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Días normales de una familia normal

Summary:

Servir el desayuno en la Luna; Navegar por un rio de pintura; Aprender un hechizo nuevo; Hablar con tus parientes por telepatía; Enamorarte de una sombra; Salvar a un heredero al trono; Enseñarles a tus niños a ser revoltosos; Ser secuestrado por la princesa de la torre; Naufragar en una isla casi desierta; Enamorarte de un chico de otra dimensión.
O sea, un día cualquiera.

 

Como Della cría a un patito en la Luna; Como Donald y sus novios crían a los trillizos; ¿Dónde esta Kablooie? Entre otras cosas.

Escribo esto por diversión. No esperes que esto arroje a todos los personajes de golpe. Esto va lento.

Notes:

Bueno, tenía muchas ganas de subir esto aquí, asi que ¡Al fin tengo una cuenta en AO3! ¡¡¡Yey!!!

Chapter 1: No gracias, sin descansos para Della

Chapter Text

― ¿Della? ―Preguntó tentativamente cierta joven deidad rubia asomándose a la habitación de su amiga. Sin llamar, por cierto.

La joven se adentró un poco más en la habitación cerrando la puerta tras de ella.

Su amiga no respondió, sin embargo, ella podía ver su cabello blanco asomándose entre un montón de almohadas y mantas dispersas que eran, probablemente, la cama de Della.

―Hmm. ―Fue todo lo que obtuvo por respuesta para hacerle saber que estaba despierta.

 ―Oye, vine tan pronto como me enteré. ―Dijo suavemente la joven sentándose en la cama junto a una obviamente agotada Della mientras le apartaba el cabello del rostro. ―No te imaginas lo difícil que fue deshacerme de mi padre. Aunque no puedo decir lo mismo de Storkules. ―Mencionó justo cuando la exclamación de cierto pato furioso resonó desde la habitación de junto.

― ¡Quack! ¡Suéltame, cabeza de musculo!

Sin prestarle demasiada importancia a aquello, continuó.

―En fin… ¿Cómo estas, amiga?

―Francamente Selene, he estado mejor. ―Se quejó Della, incorporándose. ―La cabeza no deja de zumbarme. No puedo entender como hay personas que hacen esto más de una vez ¡No habrá una segunda vez!

―Así de mal ¿Eh?

― ¡Si! Bueno… no. Solo estoy cansada. ―Dijo Della volviendo a recostarse para darle la espalda a su visitante. ―No me hagas caso.

―Della ¿Ocurrió… algo? ―Preguntó la rubia apoyando su mano sobre el hombro de su amiga.

Un gemido triste fue emitido por la joven pata como confirmación.

― ¿Quieres hablar de eso?

― No. No realmente.

― ¿Segura?

―Claro ¿No dicen que la negación es la madre de la felicidad?

―No creo que alguien…

― ¡Oye! ―Exclamó de pronto Della cogiendo las manos de su amiga entre las suyas. ― ¡Estas aquí!

―Gracias, capitana obvia. ―Dijo Selene girando los ojos.

―De nada. ―Respondió la peliblanca con petulancia mientras se hacía a un lado y sujetaba en alto una de las frazadas dispersas por la cama. ― ¡Ven, ven! No tenemos todo el día.

La rubia dudó un momento antes de introducirse en la cama cuidadosamente dejando entre ella y Della tres blancos elipsoides.

―Míralos. ¿No son lindos? Mis tres pequeños huevos. ―Dijo la peliblanca dejando caer la frazada sobre las caderas de ambas con el fin de mantener los huevos cubiertos, pero a la vista.

― ¿Pequeños? ―La diosa miró a su amiga con incredulidad. ― ¿Della, realmente no necesitas un hospital?

―Vengo de allí ¿Sabes? Los dioses realmente no tienen una buena noción del tiempo. Te envié ese mensaje hace una semana. ―Había un obvio reproche en la voz de la chica.

― ¿De verdad? ¿Tanto?

―Sep. Creí que estarías aquí ¿Sabes? ―Respondió Della desviando su mirada hacia los huevos. ―Yo pensé…

―Oh, cariño. ―Dijo la rubia antes de besar la frente de la peliblanca con delicadeza. ―Siento no haber estado a tiempo.

La deidad planeaba continuar con su disculpa, sin embargo, fue capaz de notar eso no era lo que su amiga quería oír en aquel momento.

―Mira, no tenemos que hablar de esto ahora. Negación y todo eso ¿Está bien? ―Susurró apoyándose en la cama con una mano e inclinándose para sostener la mejilla de Della con su mano libre.

Ambas se quedaron así por un momento, solo mirándose.

Entonces Selene le sonrió a Della y esta última correspondió el gesto.

Después de un momento la chica rubia se puso de pie y extendió una mano hacia la peliblanca quien soltó una risita mientras tomaba la mano de su amiga para levantarse con cuidado.

― ¿Qué ocurre?

― ¡Traje regalos~! ―Canturrio mientras chasqueaba los dedos provocando que una serie de paquetes se materializaran en la habitación.

―Oh, Lene, no tenías por qué.

―Claro que sí. Porque me importas… y como disculpas por llegar tarde… ¡Pero puedes ver todo esto luego! Tengo uno especial para ti.

― ¡¿Qué es?! ¡¿Qué es?! ―Dijo la patita rebotando en su sitio con anticipación.

Amaba los regalos. Sobre todo, si venían de Selene. Eran tan… mágicos.

―Cierra los ojos~.

Por supuesto, la peliblanca lo hizo sin dudar.

Selene se tomó un momento para contemplar a Della: Su cabello liso, suave y blanco como el algodón, su expresión emocionada, su postura relajada.

La rubia tomó su mano cuidadosamente y depositó en ella un hermoso colgante con una piedra semitransparente que emitía un brillo plateado.

―Ábrelos.

―Oh, Selene. Es… Es hermosa. ―Dijo mirando a Selene con ojos llenos de amor. ―Gracias.

―No más que tú.

Ante aquello Della no pudo evitar sonrojarse aun viendo a Selene por un momento antes de bajar su mirada de vuelta al colgante.

―Es una piedra luz de luna. ―Comenzó a explicar la rubia. ―Se formó hace unos días mientras estaba creando un orbe encantado para ti, pero entonces uno de los rayos de papá cayó sobre mi accidentalmente y ¡Pum! Una perfecta joya divina creada.

La chica hizo gestos en el aire y al final sostuvo las manos de Della entre las suyas mientras la miraba a los ojos.

―Cuando la vi supe que era mil veces mejor que el orbe que planeaba darte, así que lo preparé para ti.

La chica pareció orgullosa por un momento y al siguiente lucia avergonzada, jugando nerviosamente con su cabello.

―Aunque parece que estuve durmiendo más de la cuenta después de que ese rayo me cayera. Lo siento por eso.

―Espera. No viniste al nacimiento de los niños… ¿Porque te cayó un rayo? Oh, dioses. Y yo me enfadé ¡Oh, por las estrellas! ¡Lo siento tanto Lene! No sabía.

―Está bien. ―Dijo la rubia envolviendo a Della en un abrazo. ―No tienes que disculparte. Te compensaré ¿Sí? Me quedaré aquí y te acompañaré toda la noche y mañana, y después de eso.

―Eso me encantaría tanto. Pero sabes que no puedes hacer eso. Necesitas volver a Ithaquack y continuar con tus labores como diosa de la Luna.

―Oye, puedo escaparme unos días para pasar con mi querida amiga Della. No hay problema con eso. ―Dijo Selene meciendo las manos de su amiga de un lado a otro juguetonamente. ―Va a ser divertido. Ya verás.

La peliblanca la miro esperanzada.

―Si de verdad está bien… ¡Tenemos que hacer que esta sea la semana más increíble entonces! Iremos a nadar, a saltar en la cama elástica, veremos televisión y comeremos pizza hasta morir.

―Preferiblemente no hasta morir.

― ¡Hasta morir!

―Bueno, ahí ahora esa sí que es mi Della. ―Dijo mientras reía alegremente.

Y entonces, como una ocurrencia tardía, preguntó: ― ¿Qué pasa con los pequeños?

―Oh, eso. Ellos están bien. Gyro construyó este cochecito especial para los huevos que mantiene a los niños a una temperatura adecuada. ―Explicó sacando el coche del armario y poniendo los huevos dentro cuidadosamente. ―Aun así, quiero tenerlos cerca, ya sabes. Pero no tan cerca como para dañarlos por accidente.

―Bien entonces. Los cinco iremos a alguna de las numerosas salas de estar en esta casa, te sentaras en el sofá escogiendo películas y yo iré a preparar la mejor pizza que hayas probado jamás. ¿Hecho?

― ¡La última en llegar lavará los platos! ―Exclamó la peliblanca impulsando el cochecito por el pasillo montada en lo que parecía ser una patineta incorporada.

― ¡Della, vuelve aquí!

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― ¿Tienes que irte ya?

―Lo siento cariño, pero hay mucho trabajo que atender en casa. No sé cuándo podré escaparme nuevamente.

―Entiendo. ―Susurró Della con tristeza para luego mirar a su amiga con una sonrisa. ―Me divertí mucho Selene. Ven a visitarnos cuando tengas tiempo en esa apretada agenda tuya.

―Lo mismo te digo. Se que cuando esos polluelos nazcan no podrás respirar ni un segundo.

―No puede ser tan malo.

― ¿Oh, tú quieres apostar?

―No te atrevas!

Ambas se rieron un buen rato entre jugueteos, sin embargo, aquello no podía durar para siempre y el tiempo de las despedidas estaba justo frente a ellas.

―Bueno, nos vemos pronto. ―Susurro Della abrazando a su amiga. ―No hagas nada que yo no haría.

―Oye, definitivamente esa es mi línea. ―Dijo la diosa con picardía. ―Pero ya en serio. Cuídate mucho Della.

―Tranquila. Todo irá bien.

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―Esto no está bien. ¡Esto no está bien! ¡Mayday, mayday! ¡¿Alguien me escucha?! ―Exclamó la mujer peliblanca con desesperación mientras comenzaba a golpear el panel de control de la nave. ―Ui, cosa inútil. ―Se quejó justo cuando la pantalla de comunicaciones se aclaró, llenándola de esperanza.

― ¡Della!

― ¡Tío Scrooge!

― ¡Regresa! Es muy peligroso ¡La tormenta cósmica se dirige hacia ti! ―Declaró el tío de la joven fallando al reprimir su pánico al encontrarse del otro lado de la pantalla sin poder ayudarla. ― ¡Della!

Pero antes de que ella pudiera decir nada, la nave se vio envuelta por la tormenta y la comunicación se cortó.

¿Por qué ella había hecho esto? ¿Por qué?

Había sido tan terriblemente estúpido.

Pero ella lo sabía mejor. Ella no podía seguir así.

Quería hacer algo.

Necesitaba hacer algo

Así que lo hizo.

Se obligó a levantarse de la cama como pudo, agradecida de que Donald estuviera cuidando de los huevos aquel día, y se escabulló en dirección a la nave prototipo en la que su tío había estado trabajando.

Ella era piloto ¿Qué podía salir mal? Montaría la cosa, saldría del planeta unas horas y volvería para cenar. Fácil.

Tenía que serlo. Ella necesitaba creer que lo seria.

Necesitaba probarse a sí misma que todo estaba bien.

Que nada había cambiado desde aquel día.

Pero lo hizo.

Y ella nuevamente había tomado una mala decisión tal y como lo había hecho en las últimas semanas. Los últimos meses de hecho.

Tal como la horrible decisión de no usar el cinturón de seguridad.

Della resbaló del asiento y pronto todo se volvió negro para ella mientras su mente reproducía un último pensamiento.

“Lo siento bebés”

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Después de algún que otro percance entre el aterrizaje forzoso, su pierna desertando y un interesante encuentro con cierto ácaro lunar, la intrépida pata blanca reparó fácilmente su sistema de grabación.

Claro, todo es más fácil por segunda vez. O tercera… O séptima.

­―Es el día 192. El chicle aún no ha perdido su sabor. ―Se quejó en una mezcla de frustración y cansancio mientras registraba en su pizarra el tiempo que llevaba allí.

Fue necesario detener la cámara cuando noto que sus mejillas estaban húmedas.

En su interior sabía que era poco probable que alguien estuviera recibiendo la transmisión, sin embargo, siempre había una posibilidad. Pero si era así ¿Por qué no había venido nadie a rescatarla?

¿Acaso la estaban castigando?

No, no. Debía dejar esos pensamientos fuera o la arrastrarían a lo más profundo y no podía darse tal lujo.

Ya no.

Aun así, se sentía tan sola.

Realmente sola.

Aquel pensamiento la inundó, sin querer dejarla ir, pero fue entonces cuando lo vio, brillando bajo el improvisado escritorio: El colgante de Selene.

Della se enjuagó las lágrimas con el dorso de su brazo y se arrastró bajo el escritorio, acurrucándose allí mientras cogía el colgante entre sus manos sin poder evitar que las lágrimas la abandonaran incluso más rápido que antes.

―Es tan irónico que esté aquí sin ti. Menuda diosa de la Luna estás hecha. ―Dijo sorbiendo la nariz cada tanto. ―Desearía tanto que estuvieras aquí. Desearía tanto no estar tan sola.

Y fue entonces cuando ocurrió: El colgante comenzó a brillar entre sus manos y entonces…

―Oh, no.

 

Chapter 2: Los sentimientos se aclaran como la Luna

Chapter Text

―Oh, no. Esto no puede estar pasando. ―Dijo Della con pánico en su voz.

Pero era.

Justo sobre sus manos, donde alguna vez había habido un colgante encantado, se encontraba un bonito huevo color crema.

― Pero ¿Cómo puede ser?

Era imposible que se tratara de uno de sus huevos ¿Verdad?

Bueno, no. Claramente era su huevo. Pero no uno de los que había tenido en la Tierra. Este era diferente.

Se veía mucho más… ¿Liso?

Si, eso era.

Sus huevos habían sido porosos y frágiles.

Se estremeció ante el recordatorio de su fragilidad.

Pero este huevo no se sentía frágil, aunque no estaba dispuesta a comprobarlo.

Tenía además ese color amarillo pastel. Era bonito.

¿Y si tal vez este era el huevo de Selene?

Por alguna razón fuera de su comprensión el pensamiento la hizo sonrojar y se encontró a sí misma sacudiendo su cabeza de un lado a otro con fuerza.

Genial, más negación. A pesar de que aquello era lo que llevó a Della Duck a esta situación en primer lugar. Pero que sabré yo.

Della decidió en aquel momento que de todas formas no importaba quien fuera la madre del huevo. Estaba ahí con ella ahora. Ambos atrapados en aquella roca sin vida más allá de ellos y aquel horrible ácaro escupe ácido.

Fuera de quien fuera el bebé, ella era responsable de cuidarlo ahora.

Y eso fue lo que hizo.

Envolvió al pequeño huevo en su bufanda y lo acercó a ella tanto como pudo para brindarle todo el calor que consiguiera transmitirle en medio del clima frio de la Luna.

Entonces, una vez hecho aquello, Della se durmió con su determinación renovada.

“Estaremos de vuelta en la Tierra antes de que siquiera te enteres que estuviste aquí”

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―Muy bien ¿La cámara está grabando? Si, bien.

Della se aclaró la garganta una vez que consideró que la cámara estaba enfocada correctamente.

― ¡Hola niños! ¡Hola Donald! ¡Hola, tío Scrooge! No lo van a creer. Ayer pasó la cosa más loca que haya visto. Y he visto muchas cosas locas. Bueno… quizá no fue la más loca. En fin. Miren… ¡Esto!

Exclamó poniendo el nuevo huevo frente a la cámara.

―Si, lo se. Es una larga historia. O bueno, no tanto. La cosa es que de alguna manera tengo un huevo conmigo ¡Yupi! ―Soltó con falsa emoción. ―Por supuesto esto no quiere decir que los quiera menos ni nada por el estilo niños ¡Yo los amo mucho! Y ahora tengo a otro como ustedes… y estoy tan asustada… ―Susurró cada vez más bajo. ― ¡Por eso necesito que vengan a recogernos pronto! ¡Tío Scrooge, por favor! La Luna no es lugar para que un bebé crezca…

Notando que su voz comenzaba a sonar sofocada, ella se tomó un momento para respirar hondo antes de exclamar.

― ¡Hey niños, mami los ama! Pero ahora voy a pedirle a su tío Donald que los lleve a otra habitación por favor…

Dijo sosteniendo una sonrisa por algunos minutos.

― ¿Sí? ¿Ya…?

Della esperó un último momento, casi como si esperara una respuesta de su receptor imaginario.

― ¡Tío Scrooge, lo siento tanto! Estoy tan asustada. Ya estaba asustada antes, pero ahora ¿Qué se supone que haga cuando este bebé nazca? Yo… yo apenas puedo evitar tragarme esta goma de mascar cuando voy a dormir ¡¿Cómo voy a lograr que un bebé recién nacido la use?!

La joven peliblanca comenzó a sollozar frente a la cámara, ya sin importarle que la vieran como menos que la fuerte y temeraria Della Duck.

―Por favor… Tengo tanto miedo. Por favor… ―Se limpió las lágrimas mientras cortaba su intento de transmisión.

