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No podía creer lo que estaba escuchando. ¿El príncipe heredero, desaparecido? Pensaría que aquello era una broma de mal gusto si no fuera por la palidez en el rostro de Shimon.
—Lo encontraré y lo traeré de vuelta sano y salvo. Lo prometo.
∞∞∞
—Re’em… Re’em, despierta…
—¿Qué ocurre? —preguntó mientras se frotaba los ojos.
Re’em se sobresaltó cuando vio a su amiga a un palmo de su rostro, con sus ojos azules clavados en ella.
—¿Yasmin? ¿Por qué hemos parado?
—Hemos llegado a la frontera.
La princesa se asomó con curiosidad. Parpadeó varias veces hasta que consiguió identificar la fortaleza que marcaba la frontera. Era casi de noche mientras entraban en aquel bastión: las murallas eran altas y fuertes, y mirara donde mirara había soldados que los observaban incluso desde las torres estratégicamente distribuidas, aunque estos últimos en seguida les daban la espalda. La caravana se detuvo en un gran patio.
—No creo que encontremos un lugar más seguro que éste en todo el país —dijo Yasmin, poniendo voz a sus pensamientos—, aparte del palacio, por supuesto.
—Hay muchos soldados…
—Por supuesto, princesa —confirmó una mujer que se había acercado a la parte trasera del carromato en el que viajaban—. Han doblado la seguridad en Tjaru debido a nuestro encuentro.
—¿Quién es usted? —preguntó su amiga, tan directa como siempre—. ¿Y dónde está Amir cuando se le necesita?
—¡Yasmin! No seas grosera —reprendió mientras sentía su rostro arder. Re’em agradeció por primera vez en aquel viaje sofocante que el velo le tapase todo el rostro menos sus ojos.
La mujer egipcia sonrió con calidez.
—Su amiga hace bien en preguntar, princesa. Soy Isis, consejera de Shuti Atem. Me encargaré personalmente de educarla en las costumbres y tradiciones de Kemet durante los próximos meses. Permítame ayudarla a bajar, princesa.
—Gracias, Isis —acertó a responder, sorprendida por su amabilidad.
—No creo que necesite su «ayuda». Como puede ver, hablamos su idioma a la perfección.
Re’em la fulminó con la mirada.
—Disculpe a mi amiga —se disculpó mientras bajaba—. Siempre dice lo que piensa sin reflexionar.
—Eso es bueno, princesa. En su posición una solo puede fiarse de aquellos que le hablan sin tapujos. Ha elegido bien a su amiga.
Una vez con los pies en el suelo Re’em fingió interés por el edificio que tenía delante. Podía imaginar la cara de la consejera, incluso la de cada soldado que la estuviera mirando, al descubrir su verdadera estatura. Siempre era lo mismo. Sus hermanos solían meterse con ella por tener aquella altura, como si lo hubiera elegido. ¿Su marido reaccionará también con temor cuando descubra que es más alta de lo que esperaba? ¿O la repudiará de inmediato y exigirá una compensación a su padre?
—¿Verdad que es impresionante?
Re’em asintió mientras apartaba de su mente las voces burlonas de sus hermanos.
—No se deje intimidar, princesa —dijo Amir en arameo—. Seguro que nuestros soldados les patearían el culo con facilidad.
La princesa curvó los labios ante el comentario de su guardián. La escoltaron al interior de la posada, donde encontró a dos egipcios (kemetiwi, según recordaba de sus lecciones) hablando con Emir, embajador de su padre, y Rashid, el consejero político de su padre que se había convertido en su asesor. Farid no participaba en la conversación pero escuchaba cada palabra. Ella seguía sin saber qué hacía allí pero estaba segura de que el comerciante se llevaría una buena comisión por sus servicios. Re’em lo sabía por la codicia que reflejaban sus ojos pequeños y calculadores.
—Princesa, éstos son Karim y Hossam. Karim ha venido para concretar los detalles de la alianza y Hossam será nuestro guía por Egipto… quiero decir, Kemet —presentó Rashid.
Ellos se inclinaron y Re’em respondió con un movimiento de cabeza.
—Encantada de conocerles, caballeros. Espero que las negociaciones finales lleguen a buen término.
—Gracias, majestad —dijo el que se llamaba Karim—. Y yo espero que su viaje haya sido lo más cómodo posible y que le guste su nuevo hogar.
—Es usted muy amable, Karim.
—¡Jamal! —llamó Rashid—. Lleva a la princesa y a su dama de honor a sus habitaciones. Encárgate de que les lleven algo de comer y les preparen un baño. Y avisa a Layla.
—Sí, señor.
El criado se inclinó y las llevó a la planta superior mientras ellos se acomodaban en una mesa. Re’em no necesitaba quedarse para saber que iban a negociar sobre su enlace como si fuera la venta de un caballo. Las condiciones generales que estaban pactadas y cerradas desde antes de su nacimiento desembocaban en la paz actual entre sus reinos, pero Re’em estaba casi convencida de que Farid no era un simple comerciante enviado por casualidad. Su padre intentaba sacar el mayor beneficio posible. Ella no tenía ni voz ni voto, así que agradecía que no tuviera que quedarse para verlos negociar y después celebrar el acuerdo con vino (y probablemente mujeres. Creía haber visto una Casa del Placer antes de entrar).
Re’em notó el cansancio del viaje en cuanto se quedó a solas con Layla, su dama de compañía. Ésta se aseguró de que el agua del baño estuviera a la temperatura adecuada y después la ayudó a desvestirse y bañarse. Re’em casi se queda dormida mientras el agua templada relajaba sus músculos. Cuando salió ya le habían dejado fruta, pan y queso. La princesa se vistió, se sentó y miró el plato durante unos instantes.
—Princesa, debería comer algo —aconsejó la asistente mientras recogía su ropa.
—No puedo, Layla. Estoy demasiado cansada. Solo quiero dormir.
—¿Nerviosa?
—Un poco —admitió—. Ya sé que me han criado para este enlace y que debería alegrarme de tener marido dada mi estatura pero… me siento como un cordero cebado para el sacrificio.
—¿Preferirías irte con el príncipe de tus sueños? —preguntó con inocencia.
—¡Layla! —reclamó, ruborizándose.
—Come un trozo. Luego te cepillaré el pelo y podrás dormir. ¡Sin excusas!
Re’em asintió, resignada, y sonrió. A veces Layla era como la hermana mayor que nunca tuvo. Cogió un poco de queso y pan y lo comió despacio. Solo unos minutos después, con el pelo cepillado, Re’em estaba metiéndose bajo las sábanas mientras Layla rociaba su almohada como hacía siempre.
—Buenas noches, princesa.
—Hasta mañana, Layla.
Re’em cerró los ojos y trató de dormir. Los nervios que sentía no la dejaron. Iba a conocer a su marido, el mismo que decían que era cruel y despiadado, aunque ella lo dudaba. Re’em tenía la sensación de que esos rumores solo eran una máscara para alejar al enemigo. «¿Y si no es así?», le preguntó su mente. «¿Y si es cierto todo lo que dicen? ¿Qué harás entonces? ¿Permanecerás al lado de un rey que te dobla la edad y cumplirás el acuerdo, o te escaparás y tratarás de encontrar a tu príncipe encantador?». Re’em cambió de posición. «El príncipe encantador no existe. Mi marido sí. Mi pueblo me necesita», respondió.
Su mente no discutió, pero la idea de volver a ver al príncipe encantador que vivía en sus sueños la calmó lo suficiente para dormirse.
Notes:
No se sabe qué idioma hablaban los hicsos, más que nada porque se cree que era una forma que tenían los egipcios de referirse a diferentes pueblos extranjeros, así que he elegido el arameo por la zona y la época. Todavía no sé la frecuencia con la que subiré los capítulos. Ni siquiera he terminado el segundo XD
Chapter 2: Intereses
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No podía creer lo que estaba escuchando. ¿El príncipe heredero, desaparecido? Pensaría que aquello era una broma de mal gusto si no fuera por la palidez en el rostro de Shimon.
—Lo encontraré y lo traeré de vuelta sano y salvo. Lo prometo.
El anciano pareció aliviado, aunque la preocupación no había desaparecido.
—Volveré a revisar el palacio, por si me he dejado algún rincón.
Shimon desapareció de su vista. ¿Dónde podría haberse escondido el príncipe? Nunca había pasado algo así… ¿Tal vez el visir tenía razón y lo habían secuestrado? No, se dijo, tratando de eliminar el nudo que se había formado en su garganta. Había demasiada seguridad para que eso fuera posible. Pero, entonces, ¿dónde podía estar?
Revisó todos los lugares donde se había escondido en alguna ocasión, sin éxito. Pasó por delante del aula en la que practicaba magia y tuvo una idea: sacó el senet que el príncipe le había regalado y le puso un hechizo. Al instante una fuerza invisible tiró del objeto de madera. Lo sujetó con firmeza y se dejó guiar. Sus pasos lo llevaron hasta la biblioteca privada de la familia real, situada en el sótano.
—¿Príncipe? ¿Está aquí? —se atrevió a preguntar al ver que no había nadie en la sala.
Nadie respondió. El senet tiró de él hasta una de las estanterías que estaban pegadas a la pared. Frunció el ceño. Al otro lado solo debería haber tierra. Una vez que se aseguró de que ese era el lugar correcto, guardó el senet y examinó cada papiro que tenía delante. Después revisó la estructura. Estaba a punto de pasar a la estantería contigua cuando un fragmento se movió. Al instante escuchó un ruido y dio un paso atrás, justo cuando el mueble se movía y dejaba ver un hueco en la pared. Sin pensarlo dos veces cogió la antorcha más próxima y entró en el túnel.
—¿Príncipe? ¿Está aquí?
No tuvo que andar mucho para saber la respuesta. El príncipe estaba en el suelo, inconsciente y con una herida en el pie. Se arrodilló a su lado.
—¡¡Atem!! ¡¡Atem, despierta!! —exclamó.
Éste murmuró algo que no entendió. Cogió al príncipe en brazos y salió de allí.
—Aguante, príncipe. Por favor, quédese conmigo.
Corrió por los pasillos en busca del médico, con el príncipe ardiendo de fiebre entre sus brazos, mientras rezaba para que no fuera demasiado tarde.
∞∞∞
Re’em despertó cuando quedaban un par de horas para el amanecer. Se levantó y estiró los músculos, sabiendo que no podría volver a dormir, y decidió aprovechar el tiempo. Buscó en el fondo de su arcón y sonrió cuando sus dedos sintieron una bolsa de cuero. La abrió y sacó el papiro que contenía. Era una de las pocas pertenencias que se había llevado y solo Layla conocía su existencia. Re’em mojó la pluma y empezó a escribir en él.
Toda su educación había girado en torno a aquel matrimonio. Cuando cumplió los diez años empezaron a enseñarle entre otras cosas a leer y escribir los jeroglíficos egipcios y el hierático, así que decidió practicar este último cuando comenzó el diario. El idioma que años atrás le parecía imposible ahora le resultaba tan natural como respirar, pero siguió escribiendo en hierático. Eso hacía más difícil que lo leyeran en caso de que accidentalmente cayera en otras manos… aunque en la Tierra Negra ya no lo sería, recordó. ¿Tal vez debería escribir en código? Re’em movió la cabeza y siguió escribiendo hasta que la luz del sol empezó a iluminar la habitación.
—¡Princesa! —exclamó Layla y Re’em se sobresaltó.
—Layla, no me des estos sustos —dijo mientras intentaba calmar su corazón.
La dama de compañía se acercó y la princesa cerró el papiro.
—No necesita esconderlo de mí, ya lo sabe. No me enseñaron a leer hierático —recordó—. Además, aunque supiera jamás intentaría espiarla. Respeto su privacidad.
Re’em dejó caer los hombros.
—Lo sé, Layla. Lo siento. Ha sido un acto reflejo.
La princesa guardó el papiro en su bolsa y volvió a dejarla en fondo del baúl. Mientras tanto, Layla se encargó de que le trajeran comida y le preparó la ropa de viaje. Re’em apenas fue consciente mientras se preparaba. No dejaba de pensar en lo que había escrito. Sin embargo, en cuanto se encontró con Yasmin después del desayuno no tuvo tiempo para pensar en nada.
—¿Te has fijado en lo apuestos que son los soldados? —preguntó en arameo en cuanto salieron al exterior.
—¿Los soldados? —preguntó Re’em, distraída.
—Sí, mujer. ¿No me digas que no te has fijado? Re’em, tú siempre igual... ¿Es que no te interesa ningún hombre?
«El príncipe de mis sueños», replicó en su mente.
—¿De qué serviría? Estoy comprometida —respondió— y tú, como mi Dama de Honor, deberías recordarlo.
—Una cosa es estar comprometida y otra estar muerta. Vamos, mira un poco a tu alrededor. ¿Ninguno de ellos te atrae?
Re’em obedeció y miró discretamente a su alrededor. Entendía por qué a su amiga se le caía la baba pero mirara donde mirara solo veía demasiado músculo. Miró a Yasmin y negó. Su amiga suspiró, resignada.
—No tienes remedio —murmuró mientras ayudaba a la princesa a subir al carromato que habían adaptado para su comodidad.
—¿Todo bien por aquí?
Amir se había acercado. Re’em asintió, agradecida de contar con él.
—Sí, estamos bien, gracias. ¿Tardaremos mucho en partir?
—No lo creo, princesa. Una escolta egipcia se está organizando con la nuestra para acompañarnos.
Yasmin se apoyó en el carromato, acercándose a Amir.
—¿De verdad? ¿Nos van a vigilar hasta que lleguemos al palacio? —preguntó con un brillo en los ojos que Re’em conocía demasiado bien.
—Sí, eso parece… —añadió, mirando a su alrededor—. En cualquier caso, princesa, estaré cerca por si me necesita. Solo tiene que gritar y acudiré.
Amir le sonrió y Re’em lo imitó, aunque el velo ocultó su sonrisa.
—Gracias, Amir.
Yasmin puso los ojos en blanco.
—Sí, Amir, gracias por tu disposición.
El guardián se alejó y su amiga volvió a acomodarse en los cojines.
—¿Ni siquiera te gusta Amir? —insistió Yasmin—. Porque parece que tú a él sí le gustas.
Re’em la miró como si le hubiera crecido otra cabeza.
—Creo que el calor te ha afectado, Yasmin. Amir solo es un buen amigo que cumple con su deber.
Su amiga se encogió de hombros.
—Lo que tú digas, Re’em, pero dudo que su constante preocupación por tu bienestar sea solo por deber. Además, no me puedes negar que tiene su atractivo...
—Yasmin, no voy a caer en tus maquinaciones. Te recuerdo por última vez que estoy comprometida. Déjame al margen de tus enredos amorosos.
La joven levantó las manos.
—De acuerdo, no diré nada más. De todas formas, no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Re’em lanzó un cojín que su amiga esquivó sin dejar de sonreír. Ella se lo devolvió mientras el carromato arrancaba, lo que hizo que Yasmin perdiera el equilibrio. La princesa rio y agradeció en silencio que su Dama de Honor se hubiera convertido en una de sus mejores amigas.
Notes:
Espero que te haya gustado. Nos vemos en el próximo :)
Chapter 3: Ineb-hedy
Notes:
Ineb-hedy: (Pared Blanca) nombre original de Menfis, capital de Egipto durante un tiempo antes de que Waset (Tebas) lo fuera después de la expulsión de los hicsos.
Hem-netcher: servidor del dios, un tipo de sacerdote.
Ptah: dios creador de todo, incluyendo el resto de dioses (la verdad, es un poco confusa la creación en la mitología egipcia)Que disfrutes ;)
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«Por favor, Sejmet, la Experta en Magia, no permitas que muera. Llévame a mí en su lugar».
Mojó la frente de Atem y éste se removió. Llevaban tres días luchando contra la fiebre del príncipe y éste todavía no había despertado. El rey preguntaba por su estado cada vez que podía y pasaba todo su tiempo libre junto a su hijo.
—Majestad, ¿me permite un consejo?
El aludido soltó una carcajada.
—Has encontrado a mi hijo cuando nadie más lo ha hecho. Te daría el mundo si me lo pidieras… ¿y solo quieres darme un consejo? ¿No tienes ningún deseo que pedirme en recompensa?
—Solo deseo dos cosas —respondió mientras volvía a mojar la tela de lino—. Una ya la tengo y la otra no está en su poder dármela.
Volvió a refrescar el rostro de Atem y a rezar en silencio por su recuperación bajo la atenta mirada de su rey.
—Bien, en ese caso… ¿cuál es el consejo?
—Que vaya a dormir a su habitación. Necesita descansar. Yo me quedaré a su lado.
—Tú también necesitas dormir.
—Puedo dormir en el suelo si es necesario, majestad. No se preocupe por mí. Usted necesita estar despejado para gobernar. Kemet le necesita.
El rey siguió observándole. Atem se removió pero siguió inconsciente.
—Creo que hay que bañarle de nuevo —susurró con angustia—. Parece que la fiebre ha vuelto a subir.
Aknamkanon se levantó y dio algunas órdenes a los sirvientes.
—Yo me encargo del baño. Usted vaya a dormir un poco.
—¿Seguro que quieres cuidar de él? Tienes otras obligaciones y también necesitas descansar.
—Descansaré un rato cuando la fiebre baje. No se preocupe por mí. Le informaré de cualquier cambio en su estado.
No tardaron mucho en preparar el baño y para entonces ya tenía en sus brazos al príncipe, listo para sumergirlo en agua. Poco después escuchó un bostezo. Levantó la mirada y el rey suspiró.
—Seguiré tu consejo —concedió—, pero avísame de inmediato si hay cambios, sea la hora que sea, ¿de acuerdo?
—Así lo haré, majestad.
Aknamkanon puso una mano en su hombro.
—Tienes un buen corazón. Me alegro de que mi hijo cuente con tu amistad.
Su mente se quedó en blanco hasta que un gemido de Atem le sacó de su estado. Para entonces el rey había desaparecido. Se centró en el príncipe, que esta vez parecía reaccionar al agua fría.
—Príncipe, ¿puede oírme? —preguntó cuando vio que sus ojos se movían bajo sus párpados.
«Déjame ver tus ojos otra vez», suplicó con toda su alma. Atem respondió a su plegaria durante un instante, suficiente para que su corazón angustiado volviera a latir con normalidad.
Atem iba a sobrevivir.
Le llevó un rato conseguir que bajara la fiebre. El príncipe no volvió a abrir los ojos ni a reaccionar a su voz pero su cuerpo ya no ardía como antes. Después de sacar a Atem del baño y llevarlo a la cama envuelto en un lienzo, se dio cuenta de que había un mueble más en la habitación: los sirvientes habían instalado un catre junto a una de las paredes de la habitación, con una almohada y una manta.
∞∞∞
Re’em se quedó con la boca abierta cuando llegaron a Ineb-hedy después de varios días de viaje. La antigua capital seguía siendo una ciudad impresionante para cualquiera que la viese. Conforme se acercaban a ella sus muros crecían más y más.
—¿Por qué la llaman «Pared Blanca»? —preguntó Yasmin, que también estaba observando la ciudad—. Sus muros son normales.
La princesa no respondió. Aquella era una buena pregunta que le haría a Isis en cuanto la viera.
—Se llama así en referencia a la pureza y la protección del templo de Ptah que se halla en ella.
Re’em dio un respingo. Isis cabalgaba junto a su carromato y no la había visto. ¿Qué hacía allí? Amir viajaba detrás de la consejera y la princesa tuvo que morderse el labio para no reír: el soldado la miraba como si fuese un dragón a punto de atacar.
—¿Qué hace aquí? ¿Espiarnos? —dijo Yasmin.
—Alteza, ya le dije que soy su tutora —dijo Isis, ignorando la actitud de la Dama de Honor y atrayendo de nuevo la atención de la princesa—. Sus lecciones comienzan ahora. Hay un lugar que debe visitar conmigo.
—¿Cuál? —preguntó con curiosidad.
—El templo que da nombre a la ciudad.
Re’em volvió a mirar hacia allí. Era fascinante la actividad que se veía desde aquella distancia. Una gran cantidad de personas cruzaba las puertas, ya fuera en un sentido o en el otro, y eso solo confirmaba que Ineb-hedy seguía siendo una de las ciudades más importantes del país. Idea que se vio reforzada cuando se vieron obligados a avanzar despacio por la calle principal hasta que se detuvieron.
—Princesa, acompáñeme.
Isis se había apeado del caballo y la esperaba con la mano extendida. Re’em bajó y tras ella notó que Yasmin se disponía a hacer lo mismo.
—Solo la princesa tiene acceso al lugar donde vamos.
—No te preocupes. Yo la escoltaré —dijo Amir antes de que Yasmin replicara.
Sus ojos azules se clavaron en el guardián y luego en la princesa.
—Tenga cuidado, princesa.
Re’em sonrió.
—Por supuesto, Yasmin.
Los tres desaparecieron entre la multitud, seguidos por un par de sirvientes con ofrendas para el dios. Re’em avanzaba escoltada por Isis y Amir mientras sus ojos iban de un lado a otro. Los comercios, el mercado, los grupos de personas que hablaban aquí y allá… por todas partes la ciudad estaba llena de vida.
—Por aquí, princesa —indicó Isis.
Giraron en una esquina y allí estaba el templo en todo su esplendor. Un par de guardias custodiaban el acceso al recinto vallado mientras la gente entraba y salía para hacer sus ofrendas y rezar. Nada más entrar se purificaron.
—Amir, ¿verdad? —preguntó Isis al soldado.
—Sí, señora —respondió, sorprendido de que la consejera hablara su idioma.
—Espera aquí mientras la princesa y yo visitamos al que escucha las plegarias. No tienes acceso a esa zona.
Amir la fulminó con la mirada.
—No voy a dejarla sola.
—Amir —dijo Re’em, llamando la atención de su guardián—, estaremos cerca y solo será durante un rato. Además, estamos en un templo. ¿Qué podría pasarme?
—Podría pasar cualquier cosa, princesa, pero no se preocupe. La espero aquí.
Re’em sonrió.
—Gracias, Amir. En seguida volvemos.
Mientras hablaban, un par de hem-netcher se acercaron y tomaron las ofrendas de manos de los sirvientes. Isis y Re’em los siguieron hacia el interior del templo bajo la atenta mirada de Amir.
—Princesa, debe quitarse el velo —explicó Isis mientras se quitaba la capucha—. Es una falta de respeto entrar con la cabeza cubierta.
Re’em dudó durante un par de latidos pero obedeció cuando uno de los hem-netcher la miró de reojo. Isis se la quedó mirando durante unos instantes.
—¿Ocurre algo, señora Isis? —susurró mientras sentía su rostro arder.
—No, nada. Discúlpeme, princesa. Es que… es usted tal y como me imaginaba —respondió con una sonrisa—. Por favor, llámeme solo Isis. Pronto será mi reina.
La princesa asintió. Salieron a un patio interior con columnas y una construcción piramidal en el centro que distrajo la atención de Re’em y le hizo olvidar lo sucedido.
—Es una mastaba —explicó Isis entre susurros—. Este es el único templo de Kemet que la tiene. Representa la creación del mundo. Él creó todo, tanto a los dioses como la materia que utilizaron ellos para crear el mundo, y por eso la incluyeron en el templo.
Re’em miró la mastaba con interés mientras avanzaban hacia la siguiente sala. Entró tras Isis y se fijó en lo que hacía. Se inclinaron, mantuvieron la mirada baja y se arrodillaron para rezar a los pies de la estatua mientras los hem-netcher hacían la ofrenda en su nombre. «Por favor, guía mis pasos durante mi nueva vida». En cuanto salieron Re’em se volvió a colocar el velo. Ya en el patio exterior Isis le habló de Ptah y su papel en la creación de los demás dioses.
—Vaya, hay mucho más de lo que me enseñaron…
—No se preocupe, alteza. Yo le enseñaré todo para que pueda elegir bien al dios que la adoptará.
—¿Adoptarme?
—Por supuesto, princesa. Debe tener sangre divina para ser nuestra reina. Ya que no desciende de los dioses que protegen esta tierra, uno de ellos tendrá que adoptarla para adquirir su naturaleza divina y convertirse en su representante en la Tierra Negra. Tranquila, tendrá tiempo de sobra para conocerlos a todos antes de la ceremonia.
Re’em apenas habló mientras se dirigían al barco que los esperaba en el puerto para llevarlos hasta Waset.
Notes:
Espero que te haya gustado. Nos vemos :)
Chapter 4: Viaje por el río
Notes:
¡Hola! Este fin de semana voy a estar muy ocupada y no estaba segura si subirlo ahora o la semana que viene... así que aquí está. Que lo disfrutes ;)
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Estaba a punto de dormirse cuando su voz le llamó. Su corazón saltó de alegría al escucharlo. Atem sonrió al verle.
—¿Qué ha pasado? —susurró.
—Te mordió una rata en el pasadizo y caíste enfermo. Has tenido mucha fiebre.
Atem rio débilmente. ¿Qué le hacía tanta gracia?
—Ha tenido que morderme una rata para que por fin me tutees —explicó al ver la confusión en su rostro.
—Yo no pretendía…
—Tengo sed...
Cogió el cuenco de agua y pasó un brazo por su espalda para ayudarle a beber. Mientras lo hacía notó que temblaba.
—¿Tiene frío, príncipe?
Atem hizo una mueca.
—No, estoy temblando pero no sé por qué. ¿Es malo?
—No creo —respondió, intentando tranquilizarle—. El médico dijo que lo peor era la fiebre. Puede que solo sea un síntoma de su enfermedad. Beba despacio.
Le acercó el cuenco. Mientras Atem bebía se convenció de que su príncipe estaba allí, a salvo, y dio las gracias por ello. No sabía con seguridad qué dios o diosa era responsable de su recuperación pero prometió dedicar su vida a hacer feliz al príncipe.
∞∞∞
Re’em suspiró. Isis no había bromeado cuando le dijo que sus clases comenzaban en el templo. Desde que habían embarcado su tutora se empeñaba en repasar una y otra vez el protocolo. Saludar con una inclinación y una alabanza, no mirarle directamente, no hablar si no le preguntaba, no tocar, no llamarle nunca por su nombre, mantenerse un paso detrás de él… Re’em debía reconocer que era más estricto de lo que estaba acostumbrada pero no era desconocido para ella. Sin embargo, el mínimo error hacía que Isis la hiciera comenzar de nuevo.
—Descansemos un rato, princesa.
Re’em se sentó de inmediato sobre la cubierta del barco, cerró los ojos y respiró. Poco después su cuerpo se relajó y toda la frustración se desvaneció. De pronto se sintió observada: a unos pasos de ella Isis la miraba con nostalgia. La consejera se acercó con una expresión de disculpa al ver que Re’em la miraba inquisitivamente.
—No quería interrumpirla, princesa. Me ha recordado a un amigo. Él también utilizaba la meditación cuando quería relajarse.
Isis miró hacia el río, perdida en sus recuerdos. Re’em no dijo nada.
—También era su mejor amigo —susurró tan bajo que la princesa casi no lo escucha.
—¿Su mejor amigo? —preguntó con curiosidad—. ¿Se refiere a mi prometido?
Isis la miró y asintió.
—Ellos crecieron juntos —respondió mientras volvía a mirar el río.
Re’em esperó pero la consejera no dijo nada más.
—Entonces no puede ser tan malo —dijo mientras se levantaba y se apoyaba en la barandilla de la cubierta, junto a Isis.
—¿Qué quiere decir, princesa?
—Siempre he escuchado cosas malas de mi prometido. Son rumores que circulan fuera de Kemet y le hacen parecer un monstruo. Sin embargo, si alguien creció a su lado y confió tanto en él como para considerarlo un buen amigo, entonces no puede ser tan malo. Además, las personas nunca son buenas o malas por completo. Todos tenemos luz y oscuridad en el interior.
Isis la miraba con fascinación.
—Tus palabras son sabias. ¿Quién te ha enseñado eso?
—Nadie —respondió mientras desviaba la mirada hacia el río—. Es algo que creo desde que tengo conciencia.
Re’em sintió la mirada de la consejera sobre ella durante unos instantes.
—Shuti Atem era un buen rey hasta que su tío le traicionó. Desde entonces no es el mismo.
La expresión de Isis era de tristeza y Re’em no se atrevió a hacer más preguntas. ¿Qué había pasado con aquel amigo? ¿Por qué le traicionó su tío? ¿Había alguna posibilidad de que Atem volviera a ser el de antes?
—Se acabó el descanso.
∞∞∞
Re’em siempre recordaría el viaje en barco como la mejor parte del viaje, a pesar de las lecciones exigentes de Isis. La tranquilidad con la que se deslizaban por la superficie del agua contrastaba con la actividad de los barcos que viajaban constantemente de una orilla a otra, o que viajaban entre las ciudades como ellos. Isis le habló de Hapy y de su importancia en el día a día de cada kemetiu.
—¿Es que esa mujer nunca se calla? —refunfuñó Yasmin en cuanto vio que estaba lo bastante lejos.
Re’em rio y toda la tensión desapareció. Estaban en la cubierta del barco, disfrutando del atardecer mientras el barco remontaba el río con las velas extendidas. Solo se escuchaba algún chapoteo, recordatorio de los peligros que acechaban bajo el agua. Re’em deseó que se detuviera el tiempo.
∞∞∞
Le costaba mucho respirar y empezaba a marearse. Sintió que levantaban un poco su cuerpo. Logró coger algo de aire pero tosió y un líquido con sabor metálico llenó su boca. Alguien le habló. Logró enfocar la vista y vio su rostro suplicante: su rey estaba a su lado. El dolor que se le clavaba en el pecho cada vez que intentaba respirar se difuminó mientras el amor que sentía por él aumentaba. Intentó decirlo pero su mente se nubló y todo se volvió negro.
∞∞∞
Re’em despertó con algo que le tapaba la nariz y se le metía en la boca, impidiéndole respirar. Intentó gritar y pedir auxilio. Alguien se acercó corriendo y retiró lo que fuera que tuviera. Re’em se incorporó, llenó sus pulmones de aire y se tranquilizó.
—¿Está bien, princesa? —preguntó Amir.
Ella asintió y vio que tenía el velo en el regazo. Estaba sola con su guardián en cubierta y era noche cerrada pero rápidamente se lo volvió a poner.
—¿Qué ha pasado?
—Se quedó dormida con el velo puesto. No vuelva a hacerlo, ¿de acuerdo?
Re’em asintió. Amir la acompañó a su zona de descanso mientras pensaba en lo sucedido. El velo nunca había sido un problema durante aquel viaje… ¿Tal vez porque había estado tumbada en la cubierta del barco mientras lo llevaba?
—Ya puedes retirarte, Amir. Gracias.
El soldado la miró con atención.
—De verdad, estoy bien. Me quitaré el velo antes de dormir. Buenas noches.
—Que descanse, princesa.
Amir se marchó y Re’em suspiró. ¿La realidad había afectado a su sueño, convirtiéndolo en pesadilla? Se quitó el velo y se dispuso a dormir.
—¡Princesa! ¿Se encuentra bien? —preguntó Layla mientras entraba—. Amir me ha despertado y me ha dicho que casi te ahogas…
—Estoy bien. Ha sido el velo, que se me ha metido en la boca mientras dormía… o eso creo…
Re’em se detuvo. Aquello le parecía menos creíble cuando lo contaba, pero ¿qué otra cosa podía ser? Estaba sola cuando sucedió.
—Tenga. Beber agua la ayudará.
Re’em aceptó el vaso mientras aclaraba sus ideas.
—Layla…
—¿Sí, princesa?
Re’em se mordió el labio. ¿Debía contárselo?
—Esta vez he tenido una pesadilla un poco rara…
—¿Rara por qué?
—Soñaba que me ahogaba pero no estaba sola. El príncipe estaba conmigo.
Layla la observó.
—¿El príncipe con el que siempre sueña?
Re’em asintió. Todavía podía ver su mirada angustiada como si la tuviera delante.
—Eso es nuevo, creo.
La princesa miró a Layla.
—¿Nuevo? Layla, ¿qué quieres decir con eso?
La asistente se quedó quieta durante un instante.
—Bueno… cuando era muy pequeña tuvo pesadillas en las que se ahogaba. Sus padres intentaron todo lo que se les ocurrió para evitar que las tuviera, hasta que un día se derramó un frasco con perfume de canela en uno de los cojines de su madre. Aquella fue la primera vez que durmió en paz. ¿No lo recuerda? No, claro que no. Yo tenía dieciséis años por aquella época y me convertí en su niñera. Por eso echo perfume de canela en su almohada, princesa, para que no vuelva a ahogarse.
Re’em la miró pensativa. Layla tenía unos doce años más que ella, así que debía de tener unos cuatro años cuando pasó.
—Que duerma bien, princesa. Debe estar llena de energía para el gran día.
Es verdad, estaban muy cerca de Waset… ¿Cómo será su futuro marido? ¿Se parecerá a su príncipe o será totalmente diferente? ¿Se llevarán bien? Esperaba que sí…
Con el suave vaivén del barco y el aroma a canela Re’em no fue capaz de pensar durante mucho más tiempo en lo que le esperaba.
Notes:
Sí, el viaje parece un poco más largo de lo normal pero paciencia. Como puedes ver, el ansiado encuentro será en el siguiente capítulo ;)
Chapter 5: El encuentro
Notes:
¡Por fin ha llegado el momento! Que lo disfrutes ;)
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Chapter Text
En algún momento de la noche habían llegado a Waset. Re’em vio por primera vez el amanecer en aquella ciudad que se convertiría en su nuevo hogar mientras sirvientes y soldados se organizaban bajo la supervisión de Karim, Isis y otras personas que ella no conocía. Toda aquella actividad le recordó que pronto vería a su prometido por primera vez, lo que hizo que un nudo se formara en su estómago.
—¡Pero si estás aquí!
Re’em se giró mientras Yasmin se acercaba y la agarraba del brazo, separándola de la barandilla. Como siempre, Amir estaba a unos pasos de ellas, vigilando. Re’em en seguida se sintió abrumada por la cantidad de cosas que le contaba su amiga, que empezó a hablarle de todo tipo de rumores que circulaban sobre la Corte egipcia. La princesa sonrió educadamente mientras Yasmin mencionaba una serie de nombres que apenas pudo retener. Tampoco le extrañaba, pues la joven dama tenía una habilidad para hablar con desconocidos y obtener información que Re’em envidiaba.
—¡Re’em! ¿Me estás escuchando?
La princesa hizo un esfuerzo por recordar el último nombre que su amiga había mencionado.
—Sí, claro —dijo al instante—. Me estabas hablando sobre… cómo se llamaba…
Yasmin suspiró, molesta.
—¡Aknadin! El tío de tu prometido.
—Sí, eso… Un momento, ¿el mismo que le traicionó? —preguntó con interés.
Yasmin asintió.
—Como te estaba contando, Aknadin intentó matarle pero...
—¡Princesa! —dijo Layla, interrumpiendo la conversación—. ¿Qué haces desayunando? ¡Ya deberías estar lista para vestirte! ¿Aún no han traído el vestido egipcio? ¡Jamal!
A ninguna de las dos le había dado tiempo a decir nada antes de que la asistente desapareciera de su vista.
—Si no se relaja le dará un infarto.
Las dos rieron. Re’em sintió cómo parte de la tensión de su cuerpo se desvanecía. Sin embargo, todavía quedaban los nervios que retorcían su estómago.
—¿Nerviosa?
La princesa asintió.
—No sé cómo reaccionará al verme.
Yasmin clavó la mirada en ella.
—Si no es capaz de apreciar la suerte que tiene de que seas su esposa, yo misma le patearé el culo.
