No sabía por qué los había salvado.
No podía dejarlos morir.
Decidió cuidarlos esa noche y pensar qué hacer más tarde.
Una pequeña bola de pelos se asomó por la puerta. Era el gato de su vecina, que solía aparecer en su casa de vez en cuando para pedir algo de comer. Corrió a su habitación y se asomó silenciosamente por la ventana entreabierta. La casa parecía igual que siempre, pero sus vecinos estaban en el patio... a medio desmembrar.
Tragó saliva mientras tomaba al felino entre sus brazos. El animal restregó su pequeño rostro contra su pecho y ronroneó fuertemente mientras bajaba.
− ¡Un gatito! − chilló el niño corriendo hacia ella.
− Se llama Malvavisco – o Merengue, no lo recordaba −. ¿Quieren darle de comer?
El animalito finalmente le permitió ganarse la confianza de los niños. Les entregó una lata con atún abierta y preguntó si querían cenar. Al recibir una respuesta afirmativa, preparó emparedados y averiguó todo lo que pudo sobre ellos.
Sus nombres eran Peter y Wendy Kirkland. Sus padres eran ingleses y trabajaban en la embajada de Inglaterra. La madre, Rose, era abogada. El padre, Arthur, era jefe del personal. Vivían en una casa llena de rosas junto al edificio diplomático. Tenían varios hermanos mayores. El más joven estudiaba en Cambridge, pero había viajado para celebrar el cumpleaños de su madre. Peter le mostró el paquete forrado en papel de seda que contenía el regalo para su madre. Estaba sucio. Aunque no parecía sangre, (t/n) les pidió que se lavaran muy bien las manos antes de comer y mientras lo hacían quitó el envoltorio.
− Se ensució − dijo entregando a Peter un sobre de papel −. Puedes guardar la caja aquí. Luego buscaremos un papel de regalo bonito.
Le dio también la caja forrada en terciopelo. Reconoció el nombre de la joyería, debía contener una pulsera costosa. O algo similar. Seguramente su hermano lo había pagado y ellos habían elegido, como ella solía hacer de niña al elegir regalos con sus padres para sus abuelos.
Tragó saliva al pensar que podía estar muerto.
Con la cara manchada de mermelada, Peter explicó que tomaban helado cerca de un parque cuando fueron atacados. Al principio pensaron que era un ladrón, pero los golpes de su hermano mayor no lo detuvieron. Varias personas se unieron a la lucha con el resultado que (t/n) ya conocía.
Sí, definitivamente su hermano estaba muerto.
Una idea cruzó su mente. Su hermano podía estar muerto, pero tal vez sus padres seguían vivos. Los edificios diplomáticos tenían guardias, cámaras y cosas para prevenir atentados terroristas. Solían tener paredes gruesas y muros altos.
Los llevaré con sus padres, decidió después de pensar un poco.
Conocía las calles de las principales embajadas y en algún momento los niños dijeron que iban al único colegio británico de la ciudad, gestionado por la embajada. Un punto de referencia. Le alivió al pensar que estarían a salvo y que incluso podría conseguir ayuda para sí misma. Tal vez tuvieran información.
Tal vez tengan un par de pistolas.
− Dejaré un par de toallas para que se duchen − dijo cuando terminaron de comer −. Pueden dormir en mi habitación.
Wendy fue la primera en bañarse. Peter jugaba con el gato y hablaba sobre la gran fiesta que estaban preparando, de los familiares que estaban de visita y la deliciosa comida que cocinaba el chef. Su familia parecía ser muy conocida en la comunidad diplomática. (t/n) recordó haber asistido tiempo atrás a una charla en la embajada inglesa por un programa de intercambios de su universidad... que no se concretaría.
Sacó dos camisetas viejas del ropero para los niños. Le costó que Peter dejara a Malvavisco, pero una patada de Wendy consiguió que entrara al baño. Era una chica enérgica.
Los dejó a solas mientras buscaba sus pastillas. Iba a tomar una, pero decidió saltarse la de esa noche. No se atrevía a dormir. Acostó a los niños deseándoles dulces sueños. El gato se acurrucó a los pies de la cama.
Lavó la ropa de los niños y tras colgarla para que se secase tomó una ducha, olvidando que era la segunda del día. Al cerrar la llave se le ocurrió juntar agua. No vendría mal, podía cortarse el suministro. Cogió todos los recipientes que encontró, desde ollas hasta botellas de varios litros. También juntó en la lavadora como solía hacer uno de sus amigos cuando no alcanzaba a pagar la cuenta. Sus amigos. No se atrevía a imaginar qué había pasado con ellos. (t/n) se vistió rápidamente agradeciendo que no hiciera frío y bajó a preparar café, dispuesta a quedarse el resto de la noche haciendo guardia.
El líquido quemaba su garganta, lo dejó de lado mientras saltaba los canales de televisión. Algunos tenían noticias, otros mostraban el caos en la ciudad. Policías y militares estaban saliendo a proteger a los ciudadanos. Eso es anormal¸ se dijo recordando cómo arrojaban bombas lacrimógenas y golpeaban transeúntes al azar en las protestas a las que había asistido.
(t/n) era rápida para comprender las situaciones. Y la situación de la ciudad apestaba a caos. Había visto a decenas de personas atacarse entre sí, por lo que cuando el ministro de salud dio una declaración afirmando que todo estaba bajo control no le creyó.
Conectó un cargador portátil a la corriente, algo le decía que era cosa de tiempo para que se cortara la luz. Revisó su celular. Miró la pantalla sin mayor atención, pensando que debía preguntar a los niños si tenían dispositivos que pudiera cargar.
Veintisiete llamadas perdidas.
Ahogó una maldición, era el número de su madre. Un sonido estridente la asustó, haciendo que el celular cayera al piso. Lo recogió rápidamente y contestó.
− ¡Hija!
Era su madre. Llorando de alegría, (t/n) explicó que estaba bien, que no tuviera miedo. Casi se quebró.
Su ciudad natal estaba en cuarentena por la enfermedad. Al vivir en las afueras, los padres de (t/n) no podían ver a sus abuelos que vivían en el centro. Estaban encerrados en la casa, pidiendo la comida por entregas. Su padre insistió en hablar con ella.
− Escucha, papá − dijo con la voz temblando −. Consigan toda el agua y comida que puedan, medicinas y esas cosas. Conservas. Deben tapiar puertas y ventanas, controlen todo lo que entra y sale. Lleva contigo a los abuelos aunque no quieran. ¿Qué pasa con la bomba de agua del pozo?
− Está estropeada − gruñó su padre.
− Arréglala. Creo que es grave − las lágrimas comenzaron a bañar su rostro −. No le digas a mamá, pero un hombre intentó atacarme. Estaba enfermo, no podía controlarse.
− ¿Te atacaron? − exclamó su padre en tono histérico −. ¿Estás bien? ¿Te pasó algo?
− Por favor, cálmate papá − contestó lo más neutralmente que pudo para que no se diera cuenta de que lloraba −. Estoy bien. Tengo lo necesario y no estoy sola. Iré apenas pueda. Dame a mamá.
Había dicho mentiras más grandes antes, no le costó engañarlos. Por suerte su madre tenía la sangre más fría que su padre. Elaboraron un plan. Ir desde la capital hacia su ciudad tomaba dos o tres horas en avión. Nueve en automóvil. Caminando serían cuatro o cinco días. Viajar sonaba estúpido, pero algo le decía que quedarse era peligroso.
Además quería estar con su familia.
Llegaron a un acuerdo. (t/n) mantendría el celular en silencio para no llamar la atención, pues viajaría por la carretera. En algunos casos tomaría senderos secundarios. Si no podía llamar o enviar mensajes por las noches, sus padres esperarían al siguiente día. De no hacerlo, significaría que había pasado algo, ya fuera perderlo, que se acabase la batería o desapareciera la señal. En cualquier caso, sus padres debían esperarla.
- No importa cómo, pero llegaré - dijo (t/n) -. Lo haré.
Al cortar, pensó que al menos parecía haberlos convencido de arreglar las instalaciones. Ventajas de vivir en un lugar de difícil acceso que requería su propio equipo. Cortó tras hablar un tiempo más con cada uno y pedirles que buscaran sus abuelos.
Sabía que había grandes posibilidades de que le pasara algo, incluso si los noticieros afirmaban que las autoridades controlaban todo. Aunque si tenía suerte, los padres de los niños podrían ayudarla. Tal vez darle transporte. Tal vez un contacto útil.
Sólo tenía que averiguar si seguían vivos.
[Cerca de la frontera, un par de días antes]
La ciudad tenía miles de habitantes antes de que llegaran las empresas mineras. Era un lugar tranquilo, cuyas limpias calles estaban llenas de flores. Se situaba junto a un lago que atraía a muchos turistas, quienes disfrutaban de la arquitectura de estilo europeo y la deliciosa comida.
Todo cambió cuando descubrieron cobalto en los alrededores. Al principio se extraía en pequeñas cantidades, hasta que descubrieron enormes vetas de enorme potencial económico. Con las minas llegaron las empresas de electricidad, luego las de combustibles y químicos. Quienes tuvieron oportunidad de irse lo hicieron, mientras que otros se vieron obligados a quedarse. Algunos decidieron hacerlo porque, después de todo, era su hogar. Se convirtió en uno de esos lugares perdidos donde sólo aparecían los camiones que transportaban los minerales a otros países.
El hospital estaba lleno de personas que sufrían diversas enfermedades, cuyo inicio coincidía con la instalación de las empresas químicas. Su director, el doctor Beilschmidt, pasaba la mayor parte de sus días atendiendo enfermos.
A pesar de su avanzada edad, era incapaz de irse. Había enviado a sus hijos a estudiar a Alemania tras la muerte de su esposa Otilie, pero él mismo sabía que armar sus maletas significaba dejar cientos de enfermos a su suerte. Día tras día escribía cartas a los ministros, intentaba citarse con los empresarios, hacía todo lo humanamente posible para que entendieran el mal que hacían.
No había respuesta.
Las casas se deterioraron, los niños apenas iban a la escuela. Ningún inspector gubernamental se acercaba a la zona; unos por miedo a la contaminación, otros sobornados. Nadie sabía lo que realmente pasaba. Ni siquiera sus hijos.
De haberlo sabido, insistirían en que dejara el país.
Grande fue su sorpresa cuando lo llamaron desde la planta minera a medianoche. Lo recibió el director. Explicó de forma enredada que un trabajador había tenido un accidente. Debían atenderlo pronto, lo más discretamente posible. La empresa no podía permitirse un escándalo.
El viejo doctor lo miró con rabia, pero no podía perder el tiempo. Por lo que entendía era una emergencia y necesitaban ayuda inmediata. Llegaron a un pasillo donde varios hombres se retorcían las manos. Uno de ellos tenía el brazo vendado.
− No deja de temblar – dijo el director en voz baja −. Cayó a uno de los pozos, tuvimos que extraerlo con la maquinaria. No deja que lo toquen, lo pusimos en esa habitación. Por suerte no había más trabajadores que los presentes. Los hicimos firmar un acuerdo que...
El doctor Beilschmidt entró con el hombre. Al abrir su maletín cayó una carta que había estado leyendo antes de que lo llamasen. Era anticuado, pero le gustaba recibirlas. Odiaba los celulares. La recogió y guardó en el bolsillo mientras se acercaba al hombre recostado en la mesa.
Había visto llagas de toda clase, pero nunca como esas. No se parecían a las heridas causadas por subproductos de la minería. Algo andaba mal. El director explicó que el herido se mostraba violento antes de que llegara. Incluso había herido a uno de sus compañeros, aunque no profundamente. El doctor se acercó al hombre atado de las muñecas.
Era casi un niño.
Pasó horas terribles examinándolo bajo las luces frías del techo. El único sonido que podía escuchar era el de los murmullos de los hombres. El chico tenía el cuerpo maltrecho, frío. Lo mejor habría permitirle morir con dignidad, pero su juramento hipocrático se lo impedía. Además, quería hacer todo lo posible para salvarlo.
Se encontraba inmerso en su dilema moral cuando el chico comenzó a convulsionar. Trató de arrancarse la piel. Varios hombres entraron a inmovilizarlo. Uno de ellos empujó al doctor. Cayó al piso sólo para ver que el herido era amordazado en un despliegue de brutalidad inimaginable.
Se levantó con dificultad e intentó tomar los signos del paciente mientras ataban piernas y brazos. Sus ojos estaban abiertos de par en par, no parecían verlo. El chico se movía violentamente, incrustando las cuerdas en su carne. No tenía pulso ni se sentían los latidos de su corazón, pero indudablemente estaba vivo.
− Debemos llevarlo al hospital – dijo el doctor −. Caer a un pozo es algo serio. Puede morir.
− ¿Caer a un pozo? ¡Maldita sea, le mentiste! – gritó uno de los hombres −. Di la verdad. ¡Este chico viene de la planta química! ¡Esto es grave, demonios!
El director los miró con desdén. De pronto, un grito atrajo la atención general.
El hombre del brazo vendado había saltado sobre su vecino, clavando sus dientes en él. Un joven lo golpeó con fuerza cuando intentó atacarle, mostrando que el brazo vendado estaba roto. Los extremos de los huesos se asomaron, pero no daba señales de sentirlo. Eso fue suficiente para que provocara el caos e intentaran huir.
El hombre roto entró en la habitación y empujó al director contra el herido, que vomitó una sustancia negruzca que cayó en sus ojos. Éste convulsionó y segundos después saltó sobre el hombre más cercano. El doctor intentó correr, pero era demasiado viejo. Sólo alcanzó a avanzar un par de metros cuando algo lo agarró de la pierna y la mordió, haciéndolo caer.
Trató de luchar, pero algo le decía que estaba irremediablemente perdido. Su pierna comenzó a arder. Sin que se percatara, su piel se puso grisácea y la herida a supurar pus. La carta. Le habría gustado terminar de leerla. La ordenada letra de Ludwig decía que pronto tomaría un avión junto a Gilbert para visitarle. Eran buenos chicos. Casi podía verlos jugando en el jardín con su Otilie. Otilie. Era tan dulce, y le había dado dos hermosos hijos. Otilie...
[Los trabajadores de limpieza encontraron el cuerpo del doctor Beilschmidt cerca de la entrada. No se movió hasta que uno de ellos trató de ayudarle. Enterró sus dientes en su brazo. Para cuando sus compañeros los separaron, el hombre estaba infectado.]
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Varias personas perfectamente reconocibles como contagiadas vagaban por el exterior de la casa. No molestaban a nadie. O más bien no se movían a menos que percibieran algún ruido fuerte o presencia cercana. Lentamente se alejaban de la casa de (t/n): tres o cuatro días después del desastre ya no quedaba ninguno cerca.
Apenas estuvo segura de que no corría peligro, la chica salió silenciosamente para cerrar la reja delantera. La casa estaba rodeada por muros cubiertos de hiedra por detrás y ambos lados que la protegían relativamente. Sin contar las verjas metálicas que dividían el patio en dos. (t/n) estaba guardando la llave en su bolsillo cuando uno de los enfermos — o lo que fuera — pasó arrastrando los pies. El corazón se le subió a la garganta, sus piernas temblaron. Ahogó un gemido poniéndose una mano en la boca y otra en la garganta. Los ojos muertos la miraron sin verla. Tras un largo rato se alejó, permitiendo a (t/n) moverse al interior de su casa. Ahí estaría a salvo.
Estaremos a salvo, se corrigió mientras miraba a los niños.
Había pensado que los niños serían peligrosos, llorones... y molestos. Error. Resultaron ser bastante tranquilos. Estaban muy bien educados, no hacían demasiado ruido y — debía reconocerlo — eran adorables.
Los miró jugar con el gato mientras preparaba la comida. Su refrigerador estaba lleno de alimentos perecibles que cocinó como pudo antes de que se pudriesen. Aunque conocía pocas recetas, era capaz de preparar algo aceptable: estómagos vacíos significaban cerebros vacíos. Lo bueno de ser una chica de campo era que solía comprar conservas en grandes cantidades. Las latas y frascos se alineaban perfectamente en sus alacenas, por lo que sabía que si las cosas se ponían feas podrían resistir un poco.
Al menos su casa era un lugar seguro... por el momento. El suministro de luz y agua era constante, la señal telefónica era aceptable. Los niños tenían celulares e intentaron llamar a sus padres. Luego a sus hermanos. Luego a la embajada. Wendy marcaba número tras número sin siquiera buscar en sus contactos.
No hubo respuesta. (t/n) se lo esperaba, así que mientras conectaba los dispositivos a la corriente explicó a los niños probablemente las personas hacían que la señal colapsara al llamar al mismo tiempo. Ella misma tenía problemas para hablar con su familia. Sólo pudo hacerlo tres veces más antes de que las líneas cayesen por completo.
La incredulidad de sus padres ante sus advertencias se desvaneció a la segunda llamada. El ministro de salud había declarado en cadena nacional que los ciudadanos sólo debían guardar la calma y esperar que los militares limpiaran los focos de contagio. Como si fuera una enfermedad común. Sus padres acabaron dándole la razón cuando los mensajes del gobierno se volvieron contradictorios.
La capital estaba en una gigantesca zona roja que debía guardar cuarentena estricta. Su padre quería ir a buscarla y (t/n) quería aceptar más que cualquier otra cosa, pero prefería que se quedara en casa instalando lo que pudieran necesitar. Sólo por si las cosas se ponían peor.
— El contagio genera patrones de actuación dignos de análisis — decía el hombre de las noticias leyendo un informe —. Los cerebros reaccionan a estímulos como ruidos sobre noventa decibeles. Se sospecha que sus órganos de visión y olfato están alterados, pero reconocen el movimiento cercano y el calor corporal propio de las personas sanas...
Los noticieros comenzaban a calentarse con información que sonaba falsa. Como siempre decían que era culpa de los chinos, los estadounidenses o los rusos. Ya buscaban un nombre para la enfermedad, además de hablar sobre equipos médicos que se dirigían a la capital y contagiados que serían trasladados a hospitales de otras provincias. Un hospital es el peor lugar en este momento, pensó (t/n) al imaginar los enormes grupos de gente histérica.
La distancia sonaba como una buena idea. Revisó la enciclopedia que estaba en uno de los libreros juntando polvo. Al hojearlo descubrió que un automóvil de ciudad producía poco más de ochenta decibeles sin alcanzar los noventa.
Lamentó no disponer de uno. Arrancó la página que indicaba la escala de sonidos.
Durante esos días, (t/n) había impreso varios mapas de la ciudad y las principales carreteras del país. Una línea roja desde su casa hasta la embajada fue trazada con ayuda de Peter y Wendy, no estaba demasiado lejos. Con zapatos cómodos tardaría una o dos horas. La única forma de retrasarse sería verse obligada a huir u ocultarse de personas enfermas... o sanas. (t/n) sabía que en las emergencias las personas desesperadas actuaban como animales.
Como olvidar el año del terremoto en que la gente salió a saquear los centros comerciales, o el año de los incendios forestales en que subieron el precio del agua al triple.
Por otra parte, su plan de buscar a los padres de los niños tenía un par de fallos. Según los noticieros la gente debía quedarse en sus casas mientras los militares se desplegaban en las calles para reunir a los contagiados y llevarlos a zona segura. Supuestamente lo hacían en el preciso instante en que las autoridades lo informaban, sin embargo... (t/n) no había visto ni uno solo. No importaba. Saldría de todas formas, y si veía un grupo de soldados simplemente se alejaría. O mentiría diciendo que la habían acorralado y que se escondía.
El segundo problema era más importante. ¿Qué haría con los niños? No resistirían el viaje. Irían el doble de lento y si un soldado les detenía no podría explicar qué hacían con ella. Podían obligarlos a hablar. Y (t/n) ni siquiera quería imaginar qué pasaría si les atacaba algún contagiado.
¿Y qué pasaría si los atacaba un grupo de personas sanas? ¿Un grupo de saqueadores que no tuviera miedo de la policía o del ejército? (t/n) podía correr y esconderse, pero los niños podían entrar en pánico y delatarse. Sólo de imaginarlo tuvo escalofríos.
Lo mejor sería ir sola.
La ansiedad de no poder moverse la consumía, pero dejar a los niños solos tenía varios riesgos. ¿Qué pasaría si alguien entraba durante su ausencia? Era peligroso dejarles sin un plan.
— Niños, necesito que pongan atención a lo que voy a decir.
Los obligó a sentarse en la mesa de la cocina. Explicó que iría a la embajada por sus padres y que para conseguirlo primero debía dejarles solos.
Luego los llevó a su habitación e indicó el techo. Había una trampilla que daba al ático al deslizarse hacia un lado, camuflada por las planchas de madera. (t/n) solía acceder por una escalera de mano, pero para evitar que otros se dieran cuenta de su existencia movió sus muebles de tal forma que la estantería más alta daba hasta la trampilla: sólo un niño podría entrar. Peter y Wendy demostraron ser capaces de subir y bajar rápidamente. La ayudaron a subir las conservas al ático.
— Yo abrí la puerta ese día — susurró nerviosa al recordarlo —, pero hay gente que no lo habría hecho. O la habría abierto para hacer cosas malas con ustedes. Quiero que suban al ático y se queden silenciosos como ratones, ¿entendieron?
— Sí, (t/n) — dijeron a coro.
Sólo un par de días y se habían acostumbrado a llamarla por su nombre.
— Muy bien. No bajen si oyen gritos, si alguien habla... no bajen. No hagan ruido. Cierren esta habitación con llave cuando me vaya y usen el baño sólo cuando sea necesario. Mantengan los celulares en silencio, pero revísenlos. Ya les di mi número, en caso de emergencia pueden enviar un mensaje — explicó dejando la batería portátil frente a ellos —. Otra cosa, no abran la puerta. Ni siquiera a mí. O a su... hermano si es que llega a aparecer.
— ¿Por qué no?
Suspirando, (t/n) explicó que había tres juegos de llaves. Les dio uno, indicando a qué puerta pertenecía cada una.
— Porque llevo mis llaves en el bolsillo. En caso de que las pierda tengo otro juego en un lugar que sólo yo conozco. Y si su hermano aparece lo encontraré antes de que las necesite. O le diré dónde guardo las copias.
Los niños parecieron aceptar su respuesta, pero (t/n) temía que el cuerpo de su hermano rondara las calles. Si aparecía y abrían... sería su fin. Memorizó el camino a las embajadas y entregó mapas a los niños antes de guardar los suyos, diciéndoles que, si no regresaba en una semana, si no venía un conocido por ellos o simplemente no recibían señales... estarían solos.
— No creo que pase — dijo fingiendo sentir seguridad —. Pero si pasa pueden quedarse con mis cosas. Tendrían que ir a casa solos. O tal vez para entonces la policía conteste. Intenten llamar a sus padres o a emergencias antes de hacer cualquier cosa.
Incluso dejó una lista con los números de algunos vecinos escritos. Creía haber visto un par de rostros conocidos cerca de las ventanas pero no se atrevía a salir tan lejos aún.
— Lleva mi banda de cabello — murmuró Wendy dándole la flor rosada —. Mi madre me la regaló en mi cumpleaños. La reconocerá.
(t/n) dedicó una tarde a revisar los seguros de las puertas y asegurar los muebles que tapaban las ventanas. Preparó un bolso con cosas que podría necesitar, especialmente si quedaba atrapada en alguna zona intermedia. Ropa, agua, medicinas... un par de cuchillos muy afilados y un pequeño martillo. Entre otros objetos. Al fin, consideró que estaba lista. Se puso ropa resistente, pero algo la incomodó al mirarse al espejo.
Su silueta.
No tenía la figura más exuberante del mundo, pero era a todas luces femenina. Delicada. Débil. Si las cosas estaban realmente mal afuera podía ser peligroso.
Se quitó los pantalones ajustados y se puso un par suelto, asegurándolo con un cinturón. Vendó su pecho hasta dejarlo plano como tabla antes de ponerse dos o tres camisetas oscuras. Su pelo estaba más largo de lo normal: tras varios meses sin fuerzas para arrastrarse a la peluquería llegaba debajo de su cintura. Quería cortarlo, pero perdería demasiado tiempo, así que prefirió afirmarlo con varias horquillas y ponerse un gorro viejo. Luego una chaqueta térmica y botas. Se miró al espejo satisfecha, su rostro era lo bastante andrógino para pasar desapercibido mientras no abriera la boca. Apretó los labios desabridamente.
— Podría besarme — se dijo con una risa sarcástica —. Soy un chico muy guapo.
Al salir de su habitación los niños estaban sorprendidos por el cambio. Con las manos temblando les dio un par de gorros capaces de disimular sus brillantes cabelleras y un par de camisetas gris oscuro por si se veían obligados a salir. A Wendy en particular le entregó polainas gruesas y medias oscuras. Una niña solitaria sería un postre en bandeja de plata para cualquier depravado.
También un niño, pensó angustiada al ver a Peter jugando con Malvavisco.
— No permitan que nadie los vea. Recuerden, no deben ir a hospitales o la estación de policía porque estarán llenos de gente histérica. Suerte.
Muerta de miedo, salió sin hacer ruido por la puerta lateral.
La calle estaba vacía. Vio dos o tres cuerpos de pie que no se movieron. Al parecer lo de la distancia era real, porque no dieron señales de sentir su presencia.
Sólo había pasado dos o tres casas, cuando vio una bicicleta tirada en el patio de un vecino cerca de una mujer muy delgada, cuyas ropas apestaban a sangre. Era una pena, (t/n) sabía que esa mujer tenía dos bebés. ¿Dónde estarían? Se acercó. Las manos manchadas temblaron por un segundo. (t/n) tomó la bicicleta. Tras moverla algo más lejos de la mujer, se alejó pedaleando lentamente. Estaba bien engrasada porque las ruedas no chirriaban y el único ruido audible era la grava suelta en el pavimento.
El asiento de la bicicleta era demasiado alto para ella. Debía ir muy lento para no caer, pero sin duda era mejor que caminar. (t/n) miraba cada cierto tiempo hacia los lados y hacia atrás, esperando que alguien apareciera. Parecía que fuera la última persona viva del planeta. El viento que hacía vibrar las hojas de los árboles se colaba por las puertas y ventanas abiertas de algunas casas sin que alguien tratara de cerrar.
A mitad de camino se vio obligada a bajar. Varios cuerpos se habían congregado dejando muy poco espacio. Tendría que cruzar cuidadosamente para que no la percibieran. Se movió entre ellos llevando la bicicleta con las manos, el más mínimo error podría delatarla. No se atrevía a respirar. Aunque un par de veces sintió movimientos no pasó nada, y pudo respirar tranquila cuando al fin estuvo del otro lado.
Un destello llamó su atención, pero lo ignoró pensando que era la luz del sol. Se acercó a la vereda silenciosa como ratón, con la esperanza de que no hubiera otras personas en esa zona. Tenía miedo de ser atrapada por un enfermo. O peor, un humano. Estaba completamente sola en una ciudad que sufría un contagio de una enfermedad extraña. Y no sabía si debía temer a los saqueadores o a los militares.
Sus manos comenzaron a temblar. Su garanta estaba seca. Necesitaba sus pastillas. Se detuvo por un minuto y las sacó junto a una botella de agua. Estaba tragándolas cuando sus ojos se vieron cegados. Alguien hacía señales con una linterna.
Un chico.
Un chico más grande que ella.
Casi se le detuvo el corazón.
Pensó en correr, pero sus piernas estaban paralizadas. Si se acerca enterraré el cuchillo más grande en su cabeza, pensó con miedo. Él hizo señas para que se acercara, pero ella se negó. Esperó que dejara de mirarla para desaparecer. Pero no lo hizo, sino que juntó las manos como rogándole que fuera. No aceptó. Él se adentró en la tienda, pero volvió a salir con un felpudo blanco entre sus brazos y se acercó a (t/n), que apenas podía controlar su miedo.
Si se acerca mucho le enterraré el cuchillo.
— Please. Necesito ayuda — murmuró cuando estuvo frente a ella.
A pesar de su desconfianza, (t/n) pensó que no se veía peligroso. Tenía pelo rubio y ojos claros, aunque se no distinguía su color. Leve acento extranjero. Parecía tímido y asustadizo, como si le tuviera miedo. Bajó el felpudo hasta el suelo sólo para que soltara un gemido: era un perro. Uno muy grande. (t/n) se sorprendió de que lo hubiese podido cargar.
— Creo que su pata está rota — murmuró sin mirarla a los ojos —. No sé cómo llevarlo a casa, apenas puedo moverlo. Podrías... ¿podrías darme tu bicicleta?
— ¿Qué?
— No puedo cargar cosas pesadas, soy asmático — contestó acariciando el blanco pelaje —. Sería más fácil moverme con ella. Te daré lo que quieras. No puedo dejar a Kumanjiro solo. Es mi mejor amigo.
(t/n) se enterneció. Le gustaban mucho los perros, pero no quería darle su bicicleta.
— ¿No te puede ayudar otro?
— Estoy aquí desde que todo empezó. Tenía miedo de salir — confesó mirándola a los ojos —. Eres la primera persona que veo.
— ¿No has visto a los militares?
— No. ¿Vienen a ayudarnos?
Sus ojos eran violeta. Dulces.
— No, no vienen. ¿Hacia dónde vas? — preguntó (t/n) resignada —. Tal vez pueda dejarte cerca.
— A la casa de mi tía. Está cerca, en la calle de las embajadas — dijo con seguridad.
— ¡Yo también! — exclamó sin pensar —. Podemos ir juntos, pero debemos ir ya.
— ¿Es en serio? ¡Gracias! — parecía genuinamente conmovido —. Mi nombre es Matthew.
— Soy... Puedes llamarme Andy.
Andy. Andrés, Andreas, André... era un nombre de chico.
Al preguntar cómo llevaría al perro, Matthew mostró una mochila de montañista a la que había hecho varios agujeros para introducirlo. Kumajiro era un precioso y dócil perro terranova, blanco como la nieve. Cuando movieron su pata trasera izquierda se quejó, pero el chico supo calmarlo. (t/n) acarició la cabeza blanca y recibió un lamido baboso en respuesta.
— Le agradas — sonrió Matthew con timidez.
— Huelo a perro — respondió levantando las cejas —. Paseo a los de mis vecinos de vez en cuando.
Matthew subió primero a la bicicleta tras ponerse la mochila cruzada por delante. (t/n) dudó entre subir o no, pero él insistió que podía hacerlo. Andar en bicicleta no le hacía tanto daño como caminar largas distancias, por lo que ella se las arregló para sentarse en la parrilla trasera. Lentamente los pedales se movieron hasta que se alejaron de la calle.
Después de una hora comenzaron a aparecer edificios antiguos con letreros de sistemas de seguridad y rejas altas. Alcanzaron el colegio británico. Pasaron algunas casas llenas de jardines con setos cuadrados hasta que vieron una bandera inglesa ondeando junto a la del país de (t/n).
— ¿Por qué venías acá? — preguntó Matthew mientras pedaleaba.
— Busco a alguien — soltó desabridamente.
Le molestaba darse cuenta de que Matthew perfectamente podría haberle mentido. Podría haber usado al perro para ganarse su confianza. Cuando consiguió que subiera a la bicicleta pudo llevársela lejos para hacer lo que quisiera con ella. Robarle, o algo mil veces peor. Haberla arrojado a los contagiados. Confiar en otros era peligroso, especialmente cuando Matthew tenía ese algo que la desarmaba. Tal vez era su rostro de niño bueno o su expresión inocente.
Como fuera, había llegado entera y sin un rasguño. Bajó de la bicicleta de un salto y lo ayudó a mover al perro. Antes de que pudieran llegar a la reja, se interpusieron dos guardias armados. Eso era una buena señal, significaba reglas y orden. Al ver a Matthew abrieron, pero la miraron con desconfianza cuando apareció por detrás de él.
— Viene conmigo — dijo Matthew cuando preguntaron quién lo acompañaba —. Está bien.
— No podemos dejar que entre — gruñó uno —. Tenemos órdenes de impedir el paso a cualquier extraño.
— Necesito ver a Rose y Arthur Kirkland ahora mismo — gruñó (t/n) de vuelta devolviendo el perro —. Tengo noticias para ellos.
— ¿Cuáles son esas noticias?
— Yo se las daré en persona. Debo entrar ya.
Sabía que los que portaban armas solían mostrarse arrogantes, pero su tono la enervó. Peter y Wendy esperaban. Se sentía enfadada por perder el tiempo, pero si les decía lo que realmente pasaba probablemente la despacharían con viento fresco. Y, aunque eran tiempos difíciles, no estaba acostumbrada a tal rechazo. (t/n) siempre había sido una persona grata a la que nunca se le había negado la entrada. Esta vez no daban la más mínima señal de cooperación.
— ¿Dejarán que pase o no? — preguntó exasperada.
— Por favor — interrumpió Matthew —. Kumajiro está muy...
— ¡Matt, bro!
Un chico rubio idéntico al que estaba a su lado salió del edificio arrastrando a un pelirrojo. A diferencia de Matthew, el rubio tenía una expresión más animada mientras que su acompañante parecía astuto, casi descarado. No dejaba de mirar a (t/n) mientras fumaba.
— ¡Alfred! ¡Allistor!
Tras cruzar la reja, el pelirrojo dio un vistazo al perro y ordenó a los chicos que lo llevaran adentro. Matthew dio una última mirada a (t/n) como pidiendo disculpas, pero siguió a su sonriente hermano mientras el hombre se acercaba a los guardias. Lo entendía. Ella probablemente habría hecho lo mismo.
— Este chico quiere entrar, Allistor — explicó uno cuando el hombre giró hacia ellos —. Dice que quiere ver a los señores Kirkland. No tenemos permiso para que los civiles traspasen las rejas.
— ¿Chico? — sonriendo, soltó una gran cantidad de humo que hizo toser a (t/n) —. Están más ciegos que un topo.
Tras decirlo, tomó el gorro de la cabeza de la chica. Ella se quejó al sentir las horquillas de su cabeza tirar su cuero cabelludo. El viento sopló y su pelo se movió con él. Los hombres miraron sorprendidos y algo asustados la transformación de chico a chica. (t/n) se quiso golpear cuando recordó que vestía como un hombre. Comprendió que parecía un vagabundo peligroso, nadie en su sano juicio le habría permitido entrar.
Allistor volvió a reír al ver la cara de los guardias.
— Los Kirkland están dentro — puso el cigarro entre sus dientes y ordenó el pelo de (t/n), quitando las horquillas que habían quedado enredadas —. No se preocupen, yo la llevaré.
La tomó de la mano y la arrastró consigo antes de que (t/n) pudiera entender lo que pasaba. Por lo general no se acercaba a personas apestosas a humo, pero la mano sujetaba la suya tan fuerte que no podía evitarlo. Casi no se atrevía a hablar. No pararon hasta llegar a una habitación donde esperaban Matthew y el otro chico. Intentaban sin éxito que el perro comiera algo. Kumanjiro reposaba sobre una mesa, ignorando sus intentos de animarle.
— ¡Dude, te creció el pelo! Wait — dijo soltando la hamburguesa en su mano —. ¿Eres una chica?
Tenía un acento mucho más marcado que el de su hermano.
— Obviamente es una chica — rió el pelirrojo acercándose al animal —. Sé que eres idiota Alfred, pero te has superado. Mira su cara.
Alfred obedeció e inmediatamente puso sus ojos en ella, examinándola con interés. (t/n) se sintió algo incómoda y miró a Matthew, que estaba rojo como un tomate.
— Gracias por ayudarme — musitó sin mirarla.
— No fue nada — respondió (t/n) —. Te dije que buscaba a alguien.
— Rose y Arthur Kirkland, ¿cierto? — Allistor enarcó una de sus cejas —. Están arriba, pero no podemos interrumpirles. Una videoconferencia con Inglaterra. La maldita señal es inestable y no deben perder contacto. Mejor siéntate. ¿Por qué los buscas?
Supuso que no habría daño en decirlo si ya estaba adentro.
— Sus hijos pequeños — respondió cansada —. Están vivos.
Los ojos de Allistor se iluminaron por un segundo. El cigarrillo cayó de su boca, lo que terminó en varias groserías que arruinaron la paz que había envuelto su rostro.
— Alfred, ¿por qué no la llevas a tomar algo? — se acercó a un mueble y abrió un cajón —. Parece exhausta. Podemos dejar a alguien esperando fuera de la sala de conferencias para que vengan los Kirkland.
— ¡Sí, vamos a comer hamburguesas! — gritó el chico con una enorme sonrisa —. ¡Nuestro chef prepara unas buenísimas, te encantarán! ¡Yo las adoro! ¿Te gustan? Of course you do, all people...
El chico no dejaba de hablar y moverse, (t/n) se sentía agotada sólo de verlo saltar de un lado a otro. ¿Cómo alguien podía ser tan energético? A pesar de todo lo siguió. Alfred le mostró habitación tras habitación, por lo que con sólo un par de minutos ya se había hecho un mapa mental de la planta baja del edificio. Baños, salas de atención y de espera... No había demasiada gente. Tal vez estaban en la videoconferencia que había mencionado Allistor.
No tenía más opción que esperar. Tomó su celular y envió un mensaje a los niños para decir que había llegado, que podían llamarla y que sus padres estaban vivos.
[(t/n) tiene dos celulares, uno moderno y uno antiguo al que sus amigos llaman ladrillo . El antiguo recibe la señal mucho mejor que los celulares modernos que requieren de una potencia de red más poderosa. Usa el moderno sólo para leer, escuchar música y jugar Candy Crush.]
Chapter Text
Alfred se había detenido frente a una de las puertas mientras (t/n) escribía el mensaje. Apenas guardó su celular, el chico tomó su pequeña mano sonriendo brillantemente y la llevó detrás de un hombre que silbaba frente a un horno.
— Francis, my man!
La estridente voz de Alfred hizo que el hombre soltara el cucharón y girara soltándose el pelo rubio. Al verlo, las mejillas de (t/n) se pusieron rojas como manzanas. Era guapo. No guapo, guapísimo.
En realidad, no era como si (t/n) nunca hubiese visto hombres atractivos antes. No estaba ciega, sabía reconocer cuando un rostro era atractivo. Sin embargo, el hombre frente a ella superaba con creces a cualquier otro.
— Bon jour, mes chers amies — saludó con una sonrisa deslumbrante —. La comida está casi lista.
Todavía algo impactada se quitó el bolso antes de sentarse. Todo le parecía extraño, como si estuviera soñando. Las paredes eran grises, los muebles eran grises. No veía más que gris. Las figuras frente a ella no dejaban de hablar, parecían estar de un excelente humor.
— ¿Qué hay de comer? — Alfred se acercó a las ollas y revisó su contenido antes de que pudieran responderle —. Oh, man. ¿Qué es esta cosa?
Aunque Alfred se quejaba del pot au feu en voz alta, el otro hombre lo ignoró y puso sus ojos en (t/n). Esta fingió sostener su mirada, pero sólo se concentró en mirar un punto entre sus brillantes ojos. No podía entenderlo, ¿cómo podía ser una persona tan hermosa? Parecía recién salido de la portada de una revista. Tenía el pelo más perfecto que había visto.
— ¡Prometí que comeríamos hamburguesas!
— ¿Quién es esta charmante demoiselle? — preguntó sentándose frente a ella —. No la había visto por aquí antes.
— ¡Ella es...! ¡Damm, lo olvidé! — exclamó Alfred abriendo y cerrando las alacenas −. ¿Cuál es tu nombre?
— (t/n) — respondió con sequedad.
— Es un nombre hermoso — dijo el hombre tomando su mano y besándola −. Perfecto para una hermosa demoiselle. Yo soy Francis Bonnefoy, de París.
El rostro de (t/n) se puso aún más rojo. No estaba acostumbrada a esa clase de galanterías ni a que tuvieran los ojos fijos en su rostro por tanto tiempo. Antes de que pudiera retirar su mano, Francis se levantó para apagar el gas. Sólo sirvió dos platos, pues Alfred había desaparecido de la nada.
Con una pequeña sonrisa llevó un par de cubiertos y el guiso a la mesa. Comió tranquilamente mientras ella se debatía entre imitarle o no. Finalmente lo hizo, recordando la última vez que probó algo hecho por una persona que supiera cocinar. El arroz aguado y las patatas poco cocidas de sus amigos no contaban.
— Esto es lo mejor que he comido en meses — confesó después de un rato sin hablar.
— Lo hice con mucho amor, ma chérie — sonrió visiblemente halagado por sus palabras —. Es el secreto de un buen chef.
Sus ojos eran azules. A (t/n) le recordaron las brillantes flores de aciano que crecían al borde del camino que conducía a su casa. Su corazón latió fuertemente, doliéndole el pecho por la nostalgia. Agradeció el momento en que el celular comenzó a vibrar en su bolsillo. Tras dejar la cuchara en el plato a medio comer, se levantó y contestó.
— (t/n), ¿es cierto que llegaste?
La alegre voz de Wendy hizo que sonriera. La niña contó que bajaba a mirar las calles de vez en cuando a través de la ventana de su habitación, sólo había visto una mujer inmóvil en una esquina. (t/n) explicó rápidamente lo que pasaba.
— Pronto hablaré con sus padres para que vayan por ustedes – prometió (t/n) de todo corazón −. Hasta entonces no dejen que los vean.
— Está bien, (t/n) — dijo Wendy —. No te preocupes por nosotros. Te paso a Peter.
— Por favor dile a mi madre que la extraño — murmuró el niño con la voz quebrada —. También a papá.
Con un nudo en la garganta (t/n) aseguró que así lo haría. Dio algunas instrucciones generales antes de colgar. Francis la miraba con interés.
— ¿Sabes qué pasa, (t/n)?
— ¿Qué quieres decir?
— He estado encerrado desde que todo comenzó. Íbamos a celebrar un cumpleaños, así que debía cocinar muchas cosas — explicó Francis tranquilamente —. Luego cerraron las puertas. Nadie se ha tomado la molestia de decirme qué pasa ni me permiten salir.
(t/n) no sabía cómo explicar lo que pasaba, así que decidió ser directa.
— ¿Has visto alguna película de zombies?
— Oui. Me gustan mucho.
— Imagina eso, pero peor. Al parecer hay una especie de enfermedad con síntomas parecidos.
El rostro de Francis se puso verde. Parecía que se iba a desmayar. ¿Tendría a alguien esperándolo afuera? Y si era así, ¿esa persona seguiría esperándolo? ¿Habría huido... o estaría contagiada?
— Se supone que se propaga por contacto directo. Es como una epidemia zombie. Ya sé que suena estúpido, pero lo vi — murmuró (t/n) mirando la comida en su plato —. Estaba en la calle y la gente se volvió loca. La gente debe quedarse en casa para que los militares reúnan a los enfermos. ¿Qué no has visto las noticias?
—Mon dieu — las cejas rubias se arquearon a medida que procesaba la información —. Los muchachos estaban pegados a la televisión. No les hice caso. Creí que esperaban una de sus series, como esa de los dragones.
— Yo ni siquiera quería salir de mi casa, pero tenía que hacerlo — interrumpió (t/n) sin pensar en lo que decía Francis —. Fue una suerte que me dejaran entrar. Todo es muy raro.
— ¿Por qué estás aquí?
— Traigo noticias — dijo sin dar más explicación.
Cogió la cuchara al ver que Francis recuperaba su sonrisa. No dejó de comer hasta que el plato estuvo limpio e intentó ignorar los intentos de Francis de iniciar una conversación. Difícil. Era encantador. Cada vez que preguntaba algo, (t/n) trataba de contenerse sin éxito para no dar información sensible. ¿Qué importancia tenía su edad o si le gustaban los dulces? ¿O si le gustaba salir a comer de vez en cuando? Casi quería decir algo desagradable para que cerrara la boca, pero no quería ser descortés con alguien tan simpático.
Un sonido de una bolsa de frituras abriéndose y risas estridentes dio paso a Alfred, que metía y sacaba su mano en el envase. Matthew lo seguía con una expresión avergonzada que cambió rápidamente a una de alivio al ver a (t/n) charlando con Francis.
— ¡(t/n), que bueno que estás aquí! — una voz baja interrumpió sus pensamientos —. Lamento lo de antes.
— ¿Qué, lo de la puerta? Olvidado, no te preocupes — zanjó rápidamente —. ¿Cómo está Kumanjiro?
— Su pata está fracturada, pero estará bien – contestó sentándose a su lado —. Allistor está cuidándolo.
Al parecer Francis quería mucho a Kumanjiro, porque cuando supo lo de su pata casi rompió a llorar. Matthew se vio obligado a contarle toda la historia, así que Alfred tomó una silla y se sentó del otro lado de (t/n). Comía ruidosamente, casi sin respirar mientras tragaba las frituras anaranjadas que crujían en su boca. Al ver que ella lo miraba con sorpresa, le ofreció la bolsa. (t/n) sólo sacó unas cuantas, aunque se habría comido la bolsa entera de tener el estómago vacío.
— Apuesto que estás muerta de hambre — dejó la bolsa de lado y puso su brazo en el asiento de la chica —. Esa comida parece horrible.
— Mi comida es demasiado refinada para tu paladar — rió Francis sosteniendo una enorme bandeja plateada —. No es mi culpa que te guste embarrar las cosas con kétchup y chocolate.
Los ojos de (t/n) se iluminaron al ver que contenía muchos dulces, dulces como para que sus dientes se llenaran de caries. Macarons de los colores del arcoíris, profiteroles dorados bañados en caramelo, eclairs cubiertos de frutos rojos, crème brûlée... No se dio cuenta de que sus manos se movían solas para alcanzarlos.
— Parece que alguien aprecia mi comida — el hombre rubio llevó varias tazas y agua caliente —. Oui, c'est formidable.
— ¿Te gustan los dulces, (t/n)? — Matthew esperó su respuesta con los ojos fijos en su rostro.
— Sí – musitó (t/n) concentrada en un profiterol —. ¿A ti?
— Sí, pero no podría comer... tantos.
Por toda respuesta (t/n) sonrió, sin saber que el corazón de Matthew se había acelerado un poco. Aceptó una taza de café, dándose cuenta de que parecía que estaba pasando el rato con sus amigos. ¡Que absurdo, sobre todo cuando había visto gente atacándose y contagiándose la enfermedad frente a ella! Se levantó y tomó su bolso.
— ¿Qué haces, (t/n)?
— Voy a cambiarme — contestó mesando su pelo desordenado —. Asustaré a los Kirkland si me ven así. Iré al baño que está junto a la sala donde está Kumanjiro.
— ¿No te perderás? — preguntó Alfred −. Si quieres puedo llevarte.
Negó con la cabeza, sonriendo levemente. Caminó hasta el baño, poniendo el cerrojo a la puerta. Aprovechó para vaciar su vejiga para luego quitarse las ropas sueltas. Desenrolló las vendas de su pecho antes de vestirse con con el conjunto de repuesto. Al verse al espejo pensó que por lo menos ya no se veía como un vagabundo secuestrador de niños pequeños.
Devolvió las cosas a su bolso mientras se peinaba con los dedos, maldiciendo haber dejado que su pelo creciera tanto. Al salir del baño un quejido lastimero llamó su atención. Miró a través de la puerta. Allistor tecleaba en un laptop bastante extraño mientras tarareaba una canción que (t/n) no reconoció.
— Deberías entrar — dijo sin mirarla —. Necesita algo de compañía mientras Matt no está.
Avergonzada de que la atrapara espiando, se acercó al perro. Acarició la cabeza de Kumanjiro fijando su vista en la pata lesionada.
— Fractura incompleta — Allistor dejó de lado el computador y sacó unas pastillas de su bolsillo —. Fue una suerte que lo trajeras.
— ¿Eres veterinario?
— Así es — se acercó al perro partiendo la tableta —. Sujétalo de la cabeza mientras se las doy.
A pesar de su reticencia, Kumajiro aceptó lo que le ofrecían, cayendo dormido poco después. Allistor comenzó a recoger los extraños metales unidos al laptop. (t/n) se acercó curiosa y vio imágenes de distintos animales en la pantalla antes de que la cerrase.
— El golpe fue serio, pero no necesita cirugía — explicó mientras guardaba las cosas —. Una férula y descanso serán suficientes.
— Matthew estará feliz. Se nota que lo quiere mucho.
— Cierto. Está muy agradecido por tu ayuda, ¿sabes? — soltó tras un par de minutos en silencio.
— Cualquiera habría hecho lo mismo — mintió, consciente de lo ingenua que sonaba.
— No, no cualquiera — sonrió Allistor, como si supiera que ni ella se lo creía —. Por cierto, pedí a mi hermano que traiga a los Kirkland cuando terminen.
— ¡Eso es genial! ¿Faltará demasiado?
— No lo creo. Además, el viejo Kirk está histérico. Bastará que digan los nombres de Peter y Wendy para que vuele.
— ¿Cómo lo sabes?
— Porque soy su hijo.
Esas simples palabras hicieron que (t/n) se sintiera como una estúpida. Claro, por eso su expresión había cambiado drásticamente al oír de los niños. Si se fijaba bien, tenían la misma forma del rostro y su cabello era del mismo tono rojizo de Wendy, pero más encendido. También tenían las mismas cejas marcadas. Iba a decirle lo boba que se sentía cuando un hombre rubio entró corriendo a la habitación. Tenía los mismos ojos verdes de Allistor, pero a diferencia de este mostraba miedo. Y rabia.
— ¿Dónde están mis hijos?
— ¿Los niños? En mi casa — respondió sin entender del todo cómo había entrado —. Se perdieron y les dejé entrar cuando uno de los contagiados quiso atacarles.
— ¿Qué hay de Arthur? — preguntó una mujer.
Varias personas habían llenado la habitación sin que se diera cuenta. Además de los padres de Peter había dos chicos de cabello castaño, con diferentes matices rojizos. También estaban Alfred y Matthew. Algo hizo click en la cabeza de (t/n). Seguro eran parientes, los niños habían mencionado una familia numerosa.
— ¡Contesta, niña! — exclamó el hombre —. ¿Dónde está Arthur?
— No lo sé, y no soy una niña — soltó casi indolentemente —. Los niños estaban solos. Dijeron que su hermano los obligó a correr cuando los enfermos les atacaron. Se quedó atrás.
La habitación pareció hacerse más pequeña, asfixiante. Nadie se atrevía a abrir la boca. (t/n) se obligó a decir lo que pensaba, aunque fuese cruel.
— Puede que esté muerto — susurró mirando al piso —. Esas cosas casi me mataron cuando conocí a los niños. Dejé a Wendy y Peter en mi casa, pero no creo que sea seguro.
La mujer habría caído al suelo de no ser porque los chicos la sujetaron. La ayudaron a llegar a un pequeño sillón. Un lamento cruzó la habitación y pareció despertar al señor Kirkland de su estupor.
Arthur, recordó (t/n). Se llama como su hijo.
— ¿Cómo sabemos que dices la verdad? — gritó acercándose a ella y tomando su brazo —. ¿Dónde los tienes?
— Ya se lo dije, están en mi casa — intentó quitarse la mano de encima, pero parecía que una garra metálica la había atrapado —. Deben ir a buscarlos ahora mismo.
— ¿Dónde está tu casa? — preguntó alguien.
— A una hora en bicicleta. En realidad sólo a media hora — se corrigió rápidamente —. En algunos lugares hay muchos enfermos concentrados.
— Debemos ir — Allistor sacó un cigarrillo y lo encendió —. No podemos dejarlos solos.
— ¿Y si esta chica miente? — (t/n) notó que el padre de los niños tenía los ojos azules —. No la conocemos. Tal vez quiere algo.
— Por supuesto que quiero algo — replicó furiosa al ver cómo hablaba sobre ella, como si no estuviera presente —. No quiero que esos niños mueran, pero tampoco quiero ser responsable de ellos. Quiero que los vayan a buscar.
La mano permaneció en su brazo, pero comenzó a aflojarse. (t/n) la apartó con suavidad y buscó en su bolso. Al acercarse a la mujer, vio que estaba temblando en el sillón, cuyo tapiz verde resaltaba el color de sus ojos. Cerró los dedos y sacó el broche rosa.
— Wendy me dijo que reconocería esto — explicó poniéndolo en la pálida mano de la mujer —. Pueden creer lo que quieran sobre mí, pero esos niños tienen el tiempo contado. Si no aparecen enfermos, pueden aparecer ladrones o algo peor.
Giró hacia el hombre. Sus ojos estaban apagados y sin brillo.
— La policía... la policía debe vigilar...
— No vi militares ni policías en las calles. Supongo que aún no sabe cómo funciona este país — un sentimiento de ira la obligó a escupir las palabras —. Esos niños son como conejos escondiéndose de los lobos. Está en sus manos salvarlos o no.
Agotada de tanto hablar se dio vuelta y acarició la cabeza de Kumanjiro. Mientras los hombres susurraban a sus espaldas, pensó que la mujer parecía demasiado joven y delicada para ser madre de tantos niños. Y demasiado dulce para el gruñón de su esposo.
— Iremos a buscarlos — decidió el hombre —. Llévanos a tu casa.
[Arhtur Kirkland parece más gruñón de lo que realmente es. En el fondo es un hombre que muere de miedo al pensar en lo que podría pasar con sus hijos, sólo que no se atreve a expresarlo. Por el contrario, Rose tiene aspecto delicado siendo mucho más fuerte que él. Por sus hijos, sería capaz de arrojarse a los contagiados.]
Chapter Text
Varios ojos seguían el mapa fijado por (t/n) en el muro con cinta adhesiva. Su dedo tembloroso indicó los caminos a su casa, haciendo énfasis donde había visto enfermos.
— No parecen agresivos — murmuró recordando los cuerpos congregados -. Pero son sensibles. Cuando me acercaba se movían.
A partir de la información dedujeron las mejores rutas. No tardaron en armar un plan, y al guardar el mapa, (t/n) era la única persona en la habitación. Se sentó en cuclillas sobre el sillón que antes ocupaba la señora Kirkland para descansar mientras los otros se alistaban. Sus ajustados pantalones negros contrastaban con el tapiz. ¿Debería ponerse la ropa suelta y vendarse el pecho nuevamente? Ningún obstáculo se había cruzado en su camino, contaba con compañía para volver. Parecía que había exagerado como siempre. Sin mencionar que no tenía ganas de levantarse.
Los rayos de sol atravesaban las persianas entreabiertas cegándola. Esquivó la luz removiéndose en el sillón. Aún era temprano. Tenían horas antes de que oscureciera.
— ¿En serio te irás? — la suave voz de Matthew la sobresaltó. No había percibido su presencia. Estremeciéndose, se levantó a cerrar las persianas.
— Quiero asegurarme de que los niños estén bien — respondió tirando del cordón.
Kumanjiro dormía. (t/n) acarició el blanco pelaje añorando su hogar como nunca. Quería volver a casa. Necesitaba que los niños desaparecieran de una vez para no tenerlos como una carga en su conciencia: abandonarlos significaba exponerlos a cualquier peligro. Podía ser una egoísta cobarde, pero no tan desalmada para dejarlos morir siendo capaz de ayudar.
— Deberías quedarte — el tímido susurro interrumpió sus reflexiones —. Es peligroso estar afuera.
— Ya sé, Matt. Pero no puedo, es obvio que Kirkland padre no me cree del todo — una sonrisa sarcástica afloró en su boca —. No lo culpo. Ni yo confiaría en mí. ¿Cómo podría quedarme? ¿Como rehén?
— Como una amiga — la débil voz casi se quebró —. Yo confío en ti.
La garganta de (t/n) comenzó a arder, su saliva estaba espesa y pegajosa. Necesitaba urgentemente algo líquido. Se disculpó antes de salir corriendo. Conversar con desconocidos a un nivel tan profundo era una odisea, y la ansiosa mirada de Matthew no ayudaba demasiado.
Oyó la voz de Francis incluso antes de entrar a la cocina. Canturreaba, concentrado en revolver las alacenas. Paró al notar la presencia de (t/n), quien se preparaba para soportar su amabilidad.
— ¿Ya se van, ma chérie? — preguntó sosteniendo una caja —. Está casi listo.
-— No, vine a pedirte algo de agua. ¿Qué está listo?
Francis llenó un vaso con agua fría mientras (t/n) miraba a su alrededor, notando varios envases pequeños y botellas plásticas alineadas sobre la mesa donde habían comido.
— Comida — explicó dándole el vaso —. Agua y bonbons** por si deben estar mucho tiempo afuera.
(t/n) ayudó a Francis a llevar los envases al estacionamiento, donde los padres de los niños hablaban en voz baja. Le sorprendió la cantidad de armas que descansaban en una esquina. Armas reales, capaces de volar los sesos a cualquiera.
— Te toca adelante, (t/n) — la alegre voz de Alfred la hizo voltear mientras Francis se dirigía a uno de los vehículos detenidos —. Junto al conductor.
(t/n) pensó que había algo extraño en su apariencia, pero no supo reconocerlo. Estaba colgando objetos enfundados en un arnés que rodeaba su pecho. Luego se puso una aviadora de cuero con la que los tapó.
Pistolas.
— ¿También vas? — preguntó confundida.
— Yes! — la blanca sonrisa se hizo más grande —. Peter y Wendy nos esperan. ¡Soy su héroe, no puedo fallarles!
Sus ojos brillaban entusiasmados y por primera vez (t/n) notó lo brillantes que eran.
— Tus anteojos — dijo percibiendo el cambio en su rostro —. Te los quitaste.
— Llevo lentillas. Por cierto, traje tus cosas.
(t/n) le pidió que llevara la comida mientras ella dejaba su bolso en el asiento del copiloto. Sus acompañantes no tardaron en acercarse al vehículo negro. A ella le parecía bonito, pero algo vistoso. De la clase que salía en noticias de robos a políticos o empresarios.
Francis había quedado en el olvido mientras movía cajas y botellas aunque antes de que (t/n) subiera a su lugar, le dio discretamente una pequeña caja. Un chico se puso al volante, encendiendo el motor al tiempo que Allistor y un guardia abrían las puertas. (t/n) observó los rostros de sus acompañantes a través del espejo retrovisor. Alfred, el padre y dos hermanos de los niños. Seamus y Liam, recordó al ver los ojos verdes del conductor coincidiendo con los suyos.
Las edificaciones rodeadas de jardines dieron paso a una autopista donde varios automóviles destrozados obstruían su camino. Liam se movía de una pista a otra, esquivando decenas de cadáveres. Algunos cuerpos se retorcían entre los metales o bajo los árboles que rodeaban la pista. Sólo los más cercanos daban muestras de sentir el movimiento del automóvil pues el motor era tan silencioso que sonaba como el ronroneo de un gato.
— Mejor nos alejamos — musitó el chico algo nervioso -. Conduciré más lento. Ojalá no tengamos que pelear.
(t/n) casi sufrió un infarto al recordar las pistolas. ¿Cómo había sido tan estúpida para pasarlo por alto? Las armas de fuego podían acarrearles problemas. No tenía idea de cuántos decibeles tenían, seguro eran más de noventa. Revolvió su bolso hasta sentir el filo de los cuchillos. Su suspiro aliviado fue interrumpido por un violento golpe contra su ventana. Un grito de horror salió de varias bocas cuando las ruedas pasaron sobre el cuerpo de la persona que había chocado con el cristal. El motor se detuvo bruscamente cuando el nervioso conductor confundió los pedales. (t/n) miró hacia atrás sólo para ver a una muchacha levantándose. Se movía a pesar de tener un hueso sobresaliendo a través de un brazo torcido, era una contagiada. Y bastante rápida.
— ¡Seamus, arranca!
Sin reparar en que hablaba al hermano equivocado, (t/n) obligó a Liam a encender el motor y acelerar. La chica los siguió, convirtiéndose poco después en una pequeña mancha en los espejos laterales.
— ¿Estás bien, bro? — preguntó Alfred desde el asiento trasero.
No hubo respuesta.
— Detente, hijo. Yo conduciré — ordenó el señor Kirkland.
Tras ese episodio no hubo inconvenientes. A pesar de que faltaban minutos para llegar a la calle que desembocaba en su vecindario, (t/n) estaba impaciente. Casi sentía las pústulas que salían en su cuello cuando estaba estresada por los exámenes o exposiciones orales. Los vehículos volcados fueron sustituidos por conos fluorescentes, hombres con trajes de protección biológica que parecían fumigar el suelo y furgones militares. Un soldado hablando por radio comunicador hizo señales para que se detuvieran.
— No pueden pasar — dijo apenas se abrió la ventanilla del conductor —. Esta zona será acordonada.
— ¿Hay enfermos en la universidad? — demandó (t/n) mostrando la torre del reloj a través del parabrisas —. ¿Fallecidos?
— Fue limpiada esta mañana. Pero no pueden pasar.
Limpiada. ¿Qué significado tenía?
— Tenemos patente diplomática — interrumpió el señor Kirkland mostrando varias credenciales al soldado —. Es una misión gubernamental.
Los ojos del soldado se abrieron desmesuradamente al oírlo. (t/n) rió para sus adentros con tal mentira.
— Debe hablar con mi superior — explicó devolviéndole los papeles —. Ustedes dos, síganme.
Mientras (t/n) se maldecía por haber llamado su atención, el soldado indicó a sus compañeros que se acercaran. Estaban armados hasta los dientes. Al entrar al vehículo blindado la chica rezó para que nadie perdiera la cabeza. El militar jefe, un hombre rechoncho en sus cuarenta, no los miró hasta oír las palabras "embajador", "señorita" y "gubernamental". Una mueca se extendió a lo largo de su rostro.
— Déjenos — indicó al soldado.
El señor Kirkland habló al tiempo que (t/n) daba un vistazo rápido al interior del vehículo. Era casi tan grande como una casa rodante, tal vez la milicia se instalaría para controlar el tránsito de personas — sanas o no — mientras limpiaban. Había una sola silla ocupada por el militar frente a un escritorio donde se acumulaban varias carpetas. Les pidió sus identificaciones, exigiendo con un gesto que las pusieran en su mano, casi parecía querer requisarlas.
— Cerramos los accesos desde la autopista — sus ojos se detuvieron en el trozo de plástico que detallaba el nombre de la chica -. Nadie debe pasar para mantener la zona libre de contagio.
No dejaba de mirarlo. (t/n) era la clase de persona que salía horriblemente mal en las fotografías. Muchas veces sus amigos bromeaban diciendo que no era la chica en la imagen borrosa.
— Como puede notar, estamos limpios — interrumpió orgullosamente el señor Kirkland —. Considerando la naturaleza diplomática de nuestro deber lo mejor es que nos permita el paso.
Una risa burlona acogió sus palabras.
— Imposible, tengo órdenes. Los civiles no tienen permitido moverse — una sonrisa malévola iluminó su rostro —. Podría detenerlos sólo por estar aquí.
— ¿Está amenazándome?
El área se hizo más pequeña y asfixiante. El militar sonreía ampulosamente al decir que la inmunidad diplomática del personal de embajada no era aplicable en estado de emergencia nacional sin permiso castrense. Ambas figuras frente a él se congelaron: no lo sabían, pero el hombre era un subordinado recién ascendido que deseaba ejercer su repentino poder sobre otros.
— Yo soy quien da las órdenes — finalizó sintiéndose victorioso —. ¿Acaso no entiende?
(t/n) decidió que debía cambiar el rumbo de la conversación.
- Claro que entiende - trató de sonar lo más natural posible -. Su labor es demasiado importante para ignorarla.
Sonriendo tontamente comenzó a halagarle. En el fondo el militar era engreído, al sentirse en una posición de poder se distrajo y olvidó la idea de detenerlos para concentrarse en hablar con esa simpática chica. Afortunadamente llevaba el largo pelo suelto y ropa aceptable. No era precisamente una belleza, pero un delicado rubor cubría las mejillas de (t/n) cuando hablaba con desconocidos, y su voz podía ser muy dulce. Sonaba muy superficial, pero si podía usar su imagen a su favor al menos hasta que al señor Kirkland se le ocurriera algo...
— Me recuerdas a mi hija — mencionó el hombre con una mirada que le heló el corazón —. Debe tener tu edad. ¿Saben qué? Podría pasar esto por alto si colaboramos.
(t/n) pensó que tal vez se había pasado un poco. Quiso morir al verlo acercarse con una fotografía que sacó del bolsillo de su chaqueta. Casi vomitó al pensar en el significado de sus palabras y en la sonriente chica en traje de baño rosa de la imagen. Una mano con un sobre negro fue extendida hacia el militar, interponiéndose entre ambas figuras. El militar lo revisó sin ocultar la satisfacción que le provocaba su contenido. Todos sabían qué significaba.
— Pueden pasar. Les daré un salvoconducto — miró al hombre rubio con desdén al sacar un papel y un sello —. Tienen hasta mañana a esta hora, para entonces deben volver.
Trató de usar su radio comunicador, el cual falló a mitad de sus instrucciones. Salió quejándose de lo mal que funcionaban y algo hizo click en la cabeza de (t/n). Ante los asombrados ojos del señor Kirkland, corrió a las carpetas y sacó varias hojas al azar, asegurándose de que no fuesen las primeras o las más visibles. Arrugó los papeles al guardarlos entre su torso y la camiseta ajustada.
Poco después el militar entró seguido de los demás. Revisó un montón de carpetas distinto al que (t/n) había asaltado y sacó un formulario que les hizo rellenar. Estampó un sello extremadamente lento en tanto que los chicos escribían sus nombres. No dejaba de interrogar a (t/n) que, a pesar de sudar a mares, contestar amablemente sus preguntas con mentiras y omisiones. Salieron aprisa cuando tuvieron las identificaciones de vuelta. Los soldados apartaron los conos para abrirles paso, obstruyendo el camino al aparecer otro automóvil a la distancia.
— Volveremos por otro camino — gruñó el señor Kirkland manejando la palanca de cambios.
— Pero el militar no dejó de repetir que nos espera mañana — replicó Seamus desde el asiento trasero —. ¿No tendrás problemas?
— Tu madre se encargará.
El hombre sólo quería llegar con sus hijos lo más rápido posible, sin embargo (t/n) agradecía que hubiera arreglado la situación. Necesitaba borrar el rostro de la chica de sus pensamientos. No se dio cuenta de que temblaba hasta que se relajó contando las esculturas que veía fuera de la universidad. Estatua griega. Estatua indígena. Contagiado junto a la estatua de algún prócer. Contagiado otra vez. ¿No se suponía que habían limpiado la zona?
Desaparecieron los edificios universitarios para dar paso a las bonitas viviendas de su calle. Al fin pudieron apagar el motor frente a su pequeña casa. El corazón de (t/n) se detuvo al darse cuenta de que la puerta principal estaba abierta.