Se tomó un momento para intentar calmarse, pero no funcionó. Abrazó más cerca al huevo amarillo y alzo la vista hacia el agujero del techo, fijando su vista en el planeta del cual provenía.

―Por favor, ven pronto por nosotros papá.

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Habían pasado ya tres meses desde la aparición del Easter Egg, como ella había comenzado a llamarlo, tanto por el hecho de que había sido una sorpresa como por los cálculos que había realizado, los cuales indicaban que el bebé probablemente rompería el cascarón alrededor de la Pascua… Al igual que sus otros bebés.

Aparentemente nadie había ido a buscarlos, sin embargo, el pequeño huevo la había distraído lo suficiente como para comenzar a sentirse mejor consigo misma y con su situación.

A medida que pasaba el tiempo, Della había recogido de entre los escombros todos y cada uno de los recursos que pudo encontrar, incluyendo mantas y libros. La mayoría de estos últimos de ciencia, aunque, por alguna razón, entre todo eso había encontrado también la historia de la sirenita.

No podía recordar cuantas veces le había leído el libro hasta ahora a su Easter Egg, pero ya estaba deseando que aquel no fuera el único cuento en la nave.

Sin embargo, había algo similar: Mitología.

De alguna manera, entre tanta ciencia, se encontraban también los libros “Mitos y leyendas de las estrellas” y “Mitología griega”.

¡Fue fantástico!

¡Había referencias allí de cosas y lugares que ella había visto!

¡De bestias a las que había enfrentado!

De dioses que había conocido.

Historias sobre Selene…

Fue casi como ver su propia historia y se lo hizo saber a su bebé con emoción, agregando a cada historia interminables comentarios sobre sus propias experiencias.

Fue hermoso.

Ella se sentía tan feliz.

Y entonces recordó donde estaba.

Recordó como habían pasado ya nueve meses y aun no venía nadie a por ella.

Y eso no la puso de mal humor.

Se sintió triste, sí. Pero por primera vez en mucho tiempo sintió que veía las cosas con mayor claridad.

Quizá fue debido a este impulso de optimismo que aquel día, como por arte de magia, encontró su antiguo manual de los jóvenes castores.

Sonó emocionada mientras le relataba a su huevo todo lo que Donald y ella habían hecho en su época como castores mientras pasaba rápidamente las páginas del libro hasta llegar al punto que buscaba.

― “Como sobrevivir a un naufragio”. Crear una señal de alerta para las naves que pasan. ―Leyó.

Y eso hizo.

La peliblanca se apresuró fuera de los restos de la nave con el huevo en su pecho, dentro de su chaqueta y asegurado con su bufanda, y usando los restos de metal escribió una hermosa carta formal a su tío.

Una vez terminado el trabajo, Della se apresuró hacia un punto más alto y leyó la carta con orgullo, solo para que momentos después aquel horrible ácaro lunar apareciera y destruyera todo su arduo trabajo.

¡Incluso escupió en su nombre!

Maldita cosa maleducada.

Aun así, ella todavía no se sentía lista para rendirse, por lo que recuperó todos los trozos de metal que aun eran utilizables y escribió lo único que sabía que llamaría la atención de su tío sin importar la situación: $

 

Chapter 3: Cambias mis sentimientos como un maremoto

Chapter Text

Había pasado ya un año desde que Della Duck se había estrellado en esa fría masa de rocas a la que llamaban Luna.

Su cabello llegaba hasta sus caderas en un corte extrañamente irregular, producto de uno de los tantos enfrentamientos que tuvo con el ácaro probablemente, aunque ella no podía recordarlo.

Aquel día en particular se había despertado inmensamente animada.

Sabía que día era hoy. Ella estaba segura.

Según sus cálculos aquel día era 15 de abril ¡El cumpleaños de sus bebés!

O al menos ella había calculado que debía serlo.

Habían pasado todo su primer año sin ella…

¡Pero no era momento de estar triste!

Ella necesita distraerse.

Necesitaba olvidar el hecho de que pronto su nuevo bebé se abriría paso hacia el mundo (Y el hecho de que ella no tendría un mundo que ofrecerle).

Aun así, se había convencido de hacer todo lo posible para mantener a su bebé con vida una vez llegara el momento.

Y en caso de que fallara…

En caso de que fallara ella mantendría una sonrisa hasta el final. Para su bebe.

Ella ya lo había decidido.

 

Se lavó con una de las toallitas húmedas ultra higiénicas de Gyro, rezando por no contraer cáncer como efecto secundario de los productos del genio.

Oh, ella nunca había rezado tanto en su vida como en el año que llevaba en aquel desierto, y aunque sus plegarias hasta ahora no habían obtenido respuesta, eran calmantes de alguna manera.

Se vistió, atándose el huevo al pecho como su rutina exigía, y saltó fuera de la nave mientras se abrochaba la chaqueta, todo para conseguir algún resto de metal que se pareciera remotamente a un plato.

Después de alrededor de dos horas, Della Duck se sentó frente a la cámara agotada y comenzó su intento de transmisión, enseñándole a sus hijos el “pastel” que había preparado mientras les deseaba un feliz cumpleaños.

―Lamento no estar allí en su primer cumpleaños, pero me esfuerzo...

La frase quedó sin terminar cuando la nave comenzó a sacudirse violentamente, con Della intentando mantener el equilibro como podía

Una vez el movimiento disminuyó, la joven madre se apresuró hacia la ventana, indignada, y exclamó.

― ¡No me molestes hoy, ácaro lunar!

Y entonces la vio: Una nave.

¡Estaban salvados!

¡Vería a sus bebes!

¡Todo iría bien!

Pensando en todas aquellas cosas, Della se apresuró fuera de los escombros de la nave e intento razonar con el ácaro lunar, suplicándole con tono enfadado que no destruyera su señal de auxilio. Sin embargo, el animal no escuchó.

Ambas se enfrentaron en un tira y afloja con parte de la señal que Della había puesto para pedir ayuda.

Ella incluso se arrancó su pierna robótica en un intento de defenderse de la criatura.

Pero todo fue en vano.

A raíz de la pelea una nube de polvo lunar se levantó a su alrededor, envolviéndola a ella, al ácaro y a la nave, e impidiendo que la tripulante de la otra nave la viera.

Y así, la nave rescatista se alejó mientras la bestia le arrancaba de las manos el trozo de metal para luego lanzar a la joven peliblanca lejos.

Se acabó.

Se había acabado.

Tío Scrooge había enviado ayuda y no la habían visto.

No volverían.

Creería que estaba muerta.

Donald lo creería. Sus bebés lo creerían.

Della Duck se habría puesto a llorar allí mismo si no hubiese escuchado aquello justo en aquel momento: Crack.

Crack. Justo en su pecho.

Y otro Crack. Y otro y otro.

¡No había tiempo! Necesitaba concentrarse.

Se puso de pie y… cayó.

Demonios, su pierna.

Calma, calma.

Ella necesitaba mantener la calma si quería ayudar a su bebé a sobrevivir.

Se arrastró como pudo hasta su pierna robótica, la atornilló rápidamente y se abalanzó hacia los restos de la nave. Hasta donde guardaba la goma de mascar.

Colocó una de las mantas que había reservado para esto. Su color amarillo transmitía alegría. Algo que ella esperaba sentir, pero no sentía en absoluto.

¡Estaba tan asustada!

Apoyó el huevo lleno de trizaduras sobre la manta, justo en el momento en el cual el pequeño pico del bebé se asomó.

―Es ahora o nunca. ―Dijo con determinación mientras luchaba por deslizar la goma de mascar por la boca del bebé. ― ¡Si!

Y entonces el bebé la escupió.

― ¡No!

Della comenzó a ayudar al pequeño a salir del cascarón y, cuando tuvo a la que ahora sabia era una niña en sus brazos, luchó por forzar la goma de mascar dentro de su boca, pero falló.

―No. ―Gimió llorosa. ―No. No, no me hagas esto bebé.

Sin embargo, la bebé se negó a aceptar la goma.

No iba a lograrlo.

Entonces, ella respiró lo más hondo que pudo sin tragarse su propia goma de mascar en un intento de calmarse.

―Ok, no. Prometí que si esto ocurría le mostraría una sonrisa a mi bebé. ―Dijo acunando a la pequeña mientras forzaba una sonrisa. ―Hey, Surge. Hola, hola, mi hermosa y pequeña bebé. ¿Sabes quién soy?

― ¿Uh? ―La pequeña patita miró a su madre con ojos curiosos mientras su único mechón de cabello, el cual estaba empapado, se pegaba al costado de su cabeza.

―Soy tu mami, Della. Y tú… Tu eres Surge Duck… Oye, no te lo vayas a tomar a mal ni nada, pero ¿Cómo es que aun sigues con vida?

― ¡Uh!

―O sea, lo que quiero decir. Surge, estas respirando.

Della se tomó un momento para evaluar sus propias palabras y luego de estar segura de que estaba en lo correcto exclamó:

― ¡Surge, tu estas respirando! ¡En la Luna! ¡De alguna manera mi hija puede respirar en la Luna!

Su alegría la llevó a comenzar a girar y girar con la pequeña Surge en sus brazos, lo que provocó que la pequeña comenzara a llorar aterrada.

―Shh, shh, no llores Surge. Todo irá bien. Mami lo siente. Mami solo esta muy emocionada por ti ¡Por nosotras! ―Calmó Della meciendo a la pequeña Surge mientras cogía un pañuelo para comenzar a limpiarla.

Fue entonces cuando Della puso mas atención a la bebé.

La pequeña contaba con bonitas plumas blancas, pico anaranjado de patito y pies palmeados igualmente anaranjados.

―Definitivamente eres mi bebé. No hay duda, pero…

Sobre la cabeza de la pequeña patita sobresalía un pequeño mechón de cabello ondulado color rubio platinado.

―Oh, mierda.

 

Chapter 4: Traes alegría a mi vida

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Una vez que la euforia que sintió al ver a su bebé viva y respirando se hubo desvanecido, a Della la invadió el inevitable cansancio después del largo día que acababa de tener.

Las cosas no estaban bien en absoluto, pero estaban vivas y eso tenia que contar para algo ¿No es así?

Aquella noche Della se había recostado sobre su silla y había apoyado a la bebé, ahora limpia, sobre su pecho, cubriendo a la pequeña con una manta mientras tarareaba canciones de cuna hasta que ambas se durmieron (Siempre luchando por no tragarse la goma de mascar accidentalmente).

Los días que siguieron fueron un tira y afloja entre desacostumbrarse de su anterior rutina y acostumbrarse a que su día girara en torno a la bebé, empezando por la comida.

Sin importar cuanto lo intentara, Della no pudo lograr que la bebé masticara la goma.

Y no era sorprendente, sabia horrible.

Además, ¿Con que se suponía que iba a masticar una bebé recién nacida?

Así que nuevamente tuvo que respirar hondo, dejar de lado sus reservas y recurrir a métodos, digamos, primitivos.

La había enfermado hacerlo.

De tan solo recordarlo se le revolvía el estómago nuevamente.

Pero afortunadamente al finalizar su primer año de vida los primeros dientes de la bebé ya estaban en su boca y ella parecía verdaderamente interesada en mordisquear algo.

Tuvo que ideárselas para fabricar una especie de chupete, el cual consistía en un paño suave con pequeños agujeros, relleno con goma de mascar y atado con un trozo de elástico. Esto con el fin de evitar que la bebé se tragara la cosa y se atragantara.

Sin mencionar que no podía acabar perdiendo toda la goma.

Recursos limitados y todo eso.

 

En medio de aquel primer año de alguna manera había conseguido comenzar a leer el manual de la nave.

Sabia a estas alturas que nadie iría a por ellas, así que tenia dos opciones: O se resignaba a vivir en la maldita roca en la que estaba varada, o hacia todo lo posible por reconstruir el pedazo de chatarra que la había llevado hasta allí.

No había manera de que aceptara quedarse en aquel sitio.

Ni siquiera muerta.

Así que solo existía una opción viable: Seguir las instrucciones.

O eso le había dicho Donald constantemente durante, bueno, siempre.

Pero no era tan fácil como sonaba.

Sobre todo, no cuando el manual estaba lleno de las amables acotaciones de Gyro que incluían trozos de sabiduría tales como “Incluso Della podría hacerlo”.

¡Ah!

Entonces ahí estaba ella, meciendo a su llorosa hija después de haberla asustado con sus gritos de exasperación contra aquel idiota que se hacía llamar científico… Y todo el berrinche que le siguió después.

Había intentado, sin éxito por supuesto, reconstruir la nave durante días sin saber que demonios estaba haciendo en realidad. Tan solo siguiendo un sentido lógico que no tenía lógica alguna.

Y cuando aquello no había funcionado y la frágil estructura había caído, gritó.

Ella gritó con todo su corazón.

Y su bebé la había seguido.

Así que aquel día se encontró en el suelo, empujando y devolviendo con el pie la silla de escritorio en la cual había depositado a su hija y tarareando una versión que sonaba sospechosamente frustrada de “Hakuna Matata”. Todo eso mientras se las arreglaba para unir con cinta adhesiva los trocitos de páginas desgarradas del manual de la nave.

Después de múltiples de fracasos en medio de berrinches, tanto de ella como de la bebé (Mas de ella sinceramente), el manual de la nave se encontraba restaurado y Della Duck se enfrentó al libro con determinación… y lo dejó inmediatamente, derrotada.

¡Esa cosa era terrible!

―Quizá Gyro tenia razón al decirme que era tonta. ―Gimió apoyando su cabeza entre sus brazos con cansancio.

Estaba por adentrarse en aquellos pensamientos cuando de pronto la bebé comenzó a llorar.

―Shh, nena~ ¿Qué pasa, bonita? ―Arrulló Della mientras mecía a la niña.

La pequeña acababa de “comer”.

Con aquella dieta de nutrientes puros había habido raras ocasiones en las que hubiera algo en su “pañal”, pero aun así lo revisó.

Nop. No era eso.

¿Le dolía algo? ¿Se había enfermado?

Había un ácaro extraterrestre en la zona, bien podría haber algún extraño virus extraterrestre también.

Ella rezó por que no fuera el caso.

―Muy bien cariño ¿Quieres que mamá haga gestos raros? Como ¡Buah! ―Exclamó con su primera morisqueta mientras cruzaba los ojos y abría la boca.

― ¡Hgm! ― Continuó, inflando sus mejillas con las manos fingiendo ser orejas de elefante.

― ¡Igh! ―Frunció el ceño en una morisqueta horrorosa.

La pequeña Surge aumentó su llanto sin prestarle atención.

―Entonces no ¿Eh?

Ella se detuvo a considerar su siguiente movimiento mientras tamborileaba sus dedos sobre la mesa.

“Que puedo hacer, que puedo hacer…”

― ¿Quieres que mamá cante? ¿Quieres eso? O quizá…

Della se detuvo abruptamente, ante lo cual Surge detuvo momentáneamente su llanto para mirar a su madre con grandes ojos llenos de curiosidad, manteniendo aun así un leve lloriqueo.

La peliblanca se sentó entonces en la banca que estaba pegada a la pared y apoyó a su hija cuidadosamente en el nido que había creado con mantas sobre la mesa.

La joven madre miró a su niña a los ojos, le sonrió, volvió su vista al horrible libro lleno de cinta adhesiva y con un quejido resignado comenzó a leer.

Entonces Surge se detuvo y le sonrió.

Una gran sonrisa sin dientes.

 

Nadie dijo que la maternidad en la Luna fuera sencilla, pero en aquel momento Della pensó que podría haber sido mucho, mucho peor.

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Tres años.

Tres años desde que habían enviado naves en su búsqueda.

Tres años desde que había apartado definitivamente a Scrooge McDuck.

Tres años desde que había perdido la esperanza de volver a ver a su hermana.

 

Cuatro años desde su desaparición. O un poco más, incluso.

Pero no quería pensar en eso.

Incluso si hubiera acabado de soñar con su querida hermana desaparecida.

Desaparecida.

El pensamiento lo desconcertó por un momento, frio y sin significado real.

Su terapeuta le había aconsejado ser sincero consigo mismo.

No podía seguir haciéndose eso. Tenía que afrontarlo.

Había soñado con su hermana. Su hermana muerta.

―Hey, cariño ¿En que estas pensando? ―Preguntó una voz junto a él.

Donald se volteó cuidadosamente hacia la voz.

Su novio (Uno de ellos al menos), Panchito Pistolas, se encontraba acurrucado junto él en la cama.

Cuando el plumirrojo notó la expresión de su novio, extendió su mano cuidadosamente y acunó el rostro del hombre con su mano mientras un dedo se encargaba de secar la lagrima solitaria que el peliblanco acababa de dejar caer.

―En que Della está muerta.

―Oh, amor. ―Rápidamente el pelirrojo cerró el espacio entre él y su novio, envolviéndolo entre sus brazos mientras este lloraba.

¿Qué más se suponía que hiciera?

¿Debería haber alentado su esperanza?

Él quería.

Conocía a Della desde hacía años y, aunque no eran los más cercanos, él sabía lo suficiente sobre la chica como para no creer que ella estaba muerta.

Sin embargo, no podía hacerle eso a Donald.

Él necesitaba superar a su hermana. Continuar con su vida.

Y cuando recuperaran a Della, todos estarían felices nuevamente.