Re’em volvió a reír. Jamal y Layla regresaron con el vestido y las joyas que debía ponerse, y el tiempo voló. La princesa se encontró lavada, vestida y maquillada antes de lo que pensaba, esperando que le dieran la señal para desembarcar y dirigirse al palacio. Tendría a Yasmin y Layla tras ella, apoyándola como siempre, pero eso no tranquilizaba sus nervios. Desde donde estaba podía escuchar a la multitud reunida en la orilla, murmurando mientras esperaba su llegada. ¿Qué pensarían ellos al verla?
Layla entró, la hizo ponerse de pie y la examinó desde todos los ángulos. Luego sonrió.
—¿Preparada para conocerle?
Re’em tragó saliva y asintió. En aquel momento escuchó el sonido de varias tropetas y supo que era la señal. Salió y se encontró con Yasmin y Amir. Ambos le dedicaron una sonrisa de aliento. Una brisa de aire impactó en la piel expuesta y Re’em se estremeció a pesar del calor que hacía. Aquello le recordó cómo era el vestido: una sencilla pieza de tela de lino que habían entrelazado por su cuerpo, tapando y mostrando de forma efectiva y elegante, con la parte inferior suelta como una falda que se abría a ambos lados, y sujetada con un par de cuerdas con hilos de oro que combinaban con los brazaletes que adornaban sus brazos y piernas. Nunca había mostrado tanta piel y ahora tenía que desfilar ante miles de personas que habían acudido para verla. Su rostro ardió solo de pensarlo.
Una mano en su espalda le indicó que siguiera adelante. Re’em respiró, levantó la cabeza y bajó la pasarela, donde le habían dicho que la esperaba el visir junto al palanquín en el que la llevarían a palacio. Los guardias habían formado un pasillo. La princesa centró su mirada en la lejanía mientras sentía las miradas de los demás sobre ella, especialmente la de un hombre cuyos ojos azules analizaban cada detalle. Volvió a agradecer el velo que todavía llevaba.
—Bienvenida, princesa Re’em —saludó el hombre que la había mirado con tanta atención, inclinando la cabeza—. Espero que su viaje por Kemet haya sido de su agrado. Soy Seto, visir y leal servidor del Señor de Las Dos Tierras.
Ella sonrió.
—Gracias por su bienvenida, visir Seto. Me siento afortunada de contribuir al bienestar de esta tierra tan hermosa.
Seto asintió. Re’em subió a su palanquín y la llevaron por la calle principal, donde una fila de soldados abría el paso a través de una multitud. Le sorprendió escuchar vítores y alabanzas dirigidos hacia ella. Pronto se olvidó de ellos cuando la procesión se acercaba al palacio. Re’em se quedó impresionada al ver aquellas puertas que parecían estirarse hacia el cielo conforme se acercaban. Los grabados llamaron su atención y creyó haberlos visto antes, pero antes de que intentara recordarlo se abrieron y entró en el recinto. Re’em miró a su alrededor con curiosidad y lo primero que llamó su atención fue el jardín. Sin embargo, pronto la alejaron de él y se prometió explorarlo en cuanto pudiera.
Atravesaron el patio y la bajaron ante una de las puertas del edificio. Desde allí la guiaron por los pasillos hasta que le indicaron que se detuviera ante unas puertas, con Yasmin, Layla, Amir y los enviados de su padre tras ella. Re’em respiró varias veces antes de que las puertas se abrieran ante ella. El heraldo los anunció conforme entraban. La sala estaba llena de nobles y altos funcionarios. En seguida se callaron y los guardias les abrieron paso hasta el trono. Re’em tragó saliva y avanzó. Los nervios regresaron con más intensidad mientras los murmullos aumentaban a su paso.
—¡¡Silencio!!
Todos callaron al mismo tiempo y Re’em se estremeció. Se obligó a seguir adelante hasta llegar a unos pasos del trono. La princesa se inclinó como le habían indicado y adelantó el pie izquierdo.
—¡Salve, Encarnación de Horus! Que los dioses guíen tu camino y te protejan de todo mal.
Re’em se quedó callada con la mirada fija en el suelo, cerca de los pies del monarca. Isis le había insistido en que no le mirase directamente a menos que él se lo ordenara.
—Bienvenida a tu nuevo hogar, princesa…
Alguien se inclinó a su lado y le susurró algo que no llegó a escuchar.
—¿Princesa Re’em? —preguntó sorprendido—. Vaya, vaya, qué curioso… ¿De verdad es ése tu nombre, princesa, o se trata de una broma macabra?
—Es el nombre que me pusieron mis padres, majestad —respondió confundida.
—¿Por qué te tapas la cara? ¿Tienes algún defecto?
Re’em movió la cabeza.
—Es la costumbre de mi país. Ni mi prometido ni ningún extraño puede verme la cara hasta el día de mi boda. Creemos que así estaré protegida de envidias y maldiciones, y que tendré un matrimonio dichoso.
El monarca rio al escucharlo y en seguida los nobles lo imitaron. Atem se levantó y se acercó a ella, que siguió evitándolo con la mirada, mientras el silencio regresaba.
—Eso son solo supersticiones. Ningún velo te garantizará un… ¿cómo has dicho? Matrimonio dichoso.
Re’em no respondió. El monarca giró a su alrededor, evaluándola, mientras ella notaba con pesar que él le llegaba al hombro.
—¿Y esa cicatriz?
El monarca señaló la zona de su pecho: una línea irregular cerca de su esternón.
—No es una cicatriz, majestad. Es una marca de nacimiento. La tengo desde siempre.
Atem entrecerró los ojos pero no dijo nada. Re’em sintió que el estómago se le retorcía de los nervios.
—Mírame a los ojos.
La princesa obedeció. Unos ojos rubíes le devolvían la mirada y Re’em casi se olvidó de respirar. Ella conocía esos ojos; estaba segura de que eran los del príncipe de sus sueños a pesar de que siempre olvidaba nombres y rostros en cuanto despertaba. Sin embargo, aquellos ojos no eran tan cálidos ni amables como los de sus sueños. Más bien parecían fríos e indiferentes. Re’em desvió la mirada y Atem regresó a su trono.
—Ven, princesa. Ocupa el lugar que te corresponde —indicó Atem, señalando el trono vacío a su lado.
Re’em dudó un instante antes de obedecer. La mirada penetrante de su prometido no se apartó de ella hasta que estuvo sentada. Atem habló brevemente con aquellos que la habían acompañado hasta allí y después comenzó la música. Los nobles se dedicaron a disfrutar de la música, el baile, la comida y la bebida, pero Re’em no logró relajarse. En su mente estaba grabados los ojos de Atem, tanto los de sus sueños como los reales, y una extraña sensación que no lograba quitarse de encima.
Notes:
He estado varios días sin poder escribir, así que no pensaba tenerlo preparado tan pronto... pero ha sido ponerme a escribir y ha salido todo de un tirón. La inspiración es muy curiosa... Espero que te haya gustado :)
Chapter Text
Estaba anocheciendo mientras sus pasos resonaban por el pasillo. La actividad del palacio había disminuido bastante en comparación con el día anterior. Sin embargo, su preocupación no había hecho más que aumentar durante todo el día. Se detuvo un instante para armarse de valor antes de volver la esquina y dirigirse con determinación ante los guardias que custodiaban la entrada.
—¡Alto! No puede entrar aquí —dijo uno de ellos mientras le cortaban el paso con sus lanzas.
Clavó la mirada en él.
—¿Tienes idea de quién soy?
—Lo sabemos —respondió el otro mientras saludaban con una inclinación de cabeza—, pero el príncipe ordenó expresamente que solo dejáramos pasar a los criados que le atienden.
—¿Príncipe? —preguntó alzando una ceja— Querrá decir Señor de las Dos Tierras.
El guardia tragó saliva.
—S-sí, señor, por supuesto.
—Estoy al tanto —continuó mientras el otro se calmaba—. Él me ha mandado llamar. Si no, ¿por qué estaría aquí?
Ambos guardias se miraron. Rezó para que diera resultado.
—Espere aquí, por favor.
Tenía una oportunidad. Intentó que sus emociones no se reflejaran en su rostro mientras contaba cada acelerado latido de su corazón. ¿Y si Atem decía que no? ¿Qué haría entonces? No podía seguir así. Si algo tenía claro era que su corazón no aguantaría aquella situación durante mucho tiempo.
—Puede pasar.
La declaración del guardia, que mantenía la puerta abierta, le quitó un peso de encima. Atem quería que estuviera allí y eso facilitaba las cosas. Entró y se arrodilló junto a la cama.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Atem mientras daba unas palmadas a su lado. Se levantó y obedeció—. ¿No estabas interrogando a esa asesina que logró seducirle?
En lugar de responder observó su rostro. Sus ojos estaban hinchados y enrojecidos por el llanto. ¿Cuánto debía contarle? Desvió la mirada y asintió.
—¿Y bien? ¿Por qué lo ha hecho?
—Parece que los hicsos aprovecharon el descontento de su hermano con el gobierno de su padre para convencerla de que lo hiciera. También lo he interrogado a él.
—¿Por qué? —preguntó, dolido—. ¿Qué necesidad había de envenenarle?
—Creen que pueden aprovecharse de su juventud para invadir Kemet.
Atem no dijo nada durante un rato y aprovechó para observarlo. El dolor que sentía seguía reflejado en su rostro y volvió a sentirse impotente. Atem era demasiado joven para todo esto.
—No quería interrumpir su duelo, nesui —susurró mientras sentía que no debería estar allí, por mucho que deseara permanecer a su lado—. Le dejaré solo como usted ordenó.
Hizo ademán de levantarse pero Atem agarró su brazo con rapidez.
—Quédate conmigo, por favor. No te vayas.
No pudo negarse cuando sus miradas se encontraron.
∞∞∞
El agotamiento hizo que Re’em durmiera hasta casi el mediodía, a pesar de que Layla y Yasmin intentaron despertarla durante un buen rato. Así que cuando por fin abrió los ojos se encontró con Yasmin acercándose con una jarra de agua. La princesa se incorporó de inmediato.
—¡Yasmin! ¿Qué haces con esa jarra?
La joven retrocedió y la dejó junto a un cuenco con fruta en la mesa de la habitación.
—Layla no lograba despertarte y me pidió ayuda —explicó mientras cogía una uva y se la comía—. Cuéntame, ¿qué te ha parecido tu futuro marido?
Re’em suspiró.
—Acabo de despertar, Yasmin. ¿No puedes esperar hasta que haya comido algo? —protestó.
—Llevas mucho tiempo dormida y estoy aburrida. Necesito chismorreos. Cuéntame, ¿qué piensas de él? Yo creo que ha envejecido bastante bien…
—¡Yasmin! Hablas como si me fuera a casar con un viejo —regañó—. Solo es dieciséis años mayor que yo.
—¿Y te parece poco?
Layla se interpuso entre ellas.
—Ya habrá tiempo para charlas. Princesa, debe comer y arreglarse. La Señora del Harén me dijo que quería hablar con usted.
—¿A qué viene ese tono tan formal, Layla? —se burló Yasmin—. Solo estamos nosotras tres.
La asistente miró a su alrededor, como si esperase que alguien atravesara las paredes.
—Lo sé pero estamos en un lugar extraño y me han dicho que Su Majestad es muy estricto con las normas. Si me pillan tuteándola…
—Layla, en ese caso te protegeré —dijo Re’em con firmeza—. Tú eres mi asistente. Solo yo tengo derecho a castigarte.
—Dudo que eso le importe mucho a tu futuro marido… —replicó Yasmin.
Ambas la miraron fijamente.
—¿Qué? Es lo que dicen por ahí —se excusó.
Re’em movió la cabeza pero no dijo nada más. En menos de una hora ya estaba lista y un criado la dirigía por los pasillos del palacio hacia la mujer que reclamaba su presencia. La princesa tomó nota del camino mientras una sensación de familiaridad se apoderaba de ella, calmando sus nervios. Debía de ser por los sueños que había tenido durante años. ¿Existiría el pasadizo secreto? Se detuvieron ante una puerta y el sirviente llamó.
—¡Adelante!
—La princesa Re’em está aquí, mi señora —anunció mientras se adentraba.
Ella le siguió. La mujer la miró de arriba abajo con curiosidad y sorpresa desde detrás del escritorio.
—Gracias. Puedes marcharte.
El criado se inclinó ante ambas mujeres y se marchó. Re’em miró con curiosidad a la mujer que la había mandado llamar mientras ésta se levantaba y se acercaba a ella con una cálida sonrisa.
—Bienvenida, princesa. Soy Mana, la Señora del Harén. Disculpe que no me presentara ayer en la fiesta pero mis obligaciones me lo impidieron. Neith se cree la reina desde que Atem la liberó. Tiene la estúpida idea de que lo tiene comiendo de su mano. Si ella supiera…
Mana movió la cabeza y suspiró. Re’em la observó con la extraña sensación de que ya la había visto antes. Las dos se dirigieron a una pequeña mesa con dos sillas que había en una esquina. Una jarra con agua y dos vasos estaban esperándolas.
—No se preocupe por ella —continuó Mana mientras servía el agua fresca—. Haré todo lo que esté en mi mano para que ni Neith ni Sherdet interfieran en su matrimonio. Por eso le he asignado las habitaciones contiguas a las de Atem.
Re’em sintió una punzada en el corazón sin saber por qué, pero desapareció en cuanto Mana continuó hablando:
—Me gustaría conocerla mejor. ¿Puedo hacerle algunas preguntas?
—Por supuesto, señora Mana.
La otra soltó una risita.
—Llámeme solo Mana, por favor. ¿Alguna vez han pasado cosas extrañas a su alrededor?
Re’em frunció el ceño. No esperaba aquel cambio de rumbo en la conversación.
—No, nunca.
Excepto los sueños que tenía, pero eso no se lo iba a decir a una mujer que acababa de conocer. Ahora fue el turno de Mana de fruncir el ceño.
—¿Nunca? ¿Ni siquiera cuando estaba enfadada o asustada?
Re’em negó. ¿A dónde quería llegar aquella mujer? Mana la miró pensativa durante unos instantes.
—¿Sucede algo malo? —preguntó la princesa, preocupada.
Mana sonrió al instante.
—No, no, en absoluto. Solo era curiosidad. Para conocerla mejor. ¿Ha tenido un buen viaje? ¿Qué le ha parecido la Tierra Negra?
El resto de la conversación giró en torno al viaje y a sus impresiones, aunque Re’em no podía quitarse de la cabeza la sensación de que había algo que se estaba perdiendo. Sin embargo, decidió darle el beneficio de la duda. Mana parecía una buena mujer.
Notes:
Espero que te haya gustado. Nos vemos en el siguiente capítulo ;)
Chapter 7: Junto al estanque
Notes:
Creía que no iba a terminar nunca el capítulo pero aquí está .Que lo disfrutes ;)
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Chapter Text
Unos golpes en la puerta interrumpieron la conversación.
—Adelante.
—Señora, el rey reclama su presencia —dijo mientras se asomaba con timidez.
Mana se tensó al escucharlo.
—Ahora voy.
El sirviente inclinó la cabeza y se marchó.
—Parece que tendremos que seguir hablando en otra ocasión, princesa. Si tiene algún problema puede acudir a mí. La ayudaré siempre que pueda.
Re’em sonrió.
—Gracias, Mana. Ha sido un placer hablar contigo. Espero que nos llevemos bien.
Mana sonrió.
—¡Por supuesto! Estoy segura de ello. Ya nos veremos.
Ambas salieron del despacho. Re’em vio desaparecer a Mana por el pasillo. ¿Qué iba a hacer ahora? Isis no le había dicho cuándo seguirían con sus clases… La princesa avanzó por el pasillo por el que se había marchado Mana cuando escuchó gritos:
—¡¡¿Cómo se te ocurre utilizar la magia para encerrarlas?!!
—¡¡No pretenderías que dejara a esa arpía vagar a sus anchas el día que llega tu futura esposa, ¿verdad?!! ¡¡Lo habría arruinado todo y lo sabes, Príncipe!!
La princesa avanzó por el pasillo con cuidado.
—¡¡No me llames así!! ¡¡¿Cuántas veces te lo he dicho?!! ¡¡Soy tu rey!!
—¡¡Antes sí que lo eras, hasta que mi Maestro murió y cambiaste!! ¡¿Qué crees que pensaría él si te viera ahora?!
Un fuerte golpe hizo que la princesa diera un brinco y acelerara el paso.
—¡¡Si no te gusta cómo gobierno, márchate de una vez y déjame en paz!!
—¡¡¿Y dejarte en manos de esa fornicadora?!! ¡¡Eres mi mejor amigo!!
—¡¡Sal de aquí antes de que olvide nuestra amistad y castigue tu insolencia!!
Re’em estaba doblando la esquina cuando escuchó la puerta abrirse. Siguió avanzando sin detenerse hasta que salió al patio, cerca del jardín. Solo entonces pudo respirar tranquila. Lo último que necesitaba era meterse en medio de un conflicto ajeno. Re’em se quitó las sandalias y paseó por la hierba bien cuidada. Allí pudo admirar el colorido y el aroma de las flores. Avanzó hasta el estanque y se sentó en el borde. El agua cristalina la invitó a meter los pies y refrescarse mientras en su mente resonaban los gritos que había escuchado. ¿Quién era el maestro del que Mana hablaba? Debía de ser cercano a Atem porque se había puesto aún más furioso. Re’em se estremeció.
—Por fin la encuentro —dijo una voz familiar en arameo—. ¿Dónde se había metido?
Amir estaba acercándose a ella.
—Mana quería conocerme —respondió mientras volvía a mirar el estanque.
—¿Mana?
—La Señora del Harén.
—Tenga cuidado con las personas que conoce, princesa. Nunca se sabe lo que pueden hacer.
Re’em asintió sin levantar la mirada del agua. Durante un rato estuvo observando las ondas que sus pies provocaban en la superficie.
—Ahí llega su prometido —anunció Amir, que estaba vigilando a un par de pasos de ella.
Re’em levantó la mirada y se encontró con la de Atem, que se dirigía hacia ellos. Al instante su cuerpo se tensó sin saber qué podía esperar de él. ¿Seguiría enfadado? Y si era así, ¿lo pagaría con ella? Una vez que se acercó se dio cuenta de que sus ojos ardían de furia.
—Majestad —saludó, inclinando la cabeza.
Atem los miró a ambos con los ojos entrecerrados.
—¿Qué hace aquí, princesa? ¿No debería estar con Isis?
Re’em se encogió de hombros.
—Ella no me ha dicho nada desde que llegamos.
—Tú —dijo de repente al guardia en arameo—, ¿no deberías estar entrenando en vez de estar aquí de brazos cruzados?
Amir se tensó.
—Estoy protegiendo a la princesa, majestad —respondió inclinando la cabeza pero su mirada brillaba desafiante—. Su padre me ordenó no perderla de vista.
Atem se acercó a él. Parecía que intentaban matarse con la mirada.
—¿Me estás desafiando?
Alarmada, Re’em se levantó y se interpuso entre ellos.
—M-majestad, estoy segura de que Amir no pretende desafiarle. Solo está cumpliendo con su deber. ¿Verdad, Amir?
Ellos no dejaron de mirarse aunque la tensión parecía disminuir.
—Así es, princesa —respondió Amir.
—¿Eres consciente de que ahora estáis en mi país? Ve a entrenar. Tu princesa estará a salvo mientras permanezca dentro de los muros.
El guardián pareció evaluar a Atem durante un instante antes de inclinar la cabeza.
—Como usted diga, majestad.
Se inclinó y se marchó hacia el cuartel. Atem se tumbó en la hierba sin decir nada y cerró los ojos. Re’em lo miró, perpleja. ¿Cómo podía pasar del enfado a la calma en tan poco tiempo? Eso no aparecía en sus sueños… ¿Tal vez no eran reales como ella pensaba?
—Dilo de una vez —dijo Atem con un suspiro.
Re’em se sentó al lado de su prometido.
—Majestad, ¿por qué le ha echado? Él siempre me acompaña a todas partes.
—Había demasiada gente para disfrutar de tu compañía en paz. Además, éste es mi jardín.
¿Disfrutar de su compañía? La princesa le miró, sorprendida.
—¿Por qué? —preguntó antes de que pudiera evitarlo. El monarca la miró—. E-es decir, me alegro de que no me haya rechazado, pero ¿por qué quiere pasar tiempo conmigo a solas?
Atem siguió mirándola, impasible.
—¿Por qué no iba a estar con mi futura esposa? Que sea un matrimonio arreglado no significa que no podamos conocernos antes de la boda. Bastante duro debe de ser abandonar tu país y tu hogar para que yo te lo ponga más difícil. ¿Y qué has querido decir con que te alegras de que no te haya rechazado?
Re’em abrió los ojos, sorprendida, sin saber qué decir. Eso era algo que le diría el príncipe de sus sueños, al menos había imaginado que así sería, pero ¿eran realmente la misma persona?
—¿Y bien?
La princesa desvió la mirada mientras sus manos jugaban con la tela de su vestido.
—Las mujeres no suelen tener mi altura —susurró—. Muchas veces pensé que usted me enviaría de regreso nada más verme.
Atem se sentó de repente. Re’em se tensó ante la repentina cercanía mientras la mirada rubí parecía buscar en su alma.
—¿Majestad?
—Llámame Atem cuando estemos solos —susurró.
Re’em sintió su piel arder bajo el velo. Tragó saliva y asintió sin poder apartar la mirada de aquellos rubíes. Un destello de reconocimiento, sorpresa y dolor brilló en la mirada del monarca antes de que volviera a tener aquella mirada indiferente del día anterior. Re’em abrió la boca para hablar cuando Atem se levantó.
—Tengo que asistir a una reunión. Disfruta del jardín siempre que quieras, princesa. Ahora también es tuyo.
¿Qué había pasado?
Notes:
Espero que hayas disfrutado tanto al leerlo como yo al escribirlo. Nos vemos :)
Chapter 8: Bloqueo
Notes:
Glosario:
Sepat: nomo
Ady-mer: nomarca
Ta-shemau: (tierras del sur) Alto Egipto
Ta-mehu: (tierras del norte) Bajo Egipto
Shen menu: flota, piedra
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Chapter Text
—¡No puedo hacerlo, Maestro! ¡Es demasiado grande! —se quejó la niña mientras señalaba la piedra.
—Mana, este hechizo ya lo has hecho antes.
—¡Con plumas, peces y algún pájaro, pero esa piedra tiene el tamaño de mi cabeza!
Respiró despacio para mantener la calma.
—Te lo he dicho muchas veces. El tamaño no influye en la eficacia del hechizo. Pudiste hacerlo antes con éxito y lo volverás a hacer. Solo tienes que concentrarte y creer en ti.
Mana le miró con incredulidad.
—Tienes mucho heka y sé que puedes hacerlo con facilidad —continuó—. Solo respira, concéntrate y cree en ti.
Ella se mordió el labio mientras miraba la piedra.
—¿De verdad cree que puedo hacerlo?
—Por supuesto, Mana. No te lo pediría si no fuera así.
Ella miró la piedra fijamente.
—Está bien, Maestro, lo intentaré.
Se alejó un par de pasos y esperó en silencio. Mana respiró varias veces, clavó la mirada en la piedra y extendió sus manos.
—Shen menu —dijo.
No pasó nada. Mana volvió a concentrarse.
—Shen menu.
Esta vez la piedra se tambaleó un poco antes de quedarse quieta. Mana frunció el ceño y volvió a intentarlo, sin éxito. Lo repitió varias veces más mientras la tensión de su cuerpo aumentaba.
—Mana…
—¡Shen menu!
—Mana, deténte. Descansa un rato.
—¡No! —exclamó frustrada.
Se acercó a ella despacio y se puso delante.
—Mana, para —dijo con suavidad.
—¡¡Me dijo que podía hacerlo!!
Vio cómo le temblaba el labio justo antes de dejarse caer, derrotada. Se arrodilló a su lado.
—Respira, Mana, y tranquilízate.
—¡Ya le dije que la piedra es demasiado grande! —gimió ella.
—¡¡Mana!! —exclamó, logrando que se callara—. La clave está en ti. Si piensas que es demasiado pesada para conseguirlo, fallarás. Si piensas que tendrás éxito, lo conseguirás. Como ya te he dicho, el hechizo es el mismo y lo sabes hacer. Solo tienes que mantener la concentración y creer que puedes.
Mana pareció pensar en lo que le había dicho. Poco después se levantó con decisión.
—¡Shen menu!
La piedra se levantó y se mantuvo en el aire. Mana sonrió. Se alegró por ella.
—¡Mire, Maestro! ¡Lo conseguí! —exclamó, triunfante.
En aquel momento la piedra cayó de nuevo al suelo. Mana se quejó.
—¡Bien hecho, Mana! Ahora solo tienes que mantener la concentración.
∞∞∞
Re’em sopló para que la tinta se secara antes y leyó lo que había escrito. Por primera vez había soñado con alguien que no era su príncipe, y eso la desconcertaba. Si la razón de sus sueños no era su prometido, ¿entonces cuál era?
La luz comenzó a entrar en la habitación y Re’em lo tomó como una señal para recoger el papiro y comenzar su día. En cuanto el rollo estuvo a salvo en su escondite llegaron Yasmin y Layla con varios sirvientes que traían comida y agua para su baño. Mientras Layla la ayudaba a prepararse, Yasmin le recordó que tenía clases con Isis por la mañana y una reunión con Atem por la tarde.
—¿Una reunión? ¿Sobre qué? Ayer no me dijo nada cuando hablamos junto al estanque…
Yasmin clavó la mirada en ella.
—¿Ya has hablado con él a solas? ¿Cómo fue? ¿Te trató bien? Cuenta, cuenta.
Re’em sonrió. La curiosidad de su amiga era infinita.
—Al principio estaba furioso y echó a Amir, pero luego se calmó y hablamos un poco.
—Espera un momento… ¿Consiguió que Amir se alejara de ti?
—¿Sí? —respondió la princesa con inseguridad antes de explicarle todo con detalle.
Yasmin rio.
—No hay duda. Tu prometido tiene carácter.
Re’em se miró en el espejo de bronce cuando terminó de ponerse todos los adornos y no se reconoció.
—¡Por todos los dioses, Re’em! ¡Estás espectacular! —exclamó Yasmin.
La princesa se mordió el labio y se ajustó el vestido que Atem le había enviado aquella mañana.
—¿Estás segura? Me siento tan rara…
—Está preciosa, princesa —confirmó Layla—. Estos vestidos la favorecen mucho. Su prometido se quedará con la boca abierta cada vez que la vea.
Re’em se ruborizó.
—Seguro que él ya está acostumbrado —murmuró.
Un sirviente interrumpió la conversación, anunciando que debía llevar a la princesa ante Isis. Re’em se despidió con un gesto y lo siguió por los pasillos con Amir detrás, quien había sonreído nada más verla. Re’em no sabía si le había molestado lo sucedido con Atem o no pero le alegró verlo de nuevo en su tarea habitual. Bajaron un piso y la princesa en seguida se dio cuenta de que conocía aquella parte del palacio, a pesar de no haber estado en aquella zona desde que llegó. Sin embargo, continuó andando detrás del sirviente. ¿Cómo era posible? ¿Estaba relacionado con sus sueños? ¿Qué tenían que ver Atem y Mana con ella, aparte de ser la futura reina?
Llegaron hasta la puerta de una de las aulas del palacio y el sirviente llamó a la puerta.
—¡Adelante, princesa!
Re’em obedeció mientras Amir se quedaba de guardia en la puerta y el otro se despedía de ella con una inclinación.
—Buenos días, princesa —saludó Isis—. Espero que ayer descansara de su viaje. Desde hoy continuaremos con sus clases. Shuti Atem me ha dicho que hoy asistirá a su primera reunión del consejo, así que las clases van a tratar la administración del país. ¿Qué le han contado sobre eso?
—Me han contado que hay regiones administrativas llamadas sepat y que cada región está a cargo de una persona pero no me han explicado nada más. Mis padres esperan que me limite a proporcionar un heredero sano y fuerte.
Isis frunció el ceño.
—Aquí harás mucho más que eso. Te lo aseguro.
Re’em la miró con curiosidad. Isis le sonrió.
—Las sepat están administradas por los ady-mer —explicó la consejera—. Hay veintidós en Ta-Shemau y veinte en Ta-Mehu. Los ady-mer responden directamente ante el rey y presentan informes sobre sus tierras cada vez que termina una estación. Además, ellos…
Durante las siguientes dos horas Isis se aseguró de explicarle todo lo posible sobre cada sepat y su ady-mer. Re’em hizo un esfuerzo por retenerlo todo, aunque tantos nombres y datos a la vez la abrumaban. Unos golpes en la puerta interrumpieron la clase y Mana se asomó.
—Isis, ¿puedo interrumpir un momento? Quiero hacer una prueba y me parece que la princesa necesita un descanso.
—Bueno, yo…
—Gracias, Isis —interrumpió Mana, adentrándose—. Princesa, quiero que haga levitar esta piedra.
—¿Levitar? —preguntó ella, desconcertada, mirando la piedra que Mana había dejado ante ella.
Miró a Isis, pensando que era algún tipo de broma, pero su tutora observaba con seriedad.
—¿Cómo voy a hacer eso?
—Utilizando tu heka, por supuesto.
Re’em rio.
—Es una broma, ¿verdad? No tengo heka.
Isis y Mana intercambiaron una mirada.
—¿Cómo lo sabe si no lo intenta?
—¿Y cómo voy a controlar algo que no sé si tengo?
—Princesa, sé que tiene heka. Lo noto. Solo he conocido una persona que tuviera tanto como usted. Sé que si se entrena podrá manejar su poder.
Re’em volvió a mirar a Isis.
—Mana tiene razón. Yo también puedo percibir su heka. Debería entrenar.
—¿Mi prometido también sabe que tengo heka?
—No, él no tiene la capacidad para percibirlo. No al nivel en el que está el suyo. Sin embargo, habrá que informarle para que…
—Isis, ¿no sería mejor mantenerlo en secreto por ahora?
—Mana, ¿es que quieres que te acusen de traición? Sabes que es muy peligroso guardar un secreto así.
—¡No quiero que Neith se entere! —se defendió Mana—. Hará cualquier cosa para desacreditarla ante el Príncipe.
—Razón de más para no hacerlo a sus espaldas. Si Neith descubre que está entrenando en secreto, lo utilizará en su contra.
Re’em las observó en silencio. ¿De verdad tenía heka? Echó un vistazo a su pasado sin encontrar nada raro. Además, si realmente lo tenía, ¿por qué no se había manifestado cuando se metían con ella por su altura? Miró la piedra y recordó su sueño.
—Lo intentaré —anunció, interrumpiendo la discusión—. ¿Qué tengo que hacer?
Re’em no se sorprendió cuando la explicación de Mana coincidía con el sueño que había tenido. Miró la piedra y se concentró. Luego extendió su mano y recitó las palabras. No se movió. Volvió a intentarlo un par de veces más, sin éxito. Isis y Mana intercambiaron una mirada.
—Dejémoslo por ahora —dijo Isis cuando Re’em iba a intentarlo por cuarta vez—. Si su heka nunca se ha manifestado es posible que esté bloqueado. Sin embargo, creo que sería bueno que Mana le enseñe lo que sabe. Tal vez encontremos la causa.
Notes:
Espero que te haya gustado :)
Chapter 9: Rashid
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Re’em no podía evitar pensar en lo sucedido mientras comía en su habitación. Según Isis y Mana, ella tenía un heka muy poderoso… ¿Tendrían razón?
La fueron a buscar nada más terminar de comer. El sirviente la llevó hasta el despacho de Atem. En aquel momento estaban retirando los restos de comida, así que el monarca asintió en cuanto los vio a través de la puerta abierta. Re’em entró mientras el sirviente cerraba tras ella. Atem le indicó con rostro inexpresivo que se sentara. Ella obedeció.
—Quiero que asistas con regularidad a mis reuniones para que conozcas a todas las personas influyentes del reino. Será mejor que te mantengas al margen de las discusiones hasta que seas oficialmente mi Gran Esposa Real, como está indicado en nuestra alianza. Sin embargo, al final de cada sesión quiero que me des tu opinión en privado de todo lo que veas y escuches. ¿Alguna pregunta?
Re’em no había apartado la mirada de su prometido mientras hablaba. Yasmin tenía razón: Atem había envejecido bien. Solo tenía unas pequeñas arrugas en los ojos y en la frente, y parecía ágil y fuerte. Al darse cuenta de que el monarca esperaba una respuesta, la princesa preguntó lo primero que se le ocurrió.
—¿Rashid también asistirá?
—¿Rashid? ¿Hay algún motivo para que asista?
Re’em se mordió el labio.
—Él ha venido como asesor político —explicó—. Podría ayudarme a ver mejor la situación y dar un consejo más acertado.
Atem la observó durante unos instantes.
—¿Puedes asegurarme que se mantendrá al margen de los asuntos de mi reino? ¿O que tu consejo no se verá afectado por sus ideas?
Re’em tragó saliva bajo la penetrante mirada carmesí.
—Le doy mi palabra de que no influirá en mi criterio —dijo con seriedad—. Él siempre ha trabajado para mi padre y parece muy eficiente.
—Hablas como si pudiera fiarme de la palabra de un hicso.
Re’em recordó algunos de los sueños que había tenido sobre él.
—Majestad, yo… —se interrumpió al ver su mirada—. A-Atem, soy consciente de que nuestros pueblos han sido enemigos pero si quieres que esta alianza funcione debes confiar en mi palabra. No soy tu enemigo. Yo solo quiero vivir en paz y ser lo más feliz que pueda en mi nuevo hogar. No puedo imaginar todo el dolor que mi pueblo te ha causado —añadió Re’em con cautela, consciente de que por culpa de las intrigas políticas perdió a su padre y quién sabe a cuántos más—, y te juro que haré lo que pueda por curar ese dolor.
Se miraron en silencio durante unos momentos más.
—¿Curar el dolor, dices? ¿Cómo piensas hacerlo?
Re’em desvió la mirada sin saber qué responder.
—Está bien, puede acompañarte a las reuniones hasta el día de nuestra boda. Pero si ese Rashid interfiere en algún momento, ya sea con tu opinión o en las discusiones, será expulsado, ¿entendido?
Re’em asintió.
—Tiw, nesui.
Atem se tensó durante un instante tan breve que Re’em se preguntó si no se lo había imaginado. El rey se levantó y le ofreció la mano.
—Vamos. Nos estarán esperando.
Re’em aceptó su mano. La calidez y suavidad de su piel, a pesar de los pequeños callos, eran reconfortantes. Ya de pie, Atem la apoyó en su brazo. La princesa sintió que se le aceleraba el corazón por la cercanía.
—¿E-está seguro de esto, maj...?
—Atem —corrigió el monarca—. Recuerda que eres igual a mí. Prefiero que te vean como a su reina desde el principio.
Re’em asintió. En cuanto salieron del despacho se encontraron con Amir, que hacía guardia ante la puerta. Amir los miró sorprendidos mientras Atem enviaba a uno de los dos guardias del palacio a buscar a Rashid.
—Vamos, querida.
Re’em se sonrojó y se dejó llevar a través de los pasillos mientras sentía los ojos de su guardián sobre ellos. ¿Qué estaba haciendo Atem? ¿Y por qué Amir parecía tan molesto? ¿Yasmin tendría razón sobre él?
Atem se detuvo ante unas puertas y Re’em supo que iban a entrar en la sala de reuniones. Respiró hondo mientras abrían las puertas. Dentro había un grupo de personas que al verlos entrar les saludaron con una reverencia. Uno a uno se acercaron a la princesa y se presentaron. Algunos, como Isis, Seto y Karim, ya los conocía y de alguna forma le tranquilizó verlos allí. Isis incluso le dedicó una sonrisa. Después se acercó a ella un albino con una cicatriz que tenía una mirada intimidante. Se presentó como Bakura, jefe de los medjay, y Re’em recordó haberlo visto durante la fiesta de su recepción, aunque en aquel momento no se había fijado mucho en él.
