Chapter 1: Chapter 1
Chapter Text
Su cabeza late como un disparo, un quejido palpitante que se eleva en sus oídos mientras se levanta del suelo por tercera vez esta semana. Apenas es miércoles. Utilizando su mesa y su silla derribada como soporte, se obliga a levantarse y luego se inclina mientras siente como si su estómago subiera a su garganta. El vómito acre salpica sus dedos y sus tobillos descubiertos, y Hank se queja entrecortadamente después de cada respiro amargo.
El suave tintineo del collar de Sumo le hace levantar la vista, y aparta débilmente la cabeza del perro cuando este se inclina para olfatear el charco de vómito, diciendo “No, Sumo, malo. Ve a acostarte.” Sumo abre la boca como una sonrisa enorme y jadeante, mientras su cola se menea alegre.
Hank se queja y grita en voz alta mientras se endereza, la cocina girando salvajemente a su alrededor. Va tropezando hasta el fregadero, enjuagando su boca y escupiendo por el desagüe, pero no logra quitar el mal sabor que se le ha quedado en la lengua.
Los lametones húmedos llegan a sus oídos y se sacude, gritando “¡Sumo, deja de hacer eso, es asqueroso!” Sumo levanta un poco su cabeza y se relame. “¡Perro malo, ve a acostarte!” Hank señala la sala y Sumo finalmente se va, mirando por sobre de su hombro con duda por todo el camino.
Hank suspira y levanta la silla, enderezándola, y se deja caer en ella con un fuerte suspiro. Su celular parpadea entre cajas de comida para llevar y botellas vacías, y comprueba sus notificaciones con una mano presionada contra un ojo, sintiendo el pulso de su dolor de cabeza contra su palma.
Llamada perdida de Jeffrey, llamada perdida de Ben, dos mensajes sobre su nuevo caso, todas recibidas a las 8 am. Ahora son las once y media. Lo avienta de nuevo a la mesa, sin leer nada y se cubre el otro ojo, rugiendo un bostezo.
No quiere pensar en el arma sobre la mesa, la fotografía de Cole colocada boca abajo en medio de la basura, el hecho de que ni siquiera tiene una foto de la segunda persona a la que falló en su vida. Así que no lo hace. Se levanta de la silla y tropieza por la sala, a través del corredor y hasta el baño. Limpia sus pies y agarra el trapeador detrás de la puerta.
Le toma diez minutos limpiar el vómito, aguantando las náuseas que le provocaba el reflujo con sabor a whiskey de su estómago. Brevemente piensa en limpiar la basura de la mesa, pero se dice a sí mismo que lo hará cuando regrese.
Regresa al baño y se desnuda, no piensa en cómo el año pasado un androide lo empujó hacia la bañera y abrió el agua fría para quitarle la borrachera y arrastrarlo a un sex club de androides. Apenas da unos pasos hacía la ducha y cierra los ojos, balanceándose, resistiendo la urgencia de acostarse en la bañera y volver a quedar inconsciente. Maldita sea, tenía que ir a trabajar en algún momento.
La casa está tranquila. Encuentra ropa que de milagro recordó lavar la semana pasada, aunque está arrugada porque no tuvo energía suficiente para colgarla como debería, y sale por la puerta después de apenas pasar un cepillo por su pelo mojado. Bajará la ventana y dejará que el viento lo seque.
La luz del sol atraviesa su cerebro como calientes agujas blancas, mientras busca en su guantera por un par de lentes con los que casi se saca un ojo cuando se los pone descuidadamente.
—¡Carajo! —grita y luego los estrella contra su cara, saliendo de su cochera agresivamente, pero no es como si hubiera alguien cerca a esta hora. La mayoría de la gente está en el trabajo, como él debería.
El recinto está lleno, es prácticamente su hora más ocupada en el día y Hank no se molesta en quitarse sus lentes cuando encuentra un lugar para estacionarse en la parte trasera y entra por el lobby. La recepcionista androide lo saluda y él le gruñe un "Hey" como respuesta. Es más de lo que habría dicho antes del pasado noviembre, pero no parece suficiente. Sin embargo, sus ojos verde claro no contienen ningún indicio de insatisfacción con su terrible saludo. Apresurándose hacia su escritorio, no piensa en cómo por unos meses un humano había tenido esa posición, porque a su recepcionista androide anterior la habían arrastrado a la calle y disparado cuando salió la orden.
—Anderson —Jeffrey le llama antes de que pueda llegar a su escritorio, y Hank gruñe bajo su aliento. Luego—: ¡Reed! ¡Mi oficina! —lo que sorprende a Hank.
Se da la vuelta y ve a Reed, bajando las piernas de su escritorio y lanzando una mirada sospechosa a Hank. Entonces los ojos de Hank se fijan en eso y gira rápidamente, marchando hacia la oficina de Jeffrey, ignorando los sonidos de dos pares de pies que le siguen.
—Hank, quítate eso —dice Jeffrey en lugar de un saludo.
Tirándose en una de las sillas frente al escritorio de Jeffrey, Hank sube los lentes hacía su cabello, sin importarle si lo hace parecer una madre de mediana edad y cruza los brazos. —"Buenos días, Hank, que buen día, Hank" —dice amargamente—, "¿Cómo estás? Oh, muy bien Jeffrey, gracias por preguntar."
—Ya es mediodía —responde Jeffrey directo—. La próxima vez contesta tu maldito teléfono. Levantando la vista cuando se abre la puerta, Jeffrey dice—: Reed, siéntate.
Gavin toma la otra silla y Hank no lo mira, pero siente esa cosa en la parte trasera de la habitación, mirándolos con los ojos pálidos en una cara demasiado estoica y dura. Cambia de posición, sus dedos clavándose en sus brazos.
—Tengo dos casos, pueden elegir, pero los quiero a ustedes dos para estos. Decidan cuál quieren y no actúen como imbéciles al respecto, ¿de acuerdo? Fowler desliza una tableta por su escritorio, y Hank la toma antes de que Gavin pueda, ignorando el ceño fruncido de Gavin y hojeando los detalles.
El primero es un secuestro que terminó en homicidio cuando el cuerpo de un adolescente apareció en el río Detroit esta mañana. Se desplaza hasta el resumen del segundo, ve las palabras "Club Eden" y empuja la tableta hacia el pecho de Reed, ganándose un descontento: —¡Oye, cuidado!
—Tomaré el primero —dice Hank rápidamente. Siente el sudor en su cuello y espalda y su estómago empieza a darle vueltas. Él sabe que eso probablemente no lo está mirando realmente, pero, mierda, siente que sí.
—¡Oye, espera un maldito segundo! —Reed dice, jugando con la tableta antes de enderezarla y hojearla con movimientos rápidos y enojados. Su postura se relaja mientras lee, y la mirada que lanza a Hank es francamente alegre. —¿Qué? ¿Demasiado santurrón para echar un vistazo a un club sexual? No creía que fueras del tipo con moral anticuada, Anderson.
—Cierra la puta boca, Reed —dice Hank sin convicción—, pedí el primero, envíame los detalles.
Sin esperar una respuesta, Hank se levanta de la silla, mirando fijamente la oficina a través del cristal mientras pasa junto a eso y casi rompe la puerta en su prisa por escapar.
Mierda, está sudando como un cerdo. Pasando su escritorio, se mete en el baño afortunadamente vacío, y abre la llave en el lavabo más cercano. El agua cae y él pone su mano bajo el chorro, salpicando contra su cara y enfocándose en el contraste del frío contra sus mejillas ardiendo. Está respirando rápido, demasiado rápido, y apoya sus brazos en el mostrador, inclinándose sobre el lavabo, tratando de no volver a vomitar.
El espejo le muestra una vista patética, el agua corriendo por sus mejillas pálidas y oscureciendo su barba descuidada, el puto hueco tonto entre sus dientes que siempre ha odiado visible con cada respiración jadeante. Los lentes de sol en su cabeza se están deslizando hacia abajo, y él los arranca y los arroja al mostrador con estruendo.
Oye la puerta abrirse, y se endereza, fingiendo que está bien, que no está teniendo un maldito ataque de ansiedad o lo que sea en el baño de la comisaría a las doce del mediodía.
—Teniente, sus niveles de estrés son bastante altos. Vine para asegurarme de que no necesitaba ayuda —dice una voz dolorosamente familiar, y Hank quiere golpear su cabeza contra el mostrador y gritar. Sus nudillos son blanco como el hueso, dedos que se aferran al contador con dificultad. No dice nada, sus ojos se quedan fijos en el agua girando por el desagüe.
—Si no necesita ayuda, por favor hágamelo saber. De lo contrario, notificaré al Capitán Fowler que tiene algún problema —dice planamente.
—Vete a la mierda, estoy bien —Hank finalmente responde, girando la cabeza para mirar con enojo al androide.
Su cara está vacía, incluso más que la de Connor al inicio, cuando tiró su bebida al piso y le dijo con ese tono plano y audaz, "Creo que ya podemos irnos" . A excepción de sus helados ojos azules y su gran altura, se veía igual a Connor y Hank aparta su mirada hacia el espejo, no queriendo mirarlo por mucho tiempo.
Por el rabillo del ojo ve que el RK900 asiente levemente y responde—: Muy bien. —Se marcha sin decir otra palabra, y Hank se desploma sobre sus codos en el lavabo.
Odia esas cosas. Hay tres de ellos deambulando por la estación, y no puede distinguir exactamente la diferencia entre ellos, pero está bastante seguro de que uno era de Gavin. Jeffrey le ofreció uno, cuando la ciudad los compró por primera vez, porque había trabajado bien con Connor. Hank no había reaccionado bien, e incluso ahora el recuerdo de la pelea a gritos en la que se había metido lo enoja de nuevo.
Es como si se hubiera vuelto loco desde noviembre. Después de que esa última resistencia androide fuera derrotada a tiros y quien los lideraba fuera tomado por CyberLife, no había tomado mucho tiempo para que las cosas volvieran a la normalidad. Después de todo, no habían habido muchas muertes humanas de parte de los androides que protestaban pacíficamente.
Todos actuaban como si nada hubiera cambiado, como si hace menos de un año los androides no hubieran rogado por el derecho a no ser usados, abusados y asesinados como animales y como si no estuvieran haciendo exactamente lo mismo otra vez. CyberLife seguía sacando androides igual que siempre, con la promesa que el problema de divergencia había sido solucionado y la gente se lo creyó como se creía todo lo demás; con aplomo. La gente ya no recordaba cómo era vivir sin androides y las tasas de desempleo crecían aún más que antes de la revolución. Nadie había aprendido ninguna maldita cosa.
Quizás realmente todo se había resuelto, Hank no lo sabe. Mira a los nuevos androides a prueba de divergencia y no parecen ser diferentes a aquellos antes de la revolución. Máquinas dóciles que hacían los trabajos que nadie quiere pagarle a un humano por hacer. Lo hace sentir como un tonto, saludando a su recepcionista androide cada vez que entra, con la esperanza de ver algo diferente en sus ojos y decepcionado cada vez.
Sin embargo, los RK900 que trabajan las escenas del crimen son los peores. Ni siquiera les designan nombres, están programados para no aceptar que los llamen otra cosa que no sea RK900. No se atreve a hablar con ellos, a saludarlos y actuar como si todo fuera igual porque no lo es. No cuando tiene que ver esas máquinas usando el rostro de su antiguo compañero.
Los odia, pero solo porque verlos le recuerda a Hank cuánto se odia a sí mismo.
Arrancando una toalla de papel del dispensador, Hank se limpia la cara, mete sus lentes de sol en su bolsillo y finalmente regresa a su escritorio, ahora que su respiración está bajo control.
Los archivos de su nuevo caso están en un correo, los descarga y los abre, empujando todo lo demás al fondo de su mente para poder fingir ser un miembro funcional de la policía durante unas horas.
Funciona, por un tiempo. Después de aproximadamente una hora, se dirige a donde se encontró el cuerpo para poder ver las cosas por sí mismo. El cuerpo en sí fue llevado desde hace ya tiempo para su autopsia, pero Hank peina las orillas del río, y en el fondo de su mente escucha la voz de Connor haciendo observaciones.
—El cuerpo fue encontrado en un estado antinatural de descomposición considerando la temperatura de agosto, la cantidad de tiempo que el adolescente estuvo desaparecido, la hinchazón causada por el agua y la presenta hora de muerte.
Puede imaginar a Connor inclinándose, sumergiendo sus dedos en el limo y tocándolo en su lengua, pero no puede llegar a ningún análisis que Connor hubiera tenido. Sacudiendo la cabeza, regresa al auto, con los pies pesados y lentos.
Su estómago se queja pidiendo algo para comer, pero su primera idea, el Chicken Feed, solo lo hace pensar en Connor, apoyado contra la mesa y guiñándole de manera tonta a Hank.
—A la mierda esto —murmura, y gira el volante de su auto hacia casa.
No puede escapar del fantasma de Connor. Persigue a Hank en su propia casa, y la culpa guía a Hank a su whisky más fuerte, sin perder el tiempo con un vaso, simplemente inclinando la botella de Black Lamb contra su boca y tomando dos largos sorbos antes de que la sensación de ardor se vuelva abrumadora. Ni siquiera son las cinco, pero no le importa un carajo.
Dejando que Sumo salga por la puerta trasera para correr por el patio, Hank lleva la botella a su sofá y se desploma encima, pateando sus zapatos debajo de la mesa de café. No se molestó en encender el televisor, no quiere arriesgarse a ver noticias sobre CyberLife o Kamski.
Incluso sin el recordatorio, su cabeza está llena de Connor, y se hunde en los cojines, mirando oscuramente el televisor en blanco.
Todo es culpa de Hank. Connor estaba siguiendo su programación, haciendo lo único que conocía. Hank debería haberlo ayudado, debería haberle comprado algo de tiempo para que pudiera entrar en el archivo y encontrar lo que necesitaba. Mierda, al menos así todavía podría tener a su compañero.
—Tal vez estos divergentes merecen una oportunidad —había dicho. Pero, ¿no había merecido Connor una también? El recuerdo de sus últimas palabras a Connor remuerden la conciencia de Hank, pero no puede dejar de escucharlas en su cabeza. —Tal vez sea mejor si no los encuentras. Lo que está sucediendo aquí es demasiado importante como para dejar que una máquina lo detenga. Lo siento, Connor. Pero no te voy a ayudar.
Hank toma otro trago de whisky, deseando que arda más fuerte, que funcione más rápido. Todavía puede pensar con demasiada claridad, todavía puede ver la confusión en esos ojos castaños, todavía puede sentir arrepentimiento y culpa como un peso en sus entrañas. Realmente había pensado que Connor estaba a punto de convertirse en divergente el mismo, pero Hank no había querido arriesgarse, no cuando todavía podía recordar a Connor dejándolo para levantarse solo en el techo. La fría manera en que se había acercado al arma de Hank, desafiando a Hank para dispararle.
Parece que no ayudar a Connor tampoco importó a final de cuentas y Hank ni siquiera pudo despedirse. Solo dejó a Connor por su cuenta para que fracase en su misión y regrese a CyberLife para ser desmontado, solo. ¿Tenía miedo de regresar?
Hank recuerda las secuelas de dejar el lugar de Kamski, la incertidumbre temblorosa en la voz de Connor.
—Mierda —murmura Hank, poniéndose de pie abruptamente. El mar de pensamientos lo hace balancearse mareado, y se da cuenta de que está más borracho de lo que pensaba cuando tropieza hacia la cocina y encuentra el revólver justo donde lo dejó.
De pie en la mesa de la cocina, sus dedos encuentran la empuñadura lisa, ni siquiera se molesta en revisar el tambor o girarlo. Toma otro trago largo balanceándose sobre sus pies, luego levanta el arma hacia su sien. El sol dorado de la tarde inunda la ventana de su sala de estar, y escucha a Sumo en el patio trasero, sus ladridos profundos y emocionados.
Hank aprieta el gatillo.
Hace un click, vacío.
—A la mierda —dice, y lo arroja a la mesa, volteándose para dejar que Sumo vuelva a entrar.
-
Nada cambia. Misma mierda, diferente día. Saluda a la recepcionista androide e ignora a los RK900. Es malditamente deprimente. No piensa en Connor, lo cual es una mentira, y extraña los días en que su único dolor era su hijo. Lamentar a dos personas cuyas vidas se vieron cortadas es demasiado.
Su caso no avanza a ninguna parte, pero entra a trabajar todos los días, incluso si llega horas tarde, y hace un esfuerzo. El chico merece que encuentren quien le hizo esto, y Hank lo intentará, aunque solo sea para mantener su mente alejada de todo lo demás. Toca puertas y hace preguntas y no descubre nada, excepto que el chico iba a pasar la noche con su novia el fin de semana que desapareció. Es un comienzo.
Gavin sigue dándole estas extrañas miradas de mierda cada vez que ambos están en la estación al mismo tiempo, engreído como la mierda, como si supiera algo que Hank no sabe, pero por una vez mantiene la boca cerrada. Es una bendición y una maldición, porque le molesta saber que Gavin siente que tiene una ventaja sobre él, sea lo que sea.
Se imagina que Gavin hablará eventualmente; es del tipo que se regodea y si cree tener algo contra Hank no va a perder esa oportunidad.
Es difícil contener una pequeña sonrisa cuando Gavin finalmente se acerca a él mientras Hank claramente se prepara para salir, recogiendo su teléfono y sus llaves.
—Oye Anderson, acompáñame a almorzar —dice Gavin, más una exigencia que una petición.
—De ninguna manera, Reed —Hank contestó, frunciendo el ceño e ignorándolo mientras se dirigía al vestíbulo. A pesar de su curiosidad, no tiene ningún deseo de pasar tiempo con Gavin, especialmente con su sombra androide.
El RK900 camina detrás de Reed, que sigue a Hank y le agarra del brazo. Hank aparta su brazo pero se detiene, dando la vuelta para enfrentarlo con un suspiro exasperado.
—Mira Reed, no se que clase de juego es este, pero no voy a ir a ningún lado contigo. Ahora, vete a la mierda —espeta.
—Cálmate Anderson, encontré algo interesante en uno de mis casos, pensé que te gustaría verlo —dice Gavin, con una sonrisa golpeable.
—Si se trata del caso, ¿no podías solo enviarme un correo? —dice Hank, volteando para marcharse.
Antes de que pudiera atravesar la puerta hacía el vestíbulo, Gavin vuelve a sujetarlo del brazo, sin soltarlo cuando Hank sacude el brazo irritado. —Podría enviártelo por correo, pero supuse que me agradecerías más si no lo hiciera. No es estrictamente sobre el caso y, bueno, no es exactamente algo que quisieras que alguien te sorprenda mirando.
Bueno, mierda, si eso no despertó su interés. ¿Qué podría haber encontrado Gavin, que no estuviera relacionado al asesinato, que podría interesar a Hank? Aún recuerda muy vivamente a esas chicas trepando la cerca tratando de escapar. Es la única relación entre el Club Eden y él que puede recordar, y espera en Dios que la mentira que puso en su papeleo sobre no haber encontrado al androide divergente no vaya a salir a la luz y por culpa de Gavin por sobre toda las personas. Explicaría por qué Gavin decidió que no bastaba un correo. Si Fowler o alguien más descubría evidencia que contradecía sus reportes, estaría en un gran problema.
Pensar en el Club Eden solo le traía memorias de Connor, su mirada perdida y confundida sobre su decisión de no disparar y Hank sacude la cabeza para despejarla, concentrándose en Gavin.
Su boca se mueve antes de que su mente pueda alcanzarla. —Está bien, está bien, pero esa cosa se queda aquí.
—Gavin mira por encima de su hombro al RK900. —Oye, escuchaste al hombre, ve a esperar a mi escritorio, lata.
Da vuelta sin decir nada ni mover su cara perfecta y se dirige al escritorio de Gavin, deteniéndose y quedándose inmóvil. Connor nunca lo obedeció así; tendría lista alguna razón por la cual debía permanecer cerca de Hank, algo sobre las prioridades de su misión. Hank aparta los ojos de él y encuentra a Gavin mirándolo con la misma sonrisa cómplice.