No. Definitivamente aquello no había sonado como un pensamiento saludable.

Él merecía ser feliz ahora.

Podía entender porque el terapeuta de Donald había insistido en que debía superar a su hermana.

Incluso si estaba viva le confiarían a Scrooge su búsqueda y él se concentraría en cuidar del resto de su familia por ahora.

―Todo irá bien, cariño. ―Susurró Panchito antes de besar la frente de su novio. ―Todo estará bien.

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― ¡Estoy en casa~!

― ¡Tío Zé! ―Exclamaron los trillizos al unísono, estampándose contra el plumiverde quien bajaba por las escaleras de la casa flotante.

― ¡Chicos!

El loro verde levantó a los tres niños de cuatro años en un abrazo y dio un giro rápido antes de dejarlos caer en el sillón mientras ellos reían alegremente.

― ¡Otra vez! ―Chillaron alzando sus bracitos.

―Chicos, chicos, no agobiemos al tío José. Al menos no tan pronto. ―Dijo entre risas Panchito saliendo de la habitación que él y sus novios compartían. ― ¿Como estuvo el viaje, cielo? ―Preguntó antes de besar al peliverde.

―Iugh~. ―Se quejaron los trillizos mientras corrían a la cocina riendo.

― ¡Busquen una habitación! ―Exclamó Dewey antes de desaparecer por la puerta.

― ¡Ustedes, pequeños demonios! Ya los atraparé y los serviré con patatas en la cena. ―Declaró Panchito con falsa molestia mientras recogía la maleta de José para llevarla a la habitación. ―Donald está en la cocina. ―Señaló antes de desaparecer.

Cuando José entró a la cocina pudo ver a Donald tarareando mientras preparaba tostadas, huevos, tocino y algunos vegetales al vapor.

Los niños se encontraban sentados a la mesa bebiendo leche mientras esperaban.

―Hey, guapo. ―Dijo besando la mejilla de Donald. ― ¿Cómo ha estado todo por aquí?

―Bien. Tranquilo. ―Donald volteó algunas de las tostadas antes de mirar a su novio. ―O tan tranquilo como se puede estar con estos mocosos. Ya sabes. ―Declaró rodando los ojos antes de sonreír y besar al peliverde quien se rio luego de aquello.

―Iré a tomar una ducha rápida y volveré para desayunar ¿De acuerdo?

― ¡Tómate tu tiempo! ―Exclamó Donald viendo como José salía de la cocina mientras Panchito entraba en la misma.

― ¡Esto es favoritismo! Cuando yo besé a Zé hace un momento estos chicos me abuchearon. ―Exclamó el pelirrojo con un puchero mientras señalaba con la mano a los infractores.

― ¿De verdad?

― ¡Te lo estoy diciendo!

―Bueno, entonces si necesitas que te consuelen…

El peliblanco estaba a punto de besar a su compañero cuando…

― ¡Tío Donald, las tostadas! ―Exclamó Huey señalando el pan ennegrecido sobre la cocina.

― ¡Oh, demonios! ―Chilló Donald volteándose rápidamente para intentar salvar sus tostadas.

―Oh, esto es la guerra. ―Declaró el pelirrojo persiguiendo a sus sobrinos quienes acababan de salir corriendo de la cocina mientras reían alegremente. ― ¡Hey, tengo a Louie! ―Exclamó saltando sobre el sillón alargado mientras le hacía cosquillas a su sobrino más joven, el cual no dejaba de reír.

― ¡Debemos salvar a Louie! ―Chilló Dewey.

―Tu por la izquierda y yo por la derecha. ―Indicó Huey.

Y así ambos se lanzaron contra su tío Panchito luchando por hacerle cosquillas desde ambos frentes para rescatar a su hermano pequeño.

Uno le hacia cosquilla en su axila izquierda, otro en su costado derecho. Louie había comenzado a hacerle cosquillas en el pecho ¿Quién era entonces el que estaba haciéndole cosquillas en los pies?

―Ejem.

Antes de que pudiera profundizar en el pensamiento, Donald apareció en la puerta de la cocina con las manos en las caderas y dirigiéndoles una mirada nada impresionada mientras se aclaraba la garganta.

―El desayuno esta listo niños. Iré a avisarle al único otro adulto de la casa.

Pero antes de que Panchito pudiera quejarse por las implicaciones de aquello, todos ellos vieron a José salir del baño y correr hacia su habitación de forma apresurada mientras exclamaba “¡El suelo es lava!” antes de saltar sobre la cama con la puerta aun abierta.

Hubo un pequeño chillido por parte de los trillizos antes de que se apresuraran a sujetarse del sillón mientras jalaban hacia arriba los pies de su tío Panchito.

Ante aquello Donald solo rodó los ojos y se giró para volver a entrar a la cocina.

Niños. Niños todos ellos.

Chapter 5: Los niños lo saben mejor

Chapter Text

―He decidido que iremos a visitar a mi amigo Goofy durante el tiempo libre que me queda. Tiene un hijo solo un poco más grande que ustedes tres, así que podrán pasar el rato juntos. ―Explicó Donald, esperando que la idea de tener un nuevo amigo solo endulzara más el trato.

Acababa de contarles a los niños sobre el trabajo en Mouseton que le habían ofrecido el día anterior, y el cual había decidido aceptar, y ellos lucían emocionados ante la perspectiva de visitar un lugar que les era desconocido y conocer gente nueva.

Era comprensible, ya que hasta ahora los niños solo habían hablado con algunos chicos al azar en el parque.

Eso sin contar la vez en que los sobrinos de José, Zico y Zeca, habían visitado el país, por lo que su novio los había arrastrado a todos al centro de entretenimiento más cercano a su departamento.

Los niños prácticamente no hablaban el idioma más allá de un saludo, sin embargo, los cinco revoltosos todavía se las habían arreglado para corretear y hacer travesuras por doquier.

Ese era otro local en el cual ya no eran bienvenidos.

Habían puesto su fotografía en la entrada y todo.

Salió de su ensimismamiento una vez que notó que la charla rápida entre sus sobrinos había disminuido y lo estaban mirando fijamente.

Viendo que tenía su atención, Dewey se adelantó a sus hermanos.

― ¿Al fin les darás a tío Panchito y tío Zé esos extraños sombreros que van a juego y que están hasta al fondo de tu armario? ―Indagó con voz curiosa.

― ¿Cómo sabes…?

Huey se interpuso entre su tío y su hermano en ese momento.

―No le hagas caso tío Donald. No es como si hubiéramos estado revisando en busca de los regalos de Navidad.

Ante aquella declaración Louie no pudo evitar palmearse el rostro.

¿Cómo podían ser estos chicos sus hermanos?

Había días en los que no estaba tan convencido de que lo fueran.

Donald solo suspiró. Lo dejaría pasar esta vez.

―Francisco y José tienen sus vidas en esta ciudad. No podemos obligarlos a venir con nosotros de vacaciones y mucho menos mudarse.

― ¿Pero siquiera les has preguntado? ―Preguntó Louie mirándolo con confusión.

Él no podía creer que sus tíos, quienes miraban con tanto cariño a su tío Donald, pudieran haber dicho que no ante algo tan sencillo.

¡Si prácticamente ya vivían allí con ellos! No podían echarlos a la calle.

―Yo no. ―Murmuró. ―Pero no creo que ellos quieran.

― ¿Tío Donald? ―Dijo el trillizo mayor adelantándose a Louie, quien miraba a su tío con ojos molestos, probablemente a punto de gritarle.

El aludido le dedicó una suave sonrisa a su amable sobrino sin notar las expresiones de los otros dos. De los tres, él era su favorito.

― ¿Si Huey?

―Estas siendo tonto. ―Sentenció el joven patito.

Sus hermanos asintieron vigorosamente tras de él.

Tal vez debería reconsiderar lo del favorito.

Pero la cuestión era que la conversación siguió reproduciéndose una y otra vez en la mente de Donald aquella tarde.

Y durante el día siguiente.

Y el día siguiente a ese.

Hasta que finalmente el pato peliblanco se armó de valor y, una vez que el último de sus patitos se hubo dormido, se dirigió a la cocina, en la cual José y Panchito se encontraban sentados intentando decidir si debían o no probar la limonada que los niños habían hecho.

―Adelante. Yo lo hice y sigo aquí. ―Dijo Donald apoyado en la pared con rostro despreocupado.

Ante aquella declaración la sangre pareció escapar del rostro de los otros dos hombres.

No podían echarse atrás ahora, pero la sonrisita calmada de Donald no podía ser una buena señal ¿O sí?

José alzó su vaso con cautela y, en un intento de presumir, Panchito Romero Miguel Junípero Francisco Quintero González III se bebió el suyo de golpe.

Sus ojos se agrandaron con horror mientras luchaba por lograr que la cosa bajara por su garganta.

¡Estaba absolutamente salada!

El peliblanco no pudo evitar desternillarse de risa, sujetándose el estómago con una mano y palmeando su rodilla con la otra.

El peliverde por su parte regresó rápidamente su vaso de vuelta a la mesa y se apresuró a guiar a su novio al lavadero, instándolo a escupir la cosa.

―Eso no fue divertido, Donald. ―Declaró el loro viendo con indignación como el ataque de risa del pato disminuía demasiado lentamente.

―Oh, tranquilo. Te dije la verdad antes. También lo probé ¡Sabia terrible! Pero no puedo creer que bebieras el vaso entero. ―Se burlo, aun riendo, mientras cogía una cuchara y sacaba un frasco de una estantería.

Cuando el pelirrojo dejó de escupir en el fregadero, se giró y abrió la boca para quejarse, ante lo cual Donald empujó una cucharada de algo dentro de su boca con agilidad.

― ¡¿Ahora que es?! ―Soltó preocupado el peliverde, quien se había distraído un momento dejando ir el agua del fregadero.

El pato blanco rodó los ojos mientras volvía a colocar la tapa en el frasco, para luego alzarlo con la etiqueta hacia sus novios.

― ¡Es miel!

―Inmaduro. ―Sentenció José con disgusto.

―Ya, ya. No dejes que Donald te moleste. ―Calmó Panchito, sujetando la barbilla del peliverde justo antes de darle un largo y literalmente muy dulce beso.

―Decías la verdad. Es miel. ―Concedió José con una sonrisa boba en su rostro.

― ¿Ves? ―Donald dijo condescendiente mientras devolvía el frasco a la despensa y la aseguraba con un cerrojo.

―Pero eso no basta como disculpa. ―Declaró el plumiverde volviendo a verse serio mientras se cruzaba de brazos.

De los tres, él era la conciencia del grupo la mayor parte del tiempo.

Sereno y razonable.

Si él estaba tan molesto lo más sensato era disculparse.

Y Donald lo sabía.

―Yo… ah, bien. ―Declaró con frustración. ―Me disculpo chicos. Yo solo, lo siento ¿Está bien? Eso fue tonto. Yo… tengo que hablarles de algo justo ahora y quería…yo…no lo sé ¿Relajar el ambiente?

―Eso definitivamente no ayudó. ―Se burló José, aun molesto.

―Ah… Yo se. Lo veo ahora.

― ¿Y bien? ¿De qué querías hablar? ―Cortó Panchito.

Francamente, él se habría reído de la broma si no hubiera estado atragantándose en aquel momento.

Además, él planeaba devolver el golpe con otro mucho peor más tarde (Aunque ahora ya no estaba tan seguro de hacerlo).

Así que no quería que siguieran reprendiendo a Donald cuando lo más probable era que él ni siquiera supiera que hacerlo beber la cosa seria tan malo.

Donald había dicho que lo había probado, a diferencia de Francisco quien se había tragado toda la sal del fondo.

Entonces, en medio de todos aquellos pensamientos, Donald lo soltó.

―Yo… conseguí un nuevo trabajo… en Mouseton.

Sus novios le dedicaron miradas de confusión.

―Es mucho más estable. ―Se apresuró a explicar. ―Y tengo poco más de un mes para prepararme. Ya saben, con la mudanza y todo lo demás. Y… sé que es un gran cambio, y sé que toda su vida está aquí chicos, pero quería preguntar si ustedes querrían ir con nosotros.

Hubo un pequeño silencio mientras los dos hombres procesaban las palabras de su novio.

Ambos se miraron, buscando alguna chispa de duda en el rostro del otro, y entonces lo entendieron: Seguirían a Donald a donde fuera que él quisiera ir.

Pero ninguno lo dijo, porque los asustó a ambos.

De todas formas, actuar era mucho más sencillo que hablar del tema y ambos decidieron empujar esa conversación al fondo de sus mentes, para pensarlo más adelante. Mucho más adelante.

―Eso… ¡Eso es maravilloso Donald! ―Exclamó Panchito alegremente, adelantándose para sostener las manos del pato entre las suyas. ―Por supuesto que estoy dispuesto. ¡Eso sería fantástico! Nunca he estado en Mouseton.

―Tampoco yo. ―Dijo José. ―Tendré que hablarlo en mi trabajo, pero no creo que haya problema con un traslado.

―Pero de verdad chicos, no pueden decidirlo a la ligera. Esto es un gran cambio. Quizá deberíamos hablar sobre nuestra rel-

―Donald, Donald. ―Se apresuró a interrumpir el pelirrojo, sintiendo la conversación que venía. ―No voy a hablar por Zé, pero yo estoy más que feliz con la idea de cambiar un poco de aires.

―Si, yo… Me tomó por sorpresa. ―Explicó José, intentando suavizar la situación.

Necesitaba pensar el resto más tarde. Solo.

No era que le desagradara la idea de comprometerse mas con esta familia, él ya lo estaba. Pero había algo en todo el asunto de ponerlo en palabras que lo asustaba.

Decidió que ir con la verdad seria lo mejor. Y lo demás podría ser discutido más adelante.

―En realidad, simplemente no lo había pensado. Pero me haría feliz ir con ustedes. ―Continuó el peliverde, sonriendo al darse cuenta de que definitivamente eso era verdad. ―No hay manera de que me quede atrás. ―Soltó justo antes de ver a Donald mirarlo con preocupación. ―Y antes de que insinúes que me están forzando, Donald, solo recuerda que hasta hace pocos años viajábamos todo el tiempo. Soy asistente de vuelo, por dios, sigo haciéndolo. No va a ser una gran diferencia si nos mudamos a Mouseton o a Italia.

―Está decidido entonces ¡Nos vamos a Italia! ―Declaró Panchito con voz juguetona, causando que el ambiente se relajara de inmediato.

―Claro que sí, tonto. ―Acordó Donald entre risitas. ―Nos iremos mañana mismo.

 

― ¿Entonces nos vamos a Italia? ―Preguntó Dewey a sus hermanos a la vez que se asomaba desde detrás del mostrador para observar mejor a sus tíos, quienes pasaron de darse empujoncitos juguetones a levantar a uno de los otros y hacerlo girar en el aire mientras reían, recordando silenciar al otro de vez en cuando para olvidarlo al momento siguiente.

―Shh… No, no nos vamos a Italia. ―Explicó Huey llevando a su hermano de vuelta a la habitación con Louie siguiéndolos. ―Ellos solo están jugando.

―Están siendo empalagosos. ―Acordó el menor de los trillizos encaramándose de vuelta a su cama, la cual consistía en un bote inflable con agua tibia dentro en lugar de aire.

― ¿De dónde aprendiste esa palabra? ―Preguntó el mayor mirándolo con desconcierto.

―La leí por ahí.

―Espera ¿Sabes leer? ―Ahora era el de azul quien parecía desconcertado.

― Claro que se. ―Respondió el menor con brusquedad hasta que notó la expresión de su hermano. ― ¿Tu no?

Dewey negó con la cabeza.

Fue notable para sus hermanos como pasaba de lucir confundido a verse abrumado mientras apretaba sus puños con frustración.

―Tranquilo Dewey, yo te enseñaré. ―Lo consoló Huey dándole palmaditas en el hombro.

Error.

― ¡¿Qué?! ¡¿Tú también sabes?! ―Dijo el trillizo mediano con incredulidad.

Parecía que lloraría en cualquier momento.

Ahora, desde el punto de vista de Louie eso último no debería haber sorprendido a su hermano: Huey arrastraba un libro consigo, como, siempre. Pero no quería entristecer aún más a su hermano, así que intentó bromear con él un poco en un intento de aligerar el ambiente.

―Tranquilo, tranquilo. Todos somos niños grandes que saben leer menos Dew, pero eso no tiene que preocuparte hermanito. ―Dijo con lo que intentó fuera una sonrisa sincera y tranquilizadora.

El pequeño patito de pijama azul sorbió sus lágrimas ante aquello.

―No te sientas mal Dewey. ―Continuó el mayor desde ahí. ―Eso pasó porque tú eres mucho mejor que nosotros saltando a la cuerda.

―Y pateando la pelota, nadando, compitiendo en carreras en la piscina de pelotas, escalando cuerdas. ―Enumeró Louie.

Aquello pareció animar a Dewey lo suficiente como para volver a ser el de siempre.

Se agarró al borde de la cama y se empujó dentro de un salto, como para comprobar que lo que sus hermanos habían dicho de él era cierto. Luego atrapó la mano de Huey rápidamente y lo jaló hacia él.

El mayor dejó ir un gritito de sorpresa y murmuró un pequeño quejido al aterrizar, sin embargo, estaba feliz de ver que su hermano había recuperado el ánimo, así que se conformó con frotar su brazo dolorido mientras se acomodaba junto a Louie, quien lo miraba con comprensión.