— No — susurró pálida como un muerto —. Les dije que no abrieran.
Imágenes horripilantes pasaron por su cabeza en cuestión de segundos. Los hombres farfullaban rápidamente en inglés. (t/n) lo hablaba bastante bien, pero le costó comprenderles. Resumiendo, el señor Kirkland quería que alguien se quedara al volante por si debían huir. Ofreció a la chica quedarse con Seamus. Ella declinó la oferta ya que prefería entrar con Alfred y Liam. Necesitaba moverse o los pensamientos negativos volverían a su cabeza.
— Esperen, no pueden usar eso — protestó al ver a Liam desenfundando su revólver —. Hacen demasiado ruido. ¿Tienen una caja de herramientas?
Al registrar el maletero hallaron una arqueta fluorescente llena de aparatos mecánicos. Los chicos tomaron enormes llaves para tuercas. (t/n) por su parte prefirió un martillo mediano, más ligero y manejable. Alfred se quitó la chaqueta, mirando las pistolas enfundadas con ojos de cachorro abandonado.
— Alf, no — dijo Liam.
— Que ni se te ocurra — bufó (t/n) sin mirarlo —. Sólo puedes usarla si están a punto de comerte, ¿oíste?
El cielo estaba bastante oscuro, tanto que al entrar no pudieron ver más que el relieve de los objetos al interior. (t/n) palpó la pared preguntándose si habría luz aún hasta encontrar el interruptor y al encenderlo, su mano chocó con la cabeza de un muchacho. Maldijo cuando éste se abalanzó sobre ellos. Antes de ser atrapada saltó a su derecha chocando con Liam. Alfred no dudó en descargar la llave metálica sobre el cráneo hasta romperlo.
Los hombres arrastraron el cuerpo al exterior y la chica revisó la puerta, no mostraba indicios de haber sido forzada. Ignoró el repentino dolor en su espalda para concentrarse. Revisaron la planta baja. Completamente vacía. Volvieron al vestíbulo, notando manchas oscuras sobre los peldaños alfombrados. Todos respiraban más silenciosamente que de costumbre, conscientes de cada uno de sus movimientos. Subieron peldaño a peldaño, silenciosos gracias a la moqueta que amortiguaba el sonido de sus pies. Miraron a la derecha, nada. Miraron a la izquierda.
Bingo. Tres cuerpos de pie frente a la puerta cerrada de su cuarto.
Alfred se abrió paso hacia ellos golpeándolos con la llave mecánica. Liam lo imitó y entre ambos acabaron con dos mientras el tercero se arrojaba sobre (t/n). Histérica, golpeó hasta que varios trozos de cerebro y hueso astillado cayeron al piso. Se acercó a la puerta procesando lo que acababa de pasar. ¡Estúpido Alfred! Quería gritarle por ser tan imprudente, aunque no valía la pena hacerlo si estaban a salvo. Inconsciente de su debate mental, el chico giró el picaporte descubriendo que alguien había puesto el cerrojo.
— ¿Wendy? ¿Peter? — preguntó Liam golpeando la puerta.
Al no obtener respuesta, Alfred indicó que se apartaran antes de patear bajo la cerradura con todas sus fuerzas. Irrumpieron en la habitación buscando señas de los niños. La chica escaló con rapidez el mueble bajo su ático, haciendo caer varios libros de las estanterías antes de alcanzar el techo.
— ¿Chicos? — dijo golpeando la madera para llamar su atención.
Ni un solo sonido. La horrible idea volvió a su cabeza mareándola hasta el punto de casi caer. Trató de abrir, pero algo la bloqueaba.
— ¡Chicos! — gritó con los ojos abiertos por el miedo —. ¡Abran, soy (t/n)! ¡Díganme que están bien!
Acababa de bajar por algún objeto para forzar la trampilla en el momento en que oyó un ruido de objetos moviéndose. La puertecilla se deslizó para mostrar dos rostros pálidos bañados en lágrimas. Alfred soltó un suspiro aliviado al extender sus brazos para ayudarles a salir.
— Perdona, (t/n). Alguien pidió ayuda y traté de abrirle — lloriqueó el niño corriendo hacia ella para abrazarse a su cintura —. Fue mi culpa que entraran.
Estaba tan confundida que le costó procesar sus palabras. Su cabeza hirvió al pensar en las consecuencias de sus actos. Sabía que no podía culpar a un niño por ser ingenuo, pero esperaba que le sirviera para ser menos confiado en el futuro. ¡Podría haber muerto! Abrazó a Peter casi cariñosamente, susurrándole que no tenía culpa de nada entretanto Wendy sollozaba en el hombro de su hermano. Luego lo soltó. Después de ese susto infernal el mal humor de (t/n) incrementaba, al igual que el temblor de sus manos.
— Voy por los demás, quédense con ellos — indicó a los hombres.
Antes de salir pasó a su baño. Metió la mano en el botiquín, sacando una pastilla que puso a su boca pensando en los bonitos colores de las múltiples cajas de medicamentos. Llenó su vaso de enjuague con agua antes de tragar.
Minutos más tarde, el temblor se redujo al ver al señor Kirkland abrazando a los niños. El miedo y la ira dieron paso a la extenuación. Sólo quería comer y dormir sin pensar en los sucesos de ese día.
— Es tarde — indicó el cielo a través de la ventana de su habitación —. ¿Qué hará, señor Kirkland? Pueden quedarse acá si quieren.
No le sorprendió que aceptara, viajar de noche sonaba peligroso. Liam se quedó con los niños, el resto se encargó de mover los cuerpos de la escalera. (t/n) sacó sus llaves del bolsillo al bajar. Mientras los cadáveres eran cubiertos con mantas oscuras, abrió las puertas para que el vehículo fuera aparcado en el patio trasero. Al apagarse el motor cerró, maldiciendo cada vez que erraba el ojo de la aldaba.
— ¿(t/n)? — llamó el señor Kirkland bajando del automóvil —. Lamento haber sido tan desagradable.
— ¿Ah? — preguntó girando la llave —. No importa.
— En serio — insistió el hombre mirándola a los ojos cuando giró hacia él —. Has hecho algo muy importante por mi familia, y estoy muy agradecido. No hay forma en que pueda pagártelo
— Gracias por lo de antes — susurró bajando la mirada —. Quiero decir... por lo del militar.
Aunque prefería morir a confesarlo, en ese momento había estado muy asustada.
— Era un hombre desagradable. No me gustó lo que te dijo — gruñó con expresión asqueada —. ¿Qué te parece si comemos?
(t/n) se adentró en la casa. Ordenó a Alfred que fuera a ayudar al señor Kirkland e indicó a los demás dónde estaban la tetera, cubiertos y esas cosas. Los paquetes de comida quedaron apilados en la encimera. Recordó que su bolso seguía en el asiento del copiloto. Salió por la puerta trasera en busca de sus cosas.
El lugar estaba a oscuras y en completo silencio, el cual sólo era interrumpido por sus pasos. Al colgar la correa en su hombro vio la caja que le había dado Francis antes de salir. La apretó un poco, sintiendo que aplastaba ligeramente el cartón. Abrió. Resultaron ser barras pegajosas cuya textura reconoció al instante incluso sin ver. Metió una en su boca. Era una especie de turrón de almendras. Francis era un encanto, debía reconocerlo.
Cerró la caja al divisar un extraño bulto en una esquina del patio. Apenas se veía gracias a la luz que se filtraba por la puerta abierta. Al acercarse descubrió que era grande y no se movía. Se inclinó en precario equilibrio, cayendo cuando el objeto comenzó a temblar violentamente. Un grito escapó de su garganta al descubrir que era una persona... o parte de ella.
No tenía piernas.
(t/n) buscó alguno de sus cuchillos, espantándose al ver lo rápido que se arrastraba. Antes de que el contagiado se le acercara, un golpe seco destrozó su cráneo. Alfred se erguía detrás de este, con un objeto largo en sus manos que destilaba sangre.
— ¿Estás bien, (t/n)?
Miró con pena el relieve de la caja con dulces, aplastada por las manos del muerto.
— Sí. Entremos.
Cogió sus cosas y lo acompañó a la mesa de la cocina. El agua hervía y la puerta principal tenía el cerrojo puesto. Se sentaron en un par de sillas que había sido arrastradas desde el comedor, oliendo la comida con placer. Al recalentarla perdía parte de su sabor original, aunque era mejor que verse obligados a comer huevos fritos o sándwiches mal hechos. Los demás conversaban animadamente mientras ella hacía trabajar su mandíbula.
— (t/n), ¿no viste a nuestro hermano? — preguntó Peter haciendo que todos callaran.
— No — respondió después de un rato —. Lo siento.
Todos parecían incómodos. Nadie habló hasta que el padre de los niños hizo oír su voz.
— ¿Tienes los documentos?
Con un gesto de asentimiento, la chica se levantó. Metió la mano en su estómago sacando varias hojas arrugadas que depositó sobre la mesa con una risa sarcástica. Varios ojos alucinados siguieron los movimientos de sus manos mientras los alisaba cuidadosamente.
—- ¿Los robaste a los soldados? — exclamó Alfred con los ojos como platos tras oírla explicar su procedencia —. ¡Eso es genial! ¡Eres increíble!
Al terminar de comer encendieron la televisión que aún recibía señal nacional, aunque algunos canales extranjeros no funcionaban. Vieron noticias sobre Rusia, donde el presidente decretó cierre de fronteras y de comunicaciones, además del traslado de la gente a las zonas más frías, donde sería más difícil la irrupción de enfermos.
— Señor Kirkland, le dejaré los papeles — bostezó (t/n) restregando sus ojos —. Necesito dormir, los leeré mañana.
Establecieron un sistema de guardias, que rotaría entre los hombres. (t/n) estaba exhausta, sólo quería dormir. Sus ojos se cerraban, le sería imposible concentrarse en cualquier lectura. Estaba tan cansada que ni siquiera se sintió en peligro a pesar de tener un grupo de desconocidos dentro de su casa. Confiaba que, al haber acogido a los niños, sería protegida por sus parientes. Al menos esa noche.
Intentó llamar a su madre sin éxito, así que le dejó un mensaje. Arrastró el bolso a su cuarto para ponerse un pijama. Los niños subieron poco después. Se arrojó sobre su cama casi llorando de satisfacción mientras Peter y Wendy se acurrucaban a su lado. No había sensación más estupenda que tener una cama bien hecha cuando estaba agotada. ¡Era el cielo!
[Arthur Kirkland, jefe de personal de la embajada de Inglaterra, es bastante conocido en ciertos círculos por su afición a sobornar con el fin de obtener sus objetivos. Tuvo un proceso judicial en su contra por esta razón, el cual fue detenido con éxito gracias al trabajo conjunto de los implicados.]
Chapter Text
Alfred se asomó por la puerta de la habitación de (t/n) esperando que estuviera dormida. Se llevó una sorpresa al verla sentada sobre un montón de ropa.
- Good morning.
La chica había despertado con un intenso dolor corporal que la obligó a moverse hasta la silla donde acumulaba sus prendas para quejarse a gusto sin despertar a los niños.
- Hola - respondió cerrando el pequeño libro con el que intentaba distraerse.
(t/n) se levantó, arrepintiéndose en el instante en que Alfred puso sus ojos en ella. Su rostro enrojeció al tomar conciencia del pijama que llevaba puesto. Era rosa, con pequeños animales estampados.
- El desayuno está listo - sonrió. Era obvio que el pijama le parecía adorable por la forma en que reían sus ojos azules, pero (t/n) no le encontraba la gracia. Tomó una bata para cubrirlo antes de seguirle. En el camino se enteró de varias cosas: aunque ni siquiera eran las 10:00 de la mañana, Alfred había salido con Seamus y Liam a ver si hallaba gente en otras casas. No tuvieron suerte.
- No te agradecí lo de ayer, Alfred - interrumpió al llegar al vestíbulo -. ¿Cómo llegaste tan rápido? Apenas había gritado y ya estabas ahí.
- Oh, salí porque tardabas demasiado - sus mejillas tomaron un ligero color rosa -. Pensé que podías necesitar un hero.
Culminó la frase con una risotada que la sacó de sus casillas. Sólo llevaba un día con esos extraños y ya la habían salvado. Dos veces. Realmente le molestaba, era casi como estar en deuda con ellos... y (t/n) odiaba deber favores. Solía ser bastante ingenua antes de volverse una persona recelosa y taciturna, capaz de morir antes de pedir un lápiz prestado. Podían intentar cobrárselo más tarde.
Pero Alfred no parecía la clase de persona que hacía algo por interés.
Apenas entró a la cocina, el señor Kirkland le alargó los papeles robados. (t/n) los leyó mientras tomaba algo para comer. Muchos carecían de importancia, aunque unos resumían un protocolo sanitario. Cualquier fluido corporal - saliva, vómito, bilis - era peligroso, pero sólo durante los primeros minutos. En cuanto a las mordidas, si no tocaban los vasos sanguíneos principales, se podía proceder a la amputación para salvar el resto del organismo. Los patrones de comportamiento de los contagiados mostraban que mayoritariamente eran torpes y lentos, sólo algunos parecían conservar cierto instinto que los obligaba a actuar como depredadores. Eran rápidos y fuertes, pero carentes de agilidad. Por suerte parecían ser excepciones.
Jamás pensó que podía reunir información útil en poco tiempo. Notó el movimiento de una silla arrastrándose y levantó la vista.
- Entonces, ¿qué harás? - preguntó el señor Kirkland.
(t/n) dudó. Los otros chicos habían desaparecido sin que se percatara.
- No sé - mintió sentándose frente a él -. Podría esperar que limpien la zona.
No era una mentira del todo. Obviamente su idea era volver a casa, pero no quería preparar su partida en plena zona de contagio. Menos con gente - enferma o no - rondando. ¿Qué podía hacer? Necesitaba tomar sus cosas, conseguir algún vehículo y largarse antes de que todo se pusiera peor.
- No hay gente en esta calle. Los chicos revisaron varias casas. Estaban vacías - murmuró el hombre -. O llenas de cadáveres. No puedes quedarte sola en un lugar como este. No lo permitiré.
- ¿Qué quiere decir?
- Ven con nosotros - gruñó en respuesta -. Por lo menos hasta que puedas volver aquí a salvo.
La propuesta la sorprendió y conmovió al mismo tiempo. Aceptó inmediatamente al comprender que se lo ofrecía por haber salvado a los niños, que mostraban abiertamente lo mucho que ella les agradaba. De ser una persona cualquiera buscando desesperada un refugio, el hombre la echaría a la calle como en las novelas británicas antiguas.
Los niños entraron ruidosamente a la cocina. Sin aviso, besaron la mejilla de (t/n) por turnos, sorprendiéndola. Hacía años que nadie la saludaba así, ni siquiera sus padres. Un agudo dolor en su abdomen la obligó a dejar la comida.
Fue a cambiarse. Revisaba sus cosas cuando un dolor agudo recorrió su pelvis junto a unas gotas de líquido caliente. Lo que faltaba. Odiaba la menstruación, especialmente por los problemas de su cuerpo para regular la temperatura. ¿Por qué demonios llegaba en los peores momentos? Al menos tenía compresas. Puso una en el lugar adecuado y guardó el resto en un bolso. Le parecían mejor alternativa que los tampones o copas menstruales que no se atrevía a usar por miedo a que se movieran. Se quitó a tirones el infantil pijama y lo cambió por varias capas de ropa.
Sus medicamentos, una linterna, la batería solar, celulares, varias cosas que podría necesitar en el viaje fueron cuidadosamente guardadas. Comida. Prendas térmicas. Sus documentos. El alhajero. Ahí guardaba una cadena de oro que pertenecía a su madre. La colgó alrededor de su cuello. Tenía valor sentimental además de ser suficientemente valiosa para cambiarla en caso de necesidad. Servirían también el broche de su abuela, la pulsera que recibió al cumplir dieciocho y el collar que le regalaron al ser aceptada en la universidad. (t/n) había pensado en ello tras ver al señor Kirkland sobornando al militar. La gente seguiría codiciando esa clase de objetos en medio de la crisis, no perdía nada con llevarlos junto al efectivo que tenía en casa.
A las 15:00 subieron al automóvil. (t/n) se sentó en el asiento trasero después de cerrar la casa con llave. Parecía estúpido, pero le incomodaba que algún desconocido entrara a husmear. Apretujada entre Alfred y la puerta del vehículo era incapaz de olvidar a los contagiados. Habían decidido ir por el camino más corto, esperando que las calles estuvieran limpias. (t/n) rogaba que fuera así. Todavía no procesaba del todo al contagiado de las escaleras, como si la chica de la noche anterior fuera otra.
Las vías estaban libres, por lo que llegaron a la embajada en veinte minutos. Ni siquiera encontraron gente rondando. Estacionaron el automóvil fuera de la embajada, extrañados porque ningún guardia vigilaba la puerta. Sólo vieron a Allistor entre los añosos rosales de la casa de sus padres.
Las lágrimas que derramó la señora Kirkland al salir fueron tan abundantes que (t/n) desvió la vista incómoda. Todos parecían emocionados por el regreso de los niños, ella se sentía algo excluida del sentimiento de felicidad. Y confundida.
- Me alegra que hayas vuelto, (t/n) -dijo alguien apareciendo por detrás.
En lugar de sobresaltarse como hacía cuando se le acercaban por la espalda, giró hacia Francis: la falta de vigilancia captó su atención completamente.
- ¿Qué pasó? ¿Y los guardias?
Una sombra cruzó el rostro de Francis. Durante la noche anterior, un grupo de militares había llegado para requisar las armas de los guardias diplomáticos. Y a los propios guardias. (t/n) tragó saliva al oír que casi se llevaron a Francis y Allistor antes de ver los diplomas que certificaban a la señora Kirkland como abogada experta en relaciones internacionales. Tan sólo la obligaron a firmar un documento donde constaba que la entrega de armas y otros objetos era voluntaria.
- Allistor escondió algunas cosas mientras los distraíamos - finalizó Francis mirando a los demás -. Espero que no vuelvan.
Rose agradeció a (t/n) lo que había hecho por sus hijos, alegrándose al oír que se quedaría con ellos por un tiempo. El rostro de Matthew se iluminó un poco, siendo Alfred el único en notarlo, puesto que su rostro estaba sonrosado también. Los demás mantuvieron expresiones indiferentes, aunque Francis tenía un brillo travieso en sus ojos. Entraron a buscar un lugar adecuado para que la chica durmiera. Podría haberse quedado en la cama de Arthur o en las habitaciones de invitados con Alfred y Matthew. Eligió el sofá de la pequeña biblioteca de la casa.
- La luz se ha cortado - mencionó la señora Kirkland dándole mantas y almohadas -. Estamos usando los generadores de la embajada. Por suerte no los vieron.
No cuestionó la elección de cuarto de (t/n), aunque indicó que el sillón Chesterfield podría resultarle incómodo. A la chica no le importaba. La biblioteca estaba en el primer piso. De pasar algo saltaría por la ventana y correría hasta desaparecer. Además, dormir con los chicos o en la habitación de un posible muerto... simplemente no era una opción. Prefería la seguridad del cerrojo a la comodidad de las sábanas.
Fueron a la sala de estar, donde el televisor recibía señal de algunos canales. El presidente daba un mensaje suplicando que se reportara cualquier caso sospechoso. Incluso los familiares debían ser denunciados a los servicios sanitarios. Los padres y hermanos de los niños se enfrascaron en una conversación que a (t/n) interesaba a medias. Saber de dónde salió el primer enfermo sólo serviría para un circo de políticos culpándose entre ellos.
Ignoró los ojos insistentes de Allistor para moverse a la cocina, donde el ambiente era más agradable. Alfred jugaba con los niños mientras Francis y Matthew se afanaban en picar patatas. El gato de su vecina dormía en un cojín. ¿De dónde había salido?
- ¿Qué hacen? - preguntó (t/n).
Su voz los sobresaltó, no esperaban que apareciera para pasar el rato con ellos. Francis indicó que se acercara. Luego le dio una cuchara con alguna clase de crema.
- Está buenísimo, Francis - murmuró tras probarla -. ¿Cómo lo haces?
- A esto me dedico, mon chérie - casi dolía mirar su perfecta sonrisa -. Lo que hago es cocinar, comer y amar. Hacerlo para una hermosa fille es mi mayor placer.
- Oye, te parecerá raro, pero... ¿podrías enseñarme a cocinar algo? - preguntó sin pensar. Ató su largo cabello antes de ponerse manos a la obra La receta era bastante simple como para aprenderla. Obtuvieron una especie de puré que según Francis era sopa. "Vichyssoise", repetía sin parar intentando enseñar a (t/n) cómo pronunciarlo. Matthew se hizo notar tímidamente al mostrarle cómo preparar wafles sin waflera. Al terminar los puso sobre un plato.
- Sólo uno, niños - murmuró cuando se acercaron con caras hambrientas -. Pronto será hora de comer.
Parecía considerar a Alfred uno de los pequeños pues cuando quiso sacar otro, alejó el plato y a cambio le entregó una botella con jarabe de arce. Sabía prepararlos así porque no siempre disponía de wafleras al viajar con su equipo de hockey.
- ¿Sabes jugar hockey? - la sorpresa hizo que los ojos de (t/n) se abrieran completamente.
- Soy un aficionado - contestó en voz baja.
- ¿Es broma? ¡Mattie siempre gana! - rió Alfred con la boca llena -. ¡Lo querían en un equipo profesional, pero rechazó el contrato!
- ¿Por qué? ¡Debes ser buenísimo!
- Viajan mucho - respondió Matthews, sonrojándose por las palabras de la chica -. No podría llevar a Kumanjiro y tampoco quería estar lejos de Alfred.
Parecía que ambos se adoraban. (t/n) se preguntó qué pasaría con el resto de su familia, Peter mencionó que eran estadounidenses o canadienses. Tampoco era importante, no podrían volver a su país en medio de la crisis. Mejor que se concentraran en sobrevivir.
La comida fue servida en el precioso comedor de la casa. Parecía que muchas personas visitaban a los dueños porque tenían sillas y cubiertos para un ejército de invitados. Todos charlaban amigablemente, como si no existieran los enfermos. Al ver los agradables rostros que la rodeaban, (t/n) decidió que en un futuro evitaría el contacto con otros dentro de lo posible. No todos serían como ellos.
Pronto llegó la hora en que los niños fueron a dormir. Estaban exhaustos a pesar de que aún no oscurecía del todo. La chica insistió en ayudar a Francis con la loza: no podían desperdiciar la energía de los generadores usando el lavavajillas.
- Mon dieu, hace años que no hacía esto - comentó con las manos jabonosas -. Desde que trabajaba como ayudante de cocina en Paris.
- Lo imagino - respondió (t/n) con desgana -. ¿Cómo llegaste aquí? París debe ser hermoso.
- Ni te imaginas lo mal que huele. Hay tantos turistas que no te puedes mover por las calles y todos dejan toneladas de basura - se detuvo y la miró seriamente -. El Gare du Nord, la tour Eiffel...
- Como lo dices suena horrendo.
- Oui, pero era mi hogar. Tenía un appartement frente a los Champs Elysées. Era antiguo y la pintura se caía todo el tiempo. Mi amigo Antonio siempre intentaba ayudarme con los arreglos, pero quedaba peor - sonrió volviendo al trabajo -. Él se mudó a este país, me envió fotos de su casa y me enamoré. Tanta naturaleza, todo verde y tranquilo... Vendí mis cosas y me mudé sin pensarlo dos veces.
- ¿Y tus padres? ¿Amigos, novia, conocidos?
- Mis padres murieron hace años. También mi novia - reveló sencillamente mientras el vaso que (t/n) sostenía se estrellaba contra el piso -. Debes tener cuidado, mon chérie. Puedes cortarte.
Recogió los restos de cristal mientras ella se golpeaba mentalmente por ser tan directa. Debería haber mostrado más tacto, pero... ¿cómo demonios podía saber que estaban muertos?
- Se llamaba Jeanne. Siempre estuvo conmigo, fuimos novios desde que teníamos siete. Luego... descubrió que estaba enferma.
Parecía emocionado. Era obvio que aún la amaba. La elocuencia de Francis provocó un nudo en la garganta de (t/n) cuando habló sobre los largos meses que sostuvo la mano de Jeanne mientras ésta esperaba la muerte en su cama de hospital. Al verlo sonreír suavemente cuando describía lo maravillosa que era, (t/n) sintió envidia. No eran celos, no estaba interesada en él. Era algo más. Era el hecho de que alguien hablara con tanto amor sobre otro ser humano. Pensó que sería hermoso que alguien hiciera eso por ella.
Hermoso e imposible.
- Tienes suerte - murmuró al verlo abrumado -. Si la quisiste y ella te quiso, quiero decir. Debía ser una buena chica.
- Oui, mon chérie. Y muy religiosa. Usaba una cadena de la virgen María igual que tú.
(t/n) miró la cadena que había asomado desde su cuello. Le contó que sólo era un regalo de su madre, aligerando un poco el ambiente al contarle lo alegre que parecía la mujer cuando en realidad era una cascarrabias aterradora. Y excelente lanzadora.
- Suena como mi amigo Antonio - reflexionó Francis cuando terminaron -. Todo el tiempo está tocando la guitarra y comiendo tomates, pero cuando se enfada parece un demonio.
El sonido de la televisión los llevó directamente a la sala. Todas las caras estaban más o menos contraídas por la tensión al ver los noticieros. No se percataron de la presencia de Francis y la chica hasta que esta se sentó frente a Rose para exigir que dijera lo que sabía sobre la epidemia.
- Es confidencial - murmuró la mujer algo nerviosa -. No puedo hablar de eso. Mis superiores...
- Sus superiores la obligaron a quedarse horas frente a una pantalla mientras sus hijos estaban desaparecidos - (t/n) la miró con el ceño fruncido -. ¿Qué habría hecho si hubieran muerto? ¿Quejarse a su jefe?
Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas. Todos estaban pasmados por la crudeza con la que hablaba a Rose. (t/n) sabía que estaba jugando sucio y que sus palabras eran como puñales al corazón. No le importó. Siguió hurgando en la herida, sintiéndose como una hipócrita.
- Un poco de información es poco comparado con la vida de dos niños, ¿no cree? A menos que no le...
- ¡(t/n), ya basta! - exclamó Seamus.
Algo en su voz temblorosa la asustó bastante para hacerla obedecer. La mujer parecía destrozada. Quizás estaba arruinando su oportunidad, pero ya no sabía qué hacer. (t/n) estaba desesperada y lo único que quería era largarse, pero no a ciegas. Necesitaba saber a qué se enfrentaba para sentirse segura.
Porque tenía miedo.
- Archibald murió en el ayuntamiento. Era el embajador - una voz débil salió de la boca pálida -. Un guardia trajo la noticia. Quise llamar a los niños. Sus celulares estaban apagados. El de Arthur seguía encendido, pero no contestó.
El conocimiento de Rose no era demasiado, pero daba un panorama externo de la situación. En Inglaterra el gobierno sabía lo que pasaba incluso antes del día en que (t/n) vio a la gente atacándose. Cortaron lentamente las formas de acceso hasta cerrar definitivamente el país.
- Pensamos que se avecinaba una epidemia de neumonía o meningitis - interrumpió su esposo -. No esto.
Sus palabras fueron acogidas con silencio. La mente de cada persona en el cuarto viajaba en diferentes direcciones, explorando las posibilidades de lo que habían oído. No estaban a salvo.
- Supongo que estamos perdidos - gruñó (t/n) con el estómago retorciéndose -. A menos que hagamos algo nadie nos protegerá.
- ¡Claro que no! - exclamó Liam -. Si no nos contagiamos estaremos bien. Están limpiando las calles, ¿no?
- Eso no es suficiente. (t/n) tiene razón - Allistor se retorció las manos nervioso -. Estaremos rodeados de enfermos en unos días si no logran controlarlos.
- Puede haber cientos de ellos rondando. Y ni siquiera los militares bastarán - la intervención de Matthew casi pasó desapercibida. El chico pensó que nadie lo oiría, como siempre. Sin embargo, (t/n) volteó a él mientras pensaba en sus palabras.
- Matthew tiene razón. En este momento puede haber cientos de enfermos descontrolados y nosotros no tenemos idea más allá de lo que nos dicen - apoyó, consciente de lo razonable que era el chico.
- Y puede que muchas personas tengan familiares enfermos. Imagina que contaminaran a alguien acá. Estarías desesperado - continuó Matthew en voz algo más alta, envalentonado por el apoyo implícito de la chica -. No querrías matarnos, esperarías por una cura si pudieras. Pero podrías resultar muerto en el proceso. O contagiado.
En ese momento, ya no eran sólo humanos. Eran "ellos", los enfermos y "nosotros", los sanos.
El ministro de salud había sido reemplazado por un hombre que no cesaba de lamentarse en vivo y en directo por la muerte de su predecesor, causada por edad avanzada. Una idea se repitió en todas las cabezas. Contagiado. ¿Qué se suponía que pensaran? El ministro era un hombre sano de apenas sesenta años en un país donde el promedio de vida era superior a ochenta.
Todo era una gran maraña confusa.
Estuvo una semana en la cómoda casa, esperando que acabara su período. Le parecía que la sangre era más abundante de lo normal. En algún momento las compresas dejaron de salir manchadas, instándola a comunicar su partida. Durante una comida agradeció efusivamente la amabilidad que todos le mostraron. Fue difícil de procesar para ellos, que intentaron convencerla de quedarse.
- Debo irme - suspiró cuando vieron que era imposible convencerla -. Pero necesito un favor. O dos.
El primero fue fácil. Un arma pequeña, fácil de manipular. Seamus le enseñó a manipularla, recomendándole que cada vez que tuviera tiempo libre la limpiase.
- Tendrás que practicar tu puntería - gruñó al mostrarle cómo sostener el revólver.
El segundo favor era más complicado. Los militares que habían requisado las armas también se llevaron los vehículos diplomáticos, incluso las bicicletas de los mensajeros y la que (t/n) había encontrado tirada. Sólo quedaba el automóvil, el cual (t/n) no quiso llevarse. Necesitaba pasar desapercibida.
Y los Kirkland podrían necesitarlo.
- Te daré mi motocicleta - dijo Allistor cuando (t/n) comenzaba a pensar que tendría que irse caminando -. Ven conmigo.
(t/n) obedeció, sintiendo que algo andaba mal. No con Allistor, sino con el hecho de que le daba libremente un objeto útil sin saber nada sobre ella. Al llegar a la puerta que daba al jardín, lo sujetó de la manga.
- Tengo que decirte algo. Yo... yo no quería abrirles - susurró avergonzada -. Casi dejé a Peter y Wendy morir. Soy una cobarde.
Los nudillos de Allistor se pusieron blancos. No había imaginado que (t/n) pudiera ser egoísta. ¿Cómo podía serlo, si tenía unos ojos tan dulces? Se sintió estúpido. La chica por su parte estaba aliviada. Necesitaba deshacerse de ese lastre, el secreto de su egoísmo y apatía.
- Pero les abriste. ¿Qué importa si no querías? - Allistor sacó un cigarrillo tras reflexionarlo -. Lo hiciste. Lo salvaste. Es lo que importa.
Lo sabía. Pero oírlo de otro era mejor. Entre los frondosos rosales de la entrada yacía una motocicleta. Era difícil de ver por la exuberancia de las flores. Mientras el hombre la recogía para arrastrarla al césped, (t/n) supo que debía decirle algo más.
- Hay otra cosa que... - murmuró en voz baja.
- ¿Qué? - preguntó el chico con una mirada extraña.
- No sé usar una motocicleta - confesó esquivando sus ojos -. Nunca me he subido sola a una.
- Oh. No te preocupes, te enseñaré - contestó con evidente desilusión.
La chica aprendió a encender y apagar el motor, qué hacer si no arrancaba, cada una de sus partes. Allistor subió con ella detrás para probarla: lo hicieron alrededor de la casa hasta que (t/n) pudo usarla por sí sola de forma más o menos aceptable, lo que les llevó bastante tiempo. Finalmente se sentaron en el césped, puesto que la cabeza de la chica estaba caliente con tanta información. Allistor prendió su segundo o tercer cigarrillo, que aspiró mirándola fijamente.
- Las rosas son bonitas - (t/n) jugó con las briznas de césped en un intento de ignorar sus ojos. Sabía que pasaba algo raro, pero no quería ser descortés. En verdad eran preciosas, rojas como la sangre entre las hojas lustrosas verde oscuro.
- A todas las chicas les gustan - murmuró acostándose sobre la hierba -. Prefiero los cardos.
- ¿Cardos?
- No me gustan las flores, pero al menos son útiles. Leí que los vikingos atacaron Escocia de noche. Uno pisó un cardo y cuando gritó los descubrieron. Idiotas.
- A los burros les gusta comer cardos - dijo algo confundida.
Esa frase fuera de contexto les hizo explotar en carcajadas. Allistor riendo era diferente. Sus ojos verdes brillaban y el pendiente en su oreja se movía. Su cara burlona se transformaba, volviéndolo más atractivo.
Pero sigue siendo un poco raro, se dijo (t/n) cuando le dio la mano para ayudarla a levantarse.
Ese fue el último día que durmió en el sillón de cuero. (t/n) pidió a Matthew que la despertara exactamente a las 7:00 de la mañana. En los días anteriores notó que era madrugador, por lo que confiaba en que así lo hiciera. Se fue a dormir y le pareció que sólo había parpadeado cuando un pequeño golpe en la puerta la obligó a abrir los ojos y vestirse con rapidez.
- Sigo pensando que deberías quedarte v murmuró el chico al oír que podía entrar -. Supongo que ya no nos veremos más.
Con una pequeña sonrisa (t/n) le dio un atlas que había tomado a escondidas de los anaqueles. Una de las hojas tenía un mapa rayado con marcador rosa permanente.
- Aquí está mi casa, en el bosque - sonrió mostrándole el camino que había pintado -. Si alguna vez pasas puedes quedarte con nosotros. Lleva a Kumanjiro cuando mejore.
Los ojos cálidos de Matthew la derritieron un poco. ¿Cómo podía un chico ser tan adorable? Aunque ni siquiera sabía cuántos años tenía, era tarde para preguntar.
- ¡Lo haré! - exclamó tomando el pequeño libro -. ¡Podemos acampar con malvaviscos y una fogata!
(t/n) bebió un café hirviendo y comió algo liviano antes de salir. Todos fueron a despedirse de ella, lo cual no esperaba. Recibió algunos apretones de manos y un par de besos húmedos de los niños, que pusieron algo en su impermeable gris sin que se diera cuenta. (t/n) salió, seguida por algunos de los chicos.
- Mon chérie, espera - una bolsa plástica pasó de las manos de Francis a las suyas -. Los horneé sólo para ti.
- ¿Había que traer regalos?
La voz de Alfred le sacó unas cuantas risas. Insistentemente la obligó a tomar una bolsa de ositos de goma que sacó de uno de sus bolsillos. (t/n) se lo agradeció, preguntándose si siempre llevaría comida chatarra encima. Allistor le recordó que no llenara el depósito con demasiado combustible cuando lo hallara o la motocicleta iría más lento.
- Bon, à bientôt - Francis tomó su mano y por segunda vez desde que la conocía la besó.
Con las mejillas rojas de vergüenza, (t/n) les sonrió por última vez haciendo una seña con su mano. La motocicleta rugió y la chica se fue, confiando en que podría encontrarse pronto con sus padres. Sin saberlo se llevaba varios corazones en el bolsillo. Las puertas se cerraron y los chicos se miraron entre sí.
- Francis, ¿por qué debes ser tan cursi? - se quejó Alfred, pensando que el francés le había robado la atención de la chica.
- Debes tratar a todas las filles con amor, mon ami - respondió Francis amablemente.
Matthew no habló, pero sintió que Allistor ponía una mano en su hombro. Sólo pudo desear suerte a (t/n), esperando que llegase sana y salva a su hogar.
[(t/n) jamás ha usado un arma de fuego en su vida. Calibre 380, siete tiros, 560 gramos. Apenas entiende esos conceptos, pero es mejor llevar el arma y no necesitarla que necesitarla y no tenerla.]
Chapter Text
(t/n) llevaba dos días vagando por la ciudad, el combustible de la motocicleta se agotaba poco a poco. Dos días eternos sin comunicarse con su familia, sin ver más que calles solitarias donde a veces asomaba un cuerpo. Su nariz estaba algo tapada por alguna alergia. Y para colmo de males el deprimente cielo gris estaba encapotado. Llovería.
Un retorcijón en su estómago la convenció de la necesidad de detenerse. Entró a una zapatería desocupada cuyas puertas serían fáciles de cerrar. Revisó dos veces la trastienda y la zona de atención al público antes de encerrarse a comer los últimos dulces de su bolsa. Sin éxito trató de llamar a casa. No funcionó, las líneas estaban saturadas otra vez. Apagó el dispositivo antes de sentarse a pensar.
Cuando salió de la embajada esa mañana brillante, su celular vibró con la llamada de un amigo desesperado por ayuda. No dudó en desviarse al departamento del chico sólo para hallar su cuerpo agonizado en el frío suelo.
- Por favor, (t/n).
La súplica congeló su cuerpo tembloroso.
Acarició la mejilla mal afeitada, cuidando de no tocar la sangre en su frente. Puso el cuchillo en el cuello del chico que había compartido tantas horas de clase con ella y por primera vez, quitó una vida.
Esperó a que dejara de respirar para salir corriendo.
Subió a la motocicleta rápidamente, buscó en dos o tres lugares con la esperanza de hallar a alguno de sus conocidos vivo. Fue en vano.
Suspirando, dejó de pensar en sus desafortunados amigos al tocar los papeles en su chaqueta, cartas que los niños pusieron en su ropa sin que se percatase.
Querida (t/n):
Muchas gracias por salvarnos. Estoy muy feliz de haberte conocido. Tenía mucho miedo de que a Peter le pasara algo igual que a Arthur y quedarme sola. Por favor, cuídate mucho. Ojalá volvamos a vernos.
Wendy.
Estaba escrita en papel rosa perfumado. Wendy tenía una caligrafía preciosa, de la clase que tomaba años aprender. La otra carta era menos pulcra, venía en un sobre lleno de pegatinas de cohetes.
(t/n), te quiero mucho. Gracias por salvarnos. Mis papás dijeron que tal vez Arthur no vuelva, pero yo creo que está afuera porque si no lo habríamos visto cuando íbamos en el auto. Sólo quiero pedirte que si lo ves le digas que estamos bien, que lo quiero mucho y que estoy muy feliz de que esté bien. Ojalá que tu familia también esté bien y que puedas visitarnos cuando todo pase. Peter.
El sobre traía también la foto de un chico con un nombre escrito al reverso. Arthur. Cada vez que (t/n) tenía un rato libre se entretenía mirándola, los enormes ojos verdes parecían querer decirle algo.
Mirarla hacía que se sintiera un poco menos sola.
Era estúpido. ¿Por qué le importaría la soledad? Siempre había estado sola, y por como iban las cosas era mejor mantenerse lejos de otros. Además, nadie le aseguraba que el chico no fuese el idiota pomposo que Seamus mencionó una vez cuando creía que nadie lo escuchaba.
Una serie de bostezos salió de su boca. Intentó controlarlos, pero el cansancio la obligó a buscar un sitio menos incómodo. Se aseguró de que las salidas estaban bien cerradas antes de dormirse en el frío suelo.
Mientras sus ojos estaban cerrados sintió un par de manos recorriendo su cuerpo. Eran pesadas, no dejaban de moverse sobre su delgada blusa. No podía respirar por el miedo a que se la quitaran. Cuando las sintió bajar más allá de su estómago, gritó. Al abrir los ojos se dio cuenta de que seguía en el piso de la zapatería. Estaba sola. No llevaba blusa, sino varias capas de ropa de abrigo. Las manos eran parte de un sueño que no quería recordar.
Se levantó a buscar un baño por culpa de un dolor de estómago causado por la mezcla de frío y dulces. El de la zapatería era pequeño y mal iluminado, pero al tirar de la cadena vio que aún tenía suministro de agua. El espejo trizado mostraba a la misma persona andrógina que encontró a Matthew, aunque esta vez llevaba el pelo atado en una larga trenza.
El sueño le había dejado un mal sabor de boca. Ya no se sentía segura, quería irse. Usó el baño y después de eso, al verse temblando, tragó una de sus pastillas para disminuir la sensación de angustia. Tras calmarse encendió la motocicleta y partió. Avanzó varias calles semi vacías cuyos ocupantes no eran más que cuerpos en diferentes estados de la enfermedad.
No sabía si alegrarse o no de la falta de militares.
La capital se extendía a kilómetros a la redonda. La tarde caía y con ella llegó la lluvia. Un puñado de enfermos deambulaba a lo lejos sin percatarse de la presencia de (t/n), quien apagó el motor y arrastró la motocicleta a duras penas hasta hallar una casa que no tenía las puertas cerradas o manchadas de sangre. Para entonces, la lluvia se había convertido en un espeso velo acuoso que apenas le permitía ver lo que pasaba a su alrededor.
En el interior se vio frente a un hombre lleno de pústulas sangrientas. Soltó un pequeño ruido por la impresión que se llevó, aunque éste no se percató de su presencia concentrado en lamer una pared. Se preguntaba si sería necesario que usara su martillo cuando el hombre se dio la vuelta. No tenía ojos. Comenzó a moverse hacia el jardín, ignorando a la chica junto a la puerta. Una curiosidad morbosa la impulsó a mirar hacia el exterior en lugar de cerrar.
Afuera una enorme rata chillaba al verse atrapada en una trampa, moviéndose con todas sus fuerzas en un intento de escapar. Sus ojos rojos brillaban con miedo. El hombre se arrojó sobre ella y la mordió con ansias, haciendo saltar la sangre caliente a los pies de (t/n). Asqueada cerró la puerta en silencio.
Al menos la motocicleta estaba dentro de la casa. (t/n) estaba helada y exhausta, no se sentía capaz de matar al enfermo esa noche. Sólo quería encerrarse, quitarse las ropas ligeramente húmedas y dormir. A través de una ventanilla se filtraba la luz exterior que parecía envolver todo en un velo rojizo.
Un sonido diferente a la lluvia amortiguada por el techo la alertó. Giró encontrándose con una figura delgada que ocultaba su rostro bajo un pañuelo rojo. Ambos se quedaron quietos evaluándose el uno al otro. La diferencia de estatura no era demasiada. (t/n) lamentó con toda su alma tener el revólver guardado en el bolso que descansaba sobre la motocicleta al ver una navaja en la mano contraria.
Un grito ahogado llamó su atención. Al verle guardar la navaja en su bolsillo, (t/n) movió la cabeza indicando de dónde venía el sonido. Con un gesto de comprensión mutua se movieron hasta la entrada de un cuarto donde se reunía un pequeño grupo. La puerta entreabierta dejaba ver a tres hombres rodeando a una niña de unos trece años.
- ¿Qué tienes de valioso? – preguntó un barbudo.
Ladrones. (t/n) tragó saliva al verlos registrar el abrigo de la desconocida. Sacaron una billetera de cuero, bufando al hallar dos o tres tarjetas negras que arrojaron con rabia. Luego le quitaron una pulsera. Sólo uno de los hombres tenía un arma, una escopeta.
- Esta maldita perra no tiene nada – gruñó uno bastante alto -. Al sofá. ¡Muévete!
La niña se mostró confundida y no obedeció. Varias risas masculinas resonaron en la habitación cuando el de la escopeta la dejó de lado para tirar de su cabello rubio. Sin pensar dos veces, (t/n) aprovechó que estaban distraídos. Corrió, tomó la escopeta, apuntó y apretó el gatillo sin pensar.
No se oyó ruido.
- No tiene balas – rió el barbudo -. ¿Pero qué mierda haces aquí? ¿Quién eres?
Hizo el intento de acercarse a ella sólo para recibir un culatazo en pleno rostro. Luego sus rodillas fueron golpeadas con fuerza. Cayó al piso mientras (t/n) golpeaba cualquier parte de su cuerpo que estuviera a su alcance hasta que sus manos y el metal se mancharon de rojo.
Todo iba demasiado rápido, ni siquiera tuvo tiempo para pensar en lo que había hecho. Divisó por el rabillo del ojo que una sombra gigantesca se abalanzaba sobre ella, siendo detenida por la figura del pañuelo en el rostro que se interpuso entre ambos. El más alto de ellos soltó a la niña cuando (t/n) lo atacó ciega de rabia. No era una pelea igualada: el hombre podía tener las manos vacías, pero era más alto y ancho que ella. (t/n) era más ágil y rápida aunque no sirvió de nada al ser derribada por una patada a su estómago.
- ¡Puta de mierda! – gritó al tirar de su trenza y oír un quejido agudo -. ¡Que te den! ¡Me follaré tu cadáver, maldita zorra!
Retorció bruscamente las manos de (t/n). Lágrimas de rabia y dolor mojaron sus mejillas cuando sus muñecas fueron apretadas. Con todas sus fuerzas pateó repetidamente hasta desestabilizarlo con un golpe en los testículos. La presión en sus pequeñas manos se aflojó. Mientras el hombre se retorcía la chica metió los dedos en uno de sus ojos, enterrándolos en el globo ocular hasta reventarlo. Un grito espantoso recorrió la habitación. Dos manos ásperas se cerraron sobre el cuello de (t/n).
Moriré, comprendió al sentir que casi no podía respirar.
Con un ruido sordo el hombre cayó sobre ella. No se levantó. Los ojos de (t/n) estaban llenos de lágrimas que caían hasta sus labios azulados. A pesar de verse algo desorientada empujó el cuerpo lejos de sí para aspirar el aire a grandes bocanadas sólo para ver una figura con un rifle de pie frente a ella.
No pudo menos que soltar un grito ahogado al notar el disparo en el rostro del ladrón muerto.
La figura del pañuelo descansaba junto al cadáver del otro hombre, cuya frente mostraba también una señal de bala. (t/n) se derrumbó en el suelo, incapaz de levantarse. Sabía que estaba en shock, tras el impulso de adrenalina su cuerpo estaba medio petrificado. Poco a poco sus extremidades volvieron a la normalidad. Enfocó su poca energía en hacer un último esfuerzo y levantarse. La niña habló en un lenguaje desconocido.
- Mi hermana quiere saber si estás bien – dijo el chico del rifle bajando el arma. (t/n) cubrió su boca con las manos sólo para darse cuenta de que olían a hierro. Todo era tan surreal que una carcajada histérica escapó de su boca. Había quitado una vida y casi le arrebataron la suya.
- Sí - miró sus manos. Estaban rojas. No podía dejar de mirarlas.
¿Por qué tuve que entrar en esa casa?
- ¿Segura?- tenía un acento que podía o no ser alemán. Era bastante marcado y sonaba algo rudo. Podía ser de Alemania, aunque por lo que sabía el alemán se hablaba en Austria, Suiza, Luxemburgo y Bélgica. Un par de manos armadas con un pañuelo de batista recorrieron su cara para limpiar los restos de lágrimas y sangre.
- Sí – mintió con una débil sonrisa -. Gracias por... eso. Soy (t/n).
- Ella es Lily. Soy Vash – gruñó el chico. Lily dijo algo en su idioma mientras se movía hacia la otra persona en el cuarto -. Quiere saber si estás herida.
- Sólo unos rasguños – musitó olvidando sus manos -. ¿No habla español?
- No.
Por el ceño fruncido y las respuestas cortas se notaba que a Vash le fastidiaba la situación. Lily preguntó algo a su hermano, quien contestó llevándole un pequeño botiquín del que sacó unas vendas. El pañuelo rojo había caído, mostrando un rostro que le parecía familiar. De pronto lo supo. La foto, pensó mientras sus manos temblorosas buscaban en la chaqueta. Se apartó de Vash al tiempo que las figuras en el suelo la miraban con sorpresa.
- ¿Cuál es tu nombre? - preguntó arrodillándose junto a ellos.
- ¿Qué? - se puso rápidamente a la defensiva -. No te importa.
- Sólo dímelo – exigió.
El chico se quejó cuando Lily puso antiséptico en una herida de su brazo. Pensó que no querría responder, pero lo hizo después de soltar un par de maldiciones.
- Arthur – gruñó malhumorado -. Arthur Kirkland.
Vash apartó a su hermana y continuó curando al chico con una expresión igual de hosca. Lily permaneció aparte, como un pequeño rayo de sol junto a tres nubes oscuras. (t/n) no habló, comparaba las imágenes. El chico en la fotografía vestía ropa de colores suaves con una bonita corbata a juego con sus ojos verdes. El que estaba frente a ella era un desastre. Llevaba botines de cuero cubiertos de tachas metálicas y una chaqueta a juego. También un cinturón con cadenas. Su pelo estaba erizado y sus uñas tenían restos de esmalte negro. ¿Cómo podían ser la misma persona?
- ¿Qué diablos te pasa? No me mires así – gruñó sobresaltándose. Vash tiró de las vendas sin querer cuando se movió para ver hacia otro lado.
- Si te mueves no podré curarte – le reprendió el chico -. Quieto.
Lily llevó una botella de agua que ofreció a (t/n). Esta se la dio a Arthur para que bebiera antes que ella.
- Tus hermanos están vivos en tu casa – dijo sin dar rodeos -. Peter me dejó esta foto por si te encontraba.
Cuando el brazo estuvo vendado le dio las cartas, que borraron cualquier rastro de antipatía en su rostro pálido. Lily preguntó un par de cosas que Vash contestó encogiéndose de hombros en tanto (t/n) volvía a la espiral de autocrítica. Apenas podía moverse después de esa lucha sin sentido contra los ladrones.
No dejaba de reprocharse su mal manejo de la situación. En el mundo, incluso en tiempos normales había ciertas cosas que las mujeres sabían. Se comportaba en base a ese conocimiento: no acercarse a desconocidos, no entrar sola a lugares extraños, no detenerse para ayudar a otros si su propia integridad estaba en juego. Era cosa de sentido común. Reglas que permitían esquivar el peligro. Reglas rotas. Pero Lily era una niña. ¿Cómo podía dejar sola a una niña frente a unas bestias que querrían tomar todo lo que pudiesen de ella?
- Lily quiere saber si tienes un lugar donde quedarte.
El chico le alargó una barra energética. Aunque no solía aceptar cosas de desconocidos que buscaban obtener algo la tomó.
- Pensaba quedarme acá – murmuró abriendo el paquete. Al masticar pensó que podría haber sido ella la chica sola frente a un grupo de ladrones, asesinos, violadores, o ladrones que resultasen ser asesinos violadores. Al tragar decidió quedarse en esa casa como fuera, al menos esa noche. Odiaba verse obligada a confiar ellos, pero no tenía opción. Su estómago rugía, su cuerpo se congelaba y apenas podía mantener los ojos abiertos. Entre su miedo a los desconocidos y su cuerpo cansado pesó más lo segundo.
- ¿Cómo llegaste acá? – preguntó Arthur -. ¿Cómo conociste a mis hermanos?
(t/n) explicó todo eligiendo cuidadosamente sus palabras. Los ojos de Vash se abrían con sorpresa y se entrecerraban con suspicacia. A veces tocaba su rifle y (t/n) se sobresaltaba, rogando que no se le ocurriera usarlo en ella. Estaba claro que tenía buena puntería.
[Un hotel en pleno centro de la ciudad. Días antes.]
El hotel donde se alojaban se llenó de cuerpos purulentos, por lo que Vash había arrastrado a su hermana temeroso de una infección. Tomaron lo que pudieron y corrieron, adentrándose en esa ciudad desconocida. Al principio pensó que era alguna epidemia típica de países fuera de Europa, aunque mientras corrían por las calles se dio cuenta de que era algo más. Algo malo.
Después de una hora corriendo encontraron una tienda de armas donde dejó la mayoría de su dinero , además del reloj que le acompañaba desde la muerte de su padre. Sabía que sería inútil cuando los cuerpos tomaran la ciudad. El dueño de la tienda había sacado una escopeta al ver a ese agresivo chico rubio irrumpir en su tienda como un loco, pero se tranquilizó al ver los billetes que le arrojaba mientras indicaba las cosas que quería. Cuando se le acabó el dinero soltó el reloj y un par de estilográficas.
Vagaron en busca de un lugar seguro, sin detenerse en lugares con gente. Las armas los salvaron en varias ocasiones: los enfermos no se percataban de su presencia si estaban escondidos, los hombres sanos sí. Por eso prefería alejarse de toda presencia humana. Habían entrado a esa casa en busca de algo útil. Poco después sonaron las voces que los alertaron. Ordenó a Lily que se escondiera, pero su hermana prefirió hacer de señuelo. Comprendió que podía ser un grupo grande, en cuyo caso lo mejor era jugar al francotirador. Lily estaba aterrada incluso confiando en la puntería de Vash y en la pequeñísima arma de electrochoque en su manga.
Necesitaban la ventaja de la sorpresa. Vash esperó el momento preciso. Al ver al depravado de la escopeta arrastrar a su hermana sintió que la sangre se acumulaba en su cabeza. Apuntó cuidadosamente, listo para asesinarlo cuando una figura comenzó a golpear al hombre hasta reventar su cráneo. Es una mujer, se dijo con sorpresa al oírla gritar mientras peleaba con el tipo más grande. El hombre barbudo se ensañaba con otra persona, a la cual derribó rápidamente. Disparó a ese y esperó a que los frenéticos movimientos de la chica cesaran para disparar al otro.
Los ojos que lo miraban desde el suelo estaban llenos de lágrimas. A Vash le le enfadaba que hubiese hecho tan difícil su trabajo de proteger a Lily, pero por otra parte estaba impactado. Nadie la oyó llegar, podría haberse ido para evitar problemas, pero se había quedado para ayudar a una desconocida. No sabía si era valiente o idiota. Esa clase de valor era algo que no todo el mundo tenía y le hizo respetarla instantáneamente.
[Presente. Una casa junto a una pequeña iglesia.]
- Esos militares tenían cientos de papeles – mencionó la chica soltando la trenza desordenada -. Se supone que estarían vigilando, pero no he visto a ninguno.
No dejaba de pasar los dedos por su largo cabello, no sólo por el dolor del tirón que había sufrido. Peinarse hacía que se sintiera más tranquila.
No había luz, pero sí gas y agua. Lily puso una tetera a calentar mientras los demás bloqueaban puertas y ventanas. (t/n) llevó sus cosas y buscó hasta dar con algo que pudieran comer enseguida, una sopa instantánea que detestaba por haberla comido cientos de veces en época de exámenes. Los otros estaban hambrientos, por lo que no notaron el repugnante sabor a pollo artificial.
- Hay uno de ellos afuera. ¿Qué hacemos?
Al oírla, Vash se encogió de hombros como diciendo que lo mataría luego. En cambio, miró a Arthur, que no había dicho más de dos palabras.
- ¿Qué harás ahora? – preguntó ásperamente -. Es demasiado tarde. ¿Te quedas?
- Es obvio que no puedo salir – respondió Arthur tosiendo -. Me iré mañana, mis hermanos debes estar preocupados.
El delineador que usaba estaba totalmente corrido, haciéndolo parecer un mapache. De no ser por la expresión hosca habría dado pena verlo. Lily se levantó y sin preguntar tocó su frente, murmurando algo.
- ¿Qué dijo?
- Tienes fiebre – respondió Vash.
- Quítate la ropa ahora mismo – (t/n) se levantó para buscar algunas de sus prendas. El chico no era demasiado alto o musculoso, así que su camiseta más grande le quedaría. La sacó del bolso y se la arrojó -. Si te enfermas no servirá de nada que salgas.
- ¿Es en serio? - los ojos cansados del chico estaban brillantes y sus mejillas enrojecían poco a poco. De seguro iba a resfriarse, lo que no ayudaría en nada a los demás.
- Es cierto, debes descansar. Hay una ducha, necesitas un baño caliente – gruñó Vash tras un intercambio con su hermana.
Lily se levantó para indicarle una puerta. Ambos salieron en direcciones contrarias, dejándolos solos y en silencio, ninguno se atrevía a tomar la palabra. Ambos estaban encerrados en sí mismos pensando en sus propios futuros. (t/n) quería volver a casa para descansar en brazos de sus padres y Vash deseaba proteger a Lily más que a nada en el mundo, incluso a costa de su propia vida o la de otros.
- ¿De dónde eres? – preguntó (t/n).
- Suiza – murmuró Vash -. ¿Eres de acá?
- No, vengo de otra ciudad – respondió pensando en su familia -. No quiero entrometerme, pero... ¿qué harás ahora?
El chico comprendía lo que intentaba preguntar. No quería reconocer que no tenía un plan porque sería como admitir que era incapaz de proteger a Lily.
- Sobrevivir. Sobrevivir y proteger a mi hermana.
- Yo también tengo familia. Y un refugio – mencionó tranquilamente, aunque en el fondo la carcomían los nervios -. Está fuera de esta ciudad. Es seguro.
- ¿Cómo sabes que es seguro? – la sospecha ensombreció su rostro. Algo le decía que (t/n) no estaba mintiendo, pero necesitaba alguna prueba de que fuera cierto. No podía llevar a su hermana a cualquier parte. La respuesta llegó en forma de una foto en el celular de la chica, donde salía rodeada de animales frente a una casa de campo.
- Está en las montañas. El camino es complicado y muy poca gente nos visita. Está lo bastante cerca de la ciudad para conseguir cosas de vez en cuando. Y por lo que sé, los contagiados aún no llegan. Podrían ir conmigo.
(t/n) seguía explayándose sobre las instalaciones de su casa sin saber que Vash había decidido acompañarla. La chica sabía que debían aceptar, estaban solos en un país extraño donde probablemente no conocían a nadie. Tener compañeros era beneficioso para ella, incluso si no terminaba de confiar en Vash. Por suerte era obvio que lo que más le importaba era Lily, por lo que sería una buena forma de mantenerlo a raya.
Se ganaría la amistad de la niña y con ella al hermano.
- ¿Por qué nos llevarías? Somos desconocidos – la pregunta no la tomó por sorpresa, era obvio que tenía dudas -. Podríamos matarte cuando nos des la espalda. También podríamos matar a tu familia cuando lleguemos, ¿no crees?
- Si quisieras matarme lo habrías hecho. No sé usar armas – indicó el rifle que descansaba cerca de la mesa -. Mis amigos están muertos. No quiero quedarme sola. Si voy con ustedes estaré protegida. Y si vienen conmigo podrán quedarse en mi casa hasta que decidan qué hacer.
- Iremos – dijo cuando su hermana entró a la habitación -. Gracias.
[Días antes, Arthur pasó una noche en un almacén helado. Para otras personas no sería del todo dañino, pero él ha tenido trastornos alimenticios desde adolescente que pronostican riesgos en su salud.]
Chapter 7: 7
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A medida que las horas, pasaban la casa se volvía más oscura y silenciosa. Arthur no hizo más que empeorar esa noche, su temperatura subía y bajaba a pesar de los esfuerzos de Lily. Estaba preocupada por ese chico solitario. Parecía no cansarse de refrescar su frente o de abrigarlo cuando su cuerpo se enfriaba.
— Creo que está resfriado — murmuró la niña intentando darle algo de agua.
Hablaba directamente a (t/n) en inglés, idioma que por suerte ambas conocían. Ya no necesitaban a Vash como intermediario: eso era bueno, porque andaba de un humor de perros.
— Está muy delgado — contestó ayudándola a levantar la cabeza del chico de la almohada —. Le tomará un tiempo mejorar.
La temperatura de Arthur finalmente se estabilizó un poco en la mañana, aunque el termómetro seguía marcando bastante más de lo normal. Aunque Lily era quien hacía la mayor parte del trabajo (t/n) estaba atenta a cualquier necesidad que pudiera complacer con los limitados medicamentos que tenían a mano. Al menos la fiebre era señal de que el sistema inmunológico del chico funcionaba y que no tenía esa enfermedad. Apenas Arthur había caído inconsciente tras ducharse, ella y Vash apartaron a Lily para examinar todo — ¡literalmente todo! — su cuerpo en busca de heridas, rasguños o erupciones cutáneas recientes. Ambos estaban rojos de vergüenza al concordar en que sólo tenía fiebre.
— Se ha dormido — murmuró al notar que su respiración se acompasaba —. Vamos a descansar, Lily.
Ambas salieron rumbo a la cocina tras cerrar la puerta silenciosamente. (t/n) calentó los restos de sopa del día anterior en tanto su compañera ponía los cubiertos. La vio sentarse a la mesa a esperar, leyendo las hojas donde habían escrito juntas las palabras en español que parecían importantes: "sí", "no", "agua", "comida", "peligro", "corre"... Lily parecía una princesa, con la espalda erguida y los tobillos delicadamente cruzados. Al recibir una cálida sonrisa de su parte pensó que debía ser la niña más tierna del mundo.
Buscaron a Vash, pero no estaba en ninguna parte de la casa. (t/n) tuvo tiempo de llamar a sus padres y Lily de ensayar unas cuantas palabras antes de oír que llamaban a la puerta de la calle. Tres golpes rápidos y uno lento. Lily se deslizó rápidamente para abrirle la puerta.
— Grüezi* — dijo el chico a su hermana, yendo directamente al lavaplatos de la cocina. Tenía el cabello desordenado y el pálido rostro manchado de gris. Al verlo, (t/n) pensó que no le hacía gracia alguna que saliera sin avisar, aunque algo le decía que nadie sería capaz de disuadirlo si quería hacerlo. Por lo menos era obvio que tenía cerebro suficiente para no ponerlas en peligro por contacto puesto que se quitó el abrigo manchado de sangre seca, poniéndolo en una bolsa plástica.
— ¿Cómo está todo afuera?
— Siguen llegando — el estómago de Vash gruñó cuando destapó la olla vacía —. Si llegan más tendremos que irnos.
(t/n) le acercó un trozo de queso que había tomado de la cocina de los Kirkland. Era del bueno, cremoso, de sabor suave. Sintió algo de reticencia, sabía que se arrepentiría después pero alargó su mano ofreciéndoselo. Vash le agradeció escuetamente. Masticó un par de bocados diciendo que iría a limpiar las armas.
Un rato después la chica fue a la sala donde las alineaba en el piso, cada una más peligrosa que la anterior. Se le revolvía el estómago al ver las manos de Vash moviéndose con rapidez, usando una lata de aerosol en algunas piezas y frotando otras con discos de lo que parecía ser algodón empapado con alguna solución química. De pronto lo vio armar el rifle, y posicionó el cañón a través de los barrotes de la ventana abierta. El disparo sonó poco más fuerte que un aplauso solitario. Usaba alguna especie de silenciador.
En el exterior había una docena de enfermos que llegaban desde la noche anterior, cada uno en distinto estado de descomposición. Unos se iban, otros se quedaban. Si alguno era más rápido o inquieto de lo normal simplemente lo derribaban. O más bien Vash lo hacía dejando a (t/n) boquiabierta.
Lily llevó algo de café a su hermano, insistiendo que lo bebiera antes de que se enfriase. Apenas soltó la taza, tomó el rifle y disparó con un ruido sordo que sobresaltó a (t/n) cuando oyó el cuerpo caer.
— ¿Te pasa algo? — preguntó Vash al verla girar.
— ¿Cómo...? ¿Lily sabe usar armas? — murmuró con sorpresa en su propio idioma.
Una sonrisa amarga floreció en la cara de Vash en tanto respondía las preguntas que hacía Lily al ver el impacto que había causado en (t/n). Sus manos sostenían el rifle como un juguete. Intercambiaron varias palabras que dejaron a la niña blanca como un papel. Las mejillas de Vash estaban ligeramente rosadas.
— Le enseñé a disparar hace años — respondió conciso en inglés —. Nuestro abuelo vende armas.
Era obvio que escondían algo, pero (t/n) no quiso preguntar más. Conocía la sensación de incomodidad cuando un extraño invadía el espacio personal, no podía ser algo tan importante. No por ahora, pensó mientras veía a Lily retorciendo sus manos.
— ¿Cómo terminaron aquí? — se sentó sobre la alfombra por la falta de muebles en la habitación —. ¿Eran turistas?
— Estábamos de vacaciones — asintió el chico hablando antes de que su hermana lo hicicera —. Lily terminó el año como mejor estudiante de su clase así que nuestros abuelos nos regalaron el viaje.
— Investigué tu país para un trabajo de la escuela y me pareció precioso — la sonrisa de Lily era tan cálida que (t/n) se sintió feliz sin saber por qué —. Vash vino conmigo porque habla muy bien español. Yo sólo sé alemán e inglés.
— ¿Por qué hablas español, Vash? — era consciente de sonar algo invasiva, pero sentía cierta curiosidad —. ¿Lo aprendiste en la escuela?
— Me enseñaron varios idiomas — contestó atando su pelo rubio en una coleta baja —. Alemán, inglés, francés, italiano, español. Algo de chino.
— Yo hablo inglés y algo de francés — murmuró (t/n) procesando la información con sorpresa. ¿En qué clase de colegio te enseñaban tantos idiomas? Lo normal eran dos o tres —. Aunque casi nunca los uso. Sólo en la universidad para leer informes y esas cosas.
Habló un poco de su aburridísima vida de estudiante sin quitar los ojos del cabello de Vash. Lo tenía casi hasta los hombros como Francis, aunque no se parecían en nada. Mientras el francés parecía vivir en los salones de belleza, el pelo de Vash gritaba que lo cortaba por sí mismo. A pesar de todo le parecía bonito, perfectamente liso y suave.
— ¿Y por qué disparas tan bien? — preguntó cuando el chico mostró un gesto hosco que la hizo notar lo mucho que lo miraba —. ¿Por qué no fallas? A mí me tiemblan las manos cada vez que uso esta cosa.
Mostró la pequeña arma que llevaba en el arnés desde la noche anterior. Vash se la pidió. No dudó en dársela, dándose cuenta de que probablemente ese sería el único momento que tendría para aprender de alguien que realmente supiera usarla.
— Debes sostenerla con seguridad. No le tengas miedo, sólo es metal fundido — dijo después de un rato —. Apuntas, miras, disparas.
En unos minutos (t/n) aprendió que una pistola y un revólver no eran lo mismo como ella pensaba. Su arma era una pistola, un poco más complicada de usar para una novata, pero con mayor alcance y facilidad para conseguir municiones.
— Cuando sepas usarla deberías llevarla con el cartucho listo — le mostró cómo cambiaba rápidamente las balas antes de extenderla de vuelta —. Pero si realmente tienes miedo mejor quítaselos o podrías matarte por error. Sólo hazlo cuando realmente estés preparada.
