Chapter Text
Rhaenyra estaba de pie frente a un gran estandarte, sin embargo, a diferencia del que ella recordaba, perteneciente a su familia. El escudo de este era un tanto diferente. El dragón de tres cabezas era dorado, no rojo como siempre había sido y aunque el fondo seguía siendo negro, ella no entendía porque el cambio repentino de color, ni de su significado al respecto.
A sus espaldas, un rugido penetrante, potente; resonó en sus oídos, obligándola a darse la vuelta para enfrentarse a un dragón. El color de la criatura era dorado, brillante y precioso. Podría incluso considerarse uno de los dragones más bellos que Rhaenyra tuvo la oportunidad de ver.
Por otra parte. La sensación de tener al dragón frente a ella, observándola. Le hizo dar dos pasos hacia atrás, como si algo le dijera que corriera, más bien, como si una voz al fondo de su cabeza le rogaran que escapara. Su cuerpo le dijo que lo hiciera, diera la vuelta y no mirara hacia atrás, pero su mente parecía no manifestar lo mismo.
En su lugar, Rhaenyra avanzó cuatro pasos más hacia la criatura, comenzando a acercarse lentamente, levantando las manos en una señal inofensiva. El dragón rugió en respuesta y ella se detuvo unos segundos.
–"¡Corre!" –le gritaban, pero ella lo ignoró.
Rhaenyra continuó lentamente hasta parar justamente frente al dragón dorado. Intentó tocarlo, aunque en un inicio la criatura parecía rehacía a aceptar su toque.
–"¡Por favor, corre!"– ahora aquel ruego parecía un llanto.
Sin embargo al final, después de tanta insistencia, el dragón permitió que Rhaenyra posicionara su palma sobre su piel, tan dura, brillante y caliente, contrastante con la mano de ella.
–Ves...–susurró la princesa. –no voy hacerte daño.
El dragón soltó humo por su nariz, pero no hizo alguna señal de intentar quemarla o lastimarla.
Y con una sonrisa sobre los labios, Rhaenyra logró escuchar levemente antes de caer en la oscuridad:
–¡Mamá!
Un fuerte escalofrío le recorrió la espalda cuando abrió los ojos. Desorientada, Rhaenyra soltó un largo suspiro mientras observaba a su alrededor. La luz comenzaba a filtrarse por las ventanas, sin embargo, aún falta mucho para poder considerar la temprana llegada del amanecer.
Entumida, Rhaenyra no sabía cuantas horas habían transcurrido, ni cuando se quedó dormida, los ojos le pesaban pero por alguna razón no se sentía cansada. Aegon ya no estaba a su lado. Era posible que algún momento cuando los dos estaban dormidos hayan venido por él. Algo le decía que fueron sus nodrizas y no su madre.
Al fondo de la habitación, la princesa alcanzó a ver el atuendo que sus damas habían preparado para ella, un vestido tan elegante de color negro con adornos dorados y las intrincadas prendas de encaje que poco utilizó desde que despertó de su largo sueño. Extrañada, Rhaenyra se preguntó por qué tanto esfuerzo en algo que solo verán ellas. Pero entonces, una fuerte corazonada impactó en su pecho.
El negro era el color de su casa, no era extraño que ella lo utilizara, pero estos días donde pasó el día entero confinada en su habitación, Rhaenyra se ahorró la molestia de ponerse vestidos complicados y vistosos, sus damas lo sabían a la perfección; por ello, el que le traigan una prenda de este tipo es porque algo sucedería ese día, un hecho importante que incluso su padre se negaba a que faltara.
Echó un vistazo a su alrededor, pero ninguna de sus damas estaban cerca.
–¿Jane? –llamó la princesa.
Pero quien apareció fue Elinda.
Elinda, de la casa Massey, era la última hija de su familia, por lo tanto, también la más joven y gentil entre sus damas. Con apenas doce años, Elinda siempre intentaba complacer a Rhaenyra. Era tímida y muy poco sociable, pero siempre tenía una sonrisa en sus labios, causando un breve alivio cuando alguien la veía.
–Princesa. –dijo la joven tímidamente.
–¿Dónde están las demás?
–Oh, fueron a preparar su baño. El rey ordenó que estuviera lista un poco después que el sol saliera.