―Está bien. Pero aprenderé a leer esta semana. ―Declaró el patito mediano acostándose del otro lado del menor. ― ¡Ya lo verán!

―Diviértete con eso. ―Fue lo ultimo que dijo Louie antes de acurrucarse entre sus hermanos y cerrar los ojos.

Y fue quizá por la frustración que ser excluido le había provocado, y en una muestra de determinación pura que, con la ayuda de Huey (Y aunque tanto el del medio como el menor detesten admitirlo, de Louie), de hecho, Dewey consiguió aprender a leer a finales de la semana. O casi.

Chapter 6: Un viaje juntos nunca es aburrido

Chapter Text

― ¿De verdad no pueden ir con nosotros?

Preguntó Dewey mirando a Panchito y José con grandes ojos brillantes por las lágrimas que amenazaba con dejar salir.

A su izquierda, Huey los miraba con una expresión idéntica mientras sujetaba la mano de Louie, quien tenía la vista fija en el suelo, sorbiendo sus lágrimas de vez en cuando.

José se arrodillo frente a ellos, mirándolos con una disculpa escrita en su mirada.

Con cuidado, elevó la barbilla de Louie mientras le limpiaba las lágrimas con su pulgar.

―Lo lamento niños, pero su tío Panchito y yo tenemos que trabajar y…

―Tío Donald también tiene un trabajo. ―Lo interrumpió el pequeño Louie mirándolo con expresión ofendida.

¿Acaso el adulto pensaba que podría engañarlo con una excusa tan mala?

―No me refería a eso.

El peliverde entonces dirigió su mirada hacia Donald, quien estaba parado detrás de los niños, como para asegurarse de que él sabía que es lo que había querido decir, ante lo cual su novio solo sonrió y le dedicó un leve asentimiento, indicándole que continuara.

―Verán niños, esta noche debo atender un vuelo a Paris, pero ya he arreglado todo y los alcanzaré el miércoles en Mouseton. ―Explicó. ―Y después de eso me quedaré con ustedes durante tres semanas completas antes de viajar nuevamente. ¿Cómo suena eso?

― ¿De verdad? ―Indagó Huey con esperanza.

―De verdad. ―Confirmó el peliverde.

― ¿Y tú, tío Panchito? ―Continuó el patito de camiseta roja.

―Yo… tardaré un poco más niños. Tengo algunos eventos para los que ya me he comprometido. Bodas y todo eso. Es buen dinero. Pero prometo estar con ustedes el sábado.

― ¿Y luego? ―Preguntó Dewey, no muy convencido.

―Luego me quedaré con ustedes toda la semana. Lo prometo.

― ¿Solo una semana? ―Soltaron los tres al unísono.

―Si… pero después de eso estaré atendiendo algunos eventos en la zona. Y me aseguraré de que siga así por un tiempo, así que no me iré muy lejos. ―Al ver a los niños cerca de ser convencidos agregó con voz alegre: ―Incluso podría lograr que los incluyan en algún cumpleaños, ya saben.

Ante aquello Huey y Dewey se mostraron muy emocionados, comenzando a dar saltitos en su lugar, sin embargo, Louie…

―Pero no lo prometes.

― ¿Disculpa? ―Dejó ir el gallo, desconcertado.

―No lo prometes. Prometiste que estarías con nosotros el sábado y prometiste que te quedarías toda la semana, pero no prometiste que no tendrás eventos lejos después de eso.

Huey y Dewey exhibieron en sus ojos una mirada de traición.

―Niños, ―Intervino Donald entonces. ―su tío Panchito no puede prometerles que no tomará un trabajo si el trato es conveniente, pero él puede prometerles que cuando reciba la oferta él evaluará cuidadosamente los pros y los contras de tomar el trabajo y decidirá qué es lo mejor en ese momento ¿Ustedes confían en que él sabrá qué es lo mejor?

―Yo confío en él. ―Declaró Huey mirando al pelirrojo con admiración.

― ¡También yo! ―Exclamó Dewey alegremente.

― ¿Louie?

―Él aun no lo promete.

― ¡Ah, pequeño y perspicaz patito rebelde! ―Gruño Panchito mientras alzaba a su sobrino menor en el aire, provocando un gritito de sorpresa del niño. ―Te prometo, les prometo a todos ustedes, que SIEMPRE haré lo que considere mejor para nuestra familia ¿De acuerdo? ―Declaró, agradecido de que su rojo plumaje ocultara perfectamente su muy probable sonrojo.

Ante aquello, el pequeño Louie se abrazó a su cuello, casi haciéndolo perder el equilibrio, y sollozó un: ―Te voy a extrañar.

―Te voy a extrañar también, chico. A todos ustedes en realidad. ―Dijo agachándose mientras extendía sus brazos, invitando a sus sobrinos a abrazarlo. ―Pero ya verán. Se divertirán tanto con su tío Donald que ni siquiera van a notar que no estamos allí.

―Eso es. ―Concedió José antes de unirse al abrazo seguido por Donald. ―Estarán tan ocupados haciendo nuevos amigos que cuando se den cuenta nosotros ya estaremos allí.

Después de aquella declaración el abrazo se mantuvo.

Eso hasta que al ver que el abrazo no parecía llegar a su fin, Donald se enderezó y comenzó a apresurarlos diciendo: ―Muy bien niños, tenemos que irnos o se hará tarde. Y no conviene que zarpemos de noche.

Y era verdad. Zarpar de día ya era complicado con tres pequeños de cuatro años. Seria casi imposible de noche.

Sin mencionar que había un horario que cumplir.

Pero Donald sabia que mencionar aquello último no ayudaría realmente.

―Bien… ―Gimió Huey con resignación mientras soltaba a su tío. ―Cuídate mucho tío Panchito… Recuerda usar un paracaídas tío Zé.

Aquello ultimo provocó una suave risita por parte de los adultos.

―Tenlo por seguro Huey. ―Respondió José.

―Vamos chicos. ―Llamó el trillizo mayor al ver que sus hermanos seguían abrazando a su tío Panchito.

―Los vamos a extrañar. ―Declaró Dewey apartándose junto a Louie, quien asentía lloroso.

―Adiós niños. Nos veremos pronto. ―Dijo el plumiverde mientras revolvía el cabello de los niños, haciéndolos reír levemente. ―Hasta pronto Donald. Te enviaré un mensaje antes de que el vuelo despegue. Avísanos cuando lleguen a Mouseton.

―Lo haré. ―Dijo Donald abrazando a su novio antes de darle un pequeño beso. Luego se dirigió a su otro novio y repitió la acción. ―Nos vemos en unos días.

―Tengan un buen viaje. ―Les deseo José antes de desembarcar. Acto seguido caminó hasta su auto y se subió.

― ¡Los amamos! ―Se despidió Panchito a la vez que abría la puerta del copiloto.

― ¡Nosotros también! ―Exclamaron los Duck, sacudiendo sus manos en señal de despedida mientras el auto se alejaba.

Después de esperar un momento a que los niños asimilaran la partida de sus tíos (Cosa que ahora que lo pensaba no había pasado desde hace demasiado tiempo, ya que últimamente ellos venían a la casa flotante directamente después del trabajo.), Donald se dispuso a comenzar su propio viaje.

―Bueno niños, somos solo nosotros por ahora. ―Suspiró el pato mayor mientras empujaba suavemente a sus sobrinos de vuelta al interior de la casa. ―Pero no se preocupen. Estas vacaciones nos vendrán muy bien a todos. Ya verán ¡Va a ser divertido!

― ¿Nos dejarás conducir? ―Preguntó esperanzado Dewey, ante lo cual su tío no pudo evitar reír.

―No~. Pero los dejaré ayudarme con el radar.

― ¡Yo primero! ―Exclamó Dewey.

―No, yo. Soy el mayor. ―Hizo notar mientras se apuntaba a sí mismo.

― ¿Y eso que tiene que ver? ―Contratacó el patito mediano.

― ¿Puedo ir primero tío Donald? ―Preguntó el más pequeño mirando a su tío con grandes ojos aun brillantes por las lágrimas.

―Claro Louie. ―Concedió Donald, levantándolo y depositando al pequeño patito en la silla del copiloto.

― ¡Oh, vamos! / ¡No es justo! ―Soltaron sus dos hermanos al unísono.

Ambos niños fruncieron los ceños, dejándose caer de brazos cruzados sobre los cojines que había al fondo de la cabina.

El pequeño de camisa verde le sonrió con gesto encantado a su tío, incluso mientras este se dirigía fuera de la cabina para revisar que todo estuviera en orden antes de levar anclas.

Entonces, en el momento en el que Donald Duck cruzo la puerta, el pequeño Louie se volteó hacia sus hermanos y les sonrió, susurrando: ―Perdedores.

La boca de Dewey se abrió con sorpresa e hizo ademan de levantarse, solo para ser jalado de vuelta a los cojines por su hermano mayor, el cual le dio una sonrisa forzada justo en el momento en el cual su tío volvía a entrar en la cabina y declaró entre dientes: ―Luego.

Ante lo cual el hermano mediano sonrió, asintiendo.

Oh. Definitivamente este iba a ser un viaje divertido.

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Donald saltó del bote dramáticamente, se arrodilló sobre el muelle y comenzó a besar el piso.

― ¡Tierra! ¡Al fin en tierra! ¡Gracias, gracias!

Sus pequeños sobrinos de cuatro años lo veían desde el barco con los brazos cruzados.

Ellos rodaron sus ojos como si fueran uno mientras observaban a su tío con expresiones incrédulas en sus rostros.

Si tan solo hubieran estado tan complementados durante la hora que duró el viaje…

Porque sí, incluso si a Donald le había parecido una eternidad, Mouseton solo estaba a una hora de distancia en barco.

―Eso no es tierra, es concreto. ―Señaló un joven perrito, mirando con extrañeza al pato blanco. Entonces volteó su mirada hacia al perro pelinegro parado junto a él. ― ¿Verdad que sí, papá?

―A-hyuck, a-hyuck. ―Rio el hombre entonces, tendiéndole una mano a Donald para ayudarlo a levantarse. ―Max está en lo correcto.

― ¡Bah, detalles! ―Se defendió el peliblanco aceptando la ayuda. ―Tanto tiempo sin verte, Goofy ¿Cómo has estado? ―Dijo dándole un abrazo a su amigo una vez estuvo de pie.

―Bien, bien. Nos las arreglamos.

― ¡Y este hombrecito debe de ser Max! La última vez que te vi aun podía sostenerte entre mis manos. ―Recordó Donald ahuecando sus manos como si sostuviera algo delicado.

―Así es. ―Confirmó Goofy mirando a su hijo con nostalgia. ―Saluda Max.

― ¡Soy Max Goof!¡Tengo siete años! ―Exclamó entonces el niño, alzando siete deditos mientras sonreía mostrando sus dientes (Y la falta de algunos de ellos).

Seguido a esto, el pequeño Max señaló el bote que flotaba tras Donald y preguntó con voz impresionada: ― ¿Ese es su barco señor?

―Lo es. ―Dijo el peliblanco con orgullo. ―Pero puedes llamarme tío Donald. O solo Donald si quieres. ―Concedió con una sonrisa entusiasmada antes de voltearse hacia el bote y comenzar a caminar de vuelta.

Una vez hubo embarcado, el pato adulto ayudó a su amigo y al pequeño Max a subir, encajándoles a cada uno su respectivo chaleco salvavida.

―En serio te preocupa la seguridad. ―Rio Goofy.

―Si tan solo supieras. ―Dijo mirando a sus sobrinos por la rendija del ojo. Luego sonrió y se volteó hacia los niños, señalándolos a medida que los presentaba. ―Estos de aquí son mis sobrinos: Huey, Dewey y Louie.

―Hola. ―Saludaron con timidez a la vez.

―Hola. ―Correspondió Max con la misma timidez.

Los trillizos se removieron incomodos en su lugar mientras Max jugueteaba con sus manos.

Goofy le había contado a su hijo de antemano sobre los sobrinos de su amigo Donald, al igual que este les había hablado sobre Max a los trillizos, sin embargo, todos se encontraban esperando que alguien mas hiciera algún movimiento, entregándoles así una pista sobre a que deberían jugar sin avergonzarse ante su nuevo amigo.

―Bue~no. ―Intervino Donald notando lo que estaba ocurriendo. ―Goofy y yo haremos una barbacoa para todos y los llamaremos cuando esté todo en orden. Pueden ir a jugar adentro y conocerse mientras tanto.

― ¿No podemos ir a explorar? ―Preguntó Dewey de pronto teniendo una idea.

Miró a su tío con ojos suplicantes y les dio leves empujoncitos con los codos a sus hermanos, instándolos a hacer lo mismo.

El pensaba que explorar era algo absolutamente genial, por lo tanto, si a Max no le gustaba hacerlo probablemente no seria un gran compañero de juegos. Al menos no para él.

Además, obviamente él quería salir e investigar el nuevo lugar.

Después de todo, quizá encontraría algo genial, como una sirena o un puesto de helados.

―Absolutamente no. ―Sentenció el pato de forma tajante.

Donald no iba a arriesgarse a dejar a sus sobrinos de cuatro años y a su nuevo sobrino de apenas siete años deambulando por un muelle desconocido.

Habría sido peligroso.

También podría pasarles algo a los niños.

Aquella respuesta por supuesto causó miradas tristes en sus sobrinos, quienes las dirigieron hacia Goofy, sabiendo que no funcionarían en su tío Donald.

Y aunque Goofy de hecho se negó, este se rindió rápidamente ante las miradas de los niños. Sobre todo, cuando su propio hijo se unió al juego.

―Oh, vamos. Podríamos dejarlos por esta vez. ―Dijo mirando a Donald. ―Ellos estarán bien, siempre y cuando no se alejen del muelle.

―Dices eso ahora, pero son demasiado pequeños para deambular solos por ahí. Volverán llorando.

―Bueno, en eso tienes razón. ―Murmuró casi más para convencerse a sí mismo. Luego se dirigió a los chicos. ―Lo siento niños. Tendrán que ir a jugar dentro por ahora.

―Oh… Esta bien. ―Dijeron los niños con voz desanimada.

―Bueno, si son buenos chicos podemos ir a explorar después de comer todos juntos ¿Les parece? ―Propuso Donald con calma.

―Si, será divertido. ―Apoyó Goofy.

―Eso suena bien, supongo. ―Razonó Max.

Ante la falta de confirmación de los trillizos, y notando su propio tono desanimado, él continuó, buscando ver el lado bueno de la situación. ―Además, nunca había estado en un bote antes. Seria genial si alguien pudiera darme un tour. ―Dijo mirando a ningún lugar en particular.

― ¡Yo lo haré! ―Saltó de inmediato el patito vestido de azul.

― ¡No, yo! ―Discutió el de playera roja.

―Vamos entonces. ―Interrumpió Max ofreciéndole una mano a Louie, quien no parecía querer participar de esta discusión en particular. ―Los cuatro podemos ir y pueden decirme cual es su parte favorita del barco.

Los trillizos parecieron tener una rápida conversación y agitaron sus cabezas en entendimiento antes de exclamar un “¡Vamos Max!” a la vez que Dewey tomaba la mano libre del niño, jalándolo, mientras el trillizo mayor lideraba el tour.

Una vez adentro, el “tour” no les llevo mas de cinco minutos en realidad.

Habían logrado dividir bastante los espacios del interior, pero la casa flotante seguía siendo un lugar pequeño.

Así que una vez hubieron finalizado el recorrido, los niños se reunieron en la habitación de los trillizos.

―De lujo. ―Aduló Max al ver el bote inflable que servía como cama de los niños. ― ¿Duermen aquí?

― ¡Si! ―Exclamó Dewey entusiasmado.

― ¿Cómo es tu habitación? ―Preguntó Huey con curiosidad a la vez que Louie se acomodaba sobre algunos cojines bajo una ventana.

Pero antes de que Max pudiera responder, un desconcertado Dewey preguntó con voz nerviosa: ― ¿Quién eres tú?

Max volteó la mirada hacia el niño, pensando que estaba bromeando con él o algo así, pero en cambio vio como el patito vestido de azul tenia la mirada fija hacia algo en el pasillo.

La expresión del chico pasó del miedo a la confusión.

― ¡Claro que puedo verte! ―Exclamó sobresaltándolos a todos. ―No estoy ciego.

― ¿Dewey? ―Preguntó el trillizo mayor acercándose a su hermano con pasos dudosos, buscando comprender lo que estaba ocurriendo.

Pero antes de que pudiera llegar hasta el de azul, este comenzó a correr fuera del lugar exclamando: ― ¡Espera!

Los tres restantes se miraron unos a otros sin comprender lo que acababa de ocurrir.

Entonces Huey, como el buen hermano mayor que era, salió de su ensimismamiento primero.

― ¡Dewey, espera! ―Exclamó corriendo fuera de la habitación, solo para ver como su hermano se apresuraba escaleras arriba.

Se volteó hacia Max y Louie y dijo: ―Esperen aquí. Iré a por él. ―Antes de comenzar a correr hacia el exterior.

― ¡Iremos contigo! ―Proclamó Max, siguiéndolo rápidamente.