Aunque sabía que estaba en lo cierto, la chica comenzó a temblar. No le gustaban las armas de fuego, pero en momentos como ese cuando su vida corría peligro era obvio que lo mejor sería llevar algo para defenderse. De haber dudado menos el día anterior no habría estado en manos de aquel cerdo que molestaba a Lily. Notó que la niña ya no estaba en el cuarto y eso la puso nerviosa. No se sentía capaz de alargar la mano y tomar la pistola nuevamente, los insistentes ojos verdes eran intimidantes. La inseguridad en sí misma no hizo más que aumentar cuando la guardó y Vash puso en su mano temblorosa una pequeña arma con silenciador. La llevó hasta la ventana, obligándola a alzar su brazo para apuntar a uno de los cuerpos que se veían través de la ventana. Era un blanco fácil que no se movía.
— Ahora.
El cuerpo cayó con un sonido seco. Si Vash no hubiese sostenido sus hombros, (t/n) habría retrocedido por la fuerza del disparo. Aunque no falló. Al menos no del todo.
— ¿Viste? Puedes hacerlo — le quitó el objeto metálico con la intención de continuar su trabajo —. Estás temblando. Ve con Lily.
No dijo una palabra a pesar de que (t/n) se tomó un largo tiempo para recomponerse. Jamás en su vida había conocido a una persona tan hermética y distante como Vash, aunque precisamente eso era lo que le gustaba de él. No hacía preguntas innecesarias ni intentaba acercarse a ella, eso significaba que no intentaría aprovecharse de su soledad. Era obvio que lo único que le interesaba era proteger a su hermanita, por lo que mientras lo ayudara en eso no tendrían problemas.
Más tarde, sentada junto al lecho de Arthur, calculó el tiempo que llevaba fuera. El primer día de caos. Luego varios días en casa, en la embajada... Debía llevar por lo menos dos semanas recorriendo la ciudad. Su rostro se contrajo al pensar en lo mal que debía estar todo si los cuerpos seguían moviéndose a pesar de los mensajes que a veces captaba la radio de su celular. Al notar que Lily la miraba mostró una sonrisa amable que desapareció cuando la niña se volvió a concentrar en el chico afiebrado. No quería preocuparla, pero sentía que todo estaba fuera de control. Si esperaban demasiado podían aparecer más contagiados, y si eso pasaba pediría a Vash que huyeran. Algo le decía que el suizo estaría de acuerdo. Aunque si tenían suerte los cuerpos podrían desaparecer.
— Iré a dormir un poco, (t/n) — los ojos verdes se cerraban de sueño —. ¿Te importaría cuidarlo?
— No te preocupes, estaremos bien.
Tomó el pequeño termómetro de la mesita de noche. La temperatura de Arthur bajaba, aunque seguía marcando más de 38°C. Parecía muy tranquilo, como una especie de bella durmiente con sus ojos cerrados bajo unas curiosas cejas.
— Tienes suerte de que Lily sea tan buena — musitó cuando estuvo segura de que no había gente cerca —. Si no fuera por eso te habría dejado irte, con o sin fiebre. Mierda, ya estaría camino a casa de no ser por ti.
Cada vez que (t/n) pensaba en su familia sentía ganas de llorar. No se lo permitía puesto que sería desperdiciar tiempo valioso que mejor dedicaba a Arthur si de todas formas lo perdería. Con la camiseta gris claro se veía mucho más joven, se parecía al chico de la foto. Afiebrado era vulnerable como un niño, su debilidad conmovería a cualquiera... menos a (t/n). Sólo quería que mejorara lo más rápido posible. A pesar de que físicamente era más alta y fuerte que Lily, que podría haberla doblegado fácilmente, se sentía incapaz de enfrentarla si dejaban solo al chico. Si la miraba con desprecio la culpa la perseguiría.
Sin darse cuenta se durmió. Soñó en negro, aunque a veces creía oír la voz de su padre. Abrió los ojos para darse cuenta de que no estaba en su casa aún, sino en ese infierno infectado de cuerpos putrefactos. Miró por la ventana, Vash había salido con un cuchillo atado a un largo bastón con el que atravesaba los cráneos a distancia.
Era obvio que quería irse y estaba preparando el camino para que salieran sin riesgo. Se movía como si le ardiese caminar, sus botas apenas tocaban el piso. Algo en su forma de enterrar el cuchillo en los cuerpos le dijo que callaba muchas cosas. ¿Tal vez había hecho el servicio militar? Una tos seca hizo que girara y olvidara al suizo.
— ¿Cómo estás? — las mejillas rojas de Arthur hacían resaltar el verde de sus ojos, brillantes por pequeñas lágrimas acumuladas en las esquinas.
— Estoy bien — respondió la chica sosteniendo su cabeza para darle algo de agua.
— No te creo — gruñó al terminar, hundiendo su cabeza entre las almohadas —. Suspiras demasiado. Estabas llorando.
(t/n) pasó los dedos por sus mejillas constatando que estaban húmedas.
— Debes descansar— contestó —. Duérmete.
Limpió las lágrimas con su mano mientras salía de la habitación. Se miró en un espejo que colgaba de la pared, se veía algo pálida aunque no parecía que hubiese llorado, sino que sólo tenía sueño. No era demasiado tarde, el sol seguía iluminando las calles. Lily seguía durmiendo en el cuarto del lado pacíficamente, como si nada en el mundo pudiera arruinar la paz de su vida.
— Si no mejora tendremos que dejarlo — susurró Vash a sus espaldas.
— Ya lo sé — murmuró algo sobresaltada dándose vuelta —. Pero ¿qué le dirás a Lily?
— Ella irá con nosotros — sentenció sin dudar —. Tendrá que aceptarlo. Tres días. Si no mejora en tres días nos iremos.
En tres días hallarían algo en qué moverse y podrían reunir comida de las casas en los alrededores. (t/n) estaba de acuerdo, de ser por ella habría partido ese mismo día. No soportaba cuidar enfermos ni verse en medio del desorden aún en épocas normales. Recordaba con desagrado los cientos de veces que sus amigos la habían arrastrado a alguna fiesta que empezaba bien y luego terminaba con ella sujetando el pelo mientras vomitaban o manejando un auto lleno de borrachos. Una vez incluso debió meter sus dedos en la garganta de su amiga para que vomitara de una vez. ¡Qué asco!
La mayor parte del tiempo Arthur se negaba a comer, pero (t/n) metía la comida en su boca insistiendo en que si quería recuperarse debía tragar aunque fuera un tercio de lo que había en el plato. Obviamente existía gente que comía poco, pero nadie podía vivir a base de agua y un par de mordidas. ¿Qué se creía, ermitaño? Pasó dos días más enfermo pero ni la comida instantánea, ni la fiebre alta, ni el asqueroso olor de los cuerpos amontonados en el exterior podían con él. Al final su temperatura se reguló como siempre lo hacía. Arthur se puso la chaqueta, quejándose al rozar la herida en su brazo, aunque ya estaba casi del todo curada.
— La comida está lista — dijo una voz fuera de la habitación —. Vístete rápido o cogerás frío.
Era la voz de (t/n), algo malhumorada. Arthur se sintió enfermo sólo al escucharla, recordando sus manos de hierro cuando lo obligaba a comer. Ni siquiera su madre era tan insistente como ella cuando estaba enfermo. ¿Por qué preocuparse? Había estado mucho peor otras veces. Esta vez sólo habían sido unos cuantos días. Lo único molesto para él era haber tenido que aceptar los cuidados de esos extraños. ¿Qué importaba que le hubieran visto desnudo y vulnerable si jamás los volvería a ver? ¡Especialmente a (t/n)!
- Llévate la motocicleta – gruñó la chica apenas puso un pie fuera de la habitación. Extendió un papel con una dirección escrita. Explicó que era su casa, y que podía ir allí si no alcanzaba a llegar con sus padres. También le dijo dónde tenía sus llaves. La despedida fue bastante seca, por lo que Arthur se fue pensando en quién sería esa chica y qué demonios habría hecho para que el idiota de su hermano le diera su cosa favorita del mundo.
Apenas el chico se fue, los demás pasaron a la acción. En los días anteriores, mientras Lily cuidaba de Arthur, Vash y (t/n) habían recorrido las casas buscando un automóvil. El único que hallaron no tenía llaves, pero no fue impedimento para que el chico lo encendiera moviendo varios cables y usando una moneda vieja. Funcionaba. (t/n) se quedó sin palabras al verlo. Se había creído lista, pero no podía compararse a Vash. Él sí era ingenioso.
Se movieron a la casa del automóvil y durmieron varias horas encerrados en una diminuta habitación con las puertas bloqueadas por varios muebles y un par de ventanas con los cristales que cubrieron con telas oscuras. Apenas salió el sol Vash despertó a su hermana y luego a (t/n), sacudiéndola fuertemente hasta que despertó.
— Hora de irnos — gruñó cuando consiguió devolverla a la realidad.
[Arthur llegó a su casa un par de horas después de subir a la motocicleta. Sus hermanos pequeños estaban felices, pero Allistor sintió un nudo en la garganta al oír que (t/n) viajaría en compañía de otro. Ni siquiera oyó que iba una niña con ellos. Sólo pudo alegrarse de saber que estaba a salvo. Y no fue el único en sentir celos.]
........
Grüezi* : hola
Chapter 8: 8
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— (t/n), despierta.
Su hombro era sacudido delicadamente por Lily sin resultado alguno. Parecía una muerta, llevaba varias horas acurrucada plácidamente sobre sí misma en el asiento del copiloto. A pesar del silencio — o quizás por esa razón — no se habían dado cuenta de ello hasta que necesitaron pedirle el mapa. Vash se había detenido a un costado de la carretera, mirando de reojo el débil rayo de sol que caía sobre el rostro tenso de la chica.
— (t/n), llegamos — gruñó volviendo a mirar el volante —. Despierta.
El sonido de su voz la hizo abrir los ojos sobresaltada hasta que recordó que estaba con ellos. Entre profundos suspiros se irguió, su mandíbula estaba tan tensa que le dolía. Abrió y cerró la boca varias veces antes de comprender que Vash quería el mapa.
— ¿Dormí demasiado? - preguntó extendiendo el papel —. ¿Dónde estamos?
— Acabamos de llegar a la gasolinera.
Giró la cabeza para encontrarse con uno de los surtidores de combustible de la estación de gas que habían marcado en el mapa, la más lejana de las zonas residenciales de la ciudad. La clase de sitio frecuentado sólo por conductores de maquinaria pesada, buses y camiones de carga, no por familias ni grupos grandes. Tal vez un par de adolescentes borrachos comiendo como cerdos en la tienda del concesionario. Era muy factible que se encontraran con contagiados o personas hostiles, pero al menos no estarían en medio de una horda.
Empuñando una pistola y un cuchillo, Vash bajó primero para revisar que todo estuviera en orden. Tras un rato, durante el cual ambas chicas se comían las uñas de los nervios, apareció para mover el automóvil junto a un todoterreno.
En el suelo había un cuerpo femenino, cuyo ojo izquierdo tenía clavada la hoja de un largo cuchillo jamonero. Limpiaron el interior del vehículo con rapidez, (t/n) casi sintió pena por la mujer al tirar un par de objetos cubiertos de sangre seca. Asumió que la mujer quería huir de la ciudad, que al intentar hacerlo algo la hirió y acabó transformándose en el interior.
En tanto cargaban el combustible vio unos bidones tirados cerca. Los recogió y limpió antes de dárselos a Vash para que los llenara, y también tomó un par de galones de parafina que metió en la parte trasera del todoterreno.
— Conduce tú — gruñó el chico atando su cabello. (t/n) avanzó hasta la tienda de comestibles, se quedó con el motor en marcha para esperar que los hermanos saquearan lo que pudieran.
Un par de minutos después, cuando se preguntaba si estarían bien, los vio salir corriendo con varios paquetes en las manos. Apenas cerraron las puertas pisó el acelerador para huir de los dependientes de manos ensangrentadas.
— Diablos — gruñó cuando iban a varios kilómetros de la gasolinera.
— ¿Estás bien? — preguntó Lily acomodándose en el asiento trasero junto a su hermano.
— Olvidé ir al baño — musitó entre dientes.
Manejó largo rato por la carretera vacía hasta encontrar un sitio adecuado. Le avergonzaba un poco mencionar sus necesidades fisiológicas, pero las ganas de descargar eran mucho más fuertes que la timidez de su vejiga. El lugar en sí se veía bastante seguro: bastante despejado para ver cualquier peligro, pero con un par de árboles para ocultarse. Podía parecer sumamente estúpido que se alejara del todoterreno, pero era lo mejor por su propia seguridad ya que no sabía si esos suizos tenían fetiches extraños con deposiciones o algo así. Volvió totalmente aliviada después de un rato y usó agua de una de las botellas viejas para lavar sus manos.
— No me mires así, ¿acaso quieres mis bichos en tu estómago? — bufó cuando Vash le dijo que usaba demasiada agua.
— Limítate a lo que necesites — contestó con los ojos clavados en la botella —. Debemos ahorrarla.
El tenso ambiente fue interrumpido por Lily, cuyas mejillas se encendieron al decir algo que (t/n) no entendió. Vash cogió el rifle, acompañándola hasta los árboles. Se quedó del lado contrario a la niña, a (t/n) le parecía algo abrumador que siempre estuvieran juntos. Aunque a Lily no parecía molestarle y como estaban las cosas, era lo mejor. Subió al asiento del conductor tarareando una pequeña canción que le habían enseñado en la escuela.
Estaba comenzando a cantar en voz baja, viéndose interrumpida por un pequeño golpe en el vidrio posterior. Sin pensar un segundo tomó la pistola y giró dispuesta a disparar. Idiota, se regañó. Sólo era un horrible insecto. Ni siquiera había mirado, ¿cómo podía ser tan descuidada? ¿Tan irresponsable para distraerse en un momento así? Las palabras de Vash bombardearon su cabeza, podía matarse por accidente si usaba mal el arma.
— Necesito el mapa — la voz del suizo interrumpió los reproches que comenzaba a lanzarse a sí misma. Su acento sonaba mucho más germánico que antes, estaba cansado.
— Yo conduzco — dijo con suavidad dándole el pliego —. Duerme, si pasa algo te despierto, ¿sí?
Mientras sus ojos se cerraban, Vash se sintió acariciado por la melodiosa voz de (t/n), más suave que las que acostumbraba oír. Pronto se quedó dormido y lo mismo hizo su hermana. La chica miró por el espejo deseando que estuvieran despiertos porque, aunque le gustaba conducir, se le hacía algo pesado y molesto en las carreteras. Por suerte no tuvo problemas para llegar al pueblo donde descansarían esa noche, uno muy pequeño que no recibía turistas. Seguro alguien les podía dar alojamiento a cambio de dinero o algunas chucherías sin riesgo de muerte. No necesitaban mucho, sólo un cuarto que pudiera cerrarse con llave.
— Chicos, despierten. Llegamos.
Al mirar las calles pensó que se había equivocado de lugar, pero un cartel señalaba el nombre correcto. Movió el todoterreno a través de la calzada hasta llegar a la plaza principal donde se alzaban el ayuntamiento. ¿Por qué estaba vacío? No se veía una sola persona y las únicas señales de vida eran los pájaros cantando en las ramas de los árboles.
El edificio tenía las puertas cerradas al igual que sus postigos. Había una iglesia, un cementerio, un pequeño hospital. Vacíos. Casi todas las casas tenían el cerrojo puesto, aunque no vieron señales de violencia o sangre en el suelo. La novena o décima vez que tocaron una puerta pudieron entrar: estaba mal cerrada. Era una casona sin rejas, con un prado liso frente a su porche. Los cuartos olían a limpio, los muebles ni siquiera estaban cubiertos por el polvo. Lo único extraño eran varias masas confusas de ropa y otros objetos en el salón, cuyo aspecto hizo a (t/n) pensar que esa bonita casa era un hostal. Vash chocó con una taza rota junto a un par de papeles arrugados.
— No pasó nada — musitó tras leerlos —. Sólo huyeron.
Dio los papeles a (t/n), cartas que decían "PLAN DE EVACUACIÓN" en enormes letras rojas. Tenía el escudo del país y la firma de un secretario de Estado. Leyó rápidamente que la gente sería transportada a lugares cercanos a su ciudad para reubicarlos allá. La fecha era de dos días antes. Ambos se miraron sin hablar, pensaban lo mismo: eran afortunados de haber salido del peligro de la ciudad. ¿Por qué se molestaban en evacuar ese insignificante pueblo? ¿Acaso planeaban protegerlos de la enfermedad? ¿Querían enviar a la gente de las ciudades? Mientras más pensaban, más miedo tenían. (t/n) se estremeció, pensando en los niños y su familia. ¿Estarían bien?
Al oír la voz de Lily a lo lejos dejó de pensar en cosas que no podía controlar. Los padres de Peter y Wendy habían tomado la decisión de quedarse y ella la de irse, sus caminos estaban separados. En cambio, tenía un par de compañeros que sabían manejar armas y usar el cerebro. Definitivamente era lo mejor para ella.
— Creo que deberíamos descansar acá e irnos mañana o pasado — murmuró cuando tuvo la atención de ambos —. Podría llegar alguien.
Vash también quería estar un paso por delante del resto de la gente, desconfiaba de ese lugar tan tranquilo. Revisaron los cuartos, confirmando que estaban vacíos y que podrían quedarse. Lily fue a la cocina y halló algo de comida sellada, la única que su hermano le permitía tomar cuando salían de Suiza.
— Debe haber una estufa en alguna parte — pensó (t/n) en voz alta al verla poner el agua sobre los quemadores de la cocina a gas —. Iré a buscarla.
Buscó en varias habitaciones, maldiciendo su suerte al dar sólo con chimeneas, estufas enormes que no se podían mover o que eran eléctricas. Al fin vio una pequeña junto a una lata abierta de un líquido apestoso. Con mucho cuidado cerró el envase mientras veía por la ventana que Vash estacionaba el coche en el antejardín para luego cubrirlo con mantas oscuras.
— Que listo — pensó en voz alta.
Comieron sentados alrededor de la estufa sin hablar. Devoraron la torta de patatas, bañándola con el fondue de queso hasta que (t/n) se sintió acalorada. Dudando un poco se quitó varias capas superiores de ropa, quedando sólo con un par de camisetas ajustadas. No supo por qué, pero Lily se encogió algo incómoda.
— ¿Qué te pasa? — preguntó sin comprenderla. Lily sonrió débilmente y aseguró que no pasaba nada antes de bajar la vista a su pecho con pena. Miró a Vash con la intención de preguntarle qué pasaba y su rostro hastiado le dio la respuesta. No lo había notado antes, Lily era casi completamente plana. Quiso reírse por lo absurda que era al preocuparse por eso siendo tan pequeña y con tantos años por delante, aunque no lo hizo. Decidió que volvería a vendarse para que no perdiera el tiempo pensando en eso.
Tampoco era como si (t/n) tuviera tantos atributos para hacerla sentir mal consigo misma.
— Oye, hace tiempo te quería preguntar cómo aprendiste a disparar — se le ocurrió decir cuando el ambiente se puso denso —. Eres muy buena.
— Vash me enseñó — contestó mirando a su hermano con orgullo —. Todos los días se quedaba conmigo un par de horas cuando yo volvía de la escuela.
Las mejillas infantiles mostraban preciosos hoyuelos de muñeca al contarle que a pesar de tener que estudiar y trabajar, Vash siempre tenía tiempo para enseñarle a defenderse de otros, aprovechando su limitada fuerza para ello. Al oírla (t/n) sintió envidia, siempre había querido tener un hermano dispuesto a protegerla del peligro.
[Cottage rodeado de bosques. Varios años antes]
Pronto cumpliría quince, por lo que sus padres decidieron que ya no celebrarían su cumpleaños en casa de sus abuelos. ¡Adiós juegos de mesa y cajas de Lego!
— Ahora eres una señorita — sentenció su madre —. Es hora de decir adiós a tus muñecas.
No lo decía de forma literal, al menos no del todo. No le preguntaron su opinión cuando le dijeron que harían una gran fiesta, e insistieron en que invitara a todos sus amigos a divertirse. (t/n) pensaba invitar a unas cinco personas, pero al ver las cosas que preparaban comprendió que sus padres no podían — o no querían — oír que casi no tenía amigos.
Verlos tan entusiasmados rompió un poco su corazón. No quería decepcionarlos, especialmente por todo el esfuerzo que hacían por ella, así que extendió cuidadosamente las invitaciones a sus compañeros de clase, a los chicos de sus clubes, a los del coro de su antigua iglesia, a los del instituto de lenguas... a todo el mundo. Sintió que había cumplido, si no iban no sería su culpa y tampoco le importaría demasiado.
Al principio pocos confirmaron su asistencia, hasta que una chica del club de debates le preguntó si podía llevar su traje de baño. (t/n) respondió que sí, que incluso podía llevar a su novia porque la piscina era bastante amplia. Así se esparció el rumor de que sería la fiesta del año, que sus padres habían contratado un DJ y que incluso podrían beber alcohol. Sin contar que la casa estaba en pleno campo, por lo que podrían enloquecer sin que llegara la policía. (t/n) ni siquiera había salido del salón donde estudiaban a un equipo rival cuando varios mensajes preguntando por la fiesta llenaron su celular. Sólo contestó a las preguntas a la hora de salida, omitiendo decirles que habría lugares para tomarse fotos, karaoke, buffet libre y bolsas de regalo.
"No" era la palabra favorita de (t/n) en esos días. ¿Un nuevo bolso con cadenas doradas? No. ¿Sus padres querían que saliera de su cuarto a saludar a los hijos de sus amigos? No. ¿Su fiesta de cumpleaños? No me interesa. Es demasiado. Aunque al ver a su madre comandando un ejército de amigos — que por cierto dejarían a sus hijos en la fiesta y se quedarían a beber con sus padres — le hizo pensar que realmente la casa se veía genial llena de luces.
Nadie faltó, incluso sus padres quedaron atónitos. El primer piso estaba atestado de adolescentes bailando frenéticamente en medio de las habitaciones. Incluso llegó gente que (t/n) no conocía siquiera de vista, conocidos de conocidos. Se quedó con sus pocos amigos reales en una mesa al aire libre disfrutando el pastel sin notar a un chico observándola desde la piscina.
[Hostal en un pueblo vacío. Presente.]
— Me siento algo idiota por tratar de salvarte de esos tipos raros — rio dejando la comida de lado —. Iré a tomar un baño y luego a la cama.
En el segundo piso halló una ducha funcionando. Pese a que el agua estaba fría lavó concienzudamente cada parte de su cuerpo, tallando hasta quedar completamente limpia. Se puso el pijama en el mismo baño, una camiseta suelta de manga larga y mallas ajustadas que casi le cortaban la respiración. Al guardar la ropa vieja en el bolso se dijo que no era como si desconfiara de Vash del todo, sino que le daba miedo que aparecieran ladrones o algo así. Parecía ser un chico decente, y no sólo por la presencia de su hermana.
— ¿Chicos? Dormiré en el cuarto junto al baño — vociferó al salir para que la oyeran. Oyó una respuesta de Lily mientras envolvía su toalla en el pelo húmedo. Estaba todo oscuro como boca de lobo, así que sacó su linterna tras comprobar que la luz no funcionaba. Vio un par de libros en un anaquel, tomó uno que llamó su atención. El Idiota. Jamás lo había leído, aprovecharía de hacerlo en ese momento. Notó que la cama tenía mantas de oveja completamente desordenadas, aunque parecía tan cómoda que se sentó sobre ella sin pensarlo y saltó inmediatamente al sentir algo moviéndose. La linterna cayó mientras gritaba histéricamente, Vash apareció poco después con un revólver. (t/n) recogió el pequeño aparato del piso, apuntando directamente a la cosa que se debatía entre las sábanas. Por favor, que no sea un animal salvaje, se dijo pensando en las noticias de gente devorada por felinos.
— Apaga esa cosa y deja de gritar — murmuró una voz baja —. No te haré daño.
Un chico de cabellos largos se movía lentamente entre las cobijas, como si no le importara que Vash le apuntara. Parecía muy calmado. (t/n) no apagó la luz, sino que apuntó la linterna lejos de su rostro bronceado. Se alejó de él y con un gruñido preguntó quién era y qué hacía ahí.
Todavía acostado les dijo que se llamaba Heracles Karpusi, que tenía 26 años y estaba en ese hostal desde poco antes del caos de la enfermedad para investigar los restos de un pequeño cementerio indígena encontrado en el pueblo. Era arqueólogo, parte de un equipo enviado para datar la antigüedad del sitio. Sus compañeros se habían ido antes de que llegaran algunos inspectores y militares que ayudaron al alcalde a implementar una evacuación. Heracles prefería quedarse hasta el último momento posible trabajando en las ruinas.
— Se supone que me iba a subir a los últimos camiones, pero me dormí y cuando desperté no quedaba nadie — suspiró con los ojos entrecerrados —. Pensé en irme solo, pero decidí quedarme un tiempo más a ver si encontraba algunos huesos. Ahora, ¿podrían dejarme dormir? Estuve todo el día excavando, tengo sueño.
Sin mayores comentarios se acurrucó entre las cobijas. Sus suaves resoplidos desconcertaron a los chicos de pie, que salieron sin hacer comentarios.
— ¿Qué haremos con él? No parece peligroso... aunque podría ser una trampa — murmuró (t/n).
Se asomaron por la puerta abierta, seguía durmiendo como un tronco. Apenas se movía y de pronto pensaron que estaba muerto porque su respiración se volvió demasiado silenciosa.
— Si fuera una trampa no estaría dormido con nosotros dentro — Vash cerró la puerta, luego movió un mueble cercano para impedir que Heracles saliera del cuarto —. Esto lo mantendrá quieto. Lo mejor es que esta noche duermas con nosotros.
Buscaron un cuarto tras bloquear las puertas del hostal. Tenía dos camas grandes y una pequeña donde Lily se introdujo sin quejarse, aunque debía abrazarse a sí misma para que sus piernas no colgaran del colchón. Preguntó a (t/n) si estaba bien y qué había pasado, lo que la llevó a pensar en el chico atrapado en la otra habitación. ¿Qué harían con él?
— Lo pensaremos en la mañana — gruñó Vash antes de apagar la luz —. Gute Nacht*.
.........
Gute Nacht: Buenas noches
Chapter 9: 9
Chapter Text
— No te preocupes, voy en camino — suspiró (t/n) apretando el celular —. ¿Te dije que voy acompañada?
Ese día la señal era aceptable, apenas despertó llamó a casa. Llevaba casi dos horas hablando con su madre, le preocupaba no poder comunicarse en el futuro.
— Lo has repetido diez veces. ¿Eran dos?
La puerta de la cocina daba al comedor, donde Vash vigilaba a Heracles mientras envolvía el rifle con trozos de arpillera. Seguro tenía una buena razón, aunque (t/n) no tenía idea por qué lo hacía. Movía las manos rápidamente, contrastaba con la quietud de Heracles.
— Sí. Estaban solos — uno mató a unos hombres que me atacaron, quiso decir. Pero no lo hizo.
Sus padres no tenían problemas en recibirlos, sólo pidieron que se apresurara. Los furgones militares no dejaban de moverse en un radio cerca de su casa, a veces sus ocupantes llamaban a la puerta para preguntar si todo estaba en orden. También carros de bomberos y patrullas policiales. La madre de (t/n) no perdía oportunidad de invitarlos a tomar refrigerios para obtener información gracias a su encanto natural.
— Me tengo que ir, son ellos. Te quiero, bebé.
Antes de que pudiera contestar se cortó la llamada. Guardó el celular algo desanimada y cerró los ojos, pudo imaginar a su madre sirviendo té con emparedados. Siempre estaba ocupada con otras personas, también su padre. No tenían demasiado tiempo para (t/n), que justo en ese momento se sentía privada de algo. Abandonada, incapaz de decirles que estaba muerta de miedo. Sus padres confiaban en ella para arreglárselas sola. Sola.
— La comida.
(t/n) abrió los ojos al oír a Lily ensayando palabras en su idioma, marcadas por un fuerte acento germánico. Le sonrió pese a tener el estómago lleno de mariposas vomitando.
Llevaron el desayuno al comedor, un salón equipado con una larga mesa cubierta de retazos de arpillera oscura que tiraron al piso en tanto Vash apartaba el rifle. (t/n) sirvió un plato que le entregó por estar cerca suyo. Quiso servir uno para Lily, aunque él se adelantó al dar a su hermana el suyo y luego recibió una de las raciones que la chica puso en platos antes de sentarse a comer su parte directo de la ensaladera. (t/n) comía con rapidez, fijándose en que a Lily parecían gustarle mucho las fresas en almíbar: sin decir una palabra fue por una de las latas. Se arrepentiría cuando estuvieran muertos de hambre. Sin embargo, decidió que sería problema de su yo futuro.
— Dile que se las coma — pidió al suizo.
Vash obedeció, entendía que Lily estaba en crecimiento y que un par de vitaminas extra le vendrían bien. En tanto los chicos hablaban entre sí, la vista de la muchacha vagó por la habitación hasta posarse en Heracles, algo en su cuello le llamaba la atención. Era una pequeña cruz dorada, como las que regalaban en la iglesia al hacer la primera comunión. Al estar tan concentrada en el brillo no percibió que Vash parecía algo enojado hasta que dejó de mirarla.
— ¿Sabes dónde están las tiendas, Heracles? — la voz áspera despertó al hombre de su ensueño —. Farmacias, ferreterías, almacenes...
— Sí, no hay demasiado. Casi todos iban a la ciudad cuando necesitaban algo.
— ¿Cómo conseguían comida?
— La cultivaban, hay un molino en una de las salidas — respondió tras pensárselo un rato —. La calles están llenas de ciruelos y árboles parecidos.
En menos de un minuto Vash tomó un trozo de papel y comenzó a dibujar una especie de mapa, ubicando los lugares que Heracles nombraba. Lo presionaba para que recordase cada sitio con exactitud hasta que tuvo una hoja llena de marcas borrosas. Copió rápidamente una hoja más detallada.
— Dice la verdad, estos son los lugares que vimos — susurró secamente en el oído de la confundida muchacha —. Debemos conseguir comida antes de salir.
No podían malgastar la gasolina del todoterreno, irían a pie. Tampoco podían dejarlo solo pues podía aparecer alguien y llevárselo, con o sin llave. (t/n) discutió con los suizos, declarando que ellos debían cuidarlo mientras iba con Heracles a tomar lo que pudiera. Vash se mostró en desacuerdo. ¿Qué pasaría si la atacaba? Era más alto que ella y por añadidura tenía los músculos desarrollados por pasar tanto tiempo cavando huesos. De dejarla sola sería imposible que la ayudara.
— No te preocupes — lo tranquilizó mientras Heracles tomaba las bolsas que (t/n) había indicado —. Llevo protección.
Mostró la pistola que llevaba colgada de la cartuchera y una botella que tenía algo de cloro líquido en su interior.
— ¿Piensas tirársela?
— Inteligente, ¿no? Así puedo salir corriendo para pedirte ayuda.
La respuesta de Vash fue un gruñido, simplemente le pidió que se mantuviera a distancia y que al menor problema le volara el cerebro. (t/n) asintió y salió del hostal con el hombre por delante. Entraron a varias casas, cada vez que veía algo útil la pistola aparecía en la mano de la chica para indicar a Heracles que lo tomara.
— ¿Para qué quieres pastillas de lejía? — la curiosa voz masculina resonó en el cuarto vacío. Sostenía un pequeño frasco que interesaba especialmente a (t/n) —. ¿Quieres suicidarte?
La tomó por sorpresa, sacándole una carcajada. Parecía que lo preguntaba en serio así que paró de reír. Era tan lento que pasaron varias horas recorriendo las calles, abriendo las puertas a patadas o rompiendo vidrios como un par de ladrones.
— Ladrones de cementerios — suspiró Heracles indicando las calles vacías —. O arqueólogos. Si lo piensas un arqueólogo es un ladrón de tumbas.
— ¿Entonces eras un ladrón?
— Sí. Siempre me pregunté qué sentiría si me drogaran para sacrificarme y mil años después un tipo raro se llevase mis huesos — pensó en voz alta deteniéndose para mirarla —. Las drogas eran para que no sufrieran. ¿Sabes que elegían a la gente sana? Sólo encontramos los huesos de cinco personas, debían hacerlo sólo cuando tenían problemas en sus cosechas o algo así.
— Eres espeluznante — (t/n) se estremeció, imaginando qué pasaría si se le ocurría sacrificarla para acabar con la enfermedad —. Mejor habla de otra cosa. Lo que sea.
— Filosofía, gatos o arte — asintió —. Elige el que quieras.
Optó por los gatos, le parecían adorables y sonaban como un tema neutral. Heracles se distrajo fácilmente hablando de lo mucho que le gustaban, sus razas favoritas, las ventajas de una dieta proteica para ellos y muchas otras cosas. Parecía cómodo hablando, como si no le importara que (t/n) apuntara a su cabeza todo el tiempo.
— Si quisieras ya me habrías disparado — se encogió de hombros cuando le preguntó —. Si te hace sentir segura está bien. Tener miedo es normal.
— ¡No tengo miedo! — exclamó sonrojándose —. Sólo quiero estar lista por si aparece algún contagiado.
Una de las casas no parecía gran cosa, pero en el patio tenía un viejo árbol cubierto de hojas doradas formando una gruesa capa sobre el suelo. Algunas manzanas se pudrían en el suelo: el olor dulce resultaba bastante invasivo, pero a (t/n) se le hizo la boca agua.
— Siéntate y espera que saque algunas — mostró una silla polvorienta en una esquina calculando el tamaño del árbol. Era bastante alto. Ni Heracles alcanzaría las ramas sin usar algo para sacudirlas, pero (t/n) no quería darle algo que pudiera usar como arma, así que guardó la pistola. Halló una rama tirada con la que se dedicó a golpear el manzano fuertemente hasta que cayó algo de fruta.
— ¿Qué harás con ellas? — preguntó Heracles.
— Comerlas — contestó sin pensar. Creyó oír un ruido extraño. Al mirar detrás suyo descubrió un par de perros gruñéndose a lo lejos.
Heracles se levantó perezosamente para ayudarla a recoger manzanas, sonriendo al oír su estómago gruñendo. La chica se quejó en voz alta de lo mucho que le habría gustado tener algo más sustancioso para el desayuno, como un perfecto emparedado de jamón en su cama antes de entrar a clases. Y tal vez salir con sus amigos a pasear al parque después. Recogían las manzanas en cuclillas cuando algo tocó el hombro de (t/n). No lo pensó y giró con rapidez, golpeando con la rama lo que fuera que tuviera atrás.
En el suelo yacía un chico rubio que no dejaba de mirarla con sorpresa mientras masajeaba su mandíbula. (t/n) sacó la pistola y retrocedió un poco, apuntando a su cabeza.
— Te dije que no lo hicieras, tonto — dijo una voz monótona.
Miró hacia los lados, no veía nada. Un par de ramas se sacudieron dando paso a un chico bajo.
— ¡Espera! — gritó acercándose a ella —. ¡Él no quería asustarte, sólo quería saber si estás bien!
En menos de un minuto se vio en frente de varios hombres jóvenes, cada uno más rubio que el anterior. Los contó: uno, dos, cuatro. Cinco si contaba al que seguía en el suelo. Indicó al chico bajo que lo ayudara a ponerse de pie. Uno con anteojos se puso entre ella y los demás mirándola con enfado. Daba miedo, pero lo ignoró al recordar que ella tenía la pistola.
— Estoy bien, Tino. Oye, eso dolió — lloriqueó levantándose. Era bastante alto y tenía el pelo desordenado —. Si que golpeas fuerte.
— Y disparo muy bien — bufó alzando más la pistola —. ¿Qué quieren?
— Lo mismo que tú, comida — el chico de la voz monótona se acercó, usaba un pasador en su pelo —. Los contagiados aparecieron en el pueblo vecino la semana pasada, acabamos de llegar.
— Eres la primera persona sana que vemos — el chico despeinado parecía estar cada vez más cerca de ella —. Perdón si te asusté, pero pensé que podías necesitar ayuda.
— No me asustaste, sólo pensé que eras una de esas cosas. Y no necesito ayuda, gracias. Pueden irse — gruñó sin dejar de apuntar.
— ¡Pero no podemos dejarlos solos! — insistió —. ¡Podría pasarles algo!
— Vámonos, idiota. No nos necesitan — uno que parecía muy joven, casi un niño, se acercó a él y tomó su manga.
— ¿Estás loco? ¡No vamos a dejarlos acá! ¿No viste lo rápido que se contagiaron los demás? - la voz subió un par de decibeles -. ¡No quedó nadie!
Claramente pasaría algo si seguía hablando tan fuerte. En realidad, quienes parecían necesitar ayuda eran ellos, tenían ojeras marcadas en sus rostros blancos como el papel. Como si no hubieran dormido o comido bien en días. Al ver que la disputa subía de tono decidió que, pese a que no quería llevárselos, no tenía otra opción.
— Alto, cálmense — se acercó al despeinado bajando la pistola —. Tienes razón. Vamos.
— ¡Que bien! Lo primero que tenemos que hacer es buscar algo de comida y...
— Espera, ustedes deben venir con nosotros a nuestra casa — habló suavemente para que no creyeran que los estaba secuestrando —. Está bien protegida. Heracles los guiará. Yo iré atrás por si aparecen contagiados.
Cada paso que daban hacia el hostal se le hacía eterno a (t/n), no quería descargar las balas en esos desconocidos, pero el despeinado no se lo ponía fácil. Cada cinco minutos giraba para hablar con el chico del pasador e incluso con ella. Su sonriente rostro la ponía nerviosa, sentía ganas de noquearlo para que se callara. De alguna forma se parecía a un gigantesco perro faldero, algo así como un golden retriever suplicando mimos.
— Cállate, bobo. ¿No ves que te quiere disparar? — el chico del pasador le dio un codazo —. No la tientes.
No alcanzaron a tocar la puerta cuando Vash salió hecho una furia, apuntando su rifle directo a la cabeza de Heracles. Tenía los labios apretados.
— ¿Qué le hiciste? — gruñó con cara de pocos amigos —. Habla o te mato.
— Espera, estoy bien — alzó su mano desde atrás mientras rodeaba a los hombres, eran tan altos que la ocultaban por completo —. Tenemos compañía.
Apenas entraron, Heracles se tumbó en uno de los sillones del recibidor. (t/n) envió a los demás chicos a la mesa con una olla de arroz que supuestamente sería la comida de la tarde mientras ella hablaba con Vash y Lily en la cocina. Temía que intentaran matarlos o robar sus cosas, pero no podía atacarlos abiertamente.
— Tenerlos rondando sería peor — musitó lo más bajo que pudo tras oír las dudas del suizo -. Fue mi culpa, ni siquiera me fijé si había gente cerca.
— Los encerraremos como hicimos con Heracles — respondió el chico tras pensarlo un poco —. Si se van, el mejor de los casos serán un señuelo para los contagiados. En el peor, para otros grupos. Ya veremos qué pasa.
Apenas terminaba de decirlo cuando alguien tocó la puerta.
— Oye, ¿no queda más? — preguntó el rubio despeinado asomándose apenas la abrieron.
— Les dije que se quedaran en el comedor — gruñó (t/n) antes de que el suizo sacara algún arma —. ¿Acaso no entendiste?
— ¡Es que tengo hambre! — se quejó —. Y estaba delicioso.
Vash le puso una bolsa de frituras en la mano antes de sacarlo de una patada. Lily calló, oyendo a (t/n) y a su hermano hablar sobre los desconocidos. Un nuevo golpe en la madera los interrumpió poco después. Era el chico más bajo, al que llamaban Tino.
— Esto... tenemos una radio y captamos algo de señal — tímidamente esquivó los ojos fijos en él —. Están dando noticias.
Lo siguieron, aunque Lily se quedó en las escaleras con su pequeña pistola de choque. (t/n) alcanzó a oír a Vash diciéndole algo en alemán. Ignoró el repentino escalofrío que recorrió su espina dorsal para concentrarse en el sonido de la pequeña radio sobre la mesa. No podían ser tan peligrosos si se mostraban dispuestos a compartirla con ellos... ¿no? El mensaje se oía entrecortado, pero se entendía.
- Nadie... entrar a la capital... personal médico... abastecimiento. Quienes deseen... someterse a un examen de salud obligatorio... firmar una declaración que indique... agentes patógenos... sanciones... multas... cárcel efectiva. Deberán informar su destino... confinamiento de al menos una semana... instalaciones...
El aire se volvió denso, como si el oxígeno hubiera disminuido a medida que recibían la información. Nadie habló, cada uno inmerso en sus propios problemas. (t/n) se alegraba de haber conseguido que Vash y Lily la acompañaran, no sólo por interés. ¿Qué clase de trato recibirían extranjeros como ellos? Suspirando buscó las pastillas en su chaqueta. No las encontraba. Metió las manos en cada bolsillo una y otra vez, llamando la atención de los demás. Los ignoró para salir a buscar las que tenía en su bolso. Hacía días que no las tomaba, las había olvidado. Estuvo algo agitada hasta que la mitad que puso en su boca hizo efecto. Lo ocultó sabiendo que no podía mostrar una imagen débil ante los desconocidos.
Al llegar la noche los metieron en dos cuartos junto al Heracles y los encerraron desde afuera. Ninguno se quejó cuando (t/n) les dijo que no podrían salir durante la noche a menos que fuera una emergencia real. Excepto el despeinado, que no dejó de insistir que ir al baño si era una emergencia.
— Tienes una ventana, úsala — puso la silla contra la puerta sin prestarle atención —. Acuéstate.
Tras quedarse sola estuvo a punto de dormirse varias veces. Recordó el libro que había encontrado al conocer a Heracles. Se puso a leer la historia. Le pareció algo triste, pero interesante, avanzó setenta u ochenta páginas cuando sintió algo deslizarse junto a ella.
— Ve a dormir, son las dos — Vash se sentó a su lado en el nido de mantas que la envolvía —. Yo me quedaré.
— Aún no empieza tu turno — respondió mostrando la hora en su celular —. Me queda una hora.
— No importa.
— Hace frío. Iré por la estufa — fue por el aparato dejándolo con la palabra en la boca. También llevó otro par de mantas. Sus rostros se iluminaron en rojo y naranja cuando la llama brotó, (t/n) restregó sus ojos dejando una mancha de parafina en su frente. Los ojos verdes se quedaron fijos en su rostro un rato antes de que el chico sacara un pañuelo rosa de su bolsillo.
- ¿Qué? – bufó cuando lo miró sorprendida por los intrincados bordados de flores -. Lily me lo regaló.
Para sorpresa de ambos, estar juntos en silencio no era incómodo. Junto a él (t/n) se sentía a salvo, no le importaba que supiera de su cansancio. Lo miró a hurtadillas. Sus gesto era duro, parecía ocultaba algo. Y que tenía miedo. Pero... ¿de qué?
— Vash, sé que he sido algo molesta, pero... ¿por qué sabes hacer tantas cosas? — preguntó con curiosidad —. He oído que en Suiza es normal manejar armas, aunque no creo que cualquiera pueda hacerlo como tú. Lo mismo lo del auto y esas cosas raras. Si vamos a viajar juntos deberías confiar en mí un poco.
Sus palabras parecían chocar con una pared. Vash estaba pálido. Parecía tener deseos de vomitar. (t/n) se arrepintió de preguntarle, tal vez había entrado en confianza demasiado rápido. Realmente quería saberlo, pero parecía haber arruinado cualquier oportunidad. De todas formas, era posible que no se le presentara otra oportunidad de preguntar.
— Si no quieres decirme está bien — murmuró dócilmente cuando notó que llevaban demasiado tiempo callados —. No volveré a molestarte, lo siento.
— Me uní a un grupo de mercenarios apenas salí de la escuela. Necesitaba dinero — soltó de golpe sorprendiéndola —. Nuestros padres murieron después de que nació Lily, y sólo teníamos a nuestro abuelo. Él murió cuando cumplí diecisiete. Me había ayudado a emanciparme legalmente, teníamos miedo de que...
— ¿De qué? — lo animó (t/n) al ver una sombra cruzar su rostro.
— De que enviaran a Lily a un orfanato. No habría sobrevivido eso — confesó apretando los puños —. Me hice cargo de ella, pero sólo la matrícula de su escuela se llevaba la mitad de nuestra asignación mensual, también estaban las cuentas del médico, los gastos de la casa... Nuestro abuelo nos dejó acciones en una fábrica de armas, eso nos salvó. Tuve un montón de trabajos temporales. Apestaban. Renuncié a la idea de ser economista. Uno de los socios de la fábrica me ofreció un trabajo. Era conocido de nuestra familia.
(t/n) podía imaginarse a un Vash más joven comiéndose las uñas por el miedo de perder a su hermana y por la rabia de verse obligado a renunciar a sus deseos de estudiar, también a una niñita rubia sometida a los peores abusos en un edificio lúgubre. En comparación su vida parecía simple, jamás se había visto obligada a cuidar de otro. Por su parte, Vash estaba sorprendido de que las palabras escaparan de su boca tan fácilmente, contra su voluntad. Jamás había hablado con otro ser vivo de las cosas que hacía para mantener a Lily. (t/n) temblaba, y él deseó que fuera por el frío.
— ¿Lo sabe?
— No sé. A veces me da miedo que sí, pero no me atrevo a... — su rostro parecía menos áspero de lo normal, más triste —. No me importaba arriesgar mi vida, pagaban tan bien que me daba lo mismo mientras pudiera darle lo que necesitaba. La verdad me alegraba, cada muerto significaba más dinero en mi cuenta. Aunque un día...
— ¿Estás bien? — interrumpió al verle bajar la mirada.
— Un hombre quiso que matara a su hijo. Y a su esposa. Eran inocentes, quería vengarse después del divorcio — dijo mirándola directo a los ojos —. Matar es fácil, pero una cosa es deshacerse de gente que ha arruinado cientos de vidas, como proxenetas o mafiosos. Es diferente a matar gente que no ha hecho nada. Si lo hacía significaba que iba a hundirme más en eso para no salir.
— ¿Qué hiciste?
— Ese tipo me invitó a su casa de los Alpes, yo cobraba en metálico. Me dio el dinero, las carpetas con información y cuando se distrajo lo arrojé del balcón. Estaba bebiendo, todos pensaron que era un accidente. Después le dije a mi jefe que dejaba el trabajo por Lily, lo entendió. Yo le caía bien, pero a ella realmente la quería.
— Creo que pasa con todos, ella es adorable. Mira este bonito pañuelo que te bordó — con las manos tensas extendió el pañuelo que aún tenía en sus manos para distraerle —. ¿Qué flores son?
— Edelweiss — contestó aliviado de que la conversación se trasladara a terrenos neutrales —. Parece delicada, pero es capaz de resistir lo que caiga sobre ella. Es mi favorita.
Apenas pudo frenar las palabras que salían de su boca cuando (t/n) pasó sus dedos por el pañuelo. Es como tú, quería decirle. Una parte de él deseaba acercarse a ella para decirle más cosas. De preferencia cosas bonitas. Aunque no sabía cómo hacerlo y de haber sabido, no se atrevería. Por lo general Vash era inaccesible, le parecía un lujo poder compartir algo de sí mismo con otra persona. Casi sufrió un infarto al sentir la cabeza de la chica resbalar hasta su hombro cuando su cuerpo se hundió en las mantas.
— Lo hiciste para darle una mejor vida, no te culpes. Eso es ser un buen hermano — los párpados le pesaban, el cuerpo de Vash era cálido y confortable —. Míralo así, sólo adelantaste sus muertes. Al menos no tienen que pelear con esta enfermedad.
La expresión del chico hizo que (t/n) notara que la última parte no ayudaba demasiado. Parecía algo decaído así que contó algunas de sus historias tontas, como la vez que robó un examen para venderlo a sus compañeros, o cuando escupió un chicle a una chica pesada. Quiso contarle que había matado a su amigo. No se atrevió.
Trató de seguir despierta, pero el hombro del chico era muy cómodo. Sin darse cuenta se durmió. A él le avergonzaba tener su rostro apoyado en él, sin embargo, no quería despertarla. Miró fijamente sus manos apretando el pañuelo de su hermana. Tenía las cortas uñas mordidas. Poco tiempo después el sueño lo venció.
Vash despertó sorprendido y enfadado consigo mismo. La muchacha junto a él descansaba plácidamente, su enojo se evaporó al verla. El celular que asomaba del bolsillo de (t/n) marcaba las 7:45. También indicaba batería baja, tendría que asegurarse de decírselo.
— ¿Hola? — una serie de golpecitos en la puerta lo distrajo —. ¡Necesito ir al baño!
Al quitar la silla Matthias salió corriendo sin camiseta, parecía un depravado. Era una suerte que Lily no estuviera cerca, o le habría apuntado con alguna de sus armas. Se acercó a (t/n) e intentó despertarla, pero sólo consiguió que se acurrucara más en torno a sí misma. Arropándola con cuidado para que no tuviera frío, la llevó al cuarto donde dormían, como solía hacer con su hermana de pequeña. Costaba un poco moverla porque estaba rígida. No le importaba, estaba acostumbrado a cargar cuerpos inertes.
(t/n) despertó varias horas después con el sonido de las risas de Lily. Se percató de que estaba en la cama, le avergonzó pensar que probablemente Vash la había llevado en brazos. Esperaba no haber dicho alguna tontería en sueños. Sin darse cuenta guardó el pañuelo que tenía en su mano en uno de sus bolsillos mientras bajaba.
— ¡Buenos días, (t/n)! — saludó el rubio despeinado cuando la vio asomarse a la cocina —. ¿Dormiste bien?
Algo confundida asintió, buscando a Vash. Le parecía extraño que hubiera dejado a ese chico solo en la cocina.
— Está sacando brillo a su rifle en el jardín — respondió el rubio cuando le preguntó —. Dispara increíble, es un profesional.
Claro que lo es, se dijo pensando que el chico estaría impactado si supiera todo lo que Vash podía hacer. Salió tarareando una cancioncilla. No estaba sacando brillo al rifle como decía el chico, sino limpiándolo obsesivamente. La saludó con un gesto sin mirarla a los ojos. (t/n) lo agradeció internamente, se sentía algo avergonzada.
— ¿Dejaste a Lily sola con esos chicos?
— Está allá — indicó uno de los árboles donde la niña jugaba a trenzar flores para hacer coronas con Tino —. No serán un problema. No tienen armas ni saben pelear.
— Pero... no sé, los altos se ven peligrosos — respondió pensando en el chico de anteojos y el hablador —. Parecen fuertes.
— No pueden huir de un rifle o de una pistola — dijo Vash -. Y si pelearan perderían. Matthias es demasiado impulsivo. Berwald duda demasiado.
— Si pelearan contigo. Espera. ¿Matthias? ¿Berwald? ¿Por qué sabes sus nombres? ¿Y por qué el despeinado sabe el mío? — preguntó dándose cuenta de que la había llamado por su nombre.
Vash sonrió sarcásticamente.
[En algún lugar de otra ciudad, un hombre pensaba en su hermano pequeño mientras limpiaba las hojas de té negro. Comenzaba a preocuparse, su teléfono lo enviaba directo al buzón. ¿Dónde estaría?]
Chapter 10: 10
Chapter Text
— Entonces, Berwald es mi hermano y Tino su novio. Llevan tanto juntos que parecen casados. Que no te engañe el tamaño de Berwald, Tino es el jefe. Lukas es mi mejor amigo y Emil su hermano pequeño, aunque no le gusta que le digan pequeño. Los dos son raros, y tienen amigos espeluznantes. Te morirías si los vieras. Bueno, no todos, yo soy normal. También el mayor y el más guapo.
Al principio, (t/n) sentía cierto recelo de los desconocidos sin importar que estuvieran desarmados. Su enfado inicial desapareció al reparar en que no buscaban problemas, sino todo lo contrario. En sus rostros veía agradecimiento por tener un lugar para dormir, comida decente y compañía. Incluso obedecían sus órdenes preventivas sin intentar averiguar dónde guardaban las armas, llaves o comida.
—...cuando éramos niños peleábamos mucho, pero ahora somos los mejores hermanos. ¿Cierto Berwald? Oye, (t/n). ¿Necesitas ayuda con esas patatas?
La chica pelaba las patatas de forma irregular, las cáscaras caían prácticamente con la mitad del tubérculo. No podía culparse del todo porque jamás aprendió a hacerlo bien, sin contar que sus manos temblaban.
—...al menos Lukas va con tus amigos, cuando vi al rubio practicando tiro al blanco casi muero. Es como Chris Redfield de Resident Evil. Amo ese juego.
Vash llevaba bastante tiempo afuera. No le preocupaba que hubiera salido con Heracles y Lukas, sabía defenderse solo. El problema era que llevaba más de dos horas sin dar señales de vida. Por su parte, Matthias no mostraba preocupación por su amigo, seguía hablando como si no existiera un mañana mientras un pequeño montón de patatas se formaba frente a ellos.
—...y bebemos cerveza viendo películas. "Santa Kills" es nuestra favorita. ¿Te gusta?
Los largos silencios de Berwald contrastaban con la alegre voz de Matthias. (t/n) notó que tenían suficientes tubérculos listos, así que le pidió rallarlas mientras ella picaba la cebolla pensando en cómo racionar la comida disponible. Sólo quedaban seis o siete tarros de alimentos en conserva que habían encontrado en el hostal, además de las manzanas del día anterior. (t/n) no quería recurrir a la comida que traían de la ciudad, y sabía que Vash estaría de acuerdo.
— La agobias — interrumpió Berwald.
(t/n) se acercó a él para tomar las patatas y hacer la masa de las tortitas que quería preparar, nueve grandes y nueve pequeñas. Se estremeció al hacer contacto visual con Berwald. Sus fríos ojos de pupilas contraídas eran intimidantes.
— ¿Qué? ¿Tú crees? Ahora que lo pienso agobiaba un poco a Tino cuando nos conocimos, pero era demasiado cortés para decirme — Matthias la miró con curiosidad —. ¿Te estoy agobiando, (t/n)?
La forma en que el rostro de Berwald se suavizó al oír el nombre de Tino hizo que (t/n) sintiera algo cálido en su pecho. Era adorable que estuviera tan enamorado. Se notaba lo mucho que se preocupaba por él porque cada vez que posaba sus ojos helados en el chico sonriente parecía derretirse, como si sólo Tino existiera. Por fin comprendía la frase "eres mi mundo", porque seguro eso era lo que Tino significaba para Berwald. Además, juntos se veían muy guapos.
— La verdad no sé — contestó con una sonrisa cansada al terminar de preparar las tortitas. Era algo incómodo tener los ojos celestes clavados en su rostro —. ¿Es de terror o de navidad?
La respuesta fue interrumpida por un portazo que los hizo correr a la entrada, donde un despeinado Vash entregaba el rifle a su hermana y una extraña bolsa a Emil. Sus mejillas estaban rojas, su respiración alterada. La boina blanca que se había puesto colgaba descuidadamente de su cabeza hasta que el suizo la arrancó brutalmente para quitársela.
— Lily, (t/n), arriba. Emil, con ellas — gruñó casi sin aliento —. Los demás, cierren puertas y ventanas. Bloquéenlas.
Un mal presentimiento se apoderó de (t/n), Subió con los otros, pero en lugar de obedecer tomó un par de gruesas mantas oscuras. Al bajar las escaleras oyó furiosos murmullos entre los chicos que no comprendió.
— Te dije que subieras — las manos de Vash arrancaron las mantas de sus manos. Las arrojó a Tino para que terminara de tapar las ventanas mientras los demás movían los muebles.
— ¿Qué mierda pasa? — sin perder tiempo, (t/n) corrió para ayudar al muchacho con la obstrucción de los vidrios.
— Problemas.
Tras un par de minutos de actividad frenética quedaron conformes con el resultado, ni un rayo de luz se filtraba. Cuando fue a pedir explicaciones a Vash fue arrastrada hasta la cocina por el chico, que cojeaba ligeramente.
— Hay un bus lleno de contagiados a un par de cuadras — murmuró en su oído tras asegurarse de que estaba solo con ella —. Muy lleno.
— ¿Dónde están los otros? — (t/n) había olvidado por un instante la existencia de Heracles y Lukas —. ¿Están... vivos?
— No lo sé, nos separamos cuando nos atacaron — el chico apoyó su peso en la pierna derecha, soltando una maldición ahogada —. Creo que Lukas se fue con Heracles aunque no estoy seguro, casi todos me siguieron. Los perdí antes de llegar. Algunos son rápidos.
— Vámonos — puso su mano en el brazo de Vash —. Tú, yo y Lily. Ahora mismo.
— No podemos irnos sin encontrarlos. Ellos traían aceite de motor y una caja de herramientas, y no encontré más en este maldito pueblo — negó mirando hacia otro lado con preocupación —. Anoche cuando estabas de guardia revisé el coche. El aceite está demasiado líquido y debo cambiarlo antes de que nos vayamos.
— ¿Y eso qué?
— Si el aceite puede que el coche no arranque o peor, que arranque y quedemos varados en medio de una horda — cruzaron una mirada fugaz que espantó a la chica frente a él —. Conseguir otro sería muy difícil ahora.
En tanto hablaban, las puertas del hostal estaban siendo cerradas y las ventanas obstruidas con muebles o mantas según su tamaño y altura. (t/n) no comprendía del todo las cosas que Vash intentaba explicar sobre el todoterreno porque eran demasiado técnicas. Jamás en su vida habría pensado que un miserable envase podía ser tan importante. Ojalá hubiéramos tomado uno de la gasolinera, pensó cuando se juntaron con los demás para discutir en voz baja lo que estaba pasando. Ojalá yo hubiera ido con él en lugar de ellos.
Si se lo hubiera pedido no habría dudado en seguirle.
Pese a mantener su rostro sereno frente a los demás, sentía ganas de reír nerviosa. La verdad era que apenas podía controlar la sensación de náusea que amenazaba con hacer salir el escaso contenido de su estómago. Un pequeño gemido llamó su atención e hizo que se sintiera culpable por no haber pensado en lo que sentirían por su amigo. Y más aún al pensar que probablemente nadie estaría preocupado por Heracles.
— ¿Qué tan grande era el bus? — preguntó Matthias.
— Pequeño, pero traía al menos cincuenta personas — respondió Vash quitándoles el aliento —. Habrá que ir a pie, el coche sería demasiado ruidoso. Descansaré un poco y saldré de nuevo.
— ¿Estás loco? No te atrevas a cruzar esa puerta — si bien la voz de (t/n) era dura, sus manos nerviosas la traicionaban —. Estás hecho polvo. Cojeando no llegarás muy...
Sus palabras murieron cuando las ideas se juntaron en su cabeza. Cojera. Autobús con infectados. No, se dijo al mirar la pierna derecha con detención. No mostraba señales de sangre en su ropa, sólo polvo y algo de barro. Un poco de ceniza. No puede ser una herida, por favor que no sea una herida, rogó mirando ansiosamente la cara del chico. Vash preferiría matarse antes que poner en peligro a Lily, no puede ser una herida, no puede ser una herida...
— ¡Maldita sea, sólo es un tobillo torcido! Iré por ellos, lo solucionaré. Sólo necesito pensar...
Matthias, Tino y Vash comenzaron a urdir planes mientras los otros dos se mantenían callados. Discutían vivamente, (t/n) se sorprendió al oír al amable Tino ofrecerse para salir solo a buscar a los demás si le daba el mapa que llevaba el día anterior. Al oírlo, Berwald se levantó de un salto gritando que no se lo permitiría. Se paró frente a su pequeño novio mirándolo con frialdad: podía ser enorme y aterrador, pero Tino sabía responder a cualquier ataque y resistir con firmeza. Comenzaron a hablar todos al mismo tiempo sin escucharse, la garganta de (t/n) se irritaba al hablar tan rápido y tan fuerte. Sabía que era estúpido, pero estaba enfadada y ya no sabía qué pasaba ni por qué Vash se mostraba tan liado. ¿Acaso temía que esas cosas rodearan la casa y estaba preparándose para soportar un ataque sin decirles nada?
— Hagamos un sorteo — la alegre voz de Matthias transmutó en un grave sonido que les sorprendió, haciendo que callaran para oírle.
Sacó una cajita de caramelos que tenía una azul, una roja y varias verdes. Quienes sacaran la azul o la roja saldrían con el mapa: Vash marcaría los lugares recorridos, dónde estaban los contagiados y en qué sitio se habían separado. Todos metieron la mano a ciegas en la caja por turnos, más o menos de acuerdo. El sistema era justo. (t/n) fue la última.
— Tengo uno — la mano de Matthias se alzó con el brillante caramelo azul —. ¿Quién va conmigo?
Los otros obtuvieron verdes. Repitieron un par de veces más hasta que, al extender sus manos, (t/n) abrió la suya revelando el caramelo rojo.
— Yo.
Salió para hacer sus cosas antes de irse. Ir al baño, buscar sus armas, vomitar por los nervios, quitar la venda de su pecho y cambiarla por un sostén deportivo por si debía correr. Tranquilizó a Emil y Lily después de contarles lo que pasaba. No le importaba que se enfadaran con ella por decirles, ocultarles la verdad en ese momento era una estupidez. Podían ser más pequeños, pero en ese momento no había tiempo para sentirse a salvo, tampoco para ser inocente.
— Vash está algo alterado, no dejes que se infarte, Lily — bromeó colgando su navaja multiusos del cinturón —. Tú tampoco Emil, traeremos a Lukas entero. Seguro está con Heracles, estarán bien.
Pese a que no lo creía del todo prefería fingir que Heracles protegería a Lukas para no hacer sentir mal al pobre chico. Trataba de parecer indiferente, aunque era obvio que estaba al borde del llanto, como si quisiera tomar la pistola que colgaba de la cintura de (t/n) y salir corriendo en busca de su hermano.
En el cuarto contiguo Vash cojeaba ligeramente entre maldiciones masculladas a media voz. Su rostro taciturno atemorizaba un poco a (t/n) que, algo inquieta, lo vio desde la puerta metiendo cosas en un pequeño bolso.
— ¿Vas a entrar o qué? — el hosco gruñido hizo que la chica soltara una exclamación —. Tú llevas las armas. Le di una navaja a Matthias, no dejes que se te acerque a menos que sea necesario.
— ¿No vas a detenerme?
— Dame tu pistola — musitó con los ojos en cualquier parte menos en ella. Vash explicó en pocas palabras lo que contenía el bolso mientras ajustaba un silenciador casero por si ocurría algo realmente malo que la obligase a disparar. Trató de mostrar a (t/n) cómo ponerlo, pero cada vez que la chica movía el tubo de aluminio, se soltaba el plástico que lo unía al arma dejando caer la lana en su interior —. Mejor no lo quites. Por última vez... ¿estás segura?
— Todos estuvimos de acuerdo — explicó desapasionadamente recuperando la pistola —. Me gustaría que vinieras, pero no podemos dejar solo el coche y tampoco puedes...
Una sombra convirtió al chico en la imagen de la angustia por un segundo, luego cerró los ojos como si estuviera muy cansado para discutir. Demasiado cansado para pensar en una solución para el dilema que se le presentaba: quedarse con su hermana a salvo o salir para proteger a una desconocida que representaba la esperanza de conseguir refugio en un país desconocido. (t/n) comprendió que se sentía algo culpable. Miró al suelo sin saber qué decir. No se había dado cuenta de que Vash estaba descalzo, sólo usaba calcetines negros. Su tobillo derecho se veía extraño, estaba hinchándose. Debía dolerle mucho. Se puso en cuclillas para darle un ligero golpe con su dedo índice.
— Verdammt! (joder) — rugió el chico al sentir el roce.
— Tendrás que ponerte algo de hielo — musitó mirando hacia arriba —. Oye. Quiero pedirte un favor.
— ¿Qué?
— Descansa. No tengo idea de qué hacer con un tobillo torcido — al levantarse tragó saliva, los ojos verdes estaban fijos en su rostro —. Al menos no está roto, o no podrías caminar.
— No es grave — dijo levantando la pernera de su pantalón —. He estado peor. Una vez me fracturé esquiando, eso sí es peligroso.
— Entonces por lo que más quieras no te muevas demasiado — suplicó, aliviada al comprobar que no tenía heridas —. Hazlo por Lily. También por mi tranquilidad, por favor. No podré descansar si no me lo juras.
— Está bien — gruñó sonrojándose —. Lo haré.
Vash era literalmente su salvador destinado en ese momento, no podía permitirse perder uno de sus escasos aliados. Sin él, sería muy difícil moverse a casa, sin contar que se quedaría sola con la pobre Lily. Una parte de ella moría de ganas de ceder su lugar al suizo para quedarse tranquilamente en el hostal hasta que todo pasara. Habría sido una locura, pero sabía que si se lo pidiera, él iría. No sabía cómo sabía, pero lo sabía.
— ¡Estoy listo! — la voz de Matthias resonó hasta llegar a ellos desde el piso de abajo.
Sabiendo que las despedidas eran una agonía, (t/n) decidió no posponer su salida. Tomó las cosas que Vash había preparado y revisó que todo estuviera en su lugar. Él por su parte no sabía cómo decirle adiós. Un beso en la mejilla era demasiado vergonzoso, un abrazo demasiado personal. Además era obvio que a (t/n) no le gustaba que la tocaran sin avisar, no sabía qué hacer.
— Nos vemos pronto. No te vayas sin mí — bromeó la chica, aunque no era una broma —. Si muero puedes quedarte con mis cosas. Sólo no asustes a mi madre cuando llegues a mi casa. El mapa está en mi bolso. En el coche.
— Heb sorg (cuídate) — murmuró sin que ella lo escuchara. Caminaron lentamente hacia el borde de la escalera y habló algo más alto —. Si tienes algún problema sólo vuelve, ¿sí?
— ¡Vamos a salvar a esos chicos! ¿Estás lista (t/n)? ¡Estoy esperando!
— Es un poco bobo — musitó (t/n) en el oído de Vash —. ¿A que sí?
— Gseet uus wi e gstorbeni Chatz (parece un gato muerto) — gruñó en voz baja.
— No entendí, pero creo que estamos de acuerdo — rió la chica —. Ahora sí, adiós.
Extendió su mano para revolver el pelo de Vash antes de bajar, dejándolo medio muerto de vergüenza. Antes de irse fue a la cocina para tomar fósforos extra y un encendedor. Vio un paquete sellado con cecina y lo tomó porque quedarse atrapada a medio camino siempre era una opción, morir de hambre jamás.