—¿Medjay? —preguntó sin pensar. Sobre ella sintió la mirada penetrante de Atem. Bakura la miraba con extrañeza—. Disculpe mi ignorancia pero acabo de llegar y todavía no estoy al día. ¿Quiénes son los medjay?
—No pasa nada, princesa —respondió Rashid en arameo antes de que Bakura respondiera—. Son soldados nubios que protegen el palacio. No es algo por lo que deba preocuparse.
Re’em miró al consejero.
—¿Lo sabías y no me lo dijiste?
Rashid se encogió de hombros.
—No es asunto de mujeres.
Atem se interpuso entre ellos.
—No admito mediocres en mi Corte —siseó en arameo—. Estás aquí porque mi futura esposa lo pidió, pero si no eres capaz de informar a tu princesa como es debido e impedir estas situaciones, regresarás de inmediato… o tal vez nunca. ¿Te ha quedado claro?
Rashid palideció bajo la mirada fría del rey y asintió.
—C-claro, m-majestad.
—Discúlpate con ella por tu incompetencia y sigamos con la reunión.
Re’em miró asombrada cómo Rashid, el orgulloso consejero de su padre, se arrodillaba ante ella y murmuraba su disculpa. Después continuaron las presentaciones como si nada hubiera sucedido. Shada, que se encargaba de todos los documentos del palacio, y el que parecía el más joven del grupo, Diva, encargado de velar por el bienestar del pueblo, la saludaron. Una vez concluidas las presentaciones se sentaron todos en la mesa. Atem a la cabeza, Re’em a su derecha y Seto a su izquierda. Sintió a Rashid sentarse tras ella, murmurando algo en arameo que no entendió, pero una mirada del rey bastó para silenciarlo.
—Que comience la reunión. ¿Hay algún asunto urgente que debamos tratar?
Notes:
Tal vez se te haya hecho corto el capítulo pero la inspiración me ha llevado por donde ha querido. Me ha venido un par de escenas para esta historia pero todavía no es el momento de publicarlas, así que he tenido que hacer un esfuerzo extra para terminar este capítulo. En cierto modo, así es mejor. Ya tengo una dirección hacia la que debe ir esta historia y adelanto parte del trabajo. Espero que te haya gustado :)
Chapter 10: Neith
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
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—… los niveles de la inundación no son los que necesitamos —informaba Shada—. Este año no habrá bastante cosecha.
Re’em miró a su prometido, esperando que diera alguna solución, pero para su sorpresa Atem tenía la mirada clava en algún punto de la mesa.
—Que abran nuevos canales para regar —dijo Seto sin esperar intervención por parte de su rey—. Diva, ¿necesitas algo para eso? ¿Hombres extra o más recursos?
El joven asintió.
—Me vendría bien contratar más obreros y conseguir más herramientas para ellos.
—De acuerdo. Luego haremos cuentas y te daré lo que necesitas.
Re’em paseó la mirada por todos los asistentes, que ya habían pasado a discutir el siguiente tema. Ninguno de ellos parecía notar la falta de interés del monarca en aportar una solución. Sus ojos se encontraron con los de Isis, que se limitó a mover la cabeza en respuesta a su silenciosa pregunta. Su mirada regresó a su prometido mientras escuchaba a medias la discusión sobre la conveniencia de reforzar o no las fronteras para controlar la inmigración. ¿Qué había pasado con el príncipe que veía en sus sueños?
La puerta se abrió y entró una mujer de piel oscura con un cuenco que contenía uvas y una jarra de vino. Atem pareció volver a la vida en ese instante, aunque su mirada seguía siendo indiferente. Re’em estudió a aquella mujer. Su piel era oscura y tenía tatuajes en los brazos. Por su ropa y sus joyas, no era una sirvienta… ¿sería Neith? Los consejeros se limitaron a saludarla con la cabeza antes de continuar con su discusión. Ella los ignoró, le entregó la copa a Atem, que bebió un sorbo y la dejó en la mesa mientras la recién llegada se acomodaba en sus piernas. Después cogió una uva y se la dio al rey mientras evaluaba a Re’em con la mirada. Los consejeros seguían con la reunión. La princesa hizo un esfuerzo por prestar atención mientras a su lado Atem dejaba que aquella mujer lo alimentara.
Re’em había perdido la noción del tiempo cuando aquella reunión terminó y los consejeros empezaban a marcharse. Se levantó, pero ni Atem ni aquella mujer parecían ser conscientes de que la reunión había terminado. ¿Debía marcharse o esperar a Atem?
En la puerta estaba Mana, fulminando con la mirada a la pareja. Re’em apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando Mana se adentró en la habitación murmurando unas palabras y la mujer cayó al suelo, a los pies de Atem. Re’em se mordió el labio para contener las ganas de reír.
—¡Neith! —gritó Mana—. ¡No deberías estar aquí!
La mujer miró hacia arriba, buscando ayuda de Atem, pero éste se levantó y pasó junto a Re’em en dirección a la salida.
—Vamos a mi despacho.
—¡¿Vas a dejar que me hable así?!
Atem la ignoró y salió. La princesa le siguió en silencio mientras a sus espaldas Mana discutía con Neith. Incluso desde el pasillo podía escuchar sus gritos:
—¡No tienes derecho a tratarme así! —exigió Neith.
—¿Ah, no? —se burló Mana.
—¡Soy una princesa de Nubia! ¡Debes respetarme! ¡Lamentarás haberme tirado al suelo, bruja!
Doblaron una esquina y Re’em no pudo escuchar la respuesta de Mana pero esperaba que fuera buena. Sin embargo, pronto quedó olvidado. En seguida su mente volvió a lo que había presenciado y Re’em no pudo reprimirse en cuanto se encerraron en el despacho.
—¿Esta es tu forma de gobernar? —reprochó—. ¿Pasando de los asuntos del reino y permitiendo que una mujer ajena lo escuche todo?
Atem clavó la mirada en ella pero Re’em no se dejó intimidar.
—Esa mujer ajena, como tú dices, lleva años viviendo en este palacio —replicó el rey—. Es más de lo que se puede decir de ti. Deberías estar agradecida de que te deje estar presente.
Re’em se cruzó de brazos.
—¿Y presenciar cómo se desmorona Kemet bajo tu reinado? ¿Dónde está ese príncipe que quería mejorar la vida de su pueblo?
Atem le puso un puñal al cuello. Ella se quedó quieta, mirando la empuñadura.
—¡¿Cómo sabes eso?! ¡¡Responde!!
Re’em volvió a mirar a Atem.
—He oído rumores de que antes eras diferente —logró responder con una calma que no sentía—. Imaginé que querías ser un buen rey para tu pueblo.
Atem pensó en su respuesta antes de apartar el puñal de ella.
—Es precioso, ¿verdad? —preguntó, mostrándoselo.
Re’em volvió a mirarla y asintió sin estar segura del rumbo que estaba tomando la conversación.
—Era de mi tío. Este puñal cambió mi vida para siempre.
Ella le miró con curiosidad pero Atem no dijo nada más. Tuvo la sensación de que lo había visto antes y que había algo más que no le estaba contando mientras el puñal regresaba al cinto del rey.
—Aparte de mi forma de gobernar, ¿hay algo más que quieras comentar?
—Todavía no tengo una base sólida para opinar sobre los asuntos del reino.
Atem asintió.
—Puedes retirarte.
Re’em inclinó la cabeza y se dirigió a la puerta.
—No creas que soy negligente —dijo Atem cuando estaba a punto de abrirla—. No admito a cualquiera en mi Corte. El que me falla conoce las conseciencias. Deberías hacer lo mismo o se aprovecharán de ti. Adiós, Re’em. Que descanses.
—Buenas noches, Atem.
∞∞∞
Algo andaba muy mal con Atem. Podía verlo en su mirada mientras se acercaba al encadenado con el puñal en la mano.
—Atem, te lo suplico, no lo hagas.
No hizo caso de sus palabras. El monarca empezó a cortar la piel del preso en silencio, arrancándole gritos de dolor. Éste empezó a hablar sin necesidad de preguntas. Podía sentir cada grito como si surgiera de lo más profundo del corazón de Atem.
—Atem…
Los ojos le ardían mientras deseaba abrazar a Atem y alejarlo del preso. Lo intentó todo: ponerse en medio, sujetar su mano, rodearle con sus brazos… nada funcionó. Se alejó unos pasos, incapaz de asumir que el Atem que conocía y amaba ya no estaba. Tenía que hacer algo, pero ¿el qué?
—Mahado tenía toda la vida por delante —susurró—. No tenías derecho a arrebatarle su futuro y por ello te condeno a morir como él. Que así se escriba, que así se haga.
Atem clavó el puñal en la garganta de Aknadin, haciendo que se ahogara con su sangre.
∞∞∞
Re’em despertó de golpe, con la angustia y el dolor clavados en su pecho. Las lágrimas escaparon de sus ojos sin que pudiera evitarlo. Después de un rato, cuando logró tranquilizarse, se asomó al balcón y pensó en lo que había soñado: Atem, Aknadin, el asesinato de alguien… y el puñal. El mismo con el que la había amenazado aquella tarde. ¿Se refería a eso? ¿Aquello le había cambiado tanto?
Disfrutó de la calma de la noche hasta que la brisa arrastró sonidos de la habitación de Atem. Re’em se sonrojó en cuanto los identificó. Finalmente suspiró y trató de quitarse de la mente la idea de que Neith estaba a una pared de distancia mientras regresaba a la cama.
Notes:
Espero que te haya gustado. Nos vemos :)
Chapter 11: Encuentros nocturnos
Notes:
¡Por fin el capítulo que esperabas! Que lo disfrutes ;)
(See the end of the chapter for more notes.)
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Al día siguiente Re’em no podía quitarse de la cabeza el sueño que había tenido. Tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse en las lecciones de Isis y para cuando la dejó marchar, la princesa había tomado la decisión de conseguir más información.
—¡Princesa!
Se volvió a tiempo de ver a Yasmin corriendo hacia ella. Re’em suspiró y esperó que llegara junto a ellos.
—¿A qué viene ese escándalo? —preguntó mientras Yasmin la arrastraba hasta sus habitaciones.
—¡Tu prometido no está en el palacio! —exclamó en cuanto cerró la puerta.
—¿Eso es todo? Puede que esté atendiendo cualquier deber, Yasmin.
—No estés tan segura —replicó la dama de honor—. Según me han contado…
—Ya empezamos —suspiró la princesa—. Yasmin, no puedes hacer caso de cada chisme que escuches por ahí.
—… cada mes desaparece durante un día entero —continuó diciendo, ignorando lo que decía Re’em—. ¿No te parece extraño?
—No —replicó—. ¿No has pensado que tendrá un buen motivo para desaparecer?
—Hay algo raro, te lo digo yo —insistió—. Deberíamos seguirle la próxima vez.
—Yasmin…
En aquel momento golpearon la puerta y Mana se asomó.
—Princesa, necesito que me acompañe.
—Entonces me marcho al campo de entrenamiento —dijo Yasmin, guiñando un ojo.
La joven acompañante desapareció por el pasillo mientras ellas se ponían en camino.
—Mana, ¿es cierto que mi prometido se ausenta durante un día al mes?
La Señora asintió sin dejar de avanzar.
—Pasa el día meditando en un oasis.
—¿Meditando?
Mana se encogió de hombros.
—Eso dice.
Bajaron las escaleras y fue entonces cuando Re’em se dio cuenta de que se dirigían a la biblioteca privada.
—¿Podemos estar aquí? —preguntó.
—Le expliqué a Atem que su heka está bloqueado y nos ha dado permiso para investigarlo. Aquí hay papiros que no se encuentran en ninguna otra biblioteca de Kemet.
Las paredes estaban llenas de estanterías y en el centro había una mesa para leer con útiles de escritura. Re’em sonrió.
—¿Sabía que puedo leer la mente? —dijo Mana con una expresión divertida en el rostro—. Seguro que piensa que podría pasar todo el día aquí, estudiando cada papiro.
Re’em asintió mientras las mejillas le ardían. ¿Tan evidente era que le encantaba aquel rincón?
—Siempre me ha gustado mucho leer papiros de todo tipo, pero mi padre pensaba que no necesitaba saber nada más que lo que me enseñaban. Decía que era impropio de una mujer saber más que su marido.
Mana estaba sonriendo cuando Re’em volvió a mirarla.
—Después de la boda tendrá acceso ilimitado, aunque no sé si eso será bueno —comentó mientras buscaba entre los papiros de una estantería—. Algo me dice que no habrá forma de sacarla de esta habitación.
Mana le guiñó el ojo y la princesa sonrió.
—Seguro que si hubiéramos crecido juntas seríamos buenas amigas —murmuró.
—Estoy convencida de ello —confirmó Mana—. Eres tal y como Isis predijo.
Re’em apenas la escuchó mientras leía las etiquetas de los más cercanos. Recorrió las estanterías encontrando papiros con temas de todo tipo, fascinada con todo el conocimiento que encerraban aquellas cuatro paredes. Entonces la encontró: la estantería que había visto en su sueño estaba ahí, ante ella, tentándola a presionar el mecanismo que abriría el pasadizo y descubrir si lo que soñaba era real…
—¡Lo encontré!
Re’em se sobresaltó y retiró la mano. Había olvidado por completo a Mana, que había cogido un papiro y lo estaba extendiendo sobre la mesa.
—Primero intenta hacer levitar esta piedra —explicó, señalando una pequeña piedra que había dejado en la mesa—. Luego empezaremos a probar hechizos para sacar todo tu poder.
—¿Estás segura de que funcionará?
—No, pero si no lo intentamos no lo sabremos.
Así lo hicieron durante las siguientes horas. Ninguno de los hechizos que encontró la maga lograron desbloquear su magia. Hasta que un gruñido interrumpió su tarea.
—Será mejor que continuemos otro día, estoy hambrienta —se quejó Mana mientras su estómago volvía a protestar.
Re’em estuvo de acuerdo.
∞∞∞
Luchaba contra el sueño mientras regresaba a la bibloteca después de cenar. Aquel día había tenido un entrenamiento agotador de lucha cuerpo a cuerpo y además había tenido que estudiar en la biblioteca para la prueba que tenía al día siguiente. Así que la primera vez que vio su silueta a la luz de la luna pensó que se trataba de una visión. Se detuvo y se quedó mirando el patio fijamente. Un par de guardias pasaron junto a las columnas. Movió la cabeza y continuó su camino. No había dado dos pasos cuando volvió a ver aquella silueta saliendo de la oscuridad y adentrándose en el jardín. Volvió a detenerse y durante un instante miró el pasillo que le llevaría de nuevo a la biblioteca antes de suspirar y salir al patio.
¿Qué estaba haciendo? Al día siguiente tenía que pasar la prueba definitiva, la que decidiría su futuro. Debía regresar a la biblioteca y repasar las lecciones antes de ir a dormir. Lo sabía. También sabía que no podría concentrarse ni dormir en paz sabiendo que algo perturbaba el sueño de su príncipe.
—¿Príncipe? —susurró—. ¿Está ahí?
Escuchó un sonido más adelante y lo siguió. Encontró a Atem de pie, listo para correr, pero en cuanto vio quién lo buscaba se relajó.
—¿Qué haces levantado a estas horas? —preguntó mientras se sentaba y daba unas palmadas en el suelo delante de él.
—Tiene gracia. Eso debería preguntarle yo —respondió mientras obedecía—. ¿Por qué ha venido aquí a estas horas?
—Yo he preguntado primero.
—Pero yo soy mayor y tengo la responsabilidad de protegerle —replicó sin pensar.
Atem entrecerró los ojos.
—Lo siento, yo…
—Pareces agotado —interrumpió el heredero—. ¿Has estado despierto hasta ahora?
—Estoy bien, príncipe. No se preocupe por mí.
—Me preocupo porque tú no lo haces como deberías —reprochó Atem—. ¿De dónde vienes?
—De cenar.
—¿A dónde ibas?
—A la biblioteca —respondió Mahado, notando que el cansancio se apoderaba de su cuerpo, y bajó la mirada—. Iba a repasar para la prueba de mañana.
Atem levantó su rostro. El brillo de aquellos rubíes bajo la luz de la luna le dejó sin aliento.
—No necesitas repasar nada. Ve a dormir. Estoy seguro de que mañana brillarás más que Ra y los deslumbrarás a todos.
Se perdió en la sonrisa del príncipe y en la confianza de su mirada. Estaba claro que para Atem el mago ya había superado la prueba como si lo hubiera visto con sus propios ojos. Aquella certeza fue un bálsamo que le permitió dormir profundamente y mantener la calma hasta que terminó la prueba.
Al día siguiente le salió todo mejor de lo que Mahado había esperado, tal y como su príncipe había predicho. El recuerdo de la noche anterior calentó su pecho y entonces supo que amaba a su príncipe.
∞∞∞
Re’em dejó que la tinta se secara mientras se asomaba al balcón. La noche estaba tranquila y silenciosa.
—Vaya, pensé que dormías también con el velo —dijo una voz a su derecha, arrastrando las palabras—. Me alegro… ¡hip!... No parece algo cómodo de llevar.
Re’em entró con rapidez en la habitación.
—¡¡Eh, oye!!… hip… ¡No te asustes, que no duermo… ¡jij-hip!… es decir… no muerdo… ¡hip!… A menos que tú quieras… ¡hip!
La princesa se asomó lo justo para evitar que Atem viera su rostro.
—Me asustó, majestad —respondió sin moverse de su sitio—. ¿Está borracho?
El monarca parpadeó un par de veces.
—¿Borracho? No, yo no… ¡hip!... me emborracho. Solo he bebido un poco… ¡hip!
Re’em frunció el ceño. Atem estaba sentado en el balcón, sujetando una botella de vino, y sin embargo no parecía capaz de mantenerse quieto.
—¿Por qué está bebiendo, majestad?
El monarca volvió a mirarla.
—Atem… Me llamo Atem… ¡hip!
Re’em suspiró.
—Atem, ¿por qué estás bebiendo?
—¿No lo ves? Estoy celebrando.
La princesa lo miró fijamente. Nada en el rostro de Atem indicaba que estuviera feliz.
—¿Puedo unirme a la fiesta?
El rey levantó la botella.
—¡Por supuesto!
Re’em se adentró en la habitación, se puso el velo y fue al encuentro de Atem. Éste seguía en el balcón, bebiendo otro trago de la botella. En cuanto la vio llegar se la ofreció.
—No encontrarás mejor vino en todo Kemet que éste —dijo mientras Re’em cogía la botella y olía su contenido por debajo del velo.
—No hay duda de que es bueno —alabó antes de dejar la botella lejos del rey—. Si me permite saberlo, ¿qué estamos celebrando?
Atem siguió mirando las estrellas sin responder. Su rostro reflejaba una tristeza tan profunda que Re’em sintió que su pecho se encogía. Estaba a punto de disculparse cuando Atem clavó la mirada en ella con una sonrisa tan fría como la luz de la luna. Re’em se estremeció.
—La muerte del amor eterno.
Notes:
He tenido un par de semanas complicadas para escribir. La inspiración me llevó a escribir otra historia que no tiene nada que ver y después me costó un poco volver a centrarme en este capítulo. Afortunadamente aquí está. No voy a publicar nada hasta el año que viene, así que feliz Navidad y próspero Año Nuevo a todos. Que el 2024 traiga más sealshipping ;)
Chapter 12: Sherdet
Notes:
¡Ya estoy aquí! Espero que estos días lo hayas pasado bien. Para aquellos que celebráis el día de Reyes, considera el capítulo un regalo adelantado ;)
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Chapter Text
Re’em se quedó sin palabras. Atem miró a su alrededor buscando la botella. Cuando la vio al otro lado de la princesa la señaló.
—Pásamela —ordenó.
—No.
Atem clavó la vista en ella durante unos instantes. Intentaba intimidarla, estaba segura de ello, pero su constante parpadeo para enfocar la vista y su leve tambaleo frustraban cualquier intento del monarca por imponer su voluntad. Tras unos instantes Atem se acercó a ella.
—¿Eres consciente de lo que te puede pasar por desobedecerme? —soltó de un tirón.
El olor a vino la golpeó en la cara. Re’em arrugó la nariz bajo el velo.
—Tiw, nesui.
Atem retrocedió como si le hubiera dado una bofetada.
—¡No digas eso!… ¡hip!...—exigió—. ¡Te lo prohíbo!
Re’em parpadeó. ¿Qué había de malo en su respuesta?
—Discúlpame, Atem —respondió desconcertada.
—Disculpada —murmuró mientras empezaba a gatear hacia la botella.
Re’em estiró un brazo ante el rey, impidiéndole avanzar.
—Quítate de en medio.
—Majestad, ha bebido demasiado. Debería descansar.
—¡No me… hip… digas lo que… hip… debo hacer!
Atem forcejeó con ella, intentando apartarla de su camino. Sin embargo, como sus reflejos y su equilibrio estaban afectados por el alcohol, Atem terminó entre los brazos de Re’em mientras jadeaba entre hipidos por el esfuerzo.
—¿Alguna vez… ¡hip!… te has enamorado?
La pregunta pilló a Re’em por sorpresa. Durante unos instantes lo pensó y recordó el sueño que acababa de tener. ¿Se refería a esa sensación? Por otro lado, ¿tenía sentido que sintiese algo por un príncipe con el que soñaba siempre, aunque fuera su prometido cuando era niño? ¿Eso contaba como enamoramiento? Atem se incorporó lo suficiente para mirarla. La intensidad de aquellos rubíes que se clavaban en ella la dejaron sin aliento. Eso, sumado a la cercanía, le impidió pensar una respuesta adecuada.
—No, claro que no —continuó—. Si alguna vez lo… ¡hip!... hubieras estado no habrías dudado en responder… ¡hip!... Mejor, así… ¡hip!… no sufrirás por promesas vacías.
¿Promesas vacías? Atem volvió a mirar las estrellas. Ya no luchaba por liberarse y parecía haber olvidado la botella por completo. Re’em lo observó de nuevo mientras crecía en ella la sensación de que su prometido deseaba unirse al firmamento.
—Atem —susurró—, deberías descansar.
Él asintió, todavía mirando las estrellas.
—Tal vez tengas razón… —murmuró mientras intentaba ponerse en pie.
Re’em le sujetó y le ayudó a llegar a la cama. Cuando le tapó le pareció ver un dolor profundo en su mirada.
—Que tenga dulces sueños, majestad—susurró mientras se alejaba.
Cuando lo miró por última vez antes de cerrar la puerta, Atem se había acurrucado de espaldas a ella.
∞∞∞
Layla estaba terminando de maquillarla cuando llegó Yasmin muy agitada.
—¡¡No sabes el revuelo que hay!!
La princesa puso los ojos en blanco.
—¿Qué ocurre ahora?
—¡¡Han detenido a Emir y lo van a juzgar!!
Re’em se volvió hacia ella.
—¿El embajador de mi padre? ¿Por qué?
—Los guardias lo interceptaron esta noche cuando intentaba entrar en las habitaciones del harén.
Re’em frunció el ceño.
—¿Sabes cuándo será juzgado?
—No, pero lo más probable es que ya haya empezado —respondió mientras Layla le pintaba la línea de los ojos.
La princesa pensó mientras terminaban de maquillarla. Emir era embajador. ¿Por qué se arriesgaba de ser acusado de traidor, sabiendo lo que Atem podía hacerle? Aquello no tenía sentido. Unos golpes sonaron en la puerta cuando por fin estaba maquillada. Re’em no tuvo tiempo de responder cuando una mujer se adentró y se postró a sus pies.
—¡Princesa, por favor, ayúdeme! —suplicó—. ¡Evite una injusticia!
Re’em miró perpleja a Layla, que se encogió de hombros, y a Yasmin, que tenía la mirada clavada en la recién llegada, antes de centrar de nuevo la atención en aquella mujer.
—Ven, siéntate conmigo y cálmate —dijo mientras la guiaba hacia una mesa con un par de sillas—. ¿Quién eres y qué quieres?
Layla sirvió agua para las dos. La mujer vació su vaso y la asistente volvió a llenarlo de inmediato. Re’em aprovechó para mirarla. Tenía ojos como los de una gacela y conservaba toda su belleza. La princesa calculó que solo le llevaba algunos años, diez como mucho, aunque le resultaba difícil de precisar con el maquillaje que llevaba.
—Me llamo Asha-sherdet, alteza, pero me conocen como Sherdet —se presentó—. Provengo de una familia de nobles que siempre ha servido bien a la familia real. Shuti Atem y yo nos conocimos en una fiesta hace ya varios años. Mana se dio cuenta de que me sentía atraída por él y... bueno, ella… ella siempre se portó muy bien conmigo. Atem y yo estábamos bien hasta que apareció Neith. Esa… ella le convenció para que me dejara. No sé cómo lo hizo pero logró que Atem ya no me visitara más. Ya ni siquiera hablamos como hacíamos antes.
Sherdet sonrió con nostalgia. Entonces Re’em cayó en la cuenta.
—Era a ti a quien iba a visitar Emir cuando lo detuvieron —adivinó.
La mujer asintió.
—¡Tiene que salvarle! Seguro que Neith le convence para que lo ejecute o lo mande al exilio. ¡Nunca volvería a verlo!
—¿Y qué crees que puedo hacer yo? ¡Acabo de llegar! Apenas he hablado un par de veces con mi prometido. Además, Emir es el embajador de mi padre. No tendrá en cuenta lo que yo diga. ¿Se lo has explicado todo a mi prometido? ¿Y Mana?
—Sí, lo intenté pero Atem ya no me escucha y Mana no tiene suficiente influencia. Por favor, alteza, estoy segura de que si ve que usted también intercede, él se dará cuenta de que no es tan grave.
—¿Que no es tan grave? —dijo Yasmin—. ¡Es alta traición! ¿Has crecido aquí y no lo sabes? Ejecutó a su tío con sus propias manos por traicionarle. ¡Tienes suerte si Emir sigue con vida después de esto!
Re’em levantó la mano, silenciando a su amiga. Sherdet bajó la cabeza mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, estropeando el maquillaje.
—Hace años que no muestra ningún interés en mí —susurró entre sollozos—. ¿Debo resignarme a vivir sola el resto de mi vida? ¡Tengo derecho a estar con alguien que me quiera!
Re’em miró a sus dos amigas. Yasmin negó enérgicamente con la cabeza. Layla la miró con ternura, como si supiera lo que su princesa iba a hacer.
—Veré lo que puedo hacer.
Antes de darse cuenta Sherdet se había arrodillado ante ella y le besaba las manos con el rostro empapado en lágrimas.
—¡Gracias, gracias, gracias!
—No me las des. Todavía no he hecho nada y no sé si podré hacer algo, pero lo voy a intentar —respondió Re’em, sonrojada, mientras apartaba sus manos y la hacía levantarse—. ¿Dónde se celebra el juicio?
Notes:
Asha-sherdet: la que tiene ojos de gacela
Espero que te haya gustado :)
Chapter 13: Emir
Notes:
¡Nuevo capítulo! Que lo disfrutes tanto como yo escribiendo ;)
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Re’em no recordaba rezar tanto en toda su vida. Con cada paso que daba imploraba sabiduría para encontrar las palabras que aplacaran la ira y el dolor que debía de estar sintiendo Atem. Se detuvo un instante delante de la puerta para respirar hondo y entró. Todas las miradas se dirigieron a ella en cuanto entró, haciendo que el silencio llenara la sala, pero la princesa mantuvo la mirada en el suelo hasta llegar delante de Atem, y se arrodilló.
—¡¡Re’em, estamos en mitad de un juicio!! ¿Qué haces aquí?
—Prometido mío, te ruego que me escuches —comenzó sin levantar la vista del suelo—. Sé que tu corazón está afligido por la revelación que has presenciado. Sin embargo, te ruego que tomes un momento para considerar lo que está en juego aquí. Emir es un ser humano que, al igual que todos nosotros, está sujeto a las complejidades del corazón y del destino. Sabes que la historia no siempre sigue el camino que desearíamos y que las emociones pueden ser tan complicadas como la propia vida. Sherdet, en su tiempo, compartió un vínculo contigo, pero la vida nos lleva por caminos inesperados. El amor es un terreno inexplorado y a menudo impredecible. Emir y Sherdet han encontrado algo que, por razones que tal vez nunca entenderemos del todo, les une profundamente. Te pido, mi señor, que consideres esta situación con la sabiduría y la justicia de las que he oído hablar y que me gustaría presenciar hoy. El pasado no puede ser alterado, pero nuestras acciones presentes pueden moldear nuestro futuro. No permitas que el dolor por la traición nuble tu juicio. Por favor, encuentra una resolución que honre la memoria del pasado y permita que el futuro encuentre su propio curso.
La sala volvió a quedar en silencio durante unos largos momentos en los que Re’em sentía latir su corazón con más fuerza que nunca. Todas las miradas seguían clavadas en ella, incluyendo la de Emir, que se encontraba tras ella custodiado por un par de guardias.
—Levanta —ordenó Atem—. ¿Quién crees que eres para presentarte aquí de esta manera?
Re’em tragó saliva mientras se levantaba. Atem la miraba de una forma que le heló la sangre, sin mencionar el aura de ira que parecía rodearle.
—Lo lamento, majestad —respondió, inclinando la cabeza—. No es mi intención desafiarle. Solo quiero que lo piense bien antes de tomar una decisión que pueda lamentar. Recuerde que Emir no nació en estas tierras.
—¿Es una amenaza? —siseó Atem levantándose de repente.
—N-no, majestad, claro que no —se apresuró a decir Re’em—. Solo quiero que vea que su decisión puede tener consecuencias para miles de personas.
—Claro que es una amenaza. Acaba de llegar y ya te desafía —dijo Neith, acercándose al monarca. Re’em movió un poco los ojos para verla. ¿Qué estaba haciendo allí? La nubia sonrió y Re’em tuvo la sensación de estar delante de una serpiente peligrosa—. ¿Ves cómo me mira? Seguro que si pudiera me mataría aquí mismo para que estuvieras a su merced. Si yo fuera tú lo ejecutaría para demostrarles a todos que no les tenemos miedo.
—Majestad, por favor, no la escuche —suplicó desesperada—. Solo quiero evitar que tome una mala decisión.
Neith se rio.
—¡¡Basta!! —bramó Atem—. La siguiente que se atreva a interrumpir este juicio será detenida y castigada. ¡¡Callaos y dejadme terminar con este molesto asunto de una vez!!
Re’em volvió a inclinarse y se dirigió hacia donde se encontraba Rashid junto con algunos miembros de la Corte que presenciaban el juicio. Neith la miró de arriba abajo con una sonrisa triunfal. Atem volvió a sentarse.
—Emir, embajador del rey de los hicsos en Kemet, se te ha encontrado culpable de traición —dijo Atem—. Te condeno a recibir cien latigazos y el exilio. Sin embargo, no voy a arriesgarme a que tu posible muerte provoque otra guerra entre nuestros países. Curarás aquí tus heridas y después serás expulsado de Kemet. Hasta entonces estarás en vigilancia constante. Que así se escriba, que así se haga.
Re’em se alegró de que Sherdet no estuviera allí. Miró a Emir, que tenía cortes y moretones en diferentes sitios y parecía cojear mientras dejaba que lo sacaran de allí sin oponer resistencia.
—Enhorabuena —susurró Isis a su lado—. Has conseguido que te escuche. Sabía que serías una buena influencia.
Ella no lo veía así. Un grito impidió que respondiera a la afirmación de la consejera.
—¡¡Deberías condenarlo a muerte!!
Re’em miró hacia ellos a tiempo de ver a Atem darle una bofetada a Neith. La princesa se estremeció. ¿Así iba a ser su matrimonio, con la amenaza constante de ser golpeada? No, Atem no era violento en sus sueños. Además, una parte de ella se negaba a creerlo.
—¡¡Jamás me digas lo que debo hacer!! —bramó Atem, liberando toda la ira que había contenido durante el juicio—.¡Estoy cansado de tus maquinaciones!
—Pero majestad, yo nunca…
—¿He oído bien? —siseó el rey, entrecerrando los ojos—. ¿Estás discutiendo conmigo? ¡No intentes negar que has estado causando conflictos a tu antojo desde que llegaste aquí! Admito que en su momento me entretuviste bastante, pero ya estoy harto. ¡Fuera de mi vista!
Neith le miró durante unos instantes en silencio, como si no conociera al Atem que tenía delante.
—Me voy, majestad, pero un día me suplicarás que te ayude como lo he hecho hasta ahora.
Luego se inclinó y se marchó con la cabeza alta mientras Atem la fulminaba con la mirada.
—¡Fuera de aquí! ¡Dejadme solo! —ordenó.
Re’em y los demás se inclinaron y se marcharon.
—Bien hecho, princesa —la felicitó Mana con una sonrisa.
—Gracias, Mana, pero no creo que haya hecho nada importante.
—¡Ya lo creo que sí! ¡Has logrado que Emir salga vivo de esta y que por fin deje de escuchar a Neith! Doble victoria.
—¿De verdad lo crees?
—¡Por supuesto! Serás una gran reina, estoy segura. Voy a comunicarle lo sucedido a Sherdet. Atem la echó del juicio después de escuchar su versión, así que estará ansiosa por saber qué ha sucedido —Mana rio—. ¡Una bofetada! No se lo va a creer cuando se lo cuente.
—¡Espera! —exclamó la princesa.
Mana la miró con curiosidad mientras Re’em se aseguraba de que nadie las escuchaba.
—¿Alguna vez te lo ha hecho a ti? —preguntó con rapidez.
—¿El qué? ¿Darme una bofetada? —Re’em asintió—. No, Atem nunca ha pegado a una mujer desde que lo conozco. Te lo garantizo. Si lo ha hecho es porque realmente estaba harto de ella, lo que en mi opinión es una buena señal. Ya nos veremos.
Mana se alejó con rapidez por el pasillo mientras la princesa suspiraba de alivio.
Notes:
¿Crees que Atem ha sido justo?
Chapter 14: El remedio
Notes:
Os dejo con otro capítulo. Que disfrutes leyendo ;)
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Chapter Text
—¡Princesa, menos mal que la encuentro! ¡Necesito su ayuda!
Mana la había interceptado cuando se dirigía al jardín después de una de sus clases con Isis. La preparación que recibía para reinar había mantenido ocupada a Re’em durante toda la semana. Casi no había tenido tiempo de ver a Layla y Yasmin entre las clases y las diferentes reuniones, mucho menos disfrutar de unos momentos de tranquilidad como estaba a punto de hacer. Sin embargo, Re’em no lo lamentaba, pues tenía cada vez más clara la situación del reino, aumentando la confianza que sentía en sus habilidades para gobernar.
—¿Por qué? ¿Qué sucede? —preguntó.
—Se trata de Sherdet —explicó—. Tiene prohibido abandonar el harén y se niega a comer. He conseguido que se tome un par de zumos porque la obligué con la ayuda de un par de guardias, pero justo después se encerró y no sale de su habitación. Temo por su salud.
—¿Qué puedo hacer yo?
—Hable con ella. Si logró salvar la vida de Emir, podrá convencerla para que coma algo. Venga conmigo.
Mana avanzó sin esperar respuesta. Re’em suspiró y la siguió.
—Mana, no la conozco. Ni siquiera sé por dónde empezar.
Se detuvieron ante una puerta doble hecha con madera más resistente que el resto, custodiada por dos guardias más altos que la propia Re’em y de los más intimidantes que ella había visto en su vida. Se mordió el labio para contener una sonrisa mientras recordaba a Amir, su fiel guardián, que se estaba acostumbrando a su estancia allí hasta tal punto que pasaba varias horas al día en el campo de entrenamiento y apenas lo veía ya. Mana se volvió y le sonrió.
—Estoy segura de que algo se le ocurrirá —dijo mientras le guiñaba un ojo.
