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La mentira entre nosotros

Chapter 12

Notes:

¿Qué creeeeeen?

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

–¡¿Por qué no puedo montar yo primero?– interpeló Aegon por tercera vez en medio de la discusión.

Rhaenyra contempló con escepticismo a su hermano, quien tenía los brazos cruzados y parecía necio al insistir en montar a Syrax antes que ella. Esto había sido una constante desde que la princesa lo había buscado temprano en la mañana, y el niño no había cesado de hacerle preguntas sobre Driftmark, su viaje a Dragonstone y cómo era volar en los cielos.

–A menos de que quieras que Syrax te tire y luego te aplaste, entonces adelante, tú primero– el pequeño miró a su hermana. Tenía el rostro enrojecido. Los labios, hermosos y colorados, temblaban de enojo. 

–Soy un Targaryen como tú. ¿Lo entiendes? Puedo domar a cualquier dragón.

Rahenyra estaba acariciando a Syrax cuando notó las lágrimas como perlas que surcaban por el rostro de su hermano. 

La princesa se acercó a él hasta arrodillarse ante el pequeño, limpió sus lágrimas y acarició sus mejillas.

–Ya sé que eres un Targaryen, no hay duda de que lo eres,– al escucharla, Aegon pareció animarse un poco. –Pero así no funcionan las cosas. Si tú te subes a Syrax por tus propios medios, ella no te reconocerá y por más que lo intentes, te tiraría en segundos.

Aegon la miró con sus grandes ojos violetas, aún confundido por lo que le intentaba explicar su hermana.

–Un dragón solo tiene un jinete, pero cuando ese jinete muere alguien más puede reclamar a ese dragón– por lo que Rhaenyra se daba cuenta, nadie se había tomado el tiempo de explicarle a su hermano como eran las cosas con los dragones. –Es como si yo intentara montar a Sunfire, él me rechazaría, porque no soy tú.

El pequeño extendió los ojos cuando por fin entendió.

–Oh...– fue lo único que dijo él. –está bien.

Cuando Rhaenyra se volvió a alejar, sonrió y negó con la cabeza.

A ese niño le gustaba el drama y la atención. 

Tras haberse dado cuenta de la falta de interés de la gente hacia su hermano Aegon, Rhaenyra había notado que ni siquiera su propio padre parecía preocuparse por él, a pesar de ser el heredero que siempre había deseado. Su actitud hacía Aegon la confundía y le resultaba algo misteriosa.

En ese momento, su padre y la reina hicieron presencia.

–Vaya coincidencia...– susurró la princesa y les hizo una pequeña reverencia en saludo a los dos. 

Alicent miró a su hijo, quien aún tenía los ojos enrojecidos y las mejillas húmedas por el llanto.

–¿Qué sucede?–preguntó con voz incrédula y algo sorprendida.

–Nada que no hayamos resuelto, mi reina– argumentó la princesa, sosteniendo a su hermano en brazos.

Alicent abrió la boca levemente para replicar, pero el rey le ganó la palabra y se acercó a su hija. 

–Espero que llegues con bien a Dragonstone, Rhaenyra.

La princesa sonrió y le agradeció de corazón, se acercó para darle un beso en la mejilla, algo que alegró al rey.

No era secreto que el rey Vicerys tenía una debilidad por su hija más querida. 

Él mismo admitía que ante sus ojos, Rhaenyra era su más amada hija, Incomparable a nadie más y a pesar de las discusiones y altercados que pudieron haber existido en el pasado, nunca podría dejar de amar a su hija. 

Vicerys tan solo acaricio el cabello de Aegon y le deseó un buen camino.

Sin embargo, antes de que el rey pudiera alejarse, Rhaenyra lo detuvo. 

–Oh, padre, una cosa...– el rey se detuvo y la miró. –Quisiera llevarme conmigo a algunos soldados de la guardia de la ciudad.

Al escucharla, Vicerys casi la miró vacilante, sin entender su pedido.