Todavía no caía la tarde, el sol brillaba fríamente sobre sus cabezas. Las hojas caían sobre los adoquines húmedos, desprendiéndose con el viento que hacía castañear los dientes. Las dos figuras que se movían juntas contrastaban: Matthias rubio y brillante como el sol, (t/n) con el rostro preocupado, lúgubre. Su largo cabello estaba atado en una trenza tan tirante que sus cejas se alzaban ligeramente como pájaros al vuelo.
La chica llevaba el mapa, examinandolo una y otra vez. Matthias se lo pidió tras un rato, sus manos se rozaron cuando tomó el trozo de papel. (t/n) apartó la suya rápidamente, aquellos dedos largos parecían capaces de apresar los suyos contra su voluntad si se descuidaba. Los ojos azules miraban su rostro con curiosidad de tanto en tanto, como si fuera muy interesante.
— Oye, así vestida pareces de catorce — sonrió.
— Baja la voz — gruñó (t/n) antes de procesar sus palabras —. No puedo creer que hayas dicho eso. ¿Te gusta molestar a las chicas que no conoces?
— ¡Por favor no te enojes! Sólo bromeaba — suplicó juntando sus manos —. Y ya nos conocemos.
— No, sólo sabes mi nombre — contestó con dureza —. Yo tampoco te conozco.
Caminó dejándolo atrás un par de metros. Matthias corrió detrás de ella.
— ¡Espera, (t/n)!
Un bulto se pudría en el suelo, (t/n) no alcanzó a verlo antes de tropezar con él y caer. Afortunadamente no hizo más que temblar mientras ella se levantaba para alejarse, aunque sí se movían algunos contagiados cerca. Iban tranquilamente en círculos alrededor de cuerpos inmóviles como esculturas, cuyas pieles rojas mostraban cientos de llagas que los hacían parecer demonios en lugar de personas. Matthias estuvo a punto de gritar como una chica, absteniéndose al sentir la mano de (t/n) en su boca. No quería parecerle un gallina.
(t/n) había usado una sola mano en él. La otra estaba en su propia boca por miedo a delatarse. No creía que un grito los atrajera, pero si se ponía nerviosa su temperatura subiría y podrían detectarla. Lo mismo Matthias. Tal vez exageraba. Ambos estaban bastante helados por el clima otoñal, el rostro del hombre parecía mármol. No pudo menos que notar que él tenía los labios muy suaves a diferencia de los suyos, que no dejaba de morder hasta que se agrietaban. Si salgo de esta conseguiré bálsamo labial, se prometió con sorna. Quitó la mano lentamente, indicando que girara lentamente hacia el lugar por donde habían llegado.
Dos o tres mujeres de contextura mediana, cuyos rostros mostraban señales de mordidas, caminaron hasta situarse detrás de ellos, trataron de esquivarlas sin éxito. Cada vez se veían más caminando apáticamente a su alrededor. (t/n) comenzó a sudar frío temiendo que tendrían que luchar cuando un golpecito en el hombro la distrajo. Detrás suyo había un muro de concreto no demasiado alto frente al cual Matthias unió sus manos para que ella pusiera su pie. La alzó rápidamente. Estando arriba quiso girar para ayudarlo a subir, aunque él ya estaba junto a ella. Saltaron al otro lado al mismo tiempo.
Vieron una puerta medio abierta por la cual entraron rápidamente. Recorrieron el resto de la casa con sus cuchillos en mano, listos para la lucha. De la nada, Matthias apartó a (t/n) y enterró el suyo en un cuerpo detrás de ella. V A M O S, articuló mientras ella mordía su boca hasta hacerla sangrar para no gritar despavorida. ¿Por qué demonios no se había dado cuenta? Si Matthias no hubiese girado para mirarla...
Una vez seguros de que la casa estaba vacía cerraron las puertas y se encerraron en un sótano cuya trampilla funcionaba, por lo que tenían dos salidas.
— ¿Qué haremos? — preguntó a Matthias —. ¿Nos quedamos o salimos?
— Revisaremos el mapa. Escucharemos la radio, tengo audífonos. Beberemos algo de agua y saldremos, ¿qué te parece?
(t/n) se mostró de acuerdo, así que decidieron recorrer primero el mismo camino que recorrieron los hombres antes de separarse. Abrieron una botella de agua y bebieron por turnos mientras sintonizaban la pequeña radio portátil que llevaba el chico, a través de la cual escucharon varias voces de auditores de un programa exigiendo el fin de la cuarentena en la ciudad capital. También un mensaje entrecortado de un locutor jurando que el gobierno mentía y otras cosas que a (t/n) le habrían sonado algo locas de no haber visto cosas extrañas.
— La gente está nerviosa — comentó Matthias apagando el pequeño aparato —. Es una suerte que hayas salido antes de que cerraran la capital.
— Lo sé — (t/n) se acercó a la trampilla. Al abrirla notó varios cuerpos frente a la reja —. Creo que tendremos que esperar.
Matthias asomó su cabeza después de que ella se apartó y cerró la trampilla. Expresó sus dudas sobre la resistencia de las vallas, pero (t/n) le dijo que a menos que sintieran la presencia de seres vivos cercanos no las atravesarían.
— Lo único que hicieron cuando estaban fuera de mi casa fue asustarme — finalizó con una risita sarcástica poniendo una de sus pastillas contra la ansiedad en su mano —. Ah, y pisar el césped.
— ¿Es por eso qué tomas tantas pastillas? — preguntó mirando curioso cómo la partía en dos antes de guardar el resto —. ¿Porque estás nerviosa?
— Algo así — suspiró, convencida de que explicar sus sentimientos era demasiado complicado.
— Pero... parecen algo fuertes. ¿No te hacen dependiente?
— No son tan fuertes. No es que tome demasiadas, pero a veces las necesito — musitó sintiéndose algo avergonzada —. Lo hago desde que salí de la escuela.
— ¿Por qué?
— Que entrometido eres — su cabeza comenzaba a doler por la trenza tan tirante, así que comenzó a desatarla —. Tenía que estudiar mucho para entrar a la universidad, me daba pánico que no me admitieran. No podía dormir ni comer por los nervios así que fui al psiquiatra. Eso es todo.
— Pero pareces inteligente — sonrió Matthias mirándola con amabilidad —. Apuesto que eras la más lista de tu clase.
— No tanto, pero sí era buena estudiando.
— ¿Cómo una rata de biblioteca? — la pregunta hizo que (t/n) soltara una pequeña risa —. Lukas es así, siempre está leyendo libros raros. También tuvo una fase gótica cuando estábamos en la escuela con el pelo teñido y piercings. Siempre tenía que defenderlo de otros chicos así que me la pasaba en la oficina del rector.
— Es tu mejor amigo, ¿no? Se nota por la forma en que hablas de él. ¿Crees que esté bien?
— ¡Claro que sí! Ha leído cientos de libros y siempre salíamos de acampada. Y tu amigo parece listo también.
— No es mi amigo, apenas sé su nombre — mencionó levantando sus cejas —. Pero sí, es listo. Le gusta la filosofía. Y los gatos.
Odiaba la charla casual, pero al mirar nuevamente vio que los cuerpos heridos seguían amontonados en la entrada. Era como si los cadáveres del pabellón de heridas graves de la morgue tuviera su junta anual precisamente frente a ellos. Con un suspiro dejó de mirar por la trampilla para finalmente poner el cerrojo.
[Para evitar la difusión de falsas informaciones el gobierno decidió bloquear la red en los dispositivos de los civiles, además de limitar las señales de radio y televisión a los canales nacionales. Se cortaron relaciones diplomáticas con varios países, entre ellos Reino Unido por obstrucción al acceso de información. Los enviados diplomáticos de aquellos países perdieron sus privilegios diplomáticos. Las sesiones en el congreso fueron suspendidas por tiempo indefinido. Todo se efectuó rápidamente para evitar quejas y protestas.]
Chapter 11: 11
Notes:
Oops, se me había perdido el capítulo 6 o 7 y tuve que subir todo otra vez
Chapter Text
Pronto se hizo evidente que los cuerpos del exterior no se moverían. La temperatura comenzaba a bajar al punto que de las bocas de los chicos en el sótano salían nubes de vaho. Perdieron la noción del tiempo, en el monótono lugar lo único que se oía además de sus respiraciones eran los dedos de Matthias repiqueteando sobre una vieja lavadora.
— Me pones nerviosa — murmuró (t/n) mirando la superficie de metal —. ¿No tienes otro tic?
— Puedo morderme las uñas — ofreció fijando la vista en las manos de la chica —. Oye, no deberías hacer eso.
No le entendió hasta que bajó los ojos a su regazo: sus pulgares e índices estaban llenos de pequeñas escoriaciones cerca de las uñas. Sin responder sacó unas banditas que trató de poner alrededor de sus dedos sin éxito, tenía las manos ateridas por el frío. Sus movimientos llamaron la atención de Matthias, que los tomó para ayudarla.
— Gracias — musitó (t/n) cuando los parches quedaron fijos.
— No hay de qué — una simpática sonrisa iluminó el rostro masculino —. Si sangras y te huelen se pondrá feo.
Las palabras de Matthias la devolvieron al mundo real. Se dio cuenta de que tiritaba casi imperceptiblemente. No sabría decir si por frío o el miedo.
— Ojalá Vash estuviera acá — dijo sin pensar.
— Apuesto que lo extrañas. ¿Es tu novio, cierto? — Matthias sonrió, dejó de mirarla y enfocó sus ojos en sus propios pies, algo incómodo —. Debería haberme dado cuenta. No te pareces en nada a él.
— No lo es. Pero sabría qué hacer, creo — la frase había salido espontáneamente de sus labios, le sorprendía darse cuenta de lo mucho que deseaba tenerlo a su lado. De seguro Vash ya habría acabado con el peligro para llevarlos a un lugar seguro.
Por instinto puso su mano sobre la pistola escondida, sentía que el arma la tentaba a salir corriendo, disparando a diestra y siniestra. Sólo pensarlo era una estupidez, aún no tenía suficiente práctica y podía herirse o herir a su compañero por error.
— Tenemos que salir — dijo Matthias al cabo de un rato —. Es ahora o nunca.
Al tiempo que hablaba se movió hacia la trampilla, abriéndola lentamente sin notar el desasosiego de la chica. (t/n) estaba asustada pese a comprender que irse inmediatamente era lo más razonable que podían hacer, la otra opción era quedarse a esperar un milagro. Su ceño se fruncía a medida que pensaba en las posibilidades de una muerte dolorosa, haciendo creer a Matthias que estaba pensando en su plan.
— Sí — contestó. Ambos se ubicaron frente a la trampilla que el chico levantó un poco más. Los goznes oxidados chirriaban al menor movimiento, sonaban como chillidos de terror. Contaron los cuerpos, veían diez o poco más. No podían saber con exactitud, varios arbustos marchitos estorbaban su visión —.¿Subimos al primer piso? ¿O salimos ahora?
— Ahora — lo escuchó decir —. ¿Tienes miedo?
(t/n) dudó. Se mordió la lengua para no decir lo que sentía.
— No.
Matthias sugirió que se quedara abajo en tanto él revisaba el patio. No se hizo de rogar, aceptando agradecida que fuera primero. Tenía mucho miedo. La alta silueta se movía entre los objetos que se interponían entre la casa y la valla de madera mientras ella se comía las uñas.
Apenas comprobó que el exterior era seguro llamó a (t/n) con un gesto. Se acercó a él con cautela hasta llegar a la valla, la diferencia de temperatura era abismal. Hacía tanto frío que lo único que deseaba era volver al sótano que por lo menos la protegía del viento. Alargó la mano hacia la manija, tenía el cerrojo puesto. Resignada imitó a su compañero, que ya tenía las manos en los barrotes horizontales. Comenzaron a escalar, la madera estaba cubierta de brillante escharcha que humedeció sus manos. Las piernas de (t/n) eran más cortas que las de Matthias, avanzaba más lento, él tocó el suelo primero. Sin hacer ruido caminaron a través de los cuerpos, evitando dar la más mínima señal de su existencia. Uno por uno los dejaron atrás hasta verse a salvo.
— Estuvo cerca — articuló Matthias.
Avanzaron a través de la única calle que desembocaba fuera de la casa sin mayores problemas. Un ruido llamó su atención cuando ya habían dejado varias casas atrás. Se detuvieron para escuchar mejor, espalda contra espalda. Desde su posición, (t/n) vio personas sucias moverse hacia ellos. Sucios jirones de ropa flotaban detrás suyo, tan rápidos eran.
No, no eran personas.
— Corre — cogió la manga de Matthias sin darle tiempo a preguntar qué pasaba, arrastrándolo por donde habían llegado. Ambos giraron la cabeza un par de veces sólo para notar que la horda se hacía más grande. Casi todos eran lentos, excepto por uno que pisaba sus talones seguido por dos o tres cuyas extremidades se movían grotescamente, como en el anime que tanto le gustaba. Aunque el miedo le infundía fuerzas desconocidas para correr (t/n) sentía que su garganta ardiendo, la vida estudiantil la tenía fuera de forma. A los cuerpos que los perseguían se unieron al menos cinco de los que habían dejado atrás.
Corrían sin saber a dónde ir, sólo avanzaban porque detenerse significaba una muerte violenta. Un monstruo de pequeña estatura apareció de la nada, reteniendo una de las piernas de Matthias. (t/n) no dudó en patearlo con todas sus fuerzas. Tomó de su bolso un pequeño aerosol que pulverizó directo al cráneo infantil, prendiendo el encendedor debajo. Las llamas lo distrajeron el tiempo suficiente para que la pareja huyera. El camino de asfalto se volvió una calle empedrada, tan húmeda que (t/n) resbaló. Cayó cuan larga era, como un árbol recién talado.
— ¡(t/n)!
Matthias se acercó a ella con la mano extendida, pero antes de dársela sus ojos quedaron fijos detrás de ella. Miró a un lado y luego al otro. Salió corriendo.
La había abandonado.
(t/n) quedó pasmada sobre las frías piedras cuando algo grande y pesado la agarró por detrás, tirando de su chaqueta hasta romper la tela. Su mente estaba en blanco, luchaba sólo por instinto. Giró para hundir el filo en el ojo de la mole que la sujetaba, haciéndolo caer frente a ella. Los otros ya estaban a su alrededor, cada vez más cerca suyo.
Un golpe seco derribó al que estaba más cerca suyo. (t/n) buscó con los ojos a lo que era su salvación. Matthias empuñaba un hacha de cortar leña y la giraba sobre su cuerpo con brutalidad, dispuesto a cortar las cabezas de sus enemigos. No me dejó sola, era lo único que su cerebro comprendía en ese instante. Varios apéndices cayeron al suelo antes de que pudiera empujar el cadáver para liberarla.
Con una mano en la suya, y la otra en el hacha, Matthias la llevó lejos de los contagiados sin saber que estaba a punto de llorar del agradecimiento. Cuando el camino acabó frente a un bosquecillo la tomó en sus brazos y la cargó para escalar un añoso castaño.
— ¿Estás bien? — preguntó depositándola en la copa del árbol —. Oh, no. Tu cara.
(t/n) puso su mano sobre su mejilla izquierda, quitándola rápidamente al sentir un ligero ardor en ella. Sentía que lo que pasaba no era real. Al retirar los dedos vio que estaban algo sucios. Sangre y suciedad. Apenas si podía conectar sus pensamientos con lo que veía.
— Tengo vendas — dijo mirando el bolso. Apenas sacó el pequeño botiquín el chico se lo arrebató para limpiar como podía la suciedad con un poco del agua que les quedaba, luego aplicó algo de yodo. (t/n) no se quejó demasiado pese a que le dolía cuando el líquido marrón caía en los raspones.
— Se ve algo mejor — la voz masculina sonaba muy suave, como si no quisiera asustarla —. No es profundo.
— Pon la venda más apretada. Ah, y gracias. Por salvarme.
La sonrisa de Matthias pareció iluminar el ambiente. Mantuvo la boca cerrada, permitiendo a (t/n) disfrutar tranquila el abrigo que ofrecía el árbol. Oscurecía, por lo que los contornos de las cosas se difuminaban, le costaba darse cuenta si todo el follaje estaba compuesto de hojas o si había castañas a medio madurar en medio.
— Estamos muy lejos — señaló las casas que parecían pequeñas desde su perspectiva —. Debimos correr mucho.
— Tendremos que quedarnos. Es lo más seguro.
— Ajá.
Estaban en medio de la nada, un sitio lleno de árboles frutales de varios tipos. (t/n) sólo quería cerrar los ojos un rato, a duras penas controlaba el temblor en su cuerpo. Cerró los ojos y se concentró en controlar su respiración. Supuso que al día siguiente tendría decenas de moretones en los lugares donde se había golpeado. La copa del árbol era lo bastante amplia para soportar a ambos. Planeaba dormir toda la noche.
— Ten — (t/n) recibió dos pequeñas esferas azul violáceo de las manos de Matthias, que se extendió varias veces a un lado para tomar más. Eran agridulces, aunque lo bastante maduras para gustarle. Endrinas. La noche los encontró jugando a lanzar los huesos de las frutas. Los de Matthias llegaban el triple de lejos que los de (t/n), que tras recuperarse del susto se indignaba cada vez que los suyos erraban el camino.
— Creo que deberías descansar — la mano masculina frotó su cabeza —. Vamos a dormir, ¿sí?
Se acostaron espalda con espalda para conservar el calor, acurrucados bajo una delgada manta que Vash había tenido la precaución de meter en el bolso de la chica. Estaba doblada de forma tan perfecta que apenas hacía bulto. Ambos se desearon buenas noches, aunque ninguno concilió el sueño. Matthias respiraba de forma entrecortada, ¿estaría llorando? ¿Tendría alergia? En algún momento se durmió y (t/n) al fin se atrevió a cerrar los ojos. Lo último en lo que la chica pensó al esconder el cuchillo bajo su manga fue en lo tibio que era el cuerpo detrás suyo.
Un sonido extraño hizo que abriera los ojos atemorizada. No estaba del todo consciente, sólo sabía que despertaba de una pesadilla. Nada delataba que estaba despierta, sus extremidades parecían paralizadas. Le dolían las piernas. Recordó que estaba en la copa del árbol durmiendo con Matthias, que tenía un cuchillo en la mano.
Al no sentir al chico guardó las cosas. Saltó con cuidado para no romperse una pierna.
— (t/n), ¡qué bueno que despertaste! — la voz de Matthias sonó alegre, como si el mundo no estuviera al revés —. Traje algo de comer.
Alargó varios endrinos con una gigantesca sonrisa, el hacha en su diestra goteaba sangre. (t/n) se abstuvo de hacer comentarios y aceptó lo que le ofrecía, incluso se sintió bastante animada para abrir un par de barritas energéticas que salieron de los bolsillos del chico. ¿Por qué la ropa masculina tenía bolsillos grandes? Sus propias prendas tenían algunos muy imprácticos que la obligaban a llevar el bolso pequeño. Que envidia.
— Podemos volver al pueblo o explorar los alrededores — reflexionó Matthias —. ¿Qué prefieres?
— Heracles dijo que se había quedado en la excavación cuando todos se fueron, al parecer iba cada día allá — sacó el mapa arrugado y constató que no parecía demasiado lejos —. Podríamos pasar a mirar. Ni idea qué pensará Lukas.
Se esforzó en mostrarse amable con su compañero. Después de todo no la había abandonado cuando las cosas se pusieron feas, se podía permitir confiar un poco en él.
Lo vio asentir, no tenían nada que perder excepto el tiempo. (t/n) decidió revisar los alrededores con rapidez e ir al baño cuando estuvo bastante lejos. Quería un lugar resguardado, puesto que los actos de orinar o excretar dejaban a la gente vulnerable. No era sólo por vergüenza, sino que no quería tener una sorpresa desagradable en pleno acto de evacuación. Al fin encontró un lugar tranquilo resguardado por una roca y una aceptable cantidad de arbustos. Se inclinó entre las plantas que la escondían en su totalidad y bajó sus pantalones.
— Esas cosas casi nos matan — dijo una voz distante poco después de que comenzara a sentir cierto alivio —. ¿Por qué quisiste venir?
Dejó de hacer lo suyo, quedándose quieta para que no la oyesen. Se alejaron poco después, así que terminó, se limpió y arregló su ropa tras cerrar el complicado sistema de hebillas de su cinto. Al confirmar que los alrededores estaban vacíos fue por su compañero, debían desaparecer. Quería llegar antes que las voces al sitio donde habían dormido.
— ¡(t/n), estaba muy asustado! — lloriqueó Matthias saliendo a su encuentro —. ¿Dónde rayos estabas? ¡Te dije que no te alejaras!
Estaba rodeado de cuatro o cinco personas que se erguían amenazantes, casi todos eran más altos que ella. Algunos la miraban con desconfianza, otros con curiosidad. El chico se acercó a ella para abrazarla tan fuerte que la dejó sin aire, sus ojos azules estaban húmedos. (t/n) comenzó a sentirse culpable sin saber por qué hasta que lo oyó susurrar que le siguiera la corriente. Forzó un par de lágrimas, pidiéndole disculpas entre sollozos mientras examinaba a la gente a través de su vista empañada.
— Perdona, yo...
— ¿Cómo me pudiste preocupar así? ¡Ayer te atacaron! ¡Fue una suerte que...!
— ¿Cómo que la atacaron? — preguntó una de las voces que (t/n) había oído —. ¿La mordieron?
— Caí mientras huíamos — explicó en voz baja —. Quedé con raspones.
— Es la amiga de la que les hablaba — la sonrisa de Matthias pareció impresionar a las mujeres del grupo —. Es como mi hermana pequeña, la conozco desde que tiene cinco. Nuestro pueblo fue arrasado, así que vamos a casa de mi abuela. Perdón que no los salude, está asustada. Y es tímida.
Que idiota. Pero miente muy bien, pensó (t/n) agitando suavemente su pequeña palma para saludad. La timidez significaba que nadie se enfadaría si respondía con frases cortas o monosílabos. Estudió las figuras. Eran cinco: una mujer y un hombre en sus cuarenta, un par de adolescentes que parecían fuertes y una joven cuya edad no podía deducir. (t/n) comenzó a sollozar en voz baja fingiendo ser débil y dócil para apuntalar la mentira.
— Deberíamos llevarlos, querido — la mujer dio un codazo al hombre —. Mírala, está asustada.
— ¿Quieres llevarlos con nosotros? — contestó en voz muy baja —. ¿Cómo a los otros?
Las lágrimas tocaban su fibra maternal, eran dos chicos solos en el mundo cuyos padres habían muerto de una forma tan cruel que (t/n) estaba traumatizada y apenas se atrevía a avanzar. Cuando describió la dramática forma en que los contagiados masticaron los cerebros de sus padres quiso reír, era obvio que Matthias jamás los había visto de cerca. Por suerte los otros tampoco. El planteamiento de la mujer suscitó una pequeña discusión en la que se impuso, resultó ser la esposa del hombre y madre de los jóvenes.
El padre los guiaba a través del bosque, deteniéndose cada vez que creía oír algo extraño. El sol se puso en lo alto poco después de llegar a un sitio marcado por varias cintas y letreros de peligro. Varios agujeros cúbicos destacaban en el suelo, fácilmente podría caer un contagiado para no volver a salir a menos que se enredase en unas cuerdas amarillas que colgaban horizontalmente sobre ellas. También había dos o tres estructuras que parecían pequeños montículos de tierra, túmulos muy antiguos.
— No te quedes atrás, eh, chica — gruñó el hombre al notar que se detenían —. Puedes caerte.
Hasta que se detuvieron frente a una casa no dejó de pensar si Lukas y Heracles habrían sobrevivido. Comenzaba a preocuparse muy a su pesar, y no era la única. La locuacidad de Matthias desapareció tan pronto como notaron la excavación vacía. ¿Dónde podría estar su amigo?
— Bienvenidos a casa — la joven abrió un candado con rapidez cuando se detuvieron frente a una pequeña estructura de madera —. Llegamos hace poco, pero está limpio.
Se dirigía exclusivamente a Matthias. (t/n) lo entendió, era alto y pese a su pelo desordenado se veía bastante bien. Además, parecía bastante maduro si se esforzaba. Ella en cambio parecía una adolescente, un espejo manchado en la entrada se lo confirmó con su reflejo. Dejó de mirarse al oír un sonido extraño, como de golpes.
— No te preocupes, debe ser el viento en los árboles — dijo uno de los chicos al notar su sobresalto. (t/n) sintió que ponía su mano en su hombro: quería apartarla, pero no sabía cómo hacerlo sin llamar la atención. Debía dominarse, porque algunas personas se ponían muy susceptibles si se sentían rechazadas. Sólo aceptó la botella de zumo amarillo que le alargaron y bebió sin pensar. Tenía la boca seca. Apenas alcanzó a sentarse en un sillón antes de dormirse.
Despertó en un lugar desconocido con la cabeza dándole vueltas. Sus extremidades pesaban y su boca estaba más seca de lo normal, como si hubiera comido muchas cosas saladas sin consumir líquidos. Una mano con una botella en la que apenas quedaba agua apareció frente a ella.
— Tranquila, soy yo. Bebe.
— ¿Qué me pasó? — le costaba articular las palabras, su voz salía pastosa como si estuviera ebria. Ebria.
— Nos drogaron — murmuró en voz baja —. Bueno, a ti.
Estaba en un cuarto pequeño, recostada sobre una cosa blanda que podía ser un sofá o una cama. Cerró los ojos hasta que su cabeza dejó de dar vueltas.
— ¿Cómo lo sabes?
— No bebí el zumo, pero fingí que me había dormido y los oí hablar. No te preocupes, no nos hicieron nada. Angela te revisó. Me "desperté" cuando lo hacía para que no encontrara la pistola.
— ¿Angela?
— La chica. La convencí de que somos amistosos. Las ventajas de ser guapo y listo — rio antes de ponerse serio —. Tienen a Lukas y a Heracles. En el cuarto junto a la cocina. El de la puerta blanca
— ¿Qué?
— Sólo estamos nosotros y Angela, los demás están cazando, creo. Le dije que tenía hambre y se ofreció a hacerme un emparedado. Me colé en varios cuartos porque hablaban de un par de alborotadores y los vi, pero no pude hablarles porque me llamó para comer. ¿Tienes hambre?
(t/n) lo siguió hasta la cocina, simulando que creía las palabras de la chica cuando esta dijo que estaba muy preocupada por su "desmayo". Ardía en deseos de saltar sobre ella para abofetearla, arañarla, azotar su cara sonriente contra la cocina encendida. Así no te verías tan bonita, se dijo con rabia al verla coquetear con Matthias. Hipócrita.
Horrorizada se dio cuenta de que ella misma había mentido cientos de veces en el corto tiempo que llevaba huyendo. Pero no somos iguales, trató de convencerse. Yo jamás fingí que me preocupaba por otros, sólo he mentido para sobrevivir. Cuando tengo miedo. También mentí a Peter y Wendy porque era lo mejor para ellos. Apretó su emparedado y lo mordió brutalmente, deseando poder hacer lo mismo con los cuellos de sus anfitriones.
Tuvo una idea.
- Chicos, ¿les molesta si me voy a dormir? Estoy algo cansada – se interrumpió con un sonoro bostezo tras partir el pan en dos. Angela ni la miró, en cambio Matthias pareció entender lo que pensaba. Se mostró incluso más alegre que antes captando la atención de la joven frente a él, que no notó que (t/n) apenas había mordido el pan.
En su imaginación, la madera del piso rechinaba delatándola. Se quitó las botas, presa de un miedo repentino a que Angela la oyera: no quería atraerse a toda su familia como enemigos sólo por un descuido. Sólo debía ser cuidadosa y no dejar pistas que la delataran, no quería tener más problemas. Abrió la puerta blanca.
— Ojalá hubiera traído tijeras — pensó en voz alta al cerrar. Los chicos estaban atados y amordazados, sentados entre decenas de objetos inútiles, algunos de ellos rotos. Parecían enteros, aunque algo cansados. Lukas, tenía un ojo morado restos de sangre seca que destacaban en su cabello platinado. Heracles parecía molesto, y por primera vez desde que lo conocía, no mostraba deseos de dormir. Quitó de un tirón la cinta adhesiva de la boca de Lukas.
— Por fin — gruñó Lukas en voz baja —. A ese idiota se le olvidó quitarnos la maldita cinta.
— Está ocupado distrayendo a tu guardia — contestó (t/n) haciendo lo mismo por Heracles —. La chica.
— Ya imagino como la estará distrayendo — su cara de hastío expresaba lo harto que se sentía —. ¿Cómo está Emil?
— Preocupado por ti. Estaba a punto de llorar la última vez que lo vi — explicó (t/n) sacando el emparedado mordido —. ¿Han comido algo?
— Nos han dado de beber, pero no hemos comido. Sólo dormimos. Creo que nos están drogando — murmuró Heracles —. Dormimos mucho, pero despertamos cansados y mareados.
— A mi también me drogaron — confesó algo avergonzada —. Matthias no bebió, fue más listo que nosotros.
Pensó en quitarles las sogas, pero no sería capaz de atarlos de nuevo. Aún se sentía mal, no era capaz de controlar todos sus movimientos, mucho menos de planear una huida. Lo mismo aplicaba para los chicos, si eran drogados. Lo único que podía hacer, e hizo, era darles de comer para que recuperaran algo de fuerzas. Sostenía ambos trozos de pan frente a los rostros de los chicos.
— ¿Por qué estás así, por cierto? — preguntó Heracles apenas terminó su parte. Ambos se mostraron preocupados por el ataque, pero (t/n) se preocupaba más por ellos. Especialmente cuando Lukas reconoció haber peleado con uno de los chicos jóvenes en un impulso, motivo por el cual los habían atrapado en primer lugar.
— Creo que nos habrían traído de cualquier forma, son unos fanáticos — explicó con rabia —. Tienen una especie de culto o algo, y cuando nos separamos de Vash chocamos con ellos. Los padres llevan pistolas.
— No saben usarlas — la perezosa voz de Heracles —. Oí a la madre quejarse de que el dueño de una tienda los había estafado, pero que no podían esperar más de un pecador. Creo que lo veían como justicia divina o algo así.
— Volveré en la noche — prometió (t/n) al dejar de oír las risotadas de su compañero afuera —. Me las arreglaré. Traeré a Matthias, debemos irnos lo más pronto posible.
Puso los trozos de cinta en sus bocas nuevamente. Abrió la puerta algo asustada, pero la casa seguía vacía. Los únicos ruidos provenían de un cuarto cercano, (t/n) no quería imaginar qué rayos hacía Matthias con la otra chica, ya era bastante perturbador que los hubiesen drogado. En especial que los que lo hicieron parecían gente decente, no tipos raros en un bar o acosadores callejeros. Fue al sitio donde se había dormido, vio un diario viejo que se puso a leer antes de que la puerta se abriera dejando entrar un grupo oloroso a sangre.
[Su familia podía ser conservadora, pero Angela no tenía problemas en saltarse las reglas para pasar un buen rato. Matthias parecía pensar lo mismo. Estuvieron solos bastante tiempo antes de que fuera a ver a su amiga, luego la chica se fue dejándolos solos. A Matthias no le sorprendió que bajara su mano por su pantalón con un roce que no tenía nada de casual, sino que hizo lo mismo y comenzó a explorar sus piernas.
— Vamos a mi cuarto — murmuró ansiosa en el oído del chico. Matthias se detuvo por un minuto, Angela se preguntó por qué la miraba sin mover un músculo. ¿Acaso no quería? Sus dedos volvieron a moverse, lo que la calmó.
— Tus padres...
— No importa, vamos.
Sin pensar, tomó la mano del chico, llevándolo al cuarto donde dormía hacinada con sus padres. Comenzó a besar su cuello ansiosa, cuando él la detuvo.
— Alguien entró. Lo haremos luego.
Sus padres estaban ahí. Como siempre, arruinaban los mejores momentos.
No notó que Matthias soltó un ligero suspiro.]
Chapter 12
Notes:
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Chapter Text
— ¿Dónde están los chicos? — la mujer cerró la puerta —. ¿Cómo te sientes, querida? Nos asustaste un poco con ese desmayo.
Sonrió haciendo que la espalda de (t/n) se tensara. El corazón le latía demasiado rápido, no se atrevía a mirarla a los ojos.
— Mejor — murmuró —. Tenía mucha hambre, pero Angela me preparó un emparedado.
— ¿Te gustó?
— Sí, estaba buenísimo. ¿Usted le enseñó cómo hacerlos?
Angela apareció poco después. Su rostro encendido no suscitó comentarios de los hombres, enfocados en quitarse las prendas ensangrentadas. (t/n) le sonrió amablemente para tranquilizarla mientras la madre explicaba que los tomates debían cortarse con cuchillos para pan. Por primera vez prestaba atención real a sus captores, personas normales con las que tropezaría al comprar comida o con las que haría fila en el banco. Resultaba irónico considerando que la habían engañado, drogado y prácticamente secuestrado.
— Alex, ¿por qué tanta sangre? — preguntó Angela a uno de los chicos, quien respondió que habían peleado con otras personas. A (t/n) se le detuvo el corazón. ¿Hablaría de sus compañeros?
— Casi es hora de comer — oyó decir al padre —. Tanta pelea me dio hambre.
Caminó en busca de Matthias, que jugaba tranquilamente con un par de legos sobre una alfombra. Trataba de construir una especie de castillo, lo disfrutaba como un niño pequeño. Probablemente tanto como el antiguo dueño de las piezas. Se acercó a él, pisando algo que crujió al quebrarse.
— (t/n), ¿por qué no me ayudas a armar el castillo? — Matthias apartó algunos bloques para dejar sitio a su lado.
— Si no llevara botas eso habría sido mortal — miró hacia los lados para asegurarse de que no había gente rondando —. Oye, tenemos que irnos.
— Esta noche — la secundó como si ya lo hubiera pensado -. Si sospechan algo nos encerrarán. No podremos aguantarlo.
— Seguro nos separan para dormir.
— Ve al baño apenas los que estén contigo se duerman, haré lo mismo. Quien llegue primero espera al otro. Tu pistola está cargada, ¿cierto?
— Sí. ¿Y si la puerta está cerrada? Nosotros la abrimos, pero se supone que estábamos drogados. Tal vez la cierren esta noche. A menos que nos droguen otra vez.
— No tiene cerrojo, es por eso que nos querían drogados. Porque te diste cuenta de los ruidos que hacían — murmuró gravemente en su oído —. Sólo bebamos de lo que ellos beban. O agua de la llave si es que hay. ¿Me das ese bloque? El de tu izquierda.
— Ni siquiera lo había pensado— confesó pasándole el pedazo de plástico -. Parece que lo que me dieron hizo efecto. Haremos lo que dices. Ahora usa tu cara bonita y ve a charlar con ellos. Si te los puedes ligar, mejor.
La carcajada que soltó al decirlo sorprendió a Matthias, que le dedicó una sonrisa impresionante. ¿De dónde sacaba fuerzas para sonreír? Suspiró al verlo pararse de un salto. Supongo que tendremos que ser más listos, caviló tocando su arma. Siguió jugando con los bloques hasta que su cuello comenzó a doler.
Uno de los chicos la llamó. (t/n) lo siguió intentando recordar su nombre. No podía. Entraron a la sala de estar donde se sentó entre los padres, que le sirvieron un plato lleno de huevos cocidos, una lata con tomates en conserva y dos rebanadas de pan duro. Masticó sin ganas, pensando que habría comido mejor con Lily. Esas deliciosas tortitas de patatas...
(t/n) guardó silencio durante aquella monótona velada en tanto todos compartían teorías sobre lo que estaba pasando. Creía ser incapaz de abrir la boca para decir algo coherente, aunque era obvio para ella que los cuerpos que se levantaban no podían ser demonios o cosas por el estilo. Tampoco vivirían para siempre, ningún ser — vivo o no — era capaz de mantenerse sin recibir algo que lo sustentara. Además, algunos se degeneraban rápidamente.
— Lo mejor sería que se queden con nosotros — la voz de la mujer a su izquierda la devolvió al mundo real —. Afuera es muy peligroso, no hay quien sobreviva sin ayuda.
— Es cierto — asintió Matthias en algún momento —. Casi matan a (t/n). Sólo teníamos el hacha, no alcanzamos a tomar mucho más cuando huimos de nuestro pueblo.
(t/n) estaba demasiado cansada para contestar correctamente a las preguntas que siguieron, tampoco le gustaba pensar en ello. El recuerdo era mortificante, casi podía sentir las manos tratando de alcanzarla. Tampoco ayudaba que la miraran como si fuera de otra especie por seguir viva. El padre se ausentó un par de veces a lo largo de la comida. Debía estar drogando a Lukas y Heracles. ¿Realmente serían gente peligrosa? ¿O sólo estaban tan asustados que hacían esas cosas por protegerse de ese cambio súbito en sus vidas?
Nunca lo sabría.
— Matthias, tú dormirás con los chicos. (t/n), vienes con nosotras — ordenó la madre —. ¿Tú vigilas querido?
El padre asintió. Sólo un gruñido casi imperceptible revelaba lo poco que le gustaba esa tarea. (t/n) tuvo que morderse los labios para no soltar una maldición, imaginando que la obligarían a meterse en una cama estrecha entre ambas mujeres. ¿Cómo podría juntarse con Matthias sin levantar sospechas? Se tranquilizó al ver que el cuarto que compartirían estaba cerca del baño y que tenía dos camas gemelas, una de las cuales compartiría con Angela.
— Papá no puede quedarse toda la noche — mencionó la joven poco antes de meterse a la cama —. Iré a decirle que me venga a buscar cuando se canse.
— Ese hombre duerme como un tronco — dijo la mujer con una sonrisa —. Angela se preocupa mucho por él. Es su favorita.
— Yo también duermo mucho — comentó por decir algo —. A veces me cuesta mucho despertar a la hora.
Al desvestirse decidió que apenas Angela saliera, cogería sus cosas y la seguiría. De ser posible la noquearía. Dejó su bolso junto a sus botas antes de meterse a la cama temblando de frío. O expectación.
— Creo que mamá se durmió — mencionó Angela al volver, acostándose a su lado —. Que bueno que estás aquí o tendría que compartir la cama con ella. En cinco minutos estará roncando.
No había terminado de hablar cuando la mujer en la otra cama comenzó a respirar fuertemente a través de su garganta. El sonido hizo que las dos rieran en voz baja como un par de niñas.
— No te preocupes, yo no ronco — susurró (t/n).
Angela parecía desesperada por un poco de conversación, comenzó a contarle cosas de sí misma a las que (t/n) respondía con comentarios superficiales, cosas que no le importaba que otros supieran. Como su color favorito. O la música que odiaba.
— ¿Desde cuando eres amiga de Matthias?
Por suerte el cuarto estaba en penumbras o Angela habría visto la sonrisita irónica en el rostro de (t/n).
— Siento que hemos pasado una eternidad juntos — escogió cuidadosamente sus palabras —. A veces es algo molesto, pero es un buen chico. No cualquiera se arriesgaría para salvarte de esas cosas.
Su sonrisa murió tan rápido como había asomado a su rostro. De no ser porque cerró la boca a tiempo, un sollozo habría escapado de su garganta. Realmente estaba agradecida con Matthias por haberla salvado, sólo que en su interior se libraba una lucha que le impedía expresar con palabras lo que sentía.
— Buenas noches, Angela.
No tenía demasiadas oportunidades para agradecerle apropiadamente. Tampoco tiempo. Sólo quería volver a casa con su familia lo más pronto posible. No podía detenerse para ser amable, estaba demasiado asustada y temía que a la más mínima seña de debilidad, se aprovecharían de ella. Vash y Lily eran una cosa: los demás, otra. Sin embargo, que Matthias la salvara había cambiado todo.
Le debía la vida.
Al cabo de un rato rumiando sus pensamientos cerró los ojos. Era demasiado pronto para salir. Generalmente, cuando quería hacer tiempo solía vagar por la galería de fotos de su celular, o leer un poco. Tal vez se apoyaría en la ventana para mirar a su alrededor, disfrutando del aire frío contra sus mejillas. Ese día sentía cierta pesadez que no le permitía mantener los ojos abiertos bajo las mantas cálidas y pesadas.
— Angela, despierta — gruñó una voz —. Te toca vigilar a esos gamberros.
— Hmph...
Las voces de Angela y su padre resonaron en las tinieblas, como si fueran parte de un mal sueño. (t/n) trató de relajarse, pero su corazón comenzó a latir tan fuerte que le parecía que podrían oírlo. Relájate, relájate, se dijo a sí misma varias veces hasta que su respiración volvió a la normalidad.
— Por dios, tu madre ronca como un tren — murmuró el padre, e incluso sin verlo (t/n) supo que estaba sonriendo —. Si yo fuera tu amiguita no podría pegar ojo.
Oyó un par de murmullos ininteligibles. Parecía que no saldrían nunca, comenzó a ponerse nerviosa. ¿Qué pasaría si no podía salir y juntarse con Matthias? ¿Tendrían que esperar más tiempo con aquellos extraños? Llevaban menos de un día, pero le parecía un siglo. ¿Y si todo salía mal? ¿Si alguno salía herido? ¿Y cuando volvieran con los otros?
Lo pensaré cuando salgamos, decidió.
La puerta se cerró. El cuarto seguía en penumbras, se las arregló para ponerse las botas y las pocas prendas que se había quitado con la escasa luz que se filtraba a través de las delgadas cortinas. De pronto la madre se removió en la cama, obligándola a quedarse quieta como una estatua hasta volver a oír los ronquidos. Apenas estuvo segura de que sólo estaban ella y la madre en el cuarto, se deslizó sigilosamente fuera con el bolso cruzado mientras sostenía la pistola cargada con la mano.
Los crujidos del piso, amplificados por su miedo, disminuyeron cuando alcanzó el baño. Un suspiro aliviado escapó de su boca, jamás había sentido tanta adrenalina en su vida. Ni siquiera cuando se colaba en la cocina a medianoche para robar trozos de tarta de chocolate del refrigerador.
— ¿(t/n)?
Matthias estaba medio escondido detrás de una cortina de ducha cuyo sonido metálico le heló el corazón. Sintió deseo de pellizcar sus dedos, recordando que aún tenía las banditas.
— ¿Esperaste mucho ? Tuve que compartir cama con esa mujer — explicó en voz muy baja.
— No, acabo de llegar.
Una serie de rápidos murmullos culminó en un plan de acción aceptable, debían ser rápidos. Discretos.
El trecho entre el baño y el cuarto donde tenían a sus compañeros era muy corto, a medida que se acercaban el corazón de la chica latía más fuerte. Reaccionó al ver la silueta oscura de Angela recortada cerca de la puerta, parecía estar jugueteando con algo entre sus manos. Apenas oyó a Matthias decirle en voz muy baja que fuera cuidadosa antes de verlo acercarse a la joven. Lo único que veía (t/n) eran dos sombras de diferentes tamaños, parte del relieve de los muebles, el brillante pomo de la puerta que pese a la oscuridad reflejaba luz de una claraboya.
— Terminemos lo de antes — la sugestiva voz de Matthias hizo que (t/n) se estremeciera incluso sabiendo que se dirigía a otra persona. Con cuidado se acercó para poner su pistola en la parte posterior de la cabeza de Angela, cuya boca fue tapada con celeridad por la mano del chico —. Lo siento, preciosa.
— Si gritas te mato — la hosquedad de su voz era muestra de que hablaba en serio —. Vamos a entrar a ese cuarto y nos acompañarás. No te haremos nada si cooperas.
La respiración de la joven se hizo irregular. Por un minuto temieron que se derrumbara y que los delatase, pero no ocurrió porque Matthias la sujetaba con fuerza, poniendo la espalda de Angela contra su pecho para sofocar cualquier grito con el brazo que usaba para tapar su boca. La perilla giró bajo los dedos temblorosos de (t/n).
Al introducirse en el cuarto la chica tomó su navaja, que tenía colgada una pequeña linterna del mismo llavero. Al iluminar el cuarto, los ojos de Lukas brillaron como los de un ciervo al ser golpeados por la luz. Con rapidez se adelantó para cortar la soga que luego utilizó para atar las frágiles muñecas de Angela, que temblaba de miedo a tal punto que le dio pena. Ella misma temblaba también.
— Lo siento. Nos iremos y nunca nos volverás a ver — murmuró con voz pacífica para no asustarla —. No te haremos nada.
Con brusquedad removió a Heracles hasta despertarlo. Tras quitarle las cuerdas miró por el cuarto hasta hallar unos trapos viejos que apretó hasta convertir en una bola. La introdujo en la boca de Angela con ayuda de Matthias, algo empapó sus manos. Finalmente rodeó su rostro con la cuerda.
— Te encontrarán pronto — susurró Matthias acariciando suavemente su rostro —. Es sólo hasta que nos vayamos.
Heracles parecía algo débil, como si siguiera bajo los efectos de la droga. Se quejaba débilmente, así que (t/n) y Matthias lo ayudaron a levantarse, comprobando que al menos podía moverse por sí solo.
— Escucha, preciosa. Ahora nos iremos. Dejaremos la puerta asegurada para que no salgas. Tus padres te rescatarán cuando despierten, ¿está bien?
Matthias cargó con Heracles hasta llegar a la ventana más cercana, que abrió con cuidado. Lukas entregó a (t/n) un par de objetos, uno de los cuales era una especie de bidón lleno de líquido pegajoso cuyo olor le era conocido. Al salir, buscaron a su alrededor hasta dar con una silla que pusieron bajo el pomo de la puerta diagonalmente.
Apenas salieron de la casa el olor a descomposición hizo que (t/n) soltase una arcada, sintió ganas de vomitar. Buscaron un lugar resguardado para leer el mapa, descubriendo que estaban cerca del hostal. A paso lento les tomaría entre media hora y una completa.
— Hay que ir por las calles laterales — murmuró Lukas desganado —. Espérenme acá.
Sin darles tiempo para protestar volvió a la ventana para entrar de un salto a la casa. El cielo se hacía poco a poco más claro, la estructura pasó del negro al gris oscuro. Por fin, lo vieron salir con una expresión enigmática que no pudieron descifrar hasta que dos o tres calles después un ruido los obligó a girar la cabeza. Una explosión. Lukas se detuvo y miró fascinado el espectáculo de flores rojas y doradas que comenzaban a brotar en la madera.
— Amigo, despierta —Matthias lo tomó del brazo, su voz denotaba que estaba algo asustado —. Vamos.
— Lukas — murmuró (t/n).
Como si le costara despegar los ojos del fuego, Lukas volvió a mirarlos. Los siguió, aunque parecía desear quedarse a mirar las peligrosas llamas. El camino era iluminado por el cada vez mayor incendio hasta que pronto todo oscureció otra vez.
— Quité la silla de la puerta — dijo como si nada —. Estarán bien.
Amanecía, avanzaban rápido gracias a la luz que lentamente daba color al entorno gris. No se detuvieron hasta ver el hostal a lo lejos... en medio de lo que parecía un enfrentamiento.
— Atrás — Lukas iba adelante junto a (t/n), que apretó la pistola con fuerza. Se escondieron detrás de un depósito de agua. Vash disparaba a través de las ventanas del piso superior y desaparecía, luego Tino lo imitaba desde abajo. Habría unos diez hombres que también tenían armas, aunque no eran tan completas como las que cargaba el suizo, tampoco las manejaban tan bien como él o Tino, cuya puntería la impresionó. Entre los dos habían herido a un par de ellos, también vio dos o tres cuerpos derribados junto a una furgoneta oscura.
(t/n) se separó por un minuto de sus compañeros, volviendo por el camino que habían recorrido para luego volver a la casa desde la otra calle. Berwald se enfrentaba a dos hombres a puño limpio, mientras que un tercero se acercaba a él desde atrás con algún objeto pesado. Sin dudar, (t/n) disparó al hombre dándole en el pecho. Volvió a disparar, matándolo instantáneamente. Uno de sus contrincantes huyó. El otro, inmerso en la lucha, enterró algo en el abdomen del hombre rubio antes de que su brazo fuera retorcido por Berwald, que lo apuñaló con su propio cuchillo en la garganta tras bloquear un segundo intento de herirlo en el corazón.
— Rayos, Berwald, ¿estás bien? — corrió hacia él preocupada. El hombre alto parecía no darse cuenta de lo que había pasado hasta que bajó los ojos hasta su torso. Lo único que la chica sabía era que debía contener el sangrado, por lo que se quitó una de sus camisetas para dársela -. Sujétalo donde sangras. Voy al frente. Tino y Vash están deshaciéndose de los demás.
Oír el nombre de Tino fue como un bálsamo para Berwald, que entró en la casa con un gesto agradecido en tanto (t/n) se acercaba a la fachada con la pistola lista. Desde lejos disparó al último que quedaba, al que Vash remató desde la ventana, sorprendido al verla.
— ¿Qué demonios? — rugió desde lo alto.
En menos de un minuto estaba abriendo las puertas a (t/n), a punto de reprenderla por aparecer de sorpresa en medio de un enfrentamiento. No pudo hacerlo porque la chica sintió unas ganas incontrolables de sonreír como una boba. Sorprendiéndose a sí misma lo abrazó con todas sus fuerzas, feliz de verlo. Al ver a Tino a lo lejos se puso seria.
— Berwald está sangrando — explicó con una mueca —. No sé si es grave. Dile a Tino, yo voy por los demás.
Como la cobarde que era, huyó para no tener que decir al pobre muchacho que su novio estaba herido. Confiaba en que Vash sabría qué hacer con la sangre, después de todo había trabajado despachando gente.
Los siguientes sucesos fueron un borrón en la memoria de (t/n). Lukas y Emil se abrazaban como si hubiesen estado separados por siglos en lo que Tino sostenía la mano de Berwald. Vash y Lily limpiaban la herida. Por suerte el impacto del cuchillo había sido amortiguado por la gruesa chaqueta de cuero que usaba ese día. Matthias y Heracles lo distraían contándole los sucesos del día anterior, haciéndolo sonar como una historieta de acción para preadolescentes.
Al terminar de vendarlo, Vash encargó a Lily que se quedara un rato vigilando que todo fuera bien. Mostró una mueca satisfecha al descubrir que Lukas llevaba consigo bidones que se llevó consigo al todoterreno. (t/n) le siguió llevando el objeto que llevaba antes, que resultó ser un estuche con herramientas.
— ¿Cómo está tu tobillo? — preguntó (t/n) tras un tiempo ayudándolo a arreglar el motor. Ayudándolo en sentido metafórico, poco más podía hacer aparte de sujetar los bidones. Vash no dio muestras de oír, concentrado en mover tuercas y llenar depósitos con el líquido.
— Gira la llave — indicó. Al hacerlo, un denso humo azul escapó del tubo de escape. Siguió trabajando en silencio hasta que al encender el motor ya no salía olor a combustible quemado. (t/n) seguía asombrada el proceso, pensando que gracias a Vash pronto llegaría a casa. Se alegraba de haberlo conocido, sin él habría estado perdida. Se dio cuenta de que sus planes iniciales estaban llenos de inconvenientes que el suizo solucionaba a la perfección. Con él y Lily a su lado se sentía protegida. Y un poco menos sola.
— ¿Entonces está listo?
— Podemos irnos cuando quieras — gruñó en respuesta —. Tardaste en volver.
— Esos tipos que encerraron a los chicos eran raros. ¿Viste el incendio?
— No, estaba ocupado.
— Está llegando más gente. Creo que como encuentran el pueblo vacío no les da miedo hacer lo que quieren con otros — teorizó, recordando que los habían llevado sin siquiera preguntarles —. En el mejor de los casos van a construir alguna comunidad o algo así, y el que tenga las armas será el que mande.
— Debemos irnos — concluyó su compañero —. Podemos salir ahora mismo si quieres.
— Comamos algo primero, por favor. Y deja que duerma un poco. No he pegado ojo en toda la noche.
Salieron tras cerrar el coche con llave. Lily la saludó cariñosamente cuando llegaron al salón donde todos estaban reunidos. Heracles estaba en medio de un monólogo preguntándose si era moralmente correcto atacar a los contagiados.
— Yo creo que podrían estar conscientes de sus actos. Tal vez se dan cuenta de que nos atacan y no quieran hacerlo, pero están fuera de control — explicó con gestos efusivos —. ¿Qué tal si sus cuerpos siguen vivos pero sus cerebros mueren de a poco hasta que se detienen? No he oído que este virus pase a la gente que ya está muerta así que debe llegar hasta el cerebro a través de la sangre o algo así. ¿Sería ético atacarlos en vez de tratar de curarles?
— ¿Pero qué rayos dices? — preguntó Lukas con gesto enfadado —. Si no los matamos nos matarán.
— Es cierto. Moralmente es correcto, protegemos nuestras vidas y todos estamos de acuerdo en que la vida es lo más importante. Pero también es incorrecto ya que acabamos con sus vidas, podríamos decir que los asesinamos. Éticamente hablando...
(t/n) se descubrió pensando que no le interesaba si era moral o no. Tal pregunta le parecía imposible de contestar. Desde aquel día en que se había visto obligada a terminar con el sufrimiento de su amigo casi no podía pensar en las muertes de desconocidos, se limitaba a actuar según lo que pasaba. En el fondo sabía que no era correcto y le habría gustado tener algún sentimiento que confirmara que lo que hacía estaba mal, pero su corazón estaba mudo.
— Tenemos que hablar — interrumpió antes de que se enzarzaran en una discusión —. ¿Qué vamos a hacer?
— ¿A qué te refieres? — preguntó Matthias.
— Nosotros nos iremos pronto — explicó indicando a sus compañeros —. ¿Qué harán ustedes? Creo que lo mejor sería que salieran de este lugar.
Le habría hecho enormemente feliz escapar de ese pueblo de mala muerte, perderse de vista cuanto antes. Por otro lado, dejar a una persona herida le sabía mal, aunque tuviese a otros para cuidarle. No podría estar en paz consigo misma si los dejaba, a menos que ellos mismos le dijeran que tenían un plan. No quería dejarlos como si nada.
La solución llegó de quien menos lo esperaba.
— Podríamos ir a mi casa. Mi hermano siempre busca gente para ayudar con su tienda. Y le encanta recibir visitas — Heracles explicó que su hermano mayor, Sadik, tenía una tienda en una ciudad cercana a la de (t/n), aunque separada por ciertos accidentes geográficos que los obligarían a viajar por un camino diferente —. Vende teteras de cristal, lámparas de colores, dulces, alfombras... También tiene un salón de té al lado. Cocina una baklava muy buena, aunque es un idiota.
— Podrían usar la furgoneta de esos tipos que nos atacaron. Puedo revisarla — ofreció Vash con una amabilidad inusitada en él.
Todo sonaba muy bien, (t/n) no tendría que sentirse culpable por abandonarlos a su suerte.
— Entonces esperaremos a que Berwald mejore — indicó a sus compañeros —. Así podremos vigilar como va la herida y alguno de ustedes podrá aprender como mantenerla limpia.
[Las frágiles zapatillas pisaban el barro casi sin hundirse, tan delicados eran los pies que las usaban. Una de las cintas de gasa rosa con la que se ataban era arrastrada por el piso.
— Espera, podrías lastimarte — su hermana mayor la obligó a detenerse para atar ella misma la cinta.
Francamente, le daba lo mismo caer o no. Su cuerpo estaba capacitado para soportar los dolores más intensos sin una queja. Era capaz de pasar horas frente a un espejo soportando el agotamiento que invadía sus miembros. Parecía tan delicada como un junco de plata.
— Gracias — dijo después de un rato. Jamás dejaba que otras personas se acercaran a sus pies con excepción de Ekaterina o Iván.
Siguieron caminando hasta reunirse con su hermano. Llevaban esperado horas en ese horrendo lugar en medio de un grupo de gente que los miraba con curiosidad . Natalia aún usaba las ajustadas mallas color rosa que solía ponerse para ensayar. Era consciente de la atención que podía atraer su esbelto cuerpo en otras personas, pero estaba acostumbrada a ser examinada por ojos ajenos.
— Te he conseguido algo, ¿sí?
— su hermano mayor le alargó un vestido azul y un abrigo verde oliva
—. Los otros buscan zapatos. Los que llevas no durarán mucho.
Natalia aceptó lo que su hermano le ofrecía, agradecida por tener algo que ponerse. Deslizó el vestido por su cabeza mientras Iván la cubría con su cuerpo de las otras personas, que desviaron la vista, incómodos al recibir miradas amenazantes. Él mismo estaría en una situación similar de no ser porque había decidido saltarse el ensayo de ese día para salir por algo de comida china. Le gustaba mucho y era capaz de devorar enormes porciones, grandes incluso para un bailarín de ballet.
Devolvió el abrigo a su hermana para sentarse al lado de Iván mientras esperaban a los otros. ¿Qué haría sin su maravilloso hermano mayor?]
Notes:
Iván y Natalia bailarines de ballet = yo derritiéndome y desangrándome
Chapter Text
La herida de Berwald resultó ser menos grave de lo que imaginaban. Afortunadamente no había perdido la conciencia ni tenía fiebre, aunque todos insistieron en que guardase cama. (t/n) estaba aliviada, no sabría qué hacer si empeoraba. Tampoco quería ver otro desconocido desnudo. Aún recordaba los febriles ojos de Arthur mirándola con reproche al ayudarlo a desvestirse, excepto por la ropa interior estampada con una bandera británica. Sólo de acordarse le entraba la risa tonta. ¿Qué se creía, uno de los Sex Pistols?
De tanto en tanto, Tino acercaba un vaso de agua a los labios de su novio o le llevaba un bocadillo. Jamás se separaba de él, e incluso dormido entrelazaba sus dedos con los de Berwald, cuyo rostro parecía derretirse un poco. Dos o tres veces, cuando iba a preguntarles si estaban bien, (t/n) vio de reojo al intimidante hombre besar los platinados cabellos con delicadeza creyendo que Tino estaba dormido.
Y se había preguntado si existía el amor.
—...apagones ponen a prueba los sistemas de emergencia. Rogamos a los televidentes evitar acercarse en locomoción particular a hospitales, centros de culto, escuelas...
Para aprovechar el suministro de electricidad, (t/n) decidió lavar la ropa. Un dolor bastante intenso invadía su cabeza cuando la movía, como si algo presionara sus sienes. Dormía muy mal por culpa de ello, pero no quería quedarse tirada en la cama.
— ¡Eso duele!
Podía escuchar a Matthias desde el cuarto de lavado del hostal. Tras programar la máquina introdujo la ropa seca en un canasto que llevó consigo hasta el salón, donde él y Lukas veían las noticias.
— Perdona, mi mano se resbaló en tu cara. Hola, (t/n) — la monótona voz de Lukas apenas varió al saludar —. ¿Cómo va tu cabeza?
Matthias aprovechó el descuido para tomar el control remoto y cambiar el canal. Sus grandes ojos se abrieron con inocencia cuando la chica le preguntó sobre la marca rosada en su mejilla.
— No es nada. ¿Te duele mucho?
— Un poco — respondió.
— ¿Necesitas una píldora?
— No.
— ¿Una manta?
— No
— ¿Antiácidos?
— No tiene resaca, tonto — interrumpió Lukas.
— Estoy bien — murmuró la chica —. La he pasado peor.
Al reparar en sus ojeras, Matthias tuvo ganas de decirle que se acurrucara junto a él para dormir, parecía cansada. Se contuvo con esfuerzo, la presencia de su amigo lo ponía nervioso. No sabía por qué.
— ¿Quieres que te ayude a doblar la ropa? — se le ocurrió de pronto.
A (t/n) le sorprendió la oferta, pero aceptó agradecida. La obligaron a sentarse, así que apoyó la cabeza en sus manos para ver los noticieros. El contraste entre laboratorios estériles donde los científicos trabajaban con trajes de protección biológica, campos agrestes llenos de vehículos militares que aplastaban hordas de cuerpos y ciudades donde los periodistas entrevistaban a la gente que encontraban fuera de los hospitales era hipnótico.
Un video pixelado atrajo su atención. Mostraba varios bultos en medio de un arrabal, rodeados de aves negras que los picoteaban mientras un par de mujeres veladas que gritaban en otra lengua trataban de espantarlos con escobas. Resultó que los muertos no eran víctimas de la enfermedad sino de sus paisanos: en vez de las llagas purulentas de los contagiados, mostraban señales de violencia física y sexual.
El sosiego que (t/n) sintió al recordar que eran los únicos en el cuarto era imposible de expresar con palabras. Historias como esa sólo servirían para desanimar a los demás. La censura desapareció por un segundo rompiendo su corazón: dos personas metían a un niño en una bolsa para cadáveres. Tenía el cabello claro, se parecía a Peter. ¿Qué clase de bestias dañaban a un niño pequeño? Miró al cielo raso para contener las lágrimas, notaba que los chicos tenían los ojos fijos en ella.
— Voy... voy a ver la ropa — musitó antes de escapar.
Ya en el cuarto de lavado cerró los ojos con fuerza. El mundo era cruel. Si no cuidaba sus espaldas podría terminar muerta o peor, no quería ni pensar en lo que podría pasarle. Ni siquiera conozco a los murieron, no voy a llorar, se conminó a sí misma. Llorar le provocaba dolor de cabeza, lo que menos deseaba. Pero lo sentía tan real...
Marcó un número en su celular y esperó, cada vez más nerviosa.
— Por favor, contesta — un nudo en la garganta detuvo la frase.
Casi perdía la esperanza cuando descolgaron el teléfono.
— Que bueno que llamaste, tu madre estaba preocupada — oír a su padre era tranquilizador. Pudo charlar con él un rato antes de que la voz del otro lado de la línea se cortara.
Su semblante se ensombreció, supuso que podría enviarle un mensaje. Y tal vez podría escribir a otros conocidos. Alguien debía estar vivo, alguien que estuviera lejos de la metrópolis. Copió y pegó las mismas palabras en diversos chats.
— Olvidaste el canasto.
Lukas llevaba unos minutos de pie en la puerta, esperando el momento adecuado para hablarle. (t/n) esperaba que no la hubiera escuchado.
— Déjalo acá, la ropa está casi lista.
Lukas obedeció, sin hacer ademán de moverse de su lado tras ponerlo en un mueble. (t/n) se sintió algo intimidada por sus inquisitivos ojos azul oscuro. Al oír el pitido de la lavadora sintió cierto alivio por tener una excusa para huir de su mirada.
— Matthias cree que estás asustada. ¿Estás bien? — (t/n) dejó de sacar la ropa, pero se recompuso con rapidez. Negó con la cabeza.
— No sabía que eras su mensajero — trató de bromear, sintiendo que se le iban las fuerzas —. Si quieres dile que sí. Aunque no es necesario que vengas a preguntármelo por él.
Sus palabras eran una endeble fachada para ocultar el miedo que sentía. Detrás de la sonrisa débil no había más que terror en estado puro por la incertidumbre que le provocaban los pensamientos que a veces aparecían en su cabeza, el terror que la hacían casi incapaz de coexistir con otras personas sin mirar todo el tiempo por encima de su hombro.
— El que quiere saberlo soy yo. Pienso lo mismo — insistió Lukas. La ausencia de emoción en su voz la hacía sentirse más tranquila —. Aunque no creo que sea por las noticias.
Tenía razón. No era el miedo a los otros, era el miedo a no saber qué querrían los otros de ella.
— Estoy bien. En serio.
No se atrevía a decir más, temía que de hacerlo se le escaparía lo que trataba de ocultar. Reconocer su miedo sería aceptar su vulnerabilidad, aceptar convertirse en un lastre, en peso muerto. Tenía que ser fuerte, tan fuerte como los otros. Si se mostraba débil sería descartada como un objeto inútil, y sin importar el aprecio que pudieran tenerle, la dejarían atrás. Ni siquiera era seguro que la apreciaran demasiado.
— Oye, tener miedo es normal. Pero no tenemos que hablarlo si no quieres. Ah, por cierto, gracias por rescatarnos de esos fanáticos.
Comprendió que Lukas no quería decirle cobarde, sino que comprendía que, hasta cierto punto, el pánico la controlaba más de lo que quería admitir. Sonrió agradecida.
— Por lo que dijiste pensé que tenían un culto y que bailaban desnudos. Apuesto que si le hubieras dicho algo bonito a la chica te habrían dejado en paz. A Matthias le funcionó.
— Él es mejor haciendo esas cosas. Como sea, voy a decirle que estás bien — un ligero brillo iluminó sus ojos —. Deberías dispararle en la rodilla. Así dejará de molestarte.
— ¡Lukas! — rió tapándose la boca.
Le gustaba el sonido de su nombre.
Sacaron la ropa, la mayoría prendas de abrigo que habían hallado dispersas. (t/n) las movió hasta la mesa del comedor, quedando asombrada por varias hileras de botellas y latas que Matthias agrupaba por tamaño y color.
— ¡Las rojas van con las rojas y las verdes con las verdes! ¡Rayos!
Heracles y Emil parecían pensar que era lo más tonto del mundo.
— ¿Quieren cerveza? — el más joven les mostró una botella —. Heracles encontró las llaves de la bodega.
— No, gracias — contestó (t/n). Lukas se la quitó, cambiándola por una que sacó de su abrigo.
— ¿Yogurt? — Emil parecía desencantado.
— No puedes beber, eres menor de edad — la sonrisa de Lukas lo hacía parecer muerto por dentro —. Eres suertudo por tener un hermano mayor que se preocupa por ti.
— ¡Tengo diecisiete!
Las risas de (t/n) resonaron largo rato, no podía controlar la hilaridad ante tal escena. Trató de callar, pensando que parecía una foca, pero se dio cuenta de que los chicos la miraban benevolentes. Tal vez hacía tiempo que no oían a otra persona reír de verdad.
No demasiado tiempo, pensó al detenerse. Sólo días, pero parecen años.
— Llevemos sólo los refrescos, chicos. Emborracharnos sería una mala idea.
— ¡Pero sólo son cervezas! — se quejó Emil.
— Tiene razón — Matthias la secundó con cara de pena —. No podemos bajar la guardia.
Disimuladamente, deslizó una lata en el abrigo del menor.
— ¿(t/n)? — la dulce voz de Lily interrumpió sus pensamientos —. La comida está lista.
— Voy por Vash — respondió encaminándose al exterior. Oírla hablar en su propio idioma era sorprendente. Pese a que tenía un fuerte acento germánico, lo hacía muy bien.
Vash no dejaba de cargar cosas en ambos vehículos, como si temiera que se le quedara algo. (t/n) se acercó por detrás, golpeando su hombro con delicadeza.
— La comida está lista — dijo casi tímida. ¿Por qué demonios se sentía así?
