Chapter Text
Re’em no podía evitar que su pierna se moviera sola. Aquel día llegaban a Iunu. Estaba prevista una recepción y por la tarde la princesa tendría que probarse el vestido que llevaría al día siguiente, por si necesitaba un ajuste de última hora. Re’em dudaba que fuera necesario, ya que el ejercicio que había estado haciendo la mantenía en forma. Y luego estaba lo de Emir y Sherdet. No dejaba de rezar a Hwt-hor para que esos dos tuvieran un final feliz. Se lo merecían. Re’em tenía pensado hacer todo lo posible por ellos, pero nunca venía mal un poco de ayuda divina.
—¿Jugamos una partida de senet? —propuso Atem.
—¿Aquí? ¿Ahora?
—¿Por qué no? Tenemos tiempo y la última vez que jugamos quedamos iguales. Tú ganaste una y yo otra.
—El movimiento podría tirar o mover las piezas…
Atem arqueó una ceja.
—¿Prefieres seguir perdida en tus pensamientos durante el resto del viaje y ponerte más nerviosa?
Re’em lo miró sorprendida. Atem veía a través de ella con la misma facilidad que en su anterior vida.
—Está bien, vamos a jugar.
Re’em sacó el tablero y lo puso entre los dos.
—Esta vez jugaré con carretes —dijo Atem.
La princesa asintió. Atem lanzó los palos y obtuvo un resultado favorable. Con una sonrisa confiada, movió su primer carrete, marcando el inicio del juego. Mientras tanto, Re’em recordó la última vez que jugó con los conos contra Atem dieciséis años atrás. No se le escapó el hecho de que poco después vivió la época más feliz de su anterior vida.
—Tu turno.
Re’em parpadeó. Atem le ofrecía los palos mientras la miraba con curiosidad.
—¿En qué piensas?
—En aquella partida que jugamos hace tanto tiempo —respondió mientras movía sus conos—. Tú jugabas con los carretes y días después nos casamos, y ahora sucederá lo mismo.
—No, lo mismo no —susurró Atem mientras aceptaba los palos.
Re’em sintió que su corazón se aceleraba mientras sus dedos se rozaban, pero no se paró a disfrutar de ello. La respuesta del monarca la intrigaba. Atem lanzó y movió sus piezas.
—Esta vez nuestro matrimonio durará muchos años —aclaró mientras la miraba desafiante.
Re’em sonrió y asintió.
—Toda nuestra vida —prometió.
Atem recogió los palos y se los dio.
—Tu turno —dijo con una pequeña sonrisa.
Re’em los aceptó, asegurándose de acariciar la mano del monarca.
∞∞∞
A medida que el carruaje avanzaba por el camino, los primeros destellos de la ciudad de Iunu se hacían visibles en el horizonte. La luz del sol se reflejaba en los altos obeliscos que se alzaban hacia el cielo, como dedos gigantes apuntando a los dioses. Iunu, la Ciudad del Sol, emergía ante ellos con todo su esplendor, rodeada de palmeras datileras y campos de trigo dorado que parecían extenderse hasta donde alcanza la vista.
A las puertas de la ciudad les recibió el frenético ritmo de sus habitantes: en seguida se vieron rodeados de diferentes puestos en los que comerciantes con coloridas túnicas negociaban precios y multitud de artesanos exhibían sus productos, desde exquisitas joyas hasta delicadas cerámicas, todo con un brillo que recordaba al oro del sol que la ciudad veneraba. Las calles estaban llenas de vida: niños corriendo, riendo y jugando, mientras los sacerdotes y acólitos del gran templo de Ra se movían en procesión hacia el santuario.
Re’em no puedo evitar mirarlo todo con interés. Los nervios que había vuelto a sentir horas antes habían quedado olvidados. A su lado escuchó una suave risa. Re’em se irguió y lo miró.
—Siempre he admirado tu sed de conocimiento —confesó el monarca—. Cuando éramos niños devorabas cada libro que caía en tus manos y querías conocer otras culturas. Me alegro de que eso no haya cambiado.
Re’em no supo qué responder a eso. Mientras se acercaban al palacio la princesa pudo sentir el peso de la historia y la importancia de aquella ciudad. No solo como un centro de poder, sino también como un lugar donde la conexión con los dioses era palpable, donde cada rincón parecía vibrar con la energía del sol al que estaba dedicada.
—Nunca antes había estado aquí —murmuró mientras seguía admirando la ciudad y fijándose en cada detalle.
—Tienes razón…
La arquitectura era imponente; los edificios estaban decorados con intrincados relieves que representaban escenas de la mitología egipcia y los logros de reyes anteriores. Sin embargo, los ojos de Re’em no se abrieron de asombro hasta que pasaron junto al templo de Ra, con altos muros que protegían el recinto sagrado. Ra era la principal deidad de aquella ciudad, y como tal le presentarían sus respetos, pero también había templo cercano dedicado a Aset. Apenas tuvo tiempo de verlo mientras pasaban de largo.