Estando en lo correcto, Rhaenyra se puso de pie lentamente y avanzó poniendo mucho cuidado en no pisar en falso. Cada día veía mejora en los latigazos de dolor, disminuyendo de a poco, eso no quitaba que aún le incomodan pero no se quejaba en absoluto, era consciente que sus heridas tardarían más en sanar si no se tratara de ella.
Poco después, sus damas regresaron con cubetas de agua hirviendo y la ayudaron a adentrarse a la tina.
La sensación del agua hirviendo abrazaba su piel dándole un tono más rojizo a pesar de no causar ningún tipo de dolor o quemadura en ella. Era bien sabido que los Targaryen procuraban bañarse en aguas con temperaturas increíblemente altas y debido a que se le tenía estrictamente prohibido salir de sus cuartos o tan siquiera de hacer algo productivo, Rhaenyra pasó los siguientes días tomando baños a todas horas, siendo ayudada por sus damas. Cada vez su movilidad iba mejorando, al igual que sus heridas. Sin embargo, un cambio irreversible y que los Maestres ya le habían dicho, son las cicatrices que permanecerán en sus muslos y torso.
Trazó una de ellas con el índice bajo el agua, siguiendo el camino hasta llegar donde se conectaba con la demás líneas de diferentes tamaños, contrastando con su piel pálida en tonalidades rosadas. Continuó recorriendo hasta detenerse en su torso, la más grande de todas y por lo tanto, la más notoria. Se posicionaba justamente en su cintura, tan grande que parecía que le habían dado con un látigo alrededor varías veces. Intentó ignorarlas lo más que pudo, se decía a sí misma que no eran importantes y unas simples marcas no cambiarán nada en su vida, sin embargo, en el fondo, no soportaba saber que las tenía.
Ella siempre fue descrita como la mujer más bella de los siete reinos, la nombraron la delicia del reino por ello y aunque pueda escucharse superficial, le gustaba saber que realmente la consideraban hermosa. Se preguntaba qué es lo que dirían si se supiera que ahora estaba marcada por un suceso estúpido como el caerse de un caballo. Siempre pensó que si llegara a tener cicatrices, sería por haberla recibido en batalla, con alguna espada, peleando por un objetivo y beneficio a su reino, pero los Dioses le jugaron una mala broma. No solo perdió su memoria, también quedaría marcada de por vida.
Apartando la mirada en negación, Rhaenyra se encogió casi desbordando el agua para concentrarse en Elinda. Quien observó todo y entendió la inseguridad de la princesa, regalándole una sonrisa para tranquilizarla e inclinándose para pasar la esponja sobre el cuerpo de Rhaenyra.
–¿De qué trata el evento que mi padre quiere que asista?
–Es una ceremonia. –informó Jane, quien le lavaba el cabello. –En nombre de los Velaryon y todos aquellos quienes perdieron la vida en la guerra.
Sorprendida, Rhaenyra se aferró a la orilla de la tina y volteó a ver a Jane provocando que tanto ella como Elinda, detuvieran lo que estaban haciendo.
–¿La guerra ha acabado? –Jane asintió. –Pero, ¿por qué en nombre de los Velaryon?
Sintiendo un breve pinchazo de preocupación, Rhaenyra recordó que su tío también participó en esa guerra.
–Vaemond y Laenor Velaryon fallecieron en batalla.
La princesa abrió los ojos desmesurados, pasmada por la información dicha por Jane. La muerte de Vaemond era una tristeza, pero la de Laenor era una verdadera tragedia. Laenor era el heredero de los Velaryon, el único hijo varón de Corlys y Rhaenys. Su primo fue un muchacho que a pesar de sólo recordar los momentos que pasaron antes de la muerte de su madre, siempre la trató como una amiga más que una princesa. Y junto a Laena, los tres formaron parte de una gran amistad.