―Ah, ya que. ―Murmuró el menor, poniéndose de pie con desgana, y avanzó a través del lugar pateando una piedra imaginaria mientras se dirigía hacia la salida de la casa flotante.

Al llegar a la proa, Louie pudo ver a sus hermanos y a Max corriendo en fila a través del muelle, perdiéndose entre los botes.

Ni tío Donald ni su nuevo tío Goofy parecían haberlos visto irse en realidad (Ensimismados en alguna charla, supuso).

Así que, con mucho cuidado, Louie bajó del bote y comenzó a caminar hacia los demás con perezosa calma.

No había avanzado demasiado cuando las explosiones comenzaron a estallar.

Tablas, toldos e incluso un patito de goma pasaron volando en todas direcciones después de aquello, dejando al joven patito petrificado cuando un cepillo pasó rosando su mejilla.

Sinceramente, Louie no registró nada de lo que vino después de eso.

No registró los gritos histéricos de sus hermanos.

No registro a Huey jalándolo, ni mucho menos a Max cargándolo cuando al parecer se negó a moverse.

Incluso de alguna manera se las arregló para ignorar a la muchedumbre furiosa que venía tras sus hermanos.

No reaccionó hasta mucho después, lejos de todo aquello, mientras temblaba acurrucado junto a Huey, quien le acariciaba el cabello mirándolo con preocupación.

―Entonces, ―Comenzó tío Donald, luciendo particularmente molesto. ― ¿Puede alguno de ustedes explicarme que acaba de ocurrir?

Pero Louie, quien de todas formas no habría sabido responder a aquella pregunta, se encontraba demasiado ocupado observando como el piso bajo su mano izquierda comenzaba a desarrollar una suave y casi imperceptible capa de hielo en aquel momento.

Aterrado, se apegó aun mas a Huey, en busca de consuelo y calidez, pero cuando la sensación de estarse congelando no hizo más que aumentar, algo en él pareció romperse e inevitablemente comenzó a llorar.

Chapter 7: Cada momento es como un prisma

Chapter Text

― ¡Vamos Max! ―Fue lo último que se oyó por parte de los trillizos antes de que desaparecieran con su nuevo amigo en el interior de la casa flotante.

―A-hyuck. Creo que se llevaran muy bien. ―Rio Goofy mientras observaba con dulzura el lugar en el cual su hijo acababa de estar hace un momento.

―Eso espero. ―Respondió el peliblanco con un pequeño rastro de preocupación en su voz. ― ¿Has pensado sobre lo que te hable? ―Preguntó una vez estuvieron en el “patio” de la casa flotante, el cual era esencialmente la popa del bote.

―Si, de hecho. Creo que es una buena idea. Encontré un lote disponible junto al rio y todo. Pienso que le haría bien a Max tener a más personas en la familia en lugar de ser solo nosotros dos. ―Confesó mientras comenzaba a arrastrar la parrilla de Donald hacia la zona más despejada. ―Bueno, y mamá y papá. Pero no los vemos muy a menudo.

― ¿Y eso? ―Preguntó el plumiblanco a la vez que extendía una mesa plegable y comenzaba a sacar los utensilios necesarios de una caja.

―Ellos son jóvenes aún. Se pasan el año visitando lugares por todo el mundo. En su última carta mencionaron haberse topado con Arizona en Liechtenstein.

―Oh, eso suena bien.

Donald consideró lo que su amigo le había dicho por un minuto antes de que una duda asaltara su mente.

― ¿Qué hay de tus hermanos?

Ante aquello Goofy pareció sorprenderse ligeramente. Entonces colocó una mano en su barbilla, luciendo pensativo por un momento.

―Mmm… No hablo demasiado con Gaffy en realidad… Lo último que oí sobre él fue que estaba recorriendo la selva amazónica o algo así. ―Contó, asintiendo para sí mismo antes de continuar. ―Y Geefy parece estar muy feliz viviendo en Finlandia con Blaisy y el pequeño Gilbert. Nos enviamos postales y todo eso. ―Agregó aquello último con una sonrisa antes de mirar su amigo, dejándola caer. ―Pero ya sabes… no es lo mismo.

―Si… Se a lo que te refieres. ―Concordó Donald. ―Gladstone y Fethry vinieron a visitarme muy a menudo después de que… cuando nacieron los trillizos. ―Explicó el pato esbozando una sonrisa melancólica. ―Pero ellos siguieron adelante una vez que me adapté… De todas maneras, por aquel entonces mis amigos de la universidad acababan de mudarse definitivamente al país y habían comenzado a visitarme a menudo. ―Terminó con una sonrisa boba en su rostro.

―Y dime ―Comenzó el pelinegro con tono juguetón. ― ¿Cómo ha ido todo con esos “amigos” tuyos de la universidad?

Ante la sonrisa sugerente de Goofy, el peliblanco balbució algo, mirando a ningún lugar en particular mientras se sonrojaba.

Recogió una bolsa de carbón cercana y la empujó contra el pecho de su amigo a la vez que comenzaba a divagar rápidamente haciendo gestos con las manos.

―Todo va muy bien, tú sabes. Salimos algunas veces después de graduarnos, hablamos de cosas, luego ellos regresaron a sus respectivos países, pero todavía vinieron de visita y yo también los visité. Fuimos de viaje juntos ¡Nos divertíamos! Luego volví y ocurrió todo aquello. Y un día ¡Sorpresa! Ellos habían regresado al país, pero como de verdad regresado. Consiguieron trabajos y nos mantuvimos en contacto, salimos algunas veces, se quedaron algunas noches y luego durante el desayuno. Y ya vez. Jugaban con los niños, estaban durante los almuerzos ¡Y de pronto pasaban casi todo su tiempo con nosotros! ―Terminó, cogiendo una bocanada de aire que hasta hace un momento no sabía que necesitaba.

― ¿Entonces? ―Preguntó el pelinegro con calma mientras encendía el carbón.

―Yo… Nosotros… Hablé con ellos sobre venir aquí y ellos… Apenas si tuve que preguntar ¿Sabes? Ellos solo comenzaron a revisar sus agendas. Dos días después, luego de la cena, Zé nos confirmó que la aerolínea había aceptado su traslado a esta zona. ―Relató con una expresión complicada. ―Panchito nos dijo que aún tenía algunos trabajos pendientes, pero que después de eso tomaría sus trabajos aquí siempre que pudiera. Estuvo revisando agencias y todo eso.

― ¿Y eso como te hace sentir?

― ¿No lo sé? ¿Abrumado? ¿Feliz? Digo, siempre hubo algo entre nosotros tres y de pronto todo solo pasó. Y es raro… Pero se siente… ¿Bien?

―Creo que estas realmente enamorado. ―Rio Goofy calmadamente mientras colocaba la carne ya sazonada en la parrilla. ―Pero probablemente deberían tener una conversación ustedes tres.

― ¿Eh? ―Donald le dedicó una mirada confundida.

―Bueno, ―Comenzó a explicar el pelinegro. ―parece ser que estabas listo para hablar con ellos antes de venir aquí y al fin formalizar su relación, pero al final no lo hablaron y eso te dejó sintiendo que no sabes dónde están realmente. Es como saber y no saber al mismo tiempo lo que esta ocurriendo entre ustedes. Y si eso te está poniendo nervioso, probablemente también a ellos. Entonces lo mas saludable para todos seria que, ahora que han tenido tiempo para prepararse, lo hablaran tranquilamente.

Donald contempló a su amigo por un momento, antes de esbozar una tranquila y genuina sonrisa.

Aquello era una buena idea.

Siendo sincero consigo mismo, él no estaba esperando sentirse mejor después de compartir como se sentía, solo se le escapó.

Pero sorprendentemente lo hacía. Había sido reconfortante.

Se alegraba de no haberse quedado en Duckburg aislándose del mundo.

―Deberías dejar lo que sea que estas estudiando y anotarte a terapia. ―Dijo Donald, aun sonriendo.

―He ido a terapia antes, ―Comenzó a refutar Goofy con tono irritado. ―no necesito…

―No, me refiero a que deberías estudiar psicología. Creo que lo harías muy bien.

―Oh. ―El pelinegro se volteó hacia su amigo por un momento, como intentando evaluar si había sinceridad en sus palabras.

No era muy bueno con eso, pero en ocasiones podía intentar.

Sin embargo, al ver que Donald parecía hablar enserio, sonrió sintiéndose cálido y solo dijo: ―Gracias.

No se había dado cuenta de cuanto había extrañado a sus amigos todo este tiempo.

Se alegró de que desde ahora tendría al menos a uno de ellos constantemente en su vida.

Continuaron en un cómodo silencio por un momento hasta que Donald lo rompió.

―La verdad es que los amo mucho ¿Sabes? ―Confesó. ―Aunque no creo haberles dicho en realidad. Suelo corresponderles, pero no sé si se los he dicho. Y parecen gustarles a los niños. A ellos también parecen gustarles, a pesar de que los niños sean… mmm… un poco…

¡¡¡BAM!!!

Algo explotó de pronto, tan solo unos botes más abajo, por lo que voltearon a ver, asustados, justo a tiempo para observar como la puerta de un bote pasaba girando frente a ellos en dirección al océano, aun con algo de fuego chamuscándola.

― ¡Tío Donald! / ¡Papá! ―Exclamaron los niños en busca de ayuda mientras recorrían el puente a toda velocidad.

Ambos adultos giraron bruscamente en el momento en el que los escucharon gritar y, como si no le sorprendiera (Y no lo hacía), Donald suspiró con cansancio.

―Si. Eso es a lo que me refería.

El peliblanco estaba a punto de cruzarse de brazos para regañarlos por lo que fuera que habían hecho cuando notó que seis o siete adultos perseguían a los niños con rostros enfadados, alzando sus puños en protesta.

Pero antes de que pudiera hacer algo, Donald se encontró con que Huey y Dewey ya habían subido a bordo mientras que Max luchaba por arrastrar a Louie con evidente pánico.

Así que se apresuró hacia el muelle, levantó a ambos niños y volvió a bordo rápidamente con ellos a cuestas.

― ¿Están bien? ¡¿Qué hicieron?! ―Exclamó en pánico mientras dejaba a Louie y Max sobre el suelo de la cubierta.

― ¿Podemos hablar de esto más tarde? ―Suplicó Huey señalando a las personas que se acercaban.

Donald asintió, de acuerdo con el chico.

― ¡Goofy, el ancla! ―Exclamó el peliblanco señalando la dirección en la que esta se encontraba, antes de correr hacia la cabina y arrancar el barco.

No era la primera vez que el pelinegro maniobraba el ancla del bote de Donald, sin embargo, había pasado bastante tiempo desde la última vez.

Se apresuró hacia la popa, afortunadamente arreglándoselas para ubicar el ancla y comenzar a recogerla cuando el barco viró y aceleró, causando que perdiera el equilibrio.

― ¡Gawrsh! ―Soltó con sorpresa cuando casi cae al agua.

Pero de alguna manera consiguió agarrarse a la barandilla desde el exterior y se las arregló para impulsarse de vuelta a la cubierta.

Por su parte, Huey y Dewey se habían apresurado a recoger sus chalecos salvavidas, lanzándole también uno a Max cuando pasaron junto a él.

Seguido a eso, el trillizo mayor comenzó a luchar por ponerle uno de los chalecos a Louie, quien continuaba en shock, mientras Dewey los guiaba lejos de la barandilla.

Pero cuando el barco giró bruscamente hacia la izquierda, en dirección al rio que atravesaba la ciudad de Mouseton, Huey perdió el equilibrio, estampándose contra Goofy quien apenas había conseguido volver al barco.

― ¡Papá! ―Exclamó Max, viendo como la cadena del ancla se enredaba en el tobillo de Goofy justo en el momento en el cual él caía y el ancla volvía a entrar en su depósito, lanzándolo hacia lo alto con fuerza.

― ¡Yaaaaaaa-hoo-hoo-hoo-hooey! ―Exclamó con fuerza antes de aterrizar sobre el techo de la cabina.

En aquel momento, y gracias a la altura, fue capaz de ver las calles a lo lejos provocando que un recuerdo inundara su mente.

― ¡Espera, Donald! ¡Mi caravana! ―Señaló asomándose a la cabina a través del parabrisas.

Aquello tomó por sorpresa al pato blanco, quien giro con brusquedad el timón, devolviéndolo a su lugar rápidamente antes de chocar con el barco que venía en dirección contraria. Todo esto mientras soltaba un montón de reclamos afortunadamente ininteligibles.

De alguna manera, Goofy se las arregló para mantenerse sujeto al techo de la cabina a pesar de la maniobra del pato.

Max y Dewey, quienes habían entrado por la puerta trasera junto a Huey y Louie para prevenir que alguno pudiera caer al agua, corrieron a la cabina en el momento en el que oyeron el grito del padre de Max.

Una vez estuvieron en el compartimento se aplastaron contra la ventana de babor.

― ¡Mira papá! ¡Allí viene nuestra caravana! ―Exclamó el niño alegremente, a lo que Donald exclamó un “¡¿Qué?!” estrangulado.

―A-hyuck, debo haberme olvidado del freno otra vez. ―Respondió el pelinegro desde el techo.

―Pero ¿Quién viene conduciendo? ―Preguntó Max mientras ladeaba su cabeza con confusión.

Dewey se apresuró entonces bajo el asiento de su tío, quien había estado disminuyendo la velocidad a medida que se calmaba, en busca del maletín que siempre ocultaba allí de sus hermanos (Especialmente de Louie).

―Parece que es un gato. ―Dijo el trillizo mediano sosteniendo unos binoculares contra sus ojos.

― ¿Un gato? ―Preguntó Max con incredulidad. ―Déjame ver.

Max le arrebató los binoculares a Dewey en cuanto este los extendió en su dirección.

―Si que es un gato. ―Dijo Max confundido mientras le entregaba los binoculares a su padre, quien había entrado en algún momento. ― ¡Papá! ―Exclamó felizmente, abrazando las piernas del hombre mientras su cola se sacudía de un lado a otro felizmente.

Goofy acaricio la cabeza de su pequeño hijo con una mano a la vez que sujetaba los binoculares contra sus ojos con la otra.

―Parece que se detuvo. Aunque está tan lejos que me cuesta verla. ―Declaró sosteniendo el aparato al revés.

El pelinegro mayor le devolvió los binoculares al pequeño patito y dirigió su mirada hacia el parabrisas.

Ambos adultos escucharon como los niños se apresuraban de vuelta con el resto de los trillizos, quizá notando que el ambiente ya se había relajado lo suficiente como para que ellos comenzaran a interrogarlos.

Goofy, quien había encontrado familiar aquel paisaje, exclamó de pronto señalando un gran espacio con césped del lado derecho del rio.

― ¡Oye Donald, ese es el lote del que te hablé!

― ¿De verdad? ―Preguntó dudoso el peliblanco mientras volteaba su mirada hacia donde su amigo se encontraba señalando.

―Estoy seguro. ―Confirmó el pelinegro poniendo sus manos sobre sus caderas y sonriendo con orgullo.

―Bueno, parece un buen lugar para atracar. ―Dijo el pato pensativo mientras acomodaba el barco junto al lote.

Goofy, reconociendo la rutina, regresó a la parte trasera del barco para encargarse del ancla nuevamente.

Una vez que hubieron terminado, el pelinegro anunció que saldría en busca de su caravana, la cual había quedado poco mas atrás, y entonces salió corriendo en dirección a un puente que se notaba cercano.

Viendo que por el momento se encontraba solo en la cabina, Donald suspiró con cansancio, apoyándose contra el timón.

―Ah… estos niños van a acabar conmigo, Della.

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Se sumergió silenciosamente a través del bosque.

El aire húmedo y cálido del lugar parecían reconfortarla.

Caminó tranquilamente, rodeando arbustos y raíces mientras agudizaba su oído.

El borboteo de una cascada podía oírse no muy lejos.

Y algo más.

Se acercó lentamente al trozo de tela morada que sobresalía de un arbusto.

―Te atrapé. ―Proclamó la mujer con voz victoriosa mientras sumergía su mano en el arbusto, solo para sentir que una cuerda se enredaba en su muñeca.

―Nuhu. Yo te pille a ti, abuela. ―Rio una pequeña patita tras la mujer.

Su moñito rosa se había desecho, deslizándose hacia su derecha, y la jardinera lila parecía haber visto días mejores, con manchas de barro aquí y allá, sin embargo, la pequeña Webbigail Vanderquack lucia una deslumbrante sonrisa mientras miraba a su abuela en busca de un elogio.

La exagente 22, Bentina Beakley, le sonrió dulcemente a su nieta mientras le acariciaba la cabeza.

Entonces, su mirada se endureció por un momento. Cerró los ojos y comenzó a contar, ante lo cual la pequeña niña corrió en busca de un nuevo escondite.

La mujer la miró marchar, aunque no debería estarlo haciendo.

Estaba bien. Los villanos no cerraban los ojos ni contaban hasta cien después de todo.

Ella endurecería el juego a medida que su nieta aprendiera.

Era por su bien.

No perdería a esta niña de la misma forma en que había perdido a su hija.

Liberándose de la cuerda con una sacudida comenzó a caminar, sumergiéndose silenciosamente a través del bosque.

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― ¿Quién es la niña más linda? ―Preguntó un hombre pelinegro frotando su nariz juguetonamente contra su hijita, igualmente pelinegra.