No tardaron en llegar a su destino. Atem bajó primero y ofreció su mano a Re’em, que la aceptó con gusto. Cualquier excusa era válida para tocar a Atem. La calidez de su mano logró acelerar el corazón de la princesa, quien sonrió sin poder evitarlo. Por lo que pudo notar por el rabillo del ojo, Atem también debía de sentir lo mismo porque estaba esbozando una sonrisa. Cuando miró al frente se dio cuenta de que toda la Corte había salido a recibirlos. En seguida vio a Sherdet, que parecía más delgada que antes. Re’em intentó hacer contacto visual para tranquilizarla, pero ella solo tenía ojos para Emir. Neith también estaba allí, más seria de lo que recordaba, cogiendo de la mano a Ankhesenamón, que parecía ansiosa por saludar a su padre. Detrás de ellas estaba Mana, con la mirada clavada en ella. Re’em se mordió el labio para no reír mientras la veía entrecerrar los ojos.
—Bienvenidos a mi humilde morada, majestad, alteza —exclamó un hombre mientras se acercaban—. Princesa Re’em, soy Khety y tengo el honor de ser vuestro anfitrión durante vuestra estancia aquí.
—Es un placer conocerle. Muchas gracias por su hospitalidad —dijo Re’em mientras Atem saludaba al hombre con un movimiento de cabeza.
El hombre se inclinó respetuosamente.
—Por aquí, por favor —dijo mientras les invitaba a seguirle—. Imagino que estarán agotados por el viaje. Sus habitaciones ya están preparadas.
Re’em sintió que todo el cansancio del viaje la alcanzaba en ese momento. Se aferró a la mano que todavía sujetaba mientras dejaba escapar un suspiro.
—¿Te encuentras bien? —susurró Atem.
Re’em asintió.
—Estoy agotada.
Atem guio la mano de Re’em para que se agarrara de su brazo.
—Apóyate si lo necesitas.
—Gracias, pero no es necesario. Estoy bien.
Siguieron a Khety mientras les mostraba su “humilde morada”. Durante todo el trayecto Re’em mantuvo su agarre sobre el brazo de Atem y se sorprendió un par de veces apoyándose en el monarca a pesar de lo que había dicho antes. Atem hizo como si no lo notara, pero una suave sonrisa se instaló en su rostro hasta que se retiraron a sus habitaciones.
Re’em apenas tuvo tiempo de echar de menos la cercanía de Atem cuando el sueño la reclamó.
∞∞∞
No dejaba de moverse por la habitación. ¿Por qué estaban tardando tanto? ¿Y si Atem lo descubría todo? No, no podía pensar así. Todavía no habían hecho nada malo. Re’em cerró los ojos y respiró hondo varias veces. Aun así, solo cuando escuchó la puerta abrirse y cerrarse detrás de Yasmin y Mana, pudo respirar tranquila.
—¿Os ha visto alguien?
Ambas mujeres negaron.
—¿Atem sigue en su habitación?
—Eso creo…
—¿Por qué estoy aquí? —preguntó Mana, que no había dejado de mirar a la princesa con sospecha.
Re’em las miró durante un instante.
—Necesito vuestra ayuda para llevar a cabo un plan —dijo con cautela—. Antes de contaros nada, debo decir que si nos descubren, podrían acusarnos de obstrucción a la justicia y desobediencia.
Re’em no pudo seguir hablando aunque hubiera querido. Mana chilló tan fuerte que Yasmin y Re’em casi se quedaron sordas.
—¡¡No me lo puedo creer!! —exclamó Mana, emocionada—. Tú, la persona más formal del mundo, incitándome a la rebelión. ¡¡Ser princesa te ha mejorado!!
Re’em intentó acallarla.
—¡¡Mana, no grites!! Podrían escucharnos…
Mana sonrió con confianza.
—Estoy segura de que ya has pensado en eso.
Re’em tragó saliva. Su alocada amiga tenía razón. No había podido resistir la tentación de insonorizar la habitación con un hechizo. Sin embargo, no podía admitirlo delante de Yasmin.
—¡Eso no importa! —advirtió—. Mana, esta reunión es peligrosa. Por eso quiero saber si me ayudaréis antes de contaros nada.
La ex aprendiz se fingió ofendida.
—¡¡Por supuesto que te ayudaré!! Somos amigas, ¿no?
Re’em sonrió y asintió.
—Tenía que asegurarme. ¿Y tú, Yasmin? ¿Vas a ayudarme?
La aludida miró a ambas, un poco insegura, antes de asentir con seriedad.
—Siempre podrá contar conmigo, princesa.
—¿Qué es eso tan peligroso que vamos a hacer? —pregunto Mana.
—Vamos a ayudar a Sherdet y Emir a que tengan su final feliz.