El aire le faltó al recordar a su prima. Ella más que nadie sabía lo unidos que eran Laenor y Laena, lo mucho que se amaban y respetaban. Rhaenyra había perdido a más de un hermano, pero existía una gran diferencia. Ella nunca sostuvo a uno en sus manos, ni alcanzó a verlos o interactuar con ellos. Nunca formó un lazo tan estrecho como lo hizo Laena. La noche anterior junto a Aegon fue apenas su primera experiencia en tratar con un pariente de sangre tan cercano como un hermano y si por decisión de los dioses, Aegon pereciera. Rhaenyra tal vez se entristeciera, no quitaba el hecho de que Aegon era un pequeño y su medio hermano, pero lo superaría en algún punto. En cambio, Laena, aunque es una joven fuerte, también es sensible, una mujer que adoraba a su hermanito.
Necesitaba enviarle una carta.
No, tenía que verla. Estar con ella en un momento de luto tan horrible como aquel. Mucho más cuando sabía que en el funeral de su madre era ella quien estaba a su lado. No lo recordaba pero tampoco lo dudaba.
–¿Los Velaryon estarán aquí? –preguntó la princesa, a pesar que le extrañaba que una ceremonia en su nombre formara parte en desembarco del rey.
–No, el funeral se llevará a cabo dentro de dos días, cuando el cuerpo de Ser Laenor y Vaemond llegue a Marcaderiva. El rey insistió en hacer una ceremonia debido a que la princesa Rhaenys no quiso que nadie asistiera a los funerales. Incluyendo la familia real.
Si era cierto por lo poco que sabía. Entendía porque Rhaenys no quiso que absolutamente nadie se presentara en los funerales. A fin de cuentas, todos los dejaron a su suerte y de los Dioses. Faltaban muchos aspectos que Rhaenyra desconocía al respecto de esta guerra para tomar una postura clara.
Según su padre, Daemon y Corlys comenzaron una guerra que no debían. Actuaron en contra de su orden y por lo tanto, en contra del reino y el consejo. Era válido dar un paso atrás y observar de lejos las consecuencias de dos hombres que ejercieron sin cavilar.
Sin embargo, qué significaba esta guerra para ellos. Corlys nunca fue un hombre inverosímil o impulsivo. Sus simples hazañas lo verificaban. Tal vez no podía decir lo mismo de su tío, pero no lo veía siendo capaz de adentrarse a una guerra si no hubiese algún beneficio o razón para hacerlo.
Sea cualquier cosa. Rhaenyra sabía que tenía que estar con ellos. Si, eran la segunda familia más poderosa de poniente y tenerlos como enemigos era muy peligroso, pero lo que más significaba para la princesa es que eran familia. Se trataba de sus tíos, de sus primos. Gente que amaba y apreciaba.
No podía abandonarlos.
–Mi tío, el príncipe Daemon...–Ella sabía que no podía estar muerto. Una noticia así se habría dicho desde el principio, un gran desastre habría ocurrido. –¿Estará en el funeral?
Jane terminó de acomodar lentamente a la princesa para continuar lavándole el cabello.
–No lo sé, princesa. Solo se sabe que está vivo.
Y era todo lo que le bastaba a ella. Si lo hubiese perdido, posiblemente ella también se habría perdido a sí misma. Incluso su pecho quemó al pensar una probabilidad. Así que decidió pensar en la realidad. Él estaba vivo y volvería a verlo, no sabía cuándo pero estaba segura de hacerlo.
Fue ayudada por sus damas el resto del baño, permitió que hicieran todo después de salir mientras ella se perdía en sus pensamientos.
Hace tanto que no sentía un vestido perfectamente moldeado a su cuerpo, sin embargo tenía un corte elegante y cómodo para una ceremonia como aquella, los decorados dorados eran un simple adorno, sin ser exagerados o llamativos, ayudándole a no verse más pálida de lo que ya era e incluso darle color. Su cabello fue recogido en trenzas, envueltos en un velo negro y para el toque final, querían ponerle un collar de rubíes, sin embargo detuvo a Jane antes de tomarlo.
–El collar de mi tío. –pidió la princesa en un hilo de voz. –quiero el collar que mi tío me regaló.
Aquel collar fue casi lo último que recordaba antes de llegar a un fondo negro en su mente y agradecía de acordarse de él. Un regalo tan especial que le hubiera dolido no saber que existía, a fin de cuentas como él le dijo, era un pedazo de dónde provenían y fue dado por él.