― ¡Yo! ―Respondió la pequeña, riendo alegremente.

― ¿Y cómo haces para ser tan linda? ―Consultó una bonita mujer, también pelinegra, junto al hombre.

―E-qwe yo nalí linda.

Miradas llenas de ternura se dirigieron a la pequeña de dos años.

―Dinos tu nombre, jovencita. ―Continuó el hombre, parándose derecho y fingiendo una expresión seria, solo para volver a sonreír cada vez que miraba a su pequeña de reojo.

― Pincesa Anlelina Conesa Ouisa Fanesca Banana Fanna Bo Besa Telcela. Pelo puelen llamalme Dot.

― ¿Podemos llamarte Dotty, cariño? ―Preguntó la mujer con una sonrisa cariñosa.

―No. ―Contesto la pequeña tajantemente. ―Solo Dot ¡Detesto qwe me llamen Dotty!

Ante aquella respuesta tan decidida, ambos padres no pudieron contener mas sus risas y comenzaron a hacerle cosquillas a su pequeña niña, para luego llenarla de besos en el rostro, hasta que ella los apartó.

― ¿Mami? ―Llamó un niño tan solo un año mayor que Dot desde la alfombra, alzando los bracitos.

La mujer se apresuró hasta él, elevándolo en el aire en cuanto lo alcanzó.

― ¿Qué ocurre tesoro? ¿Quieres tomar una siesta?

El pequeño agitó su cabeza de un lado a otro.

―Wakko tiene hambre, mami. ―Le hizo saber otro niño, el cual se encontraba a días de cumplir siete años.

El pequeño mantenía junto a él un perrito de peluche, abrazándolo fuertemente con su bracito derecho, mientras que con la izquierda señalaba a su hermanito.

― ¿Tan pronto? ―Cuestionó la mujer mirando hacia su hijo mediano, el cual asintió vigorosamente.

― ¿Qué tal si vamos tu y yo y conseguimos un delicioso sándwich? ―Ofreció el hombre pelinegro extendiendo los brazos para tomar a su hijo.

― ¡Si! ¡Sándwich!

― ¿Tu no quieres comer algo Yakko? ―Preguntó su madre sonriéndole.

―No, gracias. ―Respondió el niño negando con la cabeza y acomodándose junto a su hermanita en la cama. ― ¿Puedes contarnos un cuento a Dot y a mí, mami?

―Por supuesto mi lindo príncipe y mi preciosa princesita. ―Accedió la mujer, besando las frentes de sus pequeños.

Sentó a Dot sobre su regazo y rodeó a Yakko con un brazo mientras comenzaba a narrar:

―Había una vez un valiente caballero que se casó con una hermosa princesa…

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― ¡Mami, mami, mira lo que encontré! ―Exclamó una pequeña patita plumiblanca con largo cabello rubio ondulado saltando a través del suelo gris en dirección a su madre, quien se encontraba soldando unas piezas metálicas en aquel momento.

―Hey ¿Qué tienes ahí, Surge? ―Preguntó Della Duck, colocándose sus gafas a modo de cintillo a la vez que se inclinaba para ver mejor lo que tiene la niña entre sus manos.

Allí, emitiendo un extraño resplandor, se encontraba una piedra lunar negra.

― ¿Dónde la encontraste?

―Estaba jugando allí mismo ―Dijo la pequeña de tres años apuntando hacia el otro extremo del cráter en el cual vivían. ―y entonces la vi ¿Sabes que es, mami?

―Es una piedra “Resplandor oscuro”. ―Respondió la peliblanca con convicción, como si no hubiera sido ella quien se había inventado el nombre.

La primera vez que Della había visto la piedra la había llamado así debido a que, aunque emitía algo similar al brillo de la luna, era todo lo contrario.

Como si emitiera una hermosa oscuridad.

―Oh~. ―Cantó la niña, sentándose sobre la arena lunar mientras admiraba su hallazgo. ― ¿Y que hace?

Ante aquella pregunta una pequeña risita triste surgió de Della: Por supuesto que la piedra debía servir para algo. Su hija había crecido rodeada solo de cosas que servían para algo. Nada bonito por derecho propio.

Cuando la llevara a la Tierra iba a llenarla de cosas bonitas, sin importar que no hicieran nada.

Fue una promesa.

―En realidad no se si hace algo, ―Ante aquello la niña frunció el ceño, sin comprender. ―pero podría hacerlo. Esta piedra apareció al fondo de tu huevo cuando tu naciste.

― ¿De verdad? ―Preguntó nuevamente animada la pequeña.

―Sep. No me fije al principio, claro. Pero la descubrí al día siguiente y la guardé. ―Explicó Della. ―Desapareció durante uno de los ataques del ácaro lunar. ―Terminó ella con desprecio.

Como si hubiera sido su señal, dicho ácaro emergió a la superficie, por lo que rápidamente la peliblanca empujó tras ella a su hija.

― ¡Lo detendré! ―Prometió. ― ¡Corre hasta el lugar seguro como te enseñé!

―Pero mami…

― ¡Ve! ―Ordenó mientras se impulsaba contra su atacante.

Y así, mientras Della se enfrentaba nuevamente a la bestia, luchando por guiarla lejos de su hija y de la nave, la pequeña Surge se ocultó en una pequeña cueva que Della había creado para ella del otro lado del cráter.

La peliblanca se había asegurado de explicarle a su hija que nunca debía llevar nada metálico hasta allí. Incluida ella.

Debido a su pierna metálica probablemente, el animal parecía haberse obsesionado con ella, sin embargo, nunca había atacado a Surge.

Y en cuanto Della supiera como, ella iba asegurarse de que nunca lo hiciera.

Chapter 8: Hasta de un estruendo nacen melodías

Notes:

Espero que lo disfruten.

Me basé en "Della's Moon Lullaby (ORIGINAL LYRICS) - Feralady Vocal Cover" para el final.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Donald se enderezó en su silla y suspiro con cansancio.

Necesitaba recomponerse e ir a revisar que sus niños se encontraran bien, sin embargo, no se sentía capaz de hacerlo todavía.

― “Ya los revisaste. Ellos estaban bien” ―Se recordó afortunadamente.

Así que decidió tomarse un momento más para calmarse antes de dirigirse al interior de la casa flotante.

Ahora que la adrenalina se había esfumado se sentía francamente agotado, pero al mismo tiempo podía sentir como el enojo comenzaba a burbujear en su interior, brindándole nuevas fuerzas.

Él no estaba enfadado con los niños, no.

Bueno, quizá lo estaba un poco por haberse ido cuando claramente les había dicho que no podían hacerlo.

Tal vez una palabra más adecuada para eso sería “disgustado”.

Él se sentía disgustado por aquello.

Pero eran niños.

Los niños se escabullían de los adultos todo el tiempo.

No era lo ideal, pero podía lidiar con ello en su momento.

Así que por ahora no quería que ellos pensaran que su enojo estaba dirigido a ellos, porque no era así.

 No. Él estaba enojado consigo mismo por no haber notado que se habían ido.

Por no haber estado junto a ellos cuando ocurrieron las explosiones.

Por no haber estado para defenderlos cuando adultos comenzaron a perseguirlos como si fueran criminales.

Por no haber evitado que bajaran del bote en primer lugar.

Cogió una de las pelotitas antiestrés que Jones le había sugerido llevarse cuando le dijo que se mudaría y comenzó a juguetear con ella mientras miles de pensamientos comenzaban a abrumarlo.

¿Y si las cosas no hubieran salido como salieron?

¿Y si hubieran caído al agua o esas personas que los perseguían los hubieran alcanzado?

¿Y si no eran buenas personas?

Ni siquiera sabía que era lo que había ocurrido en realidad.

La posibilidad de perder a sus pequeños sobrinos porque algún descarriado los había atacado por algo que habían hecho lo aterraba.

Le gustaría haber dudado de que sus chicos estuvieran relacionados con el incidente en el muelle, sin embargo, cosas similares ya habían ocurrido antes a su alrededor y a pesar de que nunca nadie pudo comprobar que fueran los culpables, los culparon de todos modos.

Aquel ultimo pensamiento solo contribuyó a irritarlo aún más.

Aquí estaba él, como todos los demás, asumiendo que sus chicos habían tenido algo que ver en el incidente sin haber siquiera escuchado su lado de la historia.

Se sintió estúpido.

Se sintió avergonzado.

Se sintió… como un mal padre.

Toda la situación fue tan frustrante que inconscientemente apretó sus puños con furia, olvidándose de la esponjosa pelotita que había estado sujetando todo aquel tiempo.

El apretón repentino provocó que la bola se deslizara de la mano de peliblanco con fuerza y rebotara contra la pared, tirando una estrella de mar que colgaba de esta en el proceso.

Se llevó la mano al rostro y resopló con frustración, e inmediatamente después comenzó a repetir su mantra, luchando por calmarse.

―Es por los niños. Todo está bien. Aguanta por los niños.

Respiro hondo un par de veces antes de decidir bajar a encontrarse con sus pequeños.

A pesar de todos sus esfuerzos, él todavía pareció enfadado cuando entró a la sala de estar, que era donde se encontraban los niños.

Max y Dewey dejaron de cuchichear en cuanto notaron su presencia y compartieron una mirada nerviosa, mientras Huey continuaba acariciando el cabello del trillizo más joven, quien se encontraba en el suelo acurrucado sobre sí mismo.

―Entonces, ―Comenzó Donald, cruzándose de brazos. ― ¿Puede alguno de ustedes explicarme que acaba de ocurrir?

No tuvo que esperar demasiado por una respuesta.

―No fuimos nosotros. ―Declaró Max con seguridad en su voz, aunque sin demasiada convicción en sus movimientos.

El pobre chico no dejaba de removerse con inquietud mientras buscaba a su padre con la mirada.

Afortunadamente la atención no estuvo puesta sobre él más de unos segundos.

Notando el nerviosismo del pelinegro, el trillizo mediano dio un paso al frente y dijo: ―Es verdad. No fuimos nosotros, tío Donald.

Aquello invadió de alivio al peliblanco mayor.

No habían salido heridos y no habían sido responsables.

Ahora solo necesitaba saber algunas cosas más.

―Muy bien, les creo.

Ante aquella declaración tres de los cuatro niños parecieron mucho más aliviados de lo que habían estado hace apenas unos segundos.

―Entonces ―Continuó el pato. ― De casualidad ¿Vieron quién lo hizo?

A pesar de haber sido quien preguntó no estaba seguro de si prefería que hubieran visto al responsable o que no lo hubieran hecho.

Si era lo primero aquella persona podría estarlos buscando para atar cabos sueltos.

Si era lo segundo y la o las personas los encontraban y decidían atacarlos no lo verían venir.

Ajenos a sus divagaciones, Max y Huey se encogieron de hombros y negaron con la cabeza.

Dew por otro lado exclamó: ― ¡Fue Phooey!

― ¿Quien? ―Donald miró al patito con confusión.

¿Phooey? ¿Era eso siquiera un nombre?

Antes de que pudiera intentar entender como alguien llevaría un resoplido como nombre, Dewey continuó.

―Phooey es... Bueno, no lo sé realmente. Pero se veía igual a nosotros, ―Dijo señalándose a su mismo y a sus hermanos. ―solo que... ¿Más azul? Pero no quería llamarlo Blue, así que lo llamé Phooey ¡Porque rima con nuestros nombres! ―Terminó Dewey alegremente.

Así que de ahí venia el nombre.

―Por eso digo que debería ser Bluey entonces. ―Murmuró Max.

― ¡Pero el azul es mi color! ―Contratacó el trillizo mediano.

―Ah, por última vez chicos, no había nadie allí. ―Soltó Huey con frustración mientras su hermano más pequeño se apegaba a él, temblando.

Lamentablemente Donald, quien estaba atento a la discusión en busca de algún detalle esclarecedor que le indicara lo que había ocurrido realmente, no notó el estado de su sobrino más pequeño.

― ¡Si lo había! ¿No es así Max? ―Preguntó Dewey con convicción.

―Eh... Bueno, yo... ¿No estoy seguro? ―Balbuceo el perrito nuevamente incomodo.

― ¿Lo ves? Max no lo vio, yo no lo vi ¡No había nadie allí! ―Sentenció el mayor de los trillizos.

― ¡Él no dijo eso! ―Exclamó el patito de azul mirando al joven perrito con ojos de cachorro.

Fue irónico.

― ¡Es solo que esa extraña luz me cegó por un momento! ―Se defendió Max agitando los brazos en un intento de explicarse. ―Creo que... si lo vi, pero no estoy seguro. Es todo muy confuso.

Huey había querido apoyar el hecho de que la situación había sido un poco confusa (Aunque incluso si lo había sido él sabía con seguridad que no había visto al tal Phooey. Que nombre tonto, por cierto), sin embargo, el trillizo menor había comenzado a abrazarlo un poco demasiado fuerte por lo cual se distrajo con eso.

― ¿Louie? ―Llamó volteándose hacia él, solo para ver como su hermanito comenzaba a llorar.

Fijándose al fin en el estado de su sobrino, el peliblanco mayor se apresuró junto al patito más joven, se arrodilló frente a él y comenzó a revisarlo frenéticamente.

―Louie ¿Estas bien? ¿Estas herido en alguna parte? ―Preguntó dedicándole una mirada angustiada al pequeño.

El niño negó mientras sorbia un par de veces, balbuceando palabras apenas entendibles.

Pero Donald tenía experiencia con aquello, así que lo entendió.

―M… uste.

Me asusté.

―Só brr…ndo junt mijilla.

Pasó volando junto a mi mejilla.

―A-Asi e-e… e olpea.

Casi me golpea.

―Tía edo, bapá.

Tenía miedo, papá.

Papá.

Louie lo había llamado papá.

Eso fue… terreno difícil.

Fue cálido, pero también se sintió muy culpable por ser él quien escuchara esa palabra.

Esperaba que ninguno de los otros niños hubiera entendido aquello último.

Probablemente no lo hicieron.

Louie frotó su rostro contra la camisa de Donald, acurrucándose más cerca de él, por lo que este solo lo abrazó y se levantó, cargándolo.

―Shh, shh. Todo está bien ahora Louie. Todo está bien. ―Calmó acomodando al niño entre sus brazos.

El pequeño comenzó a respirar con algo más de tranquilidad gracias a los mimos de su tío.

Pareció como si todo el mundo se hubiera detenido solo por un instante, pero el pequeño momento estaba destinado a terminar pronto.

― ¿Vez lo que hiciste? ―Reclamó Huey girándose hacia el trillizo mediano. ―Hiciste llorar a Louie.

― ¡No es verdad! Fuiste tú ¡Tu estabas junto a él!

― ¿Yo? ¡Yo no fui el que salió corriendo de la nada en busca de un niño imaginario!

―No es imaginario ¡Es real!

― N-no peleen. Por favor. ―Suplicó Louie entre nuevas lágrimas.

Max, quien no estaba acostumbrado a tratar con niños más pequeños que él, volteó hacia todos lados en busca de ayuda, por lo que fue el primero en ver a su padre bajar las escaleras que llevaban al interior de la casa flotante.

― ¡Papá! ―Exclamó apresurándose hacia su dirección y saltando sobre él.

― ¡A-hyuck! ¿De qué me perdí? ―Preguntó Goofy atrapando a su hijo en un abrazo antes de volver a dejarlo en el suelo.

― ¿Qué tienes ahí? ― Max señaló un pequeño bulto que había notado en el pecho del pelinegro mayor.

―Oh, este es el astuto que se coló en nuestra caravana. ―Dijo revolviendo entre su ropa y extendiendo un pequeño gatito gris atigrado hacia su hijo.

― ¡Es el gato! ―Exclamó el joven pelinegro arrebatándole el animalito a su padre para verlo mejor, a la vez que el gatito gris emitía un pequeño maullido de sorpresa.

Lo alzo en el aire por un momento y a continuación lo apachurró contra su pecho para evitar que el gatito se le resbalara, causando algunos maullidos estrangulados antes de que Max soltara su agarre lo justo para permitir que el animalito se sintiera cómodo.

Ante aquello, la discusión de los trillizos mayores se detuvo inmediatamente y ambos se apresuraron a rodear a Max, poniéndose de puntillas para miras mejor al gatito en sus brazos.

Los ojos de Louie se iluminaron con curiosidad y pronto comenzó a revolverse en los brazos de Donald, por lo que este lo dejó ir para que se uniera a sus hermanos.

― ¿Cómo vamos a llamarlo? ―Preguntó Dewey mirando a Max.

―No vamos a llamarlo nada, YO voy a nombrarlo ya que papá me lo dio.

― ¡¿Eh~?! ―Los trillizos corearon con incredulidad.

Goofy le dirigió una pequeña mirada reprobatoria a su hijo al escuchar aquello.

Por supuesto este comportamiento no era sorprendente, Max era hijo único después de todo, sin embargo, él no quería decepcionar a su padre, por lo que complementó su anterior afirmación diciendo: ―Pero puedo aceptar sugerencias.

― ¿De verdad? ―Comprobaron los tres pequeños, ante lo cual el joven pelinegro asintió, provocando que los niños (Sobre todo Dewey) dieran saltitos emocionados.

― “A veces son algo lindos.” ―Pensó Max.