Consultaron los mapas con detención al terminar de comer, seguirían el mismo camino durante medio día hasta llegar a una ciudad cercana antes de separarse. Sólo se detendrían en las dos gasolineras intermedias para comprobar el estado de sus neumáticos, cargar combustible o pasar al baño.
— Prepárense — ordenó Vash
[Un camión militar moviéndose por la carretera]
Dos jóvenes estaban sentados frente a frente, junto a dos militares armados que vigilaban el camino. Parecían ser el espejo del otro, reflejando fielmente los mismos ojos de violeta y cabello tan claro que parecía brillar con luz propia. Ambos sentían el cuerpo adolorido por los baches de la carretera, aunque no se les notaba. Disimulaban perfectamente cualquier gesto, ya fuera de dolor o no. No se podía decir lo mismo de los demás pasajeros, cuyos rostros mostraban los diversos grados del sufrimiento.
— Paremos acá — una voz distorsionada procedente de un radio interrumpió el silencio —. Parece limpio.
Por el acento mezclado con la distorsión de sonidos del aparato, a Iván le costó descifrar lo que decía. La mujer a su lado cortó la comunicación tras susurrar unas palabras. Tras revisar los alrededores, lo ayudó a arrastrar a Ekaterina hacia el exterior. Volvió a su puesto en tanto él sostenía los cortos cabellos cuando su hermana se arrojó al piso para vomitar.
— Lo siento, Iván.
— Tranquila — murmuró con voz suave —. Todo estará bien.
— Escuchen, descansaremos aquí una hora — indicó la militar, su compañero rondaba con el arma lista para protegerlos —. Repartiremos la comida y el agua, una persona por grupo.
En tanto los demás obedecían Iván se escabulló, como solía hacer cuando tenía la oportunidad. Natalia recogería la comida, él sólo quería explorar los alrededores a solas sin que lo molestaran. Caminó en línea recta para no perderse, descubriendo unos metros más adelante un pequeño brote de girasol medio aplastado que luchaba por sobrevivir. Buscó con la vista algo para darle soporte y una voz femenina.
— "Es extraño", se dijo el príncipe Myshkin al cabo de un minuto. Pese a la intensa alegría, experimentaba una tristeza inexplicable. Reinaba el silencio. Era una noche clara de San Petersburgo, la noche blanca, pero bajo los árboles estaba oscuro. Si alguien le hubiese dicho que estaba enamorado, apasionadamente enamorado, se habría sorprendido y rechazado la idea, indignado. Y si la carta de Aglaya...
— Ya deja de leer, (t/n), esto no es un evento social. ¿Y por qué demonios traes tantos libros? — interrumpió una voz masculina —. Ocupan espacio.
— Sólo son tres, que pesado. Me lo agradecerás cuando tengamos que prender fuego — resopló su interlocutora —. Llevo días tratando de acabarlo. Cuando termine lo dejaré en el camino, ¿sí? Además, a Lily le gusta que le lean en voz alta.
— ¿Y tú cómo sabes?
Asomó ligeramente su rostro a través del seto, vio una furgoneta y un todoterreno con las puertas abiertas. Notó a varios hombres rubios - algunos fumando - mientras una muchacha que le daba la espalda y un chico de boina discutían. Iván conocía aquellas líneas a la perfección en ruso, pero jamás las había oído en otra lengua. Su madre las había leído años atrás frente a la pequeña estufa de su apartamento.
— Como quieras, pero me parece una idiotez — se rindió el chico al final —. ¿Llevas todo?
Iván no supo la respuesta ya que encontró un par de palillos chinos en su abrigo, con los que afirmó la planta antes de volver con los otros. Recibió con un gesto distraído la botella de agua que Natalia le entregó, preguntándose si a la chica le gustaría el final de la historia.
[Dos vehículos camino a una ciudad]
El vaivén casi arrancó el volante de las manos de (t/n) cuando pasaron por encima de un montón de cuerpos tirados en la carretera cerca de la primera estación donde querían detenerse Accionó la tracción de las ruedas para evitar sobresaltos y apoyó firmemente sus manos antes de abrir su ventanilla para hablar a Emil, que iba en el asiento de copiloto de la furgoneta.
— No podemos parar acá — indicó los cuerpos grotescos que yacían camino al lugar —. ¿Tienen suficiente gasolina?
— Sí — dijo Emil. Intercambió unas palabras con Lukas —. ¿Paramos luego?
— Sí. Síganme, elegiremos un lugar.
(t/n) esperó de todo corazón que no hubiera demasiados contagiados. Después de unos veinte o treinta metros lo peor pasó, los cadáveres desaparecieron para dar paso a una carretera limpia, lo que les levantó el ánimo tras adquirir conciencia de lo peligroso que era pasar cerca de los cuerpos.
— Podríamos parar — sugirió a Vash —. ¿O sería peligroso?
— Allá — contestó indicando un sitio que no tenía nada que llamara la atención. Una simple extensión del bosque que rodeaba la carretera, sombría por los árboles que lo resguardaban. Lo primero que (t/n) hizo al bajar, fue coger papel higiénico y correr al bosque, los muertos tenían el efecto de aflojar sus esfínteres. Tras lavar sus manos, se sentó con los demás a beber un refresco.
— ¿Qué haces, Berwald? — preguntó al verlo garabatear en un cuaderno.
— Dibujo — lo alargó hacia ella. Las hojas estaban llenas de ilustraciones, casi todos muebles minimalistas que se podían armar según las indicaciones escritas al lado de cada croquis. Sin saber demasiado del tema, le pareció que tenía talento. No pudo evitar que una risita escapara de su boca al ver el dibujo de un robot hecho con sofás, mesas y sillas, rematado con una cara feliz.
— El robot no es mío — farfulló Berwald —. Ese lo hizo Matthias.
— ¿Por qué un robot?
— ¡Son geniales! — sonrió el autor del garabato.
— Matthias... — Berwald y los otros chicos suspiraron al unísono, como si supieran que venía una lluvia de ideas.
— Nuestra meta es conquistar este país con muebles increíbles. Poco a poco, vamos a desplazar a los demás fabricantes con productos de calidad que además serán fáciles de armar. ¡Por precios muy bajos! — sus ojos brillaban entusiasmados —. Crearemos un imperio basado en las ventas a estudiantes que quieren organizar sus cosas de forma eficiente sin gastar demasiado.
— No exageres — dijo alguien.
— Berwald hace los diseños más increíbles y los chicos pueden construir lo que quieras — continuó moviendo las manos efusivamente —. Tenemos una mesa que se vuelve sofá, una puerta que puedes convertir en mesa de ping pong, sillas que se almacenan en poco espacio...
Supuso que el que se vendería y cerraría tratos era Matthias, que no cesaba de proclamar las bondades de sus muebles hasta que a (t/n) le dieron ganas de comprarlos todos. ¿La cama armario bajo la que podía guardar cosas en secreto? Ese le gustó. Sin darse cuenta, (t/n) comenzó a cerrar los ojos, preguntándose si le harían un descuento.
—...(t/n).
Lily movía su hombro con delicadeza, ya estaban por irse. Se levantó con rapidez, preguntándose si habían perdido mucho tiempo por su culpa.
— Sólo media hora — contestó Vash cuando le expresó sus dudas.
Lavó su rostro con cuidado antes de irse, era su turno de conducir. ¿Cuánto quedaría para llegar a su destino? En su ansiedad por llegar antes de la noche era incapaz de recordar cuánto les faltaba.
El sol comenzaba a esconderse cuando hallaron la segunda gasolinera. Se alegraron al notar que los empleados seguían vivos, e incluso fueron corteses cuando (t/n) pidió que llenaran sus tanques.
— Pueden usar los baños, las duchas están cerradas. Lo siento, señorita — explicó un hombre con mascarilla —.Hay comida para llevar siempre que paguen con efectivo, el sistema de tarjetas está caído y ya no aceptamos cheques.
(t/n) le agradeció con una sonrisa antes de comunicarlo a sus compañeros. Se llevó a Lily consigo a la pequeña tienda de comida, donde se dieron cuenta de que todos los empleados usaban mascarillas y escudos faciales.
— No es obligatorio llevarlas, pero nuestra jefa cree que podremos evitar que nuestro rostro toque la sangre — explicó el chico que atendía —. ¿Vieron las noticias?
En tanto empaquetaba sus sándwiches les contó que una mujer contagiada en otra ciudad había salido a escupir en los rostros de otras personas. (t/n) recordó que había visto una noticia similar antes.
— Oye, ¿de casualidad conoces algún lugar donde podamos quedarnos? — preguntó cuando le dieron el total de su compra —. Somos un grupo grande.
No quiso decirle que ninguno conocía el lugar.
— ¿No lo sabes? Los hoteles están cerrados — el alma se le cayó a los pies —. No sé en qué diablos estarán pensando.
Lo oyeron criticar al alcalde de la ciudad por dos o tres minutos. (t/n) sintió que un boxeador le había dado un buen golpe. Le habría gustado una cena decente, una ducha y un cuarto con cerrojo en un lugar seguro.
— Pero... ¿no hay nada abierto?
— Bueno, los que están abiertos están llenos. Aunque... — al ver sus ojos desencantados y sorprendidos, pareció tener una idea —. Algunas personas están recibiendo gente en sus casas, muchos han escapado de la capital y no tienen los pases de salud del gobierno. Esos que puedes imprimir. Deberías ir y preguntarle a alguien, seguro encuentras algo.
Se despidieron tras darle las gracias, llevando las bolsas en partes iguales. Preguntaron a dos o tres personas que dieron respuestas similares.
— No quiero atravesar la ciudad de noche — reflexionó (t/n) —. Tampoco quiero dormir en el auto, me asusta. Deberíamos preguntar, somos un grupo grande.
— Sólo debemos tener cuidado — respondió Tino —. ¿No vamos?
El todoterreno ganó camino, siempre seguido por la furgoneta negra. Todos compartían el deseo de llegar a la ciudad lo más rápido posible. Ya era de noche cuando llegaron a una cuesta empinada que marcaba el inicio de la ciudad, (t/n) rezó porque no se le parara el motor o algo parecido.
— Ahora sólo debemos encontrar un lugar — gruñó Vash al notar su nerviosismo—. Cuando elijas uno, dímelo. Tengo el rifle listo por si pasa algo.
Tras doscientos o trescientos metros de calles vacías hallaron a una mujer fumando en el porche de una casa. A juzgar por su expresión, estaba sorprendida de ver gente en la calle. Apagó el cigarillo e hizo amago de entrar, pero (t/n) fue más rápida. Bajó del todoterreno para verse menos intimidante y expuso su petición.
— Por favor, estamos exhaustos — explicó indicando los vehículos —. Necesitamos un lugar donde dormir.
— Lo siento, no puedo permitirlo — dijo la mujer. Quiso retirarse, pero (t/n) sujetó su manga.
— Pagaremos bien — insistió deslizando algo en la fría mano —. Somos nueve. Nos iremos mañana, sólo necesitamos descansar.
La mujer abrió su mano, sus ojos reflejaron el brillo del collar hecho por decenas de hilos de plata bruñida. También había varios billetes. (t/n) sabía que era demasiado por una sola noche, pero estaba cansadísima y sólo quería dormir en paz. Pareció debatir consigo misma un rato, pero finalmente la codicia la hizo claudicar.
— Pueden quedarse. Tengo una habitación.
(t/n) aceptó.
La casa era pequeña, pero se acomodaron como pudieron en los cuartos tras bajar sus objetos personales más importantes. Había una pequeña habitación libre que Lily compartió con (t/n), los demás se acomodaron donde pudieron tras cenar.
—Buenas noches, (t/n).
— Buenas noches, Lily.
[Una mano silenciosa tocó el picaporte de la puerta. Estaba cerrado con llave.
— Ponga las manos en su cabeza.
Vash miró duramente a la dueña de casa, apuntándole con la pistola hasta que obedeció. La condujo en silencio hacia el cuarto donde estaba encerrada, obligándola a acostarse. La ventana tenía postigos de madera que ató fuertemente.
— Cerraré la puerta por fuera, abriré por la mañana. No vuelva a tratar de robar a sus huéspedes. Y no diga nada de esto a los demás o le dispararé.
Salió, pensando que (t/n) no debería haber pagado por adelantado. Aunque, claro, la pobre chica estaba cansada y quería dormir tranquila una vez.
Tendría que seguir cuidándola. Para su sorpresa, la idea no le molestaba.]
Chapter Text
Pese a que el invierno estaba por llegar, un día hermoso les esperaba. Los rayos de sol que atravesaban los vidrios parecían un buen augurio. El encanto desapareció cuando Vash arrugó la nariz.
— Aquí apesta — sentenció mirando por la ventana.
(t/n) quiso decirle que no fuera descortés, aunque al acercársele comprendió. Vio un camión de basura cargado hasta el borde de bolsas enormes.
— ¿Qué son?
— Muertos. Hubo un brote en el hospital antes de que llegaran, pero murieron solos. Los llevan a los crematorios — explicó la dueña de casa.
Indicó una serie de construcciones de vidrio rojo.
Poco después se encerró en su cuarto, mirando a Vash con temor. Nadie se dio cuenta, discutían quién sería el primero en ducharse con agua caliente. (t/n) aceptó cuando le propusieron que fuera primero pensando que todos eran muy dulces.
Al terminar secó su cabello en el salón: como tomaba tanto tiempo, le parecía mejor dejar el cuarto de baño a los chicos. Ya habían pasado tres o cuatro cuando por fin terminó.
— ¿Quieres que te peine? — ofreció Lily.
— ¿Dónde está Vash? — preguntó al notar su ausencia.
— Acaba de entrar al baño — indicó la puerta que se cerraba.
(t/n) cerró los ojos hasta que su pelo estuvo perfectamente arreglado. Caminó en dirección al cuarto donde habían dormido para ordenar sus cosas. Yodo. Linternas solares con cargador USB. Kit de enfermería. Pastillas para la ansiedad. Que raro, hace días no las tomo. La radio de los chicos, debo devolverla. Comida enlatada, seis latas para emergencias. Baterías. Cuchillos. Herramientas. Patillas de lejía. Ropa. Compresas. Tapones de oídos. Papel higiénico, sólo quedan dos rollos completos. Debería conseguir más...
De pronto, sintió el deseo de salir a investigar la ciudad.
— ¿A dónde vas? — preguntó Lily mientras giraba el picaporte de la puerta de la calle.
— Voy a salir. Quiero ver qué pasa afuera.
— Voy contigo.
— No es necesario.
— (t/n)...
— Estaré bien. Vash se moriría si no te ve — acarició la cabeza rubia antes de irse —. Llevo identificación, celular, pistola y dinero. No pasará nada.
— ¿Segura?
— Segura. Traeré algo lindo.
No quería llevarse el auto a través de las estrechas calles, era más fácil caminar en línea recta. Un autobús apareció a los pocos minutos. Estiró la mano para preguntar al conductor si el transporte público funcionaba normalmente.
— Hasta las siete. Sólo aceptamos efectivo — tras el intercambio (t/n) entregó un billete, recibió el cambio y se sentó. Una anciana se acomodó junto a ella poco después y le dijo qué autobuses podía tomar para volver a la calle de los crematorios.
— Todos sirven, chica. Aunque te pierdas siempre terminarás en esta calle, es la principal.
Quince minutos después bajó en un centro comercial que, para su sorpresa, estaba abierto y lleno de gente. Las personas caminaban por la calle como si nada pasara. Parecía que todo estaba bajo control, aunque los guardias llevaban armas visibles. Varios policías rondaban la zona.
Todo este tiempo con los chicos y aún no sé si es un rifle o una escopeta, se reprochó. Recorrió los pisos hasta llegar al cuarto, el último. Casi no tenía tiendas, sólo quioscos de comida artesanal y áreas de descanso.
— ¿Desea participar de nuestro estudio, señorita?
La voz venía desde lo que parecía un módulo de vacunación. Un hombre con canas en las sienes le entregó un panfleto antes de que dos jóvenes la llevaran detrás de biombos médicos. Aceptó por curiosidad sin entender del todo.
— Estudiamos medicina — explicó el chico al que encargaron examinarla -. Revisamos gente al azar por si muestran los patrones superficiales...
— Menos charla — susurró una chica de anteojos —. Ya te dijeron que no molestes a los pacientes.
— Perdona, Cosette.
El chico miró a (t/n) como disculpándose antes de pedir que sacara la lengua. Al revisar su faringe, ella leyó la placa en su bata. "Louis". Un fleco rubio pálido casi ocultaba uno de sus ojos. La chica también era rubia, aunque tendía al castaño claro. No cesaba de corregirlo cuando parecía oportuno, tomando notas en una libreta dorada.
— Ahora necesitamos que contestes algunas preguntas — se acercó con el lápiz alzado —. ¿Has tenido contacto directo con heridos en los dos días previos?
— No.
— ¿Presentas síntomas como escoriaciones, parálisis temporal, pérdida de memoria...? — continuó hablando varios minutos sin detenerse a tomar aire.
— No.
— ¿Tienes enfermedades crónicas, alergias, cirugías...?
— No.
— ¿Has tenido relaciones sexuales con una persona nueva, más de una persona o una pareja estable que pudiese estar expuesta al contagio desde el inicio de la enfermedad?
— No.
— ¿Fiebre?
— No.
Tras el interrogatorio recibió una pegatina que adhirió a su celular. Al recordar lo que había oído sobre los pases aprovechó de preguntarles.
— Llévatelos, tus amigos pueden llenarlos en casa. Sólo son válidos con timbre o firma de personal de salud autorizado — la chica de lentes le dio la cantidad de papeles necesaria —. Pueden examinarse en los módulos que están instalando en la ciudad. Louis, voy a entregar el reporte, ayúdala con el suyo.
— No sé si sirvan, si estás contagiado se nota — murmuró al escribir sus datos —. Y mucho.
— Algunas personas han tratado de esconder a los que tienen la enfermedad — murmuró la chica antes de desaparecer —. En algunos, los síntomas apenas se distinguen.
— Al menos estos son fáciles de conseguir, pensaban entregar códigos quick-response — explicó Louis —. Los certificados son mejores. Si estás sana ingresan tu nombre a una base de datos que actualizamos cada semana y corroboramos con los registros dentales de los muertos.
— ¿Para contarlos?
— Exacto. Es mejor que nada — presionó suavemente la almohadilla en el papel.
En el segundo piso, un escaparate atrajo la atención de (t/n). Decenas de luces brillaban sobre un fondo negro formando las letras que indicaban el nombre del establecimiento. Entró para preguntar a la recepcionista si había un peluquero disponible.
— Ve con Flavio, el rubio de blanco — respondió indicándole un sitio.
No pudo menos que sentirse como un desastre mientras el hombre la escaneaba para determinar el estado de su pelo.
— Muy largo — comentó sosteniéndolo con delicadeza, cloqueando en señal de aprobación -. Está sano, felicidades, bella. ¿Sólo quieres cortarlo o algo más? ¿Teñirlo, alisarlo, un tratamiento de nutrición...?
— Cortarlo — indicó la longitud con la mano —. Algo simple.
Contempló su pelo por última vez. Perdió la noción del tiempo al ver el primer mechón caer.
— ¡Está listo! — le quitó la manta de peluquería —. ¿Qué te parece?
Sonrió incómoda.
— Me siento trasquilada. Se ve bonito, pero me costará acostumbrarme.
— Ahora vas a la última moda de Milán. ¡Pareces italiana! — rió el peluquero —. Che cosa meravigliosa (qué cosa tan maravillosa).
Llevarlo más corto le daba gran libertad de movimiento. Al recordar su promesa a Lily comenzó a mirar las vitrinas a su alrededor. Compró un frasquito de perfume que guardó en su chaqueta y dos cajas de dulces para compartir. Sin poder resistir, abrió una que comenzó a comer al bajar por la escalera exterior del edificio. Las interiores estaban llenas.
Masticaba distraída cuando un empujón la azotó contra los barandales metálicos. Si no hubiera soltado los dulces habría caído al concreto: el que estaba comiendo cayó de su boca. Giró para pedir explicaciones y sintió que la agarraban de un brazo, instándola a subir. Forcejeó asustada sin comprender. Miró hacia abajo buscando la respuesta.
No otra vez.
Las pacíficas calles eran un campo de batalla, los cuerpos caían al pavimento por decenas. Unas figuras se movían dentro de un automóvil chocado que expulsó humo gris antes de comenzar a arder. La densa nube amenazaba con ahogar a quienes subían, pero era más preocupante el contagiado que trepaba las escaleras. No puedo subir, pensó (t/n) desesperada palpando su ropa. Tengo que volver.
De un manotazo se deshizo de quien la apresaba y bajó, disparando al contagiado que tenía al frente. Una, dos veces. Uno de los guardias se unió a ella, los contagiados aullaban al recibir las balas. Apenas llegó a la acera, (t/n) se alejó, temiendo ser aplastada por la multitud. Se topó con una cuatrimoto que seguía encendida: a un par de metros, su dueño, herido, convulsionaba. Subió y se alejó de ese infierno.
Tras varias calles sorteando obstáculos llegó a una zona donde sólo existían oficinas gubernamentales.
— ¿Qué hago? — preguntó a la nada.
La respuesta obvia no le gustó: debía volver al centro comercial, y desde allí seguir el camino que había tomado. ¿Por qué demonios no había pedido a alguien que la acompañara?
— Porque soy una completa idiota.
A medida que avanzaba los edificios grises eran reemplazados por estructuras más llamativas. Su estómago se retorcía incómodo, al punto de darle ganas de ir al baño de los nervios. El centro comercial era un caos.
Evadió varias personas, temía que trataran de quitarle el vehículo que retumbaba con fuerza. Oyó ruidos diferentes al del motor y se dio cuenta de que varios grupos de cuerpos sin vida se congregaban desde diferentes puntos, tanto que pronto la rodearían.
No puedo dejar que me sigan, es peligroso para los chicos pensó acelerando. Cuando alejó lo suficiente, redujo la velocidad y saltó a la calzada, dejando que la inercia moviera el vehículo — y con éste, los contagiados — lejos de ella.
Ni siquiera pensó en el dolor de chocar con el pavimento, sólo buscó un lugar donde resguardarse. Halló un quiosco de periódicos afuera del cual un perro callejero devoraba una hamburguesa. Entró, el perro la siguió moviendo la cola.
Tras cerrar la puerta, dio un vistazo a través de la ventana a medio cerrar. Si bien había perdido a la mayoría, al menos dos o tres cuerpos esperaban en el exterior. Acarició la cabeza del perro que, al oler la sangre que impregnaba el ambiente, ladró desesperado. Tras diez o quince minutos los contagiados no se iban, parecía que sus cuerpos sentían la presencia del animal que se movía frenéticamente en el reducido espacio.
¿Presentían lo agitado que estaba?
Estremeciéndose, abrió la puerta. El perro salió y se quedó ladrando a los contagiados, que comenzaron a rodearlo. (t/n) salió por la ventana, notando que el animal se echaba a correr. Comprobó que la pistola tuviera balas mientras caminaba en dirección a la casa.
El envoltorio del frasco de perfume le molestaba, así que se deshizo de la caja y la boleta en un basurero que halló en una esquina. Sintió una presencia lejana: temerosa de que fuera otro contagiado, levantó la cabeza.
No lo era.
— Espera — dijo en voz alta —. No soy tan rápido.
El brillo de un objeto en su mano fue suficiente para que comenzara a correr. Un cuchillo, es un cuchillo. Seguro quería robarle, matarla, violarla, torturarla. Tal vez sólo estaba asustado y buscaba ayuda, pero su instinto de supervivencia decía otra cosa. Algo en su sonrisa no le gustaba.
— ¡Oye!
Los pesados pasos sonaban cada vez más cerca. Quiere atraparme, quiere atraparme, dijo una voz en su cabeza. Sintió una náusea, un sentimiento de repugnancia que la obligó a moverse más rápido. Quería vomitar. Quería correr, volar, hacer lo que fuera para huir de ese desconocido.
Pensó que de necesitar ayuda, le habría gritado lo que necesitaba mientras corrían.
Correr hacía que sus oídos se taparan, la garganta ardiera y su corazón bombeara locamente, le dolía todo el cuerpo. En un momento su mente se iluminó. Sacó la pistola.
— No te acerques — su voz temblaba, pero sus manos no lo hacían -. Da la vuelta y regresa por donde viniste.
— ¿Por qué tan enojada? ¿Me tienes miedo?
Enfadada por su odiosa voz, (t/n) disparó al suelo apenas lo vio moverse. En verdad estaba aterrada, pero no quería matarlo. Al menos no sin motivo. Tampoco estaba dispuesta a mostrar su miedo.
— La próxima va directo a tu cabeza. Lárgate.
Algo en su rostro decía que no estaba para bromas. (t/n) no dejó de mirarlo hasta que desapareció. Pese a que estaba exhausta se las arregló para mantener la compostura, podía encontrarse a otros por el camino.
Por su parte, el hombre masticaba su descontento. No quería hacer nada malo a esa chica, sólo "salvarla". Era joven y estaba sola. Aunque si ella se mostraba agradecida no tendría problema.
Seguía fantaseando con la idea de rescatarla de una horda de contagiados sin darse cuenta de que no era ella quien precisaba de ayuda.
Un grito lejano indicó a (t/n) que el sujeto tenía problemas. Suspiró, consciente de que ya no tendría que temerle. Había estado cerca. ¿Cerca de qué?, se preguntó.
Un árbol raquítico proporcionaba sombra a la vereda, se acomodó entre sus raíces y lloró. No demasiado, sólo unas lágrimas que a duras penas salían de sus ojos. ¿Por qué era tan estúpida? Si no hubiera ido por el medio de la calle tal vez el hombre no la habría visto y no habría pasado ese mal rato, que por cierto ni siquiera había terminado mal para ella. Patética, eres patética. Ya deja de llorar.
Juzgarse con dureza ya era una costumbre.
Volvió a caminar, con la pistola lista. Si alguien se acercaba dispararía primero y preguntaría después.
Olisqueó el aire, apestaba. Las calles apestaban a sangre, el aire apestaba a muerte. Apestaban las casas, apestaban las tiendas, apestaban los crematorios que comenzaban a aparecer. ¿Cuántos podía necesitar una ciudad? El vidrio rojo mostró una extraña criatura con la ropa llena de polvo y los ojos inyectados en sangre. Al menos su pelo seguía fabuloso. Parecía la protagonista perfecta de una película de zombies. Pero con más ropa.
Espero que Vash y Lily sigan acá, reflexionó al ver la reja de la casa. Ni siquiera notó los vehículos aparcados afuera, su estado mental estaba algo trastocado. Y los demás, ojalá pueda decirles adiós.
Odiaba confesarlo a sí misma, pero todos eran buenos chicos. Le simpatizaban.
Tocó la puerta: cuando vio el rostro aliviado de Vash, cuando sintió los delgados brazos de Lily alrededor suyo, sus ojos se llenaron de lágrimas que limpió con violencia. ¿Cómo había podido dudar de ellos? Incluso los demás seguían ahí. No se habían ido. Matthias también la abrazó, apretándola con fuerza hasta dejarla sin aire.
— ¿Te mordieron? — preguntó Vash.
— No. ¿Dónde está la...?
— Se fue. ¿Tienes idea de lo preocupados que estábamos? Estábamos a punto de salir a buscarte.
— Lo siento, ¿sí? — gruñó aguantando las lágrimas -. Ya sé que soy una idiota, no necesito que me lo digas.
— ¡Estábamos muy asustados! (t/n), por favor, no vuelvas a hacerlo — Matthias tomó sus manos, sus ojos brillaban.
— Está bien — suspiró alejándose de él, su cuerpo comenzó a temblar. Aunque no quería hablar, contó todo lo que había pasado, sin omitir nada. Los rostros a su alrededor se oscurecieron.
— ¿Dónde está ese tipo? — preguntó Lukas —. El que te seguía.
— Lo dejé atrás. Tenemos que irnos, por favor — suplicó (t/n), temblando —. El centro de la ciudad es un caos.
Había salido sola y había vuelto, pero tal vez no tendría la misma suerte en el futuro. Su audacia podía costarle la vida.
Su obstinación podía matarla.
—Toma — dijo Lily poniendo en su mano un vaso de agua. Lo bebió de un trago, tenía la boca seca.
(t/n) se disculpó un minuto para hacer algunas cosas antes de irse. Bebió otro vaso de agua, fue al baño, lavó su cara, ordenó sus cosas. Todo ello en piloto automático, se sentía como si no estuviera dentro de su cuerpo. Completamente apagada. Como un robot.
Del otro lado, sus compañeros esperaban preocupados.
— La próxima vez no la dejen ir sola — sugirió Lukas.
— No habrá próxima vez — gruñó Vash.
— Alguien debería hablar con ella, debe estar asustada — murmuró Tino. Nadie se ofrecía, les parecía incómodo ofrecer consuelo a alguien que no decía lo que sentía. Lily se abrazaba a su hermano. Quería ir con (t/n), pero tenía demasiado miedo de escuchar lo que tuviera que decirle. Recordó el día en que se habían conocido. Su amiga parecía dispuesta a dar todo, ganara o perdiera. ¿Por qué tenía ese aspecto derrotado?
Heracles se levantó perezosamente, estirándose como un gato. Caminó lentamente hasta la puerta del cuarto donde (t/n) revisaba los cuchillos que tenía en su bolso. Estaba afilándolos con la vista perdida en el horizonte.
— ¿Quieres chocolate? — preguntó indicando una barra que reposaba en la mesa. A él no le gustaba demasiado, aunque lo tomó.
— Mi profesor de epistemología psicológica solía decir que compartir es un comportamiento típico en los humanos — comentó antes de morderlo —. Si tienes algo, lo compartes con la esperanza de que los otros compartan contigo en el futuro.
— ¿Qué es la epistemología? — el cebo funcionó, (t/n) lo miró fijamente —. Suena como a epidemia.
— Filosofía. ¿Estás bien? — preguntó apenas tuvo su atención —. ¿Pasó algo más allá afuera?
Nada estaba bien. (t/n) no sabía por qué se comportaba como una estúpida, no sabía cuándo su vida se había torcido tanto. Sabía que la llegada de la enfermedad había destruido el mundo protegido en el que vivía, pero incluso antes tenía problemas que no había resuelto.
— Cuando le apunté yo era una idiota con suerte — explicó sin mirarlo a los ojos —. ¿Qué habría pasado si no hubiera tenido balas? A ese tipo no le importó que lo amenazara hasta que disparé.
Heracles la comprendía. Las infinitas posibilidades de ese encuentro también pasaban por su cabeza, no tenía que ser un genio para comprender su miedo. Recordó algunos retazos de conversaciones que había oído mientras todos creían que dormía. Dedujo que (t/n) había adquirido conciencia de los peligros que ella misma corría por culpa de ese mal trago. Como si hubiera despertado a una nueva realidad.
— No sé qué decir, creo que es cierto — contestó tranquilamente —. ¿Quieres que hablemos de epistemología para matar el tiempo? ¿O seguimos hablando de gatos? No terminé de contarte por qué cazan ratones.
— ¿Se supone que eso tiene que animarme? — una sonrisa cansada floreció en los labios de la chica.
— Tómalo como quieras, pero al menos sirve para que no pienses en lo que pasó.
Era cierto. No hablaron sobre epistemología, pero sí subieron a los vehículos para dejar ese lugar. (t/n) tomó un lugar en la furgoneta, más espaciosa que el todoterreno. Matthias se había llevado de recuerdo una parrilla eléctrica portátil en la que cocinaba albóndigas y salchichas que también eran un recuerdo que había tomado del refrigerador.
— No te preocupes, se fue con su hija – sonrió cuando (t/n) preguntó por la dueña de casa —. Dijeron que nos lleváramos lo que quisiéramos.
Lukas y Emil eran vegetarianos, por lo que las raciones que repartieron fueron lo bastante grandes como para dejarla satisfecha.
— Estaban deliciosas, ¿seguro que los chicos no querrán probarlas?
— No soportan el olor a carne asada, ¿por qué crees que van con Vash y Lily?
— Touché.
Tino y Berwald iban en el asiento delantero concentrados en la carretera, por lo que la conversación se limitaba a ellos y un adormilado Heracles. Poco a poco, Matthias fue dominando la conversación, animado por el hecho de ser escuchado.
— ¡Es una pena que no nos conociéramos antes! Habríamos sido buenos amigos.
— No sé, yo me la pasaba estudiando todo el día — dijo (t/n) —. Apenas salía de clases iba a la biblioteca.
— Yo trabajaba en museos o en excavaciones y el resto del día me lo pasaba durmiendo.
— ¡Siempre hay tiempo para los amigos, chicos! ¡Hasta el pesado de Lukas sale de vez en cuando! — rió Matthias juguetonamente —. Nos juntábamos en su casa y preparábamos verduras asadas. En secreto les ponía jugo de carne para que no fueran tan aburridas. No se daba cuenta porque bebíamos un montón.
(t/n) se preguntó si Lukas habría invitado a Matthias o si éste sólo habría entrado a su casa con un pack de cervezas en una mano y una bolsa de botellas de vodka en la otra. Probablemente lo segundo.
— Yo no bebo demasiado — comentó por decir algo.
— Lo imaginé.
— ¿Por qué?
— Cuando bebes mucho aprendes a no tomar lo que te ofrecen otros, al menos la hermana de Tino nos contó eso — el recuerdo de haber sido drogada llegó a la cabeza de (t/n) —. Al principio pensé que eras gruñona por tener síndrome de abstinencia o algo así.
— Si quieres que te perdone por decirme gruñona dame las albóndigas — dio un golpecito en su brazo -. Tienes suerte de cocinar bien.
— ¡Gracias! Mi receta estrella es el pudín de arroz con salsa de cerezas. Cuando lo pruebes vas a darte cuenta de que además de guapo, soy un verdadero chef.
Al llegar a la confluencia de carreteras ambos vehículos se detuvieron para intercambiar pasajeros. La despedida fue corta, aunque amenazó con alargarse.
— Tengo su radio, chicos — (t/n) la alargó a Tino junto a los audífonos —. Llévenla.
— Llévenla ustedes. Su camino es más largo que el nuestro — contestó.
— Espero que lleguen a salvo — gruñó Berwald.
— También ustedes — (t/n) le dio la mano tras guardar la radio. Hizo lo mismo con los demás hasta llegar a Matthias, que la abrazó con fuerza
— ¡Cuídense! Y tú más, (t/n). ¡Deja de creer que eres súper chica!
— No te pongas sentimental, es como si creyeras que me voy a matar.
— Eso es exactamente lo que cree — murmuró Lukas -. Adiós, (t/n).
La miró largamente antes de indicar a su hermano que subiera. Los demás lo imitaron, sólo Matthias quedó abajo, fusionando a (t/n) en un abrazo que la aprisionaba. Ambos motores se encendieron.
— Ya suéltame, debemos irnos. Y no te pongas a llorar — sonrió, casi divertida al ver la cara alegre ponerse seria.
— (t/n) quiero preguntarte algo — dijo en su oído —. ¿Estás molesta?
— ¿Molesta por qué?
— Por Angela. Ya sabes, por lo de besarnos y eso.
— ¿Por qué estaría molesta?
Muy en el fondo, al evocar la voz que usó Matthias para engañar a Angela, sintió ganas de decirle que sí. Claro que estoy molesta, pensó mirando al otro lado. Estoy molesta porque después de que me salvaste le rompiste el corazón a esa pobre cabeza hueca. Pobrecita.
— Por nada — suspiró soltándola —. Oye, ¿por qué no me das tu número? ¡Así nos mantenemos en contacto!
— Si te doy el número de mi celular podrías llamar en un mal momento, te daré el número de mi casa. Si mis padres contestan no les digas que casi me muero, ¿sí?
— Diré que soy tu mejor amigo. Y el más simpático.
— Se reirán de ti, pero bueno. Dejen un mensaje para saber que llegaron a salvo. Y gracias por salvarme esa vez.
— De nada. Ojalá volvamos a vernos.
La estrechó unos segundos más antes de dejarla ir. (t/n) subió con sus compañeros y vio desde la ventana trasera cómo ambos vehículos se alejaban para siempre. Revisó su bolsillo para asegurar la radio y encontró una pequeña tarjeta de visita en su bolsillo.
Sadik Adnan-Karpusi.
Debajo del nombre salían dos número de teléfono, una dirección y un correo electrónico. Por detrás, alguien había garabateado un número de celular y un nombre de héroe griego.
— Que pesado, ya estaba harto de esperar — gruñó Vash desde adelante.
— Sin duda — contestó guardando la tarjeta en su bolsillo.
[Ya era de noche cuando cambiaron de turnos para conducir. Todos dormían en los asientos traseros de la furgoneta excepto dos personas.
— Entonces, te gusta (t/n) — dijo Lukas cuando el silencio se le hizo insoportable hasta a él —. No lo niegues.
— ¡Claro que no! — el chillido de Matthias confirmó sus sospechas —. Digo, es linda, pero eso es todo. ¿Y a ti, te gusta?
— No — dijo después de un rato —. Pero me cae bien.
— Es un milagro que alguien te caiga bien. Deberías ser como yo y tener el corazón abierto.
— Te enamoras demasiado fácil.
— ¡No estoy enamorado!
—insistió dando golpecitos al volante
—. Deberías haberla visto cuando espantó a un contagiado con un encendedor y aerosol. Es lista. Salvó tu trasero, ¿no?
— Está bien, no te gusta
— las mejillas de Lukas se tiñeron de un suave tono rosado
—. Sólo crees que es linda, lista y capaz de incendiar contagiados.
— Así es — sonrió ufano, creyendo que había convencido a su amigo —. Y apuesto que no me golpearía si le pongo jugo de carne a sus vegetales.
— Eres un idiota.]
Chapter Text
14
El cuerpo de (t/n) se tensó al emerger desde el nido de mantas que ocupaba el asiento trasero del vehículo. El panorama era desolador.
- No fueron contagiados – Vash indicó edificaciones a medio quemar entre barricadas -. No dejen que nadie se acerque.
El efecto de peluquería había desaparecido de su cabeza, en vez de un hermoso cabello tenía un desastre. Como afuera, conectó las palabras del suizo con el exterior pensando que preferiría dormir hasta llegar a casa. Día y noche, sin soñar o sufrir.
Las calles mal señalizadas en el mapa los llevaron a una encrucijada que no supieron descifrar. Vash bajó con el rifle en mano para a explorar a pie un par de metros.
- ¿Vienes, (t/n)?
Tras los lamentables resultados de su última aventura (t/n) sólo pensaba en esconderse bajo tierra como una avestruz. Pese a ello lo siguió, apartando de un manotazo a las moscas que intentaban posarse en su rostro. No quería parecer una cobarde.
- Cadáveres – murmuró el suizo.
Al poco tiempo de caminar decenas de cuerpos comenzaron a aparecer decapitados, otros con objetos metálicos insertados en las cabezas o pechos. Algunos seguían moviéndose pese a que estaban clavados en las paredes y tenían carne en uñas y bocas, atorada en las gargantas o en sus estómagos a medio reventar sobre lagos de heces, vísceras y sangre. (t/n), más sensible que el suizo, estuvo a punto de vomitar.
- Entonces debemos ir al puente, la ciudad está a una hora– controló las náuseas con esfuerzo, preguntándose cómo haría Vash para permanecer tranquilo.
Por causa de los cadáveres en el suelo su vehículo se movía a tropezones como si estuviera a punto de fallar. La ruta los llevó hasta un despeñadero rocoso, donde el concreto estaba a pocos metros del precipicio. Avanzaron con cuidado para evitar accidentes.
- Espera, el puente debería estar aquí – señaló la chica revisando el mapa.
Confundidos, se detuvieron. Al bajar notaron que el sonido del agua era cercano, la ligera neblina rodeaba unas columnas que se erguían en hilera desde el abismo. Del otro lado los esperaba un conjunto de árboles que parecían refugio ideal para el peligro.
- Dinamita – la mano masculina tocó el suelo, cubierto de polvo negro y trozos de concreto -. ¡Lo destruyeron!
Aunque lo oyó decir algo más, (t/n) apenas puso atención. Quiso arrancarse el cabello. Con el puente desaparecido estaban varados. Debían existir más rutas, pero ella las desconocía y la idea de buscar otro camino a ciegas la desmoralizaba.
- ¡Suban! – el chico asió su brazo con tanta fuerza que la hizo gritar. La obligó a subir al vehículo para alejarse de una horda.
Algunos contagiados cayeron bajo las ruedas del vehículo, otros fueron derribados con disparos. Las balas penetraban en la carne podrida fácilmente, parecían el tipo de contagiados más débil.
- ¿Qué haremos? – espetó Vash tras detenerse -. El puente no está. Yo podría bajar, aunque…
Pensaba que, con mucho esfuerzo, podría llevar a Lily a su espalda y bajar las cosas con las cuerdas que llevaban. Pero (t/n) tendría que arriesgarse a una caída de varios metros que podía matarla. Con preocupación Lily contempló el rostro de su hermano, preguntándose si ella tendría las mismas ojeras. Le costaba hablar la lengua de su amiga, pero aun así lo hizo.
- ¿No hay… otra forma?
La suave voz calmó a (t/n), que comenzaba a ponerse nerviosa al notar que Vash estaba tan callado. ¿Por qué tendrían tanta mala suerte? Recobró el sentido de la realidad, lamentarse era inútil. Al mirar el abismo notó que sólo debían ser cuatro o cinco metros, aunque parecían mil.
- Esperen, tengo una idea – chasqueó los dedos al ver algo a lo lejos -. Podemos cruzar sin puente.
- ¿Quieres saltar? – gruñó Vash -. Hay que buscar otro camino.
- No, hay que bajar.
- No seas tonta.
- Te juro que lo intento – contestó sarcástica, tratando de ordenar las ideas en su cabeza antes de indicarle una tubería adosada al lado contrario del despeñadero -. Mira eso.
- ¿Qué, la cañería?
- Mira bien.
- Parece… una escalera – dedujo el chico, advirtiendo que era vertical y que estaba modificada con tablas y cuerdas -. ¿Eso es normal acá?
- Sí, la gente construye… vías alternativas – la cara de confusión de su compañero la hizo sonreír -. Ilegales. Puentes de cuerdas, cañerías modificadas, esas cosas.
- ¿Y cómo bajaremos?
- No sé. Por favor busquemos una solución, si no encontramos algo haré lo que digas, ¿sí? – rogó poniendo ojos de perro mojado.
Con más suerte que otra cosa, el pronóstico de (t/n) se cumplió. Al poco rato de buscar el suizo notó que la roca tenía algo similar a escalones tallados, rellenos con concreto. Bajó para comprobar que era seguro.
- Sólo llevaremos lo necesario – gruñó al volver. No tardaron en elegir las cosas más importantes. Cada uno guardaba objetos pequeños en sus bolsillos, o colgados de sus cuerpos. Especialmente las armas -. La lona. Y las bolsas de basura grandes. ¿Guardaste aluminio?
La fría luz de la tarde caía directamente al rostro de Vash, dándole un aspecto peligroso. Armado hasta los dientes, espantaría a cualquiera que se les acercara. (t/n) cargaba con su pistola, algo de munición y varios cuchillos. Lily llevaba lo mismo que ella, además de varias armas de electrochoque que no parecían completamente legales.
- Sí. Toma la linterna.
Metieron la mayoría de las cosas en tres bolsos, uno para cada uno. (t/n) se despidió de varias cosas, pensando que las reemplazaría en el camino. También dio el celular que no usaba a Lily, tenía un chip de prepago con el que aún se podía llamar.
El río apenas llevaba agua, aunque apestaba tanto que lo olieron incluso antes de llegar a la orilla. Decenas de plásticos flotaban en la superficie.
- Mejor lleva a Lily en brazos – sugirió (t/n), introduciéndose primero en el agua que llegaba casi a sus rodillas.
Con gesto de asco supremo el suizo obedeció. (t/n) quiso explicarle que los deshechos humanos no iban a parar al agua en esa zona, que el olor era producto de las industrias textiles río arriba. Renunció a explicarle al darse cuenta de que ambas cosas eran igual de malas.
Dejaron sus botas al sol mientras secaban sus pies con dos o tres camisetas que (t/n) sacrificó por el bien común. Los tablones de la cañería estaban medio podridos y dispuestos de cualquier forma, pero pudieron ascender hasta el camino.
Varios ojos los observaban desde los oscuros árboles, parecían pequeñas bombillas dispersas sobre las ramas. Una de las aves graznó y las otras se alejaron volando, como un signo de mal agüero. Todos se alegraron de llegar a la ciudad, aunque la sensación de ser observados no disminuyó.
(t/n) sólo había visto aquella ciudad a través de los vidrios de automóviles o buses por lo que la destrucción no fue tan impactante. El grupo se abrió paso ignorando cualquier intento de comunicación de las pocas personas que encontraban. Algunos viajaban como ellos, otros se escondían al ver las armas. (t/n) se sentía casi invulnerable al tener a Vash de compañero.
“N O S M I R A N”, vocalizó sin emitir sonidos. Vash asintió, fingiendo que nada pasaba. En cambio, susurró algo a Lily, que deslizó una mano bajo su abrigo.
- Descansaremos – respondió señalando una pequeña casa. Casi era de noche y estaba a punto de llover -. Nos iremos apenas aclare.
Las chicas cerraban puertas y ventanas en tanto él se deshacía de los cuerpos del interior, mordiéndose los labios para no maldecir frente a su hermana. Recordaba su vida en Suiza como un paraíso de orden y seguridad que contrastaba violentamente con su presente. Una sola pregunta rondaba su cabeza: ¿por qué demonios tomamos ese avión? Su ceño se fruncía inconscientemente, por lo que agradeció que (t/n) se limitara a repartir las raciones.
Al menos no es tan molesta, admitió para sí mismo.
Cenaron algo ligero, (t/n) se ofreció para la primera guardia. Hacía tanto frío que envolvió su cabeza varias veces con una bufanda que encontró, luego rodeó su cuerpo con una manta mientras las dos cabezas rubias reposaban lado a lado en una de las camas. Vash se veía más joven de lo que era cuando dormía, aunque seguía teniendo el ceño fruncido. ¿Acaso no sabía sonreír?
Al sentarse en un sillón tuvo la sensación de que lo había visto antes. Era muy parecido al que había en la biblioteca de los Kirkland. Hacía tiempo que no pensaba en los niños.
- Ojalá estén bien – musitó para sí misma -. También los demás.
Uno de sus cuentos favoritos de la infancia decía que, si pedía un deseo a la primera estrella de la noche, este se cumpliría. Iba contra cualquier lógica, pero ese ritual la ayudaba a relajarse.
Las ventanas de la casa eran bastante amplias, le daban una vista panorámica de la calle. Las luminarias estaban extrañamente encendidas y le permitían fijarse en todo lo que pasaba en el exterior, desde las hojas cayendo hasta los perros que aparecían de vez en cuando. Ladraban histéricos.
Un olor desagradable invadió su nariz.
- ¡Vash, Lily! ¡Despierten! ¡Debemos irnos!
Llevaban apenas dos o tres horas dormidos, sus rostros mostraban signos de cansancio. Se levantaron con rapidez, (t/n) agradeció estar despierta porque de otra forma tendrían que dejarla. Y no iba a negarlo, entendería que lo hicieran si se quedaba dormida.
Otro grupo de supervivientes encendía fuego en la puerta delantera para atraer a una masa de cuerpos. Algunos esperaban en un autobús mientras dos o tres rociaban la basura y cadáveres acumulados cerca de la entrada con acelerante.
Apresuradamente tomaron sus bolsos y salieron por otra puerta para evitar ser vistos. Temían a los contagiados que se acercaban de todos lados, con las ropas humedecidas por la llovizna que caía sobre ellos. Los rugidos se les incrustaban en el cerebro, estaban desorientados. Sólo podían correr de sus perseguidores, el mapa estaba guardado.
El autobús pasó cerca de ellos, desapareciendo segundos después. La mitad de los contagiados que se arrastraban detrás del vehículo cambiaron de dirección, sumándose a los que atormentaban a los tres chicos. Vash se detuvo para disparar a los más cercanos.
- ¡Vamos muy lento! – gritó tomando la mano de su hermana, quien se aferró a (t/n). Sus oídos se llenaban con sonidos escalofriantes, cada vez más cerca.
Eran demasiados. Ninguna de ellas podía seguir el paso a Vash, que corría como una gacela. De pronto, (t/n) supo que juntos no tenían oportunidad.
- ¡Corran! – gritó soltando a Lily -. ¡Sigan adelante!
La empujó contra su hermano antes de desviarse a la izquierda, dejando caer un par de objetos. Varios de los corredores fueron en pos de ella.
- ¡Hacia la cruz! – gritó el suizo señalando al horizonte -. ¡Nos veremos allá!
Ambos fueron por caminos diferentes, siempre cambiando de calles para perder a los que pudieran. Con los pies ardiendo, (t/n) siguió un camino que desembocaba en una colina. Más cosas cayeron al tropezar con piedras sueltas. El miedo la obligaba a seguir hacia adelante sin pensar en ello. La horda corrió en línea recta después de que se escondiera junto a una estructura de piedra.
Aprovechó ese pequeño lapso para tomar algo de aire, su garganta ardía por el esfuerzo. Inspiró lento, dándose cuenta de que estaba en un parque con miradores, árboles y flores. Vash habló de una cruz, recordó al ver un enorme monumento que dividía la ciudad. Estaba lejos, le tomaría tiempo llegar. Al menos tenemos donde encontrarnos, pensó. Sin duda había sido una decisión improvisada de su compañero, ambos tardarían bastante.
Frente a ella había una escalera que pensó podría llevarla hacia abajo. Grave error. Avanzó, sólo para descubrir dos cuerpos escondidos en uno de los recovecos.
- ¡Rayos! – gruñó al esquivar a uno que se abalanzó sobre ella.
Los movimientos abruptos llamaban la atención de otros contagiados más o menos ágiles que se les unieron. (t/n) salió del camino, bajando por la tierra blanda que manchaba sus botas. Sólo faltaba un par de metros para que volviera a la planicie. De pronto resbaló con un cuerpo escondido, cayendo a varios metros. Las hojas caídas llenaron su boca al estrellarse contra el suelo.
Ponerse de pie no era fácil, la cabeza le daba vueltas. Si bien no tenía nada roto – contra toda lógica -, al avanzar dos pasos volvió a tropezar. Algo rozó su pie haciéndola gritar de miedo. Descargó la pistola hasta que las balas se acabaron, un par de cuerpos cayó. Emergían de los arbustos, los árboles, de todas partes. En un último esfuerzo se arrojó bajo un par de automóviles estrellados, incapaz de continuar.
Percibían su presencia, pero no podían encontrarla. No supo cuánto tiempo estuvo escondida.
Con el cuerpo adolorido, sucio, se deslizó al exterior. Silenciosamente fue a buscar un refugio. Tras dos o tres minutos caminando halló una casa de dos pisos, cada uno cada uno con entrada independiente. Un rostro descarnado la espantó al asomarse a una de las ventanas del nivel inferior.
El segundo estaba vacío, se comunicaba con el primero mediante una puerta que separaba ambos ambientes. Abajo había dos contagiados que se movían erráticamente, supuso que serían los dueños de casa. Dos ancianos con elegante ropa desgarrada que no la sintieron apoderarse del nivel alto. Tenía baño y una habitación que le serviría para tranquilizarse y descansar. Sólo que no descansó.
Un todoterreno se movía erráticamente por las calles disparando por doquier. Se detuvo frente a la casa, (t/n) temió que quisieran entrar, pero otro grupo apareció. Su discusión terminó en un tiroteo hasta que decidieron hacer alto al fuego y unirse contra los contagiados que aparecieron. Subieron a sus vehículos en medio de una lluvia de balas que agujerearon las paredes.
A la mañana siguiente apenas pudo levantarse por el dolor. Tenía hematomas azules como el cielo o morados como ciruelas, algunos surcados de amarillo y naranjo como los pensamientos. Bajó esperando hallar algo en la cocina, pero tras deshacerse del contagiado que seguía vivo, sólo pudo conseguir una lata de arvejas en conserva.
Recordó con pesar las cosas que había dejado caer.
Caminó en dirección al monumento casi sin detenerse, excepto para ir al baño o buscar comida. Nada. Al anochecer ya estaba desesperándose. Entró a una tienda de comestibles vacía que dejó al otro día con el estómago rugiendo. Milagrosamente no encontró nada que se moviera. La cruz se hacía más grande… como su apetito. Jamás le había faltado la comida en la vida por lo que apenas aguantaba el hambre. La desesperaba avanzar tan lento. Llegó a una zona llena de casas en diversos grados de construcción. Una tenía el buzón lleno.
Significa que alguien se fue. Quizás haya comida.
El aire de pronto le pareció menos frío. Con la pistola en alto se arrastró hasta el interior.
Al cabo de dos minutos tenía la cabeza metida en un contenedor de agua de varios litros. Tragó hasta que su estómago comenzó a protestar por el frío. Revisó las alacenas, encontrando algunas bolsas de frituras que devoró en un segundo.
Poco después un retorcijón la hizo doblarse violentamente y vomitar lo que había ingerido. El sabor agrio en la boca la devolvió a la realidad. Entre arcadas revisó el suministro de luz, agua y gas, los dos últimos continuaban. Hizo una infusión con el contenido de una lata de té, retirándose a descansar en al segundo piso cuando se sintió mejor.
El sol estaba a punto de salir cuando despertó. Pasó la mano por su estómago, ya no le dolía. Avanzaría más rápido sin hambre.
- Dummkopf! (¡Idiota!)
Un ruido de porcelana rota seguido de una exclamación sofocada la alertó de la presencia de intrusos. (t/n), olvidaste cerrar. Escóndete detrás de la puerta y si entran sales corriendo, se ordenó. Notó que los pasos se detenían fuera del cuarto y tuvo un minuto angustioso.
Finalmente se alejaron. Huyó corriendo apenas los dejó de oír. Al llegar a la escalera vio una pequeña bola amarilla en el piso que no cesaba de moverse. La pequeña distracción tuvo consecuencias tremendas: al tratar de no aplastarla, resbaló y cayó por las escaleras llevándose consigo a alguien.
-…mein Gott. (dios mío)
- Eso me… ouch.
Ambos quedaron despatarrados durante varios minutos. La otra persona reaccionó primero, irguiéndose poco después mientras (t/n) seguía tirada en el piso. Por un minuto creyó que tenía una visión.
- ¿Estás bien?
El blanco cabello del hombre frente a ella no tenía ningún reflejo dorado, era blanco impoluto como la nieve, igual que su piel. Y sus ojos eran rojos. Completamente rojos, incluso las pupilas, como si toda la sangre se su cuerpo se concentrara en ellos.
- Gilbert!
Un hombre bajó por la escalera con el pollito en el hombro. (t/n) lo miró recelosa, atenta al hecho de que la apuntaba con una pistola parecida a la suya.
- Junger Herr, komm jetzt. Tu’s nicht. (Vamos señorito, no lo hagas) – dijo el chico con las palmas en alto antes de voltear hacia (t/n) -. Perdón, está nervioso.
Era cierto. La pistola parecía pesarle, la sostenía igual que ella antes de conocer a Vash.
- ¿Puedes dejar de apuntarme? – explicó (t/n) con su voz más razonable -. No les haré daño.
- No te creo.
Sonaba extranjero, aunque hablaba perfectamente su idioma. Tenía cabello castaño perfectamente peinado, los anteojos perfectamente limpios sobre unos ojos cuyo color no distinguió. Usaba un abrigo azul violeta sobre unas ropas que lo hacían parecer listo para ir a la ópera.
- En serio. Estoy desarmada – mintió.
Prácticamente echaba humo por las orejas, pero bajó la pistola. El albino le dio la mano y (t/n) aceptó, ya que le costaba un poco moverse.
- Está de mal humor porque no ha bebido café – sonrió tomando el pollito -. No debes temerle, es incapaz de matar una mosca.
- No hay problema.
- Soy Gilbert. Mi amigo es Roderich y este es Gilbird, ¿quieres conocerlo? – extendió al animal y (t/n) lo sostuvo con delicadeza. Parecía que le gustaba el calor de sus manos porque se acurrucó para acicalarse.
- Soy (t/n) – susurró devolviéndoselo -. Bueno, adiós.
- ¿Qué haces?
- Ya me voy.
- Espera, ¿de casualidad no habrás visto a mi hermanito? Tiene pelo rubio, ojos azules y es alto para su edad. Se llama Ludwig. No lo he visto hace dos días y me está preocupando.
- No. ¿Lo dejaste solo? – aunque no era capaz de cuidar un cactus, le pareció algo irresponsable -. ¿En medio de esas cosas?
- Sabe cuidarse solo. También perdimos a la novia de Roderich.
- Ya te dije que no somos novios – gruñó el hombre -. Somos amigos.
- Bueno, bueno. Oye, ¿quieres ir con nosotros? Es peligroso afuera.
(t/n) pensó en negarse. No los conocía y podían ser potenciales ladrones o asesinos, pero si los rechazaba de plano sería peligroso. Los hombres comenzaron a discutir, parecía que Roderich pensaba lo mismo que ella.
- Ich mag diese Situation nicht (No me gusta esto) – refunfuñó. Su amigo se rió.
- Gefällt dir irgendwas hier? (¿A ti te gusta algo?)
- Ich liebe Musik wie jeder andere, Ich mag Literatur, Tee und Schach… (Amo la música como cualquiera, me gustan la literatura, el té y el ajedrez...)
- Ich spreche nicht davon, junger Herr. (No estoy hablando de eso, señorito.)
- Ich mag sie nicht (Ella no me gusta)
Al final, Gilbert se impuso, era más enérgico que su hastiado amigo. En verdad, a Roderich no le gustaba la mayoría de la gente y en lo personal creía que hablar con desconocidos era estúpido, pero si Gilbert quería hacerlo estaba bien. Después de todo, el albino era quien conseguía comida y le protegía, aunque si quería hacer una especie de… alianza, o lo que fuera con esa chica, era un idiota.
- ¿Quieres ir con nosotros?
- Sí, gracias – contestó (t/n) evitando la confrontación. Aún le dolía todo, así que no estaba dispuesta a correr a menos que fuera una emergencia. Supuso que si tenían conflictos respecto a ella no podía ser una trampa: de hecho, era obvio que Roderich no la quería llevar -. Pero… ¿a dónde van? Este lugar es de lo peor. Hay muchos contagiados en el parque, gente disparándose y todo eso. Este es el primer sitio pacífico que encuentro desde que llegué.
- También estuvimos allá. Mi hermano no estaba. Ahora vamos a explorar el otro lado de la ciudad – Gilbert indicó la cruz. (t/n) sonrió.
[Una sartén golpeó la mano de Vash cuando quiso abrir la puerta de un automóvil. Estaba exhausto después de haber corrido tanto en la dirección contraria a la de (t/n). Lily estaba escondida en un árbol con el rifle apuntando en dirección al suelo por si encontraban problemas.
- Yo lo vi primero – gruñó alguien a su lado. Era una chica muy guapa de cabello largo, casi tan largo como el de (t/n) antes de que se lo cortara. En ese minuto lamentó no haberle dicho lo bien que se veía con ese corte.
- ¿Y qué?
- Es mío – insistió amenazante -. Ahora vete.
A Vash le molestó que quisiera tomar algo que él también necesitaba. Pero al notarla tan asustada recordó la primera vez que había visto a (t/n), atacando al hombre que molestaba a su hermana.
- Tendremos que compartirlo – sugirió sin gran sentimiento.
- No gracias.
Irritado al darse cuenta de que perdía el tiempo, sacó un revólver que llevaba a la cadera. Era valiente a pesar de todo, porque sujetó la sartén con más fuerza, como si estuviera dispuesta a morir antes que ceder. Vash disparó al contagiado que se acercaba por la espalda de la chica antes de enfundarla de nuevo.
- Busco a mi amiga. Lily – indicó a su hermana que bajara -. Estoy preocupado por ella, está sola. Puedes venir con nosotros, podemos dejarte en alguna ciudad.
- Yo también busco a mis amigos – explicó la chica a regañadientes, sorprendida al notar que la niña cargaba con un rifle -. Tal vez los viste, uno es albino. Nos separamos en el parque de las estatuas griegas.
- No, pero puedo ayudarte – Vash pensaba que sería perder el tiempo, pero no perdía nada considerando que podía encontrar a (t/n) de camino, y de no hacerlo simplemente iría al monumento que había indicado -. Soy Vash, ella es Lily.
- Elizabeta. Supongo que no eres de acá.
- Supongo que tú tampoco – gruñó. Se sentó al volante, pensando que hablaba demasiado bien la lengua y sin ninguna clase de acento -. ¿Qué llevas ahí, Lily?
La niña le dio una pequeña cartera que sacó de su bolso. La abrió, dándose cuenta de que era de (t/n). En la confusión debía haber tomado el equivocado. Generalmente no habría esculcado las cosas de otra persona, pero al ver su identificación universitaria asomándose tuvo una idea.
- Esta chica. ¿La has visto? – inquirió exigente.]
Chapter Text
Antes de salir, Gilbert acarició al pollito, dejándolo entrar al bolsillo de su chaqueta justo sobre su corazón. Sus manos sacaron unos anteojos oscuros que contrastaban extrañamente con su piel pálida.
— ¡Estoy listo!
Al saquear la despensa de la casa hallaron comida suficiente para un día, y algunas cosas útiles. (t/n) halló un abrigo que era casi de su talla en un cuarto. No le importó que fuera de hombre, cuando hiciera frío agradecería tener prendas extra.
— Yo también — contestó.
Emprendieron la marcha en silencio, bajo un sol tímido que repentinamente hizo subir la temperatura, obligándolos a despojarse de parte de su ropa. El rostro de (t/n) estaba rosado, lo que movió a Gilbert a ofrecerle ayuda. Parecía soportar bien el calor gracias al protector solar que pulverizaba sobre su cuerpo cada pocos minutos.
— ¿Quieres que cargue tus cosas?
— Mejor lleva las suyas – apuntó hacia atrás —. Parece que está a punto de desmayarse.
— ¿Ah, sí?
Hasta ella podía notar que Roderich estaba hecho para salones elegantes, teatros, cualquier lugar que no fuera ese. A cada paso, un suspiro salía de su boca seguido de una exclamación de miedo. Su mano izquierda sostenía un pañuelo frente a su nariz para bloquear el mal olor, (t/n) pensó que de tener uno lo usaría también. Entre los cadáveres había varios cuyos intestinos manchaban el suelo con excremento tras reventar, otros cuyas heridas supuraban líquidos fétidos. Daba asco mirarlos. No le costaba empatizar con el hombre que sudaba detrás suyo.
— Deberíamos ir más lento — (t/n) materializó el deseo más íntimo del hombre por lástima —. Y podríamos comer algo, ¿no?
Tras caminar un poco más hallaron un sitio aceptable que no estaba demasiado sucio o expuesto. Lo último que querían era una infección.
— Roderich, ¿podrías traer algo de agua mientras nosotros vigilamos? — preguntó (t/n) al notar que sus botellas estaban casi vacías -. Vi un bebedero atrás.
El albino negó con la cabeza, tomando los envases antes de desaparecer. Volvió en cinco minutos con el cabello mojado.
— Él no sabe orientarse — susurró en el oído de la chica —. En Viena siempre se perdía aunque viviera allí. ¡Hasta yo conocía las calles mejor que él! No sabe ni hacerse una taza de café.
— ¿Son austríacos? — preguntó forcejeando con su suéter. Gilbert tenía el mismo acento que ella, aunque Roderich hablaba demasiado bien. Al principio había pensado que era un idiota pretencioso que quería marcar la diferencia con el resto de los mortales, pero desde ese punto de vista tenía sentido.
— Yo soy alemán. También mi hermano, pero hemos vivido mucho tiempo aquí — explicó el albino con una sonrisa deslumbrante.
Nombró un lugar que (t/n) reconocía lejanamente. Desde ese momento no hubo fuerza humana capaz de cerrar su boca. Ni siquiera comía por explicarle que su padre hacía alguna clase de pruebas médicas a diferentes grupos poblacionales para luego enviar los resultados a laboratorios europeos, que contrastaban la información con informes de otros lugares. El hombre viajaba periódicamente a Alemania hasta que su esposa se hartó de esa vida cuando Gilbert tenía doce.
—...entonces nos mudamos. Cuando mamá murió yo tenía dieciocho, así que volví a Alemania con Ludwig. Papá quería que estudiáramos allá. Creo que lo hizo por tacaño porque era gratis — cacareó dándole un codazo —. Igual, tal vez lo hizo porque yo tenía problemas a la vista y...
— ¿Qué tipo de problemas?
— Soy fotosensible. Uso anteojos especiales — señaló las gafas de gruesos cristales —. Alemanes. Podría usar cualquiera, pero estos son buenísimos. También tenía nistagmo. Con la cirugía apenas se nota.
— ¿Nistagmo?
— Cuando tus pupilas se mueven muy rápido. No es gran cosa.
(t/n) quiso buscar en su celular el significado de la palabra, pero no tenía buena conexión. Al salir del buscador se dio cuenta de que tenía un mensaje antiguo. ¡Del celular que había dado a Lily!
(t/n) si estás bien contesta este mensaje.
Estaba en su lengua, por lo que supuso que Vash la había ayudado a escribirlo.
Estoy bien. Voy camino a la cruz, estoy cerca . (t/n) <3 <3 <3
Algunas voces cercanas los sobresaltaron, diferentes sonidos variaban tonalidad hasta volverse agresivos. Pegaron sus cuerpos al suelo esperando que no se notase su presencia. Parecía que una pelea se desarrollaba del otro lado del seto que los ocultaba.
— ¡Oye! — (t/n) trató de evitar que Gilbert se asomara a mirar. No funcionó. De hecho, tuvo el efecto contrario: el albino se levantó, dejándolos solos en su escondite. Obviamente no se molestó en seguirlo, se quedó con Roderich —. ¿Qué le pasa?
— ¿Cómo podría saberlo?
— ¡Es tu amigo!
— ¡No soy su madre!
— ¡Deberías conocerlo!
Comenzaron a sudar , discutiendo en susurros por culpa de Gilbert. Si no volvía, ¿qué pasaría? ¿(t/n) tendría que cuidar de Roderich? Francamente no quería llevarse a alguien que tropezaba con sus propios pies. Vash tampoco estaría de acuerdo con llevar a otro chico después de verse obligado a convivir con los anteriores.
— ¡Todo está bien, chicos! ¡Es Ludwig! ¡Bruder (hermano), no vuelvas a hacer eso!