Cuando terminaron, Elinda se ofreció a ayudarla a caminar hasta el lugar donde se llevaría a cabo la ceremonia, pero Rhaenyra no quiso su ayuda, o la de nadie más. Sabía que estaría rodeada de nobles, de por sí con su presencia es posible que murmuren sobre ella, el que le vieran siendo ayudada a caminar terminaría siendo una sentencia. En la fortaleza roja ninguna alma estaba libre del veneno que se extendía en los pasillos. Siempre hubo una aventura, una traición, una venganza. Ni siquiera ella al ser la princesa de Dragonstone estaba extensa de ello.
Armándose de valor. La princesa recorrió sola hasta la puerta con sus damas a sus espaldas pero sin tocarla y salió dando los pasos más seguros posibles.
La fortaleza roja ha sido su hogar desde que tiene memoria, conoce las caras y nombres de la mayoría de los sirvientes, caballeros y guardias, sin embargo, el hombre que la recibió al otro lado, era alguien que nunca había visto.
Un hombre alto, de cabello oscuro, ojos verdes pero que fácilmente podría ser confundido por cafés. Sin duda un hombre atractivo pero que llamaba la atención por tener características Dornienses.
Mirándose un par de segundos el uno al otro, Rhaenyra parpadeo varias veces a punto de preguntar su nombre, pero al notar que tenía puesta la armadura de la Guardia real guardó silencio una vez más. Cabía la posibilidad que fuera un nuevo caballero. En realidad le provocaba cierta curiosidad observar a un hombre que explaya tanto encanto en la guardia real. Normalmente la mayoría de aquellos hombres parecían tan... bueno, raros. A excepción de Ser Harrold Westerling, claro. Él tenía su más sincero cariño y aprecio.
Buscando su escudo juramentado, se percató que tan solo se encontraba ese hombre. Ser Harrold no parecía estar por ninguna parte, razón que le extrañaba ya que en sus largos años como caballero, nunca faltó de su lado.
–Princesa. –Saludó el hombre, apretando los labios y bajando la cabeza como si estuviera avergonzado.
Confundida, Rhaenyra miró de reojo a Jane en un pedido de auxilio.
–Su escudo juramentado, princesa. –Le susurró su dama. –Ser Criston Cole.
Asintiendo, sorprendida, la princesa le regresó el saludo.
Dio un paso con intención de seguir su camino, sin embargo, decidió detenerse y enfrentarse a ese hombre. Algo le decía que tenía que hablar con él, aunque fuera para decir dos palabras.
–Ser Criston... yo, supongo que ya conoce de mi infortunado accidente, no recuerdo mucho de aquellos tres años.
El caballero afirmó levemente, aún sin tener el valor suficiente de dirigirle una completa mirada. Como si algo lo detuviera de hacerlo, causando que la princesa inhalara queriendo descubrir porque la eludía con tanto ímpetu. En principio, también se preguntaba qué había sucedido con Ser Harrold para que ahora fuera este hombre su caballero juramentado.
Dioses, no pudo creer que en tan solo tres años muchas cosas en su vida hayan cambiado tan radicalmente, tantas relaciones desaparecieran de una forma que jamás imaginó y que otras tantas aparecieran sin más.
–Quisiera disculparme por no haberla protegido como debería. –intervino el caballero.
La expresión rígida de Criston era fácil de ver.
Parecía realmente sentir culpabilidad por lo sucedido, provocando cierta aprensión a Rhaenyra sin saber qué sentir exactamente.
Desde que despertó se culpó a sí misma, pues en realidad a pesar de haber discutido con su padre por una razón que ignoraba, lo que importaba es que fue ella la que decidió tomar su caballo y cabalgar sin pensar, perdiendo el control y finalmente caer. Las consecuencias de ello era el resultado de ahora y hasta entonces no encontró ninguna razón para que fuera de otra manera.
–No tiene que disculparse, Ser. Fui yo la que se expuso y provocó tal suceso.
Sin embargo el hombre volvió a bajar la cabeza.
–No, princesa, había notado que su caballo estaba nervioso antes de que lo montara e intenté detenerla muy tarde, no me escuchó y cuando traté de alcanzarla, no fui lo suficientemente rápido.
–Eso no excluye que la mayor culpa la tenga yo. Igualmente Ser Criston, lo hecho, hecho está y no se puede remediar. Acepto sus disculpas, pero por favor, no se culpe más.