La puerta daba acceso a un pasillo con varias puertas a ambos lados y otra al fondo, desde donde se podía escuchar música proveniente de un arpa y un par de voces femeninas hablando y riendo. ¿Cuántas mujeres vivían allí? Su estómago se retorció sin saber por qué. Mana la agarró de la muñeca, la llevó ante una de las puertas de la derecha y la golpeó un par de veces.
—¿Sherdet? Soy Mana. ¿Estás despierta? La princesa y yo estamos preocupadas por ti.
No hubo respuesta desde el otro lado.
—Sherdet, voy a entrar —anunció.
Mana intentó abrir la puerta un par de veces.
—Maldición, la ha atrancado —dijo mientras empujaba.
Clavó la mirada en la puerta y murmuró una palabra. Se desencajó y abrió de golpe, arrastrando con ella el mueble que la bloqueaba y dejando ver una habitación en penumbra. Mana entró y la princesa la siguió. El olor a cerrado las golpeó en la cara al instante. Re’em miró a su alrededor mientras la Señora avanzaba hasta la ventana y la abría. La luz del día las deslumbró.
—¿Sherdet? —preguntó mientras se acercaba a la cama—. ¡Sherdet, despierta!
Mana la movió, alarmada al notar que no respondía. Parecía dormir, pero la palidez de su rostro y sus labios agrietados no presagiaban nada bueno.
—Voy a avisar al médico.
Mana salió corriendo. Re’em se sentó en el borde de la cama y tocó su frente. La temperatura era normal y su respiración también.
—Sherdet, no te rindas. Emir te necesita —dijo mientras esperaba el regreso de Mana.
Re’em encontró la jarra y comprobó que el agua estaba en buen estado. Después llevó un vaso con agua a los labios de la mujer y se los mojó. Sherdet reaccionó al notar el líquido pero no despertó. Re’em incorporó su cabeza y volvió a colocarle el vaso en los labios.
—Es agua —tranquilizó mientras Sherdet movía la cabeza hacia un lado—. Bebe. Lo necesitas.
Mana regresó con el médico poco después. Re’em se levantó y dejó espacio para que la examinara.
—Está débil. Necesita comer y beber… ¿Qué ha pasado?
—Hace días que se niega a tomar nada. Tuve que obligarla a beber zumo para mantenerla con vida y luego se encerró. De eso hace ya tres días.
El médico movió la cabeza.
—Lo que tiene es melancolía. ¿Ha sucedido algo relevante en estos días?
Re’em lo comprendió al instante.
—El juicio de Emir —respondió.
El médico asintió, pensativo.
—¿Ella es la mujer a la que quería ver cuando le detuvieron? —Ambas asintieron—. Comprendo… En ese caso lo mejor sería que pudiera visitarlo. Eso también ayudaría a la recuperación completa del embajador.
—¿Está seguro? —preguntó Mana.
—¡Pues claro! —respondió, sorprendido de que la Señora no hubiera llegado a la misma conclusión—. ¿No le enseñaron que somos cuerpo y alma? Los problemas del alma se reflejan en el cuerpo. Mi remedio es que vaya a verlo. Eso la alegrará y volverá a comer. ¿Qué me dices, Sherdet? ¿Quieres ver a Emir?
La mujer movió los labios sin despertar del todo. Re’em aprovechó la oportunidad. Volvió a su lado y la incorporó.
—Sherdet, vamos ahora a ver a Emir, ¿de acuerdo? Pero antes tienes que beber agua. No querrás que te vea así, ¿verdad?
Volvió a acercar el vaso a sus labios. Esta vez Sherdet no se apartó. La princesa vertió despacio el agua mientras la otra iba bebiendo el líquido. Tras unos instantes bebiendo, Sherdet abrió los ojos y Mana sonrió.
—¿Qué me dices? ¿Vamos a ver ahora a Emir?
Sus ojos recuperaron el brillo en cuanto Mana lo dijo. Intentó hablar, pero le falló la voz y se conformó con asentir. La ayudaron a ponerse una túnica y le cepillaron el pelo mientras el médico comprobaba si estaba lo bastante fuerte para mantenerse en pie y andar. El médico movió la cabeza cuando vio que ella apenas daba un par de pasos vacilantes antes de que sus piernas fallaran.
—Tendré que llevarte en brazos. Espero que eso no te incomode.
Sherdet movió la cabeza con una sonrisa.
—Los guardias no la dejarán salir de aquí… —recordó Mana de repente.
—Si no lo hacemos ahora, la melancolía acabará con ella —respondió el médico mientras la cogía en brazos.
Mana miró a Re’em, que asintió con determinación.
—De acuerdo. La princesa y yo le ayudaremos.
—Que alguien coja mi maletín.
Mana se asomó a la puerta. El médico iba tras ella con Sherdet y Re’em cerraba la marcha con el maletín en la mano. Los guardias los detuvieron al salir, pero vacilaron al ver el estado de la mujer.
—¿Queréis que su muerte caiga sobre vosotros? —los presionó Mana.
La amenaza de sufrir la ira de Atem surtió el efecto que esperaba. Ambos se pusieron firmes y los dejaron pasar. Mana aceleró el paso.
—Vamos, no tenemos mucho tiempo antes de que se entere.
Re’em estuvo de acuerdo. Atravesaron un par de pasillos sin que nadie intentara detenerlos. Ya estaban llegando a la habitación de Emir cuando escucharon la voz que más temían resonando en el pasillo.
—¡¡Mana!! ¡¿Qué significa esto?!
—Corred.
El rey se estaba acercando furioso por detrás. Aceleraron y entraron antes de que Atem llegara hasta ellos. Emir estaba tumbado en la cama, boca abajo y con vendas cubriendo su torso.
—Buenos días, Emir —saludó el médico—. Hoy vengo acompañado.
Emir miró hacia ellos y su rostro se iluminó.
—¡¡Sherdet!!
—¡Emir! —dijo ella con la voz rota por la deshidratación.
El médico la dejó en el borde de la cama, junto a Emir. Éste la abrazó y lloraron de alegría. Re’em y Mana se miraron y sonrieron. La puerta se abrió de golpe, sobresaltándoles.
—¡¡¿Qué está pasando aquí?!! —bramó Atem.
Notes:
Como siempre, espero que te haya gustado :)
Chapter 15: Confianza
Notes:
¡Sorpresa! No esperaba subirlo tan pronto, pero se desarrolló de manera imprevista y aquí está. Que lo disfrutes ;)
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Mana se acercó al monarca, que estaba escudriñando la habitación desde la puerta. La pareja seguía abrazada. Ella lo miraba con temor; él, con un mudo desafío sin soltar a su amada.
—Esto no es lo que parece… —comenzó a decir Mana.
Atem clavó la mirada en ella.
—¿Ah, no? ¿Entonces no estáis desobedeciendo mi orden expresa de que Sherdet no abandonase el harén?
—Eso ha sido cosa mía, majestad —dijo el médico mientras se acercaba a Re’em y cogía el maletín, que había olvidado por completo que tenía en su poder.
La mirada airada de Atem siguió sus movimientos.
—Jamás habría esperado esto de ti, Sennedjem —siseó—. Desautorizarme de esta manera es casi una traición.
—Con el debido respeto, majestad, solo he procurado el remedio que mis pacientes necesitaban. Es mi responsabilidad como médico.
Atem lo miró sorprendido.
—¿Remedio? ¿A esto lo llamas remedio?
Sennedjem se acercó a la cama con vendas y tijeras, como si no sintiera la mirada del monarca que seguía cada uno de sus movimientos.
—Os pido que salgáis todos de la habitación mientras curo sus heridas. Sherdet, tú puedes quedarte. No estás en condiciones de levantarte.
Re’em estaba convencida de que nadie había actuado así en la presencia del monarca, ya que parecía irritado por la actitud del médico.
—Majestad, Sennedjem tiene razón —dijo la princesa lo más tranquila que pudo—. Podemos hablar de esto en otro lugar. Mana y yo se lo…
La mirada fulminante de Atem la hizo callar.
—Majestad, yo asumo toda la responsabilidad por esto —dijo Sennedjem—, pero ahora necesito tranquilidad para curar a mi paciente.
Atem entrecerró los ojos en su dirección.
—Cuando termines quiero que vengas a mi despacho de inmediato —ordenó. El médico asintió en respuesta sin dejar de cortar el vendaje—. Mana, Re’em, vamos.
Las dos mujeres se miraron y lo siguieron en silencio. Solo cuando se encerraron en el despacho Mana se atrevió a hablar:
—Príncipe…
—¿Avisaste tú al médico?
Mana asintió. Atem miró a Re’em.
—¿Y tú? No podías perder la oportunidad de desafiarme, ¿cierto?
—No, majestad, no se trata de eso.
Atem levantó una ceja.
—¿Ah, no? ¿Entonces de qué se trata? No has dejado de discutir mi autoridad desde que llegaste.
Re’em negó.
—Majestad, yo solo intento hacer lo correcto.
—Entonces explícate: ¿desde qué momento Sherdet y tú sois tan amigas?
—Ella vino a verme el día del juicio. Estaba desesperada por salvar la vida de Emir. Sentí que era correcto ayudarla. Hoy Mana me ha pedido que fuera a hablar con ella porque llevaba días sin comer y sin salir de su habitación. Tuvimos que echar la puerta abajo. Sherdet estaba muy débil. Mana fue a buscar a Sennedjem y él se dio cuenta en seguida de que ella tenía melancolía por todo lo que está pasando con Emir y por no poder verle. No se trata de desafiarle, majestad. Solo quiero ayudar. Se lo juro.
Atem la miró durante unos instantes.
—¿Cómo voy a confiar en la palabra de alguien que oculta su rostro? Dame una razón para que no te mande arrestar y castigar tu insolencia.
Re’em calló. Atem tenía razón al desconfiar de ella, sobre todo siendo hija de sus peores enemigos. Entonces, ¿qué más podía hacer?
—Entiendo que sienta que no puede confiar en mi palabra dadas las circunstancias. Por eso daré yo el primer paso. Como sabe, no puedo enseñarle mi rostro antes de nuestra boda, pero puedo hacer algo mejor: Si me lo permite, le mostraré algo que solo Layla sabe que existe —ofreció—. Una prueba de que soy de fiar.
—¿Dónde está esa prueba?
—Escondida en mi habitación, majestad.
—¿Puedo verla yo también? —preguntó Mana con evidente curiosidad.
—Eso debe decidirlo mi prometido después de que lo haya visto, ya que le concierne principalmente a él.
Aquello pareció captar el interés del monarca durante un instante antes de volver su rostro inexpresivo.
—Vamos a ver qué tienes, pero si se trata de algún truco enfrentarás las consecuencias. Mana, espérame aquí —ordenó mientras se dirigía hacia la salida con Re’em—. Volveré en seguida.
—¿Qué le digo a Sennedjem?
—Esperadme aquí los dos hasta que regrese.
Tampoco hablaron en esta ocasión. Re’em se alegró cuando vio la puerta de su habitación. Así dejaría atrás el incómodo silencio. Ella se adentró en cuanto llegaron y abrió el arcón. Atem prácticamente le arrebató el papiro de las manos.
—¿Qué es esto?
—Es mi diario de sueños, majestad. Cada noche desde que era pequeña tengo sueños peculiares. Cuantos más tenía, más me daba cuenta de que estaban conectados, así que los utilicé para practicar hierático. Juntos cuentan una historia desordenada. Tendrá que ordenarlos en su mente conforme los lea, pero tengo la intuición de que sabrá mejor que yo en qué orden deberían estar escritos.
Atem desenrolló el papiro y leyó. Re’em desvió la mirada y la paseó por la habitación. Después de un rato se atrevió a mirar al monarca, que mantenía el rostro inexpresivo mientras sus ojos iban de lado a lado del documento. La princesa se acercó al balcón y suspiró. Su habitación daba a la zona más tranquila del patio, al igual que la habitación de Atem, así que solo se escuchaban los pasos de los guardias que patrullaban y algún sirviente. Re’em cerró los ojos y respiró, intentando calmar sus nervios. ¿Sería suficiente para que Atem olvidara sus recelos? ¿O tal vez pensaría que se trata de un truco? Sus manos jugaron con la tela de su vestido mientras volvía a centrar la atención en su respiración.
—Re’em.
Ella se volvió al instante. Era evidente que un montón de preguntas circulaban por la mente del monarca, así que esperó en silencio.
—¿Cuándo tuviste el último sueño?
—Anoche —respondió.
De repente recordó las escenas de lucha con las que había soñado… y la desaparición de Atem. Su pecho se apretó al recordar la angustia que había sentido al no verlo, pero se obligó a olvidarla. Atem estaba sano y salvo, por lo tanto había sobrevivido a aquello.
—¿Eres tú misma en los sueños que tienes?
Re’em pensó durante unos instantes.
—Sí y no —respondió—. Es un poco difícil de explicar, majestad.
—Atem —corrigió—. Estamos solos, ¿recuerdas?
La princesa asintió.
—Explícate. ¿Qué quieres decir con «sí y no»?
—Yo estoy allí —explicó, nerviosa, mientras se movía por la habitación—. Hablo, pienso y siento como si fuera parte de mi sueño. Al mismo tiempo no soy yo. A veces… no, la mayoría de las veces siento que soy un hombre y que me llaman de otra manera. Tengo otro nombre en los sueños, pero nunca recuerdo cuál. No sé explicarlo mejor.
Re’em lo miró y le sorprendió ver comprensión en su mirada.
—¿Por qué crees que esto es una prueba de que puedo confiar en ti?
—Supe que tú eras el joven de mis sueños desde el primer día. Pude haber utilizado toda esa información a mi favor y no lo he hecho. —respondió con sinceridad—. No sé por qué tengo estos sueños, pero creo que son importantes. Creo que ese príncipe que se preocupaba por su pueblo y soñaba con crear un mundo mejor para todo Kemet sigue ahí, debajo de esa coraza de indiferencia, y quiero ayudarle.
Atem bajó la mirada y enrolló el papiro con cuidado.
—Ese príncipe del que hablas murió hace años —susurró con frialdad mientras le entregaba el papiro—. Guárdalo.
Re’em lo metió en la bolsa de piel, y cuando levantó de nuevo la mirada estaba sola.
Notes:
Tenía pensado que Atem descubriera el papiro por su cuenta en otro momento de la historia, pero así ha salido. La escritora propone y los personajes disponen XD Espero que te haya gustado :)
Chapter 16: Desaparecido
Notes:
No esperaba publicar nada hoy, pero la inspiración ha hecho su parte y aquí está. Que lo disfrutes ;)
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Chapter Text
Re’em no sabía qué esperar de su prometido después de lo que le había mostrado. No vio a Atem durante el resto del día. Tampoco sabía nada sobre el futuro de la pareja. Re’em comenzó a dar golpecitos en el suelo con el pie mientras Layla la peinaba.
—Princesa, deje de hacer eso —se quejó—. Lo único que consigue es ponerme nerviosa. Así tardaré más en terminar.
—Layla, no puedo evitarlo. Hoy habrá otra reunión con el consejo.
Re’em la vio fruncir el ceño en el bronce pulido.
—¿Y qué? Ya has estado en tres y cada vez lo haces mejor. ¿Qué tiene esta de diferente?
La princesa se mordió el labio.
—Atem vio el papiro.
Layla detuvo el peine a medio camino.
—¿Qué quieres decir?
—Él es el príncipe que siempre aparecía en mis sueños. Ayer dijo que no sabía si podía confiar en mí y yo se lo enseñé para que viera que no voy a traicionarle.
—¿Y funcionó?
Re’em se encogió de hombros.
—Me ordenó que lo guardara y se marchó —susurró—. No he sabido nada de él desde entonces.
Layla retomó su tarea.
—Si en esos sueños suceden cosas que ocurrieron de verdad, ten paciencia —aconsejó—. Necesitará tiempo para asimilarlo y pensar qué va a hacer.
Re’em suspiró.
—Espero que no se lo tome mal —murmuró.
∞∞∞
La princesa notó un ambiente extraño en cuanto salió de su habitación. Los sirvientes cuchicheaban preocupados entre ellos y cambiaban de tema cuando la veían acerarse. Interrogó con la mirada a Amir, preocupada de que algo en ella despertara aquel revuelo, pero este se encogió de hombros.
—¡Princesa!
—¿Isis? ¿Qué sucede? —preguntó al ver la preocupación en su rostro.
—Menos mal que la encuentro. La reunión se ha suspendido. Shuti Atem ha desaparecido.
—¿Cómo es eso posible? ¿Los guardias no saben dónde está?
Isis negó.
—Nadie se lo explica. Mana y Sennedjem fueron los últimos que hablaron con él. Ni siquiera ha dormido en su habitación…
—¿Lo habéis buscado por todas partes?
—Sí, no ha quedado ni un rincón por registrar. Nadie lo ha visto salir del recinto.
—¡Isis! ¡Re’em! —llamó Neith, que se acercaba a ellas sonriendo—. ¿Por qué estáis tan preocupadas? ¡Hace un día maravilloso!
Ambas la saludaron. Isis fue la primera en responder:
—Shuti Atem ha desaparecido. Nadie lo ha visto desde ayer ni sabe dónde está ahora.
Neith rio al escucharlo. Re’em parpadeó varias veces para asegurarse de que no se trataba de un espejismo. ¿Neith, feliz? Desde lo sucedido en el juicio estaba arisca con todo el mundo… bueno, más arisca de lo normal. ¿Por qué la nubia estaba sonriendo? Sintió un escalofrío.
—¿Qué sucede, princesita? ¿Te sorprende verme tan feliz? —continuó—. Bueno, os lo diré a las dos. No es ningún secreto —añadió guiñando un ojo—. No es cierto que nadie lo viera desde ayer. Atem ha estado conmigo hasta bien entrada la noche. ¿Os sorprende? Acostúmbrate, princesita. No importa lo que pase, siempre vuelve conmigo —rio—. Voy a dar una vuelta por la ciudad. Hace un día demasiado bueno para perderlo aquí dentro, ¿no creéis?
Re’em la vio desaparecer tras la esquina y se giró hacia Isis, que también parecía sorprendida por la información.
—¿Entonces está en su habitación? ¿Y por qué no lo ha dicho antes?
La sacerdotisa frunció el ceño.
—A ella le encanta crear malentendidos. Disfruta con ellos. El harén… ¿Cómo hemos podido olvidarlo? —se reprochó—. Si entró en el harén, tuvo que ser durante el cambio de guardia para que nadie lo viera. Hablaré con Mana. Ella es la más adecuada para manejar esto.
Isis se marchó. Re’em intercambió una mirada con Amir y se dirigió al jardín. Hacía tiempo que no pasaba por allí y se había convertido en su rincón favorito. La biblioteca privada también, pero de momento no podía entrar sin pedir permiso a Atem…
Re’em se tumbó sobre la hierba nada más llegar. El silencio y la tranquilidad eran un agradable contraste con el ajetreo de los últimos días. Cerró los ojos y dejó que su mente divagara.
—No sé cómo puede casarse con alguien que en cualquier momento puede acostarse con otra.
¿Qué? La princesa abrió los ojos de golpe y miró a Amir. Parecía disgustado. Ella frunció el ceño y se incorporó.
—Amir, ¿a qué viene eso? —preguntó mientras se protegía del sol con la mano.
Él pareció darse cuenta de que había hablado en voz alta y desvió la mirada.
—Discúlpeme, princesa. Solo era un pensamiento. No pretendía decir eso.
—¿Entonces qué pretendes decir?
Amir abrió y cerró la boca.
—No pareces estar triste por la boda —dijo después de unos instantes.
—Hago esto por el bien de miles de personas, Amir —recordó—. No importa mi estado de ánimo.
—Lo sé, alteza —respondió—. Es solo que me sorprende lo bien que se está adaptando a su situación. Yo no aceptaría que mi futura esposa se acostara con otros con tanta facilidad.
Re’em suspiró.
—¿¿Y qué pretendes que haga?? —preguntó, irritada— ¿Quejarme? ¿Enfadarme? ¿Agarrar por el pelo a esa arpía y arrastrarla por el palacio?
—Al menos se le habría quitado esa sonrisa de la cara —replicó Amir.
Re’em lo miró sorprendida y luego volvió a tumbarse.
—No es una mala idea —admitió con una sonrisa.
Podía ver la cara de Neith, la reacción de los demás, la posible bronca de Atem… o no. ¿Su prometido se enfadaría con ella si hiciera eso? Tantas posibilidades y todas unidas a la satisfacción de humillar a una rival. Su sonrisa se amplió durante unos segundos antes de desaparecer. Re’em abrió los ojos. ¿Rival? Imposible. Ella no ama a Atem. Solo quiere que su matrimonio sea lo más feliz posible… ¿cierto? Y si esa mujer le hace feliz, ¿quién es ella para interponerse?
Sintió una mirada sobre ella. Re’em se incorporó y miró a su alrededor. Estaban solos. El sol empezaba a calentar con fuerza su piel. Se sentó junto al estanque y se refrescó. La mirada seguía sobre ella. Podía sentirla. Re’em se sintió expuesta.
—Amir, ¿ves a alguien cerca? —preguntó sin volverse.
Lo sintió moverse a varios pasos por detrás mientras fingía jugar con el agua. Un gañido se escuchó en el cielo y Re’em levantó la cabeza: un halcón sobrevolaba el recinto. Intentó fijarse en los colores de sus plumas pero la luz del sol se lo impidió.
—No hay nadie, princesa —respondió. Re’em se sobresaltó—. ¿Ocurre algo?
La sensación de ser observada no desapareció, pero casi. Re’em suspiró de alivio y negó.
—Quería asegurarme de que nadie me estaba vigilando, eso es todo.
Sintió la mirada cautelosa de su guardián, que seguía alerta. Re’em la ignoró.
—Volvamos adentro —dijo la princesa—. Voy a visitar a Emir.
Sobre ella volvió a escuchar el gañido, pero esta vez no levantó la cabeza.
Notes:
Espero que te haya gustado :)
Chapter 17: Ankhara
Notes:
¡Seguimos jugando al escondite con Atem! Que disfrutes ;)
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Chapter Text
Re’em se detuvo ante la puerta. ¿Debía entrar? ¿Y si Emir estaba descansando? ¿Y si estaba con Sherdet? ¿Y si después de todo no era bien recibida? Había pasado más de una semana sin visitarle. ¿Y si le guardaba rencor? Re’em sacudió la cabeza y entró.
Emir estaba durmiendo. Su rostro había recuperado algo de color y por lo que Yasmin le había contado, ya no tenía fiebre. Un sirviente que estaba allí para atenderle se inclinó. Re’em le indicó que se acercara.
—¿Cómo se encuentra? —le susurró en cuanto llegó hasta ella.
—Mejor, alteza, aunque parece que algunos latigazos son profundos y tardarán en cerrarse. Su temperatura ha bajado y come mejor que antes.
Re’em respiró aliviada al escucharlo. Durante unos instantes vio su respiración regular y se marchó más tranquila. Había oído hablar de personas que habían muerto antes de curarse debido a enfermedades causadas por las heridas abiertas. La princesa se alegró de que Emir no tuviera complicaciones. Ahora tenía que averiguar si Sherdet tenía permiso visitarle. Y si no, ella tendría una conversación con Atem… cuando lo encontraran, claro. Se dirigió con paso firme hacia el despacho de Mana. Si no estaba allí, Re’em lo intentaría en el harén. Había estado tan ocupada que no se había fijado en los hábitos de los demás.
—Vaya, vaya, pero mira quién está por aquí —dijo una voz que le provocó un escalofrío—. ¿Se ha perdido, princesita?
Re’em miró al pasillo que tenía a la izquierda, por donde se acercaba Bakura. Amir dio un paso más cerca de ella con la mano apoyada en el mango de su espada mientras evaluaba con la mirada al recién llegado.
—Tranquilo, soldadito, relájate —dijo Bakura—. Solo quiero ayudar.
—Gracias por su preocupación, pero sé dónde voy —dijo Re’em con amabilidad—. ¿Han encontrado a mi prometido?
Bakura rio. La princesa sintió que se le erizaba el vello de la nuca al escucharlo.
—Él no es alguien que haya que «encontrar» —dijo mientras le guiñaba un ojo—. Aparecerá cuando así lo quiera. Sin embargo, ¿tal vez usted hizo algo que le disgustó y por eso ha desaparecido? Piense en ello, princesita.
Re’em se tensó. ¿Qué sabía él? ¿Atem se lo había contado? Bakura hizo una reverencia exagerada y se marchó.
—No me gusta ese tipo —murmuró Amir sin quitarle el ojo de encima.
Re’em estuvo de acuerdo.
—Sin embargo, es el responsable de la seguridad del palacio —dijo, pensativa—. Seguro que hay una buena razón para ello.
—Claro que la hay. ¿Has visto su aspecto? Sin mencionar su forma de luchar.
Re’em miró a su guardián con curiosidad.
—¿Es que te has enfrentado a él? —preguntó al recordar que su guardián pasaba horas en el campo de entrenamiento.
—No, pero lo he visto luchar contra otros guardias. Es implacable y agresivo en sus ataques. También he visto entrenar a tu prometido alguna vez—añadió como si nada—. Parece invencible.
Re’em recordó sus sueños. En algunos de ellos Atem demostraba tener gran habilidad para defenderse y derrotar a sus enemigos en las luchas cuerpo a cuerpo. Estaba segura de que eso le salvó la vida más de una vez. Apenas dieron unos pocos pasos cuando vieron a Mana girar la esquina y avanzar en dirección a ellos.
—¡Princesa! ¿Qué la trae por aquí?
—Venía a verte —respondió, sonriendo—. He visitado a Emir y parece que está mejorando. Quería saber qué dijo mi prometido respecto a ellos.
—No hablemos de esto aquí. Las paredes oyen —añadió, bajando la voz—. Venga conmigo, quiero que conozca a alguien.
Mana sujetó su muñeca y la llevó por pasillos y escaleras hasta subir a la azotea. Amir las siguió. Re’em se quedó con la boca abierta al descubrir toda una estructura de adobe exclusivamente dedicada a la cetrería, rodeada por un espeso jardín con algunos árboles frutales. Parecía un pequeño oasis en medio del gigantesco palacio. Aquello no aparecía en ninguno de sus sueños… Re’em se acercó y acarició el tronco de un peral que crecía allí.
—¿Le gusta?
La princesa asintió.
—No sabía que existía este lugar —murmuró, impresionada.
Mana se adentró en el recinto y le indicó a Re’em que la siguiera. Ambas quedaron protegidas por la sombra de la estructura de adobe. Dentro, una media docena de halcones dormitaban o arreglaban sus plumas.
—Mire, aquél de allí es el mío. Bueno, la mía —se corrigió Mana—. Se llama Ankhara.
Re’em miró el que la Señora le indicaba. Era de los más corpulentos y sus plumas moteadas eran de un castaño claro, más que las de algunos de los otros. En aquel momento Ankhara, que estaba arreglando sus plumas, se detuvo al escuchar la voz de su dueña y gañó en reconocimiento. Mana sonrió. Abrió con cuidado la puerta y sacó a Ankhara posada en su brazo, que examinaba con atención a la princesa. Ella estaba mirando hacia el jardín en aquel momento.
—Princesa, ¿ocurre algo?
Re’em movió la cabeza.
—No, nada. Solo creí ver... —respondió, distraída, antes de mirarla—. Será mi imaginación.
Amir frunció el ceño y miró el jardín con atención. Mana le acercó el ave.
—¿Le gustaría acariciarla?
Re’em miró a Ankhara.
—¿Acariciarla?
Mana asintió.
—Adelante, no tengas miedo. No hagas movimientos bruscos y todo irá bien.
Re’em tragó saliva y extendió despacio una mano hacia el pecho del halcón, que seguía con atención sus movimientos. Sus dedos tocaron las plumas después de lo que pareció una eternidad. Ankhara se limitó a gañir una vez, sobresaltando a la princesa. Mana rio.
—Le gusta. Tal y como esperaba.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Re’em más tranquila.
La sonrisa de Mana se ensanchó.
—Porque no le ha mordido. Ella es muy selectiva con la gente que puede tocarla. Sabía que no le iba a hacer nada, princesa —añadió con rapidez al ver el miedo en los ojos de Re’em—. Si no estuviera segura, nunca se lo hubiera propuesto. Prometido. Usted es de total confianza.
La princesa se ruborizó. Se limitó a acariciar al halcón durante unos instantes mientras la sensación de que había alguien más se acentuaba.
—¿Quiere verla volar?
Re’em retiró la mano y asintió. Mana levantó el brazo y Ankhara alzó el vuelo. Re’em pudo ver fascinada las inmensas alas extendidas y los pequeños movimientos de las plumas mientras el halcón volaba alrededor de la terraza. Aquello le hizo olvidar por un instante que podía haber alguien mirando.
—Mana, aún no has respondido a mi pregunta. ¿Qué pasará con ellos?
—Atem accedió a que se vieran un par de veces a la semana, pero con la condición de que yo siempre esté presente —respondió sin dejar de vigilar el vuelo de Ankhara—. Como si ellos pudieran hacer algo, dado el estado de Emir...
El halcón gañó un par de veces. Durante el vuelo había ganado altura y era difícil verlo bien. Entonces le pareció ver movimiento entre los árboles. De repente Ankhara se lanzó en picado hacia el jardín.
—¡Mire! Parece que ha encontrado una presa—dijo Mana.
Re’em frunció el ceño. ¿Una presa? ¿En lo alto de un edificio? ¿Aves, tal vez? Imposible con tanto halcón allí arriba.
—No creo que haya…
La princesa no pudo terminar la frase. Ankhara desapareció entre los árboles y casi al instante se escuchó un grito.
Notes:
Espero que te haya gustado :)
Chapter 18: Descubierto
Notes:
¡Sorpresa! No lo esperabas tan pronto, ¿verdad? Esta semana estoy inspirada. Que lo disfrutes tanto como yo escribiendo :)
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Los tres miraron hacia los árboles mientras escuchaban los gañidos de Ankhara y alguien acercándose a ellos. Amir se adelantó un paso y desenvainó la espada. Re’em miró a Mana, que esperaba con una sonrisa. Un encapuchado salió con Ankhara aferrada su capucha, y por los quejidos que soltaba, también algunos mechones de pelo.
—¡¡Mana, quítamela de encima!! —exigió una voz familiar.
—¿Me habla a mí? —preguntó, fingiendo sorpresa—. ¿Y cómo sabe mi nombre, intruso?
—¡¡Mana, no es momento para tus bromas!! ¡¡Quítamela de encima ahora!! —ordenó mientras intentaba espantar al halcón.
Ankhara respondió con un par de golpes con el pico en la cabeza. Amir guardó la espada mientras Re’em intentaba contener la risa.
—Primero quiero una disculpa por desaparecer sin decir nada —exigió Mana con expresión ofendida.
Ankhara seguía revoloteando sobre Atem sin soltarlo. Re’em estalló en carcajadas y el monarca le lanzó una mirada asesina mientras seguía forcejeando.
—¡Está bien! —cedió mirando a su amiga—. Lamento haberte preocupado sin motivo, ¿vale? ¡Ahora quítamela antes de que me arranque el pelo!
Mana silbó y el halcón soltó a su presa. Atem se quitó la capucha y se masajeó allí donde Ankhara le había agarrado.
—¿Por qué lo ha hecho, príncipe? ¡Ya no es un niño para esconderse de esa manera! —regañó Mana.
—Necesitaba estar solo y pensar.
—¿Entonces viene aquí cuando desaparece una vez al mes? —preguntó Re’em con curiosidad.
Atem se tensó.
—No. Eso es diferente —respondió, evasivo—. Por cierto, ¿qué haces aquí? ¿No deberías estar en una reunión?
—La suspendieron cuando desapareció sin dejar rastro —explicó Mana mientras volvía a dejar a Ankhara en la jaula.
Atem clavó la mirada en ella.
—¡¿La suspendieron?! ¡¡¿Es que tengo que encargarme yo de todo?!!
—El señor Seto pensó que querrías estar presente en la reunión.
—¡¡No necesito asistir!! —exclamó—. ¡Re’em puede presidir las reuniones en mi ausencia sin problema!
Mana avanzó hasta él, furiosa.
—¡¡A mí no me grite así!! Solo le informo de lo que ha pasado. ¡¡Grítele a él!!
—Majestad…
—¡¡¿Qué?!!
Re’em dio un brinco. Atem la fulminaba con la mirada. Ella respiró para mantener la calma mientras su prometido relajó su expresión.
—Majestad, ellos han actuado como han considerado mejor. No puede culparlos por preocuparse por usted.
Atem cruzó los brazos.
—Puedo contar con los dedos de una mano las personas que realmente se preocupan por mí. Al resto solo le preocupa su propio interés.
A Re’em le pareció detectar un toque de tristeza a pesar de su aparente indiferencia.
—Lo entiendo, majestad, pero podría haberme pedido que asistiera en su lugar —señaló con suavidad—. Habría evitado que medio palacio pasara el día buscándolo.
Atem movió la cabeza.
—No importa. Podemos celebrarla mañana. ¿Por qué habéis venido aquí?
Mana sonrió.
—Porque quería presentarle a Ankhara… y hace un rato he escuchado a Sekerhor gañir mientras volaba.
Atem entrecerró los ojos.
—Sabías que yo estaba aquí.
Ella se encogió de hombros.
—Príncipe, al soltar a su halcón estaba pidiendo a gritos que le encontraran... ¿y quién mejor que nosotras? —añadió Mana guiñando un ojo mientras cogía a Re’em del brazo—. ¿Verdad, princesa?
Ella asintió, divertida con la interacción entre la Señora del Harén y su prometido. Era evidente que se conocían desde que eran pequeños. Aquello le resultaba familiar y reconfortante en cierto modo. Re’em sonrió mientras ellos seguían hablando y se dejaba guiar por Mana. Ellos tres se adentraron en el jardín. Amir se quedó en el borde, bajo la sombra de los primeros árboles para dominar toda la zona sin perderlos de vista y darles algo de privacidad.
—¿No deberíamos avisar de que le hemos encontrado? —preguntó Re’em con timidez.
Mana negó enérgicamente y la acercó más a ella.
—¡Ni hablar! Si lo hacemos tendremos que volver a nuestras obligaciones. Esto es un descanso y vamos a aprovecharlo. ¿Verdad, príncipe?
Atem asintió mientras buscaba un rincón cómodo donde pudieran estar los tres.
—Mana, hay algo que no entiendo… —dijo con seriedad el monarca en cuanto se sentaron.
—¿De qué se trata, príncipe? —preguntó Mana con un tono inocente que a Re’em le pareció sospechoso.
—Los halcones adiestrados no atacan a las personas. ¿Por qué Ankhara me atacó?
Mana se rascó la nuca.
—Bueno… yo solo… Re’em, tú lo has visto todo. No he hecho nada raro, ¿verdad?
La princesa la miró sin entender por qué le preguntaba eso. No había detectado nada extraño, pero el comportamiento de Ankhara era muy sospechoso. Atem seguía con la mirada clavada en la maga mientras se frotaba la cabeza.
—No la metas en esto. ¿Has hechizado a Ankhara para que me atacara?
Mana cruzó los brazos y desvió la mirada.
—¿Por qué? —preguntó Re’em con asombro—. ¿Qué tienes en contra suya? ¿No sois amigos?
—¿Amigos? —dijo Mana dolida—. ¡Eso deberías preguntárselo a él! ¡Los amigos hablan y se cuentan las cosas, en lugar de ir a los brazos de la primera que se le cruza y esconderse como un criminal!
Atem estaba tan sorprendido que había olvidado el dolor de cabeza que Ankhara le había provocado.
—Mana, no seas tonta —replicó—. ¡Claro que somos amigos! Ya te he dicho que necesitaba estar solo.