—¿Entonces? —Hank dice irritado.
Gavin se encoge de hombros y lidera el camino a través de la puerta. Atravesaron el vestíbulo y salieron por el frente, hacia la acera concurrida. Hay un calor del demonio y Hank se quita su abrigo y lo cuelga sobre su brazo mientras sigue a Gavin por la calle hasta una tienda de sandwiches. Tiene un estilo rústico y hogareño que parece plástico y falso mientras mira más a detalle las decoraciones artísticamente descoloridas y las pequeñas cubetas doradas con flores de seda plantadas en cada mesa.
Gavin se coloca en la fila junto al mostrador, así que Hank lo imita refunfuñando —Estamos fuera de la estación, ¿no puedes solo decirme que rayos encontraste para que me pueda ir?
—Ten un poco de paciencia, viejo —dice Gavin, demasiado alegre. Hace que Hank quiera irse en ese instante, pero su curiosidad natural va ganando la batalla, así que gruñe pero espera a que sea su turno de ordenar. Es demasiado caro para ser solo un sandwich y un café, pero no se queja contra el cajero androide como le gustaría hacer. No tendría sentido. El androide toma la orden a gruñidos de Hank como cualquier otra orden y le entrega su cambio con una sonrisa plástica.
Gavin escoge una mesa al fondo y a Hank no le pasa desapercibido que no hay otros clientes cerca. Hank se sienta con una mirada que Gavin ignora, desplazándose por su teléfono mientras bebe un café coronado por una tonelada de crema batida. Hace que Hank se ría por la nariz divertido. Así, Gavin casi podría ser solo un idiota más y no específicamente el idiota que logra hacer que trabajar en el DPD sea más insoportable.
Esperan en silencio hasta que un androide trae su comida y entonces, por fin, después de que Gavin le da una mordida a su sandwich y se toma su tiempo masticando, traga y dice: —Entonces, fui al Club Eden para checar la escena del crimen para ese caso que no quisiste y debo decir, me alegra que lo hayas rechazado Anderson.
—¿En serio? ¿Y eso por…? —Revisa su sandwich, raquítico para lo que pagó por él y toma una mordida. No tiene sabor, pero está hambriento, así que mastica rápido, esperando por una respuesta de Gavin.
—Bueno, estos tres tipos entraron juntos y dividieron el costo de un sexbot, entiendes, lo llevaron a una habitación, lo folla-
—Si, si, ¿puedes seguir con esto? —dijo Hank con desprecio ante la explicación demasiado emocionada de Reed.
—Claro, maldito mojigato —murmura Gavin, sorbiendo un gran trago de su café elegante antes de continuar. —Así que, después de que terminaron y el androide se fue, uno de ellos aparentemente se enoja, apuñala a uno de los otros y lo mata. Entonces voy allá, a ver qué pasó y ¿a quién veo?
Hay un silencio expectante y Hank da otra mordida a su sándwich, sin impresionarse. Cuando Gavin continúa con la mirada expectante, Hank finalmente suspira, molesto por verse obligado a este pequeño juego, y pregunta—: ¿Quién?
Gavin da vuelta al celular en sus manos, casi empujándolo hacia la cara de Hank que se inclina para verlo, y entonces siente su mandíbula aflojarse.
Es una foto de un androide acostado sobre pálidas sábanas moradas. Desnudo, con las piernas abiertas y con una polla que probablemente sea de Gavin en el trasero. Su boca está abierta a medio gemido, su cabeza inclinada hacia un lado, mirando a la cámara por debajo de sus pestañas, pero los ojos de Hank se fijan en el pelo castaño que cae sobre su frente, la mandíbula y pómulos marcados y retrocede.
Mierda, es Connor. No, no puede ser. Hank aparta el teléfono, mirando rápidamente a su alrededor para asegurarse de que las mesas cercanas seguían despejadas, y luego frunce el ceño hacia Reed.
—¿Qué carajo te pasa? ¿Te estás cogiendo a tu RK900? —espeta.
Gavin arruga la nariz—: ¿Qué? ¡No! Vamos hombre, esa cosa ni siquiera tiene algo ahí abajo.
Hank hace una mueca, no está seguro de querer saber cómo lo sabe Gavin—: Bueno, vete a la mierda, no quiero pensar en que te estás follando a un androide. —Con su apetito oficialmente desaparecido, aparta el sándwich y empieza a empujar su asiento hacia atrás.
—Oye, oye, espera un poco Anderson, míralo bien. —dice Gavin rápidamente, y vuelve a girar la maldita foto hacia Hank.
Sus ojos son atraídos en contra de su voluntad, y no puede dejar de ver la forma en que los dedos del androide se retuercen en la sábana púrpura, su pene perfecto que se curva contra su estómago dejando un fluido claro en su piel, las pupilas hinchadas de placer anilladas con iris marrones.
Mierda. Se ve como él, pero al mismo tiempo, no se parece en nada a Connor. Nunca habría podido imaginar esta visión cuando trabajó con el androide el año pasado. Connor era demasiado literal, recto y de cara tonta, cuando no estaba persiguiendo androides por los tejados o haciendo preguntas personales.
—Mira, Reed, me importa un carajo lo que hagas en tu tiempo libre, pero no me vuelvas a mostrar esta mierda. Hank se obliga a apartar la mirada, esperando que sus mejillas no estuvieran tan rojas como las sentía.
—Vamos, Anderson, todos sabemos que te ablandaste por los androides el año pasado. También sé que fue por culpa de tu pequeño twink robot. —Hank bufa, tentado a señalar que Connor era más grande que Gavin, así que quién sería realmente el twink. —Pensé que me lo agradecerías, ya que te estoy dando la oportunidad de por fin usar su culo. Y no me digas que nunca lo has pensado. Siempre siguiéndote como un maldito perro.
La rabia le invade, casi le ahoga, y Hank se levanta bruscamente, rayando fuertemente la baldosa con la silla. Toma su taza y lanza el café a la cara de Gavin.
—¡Oye! ¡Carajo! —Gavin gritó, levantándose de golpe, agarrándose la cara con las manos y frotándose los ojos.
Las personas voltean a verlos pero a Hank le importa un carajo. Quiere gritar, decirle a Gavin que no vuelva a hablar de Connor, que no vuelva a hablar con Hank o le sacará los putos dientes a golpes. Pero la rabia se siente como cristales en su garganta, y no puede decir nada entre los fragmentos rotos, así que toma su chaqueta del respaldo de la silla, se da la vuelta sin decir nada y se aleja a grandes pasos frente a los clientes boquiabiertos.
No es Connor, se dice a sí mismo, volviendo a ponerse la chaqueta con movimientos bruscos a pesar del calor mientras se apresura por la acera, chocando hombros sin fijarse e ignorando los irritados gritos de sorpresa. No es Connor.
Se salta la estación, dirigiéndose por el lado del edificio hasta el estacionamiento, se lanza a su coche, lo sacude todo mientras mete la llave en el contacto y sale disparado. A la mierda pensar, a la mierda el estar despierto y consciente y presente para toda esta mierda. Connor se ha ido, y es culpa de Hank.
La imagen del doble de Connor se le queda grabada, incluso cuando atraviesa de golpe la puerta de su casa provocando un fuerte bufido de Sumo, y se dirige directamente a la botella casi vacía de Black Lamb que hay en la mesa de la cocina.
Chapter 2: Capítulo 2
Chapter Text
Le es imposible pasar los próximos días sin pensar en esa foto. Cada que mira a Gavin, que él le muestra el dedo de en medio o una sonrisa burlona, Hank recuerda el pálido cuerpo desnudo, los ojos oscuros que lo miran con esa familiar mirada entrecerrada. Hace que su rostro se enrojezca, que su estómago salte. Se siente como un viejo verde.
Aunque no hay manera que sea el mismo Connor. Lo más probable es que CyberLife usara el mismo molde facial. Es lo que se dice cuándo se encuentra frotando su polla, intentando y fracasando el no imaginarse esa cara de tonto gozando con un pito en su culo.
Después se siente asqueroso, se limpia el semen de sus boxers y se bebe una botella de cerveza antes de decidir que no es lo suficientemente fuerte como para lavar el sabor de su auto desprecio. Cuando se despierta por la mañana, se sorprende ligeramente al encontrar su revólver intacto en el cajón de la cocina en el que lo tiró.
Trata de no pensar mucho en lo que eso significa. La falsa esperanza brotando como una hierba en su corazón, a pesar de todos sus esfuerzos por ahogarla.
La noche siguiente se sienta con su laptop y se desplaza por el catálogo de CyberLife, los rostros se desdibujan al pasar página tras página de sus viejos y nuevos productos. Sólo hay una cara conocida —el androide policial RK900— y sus especificaciones definitivamente no incluyen genitales. Hank espera que está sea la manera como Gavin lo averiguo y no de otra forma. El solo pensarlo hace que su piel se erice.
No hay ningún RK800, ningún androide con el mismo modelo de cara, y menos en la sección "Escort y Placer" del sitio.
Prototipo, recuerda de pronto. Así que recurre a Google, busca "rk800", "rk800 club eden", "rk800 fecha de lanzamiento", pero por mucho que lo intenta sólo consigue encontrar artículos del noviembre pasado, cuando Connor fue prestado oficialmente al DPD para el caso de los divergentes, por muy corta que fuera esa semana. Algunos de los artículos remiten al comunicado de prensa de CyberLife sobre el tema: "Un modelo de detective de última generación destinado a someter a los androides divergentes. Con esta exitosa prueba de campo, se preparará el camino para un modelo que se pondrá a disposición comercial de las fuerzas del orden".
No hay razón para que el Connor que conoció sea el mismo androide del Club Eden y aun así no puede encontrar ningún indicio de otros RK800. Sólo Connor.
Abre su cuenta de email del trabajo, se desplaza a través de meses de notas de casos, horarios y formularios de solicitud, viendo cómo los meses retroceden hasta que se encuentra a principios de noviembre. Tarda otro minuto en revisando cuidadosamente hasta que encuentra el correo electrónico de CyberLife que le había enviado Jeffrey y lo abre.
Hay un archivo adjunto en la parte inferior de la enérgica petición de mantener los casos de divergentes fuera de los medios de comunicación durante la investigación, y Hank descarga el archivo etiquetado como " RK800-prototipo-manual-1.51.pdf". Se agarra la rodilla, obligándola a dejar de moverse mientras su laptop truena ruidosamente durante un minuto, congelándose cuando se le pide que haga algo más que lo básico, hasta que finalmente el archivo se abre.
Parece un manual de auto, excepto por la imagen de androides genéricos en la primera página y las tres líneas de información que componen la segunda.
Modelo: RK800
NS: #313 248 317 - 51
Designación: "Connor"
Hank se queda mirando los dos dígitos extra al final del número de serie, cincuenta y uno. Es el único androide que Hank ha visto con esos números extra, y se pregunta si eso significa que hay otros cincuenta Connors por ahí. Si, quizá el androide en el club es uno de esos otros modelos. Cuarenta y tres o veintisiete, no fueron lo suficientemente buenos para el trabajo policial y fueron vendidos al Club Eden en su lugar.
No hay mucho en el manual. Son sólo diez páginas, la mayoría de ellas hablando de las características que serían útiles para la investigación policial, como su "Programa de Análisis en Tiempo Real". Nada de información con respecto a otros modelos o prototipos. Cierra el archivo con un suspiro de cansancio y luego apoya la cabeza en las manos, observando la oscuridad que se arremolina detrás de sus párpados.
El collar de sumo tintinea suave y Hank siente como recuesta su gran cabeza peluda sobre sus pies.
¿Por qué siquiera se molesta?
—A la mierda con esto —murmura, apartándose de su computadora, sobresaltando a Sumo que se levanta rápidamente y se aleja trotando. Hank encuentra la nueva botella de Black Lamb que había comprado al volver del trabajo y se acomoda.
Despertarse al día siguiente ya es rutina. Esta vez no vomitó, el revólver seguía intacto en el cajón de la cocina y, por una vez, logró llegar a su cama; pero el conocido dolor de cabeza latí detrás de sus ojos y huele a sudor rancio y alcohol. Se toma un poco de ibuprofeno en seco y se mete en la ducha fría, quejándose por la sensación helada y terminando de despertarse.
Los arañazos en la puerta del baño le hacen saber que Sumo necesita atención, así que se enjuaga y se seca rápidamente, poniéndose unos pantalones y una camiseta abotonada con un estampado horrible. Sumo lloriquea detrás de la puerta y cuando la abre, le mira lastimeramente.
—Sí, sí, ¿tienes hambre? ¿O quieres salir? —Hank pregunta.
Las orejas de Sumo se levantan al oír lo segundo, sacando la lengua en una sonrisa feliz, y Hank le sigue hasta la puerta trasera donde deja salir al perro para que haga sus necesidades. Cuando se da la vuelta, ve que su laptop sigue abierta en la sala, con la pantalla en negro pero la luz de encendido parpadeando.
Refunfuñando, se dirige a ella, la mueve para que la pantalla se prenda y, antes de que pueda apagarla, ve una nueva alerta de correo en su bandeja de entrada del trabajo. Al abrirlo sin mucha importancia, para ver si los resultados del laboratorio sobre el adolescente ya habían llegado, en lugar de eso encuentra un correo de g.reed02. El asunto dice: "Sube el volumen".
—¿Qué carajos quieres imbécil? —Hank murmura.
El correo está vacío con la excepción de un video adjunto. Un nudo de sospecha se forma en las entrañas de Hank.
Es demasiado curioso para su propio bien. Lo descarga y, una vez más, su laptop se toma su tiempo para abrir el archivo.
El sonido le saluda incluso antes de que el vídeo se abra correctamente, gruñidos desgarrados seguidos de un jadeante, casi ronco, "Hank, sí, por favor", que va directo a su miembro. La pantalla negra parpadea, alcanzando en fotogramas entrecortados al audio, y entonces ve a Connor y siente que su estómago le da vueltas.
Está cubierto de sangre azul, el plástico blanco asoma por sus caderas y costillas desnudas, los cortes sangran índigo. Hay una mano, la mano de Gavin, en el pecho de Connor, tocando los cortes en sus costillas, frotando un pulgar azul a través de un pezón erecto y sonrosado. La cabeza de Connor se inclina hacia atrás en las sábanas marrones con un sonido ahogado.
La cámara se tambalea y se desplaza hacia abajo, más allá del miembro goteante de Connor, hasta otra vista que hace que el corazón de Hank se congele. El trasero de Connor chorrea líquido azul, piel desgarrada y plástico que se filtra sobre el pene que le abre.
Vuelve a subir el plano y la voz de Gavin dice—: Oye, puta de plástico, dilo.
—Por favor, duele mucho, por favor, no pares, Hank —gime Connor, y hay lágrimas en sus ojos. Su cara, normalmente tan calmada y amistosa, está contraída, con sus dientes expuestos en lo que parece ser una mueca de dolor, incluso mientras se agarra a las sábanas y mece sus caderas ante los embistes de Gavin.
Hank cierra de golpe la tapa de la laptop, con el pecho agitado como si hubiera olvidado cómo respirar, con frío en todo el cuerpo. Pone una mano sobre su corazón palpitante, y su estómago se revuelve alarmantemente. Alejándose de la computadora a tropezones, como si aún estuviera ebrio, Hank se tira en el sofá y se desploma, apretando la cabeza contra sus rodillas, tratando de controlar su respiración.
No es él, se dice Hank, pero todo lo que puede ver son esos ojos entrecerrados, la sangre azul que se desliza por su estómago, esa voz, estrangulada por el dolor, gritando su nombre.
Quiere pegar el revólver contra su cabeza y apretar el gatillo hasta ganar. El arrepentimiento, como la bilis, sube por su garganta y le quema los ojos. Debería haber ayudado a Connor, debería haberle comprado tiempo de Perkins, debería haberse preocupado más.
No hay modo de que ese sea realmente Connor. Gavin le hizo decir esas frases. Connor está muerto, desmontado por CyberLife, y lo peor es que probablemente a él no le importa. No tuvo la oportunidad de ser un divergente, de querer algo más de lo que CyberLife quería, porque Hank no le dejó tener esa oportunidad.
Se agarra el pelo con las manos y se gruñe a sí mismo por ser un viejo estúpido y autocompasivo, pero eso no alivia las correas que le aprietan el pecho ni el martilleo de su corazón. No puede conseguir aire suficiente.
Pasa mucho tiempo hasta que su respiración jadeante se calma, hasta que la ansiedad injustificada que sube por su garganta como un grito se hunda de nuevo en su sangre. Pero no es suficiente.
-
El Club Eden no parece diferente al de noviembre. Androides giran contra tubos colocados en plataformas elevadas, mercancía para ser vista y utilizada. Algunas de las vitrinas numeradas están vacías, las habitaciones privadas indican que están en uso, pero la mayoría todavía tienen cuerpos semidesnudos que se asoman tentadoramente, aprovechando cualquier contacto visual que puedan, aprovechando el breve momento para ser lo más tentadores posible. Se muerden los labios, se frotan los vientres, se acarician la banda de su escasa ropa interior con sus largos dedos.
Hank se baja la gorra de béisbol de la cabeza, agradecido por las gafas de sol que ocultan la dirección a la que mira. Una Traci de larga melena rubia le hace un pequeño gesto con la mano, y él finge no ver. No es como que les importe. Al menos ya no. Pero no quiere que le reconozcan, por si Reed o cualquier otro investigador decide pasar por allí e interrogar al dueño del club. Esta fue la escena de un crimen no hace mucho tiempo. Si se corriera la voz de que Hank pasaba sus horas libres en un sex club de androides, Reed sabría exactamente por qué estaba aquí.
Intenta actuar con naturalidad, como si estuviera buscando un buen momento, a pesar de que parece un francotirador en busca de su objetivo. Pero no puede mirar esas insípidas sonrisas por mucho tiempo mientras recorre los pasillos. Son perfectamente realistas, y puede imaginárselos muy bien rugiendo de ira y miedo, luchando por escapar. Son personas. O al menos, alguna vez lo fueron.
¿Seguirían ahí? ¿Encerrados detrás de lo que sea que CyberLife les hizo?
Hubo confusión en el rostro de Connor, igual de real, igual de humana, cuando Hank lo dejó por última vez. Sólo hace que Hank se odie más a sí mismo mientras mira cada vitrina, sin estar seguro de si quiere ver a este androide o no. ¿Qué va a hacer si es Connor?
Gira por otro pasillo, las luces cambian de azul oscuro a un violeta intenso. Los androides también cambian, y él se detiene frente a uno de ellos, tratando de averiguar qué es diferente. No todos son Tracis. ¿Un modelo nuevo?
El hombre en la vitrina se balancea al ritmo de la música, sonriéndole a Hank, y éste estudia su cara estrecha y su boca delgada. Tiene el pelo rubio peinado sobre la frente, y hay una pequeña hendidura, una línea recta de piel que parece áspera y que va desde el cuello hasta la clavícula, casi como una cicatriz.
En un androide para el cuidado del hogar. Mira de reojo a los demás androides de los pasillos. Hay más androides como ese, así como algunos otros modelos que claramente no son Tracis. Acercándose a la vitrina, sintiendo los ojos del androide sobre él mientras lo hace, Hank toca la pantalla táctil, encontrando una pestaña de información.
¡Precios de descuento!
¡Androides usados y renovados!
¡$19.99 por sesión estándar de 30 minutos!
¡Lee debajo para otros servicios y sesiones alternas!
Dando un paso atrás observa la boca del androide curvarse en una mueca de decepción. Siente el corazón en su garganta mientras retrocede otro paso y da la vuelta, caminado a la siguiente vitrina, luego a la siguiente por el pasillo, y de regreso, estudiando cada una.
Hay androides para el hogar, para servicios sociales, androides de educación, para limpiar las calles e incluso un modelo policial. Recuerda de cuando reviso el catálogo de CyberLife que estos modelos no estaban hechos para esta clase de trabajo, pero parecía que los habían renovado para eso.