En cuanto a sí mismo, el hombre se mantuvo en su lugar, armadura y todo, con su capa blanca como un hueso cayendo por su espalda. Parecía reacio a aceptar su palabra, cerrando la mandíbula con fuerza.
Tal vez si le llenaba de culpabilidad lo sucedido aquel día en la cacería. Si él era el caballero que vivía para protegerla con su vida, él que ella casi muera bajo su vigilancia era el peor de los castigos. Se compadeció de él, podía ver que era un buen hombre, preocupándose por ella.
–Lo digo enserio, Ser. Ahora estoy bien. –Fue su último intento de tranquilizarlo.
No habló entonces, caminó a su lado mientras ella lideraba el camino hacia donde se presentaría el Alto Septon quien llevaría la ceremonia. En todo momento siempre la miro, revisando que estuviera bien, que no necesitara ayuda. No la tocó pero sus insistentes miradas llegaron a incomodarla en algunos momentos.
Simplemente terminó ignorándolo.
En las grandes puertas de la fortaleza, se encontraba su padre y junto a él permanecía Alicent y Aegon, quienes al verla, la primera le dedicó una sonrisa incómoda y el segundo corrió para tomar su mano.
El rey se acercó a su hija para darle un tierno beso en la frente.
–Quisiera hablar contigo después de la ceremonia, Rhaenyra. –Había una mezcla de inseguridad en su voz que no le fue fácil ignorar a la princesa.
–¿Puedo preguntar de qué trata?
Pero su padre no logró responder. Al momento los carruajes estaban listos y sin posibilidad de llegar tarde, pusieron en marcha hasta el Septo. Mientras llegaban a su destino, Rhaenyra conectó miradas con Alicent. A diferencia de la cena de la noche anterior, advirtió que el ambiente entre ellas era más distante y frío, tal vez por su conversación y sus distintos intereses.
En cambio, la princesa terminó por concentrarse en su hermano que no paraba de contarle sobre su dragón y cuánto deseaba verlo. Rhaenyra no pudo evitar reconocer el gran parecido que el niño compartía con su padre, tenían las mismas facciones cuando hablaban de un tema que les apasionaba y así se imaginaba que Viserys llegó a ser a su edad.
A diferencia, su padre tenía sombras oscuras debajo de los ojos, como si hubiera pasado la noche en vela. Lo más posible es que así fuera, al final fue él quien organizó aquella ceremonia de un día al otro, ya que si se hubiera planeado con antelación, se le habría avisado a Rhaenyra desde la noche pasada.
Cuando al fin llegaron, damas y caballeros de diferentes casas estaban presentes, observando cada paso de la familia real, sus ojos puestos sobre ella expectantes a que cometiera cualquier error. Eran como un conjunto de cuervos listos para comerla. Sin saber quienes estaban de su lado y quienes no, Rhaenyra les dedicó una sonrisa pequeña pero digna de una princesa, caminando por sí sola desapareciendo cualquier signo de debilidad de sus bocas, provocando que casi todo el mundo sonriera con ella.
A su lado, incluso el rey parecía aliviado al ver que su hija comenzaba a ser ella misma una vez más. Pues para nadie era un secreto que durante esas tres semanas sin respuesta a la salud de la princesa. Viserys parecía destruido, un contraste con lo que era ahora.
Cuando la familia real entró y los demás siguieron a sus espaldas, la ceremonia por fin comenzó. El alto septon habló sobre esos hombres quienes dieron su vida, los Velaryon y su sacrificio, bendiciendo sus almas para que estuvieran con los siete, dando una larga platica al respecto de lo correcto y lo incorrecto. Llegando un punto en donde a Rhaenyra le pareció tedioso y cansado, desesperada por salir de allí.
En un momento, cuando la princesa estaba perdida pensando en cómo convencer a su padre de permitirle dirigirse a Marcaderiva sin que pegara el grito en el cielo. Jane apareció a su lado discretamente, susurrando como si tan solo le interesara preguntar por el bienestar de su princesa.
–Ha llegado una carta para usted.
Sus ojos morados conectaron con los azules de Jane. En silencio, la princesa asintió acercándose un poco a su dama.