—¿Pero por qué? ¿No me lo vas a contar? —reclamó Mana, haciendo un puchero.
—Tal vez algún día lo haga, pero de momento prefiero guardarlo para mí.
—Lo siento —dijo Re’em de repente—. Este conflicto entre vosotros es culpa mía. No quería que pasara todo esto.
Atem cogió su mano y la apretó. La princesa sintió que su rostro ardía.
—No es culpa tuya, Re’em, ¿de acuerdo?
—Princesa, usted confía en mí, ¿verdad? —Reem asintió—. ¿Qué le enseñó al príncipe que le perturbó tanto como para esconderse?
La princesa miró a su prometido, que se había tumbado y había cerrado los ojos.
—Mana, déjalo —advirtió sin moverse—. Lo sabrás cuando yo lo crea conveniente. Por cierto, Re’em, creo que he descubierto por qué tu heka está bloqueado.
Mana se inclinó hacia él con curiosidad.
—¿Cuál es la causa, príncipe?
Atem las miró a ambas por un instante.
—Necesitas recordar quién eres. Tu heka está vinculado a tu verdadera esencia, así que solo podrás acceder a tu poder cuando tengas todas las piezas.
Re’em se lo quedó mirando. ¿Estaba hablando de los sueños?
—Príncipe, ¿de qué está hablando?
—¿Me has entendido? —preguntó Atem, ignorando la pregunta de su amiga.
Re’em asintió.
—Creo que sí, majestad.
Mana los miró a ambos.
—¡Ya lo estás haciendo otra vez! —reclamó—. Me estás dejando fuera de nuevo, príncipe.
—Mana, esto es algo que debe resolver ella. Ni tú ni yo podemos hacer nada para ayudarla. Si tengo razón, un día sabrás de qué estoy hablando.
Siguieron allí un rato más, disfrutando de la sombra. Los tres aprovecharon para conocerse mejor, aunque Re’em no podía quitarse de la cabeza las palabras de Atem… ¿Qué pasaría si se equivocaba y nunca conseguía reunir todas las piezas, como él había dicho, y desbloquear su heka?
—Princesa, no ha dicho anda desde hace un rato. ¿Le preocupa algo?
Re’em miró a Mana. Estaba a punto de quitarle importancia pero la mirada rubí de Atem atrajo la suya y fue incapaz de hacerlo.
—¿Y si se equivoca y nunca consigo utilizar mi heka?
El rostro del rey se convirtió en una máscara.
—Lo harás, o no serás digna de mi confianza.
Notes:
Como he dicho antes, he estado muy inspirada, lo que significa que no sé si los próximos días seguiré escribiendo al mismo ritmo. En cualquier caso, seguiré adelante. Espero que te haya gustado ;)
Chapter 19: Una nueva amiga
Chapter Text
Re’em todavía intentaba reunir las piezas un par de semanas después. Los sueños seguían llegando y ella los seguía escribiendo. Sin embargo, no encontraba otro significado aparte de saber más sobre el pasado de Atem y de Mana, ya que últimamente había empezado a soñar con esta última. La mayoría de las veces sobre clases de magia, que luego ella intentaba reproducir en secreto sin resultados, pero los demás sueños eran travesuras de ambos en los que ella (él, se recordó) se volvía cómplice para proteger a su príncipe.
Mahado escuchó unos pasos pequeños y rápidos que se acercaban por el pasillo. Dejó el hechizo avanzado que estaba practicando y se asomó. En cuanto lo hizo, un par de niños se colaron en la clase y se escondieron dentro del arcón situado al fondo, que en aquel momento estaba abierto. Mahado cerró la puerta y abrió el arcón: Atem y Mana estaban acurrucados, como si eso los hiciera invisibles.
—¿Príncipe? ¿Mana? ¿Qué están haciendo aquí?
—¡¡Sé que estáis por aquí!! —gritó una voz furiosa en el pasillo—. ¡Salid ahora o será peor!
El aprendiz de mago los miró, esperando una explicación.
—Luego te lo contamos todo, Mahado —susurró Atem—. No nos has visto entrar, ¿de acuerdo? ¿Por favor?
Ambos le miraban suplicantes, pero fueron los ojos de su príncipe los que le hicieron ceder a la petición. Suspiró antes de cerrar el arcón con llave, murmurar un pequeño hechizo y hacerla desaparecer. Luego regresó a su sitio y cogió el papiro justo cuando la puerta se abrió de nuevo.
—Mahado.
—Maestro Desher —saludó inclinando la cabeza—, ¿qué le trae por aquí?
—Busco a ese par de pequeños delincuentes —masculló mientras sus ojos registraban la habitación.
Su mirada se clavó en el arcón. Desher se adentró y se dirigió hacia él, ignorando a Mahado, quien se dio cuenta de que tenía el pelo gris, casi blanco. El aprendiz tuvo que morderse la mejilla para permanecer serio.
—¿Qué delincuentes?
—El príncipe y su amiga. No les basta con holgazanear durante mi clase —murmuró mientras intentaba abrir el arcón—. ¿Y la llave?
—No lo sé, maestro. Hace días que la estoy buscando. Maestro, si puedo preguntar, ¿qué le ha pasado en el pelo? —preguntó con curiosidad—. ¿Se lo ha teñido?
Desher dejó de intentar abrir el arcón y se volvió hacia Mahado, que no se había movido de su sitio. Cruzó la habitación en unas pocas zancadas y escrutó al aprendiz, buscando cualquier signo de culpabilidad.
—Tú sabes algo, estoy seguro.
Mahado negó.
—No, maestro, se lo aseguro —respondió con humildad—. Yo no sé nada de todo esto. Se lo juro.
Mahado se quedó quieto, con la mirada clavada en el suelo, mientras sentía la furia de Desher irradiar de su cuerpo. El maestro había sido el objetivo de algunas trastadas por parte de sus alumnos, pero esta vez lo habían enfadado de verdad. Mahado tragó saliva mientras intentaba mantener la calma.
—Diles que esto no va a quedar así. La ira de Su Majestad caerá sobre ellos —sentenció.
—S-sí, maestro, se lo diré.
—Eso espero —dijo Desher mientras se dirigía a la puerta.
—Maestro, ¿me permite un consejo?
El otro se giró hacia él cuando ya tenía la mano en la puerta.
—¿Un consejo? ¿Tú, un aprendiz, crees que puedes darme un consejo?
Mahado esperó con la mirada clavada en el suelo en respetuoso silencio.
—Habla. No tengo todo el día.
—No los llame delincuentes cuando hable con Shuti Aknamkanon, maestro. No le gustará.
Desher lo fulminó con la mirada y se marchó dando un portazo. Mahado esperó hasta que no escuchó nada más que los latidos de su corazón. Solo entonces suspiró aliviado.
—Estuvo cerca…
Un par de golpes llamaron su atención. Mahado fue hacia el arcón y lo abrió. Ambos niños lo miraban con agradecimiento.
—Gracias, Mahado —dijo el príncipe mientras Mahado les ayudaba a salir—. Te debo una.
El aprendiz cruzó los brazos. Atem se rascó la cabeza.
—Lo único que me debe es una explicación, mi príncipe. Me gustaría saber en qué me he metido, aunque me hago una idea…
—No del todo, maestro —dijo Mana—. La mezcla de henna y vinagre por la que hemos cambiado uno de sus aceites para el pelo tiene efecto permanente si he hecho bien el hechizo.
—Mana, serías una de las mejores aprendices de magia si pusieras el mismo empeño en tus clases —la regañó Mahado, a pesar de estar sorpendido por la audacia de su aprendiz.
—Maestro, esto no es lo mismo.
—¿Ah, no?
—¡Esto es una cuestión de justicia! ¡Ha humillado al príncipe por no saberse la lección!
Mahado miró a Atem, que parecía avergonzado.
—¿Príncipe?
—¡No puedo memorizar tantas fechas en tan poco tiempo! A Mana no le exige tanto como a mí—se quejó.
Al aprendiz le costó mantenerse serio.
—Mana no va a tener las mismas responsabilidades que usted, le guste o no. A partir de ahora tiene que tomarse en serio sus clases, mi príncipe. Usted está destinado a llevar una carga muy pesada sobre sus hombros. Debe prepararse ahora que puede. —Atem asintió, visiblemente culpable—. Bueno, teniendo en cuenta lo que le gusta al maestro Desher cuidar su pelo y presumir de ello, creo que ahora estáis a la par —cedió Mahado.
Atem levantó la mirada y sonrió, calentando el pecho del aprendiz. Aquella era suficiente recompensa.
Re’em se obligó a reprimir una carcajada al recordarlo. «Concéntrate», pensó mientras volvía a leer el papiro que tenía delante.
—Debí imaginar que te encontraría aquí.
Re’em levantó la mirada del documento y frunció el ceño mientras Yasmin se desplomaba en una silla libre.
—Pareces agotada.
—Estoy agotada —resopló su amiga—. Llevo una semana hablando sin descanso con medio palacio para organizar el viaje.
—¿Viaje?
Yasmin clavó la mirada en ella.
—¿No te habló Isis de las ofrendas que debéis hacer para vuestro matrimonio?
—Ahora que lo dices, creo que ha mencionado algo…
—¡¿Crees?! —exclamó, ganándose una mirada molesta de un par de personas que había cerca—. ¡¿Cómo puedes olvidar algo así?!
Re’em la acalló.
—Últimamente tengo muchas cosas en la cabeza, y con las lecciones de Isis se me había olvidado —susurró.
—Al menos habrás elegido ya un dios que te adopte, ¿verdad?
Re’em desvió la mirada y negó, sonrojándose.
—¡Princesa! —reclamó.
Algunas personas le exigieron silencio a Yasmin. Re’em murmuró una disculpa mientras arrastraba a su amiga en dirección a la puerta.
—Entre el juicio de Emir y la desaparición de Atem no he tenido tiempo de pensarlo con calma, ¿vale?
Su amiga sonrió.
—¡Le has llamado Atem!
—¿Y qué?
—Siempre te has referido a él como tu prometido o Shuti Atem… ¿Ha pasado algo que yo no sepa? —añadió con picardía.
Re’em sintió que su piel ardía.
—¡Nada en absoluto! Lo único que hemos hecho ha sido hablar y conocernos mejor.
—Ya veo… ¿entonces te está empezando a gustar?
—¡Yasmin! —reclamó mientras su piel ardía más—. ¿No eras tú la que decía que tuviera cuidado con él?
La Dama de Honor se encogió de hombros.
—Eso era antes de conocerle mejor y ver cómo te trata. Además, está de muy buen ver. Un día tienes que venir conmigo a verle entrenar.
Re’em suspiró. ¿Cómo había pasado de hablar de su viaje a hablar de los entrenamientos de Atem?
—Vamos a comer —dijo mientras empezaba a andar, esperando que su amiga olvidara el tema.
—Estoy hambrienta —dijo Yasmin, adelantándola.
Re’em sonrió mientras intentaba olvidar la imagen de Atem entrenando que se había instalado en su mente.
—¡Princesa! —llamó Neith desde su espalda.
Las dos se detuvieron y se volvieran hacia ella mientras se acercaba.
—Estaba en la biblioteca leyendo…
—¿Pero sabes leer? —interrumpió Yasmin.
Re’em le dio un pequeño codazo.
—Por supuesto, querida —respondió la nubia sonriendo—. El caso, princesa, es que todavía no hemos tenido la oportunidad de conocernos como es debido y ya que tu amiga está agotada y hambrienta, he pensado que podríamos comer juntas y disfrutar de un buen masaje.
—¿Un masaje?
Neith abrió los ojos con horror.
—¡No me digas que nadie te lo ha dicho! Tenemos una sala de masaje en el palacio, disponible para toda la Corte. Hay otra en el harén, exclusivo para nosotras. No es tan grande como la otra pero allí estaremos más tranquilas. ¿Qué me decís?
Re’em y Yasmin intercambiaron miradas.
—Aceptamos —respondió la princesa con una sonrisa—. Nos vendrá bien distraernos.
—¡Excelente! —exclamó Neith emocionada—. Vamos a comer.
Notes:
Creo que se nota un poco que durante esta semana he estado leyendo cierta historia, ¿verdad? Me pareció gracioso imaginar que Desher tiene el pelo blanco por culpa de Atem y Mana. Además, he escrito una escena a la que falta por llegar, pero hacia la que me estoy dirigiendo. Espero que te haya gustado :)
Chapter 20: En el harén
Notes:
¡Aquí estoy de nuevo! Espero que disfrutes del capítulo tanto como yo escribiendo :)
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Chapter Text
Re’em miró a Neith mientras caminaban. ¿Qué estaba pasando? ¿Tal vez la había juzgado mal? ¿Era posible que pudieran convivir en paz después de todo?
—Esto no me gusta —murmuró Yasmin en arameo.
La princesa asintió en silencio. Cuando llegaron, Neith las guio hacia la puerta del fondo. Re’em se encontró en una sala amplia, la principal de aquella sección, donde una mujer de pelo blanco contaba una historia a dos niñas y un niño que parecían tener menos de diez años. Al fondo había una puerta abierta que conducía al exterior, de donde provenía el rumor del agua. Había cojines y alfombras, jarrones con flores de diferentes colores aquí y allá, y un arpa en una esquina. A la derecha había una mesa con varias sillas. Varias criadas estaban colocando agua, vino y una gran variedad de comida. A Re’em se le hizo la boca agua de inmediato.
—¿Qué os parece? Agradable, ¿verdad?
Una de las niñas las miró y su rostro se iluminó. Se levantó y corrió hacia Neith, que se agachó y la abrazó.
—¡Madre! ¿Puedo ir a la orilla de Hapy con ellos?
—Ankhesenamón, ¿qué se hace cuando tenemos invitados?
La niña se apartó de su madre y se puso seria.
—Que encuentren la alegría y la paz en este lugar —recitó Ankhesenamón mientras se inclinaba ante ellas.
Re’em y Yasmin agradecieron la bienvenida mientras Neith sonreía orgullosa a su hija.
—¿Puedo ir, madre? —volvió a preguntar la niña con ojos suplicantes.
Una mirada que Re’em había visto más de una vez en sus sueños. Tragó saliva y alejó el recuerdo de su mente.
—Está bien. Puedes ir con ellos —cedió la nubia—, pero no te adentres demasiado en el agua. Es peligroso.
La niña saltó de alegría y fue a reunirse con sus amigos. Neith ordenó a una de las criadas que trajera un par extra de platos y vasos.
—Ella es Kisara, la mujer de Seto —explicó al notar que la miraban con curiosidad—. Se encarga de cuidar de nuestros hijos y de enseñarles. Así Ankhesenamón puede jugar y aprender con sus primos.
—¿Sus primos? ¿Kisara es tu hermana? —preguntó Re’em sorprendida.
No podía imaginar a dos mujeres tan opuestas. Una con el pelo y la piel tan claros cuando los de la otra eran tan oscuros. Neith rio.
—No, querida. Seto es el primo de Atem.
Re’em asintió sin dejar de mirar a la niña, que jugaba feliz con los niños mientras Kisara se acercaba a ellas.
—Que encuentren la alegría y la paz en este lugar —saludó a ambas con una sonrisa—. Usted debe de ser la princesa Re’em, ¿verdad? Encantada de conocerla.
—Igualmente. Ella es Yasmin, mi Dama de Honor.
Kisara le sonrió.
—Encantada.
—Lo mismo digo.
—Neith, voy a llevármelos ya si no tienes inconveniente. Me gustaría comer con ellos junto al río. Así les enseño más sobre maat.
—Claro, querida. Tal vez vaya con vosotros más tarde. Ankhesenamón, dame un beso.
La niña obedeció y luego corrió para alcanzar a Kisara y sus hijos.
—Vamos a comer.
La mesa estaba llena de diferentes platos para cuando las tres se sentaron. Re’em no dejaba de pensar en la palabra maat mientras disfrutaban de la deliciosa comida. Había algo familiar en ella, aparte de las clases que Isis le daba.
—¿También tienes que llevar ese velo mientras comes? —preguntó Neith después de ver cómo Re’em pasaba la comida por debajo del velo para llevársela a la boca.
—Solo cuando tengo que comer con extraños antes de la boda.
—¡Qué costumbre más absurda! —replicó la nubia.
—¿Entonces los otros niños son los hijos de Kisara y Seto? —preguntó Yasmin.
Re’em agradeció el cambio de tema.
—Sí, los dos nacieron el mismo día. La niña se llama Bakhtiar y el niño Kahotep.
En aquel momento Sherdet se acercó a ellas.
—¡Princesa! No sabía que nos honraría con su presencia —saludó con una sonrisa.
—Yo tampoco —admitió Re’em—. Neith nos acaba de invitar.
La sonrisa de la mujer vaciló un instante.
—¿Puedo sentarme con vosotras? —preguntó.
Neith sonrió.
—¡Por supuesto! Vives aquí, comes aquí. ¿Por qué no ibas a sentarte con nosotras?
Sherdet se encogió de hombros y se sentó junto a Yasmin, que estaba situada en frente de su princesa y al lado de Neith.
—¿Qué tal estás? —preguntó Re’em con interés—. ¿Qué tal con Emir?
No le pasó desapercibido el brillo en su mirada al nombrar al embajador, ni el suave suspiro que se le escapó.
—Los dos estamos mucho mejor, gracias por su interés. Estamos en deuda con usted.
Re’em negó.
—No me debéis nada. Solo hice lo que creí justo.
—Re’em, la guardiana de la justicia. —Neith se rio de su ocurrencia—. Oh, vamos, no me miréis así. Solo era una broma inocente. Sherdet, luego vamos a disfrutar de un buen masaje. ¿Te vienes con nosotras?
La otra la miró, sorprendida.
—Yo… me encantaría, de verdad, pero…
—Vas a visitar a Emir —completó Re’em.
La otra asintió.
—Otro día, si usted quiere.
—¡Por supuesto! Será un placer.
Las dos sonrieron. Sherdet se despidió de ellas cuando terminaron de comer. Neith las llevó hasta una puerta lateral y la abrió. Lo primero que vio Re’em fue el baño que ocupaba la mitad de la habitación. En la otra mitad había varias camillas y piezas de lino para taparse, además de una mesa donde Re’em podía ver diferentes frascos con aceites y fragancias muy diversos. En aquel momento varias sirvientas estaban llenando el baño con agua tibia.
—He pensado que primero os apetecería un baño relajante. Así los masajes serán más efectivos.
A Yasmin se le iluminaron los ojos. Varias sirvientas les ayudaron a quitarse la ropa en cuanto el baño estuvo preparado. Re’em se tapó como pudo con las manos hasta que se metió en el agua con el velo puesto. Neith rio.
—¡Oh, vamos, esto es ridículo! ¡No puedes bañarte con el velo!
—¡Claro que puede! —exclamó Yasmin, interponiéndose entre las dos—. ¿Para eso nos has invitado? ¿Para reírte de ella?
Neith la miró un instante con incredulidad.
—¡Claro que no! Solo quiero conoceros mejor. Discúlpame, princesa. Esta costumbre de llevar siempre el velo es muy extraña para mí. Por favor, no me lo tengas en cuenta. A veces puedo ser un poco bruta cuando hablo, pero no lo hago con mala intención. Solo quiero que seamos amigas. Lo digo de verdad.
Re’em la observó durante un instante antes de asentir.
—Lo comprendo. Estás perdonada.
Neith respiró aliviada. Yasmin miró sorprendida a Re’em, haciendo una muda advertencia.
—En ese caso, disfrutemos de la tarde.
∞∞∞
Sus labios eran cálidos y suaves. Una agradable sensación se apoderó de su cuerpo, acelerando su corazón y logrando que su cabeza diera vueltas.
—¡AAAAAAH!
La pareja se separó de golpe. El grito provenía de una joven parada a sus pies que les estaba mirando. Atem y Mahado se sentaron, sonrojados por haber sido descubiertos por una extraña en pleno beso.
—¡¡Lo sabía!! Vosotros estáis juntos —dijo la joven, entusiasmada—. Cuando os he visto antes he pensado que haríais una buena pareja. ¡¡Y acerté!! ¿Cómo os conocisteis? ¿Cuándo empezasteis a salir? ¿De dónde sois?
La pareja se quedó muda ante el aluvión de preguntas. Mahado solo veía a Mana ante él, a pesar de las diferencias físicas.
—¡¡Maat-saw-ne-kemet!! —Ella saltó al escuchar el grito—. ¿Ya estás molestando de nuevo?
El que le hablaba era un joven parecido a ella desde la puerta.
—No, solo hablaba con esta pareja tan adorable, ¿verdad?
No había duda: aquella chica era como su aprendiz. ¿Qué estará haciendo Mana durante su ausencia? ¿Se habrá creído la muerte de Atem? El joven se acercó a ellos. Algo en su forma de moverse le resultaba familiar, aunque no sabía decir por qué.
—Disculpen, a veces mi hermana es demasiado impulsiva —dijo mientras se inclinaba.
—No se preocupe, solo estábamos hablando.
—Vamos, Maat, nos están esperando —dijo mientras intentaba sacarla de la habitación.
—¡Espera, todavía no lo he cogido!
Maat corrió hasta una de las paredes se agachó y abrió uno de los sacos. El hermano la miraba desde la puerta con una expresión que Mahado comprendía perfectamente.
—Ha sido un placer conocerles.
—Igualmente —respondieron antes de que los hermanos desaparecieran de su vista.
Ambos rieron en cuanto se quedaron solos.
—¿No te ha recordado a alguien? —preguntó Atem con suavidad.
Mahado asintió.
—Sí, esa chica es como Mana.
—Y su hermano me recuerda a ti. Siempre pendiente de Mana y disculpándote en su nombre.
—Soy su maestro. Es mi responsabilidad que se comporte como es debido.
Atem se acercó al mago y lo abrazó por el cuello. El aroma a canela llenó sus pulmones.
—¿Qué me estabas contando?
Mahado no podía quitar los ojos de él. La intensidad de su mirada lo hipnotizaba. Tal vez Atem no era mago como él, pero sabía cómo hechizarlo cuando quería… incluso si su rey no era consciente de ello.
—Yo… no recuerdo por dónde iba.
Atem sonrió. Una sonrisa por la que Mahado daría su vida sin dudarlo.
Notes:
El fragmento está en el capítulo Henna de la primera parte, por si quieres volver a leer la versión de Atem. Espero que lo hayas disfrutado :)
Chapter 21: La visita
Chapter Text
Layla protestó por cuarta vez mientras cepillaba y peinaba el cabello castaño de Re’em, que era incapaz de mantenerse quieta después de lo que había soñado. No podía dejar de pensar en los labios de Atem y las sensaciones que le habían provocado. A Re’em le ardía el rostro cada vez que lo recordaba. Layla suspiró frustrada mientras recolocaba por enésima vez la cabeza de su princesa.
—¿Te encuentras bien? Pareces distraída —preguntó Yasmin.
Re’em parpadeó.
—Perdona, tengo la cabeza en otra parte. ¿Qué decías?
—He dicho que tu prometido está hoy en su retiro mensual —respondió—. ¿Aún no te ha contado qué hace en realidad?
—¿Por qué crees que miente?
—¿No te parece raro que desaparezca cada mes?
Re’em estaba pensando en lo que sabía sobre él cuando una voz respondió antes de que abriera la boca.
—No es asunto tuyo a dónde voy —replicó.
Atem acababa de aterrizar en el balcón. En lugar de llevar su ropa y sus joyas habituales, llevaba una túnica sencilla con una capucha que Re’em reconoció por sus sueños. Atem se llevó un dedo a los labios mientras entraba en la habitación, aunque era innecesario: ninguna de ellas se había recuperado de la sorpresa.
—Hoy vendrá un ady-mer —dijo mirando a Re’em con inexpresividad—. Necesito que lo recibas en mi lugar como mi futura esposa. Llegará sobre la hora novena o décima. Solo tienes que darle la bienvenida y asegurarte de que está bien atendido. Neith o Mana pueden ayudarte con eso. De la cena me encargaré yo, aunque quiero que también estés presente. ¿Podrás hacerlo?
La princesa tragó saliva y asintió.
—Por supuesto, majestad —respondió—. Así lo haré.
—Bien. No me falles.
Atem regresó al balcón y saltó.
—Eso sí que ha sido raro —comentó Yasmin, todavía con la mirada en el balcón.
—¡Princesa! —exclamó Layla, asustada—. ¡Ha visto tu rostro! Esto es una mala señal…
Yasmin rio.
—¡Oh, vamos! ¡No empieces con tus tonterías!
—¡No son tonterías! Es sabiduría ancestral.
Re’em las dejó discutir mientras Layla terminaba de peinarla. Atem no había dado muestras de disgusto al verla. Tampoco de lo contrario. ¿Y quién era esa persona que debía recibir? Tal vez Yasmin pudiera conseguirle información sobre su invitado.
∞∞∞
Atem llegó a su destino durante las primeras horas del día, como hacía cada mes. El saco con la mejor comida que había comprado en los diferentes puestos del mercado empezaba a pesarle, pero no le importaba. Esto era mejor que permanecer en el palacio, donde los recuerdos le asaltaban cuando menos se lo esperaba. Sin embargo, esta vez se sentía inquieto. No podía dejar de pensar en Re’em, en su rostro (que no le había sorprendido en absoluto, aunque eso no hacía menos doloroso verlo) y en la esperanza que sentía por primera vez desde hacía años, y esto le asustaba. Después de todo, la esperanza había destrozado lo que quedaba de su corazón con el paso de los años, aunque para entonces había aprendido a vivir así.
Atem sacudió la cabeza mientras se ajustaba el saco en la espalda. No, los muertos no regresaban. No en carne y hueso. Mahado se lo había demostrado una y otra vez durante aquellos años. Sus huesos seguían allí, donde los había dejado, y su tumba seguía intacta. Lo único que podría traerlo de vuelta era su pequeño ritual. Re’em solo era una coincidencia para hacerle llevadero su matrimonio. «Una alianza en la que Isis insistió hasta que se formalizó el acuerdo», recordó una voz en su mente. «¿Y los sueños? Esos sueños tan detallados no pueden ser solo una coincidencia». Tal vez los dioses solo quieren que ella me conozca mejor, replicó. «¿Y esos consejos tan sabios, como si hubiera vivido más de lo que aparenta?» Solo es fruto de su buena educación y sus sueños. «¿Y su rostro? ¿Y su voz?». Mahado está muerto y enterrado, insistió. Había aceptado eso tiempo atrás. «¿Entonces por qué sigues viniendo cada mes sin falta?» Atem no respondió, pero su corazón lo sabía: no podía renunciar a Mahado.
Se detuvo un instante a la entrada del valle para recuperar el aliento. Casi podía ver el pequeño santuario desde allí. Faltaba poco. Se ajustó el saco y continuó. Quizá esta vez Mahado le escuchara y acudiera a su encuentro.
Quizá.
∞∞∞
Re’em volvió a ver a Yasmin justo cuando terminaba de comer.
—Parece que ya está todo preparado para su llegada. Además, he conseguido información sobre él. Se llama Aahotep, gobernante del nomo de Hau-t-Khau. ¿Sabes cuál es su capital? Tjaru. ¡No lo conocimos de milagro!
Re’em frunció el ceño. ¿Un nomarca que no la recibió cuando tuvo que alojarse allí, y ahora tenía que hacerlo ella?
—Parece ser alguien extraordinario —continuó Yasmin—. Recibió la mosca de oro y el gobierno de Hau-t-Khau por sus servicios a la corona. También he oído que tu prometido lo tiene en alta estima.
—¿Está todo organizado?
—Lo he comprobado y sí, todo está listo.
Re’em asintió, satisfecha. Estaba a punto de felicitarla cuando se dio cuenta de que su amiga parecía preocupada.
—Yasmin, no me gusta cuando pones esa cara. ¿Hay algo que no me has contado?
—No creo que sea nada. Lo importante es que está todo preparado, ¿verdad?
La otra se removió en su sitio, inquieta.
—Yasmin… ¿qué me estás ocultando?
—Después de lo que dijo tu prometido me puse a ello, pero Neith ya había organizado la mayor parte. He revisado lo que ha dispuesto para él y no he encontrado nada raro. Le he preguntado y dice que solo quería ayudar, ahora que somos amigas.
—¿Crees que decía la verdad?
Yasmin movió la cabeza.
—No lo sé, esa mujer me desconcierta.
Re’em asintió.
—A mí también. ¿Sabe ella que lo has revisado todo?
—Sí, y parecía tranquila. Si está tramando algo, lo oculta muy bien.
—O tal vez solo quiere ayudar, como ha dicho… —añadió la princesa—. No creo que se arriesgue a hacer nada, pero revísalo todo de nuevo sin que lo sepa. Si lo consideras necesario, recurre a Mana. Ella podrá ayudarte.
Yasmin asintió y se marchó. Re’em miró al exterior con inquietud. Atem estaba fuera y esta sería la primera vez que recibiría sola a un alto cargo. Apenas quedaban un par de horas. Tal vez debería salir y relajarse antes de conocer a Aahotep.
Notes:
Puede que tarde un poco en subir el siguiente capítulo. Todavía no he pensado los detalles...
Chapter 22: Encuentro inesperado
Notes:
¡Sorpresa! ¿Por qué he tardado tan poco tiempo? MaatkareOfEgypt tuvo una idea que no se me había ocurrido para esta historia. No vi que encajara del todo en lo que quería escribir, pero le di vueltas y encontré otra forma de conseguir el mismo efecto (o eso creo). En pocas horas ya tenía la mitad del capítulo. Gracias, Maatkare, por tu idea. ahora sí, vamos con el capítulo. Que disfrutes tanto leyendo como yo escribiendo :)
Ady-mer: nomarca
Inpu: Anubis
Hapy: Nilo
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Re’em estaba hecha un manojo de nervios mientras esperaba la llegada del ady-mer. Yasmin acababa de evitar que lo revisara todo por enésima vez desde que les habían anunciado su llegada inminente. Neith, en cambio, estaba totalmente tranquila. La nubia incluso habló con algunos miembros de la Corte mientras esperaban.
—Puede estar tranquila, princesa. Todo irá bien —aseguró Isis con una sonrisa.
—¿Y si algo sale mal?
—Los preparativos son los mismos que otras veces —explicó Neith—. Por eso estoy tranquila. Confía en mí, princesa.
Re’em respiró y asintió.
—Tienes razón. Es la primera vez que hago esto.
—Por eso te he echado una mano —dijo la nubia con amabilidad—. Es lo que hacen las amigas, ¿no?
Re’em la miró, sorprendida.
—¡Oh, vamos! No habrás creído esos rumores que circulan sobre mí, ¿verdad? Te aseguro que solo quiero convivir en paz contigo y con Atem. Ya te lo dije. Cuanto mejor nos llevemos, más feliz será él, ¿no crees?
La llegada de Aahotep al palacio evitó que Re’em tuviera que dar una respuesta. La princesa no sabía qué esperar del ady-mer, pero nunca imaginó que el hombre llevara ropa egipcia con joyas de estilo hicso. La mezcla era desconcertantemente armoniosa.
—Que encuentre la paz y la alegría en este lugar —saludó—. Soy la princesa Re’em. Es un placer conocerle.
Aahotep se inclinó. Las joyas tintinearon con el movimiento.
—Princesa, qué alegría conocerla por fin. Fue una pena no recibirla cuando llegó a Tjaru, pero asuntos urgentes me reclamaban y tuve que salir. Su comitiva ya se había marchado cuando regresé.
—No se preocupe. Esas cosas pueden pasar.
Aahotep notó entonces la presencia de la nubia, que se había acercado a ellos.
—Neith, es un placer volver a verla.
—Lo mismo digo. ¿Cómo está su esposa?
Re’em dejó que hablaran durante unos instantes y luego carraspeó. Aahotep saludó a la Corte y entraron todos en el palacio en dirección al comedor, donde ya estaban preparados algunos aperitivos y bebida fresca mientras los sirvientes llevaban el equipaje a la habitación que le habían asignado.
La conversación fue fluida y eso contribuyó a que la princesa se relajara en cuanto vio que todos estaban cómodos. Al final Neith tenía razón y todo estaba saliendo bien. Ahora solo faltaba el regreso de Atem.
¿Dónde se había metido?
∞∞∞
Atem miró fijamente la puerta falsa. ¿Por qué no funcionaba? ¿Mahado ya no le amaba?, se preguntó por enésima vez.
Cada mes iba allí para verle. Había realizado el hechizo tantas veces que se lo sabía de memoria desde hacía trece años, y cada vez su esperanza de que Mahado acudiera a su llamada se apagaba un poco. Aun así, Atem no podía dejar de intentarlo. ¿Y si la siguiente vez tenía éxito?
—¡¡¿Qué quieres de mí?!! —gritó a la puerta sellada—. ¡¡¿Por qué me haces esto?!! Ni una sola señal en dieciséis años. ¿Ya te has olvidado de mí? ¡¡Responde!!
Atem golpeó la puerta y gritó hasta que ya no le quedó nada dentro. Después rezó por el descanso eterno del alma de Mahado como despedida y salió de allí. Se prometió a sí mismo que sería la última vez que volvería… como hacía cada mes.
El sol estaba empezando a ocultarse tras las montañas cuando Atem salió al exterior. Apenas había dado unos pasos cuando alguien le abrazó por detrás.
—¡¡Asim!! —chilló una voz femenina—. ¡Qué alegría verte de nuevo!
Atem, sorprendido, no pudo impedir que su cuerpo reaccionara. Un par de movimientos bastaron para tener a su agresora tirada en el suelo ante él, con el puñal apuntando hacia ella.
—¿Maat-saw-ne-kemet? —preguntó Atem mientras la otra se quejaba—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Vengo de visitar a mi hermano. ¿Así recibes a los amigos?
Atem la ayudó a levantarse.
—Lo siento, tu abrazo me ha tomado por sorpresa. ¿Sonkar ha muerto?
—¡¡No, no!! Él está muy bien. Tengo más hermanos, ¿sabes? ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?
Atem se tensó.
—No importa. Ya me iba.
El monarca empezó a caminar. Maat miró hacia la tumba de la que el monarca acababa de salir.
—¿Mahado? —Atem se detuvo al oír su nombre—. ¿Así se llamaba Hekay en realidad? ¿Ha muerto?
Atem asintió sin mirarla.
—El mes pasado hizo dieciséis años de su muerte —susurró.
—Lo siento mucho, hacíais buena pareja —dijo Maat apretando su brazo en señal de apoyo—. Estabais tan enamorados…
Atem se zafó de su agarre.
—Sí, eso parecía.
Maat se puso delante y escrutó su rostro.
—¿Qué sucede? ¿Dudas de lo que él sentía por ti?
Atem tragó saliva.
—Ya no sé qué pensar —admitió, derrotado—. Prometió regresar a mi lado si mi pesadilla se hacía realidad. Desde entonces le he esperado y no ha cumplido su palabra. ¿No habría vuelto hace años si de verdad me amara tanto como dices?
—Sé que te ama. Lo vi con mis propios ojos. También sé que cumplirá su palabra. Él encontrará el camino de regreso, ya lo verás.
—¿Cómo? He rezado mil veces y nunca he tenido respuesta. Los dioses me han dado la espalda, al igual que Mahado.
Maat sonrió.
—¿De verdad lo crees, o es el dolor el que habla? Los dioses siempre responden a todas las oraciones.
Atem rio con sarcasmo.
—Sí, ya veo cómo respondieron a mis súplicas para salvar su vida. O para verlo una vez más.
La joven se puso seria.
—No te burles de los dioses. Podrías atraer su ira y no te conviene.
Atem cruzó los brazos.
—¿Y qué quieres que haga si parece que les da igual mi sufrimiento?
Maat suavizó su expresión.