(t/n) se asomó esperando ver a un niño de diez o doce años abrazando a su hermano, muerto de miedo. Dos hombres se alejaban corriendo de del lado de Gilbert, quien apretujaba contra su pecho a un joven alto y musculoso cuya camiseta negra se ajustaba al cuerpo.
— ¿Qué cosa?
— ¡Asustarme! No es muy genial de tu parte.
Un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando un par de fríos ojos celestes se clavaron en ella. Parecía decirle que si daba un paso en falso, estaba muerta. Usó las pocas fuerzas que tenía para mover la mano y saludar al hombre rubio, el alma se le había ido a los pies.
No toques la pistola. Sonreír y saludar. No toques la pistola. Sonreír y saludar...
— Wer ist sie? (¿Quién es ella?) — preguntó Ludwig en voz baja.
—...sie? (¿ella?) Es (t/n), una amiga — los presentó rápidamente —. Cayó del cielo como un ángel.
No le gustó la broma, pero era de agradecer que rompiera la tensión. Dejó de mirarlo a los ojos, dándose cuenta del corte limpio en un brazo de Ludwig. Una navaja, probablemente. Rebuscó en el bolso hasta dar con un kit de primeros auxilios con muestras de vendas, apósitos y agua oxigenada.
— Me alegro de que hayas encontrado a tu hermano — dio el pequeño paquete a Ludwig, pero habló mirando a Gilbert —. Buena suerte.
En ese momento lo único que quería era alejarse sin que la siguieran, era consciente de la superioridad física de los hermanos. No lo había notado, pero Gilbert también parecía fuerte pese a ser más delgado que Ludwig, quien tenía un físico amenazante. Era peligroso. No alcanzó a alejarse un par de metros cuando Gilbert apareció frente a ella.
— Oye, no te vayas. Dijiste que irías con nosotros.
— Sí, pero... ya encontraste a tu hermano. Ve a buscar a tu amiga, tengo que irme.
— No podemos dejarte ir sola, es peligroso.
Los otros se acercaron, preguntándose si debían intervenir. La respuesta era no. Cuando a Gilbert se le metía algo en la cabeza era imposible hacerlo cambiar de opinión. Ludwig no dijo una palabra, prometiéndose a sí mismo vigilar a la chica si se quedaba con ellos. Era peligrosa. No lucía como una criminal o guerrillera, sino todo lo contrario. Eso la convertía en un riesgo potencial.
— Estoy con mis amigos, deben estar preocupados por mí — respondió (t/n) —. Gracias por preocuparte, pero mejor me voy.
— ¡Claro que no, pueden atacarte!
— Me las arreglaré.
No se atrevía a mirar a Gilbert a los ojos porque de hacerlo comenzaría a llorar por el cansancio que le producía la tensión. Sólo quería que la dejaran en paz. Aquellos hombres no le daban la impresión de querer atacarla o robarle, pero no lo sabía.
— Ya la oíste, no quiere ir con nosotros — gruñó Roderich —. Déjala.
— ¡Claro que no! ¿Crees que una chica lo tiene tan fácil? — el miedo en la voz de Gilbert la sorprendió —. ¿Crees que si la ven la dejarán en paz? Sólo ponte en su lugar, a Elizabeta podría pasarle lo mismo.
— ¿Elizabeta no estaba con ustedes? — preguntó Ludwig.
— Nein! (¡No!)
(t/n) estaba muda, preguntándose qué hacer. Enderezándose, se dirigió a los demás aclarando su garganta. No tenía más opción que aceptar la compañía y mantener su mano en la pistola. Tendría que confiar en que, de alguna forma, todo iría bien.
— Iré hacia allá — indicó el monumento donde se reuniría con los suizos a Ludwig, que parecía el más equilibrado de los tres —. Su amiga podría estar en el camino. Si van conmigo podrían echar un vistazo.
Tras el intercambio se quedaron en silencio prestando. Ludwig se sonrojó violentamente al notar que la chica tenía los ojos fijos en él. No sabía hacia dónde mirar para evitar sentirse escrutado por esa jovencita asustada. Generalmente no acostumbraba hablar con desconocidos porque le incomodaban las situaciones que estaban fuera de su control. Saber que (t/n)simulaba observarle tal vez lo habría aliviado, pero no era adivino como para suponer que lo que miraba era un punto imaginario entre sus cejas.
— Soy Ludwig — su buena educación finalmente venció su timidez. Estaba tan azorado que su voz salió más dura de lo normal.
(t/n) sonrió con esfuerzo, respondiendo en voz baja. Se sentía como un conejo hipnotizado por una serpiente, estaba incómoda. Muy, muy incómoda. Ludwig ya no parecía hostil, pero no movía un músculo de su cara. El corazón bombeaba violentamente en su pecho, tan acelerado como si estuviera en un examen oral y no supiera las respuestas.
— Ten cuidado con él (t/n), Ludwig tiene una fila de chicas detrás — las risas de Gilbert aliviaron un poco la tensión que se había formado —. ¿No te dije que era alto?
Sus palabras burlonas hicieron mella en la chica, que soltó una risa sarcástica.
— Oye, por como lo dijiste creí que era un niño. ¿De casualidad no has visto a mi hermano pequeño? Se llama Ludwig y es alto para su edad — la imitación le salió tan bien que incluso Roderich esbozó una sonrisa.
— Lamento que mi hermano sea tan... tan... efusivo — musitó el aludido.
— Oye, bruder, no es mi culpa ser tan sociable. Lo entenderías si fueras como yo. ¿No es cierto, Gilbird? — acarició al pequeño pollo, que esponjó sus plumas —. Así es, soy increíble.
— Tanta perfección nos dejará ciegos — rió la chica —. Andando.
El comportamiento de Ludwig era impecable, pero su presencia cohibía a (t/n), que sin darse cuenta terminó pegada a Roderich, el más lento de los cuatro. No comprendía por qué la intimidaba tanto y le avergonzaba sentirse así. Le recordaba un poco a Vash por su seriedad, aunque parecía menos huraño que el suizo. Era una lástima que no tuviera una hermanita que la hiciera sentir cómoda. Las hermanas pequeñas eran un factor decisivo para confiar en alguien. Pensaba en ello hasta que un resbalón la distrajo. Merecido por distraída, pensó tras caer sobre su trasero.
Claramente Roderich no movería un dedo por ella.
Ludwig estaba parado frente a ella. Había notado lo que pasaba y parecía querer ayudar, pero algo lo detuvo. Se inclinó hacia adelante una o dos veces, pero siempre se detenía antes de estirar su mano hacia (t/n). Estaba avergonzado.
— ¿Qué pasa?
Apenas habló, Ludwig desvió la vista. (t/n) notó que su camiseta de tirantes era algo ajustada y mostraba parte de lo que llevaba por debajo, incluso parte de su ropa interior deportiva.
— Caminen — gruñó levantándose.
¿Acaso era tímido? ¿O ella era una descarada? Para ser justa, llevaba uno suéter colgando de sus hombros, sin contar que estaba usando varias camisetas de tirantes. No era la gran cosa.
Olvidó el incidente al llegar a la base del monumento, sentía que una sonrisa boba pugnaba por florecer en su rostro. Desgraciadamente cantaba victoria antes de tiempo: no había absolutamente nadie en esa área. Su desazón no hizo más que aumentar al explorar la calle. No vio a nadie. Sólo un par de contagiados a los que Gilbert mató con una estaca. Revisó su celular. Nuevo mensaje.
No te muevas. Vamos en camino.
— Esperaré aquí — musitó mirando a su alrededor —. ¿No han visto a su...?
Indicó los cuerpos que, por suerte, resultaron ser masculinos.
(t/n) no discutió con los demás cuando decidieron quedarse, se hacía de noche. En cambio, buscó un refugio antes de que volviera a llover. Volvía a estar nublado. Verse obligada a convivir con tres personas que le imponían su presencia era agotador, pero verse a la merced del clima sería peor que cualquier cosa.
— ¿No deberíamos buscar comida? — le preguntó Roderich mientras iban de edificio en edificio —. No queda mucha.
— No — contestó pensando en Vash —. Primero refugio. Luego agua. Al final la comida.
Algo le decía que el suizo habría hecho lo mismo, casi podía escucharlo diciendo que no fuera idiota y que se pusiera a cubierto. Incluso el Vash de su imaginación seguía siendo más confiable que cualquier otra persona. Finalmente hallaron una tienda de lámparas de tres niveles: uno de exhibición, uno de oficinas y otro de almacenaje. Estaba vacía, así que los hermanos fueron a buscar comida en tanto (t/n) y Roderich recorrían el lugar. Tenía varias salidas, barras de metal en las ventanas y cerrojos interiores. Incluso había un par de oficinas con la llave puesta en la puerta.
— ¡(t/n), mira!
— ¿Eso es café?
— ¡Sí! Desde que llegué a este país no lo he probado. ¿Podrías prepararme uno?
— ¿Qué?
Resultó que Gilbert no había exagerado sobre la inutilidad de su amigo para las tareas más simples. A Roderich ni siquiera se le ocurría la posibilidad de que (t/n) lo envenenara, sólo quería un café y quería que ella se lo preparase.
— Ya comprobé que hay agua y gas en la cocina.
— ¿Me ves cara de niñera? ¿Por qué no lo haces tú?
Pocos minutos después, Roderich tomaba su bebida con expresión arrogante. (t/n) no comprendía por qué le había hecho caso, era obvio que hasta ella podía derribarlo de una patada en sus partes nobles. Por lo menos valió la pena porque, si bien no se volvió más hablador, dejó de mirarla como si quisiera arrojarla a los contagiados.
— Está... aceptable — comentó. Viniendo de él, era un cumplido.
Gracias a él la cena no fue tan mala. Lo único que los hermanos pudieron hallar afuera fueron latas de fresas y queso crema. Era una suerte que la oficina tuviera lo necesario para preparar bebidas caliente. Parecía un buen lugar para trabajar, tenían frascos con caramelos por todas partes.
— Un coche se...
La voz de Ludwig fue interrumpida por el ruido de ruedas sobre la grava, lo que puso alerta a (t/n). Tuvo miedo de que alguien intentase atacarlos para robarles lo poco que tenían... en el mejor de los casos. Miró por la ventana del segundo piso sin mostrarse, indicando a los demás que estuvieran atentos.
En vez de los tipos espeluznantes de su imaginación, una pareja extraña bajó a rastras. Alguien con el rostro cubierto de suciedad sostenía una figura masculina que arrastraba los pies, sujetando un rifle con lo que parecían ser sus últimas fuerzas.
— ¡VASH!
Su chillido sonó más bien como un lamento ahogado. Un sentimiento de ansiedad se apoderó de ella al bajar las escaleras para abrir, tenía las manos temblorosas. Tras varios intentos fallidos por fin pudo lograrlo y arrastrar a su amigo al interior.
— Vash, ¿qué te pasó?
Por primera vez desde que lo conocía le pareció vulnerable. Iba a preguntar por Lily, pero la niña se quedó afuera para manipular algo en el cofre del vehículo. Para que no lo puedan robar, registró una parte lejana de su cerebro.
— Estoy bien — gruñó al subir la escalera. Su frente tenía un vendaje impoluto.
— Peleamos con un grupo armado — explicó la persona a su lado, una mujer —. No nos dispararon, pero nos dieron varios golpes. Se llevó uno en la cabeza por ayudarme.
Al llegar al segundo piso comenzó a hablar con los demás, aunque (t/n) ni se percató de ello ya que estaba revisando la cabeza de un enfadado Vash. Se quedaron en silencio al notar la extraña pareja que hacían, porque incluso sin tocarse demasiado parecía la chica y el suizo que se aferraban entre sí.
El hechizo se rompió cuando Lily subió cargada de varias cosas con las que comenzó a arreglar un lugar para que Vash descansara. En tanto lo hacía, él intentaba controlar a (t/n) dentro de sus limitadas capacidades. Apenas se mantenía de pie, pero incluso con el dolor de cabeza comprendía que estaba histérica. De un volumen normal la voz de la chica pasó a ser un chillido nervioso que le agobiaba.
— Vash, dime cuántos dedos ves. ¿Dónde te golpearon? ¿Estás demasiado herido? ¿Está la venda muy floja? ¿O muy apretada? Por favor, dime que estás bien...
— (t/n), basta — murmuró cansado —. No quedé inconsciente después del golpe, así que no hay daño interno. Estaré bien.
Lo cierto era que había estado peor.
Cuando su hermana le dijo que podía recostarse quiso moverse, pero un súbito malestar casi lo hizo caer. (t/n) lo atrapó antes de que tocara el suelo, sosteniéndolo a duras penas hasta que alguien la ayudó.
— No debería moverse – murmuró Ludwig tras dejarlo sobre las mantas. Vash puso los ojos en blanco y entregó el rifle a su hermana tras decirle algo en alemán, a lo que Gilbert respondió algo. Luego Ludwig. Luego Roderich. Luego Vash otra vez.
— ¡Maldita sea, ya basta! — gritó (t/n), sintiendo que no podía respirar —. ¡Tú, descansa! ¡Ustedes, dejen de hablarle! ¡Y no hablen alemán, no entiendo nada! ¡Es descortés hablar en un idioma que alguien no conoce!
Eso último sonaba absurdo, pero no le importó. Realmente quería llorar, pero no tenía lágrimas.
[El pie de un contagiado aplastó una pequeña caja de medicina con el nombre de (t/n) escrito en ella. El barro la cubrió por completo.]
Chapter 17
Summary:
well, I wasn't going to post but then I reminded it's christmas and the chapter was ready so here you have, enjoy
Chapter Text
A la luz del día la lesión de Vash parecía menos grave, descansar toda la noche le había hecho bien, aunque al cambiar su vendaje su frente tenía una ligera hinchazón. La sangre coagulada apenas ocultaba una pequeña herida que hizo suspirar de alivio a (t/n).
Tras su ataque nervioso la chica se sentía algo mortificada por su reacción, por lo que simplemente se dedicó a velar el sueño de su compañero de viaje, aislándose de los demás. No quería hablar de lo que había pasado ni pensar en la posibilidad de que empeorase. De hacerlo, tendría otra crisis.
Al menos el comportamiento del suizo era normal: fue al baño , bebió líquidos sin ayuda y hablaba si le preguntaban algo.
— Entonces eres de Suecia, ¿verdad? — preguntó Gilbert.
— Suiza — gruñó Vash pasando los dedos por su pelo rubio. Le estaba creciendo.
— Ya sé que son países diferentes, era broma, hombre — rió su interlocutor —. Por eso te gustan las pistolas, ¿cierto? A mí también me gustan...
El arsenal al que (t/n) hacía guardia parecía fascinarle, la rondaba como si quisiera pedir algo prestado. No se atrevía porque la chica había jurado muy en serio que le arrancaría el pelo al que tocase las armas sin permiso de Vash.
— Un loco como tú no puede usar esas cosas — Elizabeta adivinó las intenciones del albino. Se sentó cerca de (t/n), que escribía una lista de las cosas perdidas en su anterior carrera —. Si necesitas pelear, me llamas. Tú también, Roderich.
Uno de los aludidos soltó un gruñido. Gilbert se dejó caer al lado de su amiga, sacando también una libreta en la que comenzó a escribir.
— Extraño el hostal — susurró (t/n) a Vash, acostado frente a ella —. La comida era buena. Tendremos que buscar más.
— Ahora somos siete.
— Parece que es el destino encontrarnos con otros grupos. Gilbert se parece a Matthias por lo ruidoso.
— Ojalá fuera como Heracles, al menos él dormía todo el tiempo — suspiró al oír las risas que soltaba el albino mientras escribía.
— Y hablaba bajo. Sabes, recordé que él... demonios, no puedo creer que esté recordando algo tan estúpido.
— ¿Qué cosa?
— Cuando fuimos a buscar comida, antes de hallar a los chicos, se puso a hablar de los contagiados. Yo no le puse mucha atención, pero ahora recuerdo todo lo que dijo.
— ¿Qué dijo?
— Que creía que los contagiados seguían vivos, pero con el cerebro medio apagado o algo así. Aunque no sé si llamaría vida a eso — contestó, mirando fijamente los ojos verde menta de su amigo.
— ¿Cómo si no pudieran controlarse?
— Como si nuestro cerebro nos prohibiera hacer ciertas cosas y que al apagarse algunas áreas el instinto dominara a los contagiados.
Un sonido de golpe los distrajo.
— ¿Así que no parezco una chica? ¡Ya verás quién es la chica aquí!
Elizabeta dio un coscorrón a su amigo, que comenzó a pellizcarla de broma mientras rodaban por el suelo como un par de muchachos. La libreta saltó por los aires hasta caer en el regazo de (t/n). Miró el papel, sin entender los garabatos azules. ¿Era un diario?
— Mira, yo creo que quiere molestarte – declaró diplomáticamente antes de devolver la libreta a su dueño -. Por cierto, me gusta tu pasador.
— Gracias, (t/n). Y tú eres más guapa que en tu identificación.
— ¿Perdona?
De no dolerle la cabeza al más mínimo movimiento, Vash habría reído con la cara de horror de (t/n) al enterarse de que había mostrado a Elizabeta la identificación donde salía menos atractiva. No le gustaba la frivolidad, pero ese pequeño y absurdo detalle le hacía sentir que no estaba volviéndose loco.
De alguna forma el pequeño trozo plástico llegó a manos de Gilbert junto a su credencial universitaria, donde salía mil veces mejor, por lo menos.
— ¡Qué seria! — rió Gilbert cuando el trozo de plástico llegó a sus manos —. ¡Oigan chicos, miren lo que tengo!
(t/n) ni siquiera pensó en seguirlo. Era como esos niños de primaria que disfrutaban molestando a los demás con sus estupideces.
— Como sea, ¿qué tal te sientes?
— Mejor. ¿Y tú?
— Igual, creo. Me asustaste. ¿Cómo pasó todo?
Conversaron en murmullos, aislados en su propia burbuja. Él hablaba en voz baja, poniéndola al día de lo que había pasado desde su separación con detalles específicos.
—... entonces uno quiso llevársela. Ella sabe defenderse, pero arrojaron basura a sus ojos. Le quité al tipo de encima y cuando quise noquearlo, algo me golpeó la cabeza — indicó su frente vendada —. No estoy seguro de qué pasó después, sólo que llegamos y que te pusiste a gritar.
— Perdona, estaba algo alterada.
Su deseo no había sido gritar, pero no tenía control de sí misma en ese momento.
— Lo sé.
— Toma, (t/n) — Elizabeta interrumpió dándole de vuelta sus cosas —. No te preocupes, no volverá a molestarte.
Al relacionar la sartén de la chica con la mano de Gilbert frotando su cabeza blanca, comenzó a reír. Dio un beso rápido en la mejilla de Vash antes de cubrirlo con la mejor manta que tenían.
— Ahora descansa, ¿sí?
El rostro frente a ella se puso rojo como la grana, así que decidió no volver a molestarlo con demostraciones de afecto. Pero en verdad había tenido ganas de besarle porque estaba contenta de que siguiera vivo después de intentar salvar a la otra chica. ¡Quería besar a todo el mundo!
Para su sorpresa, no tenía resentimiento alguno contra Elizabeta por el ataque a Vash. Quizás de no haberla hallado estarían en camino a casa, aunque (t/n) empatizaba con la situación de la chica y se sentía orgullosa de tener un compañero tan noble. La podría haber dejado atrás, pero no lo había hecho. Y Elizabeta lo había ayudado en vez de huir del peligro. ¿Cómo podían tener corazones tan desinteresados?
Apenas vio a Lily se acercó para abrazarla fuertemente. Había extrañado su comportamiento dulce y tranquilo, incluso si sólo estuvieron separadas por día y medio.
— (t/n), necesito hablar contigo — musitó Ludwig mientras las chicas se balanceaban —. ¿Te importaría...?
— Está bien — respondió confundida. Bajaron al primer piso que estaba vacío, podrían hablar en paz. Un movimiento de la mano de (t/n) debajo de su abrigo oscuro alertó al hombre, la chica llevaba algún tipo de arma. Notó que se limitaba a sostenerla, por lo que fingió no haberse enterado.
— Pensábamos que no tenemos motivos para quedarnos ahora que encontramos a Elizabeta — comentó directamente -. Pero dejarlos solos con un herido es verdaderamente irresponsable. Si quieren, podemos quedarnos con ustedes hasta que él mejore y puedan irse tranquilos.
— ¿A tus amigos no les importa?
— Están de acuerdo.
El frío tacto del metal en su mano la llenó de remordimientos. Ese hombre frente a ella le ofrecía algo similar a la protección y lo único en lo que ella pensaba era en atacarlo. Su cabeza casi explotó al darse cuenta de lo considerado que era Ludwig en un contexto tan complejo, en el cual los recursos eran escasos y ellos eran desconocidos a los que sería – a simple vista – fácil robar o matar. Casi soltó unas lágrimas.
— Gracias. Eso es muy gentil de tu parte — sonrió. Al ver sus ojos húmedos, Ludwig sintió algo en la boca del estómago.
— Sólo hago lo correcto. Pero necesitaremos más comida.
— La buscaremos. Somos varios, ¿no?
El monumento de la cruz tenía un mirador al que subieron los hermanos, Elizabeta y (t/n). Gilbert sacó unos binoculares con los que oteó el panorama mientras los demás se ocultaban detrás de la baranda de piedra.
— Allá — indicó pasando el aparato a (t/n), quien vio una tienda completamente abastecida —. Demasiado limpia.
La voz del chico confirmó sus propias sospechas, debía ser una trampa. Los pisos blancos no mostraban huellas de suciedad y la mayoría de los aparadores estaban junto a las ventanas. ¿Una exhibición atractiva o una trampa para personas hambrientas? Siguió mirando hasta que vio varios sitios con los vidrios rotos, objetos tirados por todas partes y contagiados rondándolas. Bingo.
Los binoculares pasaron de mano en mano hasta que todos tuvieron claro qué sitios podía visitar. Tuvieron la suerte de hallar folletos turísticos que incluían mapas mal impresos a los que podían remitirse en caso de perderse. Volvieron a buscar algunas cosas, (t/n) aseguró que no se separaría de su pareja y que a la más mínima señal de problemas volvería.
— Que bueno que me tocó contigo — confesó poco después de salir.
— Yo también quería ir contigo — contestó Elizabeta con una sonrisa amable —. Los chicos me cansan a veces, les falta... no sé, sólo quiero una charla de chicas de vez en cuando.
— ¿Charla de chicas?
— Bueno, cualquier cosa que no sea Gilbert chillando con voz de mujer. Cuidado.
Con un golpe de sartén hizo volar la nariz de un ser espantoso que caminaba hacia ellas desde el lado de (t/n). Miles de larvas parasitaban su carne podrida, que en algunas partes dejaba al descubierto los órganos. Tal espectáculo las hizo vomitar al unísono.
— Que asco — (t/n) sacó el papel higiénico que llevaba en un bolsillo para compartirlo tras volver a atarse el pelo —. Es el peor apocalipsis que he visto....
Fue algo repentino lo que la hizo girar hacia atrás, un presentimiento. Algo se arrastraba.
— Ayuda... ellos me...
Con paso vacilante se dirigieron hacia lo que parecía un chico de catorce o quince años, cuya camisa blanca mostraba diversos sitios manchados de marrón oscuro. Elizabeta lo tomó entre sus brazos, pero (t/n) supo que era tarde. Se convertiría en una de esas criaturas.
— No tiene mordidas — musitó la chica tras una rápida revisión. Era cierto. (t/n) quiso preguntarle quién le había herido, qué le había pasado. ¿Personas? ¿Animales salvajes? Pese a su curiosidad se abstuvo, el chico hacía terribles esfuerzos por tragarse sus lágrimas mientras agonizaba en los brazos de Elizabeta.
— Ellos... cuidado...
(t/n) quedó petrificada ante la espantosa mueca que desfiguraba su rostro moreno, sentía que debía salir corriendo, pero sus pies no se movían. La respiración entrecortada era cada vez más rápida al igual que la suya. Sentía la sangre golpear sus sienes al punto que parecía que su cabeza estallaría.
— Por... favor... no... quiero...
Pero no estalló. En su lugar, el chico lanzó su último suspiro en los brazos de Elizabeta.
La escena le recordaba a la estatua de la virgen sosteniendo a su hijo muerto. En silencio le indicó que se levantara porque un grupo de contagiados se acercaba y estaban completamente expuestas. Sin mirar atrás dejaron el cuerpo para esconderse detrás de un grupo de automóviles que habían colisionado entre sí.
Los contagiados rodearon el cadáver y lo destrozaron.
Extendieron las manos destrozadas para sujetar los miembros lánguidos del chico y al no poder arrancarlos comenzaron a morder su carne, a desgarrarla, a enterrarle las uñas hasta que se salían de sus dedos. Lo rasgaron brutalmente como si fuera papel. No lo sabían, pero nunca podrían olvidar el sonido. Estamos jodidas, pensó (t/n) temblando. Elizabeta lo notó y le dio la mano.
— A la cuenta de tres te levantas.
Corrieron a ocultarse detrás de un camión volcado, donde un contagiado quiso atacarlas. (t/n) lo golpeó inmediatamente con una pala que estaba tirada en la calle, parte de las decenas de herramientas que habían caído de la caja. Herramientas útiles como martillos o cadenas. No volverían a tener una oportunidad como esa. Esperaron un momento adecuado para poder finalmente huir sin alcanzar la tienda de comestibles.
Pese al contratiempo, habían conseguido cosas valiosas e incluso tuvieron la suerte de hallar comida al azar en algunas casas abandonadas. El sonido de pisadas sobre la grava alertó a (t/n), quien no sabía si algo las seguía o ellas pisaban demasiado fuerte. Decidió fingir que todo estaba bien para no alarmar a Elizabeta.
Los hermanos las saludaron al llegar, llevaban tanta comida que parecía ser la solución de sus problemas. Con expresión de autosuficiencia, Gilbert manejaba un carro de supermercado lleno de dulces.
— Eran los últimos que quedaban, tuve que luchar con decenas para conseguirlos. Estuve a punto de perder, pero vale la pena por verlas sonreír — (t/n) soltó una risa burlona al verlo hacer una reverencia.
— Sólo eran perros — dijo Ludwig. Mientras hablaba, una vidrio se rompió detrás de ellos. Se puso frente a las chicas mientras (t/n) giraba rápidamente —. ¿Necesitan algo?
Cuatro hombres altos miraban al grupo.
— ¿Qué quieren? — la voz de (t/n) sonó menos fuerte de lo que hubiese querido. No se dio cuenta de que les apuntaba con la pistola hasta que uno levantó las manos.
— Tranquilo, chico, venimos en son de paz — tras contestarle sonrió a Elizabeta, que tomó la sartén con fuerza al notar que llevaban cuchillos —. Buscamos refugio.
— Váyanse, está ocupado — chilló Gilbert.
— Así es — confirmó (t/n) —. Hay muchos sitios que pueden revisar. No este.
— Es un país libre. ¿Quieres dispararnos por entrar?
La chica quitó el seguro de la pistola.
— Vete — la voz de Vash sonó por encima de sus cabezas, (t/n) se dio cuenta de que apuntaba a los hombres porque oyó el sonido del rifle —. También tus amigos.
— Desaparezcan — gruñó (t/n) —. Largo de aquí. Y ni piensen en volver porque el francotirador allá arriba les volará el cerebro.
Los otros tres querían huir, no así el líder, que miraba la pistola con la boca abierta. Finalmente retrocedió, aunque (t/n) pensó seriamente en dispararle. Era la clase de sujeto que buscaba víctimas, simplemente irían por alguien más débil que ellos porque no podía atacarlos. Sin embargo, la presencia de gente detrás suyo le recordó que no podía disparar sólo por tener miedo.
— Se fueron — la mano de Gilbert se posó en su hombro —. Vamos.
Notó que no sólo Vash apuntaba a los desconocidos, Ludwig también lo hacía.
— ¿Tienes una pistola? ¿Por qué no lo dijiste?
— Por la misma razón que tú.
El color subió hasta sus orejas, tenía razón. Había muchas cosas que no sabía de sus nuevos compañeros. Subieron después de cerrar la puerta con más cuidado del habitual.
(t/n) supuso que podía confiar en Ludwig si éste había tenido una pistola y no la había usado en ella.
— Deberíamos haberles disparado — pensó en voz alta al desempacar las cosas. Vash asintió, aunque los otros se mostraron algo incómodos al oírla.
— Esto es... terrible — el único que se atrevió a romper el silencio fue Roderich -. No puedo creer que hayamos llegado a esto.
— Yo tampoco. Yo no soy... así — confesó reacia —. Creo que lo mejor es que hagamos guardia de a dos, podrían volver.
Por muy buena que fuera la comida, el humor general no era el mejor. Echaron los turnos a la suerte, y a (t/n) le tocó una guardia a mitad de la noche junto a Roderich. Casi gimió en voz alta, pero no quiso hacerlo para no empeorar el ambiente. Ya habían tenido bastantes roces.
— Lo habrías hecho — mencionó casualmente el hombre pasado un rato —. Dispararles.
— ¿Tú no?
— Bueno, soy un artista, no un soldado. Pero ellos... me alegro de que los echaras. Tenía miedo de que los invitaras a quedarse. Por eso le avisé a tu amigo que había problemas.
— ¿Estás loco? Obviamente no los habría invitado a quedarse.
— Nos invitaste a nosotros.
— Perdona, pero Gilbert se invitó solo. Y Vash estaba con Elizabeta, así que supuse que estaba bien. Confío en él.
— Parece... fuerte — torció el gesto al ver a Elizabeta durmiendo junto a Lily -. Es bueno que se haya encontrado con él y no con otro.
— La quieres, ¿cierto? Te preocupas por ella.
La delicada piel del hombre se veía algo más roja, si bien podía ser el reflejo de una lámpara encendida a lo lejos. Después de tantos años juntos, Roderich sentía cosas por ella, aunque no de la forma en que todos pensaban. Eran amigos, se preocupaban el uno por el otro. Cada fin de semana, ella iba a su casa para ayudarle con las tareas domésticas. Y cada vez que celebraban bailes en la Ópera Estatal, él le enviaba un vestido blanco, tan largo que sus pies parecían flotar.
— Somos amigos — murmuró al fin —. Nos conocimos cuando éramos niños, estudiábamos piano juntos en la academia.
— ¿Eres músico?
— Sí, yo...
— Yo también soy músico — la voz de Gilbert casi la infartó, ¿desde cuándo estaba despierto? — . Y no es por nada, pero soy el mejor.
— No me lo creo — contestó tn.
— ¿Qué, parezco un tipo que sólo sabe pelear? ¡Tengo un alma sensible! ¡Soy un artista!
— Todo lo que hacías era jugar con la escoba — suspiró Roderich — . Eso no es tocar.
— ¡Sí lo es!
— Chicos, esto es muy interesante, pero me voy a dormir. Muero de sueño.
— Descansa — contestó Ludwig. ¿También estaba despierto? — . Tú también Roderich. Mañana no quiero oír tus quejas.
— Que gruñón eres Ludwig — dijo Roderich.
— Lo dice el que aporrea el piano cuando se enfada.
(t/n) los oyó hablar desde su saco de dormir sobre instrumentos musicales, durmiéndose sin darse cuenta. Apenas cerró los ojos comenzó a soñar con conciertos de cuerda, vestidos elegantes y flores que esparcían su aroma bajo las cortinas de terciopelo rojo.
[— Aquí es — dijo el hombre — . Hay una chica muy guapa. Y un chico, ese es para ti, amigo. Bocazas y pendenciero, justo de los que te gustan.
— ¿Qué hacemos?
— Los esperaremos. Tarde o temprano saldrán y los atraparemos.]
Chapter Text
Despertar temprano no fue problema para (t/n), la noche anterior había dormido como un bebé después de comer hasta hartarse. A cada mordisco de chocolate, escuchaba un poco de los demás chicos, lo que le permitía imaginar sus vidas antes de la crisis. Roderich era músico de la orquesta filarmónica de Viena. También componía música para películas y documentales. Elizabeta era su secretaria, lo que explicaba que hiciera todo por él.
— (t/n), ¿podrías darme el café? Quisiera llevárselo a Roderich — dijo mientras empacaba la comida restante.
Al oírla, Gilbert arrojó la lata hasta la caja de cartón con puntería perfecta. Había servido en el cuerpo de defensa terrestre alemán, mientras que Ludwig estaba a punto de graduarse como ingeniero mecánico. Sólo faltaba que diera sus exámenes finales, así que técnicamente lo era.
— Oye, dejé las bolsas de basura en el bolso gris — indicó al albino, notando que él y su hermano juntaban la basura en un ordenado montón. Era una tontería, aunque ella también estaba acostumbrada a tirar sus deshechos en un basurero.
Los ojos de Vash no se despegaban de las armas, ni siquiera cuando la chica le daba el disolvente o paños para limpiarlas. Parecía obsesionado contando la munición disponible, como si calculara las cantidades necesarias para defenderlos. Recordó que le había dicho que los chicos iban a un pueblo que estaba a poca distancia.
— ¿Por qué tan amable, Vash? ¿Te gusta Elizabeta? — preguntó con ganas de molestarle. Su amigo se puso rojo y prefirió ignorarla. Pese a todo, le sorprendía gratamente que (t/n) estuviera de buen humor como para hacerle bromas. Era como si la habitación de pronto se iluminara.
— ¿Por qué sonríes tanto?
— ¿Yo...? Porque tengo ganas, creo. Subamos las cosas, ¿sí? Debe ser muy tarde.
Vash sacó un pequeño reloj de su bolsillo, uno muy viejo cuya correa de cuero estaba completamente parchada. (t/n) dudó que pudiera sacar algo en claro de aquel aparato.
— Bueno, podrá ser viejo como... olvídalo, no sé hacer metáforas — contestó mostrándole la hora — . Lo importante es que funciona. Son las doce en punto.
El automóvil no era demasiado grande, pero se las arreglaron. (t/n) conducía con Vash de copiloto mientras que demás se apretaban en el asiento trasero.
— Gilbert, no me toques ahí.
— ¿Por qué, te gusta?
— ¡No lo molestes!
— ¡Ya cállense, o los dejaremos acá!
— Por favor, Gilbert.
—Bruder... (hermano)
Todos se quedaron en silencio hasta que Gilbert volvió a abrir la boca.
— ...entonces ese idiota se enfadó porque según él yo hablaba en doble sentido y le dije "por qué no vienes y me lo pruebas, tonto". Salió corriendo como el cobarde que era. Oye (t/n), ¿puedo conducir? No vamos a llegar nunca.
— Pregúntale a Vash.
— ¿Vash, puedo?
— No.
— Ay, que pesado.
Era la clase de persona que hacía que el tiempo pasara rápido, sin forzar a los otros a hablar: las respuestas salían naturalmente de sus bocas. Para bien o para mal.
— ...entonces soy... como cuando eres bisexual, pero con tus manos. No sé si me entienden.
— ¿Ambidiestro? — rió (t/n) tras comprender lo que quería decir. A diferencia de Vash, Gilbert le parecía divertidísimo.
Aunque hablaba tan alto a veces que temía que los contagiados los hallaran.
No me sorprendería si lo hicieran, pensó al atropellar un cuerpo. Cada cinco minutos se topaba con montones de cadáveres malolientes que parecían resaltos de carretera. De todas formas lo que más le preocupaba era tomar el camino correcto, era una suerte que Ludwig fuera un buen guía. Se detuvieron en medio del bosque cuando el sol comenzaba a caer porque Gilbert no aguantaba las ganas de ir al baño.
— No vayas muy lejos — gruñó Vash cuando (t/n) lo apoyó —. Podrías necesitar ayuda.
— Claro que iré lejos, no haré eso aquí — murmuró avergonzada.
Las chicas fueron con ella, así que establecieron turnos. A (t/n) le tocó última. La ventaja era que podía tomarse su tiempo. Se puso tranquilamente en posición, preguntándose si aún quedaría chocolate con fresas.
Las ramas de los arbustos que la ocultaban comenzaron a moverse haciendo que casi cayera del susto.
— ¡Ah!
Resultaron ser unas ardillas que cargaban nueces en sus pequeñas patas.
— (t/n), ¿estás bien? — la voz de Lily se oía lejana, aunque sirvió para calmarla — . Escucho...
— Sí, estoy bien. Ya salgo.
Después de eso, tuvo la sensación de que algo andaba mal, aunque no entendía qué era.
— Oh, vi pasar un perro. Debió asustarlas — contestó Elizabeta cuando se lo comentó. Ya de vuelta, se encontraron con la sorpresa de que se quedarían a acampar.
— (t/n), trae la lona grande y dásela a Ludwig.
Vash parecía exhausto, y no era el único. (t/n) quería seguir, pero le parecía injusto pedírselo a los demás cuando no estaban en su mejor momento. Imaginó que sería bueno que alguien diera un vistazo al vendaje de su amigo.
— ¿Cómo está tu cabeza?
— Mejor — ignoró sus intentos de conversar, adentrándose en el bosque con una sierra de mano. De vuelta creó una estructura muy similar a una tienda de campaña junto a Gilbert, impresionando a (t/n) y a Roderich, los menos activos del grupo.
— ¿Te gusta acampar, Vash? — preguntó Elizabeta — . Esto quedó muy bien. Apuesto que también sabes cazar.
(t/n) casi se atragantó con su agua, pero el suizo se mantuvo sereno. Resultó tener una faceta que ella desconocía, una que amaba ahorrar, ganar dinero y hacer cosas gratis.
Y para su sorpresa, a Roderich también le gustaba el dinero.
—Junger Herr (señorito) es tan tacaño que cose sus calcetines en vez de tirarlos — contó gilbert sentándose junto a las chicas — . También cose otras cosas.
— ¡Por favor! — exclamó Roderich completamente rojo — . No digas esas vulgaridades.
— ¡Cosiste los de Ludwig!
No pudo contener la risa cuando Gilbert le contó al oído qué cosa era. Le pareció de lo más divertido oír todas las tacañerías de las que era capaz el señorito sólo por ahorrar un par de monedas. Cada una de sus preguntas era respondida con algo que parecía salido de la televisión.
— Sólo hice lo que haría un buen amigo. ¿Por qué no vas a hacer tu guardia en vez de molestarme, Gilbert?
Debatieron un largo rato sobre la conveniencia de encender una fogata mientras las chicas se trenzaban el pelo entre ellas. A (t/n) le aterraba atraer un grupo de contagiados, pero hacía demasiado frío. Supuso que mientras alguien vigilara todo iría bien.
— Primero vamos nosotros – dijo Gilbert — . ¿Quién va después?
(t/n) no oyó la respuesta, estaba quedándose dormida, absorta en el fuego. Pensó que la vida era más simple que antes, cuando tenía que preocuparse por tener buenas calificaciones, limpiar su casa, pasear a los perros del vecindario, salir con sus amigos, estudiar, llegar al trabajo. Había pequeñas cosas que debía tener siempre presente como llamar a sus padres y abuelos cada fin de semana, elegir prendas adecuadas para ir a clases, mantener una dieta balanceada ya que no tenía tiempo para el gimnasio... ¡tantas cosas! En cambio, en ese instante lo único que le importaba era seguir con vida, tener armas para protegerse, alimento para no desfallecer y algo que la transportase a casa.
Y alguien que cuidara su espalda.
Un grito la despertó horas después, el fuego seguía encendido. Algo grande y pesado cayó sobre ella, inmovilizándola. Tuvo miedo de que fuera un contagiado, pero las manos que apretaban su rostro y cuerpo no olían a sangre. ¡Era una persona sana!
— ¡Deja de retorcerte, maldición!
Apenas tuvo la oportunidad mordió su mano hasta hacerle aullar del dolor. Ignorando el sabor a sangre luchó para empujarlo. Lo golpeó con la pala que tenía junto a ella, agradeciendo haberse encontrado con ese camión. Era lo bastante pesada para derribar a su oponente sobre un perro.
Podía ver gracias al fuego que varias figuras forcejeaban a su alrededor, formando un tumulto. Un par de mujeres atacaba a Roderich con tanta violencia que estaba inconsciente. (t/n) descargó la pistola en la más fuerte una o dos veces. La más alta quiso quitarle el arma, pero tropezó con el cuerpo caído de Roderich. (t/n) pateó su cabeza hasta que algo la sujetó desde atrás, arrastrándola hacia el bosque.
— Me las pagarás, imbécil.
La pistola había caído de sus manos.
Todo estaba tan oscuro que lo único que veía eran las siluetas de los árboles. Todo era una pesadilla de la que no podía despertar, no podía gritar ni moverse. Ni siquiera comprendía lo que le pasaba, como si a quien se llevaban fuera otra persona.
— ¡(t/n)! — gritó una voz a lo lejos.
Al oírlo sintió que su cuerpo se descongelaba poco a poco. Notó que estaba temblando sin cesar, que las lágrimas caían de sus ojos a raudales. ¿Por qué no se había dado cuenta antes de que la arrastraban como a una muñeca de trapo?
— ¡Cierra la boca! — el hombre la depositó en el suelo para darle un par de bofetadas brutales cuando quiso contestar. Volvió a vargarla, quejándose de su peso mientras ella se maldecía por haber dejado caer la pistola. Trató de patearlo, de arañarlo, de morderlo, sin grandes resultados.
Cuando ya no podía oírse ruido alguno, llegaron al borde de un camino, frente a un grupo de motocicletas que relucían a la luz de la luna. Ella ni se enteró porque estaba demasiado aterrorizada, lo único que sabía era que debía liberarse y poner la mayor distancia posible entre ambos. Continuó debatiéndose a gritos hasta que fue empujada contra uno de los vehículos.
— Ahora me las pagarás, muchacho — gruñó atando sus manos por detrás con un cable. Luego se quitó un pañuelo y la amordazó.
Dejó de moverse al oírlo. ¿Muchacho?
— ...yw nw swy....
— Cierra la boca — gruñó mordiendo su oreja, apretando su cuerpo contra el suyo hasta que el cable se incrustó en sus muñecas —. Te voy a dar lo que mereces.
El cinturón de (t/n) estaba algo flojo, permitiendo al hombre meter la mano bajo su ropa interior. Acarició sus nalgas con cuidado, como si se regodeara en el hecho de estar abusando de alguien más débil.
— Eres un chico muy malo — gruñó moviendo su mano hacia adelante — . Deberías mostrarte cariñoso, o te va a doler. Tienes que... espera, ¿qué demonios?
Sacó su mano sorprendido, girándola hasta ver su cara. Desarmó la trenza que estiraba su piel, dejando que su cabello flotase libremente con el frío aire nocturno. Mirándola con ira sacó un cuchillo que apretó contra su mejilla, haciéndola sangrar. (t/n) supuso que era su fin.
Pero no lo era. El hombre fue violentamente apartado por Ludwig, que azotó su cabeza contra una de las motocicletas, asesinándolo instantáneamente.
— (t/n), ¿estás bien?
La chica lo abrazó mecánicamente.
No duró demasiado, porque las piernas de (t/n) la llevaron de vuelta al bosque con el chico siguiéndola. Un sujeto huía con Elizabeta en brazos, tal como el muerto había hecho con ella. Gilbert, Vash y Ludwig corrieron detrás de él.
Por su parte, (t/n) actuaba como si no dominara su cuerpo, demasiado abrumada para pensar. Como si fuera una cáscara. Un impulso la hizo correr hacia donde estaban las motocicletas estacionadas, llegando justo antes que el hombre.
— Suéltala.
Quitó el seguro al arma, dispuesta a dispararle. El hombre apartó el largo cabello marrón de Elizabeta para poner algo brillante contra su cuello.
— ¿Quieres que esta muñeca siga viva?
Mantuvo el arma en alto, aunque dudaba. No quería que dañaran a su amiga.
— Mejor deja que me vaya, me llevaré a tu amiguita a...
Un disparo le hizo caer al suelo, arrastrando a Elizabeta. (t/n) corrió para ayudarla a levantarse mientras el hombre lloraba a gritos. Vash enfundó su rifle tras indicar a los otros dos que llevaran al sujeto al campamento.
— ¿Elizabeta, estás bien? ¿Te hirió? — preguntó asustada. De pronto, el recuerdo de lo que le había hecho el otro hombre volvió a su cabeza —. ¿Te hizo algo?
— Sólo me golpeó cuando peleábamos.
Recordó lo que le había pasado y un gemido salió de su boca al comprender que ambas habían estado a punto de correr la misma suerte. Adoloridas y exhaustas se apoyaron entre sí para volver, ninguna de ellas quería hablar de lo mal que se sentían.
Al volver, se dio cuenta de lo desordenado que estaba todo. El fuego estaba apagándose, dejando ver que muchas de sus cosas estaban estropeadas. Un perro lamía las heridas de un hombre pelirrojo, atado de espaldas a una chica. Ambos yacían inconscientes.
— Bien hecho, Lily — dijo Vash. La chica sonrió, terminando de vendar la cabeza de Roderich.
Los hermanos arrastraron al hombre que hipaba débilmente junto a los otros. La pernera de su pantalón estaba manchada de sangre y polvo del camino. Vash tomó una botella de refresco que vertió en las caras de los durmientes. La chica no despertó. Debía estar muerta.
— ¿Por qué nos atacaron?
Nadie contestó. Vash sacó el cortaplumas tras quitarle los zapatos al pelirrojo. Eligió la pluma más fina y la metió por debajo de una de sus uñas hasta que abrió la boca.
— ¡Espera! Por favor, no me hagan nada. ¡Él me obligó! ¡Me engañó! – intentó arrastrarse hacia ellos, pero Vash puso la punta de su bota sobre su cabeza.
— ¿Cómo que te engañó?
— ¡Pedazo de mierda traicionero! — lloró el atacante de Elizabeta —. ¡Nadie te engañó, tú querías tirarte al chico! ¡Tú y el otro idiota al que trajiste!
— ¡Dijiste que sería pan comido! ¡Mira como estoy!
— ¡Yo estoy peor!
— ¿Qué chico? — preguntó Vash dejando que respirara.
El hombre se quedó mudo. El suizo esperó un par de minutos antes de quitarse la camiseta, develando que usaba una sin mangas debajo. Sus brazos estaban cruzados de cicatrices de todos los tipos, como un testimonio vivo de su pasado y de lo que solía hacer. Puso la prenda que se había quitado encima del rostro del hombre y comenzó a arrojarle líquido.
— ¡No te diré nada!
Quitó la camiseta húmeda del rostro. Tomó un arma de electroshock que (t/n) reconoció como la de Lily, quien miraba a su hermano con miedo.
— ¡Espera, espera! ¡Te lo diré, es ese de allá! ¡No lo hagas!
Movió su cabeza hacia (t/n), quien no alcanzó a procesar el momento en que Gilbert se adelantó para golpearlo con fuerza.
— Así que te gustan los chicos jóvenes, ¿eh? Deberías pedir perdón de rodillas por ser una mierda.
— ¡Ustedes no entienden!
— ¡Ni siquiera es un chico, imbécil!
— Ya basta — la frialdad en la voz de Vash los calló, parecía que el aire se había congelado —. Muévete.
Con total indiferencia, comenzó a dar descargas eléctricas hasta que el aire comenzó a apestar a carne asada. El hombre comenzó a convulsionar, como si tuviera un ataque cardíaco o algo similar.
— ¡Ya basta, lo matarás! — gritó Elizabeta.
(t/n) no dijo nada, su mente volaba lejos, pero una parte de ella se enfadó. ¿Por qué la chica defendía a sus atacantes? Vash la ignoró para acercarse al otro hombre.
— ¿Cuántos de ustedes eran?
— Sólo nosotros — contestó en voz baja —. Por favor, yo..
Sus súplicas fueron inútiles. También recibió descargas eléctricas, pero no tantas como el otro hombre. Quedó semi inconsciente.
— (t/n), trae la miel
La chica obedeció, hipnotizada por el dolor del hombre. El chico frente a ella no era Vash, sino el mercenario suizo. Alguien a quien no sería inteligente desobedecer.
[Ambos cuerpos fueron arrastrados hasta un claro, lejos del sitio en el que estaban. Vash los soltó, apreciando el trabajo que había hecho con ellos. Decenas de cortes profundos untados en miel se extendían desde sus muslos hasta sus tobillos, que comenzaban a llenarse de insectos.
— Esto es lo que merece un hombre como tú — musitó asegurando los nudos que les impedirían moverse. Si tenían suerte, se desangrarían antes de que los encontraran los contagiados o algún animal salvaje. Los mosquitos comenzaron a picarle, lo que le empujó a alejarse.
— ¡HIJO DE PERRA!
Vash no se dignó a mirarlo siquiera. Estaban esperándolo.]
Chapter Text
Tan profundo era el silencio que sólo se oían las hojas crujiendo en la hoguera que Ludwig intentaba mantener con vida. La protegía del viento que desnudaba los árboles mientras los demás se inclinaban hacia el calor.
— Entonces...
Un súbito movimiento hizo que (t/n) descubriera a Lily temblando junto a ella. Huellas de lágrimas surcaban su cara tímida y de vez en cuando miraba al suelo como si quisiera contenerlas.
—... ¿Vamos a ignorar lo que pasó?
Estaba algo oscuro, por lo que le costó identificar de quién provenía la voz.
— ¿Qué cosa, Roderich? — preguntó Elizabeta.
— Ya sabes. De lo que él hi...
— Oye, trae algo de beber — interrumpió (t/n) temiendo sus palabras —. Buscaré las mantas.
No se dio cuenta de que abrazaba a Lily hasta que los brazos le comenzaron a doler.
Milagrosamente, Roderich no la cuestionó. Estaba tan asustado que sólo quería fingir que todo era normal. No estaba demasiado seguro de lo que había sucedido cuando estaba inconsciente, por lo que se limitó a repartir cajas de zumo de uva entre los demás mientras las chicas ponían las mantas en el suelo. Aunque el cielo seguía siendo oscuro poco a poco se iluminaba, con lo que podían ver sus cuerpos claramente. Ludwig se estremeció.
— (t/n), Ihr Gesicht...(tu rostro)
La suciedad se acumulaba en su cara haciendo que se viera peor. Lily la limpió con rapidez, evitando romper la costra que se estaba formando.
— ¿Te lo hizo...?
— No es nada. Sólo un rasguño.
(t/n) temía que le preguntaran cómo estaba, qué había pasado, si necesitaba ayuda.
— Pero...
— ¿Ustedes están bien? Sus caras se están hinchando.
La delicada piel de Gilbert mostraba varios puntos azules y amarillentos que pronto se pondrían morado oscuro, Ludwig tenía un par de uñas rotas. Las manos deben dolerle a rabiar, supuso mirando las suyas, despellejadas y con las muñecas marcadas por el cable con el cual las habían atado.
El vendaje en la cabeza de Roderich estaba limpio, impoluto.
— Elizabeta, ¿por qué no vas a dormir? — la voz de (t/n) sonó más quebrada que de costumbre —. Tú igual Lily, nosotros esperaremos a Vash. Te avisaré cuando llegue, ¿sí?
— Oh... está bien — concedió la húngara. Después del miedo sólo quedaba el cansancio, estaba a punto de caer al suelo y quedarse dormida —. Vamos, mein Lieber (querida).
Apenas transcurrieron diez minutos cuando (t/n) decidió dirigirse a los demás.
— No vuelvan a hablar de lo que pasó. Y no digas nada malo de Vash. Menos frente a Lily. ¿Oíste, Roderich?
El aire ofendido del hombre hizo que perdiera la compostura en dos segundos, lo que pareció enfadarlo aún más.
— Sólo dije lo que opino.
— Nadie te preguntó.
— ¿Estás ciega? ¡Torturó a esos hombres! ¡Los matará!
— Roderich — Gilbert supo que su amigo abriría la boca, pero no pudo evitar la tragedia.
— ¿Y qué quieres, que les hagamos un funeral? ¿O querías perdonarlos? — el sonido agudo de su voz delató lo nerviosa que estaba —. Eso no te lo crees ni tú. ¡Nos atacaron!
— ¡És un peligro para esa niña! ¡Y para nosotros!
— ¡Es su hermano! ¡Nos salvó la vida!
— ¡Es un asesino!
La bofetada cruzó el rostro pálido del vienés sin que la viera venir.
— Repítelo.
— Es un... — no alcanzó a terminar la oración porque antes de que comprendieran lo que pasaba, la chica metió la pistola en su boca como había visto en una película. Los indignados ojos azules terminaron la oración. "Asesino".
[Una cómoda sala de estar, no demasiado lejos, no demasiado cerca]
— ¿Más galletas?
Matthias asintió con todas sus fuerzas. (t/n) se parecía mucho a su madre.
— ¿Y cómo conociste a nuestra niña? ¿En la universidad?
Aunque tenía la misma expresión inquisitiva de su padre, esa mirada que lo dejaba sin aliento. No en un sentido romántico, sino que le daban ganas de salir corriendo por su vida.
— La asusté y me golpeó con una rama. Casi me rompe un diente.
No le fascinaba mentir, pero sabía que (t/n) no querría que se preocuparan por ella. Entre omisiones y medias verdades, pudo hilvanar una historia decente, evitando hablarles del peligro. Con cada cosa que contaba, los labios de la madre de (t/n) dejaban salir sonidos cristalinos que se convertían en carcajadas que la dejaban sin aire. Sonaba como una foca.
Definitivamente tenían la misma risa.
— Me gusta — farfulló mientras metía una de las galletas en su boca. Cuando (t/n) reía era como si estuviera cómoda en su presencia. Como si estuviera feliz. Y eso le hacía feliz. Le gustaba cubrirle las espaldas.
— Perdona, ¿qué dijiste? Estaba distraída.
Rayos.
— Mastica con la boca cerrada, tonto — criticó Lukas golpeándolo con el codo. Como siempre, le estaba salvando el trasero.
— Lo siento. ¡Es que estas galletas son geniales! Que bien que los demás se quedaron en casa.
Matthias no vio venir el pellizco que lo hizo chillar.
[Bosque, no muy lejos de la civilización]
El semblante de (t/n) estaba encendido por la ira. Al instante se arrepintió de mostrarse tan violenta, aunque la mirada desafiante la incitaba a continuar.
— (t/n), por favor — Ludwig se acercaba con cuidado temiendo que, si la asustaba, mataría a Roderich. Gilbert puso su mano sobre la pistola mirando sus ojos. No pasaría nada, en su experiencia la gente disparaba primero y preguntaba después. Tal vez disparase por accidente si eran bruscos, pero confiaba en su maduro hermano pequeño para tranquilizarla -. Debemos permanecer unidos, aunque tengamos roces. Somos personas civilizadas.
El tiempo pareció detenerse un par de minutos, hasta que (t/n) retiró la pistola. Le era imposible sostener la mirada de los hombres sin llorar por la vergüenza de ser tan impulsiva.
Y si lo pensaba, no tenían culpa de tener un amigo tan odioso.
— Si vuelves a hablar mal de Vash te disparo — enfundó el arma antes de girar —. Y ellos no van a detenerme.
— ¿Crees que podrás? — contestó Roderich casi burlón.
— Cállate — contestó la chica. No estaba de humor para contestar, pero aun así giró —. Tampoco podrán protegerte para siempre.
La amenaza quedó flotando en el aire mucho tiempo después de que se fue a dormir. No quería despertar a las chicas, por lo que cogió un par de mantas que se acurrucó junto a una de las ruedas y lloró en silencio.
Cubrió su cabeza con la más delgada mientras controlaba su respiración. No quería que vieran sus lágrimas, pese a que en un momento como ese habría sido de lo más normal. ¿Qué persona no lloraría tras ser expulsada de su casa por la amenaza de cadáveres que habían devorado a sus amigos, sólo para ser atacada por depredadores sexuales? Tenía todo el derecho del mundo a llorar por sus circunstancias, pero no lo hacía por ello. Lo hacía porque no se soportaba a sí misma. Quería desgarrar su rostro y liberarse de su cuerpo para no tener que estar allí. Quería dormir y no volver a despertar.
— Quiero volver a casa — murmuró para sí misma antes de dormirse.
Quiero volver a casa, pensaba Gilbert limpiando sus botas. El ritual de mantener su ropa en perfecto estado lo tranquilizaba, era como volver a ser un recluta primerizo. Notó que Vash se lavaba las manos a su lado cuidadosamente, quitándose la miel de las uñas. Era silencioso.
— Tienes entrenamiento militar, ¿cierto? — Gilbird salió del nido que había hecho en el bolsillo de su abrigo y saltó a las botas de Vash —. ¿Tirador? Se nota por tu forma de caminar. ¿Qué rifle es este, un Barrett? Por cierto, yo que tú no me acerco a (t/n). Está de malas.
— M95, alcance de 1,8 — contestó Vash sin ganas —. ¿Por qué está de mal humor?
— Estaba defendiendo tu honor, creo que le gustas. Mira, también le gustas a Gilbird, eres un rompecorazones.
La broma hizo que el rostro de Vash enrojeciera tanto, que Gilbert lo tomó como una señal de que le gustaba la chica. Procedió a contarle la pelea con lujo de detalles para regocijarse en su vergüenza.
—...nunca había visto que alguien le hablara así al señorito, deberías haberlo visto. Y cuando Eli despierte... Bueno, en cualquier caso no te lo tomes personal, él es así. Se la pasa gruñendo, pero es un buen tipo en el fondo y...
— Lo que sea — interrumpió para evitar cualquier mención de (t/n). Sin mediar más palabras, comenzó a envolver las armas más brillantes con restos de arpillera, trapos o lo que encontraba.
— Ojalá pudiéramos bebernos una buena cerveza ahora mismo — suspiró el albino escarbando la tierra para que Gilbird se alimentara de los insectos —. Una bien helada. Dar veste an dieser Jahreszeit ist, dass Getränke die drauβen stehn von selbst gekühlt werden. (lo mejor de esta época del año es que las bebidas que están afuera se enfrían solas)
—Ich kann auch Deutsch. (yo también puedo hablar alemán) Cállate. — bufó Vash al oírle. Se alejó para sacar las bolsas de basura del vehículo y un bulto lo hizo tropezar. Es (t/n), descubrió al oír un par de quejidos. Seguía dormida incluso tras el movimiento.
— Oye, ¿la movemos? — Gilbert asomó la cabeza sobre su hombro —. Parece incómoda.
— Yo la llevaré.
— Oh, vamos, no me molesta. Te echo una mano.
En su interior, Vash admitió que era una buena idea, (t/n) pesaba más que antes. Estaba casi seguro de que era por la comida basura, Lily también había subido un poco de peso. Él mismo habría tenido algo de barriga de no acarrear tantas cosas. También podía ser el estrés.
— No le digas que nos costó — propuso Gilbert resoplando —. Las chicas se ponen sensibles si les dices que están pesadas.
Gilbert no recibió más respuesta que un gruñido afirmativo mientras la ponían sobre un par de mantas frente al fuego. Sus estómagos rugieron, era hora de desayunar.
— Despierta a las chicas para que cuiden a (t/n) — musitó Vash —. Quiero que tú y Ludwig me acompañen.
Guiándolos a través del bosque, se preguntaba si serían de confianza. Ludwig estaba bien, aunque el albino era algo estridente. Demasiado energético. Sin embargo, no podía hacer todo solo.
— Saquemos el combustible de las motocicletas para el coche — ordenó al llegar al claro donde se había estacionado la banda —. Revisen todo y no dejen nada útil.
— ¡Llevemos una! — suplicó Gilbert antes de que las tocase —. Así podemos meter más cosas en el coche.
(t/n) había usado la motocicleta del chico inglés, por lo que Vash estuvo de acuerdo, seguro querría usarlas. Ludwig también quería una.
— Llevaremos tres y vaciaremos el resto.
Al volver, asustaron a los demás con el sonido de los motores, excepto a (t/n). Estaba envuelta en las mantas como un croissant y rehusaba levantarse cada vez que Elizabeta la remecía.
Veinte minutos después, varias salchichas se doraban sobre una parrilla portátil junto a una pequeña tetera. Ludwig las habías hallado mientras revisaban los objetos de la pandilla de motociclistas, que parecían moverse a través de la carretera asaltando a personas más débiles. Tenían muchas más cosas que ellos, incluso algunas drogas que el alemán quiso tirar. Vash fingió que lo hacía, pero se reservó un par de jeringas pensando en dárselas a tn.
— ¿Qué es ese olor?
Elizabeta tenía en la mano un panecillo con una delgada lámina de queso y tomate. Preparó todos los que pudo, repartiéndolos en partes iguales. Sólo poniendo uno frente a la nariz de (t/n) pudo despertarla.
— Hora de desayunar — contestó sonriéndole —. ¿Cómo te sientes?
(t/n) notó enseguida la abundancia de objetos nuevos. Al oír cómo los consiguieron sintió algo de rabia, ¿por qué nadie la había despertado?
Aunque hubieran tenido que patearla.
No hizo escándalo porque, pese a lo enfadada que se sentía, los alemanes y Vash habían conseguido varias cosas útiles. Incluso algunas cosas que asomaban de los bolsillos del abrigo verde, una jeringa. ¿Medicina o droga? Lo mejor eran las motocicletas, no tendría que ver la cara de Roderich.
— Bueno, ¿podría alguno pasarme el café?
Dejó la lata en el suelo junto a su pie, sintiéndose algo mejor tras alimentarse. Le dolían las muñecas y la mejilla, cuyo vendaje flojo estaba marrón por la sangre seca. Le picaba demasiado y no pudo evitar rascarse.
— No hagas eso — gruñó Vash —. Lo infectarás.
— Es difícil no rascarse — sonrió Elizabeta dándole una botellita —. Ponte esto, me ha servido para los mosquitos. ¿Cómo le dices, sábila?
— Sólo gel. Gracias — contestó mientras aplicaba una gruesa capa en la piel alrededor que, si bien no solucionó el problema, la ayudó a dejar de rascarse.
Roderich miró a (t/n), que tocaba el sándwich que le habían dado sin lavar sus manos. Sólo las había limpiado con toallitas antibacteriales. Y luego había recogido un bombón del suelo que desenvolvió y tragó. Lo estaba haciendo a propósito, era obvio por los ojos divertidos que lo espiaban bajo sus espesas pestañas. Intentó no pensar en los gérmenes que estaba introduciendo en su cuerpo, no tenía nada que ver con él.
— Elizabeta, ¿podrías prepararme un café, por favor?
— (t/n), ¿puedes darme el café?
Al ver que su mano sucia se acercaba a la lata, Roderich quiso correr, pero sabía que era lo que ella quería. ¿Por qué tenía que ser tan conflictiva? Dudó entre ignorarla o no.
— Aquí tienes, Elizabeta.
Su amiga preparó rápidamente el café cargado, tal como a él le gustaba. Sin azúcar. Su corazón comenzó a latir rápidamente, pero tragó. Su garganta ardía al sentir todos los organismos que se introducían en su cuerpo.
— Parece que le gustó ese café — rió la chica sádicamente.
No bien terminó de hablar cuando algo cayó sobre el austríaco. Los motociclistas, fue el primer pensamiento que congeló a (t/n) en su lugar hasta notar que era uno de esos cuerpos putrefactos que supuraban pus de sus heridas abiertas, excremento por todas partes y una especie de vómito verdoso que cubrió parte del abrigo azul.
— ¡Ayuda!
Vash era el único que tenía un arma, apuntaba, pero Roderich no dejaba de moverse. Ni el mejor francotirador habría podido disparar bien, sin contar que los gritos lo enervaban. (t/n), que comprendía mejor a su compañero, gritó lo que este quería decir antes de que los demás lo arruinaran.
— ¡No toquen eso que sale de su boca!
Ludwig y Gilbert sujetaron al rabioso cadáver en tanto ella empujaba a Roderich lejos, sintiendo una perversa satisfacción al ver como se ensuciaba. Le quitó el abrigo, arrojándolo contra el cuerpo que no dejaba de forcejear. Notó una sustancia viscosa en sus manos.
— Elizabeta, trae algo de agua para quitarme esta cosa.
— Claro.
Tras terminar con el agua, le pidió que le pusiera algo de alcohol líquido en las manos. Apenas oyó el sonido del cráneo roto, Vash lo había destruido con la pala. De reojo, notó que Roderich parecía algo descompuesto, y totalmente desdichado por tener la ropa sucia. Sintió pena.
— Oye, ¿estás... bien?
— Gracias —contestó arreglando sus anteojos.
Gilbert tomó el cuerpo y sin gran esfuerzo lo arrojó lejos del lugar. (t/n) no se había fijado en lo fuerte que era y tuvo un poco de miedo.
— ¿Dónde está exactamente su pueblo? — preguntó para cambiar el ambiente?
— No muy lejos de aquí. Llegaremos en medio día, un día máximo — contestó Ludwig. (t/n) les mostró su mapa, en el cual marcaron el lugar exacto donde estaba su casa, frente al salón de té alemán. La chica se relamía pensando en la comida mientras subía a su motocicleta.
— En marcha — indicó Vash tras encender el motor.
Conducía el coche mientras (t/n) y los hermanos le seguían en las motocicletas. No pasó demasiado tiempo hasta que se encontraron en un espacio abierto, una carretera desde la que podían ver algunos edificios lejanos. Mirado desde el punto de vista de la comodidad, era una suerte que la banda de ladrones los hubieran atacado. No seas idiota y conduce, se dijo a sí misma mirando por el espejo retrovisor.
Una mancha oscura se hacía cada vez mayor.
[El Parlamento era culpable de la muerte de sus padres. Allistor tenía razón.]
Chapter Text
La mancha en el espejo retrovisor se hacía más y más grande. El coche aceleró, dejando espacio a las motocicletas, pero era muy tarde. Los contagiados pisaban sus talones.
— ¡Por la derecha! — gritó Gilbert.
Una avalancha de cuerpos se abalanzó sobre (t/n), quien al esquivarlos pasó tan cerca de Ludwig que estuvo a punto de chocar con él.
— ¿(t/n), estás bien?
Fue lo último que escuchó del albino antes de que los árboles lo engulleran. En el caos se sentía perdida, los contagiados aparecían unos tras otros como si esperaran por ellos. Uno particularmente rápido la atacó, obligándola a moverse de forma tan brusca que se vio desestabilizada. Cayó, perdiendo de vista su vehículo.
— ¡Mierda! — al azotarse contra las piedras del camino, se convirtió en el centro de atención de todos a su alrededor. Ludwig se movió con rapidez, subiéndola a su motocicleta, cuyo ruido atraía a los contagiados, además del calor que emanaban y de los chillidos que salían de la boca de (t/n).
Poco antes de alcanzar un conjunto de pequeñas casas se oyó un ruido estrepitoso que les hizo descubrir que una rueda estaba pinchada.