–¿Soldados de la guardia de la ciudad? 

Rhaenyra asintió, sin embargo no explicó el porqué.

El rey permaneció en silencio un par de segundos, hasta que accedió sin hacerle preguntas al respecto.

–Bien, pediré que vaya una campaña. 

Ahora ella sonrió y pasó por alto la mirada alarmada de Alicen y continuó con su pedido. 

–Puedes poner a una de mis damas para ayudar, tal vez Jane, ella conoce muy bien a la guardia de la ciudad, ya que su hermano pertenece a ella.

Una vez más, Vicerys no dudó de su hija y aceptó todo lo que ella pidió, pero para Alicent fue diferente.

No se le veía feliz, de hecho parecía estar nerviosa ante todos los pedidos de la princesa.

La reina sabía que no podía hacer nada para evitarlo. Ni que su hijo se fuera con Rhaenyra, ni que todos esos hombres fueran a Dragonstone para hacer lo que sea que los Dioses saben. 

La reina se despidió de su hijo, y aunque Aegon parecía más interesado en volar a Syrax con su hermana, no evitó que abrazara a su madre. 

Al terminar, Rhaenyra tomó a su hermano de vuelta en sus brazos y junto con la ayuda de los guardianes, Rhaenyra y Aegon se instalaron en la montura de Syrax.

El pequeño no paraba de reír y sorprenderse, no podía creer lo que estaba sucediendo. 

Las piernas comenzaron a abrirse, dejándoles el camino libre para volar.

Rhaenyra miró hacia abajo, directamente al rostro sonriendo de su hermano. 

Ella se percató que Aegon poseía una sonrisa encantadora. 

–¿Estás listo?– ella le preguntó y con un asentimiento fascinado del pequeño. 

Rhaenyra le dió la orden a Syrax y así, dió impulsó para volar por los aires.

"El niño observó cómo el brillo del sol comenzaba a iluminar ante sus ojos. Al mirar hacia abajo, el niño pudo ver cómo la ciudad se extendía ante sus ojos: los edificios y la vida cotidiana que se desarrollaba en las calles. La brisa del viento rozó en su cara ¿Cómo podría encontrar palabras para describir la belleza en el mundo visto desde lo alto?"

Aegon reía como nunca antes y Rhaenyra no podía evitar sonreír al escucharlo. 

Aquel niño era realmente un alma inocente, que no tenía nada que ver con los problemas que estaban sucediendo por culpa de los demás.

Saber que ahora, aquel pequeño era feliz y él era capaz de reír así, Rhaenyra en verdad deseaba que continuara así. 

–¿Te gusta?– preguntó ella en voz alta.

–¡Si!– Aegon extendió sus manos y observó todo a su alrededor. –¡Son tan pequeños. Parecen hormigas!

Rhaenyra dio una pequeña risita. 

–Cuando seas mayor, podrás montar así a Sunfire

–¿y por qué no ahora?

–Bueno –Siseo Rhaenyra, que continuó con tono más calmado, pero suficiente alto para que Aegon las escuchara. –Porque aún no hablas bien el Valyrio, Sunfire aún es muy pequeño y tú también.

El pequeño hizo un puchero, pero no replicó y eso hizo a Rhaenyra sonreír.

–Crece sano y fuerte y algún día, serás un jinete como yo.

El pequeño príncipe terminó por rendirse y asentir, escuchando lo que su hermana mayor le decía. 

–¿Estarás ahí para verme?

Rhaenyra bajó la mirada y acarició el cabello de Aegon con una mano libre.

–Por supuesto que sí.

••••

Dragonstone era una fortificación impresionante, con las paredes de piedra negra alzándose hacia el cielo desde el mar. Los edificios y las otras construcciones del castillo eran robustos, sus techos en punta y las torres de hierro se erguían hacia el cielo como dedos en busca del sol. Desde las alturas, el castillo dominaba el paisaje, su presencia era imponente y sus torres vigía se mantenían en guardia durante el día y la noche.