—Eso no es exactamente así. Las respuestas a las oraciones no son como la gente espera que sean —respondió—. Piénsalo de esta manera: ¿tú le das a tu hija todo lo que te pide cuando te lo pide, o por el contrario le dices «no» cuando sabes que no le conviene, o lo retrasas si crees que más tarde puedes darle algo mejor? ¿No has pensado que si los dioses no te han respondido aún es porque están preparando algo mejor para ti?
Atem parpadeó sin saber qué responder. Maat sonrió y le abrazó de nuevo.
—Ten paciencia. Estoy segura de que volveréis a estar juntos.
Atem volvió a sentir un nudo en la garganta.
—Me tengo que marchar, se hace tarde —dijo mientras se separaba de ella—. Ha sido un placer volver a verte.
Atem no sabía qué pensar cuando echó a andar por el valle sin mirar atrás. Esta visita no le había ayudado como otras veces, y ya no sabía qué hacer. Se sintió agotado. Solo quería llegar al palacio, colarse en su habitación y dormir hasta que Inpu fuera a buscarle y le llevara con Mahado. Atem sacudió la cabeza. El problema no estaba en su visita sino en su conversación con Maat. Atem sabía que había algo raro, pero era incapaz de determinar el qué.
El sol ya se estaba ocultando cuando salió del valle y la fresca brisa renovó su energía, alejando los malos pensamientos. Atem había olvidado a Maat para cuando llegó a orillas de Hapy y pagó al barquero para cruzar al otro lado. Desde ese momento sus pensamientos se centraron en su inminente encuentro con Aahotep.
Notes:
¿Te ha gustado?
Chapter 23: La cena
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
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Re’em perdió la noción del tiempo. Descubrió que Aahotep había nacido en Kemet de una mujer hicsa, lo que hizo que el ady-mer preguntara a Re’em todo tipo de cosas sobre su país de origen. Sin embargo, cuanto más tiempo avanzaba más se notaba la ausencia de Atem. Neith y los consejeros seguían hablando, pero Re’em se dio cuenta de que empezaban a impacientarse.
—¿No está tardando demasiado? —preguntó Aahotep.
—En realidad no dijo a qué hora llegaría —respondió la princesa—, pero podemos comenzar a cenar. Se está haciendo tarde, ¿verdad, Neith?
Al escuchar su nombre la nubia asintió.
—Sí, princesa, creo que es un buen momento para cenar.
Mientras los sirvientes ponían la mesa Re’em se preguntó dónde se había metido su prometido. Recordó cómo estaba Atem un mes antes, cuando se había dedicado a beber como si fuera su última oportunidad de hacerlo, y se le hizo un nudo en la garganta. ¿Y si Atem había olvidado que llegaba Aahotep y estaba en cualquier rincón, aferrado a una botella? Re’em sintió el impulso de levantarse y buscarlo, pero entonces recordó que ella era la anfitriona en representación de Atem. Se mordió el labio. ¿Cómo lo iba a hacer?
La preocupación que sentía estaba creciendo tanto que pensaba que iba a salir corriendo sin más cuando la puerta se abrió: Atem, vestido con sus mejores ropas y con todas sus joyas, entró con paso firme y la cabeza alta. Re’em respiró de alivio. Los demás detuvieron su conversación y le saludaron. Atem los miró y se detuvo unos instantes más en Re’em, que desvió la mirada. Los rubíes del monarca parecían arder y de repente la princesa sintió que el vestido que llevaba no le tapaba lo suficiente a pesar de que le llegaba casi hasta los tobillos.
—Aahotep, viejo amigo, disculpa que no haya estado presente para recibirte —saludó Atem, desviando por fin la mirada de ella—. Espero que todo haya sido de tu agrado.
El ady-mer inclinó la cabeza.
—Sí, majestad, he sido muy bien recibido. Además, su prometida es encantadora. No hemos parado de hablar desde que llegué.
Atem se tensó y su expresión se volvió ilegible.
—Me alegra oírlo. Vamos a cenar. Aahotep, siéntate conmigo y me pones al día.
Re’em se sentó al otro lado del monarca, que acababa de iniciar una conversación con Aahotep. No vio ninguna señal de que Atem hubiera bebido y eso, además de tranquilizarla, le intrigó más. ¿Había estado meditando, como decía? Y si era así, ¿por qué el mes anterior se emborrachó? ¿También había ido a meditar? ¿O solo era una mentira para que le dejaran en paz?
Un pellizco en el brazo la sacó de sus pensamientos. Yasmin estaba sentada junto a ella. ¿Tan absorta había estado en Atem que no había visto llegar a su amiga? El quejido que Re’em soltó interrumpió la conversación del monarca, que las miró inquisitivamente.
—¿Todo bien?
—Sí, majestad —respondió Re’em mientras se frotaba el brazo—. Disculpe la interrupción.
La mirada de Atem bajó al brazo de la princesa y apretó los labios. Luego clavó la mirada en Yasmin, que tragó saliva.
—L-lo siento, majestad. La princesa no parecía escucharme y le pellizqué.
—Que no vuelva a suceder —advirtió con un susurro—. Ella es tu princesa y mi futura esposa. Aunque seáis buenas amigas le debes respeto.
—C-claro, majestad. Lo siento.
Yasmin había desviado la mirada intimidada por la advertencia, pero Atem siguió mirándola durante unos instantes más. Re’em nunca se hubiera imaginado que algún día vería así a Yasmin. Era inquietante y reconfortante a la vez. Atem regresó a su conversación con Aahotep como si no hubiera pasado nada.
—¿Estás bien?
Yasmin asintió.
—Sí, princesa. No se preocupe. Siento haberle hecho daño.
—No pasa nada, Yasmin. Lo digo en serio. ¿Qué era lo que querías decirme? —preguntó, intentado animarla.
La conversación que entablaron pareció surtir efecto en Yasmin. Durante un rato Re’em sintió que una penetrante mirada las vigilaba, pero no se atrevió a comprobarlo. Cuando finalmente echó un vistazo a la mesa descubrió que Kisara y Sherdet también estaban cenando con ellos, así como algunas mujeres más que ella no conocía. Debían de haber entrado mientras los sirvientes preparaban la mesa.
—¿Quiénes son? —preguntó a Yasmin.
—¡Ah, sí! —exclamó al ver de quiénes estaba hablando la princesa—. Merit es la esposa de Diva y Amunet es la hermana de Bakura. Luego te las presento.
En aquel momento los sirvientes colocaron a lo largo de la mesa varios platos de berenjenas rellenas a disposición de los comensales. Re’em cogió algunas y empezó a comer. El relleno la pilló por sorpresa y miró a Aahotep.
—¿Le gusta, princesa? —preguntó el ady-mer con una sonrisa.
—Sí, gracias. No me lo esperaba.
—¿Alguien me cuenta qué está pasando? —exigió Atem, alternando la mirada entre ambos.
Re’em lo miró sorprendida.
—Majestad, hace un rato le dije que echaba de menos la comida de mi país —explicó Re’em—. No es que no me guste lo que como aquí, es delicioso, pero allí los sabores no son tan fuertes como aquí. Las especias son diferentes.
—¿En qué sentido son diferentes las berenjenas rellenas?
—Allí no llevan arroz, solo carne. Y la combinación de especias es más suave que la que se utiliza aquí.
Atem la miró durante un instante. Luego cogió una berenjena y la probó.
—Tienes razón, es más suave. ¿Esto es cosa tuya? —preguntó al ady-mer.
Aahotep asintió.
—Antes me encontré con esta joven dama en el pasillo —explicó señalando a Yasmin— y le pedí que nos preparasen esta sorpresa.
—Majestad, discúlpeme —intervino Yasmin—. Me dijo que quería sorprendernos con un plato especial y como sabía de vuestra amistad, pensé que no le importaría este pequeño cambio.
—Además, las berenjenas son de mi huerto. No encontraréis otras iguales en toda Kemet —añadió Aahotep con orgullo—. Quería agasajaros con un plato especial para celebrar vuestra alianza. Y es evidente que a la princesa le ha gustado.
Re’em asintió, feliz, mientras comía otro bocado. Atem la observó durante unos instantes y suspiró.
—Sí, es evidente —admitió—. Creo que te has ganado a mi futura esposa antes que yo.
Re’em se sonrojó mientras que Aahotep rio.
—No, majestad. En eso se equivoca.
La princesa miró al ady-mer mientras Atem le preguntaba algo. No supo cómo continuó la conversación porque ella solo podía podía pensar en lo que Aahotep había dicho y en el beso que había soñado. ¿También formaba parte del pasado de Atem, o solo era una manifestación de sus posibles sentimientos por él? Cierto era que Re’em se sentía más cómoda a su lado de lo que pensaba, pero de ahí a besarle había diferencia… Sin embargo, lo que había dicho la inquietó. ¿Había algo que Aahotep había visto y ella no?
—Princesa, se le van a enfriar las berenjenas —le recordó Yasmin.
Re’em murmuró un agradecimiento y siguió comiendo despacio, saboreando cada bocado. Las palabras de Aahotep quedaron olvidadas con rapidez mientras la princesa volvía a contagiarse del ambiente festivo.
Notes:
Espero que lo hayas disfrutado :)
Chapter 24: Traición
Notes:
Paso a paso avanzamos, aunque no lo parezca. Que disfrutes del capítulo :)
(See the end of the chapter for more notes.)
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Re’em caminaba en silencio sin saber si debía decir algo o no. Era muy tarde cuando decidió retirarse de la pequeña fiesta… y Atem se ofreció a acompañarla a su habitación. El monarca había cogido su mano en cuanto ella murmuró un agradecimiento y desde entonces Re’em no conseguía calmar su corazón. Primero pensó que él solo lo hacía para guardar las apariencias ante su invitado, pero ya iban por el pasillo y Atem no le soltaba la mano.
—¿Te lo has pasado bien?
—Sí, majestad.
—Atem —corrigió el monarca—. ¿Y qué impresión te ha causado Aahotep?
Re’em pensó en la respuesta mientras sus pasos resonaban en el silencio.
—Creo que es un hombre sincero, al que no le gustan los engaños ni las artimañas.
La princesa se calló, pensando en el motivo que podría llevarle a visitar el palacio.
—¿Algo más?
—Creo… —Le miró, insegura. Atem la animó a hablar con un suave apretón. Re’em se ruborizó—. Creo que él no haría un viaje así por cualquier motivo. Me pareció que estaba impaciente por verte. Creo que quiere contarte algo importante y urgente.
Atem asintió, como si la respuesta de la princesa hubiera confirmado su conclusión. Ella miró de reojo sus manos unidas. ¿Se había dado cuenta de que todavía sostenía su mano? No importaba. Su mano era cálida, reconfortante… y familiar. Pocas veces se habían tocado y nunca durante tanto tiempo. ¿Por eso su corazón latía tan rápido? ¿Porque no estaba acostumbrada a eso?
—Ya hemos llegado —anunció Atem, soltando su mano—. Que los dioses bendigan tus sueños, Re’em.
Ella sintió la necesidad de volver a sujetar su mano, pero se contuvo.
—Gracias, Atem. Igualmente.
Lo vio avanzar y desaparecer en su habitación. Re’em entró en la suya y suspiró. La tranquilidad que la recibió contrastaba con el ruido de la fiesta de la que había salido. Se quitó el velo y se sentó en el tocador. ¿Qué le había pasado?
Layla entró y con un gesto le soltó el pelo.
—Siento que hayamos terminado tan tarde —dijo mientras la mujer le quitaba el maquillaje.
—No importa, princesa. Estos eventos son así, ya lo sabe. No suele asistir a muchas fiestas. Disfrute ahora que es joven.
—¿Por qué ese formalismo de nuevo?
Layla se mordió el labio mientras le cepillaba el pelo.
—Su prometido ha venido con usted, ¿verdad? —susurró.
—¿Eso qué tiene que ver?
—Estará en su habitación y podría oírnos...
Re’em sonrió. Estaba tan cansada que no tenía fuerzas para reír. Layla la hizo levantarse para quitarle el vestido que llevaba. El movimiento la espabiló lo suficiente para acomodarse para dormir, pero en cuanto su cabeza tocó la almohada el sueño la reclamó. Lo último que Re’em notó fue el aroma a canela que llenaba sus pulmones.
∞∞∞
Dormía profundamente hasta que un sonido lo sacó de su sueño. Lo primero que notó fue que el aroma a canela todavía llenaba sus pulmones. Eso, sumado al reconfortante peso que descansaba sobre él, le invitaron a seguir durmiendo. No duró mucho tiempo. El sonido se repitió, y esta vez se llevó la calidez que le habría gustado retener. Para cuando su cuerpo respondió y se levantó, descubrió que estaba solo en la habitación. Creyó escuchar una voz femenina en el exterior. Se vistió y se acercó a la puerta que Atem había dejado abierta.
—… ¿Sabes lo preocupada que estaba? —¿Mana?— ¿Por qué no me escribisteis una respuesta? ¡Nadie lo habría sabido! ¿Es que no confiáis en mí? —reprochó su aprendiz. Un golpe en la pared le indicó que estaban justo al otro lado. Se acercó sin hacer ruido—. ¿Te has teñido?
—Mana, lo siento. Claro que confío en ti. Incluso te he echado de menos —respondió Atem. Mahado se quedó paralizado, con la mano a punto de abrir la puerta del todo—. Estaba gravemente herido y nos persiguen. No queríamos involucrarte y por eso no te dijimos nada. Además, tuve que teñirme el pelo como puedes ver para que no me reconocieran. Pero dime, ¿qué ha pasado en palacio? ¿Cómo está mi abuelo? ¿Ya hay un sucesor?
Mana suspiró y le puso al día de todo lo sucedido durante su ausencia, pero él no la escuchó. Atem había dicho que la echaba de menos y había menciondo a su abuelo. No. No podía ser. Imposible. Atem tenía amnesia. No recordaba nada. Sin embargo, la sensación de vértigo seguía allí. El mundo que habían creado juntos se desvanecía como polvo en el aire. «Me mintió. Todo esto es una mentira».
—¡¡No soportaba quedarme allí mientras acusaban a mi maestro de alta traición!!
¿Traición? ¿Él? Aquello le enfureció más. «Si hay un traidor, ese es Atem», pensó con dolor mientras se quitaba el colgante del cuello.
—Sssh, Mana, no grites. Mahado está durmiendo.
Se apoyó en el marco de la puerta que Atem había dejado entreabierta con toda la indiferencia de la que fue capaz.
—No, ya no —respondió apretando su ankh dorado.
La mirada de pánico que Atem le dirigió durante un instante le dijo todo lo que necesitaba saber.
∞∞∞
Re’em despertó con lágrimas en los ojos y el dolor de la traición en su pecho. Se levantó y se asomó al balcón, intentando poner orden en su mente.
Aquel sueño no tenía sentido. Había soñado que besaba a Atem, y él parecía feliz por haberlo hecho. ¿Por qué iba a traicionarla? Re’em respiró. Aquella persona no era ella. Se trataba de un hombre. No, eso no tenía sentido. Atem era padre. Tenía una amante y una ex viviendo en palacio. ¡¿Qué demonios era todo eso?! ¿Por qué tenía que soñar con una vida que no le pertenecía? ¿Qué estaba pasando?
Re’em sacó el papiro y escribió lo que había soñado. Aquello la tranquilizó y la ayudó a tomar una decisión. Como solo faltaba una hora para el amanecer, la princesa lo desenrolló por completo y lo leyó de principio a fin. Era evidente que el protagonista no era Atem, ni mucho menos Mana. Se trataba de un hombre que había crecido con su prometido… y que había tenido una relación con él. La forma en la que comenzaba el sueño así lo indicaba. Re’em sintió que le ardían las mejillas, aunque no estaba segura del motivo.
Con las primeras luces Re’em se levantó y guardó el papiro en su lugar. Tenía muchas preguntas que solo una persona podía responder. Tenía que encontrar el momento para hacerlas, y pronto, o se volvería loca.
Notes:
Cuando escribí Érase una vez en Kemet, tuve la sensación de que esta parte de la historia no había quedado clara del todo. No podía, ya que lo contaba desde la perspectiva de Atem. Espero haber resuelto las posibles dudas sobre esto. Además, sigue siendo sealshipping y me encanta :)
Chapter 25: La Justa
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Re’em miró fascinada a su alrededor. Isis y ella caminaban por las calles de Waset mientras la consejera continuaba con sus clases. No tuvo la oportunidad de ver a Atem antes de salir, pues Isis se había presentado en su habitación y le había comunicado que saldrían del palacio. No es que la princesa lo lamentara: había atravesado medio país y sin embargo no había podido ver casi nada de la vida del pueblo egipcio. Además, así tendría tiempo para encontrar la forma de hablar con su prometido.
Las dos travesaron diferentes zonas de la ciudad y pasaron por algunas de las calles del mercado, llenas de gente que compraba, pero Re’em apenas vio conflictos. Incluso notó que los regateos eran diferentes, aunque no supo determinar por qué. La princesa miró uno de ellos con atención, buscando la diferencia con lo que ella había conocido durante sus paseos años atrás.
—¿Princesa?
Re’em parpadeó y la miró.
—Discúlpame, Isis, pero hay algo extraño aquí…
La princesa se lo explicó mientras la consejera asentía.
—Ya le he hablado de maat, ¿lo recuerda?
—¿El concepto sobre la verdad y la justicia?
—Va mucho más allá de eso. Maat es el concepto fundamental de orden, justicia y equilibrio en el universo, y es el deber de cada individuo vivir de acuerdo con estos principios, ya que la acción de una persona provoca un efecto en la sociedad. ¿Se imagina qué pasaría si los agricultores decidieran cosechar el trigo para sí mismos? Los precios subirían, el resto de la sociedad pasaría hambre, habría revueltas, los soldados no podrían defender Kemet y sería el caos. En lugar de eso, ellos venden su producción y a cambio la ley les permite conservar los suministros necesarios para vivir durante un año. Ellos están contentos y los demás también.
—¿Y qué pasa cuando hay sequía?
—Guardamos el grano producido en Kemet y lo racionamos para que todos puedan comer.
—Vaya, pensé que maat solo era una idea…
—La justicia y la verdad está en todo lo que hacemos y decimos. Maat es el fundamento de nuestro sistema de vida. Todos crecemos con ese concepto y por eso no verás tanto caos como en otros países. Hay delincuentes y criminales, como en todas partes, pero saben que todo el daño causado se volverá contra ellos en esta vida o en la otra.
—¿Entonces está conectado con el juicio de Usir?
—Eso es. La vida de cada persona se mide por la verdad y la justicia que han reflejado en sus vidas, desde el más humilde hasta el más poderoso.
—¿Mi prometido se deja guiar por maat?
Isis no dijo nada durante unos instantes.
—Él era una persona justa cuando era príncipe. Quería hacer lo mejor para Kemet. —Re’em recordó sus sueños sobre esa época—. Así lo hizo al principio de su reinado. Luego lo traicionaron y como consecuencia perdió a Mahado, como ya le conté.
¿Mahado?, se preguntó mientras se rascaba distraídamente la marca de nacimiento.
—Aquello le afectó mucho —continuó la consejera—. Perdió la fe en los demás. Desconfió de todos, incluso de su propio abuelo. Cualquier error era castigado. Todos le temimos durante seis largos yah-wat. A día de hoy, todavía tengo miedo de sufrir su ira.
Isis se estremeció al recordar aquella época.
—¿Qué pasó después?
—Conoció a Sherdet y fue lo mejor que pudo haber pasado en aquel momento. Creo que ella iluminó su vida lo suficiente para que Shuti Atem no se perdiera del todo en la oscuridad.
Re’em asintió, pensando en todo lo que le había contado Isis. Sin embargo, algo no encajaba en todo aquello.
—Según creo, la traición de la que me hablas fue poco antes de mi nacimiento, pero siempre me dijeron que este matrimonio ya estaba arreglado cuando yo nací. ¿Cómo es posible que él accediera si desconfiaba de todos, como tú dices?
Isis sonrió al recordarlo.
—Porque este matrimonio es deseo de los dioses.
—¿De los dioses? —preguntó escéptica.
La consejera asintió.
—Los dioses me envían mensajes a través de los sueños. Vi vuestro futuro juntos y se lo comuniqué en seguida. Él no me creyó, por supuesto, pero accedió cuando le dije que pasarían dieciséis yah-wat hasta que la boda se celebrara.
—Entonces… ¿seremos felices?
Isis sonrió.
—Mucho más de lo que los dos podáis imaginar.
Re’em sintió que se le quitaba un peso de encima. Saber que todo saldría bien le quitaba muchas dudas e inseguridades. En ese momento alguien chocó contra ella.
—¡Lo siento mucho! —exclamó una mujer mientras dos guardias de la escolta se interponían entre ellas, alejándola de la princesa—. No he visto por dónde iba. ¿Se encuentra bien?
Re’em se sorprendió al ver su rostro.
—¡Soltadla!
Los guardias la miraron sorprendidos, sujetando todavía a aquella mujer.
—Pero, alteza…
—Tropezar conmigo no la convierte en una delincuente, ¿cierto? No ha hecho nada malo. Soltadla.
Los guardias obedecieron. Re’em le indicó a la joven que se acercara. Su parecido con la chica alocada de su sueño era sorprendente…
—¿Te has hecho daño?
—En absoluto, alteza. Usted es la princesa Re’em, ¿verdad?
—Sí, lo soy.
Aquella mujer la abrazó antes de que pudiera impedirlo. Re’em miró a Isis, que observaba la situación con interés. Los guardias volvieron a separarlas.
—Discúlpeme, pero ¡estoy tan contenta de que por fin esté aquí!
—¿Nos conocemos? —preguntó la princesa con la sensación de que la respuesta era sí.
—Eso no importa, alteza. ¡Asim por fin será feliz y volverá al camino de la verdad! ¿No es motivo para celebrar?
—Supongo que sí…
—No os entretengo más, princesa. ¡Que disfrute de su matrimonio!
Re’em la vio desaparecer entre la multitud. Parpadeó un par de veces sin saber qué pensar sobre el extraño encuentro.
—Vamos, princesa. Todavía tengo cosas que enseñarle.
Siguieron andado mientras Isis seguía hablando sobre maat y la vida diaria de la ciudad, pero Re’em apenas escuchaba. Aquella mujer era idéntica a la joven que le había sorprendido besando a Atem. ¿Cómo se llamaba?… ¡Ah, sí! Maat-saw-ne-kemet, según su sueño... ¿Pero quién era Asim? El nombre parecía familiar, aunque menos que Mahado. Miró a Isis. ¿Debía preguntarle más sobre él?
—Princesa, ¿qué le preocupa?
—Esa mujer mencionó a Asim… ¿Sabe de quién hablaba?
Isis negó.
—Lo siento, princesa, no puedo ayudarla. Puede ser cualquier persona. Incluso es posible que ella no esté en su sano juicio…
Re’em la miró con escepticismo pero no discutió. Si la consejera creía que aquella mujer estaba loca, ¿por qué no intervino? ¿Habría soñado Isis con aquella situación? En cualquier caso, ya tenía dos nombres que investigar. Tanto si Atem respondía sus preguntas como si no, Re’em podría conseguir respuestas.
∞∞∞
Ra estaba en lo más alto cuando por fin regresaron al palacio. En uno de los pasillos se encontraron con Atem y Aahotep, que salían del despacho del monarca.
—¡Princesa! ¡Isis! Hace una mañana estupenda, ¿no les parece?
Re’em asintió. El saludo del ady-mer contrastaba con la indiferencia de Atem.
—He pedido que nos sirvan la comida en el jardín. No les importa, ¿verdad? Hace un día perfecto y sería un crimen no disfrutarlo.
Re’em sonrió.
—Será un placer acompañarles.
—Lo lamento, pero tengo obligaciones que atender ahora que la princesa por fin ha elegido a la deidad que la adoptará. Comeré más tarde.
Isis se despidió y se alejó por el otro extremo del pasillo. Aahotep miró a Atem, que negó.
—Yo no puedo, Aahotep. Ya te lo he dicho antes. Tengo documentos importantes que revisar.
—Majestad, los documentos seguirán ahí esta tarde —argumentó la princesa—. ¿Cuántas veces tiene la oportunidad de comer con su amigo en el jardín?
—Sabias palabras de tu prometida.
Atem clavó la mirada en Aahotep y después en ella con molestia. Re’em se la sostuvo. Su intuición le dijo que había algo más detrás de su irritación.
—Parece tenso, majestad —continuó con suavidad—. ¿No cree que le relajaría comer con nosotros? Así su mente estará despejada para los asuntos importantes.
La mirada de Atem cambió y ella supo que había ganado.
—Está bien, comeré con vosotros —cedió—. Pero luego me encerraré en mi despacho. Ya he tenido suficientes distracciones por hoy.
Re’em asintió. Tal vez, durante la comida, tuviera la oportunidad de preguntarle algunas cosas a su futuro marido.
Notes:
Me costó un poco arrancar el capítulo, pero al final la inspiración hizo su parte. Espero que lo hayas disfrutado :)
Chapter 26: Una comida agradable
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
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Re’em no se sorprendió al descubrir que no iban a comer ellos tres solos. Neith y su hija ya les estaban esperando en el jardín, bajo un toldo que habían instalado para que tuvieran suficiente sombra. Mientras se dirigían al lugar Ankhesenamón se levantó y corrió hacia ellos.
—¡Padre!
Atem se agachó y la cogió en brazos.
—Hola, peque, ¿qué tal has pasado la mañana?
La niña hizo un puchero.
—¡No soy peque!
Atem rio con suavidad ante la reacción de su hija. Re’em notó que su corazón se detenía un instante al escuchar aquel sonido: era la primera vez que Atem reía de verdad desde que la princesa lo conocía, y le encantaba ese sonido. Re’em no pudo apartar la mirada de ambos mientras se acercaban a Neith, que se había levantado para recibirles cuando Ankhesenamón corrió hacia Atem.
—¿Qué tal tu primer paseo por la ciudad? ¿Te ha gustado? —preguntó el ady-mer con curiosidad en cuanto se sentaron a comer.
Re’em se obligó apartar la mirada de padre e hija, que se habían sentado juntos.
—Isis me ha mostrado los templos y las partes importantes de la ciudad. Vuestro concepto del mundo es fascinante. Me alegro de vivir aquí —añadió con sinceridad—. He tenido mucha suerte.
Volvió a mirar a Atem, que alimentaba a su hija entre bocado y bocado.
—Isis ha dicho que ya has elegido quién te adoptará —continuó Aahotep en un intento por sacar un tema de conversación.
—¿Eso es cierto? —preguntó Neith—. ¿A quién has elegido?
Re’em sonrió.
—Isis se ha sorprendido cuando le he comunicado mi elección, así que prefiero no decirlo. Quiero que sea una sorpresa para todos.
—Manteniendo el misterio hasta el final, ¿verdad, princesa?
—¿Y cuándo será la adopción? —dijo Atem—. Todavía tenemos que hacer las ofrendas y la fecha de la boda se acerca.
Neith se tensó.
—Isis ha dicho que podemos hacerlo justo antes del primer sacrificio aquí, en Waset —respondió Re’em como si no hubiera notado la reacción de la nubia.
Atem asintió mientras le cortaba un filete a su hija.
—Bien, no quiero retrasos.
—¿Entonces es uno de los dioses cuyo templo está en Waset?
—Hay dos templos principales —recordó el ady-mer—. ¿En cuál de los dos será?
—La suma de los dos incluye a la mayoría de los dioses —señaló Neith—. ¿No nos vas a dar ni una pista?
—No sé en cuál de los dos será la ceremonia —admitió la princesa—, y eso es lo único que voy a decir.
Ambos se quejaron. Atem esbozó una sonrisa mientras se aseguraba de que su hija comía. Re’em ignoró sus quejas y continuó comiendo. Después de un rato Atem seguía centrado en su hija mientras Neith y Aahotep trataron de adivinar a quién había elegido. Re’em sonrió de nuevo al ver juntos padre e hija, y sintió una punzada de envidia. Isis le había prometido felicidad. ¿Cómo serán sus hijos? ¿Tendrán sus ojos? Si tenían una hija, ¿se parecería a su media hermana? Si tenían un hijo, ¿sería tan apuesto como su padre? La princesa se sonrojó al pensarlo. ¿Por qué pensaba en esas cosas? Bajó la mirada a su plato y comió.
—Se trata de Hwt-hor, ¿verdad, princesa? —dijo Neith.
Re’em miró a la nubia y al ady-mer, que parecían esperar una respuesta. Se encogió de hombros y se centró en la comida.
—¿Lo ves? —dijo Aahotep—. No la ha elegido a ella. Seguro que prefiere a Aset.
La princesa tampoco respondió. Estaba segura de que podrían pasar el día intentando adivinarlo sin conseguirlo. Re’em sabía que era una deidad poco solicitada.
—Majestad, ¿qué opina? —dijo Aahotep—. ¿Quién cree que adoptará a su prometida, Aset o Hwt-hor?
Atem lo pensó durante unos instantes.
—¿Por qué tiene que ser una de las dos? Hay más dioses con templos pequeños en Waset. ¿Y por qué no Hor o Ra?
Neith rio.
—Majestad, una mujer siempre siente más afinidad con una diosa.
Re’em no dijo nada, pero estaba de acuerdo.
—Su prometida ha elegido a una diosa. Estoy segura de eso.
—Hay más diosas aparte de Aset y Hwt-hor —recordó Atem—. Por ejemplo, Sejmet.
—Sí, majestad —admitió Neith—. Por mi parte, ella es mi favorita. Pero cuando se trata de matrimonio, lo lógico es que se decida por una de las dos.
Re’em escuchó con curiosidad mientras hablaban sobre las diferentes deidades que tenían culto en Waset. La mayoría de lo que dijeron le sirvió a la princesa para repasar todo lo que ya había aprendido y conocer mejor a sus compañeros. Re’em se tensó un poco cuando su prometido habló de la deidad que había elegido, casi como si le hubiera leído el pensamiento, pero respiró tranquila cuando la conversación volvió a desviarse. Fue el mismo Atem quien descartó su nombre en cuanto lo propuso.
La conversación se alargó tanto que perdieron la noción del tiempo. Ankhesenamón llevaba un rato dormida junto a Atem cuando el calor intenso hizo efecto en ellos, obligándolos a refugiarse en el palacio.
—Es muy tarde. Será mejor que regrese a mi despacho —anunció Atem mientras le entregaba a Neith a su hija, que seguía durmiendo ajena a todo—. Re’em, tengo que darte las gracias. Si no fuera por tu insistencia, no habría disfrutado de una comida tan agradable.
La princesa apenas reaccionó cuando Atem cogió su mano y la apretó con afecto. Un cosquilleo agradable la recorrió, acelerando el corazón de Re’em.
—No tiene por qué darlas, majestad —logró decir—. Disfrutar de su presencia es suficiente para mí.
Atem la soltó. Re’em todavía sentía la calidez que había dejado en su mano mientras el monarca daba un suave beso en la frente de su hija y se alejaba. No fue hasta más tarde que Re’em no se dio cuenta que ni siquiera había podido mencionar aquellos dos nombres que había escuchado, pero no le importaba. Había sido una comida muy agradable.
—Debería llevar a la niña a su cama. ¿Qué vas a hacer, Aahotep?
—Había pensado ir al campo de entrenamientos y practicar la lucha con palo. ¿Vendrás después?
A Neith se le iluminó la mirada.
—¡Me encantaría! Hace tiempo que no lo hago y mis músculos lo echan de menos.
Re’em la miró con curiosidad.
—¿Sabes luchar?
—¡Por supuesto! ¿Tú no?
Re’em negó.
—Nunca me enseñaron. Siempre me dijeron que la lucha es cosa de hombres.
Neith bufó.
—No te ofendas, pero en tu país hay ideas ridículas sobre las mujeres. Cierto que en mi país somos guerreros y aprendemos a luchar desde niños, pero aquí pude seguir entrenando y aprendiendo sin problemas. Los guardias me consideran una más.
Aahotep asintió.
—Aquí cualquiera puede aprender, y las técnicas que se basan en usar el palo son las más utilizadas. Te vendrá bien aprender.
Re’em los miró a los dos. Sentía curiosidad por aprender a luchar, aunque solo fuera para defenderse, pero la idea de que no era apropiado estaba en el fondo de su mente.
—Vamos, princesa, anímate —dijo Neith—. Tengo ropa más cómoda que te puedo prestar para el entrenamiento, y si te gusta te puedo enseñar lo que sé.
Re’em suspiró.
—De acuerdo, iré.
Neith sonrió.
—Entonces sígueme. En cuanto deje a Ankhsenamón en su cama veremos qué te puedes poner.
Notes:
¿Qué piensas? ¿Qué deidad habrá elegido Re'em? Yo lo sé, pero tengo curiosidad por saber qué pensáis vosotros. ¿Quién se atreve a dar un nombre? Y no, ya aviso que no voy a revelar la respuesta antes de tiempo :)
Chapter 27: Entrenamiento con palo
Notes:
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Re’em lamentó haber aceptado en cuanto vio la ropa que debía llevar. Se trataba de un conjunto de dos piezas: la parte de arriba solo le cubría la zona del pecho y la parte de abajo se parecía a los faldellines que solían llevar los guardias, pero con aberturas a los lados.
—¿Tengo que llevar esto?
—Será lo más cómodo para el entrenamiento.
Re’em y Neith se cambiaron de ropa. La falda estaba bien, pero nunca había llevado nada tan corto en la parte superior. Dio gracias por la meticulosidad de la depilación egipcia. La princesa todavía no se había acostumbrado del todo a esa tortura a la que debía someterse por lo menos una vez a la semana, pero apreciaba su utilidad cada vez que tenía que llevar ropas con las que mostraba tanta piel. Estaba segura de que tenía menos pelo en su cuerpo que cuando nació.
—Vamos, princesa. Aahotep nos estará esperando.
El campo de entrenamiento estaba dentro del recinto del palacio, en un extremo de la zona trasera, junto al cuartel donde entrenaban y descansaban los guardias del palacio. Re’em vio dianas para practicar con el arco, un circuito para montar a caballo y un campo de lucha en el que vio a varios soldados, tanto egipcios como nubios, practicando diferentes técnicas con y sin armas. Sujetas a la pared del cuartel había una gran colección de diversas armas a la espera de ser utilizadas. Neith cogió dos palos y le entregó uno a la princesa. Re’em lo movió un poco; pesaba, pero no demasiado. Encontraron al ady-mer en un extremo del campo, practicando con uno de los guardias. Ninguno las vio llegar y Re’em observó con interés sus movimientos. A primera vista parecían sencillos: solo había que mover el palo para atacar o defender, aunque a veces se movían tan rápido que Re’em no lograba seguirlos.
—¡Me aburro! —exclamó Neith mientras se apoyaba en su palo—. Parecéis dos niños jugando. ¿No sabéis hacer nada mejor?
Aahotep detuvo el combate y la miró mientras la nubia se acercaba. El guardia se alejó.
—¿Qué insinúas? ¿Es que tú lo harías mejor después de tanto tiempo sin luchar conmigo?
—¿Quieres comprobarlo?
Neith atacó, sorprendiéndolo y obligándolo a defenderse. Poco después Aahotep recuperó el control y asedió a la nubia con ataques continuos. Re’em no podía apartar la mirada de ellos. Incluso una novata como ella podía ver que sus técnicas eran diferentes, aunque intuía que estaban muy igualados. Aahotep era más fuerte pero Neith era más ágil. Al rato ambos detuvieron el combate entre jadeos.
—Veo que conservas tu agilidad, aunque has perdido velocidad —dijo Aahotep—. La maternidad te ha ralentizado.
—Y tú sigues atacando como si llevaras una maza, aunque has perdido puntería —respondió Neith—. La vejez te ha afectado.
El ady-mer rio. Luego miró a Re’em.
—¿Qué te ha parecido, princesa? ¿Quieres intentarlo?