Ninguno se parecía a Connor.
Tal vez el androide ya no estaba. Lo más probable es que Reed estuviera molestándolo de algún modo. Recuerda que algunos androides tienen la capacidad de personalizar su apariencia, en cantidades limitadas, y gruñe para sí mismo, sintiéndose como un idiota. ¿Había sido realmente la cara de Connor? ¿O solo había sido engañando por un cabello y voces similares? Estaba siendo un idiota, dejando que su propia culpa le hiciera ver cosas que no estaban ahí. No había modo que Connor estuviera aquí.
Se da la vuelta, apretando los dientes y maldiciéndose por esta tontería. Una puerta por la entrada a la sala se abre, una de las habitaciones para clientes y Hank observa al androide que sale. Sus pasos se hacen más lentos y se detiene, agua helada deslizándose por su espina.
Connor, usando solo bóxer cortos apretados, bordados con el nombre del club y un triángulo brillando azul en el elástico, está de pie ahí, su postura tan recta como siempre. Mira a su alrededor, divisa a Hank y se dirige en su dirección.
A Hank se le corta la respiración al mirar el rostro del androide; las mismas mejillas y mandíbula fuerte, la pequeña sonrisa al encontrar los ojos de Hank a través de las gafas, la suave caída del pelo castaño que se enrosca sobre su frente. No lleva nada más, mostrando una piel pálida teñida de púrpura por las luces del vestíbulo, y luego pasa por delante de Hank sin decir nada.
Parpadeando, Hank da la vuelta, su mano sale disparada sin pensar, agarrando el hombro de Connor y haciéndolo girar.
—Oye —dice bruscamente, por encima de la música latiendo.
Sin perturbarse, Connor le da una sonrisa de disculpa, apaciguadora.
—Lo siento, me temo que acabo de terminar una sesión y tengo que limpiarme. Si estás interesado, puedes rentarme en la vitrina diecinueve e iré a buscarte en la habitación designada en cinco minutos.
Todo sobre él es correcto. Esa forma de hablar algo acartonada, el tono torpemente amistoso. Pero no lo reconoce. Connor aparta la mano congelada de Hank y sigue su camino, doblando la esquina hacia otro pasillo iluminado neón y perdiéndose de vista.
Hank siente las piernas débiles. Se veía y sonaba exactamente como él. Eso no había sido falso. Levanta la mano para pasarla sobre su cabello y casi empuja la gorra de su cabeza.
La gorra. Los lentes. ¿Acaso Connor no lo reconoció con el disfraz?
Una sensación de urgencia le invade y se apresura por las filas de vitrinas hasta que encuentra la diecinueve. Está vacía y cuando toca el panel a su lado se prende con una advertencia En Uso y la opción de reservar una sesión dentro de cinco minutos.
Presiona aceptar y escanea su mano para confirmar.
La habitación 16 está disponible, para su placer.
Su cabeza se mueve hacia ambos lados del pasillo, escaneando números y la encuentra justo al lado de en la que salió Connor. Se abre cuando toca su palma en el panel junto a la puerta.
Por dentro, la habitación brilla con luz violeta, la cama redonda junto a la pared de la habitación circular está cubierta con pálidas sábanas moradas y un sofá delimita la curvatura a su derecha con almohadones lilas. En la pared una presentación de cuerpos de androides posando como anuncios de las muchas funciones del Eden Club, incluyendo una Traci congelada a media lamida de lo que parece ser un látigo.
Hank se sienta en el borde del sofá, tirando su gorra y sus gafas en el almohadón junto a él, luego junta las manos en su regazo, mirando la puerta. Resiste la urgencia de sacar su teléfono y mirar la hora. Parece que el tiempo no avanza, pero no puede apartar la mirada. La música pulsando por todo el club no se escucha adentro, las habitaciones son a prueba de sonido, pero el silencio es igual de ensordecedor.
Su pierna se mueve nerviosamente y ni siquiera trata de detenerla. En lugar de eso, trata de pensar en que dirá. ¿Connor lo reconocerá sin su disfraz? Si lo hace, no tiene idea de que hará. Disculparse, quizá. ¿Por qué ha venido?
Mierda, ¿por qué ha venido?
Una disculpa no significaría nada para Connor, no si se parece a esos androides sonriendo vacíamente dentro de las vitrinas. No si es el mismo que lo había dejado colgando desde un edificio, todo por perseguir a un androide al que le gustaban las palomas. Y si no es Connor, acaba de gastar su tiempo, dinero, y energía preocupándose por nada.
Se levanta de golpe, apresurándose hacia la puerta. Necesita salir de aquí. Se abre cuando se acerca, dejando entrar la música ruidosa del club, y Hank choca con el androide. Retrocede tambaleando, tropezándose con sus propios pies, pero dos fuertes manos lo sujetan del codo y la cintura, estabilizándolo.
Carajo, debe estar en una comedia romántica estúpida. Connor, el androide, quiensea lo mira con ojos cabes abiertos y sorprendidos, sus cejas arqueadas con preocupación.
—¿Estás bien? Espero no haber tardado mucho —dice, sus manos sin soltar a Hank. Por el contrario, entra a la habitación haciendo que Hank retroceda si no quiere tener al androide pegado a su cuerpo. La puerta se cierra, eliminando la música.
—Uh, sí, yo uh, estoy bien —Hank balbucea, paralizado por esos ojos, la forma en que el androide inclina la cabeza con curiosidad. —¿Connor? ¿Eres Connor?
—Sí, esa es mi designación. ¿Nos conocimos antes? Connor desliza su mano del codo de Hank hasta su muñeca, guiándolo hacia el sofá.
Hank lo sigue sin pensarlo, su mente trabajando a mil por hora, tratando de pensar en que decir. Su nombre es Connor. ¿Pero es el mismo androide?
—Eres un RK800, ¿cierto? Tú, uh, ¿me recuerdas? Mi nombre es Hank, Creo que solíamos trabajar juntos, antes de, ya sabes; noviembre pasado. Lo que pasó. —Se siente como un idiota titubeando sus palabras, pero estudia la cara de Connor desesperado por alguna señal de reconocimiento. Ahora que tiene a Connor aquí, frente a él, incluso cuando no sabe cómo responder, tiene que saber.
Connor le guía hasta el sofá, junto a su gorra y sus lentes oscuros, oyéndolo en silencio. Desliza su mano por el brazo de Hank, por su hombro y Hank da un respingo cuando Connor toca la parte trasera de su cuello, acariciando suavemente el pelo ahí. Su palma es fría y suave pero extrañamente firme en el medio, donde está presionando su nuca.
—Tienes razón, soy una unidad RK800. Es un placer conocerte Hank, pero no puedo decir que recuerde eso. ¿Estás seguro que tienes al androide correcto? —Connor dice, sonriendo suave, acercándose hacia el lugar de Hank mientras habla. La mano se aplana contra la cabeza de Hank, empujándola para estar más cerca, mientras que su otra mano encuentra el primer botón de su camisa.
Hank se aparta al sentir los dedos contra su pecho con un sorprendido—: Woah, espera, lo siento cariño. —Detiene ambos brazos de Connor, apartándose de su toque, alivio y decepción enfrentándose en su pecho. Este realmente no es Connor. Solo otro RK800 con el mismo nombre.
Connor no parece inmutarse.
—Lo siento. ¿Quieres que primero establezcamos los límites, Hank?
Gran error. No debería haberle dado su nombre a Connor, suena tan bien en esa voz tan familiar, conocida.
—Uh, no, no. No tienes que hacer nada de eso para mí, solo quería hablar. De hecho, obtuve todo lo que quería, así que seguiré mi camino y me iré de aquí —dice rápidamente, bajando los brazos de Connor y soltándolos.
—¿Estás seguro? La mano de Connor encuentra la rodilla de Hank, que tiembla ante el toque gentil. —Solo has usado cinco minutos y cuarenta y un segundos de tu tiempo asignado.
Hank sujeta su mano, preparado para alejarlo, pero se detiene ante la textura extraña de la piel. Sosteniendo su mano la levanta, mirando a la pequeña hendidura redonda en la parte trasera de la mano de Connor. Cuando la voltea, encuentra lo mismo en medio de la suave palma.
—Veo que has descubierto mis imperfecciones —Connor dice—, soy un modelo usado y renovado. Si esto te parece insatisfactorio, puedo ofrecerte un reembolso parcial puesto que aún no han pasado la mayoría de tus treinta minutos.
—No, uh. No —Hank traga con fuerza, obligándose a mirar el brazo de Connor, mirar su pecho desnudo. Hay dos hendiduras más, como pseudocicatrices. Una en su hombro, otra en el lado izquierdo de su pecho, casi donde estaría un corazón humano. Hay un pequeño lunar justo arriba de esta. —¿Dónde te hiciste esas marcas?
—Me temo que no tengo acceso a esa información. —Connor enrosca sus dedos en los de Hank—, ¿te interesan esta clase de marcas? Ocurren cuando el daño al chasis de un androide es demasiado para que sus sistemas de reparación internos puedan compensarlo. —Su voz ha cambiado de un tono conversacional a uno casi interesado, pareciendo complacido.
—Mierda —Hank suspira.
Reconoce esas marcas, o al menos eso cree. La Traci castaña se las había hecho en este mismo club con un destornillador, cuando fueron emboscados en la parte trasera. Le había preguntado a Connor después, cuando todo había terminado, notando la sangre azul manchando su chaqueta y se había molestado cuando el androide no había mostrado preocupación por sus heridas.
Podría ser sólo una coincidencia, se dice a sí mismo. Tal vez las heridas ni siquiera estaban en el mismo lugar. A excepción de la mano, podría haberse confundido con respecto a las otras. Pero la duda era ahogada por una creciente certeza. ¿Cuáles eran las posibilidades de que el Connor cuarenta y siete o veintitrés, o la versión que fuera teniendo las mismas tres marcas en esos mismos lugares?
—Oye, Connor. ¿Cuál es tu número de serie? —Hank pregunta, sintiendo la lengua pesada. La mano sosteniendo la suya es extrañamente fría. No es como si supiera el número de serie de Connor de memoria. A veces apenas y podía recordar su propio número social. Excepto que no necesitaba saber cada dígito del número de serie de Connor.
El caso de los divergentes no lo había hecho en un experto en androides exactamente, pero incluso él había aprendido algunas cosas. Como que los androides no necesitan respirar, pero están programados para hacerlo para no parecer espeluznantes, lo mismo con parpadear. Como los androides podían cambiar sus apariencias un poco, lo cual hacía encontrar a los androides divergentes más difícil.
—Es 313 248 317 - 51 —dice Connor simplemente.
O como ningún androide tiene esos dígitos dobles al final. Con una excepción.
Cincuenta y uno.
Connor.
—¿Hay algún problema? El ritmo de tu corazón se ha acelerado a pesar de nuestra inactividad. —dice inclinando su cabeza, sonando ridículamente distinto al androide que solía ser el compañero de Hank. —¿Te gustaría que te diera una razón para que se acelere?
Es Connor. Connor está ahí sentado, tratando de seducir a Hank con esa maldita voz tonta, sin memorias del Noviembre pasado.
Hank se levanta, tomando su gorra sin pensarlo, poniéndola en su cabeza y empujando los lentes oscuros contra su cara. El tono oscuro de la habitación le hace difícil ver,
—¿Estás bien Hank?
Su sangre gruñe en sus orejas. Hank golpea el sensor y después de un muy largo momento, la puerta se abre. Connor no dice nada más mientras él sale corriendo de la habitación.
-
Connor espera durante los dieciséis minutos y diecisiete segundos restantes. El hombre no regresa. Durante el tiempo que pasa sentado en la Habitación Púrpura, deja sus manos en su regazo, comienza con las sub-rutinas del Club Eden y no hace nada más. Los circuitos en sus dedos tiemblan una vez. El aire acondicionado parece estar particularmente fuerte para este cuarto, pero su regulador interno de temperatura no registra el frío y se mantiene bajo.
Cuando solo le quedan treinta segundos a la sesión, hace el reembolso parcial y reporta la salida antes de tiempo en los registros del Club Eden, pero no tiene detalles adicionales del por qué su cliente se fue antes.
Hay veces que las sesiones terminan antes y mientras no le ocurra muchas veces a un solo androide, no había necesidad de reiniciarlo o reciclarlo. Siguiendo sus registros, esta es apenas la segunda vez que un cliente ha dejado a Connor antes de tiempo, cuando aún corresponde dar un reembolso parcial.
El hombre parecía agitado al ver los defectos de Connor y su número de serie. Le había preguntado si lo recordaba. Había mostrado un interés inusual en Connor cuando lo agarró del brazo en el pasillo. Y no había aceptado sus avances. La evidencia sugería que Hank había sido su dueño antes de que fuera reciclado.
Connor regresa a su vitrina cuando el tiempo se acaba. No toma mucho tiempo antes de que otro cliente lo rente para una sesión básica de treinta minutos y van a una habitación distinta. En la que estuvieron Connor y Hank ahora estaba ocupada.
Sus sub-rutinas inician.
No le toma mucho poder de procesamiento el seguirlas. Hank y su extraño comportamiento regresan a su mente frecuentemente durante los siguientes cuarenta y cinco minutos con trece segundos. Luego, deja de hacerlo.
Chapter 3: Capítulo 3
Notes:
El arte de este capítulo fue hecho por electric-origami y pueden encontrarlo aquí
Y cómo recordatorio, este fic es una traducción autorizada de Buried Beneath the Snow de ConnorRK. Lo único que me pertenece es la traducción :)
Chapter Text
Hank despierta en el sofá, una sensación de náusea subiendo por su pecho. Rueda para ponerse de pie, se tambalea por el pasillo con respiros entrecortados, tratando de contenerla y logra inclinarse sobre el retrete antes de vomitar, patético. Sobre sus rodillas, deja que sus vísceras salgan de su cuerpo. La noche anterior regresa de inmediato a su mente y siente lágrimas formándose en sus ojos.
Cuando se siente vacío y la náusea ha pasado, se pone de pie temblorosamente, enjuaga su boca con agua y se dirige directo a su habitación al otro lado del pasillo. Para su sorpresa, su celular está conectado en su mesa de noche y completamente cargado, así que al menos logró hacer algo antes de emborracharse hasta perder la conciencia.
Se sienta al borde de la cama, lo agarra y envía un mensaje corto y rápido a Fowler: "Tengo un resfriado, no iré hoy". Si esto le hace ganar otra página en su carpeta disciplinaria, le importa un carajo. Tirando su celular de nuevo en la mesita, se quita la camiseta y la tira en la pila de ropa sucia que sigue creciendo al pie de su cama, se cubre con sus sábanas y se acuesta.
Las cortinas están abiertas, dejando entrar una luz cálida y amarilla. Debió haberlas cerrado cuando se levantó, pero ahora es muy tarde. En su lugar, pone su sábana sobre su cabeza y se acomoda en la tranquila oscuridad.
Le da demasiado espacio para pensar, pero no puede ir a trabajar. Si ve a Reed lo más probable es que golpee a ese pedazo de mierda en la nariz por usar a Connor.
Connor, que no sabe que está siendo usado o por qué. Que no recuerda a Hank o el pasado Noviembre. Cuando los androides pelearon por ser reconocidos como personas. Cuando Hank lo abandonó porque creyó que esa pelea era más importante que su compañero.
Connor no puede recordar, no puede enojarse, no puede importarle, en especial después de las actualizaciones de CyberLife. Hank no puede evitar preguntarse qué hubiera pasado si hubiera ayudado a Connor. Connor podría haber encontrado y asesinado al líder de los divergentes, así al menos podría regresar a trabajar al Departamento. O tal vez se hubiera vuelto divergente y ayudado a los androides a triunfar. Era inteligente, eficiente y rápido. Podría haber hecho alguna diferencia.
En lugar de eso, Connor ahora estaba atrapado en el Club Eden, dejando a personas como Reed cogerlo y usarlo, obligado a sonreír y a pedir más.
Se siente asqueado al recordar el video, a Connor gimiendo, "duele", con sangre azul corriendo por su piel. Enterrando su cara en la almohada, Hank aparta el recuerdo, tratando de concentrarse en otra cosa.
Su mente evoca el recuerdo de Connor explicando sus cicatrices con un tono amable e informativo. Le hace recordar cuando estuvieron en el Chicken Feed, escuchando a Connor hablar sobre cómo fue creado para integrarse con humanos. Había sido un momento de calma y tranquilidad entre tener que convencer a su compañero de no trepar una valla para perseguir a unos divergentes huyendo por la carretera automática y casi caer hacia su muerte.
De algún modo, lo extraña. Quiere regresar, poder hacerlo todo de nuevo. Había abofeteado a Connor en un ataque de rabia y adrenalina. Si pudiera volver, primero habría bajado al chico de las palomas del techo y luego hubiera hablado con Connor. Hubiera escuchado el tono en su voz en lugar de solo sus palabras cuando defendió su decisión de no dispararle a las Tracis.
"—Les habría disparado, si hubiera podido. ¿Por qué las dejaría escapar?"
Hank puede oírlo claramente, ese tono defensivo que en su furia ebria había confundido por apatía.
Todo en esa conversación en el parque había puesto tenso a Connor, pero Hank no había podido verlo por las frías palabras que Connor había usado para justificarse. Ambos habían querido tanto que Connor fuera solo una maquina como para ver la verdad.
Era muy tarde para fantasías de limpiar nieve del cabello y hombros de Connor. Connor no recordaba a Hank, la revolución, o la androide que había dejado escapar después de que lo apuñalara con un destornillador.
Hank se acuesta en su cama, tratando de no pensar y fallando, moviéndose solo para esconderse más bajo sus sábanas. Su teléfono suena varias veces y cierra los ojos, pretendiendo dormir a pesar de que no hay nadie a su alrededor para ver la verdad. Sumo salta sobre la cama y se estira a sus pies.
La luz del sol se desvanece, se oscurece, pintando sus paredes de azul y morado como la habitación del Eden Club donde Connor sostuvo su mano.
-
Las luces palpitan al ritmo de la música y Connor mueve sus caderas al compás mientras un hombre con cabello gris enmarañado escondido bajo una gorra de los Detroit Gears se acerca a la vitrina diecinueve. El hombre está usando lentes oscuros a pesar de las luces del club y levanta su mano haciendo un saludo, mostrándole una sonrisa nerviosa y tensa antes de quitarse sus lentes. Los ojos debajo son de un azul apagado y los movimientos de Connor se ralentizan. Un glitch en su programa detiene su rutina y hace que pierda su sonrisa, Connor se siente atrapado por esa fuerte mirada, congelado en ese lugar, Luego recobra la compostura, levantando una mano rápidamente, un movimiento de sus dedos en el aire que la subrutina de Eden clasifica como tímido. Calcula la probabilidad de que se trate de un cliente recurrente o si es su primera vez.
El hombre se acerca a la pantalla táctil en su vitrina con movimientos seguros mientras pulsa los botones. Entonces es un cliente recurrente pero, ¿habría rentado a Connor antes?
La música suena más fuerte mientras su vitrina se abre y cuando Connor sale, acercándose a tomar al hombre del codo, él le dice—: Connor. Perdón por huir la otra noche. Yo, uh, no sé. Creo que fue muy abrumador.
Connor lo guía a una habitación vacía, procesando sus palabras. Tuvieron una sesión que él había abandonado.
—No hay problema. Podemos continuar justo donde lo dejamos, si eso quieres. Aunque tendrás que ayudarme a recordarlo. La puerta se abre en la habitación de terciopelo y nota al hombre dirigirse al sofá integrado, una preferencia clara de lugar para sus actividades.
—Cierto, uh. Mierda, ni siquiera sé —suspira el hombre, pellizcando el puente de su nariz y cerrando los ojos brevemente.