Para Rhaenyra, Dragonstone siempre fue la posesión de oro de los Targaryen; ese lugar siempre tuvo una unión especial con ella, ya sea por el destino o por ser solo un lugar habitable para la Casa Targaryen. Sin embargo, ahora era la princesa, y Dragonstone era su tierra, su lugar; en el cual había pasado tanto tiempo aguardando para heredarlo. 

En especial, no pudo evitar recordar la última vez que estuvo allí: una fugaz media hora frente a su tío. Sí, eso lo recordaba bien; según ella sabía, fue la última vez que lo vio antes de que partiera a la guerra.

Y desde que le envió esa carta, no había conseguido respuesta. No es como si toda su atención y pensamientos estuvieran centrados completamente en él; bueno, tal vez un poco, pero aún así ella sabía que existían cosas más importantes en las que centrarse. Por otra parte, tenía el consuelo de saber que Daemon se encontraba con vida y victorioso en su guerra.

Una vez frente al castillo, Aegon parecía igual de maravillado que su hermana.

–¿Qué es eso?– preguntó él aún desde la montura de Syrax.

Rhaenyra siguió la mirada de su hermano, interesada por ver tantas tiendas en la parte inferior de la colina y más allá del puente. 

El área en los alrededores estaban repletas de banderas con los escudos de diferentes casas. Casi se sentía como un festival. 

–Pretendientes. –contestó la princesa acompañada de un resoplido. 

–¿y para qué?

–Para escoger a un esposo. 

El pequeño no dijo nada, pero sí frunció el ceño.

–No me gustan. 

La princesa sonrió sin poder evitarlo.

Tomó la mano del pequeño una vez que pisaron tierra y caminaron hasta donde los guardias los esperaban.

–Por supuesto que no –replicó la princesa. –por eso estás aquí. 

••••

–Dioses, esto parece un circo.... –susurró Rhenyra a sí misma cuando observó la fila de hombres que la esperaban. El resto de sus damas la seguían mientras los caballeros y Sir Criston la acompañaban a su derecha.

 Rhaenyra no podía creer que, sin haber pasado un día desde que había comenzado el cortejo, ya quisiera desvanecerse de todos. No podía soportar la idea de pasar tanto tiempo con extraños que solo estarían a sus pies para obtener el privilegio de heredar sus títulos y su fortuna. Era todo una pérdida de tiempo, y lo sabía.

Pero otra opción no existía, era la mejor oportunidad que se le había presentado para escoger esposo y al mismo tiempo, obtener aliados. Todo para sus propios intereses, o bueno, supervivencia. 

El primer filtro constaba en una breve presentación por parte de los pretendientes, no más de tres minutos por persona y si por suerte, alguno lograba causar algún interés por parte de la princesa, ella les concedería una comida, una caminata, unos 5 minutos de su tiempo para profundizar más el vínculo.

Cuando se anunció la llegada de Rhaenyra, todos se inclinaron ante ella y sentándose en el trono de Dragonstone, la princesa dio inicio al cortejo. 

Sin embargo, hubo algo que nadie se esperaba y era la llegada repentina del príncipe Aegon.

El pequeño recorrió la sala hasta llegar junto a su hermana y sin decir una palabra se posicionó a su lado. 

Rhaenyra observó cómo se miraban los unos a los otros; restándole importancia a ello, tomó a su hermano por sus brazos y lo posicionó en su regazo.

–Sé que tienes buen ojo, hermanito. –le susurró la princesa. –dime quien no te agrada y lo sacaremos de aquí.

Aegon la miró y ella le dedicó un guiño.

Después de un tiempo no le llevó mucho encontrarse perdida entre una multitud de apellidos acompañados de diversos títulos, lords, señores y cosas así. Desapasionadamente, pudo encontrar defectos en cada uno de los pretendientes: una nariz de entremetido en éste, una mano atrevida en aquel otro, un ceño hosco, una tos sibilante, un orgullo pomposo.