Re’em asintió mientras se acercaba a ellos. Ambos le enseñaron cómo debía sujetar su palo y los movimientos básicos de ataque y defensa. Había algo familiar en aquella situación, aunque no supo decir por qué.
—¿Preparada para tu primer combate?
Aahotep atacó. Re’em lo detuvo con el palo.
—Bien hecho.
Él volvió a atacar. La princesa lo detuvo y casi al instante Aahotep atacó por el otro lado. Re’em giró el palo a tiempo para evitar el golpe y sonrió.
—Tienes buenos reflejos —admitió el ady-mer—. Vamos a ponerlo más difícil.
Re’em logró detener los siguientes ataques. Su cuerpo parecía reaccionar solo a los movimientos de su adversario. En alguna ocasión logró hacer un ataque, seguidos de vítores por parte de la nubia. Así estuvieron un buen rato mientras sentía la mirada de Neith sobre ella. Sin embargo, cuanto más golpes detenía más le costaba manejar el palo. Neith tenía razón: cada golpe de Aahotep era como recibir un mazazo. Re’em sintió que los brazos le dolían mientras intentaba mantener el ritmo. Aahotep no tardó mucho en desarmarla a pesar de sus esfuerzos. Neith aplaudió, y con ella varios guardias que se habían quedado mirándolos. Re’em se ruborizó.
—¡Bien hecho, princesa!
Aahotep asintió, apoyando las palabras de la nubia.
—Me ha costado vencerte más de lo que esperaba, princesa. ¿Estás segura de que no has peleado antes?
Re’em intentó recuperar el aliento.
—Estoy segura de que nunca he luchado antes —respondió con la respiración entrecortada.
La multitud comenzaba a dispersarse y ella lo agradeció. No le gustaba ser el centro de atención.
—Pues tu cuerpo se ha movido como si hubieras estado practicando durante toda la vida —confirmó Neith—. ¿Qué te ha parecido? ¿Quieres aprender más? Estoy segura de que llegarás lejos.
Re’em los miró. Se había sentido cómoda, incluso lo había disfrutado, pero ¿quería saber más?
—No lo sé. Solo con este rato ya me duelen los brazos…
—Eso es normal, princesa. Descansa y seguimos otro día si quieres —propuso Neith.
Re’em estuvo de acuerdo. Ella recogió su palo y salió del campo. Neith y Aahotep continuaron luchando. Re’em dejó su palo en su sitio y se sentó a la sombra del cuartel. Ni siquiera entonces fue consciente del ruido que hacían los guardias durante sus entrenamientos. Solo pensaba en lo bien que se había sentido mientras manejaba el palo, a pesar del miedo que había sentido de recibir un golpe.
—¡Princesa! No esperaba encontrarte aquí.
Yasmin se había sentado a su lado.
—Me han invitado a entrenar —dijo mientras volvía a mirar el combate entre Aahotep y Neith—. ¿Y tú qué haces aquí?
Yasmin sonrió y señaló todo el campo de entrenamiento con un movimiento de la mano.
—¿Necesito una excusa para disfrutar de estas vistas? Además, puede que mi futuro marido esté por aquí y aún no lo sepa...
Re’em negó, divertida con la respuesta de su amiga.
—También he oído rumores de que tenemos una luchadora nata entre nosotras —continuó mientras le guiñaba el ojo.
La princesa la miró, sorprendida.
—¿Rumores? ¡Pero si hace solo un rato que he luchado! ¿Cómo te has enterado?
Yasmin sonrió.
—Eso, querida, es mi deber. Además, cualquier rumor sobre la futura reina corre más rápido que los antílopes.
Nunca había pensado en eso desde que estaban allí. No le gustaba chismorrear y eso la volvía inconsciente a todo lo que podían decir sobre ella. Poco después se despidió de Neith y Aahotep, que parecían tener energías inagotables. Re’em estaba segura de que no dejarían su entrenamiento hasta el final del día, pero ella estaba agotada y le dolía el cuerpo. Tal vez se echara un rato antes de cenar.
∞∞∞
Esta vez fue Atem el que atacó. Reaccionó a tiempo y desvió el golpe. En seguida llegó otro que el mago bloqueó. La fuerza con la que chocaban sus palos era tal que le hizo retroceder. Atem se lo estaba tomando en serio. Dejó que su cuerpo tomara el control y recuperó terreno. El joven rey se defendió con eficacia y logró lanzar algún contraataque. En aquel momento el mago vio una oportunidad de ganar. Giró y lanzó un ataque al costado. Un instante después se dio cuenta de que su palo iba directo a la herida de Atem y lo desvió al muslo. El joven rey interceptó el golpe con tal fuerza que el palo escapó de las manos del mago. Éste cayó de rodillas, asustado por lo que había estado a punto de hacer. Atem apoyó el palo en su hombro y levantó una ceja.
—¿Te rindes?
Pero él no escuchó la pregunta.
—L-lo siento. ¿Estás bien?
Atem frunció el ceño y bajó el palo.
—¿Por qué no iba a estarlo?
Suspiró de alivio.
—El golpe iba directo a la herida. Lo hice sin pensar. Yo…
Atem lo interrumpió poniendo un dedo en sus labios.
—El instinto de todo buen luchador trata de encontrar el punto débil y utilizarlo a su favor. No te disculpes por seguirlo. —Atem cogió su rostro y sonrió—. Además, meruti, has desviado el golpe a tiempo. Has elegido perder a dañarme. Eso merece una recompensa. Nos vendría bien un baño refrescante, ¿no lo crees, chayi?
Notes:
Espero que lo hayas disfrutado :)
Chapter 28: Los preparativos
Notes:
Ya sé que estamos a mitad de días festivos, pero aquí está lloviendo y tengo mucho tiempo libre para escribir...
Que disfrutes leyendo tanto como yo escribiendo :)
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Re’em estaba segura de que no podría mirarlo a la cara durante un tiempo. Su rostro ardía cada vez que recordaba sus últimos sueños. Atem casado con otro hombre. Nunca hubiera imaginado algo así de su futuro marido. Estaba convencida de que habría podido asumirlo con el tiempo, después de todo aquello formaba parte del pasado, si no fuera porque ella/él protagonizaba esos recuerdos. Ni siquiera había podido preguntarle todavía si habían sucedido alguna vez, pero cada vez que Re’em los tenía era tal el realismo que parecían recuerdos vívidos. Además, cuantos más sueños tenía sobre el pasado menos valor tenía para hablar de ellos con Atem. Ardía de vergüenza solo con escribirlos en el papiro. ¿Por qué tenía que soñar también con… «eso»? Su corazón latió desbocado al pensarlo…
Re’em cogió aire para calmarse y enfocarse en lo que le estaban explicando. Aahotep se había marchado al día siguiente de su primer entrenamiento. Todo en el palacio había vuelto a la rutina. Ahora que Re’em había elegido quién la iba a adoptar, Isis se centraba en enseñarle lo que iban a hacer durante la ceremonia de adopción. Ceremonia que había llegado antes de lo previsto porque Atem había insistido en adelantar y ampliar el recorrido del viaje.
—… Después de las ofrendas, tendrá que recitar su juramento de lealtad y servicio. Luego…
—¿Qué juramento?
Isis detuvo su explicación y la miró.
—El que la designará como hija de los dioses. Princesa, la adopción va más allá de una ceremonia para ser admitida como una igual en la familia real. No solo se trata de elegir una deidad, sino también de dedicar el resto de su vida al cumplimiento de su voluntad. Las miradas de dioses y hombres estarán pendientes de usted. Sus acciones tendrán que ser un reflejo de la deidad que ha elegido.
—Sí, eso ya me lo explicaste, pero ¿qué tengo que jurar?
—Eso solo usted puede decirlo, princesa. La deidad que ha elegido es muy acertada para la posición que va a ocupar, si me permite la observación. Escuche a su corazón. Estoy segura de que para mañana tendrá claro el juramento que debe hacer.
Isis sonrió con confianza. Parecía muy segura de que todo iría bien. ¿Había tenido otra visión? Isis continuó con la explicación del ritual. Solo una vez que Re’em tuvo muy claro lo que debía hacer, la dejó marchar. Miró la posición del sol. Todavía disponía de un rato hasta su clase de magia con Mana y decidió descansar un rato.
Cuando llegó a su habitación encontró a Atem esperándola. En aquel momento estaba asomado al balcón. Re’em cerró la puerta y el monarca se volvió.
—Buenos días, majestad. ¿Qué puedo hacer por usted?
—Atem —recordó mientras se adentraba en la habitación—. Ha pasado un tiempo desde que vi tu papiro. Enséñamelo. Quiero saber qué más has soñado.
La princesa obedeció. El corazón le latió muy rápido mientras Atem leía los últimos sueños que había escrito. Re’em se sonrojó solo de pensar en ellos.
—¿A-Atem?
—¿Si?
—Esos sueños son reales, ¿verdad? Ocurrieron de verdad en el pasado —susurró.
El monarca la miró un instante antes de seguir leyendo con expresión neutra.
—¿Eso importa?
—Si no fuera importante, ¿qué sentido tendría que yo lo soñara?
Atem no respondió y siguió leyendo. Re’em jugó con la tela de su vestido. ¿Debía preguntarle por los nombres? Tras unos instantes de indecisión, la princesa decidió tantearlo.
—El otro día me encontré con una chica que aparece en los sueños.
—¿Quién?
—Maat-saw-ne-kemet.
Atem dejó de leer y la miró. Re’em desvió la suya.
—¿De verdad?
Re’em asintió.
—Ella tropezó conmigo mientras paseaba con Isis por la ciudad. Parecía contenta de verme, pero lo que me dijo no tiene mucho sentido.
—¿Qué te dijo?
Re’em clavó la mirada en su prometido.
—Dijo que Asim por fin sería feliz y volvería al camino de la verdad. ¿Sabes de quién estaba hablando?
Una mezcla de emociones pasaron por el rostro de Atem antes de que recuperara el control y reflejara indiferencia.
—No. ¿Cómo se supone que lo voy a saber? ¿Isis sabe esto?
—Ella estaba presente, pero dijo que posiblemente estaba loca.
Atem asintió, más tranquilo, mientras terminaba de leer.
—Pero hay una cosa que me llamó la atención sobre ella —continuó Re’em mientras el monarca le devolvía el papiro para que lo guardara.
—¿De qué se trata? —preguntó Atem con interés.
—Esa chica, mujer, o lo que sea… no ha envejecido en todos estos años.
Atem se quedó paralizado.
—¿Estás segura de eso?
Re’em asintió. Él permaneció pensativo, como si hubiera descubierto algo evidente que había pasado por alto.
—Yo no creo que esté loca —continuó la princesa con suavidad—. Creo que Asim es una persona real y tú la conoces.
Atem cruzó los brazos.
—¿Por qué piensas eso?
—Tu rostro. No habrías reaccionado si no supieras quién es Asim.
Se miraron durante unos instantes. Finalmente el monarca suspiró.
—Parece que a ti no puedo engañarte, ¿verdad? Hace años que nadie, aparte de Mana, me lee así… —murmuró—. Asim fue un nombre que utilicé hace tiempo, cuando ella me conoció.
Re’em asintió mientras recordaba aquel encuentro. Tragó saliva al recordar el sueño. Se sintió tan bien cuando se besaron… Su rostro ardió de nuevo.
—Imagino que has venido a descansar antes de ir a ver a Mana. ¿Cómo van las sesiones?
La princesa se encogió de hombros, agradecida por el cambio de tema.
—Seguimos igual que la primera vez. No hay avances.
Atem asintió con aire distraído.
—Me marcho. Avísame cuando controles tu heka. Si eres tan poderosa como ha dicho Mana, será una gran ventaja ante nuestros enemigos.
—¿Enemigos? ¿Hay amenaza de ataque? —preguntó, sorprendida—. ¿Era eso lo que Aahotep vino a decir? ¿Por eso se ha adelantado el viaje?
—No tengo que darte explicaciones —replicó con frialdad—. Desbloquea tu heka y avísame cuando lo consiguas.
Re’em se inclinó.
—Por supuesto, maj-Atem.
El monarca se marchó y Re’em se dejó caer sobre la cama. Con Yasmin ocupada con los preparativos del viaje, podía disfrutar de un rato de descanso. Si tan solo encontrara las palabras para el juramento…
Notes:
No solo he escrito este capítulo. Por fin he conseguido estructurar el resto de la historia, más o menos. Tenía un par de escenas clave, eso sí, pero no tenía una forma definida para todo lo demás. Ahora lo tengo mucho más claro... ¡Y no sabes lo que va a pasar! Sinceramente, no puedo esperar para que lo leas. Confío en que en estos días pueda escribir lo suficiente para tener algo de ventaja sobre el ritmo de publicación. ¡Última oportunidad para adivinar qué deidad ha elegido Re'em! :)
Chapter 29: La adopción
Notes:
¡Llegó el día de la adopción! Que disfrutes tanto como yo escribiendo :)
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Chapter Text
Isis tenía razón. Re’em se había despertado con las palabras de su juramento en la mente. Aquello la tranquilizó. Lo primero que hizo fue escribirlas y recitarlas varias veces antes de que las sirvientas llegaran con el desayuno. Repitió el juramento en su mente mientras desayunaba y la preparaban para la ceremonia, y también mientras la procesión avanzaba hasta el templo.
—¿Nerviosa? —preguntó Atem entre los vítores de la muchedumbre.
La noticia de su adopción debía de haber corrido por Waset más rápido de lo que Re’em había imaginado, porque las calles estaban llenas de gente de todo tipo que los aclamaban. Más de uno lanzaba flores a su paso como símbolo de apoyo.
—Un poco —admitió—. No me gusta que tanta gente me mire.
—Pues tendrás que acostumbrarte, ya que cada vez recibirás más atención. Hoy quieren saber qué deidad te adoptará y mañana buscarán tu guía como su reina y mi esposa.
—¿Y si me olvido de lo que tengo que decir? —preguntó con un nudo en la garganta.
—Solo estás nerviosa. No te preocupes. Estoy seguro de que lo harás bien.
Re’em suspiró.
—Tiene razón, majestad, pero no me acostumbro. Siempre he vivido alejada de cualquier acto público para protegerme. Mis padres tenían miedo de que me pasara cualquier cosa y la alianza se rompiera.
—Solo necesitas algo de tiempo.
La princesa siguió recitando el juramento en su mente con cada paso que daba. Todo debía salir perfecto. A su alrededor cientos de ojos la miraban... Ser consciente de ello paralizó su mente. ¡No lograba recordar ni una palabra! ¿Qué iba a hacer? ¡No podía quedarse en blanco en mitad de la ceremonia! ¡Sería catastrófico para ella! ¿Cómo van a respetar a una reina que olvida algo tan sencillo como un juramento?
Su corazón se aceleró y su respiración también. De pronto el velo la asfixiaba. Atem le dijo algo pero no lo entendió. Solo quería salir de allí. Hacía demasiado calor. Re’em iba a coger el velo para quitárselo cuando una mano sujetó la suya. Giró la cabeza: Atem la miraba con preocupación. Vio que sus labios se movían mientras avanzaban por la calle, pero Re’em siguió sin entender lo que decía. La mano sobre la suya le dio un apretón y todo cambió: el aire llenó sus pulmones y su cuerpo se relajó.
—¿Estás mejor?
Re’em asintió.
—Sí, majestad. Gracias.
Atem volvió a mirar al frente y ella hizo lo mismo. No sabía dónde se iba a celebrar la ceremonia, pero las palabras volvieron como un torrente. Recordaba el juramento completo y eso la llenó de júbilo. Miró a su alrededor; nadie la había visto entrar en pánico. Re’em suspiró aliviada.
Un grupo de sacerdotes les estaban esperando en la entrada del templo de Amón, Ipet-isut. Atem miró con curiosidad a Re’em, quien se ruborizó al descubrir que su prometido todavía no le había soltado la mano.
—No habrás elegido a Amón, ¿o sí?
La princesa negó, divertida con el intento de su prometido de adivinar cuál era la deidad elegida. El monarca parecía olvidar que allí había muchos santuarios, cada uno para un dios o diosa diferente. Los sacerdotes se inclinaron ante su llegada. Atem soltó su mano.
—Bienvenidos. Yo soy Raames, sumo sacerdote del templo. Ella es Meritmaat. Me ayudará en la ceremonia.
Atem miró un instante a la sacerdotisa y asintió mientras ella hacía una inclinación. Luego volvió a mirar a Raames.
—¿Está todo preparado como Isis especificó?
—Sí, majestad. Podemos empezar cuando quieran.
Atem asintió. Raames y Meritmaat los guiaron por el templo mientras el resto de sacerdotes recogían la ofrenda para la ceremonia. Se detuvieron todos ante una puerta.
—Princesa, Meritmaat la purificará para la ceremonia mientras nosotros la esperamos en la sala contigua a la del santuario.
Re’em asintió.
—Por supuesto, sumo sacerdote. Estoy lista para empezar.
El sacerdote inclinó la cabeza. Meritmaat abrió la puerta.
—Por aquí, alteza.
Re’em la siguió al interior. Dentro había un pequeño estanque con agua limpia y junto a él había una mesa con una jarra y un cuenco.
—Por favor, camine sobre el agua mientras recito las palabras purificadoras.
La princesa dejó que una mujer le quitara las sandalias y se adentró. El agua fresca alivió un cansancio en los pies que no sabía que tenía. El vestido que llevaba solo le llegaba un poco más abajo de las rodillas, muy por encima del nivel del agua. Re’em avanzó, relajándose con cada paso, mientras Meritmaat recitaba las palabras:
—¡Oh, agua pura! Limpia de su cuerpo y de su mente las penalidades de su pasado para que llegue ante la presencia de los dioses con fuerzas renovadas y pueda caminar en sus sendas de rectitud.
La mujer la esperaba con una toalla en las manos para secarle los pies y ponerle las sandalias. Después Re’em puso las manos sobre el cuenco como la sacerdotisa le indicó. Ésta vertió el agua de la jarra sobre ellas mientras continuaba con su fórmula de purificación:
—¡Oh, agua pura! Limpia de sus manos las malas obras que haya podido realizar para que desde ahora puedan hacer obras gratas a los ojos de los dioses.
Meritmaat dejó la jarra y miró a la princesa mientras la otra le secaba las manos.
—Alteza, debe levantar su velo para terminar la purificación.
La princesa miró con duda a la mujer que las acompañaba, pero ésta desapareció tras una puerta. Re’em se quitó el velo. Esta vez la sacerdotisa vertió un poco de agua sobre su mano y la colocó en la cabeza de la princesa, que cerró los ojos.
—¡Oh, agua pura! Limpia su corazón de todo rastro de falsedad para que sepa distinguir la voluntad de los dioses en todo lo que suceda a su alrededor.
Las gotas de agua resbalaron por su pelo, su nariz y los laterales de su rostro. Meritmaat retiró su mano y Re’em volvió a colocarse el velo. Atravesaron una puerta y entraron en una sala sencilla. Raames estaba detrás de un altar en el que habían colocado una balanza y una pluma de avestruz, símbolos de la deidad que iba a adoptarla. En un lateral estaban Atem y la Corte como testigos de la ceremonia. La Corte se inclinó a modo de saludo y el monarca le dedicó una sonrisa de ánimo.
Re’em avanzó hacia el centro de la sala mientras Meritmaat se situaba al lado del sumo sacerdote. Éste levantó las manos en oración.
—Oh, gran Maat, diosa de la verdad y la justicia, protectora de los principios divinos que sostienen el universo, te presentamos a esta noble hija de la tierra, Re'em, quien ha buscado tu tutela y tu guía. En este día sagrado, en el Ipet-isut, te ofrecemos nuestras humildes reverencias y nuestras más profundas plegarias. Que tu mirada divina caiga sobre ella con benevolencia y que tu sabiduría ilumine su camino. Que sus pasos estén guiados por tu balanza, y que su corazón esté lleno de la luz de la verdad. Te imploramos, oh Maat, acepta esta ofrenda como símbolo de nuestro compromiso con tus enseñanzas eternas y concede tu bendición a esta devota hija que busca tu protección y tu amor.
Un par de sacerdotes se acercaron con la comida, las flores y el frasco de incienso que habían llevado. Después de depositarlo todo en el altar, ante la balanza y la pluma, se marcharon. Raames bajó las manos y miró a la princesa.
—Princesa Re’em, pronuncia tu juramento ante la diosa.
Ella se acercó un poco más y se arrodilló. Le bastó cerrar los ojos y respirar para recordar todo lo que quería decir:
—¡Oh, gran Maat, la Justa, protectora del equilibro que mantiene el universo! Yo, princesa Re’em, nacida hicsa y futura esposa de Shuti Atem, Señor de las Dos Tierras, ante tu presencia y la de los hombres te juro lealtad eterna como mi guía y protectora, comprometiéndome a seguir tus enseñanzas y principios en todas mis acciones y decisiones; juro buscar y defender la verdad en todas las situaciones, nunca mintiendo ni engañando deliberadamente a otros; me comprometo a ser una defensora de la justicia y la equidad, trabajando para asegurar que todos sean tratados con igualdad y respeto ante la ley; buscaré el equilibrio en todas las cosas, evitando los extremos y buscando soluciones que promuevan la armonía y la estabilidad en la sociedad y en mi vida personal; y prometo dedicar mi vida al servicio de los demás y al bienestar del reino, utilizando mis habilidades y recursos para ayudar a aquellos que lo necesiten.
Ambos sacerdotes se acercaron a ella. Meritmaat colocó sus manos sobre ella y oró:
—Oh gran Maat, diosa de la verdad y la justicia, protectora de los principios eternos que gobiernan el universo, te invocamos en este sagrado momento para que bendigas a esta noble princesa, Re'em, que busca tu guía y protección. Que tus ojos, que todo lo ven, iluminen su camino y la guíen hacia la verdad y la rectitud en todas sus acciones. Que tu balanza, que mide el corazón de los mortales, encuentre en ella la pureza y la integridad necesarias para sostenerla como una defensora de la justicia y la equidad. Que tu pluma, que registra los actos de los vivos y los muertos, inscriba su nombre entre aquellos que han abrazado tus enseñanzas y han honrado tu divinidad. Que tu palabra, que es ley en los cielos y en la tierra, la proteja y la guíe en todos sus caminos, para que pueda ser una luz de verdad y bondad en este mundo oscuro. Oh, Maat, te rogamos que derrames tus bendiciones sobre Re'em en este día, y que la acompañen en todos sus días venideros.
La sacerdotisa retiró sus manos y el sumo sacerdote la ungió con el aceite sagrado.
—Princesa Re’em, hija de Maat la Justa, recuerda siempre tu juramento. Que las palabras que has pronunciado hoy aquí queden escritas en tu corazón para siempre, guiándote en todo momento hasta que tu corazón sea pesado en la balanza.
Re’em se inclinó un poco más antes de levantarse. Luego regresaron todos al palacio, pero la princesa no fue muy consciente de ello. Estaba demasiado feliz por haber completado la ceremonia sin contratiempos para pensar en nada más. Se limitó a seguir a Atem hasta la salida del templo, donde toda la ciudad pareció estallar en vítores al verlos. En el palacio les esperaba un banquete, con música y baile incluidos, que seguramente duraría hasta la noche.
Notes:
Había pensado esperar unos días más, hasta tener el siguiente capítulo escrito, pero ya sabes, no podía ocultarlo durante más tiempo en mi ordenador. Cuando se trata de esta pareja, la impaciencia me gana siempre XD
Chapter 30: Comienza el viaje
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Al día siguiente el palacio estaba lleno de movimiento. Los sirvientes iban de aquí para allá, ultimando los preparativos del largo viaje. Re’em estaba revisando su equipaje con Layla cuando escuchó gritos:
—¡¡No, por favor!! ¡¡Majestad, ten piedad de nosotros!!
La princesa se asomó al pasillo. Dos guardias escoltaban a Emir y otros dos sujetaban a Sherdet, que intentaba soltarse mientras las lágrimas empapaban sus mejillas. Atem presenciaba la escena sin inmutarse.
—Sabías que este día iba a llegar, Sherdet. Él viajará con nosotros hasta el día de la boda y después se marchará. ¡Lleváoslo!
—¡¡No!!
Los guardias que escoltaban al embajador lo obligaron a avanzar. Sherdet trató de seguirle.
—¡¡Emir!!
—Todavía tendrás ocasión de despedirte de él. Tú también estás invitada a la boda —recordó mientras Emir desaparecía cojeando al final del pasillo.
Los guardias soltaron a la mujer, que había dejado de luchar. Sherdet cayó al suelo sin dejar de llorar. Re’em se agachó a su lado y trató de consolarla.
—¡Princesa, haga algo, por favor!
Miró impotente a Sherdet. La sentencia era firme: Emir se tenía que marchar de Kemet. No podía cambiar eso. Re’em levantó la mirada. Los ojos fríos de Atem la traspasaron como si pudiera leer su corazón.
—Salimos en media hora. No te retrases.
Les dio la espalda y se alejó antes de que Re’em pudiera decir nada. Sherdet seguía llorando. Algo podrían hacer, ¿verdad?
—¡Por favor, ayúdenos! ¡Emir!
A Re’em se le encogió el corazón con cada lamento. Todavía estaban las dos en el pasillo cuando Mana llegó poco después.
—He oído lo que ha pasado —dijo mientras aceleraba el paso hacia ellas—. Princesa, será mejor llevarla a su habitación.
—Por supuesto.
Entre las dos ayudaron a Sherdet a ponerse de pie. Todavía seguía lamentándose mientras se acercaban a la puerta del harén, pero al menos ya no lloraba.
—Por favor, haga algo —suplicó de nuevo a Re’em—. Hable con Atem, usted puede convencerle para que nos deje estar juntos.
Re’em no pudo apartar la mirada de ella. La desesperación y el dolor que mostraba Sherdet solo hacían una silenciosa promesa: moriría de pena si los separaban.
—Veré lo que puedo hacer, pero quiero que me prometa que esperará hasta que nos volvamos a ver el día de mi boda antes de hacer ninguna tontería. ¿Trato hecho?
Sherdet la abrazó.
—¡Gracias, princesa! Sabía que no me fallaría. Me alegro de que Atem se vaya a casar con usted y no con Neith. Y hablando de ella —añadió bajando la voz—. Tenga cuidado. Buscará cualquier oportunidad para alejarla de su prometido.
Re’em, sorprendida por lo que escuchaba, miró a Mana, que se encogió de hombros.
—No creo que se atreva a tanto.
—¡Claro que sí! Esa mujer es peor que Apep.
Mana suspiró.
—Sí, sí, ya lo sabemos —dijo mientras cogía a Sherdet del brazo—. Desde aquí me encargo yo, princesa. Espéreme y la llevaré al embarcadero. Tengo algo que contarle.
Re’em asintió. Las escuchó hablar dentro y también escuchó la voz de Neith. Poco después salió ésta del harén.
—Buenos días, princesa. Hace un magnífico día para navegar, ¿no le parece?
Re’em sonrió.
—Sí, así es. Es una pena que no venga con nosotros.
—¡Claro que voy! ¿Aún no te lo han dicho? Os acompañaré durante los primeros días. Podemos aprovechar para comenzar con tu entrenamiento. ¿Vienes?
—Adelántate tú. Estoy esperando a Mana.
—Como quieras.
Neith se marchó. Las palabras de Sherdet todavía daban vueltas en su mente. Mana regresó, interrumpiendo sus pensamientos.
—¿Neith viene con nosotros?
Mana asintió mientras comenzaban a andar.
—De eso quería hablarte. He visto que últimamente se ha acercado a ti y como vais a pasar mucho tiempo en el mismo barco, quería advertirte. Sherdet me ha autorizado a contarte esto, pero no se lo cuentes a nadie más.
Re’em asintió.
—Jamás se lo contaré a nadie, te lo prometo.
—Sígueme.
Re’em la siguió por los pasillos y la escalera hasta que salieron al exterior. Una vez allí se alejaron de los guardias y se quedaron junto al estanque.
—¿Sabías que Sherdet se quedó embarazada?
—No, no me había dicho nada…
Mana asintió.
—Eso es porque aprendió por las malas a no hablar de ello. Cuando Neith la conoció, Sherdet y Atem estaban pasando por un mal momento. Su relación se resintió cuando perdieron a su hijo. Él nunca la culpó de ello, pero Sherdet no lo soportó. Tuvo melancolía y Atem intentó ayudarla durante un tiempo, pero no consiguió mucho. Cuando Neith llegó, se aprovechó de eso. Al final consiguió destruir lo que quedaba de su relación cuando tuvo a su hija.
—¿Crees que solo se acerca a mí para hacer lo mismo?
—Neith sabe que su posición se la da su hija, sobre todo ahora que Atem ya no la visita. Eso solo la hace más peligrosa para ti. Mantén los ojos abiertos.
Re’em la miró pensativa. ¿Atem ya no visitaba a Neith?
—¡No pretendo destruir tu relación con ella! Es que me caes bien. Tú me recuerdas mucho a alguien a quien apreciaba. No quiero que Neith te haga daño.
La princesa le sonrió.
—Tú también me caes bien. Tranquila, tendré cuidado.
Mana sonrió.
—Será mejor que vayamos ya. Deben de estar esperándote.
Mana la llevó por una zona del recinto en la que ella no había estado nunca. Había una construcción junto al muro que podría haber pasado por un almacén o algo parecido, pero las puertas estaban abiertas y podía ver dentro la silueta de un par de barcos. Todos estaban allí mientras los sirvientes terminaban los últimos preparativos. Atem clavó la mirada en ella.
—Has tardado mucho.
Re’em bajó la mirada.
—Lo siento, no pretendía hacerle esperar.
—Ha sido culpa mía, yo la he entretenido —explicó Mana—. ¿Va a castigarme por ello, majestad?
Atem suspiró.
—No importa.
Re’em distinguió entonces tres barcos: el más pequeño pero más llamativo era la barca real, ideado para uso exclusivo de la familia real y para ceremonias importantes; otro era el barco militar, el más grande y robusto; y el tercero era un barco de vela en el que estaban terminando de cargar las provisiones del viaje.
Neith se despidió de su pequeña, que lloró cuando Kisara la apartó de su madre. Atem le dijo algo a su primo, que se quedaba en representación del monarca, y Mana la abrazó a ella.
—Escríbeme si necesitas mi consejo, ¿de acuerdo? —le susurró.
—De acuerdo.
Yasmin imitó a Mana en cuanto su princesa fue liberada.
—¡Escríbeme cada día! —lloriqueó.
Re’em reprimió una carcajada.
—Yasmin, mi prometido se enfadará si hago eso…
—¡Que se enfade! Nosotras nunca hemos estado tanto tiempo separadas. ¡Él nunca lo entenderá! ¡Amir, no la pierdas de vista! ¡Si le pasa algo, moriré!
La princesa rio esta vez con el dramatismo de su amiga.
—Vámonos —ordenó Atem.
Subieron al enorme barco mientras Isis pronunciaba bendiciones para el viaje. Poco después soltaron amarras y el barco se deslizó por el canal de agua que llevaba hasta el río con la ayuda de los remeros. Re’em iba a conocer cada región del país. No podía esperar para ver lo que la Tierra Negra tenía reservado para ella.
Notes:
¡Por fin! Sabía que tenían que viajar por el Nilo, pero no tenía claro cómo llegar hasta aquí... ¡Y por fin lo he conseguido! Durante este viaje pasarán algunas cosas... Espero que te haya gustado :)
Chapter 31: Primer día de viaje
Notes:
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Chapter Text
El barco remontaba el curso del río sin dificultad. Re’em no se había dado cuenta en su primer viaje de lo fácil que era navegar a contracorriente gracias al viento que soplaba. Solo en algunos tramos se veían obligados a utilizar los remos. Habían salido de la zona urbana un par de horas antes y Re’em estaba admirando el cambio del paisaje cuando se dio cuenta de que algunos sirvientes recogían cubos llenos de agua del río, retiraban los peces que podían quedar atrapados y llevaban dentro los cubos de agua. Al seguirlos vio que los vaciaban en un recipiente con tres niveles. Debajo de éste habían puesto un recipiente grande de madera. El agua atravesaba los tres niveles y caía en el recipiente de abajo. Re’em miró el proceso en silencio, intentando averiguar qué materiales atravesaba el líquido y por qué lo hacían.
—¿Qué estás haciendo aquí?
La pregunta le hizo sentir que no debería estar allí. Detrás de ella estaba Atem, inexpresivo y con aquella mirada que parecía traspasarlo todo.
—Y-yo solo quería saber qué hacían.
—Purifican el agua. Hacen que atraviese arena, carbón vegetal y rocas para que podamos utilizarla con seguridad. Volvamos a cubierta. Ya han preparado todo para comer.
Re’em lo siguió. Solo una vez que estuvieron de nuevo al aire libre Atem se volvió hacia ella.
—¿Es cierto que quieres entrenar?
—En realidad yo… Hmm… No lo sé.
Atem levantó una ceja mientras se dirigían a la zona cubieta que habían preparado. Bakura y Amir se acercaban también a comer.
—¿Quieres o no quieres?
Re’em se mordió el labio mientras sus manos comenzaban a jugar con la tela de su vestido.
—Disfruté mientras manejaba el palo el otro día, pero no estoy segura de que sea correcto. En mi cultura las mujeres no luchamos. Por eso Amir me protege —añadió, señalando tras ella.
El aludido asintió. Atem frunció el ceño.
—¿No estarías más protegida si supieras defenderte? —dijo Neith mientras se acercaba a ellos—. Podría salvarte la vida.
—Y por lo que me han contado, te las arreglas muy bien para luchar.
Re’em alternó la mirada entre ambos.
—Bueno, yo…
—Además, a él le gustan más las mujeres luchadoras —añadió guiñando un ojo.
—¡¡Neith!!
Re’em sintió que las mejillas le ardían mientras Atem parecía molesto.
—Solo quiero ayudarla a decidirse, majestad.
El monarca se volvió hacia ella.
—Re’em, puedes aprender a luchar si lo deseas. Además, tengo curiosidad por ver cómo manejas el palo.
La intensidad de su mirada le hizo sentir mariposas en el estómago.
—De acuerdo, lo haré —repondió la princesa.
—¡Genial! Ya tengo pareja para entrenar —dijo Neith, sonriendo—. Mañana empezamos.
A Re’em le costó ver en ella la mujer sobre la que le habían advertido Mana y Sherdet mientras la veía comer y conversar feliz. ¿Habría cambiado con los años?
—Neith es una luchadora. Supongo que lo lleva en la sangre —continuó Atem—. Desciende de una familia de grandes guerreros, así que tal vez se emocione un poco mientras te entrena. No te preocupes, me aseguraré de que no sea demasiado dura contigo —añadió al ver la mirada de alarma de Re’em.
—¡No soy una bruta! —se quejó la nubia—. Tendré cuidado, lo prometo.
∞∞∞
Atem estaba tan absorto en el papiro que tenía delante que todavía no había notado su presencia. Él aprovechó para observar en silencio la pequeña arruga que se formaba en su frente mientras se concentraba y cómo entrecerraba sus hermosos ojos al escribir.
—¡No te quedes ahí como un tonto y entra de una vez! —exclamó Remi tras él, sobresaltando a la pareja.
Atem levantó la mirada y sonrió. Él le devolvió la sonrisa mientras se acercaba. Su chay le recibió con un beso.
—Has regresado pronto —dijo Atem antes de darle otro.
—Encontré lo que necesitaba con rapidez.
—¿Y dónde se ha metido mi marido? —preguntó Remi.
—Mientras regresábamos le llamaron para una emergencia. Me dijo que lo trajera todo para empezar a preparar los remedios lo antes posible. Además, encontré algo que no esperaba.
Atem le miró con suriosidad.
—¿El qué?
—Primero cierra los ojos.
Atem obedeció al instante. Todavía le resultaba increíble que alguien acostumbrado a mandar le hiciera caso sin dudarlo. Le gustaba pensar que solo mostraba esa confianza ciega con él. Sonrió más mientras la calidez llenaba su pecho.