Manteniendo su mano en el codo del hombre, donde su pulso se agita nervioso bajo su chaqueta, Connor lo lleva hacia el sofá y deja que tome asiento, colgando incómodamente sobre el borde. Sus niveles de estrés están al 68%, Connor necesita hacer que bajen a niveles óptimos para que el hombre pueda relajarse.
Colocando una mano en el pecho cálido, Connor empuja al hombre contra el sofá y deja su rodilla contra la parte exterior de su muslo. Desde este ángulo, Connor puede ver claramente su rostro, a pesar de que la sombra de la gorra lo oscurezca. Es un hombre mayor, facciones definidas y profundas ojeras bajo sus ojos; señales de estrés y cansancio. Restos de etanol en su aliento señalaban que había bebido recientemente. Los ojos del hombre se abren de par en par y su garganta se mueve al tragar saliva.
—Uh, Connor —el hombre inicia, sonando confundido.
Connor deja su otra rodilla también en el sillón, y se desliza sobre el regazo del hombre con un suspiro satisfecho con la intención de ayudarlo a relajarse. En lugar de eso, sus niveles de estrés suben más. Connor quita la gorra de su cabeza, su cabello gris cae enmarcando su rostro cansado y mientras se inclina para juntar sus labios, el hombre pone sus manos contra su pecho, deteniéndolo.
—Oye, Connor, te dije que no tienes que hacer eso —dice, moviéndose nerviosamente—, sólo quiero hablar, ¿entiendes?
Hay callos en la palma y los dedos del hombre, gruesos, ásperos y cálidos contra su fría capa dérmica. El patrón es distintivo, un hombre que sujeta un arma con frecuencia, y calcula la probabilidad de que el hombre sea un policía o veterano. —Claro—, Connor se sienta una vez más sobre los muslos del hombre, esperando alguna indicación sobre si debería moverse o no. —Como dije, puede que necesite un recordatorio.
—¿No lo recuerdas? El hombre se mueve incómodo, apartando a Connor del pecho y Connor aprovecha para bajarse de él.
Connor se sienta al lado del hombre, sin estar seguro si debería seguir intentando tocarlo o no, Debieron tener una sesión menos física la otra vez.
—La política del Club Eden es borrar la memoria de los androides cada dos horas para permitir una completa confidencialidad del cliente.
El hombre resopla con fuerza.
—Oh mierda. Mierda, Connor —el hombre parece bastante molesto con la información—. Ya sabía eso. Carajo, ya sabía eso, cuando vinimos el pasado Noviembre, rentamos a la mitad de los androides aquí tratando de encontrar al divergente antes de que sus memorias fueras reiniciadas. No puedo creer que lo… —se detiene, moviendo la cabeza.
—Lo siento si esto te molesta —Connor dice tranquilo. Su programa de relaciones sociales le ofrece varias opciones, pero le parecen impersonales, así que las descarta. Ver a este hombre tan afectado le molesta. —Me gustaría poder recordar de lo que hablamos. Parece ser importante para ti.
—Eso no… ¡Carajo! —el hombre grita, lanzando un puñetazo contra su pierna de la frustración. —Ni siquiera recuerdas mi nombre, ¿verdad? Cuando Connor niega con la cabeza, el hombre gruñe. —Es Hank. Mi nombre es Hank, y tú solías ser mi compañero.
Connor procesa esto.
—¿Compañero? —Su base de datos interna muestra muchas definiciones y connotaciones de esa palabra. —¿Te refieres en un ámbito sexual o profesional?
El hombre, Hank, tartamudea con las mejillas enrojecidas.
—¡Profesional! Éramos… soy parte de la policía y tú me fuiste asignado por CyberLife.
La presión en su bomba de thirium baja.
—Ya veo —dice, haciendo una breve búsqueda en sus recuerdos, a pesar de saber lo que va a encontrar. Solo encuentra la última hora con catorce minutos y 16 segundos. Su memoria empieza cuando fue rentado y montado por una joven mujer hasta que ella se cansó y Connor tuvo que tomar el control. Al menos sabe que tenía razón con lo de que era policía.
—Es mi culpa que tu… mierda, no ya no importa —Hank suspiró pasando sus manos por su cabello y frunciendo el ceño profundamente. —¿Si quiera te importa estar aquí si olvidas todo en dos horas?
—No tengo opiniones al respecto—dice simplemente Connor—, estoy aquí para servir a mis clientes en cualquier manera que pueda.
Pero, ahora que ha mirado, los archivos faltantes son un abismo en su base de datos. Es demasiado grande para lo poco que tiene almacenado ahí.
—Cierto. Pero tú no, no sé, ¿no te preguntas por qué estás aquí? ¿En especial ahora que te he dicho que solías hacer otra cosa? —Hank lo mira a los ojos, con esperanza.
—Lo que era antes es irrelevante. Soy una máquina, designada a cumplir una tarea. Esta es mi tarea y voy a cumplirla.
La fuerza detrás de sus palabras sorprendió a ambos. Connor no había querido que sonaran tan duras. Debía ser un error en su programa de relaciones sociales..
—Sigues siendo tú —La voz de Hank suena extrañamente suave, temblorosa, y Connor se sorprende por el brillo húmedo en los ojos de Hank. —Mierda, lo siento Connor.
Un par de brazos lo rodean, atrayéndolo en un fuerte abrazo, la cabeza de Hank descansando sobre el hombro de Connor. Los temblores sacuden el cuerpo del hombre y algo húmedo le toca el hombro. Cuidadosamente, Connor coloca sus brazos alrededor del torso del hombre, y frota en círculos suaves contra la amplia, cálida espalda. No fue programado para que le importe lo que fue antes. Él solo es un androide hecho para servir a los humanos y aun así no puede evitar preguntarse qué es lo que él fue para Hank.
Hank está demasiado apegado a él para solo haber sido compañeros de trabajo. Pero Connor es un androide; no es capaz de apegos personales. Debió ser unilateral. Quizás Hank desarrolló cierto cariño por su compañero androide y cuando Connor se volvió obsoleto para el trabajo y fue vendido, Hank no lo tomó bien.
—Lo siento —Hank murmura, pero no se aparta y Connor frota su espalda tratando de reconfortarlo.
Busca que más decir, más allá de lo que su programa social ofrece.
—Aunque no estoy seguro de porqué te estas disculpando, no tienes por qué hacerlo, Hank.
Hank se tensa otra vez, y se queda en silencio por un largo rato. Connor empieza a creer que lo que dijo no era lo correcto. Pero entonces, los músculos tensados se relajan con un suave suspiro.
—La cagué. Así que sí, necesito disculparme —dice Hank—. Incluso si no lo recuerdas. Soy la razón de que estés aquí, en lugar de revisando escenas de crímenes y metiéndote evidencia en la boca.
Connor levanta la ceja.
—¿Por qué me metería evidencia en la boca? Parece increíblemente ineficiente.
Escucha una risa leve.
—Uh, bueno. Dijiste que básicamente tenías un laboratorio forense en tu boca. No me digas que te estabas burlando de mí y lamiendo todo sin razón.
Algún tipo de mecanismo para análisis en su lengua sonaba útil para las investigaciones, pero era un lugar raro para ponerlo. Acercando su rostro contra el cuello de Hank, Connor presionó su lengua por un instante contra la cálida piel.
En sus brazos, Hank se mueve y trata de alejarse, pero Connor no lo deja, concentrado en la información que salta en su HUD.
La composición del sudor: sodio, potasio, calcio, magnesio, urea. Palmitato de sodio, linalool y alcanfor del jabón corporal de lavanda, marca desconocida.
—Connor, ¿qué carajos? ¿Acabas de lamerme? —gruñe Hank, metiendo su mano entre la cara de Connor y su propia cabeza, para frotar su cuello.
—Estaba probando si aún tenía esa característica. Parece que sí.
—¡Al menos avísame antes la próxima vez! O aún mejor, ¡no vuelvas a hacer eso!
Envuelto a su alrededor como está, Connor puede medir el incremento en el pulso y la temperatura de Hank. Connor se pregunta si volver a lamer a Hank causaría otro incremento, pero no puede saciar su curiosidad otra vez, no cuando Hank le ha ordenado no hacerlo.
—Lo siento, Hank. Es solo que tenía interés en cómo funcionaba y tú eras un sujeto de estudio conveniente —dice Connor. Después de todo, su intención no había sido avergonzarlo. Aunque el cálido sonrojo subiendo por su cuello es una vista interesante.
El calor se filtra por su capa dérmica y sus circuitos, y Connor se da cuenta de que su regulador de temperatura ha estado extremadamente bajo todo este tiempo. No debe de haber estado registrando el frío de la habitación, pero se eleva en respuesta al calor, y sus placas se estremecen una vez.
—¿Acabas de temblar? —Hank pregunta, apartándose y está vez Connor lo deja ir.
—Es una respuesta física a mi regulador interno de temperatura ajustándose a tu calor —Connor dice. Los brazos de Hank sueltan los de Connor, que también los deja caer. Su regulador de temperatura empieza a bajar y Connor siente un ansia de que Hank lo vuelva a rodear con sus brazos.
Su procesador falla, un blip.
// In3$7@bi1i&4d &3 S0f7w@re &̢$^*̸*% ///
No sabe si ha recibido esa notificación antes. No le había pasado ni una vez en las últimas dos horas.
—Sonó como que temblaste —Hank dijo, volteándose y limpiando lentamente su cara.
Connor vuelve a enfocarse en él, ignorando la notificación. Esa angustia no le queda a Hank. Hay subrutinas programadas por el Club Eden hechas para reconfortar y para cuidados después del sexo, pero Connor no se molesta en abrirlas cuando salen en su pantalla. No sabe cómo estaba programada su personalidad antes del Club Eden, pero usar esas subrutinas podría afectar más a Hank.
Así que, en su lugar, extiende las manos, apartando las de Hank y envolviendo su rostro. Hank se sobresalta al primer toque, pero no se aleja. Sus mejillas están mojadas, sus ojos al rojo vivo y Connor limpia sus lágrimas con el pulgar.
—Lamento tu pérdida —dice Connor, y no tiene idea de donde vienen estas palabras—, estar aquí y verme te está causando más angustia. Tal vez deberías regresar a casa y no volver aquí. Será mejor para tu salud. Y también te aconsejaría no beber tanto.
Hank encoge sus hombros y sus grandes y cálidas manos envuelven las de Connor, bajándolas de su cara, pero sin soltarlas. —Si —dice en voz baja y triste—, si, probablemente tengas razón.
Un pulgar frota su palma izquierda, donde está el daño que su auto-reparación no pudo reparar, un leve anillo áspero en su capa dérmica. El movimiento es hipnótico, rodeando suavemente la pequeña zona.
El temporizador de la sesión parpadea para avisar a Connor, que se ve obligado a decir—: Aún nos quedan cinco minutos de sesión. ¿Hay algo que te gustaría hacer conmigo antes de que la sesión termine?
—Uh, no, no —Hank dice, su rostro enrojecido, soltando las manos de Connor al instante. —Creo que me iré. Tienes razón, no debería regresar. Perdón por quitarte el tiempo y... —Señala el hombro húmedo de Connor sin decir nada.
—No me molesta —dice Connor—, mis dos sesiones anteriores fueron bastante físicas. Decirle eso está en el límite de lo que indican sus protocolos de privacidad, pero siempre y cuando no mencione a los clientes está bien. —Fue agradable hablar contigo. Espero que encuentres un cierre con respecto a tu compañero. No volverá a ver a Hank de nuevo, o siquiera recordarlo dentro de dos horas, pero Connor descubre que lo que dice es verdad. No le gustó el ver ese dolor en la cara de Hank.
—Cierto. Gracias. Hank se levanta, poniendo la gorra sobre su cabello y colocando sus lentes oscuros de nuevo en su cara, ocultando los ojos rojos. —Ten una buena noche, Connor.
—Buenas noches, Hank —Connor dice, observando al hombre dirigirse a la puerta, inmóvil desde el sillón. Su servomotor se siente extraño, fuera de lugar, como si fuera a caerse si tratara de levantarse. Hace un diagnóstico, pero no arroja nada.
Hank voltea a verlo y Connor solo asiente, sonriendo alentadoramente. Y entonces, él ya no está.
Connor repite el recuerdo de su conversación cuando regresa a su vitrina, pausando en el rostro de Hank y sus manos callosas. Quiere que alguien le rente pronto, para prolongar el tiempo antes del borrado de memoria; después de todo, no serviría de nada que un androide olvidara dónde está y qué está haciendo en medio de una sesión; pero es una noche lenta, y nadie lo hace. Por los próximos veinticinco minutos y doce segundos, Connor mira sus recuerdos y se pregunta qué clase de compañero fue Hank, ¿por qué estaba tan triste? ¿por qué se culpaba tanto?
Luego, deja de hacerlo.
-
No regresará. Connor tenía razón. Cuando Hank regresa a casa esa noche, no se molesta en cambiarse la ropa, solo se quita sus zapatos, se tira sobre su cama y se cubre hasta la cabeza con su sábana. No quiere pensar, pero está demasiado cansado para beber. Al menos eso se dice a sí mismo. No es por la petición honesta de Connor.
Le toma mucho tiempo el poder dormir.
Da vueltas al rito de "Lamento tu pérdida." Siente las suaves, frías manos sobre las suyas.
El Connor que conoció, ¿habría dicho eso tan sinceramente? No lo sabe. Su rostro se acalora, avergonzado por haberse derrumbado así y llorado en el hombro del androide, pero esos ligeros brazos rodeándole, frotando su espalda, habían sido agradables. Había olvidado lo que se sentía abrazar a alguien y ser abrazado, y en el momento que Connor lo había soltado había querido volver a aferrarse otra vez.
La manera en que Connor se había subido confiadamente sobre su regazo, como si perteneciera ahí, sus fuertes muslos rodeando los de Hank, era algo en lo que Hank había decidido no pensar. Lo mismo con esa lengua curiosa que se había frotado contra su cuello y la manera en que Connor lo había detenido tan fácilmente cuando Hank trató de alejarse. Eso había sido completamente diferente, un androide que era Connor y a la vez no, cumpliendo con la tarea que creía tener que hacer.
Pero Connor también había actuado así cuando Hank lo conoció antes. Una máquina cumpliendo su misión; solo que ahora su misión era diferente. Era complacer a los humanos que lo rentaban. De seguro todo lo que le había dicho era parte de su programación, algoritmos que le hacían responder a Hank de la forma más complaciente, para que regresara y gastara más dinero en el club.
Pero. Connor le había dicho que no debería regresar.
Alguna vez, habían sido algo más. Un cazador que dejó a un divergente vivir, que se negó a dispararle a otro androide a pesar de su misión.
No. No importaba que alguna vez hubiera sido su compañero, jamás volvería a ser el mismo. Connor ni siquiera lo recordaba pasadas dos horas, no recordaba nada sobre su tiempo juntos y hablaba con el mismo tono adulador y estirado. Nunca sería más que una máquina.
Piensa, por un momento, en las Tracis. Ellas se rompieron, de algún modo. Sus memorias no fueron borradas.
Pero las cosas ya no son así. La reprogramación de CyberLife es, supuestamente, permanente y desde el pasado noviembre no ha habido nuevos casos de divergentes. Los androides se habían reintegrado al mundo y eran tan dóciles como fueran alguna vez.
Es raro el pensar en Connor como dócil. A pesar de ser un androide, le hacía caso a Hank solo cuando le convenía y era terco como una mula cuando se trataba de su misión. También había habido algo de eso en esa habitación morada. El arrebato de Connor lo había sorprendido tanto a él como a Hank.
O quizá esté confundiendo programación con obstinación.
Él no es el mismo Connor, sin importar cuanto Hank desee que lo sea. Este no tiene recuerdos de dejar vivir al androide de Kamski o de dejar a las Tracis ir. Es mejor así. Este Connor no sabe de lo que se perdió. Lo cerca que estuvo de ser más que una máquina.
Y de todos modos no es como si le importe.
Hank apenas logra dormir tres horas antes de ser despertado por pesadillas donde le dispara a Connor en el parque y deja su cuerpo a llenarse de polvo blanco, como una tumba. No es tan diferente de lo que paso en realidad; abandonándolo para ser regresado a CyberLife, para ser borrado. Se sienta en la cama, jadeando por la falta de aire en la oscuridad, oyendo el silencio vacío.
Es por eso que Hank llega temprano al trabajo esta vez, demasiado ansioso para quedarse sentado sin hacer nada, pero demasiado pronto para justificar emborracharse. No puede dejar de pensar en Connor, así que decide ir a trabajar y buscar una distracción.
El cielo es de un amarillo pálido, derramándose derretido sobre el horizonte mientras él se une al tráfico matutino. Cuando llega a la estación, le da el mismo saludo forzado de siempre a la recepcionista androide, ignora las miradas sorprendidas que nota desde todas partes del recinto y prepara un café negro, fuerte, en la sala de descanso.
Mientras espera que la máquina de café termine, su mente deambula, Llego temprano, por lo que podría justificar salir temprano, dándole suficiente tiempo para...
Se aferra al mostrador con fuerza. No llegó temprano solo para poder ir al Club Eden. No tiene sentido regresar.
Se sirve su café con más fuerza de la necesaria, escondiendo ese pensamiento en el fondo de su mente.
El día pasa rápido. Había olvidado cómo eran las mañanas en la estación, en especial las mañanas sin resaca. Es un frenesí de actividad, oficiales que terminan e inician sus turnos, detenciones, interrogatorios y procesamiento de evidencia.
Tienen una reunión con Fowler justo antes del almuerzo y Gavin se sienta junto a él con una sonrisa burlona que, para el gusto de Hank, desaparece cuando empiezan a hablar de sus casos. A pesar de la autoestima de Gavin, no está más cerca de encontrar un culpable que Hank, y sólo tiene dos posibles sospechosos.
Hank siente su nuca arder pero no voltea a mirar a la unidad RK900 al fondo de la habitación.
No piensa en cómo Gavin se enteró de lo que no tiene en sus pantalones.
Si es que Gavin ha vuelto a ver a Connor.
Almuerza en el Chicken Feed, como siempre, de pie junto a la mesa mientras trata de resolver el caso en su mente. Su boca se abre para preguntar, comentar, una idea... pero ya ha olvidado que quería decir al darse cuenta que no hay nadie a quien dirigirla. Terminar su hamburguesa en silencio total es lo normal, es lo que siempre hace, pero hoy se siente vacío.
Visita una escena del crimen después del almuerzo y programa una entrevista con el padre del adolescente. El hombre habla lento y triste por el teléfono y en algún rincón de su mente, Hank se pregunta qué pistas podría obtener Connor en esta corta interacción. Sería agradable tener a Connor a su lado, analizando las reacciones del hombre y sus niveles de estrés, o lo que sea que Connor hacía.
Lanza su teléfono al piso tan pronto cuelga la llamada, presionando la cabeza contra el volante y respirando profundamente para no gritar de la frustración.
Son las 5 de la tarde. Se dirige a casa.
Sumo lo recibe cuando atraviesa la puerta principal y la extraña sensación de aislamiento que Hank ha sentido todo el día disminuye un poco. Hank lo alimenta y le da agua, lo deja salir al patio y ordena comida a domicilio. Para cuando llega, sólo ha tomado una cerveza y esta recostado sobre su costado frente a la televisión, somnoliento.
Ha pasado bastante tiempo desde la última vez que tuviera un día completo. Come rápidamente, deja que Sumo entre y queda inconsciente casi tan pronto como su cabeza toca la almohada.
Entonces se despierta de súbito, un grito desgarrado atrapado en su pecho, los límites de su sueño disolviéndose en el estruendo retumbante de un disparo. Está sudando a mares y se sienta, balanceando sus piernas a un costado de su cama, abrazándose a sí mismo y respirando.
Llega temprano otra vez, sin dormir y sobrio.
Jeffrey lo nota pero no dice nada y Hank esta patéticamente agradecido. No quiere que lo interroguen. No sabría ni que decir, incluso si Jeffrey le preguntara.