— Debemos parar — musitó el alemán frenando gradualmente. Ya no podían usar el vehículo pero al menos estaban a poca distancia a de los setos que delimitaban el lugar — . Toma lo que puedas y vamos. Gilbert irá a casa. También nosotros.
— ¿Ya llegamos? ¿Y qué pasará con los demás?
En menos de un minuto sacaron lo poco que llevaban en el maletero, llenaron sus bolsillos y una mochila pequeña que llevaba Ludwig. Caminaron sin detenerse hasta traspasar los pequeños árboles, sin hacer comentarios ni ruido al ver acercarse un par de contagiados.
— Roderich ha venido antes, le dirá a Vash que venga. Es lo más probable, sólo espero que no se pierda — murmuró al cabo de un rato —. Nosotros tendremos que seguir a pie.
Tenía razón, claro. (t/n) le siguió como un cachorrito hasta que ya no pudo más.
— Oye, ¿podemos ir más lento? Me duelen los pies.
Hacía largo rato que se quedaba atrás. Ludwig también estaba cansado. Iba al gimnasio todos los días para mantenerse en forma, pero siempre se alimentaba bien antes y después de un trabajo duro. Al notar que (t/n) no dejaba de tropezar con sus propios pies comprendió que no podría seguirle el ritmo, así que decidió obedecerle, hasta que un montón de chatarra les detuvo.
— Esto parece... no sé, un accidente múltiple — musitó la chica. Estaba algo confundida y los ojos le dolían por la luz rebotando en el pavimento.
— Quédate acá. Yo iré a revisar.
El alemán rogaba que la estructura no cediera bajo su peso, ya que necesitaba ver qué había del otro lado. Necesitaba tomar ese camino, era el más rápido para llegar. La otra opción era dar la vuelta al pueblo y (t/n) no resistiría la caminata. Dudaba que él mismo pudiera hacerlo.
— Son demasiados.
Tenía que admitir para sí mismo que, aunque (t/n) estaba fuera de forma, era bastante rápida. Al menos para alguien que no parecía demasiado en forma.
— ¿Por qué subiste?
— No importa. ¿Cómo me ibas a explicar eso?
Indicó con su dedo a decenas, cientos de cuerpos con la tez negruzca. Era de lo más extraño. Algunos tenían ampollas ensangrentadas, otros eran apenas sacos de huesos cuya piel traslúcida parecía papel. Sin importar su tono de piel — blanco, negro, moreno, rosáceo, amarillento —, todos compartían un extraño rubor negro que los uniformaba. Tampoco se movían.
— No sé, pero debemos ir en esa dirección — admitió Ludwig sin sentimiento —. Mira a tu derecha.
Una jauría de perros flacos peleaba cerca suyo por un montón de huesos . Al notar a uno de ellos arrastrando lo que parecía ser una pierna, estuvo a punto de vomitar. (t/n) tragó el sólido semiácido que subía por su garganta para concentrarse en lo que Ludwig quería decir.
- Ellos... no se mueven aunque los toquen.
Dos o tres perros luchaban por lo que parecía ser un brazo, chocaban con los cadáveres sin consecuencia alguna. El más grande de los animales saltó sobre sus rivales y empujó a varios de los contagiados, derribándolos como sacos de patatas. El objeto de la disputa fue cogido por el tercer perro, que huyó seguido de varios más, todos ellos rozando los cuerpos. (t/n) jamás había visto cuerpos tan inertes, ni siquiera al conocer a Matthew.
— Tenemos que pasar entre ellos — Ludwig la miró sin emoción —. ¿Tienes miedo? Es arriesgado. pero no hay más opción.
Claro que tenía miedo. Apenas había espacio para que una persona se moviera sin tocarlos. ¿Y si reaccionaban a la química de su cuerpo de forma diferente?
— Claro que no. Adelante.
Al bajar, algo hirió la mano de (t/n), que soltó un par de maldiciones en voz baja. Intentó ocultar la herida antes de que Ludwig se preocupara por ella. Se limitó a vendarla con el pañuelo que encontró en su bolsillo. Es el pañuelo de Vash, suspiró al pensar en él. ¿Cómo estaría?
Avanzar en silencio era tan difícil que le dolían los músculos. Sólo sentir el olor de la carne putrefacta le daba náuseas, terror, no tenía siquiera el consuelo de cerrar los ojos. Temblaba como una hoja, agradecida de que el alemán fuera delante suyo porque así no podía verla, notar que su visión estaba borrosa y que le costaba respirar.
Todo iba bien hasta que uno de sus pies se desestabilizó, haciéndola caer hacia adelante. El dolor en sus palmas y en el rostro la hizo despertar de su entumecimiento.
— (t/n), ¿estás bien? — Ludwig apenas se atrevía a alzar la voz, también le asustaba verse en medio de los contagiados. Pero era el único camino. Sabía por las cartas de su padre que muchos sitios estaban intervenidos por los trabajos mineros y químicos: grandes agujeros en el suelo, ríos de material con sedimento y terreno inestable que podía tragarlos como arenas movedizas eran lo único que podían esperar. Se dio cuenta de que la chica llevaba un pañuelo teñido de rojo en su mano —. ¿Quieres... que te lleve en brazos? Hay que limpiar esa herida.
— No, gracias, puedo sola — (t/n) ató la tela con rabia, no entendía por qué le pasaban tantas cosas estúpidas. Al ver el rostro compungido de Ludwig sintió algo de vergüenza por desquitarse con él. Había notado que le costaba comunicarse y seguro le costaba más que a ella vencer esa timidez asfixiante que a veces escapaba de su control —. Es mejor que no te canses por si tenemos que correr, pero gracias. En serio.
Tras levantarse con rapidez, para que Ludwig no viera que tenía ganas de llorar, continuaron en silencio, agradecidos no poder verse las caras. Ludwig frotó su cuello como si así pudiera eliminar el rubor que subía a su rostro.
— No creo que lleguemos a casa antes de que anochezca — musitó al dejar los cuerpos atrás.
— Hay muchos y están por todas partes. Tenemos que conseguir refugio y comer algo. Sólo tomamos el desayuno.
— Tienes razón. Vamos a pasar la noche aquí.
Mostró un pequeño parque cuya verja mostraba una gigantesca placa dorada que le provocó escalofríos.
— ¿Estás loco? ¡Es un cementerio! ¿Y si algo... no sé, aparece?
Sonaba tonto, sentía cierto terror supersticioso. Conocía decenas de películas en las que los cadáveres salían de sus tumbas comiéndose a cualquier persona que se les ponía en frente, hasta animales, o esa del gato que se convertía en demonio...
— Todos concuerdan en que buscan cuerpos cálidos, que se mueven y hacen ruido — contestó sucintamente —. Los cadáveres no hacen eso. Porque están muertos desde antes.
(t/n) admitió para sí misma que era razonable, aunque le daba mucho miedo. Agradeció internamente que Ludwig tuviera más sentido común que ella.
— ¿Puedes abrir la reja?
Podía. El lugar estaba vacío, ni personas ni contagiados se dejaban ver. Tras el susto inicial, (t/n) notó que las tumbas eran en su mayoría muros anchos donde se depositaban los féretros o las urnas. Cenizas. Vagaron hasta encontrar un pequeño conjunto de mausoleos de diferentes tamaños, decorados con esculturas y plantas tan hermosas que parecían más bien parte de un jardín botánico. Aunque a (t/n) le habría gustado elegir uno muy bonito ,rodeado de flores muy hermosas, Ludwig forzó la entrada principal de uno de los más pequeños, uno que tenía dos salidas.
— Nadie debería molestarnos — Ludwig arrastró unas latas de zinc abandonadas y bloqueó una de las puertas, la más grande. Mirándolo bien, el espacio era casi tan grande como el de su habitación, lleno de flores secas con olor dulzón y velas derretidas que pudieron encender después de tapar cualquier punto que pudiera emitir luz.
Revisaron sus pertenencias. Ludwig tenía una botella de agua llena, chocolatinas varias y latas de fresas en almíbar que pudo abrir con un cuchillo y una piedra. (t/n) tenía algunos objetos útiles. Y la radio. Sintonizó una estación, la mayoría eran personas buscando a desaparecidos. Louis. María. Fidel. Isis. Tarkan. Chris. Raj. Xiao Mei. Manuel.
—...Manuel, boludo, se armó el quilombo. Estoy en el laburo, cheto de mierda, vení a recogerme o me van a matar, la mina que hace los rogeles casi me come...
— Estoy harta de las frutas en conserva — gruñó la chica apagando el aparato. El chico que hablaba la estaba dejando sorda, debía estar nervioso. Pobrecillo —. Deberíamos comer un poco y guardar algo para mañana. Al menos hasta que encontremos algo.
— Estoy de acuerdo. ¿Quieres chocolate? No me molestan las fresas.
— No, cómetelas. Cuando vuelva a mi casa, no voy a comer fruta en lata. Nunca más.
— ¿Nunca?
— Ni siquiera en pasteles — rió abriendo su lata —. Bueno, sólo en pasteles. Mi mamá hace muchas tartas y cuando llegue seguro querrá cocinar una y...
No pudo terminar la frase. En cambio, metió la mano en su lata y con los dedos manchados de almíbar comenzó a introducir fresa tras fresa en su boca.
— La extrañas, ¿cierto?
— No tienes idea. Podría llamarla ahora mismo, pero le dije que sólo lo haría en emergencias, pero no me atrevo. Se asustará mucho si me escucha. Creo que nunca... nunca le dije que la quería. Y si me pasa algo, nunca lo sabrá. Ni mi padre. Y quizás se pregunten qué me pasó hasta que alguien encuentre mi cadáver...
Sus ojos se pusieron húmedos y bajó la vista incómoda. Quería llorar, pero le avergonzaba hacerlo frente a otra persona.
— Seguro lo sabe.
— ¿Tú crees?
— Mi madre siempre sabía exactamente lo que sentía . No importaba que lo negara. Apuesto que tu madre sabe lo que sientes y seguro siente lo mismo por ti, y te está esperando.
— Nunca he sido muy buena para decir lo que siento. Me habría gustado decirle que la quiero y... rayos, soy de lo peor, tú también vas a tu casa — la consciencia de su egoísmo la hizo estremecerse —. Gilbert me dijo que su padre vive aquí. Espero que... bueno, ya sabes...
— Supongo que hay posibilidades de que haya muerto. Deseo que no, pero soy realista. Aunque sé que él sabía que lo queríamos, igual que nuestra madre. Los padres saben esas cosas.
— Pero cuando la gente que quieres no está, te arrepientes de no haberlo dicho antes. Ojalá me atreviera a decirlo, pero cada vez que lo pienso es como si creyera que me voy a morir o algo. ¿No te pasa lo mismo con Gilbert ahora que no está?
— Si lo viera quisiera decirle que es el mejor. Tal vez decirle que lamento haberle golpeado.
— ¿Golpeabas a tu hermano? — preguntó con una mirada reprobatoria —. ¡Eres mucho más grande que él, podrías haberle roto un hueso!
— Más bien lo intentaba — admitió poniéndose rojo —. Cuando niño me molestaba por cualquier tontería, así que peleábamos mucho. Yo lo golpeaba, pero él me abrazaba hasta que tenía que aceptar que no podía con él.
(t/n) se rió a carcajada limpia, tanto así que llegó a sacar una sonrisa a Ludwig.
— Bueno, eso suena razonable.
— ¿Tienes hermanos?
Mis amigos son mis hermanos, quiso decir. Pero los abandoné. Hui para salvar mi vida. Ni siquiera me tomé la molestia de buscarlos. Oh, espera, sólo a uno que vivía en el camino. Y era tarde.
Por supuesto, no podía confesarlo. Sentía que su pecho estaba algo apretado y no era por las bandas deportivas que usaba, sino por la personas que conocía y había dejado atrás. Su mecanismo de defensa era evitar los sentimientos fuertes por otras personas: estaba acostumbrada a apartarse de los demás, aunque la idea de haberlos abandonado penetró en su cabeza rápidamente.
— No.
Durmieron sentados espalda contra espalda sin pensar siquiera en la posibilidad de que el otro decidiera tomar ventaja de la situación. Ambos estaban asustados del otro, pero tan cansados que el cansancio los dejó en una especie de coma hasta bien entrado el día siguiente.
— (t/n), hay alguien afuera. Quédate aquí.
Una maldición ahogada había despertado al alemán y antes de que la chica pudiera pensar siquiera, salió a buscar la fuente del sonido. (t/n) comenzaba a preocuparse cuando un grito femenino la hizo levantarse. Empuñó la pistola poco antes de que un bulto cayera frente suyo. Los ruidos espasmódicos le hicieron saber que era una persona y no un objeto.
—Guarda che palle ha quello stronzo (mira las bolas de ese hijo de puta) — Ludwig entró con un chico a rastras, que pataleaba mientras trataba de soltarse de su agarre de hierro —. ¡Te partiré la cara figlio de putanna (hijo de puta)!
— Por favor no me maten, soy buena persona, yo no quería interrumpir, lo juro, lo juro, lo juro. ¡Sólo estábamos pasando!
— ¡Cierren la boca, nos van a descubrir! — gruñó (t/n).
La chica resultó ser un chico. Comenzó a llorar más fuerte, jurando que no estaba espiándoles. Parecía que mientras más intentaba calmarlo, más nervioso se ponía. Ludwig puso una mano en la boca del chico de pelo oscuro que gritaba como un loco, recibiendo una mordida que aguantó estoicamente.
— ¡Por favor, no me dispares, haré lo que sea! — lloriqueó el muchacho de pelo rojizo.
A (t/n) le costaba comportarse con amabilidad porque no recordaba como hacerlo. Pensó que podían tener hambre y rescató las barras de chocolate que quedaban. Partió la más grande en dos.
— Escucha, no les vamos a hacer nada si se portan bien. Ahora cállense o nos oirán.
El olor a chocolate derretido pareció neutralizarlos, tanto así que el chico de pelo oscuro dejó de debatirse.
— Muchas gracias, bella signorina (hermosa señorita) — el más llorón tomó su parte y limpió sus lágrimas —. La verdad estamos muertos de hambre y muy asustados, no conocemos a nadie en este país extraño. Soy Feliciano y este es mi fratello (hermano) Lovino.
— (t/n), Ludwig. Encantados — el chico extendió su mano y besó la suya, haciéndola sonrojar —. Quita, eso es raro. ¿Qué hacen en este lugar? ¿Son turistas?
— ¡Sí, yo soy de Venecia y Lovino de Roma! Somos turistas, venimos de paso para ver la región montañosa. Hay una colonia italiana, dicen que su risotto no tiene comparación y que lo sirven hermosas chicas y apuestos muchachos en...
— ¡Cierra la boca, idiota! Parece que en verdad es fácil engañar a este tonto – gruñó Lovino alejándose de Ludwig —. Perdona mi rudeza, pero acabamos de llegar después de que esas asquerosas criaturas volcaran nuestro automóvil. Ni siquiera estamos limpios frente a una bella raggazza (muchacha) como tú, que modales.
— No te preocupes, estamos más sucios que ustedes. ¿Dijiste que tu coche...?
— Volcó, poco antes de llegar acá. Veníamos desde el país vecino, su colonia italiana no está lejos de la frontera. Supongo que ya deben estar contagiados porque la distancia es poca. Sólo un par de horas.
— ¡Ya los alcanzaron! Te dije que ese chico tan amable que nos vendió el mapa estaba entre ellos. Lo reconocí por el pañuelo.
— ¿El de pañuelo rojo con estampado de damasco?
- No, el de rosas y lilas en fondo negro, el de seda. Con bordes en hilo dorado.
Continuaron debatiendo sobre el diseño y fabricante del pañuelo mientras Ludwig y (t/n) se miraban, no parecían peligrosos, sino todo lo contrario.
— Son peligrosos — sentenció Ludwig en el oído de (t/n) sin que se dieran cuenta de que se había movido —. Pueden llamar la atención.
— Debemos tenerlos cerca, si les pasa algo seguro tratarán de encontrarnos y podrían atraer algo — contestó antes de hablar a los chicos —. Oigan, ¿qué tal si vienen con nosotros? Podríamos buscar algo de comida.
— ¡Muchas gracias! Eso es muy gentil de su par...
— Idiota, ¿Qué no vez que no sabemos si son de confianza? — Lovino le dio un codazo —. Bueno, la ragazza sí, pero ¿y el gigantón? No me sorprendería que corriera a abrirle a esas cosas.
— Eso es absurdo, ¿por qué les abriría? — intentó defenderse Ludwig —. Además, no podemos dejarlos solos. Sería muy irresponsable de nuestra parte.
— No te hagas el tonto, sé que algo tramas, bastardo.
— Mira, acabo de darles nuestro último chocolate — interrumpió la chica —. Nosotros vamos a buscar comida, y si ustedes quieren ser comida para zombies es su problema. ¿Vienen o no?
No tuvo que repetirlo dos veces. Pronto estuvieron en una de las casas saboreando las frutas que hallaron en una casa vacía. Fresas, manzanas, uvas. Algunas estaba podridas y olían demasiado dulce, pero sirvieron para saciarlos.
— No comas tantas que vas a engordar, idiota — gruñó Lovino al ver que Ludwig se adelantaba a coger la última manzana —. Mejor dásela a la ragazza.
Era obvio que le daba envidia la apostura del alemán. En verdad era muy guapo, tan perfecto como una escultura de marfil. Los colores subieron al rostro de (t/n) al pensar que había estado a solas con él la noche anterior y quiso morir cuando los ojos azules comenzaron a vagar por su rostro.
— No, que se la coma Ludwig. La gente alta necesita más comida para funcionar.
Su celular comenzó a vibrar. Un número desconocido la estaba llamando. ¿Quién podría ser? Cortó, arrepintiéndose en un segundo. Podían ser sus padres con un nuevo número, ¿en qué estaba pensando? Cogió el móvil y marcó de vuelta. Su estomago se revolvía mientras sonaba.
— Por favor, por favor...
— ¡(t/n), que bueno que contestaste! ¿Cómo has estado? Soy Matthias, te he echado mucho de menos, los chicos también. También a Lily y Vash. ¡Pero yo te he extrañado más!
— ¡Pero que mierda! — gritó sobresaltando a los chicos frente a ella —. ¿Cómo demonios conseguiste mi número y por qué me llamas? ¡Podría estar muriendo en este momento!
Su corazón latía a toda máquina.
— Se lo pedí a tus padres, obviamente. ¡Alguien tiene que alegrarte el día! — rió con ganas, ignorando su mal humor —. Pensamos que habías llegado a casa.
— No, hemos encontrado demasiados obstáculos.
— A nosotros no nos costó llegar. Llamamos a tu casa, tu madre nos invitó para charlar. Oye, me encanta la foto donde sales vestida de abejita, te ves muy tierna. ¿Cuántos años tenías, ocho?
— ¿Cómo que mi madre... QUE VISTE QUÉ?
— Quería saber cómo estabas, me preocupas. Le pregunté si habías llamado y dijo que no, por eso le pedí tu número — dijo volviéndose serio de pronto —. Las cosas están tensas. Están cortando las carreteras en varios sitios.
— ¿Qué?
— Quieren evitar la propagación de la enfermedad, también están haciendo muros y esas cosas. Tus padres tienen suerte, el terreno de la casa es elevado y escarpado, es difícil que esas cosas lleguen. Nadie los molesta.
— Sí, pero es difícil salir. A veces falla el suministro de luz. O el de agua. ¿Cómo están ustedes?
— Nos quedamos con Heracles y su hermano en la ciudad junto a la tuya. No te quiero preocupar, pero deberías apresurarte. Todo es muy raro, los congresistas vivos dejaron la capital y se instalaron en tu ciudad. Lukas siempre va a las sesiones públicas, están debatiendo si dejar el país en manos de los militares y declarar el estado de catástrofe. Espera, voy a poner el altavoz y te lo paso. Él sabe más de eso, es un cerebrito... ¡Ouch!
— Los militares tienen autorización para controlar a todos los que viajan hacia la región, están estableciendo zonas de cuarentena — gruñó el aludido sin perder tiempo —. Les acusan de usar autoridad, un chico juró que abusaron de su hermano y hay muchos testigos de que han asesinado a quienes se oponen al cateo. Tengan cuidado. Viajen por zonas retiradas y si ven a los militares escondan la escopeta de Vash y las pistolas, hace dos horas votaron a favor de una ley contra el porte de armas.
— Hay mercenarios, son los que llevan boina roja — la voz de Tino sonaba quejumbrosa —. Están reclutando gente de todas partes, yo y Berwald nos inscribimos, intentaremos arreglárnoslas para rondar tu casa.
— Gracias, chicos, no sé qué decir, yo... — el nudo en la garganta no la dejó hablar. Tenía miedo y le conmovían los esfuerzos de sus conocidos.
No conocidos. Amigos.
— ¡Te dije que seguiríamos en contacto! Espera, voy a... — el ruido de una puerta la hizo saber que Matthias estaba solo -. Ahora que los chicos no están, en serio, ten mucho cuidado. Si te pasa algo, yo... no sé, te extraño. Eres una almohada muy cómoda, ¿sabes? Mi dolor de espalda...
— Ay, cierra la boca. No estoy muy lejos, pero... oye, ¿te puedo pedir un favor?
— ¡Claro!
— Si alguno pasa cerca de mi casa, ¿podrían decirle a mis padres que estoy bien? No he tenido tiempo de llamar. Y creo que perdí mi batería solar así que estoy tratando de ahorrar la de mi celular. Si no hay problemas debería llegar en una semana, creo, si es que...
— Iré esta tarde. Ayudaré a tu madre a instalar un panel solar que consiguió con los militares. Es muy lista.
— Más que todos nosotros juntos — rió sarcástica —. En fin, me voy. Saluda a los demás.
— Espero que nos veamos pronto. Te...
(t/n) no oyó la última parte, sus pensamientos comenzaban a vagar otra vez mientras cortaba.
[Sadik sostenía la cafetera mientras su hermano y los chicos rubios discutían sobre esa chica, (t/n). Le sorprendía que su dormilón hermanito se mantuviera despierto por algo que no fuera un gato.
— Ojalá hubiésemos venido juntos — murmuró Heracles en voz baja — . Separarnos no fue una buena idea.
— ¡No seas pesimista y bebe un poco! — sin preguntar, llenó seis tazas frente a él — . Si es la mitad de lista de lo que dicen, estará bien.
— ¡Claro que es lista! ¡Y tiene mucho carácter! — exclamó Matthias antes de probar el café -. Oye, está buenísimo. ¿No bebes?
— Prefiero el té. Parece que te gusta.
— ¿El café?
— No. La chica.
Un ligero rubor se asomó al rostro de Matthias, y por primera vez en mucho tiempo, calló.
— Es su más sincero admirador —sonrió Lukas con sarcasmo — . Es una lástima que la haga enfadar tanto.
— ¡Claro que no! No se enfadó cuando le dije que se veía adorable vestida de abejita. Olvidé decirle que se ve muy bien en la foto que le tomaron cuando entró a la universidad.
— ¿Por eso le preguntaste a su madre si tenía una copia?
La carcajada general no hizo mella en su buen humor. La madre de (t/n) era una romántica empedernida y la copia de la foto reposaba en su bolsillo. La sonrisa de la muchacha era tan atractiva que Matthias se preguntó si podría hacerla reír lo suficiente para verla una vez más.]
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Cualquier aficionado a la decoración se habría puesto verde de envidia frente a la hermosa casa del doctor Beilschmidt llena de mullidos sillones rojos y esculturas abstractas, un precioso trabajo en piedra de la chimenea y candelabros de bronce que colgaban del techo. La sala de estar tenía dos grandes ventanas con las cortinas perpetuamente corridas desde la muerte de su esposa, era un cuarto sombrío donde prenderían el fuego por primera vez en años.
- ¿Su madre era albina, chicos? - preguntó (t/n) tomando una de las fotos -. Era muy guapa. Se parece a Gilbert, pero tiene los ojos de Ludwig.
- No, la albina era nuestra Oma (abuela) - contestó Gilbert soplando las pequeñas llamas con todas sus fuerzas -. Pero Mutti (mamá) era muy pálida y su pelo muy rubio. Necesitaba litros de protector solar y guantes para conducir como yo. ¡Y estaba más ciega que un topo!
- No digas eso, sólo usaba anteojos para leer – gruñó su hermano dándole un fuelle -. Y deja de soplar, el humo te hará daño.
Gracias a su diligencia la casa pasó de helada a cálida mientras en el gris exterior la escasa lluvia se detenía por momentos pero, en cambio, el frío era más intenso. Pese a ello, (t/n) ardía en deseos de explorar los alrededores: en parte, porque sus búsquedas a través de la casa no dieron gran fruto, en parte porque jamás había estado ahí. Quería asaltar las tiendas de souveniers, revisar las cartas y cocinas de los restaurantes, caminar junto al lago e incluso mojar sus pies. Como un turista cualquiera. Le gustaban las bolas de cristal con nieve dentro, pero sólo si tenían nieve blanca, no esa porquería brillante que las convertía en una bola disco de bolsillo.
- ¿No vas sola, cierto? - aunque la mayoría tenía lesiones leves, el dolor de cabeza de Vash y su brazo herido le daban derecho a quedarse y ser atendido -. Porque si es así prefiero ir contigo...
- No te preocupes, va con el más asombroso luchador de su generación - Gilbert se materializó de la nada en la habitación, ignorando la expresión de hastío de Vash -. La protegeré de esas cosas aunque deba dar la vida.
- Eso de que fuiste el mejor no te lo crees ni tú - (t/n) le guiñó el ojo mientras terminaba de ajustarse el abrigo más grande de la casa -. Si te hace sentir mejor Vash, cuando estemos rodeados, arrojaré a Gilbert a los leones y vendré corriendo.
- No te arriesgues a pelear como una tonta. ¿Entendido?
(t/n) asintió, antes de despedirse de Lily con un beso en la mejilla. No sabía qué hacer con Vash, así que se limitó a darle un saludo militar antes de cruzar las puertas.
Aunque afuera todo parecía tranquilo, poco a poco la imagen cambiaba a una más violenta. Cada calle contaba una historia diferente con las barricadas a medio fabricar cubiertas de polvo, restos de cuerpos, suciedad. Un zapatito rosado estaba tirado en medio del desastre, lleno de manchas verdes y pegajosas cuyo olor le provocaba arcadas. ¿Qué habría pasado con su dueña? Debía ser una niña pequeña, muy pequeña.
- Vamos a la farmacia - indicó a Gilbert, mostrándole una vitrina cercana -. No traje bolso, pero tengo bolsillos grandes.
- Espera - el chico metió la mano debajo de su chaqueta -. Siempre traigo una bolsa por si acaso, aunque en Alemania usaba un carro de compras.
- ¿Como los de las abuelas? - soltó una carcajada. Golpeó un par de veces la espalda de Gilbert antes de que él se moviera para revisar el interior. La puerta abierta parecía un agujero que lo tragó por un par de minutos.
- Entra, pero ten cuidado, estuvo a punto de atacarme y fue muy silenciosa - dijo al fin, haciendo notar un pequeño bulto en el piso -. ¿Qué debemos llevar? ¿Un poco de todo? ¿O algo específico?
- Un poco de todo. Jarabe para la tos, medicinas para la fiebre, vendas... No creo que nos alcance con la bolsa. Deberíamos llevar todo lo que podamos y luego volver. Pero no tengo espacio, necesitamos...
- Aquí hay una mochila - Gilbert levantó una enorme, de la que comenzó a sacar cosas que miraba con curiosidad -. Oye, mira esto.
(t/n) se acercó y quiso que la tierra se la tragara al descubrir que la mujer del piso aparecía en una foto dentro de una billetera junto a una chica joven de hermosos ojos rasgados y piel dorada.
- Mierda.
- ¿Es ella, cierto? La que vino contigo.
- No viene conmigo, sólo... Bueno, viene conmigo, pero no somos amigas. No la conozco.
- Deberíamos decirle. Yo te acompañaré - se ofreció el albino -. Debe ser difícil, pero es mejor que lo sepa.
(t/n) quería ahorrarse la penosa tarea. Ni siquiera conocía a esa chica y de no estar con Gilbert, habría arrojado las fotos por el retrete. Tenía que confesarse que no tenía ganas de ser decente. En especial si el destinatario de su decencia era un alfeñique como Xiao Mei.
- Primero llevemos lo que podamos.
La mente de (t/n) trabajaba a mil kilómetros por hora, enfocada en arrasar con los medicamentos. Aflojó su cinturón e introdujo en secreto varios paquetes de compresas, toallitas y otros elementos destinados al período menstrual. Sabía que era una estupidez porque los períodos eran completamente normales y no le importaba si algunos chicos creían que eran raros o asquerosos... pero por lo general, no le gustaba hablar con nadie sobre ello. Ni siquiera con otras mujeres.
- Voy por más cosas – Gilbert salió y (t/n) suspiró aliviada. Buscó la sección de anticonceptivos, porque sabía que podían detener su sangrado par de meses antes de volver al ciclo normal. Y, una parte más escabrosa de su cerebro pensaba que en caso de que lo peor pasara a ella o una de las chicas, al menos no terminaría en un embarazo. Bajo tal lógica, también tomó varias pastillas de emergencia como plan B. Antibabypille, como las llamaban en alemán. Anti babies, como las llamaba una de sus amigas.
- Profilácticos, lubricantes. Complejo vitamínico. Creatina, proteínas... - leyó, dándose cuenta de que estaba en la sección de suplementos. Pensó que tal vez alguno podría servir a Lily, y un buen montón de vitaminas sería muy útil para evitar que su crecimiento se estancase.
Notó que en aquella farmacia los estantes se podían deslizar para sacar antibióticos y medicinas que seguramente sólo se obtenían con prescripción médica, así que decidió sacarlos aunque no los supiera usar: siempre podía leer los prospectos en caso de emergencia. Fue un gran error porque una garra de acero salió de algún sitio y tomó su mano, impidiéndole alejarse.
- ¡Mierda! - gritó cuando las medicinas comenzaron a caer en su cabeza. La presión hizo que el estante cediese, deslizándose por completo hasta revelar un cuerpo semi putrefacto que se abalanzó sobre ella. Parecía un bloque de piedra del que no podía escapar cuando ambos cayeron al suelo, con el rabioso cadáver sobre ella.
- ¡(t/n)! – Gilbert tomó el cuerpo por detrás y en un par de segundos machacó su cabeza con algón objeo, hasta destruir el cráneo cuyos restos sanguinolentos saltaron por todas partes. Sin su rápida intervención habría estado perdida. ¿Cómo podía ser tan tonta? -. ¿Estás bien?
- Sí, yo... - los latidos de su corazón resonaban en sus oídos, con tanta fuerza que apenas pudo escuchar las palabras tranquilizadoras que el albino susurraba mientras la sostenía contra su pecho. Había asumido que la mujer en el vacunatorio era la única persona rondando la farmacia, ¿qué le estaba pasando?
- Tranquila, ya no puede hacerte nada. Todo está bien. Estás temblando – murmuró abrazándola más fuerte -. ¿Quieres sentarte?
Por algún motivo tomaba pésimas decisiones en los últimos tiempos, lo cual no sólo era humillante, sino peligroso. Y por supuesto, echaría por la borda todo su esfuerzo para mantenerse viva desde el primer día, junto al de los demás. Los ingleses de la embajada, Vash y Lily, los chicos rubios, Heracles...
- No te preocupes, estoy bien – contestó con una voz dura que sorprendió al albino -. ¿Vamos a buscar más cosas?
Salieron poco rato después empujando un carro que robaron de una de las casas vecinas, aún lleno de hierbas secas y restos de jardín. Lo limpiaron lo mejor que pudieron, y (t/n) le puso un plástico encima para que no ensuciaran las cosas. A medida que se acercaban, la tensión hacía que caminase más lento.
- No quiero decirle - gruñó al acercarse a la casa.
- Pero lo harás.
- ¿Por qué?
- Porque es lo correcto - contestó mirándola fijamente a los ojos -. Sé que estás asustada, pero hacer lo correcto es lo más importante. Si no lo haces, ¿cómo podrías vivir contigo misma? No es sólo por ella, es por ti también.
- Yo podría vivir perfectamente sin decirle. Y no fui la que revisó las cosas - musitó enfadada -. Si no hubieras sido tan entrometido no tendría que decirle. Y no estoy asustada.
- Iré contigo. Sólo creo que tú deberías darle la noticia porque no me conoce de nada. Además, creo que le agradas.
La noticia produjo un profundo impacto en Mei, siendo Gilbert el único obstáculo entre (t/n) y la puerta. No le avergonzaba admitir que prefería ignorar a la chica llorosa y continuar con su vida, su aguante tenía límites. Se limitó a entregarle las cosas de la mochila, muriendo en su interior por irse a dormir o vegetar en paz.
- La mujer que me llevó a la fábrica dijo que mamá estaba muerta y yo no le creí - musitó Mei en voz baja, trenzando su cabello -. No me estaba mintiendo. Tal vez sólo estaba asustada, y la dejamos sola...
- No te atrevas a defenderlos - (t/n) no pudo soportarlo -. Te tenían encerrada en ese cuarto apestoso.
- A lo mejor era por mi seguridad. Yo no podría defenderme sola como tú - sonrió, como negándose a reconocer la existencia del mal o como si fuera incapaz de enfrentarse a la realidad. ¿Acaso era tan inocente que la venganza o el odio no tenían espacio en su corazón?
- No me digas, las esposas también eran por tu seguridad – gruñó sarcásticamente. la rabia estaba cegándola poco a poco -. Mira, yo tampoco sabía defenderme, pero la gente se vuelve loca cuando estas cosas pasan. Y sí, los otros son más fuertes, pero tienes que ser más lista. ¿Son más rápidos que tú? No si les rompes la rodilla. ¿Tienen músculos con los que te pueden romper en dos? No si les pegas en la garganta y le disparas. ¿Son peligrosos y en serio quieren matarte? Mátalos antes.
- No podría – insistió la chica tapándose la cara con un cojín del sofá -. Mis padres me enseñaron que todas las vidas son valiosas.
- ¿Y la tuya? Si te atacan debes defenderte, ¿no? Aunque tengas que dañar a otro. Si son tan tontos para ponerse a pelear sin motivo es su culpa y se lo merecen.
- ¿Qué merecen, ser atacados? ¿La muerte?
(t/n) no podía soportarlo. Xiao Mei la enfurecía a tal grado que la sangre parecía hervir dentro de ella. ¿Era incapaz de comprender por lo que estaban pasando? Gente como ella se convertía en un lastre para los que estaban conscientes del peligro, como Vash o Ludwig, Elizabeta o Gilbert. Roderich era consciente, incluso Lily lo era dentro del alcance de su edad. ¿Por qué Xiao Mei no?
- ¡Eres una maldita imbécil! - se levantó, arrepentida de haberla recogido y frustrada por tanta simplicidad -. ¡Nos pones en peligro! ¡Si piensas así, te volverás una carga!
- Oye, (t/n)... - Gilbert intentó detenerla, pero nada lo haría.
- ¡Nosotros nos hemos esforzado en salvar a nuestros seres queridos y compañeros! ¡No creas que vamos a cargar con un alfeñique llorón como tú! ¡Tal vez lo demás te acepten, pero en el fondo saben que no es justo cargar con alguien que no puede defenderse aunque su vida dependa de ello!
Salió dando portazos sin darse cuenta de que la seguían hasta que una mano la arrastró a un cuarto cercano. Desconcertada, se quedó de pie viendo como Ludwig cerraba la puerta.
- (t/n), necesito que me expliques lo que estaba pasando. Tus gritos se oían por toda la casa. No sé si lo notaste, pero todos estaban afuera preguntándose qué pasaba. Feliciano y Lily estaban muy asustados.
(t/n) le miró con ira, preguntándose por qué la cuestionaba. Trató de evitar su mirada girando con tanta mala suerte, que sus ojos encontraron un espejo que reflejaba a Ludwig.
- No aguanto más a esa chica – cualquier simpatía por Xiao Mei se desvaneció, en su interior sólo había una amarga rabia que comenzaba a carcomerla -. No deberíamos haber entrado en ese cuarto cuando la oímos. Yo no debería...
Sabía que era injusto tratar a la chica así sólo por ser más débil que ella, pero había algo que la desconcertaba. Su superioridad moral, que siguiera fiel a unos principios que la matarían si estuviera sola, el hecho de que todos parecían gravitar hacia ella para protegerla, cuando se convertiría en un estorbo.
- Eso se nota. Pero por lo que parece ella ha perdido a su familia, estuvo secuestrada y ahora tiene mucho miedo. Cualquier persona en su situación sentiría lo mismo.
- ¿Por qué simplemente no la adoptas y ya? – tal vez Ludwig demás pensaría que era odiosa, pero sólo tenía miedo -. Ludwig, has sido muy amable, pero ahora que estamos acá, debemos separarnos. Preguntaré a Vash y Lily si quieren ir conmigo. No quiero obligarlos, deben estar muy cansados después de tanto... bueno, de todo.
- No puedes irte, es tarde, y si lo que Vash dice es cierto, tú también has recorrido un largo camino – Ludwig se acercó a una mesa y le sirvió un vaso de agua -. Ten. Si quieres seguir no te obligaré a quedarte, pero no puedes irte aún, y menos por una cosa tan tonta.
- No es algo tonto. Puedes juzgarme si quieres, pero yo no puedo estar cerca de gente como ella. Yo... no lo sé. Odio a la gente así, tan débiles. Ellos no deberían sobrevivir, pero de alguna forma lo hacen porque siempre reciben ayuda, porque dan pena a la gente que sí tiene las herramientas para hacerlo. O porque ellos se sienten culpables de dejarles solos. No lo sé.
Ludwig se mantenía callado mientras la escuchaba. No parecía juzgarla como ella temía, sino todo lo contrario. La escuchó por varias horas, todas las cosas que había pasado, cuántas veces había peleado contra los cuerpos y otras personas. Y, ¿todo ello para qué? Los labios de (t/n) no querían cerrarse, por lo que él se enteró de lo mucho que detestaba a Xiao Mei con su dulce cara triste. Odiaba su voz gentil, sus hombros caídos, sus pequeñas manos descansando en su regazo tristes y desamparadas.
- Yo no puedo dar amor a otros – confesó finalmente a punto de llorar -. No está en mí. No puedo quedarme. No puedo verla.
- Claro que puedes – las manos de Ludwig tomaron las suyas, sorprendiéndola -. Sólo estás muy cansada y estresada por todo lo que... bueno, todo lo que nos pasa.
- ¿Cómo puedes ser tan bueno? Tú perdiste a tu padre y aun así... - la conciencia de lo que había dicho le cortó la respiración -. Mierda, no quise decir eso. Tal vez está vivo. Diablos, mira lo que estoy diciendo. Quiero decir, todos estamos estresados, pero yo me estoy volviendo loca y desquitándome con ustedes. Es injusto.
Sus maltratados nervios comenzaron a ponerla nerviosa hasta dejarla al borde del llanto. Bebió el agua de golpe antes de levantarse.
- Ve a descansar – murmuró Ludwig caminando detrás suyo -. Feliciano está cocinando, le pediré que te lleve algo. Mañana te sentirás mejor.
Por una vez, (t/n) obedeció sin oponerse. Llegó al cuarto que compartía con Vash y Lily, el viejo cuarto de costuras de la madre de Ludwig. Habían puesto un colchón inflable que Vash compartía con Lily mientras (t/n) dormía en un sofá, pero en ese momento estaba sola. Era lo mejor, así no tenía que enfrentarse a los demás. Se envolvió en las mantas y durmió. Durmió profundamente hasta que un toque en su hombro la despertó.
- Ve, (t/n), te traje algo – Feliciano le mostró una bandeja cubierta con un mantel muy limpio -. ¿Estás segura de que no quieres bajar? Hice una salsa deliciosa, te traje un poco pero tal vez quieras más, y...
- Está bien, gracias. Comeré aquí – se levantó, estirándose como un gato antes de tomar la bandeja y llevarla a una mesita cercana. Pensó que Feliciano la dejaría, pero se quedó esperando su opinión -. Huele muy bien.
De hecho, no era una mentira, las pastas parecían sacadas de una revista y la salsa se veía deliciosa. Incluso tenía un trozo de pan de ajo. Apenas el chico se fue, comenzó a comer como una salvaje, sin preocuparse por otra cosa. Volvió a dormirse, teniendo sueños tortuosos.
Afuera de la habitación, Lily se debatía consigo misma, ¿debía o no hablar o no con (t/n)? Le parecía curioso su comportamiento hacia Mei, porque le parecía una persona gentil. Esa misma tarde, antes de los gritos, se había preocupado de darle un frasco de vitaminas. Siempre le daba las mejores cosas para comer incluso cuando su estómago rugía. Y la lista seguía.
- ¿Todavía no entras? – la voz de su hermano la sacó de sus cavilaciones.
- No quiero molestarla. Debe estar muy cansada. Todavía no entiendo lo que pasó, (t/n) es una buena persona.
- Pero tiene razón respecto a la chica. Mañana hablaremos con ella, no creo que nos podamos quedar – decidió en el acto, tomando a su hermana de la mano -. Hoy dormiremos en otro cuarto. Dejémosla en paz.
- Tienes razón, pero no creo que deba quedarse sola. No es bueno.
- Creo que (t/n) lo prefiere. A veces es mejor estar solo para no dañar a los demás.
Quiso morderse la lengua apenas lo dijo. Le costaba mucho mantener a Lily alejada de la miseria, la violencia de su trabajo y el mundo en general, y su frágil fachada se resquebrajaba poco a poco. Ya no tenía sentido ocultar lo mal que iba todo, no importaba que la inocencia de su hermana fuera el único consuelo que le quedase. No tenía más opción que abrirle los ojos a la verdad. Sin embargo, cada vez que la contemplaba, sentía remordimiento por exponerla ante una realidad tan sórdida.
En el momento en que se alejaron de la habitación, (t/n) abrió los ojos. Supo lo que tenía que hacer. Se vistió, bajó las escaleras, salió en silencio de la casa.
El frío del exterior cortó su aliento como un cuchillo. Caminó a saltitos frotándose las manos para calentarse, esperando que con la caminata se le calentase el cuerpo. Sin duda son solares, ojalá tengan más de esos, pensó dirigiéndose a la puerta principal.
- ¿Dónde podré encontrar un coche decente? – pensó que era lamentable no disponer de un vehículo decente, puesto que el camino se volvería cada vez más difícil. Necesitaba algo con tracción y de preferencia con un buen montón de herramientas en su interior -. Robar es de lo peor.
Caminó y caminó, encontrando vehículos inútiles en diversos estados de destrozo. Un humo extraño comenzó a picar su nariz, haciéndola taparse con la manga. La protección fue inútil porque poco después comenzó a toser incluso si no había contactado con la lenta, pero progresiva bruma naranja. Su garganta parecía cerrarse como si alguien la apretara entre sus dedos y apenas tuviera aire.
El dolor en sus ojos, nariz y boca era tan fuerte que a duras penas huyó. Avanzó tan solo un poco, haciendo notar su presencia ante un grupo que gritó escandalosamente. Cuando dirigieron sus pasos hacia ella, giró violentamente hacia el lado contrario. Se encontró corriendo sobre una acera llena de vidrios rotos manchados de sangre. Un pánico supersticioso se apoderó de ella al oír gritos masculinos.
- ¡Oye, tú!
Aún tosiendo y con los ojos llenos de lágrimas aceleró el paso, llena de escalofríos. Sabía exactamente donde estaba la pistola, en su cinto, pero no la podía alcanzar mientras se forzaba a correr con todas sus fuerzas y a respirar tras el humo. Una vocecita en su interior gritaba que corriera porque podían ser violadores, o asesinos, o asesinos violadores que la obligarían a delatar a los demás.
- ¡Atrápala!
Una figura salió por delante y trató de alcanzarla, pero (t/n) se detuvo a tiempo y saltó hacia un lado, desviándose a través de varios jardines pequeños. Tenía la esperanza de perderlos, pero los pasos sonaban muy cerca. Notó que en el suelo había varias herramientas para podar, una de las cuales tomó y arrojó al chico detrás suyo antes de salir corriendo. Sin embargo, iba cada vez más lento y la alcanzó poco después.
- ¿Quoén eres y qué quieres? – le preguntó el desconocido. Los demás estaban mucho más atrás, podía oírlos acercarse -. ¿Qué diablos quieres?
Sin piedad, (t/n) golpeó sus testículos con todas sus fuerzas. Aprovechó el momento para entrar a una de las casas. El chico la siguió, pero ella usó una escoba para atacarle.
- ¡Vete o te mato! – gritó histérica, al borde de un ataque de llanto -. ¡No serías el primero!
- ¿Querías robar nuestra comida? ¿Cuántos son?
- Mira detrás de ti – apenas el chico giró la cabeza, ella le dio un golpe en el talón haciéndole gritar, luego le hizo caer con más golpes consecutivos. Se puso a horcajadas sobre él y saboreó el miedo en sus ojos cuando mostró la pistola en su cintura.
- ¿Vlad? ¿Vlad, dónde estás? - una vocecita llorosa en el exterior la hizo volver en sí.
Se levantó sin dejar de mirarlo, pensando que se veía ridícula al indicar el lugar donde tenía el arma. En el exterior vio un niño pequeño junto a un par de chicas y un chico algo mayor. Sus rostros estaban demacrados.
- Ion... espera, déjame en paz – murmuró el chico, Vlad -. No quiero hacerte daño, es que no tenemos mucha comida. Creímos que querías robarla.
- No te haré daño si les dices que me dejen en paz – gruñó tomando la pistola -. Estoy buscando una forma de irme de este pueblo. Les dirás que no soy peligrosa y después me acompañarás a buscar comida, ¿hecho? Conozco un lugar cerca.
Escuchó atentamente los silenciosos pasos de alguien. Giró con la pistola en alto, dispuesta a disparar a la cabeza de quien quisiera atacarla. Lo único que vio fue un niño que parecía estar a punto de llorar.
- Lo siento pequeño, creí que eras una de esas cosas – a duras penas soltó el objeto y se las arregló para componer una sonrisa -. Me llamo (t/n) ¿Cómo te llamas?
- Ion– murmuró con lágrimas en los ojos mirando a su hermano -. Ese es mi hermano Vlad.
- Lo sé – buscó en su bolsillo y halló un pequeño trozo de chocolate que partió en tres. Dio uno a cada chico y se tragó el tercero para que supieran que no trataba de engañarles -. ¿Cómo llegaste con los demás? Estoy segura de que corrieron mucho.
- Aleksandar me cargaba en su espalda. ¡Tiene una mochila muy grande en la que me lleva cuando me canso!
- Pues ve y dile a Aleksandar y a sus amigas que entren por un poco de chocolate - comentó al comprobar el contenido de su ropa -. Hace mucho frío y tenemos que conversar.
[Vash salió por la puerta principal tras pedir a Elizabeta y Roderich que cuidaran a Lily. Él era un estirado, pero por algún motivo le caía bien a su hermana, y confiaba en que Elizabeta les cuidaría.
- Buscaré a (t/n) y nos iremos - gruñó cuando Ludwig le explicó la distribución básica del pueblo -. Así no les molestaremos más.
- No es una molestia - Ludwig parecía debatirse consigo mismo. A Vash casi le agradaba, aunque tenían opiniones distintas respecto a cómo debían actuar -. Dile que no estamos enfadados con ella. Parecía algo preocupada por lo... ya sabes, por lo de Mei.
- No creo que quiera quedarse después de eso - confesó después de un rato -. Pero gracias.
- Espera, voy contigo. Dos armas son mejores que una.
- ¿Estás seguro? ¿Y tu hermano? ¿Tus amigos?
- Gilbert los protegerá. No te preocupes por Lily, él tiene mejor puntería que yo y es el doble de fuerte. Pero si (t/n) está en problemas, podrías necesitar apoyo.
Vash no contestó. Su nariz comenzó a irritarse, sin duda producto de un resfriado. No le dio más importancia y comenzó a caminar. ]
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Los silenciosos pasos de Vlad eran, a su manera, tan silenciosos e inquietantes como los de Vash. Era increíble que un chico que llevaba una mochila y un niño en su espalda se pudiera mover así, como un fantasma silencioso.
- Tengo mucha hambre - lloró Ion en voz baja. Quería chocolates, helado y muchas manzanas.
- Lo sé, pero debemos tener mucho cuidado. Para ser honesta, no sé si sea seguro que entremos, a menos que estemos desesperados.
- Estamos hambrientos, que es peor – Feliks rió y tocó su nariz con la punta de su dedo -. No seas boba, (t/n), las chicas se quedarán con Ion afuera de la fábrica y nosotros iremos por unas deliciosas pastas. ¿Entendido?
Sus nombres eran Aleksandar (n.a. Bulgaria), Ileana (n.a. Fem Rumania), Ion, Vlad y Feliks. Eran un grupo de amigos de vacaciones, cuya salvación le parecía una historia de telenovela: Feliks, cansado de actividades sudorosas como la caminata, les había convencido de visitar un spa cercano donde se quedaron días extra porque no cesaba de pedir masajes y tratamientos de belleza. Era un lugar lejano y agradable que les costó dejar, pero debían irse a casa pronto. Por desgracia, volvieron sólo para encontrarse con el caos reinante.
- (t/n), ¿de causalidad no habrá una farmacia cerca? Mi cara está como una pasa. Las chicas dejaron mi piel divina, pero necesito loción para mantenerla.
Feliks era tan rubio y esbelto, que a (t/n) le resultaba difícil decir si era chico o chica. Y el lazo rosa que llevaba no ayudaba a discernir su género. De no haber sido por que Aleksandar lo llamaba "hermano", no había sabido cómo dirigirse a él.
Esperaron un largo tiempo que la extraña bruma se disipase. Era un bonito color naranja que se apagaba poco a poco, aunque por momentos se volvía más intensa. A veces los ojos de Ion lloraban por el dolor que le provocaba mantener los ojos abiertos.
- Es contaminación – murmuró Aleksandar bloqueando las ventanas y las puertas con trapos que encontraron sueltos -. Debe ser algún químico, por eso arden los ojos. No podremos salir hasta que desaparezca.
Las nubes anaranjadas se movían en el exterior lentamente, como si nunca fueran a desaparecer. Lo hicieron, sin embargo. Tras un par de horas de sueño, se pusieron en marcha, con los rostros cubiertos de tela al azar, mascaras de payasos y gorritos puntiagudos, sobrantes de algún cumpleaños del que la casa abandonada era testigo.
- La verdad es que nos vemos horrorosos, pero sirve para cubrirnos. Joder que hambre, un bocadillo no nos haría mal – Ileana se acercó a (t/n) por detrás y comenzó a caminar junto a ella -. Iré al frente contigo porque soy mejor que los chicos disparando. Podrías necesitar apoyo.
(t/n) no tuvo tiempo para agradecerle porque la seria fisonomía de Ludwig apareció a la distancia, seguida por un cansado Vash cuyo cabello erizado la espantó. No tuvo tiempo de hablar porque un disparo sonó justo al lado de su cabeza.
- ¡Vash, por dios, soy yo! – (t/n) se quitó la máscara y corrió hacia ellos. Les dio un abrazo rápido antes de indicar a los otros que se acercasen -. Mierda, te ves muy mal. ¿Estás bien?
El chico la ignoró, prefiriendo dejar que Ludwig le preguntase por su seguridad y por los extraños. En particular, la chica rubia alta que le miraba con ojos locos.
- Mira guapo, necesitamos comida y (t/n) sabe dónde conseguirla – Feliks disipó todas las dudas de su género al abrir la boca -. Estamos muertos de hambre y el niño tiene que comer algo que no sean chocolates o sopa instantánea.
- ¿El niño?
Ludwig se acercó al pequeño Ion y le habló con tanta dulzura que el corazón de (t/n) se enterneció. ¿Cómo podía un hombre tan grande y con tantos músculos ser tan bueno con una miniatura como el hermano pequeño de Vlad? Con el permiso del chico de pelo castaño, tomó al niño en sus hombros y lo llevó a caballito un par de calles hasta que vieron el letrero italiano.
- El primer piso está vacío – dijo (t/n) después de entrar con Vash a inspeccionar -. Podemos entrar en silencio, tomar lo que podamos y salir. Ni idea si los otros pisos tienen gente o contagiados, así que es mejor no arriesgarse.
Un pequeño grupo compuesto por Feliks, Ileana, (t/n) y Vlad se adentró a robar la comida. Todos tenían en común ser silenciosos y rápidos, la combinación perfecta para esa misión. (t/n) sabía que necesitaban comer, por lo que no pudo resistirse a llevar todo lo que pudiera. Un ruido metálico la sobresaltó, haciendo que tirase un par de bolsas de pasta seca.
- Dios, esta cosa casi me mata – resonó la voz de Feliks -. Tengan cuidado, chicos.
A sus pies yacía un contagiado, lo que impresionó a (t/n), quien no habría creído posible que el delicado chico fuera capaz de hacer eso. Volvió a tomar las cosas que quería llevarse y salió con todos los demás, cerrando la puerta al salir.
- Podríamos tomar los vehículos de reparto – comentó Vash mostrando varias llaves -. Son grandes y resistentes, y hay varios de ellos.
- ¿Dónde encontraste las llaves? – preguntó (t/n).
- Cuando mirábamos el primer piso, el administrador tenía varias copias.
- Es una buena idea – le apoyó Ileana -. Mira, si hasta tienen las placas.
Fueron a revisar los vehículos sin gran contratiempo, y pronto los demás chicos se fueron. (t/n) le dio un gran abrazo a Ion antes de que los dejaran, e incluso le puso en el bolsillo un pequeño caramelo que le quedaba.
- No vuelvas a irte sin avisar – gruñó Vash negándose a mirarla -. ¿No recuerdas lo que pasó con los otros?
- No me critiques – gruñó de vuelta -. Mierda, ya sé que soy una idiota, pero tenía que hacerlo.
- La última vez que lo hiciste casi te matan. Y no te olvides que cuando saliste con Matthias te drogaron unos locos. De no ser por él te habrían matado.
- ¡Maldita sea, ya basta! – apretó los puños y miró entre sus pies -. He cometido demasiados errores, pero tú tampoco eres perfecto, joder.
Siendo Xiao Mei el error que la crucificaba. Sabía que era un prejuicio de su parte, pero no le importaba. Aquel error era el como de sus malas decisiones. Subió a la furgoneta de reparto en silencio obstinado, sin querer abrir la boca. Se sentó atrás mientras los otros se encargaban de llevarla a casa.
No habló con nadie y se fue directo al cuarto donde tenía sus cosas. Su humor era tan negro que ninguno de ellos quiso molestarla, por lo que pudo reunir lo poco que tenía. ¿Cuánto tiempo llevaba viajando? ¿Cuánto tiempo llevaba sin ver a sus padres? Un ataque de nervios se apoderó de ella al notar que no llevaba su celular encima.
- Lo dejaste en la cama – gruñó Vash al verla revolver el cuarto -. Te olvidaste de llevarlo contigo. ¿Qué diablos te pasa?
- No lo sé – tenía ganas de llorar, pero no sabía por qué -. No sé qué me pasa, ni por qué estoy portándome como una loca. Sólo quiero ir a casa. Quiero ver a mi familia, mi madre, mi padre. Quiero que mi madre me haga un sándwich. Se me está olvidando cómo se ve el auto de mi padre en la entrada, cuál era el plato donde poníamos las galletas y las flores que poníamos en las macetas. Sólo recuerdo que eran azules.
Tuvo que sentarse y retorcer sus manos. Comenzó a sacarse sangre de los dedos, pero al recordar el rostro preocupado de Matthias se detuvo. ¿Tanto tiempo había pasado desde la última vez que hablaron? ¿Cuándo se burló de su foto de abejita?
- Nos iremos apenas lo digas – Vash no dudó, se sentó junto a ella y le dio un par de parches -. Yo también quiero que nos vayamos de este lugar. Un grupo tan grande es peligroso, y mucho más con alguien como Xiao Mei.
- ¿Por qué no lo dijiste antes! – indignada se levantó y le miró con unos ojos que refulgían de rabia, aunque una parte de ella quería reír -. ¡Me habría ahorrado muchos problemas!
- No me diste la oportunidad.
- Vash, yo... lo siento. Siento haber sido tan tonta – se puso junto a él de nuevo y tomó su mano -. No sé qué me pasa. Parece que me estoy volviendo loca. A veces creo que lo estoy. Ni siquiera he preguntado cómo te sientes.
- No te preocupes – parecía sorprendido, como si no creyese lo que oía -. Estoy bien.
- Pues no te creo. Estoy segura de que te duele la cabeza y que estás cansado. ¡A partir de ahora soy la vieja (t/n) y nos repartiremos las guardias y llevar cosas! ¿Entendido?
- Sí, señor.
La aburrida broma de Vash fue lo bastante impactante para que ambos rieran y se abrazaran. Era la primera vez que el suizo le respondía un abrazo, y se sentía bien. Por desgracia, el momento fue interrumpido por los gritos de Xiao Mei en el jardín.
- ¡Li-Hua! ¡Li-Hua, soy yo! ¡Ven conmigo!
Ambos miraron a través de la ventana del cuarto para ver qué pasaba. Una joven de cabello rojo, pero con el mismo rostro de Xiao Mei giró al oírla. Parecía cansada, caminaba a pasos torpes con sus lentos pies enfundados en zapatos blancos con manchas rojas. ¡Era sangre! Sus mangas ocultaban manos sangrientas, la mirada fija no tenía un solo rastro de vida. ¡Estaba contagiada!
- ¡Aléjate, Mei! ¡No dejes que se acerque!
Ludwig estaba en el jardín y había notado lo mismo que ella. Corrió lo más rápido que pudo para apartar a la chica, que estaba sorprendida de oír a (t/n) hablarle tras su pelea. No se dio cuenta de que el monstruo detrás suyo se alistaba para atacar hasta que el alemán la empujó con fuerza.
- ¡Entra a la casa! – le ordenó. Xiao Mei no respondía, por lo que tuvo que empujarla con fuerza antes de encargarse de Li-Hua. Mientras todo eso pasaba, (t/n) corría por las escaleras mientras Vash se alistaba para disparar. Por desgracia para ellos, más contagiados se acercaban a la distancia, y uno de ellos apareció por detrás de Ludwig.
- ¡Ludwig! – (t/n) trató de distraer al nuevo contagiado con su presencia, lo que permitió a Vash dispararle. Li-Hua yacía en el suelo y el rostro de Ludwig mostraba signos de dolor -. ¡Vamos, tenemos que entrar!
El alemán la miró con miedo, pero obedeció. Un par de contagiados se acercó, pero Vash los pudo detener a balazos. Lily les abrió la puerta con rapidez y la cerró con llave.
- Están bloqueando las ventanas del primer piso – murmuró la niña tomando la mano de (t/n). La actividad frenética distrajo a (t/n), Roderich, Gilbert y Elizabeta hacían lo posible para cerrar las contraventanas de madera antes de que los contagiados llegasen. Xiao Mei se acercó a ellos y (t/n) hizo todo lo posible por ignorarla.
- Gracias por salvarme – tímidamente y a punto de llorar, trató de tomar su mano -. ¿Estás bien?
El alemán no respondió. Estaba como en shock y parecía no ser el mismo. (t/n) comenzó a asustarse, porque la frase "estoy bien" no acudía a sus labios. No fue la única: los demás, que comenzaban a mover los pesados muebles para bloquear cualquier espacio de entrada, se quedaron quietos, expectantes.
- Creo... creo que me mordieron.
Un grito se escuchó por la estancia y (t/n) se dio cuenta de que había sido ella. Tomó la mano que mostraba el alemán, cubierta por una sustancia viscosa y sangre. Lo arrastró a un baño e intentó lavar su mano, con la esperanza de que el rojo disminuyera. Rojo, rojo, rojo. Era el único color que podía ver. Una mordedura muy pequeña en una mano grande, que enrojecía con el paso del tiempo. No podía oír lo que los otros decían, ni siquiera se había dado cuenta de que estaban fuera del baño con ellos.
- No puedo quedarme – la voz de Ludwig la sacó de su trance -. Soy un peligro para ustedes. Tengo que irme. No, ustedes tienen que...
Aunque su mano estaba muy roja, el resto de su piel estaba muy pálida.
- ¡No! - gritó Gilbert irrumpiendo en el baño -. ¡No podemos matarte, no lo permitiré!
- Gilbert tiene razón, no podemos matarte así como así – Elizabeta se acercó a ellos para mirar la reacción de (t/n) -. Eres nuestro amigo.
- ¿Qué pasó? – Vash había bajado al oír el escándalo en el piso inferior -. ¿(t/n), Ludwig, están bien?
Al oír su propio nombre, la chica recordó la causa del grave problema que tenían entre manos. Salió del cuarto a enfrentar al suizo, ya que sabía lo que pasaría cuando él supiera.
- Han mordido a Ludwig.
- ¿Qué?
Xiao Mei no paraba de llorar. (t/n) cerró los ojos, jurando que por más cosas que le pasaran, no se convertiría en un alfeñique como ella. No era simple desagrado: ahora la odiaba. No podía evitarlo. La odiaba, siempre la odiaría, y también a la gente como ella. Gracias a ella, perderían a Ludwig.
- Ojalá te hubiéramos dejado en esa maldita fábrica - dijo amargamente antes de volver a entrar al cuarto de baño, deseando que todo lo que estaba pasando fuera un mal sueño.
[- (t/n) no contesta mis llamadas - explicó la madre de (t/n) a un asombrado Matthias -. ¿De casualidad has hablado con ella?
Negó con la cabeza, apesadumbrado. La mujer se veía mayor de lo que era, sus ojos tenían oscuras sombras que reflejaban las de (t/n). Notó que se parecía más a ella cuando estaba inquieta.
- No quería molestarla y estaba esperando que me llamara ella misma. Le envié un mensaje, pero apenas tengo señal.
La madre de (t/n) asintió y se despidió antes de ir a hablar con los otros. El corazón de Matthias palpitó violentamente al pensar que se había tomado la molestia de buscarlos porque estaba preocupada por su hija. Se preparó para cerrar la tienda, donde había vendido varias cantidades de comida y té mientras Heracles y su hermano pasaban el día en la oficina municipal para conseguir el permiso que les permitiría mantener la tienda abierta. Sus amigos estaban en la bodega construyendo muebles, lo que le permitió tener un rato para sí mismo. Volvió a enviar un mensaje a (t/n), esta vez esperando que las líneas grises se volvieran de color.
- Contesta - murmuró al notar que la señal comenzaba a decaer.]
.........
bueno, pues no estaba muerta
Chapter 23
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
(t/n) estaba tan enfadada que de pronto estalló en groserías. Atrajo la atención de todo el mundo hacia ella. Estaba tan enfadada que no podía controlarse a sí misma ni lo que decía, ya que se sentía demasiado conmocionada por lo que acababa de pasar, demasiado furiosa por la pérdida de Ludwig como aliado y demasiado asustada. Tan asustada que, de haber estado sola, habría comenzado a llorar como un bebé.
- ¡Tenemos que hacer algo! – gritó zarandeando a Gilbert, quien estaba más cerca de ella -. ¡No vamos a perder a un hombre útil solo por... por esto!
Estaba tan enfadada que ni siquiera le interesaba seguir insultando a Xiao Mei. Ya había advertido a todos lo que iba a pasar, pero era peor de lo que esperaba. No tenía por qué perder el tiempo en una tonta testaruda incapaz de salvar su propia vida.
- Vamos a hacer algo – decidió Vash. También a él le agradaba Ludwig, y lo consideraba un buen tipo -. Sólo déjenme pensar.
- Vash, (t/n)... tienen que admitir que tengo razón – Ludwig quería razonar con ellos, temiendo volverse una amenaza sin control -. Esta mordida es un peligro para ustedes.
- No te atrevas a salir por esa puerta, idiota – Lovino se acercó a Ludwig, amenazándole con una escoba -. Si te unes a esas cosas te juro que te corto las pelotas para colgarlas en un árbol navideño.
Gilbert se acercó silenciosamente a su hermano por detrás, sujetando sus brazos con una fuerza tal que por más que Ludwig tratara de soltarse, le sería imposible. Comenzaron a discutir acaloradamente, lo que hizo que todos se unieran, excepto Xiao Mei, Roderich y Lily. Precisamente esta última fue la que terminó quebrándose a causa de la cacofonía que poco a poco se extinguió, porque el sonido de su llanto se elevó por sobre sus voces.
- ¡Basta, por favor! – balbuceó mostrando su viejo botiquín -. Tal vez podamos salvar a Ludwig, si podemos limpiar su herida y...
Calló, sabiendo que era imposible que un milagro ocurriera. Sólo sabía que no deseaba que muriese, y no quería que su hermano o (t/n) tuvieran que cometer un asesinato. No era tonta, comprendía que en algunos casos estaban obligados a defenderse de los contagiados que los amenazaban, o incluso de personas sanas que podían atacarles.
- Yo tengo una idea, si me lo permiten. Podemos llevar a Ludwig a algún sitio y atarle. Luego, ustedes pueden intentar curarle – Roderich parecía ser el único en sus cabales. Se dirigió a Vash, que lo miraba incrédulo -. Por tu... línea de trabajo, me imagino que tienes algo de experiencia en asuntos como este, ¿no? Una vez vi un documental de un veterano de la guerra de Irak que tuvo que curar a su compañero herido, y...
- Es una buena idea. Debemos movernos rápido. ¿Chicos, hay algún cuarto con una estufa de hierro o un radiador? O algo que sea pesado y que sirva para atar a Ludwig – (t/n) comenzó a pensar en las cosas que necesitarían -. Cuerdas, cinta adhesiva, un par de tijeras...
Todos suspiraron, aliviados de que alguien hubiera sido capaz de hallar una solución.
Tan solo unos minutos después, el cuarto de los padres de Ludwig se convirtió en una enfermería improvisada donde Vash y Lily comenzarían a trabajar. A (t/n) le parecía increíble que no tuviera miedo a la sangre o a las heridas, y más aún que fuera capaz de asistir a Vash en esa clase de situaciones.
- Todos salgan, esto no será lindo. Gilbert, ¿tienes alcohol?
- Sí, te voy a traer una botella. ¿Qué quieres?
- El de enfermería. Pero si tienes ron o vodka, tráelo. (t/n), ayúdame a atarlo – ordenó Vash acercándose con cinta de ducto.
En medio del cuarto había una hermosa cama de madera rojiza, tan pesada que no se podía mover. Tenía gruesos postes de madera de los que colgaban cortinas de gasa crema y en la cabecera aparecían varios ángeles tallados, cuyas sonrientes caras parecían burlarse de ellos.