―Pero recuerden que son solo sugerencias. ―Acotó Donald como advertencia. ―No quiero berrinches si Max decide no nombrar al gato con los nombres que propongan.

Los patitos se cruzaron de brazos ante aquello, inflando sus mejillas.

Nadie lo dijo, pero las otras tres personas en la habitación se encontraban pensando en que definitivamente parecían más lindos que amenazantes haciendo aquello.

Pero fueran lindos o no, Donald pensaba que alentar aquel comportamiento volvería para morderlo en el futuro, por lo que les dio una leve amenaza.

―O si lo prefieren pueden continuar explicando que fue lo que ocurrió allá atrás.

―Tío Donald, ¿No tienes sueño? Yo muero de sueño. ―Saltó rápidamente Dewey antes de dirigirse a su hermano pequeño. ―También tú, ¿No es así Louie?

El más joven asintió somnoliento.

La verdad era que él de hecho si comenzaba a sentirse cansado.

―Es cierto. Ya son, que ¿Las 3:30? Es hora de nuestra siesta. ―Apoyó Huey bostezando falsamente y así los dos mayores se apresuraron hacia su habitación mientras arrastraban a Louie con ellos.

Los dos adultos compartieron una mirada de complicidad mientras el pequeño restante ladeaba la cabeza sin entender del todo lo que acaba de ocurrir.

―Muy bien, entonces si me disculpan, voy a acostar a esos pillos. Incluso si están fingiendo ahora es probable que se duerman apenas toquen sus almohadas.

―Ve, ve. Maxy y yo vamos a revisar si algo del almuerzo puede salvarse. Vamos Max. ―Llamó Goofy guiando a su hijo hacia el exterior.

― ¡Pero no te sorprendas si no queda nada! ―Advirtió Donald mientras caminaba hacia la habitación de los trillizos.

La verdad era que hasta aquel momento se había olvidado del asunto del almuerzo.

Pensándolo ahora, era una suerte que la casa no se hubiera quemado durante el alboroto.

Donald se asomó a la habitación de los niños y al verlos ya en la cama se acercó para arroparlos.

Como todas las tardes los cubrió con su manta favorita, beso sus frentes y se acercó a uno de los pisos que en ocasiones usaban como veladores.

No había terminado de sentarse aun cuando Huey habló.

―Sentimos haber salido cuando dijiste que no podíamos tío Donald. ―Se disculpó con voz arrepentida.

―Si. ―Estuvieron de acuerdo los otros dos en tonos similares.

―Está bien. ―Los calmó. ―Pero por favor no vuelvan a hacer algo como eso. Me preocupé cuando noté que estaban en medio de todo aquel lio.

Ante aquello los patitos asintieron, somnolientos.

―Lo prometemos. ―Murmuraron al unísono.

― ¿Puedes cantar la canción? ―Pidió Dewey.

―Oh, no lo sé…

En un principio Donald planeaba negarse, sin embargo, no pudo hacerlo cuando sus tres patitos comenzaron a suplicar coreando “Si, sí. Por favor~” repetidamente.

―Oh, bueno. Si ustedes insisten. ―Concedió.

 

Donald:

Vean las estrellas queridos hijos.

La vida es vasta.

Llena de maravillas.

Enfrenta cada nuevo sol con claridad.

Sin temer lo que ignoran.

Pues a su lado voy a estar.

 

En aquel momento, muy, muy lejos de allí, cierta peliblanca cantaba mientras abrazaba a su hija. Ambas acurrucadas sobre una silla de escritorio.

 

Della:

Reflejado en tu corazón.

Brilla una bella estrella fugaz.

Deja que sea mi guía.

Y así algún día poder regresar.

 

Y aunque ni Donald ni Della lo sabrían jamás, para el universo las voces de los gemelos sonaron como una aquel día.

 

Della:

Puedo ver la Tierra.

Donald:

También la veo.

Donald/Della:

En la vida hay color.

Verde, rojo, amarillo y azul.

Siempre a casa volveré.

No hay nada que no haré.

No temo lo que no sé.

Contigo pronto allí estaré.

 

Galaxias mil hay.

No se comparan con mi canción.

Fuerza me dará.

Para audaz volar con libertad.

 

Vean las estrellas queridos hijos. / Ve las estrellas querida hija.

La vida extraña es.

Llena de maravillas.

Enfrenta el nuevo sol con claridad.

Sin temer lo que ignoran. / Sin temer lo que ignoras.

Pues a su lado voy a estar. / Pues a tu lado voy a estar.

 

―Te amo mamá.

―También te amo, mi bebé.

 

―Gracias por eso, papá. ―Murmuró el mayor de los trillizos antes de adentrarse en el mundo de los sueños.

Y aunque aquello todavía lo hizo sentir algo incómodo, también se sintió muy cálido.

―Los amo niños. ―Susurró Donald antes de salir de la habitación con cuidado.

Notes:

Como dije antes, la canción es un cover de "Della's Moon Lullaby".

Muchas gracias por leer n.n

Chapter 9: Fluyendo como lluvia de primavera

Chapter Text

Aquel Domingo de Mayo estaba siendo particularmente soleado en comparación con días anteriores, sin embargo, gracias a que se encontraban sobre el rio la briza húmeda ayudó bastante a contrarrestar los efectos del calor.

De todas formas, después de que padre e hijo fueran un momento a su caravana para conseguir su hielera con refrescos y volvieran a embarcar, Goofy recogió una gran sombrilla y la acopló a la mesa plegable que Donald había instalado en su patio anteriormente.

Fue bueno que el peliblanco todavía guardara las cosas en los lugares que Goofy podía recordar.

Hizo más fácil retomar el ritmo, como si nunca hubieran dejado de verse en primer lugar.

―Muy bien Max, ―Dijo el pelinegro mayor guiando a su hijo bajo la sombrilla. ―ahora quedate aquí con el gatito y vigila la mesa. Llevaré esto al refrigerador ¿Puedes contar si hay suficientes cubiertos para que comamos tu tío Donald, tú y yo?

― ¡A la orden, capitán papá! ―Exclamó el niño imitando un saludo militar, pasando a llevar una de sus orejitas con la mano en el proceso.

―A-hyuck, este Maxy y sus ocurrencias. ―Se rio Goofy mientras bajaba las escaleras, equilibrando tres platos llenos de comida con inusual habilidad.

Afortunadamente para el grupo, el almuerzo de hecho no se había estropeado con el alboroto.

De hecho, de alguna manera la comida se había acomodado en los platos perfectamente y estos habían aterrizado sobre la mesa de picnic de Donald sin ningún daño.

Así que una vez que comprobó que todo se encontrara en orden y que la carne no estuviera cruda en realidad, Goofy se encargó de cubrir tres de los platos con plástico de cocina para que los trillizos comieran después de su siesta.

El pelinegro mayor acababa de volver a la cubierta cuando un fuerte golpe resonó tras él, seguido de la voz frustrada de Donald.

― ¡Malditas goteras! ―Se escucho que refunfuñaba desde el interior.

O al menos Goofy pudo entenderlo.

Tristemente, contra más enfadado estaba el peliblanco más difícil era comprender lo que decía, por lo que Max solo escuchó un montón de resoplidos y gruñidos incomprensibles.

Pero no pasó mucho tiempo antes de que Donald apareciera frente al par frotándose la nuca, aparentemente adolorido, por lo que Max imaginó que su pobre tío debía haberse resbalado allá abajo y simplemente maldijo un poco.

Estaba acostumbrado a la gente torpe y, aunque su padre no maldecía normalmente, Max todavía conocía algunos adultos que sí, por lo que no le prestó demasiada atención.

―Aquí. ―Dijo Goofy tendiéndole a Donald un paño con hielo que tomó de la hielera.

―Gracias. ―Agradeció el peliblanco con tono molesto, arrebatándole el paño de las manos a su amigo.

―No hay por qué. ―Respondió Goofy risueño, sabiendo que aquel tono no iba dirigido hacia él.

― ¿Qué fue lo que ocurrió? ―Preguntó Max.

―Ah. ―Recordando de pronto con quienes estaba Donald suavizó su comportamiento, dedicándole una mirada de disculpas a Goofy antes de responderle calmadamente a Max. ―Verás, últimamente tenemos unas horribles goteras en la casa. Aparecen charquitos de agua aquí y allá, pero nunca puedo encontrar de donde viene el agua en realidad.

―Eso suena misterioso. ―Murmuró el mayor de los pelinegros, dando golpecitos sobre sus labios con un dedo.

―Si, muy, muy misterioso. ―Coreó Max imitando el gesto de su padre por un momento antes de pinchar demasiado fuerte su labio, sorprenderse por aquello, apartarse bruscamente de su propio dedo y golpearse la nariz accidentalmente.

El pequeño pelinegro pareció confundido por un momento, mirando a su alrededor intentando asimilar lo ocurrido, pero frunció el ceño rápidamente en el momento en que vio al gatito caer de espaldas junto a él cubriéndose la boca con sus patitas delanteras.

¡Claramente burlándose de él!

―Seh… ―Dijo Donald distraídamente con voz risueña observando la discusión que Max parecía estar teniendo con el gatito. ―Aunque en realidad no he tenido tiempo de prestarle demasiada atención al caso. Quizá lo averigüe durante este tiempo libre… ―Divagó el pato, todavía distraído. Entonces pareció recordar algo y dirigió su mirada hacia Goofy. ―¿Pudiste salvar algo del almuerzo?

La pregunta sonó verdaderamente esperanzada y es que, aunque el peliblanco se encontraba preparado para recibir una respuesta negativa, él todavía deseaba tener algo de suerte por una vez.

Así que estuvo gratamente sorprendido cuando, en contra de su creencia, su amigo le dijo: ―De hecho, todo estaba perfectamente.

― ¿De verdad? ―Soltó incrédulo.

― ¡Si! ―Exclamó Max con entusiasmo. ―Los platos estaban servidos y todo, tío Donald ¡Fue increíble!

―Supongo que al fin el sol brilla para nosotros ¿No es así? ―Dijo el peliblanco sonriendo alegremente.

O al menos así fue justo antes de que oscuras nubes comenzaron a cubrir el cielo rápidamente.

―Por su puesto. ―Resopló.

―A-hyuck, parece que lloverá. ―Comentó Goofy despreocupadamente, causando que los otros dos rodaran los ojos.

Donald suspiró con resignación y comenzó a recoger la mesa.

―Vamos. Será mejor que llevemos todo al comedor. ―Espetó sin ganas.

―Solo es un pequeño cambio de ambiente, Donald. No dejes que la lluvia estropee tu humor.

―¿No te gusta la lluvia, tío Donald? ―Preguntó Max, recogiendo a su gatito antes de caminar hacia el pato.

―Lo entenderás cuando seas adulto. ―Declaró el peliblanco mientras arrastraba la parrilla bajo el alero.

―No es justo. Los adultos siempre dicen eso. ―Se quejó el niño arrugando la nariz.

 

Una vez dentro del bote los tres se acomodaron sobre el sillón empotrado rojo del comedor

A Max le recordó a algunos de los restaurantes de carretera a los que había ido con su papá durante los viajes que habían hecho en sus últimos cumpleaños.

Le encantaban esos viajes.

Siempre se iban a la cama temprano el día anterior y salían de casa a mitad de la noche.

Conducían en medio de la oscuridad mientras jugaban a palabras encadenadas o cantaban juntos hasta que el cielo comenzaba a aclarar.

Entonces encontraría algún lugar despejado y admirarían el amanecer.

Su padre se las arreglaría para encontrar una cafetería en medio de la nada y lo dejaría pedir todo lo que quisiera comer.

Y luego conducirían algún tiempo más para asistir a eventos o visitar atracciones.

Fue genial.

Se preguntó brevemente si aquellos viajes continuarían ahora que se encontrarían viviendo con los Ducks.

Y es que el pequeño niño de siete años no podía imaginarse a su humilde camioneta jalando tanto de su caravana como del bote en el que estaban.

Comenzó a imaginar diferentes escenas en las cuales lograban acomodar el bote sobre su caravana y viceversa de mil maneras posibles, siempre resultando en desastre, y aunque en algún momento comenzó a meter comida a su boca, se encontraba demasiado distraído para notarlo.

Incluso ignoró también la curiosa conversación que los dos adultos entablaron junto a él.

Y es que ahora el hilo de pensamientos se había desviado hacia algunas preguntas importantes:

¿Cómo sería vivir con los patitos?

¿Serían capaces de llevarse bien a diario?

¿Tendrían que compartir una habitación desde ahora?

¿Y si su papá decidía que quería hacer algo más y lo dejaba allí?

¿Podría pasar eso?

¿Y si su nuevo tío no lo quería?

¿Y si seguía enfadado por haber salido con los trillizos sin avisar?

Todos estuvieron en peligro, pero ¿Y si se enojaba con él por ser el mayor?

Su padre, notando que algo andaba mal pero sin saber que, interrumpió aquellos pensamientos de pronto.

― ¿Todo bien, Maxy? No sueles ser tan callado. ―Preguntó con preocupación.

―Si… Es solo… Lo siento por salir cuando dijeron que no podíamos.

Ambos adultos abrieron la boca para responder pero entonces se miraron por un momento y tuvieron una conversación silenciosa antes de asentir.

―Gracias por disculparte, Maxy. Es importante que reconozcas tus errores. Estoy orgulloso de ti. ―Felicitó Goofy confortantemente antes de besar la frente de su pequeño. ―Lo más importante es que tú y los trillizos están a salvo. Y sé que entiendes que lo que hiciste estuvo mal, así que no voy a castigarte.

― ¡Gracias, papá!

―Pero si esto se repite tendré que hacerlo hijo ¿Lo entiendes? ―Advirtió el pelinegro.

―No lo haré. Lo prometo. ―Aseguró el niño abrazando a su padre y a su vez aplastando al gatito, el cual se había acomodado entre ambos.

―Además, ―Añadió el peliblanco una vez los Goof se separaron. ―por lo que pude entender, Huey, Louie y tu solo fueron tras Dewey cuando corrió hacia el muelle. Ese chico va a causarme un infarto algún día. ―Se quejó.

―Ahora que lo dices ¿De qué estaba corriendo? ―Preguntó Goofy curioso.

―Algo sobre un niño que se veía como ellos tres. ―Respondió Donald encogiéndose de hombros.

―¿Oh? ¿Qué sabes sobre eso, Maxy?

―Mmm… Todo empezó cuando entramos a la habitación de los trillizos. ¡Su cama es un bote, papá! ¡Es genial!―Divago alegremente.― Uh, ¿Por dónde iba?

―Ustedes cuatro estaban en la habitación. ―Orientó el peliblanco.

―Ah, sí. Entonces Dewey- ―Max se detuvo abruptamente y miro hacia Donald. ―Dewey es el trillizo que viste de azul ¿Verdad?

―Correcto, ese es Dewey. ―Confirmó Donald.

Max asintió y continuó su relato.

―Todos habíamos entrado a la habitación, pero Dewey se quedó en la puerta y comenzó a hablar con alguien. Parecía… uh… ¿Cómo es esa palabra? Como miedo y… ¿No entender algo?

― ¿Confuso? ―Aventuró Goofy.

― ¿Desconcertado? ―Siguió Donald.

―Si, sí. Esas cosas. Luego Dewey dijo algo más y después comenzó a correr. Huey lo persiguió y fui tras él. Y el trillizo verde se quedó atrás.

El joven perrito se detuvo un momento, miró hacia todas partes e hizo señas a Donald para que se inclinara hacia él. Una vez que el pato lo hizo el niño susurró: ― ¿Cómo se llama el trillizo verde?

―Louie. ―Susurró Donald de vuelta conteniendo una pequeña risa.

―Está bien. ―Fue lo último que Max susurró antes de continuar con su historia, hablando rápidamente. ―Entonces bajamos del bote y alcanzamos a Dewey un poco más allá porque se había parado frente a un bote y cuando llegamos junto a él lo señaló y entonces por un momento pude ver a un patito muy similar a ellos. ―Paró un momento para tomar una bocanada de aire y continuó. ―Dewey dijo “¿Ven? No estoy mintiendo”, pero Huey le dijo que no había nadie allí y comenzaron a discutir y entonces una luz destelló y luego ocurrieron las explosiones.

― ¿Explosiones? ¿Como en plural? ―Preguntó Donald mirando al pelinegro con preocupación.

Su plato a medio comer olvidado hace tiempo a diferencia del de Goofy.

―No me di cuenta. ―Negó el pelinegro.

― ¡Si! La primera fue tan~ grande. ―Contó Max moviendo las manos sobre su cabeza para gesticular cuan grande fue la explosión. ―Pero cuando íbamos de regreso hubo más, aunque no me fije de donde venían porque tuvimos que correr de ahí cuando la gente empezó a perseguirnos.

Si vuelvo a ver a esa gente vamos a tener una conversación sobre por qué no está bien perseguir a un grupo de niños asustados en medio de un ataque terrorista o lo que sea que fuera eso.―Declaró el peliblanco con molestia.

― ¡Si! ¡Eso haremos! ―Apoyó Goofy con entusiasmo.

― ¡Si! ―Los siguió Max, sin haber entendido el parloteo en absoluto, pero alzando su puño derecho al aire con convicción.