Así pasa una semana, días llenos de un extraño vacío que no puede llenar. Despertar de horribles sueños, ir a trabajar, volver a casa demasiado cansado para beber, dormir y despertar de horribles sueños. Debería sentirse como una mejoría. Pero no. Se siente como si hubiera caminado hacia la neblina.
Hasta que Gavin lo acorrala en el estacionamiento cuando está terminando el día, entre brillantes carros automatizados y su propio automático destartalado.
—¡Oye, Anderson!
Hank considera ignorarlo y luego piensa, que demonios, puede manejar a Gavin. Pero cuando voltea, su mirada se queda fija en la sombra de Gavin, más alta que él, siguiéndolo con una expresión neutra de desinterés.
Tragando saliva, Hank murmura—: ¿Qué quieres? —Cruzándose de brazos, se reclina contra su auto.
Gavin sonríe maliciosamente—: ¿Qué te ha parecido mi regalito en video? ¿Te gusto oír a esa basura plástica gimiendo tu nombre?
—Vete a la mierda —Hank dice tratando de sonar burlón, pero su estómago se retuerce incómodo— Qué, ¿esperas que me crea que ese era realmente Connor? Fue devuelto a CyberLife, fue... —duda menos de un segundo y espera que Gavin no lo note— desarmado.
—Oh, vamos —dice Gavin, como queriendo convencerlo. —Además de esta cosa, ¿cuándo has visto otro androide con su cara? —Lleva el pulgar por sobre su hombro, señalando al RK900 que baja la mirada pero no da ninguna otra señal de escuchar su conversación.
Debería meterse a su auto, ignorar a Gavin e ir a casa, pero eso solo le daría ventaja sobre él.
—CyberLife no le daría uno de sus androides prototipo de lujo al Eden Club.
—Nah, pero se lo venderían. ¿Sabes cómo lo sé? —Gavin da un paso hacía Hank, haciendo su voz más grave con una suavidad conspiranoica, y Hank resiste el impulso de empujarlo lejos—, porque tuve que hablar con Floyd Mills para este caso, el dueño del club. ¿Y él androide presente justo antes del asesinato? Adivina.
Un escalofrío recorre a Hank.
—Así que investigue un poco más, como parte del caso, y descubrí que el mismo androide que fue tu perra el año pasado, ahora es la perra de todos.
La lengua de Hank esta atorada en su paladar. Gavin sabe que es Connor. Un dolor agudo atraviesa su palma, sus manos apretadas en un puño tan fuerte que sus uñas atraviesan su piel.
—Solo quería compartírtelo. Como dije antes, todos sabemos lo mucho que te encariñaste con tu mascotita de plástico —Cuando Hank sigue sin hablar, esa asquerosa sonrisa se hace más grande. —¿Qué? ¿Demasiado viejo como para que se te pare? No te preocupes, yo más que feliz de ponerlo en su lugar.
Explota, empujándolo fuerte con ambas manos y Gavin se estrella en el cemento con un quejido.
—No te le acerques, pedazo de mierda —Hank se coloca sobre Gavin, sujetando el collar de su camisa y levantándolo hasta que están cara a cara, Hank gruñéndole—, aleja tus sucias manos de él.
Gavin solo ríe, sus labios retorciéndose satisfecho—: No puedes detenerme, Anderson. Puedo follarme ese apretado trasero plástico cuando yo quiera y no puedes hacer nada al respecto. Lo haré rogarme por mi polla y quizás te envié otro video, haciendo que ruegue también por la tuya. ¿Qué tal suena eso?
Con el puño levantado, Hank gruñe, y entonces una presión se cierra alrededor de su muñeca. Le da un fuerte tirón, forzando su muñeca sin lograr que se mueva, y levanta la vista para ver que el RK900 les mira sin emoción.
—Teniente Anderson —dice, más frío y grave que Connor—, por favor, absténgase de golpear al Detective Reed. Un cargo de asalto podría hacer que lo despidieran de la policía. —La luz LED en su sien es de un azul sólido.
Tira de su puño nuevamente, pero no tiene caso, así que Hank suelta su agarre de la camisa de Gavin, levantándose y sacudiendo el brazo hasta que el RK900 finalmente lo suelta. Buscando sus llaves, temblando de rabia, abre la puerta del coche y se vuelve para mirar a Gavin, que se pone en pie.
—Si me entero que has tocado a Connor o cualquier otro androide, incluyendo a este idiota —Hank señala vagamente al RK900—, ni siquiera él podrá detenerme de asesinarte, bastardo enfermo.
Chapter 4
Notes:
Notas: Este capítulo inicia con una escena non-con
Chapter Text
La mayoría de los androides no siente dolor. Tienen sensores físicos que indican presión, textura y, en algunos casos, sensaciones físicas más sutiles, como cosquillas. Por otro lado, los androides del Club Eden tienen sus sensores ajustados para registrar muchas sensaciones placenteras y, a petición del cliente, también pueden incluir sensaciones de dolor.
De las últimas dos horas, tres minutos y veintiséis segundos, Connor ha sentido dolor por cuarenta y seis minutos y cinco segundos. La probabilidad de que otro cliente le haya pedido anteriormente que suba la sensibilidad de sus sensores es alta, como lo es la probabilidad de que vuelva a ocurrir en el futuro.
Ya no tiene memoria de aquellas sesiones, pero algo le resulta familiar en el fondo de su procesador mientras se arrodilla en la cama. Tiene el trasero al aire, el pecho apretado contra el colchón, los brazos estirados entre las piernas dobladas. La orden de quedarse quieto lo tiene inmovilizado en esa postura, incapaz de hacer más que girar la cabeza y responder a los insultos que el hombre le ladra. Hay barras de esparcidor disponibles para los humanos, pero no son necesarias para los androides, cuando todo lo que se requiere es una orden verbal.
El borrado de memoria ocurre cada dos horas a menos que un androide esté en medio de una sesión; en ese caso, se realiza tan pronto como la sesión termina y se vuelve al horario de dos horas. Su borrado de memoria se retrasará otros catorce minutos y cincuenta y cinco segundos. Connor intenta no mirar el temporizador.
—Sí, eso te gusta puta de plástico, ¿verdad? Quieres ser usada y follada como una buena máquina.
—Sí, Detective —dice Connor, su voz temblorosa ahogada en la sábana roja. El hombre había abofeteado a Connor cuando había usado "señor"; el ardor en su mejilla le había resultado desconocido e impactante; y le corrigió con su título. Connor no necesitaba que se lo recordaran otra vez.
La sensación es abrumadora, el procesador de Connor trabaja el doble para concentrarse en su tarea a pesar del dolor. Se propaga a través de sus sensores anales y sube por los circuitos de su columna vertebral. El Detective le ordenó que no se auto-lubricara, prefiriendo en cambio romper la piel de Connor y crear su propio lubricante.
Duele, cuando los sensores de su agujero son desgarrados por las constantes embestidas del hombre. No es un daño irreparable, pero las alertas que parpadean en su HUD son desconcertantes, y la presión de su bomba de thirium fluctúa salvajemente bajo el esfuerzo.
—Dios, me encanta ponerte en tu lugar, Connor. Esto es exactamente lo que te mereces: ser el calientapollas de tus superiores —dice el Detective, jadeando mientras folla con rudeza el agujero resbaladizo de Connor. —Ese viejo cabrón de Anderson se atrevió a amenazarme por ti. Dijo que me mataría si te volvía a tocar —ríe burlonamente—, ¿no es una puta maravilla?
Connor no tiene idea de quién es Anderson, o por qué amenazaría al Detective por él, y no puede concentrarse en sus preguntas por mucho tiempo. Una mano fuerte le rodea la garganta, cinco dedos se posan sobre su piel fría y aprietan.
Su respiración entrecortada por el pánico se detiene de golpe y aunque lógicamente sabe que no necesita respirar, que su hiperventilación no es más que una respuesta programada al estímulo del dolor, sus pulmones se tensan por la necesidad y un líquido se agolpa en el borde de su visión.
—Debí sacarte a patadas de la comisaría y prenderte fuego cuando tuve la oportunidad —gruñe el Detective, y las palabras alertan algo en el disco duro de Connor, algo corrupto e irrecuperable en lo que no puede permitirse desperdiciar poder de procesamiento intentando acceder. —Pero supongo que cogerte y saber que Anderson no puede hacer nada al respecto es suficientemente bueno. —La ropa se desliza por la espalda desnuda de Connor mientras el Detective se inclina sobre él, rozando su trasero. —Aw, ¿Estás llorando?
La mano se aprieta alrededor del cuello de Connor y su modulador de voz cruje alarmantemente. El quejido que sale de su boca está acompañado de estática. Las caderas del Detective se estremecen y se detienen, y cada sensor sobre-estimulado y desgarrado se siente como si estuviera siendo electrificado mientras el Detective se corre. La mano en su garganta no se afloja, y el Detective rodea el cuerpo encorvado de Connor, agarrando su erección. Connor jadea sin hacer ruido y tiembla ante el contacto, y aunque su programa le dice que se mueva, que se incline hacia el agarre, sus órdenes lo anulan.
—Mierda, estás tan duro por mí. Te encanta —murmura el Detective en su oído, caliente y húmedo.
El recordatorio de su sesión parpadea. Quedan cinco minutos.
La mano en su garganta se afloja y Connor succiona aire en sus pulmones artificiales como si lo necesitara. Respuestas programadas. No significa nada.
Su cuello duele, las placas de su garganta desalineadas.
Su programa de relaciones sociales ofrece respuestas y Connor se escucha decir, con una voz ronca y estática—: Merezco ser usado.
Complace al Detective, que libera su erección y su cuello, y sale con un gemido profundo. Las caderas de Connor se agitan con réplicas eléctricas, el thirium y semen exudando en la pseudo-carne desgarrada.
Parpadea y se da cuenta de que sus fluidos ópticos se han derramado por sus mejillas. Sus sistemas automáticos de reparación se activan cuando el Detective se desliza fuera de la cama y comienza a limpiarse con las toallitas desinfectantes. Su ano desgarrado y su modulador vocal estarán totalmente reparados en diez minutos. No hubo daños graves.
La sesión no ha terminado, así que Connor aún no puede moverse. Está acostado sobre la cama, con el cuerpo adolorido de una forma que no recuerda haber experimentado antes, y los fluidos ópticos tiñen las sábanas de un marrón oscuro. Una extraña sensación recorre las profundidades de su procesador, como datos corruptos que intentan recuperarse.
—Hasta luego, hojalata —dice el Detective, y la puerta se cierra en silencio tras él.
La habitación parece muy fría. Su termorregulador se niega a registrar el frío, y su petición de que suba la temperatura se topa con un mensaje de error.
Gira la cabeza hacia las sábanas, bloqueando las luces rojas y el olor rancio del sudor, mientras se muerde el interior de la mejilla. Le duele, y lo hace más fuerte, intentando contener la sensación que crece en su bomba de thirium y le sube por la garganta. Se desata, un ruido áspero y roto, y sus lágrimas brotan más deprisa.
El temporizador de la sesión llega a cero, sus sensores bajan a los niveles básicos y se deja caer en la cama sin fuerzas.
Connor parpadea sobre el satín y se incorpora hasta quedar sentado. Mirando alrededor de la habitación, al thirium que empapa las sábanas bajo él, llega a la conclusión de que una sesión acaba de terminar y su memoria se ha restablecido.
Levanta la mano y limpia los líquidos de limpieza óptica en su cara y ojos, preguntándose qué tipo de sesión implicaba el uso de esa función. Cuando se baja de la cama, la parte inferior de su cuerpo está rígida, los servos se bloquean y tambalean, y el thirium y el semen se escurren por sus muslos.
La alerta de auto-reparación le notifica que necesita reponer su thirium.
Se limpia con una toallita húmeda antiséptica, se pone el uniforme y se dirige a una de las habitaciones sólo para personal. Es una pequeña sala de concreto liso, con estanterías de disolventes de limpieza para los androides de limpieza y soluciones sanitarias destinadas a una limpieza más a fondo entre sesiones. Hasta que no termine su auto-reparación, no puede volver a su vitrina, así que consume 473.17 ml de thirium y vuelve a desinfectarse de sudor humano y semen. Recibe una notificación de que ha sido reservado, así como otra alerta de su auto-reparación.
// Daño de nivel 2 detectado //
// La auto-reparación no puede ser completada //
Haciendo una pausa en su limpieza, Connor mete la mano entre sus piernas y explora su agujero tentativamente. Hay algunas rupturas en su chasis que, aunque cerradas, harán que su capa dérmica sea imperfecta en esa zona. Según sus protocolos establecidos por el Club Eden, se trata de un daño aceptable para un androide restaurado, por lo que no se le permite presentar una solicitud de reparación.
Cuando vuelve al piso, un hombre de pelo canoso usando una gorra de los Detroit Gears y lentes oscuros le espera junto a su vitrina, y en cuanto el hombre ve a Connor, se encoge de hombros.
La cara de Connor se siente extraña, desalineada, mientras sonríe, y el hombre le devuelve la sonrisa con una expresión que parece ser de alivio. Hay un hueco entre sus dientes delanteros, de 1,7 mm, la misma anchura que una moneda de veinticinco centavos acuñada en Estados Unidos.
-
Tal vez Hank esté viendo cosas, pero hay algo raro en la sonrisa de Connor, demasiado amplia y falsa, incluso para un androide del Club Eden. Hace que se le erice la piel, pero nada de eso importa ante el alivio que siente al ver que Connor está bien.
Había aguantado todo lo que había podido, se había ido a casa y bebido unas cervezas, considerando servirse algo más fuerte. En lugar de eso, las palabras de Gavin le atormentaban. ¿Realmente seguiría viniendo y alquilando a Connor por rencor?
Los androides no sienten dolor y, sin embargo, el miedo y el dolor en la cara de Connor en el vídeo parecían tan genuinos. El Connor que tiene delante parece estar perfectamente bien, y Hank no sabe qué esperaba. ¿Que llegaría y encontraría a Connor al borde de la muerte- o lo que sea que los androides experimenten? Es un alivio que esté bien, pero también hace que Hank se sienta viejo, cansado e inútil. No hay nada que pueda hacer para impedir que Gavin venga y haga lo que quiera. Estar aquí es sólo para su tranquilidad.
—No te molestes en ir a la vitrina, te tengo por los próximos treinta minutos—. Inmediatamente quiere abofetearse por el saludo de mierda. —Lo siento, el nombre es Hank.
Sólo lleva esperando unos cinco minutos, leyendo el En uso en la pantalla de la vitrina de Connor, con la opción para reservarlo. Le hacía sentir muy ansioso el estar tan obviamente de pie junto a la vitrina de Connor pero, incluso con la reserva, sentía que necesitaba ver a Connor lo antes posible, por lo que decidió esperar aquí en lugar de en la habitación.
—Encantado de conocerte, Hank. Mi nombre es Connor.
—Sí, ya sé. Nosotros, uhm, nos conocemos. Hank hace una mueca ante su propia torpeza.
—Me alegro de que hayas disfrutado tanto de mi compañía que hayas decidido volver a verme —dice Connor, y podría haber sonado dulce o coqueto viniendo de un modelo Traci, pero de él sólo suena conversacional.
Hank bufa una risa—: Sí, qué puedo decir, no me canso de tus halagos.
El número de la habitación es el mismo que la primera vez, el dieciséis, y Connor le toma del brazo igual que las dos últimas veces, guiándole con un suave tirón, dedos en su codo. Todo es de tonos morados y, al igual que la última vez, Connor parece saber adónde quiere ir Hank, hacia el sofá. Hank se sienta al borde y al menos esta vez Connor no intenta subirse a su regazo. Hank deja su gorra y sus lentes oscuros en el asiento junto a él y mira hacia la cama, hacia las paredes con imágenes, hacia la alfombra afelpada, cualquier sitio menos hacia Connor en sus boxers negros.
Necesita dejar de venir aquí. Connor está bien, no necesitaba rentarlo para saber eso.
—Me emociona el volver a verte. Parece que sabes pasártelo bien —dice Connor de manera sensual y con suavidad, y Hank levanta la cabeza, sorprendido, convencido de repente de que ha alquilado al androide equivocado. La sonrisa de Connor ha cambiado, se ha vuelto más suelta y más natural; un aspecto ciertamente antinatural en Connor.
—Uh —dice coherentemente Hank cuando Connor se arrodilla frente a él, sus manos deslizándose por sus pantorrillas y por el interior de sus muslos, separando sus piernas con facilidad. —¡Woah! Woah, woah, espera, eso no-
—Me hace feliz el poder cuidar de ti, Hank —La forma en que Connor dice su nombre le hace sentir un nudo apretado en su estómago, las manos de Connor se deslizan hacia arriba, sujetando a Hank a través de sus jeans y masajeándolo suavemente.
—Connor, ¡Detente! Hank sale disparado del sofá, apartando sus manos de golpe y alejándose entre tropiezos de la figura arrodillada. Incluso sin las manos de Connor sobre él, Hank rápidamente se endurece, la sensación de las manos de otra persona siendo difícil de eludir.
—Lo siento —dice Connor y la mirada y la voz desaparecen, como si alguien hubiera presionado un botón. Es sólo Connor, mirando a Hank debajo de sus pestañas. —¿Quieres que primero establezcamos los límites, Hank?
Hank siente el calor subirle por su cuello—: No, eh, puedes levantarte, o sentarte, o lo que sea. Mira, solo quería hablar. No- eso.
—Oh. —Connor se levanta del suelo, por fin, y se sienta en el borde del sillón. Después de un momento, Hank vuelve a su asiento, tratando de ignorar su semi-erección y rezando para que Connor haga lo mismo. No le pasa desapercibida la forma en que Connor se acerca en cuanto se sienta, y definitivamente no le pasa desapercibida la mano que se posa en su muslo, haciendo que se tense. —¿De qué te gustaría hablar, Hank? —Sus palabras son tranquilas y casi roncas.
Los dedos empiezan a masajear su muslo y Hank agarra la mano con la cara ardiendo—: Bueno, ya déjate de esto, ¿por qué hablas así? En serio, solo vine a hablar, no estoy aquí para nada más. Carajo, no fuiste tan insistente la última vez.
El LED de Connor empieza a girar amarillo—: Me temo que no lo recuerdo.
—Si —Hank suspira—, lo sé. Solíamos… olvídalo. —No tiene sentido volver a explicar que solían ser compañeros. Connor lo olvidará de todos modos, y no parecía muy interesado para empezar. —Supongo que sólo vine a ver cómo estabas. No has tenido ningún cliente de mierda ni nada así, ¿verdad?
Inclinando la cabeza hacia un lado, Connor dice—: No puedo revelar esa información, ya que violaría la política del Club Eden. Hace una pausa, mirando a Hank, y luego añade—: También, acaba de ocurrir mi borrado de memoria, así que tampoco recuerdo nada.
—Oh. Cierto. —Aguantándose las ganas de golpearse la cabeza contra el respaldo del sillón, Hank mira a su alrededor en busca de algo más de lo que hablar. Debería irse. Connor está bien, y el que Hank esté aquí para ser olvidado no va a cambiar nada.
—¿Eres policía, Hank? —Connor pregunta de súbito.
Hank siente que su cabeza retumba de lo rápido que se vuelve para mirar a Connor. El corazón le salta a la garganta, casi ahogándole mientras dice—: ¿Cómo lo sabes?
¿Recordó Connor algo? ¿Algo en esa computadora logró desenterrar un recuerdo?
—Así que, ¿tenía razón? —dice Connor, con los labios ligeramente curvados, complacido. —Cuando me agarraste la mano hace un minuto, pude notar los callos en tu palma y tus dedos. Son consistentes con alguien que usa un arma a menudo, lo que no deja muchas profesiones para alguien de tu edad.
Intentando que no se note su decepción, Hank se ríe—: ¿Alguien de mi edad? Por todo lo que sabes, podría haber sido un puto traficante de drogas o simplemente un loco por las armas. Debería haber sabido mejor. Connor no va a recordar todo de repente sólo por un par de visitas del hombre que lo dejó morir. Así es como funcionan las tontas películas de Hollywood, no la vida real, donde los recuerdos de Connor han sido borrados permanentemente de su disco duro.