Conscientes de que una jugosa dote la acompañaría y de que ella heredaría una fortuna lo bastante grande para satisfacer cualquier capricho, los pretendientes se mostraban atentos y considerados ante su menor deseo, excepto el que ella declaraba más a menudo: ignoraban sus peticiones de que desaparecieran de su presencia.

Aegon estaba tan harto, que comenzó a interrumpir a todo aquel al que él quisiera, no les dejaba decir ni una palabra y el niño ya los estaba echando de ahí.

Lord Boremund observó a la princesa, esperando a que le dijera un pedimento para llevarse al príncipe, pero en su lugar, Rhaenyra tan solo le acarició la parte superior de su cabeza y le pidió de forma tranquila y serena, que fuera más respetuoso, algo que el pequeño acató inmediatamente.

Algunos pretendientes eran sutiles y arteros mientras que otros eran audaces y prepotentes. Pero en la mayoría ella veía que el deseo de riquezas excedía al que sentían por ella. Parecía que a ninguno le interesaba una esposa que, con amor en su corazón, estuviera dispuesta a compartir la pobreza, sino que todos veían primero por la corona de su padre. Y su belleza, por supuesto. 

Incluso, hubo un lord que se presentó sin vergüenza alguna, pues el hombre ya tenía esposa, pero con la excusa de que ella era un Targaryen, no había problema de que él se casara con ella.

Rhaenyra y Aegon hicieron una cara de asco, que el hombre no tuvo que hablar, él solo salió de la sala sin que se lo pidieran. 

Estos pedidos eran mayoritarios, y con cada uno Rhaenyra perdía entusiasmo por los hombres. Si es que en algún momento hubo alguno. 

–¿Puedo dárselos a comer a Syrax? –preguntó el príncipe en algún momento.

–¿Quieres dárselos de comer a Syrax? 

El niño asintió y Rhaenyra quedó sorprendida por el entusiasmo que se dibujaba en los ojos de su hermano.

–no creo que sean del gusto de mi señorita.

Aegon se encogió de hombros y luego se dejó caer sobre el regazo de su hermana una vez más.

–Su gracia...– el llamado de uno de los hombres, cortó por completo la conversación de la princesa y su hermano. 

Lord Boremund se inclinó hacia la princesa, a una altura adecuada.

–Lord Forrest Frey, princesa. –informó Boremund. –perteneciente a la casa Frey e hijo menor del actual Lord.

Rhaenyra asintió pero no dio más importancia que los demás, al menos no fue así hasta que el joven lord, decidió ocupar sus tres minutos para alabar a la princesa. 

–Una mujer como usted puede pedir cualquier cosa –le dijo audazmente. –Eso significa que el hombre al que escoja, el resto de hombres y yo, lo envidiaríamos, por estar a su lado. 

Las mejillas de la princesa tomaron un delicado color rosado. Esas palabras no se las esperaba.

–Es más hermosa que el sol. Más hermosa que la luna. Cualquier ciego es capaz de verlo –continuó el hombre. –Tal vez me llamen tonto, pero mi reina, ya sea que me escoja o no, yo siempre le seré fiel a usted. 

La sala se llenó de risas, algunas un tanto disimuladas, otras con ninguna intención de serlo, sin embargo, para la princesa, ella había encontrado su primer aliado. 

–Agradezco mucho sus palabras, Lord Frey. Tomaré en cuenta lo que ha dicho –repuso Rhaenyra con un poco de amabilidad. En su cabeza, ya estaba anotado su nombre.

En cuanto la princesa habló, Forrest sonrió sin segundas intenciones. 

El príncipe Aegon había estado bastante inquieto al inicio del atardecer, arrastrando a su hermana por los pasillos del castillo y rogando que volaran una vez más en el lomo de Syrax. La princesa amaba la sensación que le daba volar sobre los cielos en su señorita, aunque no mentiría en decir que igualmente necesitaba hacer otras cosas. La idea de deshacerse de una gran parte de los pretendientes en el día de hoy la tentaba. Le era necesario.