- A mi madre le gustaba el estilo barroco - cometó Ludwig antes de recostarse -. Mi padre tuvo que aguantar esta cama por años, pero cuando ella murió no quiso deshacerse de ella. Decía que no le importaba estar incómodo porque esta cama era como un trozo de mamá.
Ataron sus pies y la mano sana con la cinta, el torso con una cuerda y acomodaron el brazo libre sobre una almohada. El albino puso una botella de vodka en los labios a Ludwig, que bebió el contenido de un trago. Con sus claros ojos fijos en una lámpara cercana, parecía mucho más joven y vulnerable.
- Lily, trae el botiquín.
- ¿Qué vas a hacer? – (t/n) se acercó a él para devolverle la cinta. Sabía lo que oiría.
- Cortar.
No quiso preguntar cuánto iba a cortar o cómo iba a hacerlo. Los hermanos alemanes parecían aceptarlo desde un punto de vista práctico. Tal vez no podían impedir las mordeduras, aunque si eran capaces de quitar la carne enferma, podían evitar que la infección se extendiera al resto de su cuerpo. Miró a Ludwig, dudando si apoyar a su amigo o no.
- Está bien – concedió este al notar la muda súplica en sus ojos -. Si puede servir de algo...
- Te quitaré lo menos que pueda – prometió el suizo -. ¿Serás capaz de resistir?
Antes de que Lily comenzara a limpiar la herida, Vash se llevó a (t/n), pidiéndole que saliera de la habitación.
- Puedes irte si quieres. No tienes que ver.
Ya has visto demasiado, quería decir al verla con los ojos inyectados en sangre. Simplemente giró y ella lo vio desaparecer detrás de la puerta, a punto de llorar. Estaba asustada y temía por las vidas de todos. ¿Qué pasaría si no funcionaba y tenían que matarlo? ¿Por qué alguien tan bueno había sido mordido? Ni siquiera era su culpa. Si la mordida le hubiera tocado a Xiao Mei no se habría sentido tan mal: se la merecía por inconsciente . Por poner a los demás en peligro.
Un ruido metálico llamó su atención: Vash estaba cortando. Los leves gruñidos de Ludwig progresaron hasta convertirse en exclamaciones que la asustaron. Sonaba agresivo, como si le doliera mucho. Pese a todo no gritó. Incapaz de pasar sola por aquel trance, (t/n) caminó hacia la cocina, donde todos se congregaban. Al verla se acercaron para interrogarla.
- ¿Qué pasa con Ludwig? ¿Está bien?
Pese a ser un pesado, Roderich se preocupaba genuinamente por su amigo. (t/n) pasó directo al lavaplatos, donde lavó sus manos, su rostro y la parte posterior de su cuello antes de responder. Explicó a todos que Vash había comenzado y que era probable que todo fuera bien. Después de todo, Ludwig estaba siendo atendido lo mejor posible dadas las circunstancias. Repetía como un loro los datos que conocía de la situación, lo que oía en la radio cuando conseguía algo de señal, tratando de convencerlos - y de convencerse - de que todo iba a estar bien. No quería pensar en lo peor, así que ignoró los problemas frente a ella y decidió cambiar de tema.
- Lovino, ¿hay alguna cosa que podamos comer? – preguntó con su sonrisa más encantadora -. Tengo mucha hambre, y creo que es hora de comer.
- No tenemos nada hecho, pero podemos cocinar algo si quieres – se acercó a Feliciano y lo levantó de su asiento a golpes -. ¡No seas idiota, vamos a cocinar algo para (t/n)! Y de paso haces tu sopa de enfermos para el pobre bastardo, seguro que le hace bien. ¡Arriba, perezoso!
El tiempo se les fue en cocinar pastas. No se dieron cuenta de que Vash había entrado hasta que se sentó cerca de la mesa. Parecía cansado, así que Elizabeta le llevó una lata de soda.
- Todo está bien, por el momento. Cortamos algo, pero pudimos salvar la mano en general - bebió el contenido de la lata de un trago, antes de que alguien pudiera preguntarle más cosas -. ¿Hay algo de comer? Podríamos llevar algo para Ludwig, pero con mucho cuidado. Debemos tratarlo como si estuviera enfermo. Podría escupir o tratar de morder antes de que podamos reaccionar.
- ¿Está consciente?
- Sí, pero algo ebrio. Muy ebrio, en realidad. El vodka no le hace nada bien.
- Entonces voy a verlo. ¿Roderich, vienes conmigo?
- Claro.
Feliciano sorprendió a todos al ofrecerse a ayudar a Ludwig con la comida. (t/n) pensó que era un chico muy servicial, pese a lo cobarde que parecía ser cuando algo le amenazaba. Buscó por toda la cocina buscando los implementos necesarios: hallaron guantes y mascarillas, pero no tenían nada para cubrir los ojos, y se estaban acabando los suplementos de limpieza.
- Creo que esas cosas están en el sótano. Yo las traigo – gruñó Lovino -.
Feliciano comenzó a sacar la preciosa vajilla de la señora Beilschmidt, toda ella decorada con hermosas libélulas, flores y mariposas que revoloteaban por los platos. (t/n) soprendió todos al ayudarle y sacar tantos platos como personas había en la casa, comprobando en voz alta que todos tuvieran uno. Asumieron que perdonaba a Xiao Mei, o que al menoz no intentaría pelear con ella. (t/n) estaba de acuerdo con eso. Es que no vale la pena, pensaba mirando de reojo a la chica de rosa. Es mi culpa por haber querido sacarla de aquel basurero, así que no puedo volver a quejarme. Simplemente la evitaré hasta que podamos irnos y ya no sea mi problema. No volveré a amargar a los demás, no es su culpa después de todo.
Estaba inmersa en sus reflexiones cuando un estrépito de vidrios rotos y golpes la distrajo. Alguien o algo había entrado a través de una de las ventanas del salón. Como Vash, su primera reacción fue coger lo que tenía más cerca, un cuchillo de carnicero de al menos treinta centímetros de largo, y caminar silenciosamente hacia el comedor.
Los cuerpos arrastrándose le provocaron arcadas. Algunos estaban cubiertos de ropas desgarradas, otros vestidos sólo de sangre seca, vómito, heces y otros líquidos que no reconocía. Muchos mostraban órganos expuestos, partes del cuerpo ennegrecidas o tejidos destrozados. Le parecía imposible que un cuerpo sometido a tales heridas pudiera moverse. Entraban lenta, pero sucesivamente, por lo que cerró la puerta que conectaba a la cocina, indicando a Xiao Mei que hiciera lo mismo con la del pasillo, por ser la más cercana al cerrojo.
- Lovino está en el sótano.
Al oír a Feliciano, (t/n) palideció. Claro, seguro podía cuidarse solo, pero necesitaría ayuda para moverse. ¿Sabría siquiera que los golpes eran de aquellas criaturas? El sótano era bastante profundo, y si algún cuerpo se arrastraba por las escaleras...
- Xiao Mei, ve y dile a Gilbbert que tome el rifle y vigile las ventanas de arriba - gruñó Vash en voz baja -. Quédate con ellos. Que nadie baje, aunque oigan ruidos. Corre.
Mientras la veía irse, (t/n) se preguntó cuál sería el plan de Vash. Su cuerpo temblaba por la adrenalina en lo que el suizo cerraba una pequeña reja para la escalera. Debe ser de cuando Ludwig era pequeño, pensó la chica.
- Escucha muy bien, Feliciano. (t/n) irá a la puerta del pasillo y atraerá a esas cosas. Yo me encargaré de ellos y tú irás a buscar a Lovino. ¿Entendido?
El plan se ejecutó a la perfección. Armada con una campanilla de mesa, (t/n) hizo ruido suficiente para atraer a los cuerpos hacia ella, teniendo cuidado de no excerderse en caso de que hubiera más contagiados afuera. Vash apenas había puesto las manos encima a uno de ellos cuando Feliciano desapareció: sin duda estaba muy asustado. Ella misma lo estaba, puesto que le parecía estar rodeada por gusanos mortales de tamaño extragrande.
Otra de las ventanas se rompió y más cuerpos ingresaron. Lo primero que hizo (t/n) fue coger un pesado busto de Beethoven que decoraba una de las mesas y lo utilizó para destrozar el cráneo del que estaba más cerca. Pensó que por suerte las puertas estaban cerradas: si seguían entrando, estarían en graves problemas, y así se lo dijo a Vash. El chico contestó que movería los muebles en cuanto se librara de los que tenía cerca.
Por una vez la suerte les sonrió: apenas pronunció la palabra mueble, Lovino y Feliciano se dirigieron a las ventanas y comenzaron a empujar al exterior a los contagiados que trataban de entrar con un par de escobas. Luego, ayudaron a Vash y (t/n) a bloquear los ventanales con las cortinas, muebles, cubriendo cualquier hueco que les permitiera atravesarlos.
- ¿Creen que resistan, Vash?
- Sí, son muebles sólidos. La madera es gruesa, y si te fijas en el color, es roble - contestó Lovino en su lugar -. Y tienen que ser antiguos, por la clase de diseño. Si te fijas en la talla, es rococó, y tiene una pátina excelente, que...
- Servirán - gruñó el suizo, tomando el busto de bronce de las manos de (t/n) -. Pero lo mejor será usar sólo el piso de arriba y cerrar aquí. Subamos lo que tenemos y cualquier cosa que pueda servir.
Los demás esperaban con impaciencia que volvieran. Xiao Mei había conseguido encender la televisión y conectar una extraña antena hecha de varios colgadores de ropa, lo que le mereció un elogio de (t/n). Todos la miraron extrañados, pero no quisieron arruinar la precaria paz entre ellas.
- Es bueno que haya señal de televisión - comentó en tanto daba una soda a Xiao Mei -. Significa que hay algo de control gubernamental. Ojalá tuviera señal para mi teléfono.
Continuó entregando latas hasta que se quedó sólo con la suya, dedicándose a comer de la olla que los italianos subieron junto con los platos. Todos estaban muertos de hambre, excepto Ludwig, que se había quedado dormido pese a los ruidos de los cubiertos y la conversación. No era claro si estaba muy cansado... o muy ebrio.
Tras varios intentos de sintonizar algún canal, dieron por fin con un programa que se veía con claridad, una especie de mesa redonda. (t/n) lo conocía de las épocas de elecciones, cuando llevaban a los candidatos a discutir sobre política y terminaban peleando e insultándose. Una vez, varios candidatos a la presidencia se enzarzaron en una pelea en la que alguien arrojó una silla al moderador. El recuerdo le sacó una risa tonta.
- Nuestro invitado de hoy es el nominado al Nobel de Medicina, David Solis, primer candidato de nuestro país a tal presea - comentó la presentadora, una periodista muy popular en el país por su carisma y belleza -. Bienvenido David, pordríamos decir que, dados los acontecimientos actuales, eres el hombre del momento...
Pese a las halagadoras palabras de la mujer, el científico parecía sentirse miserable. Los ojos negros y vacíos, inyectados en sangre, asustaron a (t/n) incluso más que las imágenes que mostraban al fondo en una pantalla aparte, que la periodista presentaba como sucesos en otros países. Ella trataba de restar importancia a los gráficos y estadísticas, hablando como si el científico estuviera contando cómo cuidar la piel o preparar un postre.
- La gente no debería preocuparse, las cifras muestran que todo está bajo control. Por supuesto, usar mascarillas es preferible, ¿cierto doctor? Recuerdo que mencionó que en su laboratorio...
- Hay mas contagiados que los datos que tenemos. La gente debería someterse a un aislamiento estricto y evitar salir a toda costa. Aunque...
- ¿No cree que es algo exagerado? Entiendo que sea una enfermedad contagiosa, pero el gobierno hace todo lo que está en sus manos para controlar...
- ¡Es imposible controlar un espacio tan grande! - explotó el hombre -. Piense. Sólo en la capital hay decenas de caminos que la conectan con otras ciudades, todas ellas lo bastante grandes como para tener miles de personas que se pueden convertir en vectores de la enfermedad. Ni siquiera con un control estricto se podría...
Sus palabras fueron interrumpidas por la música romántica de un anuncio de chocolates, que a su vez fue interrumpida por la imagen del científico. Luchaba con dos guardias que trataban de llevárselo lejos del escenario.
- ¡Lydia, sigue grabando! ¡No salgan de sus casas y cierren puertas y ventanas! ¡Suéltenme, gorilas estúpidos! ¡No hay suficiente...!
Un brutal golpe en el estómago le hizo callar, siendo seguido por un disparo que hirió a uno de los guardias. El científico fue empujado contra una de las cámaras, que se movió mostrando a una mujer armada con una pistola que apuntaba a un camarógrafo.
En el cuarto, todos observaban sin pestañear. De pronto, la mujer de la pistola gritó fuertemente y alzó su brazo, en el cual un hombre clavaba sus dientes con fuerza. Ella disparó varias veces antes de caer al suelo, dándole por accidente a la conductora del programa. La periodista gritó y fue atrapada por detrás por otro contagiado. A diferencia de la otra mujer, perdió la humanidad con rapidez y se arrojó contra el guardia restante, al que arrojó contra la cámara que seguía encendida. La imagen se volvió negra.
- Es el fin – murmuró Elizabeta encondiendo su rostro detrás de sus cabellos. (t/n) supo que tenía razón.
[Alfred fingía estar tranquilo, pero en su interior no dejaba de preguntarse qué pasaría con ellos. Ocultaba su nerviosismo con payasadas y risas, tratando de que no se notase lo mucho que le preocupaba estar en aquel sitio. ¿Por qué el ruso con el que solía encontrarse en la oficina de asuntos del exterior le daba mala vibra? Ni siquiera creía en cosas como el New Age, pero cuando pasaba cerca suyo le daban ganas de hacer rituales para limpiarse y todas esas cosas.
- No creo que podamos salir - comentó a Matthew, que era el único con el que se atrevía a hablar esas cosas -. Escuché que el ruso no quiere irse.
- ¿Por qué?
- No quiere dejar a sus hermanas acá. Parece que Rusia no acepta gente de otros países. Tengo miedo de que America haga lo mismo y no nos acepte. Bueno, quizás a ti.
- No, yo renuncié a la nacionalidad y sólo tengo la canadiense. No lo olvides - comentó su hermano -. De todas formas... no creo que estemos a salvo allá, hay demasiada gente. Si no dejan pasar a los que vuelven, entrarán por México, Florida, y hasta por Alaska. ¿Te imaginas a la gente colándose en los barcos petroleros con ese frío de muerte?
- Ugh, siempre tienes razón, eso apesta - sonrió levemente -. Bueno, tal vez Arthur o los demás se las arreglen para conseguirnos permisos de entrada. Aunque preferiría quedarme acá, vivir en Inglaterra no es mi sueño.
- Está muy enfadado después de que... bueno, de que sus padres murieron. No lo creo. Me pregunto... me pregunto si (t/n) habrá llegado a su casa.
Alfred no contestó. Prefería ignorar el nudo en su garganta.]
Notes:
well, I was not dead
Chapter 24
Notes:
he vuelto de entre los muertos, puro drama para la raya <3
Chapter Text
Una tenue luz se colaba por debajo de la puerta que separaba el pasillo y el cuarto donde (t/n) dormía con Vash y Lily. O al menos donde lo intentaba, puesto que daba vueltas sobre sí misma pensando en todo lo que les estaba pasando. Se incorporó a medias tratando de ver el papel que Vash apretaba en su mano. Era su mapa, tachado con varias cruces, flechas y círculos que indicaban la urgencia de partir.
[Lejos, en la casa de los padres de (t/n)]
- La comida estuvo increíble – Matthias lamió el plato, ganándose unas risas de los padres de (t/n) -. ¿Podemos llevarnos un trozo de tarta?
- Claro que sí. Llévense todas las cosas que sobraron y coman un último trozo antes de irse - la madre de (t/n) empujó el plato hacia ellos. Era una tarta enorme, cubierta de crema y arándanos.
- No es necesario, no queremos molestar – murmuró Tino, aunque la tarta frente a él parecía llamarlo.
- ¡Pero mírate, estás en los huesos! ¡Tienes que alimentarte! No voy a aceptar que se mueran de hambre porque viven en una casa llena de chicos. Y no seas tan tímido, aprende de Herakles – indicó al joven que ya estaba comiendo. Ignorando el hecho de que vivían junto a una cafetería, se puso a empacar los restos de tarta, galletas, e incluso les llenó varios tupperware con lasagna casera y salsa. Se despidieron poco después.
Un súbito dolor en el corazón de la mujer la obligó a sentarse. Extrañaba a su hija. ¿Estaría comiendo bien? ¿Estaría a salvo? Necesitaba saber que estaba bien, y la angustia de no tener noticias la consumía.
- Voy a dar comida a las gallinas – dijo su esposo antes de salir. Ella casi ni lo escuchó. Estaba concentrada en una foto en la que rodeaba con sus brazos a (t/n). Muy concentrada.
Tan absorta que ni siquiera escuchó el grito que cortó el aire en el exterior.
[Aquella noche, en un pueblo lejano]
Un ruido en el pasillo despertó su curiosidad y la obligó a salir en silencio. Era Feliciano, que caminaba con una bandeja vacía y el rostro cansado. Al preguntarle por Ludwig obtuvo malas noticias. Tenía fiebre. ¿O sería una buena noticia? La fiebre debería ser una señal de que su cuerpo trataba de luchar contra una infección o enfermedad.
- Ha dormido un poco, pero ni Gilbert ni Elizabeta han podido.
- Anda a dormir, yo te reemplazo. Parece que te estás cayendo de sueño.
Feliciano ni siquiera la cuestionó. Desapareció a los dos segundos.
El cuarto estaba a oscuras, excepto por una lámpara cuyo tenue brillo iluminaba tres rostros preocupados. La angustia era palpable. Gilbert movía sus labios rápidamente y en voz baja en tanto acariciaba a Gilbird, que dormía tranquilamente junto al rostro de Ludwig.
- Tschüss, Gil. (adiós, Gil)
-...tschüss Julia. Bis bald (adiós, Julia. Hasta luego.)
No se dieron cuenta de que (t/n) había entrado al cuarto, estaban muy concentrados en un pequeño aparato que se parecía a un teléfono antiguo, de los que tenían teclas. El ruido de la puerta cerrándose les devolvió a la realida y la miraron sobresaltados. Es un teléfono satelital, comprendió al ver sus rostros confundidos.
- Así que tienen un celular – sonrió con el rostro tenso, sin saber si debía enfadarse o no -. ¿Qué está pasando?
Por una parte, comprendía que no hubiesen dicho nada, pero estaba un poco enfadada sin saber por qué. Ella misma trataba de mantener su celular fuera de vista, pero era un celular normal, del que todos tenían, conectado a la red que todo el mundo usaba. En cambio, un teléfono satelital...
- Hola (t/n) – Gilbert trató de calmar la situación al notar que no se iría -. ¿Qué pasó con Feliciano? Iba a preparar algo de café.
- Está durmiendo. Tal vez Elizabeta lo pueda hacer, a mí siempre me queda amargo.
Elizabeta comprendió. (t/n) era consciente de que sus ojos relucían como los de un depredador ansioso.
- Yo lo haré, no te preocupes - se detuvo, como dándose cuenta de lo que había dicho -. (t/n), todo está... muy mal. Muy, muy mal.
- Gilbert estaba hablando con su compañera de escuadrón – tosió Ludwig, con obvias dificultades para hablar -. Es mejor que se lo digas, hermano.
- ¿Cómo estás, Ludwig? – por un momento olvidó lo que pasaba a su alrededor -. ¿Te duele la cabeza?
- Estoy bien.
(t/n) acarició su cabeza. Al darse cuenta de que le tocaba se sintió un poco avergonzada, por lo que repitió la caricia con Gilbird, que se removía de gusto. Despertó y comenzó a piar, buscando a Gilbert.
- ¿Quién es Julia? ¿Qué diablos pasa? ¿Es un teléfono satelital o uno normal?
- Voy a empezar diciendo que este es mi teléfono militar. Es como los que se usan en las minas o en lugares donde es difícil comunicarse. Me lo dieron porque pedí un permiso para visitar a nuestro padre y me lo dieron porque sabían que algo extraño pasaba y soy un tipo importante – guiñó el ojo a (t/n), que no cayó en sus encantos -. Julia es una de mis compañeras de escuadrón como dijo Ludwig, pero también es importante en nuestra jerarquía. De hecho, es más importante que yo y sabe muchas cosas clasificadas. También es mi amiga y...
- Ya deja de halagarla y contesta.
- Voy a eso. Como decía, Julchen es muy lista. Es piloto... y dispara como los ángeles. ¿Sabes cómo le dicen? El ángel de la muerte. La envían a muchas misiones. Me llamó hace un rato porque nuestra base fue atacada y ella alcanzó a subir a su avión... con una bomba inteligente que tomó.
- ¿Una qué?
- Una bomba con un GPS, la puedes arrojar a sesenta kilómetros y aun así llegará a su objetivo. Está llena de municiones que tienen cargas contra objetivos blindados y son capaces de crear grandes incendios. Son muy caras. Con una de ellas podrías pagar un año de comida para cientos de soldados y varios vehículos blindados.
Continuó explicando cosas sobre ellas cuando Elizabeta llegó con el café. (t/n) no comprendía los tecnicismos de la charla ni la diferencia entre un avión Typhoon y un Tornado, pero escuchó de todas formas por si algo servía. Bebió lentamente su café mientras escuchaba los peligros que enfrentaría la tal Julchen si su avión llevaba alguna carga peligrosa mal asegurada.
- Pero... ¿cómo podría encontrarte? – preguntó al fin -. ¿Tiene un mapa o algún sistema para orientarse? ¿Ha estado aquí alguna vez? ¿Y qué piensas hacer cuando llegue? ¿Qué quiere hacer con esa bomba?
- La tomó porque es la única que teníamos y si alguien la encuentra podría ser peligroso. Además nosotros memorizamos los mapas de las zonas de interés. Julchen nos hallará. El problema es sobrevivir hasta que llegue.
- Es mejor tenerla que no tenerla - comentó Elizabeta con los ojos llenos de lágrimas -. Gilbert, dile lo que me dijiste. Dile lo que ella vio.
- Julchen se detuvo para cargar combustible. Fue entonces cuando nos llamó. Había tratado de usar la radio y cuando se pudo conectar sólo pudo escuchar gritos y alguien pidiendo auxilio. Y antes de eso, cuando estaba volando... vio...
- ¿Qué vio?
- Un desastre. Varias veces quiso bajar pero solo vio incendios, gente atacando a otros y siendo atacada por masas de contagiados... todo está mal. Creo que la amenaza no son esos contagiados. Son civiles, gente como tú o mi hermano. Gente que no está enferma. Acá estamos a salvo, pero...
- No del todo. Vash ha estado captando señales de grupos por radio y hace un tiempo un amigo me dijo que hay grupos de mercenarios contratados para controlar todo – explicó (t/n) estremeciéndose -. Y creo que tal vez llevar armas no sea legal si no eres uno de ellos. Este es literalmente el peor momento para que a alguien le pasara lo que pasó a Ludwig. En especial cuando es...bueno, él. Es especial
- Lo sé – sonrió el albino haciendo que (t/n) sintiera una gran ternura por él -. ¿Está despierto?
- No, parece que se durmió – contestó Elizabeta -. ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Les decimos a los demás, o...?
- No, van a reaccionar muy mal – (t/n) comprendía que era una hipócrita, pero no podía evitarlo -. Tal vez podamos decirle a Vash, pero los demás...
- Es cierto, no podemos decirle a Roderich o se volverá loco – asintió la chica.
- Podríamos decirles alguna versión más suave – sugirió Gilbert -. No podemos decir lo mal que está todo, pero si no saben lo que pasa serán un peligro. En especial Xiao Mei. Sé que lo que pasó con Ludwig no es su culpa, pero...
- No seas tan bueno, si lo fue – gruñó (t/n) dejando su taza en la mesa -. No voy a gritarle de nuevo, pero no podemos negar que fue su imprudencia lo que nos metió en esto. No, fue mi culpa por traerla.
- No te culpes, ella estaba en peligro. No puedes pedir a una persona que ha vivido entre algodones que sea fuerte a primeras – la voz de Gilbert cambió. Parecía un hombre distinto, más severo -. ¿No te has encontrado a gente como ella antes?
Quiso decir que no, pero recordó a Peter y Wendy. Eran niños. Tal vez Xiao Mei tuviera edad suficiente para comprender lo que pasaba, pero era lo mismo. También Arthur, que había estado enfermo, pese a ser un chico que parecía tener recursos. Matthew y Kumanjiro...
- Bueno, es cierto. Pero dejemos de hablar de esto. Podríamos hablar de algo más interesante y menos dramático.
- Podrías hablar de tu teoría de zombies que no descansan, Gilbert – Elizabeta trató de aguantar una sonrisa -. Deberías haber visto su pelea con Ludwig, (t/n).
- Las cosas están sujetas a las leyes de la física – murmuró Ludwig en voz muy baja -. Los contagiados no pueden ser máquinas de movimiento perpetuo porque no cumplen con las condiciones para moverse por siempre.
- Oye, yo no dije que lo fueran, solo digo que se parecen – susurró Gilbert, poniendo un paño húmedo en la frente de su hermano -. Vuelve a dormir.
- Te digo que no hay evidencia que apoye lo que dices. He leído muchos textos sobre el movimiento perpetuo y tus ideas son ridículas.
- ¡Ridículos son esos zombis! Admite que son como unas máquinas enemigas sin control, así como el robot de Terminator.
- Esos tenían baterías nucleares. Y como te decía, están sujetos a las leyes de la física igual que nosotros. ¿O acaso los has visto volar? En algun momento tienen que detenerse, como la maquinas cuando les falta combustible o se rompen. Ahora que hace frío debemos tener más cuidado porque el frío les conserva más o menos enteros. Pero también tendría que volver sus huesos más frágiles, y sus esqueletos deberían colapsar eventualmente.
A (t/n) le pareció muy gracioso que discutieran. Le gustaban mucho los conflictos. O sea, no le gustaba vivirlos... pero sí verlos.
- Oigan chicos, ¿quieren tomar una siesta? – preguntó poniéndose a los pies de la cama -. Y tú, Ludwig, ¿no deberías descansar?
- Dormí mucho y demasiado temprano. Gilbert, anda a dormir, es tarde. Tu también Eli.
Discutieron hasta que Gilbert aceptó la promesa de que (t/n) los despertara si algo pasaba. No pasaron ni diez minutos cuando sus ronquidos comenzaron a resonar en el cuarto.
- Parece una locomotora.
- Cuando éramos niños teníamos que compartir cuarto – Ludwig hizo una mueca al recordarlo -. Y lo peor era que no importaba la hora a la que se fuera a dormir, siempre se levantaba a las cuatro de la madrugada para hacer ejercicio. Y me obligaba a acompañarlo.
- Es por eso que tienes tantos músculos, deberías agradecerle de rodillas – rió en voz baja, golpeando su estómago que estaba menos plano que antes -. Yo estoy hecha una masa fofa porque mi único ejercicio era caminar a la chocolatería que quedaba cerca de mi universidad. Y ni te digo de mi colegio, porque había una tienda de sándwiches cruzando la calle.
Ludwig mostró una pequeña sonrisa que se convirtió en una mueca de dolor. (t/n) se acercó a él para pasar un paño húmedo por su piel, tratando de refrescarlo un poco. Pese al poco tiempo que llevaban juntos, le dolía en el corazón ver a alguien como Ludwig reducido a ese estado de debilidad.
El ruido de la puerta la distrajo de sus pensamientos, notando la humilde figura de Xiao Mei acercándose con un plato de comida y un jarro de agua que depositó en el velador. En buen momento, porque Ludwig de pronto tenía mucha sed.
- Quería saber si Feliciano necesitaba ayuda – dijo Xiao Mei después de un largo rato en silencio -. Pero parece que no.
- Si quieres quedarte está bien, pero yo no tengo sueño – comentó (t/n) devolviéndole el vaso vacío -. Tenemos que estar listas para despertar a Gilbert. Ya sabes, por si acaso. ¿Podrías traer algo dulce? A Ludwig se le seca mucho la boca.
Había hecho las paces con tenerla entre los demás, pero por alguna razón no aguantaba compartir el espacio con ella por mucho tiempo. Debía ser esa personalidad tan dulce lo que la hacía irritante. Si más gente tuviera personalidades así el mundo podría ser mejor... o un completo caos. Un desastre total, porque Xiao Mei tenía ese tipo de personalidad suave y mansa que podía doblegar a gente más fuerte que ella a través de su sumisión. Esa bondad capaz de hacer que tomaran decisiones estúpidas para proteger al eslabón más débil de la cadena.
- Tengo mucho miedo – susurró a Ludwig, cuyos ojos cerrados mostraban una gran serenidad pese a todo -. No sé qué va a pasar con nosotros. Quiero volver a mi casa.
Silencio.
- Me he vuelto tan malvada que mi corazón debe estar negro como un carbón – sus ojos se llenaron de lágrimas que secó de un manotón porque no pensaba llorar -. Estoy obligando a todos a ir a mi ritmo sin considerar que no todos pueden.
Más silencio.
- No quiero ser así, pero tampoco soy lo bastante generosa como para pensar en otros. Si pensara en los demás me derrumbaría y no podría seguir adelante. ¿Recuerdas cuando te mordieron? Ella estaba preocupada por esa chica contagiada. Si yo viera a mi familia en ese estado... me volvería loca. Por eso no la aguanto. Porque podría ser yo. Ella es como ese lado más débil que tengo que matar cada día.
Miró a los postes de la cama, los que tenían ángeles burlones tallados. Había uno en particular que le parecía maligno y burlón, como si se riera de sus circunstancias.
- Es como si hubiese tenido que romper mi propio corazón para que ni el amor ni la bondad me estorben.
Las lágrimas estuvieron a punto de caer por su rostro. Ludwig parecía muy tranquilo, sus ojos cerrados daban sensación de paz.
- Debes pensar que estoy loca- dijo en voz baja, tratando de no despertarlo.
- No creo que seas una mala persona – dijo Ludwig en voz baja.
- ¿Estás bien? – preguntó (t/n) sentándose en la cama y olvidando que estaba confesándose -. ¿Te duele la mano?
- No mucho.
- Bien.
Un mechón rubio caía sobre su rostro, y (t/n) se inclinó tratando de arreglarlo. Sus rostros estaban tan cerca que podían sentir el aliento del otro. Se quedaron inmóviles por un minuto hasta que los ronquidos de Gilbert rompieron el hechizo. Avergonzada, (t/n) apartó la vista de Ludwig mirando hacia cualquier otro lugar.
- He estado pensando que apenas pueda levantarme tendremos que irnos. ¿Podrías cambiarme el vendaje?
(t/n) asintió, feliz de tener algo que hacer. No era muy buena con las heridas, pero era suficiente con imitar lo que hacía Vash con las suyas. Para su sorpresa, la carne expuesta alaire se veía bien. Claro, tenía todo el aspecto de una herida fea, pero no se veía anormal ni tenía olores extraños.
- Creo que estarás bien - dijo entre dientes, sabiendo que era muy temprano para cantar victoria, pero necesitada de algo de esperanza -. Quién sabe, tal vez Vash te curó. O quizás seas inmune.
- Ojalá tengas razón. Deberías ir a descansar, madre - murmuró dando su mano a (t/n) -. Has leído demasiado, tus ojos están cansados. Me quedaré esperando a Gilbert.
(t/n) lo miró asombrada, pero decidió seguir la corriente. Despertó a su hermano explicando lo que pasaba y dejó el cuarto tras despedirse de Ludwig, que trató de besar su mejilla sin poder levantarse.
- Buenas noches, Ludwig - musitó besando su mejilla con suavidad -. Duerme bien. Obedece a tu hermano.
Ya que iba a seguirle la corriente, tenía que hacerlo bien.
Salió hacia el exterior de la casa, sabiendo que le sería imposible dormir. Todo estaba en silencio y la nieve comenzaba a caer de a poco, el invierno estaba encima de ellos. Antes de que apareciera los días habían sido largos, pero se acortarían. Ya no se veían las hojas marrones desperdigadas por el camino porque estaban enterradas debajo de un delgado manto blanco, y de pronto, el mundo le pareció extremadamente silencioso.
Quiso hablar con alguien, pero no sabía con quién. No quería molestar a los demás. Se abrazó a sí misma para protegerse del frío con el calor de su cuerpo y sacó su celular. No se separaría más de él. Notó que tenía varias llamadas perdidas de su madre, a la que marcó sin pensar. Nada. Luego a su padre. Nada. Su corazón saltó, pero no sabía. Podían estar durmiendo. Sí, sus padres tenían el sueño pesado.
[La trastienda de un emporio oriental lleno de té, dulces y aromas]
Sadik entró a la tienda con una caja llena de herramientas. Matthias estaba trabajando desde las cuatro de la mañana, lo que le parecía admirable. El celular del chico comenzó a sonar, pero él no lo oyó, enfocado en reparar una estantería rota.
- ¿Diga?
Una voz que le pareció dulce y temerosa preguntó por el dueño del teléfono. Sadik no tenía que preguntar: ya sabía quién era.
- Te llaman – arrojó el celular a las manos de su joven empleado -. Tu novia.
Matthias se sonrojó y no supo que responder. Se sonrojó.
Sadik no era un hombre romántico, pero le parecía adorable que un chico mayor se emocionara como un niño por algo tan simple. ¿Cómo sería esa (t/n)? Su voz era hermosa. Debía ser muy especial.
[Un asiento fuera de la casa de los padres de Ludwig]
- Pensé que no ibas a contestar.
Era cierto. Había tomado tanto tiempo, que poco a poco perdía la esperanza.
- Nada de eso. ¡Te habría llamado de vuelta!
Matthias la tranquilizó hablando sobre sus padres y lo bien que estaban cuando les dejó. (t/n) le agradeció sus palabras y de pronto comenzó a llorar en voz baja. Le contó todo lo que estaba pasando, tratando de evitar que su llanto fuera oído a través del teléfono. Era de agradecer que la señal no fuera la mejor.
- No sé qué hacer - explicó a Matthias tratando de ocultar su nudo en la garganta -. Oye, mejor dejo de molestarte es muy temprano para estar en pie.
- ¡Espera (t/n) no cuelgues! – oyó varios ruidos de pasos y luego una rápida conversación de Matthias con otra persona -. Escucha, no soy bueno dando consejos, pero Berwald sí. Te lo voy a pasar... y no te preocupes. Todo saldrá bien, ¿sí? Pronto nos veremos e iremos a casa de tus padres a comer tarta. Saluda a Lily de mi parte, y dile a Vash que no sea gruñón.
- Ya cierra la boca. (t/n), es Berwald.
Rápidamente resumió la situación en la que se encontraba. Berwald no habló, pero sí le dio algunos consejos que podría aplicar. Y era cierto que eran buenos consejos, puesto que él estaba obcecado con la idea de proteger a su amado Tino, así que debían ser buenos consejos.
- Gracias, Berwald. En verdad Matthias tenía razón. Pero no le digas por favor.
- Está bien. En fin, creo que no debes preocuparte por cosas que no puedes controlar. Solo enfócate en lo que puedes hacer ahora, como seguir viva. Y respecto a esa chica, no te obsesiones. Enfócate en tu supervivencia y la de tu grupo.
- Es cierto. Pero no sé cómo puedo hacerlo. Cada vez que la veo es como una patada en el estómago.
- Cada vez que Matthias me estresa me desconecto y luego lo atiendo. Como cuando habla de legos, solo escucho su panorama general. Y si me pregunta, lo distraigo con algo para que olvide lo que pasa.
- Esun buen truco. ¿Te ha funcionado?
- Lo suficiente como para que no supiera que salía con Tino cuando todos los demás sí - un sonido ronco indicó a (t/n) que se reía -. Me daba vergüenza que Tino lo conociera, ya sabes lo... efusivo que es. Bueno, me voy a dormir. Si necesitas ayuda sólo llámanos.
- Espera, ¿estabas durmiendo? Voy a matarlo, que vergüenza. Dile que la próxima vez que lo vea lo haré. Adiós.
Se despidió algo más alegre. Su cabeza comenzó a doler por el frío, como casi siempre hacía que no usaba un gorro. Decidió entrar a buscar uno, pero un presentimiento hizo que volteara justo antes de que algo la agarrara por detrás. Era algo grande, más grande que ella y más pesado, con un cuchillo clavado en un ojo. (t/n) cayó de espaldas, gritando sin comprender del todo lo que pasaba. Trató de esquivarlo pero algo la tomó del cabello por el otro lado y la arrastró mientras la figura frente a ella caía.
- ¡Mira lo que me encontré! - rio el hombre que tenía a (t/n) sujeta del cabello -. Yo pensé que en este sitio sólo quedaban zombis.
Era un grupo de seis o siete personas, las cuales estaban armadas hasta los dientes. Las boinas rojas, pensó inmediantamente. No eran realmente rojas, sino de un color escalata, color sangre.
- ¡Oye, suéltame! - gruñó al hombre. Se peinó con rapidez tratando de fingir que no tenía miedo -. ¿Quiénes son ustedes y qué hacen en mi casa?
- ¿Es eso cierto? ¿Usted vive sola? - un hombre de pelo platinado y expresión adusta se acercó a ella -. Este lugar es muy peligroso, señorita.
A diferencia de los demás no usaba boina. Sólo llevaba un uniforme de soldado y un abrigo muy grueso encima. Otro de los hombres se acercó a (t/n) y la tomó por el brazo con brusquedad, arrastrándola hacia el centro de un círculo que se hizo pequeño.
- ¿Qué hacemos con ella?
- Tenemos que llevar a todos los civiles a un lugar seguro - gruñó el hombre de pelo claro acercándose a (t/n) -. Nuestra misión es salvar a quienes podamos y limpiar la zona para poder establecer a las personas que necesitan refugio. ¿Está usted sola o hay más gente que necesite asistencia?
Tenía ojos grises y fríos.
- Será un estorbo. Mejor que nos deshagamos de ella, nadie lo sabrá - el hombre que había tirado el cabello de (t/n) se acercó a ella, agarrándola con fuerza de un brazo -. ¿Quién más lo sabrá?
- Yo lo sabré - el hombre de los ojos grises lo obligó a soltarla, interponiéndose entre ambos como un muro -. No te atrevas o te reportaré.
- Ya deja de jugar al soldadito de plomo.
- No le tocarás un pelo.
Parecía que el hombre de la boina escarlata le respetaba, porque no le atacó inmediatamente. Sin embargo, tras un minuto de duda, miró a sus compañeros y comenzaron a acercarse silenciosamente. (t/n) sufrió un momento de pánico, si tan solo pudiera llamar a Vash y a Gilbert para que la ayudaran...
Sin dudarlo, intentó empujar al hombre que bloqueaba el camino entre ella y la casa. Lo intentó, pero la sujetaron del cuello. Instintivamente arañó su rostro mientras gritaba con toda la fuerza de sus pulmones, chillando con todas sus fuerzas porque para algo existían las clases de música en los colegios.
- ¡Vash! ¡Gilbert! ¡Asesinos! ¡Rápido, asesinos!
Un golpe en la boca la hizo callar. Sintió su mandíbula crujir, pero usó todas sus fuerzas para golpearlo en la entrepierna unay otra vez hasta que se libró de él. Desesperada, buscó algo con lo que defenderse y su mano dio con algo pesado: una piedra de buen tamaño. La usó para golpearlo con fuerza en la cabeza sin detenerse, hasta que una sustancia pegajosa manchó su rostro y todo se volvió oscuro.
Despertó con dolor de cabeza, sintiendo que algo chocaba con su mano. Era la espalda de Gilbert, que la cargaba como podía a su espalda. Como un saco de patatas, pensó golpeando su hombro para indicar que estaba despierta.
- ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?
- Sólo unos minutos, tranquila - Gilbert la soltó con cuidado sobre la acera -. ¿Estás bien?
- Sí, aunque mi cabeza está hecha mierda. ¿Qué pasó?
Una parte de ella habría preferido quedarse en la oscuridad. Cuando entró a la casa ignoró todos los rostros preocupados y se sentó en un sillón, ocultándose debajo de una manta. Apretó sus ojos e intentó obligarse a dormir, o a lo menos de desconectarse.
Por desgracia, sólo pudo hacerlo un par de minutos antes de que Lovino abriera la puerta para dar entrada al soldado, que empujó a uno de los hombres hacia el interior. Vash cerraba la procesión con los ojos enfurecidos.
-¡Perra! - gritó el hombre a ver a (t/n) -. ¡Lo mataste!
Vash le golpeó en la parte posterior de las piernas, haciéndole caer de rodillas.
- No voy a delatarlos - dijo el soldado mirando a Vash -. Será mejor que se vayan lo más pronto posible. Me gustaría poder llevarlos al campamento que establecimos, pero desgraciadamente no es una buena idea.
- ¿Por qué no? - preguntó Elizabeta.
- No tenemos recursos suficientes para tantas personas - contestó sencillamente, mirando a (t/n) y su rostro hinchado -. ¿Está bien, señorita? Sufrió un golpe bastante fuerte.
- Estoy bien - murmuró frotándose la mandíbula. Le dolía mucho, pero no creía que estuviera rota -. ¿Por qué los mercenarios? ¿Acaso todo está tan mal?
- Son suplementarios a nuestra milicia. No debería decirlo, pero no estábamos preparados para esta situación ni en cantidad ni en calidad. Muchos de los nuestros abandonaron sus puestos, otros murieron. Se necesitaba a gente con conocimiento especial a la que se le paga por sus servicios.
- Comprendo - (t/n) miró al hombre que yacía en frente a él -. ¿Y qué haremos con este? ¿No te lo deberías llevar y denunciarlo como dijiste?
- No tenemos suficientes recursos para los civiles - una sonrisa fría, casi maligna heló el corazón de los presentes -. Tal como él dijo, nadie lo sabrá. Mi deber como soldado es proteger a las personas... incluso de otras personas.
Al oírlo, el mercenario se retorció en el piso hasta que el soldado le dio un golpe con su bota.
- ¿No será peligroso? - Feliciano apareció junto a (t/n), con el rostro pálido por el miedo -. Tal vez sí deberías llevártelo.
- Hemos decidido que tal vez les sea útil - explicó el hombre mirando a Vash -. Como dije, yo sólo cumplí mi deber protegiendo a una persona indefensa de una amenaza y desgraciadamente ellos no pudieron volver conmigo.
Salió sin decir una palabra más. (t/n) se levantó y corrió a la ventana, desde donde le vio subir a un todoterreno semi blindado.
- ¡Oye! - le llamó abriendo la ventana -. ¡Gracias!
El soldado la miró y la saludó antes de partir.
[Se quedaron en silencio uno frente a otro.
- Fuiste valiente al venir, aunque estuvieras equivocado.
- ¿Debo tomarlo como un cumplido?
- Tómalo como quieras.
El ruso le entregó un paquete con dulces, por el cual recibió una pequeña radio. Luego se alejaron. Claramente una radio valía mucho más que un par de dulces, pero quería darle una pequeña alegría a Emma. Acomodó su bufanda y se encaminó hacia su tienda.
- Emma van Uylenburgh, levántante ahora mismo - gruñó al entrar. Le dio el pequeño paquete, disfrutando de su pequeño grito de felicidad. Su hermana había estado muy apagada aquellos días, pero un caramelo siempre era una buena forma de animarla.
- ¡Tim van Uylenburgh, eres el mejor hermano del mundo! - saltó hacia él y le acarició el pelo, aplastándolo contra su cabeza -. ¿Has oído algo?
Movió lentamente la cabeza, notando que los ojos de su hermana se apagaban. Lo último que había sabido era que el presidente había hecho un llamado a evacuar sus casas y reunirse en los lugares designados. Y no era una sugerencia, sino una orden apoyada por militares armadoshasta los dientes y un decreto de catástrofe.
Cuando los militares los hallaron, Emma había llorado. Louis no estaba ahí. Pero él era más grande que ella y tenía la autoridad de ser el mayor de los tres. Nunca le había levantado la voz antes, pero le gritó para ordenarle subir con los militares porque el miedo era la única arma que tenía en aquel momento para salvarla, y si no temía a los soldados ni a la plaga, tendría que temerle a él. A la idea de perder a su hermano mayor.
- Es la decisión correcta - la trató de consolar después de subir al vehículo.
Y tenía razón. En aquel lugar se establecieron y Tim usó sus dotes innatas para establecer un imperio de contrabando. Lo único que necesitó para empezar era un paquete de papel higiénico que había birlado a los militares cuando estaban distraídos. En el presente, gracias a su previsión, tenía a todos buscando formas de complacerlo para que les consiguiera loque querían. Y él lo hacía. Sólo una cosa podía hacerle feliz. Encontrar a su hermano.]
Chapter Text
Después de expulsar a los demás, Vash comenzó a sacar información al hombre. Estaba un poco enfadado porque (t/n) no se iba del cuarto de lavado, y él prefería estar solo cuando hacía su trabajo. Verla juguetear con las sábanas colgando le ponía nervioso.
- (t/n), vete.
- No. Quiero escuchar.
Vash resopló. Sabía que (t/n) a veces era más terca que una mula, por lo que renunció a convencerla. En una mesita auxiliar tenía varios implementos que pretendía usar en el hombre para sacarle información.
- Me esperaba algo diferente - comentó la chica, jugueteando con las cosas -. Martillos, cuchillos, una tina con agua... mínimo un par de agujas. No cotonetes ni cepillos de dientes.
- Eso solo pasa en las películas - explicó Vash tomando unos pinchos de madera -. No queremos matarlo, queremos información.
- Supongo que tienes razón. Aunque si yo fuera él, ya habría dicho todo - confesó mirando sus brazos atados a la silla -. O me inventaría algo.
Vash dejó de escucharla.
- ¿Cuántos mercenarios hay en esta zona?
Un grito de sorpresa se sobrepuso a su voz. Había introducido uno de los palitos debajo de la uña del pulgar del hombre, entre la uña misma y la carne hasta llegar a la lúnula, un tormento que no causaba demasiado daño, solo dolor. Esperaba no tener que extenderse porque su conocimiento en torturas era limitado a métodos que consideraba decentes. Los cuales no eran muchos, en su rubro la mayoría prefería métodos más directos y crueles.
- ¡Qué mierda! ¡Hijo de puta!
- ¿Cuántos más hay?
(t/n) sonrió con dulzura. Quería oír los gritos del hombre, que eran como un bálsamo para su dolor físico. Tenía ganas de escuchar a gente pasándolo mal. Gente que la pasara peor que ella.
- ¡Jódete!
- Si hablas será más fácil para todos nosotros.
- Pero me vas a matar de todas formas, ¿no?
- Obviamente - interrumpió (t/n) -. La diferencia es cuánto te va a doler. Vash, ¿para qué es el cepillo de dientes?
Estaba profundamente interesada. Jamás habría pensado que algo tan cotidiano pudiera ser tan doloroso. ¿Dolería si se introducía en alguna parte de su cuerpo? Tal vez en la nariz, eso sonaba doloroso.
Vash no contestó. Estaba preocupado, porque (t/n) parecía albergar un gran odio en su corazón desde hacía tiempo. Odiaba admitirlo, pero la última vez que se había mostrado optimista fue antes de despedirse de Heracles y los demás. Además, estaba seguro de que a Matthias le gustaba la chica, y habían pasado una noche completa buscando a los chicos perdidos. ¿Le gustaría a (t/n)? ¿O tal vez le gustaba Heracles? Muy en el fondo sabía que sentía algo de celos.
- Sabes, ojalá hubiese sabido que este trabajo existía - comentó (t/n), sonriendo -. Me habría ahorrado la universidad y me habría divertido más. Ir a clases era una mierda.
Vash rezó en silencio para que no lo dijera en serio. Olvidó por completo aquel sentimiento que le incomodaba, puesto que (t/n) no parecía pensar en el amor, sino en algo distinto. Tenía los ojos oscurecidos, como los de sus compañeros en armas. Aquello le asustó. Era odio. Y mientras más odio albergara, menos espacio tendría para el amor. Su corazón se arrugaría como una nuez seca, se volvería amargada y resentida. Y no quería que ella terminara siendo como él.
En cambio, el hombre vio algo en su rostro que pareció gustarle, porque le sonrió. Con sarcasmo, pero sonreía.
- Todos dicen eso cuando llegan. Pero no habrías podido porque este país no tiene muchos que puedan captar talento. Ni siquiera hay un ejército decente y ahora apenas quedan unidades.
- ¿Es por eso que vinieron? ¿Porque nuestro ejército está acabado?
- Algo así.
- Creo que nunca hemos tenido una guerra antes – murmuró (t/n) con los ojos vacíos -. A lo más conflictos en las fronteras o con la policía. Siempre les tuve miedo.
- No deberías. Es cierto que son unos brutos, pero no saben ni dónde están parados. Es por eso que estamos acá, porque este sitio no tiene salvación. Pero el dinero es bueno.
- El dinero es bueno – confirmó Vash -. Es mejor que cualquier cosa honesta que puedas hacer.
- Me apuesto lo que quieras a que estabas en la misma línea. Se te nota en la cara.
- Sí y no, hacía trabajos particulares. Pagan mejor. Pero ya no puedo usar mi cuenta, porque no estoy en Suiza. Es irónico, ¿no lo crees?
- ¿Cuánto tenías en Suiza? – preguntó (t/n) curiosa. Era maleducado preguntar por dinero, pero no era algo que enseñaran en el colegio.
- Unos cientos de miles de francos. Más o menos un millón de dólares. No es mucho, pero servían para la colegiatura de Lily. Cuando lo dejé pensé que se podía invertir una parte para pagar su universidad, comprarle un departamento y tal vez un auto.
(t/n) sabía que Suiza era un país costoso, pero escuchar sobre tal cantidad de dinero la dejó sin aliento. Sus padres eran acomodados, pero ni de lejos llegaban a tal cantidad.
- Matar paga bien.
- Así es. El servicio militar era pagado, de haber estado solo me habría vuelto soldado, pero con Lily...
- ...tenías que darle lo mejor, ¿no? - (t/n) sintió un súbito rapto de ternura por su amigo -. Eso es dulce. Oye, ¿cuánto te pagan a ti?
Miró al mercenario con curiosidad, notando que inclinaba la cabeza hacia la izquierda. Pensó que debía dolerle el cuello, tal como a ella le dolía la mandíbula.
- No mucho, pero nos prometieron tener vía libre. Y cuando termine todo esto, van a hacer la vista gorda con cualquier crimen que mantengamos debajo del tapete.
- Eso está genial. Lo de hacer la vista gorda quiero decir. Yo iría a robar todas las tiendas de música, librerías y pastelerías, y luego me encerraría en un gimnasio con piscina para que fuera solo mío. Y no dejaría que nadie entrase, a menos que yo quiera. Si tuviera un sauna sería ideal.
- Eres egoísta, eso me agrada - el hombre se revolvió un poco, tratando de ponerse más cómodo -. De seguro eso te ha salvado de toda esta mierda.
Las palabras del hombre hicieron que (t/n) recordara todo el miedo que había sentido a lo largo de aquella aventura. Su cuerpo comenzó a temblar de terror y rabia a la vez. Notó que frente a ella había una caja con detergente. En un impulso le tomó del pelo y con la mano libre vertió el polvo por sus fosas nasales.
- ¿Qué mierda te pasa? - gritó el hombre entre aullidos de dolor -. ¡Eres una maldita!
- ¿Cómo te atreves? - gritó (t/n) -. ¡Si fuera egoísta estaría a salvo, en mi casa, con mis padres! ¡No estaría atrapada en este basurero! ¡Ni siquiera estaría hablando contigo!
Una sensación de excitación recorrió todo su cuerpo: el hombre no podía dañarla. Quiso obligar al hombre a comer su contenido, pero este se negaba.
- ¡Dinos lo que sepas! - chilló, perdiendo los estribos -. ¡Dinos ahora mismo!
- ¡Quítame a esta loca de encima! – gritó el hombre -. ¡Lo diré todo, pero quítamela!
- (t/n), basta – gruñó Vash.
Estaba como endemoniada. Cuando Vash la apartó, tuvo un rápido atisbo de su reflejo en una superficie brillante. No, decidió (t/n), aquella loca de ojos inyectados en sangre no podía ser ella.
- ¿Cómo la aguantas? Parece que le falta un tornillo – el hombre parpadeaba con dificultad, tratando de respirar -. ¿Qué quieres saber?
- (t/n), trae algo de beber - dijo Vash.
Ella obedeció y cerró la boca. Debía dejarlo hacer su trabajo. Pero estaba harta. Llevaba demasiados días sin sus pastillas relajantes, lo que le impedía funcionar como un ser humano normal. Llevaba varios días despertando con un nivel de ansiedad que superaba sus límites, y varias noches sin poder conciliar el sueño. Iba a reventar, si es que no lo había hecho ya.
Tras cavilar un poco volvió con un jarro de agua y tres vasos. El mercenario y Vash conversaban tranquilamente.
- ...me sorprende que estuvieras en el negocio, pensé que era tu casa - comentaba el hombre -. Aunque es el tipo de lugar que puedes conseguir si alcanzas a retirarte con vida.
(t/n) pensó que era cierto, era una casa muy hermosa. Situada en un lugar precioso, rodeada de árboles y flores como las casas de las revistas sociales que leía su madre. Su propia casa era bonita y acogedora, pero ni de lejos podría compararse a aquel lugar que debía requerir al menos de dos jardineros para encargarse de las glicinias que trepaban por la fachada, las filas de rosas o de los simétricos adoquines de la entrada.
Bueno, antes. En aquel momento los adoquines estaban sueltos, las rosas morían por la escarcha y la glicinia sobrevivía al frío a duras penas, sin una mano amorosa que la sostuviese. Se preguntó si ver la casa de su infancia en aquel estado de abandono sería doloroso para sus dueños.
- Hay mucho trabajo - contestó Vash lacónicamente - . Y mucha necesidad.
- Cierto. Yo no sabía hacer otra cosa. En el ejército me dijeron que podría ganarme la vida después del servicio, pero me di cuenta de que era mejor servir a otros... intereses. Estaba hasta el cuello en deudas. No las habría podido pagar ni después de toda una vida trabajando.
- ¿Por qué? – preguntó (t/n).
- ¿Has ido a un casino alguna vez?
- Una vez fui a una fiesta en uno y me gasté toda mi semana en dos horas – confesó sonrojándose -. Mis padres me castigaron haciéndome cortar el pasto para ganarme el dinero de la semana siguiente.
Para su sorpresa, el hombre la miró de arriba a abajo y comenzó a reírse. Pero reía de verdad, no de forma sarcástica. Por lo general (t/n) odiaba que se burlasen de ella, pero la situación le parecía tan absurda que le imitó.
- Quién lo diría, con esa cara de buena que tienes cuando estás callada. No sé cómo no me di cuenta antes, apuesto que eras ese tipo de chica que usaba aros de perla y ropa beige. Solo mira como te paras para hablarme. Apuesto que te ves bien en minifalda.
- Claro que me veo bien en minifalda, pero estás equivocado - no era del todo falso, puesto que esa era la ropa que solía darle su madre -. ¿Crees que habría sobrevivido si fuera una chica así?
No era del todo falso, pero le molestaba que asumiera que era algo que ya no existía. Antes, cuando el mundo era normal, podía vestirse de colores suaves y bonitas joyas de colores. Antes, cuando el mundo no estaba lleno de muerte y destrucción. Cuando podía sacudir la tristeza que la consumía y vestirse como las modelos de las revistas o como un desastre si se le daba la gana en lugar de hacerlo para evitar problemas.
- Sí, eres la prueba. Y no trates de negarlo. ¿Fumas?
- No fuma – gruñó Vash mirándolo con rabia. Era cierto, pero (t/n) no recordaba haberlo mencionado.
- Yo sí. Tengo una cajetilla. ¿Podrían darme uno?
- Está bien – dijo (t/n), preguntándose si sería mejor ser amable para conseguir más información -. ¿Dónde los tienes?
- En mi bolsillo, debajo de la placa, pero no los saques tú. Por favor, chico, no dejes que tu amiga me toque. Está un poco loca.
- Ay, que pesado – gruñó (t/n) acercándose y buscando los cigarros -. Si estuviera loca, sería feliz porque no estaría preocupándome por toda esta mierda. ¿Tienes encendedor?
- No, lo perdí.
- Voy a buscar uno en la cocina. Vash, si se mueve, mátalo.
Le dio un golpecito en el brazo y salió con rapidez, dejándolos solos.
- Creo que le gustas – dijo el mercenario, sin darse cuenta de que su voz se oía a través de la puerta -. Está buena, aunque esté medio loca.
(t/n) soltó una risita y volvió poco después con un encendedor viejo. En vez de entrar se quedó escuchando detrás de la puerta. Era una cosa terrible de hacer, pero pensó que tal vez el mercenario hablaría de otras cosas si no había una mujer en el cuarto. Xiao Mei pasó cerca y quiso hablarle. (t/n) le hizo señas para que se acercara en silencio a escuchar.
- ... el mundo está en la mierda y te amenazan con demandas. Están locos.
- Es normal - la voz de Vash apenas se oía -. ¿Qué más sabes?
- No he tenido muchas noticias, pero un cliente español estaba tratando de crear un lugar seguro.
- ¿Dónde?
Ambas chicas saltaron al oírlo. Un lugar seguro. (t/n) pensó que sería perfecto si pudiera enviar a Xiao Mei sin sentirse culpable por su muerte. ¿Sería de verdad? Era un mercenario después de todo, una mezcla entre espía y soldado.
- Groenlandia y las Islas Faroe.
Mala suerte. Tendría que seguir cargando con Xiao Mei por un tiempo.
- Buen sitio.
- Sí, estaba hablando con el primer ministro de Dinamarca para crear un lugar donde podría refugiarse con un montón de caras bonitas. Músicos, atletas, estrellas de reality show... Le gustaban esas cosas, una vez lo vi en la fiesta de un famoso comiendo sushi de una desnudista. Estaba contratando seguridad, pero todo se fue al carajo.
- ¿Por qué?
- No funcionó. Aquel ministro se contagió en una fiesta clandestina y una de las ministras se hizo cargo de cortar las comunicaciones. Al final mi ex cliente consiguió un acuerdo en las Bahamas, pero todo se fue al diablo en dos semanas.
- La gente pública trae problemas.
- Sí, son los peores. Un amigo fue a trabajar con él. Había casas con comida para años, paneles solares, generadores, personal para trabajar en los campos y cuidando animales, cámaras, instalaciones de emergencia para huracanes, techos para juntar agua... al final uno de los famosos la cagó, metió un par de prostitutas a la casa y el macarra que las gestionaba estaba contagiado. La última vez que hablamos, estaba escondiéndose en un búnker, pero no sé si sobreviva.
- ¿Y las armas, sirven para esas cosas? La visión termal.
- No que yo sepa, al menos no con los más "viejos" – contestó el hombre después de un rato -. Es como si perdieran el calor con el tiempo, como los cadáveres. Los más recientes son más parecidos a nosotros. ¿Te das cuenta de que el mundo está acabado?
- Sí.
- A la naturaleza le valemos una mierda. Mírate, con tu millón de dólares que no puedes usar y mírame a mí, con mis amigos que eran tan fuertes. Muertos. Todos estamos muertos. Y la gente está loca. El otro día vi tres o cuatro cuerpos desnudos tirados en la calle. Tenían las piernas llenas de sangre y las cabezas destrozadas a tal punto que no sabías si eran hombres o mujeres a menos que te acercaras a mirar. Los gatos se los estaban comiendo.
(t/n) miró a Xiao Mei, que parecía derrotada tras escuchar todo eso. La sola idea del fin de la civilización era espantosa, pero no pensaría en ello.
- Ve con los demás - musitó dulcemente, poniendo su mano en el frágil hombro de la chica de rosa. Entró al cuarto y encendió el cigarro antes de darlo al hombre. Pese a que fumar no era lo suyo, tomó uno.
- ¿Por qué esa cara tan negativa? La vida es hermosa, en especial si eres una chica joven y guapa.
(t/n) quiso rodar sus ojos, pero se contuvo. Prendió el suyo, tosiendo a su pesar.
- No es tan hermosa cuando estas cosas existen. Basta con un arañazo para que te conviertas.
- Lo sé, mordieron a uno de los nuestros. Lo salvamos de convertirse, pero murió de septicemia. ¿Les ha pasado algo parecido? Es una mierda.
- ¿Lo salvaron? - la curiosidad de (t/n) se disparó. También la de Vash, que pese a ello, mantuvo el rostro serio.
- Lo copiamos de los rusos, dicen que a veces sirve cortar un miembro contaminado, pero se contradicen diciendo que podría existir la posibilidad de crear una vacuna. Están experimentando con animales. Parece que el virus o lo que sea no funciona en ellos, pero se las arreglaron para inocular algunos.
- ¿Cómo supiste?
- Eso no importa. Inyectaron a osos, lobos y perros. Algunos morían, pero otros sobrevivían. Al parecer no prospera en ellos como en los humanos, pero los vuelve locos y lo pueden transmitir a humanos. Mordieron a un científico y uno de los militares le cortó el brazo. No sé en qué pensaban, pero...
- ...funcionó - Vash y (t/n) completaron la frase por él. Se miraron esperanzados.
- Sí, pero no funciona con todos. Lo intentaron con otros y no sirvió, así que debe ser una cosa de suerte y rapidez.
- ¿Qué más están haciendo?
- Están entrenando perros para detectar la enfermedad.
- ¿Como los detectores de bombas?
- Más o menos. Pero no se me ocurre cómo podrían hacerlo, se vuelven locos con el olor.
- Tal vez el entrenamiento funcione bien con perros más jóvenes – pensó Vash en voz alta -. De los que nacen oliendo la enfermedad. Para entrenar a un perro que busca cadáveres, se usa Hilotz o Putrescin. Luego los escondes para que los encuentren. También podrías entrenar a otros perros para que los despedazen.
- Tal vez los alimentan con carne de muerto - teorizó el hombre -. Mmuchos están criticando a los rusos. A mí me gustan los perros y me da pena que los usen, pero los que critican no saben una mierda. Tú y tu amiga loca entienden que todo se fue al diablo, pero hay gente que sigue creyendo que los va a salvar un milagro. Hay casas con gente que ni siquiera ponía el cerrojo, sabiendo que hay cadáveres rondando, ladrones y peor. Y nosotros, claro.
- ¿Sabes más sobre los perros?
- No mucho, solo que otros animales no sirven para esto. El estrés, supongo, debe ser genético. Los perros de la calle suelen ser los mejores, pero son difíciles de hallar, porque prefieren evitar a estas cosas y rondan en zonas con pocos infectados. Nos habían dicho que si encontrábamos uno, lo lleváramos.
(t/n) pensó con culpa en el perro que había dejado ir para salvarse.
- ¿No han pensado en perros bomba?
- Los rusos trataron de usar aves, pero salían volando. Un tipo de un laboratorio dijo que el virus parecía activarse en varios lugares del cerebro o se pasaba de un sistema a otro, no recuerdo. Pega más duro en el sistema límbico. ¿Sabes lo que significa?
- No.
- Es el sistema que regula los inhibidores del comportamiento. Podrían hacer cosas peores que contagiar a otros, podrían... imagínate lo peor que puede hacer un humano, pero en lugar de que sea un caso aislado, pase en todo el mundo y al mismo tiempo. Sería como una plaga de mongoles de Genghis Khan. Y te voy a decir una cosa: los hombres son más violentos que las mujeres.
- Mierda.
- Sí, mierda - el mercenario comenzó a ponerse serio, más serio que antes -. Estaba pensando que tal vez no atacan a los animales no por instinto, sino porque tal vez algo en su cerebro les detiene. Pero no pasa lo mismo con nosotros. ¿Qué pasaría si el virus se transforma en otra cosa? Están discutiendo si es un contagio o virus. Podría ser que te contagiaras y fueras consciente de lo que haces y no lo puedas evitar. O que te convirtieras en otra cosa.
- ¡Chicos, tiene que ver la televisión! – Feliciano irrumpió en el cuarto. A través de la puerta abierta podía oírse a un locutor hablando.
[Matthew tosió, lo cual llamó la atención de los demás. Buscó su inhalador solo por si tenía aun ataque de asma que llamara la atención. No era bueno hacerlo en aquel lugar si quería mantenerse fuera del radar de los vigilantes.
- Dame eso bro, yo puedo hacerlo - Alfred tomó la tabla que intentaba subir al camión y la puso en su lugar -. ¿Estás bien?
- Sí, solo es el polvo - contestó respirando con cuidado. Kumanjiro se acercó a Alfred pidiéndole caricias, lo que le dolía un poco. Claro, todo el mundo prefería a su hermano, pero Kumanjiro era su mascota, no la de Alfred.
- Ugh, perro malvado - Alfred sacó un paquete grasiento de su bolsillo y se lo arrojó al animal. Una hamburguesa, claro. Kumanjiro la atrapó al vuelo y la devoró en un segundo.
- Debes dejar de esconder raciones, no está permitido - comentó Matthew con una sonrisa -. ¿Por qué no te las comes a la hora del almuerzo?
- Esta fue un regalo de la chica de la cocina, la simpática que me hace ojitos - bromeó dándole un codazo -. Deberías hablarle más, seguro te da algunos dulces para picar entre comidas. Es muy simpática.
Matthew la conocía. Estaba de acuerdo, era una chica muy agradable, pero le intimidaba como la mayoría de la gente. Era de lo más gracioso, porque ella era muy abierta y agradable con todos. ¿Por qué le asustaba?
- Eres gracioso - Alfred se rió en su cara cuando le explicó el miedo que le daba hablarle -. ¿Te da miedo hablar con ella y no te asustó (t/n)? Hasta el día de hoy me pregunto como fuiste capaz de pedirle ayuda con Kumanjiro. Parecía que quería matar a medio mundo.
Matthew se sonrojó y pensó que era cierto. (t/n) tenía un rostro adusto la mayor parte del tiempo, y ni siquiera la conocía, pero aun así le había pedido ayuda. ¿Por qué sería? ¿Sería porque, a pesar de su aparente agresividad, parecía estar tan asustada como él? ¿O porque había visto en el fondo de sus ojos que era una chica amable?
- Era una emergencia - murmuó apartando la vista -. Y tuve razón. Ella fue muy buena.
Pensó que Alfred se burlaría de él. Para su sorpresa, su hermano asintió.
- Sí - contestó, sus ojos azules serios y algo acuosos -. Fue muy buena.]