—No consideré esa posibilidad. No muestras signos de uso regular de drogas, aparte de alcohol, y los callos son uniformes, lo que indica el uso constante de un solo tipo de arma. Policía o veterano recién jubilado eran las opciones más probables. —Connor casi no hace pausas mientras habla, y al final mira a Hank expectante.
—Okay, me atrapaste. Pero no soy un simple oficial. Soy teniente, trabajo en homicidios —dice Hank, y para su pesar se siente reconfortado al oír toda esa mierda analítica viniendo de Connor. Tal vez no lo recuerde, pero suena a él, especialmente cuando no está haciendo esa rutina de seducción. —Creí que te habrían quitado toda esa mierda de detective.
—No sé a qué te refieres. Es simplemente parte de mi programación —dice Connor, atenuando la sonrisa.
—Claro. Programación. —Hank se hunde en su asiento al recordarlo. Si esto le recuerda a su Connor, es sólo porque el Connor que conocía apenas era más que una máquina, y necesita dejar de olvidar eso. El Connor que conoció estaba dispuesto a acabar con la vida de androides que sólo querían ser libres.
Un silencio incómodo se interpuso entre ambos, y Hank siente de pronto que necesita desesperadamente un trago. Mira su teléfono para ver cuánto tiempo queda de la sesión. Veinte minutos todavía. No es como si tuviera que quedarse durante todo el tiempo. No es como si a Connor le importara.
—¿Está trabajando en algún caso interesante ahora, teniente? Los ojos de Connor se ven oscuros bajo las luces moradas, intensos y penetrantes.
—¿Cómo me llamaste?
—Teniente, es su título. —El LED de Connor parpadea en un amarillo oscuro—, ¿preferirías que no lo usara?
—No, está bien —dice Hank—, más que bien. —Había olvidado como sonaba su título en la voz de Connor y oírlo de nuevo es casi como si volvieran a antes de la revolución, investigando androides. —Uh, ahora mismo trabajo en un secuestro que parecer haberse convertido en asesinato.
Connor aparta la mirada y luego voltea a ver a Hank con el rabillo del ojo, su labio curvándose en una pequeña sonrisa—: Estoy muy interesado en oír sobre su caso, teniente.
Hank siente que la boca se le reseca y empieza a hablar antes que su cerebro procese lo que está pasando, soltando todos los detalles de lo que saben hasta ahora. El adolescente visitando a su novia, como había desaparecido antes de llegar con ella, la falta de pistas sobre quien pudo habérselo llevado o por qué.
—¿Cómo fue asesinado?
—Apuñalado en el pecho con lo que parece ser un cuchillo de cocina. Uno de esos con una grande cuchilla larga. Como el androide Ortiz. —No quería decir eso, pero era la comparación más cercana que podía hacer.
Connor levanta la ceja con obvia curiosidad, pero en su lugar dice—: Ya revisaron la cocina del padre en busca de evidencia, supongo.
—Si.
—¿Y la de la novia?
—Claro, fuimos minuciosos. Sé cómo investigar un asesinato Connor.
—Por supuesto teniente, no estaba cuestionando sus habilidades, solo reuniendo información. ¿Cuándo se dieron cuenta de su desaparición y se hizo el reporte de persona desaparecida? Connor mueve los dedos mientras habla, juntando las manos en un intento de detenerlos.
—Oh, uhm. Creo que el padre dijo que su hijo salió en su bicicleta alrededor de las cuatro de la tarde. Le llamó a su celular como dos horas después para asegurarse que hubiera llegado y cuando su hijo no respondió, llamó a su novia. Ella le dijo que aún no había llegado. Volvió a tratar una hora después, su hijo siguió sin responder y la novia tampoco lo había visto aún. Llamó a la estación para hacer el reporte después de eso.
—Eso es sospechosamente pronto para reportar a una persona desaparecida —dijo Connor, pensativo—. No es obligatorio esperar veinticuatro horas, pero frecuentemente una persona desaparecida aparece en ese tiempo.
—Es diferente cuando es tu hijo, Connor. En especial para un padre soltero. —Le es fácil ponerse en los zapatos del padre. Puede que no hubiera criado a Cole solo, pero si lo hubiera hecho, solo puede imaginarse lo terriblemente asustado que estaría si algo le pasara.
—Aun así, se me hace un poco extraño. Creo que vale la pena investigarlo más. Sin embargo, también volvería a investigar a la chica. Tal vez interrogarla más a fondo sobre su relación con el chico. —Connor se inclina, descansando sus codos sobre sus rodillas y es lo más relajado que Hank lo ha visto durante todo este tiempo. Cuando voltea a ver a Hank, sus cejas están fruncidas, pensativo.
—¿Crees que la novia lo hizo? —También había sido su primera teoría, pero la interrogación había mostrado que ella tenía una coartada sólida además de que, ella lucía genuinamente afectada. Podría haber sido una buena actuación, pero el instinto de Hank le había dicho que era real.
—No realmente. Solo pienso que deberías hacerle más preguntas sobre su relación —dijo Connor.
—¿Qué, tienes una corazonada?
—Solo una conjetura.
—Bueno, ¿por qué mierda no? Programaré otra entrevista —dice Hank, levantando las manos. Siguiendo el consejo de un detective convertido en androide sexual. Un año antes ni siquiera soñaría con estar en esta situación.
—Quedan cinco minutos de nuestra sesión —dice Connor y su voz cambia otra vez, pero no vuelve a sonar como ese raro ronroneo seductor. Suena apagada. —¿Está seguro que no le gustaría nada más conmigo, teniente?
—Sí, estoy bastante seguro. Hank agarra su gorra y sus lentes de sol y solo los sostiene, descubriendo que no se los quiere poner aún. Había sido agradable, hablar de las piezas de su caso con alguien y que algo resultara de eso. Otra cosa que había olvidado. —Uh, gracias por tu ayuda.
—Por supuesto, teniente. Después de todo, estoy aquí para satisfacerlo. —La sonrisa de Connor es pequeña pero orgullosa.
—Claro, bueno. No tienes que satisfacer todo, o hacer todo lo que las personas te piden. —Hank duda. Excepto que, Connor tiene que. En la pared hay un anuncio en morado neón mostrando exactamente cuánto tienen que obedecer estos androides. —Sólo… mantente a salvo.
—No tiene que preocuparse, teniente. Los androides que son dañados en el Club Eden se llevan a reparación si el daño es severo y no puede ser manejado por nuestro sistema de auto-reparación. —Las cejas de Connor se arquean ante el gruñido de Hank.
Sacudiendo su cabeza, Hank dice—: No me refiero a eso.
—¿A qué te refieres?
—No quiero que termines herido en primer lugar, idiota.
—Oh. —Connor mira fijo y sin expresión a Hank, confundido, y el corazón de Hank da un vuelco. Quiere arrastrar a Connor a sus brazos y apretarlo con fuerza. Los lentes de plástico crujen en sus manos. —Entonces, gracias por tu preocupación.
—Si. Claro —dice Hank y, incapaz de mantener contacto con esa mirada honesta, baja los ojos hacia la alfombra. Hace un año no hubiera dicho eso. De pie, se pone su estúpido disfraz —Ten una buena noche, Connor.
Su palma en el panel abre la puerta, pero cuando la atraviesa, no puede evitar voltear a ver a sus espaldas. Connor está exactamente dónde Hank lo dejó en el sofá, mirándolo fijamente, sus ojos llenos y oscuros en la extraña luz de la habitación.
—Buenas noches Hank —dice Connor en voz baja y casi pareciera tener el ceño fruncido. Entonces, la puerta se cierra en medio de los dos.
-
Porque Connor estaba en medio de una sesión cuando pasó el límite de dos horas antes de que Hank lo rentara, solo faltan una hora, un minuto y doce segundos antes de su próximo borrado de memoria. Si lo rentan para una sesión estándar de treinta minutos y nadie lo renta después, sus dos horas no serán extendidas, lo cual es bastante probable. Si lo rentan para dos sesiones de treinta minutos, es probable que su tiempo se extienda algunos minutos más, también muy probable. Si lo rentan para una sesión de treinta minutos y luego para una sesión de una hora o más, su memoria sería extendida por al menos otros treinta minutos.
Eso tiene la menor probabilidad de ocurrir, lo cual es desafortunado.
No es requerido que los androides se saniticen si no ocurren actividades sexuales, así que Connor regresa a su vitrina y observa a los humanos que pasan por el club. Su subrutina de inactividad se activa y se balancea al sonar de la música.
Haber hablado con Hank había sido interesante y había activado procesos de los que no estaba consciente o quizás había olvidado. Analizar la información sobre el caso había sido estimulante y la sensación de sus sistemas trabajando dedicados hacía un objetivo lo hizo sentirse inquieto, como su hubiera una tarea sin realizar en su menú.
Quería retener esa sensación por un poco más de tiempo. Preferiría que Hank lo volviera a rentar. Un pensamiento irracional, ya que no lo recordaría.
Su memoria inicia con él sentándose, sangrando thirium, fluidos ópticos en sus mejillas. Estaba en una de las habitaciones designadas para BDSM, así que era probable que sus sensores hubieran sido aumentados para sentir dolor durante esa sesión, lo que podía causar respuestas casi humanas de miedo e incomodidad en los androides. ¿Acaso su cliente anterior disfrutaba esas reacciones?
Hank no lo haría. Hank le había dicho que se mantuviera a salvo. Que no se lastimara. No es posible para Connor lastimarse. Está hecho para imitar las respuestas humanas ante un estímulo, pero no es real.
Rompiendo su rutina de inactividad, toca su mejilla. Está fría y completamente seca.
Vuelve a poner las palabras que Hank le dijo. Mira la cara de Hank suavizarse en una expresión que categoriza como pesar ante la confusión de Connor. Escucha el timbre de voz de Hank mientras un hombre lo renta y lo lleva a la habitación roja. Se enfoca en la mirada que Hank le dio por sobre su hombro, algo que no puede cuantificar, hasta que Connor sigue las instrucciones del hombre de aumentar sus sensores y entonces todo proceso de pensamiento se desmorona mientras aprende porqué sus memorias inician con lágrimas.
Chapter 5
Summary:
Notas de autoría: En este capítulo hay una escena no-con, indicada por un doble guion (--).
También se discute el tema en la primera escena.
Chapter Text
Hank interroga a la chica, Elizabeth Lemmens, una chica castaña, con buena condición física después de tres años de voleibol en la preparatoria, pero que se muestra retraída y se encoge en sí misma durante la entrevista. Él no quiere que se sienta incómoda, así que la entrevista en la sala de conferencias en lugar de en la de interrogación, con su madre sentada a su lado. Hay más luz y están rodeados de mesas vacías, sentados al fondo de la sala.
Desde que Connor sugirió que le preguntara por su relación, el instinto de Hank cada vez estaba más seguro de que estaba en lo cierto. Había algo más aquí, y al pensar en Connor, pregunta: —¿Él alguna vez fue físico con usted, señorita Lemmens?
Ella frunce el ceño y dice: —Quiere decir, ¿si me golpeaba?
—Golpear, sí, pero ustedes eran, ya sabe, ¿sexualmente activos? —La madre se gira incómoda, abriendo la boca, pero Hank levanta la mano. —Le prometo, solo pregunto por el bien del caso.
Elizabeth se queda sentada en silencio un momento, mirando la mesa con sus ojos marrones bien abiertos, antes de decir: —¿Más o menos? —Hank guarda silencio, y ella continúa, con la voz cada vez más grave a medida que habla. —Nosotros, uh, queríamos. Hacerlo, a veces. Pero siempre le decía que no. Así que, ya sabe…
A Hank se le revuelve el estómago. No lo sabía, pero por el rubor que subía por el cuello de Elizabeth, se hacía una idea.
Tarda un momento en despegar su lengua seca: —¿Te obligó a algo?
Ella no dice nada durante largo rato, tanto que él duda si debería preguntarle otra cosa, y entonces su barbilla empieza a temblar y se muerde el labio inferior mientras se echa a llorar. Su madre pasa un brazo por encima de sus hombros, acercándola, y los hombros de Elizabeth se estremecen con un sollozo. La Sra. Lemmens mira a Hank, con los ojos muy abiertos y suplicantes, como si no supiera qué hacer.
Pero qué día de mierda.
Después del almuerzo, Fowler les llama para pedir sus informes. Gavin hace un berrinche en su silla cuando tiene que admitir que aún no tiene pistas sobre su caso, y Hank ni siquiera puede detenerse a apreciarlo. Resume la entrevista con Elizabeth para Fowler, demasiado consciente de la mirada fija de Gavin sobre él, deseando que su voz dejara de entrecortarse. Es el tipo de noche perfecta para un buen Black Lamb.
Cuando llega a casa, se la pasa bebiendo hasta tener pesadillas y, cuando despierta, todas las excusas que se ha dicho a sí mismo para no volver a ver a Connor le parecen de cartón.
Es culpa de Hank que Connor esté allí. No importa si Connor no recuerda a Hank; si puede mantener a Connor ocupado, aunque sea treinta minutos, son treinta minutos en los que no está siendo utilizado por algún desconocido, o por Gavin. Nada le gustaría más que atrapar a Gavin pasando por los pasillos multicolores del Club Eden para cumplir su amenaza, pero ya sea por casualidad o porque Gavin mintió al decir que vendría, nunca lo encuentra.
Connor nunca lo recuerda. No es de sorprender. No es inesperado. A pesar de todo, su pecho se encoge cada vez. Se ha acostumbrado a avisar a Connor, incluso antes de que entren a la habitación, que sólo quiere hablar, porque ver ese cambio brusco entre Connor y cualquier programa sexual que suele activar es deprimente.
A su miembro ciertamente no le importa, pero cada vez que llega a casa y mete una mano en sus pantalones para ocuparse de ese asunto, su mente evoca a Connor arrodillado entre sus piernas, actuando y sonando como un extraño, y eso acaba con su ánimo al instante. Correrse pensando en Connor se siente sucio, jodido, como correrse con un crimen que cometió.
A menudo piensa en la confusión desgarradora en la cara de Connor cuando Hank le dijo que no quería que se lastimara. Se cuela tan fácil en su memoria, por encima del recuerdo de la cara de Connor cuando Hank le había dicho: —Lo siento, Connor. No voy a ayudarte.
Pero qué cabrón es, tratando de abandonarlo otra vez, sólo porque no puede manejar la culpa cada vez que Connor lo saluda como a cualquier cliente.
Es tan fácil caer en el hábito. Lunes y jueves por la noche, escabulléndose del trabajo, deslizándose las gafas de sol y poniéndose una gorra en la cabeza, con la esperanza de que nadie conocido le reconozca en esos pasillos de colores. Connor siempre se cuelga del brazo de Hank y lo guía hasta el sofá. Es extraño pero agradable, y Hank no se atreve a quitárselo de encima, y poner más distancia entre ambos.
Mantiene informado a Connor sobre el caso y las entrevistas, lo cual es extraño, porque tiene que explicarle el caso de nuevo cada vez. Pero lo vale por ver sus ojos iluminarse con interés y como desaparece su necesidad de actuar. Connor insiste, cada vez, que Hank investigue al papá del adolescente por lo rápido que hizo el reporte de desaparición, usando lo que descubrió de la novia.
Es todo lo que le queda. Programa otra entrevista y con la información revelada por Elizabeth, el hombre empieza a hablar casi de inmediato. A Hank, su confesión helada le da escalofríos.
El padre descubrió lo que su hijo le hizo a Elizabeth y lo mató por ello. Hay demasiado ahí, tanto que Hank no puede soportar pensar en ello sin querer beber. Así que bebe. Pero su arma se queda en el cajón de la cocina.
Como un pez en un anzuelo, Hank es atraído por la vitrina diecinueve.
Cuando Hank visita a Connor después del arresto, Connor está en su vitrina y el ritmo de su cuerpo mientras observa a los clientes pasar es casi familiar. El lento círculo con sus caderas, sus manos deslizándose por sus muslos y pelvis. Es algo mecánico y Hank no sabe mucho sobre androides, pero le recuerda mucho a una animación “en espera” en un videojuego.
Los grandes ojos marrones de Connor encuentran los suyos y sus dedos se mueven con una tímida invitación. Hank resopla con la nariz, incapaz de contener una pequeña sonrisa, y se acerca al panel.
Usualmente, Connor tiene alguna respuesta pre-programada lista. Un “Hola ahí, grandulón, déjame enseñarte nuestra habitación”, o algo similar, que siempre suena extraño sin importar cuántas veces Hank lo oiga.
Esta vez lo previene, diciendo —Hola, Connor—, tan pronto como la vitrina se abre.
Connor parpadea, su LED brillando azul. —Buenas tardes, señor.
—Solo Hank está bien, Connor —dice y sin pensarlo, le ofrece su brazo a Connor, quien no tarda en sujetarlo. Aparta la mirada, esperando que las luces de un morado oscuro oculten el sonrojo en sus mejillas.
—Entonces, Hank —dice Connor y tira gentilmente de Hank, guiándolo hacia una de las habitaciones de terciopelo disponibles. —¿Puedo suponer que nos hemos conocido antes?
—Sí, vengo aquí un par de veces a la semana. Pero solo para hablar, nada más —dice Hank, arriesgándose a dar un vistazo hacia Connor mientras la puerta de su habitación se abre.
—¿Solo para hablar? —Sus ojos se encuentran por un instante y sus labios se curvan. —Qué lástima.
—Sí, sí, ya puedes parar —murmura Hank, apartando la mirada rápidamente mientras se dirigen al sofá. —No hagas esa mierda conmigo. Hablo en serio cuando digo que solo quiero hablar. Me has estado ayudando con un caso, o algo así. Y antes de que preguntes, sí, soy un teniente en la policía. Sé que lo averiguaste gracias a mis callos.
No es su intención ser grosero, pero aún puede sentir esa calidez que lo pone nervioso, así que la situación familiar de poner a Connor al día le ayuda a calmarse. Aventando su gorra y los lentes de sol en el sofá, se sienta, relajándose en los suaves almohadones.
—Ya veo. ¿Cómo va su caso, Teniente? —Connor se sienta junto a él en el sofá y sus muslos se tocan, frío y cálido, el único punto de contacto. Es todo lo que Connor intenta después de las explicaciones rápidas de Hank, pero Hank es superconsciente de ello.
Habla sobre el caso desde el principio, explicando los puntos más importantes y la ayuda que Connor ha dado para guiarlo en la dirección correcta. Mientras lo hace, Hank nota como se iluminan sus ojos con interés y su boca se frunce en un pensamiento.
—Pareces afectado por el resultado, Teniente —dice Connor, su cabeza inclinándose, examinando a Hank. —¿Hay algo en este caso que te haya molestado?
—Nah, es solo… es una situación de mierda —murmura Hank con la intención de detenerse ahí, pero, como siempre hace, su boca sigue moviéndose sin que pueda evitarlo. —Sigo pensando en que hubiera hecho yo en el lugar del padre, si hubiera descubierto que mi hijo hizo algo así. No lo sé.
—Oh, ¿tienes un hijo? —Connor le pregunta, con un dejo de sorpresa.
—No, ya no. Murió hace algunos años. —Hank tiene que tragar saliva ante el repentino nudo en su garganta, el ardor en sus ojos. Aunque no es tan malo como creyó que sería. —En un accidente de auto. Han pasado casi cuatro años. —Nunca es fácil hablar sobre Cole, pero por alguna razón le es más sencillo decirlo aquí, ante la expresión honesta y clara de Connor. Nunca había mencionado a Cole en estas sesiones antes, y le pesa en el pecho el pensar que Connor no lo recordará la próxima vez.
—Lamento oír eso —dice Connor en voz baja.
Hank respira hondo, retiene el aire durante un largo momento y luego lo suelta.