Así que se le ocurrió una idea, Aegon la acompañó a las afueras del castillo y claro, cuando los hombres se percataron de que la princesa había salido para saludarlos, se arremolinaron alrededor de ella como un grupo de abejas.

Así fue como ella pudo conocer a gente interesante.

–Princesa...– interrumpió un joven cuando ella terminó de saludar a otro.

–Oh, Sir Sanwell, es un gusto verlo aquí –la princesa lo reconoció al instante, provocando que el muchacho se sonrojara levemente. 

–el gusto es mío...

El viento soplaba con fuerza a su alrededor, no era nada incómodo, pero aquello demostraba que la noche estaba a punto de llegar. 

Rhaenyra tomó su vestido entre sus manos para no arrastrarlo y se acercó más al joven frente a ella, soltando a Aegon de su mano para que este se distrajera con cualquier otra cosa.

–Sé que ha tenido que escuchar esto de otros, princesa, pero realmente me gustaría ofrecerle mi lealtad y presencia.

Rhaenyra asintió, dándole el permiso que él esperaba.

–Mi casa, mis tierras y mi nombre son suyos si lo desea, al ser mi princesa y futura reina, prometo pelear en su nombre, protegerla y si es necesario, morir en su causa. 

Existían hombres apasionados, pero Rhaenyra tenía que reconocer que ignoraba que otros morirían por ella. Sanwell se expresaba de una forma que su mirada también hablaba: El joven Blackwood no mentía en lo que decía ni en su forma de expresarlo.

–Es un honor, tener ese privilegio. –continuó el muchacho.

Sin embargo, el gusto duró poco. Detrás de ellos, una risa resonó a espaldas de Samwell.

–Maldición Blackwood. –gruñó la persona que los interrumpió. –Agradece que tienes algo que ofrecer, porque la protección que supones, no es más que una simple manta a diferencia del dragón que posee la princesa.

Rhaenyra levantó una ceja al escuchar a la otra persona que comenzaba a acercarse a ella.

Samwell, como si quisiera protegerla del peor hombre en la tierra, se posicionó frente a Rhaenyra, para protegerla con su cuerpo. Ignorando por supuesto que Sir Criston y otros caballeros ya estaban ahí para alejar a la princesa del disturbio. 

–No te metas en esto Bracken...– 

Y tal y como comenzó, cuando la princesa se dio cuenta, tanto Samwell como Amos, sacaron sus espesas y se amenazaron el uno al otro.

Se miraron con terrible odio y fue Amos quien dio el primer ataque. 

Al ser él, más grande que Samwell, cualquiera esperaría que derribara fácilmente a su contrincante, pero más allá de lo esperado, Blackwood logró demostrar que tiene muy buenos reflejos y sabe manejar la espada. Dejando sorprendida a Rhaenyra.

Sin embargo, antes de que Blackwood lograra insertar la espada en el Bracken o viceversa, los vientos aumentaron en ritmo,  se oyó el sonido correoso de unas alas y, sin previo aviso, el grito desgarrador de un dragón llenó los cielos de Dragonstone.

Una gran sombra apareció sobre sus cabezas, y los cielos que habían sido azules en un momento, se volvieron rojos al siguiente.

Todas las cabezas se volvieron entonces, y los jadeos que oyó le dijeron a Rhaenyra que no era su cabeza. Él estaba realmente allí. Él.

Sólo podía ser él. Él. El que montaba aquel dragón esbelto pero magnífico cuyas escamas eran del color de la sangre. Ella lo reconocería en cualquier parte, y a su dragón también. Caraxes el Brazo de Sangre, regresó a los cielos después de tres largos años.

Como todos a su alrededor, Rhaenyra se quedó inmersa. Se llevó la mano al pecho y sintió que temblaba y que se le secaba la boca.

¿Por qué Daemon estaba aquí?

Notes:

Oh!