–Léela y dime que dice. –actuando desinteresadamente, la princesa contempló a su alrededor en busca de algunos ojos indiscretos hacia ellas.
Después de un minuto, Jane dijo lo más bajo que pudo, cerrando los ojos junto a la princesa y bajando el rostro para una oración, aprovechando que todos allí presentes comenzaron a recitar la oración dicha por el septo:
–Alguien insta a verla, dice que tiene información importante sobre su caída, planteando qué tal vez no fue un accidente.
–¿Tiene remitente? –cuestionó Rhaenyra un tanto impactada.
–Está firmada por el Gusano blanco.–En su vida había oído hablar del tal Gusano Blanco o puede que sí pero fue durante aquellos trágicos tres años. Comenzaba a hartarse de toda la información que no dejaba de llegar como una avalancha día tras día. –Si está firmada por el Gusano es porque debe existir pruebas de ello, princesa.
Cuando la oración terminó y la gente calló, también lo hizo Jane, dándole la oportunidad a Rhaenyra de pensar. Si en verdad existieran pruebas, cambiaría la perspectiva completa de absolutamente todo. Comenzando principalmente porque alguien atentó contra su vida con el objetivo de matarla y claro, al no lograrlo, aquella persona seguía libre, con toda la intención de intentarlo una vez más.
Rhaenyra necesitaba ver esas pruebas para creerlas.
Pero, ¿cómo?
Captó la preocupación de su nuevo escudo jurado, Ser Criston. Estaba segura que ese hombre no le quitaría la mirada de encima y su padre tampoco le permitiría salir sin tener a todo un escuadrón tras ella, en primer lugar no estaba segura de permitirle salir.
El Alto Septon anunció el momento de las bendiciones, la gente a su alrededor comenzó a levantarse de a poco y mientras Rhaenyra giraba sus anillos nerviosamente, tomó la mano de Jane. Maldiciendo en su mente, Rhaenyra sabía que esta era la única oportunidad que tenía de estar en la ciudad en mucho tiempo y por lo tanto, en saber si alguien conspiraba en su contra.
De repente, Jane la obligó a levantarse al mismo tiempo, y guiándola con toda la intención de camuflarse entre las personas, la princesa buscó a Ser Criston, quien estaba parado como un estatua no muy lejos. Como ella suponía, no la dejaba de seguir con la mirada.
–Necesito quitarme a Ser Criston. –murmuró la princesa.
Impaciente, la princesa agradeció a los Dioses cuando Jane comenzó abrirse camino entre la multitud que comenzó a formarse, atravesando entre ellas hasta llegar al otro extremo. Algunos hombres dejaban el paso libre al ser la princesa logrando que en general no se les alcanzara a ver. Llegando a una columna, Rhaenyra comenzó a maquinar un plan para lograr desaparecer un par de minutos sin que nadie lo notara.
Calculaba que aún faltara alrededor de una hora para finalizar la ceremonia, tiempo suficiente para ir y regresar. Sin embargo, el problema radica en su notoria desaparición, tenía cinco minutos para que la vean de regreso en su asiento sin que llamara la atención.
–Cambiemos de vestidos. –soltó en un tono duro, siendo más una orden que pedido. –Eres rubia, si te cubres con el velo nadie notará la diferencia.
Jane no parecía convencida. Hacerse pasar por la princesa en caso de ser atrapadas significaba una sentencia al exilio. No quería arriesgarse a ese nivel, pero la princesa parecía no estar dispuesta a dar un paso atrás.
Empujando Jane hasta un pasillo desierto, comenzó a deshacer los nudos que mantenían el vestido en su lugar.
–Princesa... –habló Jane con la voz temblorosa. –No creo que esto sea buena idea.
–No tengo otra opción, Jane. –interrumpió la princesa sin detenerse. –Si algo sucede, la culpa será totalmente mía, prometo protegerte.
Con un suspiro de derrota. Jane también comenzó a quitarse su prenda y en cuestión de dos minutos, el cambio estaba hecho.
Leyendo la carta con sus propios ojos, Rhaenyra supo que había un niño esperándola fuera del Septo. Quien fuera el Gusano Blanco, sabía que Rhaenyra asistiría a la reunión.