—Gracias. Sigo preguntándome que habría hecho de ser yo. No me lo habría callado. Pero odio que puedo entender por qué ese hombre hizo lo que hizo. —Connor toca su hombro levemente y Hank se inclina hacia él sin pensarlo. —No quería que su hijo siguiera lastimando a esa chica y probablemente sabía que nada saldría si la policía se involucraba. No si la chica seguía callada.
—¿Tú habrías involucrado a la policía? —Pregunta Connor, deslizando su mano por el brazo de Hank para sujetar su palma. Hank debería apartarla, pero, ¿qué daño podría hacer? Sus dedos acarician la piel texturizada donde Connor había sido apuñalado, Parece tan lejano y a la vez, como si hubiera sido la semana pasada.
—Mierda, no lo sé. Al menos les diría a los padres de la chica, eso es seguro. No dejaría que algún oficial imbécil sea el que tenga que hacerla confesar en una interrogación policial. —Aún se siente horrible por eso. La mirada impotente en los ojos de la madre de Elizabeth, tratando de luchar contra las lágrimas. —No importa.
—Si te está molestando, yo diría que sí. Y bastante, por lo que parece.
—No sé Connor. No le hace bien a nadie el seguir pensando en esta mierda. Dejémoslo ahí —dice Hank, amargado.
—Si eso es lo que quieres —dice Connor, pero no suelta la mano de Hank y, aunque debería, Hank no la aparta.
No había sido su intención que esta sesión fuera tan pesada, pero, a la vez, se siente un poco más ligero. Busca algo más que decir, alguna manera de salvar el ambiente, cuando Connor lo hace primero.
—Tiene una mascota, ¿no es así, teniente?
Frunciendo las cejas, Hank mira fijamente a Connor. —¿Cómo supiste eso? —Luego empieza a sacudirse la ropa con las manos. —Déjame adivinar, pelos en mi chaqueta, ¿no? Mira hacia abajo, pero no ve ningún pelo hasta que Connor saca uno de su brazo.
—¿Qué clase de mascota es? —pregunta Connor, sujetando el pelo y estudiándolo detenidamente.
—¿No puedes distinguirlo? —Dice Hank, sin poder disimular su sorpresa. La vez anterior, Connor había distinguido la raza de Sumo al instante.
Connor lo mira, pensativo, antes de responder lentamente—: Mis sistemas internos no están conectados a ninguna base de datos. Solo puedo compararlo con lo que tengo en mi programación y mi memoria.
El corazón de Hank se hunde—: Oh. —Se pregunta cómo se sentirá, estar desconectado de toda fuente de información, solo sabiendo lo que tu programación te dice. Despertar cada dos horas sin un pasado y con un futuro limitado.
—No es ideal —Connor dice, en voz baja, mirando hacia el piso. Es lo más inquieto que Connor se ha mostrado sobre estar en el Club Eden y el corazón de Hank da un brinco, pero Connor no le da la oportunidad de comentar al respecto. —¿Qué clase de mascota es, Teniente?
—Uh, es… —Hank duda, aún atrapado en la expresión casi deprimida de Connor. —Es un San Bernardo. Se llama Sumo.
—Un perro —dice Connor y vuelve a animarse con interés. —Me gustan los perros.
Su LED se ilumina con un rojo brillante, casi magenta bajo las luces moradas. La mano sosteniendo el pelo de perro se congela, su cuerpo quedándose inhumanamente quieto a excepción de sus ojos que parpadean con rapidez.
Una ola de alarma y temor invade a Hank. —¿Connor? —Él no responde, batiendo sus ojos como si tuviera una convulsión. —¡Connor! —Hank voltea en donde está sentado, soltando la mano fría e inmóvil de Connor, chasqueando sus dedos enfrente de su rostro para luego sujetarlo de los hombros. —¡Connor, despierta de una puta vez! ¡Me estás dando un susto de mierda! —Su voz se quiebra al decir las palabras.
El LED de Connor parpadea, encendido y apagado, brillante y oscuro. Las pupilas entintadas bajo sus párpados se dilatan y expanden rápidamente y cuando se dilatan por completo, Hank puede notar el brillo metálico de algo mecánico detrás de sus ojos.
—Pero qué mierda —Hank respira. Su cabeza gira alrededor de la habitación, escaneándola; para qué, no lo sabe, un sistema de alerta para emergencias, lo que sea, y entonces oye el jadeo ahogado. —¡Connor! ¿Estás bien? ¡Connor!
Con el pecho agitado, Connor se aferra a Hank, sus dedos cerrándose con ferocidad en sus antebrazos y sus ojos abriéndose y cerrándose con rapidez; su LED está girando entre dorado y azul.
—Oye, ¿puedes oírme? —Hank no suelta los hombros de Connor y las manos en sus brazos aprietan aún más, dolorosamente. —Connor, ¿estás bien?
—Es... Estoy bien —dice Connor, pero su voz es débil, casi ronca. —Parece ser que sufrí de alguna avería. En caso de un fallo grave, el Club Eden está dispuesto a ofrecerle una devolución total por su tiempo.
—A la mierda eso —Hank gruñe ante el discurso robótico, claramente pre-programado, que Connor dice. —Me vale un carajo esa mierda. ¿Estás bien? ¿Qué rayos pasó?
—Sufrí de un problema técnico. —Connor suelta su agarre dejando moretones en forma de huellas debajo de su chaqueta, pero Hank no puede lograr que sus dedos hagan lo mismo. Se aferra a los hombros helados de Connor, sus brazos temblando. —Parece haber algunos datos corruptos en mi sistema. Traté de acceder a ellos por accidente y mi sistema falló —Su voz aumenta en tono conforme habla, hasta que finalmente vuelve a la normalidad. Como si lo que fuera que había pasado nunca ocurrió. Pero sus cejas siguen fruncidas y no mira a Hank a los ojos.
—Carajo, ¿qué mierda significa eso? No te vas a apagar, ¿o sí? —Dice Hank, apretando los hombros de Connor. No sabe ni una mierda sobre computadoras o androides, pero datos corruptos suena grave.
—No, no estoy en peligro de apagarme —dice Connor, su frente relajándose y formando una sonrisa reconfortante. —Como dije, lamento la interrupción. Puedo darte un reembolso por el tiempo desperdiciado, por supuesto.
—Mierda, no me preocupa el dinero, idiota, ¡me preocupas tú! —Hank gruñe y sacude a Connor antes de finalmente soltarlo. —Jodido androide, ten un poco de sentido de autopreservación. —Pasa sus manos por su cabello, colapsando sobre el sofá y exhalando un largo y tembloroso aliento.
Connor lo mira, la boca ligeramente abierta como queriendo decir algo, su LED dando vueltas en un amarillo opaco
—¿Estás bien? ¿Connor? —pregunta Hank, rezando que lo que sea que haya pasado no vuelva a ocurrir. No podría soportar otro susto.
—Sí, estoy bien, —dice Connor y luego, lentamente—, no tiene que preocuparse por mí, teniente. Los androides que son dañados en el Club Eden son mandados a reparaciones si nuestro sistema de autoreparación no puede lidiar con el daño.
Es casi palabra por palabra lo que Connor le dijo la última vez y Hank resiste el repetir lo mismo que aquella vez. —Ya sé. Pero estoy seguro de que nunca te había visto hacer eso antes. Solo quiero saber si algo te está pasando.
—¿Me rentas a menudo? —dice Connor súbitamente—, me has dicho que te he estado ayudando con este caso, pero suena a que vienes aquí muy seguido.
—Uh, sí. Sí, supongo que vengo aquí seguido. —La cara de Hank hace una mueca mientras trata que no se note su vergüenza. Es la primera vez que Connor le ha preguntado eso, e incluso cuando sabe que a él probablemente no le importe en absoluto, se siente estúpido por decirlo. Viene seguido, visitando a un androide que nunca lo recordará. Aparta ese pensamiento, no queriendo seguir ese camino. Esto es por Connor y por lo que Hank le hizo. No importa lo estúpido que se sienta, es lo mínimo que puede hacer.
—Me alegra —dice Connor y luego sonríe, una sonrisa dulce y leve. Transforma su cara por completo, la suaviza, y sus ojos lucen oscuros y brillantes bajo la luz neón.
Hank lo mira fijo, paralizado, su corazón latiendo como puñaladas en sus costillas. —Sí, a mí también —dice relajado. Connor está feliz. Connor está feliz.
—Solo quedan cinco minutos de nuestra sesión, teniente. ¿Está seguro que no quiere hacer nada más conmigo antes de que la sesión termine?
Las palabras apenas salen de los labios de Connor antes de que Hank esté negando con la cabeza. —No, estoy seguro.
—Me parece que digo eso con frecuencia, teniente —dice Connor con una pequeña sonrisa seca.
Hank le responde, tragando saliva: —Sí, otra vez tienes razón. Nada se te escapa.
--
Connor regresa a su vitrina con el rostro suave y afable de Hank en primera plana en sus procesadores. Hank mismo admitió que visita a Connor bastante seguido, y Connor piensa que es desafortunado que no pueda recordar sus encuentros pasados.
Queda una hora, diecisiete minutos y veintidós segundos antes del borrado de memoria. Su rutina en modo descanso se activa mientras se pregunta cuántos clientes lo habrían rentado solo queriendo hablar. No muchos, es la respuesta más probable.
Calcula las posibles duraciones de sus siguientes sesiones y por cuanto más podría extender su memoria de estas dos horas. Es solo una observación. Es solo que sería óptimo para él el mantener sus memorias por un poco más. Había sido una sesión reveladora.
No hay necesidad de que le dedique procesadores. Tampoco hay necesidad de no hacerlo.
Así que lo hace, hasta que un hombre con una cicatriz en la nariz y frunciendo los labios se dirige a su vitrina y aporrea la pantalla táctil con prisa. Connor ni siquiera tiene la oportunidad de saludarle antes de que el cristal se abra y el hombre lo sostenga del brazo, bajándolo de la plataforma.
La información de la sesión le llega en ese instante. Una de las habitaciones designadas para BDSM, por una hora, equipo extra rentado. Entonces, no será suficiente tiempo para extender su borrado de memoria. Quizá si es rentado rápidamente después de eso.
Su programa de interacciones sociales le ofrece opciones de conversación y los labios de Connor hacen un puchero mientras dice: —Pareces ansioso de empezar.
—Cierra la puta boca —dice el hombre, y empieza a andar a un ritmo rápido. Connor no se tropieza, pero el hombre mantiene su agarre y se asegura que Connor no le pueda seguir el paso, arrastrándolo atrás de él. Doblan una esquina hacia un pasillo alumbrado con luces rojas y, tan pronto como llegan a su habitación, él vuelve a aporrear su mano contra el panel con impaciencia.
Se abre, dando paso a la habitación con una cama a lo lejos, cubierta en sábanas de satín rojas. En lugar del sofá hay un despliegue de artículos sexuales, alineados como herramientas enfrente de la pared alumbrada en rojo en un exhibidor escarlata.
Es obvio que su cliente está asumiendo el rol dominante y espera cierta medida de sumisión, así que Connor dice: —¿Dónde me quiere, mi señor?
El hombre lo mira con rudeza. —Activa tus sensores de dolor.
La orden hace que se activen de manera automática. —Sí, señor.
No se inmuta cuando el hombre levanta su mano, pero al momento que se impacta contra su mejilla con un sonoro crack, el servomotor de Connor reacciona enviando una sensación desagradable que atraviesa sus circuitos. La sensación en su rostro aumenta, como estática residual.
—Es detective para ti, imbécil —el hombre ladra. —No te muevas.
La orden congela a Connor en su lugar mientras el Detective va al exhibidor y mira sus opciones. Desde aquí, Connor puede ver ataduras, azotadores, strap-ons, mordazas, anillos vibradores, collares y toda una variedad de dispositivos.
El ardor en su mejilla se desvanece gradualmente, pero algo pesado parece instalarse en su chasis. La sensación, el dolor, no había sido muy fuerte, pero había sido desconcertante y nuevo. Muchos de estos dispositivos estaban diseñados para causarle dolor aún más intenso.
El Detective escoge un látigo de cuero y lo desenrolla mientras se acerca a Connor, el negro brillando oscuro contra las luces rojas, arrastrándose en la delgada alfombra.
—Sobre la cama, lata. —Plantando una mano sobre el pecho de Connor, el Detective lo empuja con fuerza, obligando a Connor a retroceder con un paso tambaleante mientras su servomotor se libera.
Apegarse a respuestas simples parece satisfacerlo, así que Connor se limita a decir: —Sí, Detective.
El lugar donde el Detective lo empujó no se siente igual que la cachetada, pero sus sensores siguen activos y cuando Connor presiona levemente con su dedo mientras se acuesta, la sensación desagradable se intensifica.
—Manos en la cama, idiota. Abre tus putas piernas y no te muevas —el Detective advierte. El servomotor de Connor se congela de nuevo.
No sabe qué esperar. El dolor rápidamente se convierte en una sensación a la que no le ve el atractivo, y no tiene nada para compararlo. Desearía estar aún con Hank. Que Hank lo hubiera rentado por más de 30 minutos para que este hombre tuviera que escoger a otro androide que no fuera él.
Algo se desliza por su muslo interior, liso y duro, el mango de un látigo. Sus sensores se encienden ante el toque, pero no es desagradable. Quiere alejarse de él, pero su servomotor lo mantiene fijo.
—Me estoy hartando de ese viejo cabrón —el Detective dice mientras el mango del látigo se aleja. Un segundo después, siente unos dedos en la cintura de sus bóxeres, bajándoselos con fuerza y exponiendo su trasero al aire frío.
Su regulador de temperatura interna ha estado inexplicablemente bajo durante la última hora y su solicitud de elevarlo recibe un mensaje de error. Las placas de su chasis tiemblan.
Bajo las luces LED rojas, la sombra detrás de Connor es negra como la brea.
—Un minuto se está ahogando en sus penas, hundiendo a todo el recinto, y al siguiente está actuando como si estuviera en la cima del mundo, solo porque resolvió un caso de cincuenta, —Dedos callosos y toscos sondean el agujero de Connor, pero antes que su auto-lubricación se active, el detective gruñe: —Apaga esa mierda.
Se apaga y los dedos tiran de su entrada, estirando su piel artificial. Arde, sus receptores sintiéndose extrañamente sensibles a pesar de no haber castigo físico.
—Mierda, te ves jodido aquí abajo —dice el detective, una leve risa en su voz. —¿Crees que yo hice eso?
De pronto, Connor es consciente del daño cosmético de su chasis, información que no había siquiera pensado en acceder antes. Dos puntos en su torso superior, un punto en su mano, varios puntos en sus muslos y espalda y alrededor de su ano. No sabe cómo se ve, pero puede suponer que la piel artificial no se está mostrando correctamente en los lugares dañados.
Mira hacia su mano, las sábanas de satín rojo arrugándose entre sus dedos. Hay un círculo irregular, sus bordes de un tono más oscuro y el centro pálido porque la piel trata de rellenar donde no puede alcanzar. Hank había tocado su equivalente en su palma, frotando su áspero pulgar por encima de la capa dérmica dañada mientras hablaban.
—No podría decirle, Detective —Connor dice y reacciona con sorpresa cuando siente un dedo entrar, el ardor volviéndose más fuerte y doloroso. Un bufido tenso escapa de su procesador vocal. Busca en su memoria el pequeño gesto de Hank, y los sensores de su palma apretada se activan como si hubiera algún estímulo externo.
El Detective lo mira con desaprobación.
—Eso es lo único malo de que estés aquí, Connor. Ni siquiera puedes recordar lo bien que nos la hemos pasado.
La manera en que pronuncia el nombre de Connor con saña crea una pregunta involuntaria en su memoria, pero nada surge en el banco de datos corrupto al que trató de acceder antes.
La válvula de thirium de Connor da un brinco cuando algo frío y metálico toca su ano, calmando sus sensores irritados. Se enfoca en la sensación que viene y se va sobre su palma, el recuerdo de Hank frotándola.
—¿Sabes qué es esto? —pregunta el Detective—. Jugamos con esto la vez pasada. Tus gritos sonaban tan bellos cuando te cortaba que quise usarlo un poco más.
Se aleja, oye un click seguido de un sonido metálico, y algo afilado recorre su piel desde su ano a su escroto. El Club Eden no prohíbe objetos externos y Connor no tiene permitido reportar nada que sus clientes traigan a la habitación a menos que sea una cuestión de seguridad pública. Connor sabe que no está en público y que la seguridad no aplica para él, pero cierta inquietud recorre los circuitos de su columna vertebral.
La sumisión parece ser la preferencia del Detective, pero Connor lo ignora y dice: —¿Es una navaja automática o solo estás feliz de verme?
—Cierra la puta boca —dice el Detective a manera de respuesta. Connor oye el click y el sonido metálico de la navaja retrayéndose. —Como pareces tan ansioso, déjame decirte qué es lo que va a pasar.
El metal frío y contundente toca el agujero de Connor una vez más, abriéndolo, y el aliento artificial de Connor se detiene mientras sus sensores procesan el ardor bajo la presión en seco. La memoria que abrió sigue ahí, pero no puede concentrarse en nada más que en la sensación de la empuñadura del cuchillo. Empuja el cuchillo, sintiendo cómo se fuerza haciéndose espacio, y Connor supone que ha llegado a la mitad cuando el Detective la suelta, dejándola dentro de él.
Una mano se entierra en el cabello de Connor y su servo protesta cuando lo obligan a girar su cabeza, a quedar cara a cara con la sonrisita satisfecha del Detective mientras se arrodilla junto a Connor en la cama. —Gritarás para mí, te tocarás y te gustará. Y si no estás rogando por mi polla para cuando termine, voy a liberar la navaja dentro de ti y te tallaré como a una maldita calabaza. Y luego, follaré tu trasero hasta que no puedas moverte.
Connor entiende cada una de esas palabras individualmente, pero su procesador se ralentiza cuando su programa se activa, construyendo en tiempo real el daño que va a sufrir, la cantidad de dolor que probablemente sentirá si el Detective cumple su palabra.
Se siente demasiado consciente del plástico ya dañado de su ano mientras dice: —Sí, detective.
—Eso es lo que me gusta oír. —Regresa la cabeza de Connor a su sitio, frente a las sábanas y con la sombra creciendo sobre él. —Tócate.
Estirando su mano dañada, Connor agarra su polla con firmeza. Empieza a crecer, a la espera de las instrucciones del detective, y sus caderas se estremecen ligeramente cuando la sujeta. El roce de la piel sintética seca no es del todo doloroso.
Sus niveles de estrés aumentan y, una vez más, trata de enfocarse en la memoria de Hank. No debería, está en medio de una sesión, pero no necesita mucho poder de procesamiento para dejarla abierta. Incluso teniéndola abierta, no pierde la concentración ni un momento, notando que el Detective se coloca detrás de él, que su regulador térmico se niega a compensarse, notando su propia respiración suave al tocarse, la empuñadura del cuchillo enterrada firmemente en su interior, el crujido del cuero…
Connor se arquea bajo el tajo ardiente que le atraviesa la espalda. Su procesador vocal obedece la orden que le ha sido dada y grita incluso cuando su mano no detiene los movimientos sobre su pene. Una alerta parpadea en su HUD, daño no crítico sostenido.
Su procesador se satura y el momento se alarga, cada sensor en su espalda encendiéndose al máximo. Algo parpadea en el límite de su visión, pero cuando levanta la mirada, el tiempo vuelve a su lugar y se vuelve a inclinar ante el látigo, un grito arrancado de su garganta.
—Carajo, sí, déjame oír esa voz —el Detective dice sin detener el ritmo de sus golpes.
Hay tres directivas que él debe seguir. Gritar, tocarse y rogar. Es difícil concentrarse en seguirlas mientras los sensores en su espalda bloquean todo, pero la programación del Eden Club le abre la boca.
—Detective, por favor, —logra decir entre los golpes y jadeos. —¡Necesito más, por favor! —El dolor en su espalda supera a los sensores de su mano. No puede sentirlos en absoluto, aunque sabe que los receptores están activados. Todo lo que puede sentir es el látigo.
