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Veía las fotos de mis padres detrás de las urnas que contenían sus cenizas. Era todo tan difícil de asimilar, todo había pasado tan rápido que yo me sentía bloqueada, era como ver todo a mi alrededor en blanco. Miraba, pero no observaba, oía, pero no escuchaba, estaba perdida en el limbo.
Los recuerdos de los últimos días se agolpaban en mi mente, destrozando de nuevo mi corazón. Mis padres contaban con un pequeño, pero próspero negocio de venta de antigüedades. Por esta razón era muy común que salieran de viaje de vez en cuando a diferentes poblados para conseguir más artículos para vender.
Al ser más pequeña siempre iba de viaje con ellos, pero al ir creciendo fui perdiendo el gusto por estos viajes así que por insistencia mía dejaron de pedirme que los acompañara. Sumado a esto, conforme avanzaba de grados en la primaria me era más complicado dejar de lado mis estudios para poder ir con ellos.
Días después de cumplir trece años, y cuando estábamos preparando todo para mi ingreso a la secundaria ocurrió ese terrible accidente que cambiaría mi vida para siempre.
Mis padres salieron de viaje como siempre una noche, por desgracia, jamás hubiera podido imaginar que ya no iban a regresar al día siguiente. Tocaron la puerta temprano en la mañana, y mi sorpresa fue grande al ver a dos oficiales de policía parados en la entrada de mi casa en lugar de ver a mis amados padres.
Mis lágrimas comenzaron a brotar de inmediato cuando me dieron la horrible noticia: mis padres habían muerto en un accidente automovilístico antes de poder llegar a su destino. A partir de ese momento todo pasó ante mis ojos como un sueño, asentía, respondía y hacía todo mecánicamente, era como si fuera una intrusa dentro de mi propio cuerpo, me había perdido en el terrible dolor que atacaba a mi corazón.
Unos tíos maternos lejanos se encargaron de organizar todos los trámites del seguro que mis padres tanto se habían esmerado en pagar por tantos años. El seguro se encargó de cubrir todos los gastos funerarios y ese terrible momento de despedirme para siempre de mis amados padres llegó.
Aun alejada de la realidad, y perdida observando los sonrientes rostros de mis padres en sus retratos, oía a lo lejos las conversaciones de todas las personas que estaban en el funeral.
— Es tan solo una pequeña ¿Quién se hará cargo de ella?
— Yo no puedo, suficiente tengo ya con cuidar y mantener a mis dos niños.
— Me siento mal por ella, pero yo tampoco puedo.
Ese tipo de comentarios vinieron uno tras otro. No podía ser de otra forma, no podía esperar menos de todos esos familiares hipócritas que solo estaban ahí por mero compromiso.
No me importó escuchar sus comentarios crueles e inapropiados, sabía bien que ellos me detestaban al ser algo así como la oveja negra de la familia.
Mi madre la cual provenía de una familia rica, rechazó a su prometido, un hombre de una familia respetuosa y acomodada para irse con mi padre, el cual no era nada más que un pobre y miserable comerciante (como tantas veces mis abuelos maternos se dirigieron a él). Dado esto, mi familia materna cortó toda relación con mi madre, pero eso nunca le importó, ella rechazó todo su dinero y comodidades para poder estar con mi padre, el cual siempre fue el amor de su vida. Yo misma fui testigo del inmenso amor que se proclamaban y demostraban siempre el uno al otro, un profundo amor que yo no podía evitar desear encontrar algún día.
Por eso sabía que todas las personas que me rodeaban no eran más que seres hipócritas e interesados, prefería mil veces estar sola a irme con cualquiera de esos ricos petulantes. Contestaba a todos con cortesía, pero la verdad era que, si hubiera podido, les hubiera gritado que se largaran ya que de nada servían sus lágrimas de culpa y arrepentimiento si mis padres ya estaban muertos.
Estaba concentrada en todos esos malos sentimientos cuando escuché una dulce voz a mis espaldas:
— Dororo-chan...
Me volteé y por fin me encontré con una persona a la cual podía decir sinceramente que quería y apreciaba. Mi querida prima Mio estaba frente a mí, me veía con unos ojos tristes y preocupados.
— ¡Mio nee!
Grité y me lancé a ella atrapándola en un fuerte abrazo, dejando por fin salir las lágrimas que tanto estuve conteniendo durante el funeral. Sentí a Mio sujetarme con fuerza y llorar también en voz baja. Mio era hija del hermano de mi padre, los únicos familiares que tenía que en verdad apreciaba y sabía que siempre habían apoyado a mis padres sinceramente sin importar las circunstancias complicadas por las que pasó su matrimonio.
A pesar de que Mio era mayor a mí por cuatro años siempre me llevé muy bien con ella pues habíamos convivido juntas prácticamente desde que yo era una bebé. Ella era mi prima, pero podía asegurar que la quería como si fuera mi propia hermana.
Segundos después los padres de Mio llegaron y también me brindaron cobijo en sus brazos para seguir llorando, por fin pude dejar salir todos esos malos sentimientos que me oprimían el pecho desde que los policías tocaron a mi puerta. El dolor no se iría, lo sabía, pero se volvió una carga mucho menos pesada para mí.