Entonces el gatito gris saltó sobre el hombro izquierdo del niño, soltó un agudo y determinado maullido fijando su vista en Donald y seguido a esto comenzó a frotarse contra la mejilla de Max, ronroneando.

Ante aquello las risitas y los sonidos de ternura no se hicieron esperar, relajando el ambiente mientras en el exterior una leve llovizna comenzaba.

Así que los tres volvieron a prestar atención a sus almuerzos durante la media hora en que la lluvia se mantuvo, hablando cada tanto y pasando por varios temas sin importancia, hasta que al mencionar el nuevo trabajo de Donald, Max preguntó si su padre conseguiría un nuevo trabajo también o si continuaría como mesero de medio tiempo en MORTIMER'S RESTAURANT.

El niño lucía esperanzado sobre la posibilidad de que su padre consiguiera un nuevo trabajo, ya que no le agradaba el dueño de aquel local, encontrándolo despreciable por la forma en que había visto que trataba a su papá, sin embargo no obtuvo la respuesta que deseaba.

―Este lote está mucho más cerca del restaurante que el lote anterior, así que no hay razón para buscar otro trabajo, Maxy.

―Pero papá-

―Max, sabes que no es fácil conseguir un trabajo con mis calificaciones.

―Lo sé, papá… ¿Al menos puedo pasar a verte después de la escuela?

―Sabes que al señor Mortimer no le gusta eso. ―Se disculpó Goofy. ―Pero oye, si trabajo allí siempre puedo conseguir tu postre favorito los viernes, ya sabes.

Esto pareció alegrar al pequeño pelinegro, cuya cola comenzó a agitarse de pronto.

Donald por su parte decidió no entrometerse en aquella conversación, considerándolo un asunto delicado (Razón por la cual Goofy estuvo agradecido).

En su lugar el pato decidió preguntar: ― ¿Estas emocionado por tu nueva escuela, Max?

―Bueno, no tanto, pero papá me dijo que no tengo que cambiarme hasta el próximo año ¿Verdad, papá?

―Si. Eso acordamos. ―Confirmó el pelinegro mayor feliz de alejarse del tema de los trabajos. ―Por lo que resta del periodo estaré llevando a Maxy hasta la parada más cercana del autobús. Tendremos que ir un poco más temprano pero podemos hacerlo.

Max asintió efusivamente ante aquello antes de señalar una ventana.

― ¡Miren! Parece que dejó de llover. ―Exclamó con emoción.

Donald miró en la dirección indicada y luego echó un vistazo hacia el reloj en la pared.

Contrario al palabrerío de Huey eran apenas las 2:07 pm.

Los trillizos despertarían pronto y tendrían hambre.

―Entonces ¿Parece que estamos a tiempo para encontrarnos con la vendedora? ―Preguntó el peliblanco poniéndose de pie.

―Oh, sí. Pero ella no debería llegar aún. ― Dijo Goofy mientras reunía algunas de las sobras y las colocaba en una servilleta para el gatito sin nombre. ―Acordamos encontrarnos aquí alrededor de las tres.

Donald llevo los platos hacia el fregadero y cogió un paño húmedo para limpiar la mesa.

―Qué tal si antes-

―¡¿Hay alguien abordo?! ―Interrumpió de pronto la aguda voz de una mujer desde el exterior. ―¿Hola?

Ambos adultos compartieron una mirada confundida antes de que Donald dejara el paño sobre la mesa y comenzara a dirigirse hacia el exterior.

―Quedate aquí por un momento Maxy, vendremos enseguida. ―Indicó el pelinegro.

―Si, papá. ―Dijo el joven perrito volviendo a acomodarse en su asiento.

 

Una vez que Donald emergió a la cubierta notó que, a pesar de que ya no estaba lloviendo, el cielo aún no se había despejado y rayos de sol se filtraban aquí y allá entre la manta de nubes grises.

Dejando de lado aquello, el pato se apresuró hacia el borde del bote, con Goofy justo detrás.

Allí, mirándolos desde el terreno junto al cual se habían estacionado, se encontraba una mujer pequeña de cabello anaranjado vibrante, llevaba un vestido azul zafiro y lucia una gran cola esponjosa.

Parecía ser una ardilla.

―Hola ¿Cómo están? Soy Susan Merryweather. ―Saludó la chica al verlos aparecer. ―Me disculpo por la intromisión pero necesito informarles que no está permitido que se estacionen en esta zona del rio. No sé si la caravana les pertenece también, pero tampoco-

―Ah ¡Susan, eres tú! ¿Cómo estás? ―Saludó Goofy alegremente. ―Llegamos un poco antes. Lo siento por eso. ― Se disculpó, frotándose la nuca con incomodidad.

La chica observó al pelinegro por un momento, sorprendida, antes de que el reconocimiento se reflejara en su rostro.

―Ah, no, no, no, no, no. ―Chilló la chica aceleradamente. ―Mi error, mi error. Lo lamento por esto. Pensé que… bueno, no importa. ―Balbuceó ella, dejando de intentar parecer amenazante y luciendo incómoda en su lugar.

―A-hyuck, no te preocupes por eso. Es nuestra culpa por llegar antes de lo acordado.

―Así es. ―Concordó Donald cruzándose de brazos. ―Aunque parece que también llegó algo temprano señorita Merryweather.

―Oh por favor, llámame Susan. En realidad, vine antes porque estoy mostrando esa casa ahora, ―Explicó, señalando hacia una gran casa con tonos azules junto al lote en el cual se encontraban. ―pero una vez que termine vendré inmediatamente a atenderlos a usted y a su esposo, señor Goof.

― ¿Esposo? ―Preguntaron Donald y Max con desconcierto.

Este último, quien siendo el niño curioso que era había seguido a los dos adultos, corrió frente a Goofy rápidamente y le preguntó con rostro consternado: ― ¿Te vas a casar con tío Donald, papá?

―No, hijo, no. ―Se apresuró a responder el pelinegro y, alternando su mirada entre su hijo y Susan, dijo: ―Donald es mi mejor amigo, o bueno, uno de ellos, no vamos a casarnos. ―Le aseguró al niño antes de mirar a Susan con incomodidad.

Ninguno le prestó demasiada atención a Donald, quien estaba teniendo problemas para contener su risa en aquel momento, sin preocuparse por las gotas aleatorias que lo rosaban de vez en cuando.

―Oh... ―Murmuró la chica, asimilando la situación poco a poco y sonrojándose, avergonzada. ―Yo, eh. Lo siento de nuevo. Cuando el señor Goof dijo que viviría aquí con un amigo yo solo asumí… Ay, no. Lo siento tanto. Pensé que era la forma de decirlo sin decirlo. Ah, yo…

―Bueno, no te preocupes por eso. ―Rio el peliblanco con ligereza. ―En realidad, yo si estoy saliendo con dos chicos, si eso ayuda en algo. Pero Goofy aquí está soltero y le gustan las chicas.

―Ah, haha… ¿De verdad? ―Preguntó la chica sonrojándose nuevamente.

―De hecho. ―Respondió el pelinegro desviando la mirada ligeramente.

―Así que ya saben, si deciden salir puedo ofrecerme como niñera.

― ¡Donald!

―Bueno, Susan. ―Continuó el pato, ignorando a su amigo. ―Avísenos cuando pueda atendernos. Nos quedaremos aquí si no es molestia.

―Oh, no, no, no, no, no.  ―Se apresuró a decir la pelirroja ansiosa por alejarse de allí en busca de que la tierra se la tragara. ―Prácticamente son los dueños y no están destruyendo nada, así que no se preocupen. ―Argumentó retrocediendo lentamente. ―Entonces, si me disculpan.

Pero antes de que la chica pudiera alejarse lo suficiente, una pareja salió gritando de la casa a la cual Susan se dirigía.

― ¿Pero qué? ¡Esperen! ―Exclamó ella, comenzando a correr en dirección a la pareja. Aunque decidió detenerse una vez que ellos se metieron en su auto y se alejaron a toda velocidad.

―Vaya, eso fue raro. ―Comentó Donald cuando Susan volvió a estar lo suficientemente cerca.

―No tanto. ―Murmuró con desgana la chica. ―Estos ya fueron los octavos compradores que reaccionaron así. ―Reveló antes de darse cuenta de lo que estaba diciendo. ―Oh, yo… Quiero decir…

― ¿Ocurre algo malo con la casa? ―Preguntó Goofy algo confundido.

―Oh, no, no, no, no, no, nada de eso. ―Se apresuró nuevamente la pelirroja. ―Yo en realidad no sé qué es lo que los asusta tanto… Por más que reviso simplemente no puedo encontrar nada extraño ¡Es una casa maravillosa! Y está a un precio realmente bueno. Si no fuera a mudarme pronto de la zona yo misma la compraría.

―Suena misterioso ¿No lo crees, Goof? ―Dijo con picardía el peliblanco.

―Ya lo creo, Duck. ―Respondió el aludido con tono juguetón.

―Bueno, ―Continuó la chica saliendo de sus divagaciones sin haberles prestado atención al par en realidad. ―supongo que me he desocupado antes de lo previsto. ―Tarareó con optimismo forzado ―Lo mejor será que vaya a por los papeles del lote ¡Vuelvo enseguida!

Pero antes de que Susan pudiera alejarse demasiado del bote, Max, quien se encontraba admirando con asombro la casa azul frente a ellos, preguntó: ―¿Esa es la casa en la que vamos a vivir ahora?

―Lo siento Max, en realidad-

― ¡Oigan! ―Chilló Susan, animándose repentinamente y entrando en modo vendedora. ― ¿No les gustaría verla? Ya estamos todos aquí y quien sabe, esta podría ser la casa de sus sueños. Podría ser algo grande para ustedes tres, pero quizá más adelante-

―En realidad tengo tres niños tomando la siesta justo ahora. ―Mencionó Donald.

―Y están tus novios también. ―Añadió Goofy, recibiendo un asentimiento por parte del peliblanco.

― ¡Oh! ¿Lo ven? ―Continuó la chica, emocionada. ―Esta podría ser la casa para ustedes.

La joven ardilla se alegró enormemente ante la posibilidad de vender aquella extrañamente difícil casa y no planeaba rendirse fácilmente, incluso si aquello ponía en riesgo la venta del terreno.

Donald por su parte no estaba seguro de que fuera la casa para ellos y se lo hizo saber a la emocionada chica, siendo lo más suave que pudo con ella, explicándole que posiblemente no tuvieran el dinero necesario para comprar una casa tan grande.

Pero la pelirroja no se desanimó y dijo: ―¡Oh, pero es realmente barato! De verdad. Solo tres mil dólares más que el terreno que planean comprar.

― ¿Qué? ¿En serio? ―Dijeron Goofy y Donald a la vez.

Goofy parecía ilusionado: ¡Que afortunados eran por recibir semejante oportunidad!

Donald en cambio se sentía escéptico: ¿Qué ocultaba aquella casa para no venderse aun siendo tan barata?

Max por su parte se encontraba entre ambos: Acababan de ver salir a dos adultos el doble de altos que él, corriendo de la casa. Eso no podía ser bueno ¡Pero era una casa enorme! Seguro tendría miles de cosas geniales que ver. Si la compraban seria lo máximo.

Susan decidió continuar con su propuesta intentando no desanimarse por la expresión dudosa de Donald.

Si él estaba dudando quería decir que aún no había descartado la idea completamente ¡Todavía podía estar de acuerdo con comprar la casa!

― ¡Es en serio! Incluso… ―Ella dudó un momento, indecisa sobre si era el momento de decirlo o no, pero finalmente decidió continuar. ―Bueno, sí. Se los diré porque estoy algo apurada con esto… Quiero decir, oh… Dime que no acabo de decir eso en voz alta.

―Fingiremos que no ocurrió si te hace sentir mejor. ―Concedió Donald, intentando que la conversación avanzara.

―Oh, gracias… Mmm… Bueno. La verdad es que el vendedor de la casa y el terreno son el mismo. Él dijo que si alguien quería ambos podríamos llegar a un precio. Entonces ¿Qué dicen?

―Ok, ok. Esto está resultando realmente extraño. ―Declaró el peliblanco cruzándose de brazos y dirigiéndole a la chica una mirada poco impresionada. ―¿Cuál es el truco?

―Vamos Donald, ella no parece tener malas intenciones. No pienses lo peor de todo el mundo. ―Lo reprendió Goofy.

―Eres demasiado suave. ―Se quejó de vuelta el pato.

―¿Acaso tienes miedo de una casa? ―Se burló el pelinegro gesticulando hacia la propiedad.

― ¡Nada me da miedo!

―Entonces, no nos matará ir a verla.

―Después de ver a esas personas correr, me gustaría diferir.

―Entonces tienes miedo.

― ¡Que no!

―Bien, bien, entonces no habrá problema con ir a ver la casa ¿No es así? ―Continuó Goofy con voz calmada y una sonrisa de suficiencia, tal cual como cuando llegaba a un acuerdo sobre las comidas de la semana con su hijo.

Max por su parte observaba la conversación, maravillado.

¡Hacia tanto tiempo que no veía a su padre divertirse así!

¿Si quiera lo había visto así en primer lugar?

Había recuerdos. Recuerdos difusos.

Probablemente del tiempo anterior a que su madre falleciera.

Una gota de lluvia cayó sobre su nariz, distrayéndolo de aquello justo antes de escuchar la palabra “arañas”.

― -demasiadas arañas o algo así. Es una casa antigua.

― ¿Arañas? ―Indagó Max, nervioso.

―Oh, no temas Maxy. No te pasará nada. Ya verás.

―Entonces ¿Qué dicen? ―Presionó Susan, menos animada que antes.

―Bueno… ― Comenzó el peliblanco.

Goofy y Max miraron a Donald con ojos brillantes, presionándolo por una respuesta positiva.

―Un recorrido podría estar bien, supongo. ―Declaró el pato.

¡Si! ―Exclamó la pelirroja, agitando su puño en el aire antes de notar que seguía frente a sus clientes. ―…Digo… Eso es maravilloso señor Donald.

―Solo llamame Donald.

―Muy bien. ―Acordó la chica antes de girarse en dirección a la casa. ―Entonces pueden seguirme-

―Hey, espera. No tan rápido. ―La detuvo el pato. ―Puedes abordar y ponerte cómoda si quieres. Tengo que ir a despertar a los trillizos de su siesta y servirles el almuerzo antes de ir a ningún lado.

―Oh, sí. Cierto. Tus trillizos. ―Murmuró Susan mientras el peliblanco se apresuraba hacia la habitación de los niños.

―Podrías venir y hablarnos sobre la casa mientras los niños comen. ―Propuso Goofy.

―Si, sí. Eso sería genial. ―Estuvo de acuerdo la chica.

Pero, justo antes de que comenzara a abordar el bote, su estómago rugió.

Fuerte.

―Oh… yo, mmm…

―Va~ya. Fue como si hubiera un león en su estómago. ―Alabó Max, impresionado, sin advertir ni por un segundo que aquel comentario había aumentado notablemente la vergüenza de la pelirroja.

―Max, no seas descortés. ―Susurró Goofy entre dientes.

― ¿Por qué susurras papá?

―Eh, yo… quizá, yo mejor-

―No te preocupes por nada, Susan. ―Tranquilizó el pelinegro. ―Es nuestra culpa por molestarte durante la hora del almuerzo. No tienes que avergonzarte.

Pero a pesar de aquellas dulces palabras ¿Cómo podría no avergonzarse Susan?

¡Su estómago había tronado tan poco profesionalmente!

Se cubrió el rostro con las manos, deseando de pronto que toda la situación se tratara solo de un mal sueño y nada más.

Sintiendo pena por el estado de ánimo de la chica, Goofy se preguntó cómo podía animarla y, afortunadamente, la respuesta llegó a él de inmediato: Comida.

―¡Lo tengo! ―Exclamó alegremente.

― ¿El que? ―Gimió la pelirroja a través de sus manos justo antes de que el pelinegro se acercara a ella y la guiara hacia el interior del bote.

―Vamos, vamos. Tu solo hablanos sobre la casa y mientras yo te prepararé el mejor sándwich estilo Goof de la historia.

Susan sonrió ante el amable gesto.

―Gracias, pero eso no es necesario. ―Susurró la chica.

―No es ninguna molestia, de verdad.―Le aseguró Goofy.

Y aunque la vendedora planeaba negarse nuevamente, fue interrumpida por Max, quien tomo su mano y exclamó: ― ¡Los sándwiches de mi papá son los mejores del mundo! ¡Le van a encantar! ―Mientras la arrastraba hacia el comedor.

Goofy se quedó en la cubierta por un momento, sonriendo con orgullo ante las palabras de su hijo.

―Es un chico maravilloso, Bee. ―Susurro melancólicamente dirigiendo su vista hacia el cielo. ―Tan dulce como tu… Espero que puedas verlo desde allá en donde estes, cariño.

En aquel momento, una brisa dulce y juguetona se levantó repentinamente y rodeó a Goofy, llenando su cabello de bonitos y fragantes pétalos amarillos.

Y así como la brisa vino, se fue, dejando a Goofy Goof con un mensaje solo para él.

Un mensaje que atesoraría de por vida.

Un mensaje que iluminó su corazón.

Un mensaje que se desvaneció en el aire.

Como un susurro.

Con una última gota.

 

Entonces, el cielo se despejó.

 

 

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