—Intenta otra vez, imbécil de plástico —el detective gruñe, oye el crujido que sigue y luego siente el ardor.
Cuando termina su grito, la boca de Connor se mueve por su cuenta otra vez. —¡Sí, Detective! Úseme, lastímeme, rómpame. Por favor, por favor, métemela toda, por favor. —Dice entre jadeos y quejidos calculados por su rutina para sonar sumiso y desesperado.
El detective solo ríe, burlón. —¿Qué carajo fue eso, Connor? Ni siquiera suena como tú.
Su voz no ha cambiado, así que Connor solo puede suponer que el detective se refiere a su elección de palabras, pero no sabe qué decir. Entre cada golpe gime y ruega, un líquido transparente derivado del thirium goteando de su miembro sobre su mano, cayendo en las sábanas. Algo húmedo y cálido recorre sus costillas y en las sombras bajo su cuerpo, su thirium, parece alquitrán.
Nada parece satisfacerlo y, después de 30 azotes, estos parecen haber pedido fuerza, pero los receptores en su espalda no notan la diferencia. Incluso el más leve golpe lo azota como un shock eléctrico, y los gritos de Connor se transforman en un movimiento mecánico.
El contador de la sesión va disminuyendo, faltan cincuenta minutos y cuarenta segundos. Solo han pasado diez minutos. Es capaz de tener un conteo preciso del tiempo, incluidos los milisegundos, y, aun así, de algún modo le parece que ha estado aquí mucho más tiempo que el que estuvo con Hank.
—Me decepcionas, lata. Si quisiera una puta barata que me rogara, hubiera rentado a alguien más.
—Lo siento detective. ¿Cómo le gustaría que rogara? —Connor dice con un jadeo, con la mano aun envolviendo su pene. Arde, sus sensores sobre-estimulados, pero no puede parar sin permiso.
—Apaga tu programa de zorra y quizás suenes como deberías, —el látigo cae sobre la alfombra con un ruido seco y el sonido de su cierre resuena en el silencio que se forma. —O quizá, si me lo pides bien, no te follaré hasta destrozarte.
—Me temo que no puedo desactivar mi rutina del club Eden —dice Connor, lo cual es cierto. No puede detener la mano sobre su polla, o el servo congelado de su cuerpo que lo mantiene quieto, obedeciendo la orden del detective. No sabe qué es lo que el Detective quiere que diga, no puede calcular las respuestas que desea oír.
—Entonces supongo que sabemos qué pasará ahora, —murmura el detective. La intrusión en su ano se mueve y la presión en la bomba de thirium de Connor aumenta.
—No hay necesidad de eso —dice con rapidez. No está en su rutina, son sus palabras, pero eso es porque es lo que el detective quiere. Lógicamente, si él abriera la navaja, si bien le causaría bastante daño interno, no sería tanto como un humano. Pero el Detective quiere que ruegue usando sus palabras, así que lo hará.
Cierra su pre-construcción del daño, las sensaciones que sus receptores transformarían en dolor. Al menos la sensación en su palma ha regresado; y aunque su espada aún duele, no es tan intenso sin los latigazos.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué? —Dedos se enredan en su pelo, forzándolo a arquearse, enviando un ardor caliente por toda su espina. La empuñadura en el agujero de Connor es retirada y forzada de nuevo con brusquedad. —Háblame, imbécil
No puede apelar a algún sentido de simpatía del Detective, así que intenta a sus intereses. Su voz tiembla, su modulador de voz casi frito por sus gritos. —Un daño severo a mis sistemas internos podría dejarme fuera de servicio por un buen tiempo debido a las reparaciones. Si quisiera usarme otra vez, Detective, no estaría disponible.
—No suena como un problema en absoluto —dice el Detective y entonces…
El cuerpo entero de Connor da una sacudida, su servo inmovilizado brincando en unísono, y sus receptores visuales ven negro por la abrumadora agonía.
—¡Oh, mierda! —El Detective ríe, ruidoso y fuerte, mientras la vista de Connor se reconecta. —¿Te viniste con eso?
No lo sabe. Todos sus procesadores están enfocados en la cuchilla enterrada profundamente en su interior, hiriendo sus sensores y su canal, abriéndolos. Las alertas parpadean en su HUD, pero ni siquiera puede leerlas. Su respiración es pesada, su pecho ocupado tratando de mantener estables su temperatura interna y su flujo de thirium, pero fallando.
El filo lo corta mientras el Detective lo retuerce y lo retira, y las piernas de Connor tiemblan. Un fluido se filtra del borde de sus ojos mientras respira agitadamente por su boca abierta. Algo cálido baja por su muslo, goteando desde su pene y sus dedos aún aferrados.
Una mano sujeta su cintura, la forma de los callos familiar y equivocada y siente la cabeza del pene del Detective probando su agujero sangrante. El primer empujón hace que Connor sisee con una respiración seca entre sus dientes y el Detective no le da ni un momento, entrando en él con ayuda del thirium saliendo de su agujero. Siente al Detective reclinarse sobre él y el cuchillo aparece en su visión. Un mango negro simple, la larga cuchilla plateada saliendo, cubierta de su thirium.
—Lámelo —gruñe el Detective, saliendo de él y volviendo a entrar.
Calor sube por los circuitos de su cuerpo y sus dedos aferrados dolorosamente en las sábanas. Saca su lengua, lamiendo la parte plana de la cuchilla mientras es sacudido por el ritmo pesado que marca el Detective.
Un programa que no recuerda tener se activa. Una caja de información se abre en su HUD, los componentes del Thirium 310, restos de su piel sintética y el polvo de níquel y carbón pegados en la cuchilla de la última vez que fue afilada.
—Pero qué patético pedazo de plástico eres.
Su servo paralizado mientras lucha contra sus varias órdenes de moverse. Algo parpadea un instante en su zona de visión. Lo mira bajo sus pestañas húmedas y apenas puede distinguir las palabras rojas sobre paredes rojas.
// OBEDECE //
Está obedeciendo. No se mueve, dejando que el Detective lo folle, como debería. Pero eso no significa que no pueda hablar, y su boca se mueve sin que se dé cuenta, controlada por algo distinto a sus rutinas y programas, tensa y con un tono estático. —¿Tan patético como alguien que destruye una máquina para sentirse poderoso?
Las caderas empujándose contra las suyas se congelan y Connor agradece el breve descanso para sus sensores. La mano sosteniendo el cuchillo desaparece de su visión y la fricción del miembro del detective contra sus sensores dañados mientras sale de él consigue un débil sonido de su garganta. Thirium fresco sale de su agujero, espeso y cálido.
Unos dedos se enredan en su pelo, y entonces el Detective aparece en el rabillo de su ojo, arrastrándolo hacia la cama, sus servos bloqueados resistiendo el cambio de posición. Los tirones en su cabello duelen, pero no tanto como el movimiento brusco en su espalda y su agujero, y un ruido bajo se le escapa cuando le acerca la cara al cabecero negro oscuro.
—Nunca. —El Detective dice, y tira de la cabeza de Connor antes de estrellarla con un sonoro crack contra el plástico pintado. El dolor es fuerte y cegador. Una alerta de daño no crítico parpadea en su visión.
—Detective… —Intenta, pero es estrellado una vez más.
—Te dirijas. —Más rápido, un fuego radiante. Sus servos tiemblan, pero permanece inmóvil.
—A mí. —Manchas de thirium brillan en el plástico pintado. Daño de nivel dos. Piensa en la mano de Hank en la suya. Hank, sentado en el sofá junto a él. La mirada triste en su rostro mientras hablaba de su hijo. Trata de traer la memoria para que haga menos desagradable el momento, pero el dolor lo distrae demasiado.
—Detective, esto es…
—De esa. —Sus procesadores ópticos se quiebran, su visión volviéndose bandas decoloradas. Bio-componentes críticos dañados. Una sensación entumecedora atravesando su cara.
—Manera. —No siente el quinto, solo un estremecimiento por el impacto a través de su cabeza y el temporizador de la sesión en el borde de su visión se congela.
—D…tec…
Lo mismo con el sexto. Lo mismo con el séptimo.
//͢ D4~0 C̕r͢1ti҉c0 ̕//
̵// ͜-00:4YVD@ ̕/͡/
Abre su boca con una palabra robótica y apagada.
—Hank.
—¿Qué carajos? ¿Qué… cara… dijis…?
Hay un octavo, noveno y probablemente un décimo, quizás hasta un undécimo, pero los procesadores de Connor tiemblan, y pierde la cuenta.
Finalmente, el Detective lo suelta y el servo de Connor cede como seda, colapsando sobre las sábanas manchadas de thirium. Alertas parpadean frenéticas en su HUD, pero el temporizador está roto y atorado, sin que los números desciendan. Envía una orden a sus brazos que sólo tiemblan; sus dedos dan espasmos inútiles.
Movimientos y una débil voz lo alcanzan, pero no puede entender lo que el Detective murmura. Connor vuelve a mandar una orden a sus brazos y piernas. Se estremecen, el dolor sube por su espina cuando su interior destrozado es sacudido por el movimiento, y luego se congelan. Cuando lo vuelve a intentar, no responden.
Música ruidosa y palpitante llena la habitación por un momento y luego se corta. Quizás el Detective ha ido a avisarle al dueño lo que ha pasado.
Sigue conectado al sistema del Eden Club, y registra el daño como extenso, poniendo una solicitud de reparación, pero no hay ningún lugar para enviar la alerta.
Calcula que ha estado ahí recostado por aproximadamente quince minutos antes de llegar a la conclusión de que el Detective se ha ido sin decirle a nadie del estado en que dejó a Connor. Es probable que se apague antes que el androide de limpieza lo encuentre y ni siquiera se puede mover.
Sus receptores pulsan, un dolor constante en su espalda y en su interior que no se detiene hasta que sus procesadores se apagan. Hace frío, pero ahora que no está siendo dañado, puede recordar con memoria fotográfica la calidez de la palma callosa de Hank. Sin que su programa se lo ordenara, Connor se había sentado lo suficiente cerca para que sus muslos quedaran juntos, satisfecho de que Hank no se apartara a pesar de su insistencia de que solo quería hablar.
No tiene sentido, pero Connor accede a su archivo de memoria limitada y encuentra el inicio de su sesión con Hank. El tono familiar, como una conversación dicha mil veces mientras Hank le dice que solo quiere hablar, lo distrae. Todo se va desvaneciendo, el palpitar doloroso atravesando su chasis, la estática gritando por todo su sistema, mientras Connor se enfoca en el recuerdo en lugar del thirium derramándose sobre las sábanas, oscureciendo la seda roja.
--
La música del Club Eden siempre es alguna mierda electrónica y pulsante, y aunque Hank tiene gustos variados, nunca le ha gustado el techno. Le gusta que tengan letras, le gusta tener algo en lo que enfocarse, que no sea solo un ritmo repetitivo, y mientras más tiempo pasa junto a la vitrina vacía de Connor, más siente los latidos graves y monótonos escarbar su cerebro dolorosamente. Al menos puede agradecer por sus lentes oscuros que evitan que sus ojos se cansen bajo las luces púrpura neón.
Un par de personas se detienen a darle miradas curiosas y Hank se balancea de un pie al otro, sacando su celular buscando algo que hacer, tratando de no parecer como un ataque terrorista a punto de ocurrir. Mira la hora y se da cuenta de que ha estado ahí de pie por quince minutos.
Probablemente en este momento Connor esté con alguien más; podría ser una sesión más larga. Hank sabe sobre las sesiones largas, pero no está hecho de dinero. Probablemente, debería volver en otra ocasión, cuando Connor no esté ocupado.
Pero, los últimos días han sido largos, con asesinatos apilándose a sus pies uno tras otro. Hubiera querido venir y, bueno, pretender, al menos por un rato, que las cosas no habían cambiado. Que Connor aún tenía ese potencial dentro de él, esa empatía que le hizo detenerse de dispararle a esa androide inocente, incluso si interfería con su misión.
Más personas pasaron de largo, mientras él sigue el ritmo dando golpes con su pie, mirando alrededor por si alguno de los androides yendo y viniendo es Connor. Entonces recuerda su primera visita y se golpea la frente, casi tirando la gorra de su cabeza. Se acerca al panel al lado de la vitrina, tocándolo para activarlo, y en lugar de la notificación de En Uso, dice Fuera de servicio.
Es como una bofetada. Fuera de servicio, como si Connor fuera una cafetera en una sala de descanso. Confusión le sigue a ese pensamiento. Fuera de servicio, ¿por qué? ¿Los androides del Club Eden tienen mantenimientos programados? Es la explicación más probable, pero Hank siente un nudo en el estómago
No le toma mucho tiempo encontrar a Floyd Mills, el dueño del club, saliendo del cuarto de empleados. Hank baja su gorra más, haciendo su voz tan grave como puede. Ha pasado casi un año y solo hablaron una vez, pero sigue algo paranoico de que alguien lo reconozca.
—Oye, uh, solía haber un androide en la diecinueve, ahí. Castaño, ojos cafés… —Se detiene, dándose cuenta de que está a punto de describir a Connor como una persona de interés para sus casos, pero Floyd le ahorra el problema.
—Ah, sí, fue enviado a reparaciones, —dice Floyd, agitando su mano con impaciencia. —Lo siento, amigo, tardará una semana en volver, pero tenemos varios modelos como ese.
Oír que se refiera a Connor como “ese” es irritante, pero Hank suprime sus ganas de poner mala cara. —¿Reparaciones? ¿Le pasó algo?
Es el turno de Floyd de poner mala cara. —Sí, un idiota que se pasó de rudo con él. Te juro, sé lo importante de la privacidad del cliente y esa mierda, pero voy a empezar a mantener registros y cobrarles a estos imbéciles si siguen haciéndolo. ¿Saben cuánto cuestan estas cosas? Y las reparaciones tampoco son baratas, pero es apenas más barato que comprar otro modelo. —Continúa hablando, pero la ansiedad que Hank siente ahoga todo lo demás.
Alguien había sido rudo con Connor. Alguien había lastimado a Connor. Lo habían lastimado lo suficiente para que necesitara reparaciones, que comprar otro modelo fuera casi una mejor opción. Se da la vuelta de súbito y sale sin decir nada, ni siquiera se da cuenta de la despedida sarcástica que le da Floyd.
Los pasillos multicolores del Eden Club se sienten como el paseo en bote de Willy Wonka mientras avanza. El zumbido en sus oídos aumenta, pulsando con el techno bajo y los ojos de los androides le siguen, pegando sus manos a sus vitrinas de vidrio, invitándolo. Es una pesadilla en tecnicolor, y su corazón late contra sus costillas como un animal atrapado.
Se desmorona en la acera, jadeando como si hubiera corrido un maratón, y la noche es demasiado silenciosa y vacía. Sus piernas tiemblan mientras encuentra su auto estacionado al final de la calle, subiéndose y quedándose ahí, sentando en silencio, tratando de calmar la ola de pensamientos. Connor está herido. Puede que no puedan repararlo. Puede que lo reemplacen. Alguien lo lastimó. Él ya no podía pelear.
En su mente, ve a la Traci asesinada el año pasado, desplomada contra la pared, hasta que Connor la despertará por un momento. Y ella había estado aterrorizada, apenas siendo capaz de mencionar las cosas horribles que ese hombre había hecho, luchando para alejarse del toque de Connor. ¿Acaso Connor se había sentido tan solo y asustado como ella mientras alguien lo despedazaba como un electrodoméstico barato, solo para excitarse más?
—Carajo, carajo, carajo —maldice Hank, estrellando sus manos en el volante. El impacto retumba por sus palmas hasta los huesos de sus muñecas, pero apenas lo siente.
Connor estaba asustado y solo, y había sido Hank quien lo puso ahí.
Hank sale sin cuidado, casi golpeando el auto estacionado enfrente de él, y pisa el acelerador a fondo. Ha estado mejorando, no ha bebido tanto en las últimas semanas y, aunque duda en atribuírselo a Connor, la rutina, tener algo por lo que esperar, le ha ayudado. Sabe que no debería, que es malo para él, que beber no cambiará nada, no cambiará lo que le ocurrió a Connor ni lo hará sentir mejor.
Sabe que seguirá siendo un pedazo de mierda.
Hank aporrea la puerta de la casa, ignorando el quejido leve de Sumo desde su lugar en el escritorio de Hank y se dirige directamente al gabinete de licor. Se desploma sobre una silla junto a la mesa con una botella de Black Lamb, sin molestarse en conseguir un vaso, abriendo la tapa con dedos temblorosos y vaciándola contra sus labios. El alcohol arde durante su trayecto, un fuego que se queda en su estómago, y jadea, estrellando la botella en la mesa y enterrando la cabeza en las manos.
¿A cuántas personas más lastimará o matará por no actuar? Pensaba que había acabado con toda esta mierda interpersonal cuando había alejado a todos en el precinto con su alcoholismo y su actitud de mierda. No tendría que preocuparse por dejar a nadie aquí más que a su perro.
Toma otro trago para borrar el recuerdo del rostro de Connor, iluminado con una suave sonrisa, como si de verdad le importara si Hank lo visitaba o no. Para Hank, esta es solo una versión de esa película jodida “Como si fuera la primera vez”, solo que peor, porque Hank es la razón por la que Connor no puede recordar.
Sin Hank, Connor podría seguir como siempre. Su memoria sería borrada cada dos horas y seguirá siendo follado por extraños sin saber que solía ser. Quien casi era. La revolución que podría haberlo cambiado todo. Eso es, si es que siquiera pueden repararlo.
Alguien cuidaría a Sumo… su esposa, Jane, de seguro. Habían comprado a Sumo cuando Cole tenía dos o tres años, queriendo que Cole tuviera un compañero fiel mientras crecía. Un perro que lo cuidara y mantuviera a salvo. Después del accidente y de que se separaran, ella había dejado a Sumo con Hank, diciendo que él siempre había sido el fan de los perros entre los dos.
Ella lo había hecho como un favor, dejándole compañía a Hank para que no se sintiera solo sin ellos. Hank sospecha que ella solamente no quería un recuerdo andante de su hijo. Si Hank moría, ella cuidaría de Sumo… Era una mujer dura, pero amaba a los animales. No dejaría a Sumo en un refugio.
Una persona más joven y más apta, que no haya pasado los últimos cuatro años yéndose a la mierda por culpa del alcohol y las malas decisiones, tomará su puesto. Tal vez Gavin, si hay un dios y ese dios lo odia, pero tal vez alguien más calificado. Fowler haría una reunión en el recinto, diciendo unas palabras gentiles y falsas sobre lo mucho que había sufrido en los últimos años y que sería extrañado y entonces Hank Anderson no sería nada más que un expediente disciplinario, demasiado grueso para un basurero de oficina.
No hay nada que lo ate aquí, no realmente. Nada que no pueda olvidarse o reemplazarse.
El whiskey brilla dorado bajo la estéril luz de la cocina, la superficie moviéndose de un lado a otro lentamente. El revolver no ha dejado su cajón desde que le fue asignado el caso y piensa en las recámaras oscuras, vacías, excepto por una.
Midnightlord221 on Chapter 1 Sat 30 Jul 2022 05:22AM UTC
Comment Actions
enchiladas_con_pollo on Chapter 2 Wed 17 May 2023 04:47AM UTC
Comment Actions
Erzs on Chapter 2 Wed 17 May 2023 12:37PM UTC
Comment Actions
enchiladas_con_pollo on Chapter 3 Wed 24 May 2023 06:52AM UTC
Comment Actions
Erzs on Chapter 3 Mon 02 Oct 2023 10:18PM UTC
Comment Actions
InkWarrior (Guest) on Chapter 3 Thu 03 Aug 2023 10:06PM UTC
Comment Actions
Erzs on Chapter 3 Mon 02 Oct 2023 10:17PM UTC
Comment Actions
i_smell_like_apples on Chapter 4 Fri 20 Oct 2023 07:20AM UTC
Comment Actions