Dos días después del funeral, me sentí más que feliz de mudarme a la casa de mis tíos, es decir, de los padres de Mio. Al estar ya en su casa comenzamos a charlar acerca de mi futuro. Mis padres habían designado a mis tíos como tutores legales en caso de que algo malo pudiera ocurrir, fue por eso que para mí fortuna no tendría ningún problema en vivir con ellos de ahora en adelante. Estábamos discutiendo acerca de donde debía estudiar la secundaria, cuando Mio vino con una idea que me entusiasmó al instante:
— ¡Ya lo sé! —Opinó con una de sus radiantes sonrisas—¿Qué les parece si Dororo-chan viene a Tokio a estudiar conmigo?
Mi corazón bailó de emoción en mi pecho al escuchar su propuesta. Nosotros vivíamos en el pequeño poblado de Iwate, pero yo sabía muy bien que desde primer año de preparatoria Mio había optado por mudarse a Tokio y estudiar ahí. Si Mio se encontraba de nuevo en Iwate era porque justo acababa de terminar de cursar el primer año de preparatoria y ahora estaba de vacaciones, en espera de comenzar el segundo curso en unas semanas más.
— Pero Mio...—Respondió mi tía no muy convencida—¿no crees que Dororo es muy joven para irse a estudiar a Tokio?
— ¡N-no importa! ¡Yo quiero irme con Mio nee!
Confesé casi gritando, levantándome entusiasmada de la mesa.
— ¿Estás segura de eso? —Preguntó esta vez mi tío con preocupación—. Sé que contarás con la ayuda de Mio, pero Tokio es una ciudad muy grande, sobre todo para nosotros que estamos acostumbrados a vivir en esta prefectura pequeña.
— Si, no importa. —Afirmé con seguridad—. La verdad es que... Me lastima seguir en este lugar. —Les confesé bajando la vista, sintiendo una punzada de dolor en mi corazón al recordar a mis amados padres—. Sé que tal vez suene como huir de mis problemas, pero quiero hacerlo.
— Creo que a Dororo-chan le vendrá muy bien un cambio de aires, estoy segura que le ayudará mucho para sobrellevar esta situación tan complicada por la que está atravesando.
Opinó mi dulce prima, dedicándome una cálida sonrisa. La miré emocionada, agradeciendo infinitamente su apoyo para intentar convencer a mis tíos. La conversación acerca de los pros y los contras de estudiar la secundaria en Tokio se extendió por varios minutos más, hasta que por fin logramos convencerlos.
Esa noche me fui a dormir con una mezcla de emociones en mi pecho. El dolor por la ausencia de mis padres no se iría tan fácilmente, sin embargo, la idea de mudarme a estudiar a Tokio me llenaba de emoción al pensar en ese cambio tan radical, me ayudaba a distraerme y a hacer un poco más llevadero ese tan terrible dolor que aquejaba a mi corazón.
El día de irnos finalmente llegó. Cargando todas mis maletas de la mudanza en el pequeño pero funcional viejo automóvil de mi tío partimos rumbo a Tokio. Miré por el espejo retrovisor como la entrada a Iwate quedaba cada vez más atrás y atrás, no pude evitar que mis ojos se humedecieran un poco al caer en cuenta de la realidad, estaba abandonando el hogar en el que había vivido durante trece años. Mi antigua casa, y esos tanto dulces como dolorosos recuerdos de papá y mamá también se quedaban ahí, en ese pequeño pueblo.
Mi tío no mentía, lo supe de inmediato el primer día que salimos del departamento de Mio y comenzamos a pasear, Tokio en verdad era un monstruo de ciudad. Debo admitir que para una pueblerina como yo fue un golpe duro acostumbrarme a lo grande que era, a todas las tiendas y al ritmo de vida tan rápido que fluía en esa gran metrópoli, y aunque en un principio sentí miedo, sin duda alguna ganaba la emoción de pensar cómo sería mi vida a partir de ese momento.
Lo mejor de todo era que no me encontraba sola, Mio siempre estaba ahí para tranquilizarme y apoyarme. Conforme los días pasaban me iba explicando más del funcionamiento del metro, las diferentes tiendas, el transporte público, así como las diferentes rutas que debía seguir para llegar a diversos lugares. Mi bondadosa prima incluso bromeaba con que ella todavía no se acostumbraba del todo a lo sorprendente que era Tokio.
Los días transcurrieron hasta que llegó el momento de ingresar a la secundaria, tuve la gran fortuna de ser admitida en una que no se encontraba muy lejos de la preparatoria en donde Mio empezaría a cursar su segundo grado.
Poco a poco comenzaba a acostumbrarme a este nuevo ritmo de vida y a la idea de ser ya una estudiante de secundaria, aun así, esto no borraba del todo el vacío que la muerte de mis padres había dejado en mi corazón. Intentaba ser fuerte y mostrarme animada para no preocupar a Mio y a mis tíos, pero a veces era muy difícil hacerlo. En ocasiones era agotador fingir felicidad cuando en realidad solo deseaba encerrarme en mi cuarto y llorar hasta que mis ojos se secaran.
Después de lo ocurrido, veía a mi vida pasar frente a mis ojos solo con matices opacos, todo a mi alrededor era invadido por colores tristes y grises. Yo pensaba que sería así para siempre, pero estaba equivocada. Repentinamente todo en mi vida comenzó a recuperar su brillo y color de nuevo, eso sucedió cuando lo conocí a él.