Se aseguró de que no hacía trampa, metió la mano en el ramo de hierbas que había recogido y sacó un ramo que había preparado.
—Ya puedes abrirlos.
Atem miró el ramo escarlata y sonrió.
—¡Rosas del desierto! —exclamó mientras las aceptaba—. ¿No se supone que crecen más al sur?
—Un viajero las plantó hace unos años —explicó Remi—. Según he oído, esas flores eran las favoritas de la mujer que amaba, pero ella no le correspondía y se marchó. Así que decidió viajar de ciudad en ciudad, plantando semillas de rosas del desierto, esperando que ella las viera y un día volvieran a estar juntos.
Atem olió el ramo y su sonrisa se amplió.
—El color me ha recordado tu mirada —susurró.
—Gracias, meruti —respondió mirándole con aquel brillo en los ojos que derretía su corazón—. Me encantan.
Atem lo abrazó por el cuello y volvió a besarlo. Lo sujetó para asegurarse de que aquello era real.
∞∞∞
Al poco tiempo estaba empapada en sudor. Neith le había enseñado movimientos nuevos y se sentía torpe. Apenas lograba defenderse de los ataques de la nubia…
—¿Seguro que no tienes nada contra mí? —preguntó entre jadeos.
Neith rio.
—¡Claro que no, princesa! Descansemos un rato.
Re’em suspiró de alivio. Bebió agua y se secó el sudor. Solo entonces se dio cuenta de que tenían tres espectadores: Amir, que se empeñaba en mantenerse cerca mientras ella estuviera dentro del barco, tenía una expresión de rechazo ante los entrenamientos que hacía; y Atem y Bakura, que parecían haber llegado mientras ellas estaban en pleno entrenamiento, estaban hablando sobre algún asunto importante, ya que Re’em notó que estaban alejados de todos. Atem estaba orientado hacia ella, observando mientras hablaba.
La princesa desvió su atención. No le gustaba que Bakura viajara con ellos, su presencia le ponía los pelos de punta, pero tampoco podía oponerse. ¿Qué tenía ese hombre para incomodarla así? Bakura nunca le había hecho nada malo. Cierto que sus modales dejaban mucho que desear en comparación con otros miembros de la Corte, pero tampoco era de extrañar en un soldado de orígenes humildes. ¿Sería su cicatriz? ¿Esa mirada salvaje que tenía? ¿El cabello que parecía tan indomable como su dueño? Re’em sacudió la cabeza. Basta, no importa. Volvió a beber agua mientras se obligaba a dejar de pensar en Bakura.
—Tendrías menos calor si te quitaras ese estúpido velo.
Re’em suspiró. Había tenido esa discusión con Neith demasiadas veces.
—Me lo quitaré cuando me case.
Neith resopló.
—Eres consciente de que nadie te obliga, ¿verdad?
—La tradición me obliga.
La nubia negó, resignada.
—Si ya has descansado, sigamos.
Las dos volvieron a coger sus palos. Re’em notó que Bakura ya no estaba allí y su cuerpo se relajó al instante. Ahora solo tendría que apartar de su mente la penetrante mirada rubí de su prometido.
Notes:
Parece un viaje lento y monótono, como todos los viajes en barco... de momento. La inspiración me acompaña. Gracias por leer, espero que te haya gustado. Ya estoy escribiendo el siguiente ;)
Chapter 32: La primera carta
Notes:
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Los ataques de Neith fueron efectivos a la hora de apartar de su mente la presencia de Atem. Apenas había detenido un ataque, Re’em intentaba devolverlo, pero la nubia ya estaba en otro lugar diferente, preparada para volver a la carga. Neith era demasiado rápida para ella.
—Tienes que aprender a ser más rápida, princesa. Eso es lo que te dará la ventaja en el combate.
Por el rabillo del ojo le pareció ver que Atem negaba, pero un nuevo ataque de Neith le impidió preguntar.
—¡Parad!
Las dos obedecieron. Re’em lo agradeció en silencio mientras recuperaba el aliento. Atem se acercó.
—Neith, lo estás enfocando mal.
La nubia lo miró mal.
—¡Así me enseñaron a luchar!
—Y está bien en tu caso, pero mírala. ¿Crees que ella podrá ser tan ágil y rápida como tú con lo alta que es?
Re’em apretó los labios. ¿También su altura iba a ser un problema aquí?
—¿Y qué propones?
La princesa sintió un escalofrío cuando Atem clavó la mirada en ella.
—Utiliza tu fuerza y tus reflejos.
—¿Mi fuerza?
Neith rio.
—¡Por todos los dioses! ¡Si no tiene músculos! ¿De dónde va a sacar la fuerza necesaria?
Atem la acalló con una mirada.
—Yo me encargaré de eso —dijo con determinación—. Re’em, ¿todavía quieres aprender a luchar?
—Sí, majestad.
—¿Harás lo que yo te diga sin cuestionarlo?
Re’em asintió.
—Bien. —El monarca miró a su alrededor—. Deja el palo y sígueme.
Re’em tragó saliva. La mirada de Atem le decía que los entrenamientos iban a ser más duros desde ese momento. Avanzaron hasta la zona donde los sirvientes seguían cargando agua del río, que detuvieron su tarea al ver a su rey acercarse y se inclinaron. Atem cogió un cubo vacío y se lo entregó a Re’em.
—Cada día les ayudarás a llenar y transportar los cubos de agua.
Todos le miraron sorprendidos.
—¡Majestad! —exclamó Amir horrorizado, avanzando hacia él—. ¡No puede hacer eso! ¡Ésa es tarea de sirvientes, no de una princesa! Además, ¡es su prometida!
Atem clavó la mirada en él.
—No es asunto tuyo, soldado. Mi prometida ha decidido aprender a luchar y voy a ayudarla. Ahora, más vale que te calles y recuerdes cuál es tu lugar, o te lo recordaré yo.
Amir tensó la mandíbula sin apartar la mirada de Atem. Tras unos segundos se inclinó.
—Sí, majestad.
Re’em soltó el aire que estaba reteniendo mientras Amir se alejaba unos pasos. Atem le ofreció el cubo, ella lo cogió en silencio y comenzó su tarea.
∞∞∞
Re’em aprovechó para leer mientras la tinta de la carta se secaba:
Yasmin:
Hoy hemos llegado a Kom Ombo y mañana haremos la primera ofrenda. Después de la cena Layla ha preguntado si tenía alguna carta que enviar y me he acordado de tu dramática petición (¿no te da vergüenza dar semejante espectáculo delante de todos?).
Han pasado varios días desde que empezó el viaje, pero como puedes ver no he tenido tiempo para escribirte hasta ahora. Neith me ha mantenido ocupada con los entrenamientos hasta nuestra llegada a Kom Ombo. Ella asegura que he mejorado, y Atem parece estar de acuerdo, aunque yo no noto mucha diferencia. Él también está presente mientras entreno, aunque la mayor parte del tiempo no interfiere. Se ha limitado a dar algún consejo para mi estrategia. Incluso logré desarmar a Neith en una ocasión gracias a él. Parece tener un sexto sentido para saber qué movimientos me resultan más eficaces, y eso me ayuda a disfrutar más de las peleas. ¿Quién sabe si en otra vida fui una guerrera?
Dejando a un lado las bromas, a veces tengo la sensación de que esto está mal. Layla y Amir se oponen a que continúe con esto. No lo dicen abiertamente, pero ya sabes que a veces basta un comentario o una mirada para saberlo. En esos momentos lamento que no nos acompañes. Seguro que me harías reír o me darías ánimos… De todas formas, estoy contenta con los entrenamientos. Tanto Neith como Atem son buenos maestros, cada uno a su manera.
Lo que de verdad me preocupa es la presencia de Bakura en este viaje. Todavía no he descubierto qué hace con nosotros. De momento se ha mantenido cerca de Atem y más de una vez han hablado entre ellos. Parece un tema serio, pero no me atrevo a preguntar. Tampoco me he acostumbrado a su presencia. Me dijiste que se decidió a venir cuando Atem alargó el viaje. ¿Crees que estará relacionado con la visita de Aahotep?
Re’em sonrió satisfecha. No hacía falta contarle el método que Atem utilizaba para que ella desarrollara fuerza, ¿verdad? Sus brazos se quejaron, recordándole los cubos llenos de agua que había levantado durante aquellos días… y los que le quedaban por levantar. No estaba segura del tiempo que Neith los acompañaría, pero estaba segura de que Atem continuaría con sus entrenamientos. Re’em pensó un instante si se dejaba algo por contar cuando su mente recordó un suceso. Cogió la pluma y escribió con rapidez mientras notaba crecer la impaciencia de Layla.
¡Casi se me olvida! Por aquí hay muchos cocodrilos. He tenido la oportunidad de ver a un par de cocodrilos alimentándose… Da miedo verlos girar mientras arrastran a una cebra al fondo del río. Sin embargo, es un espectáculo fascinante. No podía apartar la mirada. ¿Cómo puede ser la naturaleza tan maravillosa y terrible al mismo tiempo? Sí, sí, ya sé que estoy alargando demasiado esta carta, pero me ha impactado tanto que tenía que contártelo.
Layla se está impacientando. Insiste en que termine la carta, así que eso es todo por ahora. Ella te manda saludos.
Re’em releyó lo añadido, firmó la carta, esperó a que se secara y la selló. Layla, que ya le había preparado la cama para dormir y llevaba un rato esperándola, cogió el papiro y se marchó murmurando un «buenas noches». Re’em rio y se dejó caer sobre la cama. Los brazos le pesaban tanto que la hundieron en un sueño profundo, como si fueran dos anclas arrastrándola al fondo del río.
Notes:
Disfruta de la tranquilidad porque dentro de unos pocos capítulos todo cambiará... Espero que te haya gustado el capítulo :)
Chapter 33: Kom Ombo
Notes:
No pensaba publicar hoy el capítulo, pero lleva un par de días terminado y ya estoy comenzando el siguiente, así que ¿para qué esperar? Que lo disfrutes :)
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Chapter Text
Re’em se dio cuenta, mientras se dirigía al santuario con Atem, de que la ciudad era muy diferente de Waset. Además de ser más pequeña, todas las construcciones parecían estar organizadas en torno a un edificio que se alzaba en el centro de Kom Ombo: el único santuario dual de Kemet, dedicado a Sobek y Hor. Cuando Re’em tuvo a la vista el exótico templo no pudo apartar la mirada de los dos relieves que escoltaban la entrada principal: a un lado se alzaba Sobek mientras al otro se alzaba Hor, y ambos miraban la entrada como si evaluaran a cada persona que entraba en su templo sagrado. Cuanto más se acercaban a ellos, mayor parecía ser su altura.
Sin embargo, la puerta era solo el principio de lo que les esperaba dentro: todo el interior estaba dividido en dos. Una vez pasada la entrada principal había dos pasillos: uno decorado con columnas grabadas con la efigie y los símbolos de Sobek, y la otra con los de Hor. En el patio central entre ambos pasillos había un estanque para purificarse y varios altares, también divididos entre ambas deidades: unos tenían cabezas de cocodrilo y los otros cabezas de halcón. Re’em recordó el templo de Ptah en Ineb-hedy y lo comparó con éste. La distribución parecía ser la misma, incluso podía ver varias puertas a lo largo de ambos pasillos, pero en el otro templo había más deidades.
Antes de que ninguno de ellos tuviera que decir nada, un sacerdote se acercó y les guio hasta el estanque. Una vez purificados, Atem insistió en utilizar uno de los altares del patio en lugar de ir hasta el santuario del dios halcón. Re’em sonrió; no tendría que quitarse el velo. A diferencia del día de su adopción, no les acompañaba nadie excepto los guardias que les protegían: Neith había ido a visitar a unos conocidos, Emir estaba encerrado en la habitación que le habían asignado y estaba vigilado por dos guardias, y Bakura estaba hablando con el ady-mer de aquella región.
Re’em apenas fue consciente de la ceremonia. Cánticos, ruegos, ofrendas y bendiciones. No se diferenciaba de otras que había realizado excepto por la deidad a la que estaba dirigida. No duró mucho tiempo y en seguida estuvieron en la calle.
—¿Te apetece ver la ciudad?
La oferta de Atem la pilló por sorpresa.
—¿Podemos hacerlo?
—Por supuesto. Tenemos tiempo hasta la hora de comer y no sabemos cuándo será la próxima vez que podamos visitarla. Además, hace tiempo que no estamos solos y pronto nos casaremos.
Re’em sintió su rostro arder ante la mención del matrimonio. Cogió la mano que Atem le ofrecía y dejó que la guiara por las calles de la ciudad mientras ella recordaba aquellos sueños. Miró de reojo a Atem, que le estaba explicando algo sobre uno de los edificios. ¿Debía mencionarle su matrimonio con él? No, tal vez era mejor no mencionarlo. Atem ya sabía lo que había soñado y no había dicho una palabra al respecto. Aunque por otro lado, ¿cómo debía ella interpretar su silencio?
—Re’em, no me estás escuchando —se quejó Atem.
—¡Claro que sí!
El monarca levantó una ceja.
—Entonces sabrás decirme qué te estaba contando.
—Pues…
Re’em miró a su alrededor y frunció el ceño, intentando recordar lo último que había escuchado. El edificio sobre el que creía que estaba hablando ya no estaba a la vista. Atem se cruzó de brazos.
—No estabas escuchando. ¿Qué era lo que tanto te ha distraído?
Re’em tragó saliva. ¿Cómo iba a hablarle de eso cuando Atem ni siquiera había pestañeado al leerlo?
—Deja de jugar con la tela y cuéntamelo.
La princesa se sonrojó y soltó su vestido. Miró un instante a los guardias, que se habían detenido a una distancia prudencial. Si hablaba con calma ellos no la escucharían.
—A-antes has mencionado el matrimonio y… y-yo recordé… esos sueños que tuve…
Re’em se removió, incómoda, mientras Atem procesaba sus palabras. La princesa sintió que su rostro ardía más cuando vio el destello de comprensión en su mirada.
—¿Qué es lo que quieres saber?
Re’em tragó saliva.
—¿T-todo aquello pasó de verdad?
Atem la miró durante un instante que se le hizo eterno. Sin embargo, Re’em no se sintió menos incómoda cuando el monarca respondió:
—Sí, aquello sucedió hace tanto tiempo que parece un sueño. Fue la época más feliz de mi vida, pero terminó mal.
Atem desvió la mirada y Re’em tuvo la sensación de que había sacado un tema demasiado doloroso.
—Lo siento, no era mi intención entristecerte. Solo quería saber más de ti.
—No te preocupes, Re’em —respondió Atem, volviendo a mirarla—. Vas a ser mi esposa y sé que no debería haber secretos entre nosotros, pero nunca se lo he contado a nadie y aún no estoy preparado para hablar de ello. No le cuentes a nadie sobre ese matrimonio.
—Te doy mi palabra como hija de Maat de que nunca se lo revelaré a nadie.
Atem sonrió agradecido.
—Ven, quiero presentarte a alguien.
Re’em volvió a coger su mano con curiosidad. ¿A quién más conocía Atem en aquella ciudad tan lejana de Waset? El siguiente lugar en el que se detuvieron fue un campo de tiro con arco. Un grupo de soldados estaban en línea, disparando contra una fila de hombres de paja, mientras otro daba órdenes y corregía los disparos de los demás.
—Aquí se entrena a los mejores arqueros de Kemet —explicó Atem a su lado—. Ese de ahí es el capitán Mentuhotep, mi instructor de tiro con arco y uno de los mejores soldados de Kemet. Cuando era niño escuché que salvó al que entonces era su capitán de una muerte segura. Él solo acabó con cincuenta enemigos que lo mantenían preso. Recibió un anillo de honor por ello. Cuando se retiró del ejército vino aquí para formar a las nuevas generaciones de arqueros. Es tan exigente que la mayoría de los arqueros de élite han sido alumnos suyos.
Re’em asintió mientras los observaba. La mayoría de los soldados acertaban en su objetivo, y aun así Mentuhotep corregía a muchos de ellos. Se tomaba en serio su trabajo y a Re’em le resultó fácil imaginarse a Atem disparando su arco bajo la mirada del capitán. Mientras Mentuhotep corregía a otro soldado notó la presencia de la pareja y ordenó a sus alumnos que continuaran practicando.
—Ya nos ha visto —anunció Atem.
Re’em lo miró con curiosidad mientras se acercaba. Era un hombre mayor que Atem, con cicatrices de combate en su cuerpo pero en buena forma. No tardó en ver el brillo de un anillo de oro en uno de sus meñiques.
—Majestad —saludó mientras se inclinaba—, qué alegría verle por aquí. No sabía que venía a la ciudad.
—Mi prometida y yo hemos organizado un viaje por la Tierra Negra para hacer las ofrendas a los dioses antes de nuestra boda. Princesa Re’em, te presento al capitán Mentuhotep.
El militar se inclinó ante ella.
—Princesa, es un honor conocerla.
—El honor es mío, capitán. No todos los días se conoce a un hombre tan extraordinario como usted si lo que mi prometido cuenta es cierto.
Mentuhotep rio.
—¿Ya le ha contado aquello? Solo son historias, princesa. Ya sabe cómo son estas cosas. Cualquier hazaña la exageran. En realidad fueron veinte soldados y no todos murieron.
—Mentuhotep, ¿qué tal si me enseñas esos nuevos arcos sobre los que me has escrito?
—Por supuesto, majestad. Quedará muy satisfecho con lo que le voy a mostrar.
Llevó a la pareja dentro del cuartel. En un arcón había una veintena de arcos hechos con una madera diferente de los que ella había visto, muy oscura. Mentuhotep sacó uno y se lo entregó a Atem.
—¿No es demasiado rígido?
—La rigidez le da más potencia de disparo —explicó el capitán mientras el monarca probaba la tensión de la cuerda—. Con este arco se puede cubrir casi el doble de la distancia habitual.
—¿Dónde puedo probarlo?
Salieron al exterior. Mentuhotep los llevó hacia la parte trasera y colocó un tablón de madera como diana en el tronco de un árbol, a tanta distancia que la princesa tuvo que entrecerrar los ojos para distinguirlo. Atem cogió una flecha mientras Re’em y el capitán se colocaban detrás de él, y tras unos instantes disparó. La flecha salió tan veloz que apenas pudieron seguirla y se clavó en el objetivo. Re’em se sorprendió cuando se acercaron y vieron el resultado: la cabeza de la flecha casi había atravesado la madera y la punta había empezado a perforar la corteza del árbol. Atem asintió, satisfecho con el resultado.
—¿No resultará cara la fabricación de estos arcos para el ejército?
—Según mis cálculos, basta que una quinta parte de los arqueros tenga este arco para asegurar una gran ventaja en la batalla. Además, no se necesita mucha más fuerza para manejarlos que los otros, como usted mismo ha podido comprobar.
—Es un arco magnífico —alabó—. Bakura te visitará esta tarde para arreglar detalles. Vámonos, Re’em. Se está haciendo tarde.
Notes:
Llevo ya unas semanas viendo en Prime Video una serie sobre arqueros, así que supongo que ha influido en la escritura de este capítulo XD (De hecho, para celebrar que he subido este capítulo, voy a ver otro más de la serie). Pero no te preocupes, tiene su relevancia en la trama. Espero que te haya gustado :)
Chapter 34: El pacto
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Aquella tarde Re’em regresaba a su habitación cuando se cruzó con Jamal, que se dirigía hacia la cocina llevando un plato entre las manos. Cuando llegó a su altura el criado inclinó la cabeza a modo de saludo. Re’em lo detuvo antes de que siguiera su camino.
—Jamal, ¿qué sucede?
—¡Ay, princesa! Algo horrible va a suceder, ya lo verá —se lamentó el criado.
Re’em clavó la mirada en él.
—¿Por qué dices eso?
Jamal miró con inquietud a los guardias que vigilaban a Emir. Re’em lo guio hasta su habitación y cerró la puerta.
—Aquí nadie nos escucha. Habla.
—E-el señor Emir está muy triste desde que embarcamos. El primer día de viaje parecía estar bien, pero cada día ha ido comiendo menos y ya no me habla. Se pasa el día sentado con la mirada perdida.
Re’em bajó la vista al plato: la comida estaba sin tocar.
—Tengo miedo de entrar un día y encontrarlo muerto —susurró Jamal.
La princesa miró al criado con determinación.
—No lo permitiré.
Le quitó el plato y se dirigió a la habitación de Emir. Los guardias que vigilaban le cortaron el paso.
—Quiero ver a Emir y asegurarme de que come —dijo Re’em.
Los guardias no se movieron.
—Alteza, tenemos órdenes de no dejar pasar a nadie excepto a Jamal.
Re’em los fulminó con la mirada.
—Muy bien, voy a avisar a mi prometido. Le encantará saber que sus guardias dejan que Emir se muera de hambre antes de ser exiliado en el desierto.
La princesa se dirigió hacia las escaleras. Alcanzó a Jamal al pie de éstas y lo llamó:
—Jamal, quiero que vengas conmigo y le cuentes a Shuti Atem lo que está pasando con Emir.
El criado palideció.
—¿Y-yo, alteza?
Re’em le entregó el plato y se dirigieron al despacho en el que Atem se había reunido con el ady-mer y Bakura. También se cruzó con Neith, pero no se detuvo a hablar con ella. Llamó a la puerta y entró sin esperar respuesta. Los tres la miraron sorprendidos.
—¡Re’em! ¿Qué estás haciendo? —Entonces vio al criado—. ¿Y tú cómo te atreves a entrar sin permiso? Nadie ha pedido comida aquí, así que fuera.
Re’em avanzó un paso, atrayendo de nuevo la atención de todos.
—Discúlpenos, majestad, hay un asunto urgente que debo tratar con usted. Soy consciente de que tal vez no sea el momento más adecuado, pero necesito resolverlo lo antes posible.
Atem la observó durante unos instantes.
—¿Está relacionado con ese plato que él lleva?
Re’em asintió.
—Es de Emir, majestad. No ha comido nada y los guardias no me dejan pasar para hablar con él.
Atem miró al criado.
—¿Por eso estás aquí tú también?
Jamal asintió sin atreverse a mover la mirada del plato que llevaba. Atem suspiró.
—Esperad aquí. Necesito hablar con mi prometida. Continuaremos después con la reunión.
El monarca salió del despacho seguido de Re’em y Jamal.
—¿Cuánto hace que sucede esto?
La princesa animó al criado a responder:
—D-desde que salimos de viaje, m-majestad —respondió Jamal—. Cada día ha ido comiendo menos y ya no me habla. Temo que un día decida quitarse la vida.
Re’em sintió un escalofrío. Atem no dijo nada más hasta que llegó ante los guardias que custodiaban a Emir. Éstos se pusieron firmes al verle llegar.
—Abrid.
Esta vez uno de los guardias obedeció y entraron. Emir estaba sentado en una silla, con la mirada perdida en algún punto lejano.
—Emir, soy Re’em.
El embajador parpadeó y los miró.
—Majestad, princesa —saludó, inclinando la cabeza.
—¿Qué significa esto, Emir? ¿Por qué no comes? —exigió saber Atem—. ¿Pretendes evadir la justicia?
Emir se encogió de hombros y volvió a mirar por la ventana. Re’em agarró el brazo de Atem cuando éste iba a decir algo más.
—Emir —dijo la princesa con suavidad mientras se acercaba a él—, nosotros estamos preocupados por ti. Siento no haber venido antes a verte, pero eso va a cambiar. No voy a permitir que estés aquí solo todo el día, sobre todo después de lo que ha pasado. Además, tú siempre has sido bueno conmigo. No voy a permitir que te des por vencido, ¿de acuerdo?
Mientras hablaba le hizo una seña a Jamal para que volviera a dejar la comida. Atem observaba con los brazos cruzados. Emir se mantuvo en silencio, con la mirada perdida, como si ellos no estuvieran allí.
—Majestad, ¿puedo hablar a solas con él?
Atem pareció considerarlo durante unos instantes.
—De todas formas tengo una reunión que terminar, pero cuando salga quiero que ese plato esté vacío y tú te hayas marchado de aquí.
Re’em asintió.
—Como desee, majestad.
—Tú, quédate en la puerta y recoge el plato vacío cuando ella se marche —ordenó mientras salía.
Jamal se inclinó.
—Por supuesto, majestad.
El criado le siguió y se cerró la puerta, dejando a Re’em y Emir solos. La princesa acercó una silla y se sentó delante del embajador.
—La echas de menos, ¿verdad?
Emir no respondió.
—Emir —llamó, cogiendo su mano. Esta vez el embajador la miró—, todavía podrás verla el día de mi boda. Aún queda tiempo. Puede que Shuti Atem cambie de idea y os permita estar juntos.
—Eso no va a pasar, princesa —dijo el embajador—. Sherdet y yo jamás podremos estar juntos.
Re’em sintió un nudo en la garganta al escucharlo.
—Algo se podrá hacer —insistió—. Dos personas que se aman no deberían vivir separadas.
Emir esbozó una sonrisa.
—Aún es demasiado joven, princesa. La vida no es como en las historias que ha leído. Esto no tiene solución. Cometí un delito y gracias a usted sigo vivo. Sé que lo hizo con buena intención y se lo agradezco, princesa, pero tal vez debió permitir que me ejecutaran. Habría sido menos doloroso.
Re’em no supo qué responder a eso. Pasó unos instantes en silencio, buscando alguna solución, y lo único que se le ocurría era convencer a Atem para que cambiara de idea. No tenía otra salida.
—Lo haré —dijo con determinación—. Encontraré la manera de que tengáis vuestro final feliz, pero quiero que me prometas que te mantendrás con vida hasta el día de la boda. Sherdet quedaría destrozada si se entera de que te dejaste morir antes de volver a verla. Así podrás despedirte de ella como merece. Si para el día de la boda no he logrado convencerle, entonces podrás hacer con tu vida lo que quieras. ¿Trato hecho?
Re’em extendió su mano. Emir la miró sorprendido durante unos instantes antes de aceptarla.
—Trato hecho, princesa.
Notes:
Ya estoy escribiendo el siguiente capítulo, así que no tenía sentido guardar éste durante más tiempo. Espero que te haya gustado :)
Chapter 35: El oryx
Notes:
Llevo un buen rato pensando si debía subir o no este capítulo. Tenía pensado esperar unos días, pero llevo demasiadas semanas esperando el momento para hacerlo, y ya no puedo más. Espero que lo disfrutes :)
Solo para recordar:
Sepat: nomo
Aset: Isis
La semana egipcia duraba 10 días
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Se giró hacia un lado y al poco tiempo se giró hacia el otro. Después de buscar durante un rato la posición que le permitiera coger el sueño de nuevo, se rindió y se levantó. El reloj de agua marcaba la hora cuarta: ni siquiera había pasado la mitad de la noche y no estaba seguro de poder dormir de nuevo. Se asomó al pequeño balcón y dejó que la brisa refrescara su cuerpo. Solo unos meses antes habría acudido a la cama de sus padres, y su madre le habría cantado o le habría contado alguna historia mientras intentaba dormir de nuevo. Claro que si todavía pudiera hacer eso, no tendría motivos para estar despierto a esas horas. Ser consciente de esto hizo que le escocieran los ojos.
Sacudió la cabeza para evitar las lágrimas y bajó la mirada. Captó un movimiento entre las plantas. Tras unos segundos de escrutar la oscuridad volvió a detectarlo y supo que había alguien allí. Sabiendo que tardaría un buen rato en dormir, decidió descubrir quién era y qué hacía allí en plena noche. Se puso una túnica sencilla y se adentró en el pasillo. Apenas encontró personas y ninguna le prestó atención. Tomó nota de lo fácil que era escabullirse de noche siendo un niño, y tuvo un presentimiento. Aceleró el paso, procurando pasar desapercibido, y en seguida estuvo en el patio. Solo tuvo que aprovechar que los guardias no miraban en su dirección para adentrarse en el jardín.
—¿Quién está ahí? —susurró para no alertar a los guardias.
Un chasquido le hizo adentrarse más, encontrado lo que esperaba: un niño de seis años que le miraba con los ojos muy abiertos.
—¿Mahado? ¿Cómo sabías que estaba aquí?
Él sonrió.
—Un mago nunca revela sus trucos.
—Todavía no eres mago.
—Pero un día lo seré.
Atem asintió.
—Y tendré al mago más poderoso de Kemet en mi Corte —dijo con una sonrisa confiada.
Se removió, incómodo. Él no estaba tan seguro de esto último.
—¿Puedo saber qué hace aquí tan tarde, mi príncipe?
Atem dejó de sonreír. Se dejó caer en la hierba y se abrazó las piernas.
—No me acostumbro a mi nueva habitación. Es demasiado grande.
—Pero es la que le corresponde como príncipe heredero. Es un gran honor dormir ahí.
Atem hizo una mueca.
—¿De qué me sirve ese honor? —susurró mientras levantaba la mirada al cielo—. Los demás niños se mantienen lejos de mí porque seré su futuro rey y ahora tengo que dormir solo en una cama demasiado grande. También echo de menos a madre y se supone que no puedo quejarme porque soy el príncipe. Estoy solo, Mahado.
—No, eso no es verdad —respondió con rapidez sin apartar la mirada de su príncipe—. Todavía me tiene a mí. Yo me quedaré a su lado.
Atem le miró, sorprendido.
—¿Entonces... no crees que soy débil?
Frunció el ceño al escucharlo. ¿Desde cuándo su príncipe se tenía en tan baja estima?
—Es normal que se sienta así, alteza. Usted solo tiene seis años. ¿Por qué iba a pensar yo que mi príncipe es débil?
El príncipe se encogió de hombros.
—Es lo que he oído por ahí. Que soy demasiado pequeño para mi edad, que nunca seré un buen rey, que…
—Disculpe, príncipe, ¿dónde ha escuchado todas esas tonterías?
Atem desvió la mirada.
—Por palacio. Creen que no escucho lo que dicen, pero no es así…
—¿Quién lo dice? —insistió él, preocupado.
—Una vez escuché que Aknadin se lo decía a mi padre —susurró— y luego a varios sirvientes hablando sobre eso.
Durante unos instantes se quedó sin palabras. ¿Aknadin? ¿Quién se creía él que era para hablar así de su futuro rey? ¿Cómo podía seguir en la Corte después de eso?
—Príncipe, ¿puedo hablar con libertad?
Atem asintió.
—Conmigo siempre puedes ser sincero, Mahado.
—Aknadin es un idiota.
El príncipe clavó la mirada en él.
—¿Qué?
—Eres inteligente, generoso y justo. Si Aknadin no ha sido capaz de ver en seis años lo que yo he visto en unos meses, es que es idiota. Serás un buen rey y yo te ayudaré conseguirlo.
Atem sonrió de nuevo.
—Gracias, Mahado —susurró con una calidez que por alguna razón aceleró su corazón—. Eres el mejor amigo que podía tener.
∞∞∞
Re’em se sentía más fuerte que antes. Había pasado algo más de una semana desde que salieron de Kom Ombo y ella seguía ayudando con los cubos de agua. A aquellas alturas la princesa parecía uno más de ellos por la facilidad con la que llevaba a cabo la tarea. En los entrenamientos también lo notó: Atem la ayudaba a dar golpes certeros a una Neith que ya no parecía tan rápida como al principio. Ahora los combates estaban más igualados, aunque la nubia seguía ganando la mayoría de las veces. En cuanto a lo que pensaban Layla y Amir, ya no le importaba. Estaban en Kemet y ella disfrutaba con todo el ejercicio que estaba haciendo. Incluso se sentía más segura. Solo quedaba encontrar la manera de hablar con Atem sobre la situación de Emir y Sherdet, pero ¿cómo?
Pensó en todo el recorrido que habían hecho. Cada día comían con un ady-mer diferente, pero la noche la pasaban en el barco. Ya habían hecho ofrendas a Hwt-hor, a Min y a Seth en sus respectivos sepat. Había perdido la pista de Bakura más de una vez durante sus paradas y seguía sin saber qué estaba haciendo allí. ¿Cuántos sepat habían recorrido ya? Re’em había perdido la cuenta, pero le encantaba conocer mejor aquel país que parecía acogerla. Hasta ahora le habían dado la bienvenida en todas partes y eso la tranquilizaba.
Como hacía siempre después de transportar los cubos, Re’em estaba apoyada en la barandilla y observaba la actividad de los habitantes de Kemet. Era la época de Peret y todavía había campos sin sembrar, aunque algunos empezaban a teñirse de verde con los primeros brotes de la cosecha. En aquel momento vio a un par de campesinos sembrar sus campos y recordó una de sus lecciones:
Según la leyenda, hace mucho tiempo, cuando los campos estaban secos y la cosecha era escasa, los campesinos pidieron ayuda a la diosa Aset. En respuesta a sus súplicas, Aset descendió del cielo y derramó agua del río Hapy sobre los campos, fertilizándolos y asegurando una buena cosecha.
Desde entonces, cada año, los campesinos realizan un ritual en honor a Aset antes de sembrar. Llevan ofrendas de frutas y flores al templo de Aset, rezan por una buena cosecha y piden su bendición sobre las semillas. Después del ritual, los campesinos comienzan la siembra con la esperanza de que la diosa Aset les conceda una cosecha abundante.
Un grito la sacó de su recuerdo y buscó su origen: los marineros parecían preocupados por algo y el barco comenzó a virar. La princesa se acercó al borde y los vio: varios hipopótamos emergían del agua unos pasos más adelante. Hasta entonces solo había tenido oportunidad de ver sus fosas nasales asomando, o verlos desde lejos. Ahora, en cambio, estaban tan cerca que casi podía estirar el brazo y tocar el más cercano. Se agachó con cautela en el borde y observó al hipopótamo, que en aquel momento abría sus fauces.
—¡Princesa! —llamó Amir, alarmado—. ¡No se acerque al agua, es peligroso!
Re’em volvió la cabeza, a tiempo de ver a su guardián acercándose, cuando un fuerte golpe sacudió la embarcación y ella cayó al agua. Poco después logró salir el tiempo justo para coger algo de aire.
—¡¡Princesa!! —fue lo último que escuchó antes de volver a sumergirse.
Lo siguiente que supo era que estaba más cerca de un hipopótamo de lo que nunca pensó que estaría. Alguien se zambulló cerca pero la corriente provocada por el movimiento de los animales la arrastró de un lado a otro, impidiéndole salir a la superficie y respirar. Los pulmones le ardieron. Re’em movió brazos y piernas, pero el agua volvió a arrastrarla hacia abajo antes de que pudiera llegar a la superficie.
Las últimas burbujas de aire escaparon de sus pulmones y todo se volvió negro…
∞∞∞
—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —preguntó Usir de nuevo—. No recordarás nada hasta que llegue el momento adecuado, lo que significa que no podrás utilizar tu heka ni decirle quién eres desde el primer momento. Además, habrá pasado mucho tiempo. Puede que ya no quede nada del príncipe del que te enamoraste, o que él se haya olvidado de ti.
—No me importa —insistió—. Lo único que quiero es verle sonreír. Atem merece ser feliz. Y le prometí que volvería a su lado.
El dios verde suspiró.
—Está bien, no trataré de persuadirte para que te quedes. No hay duda de que haces honor a tu nombre, cabeza de oryx. Cruza esa puerta y volverás con él.
Mahado agradeció al dios su ayuda y se detuvo ante la puerta.
—Nesui, espérame. Ya voy.
∞∞∞
Re’em tosió y el aire regresó a sus pulmones. Jadeó y escupió agua durante un rato. Alguien a su lado luchaba por recuperar el aliento. Los dos estaban sobre la orilla mientras se escuchaban ruidos y gritos río arriba. Se giró por completo para expulsar el agua que quedaba de sus pulmones. Su velo se lo había llevado la corriente.
—¿Estás bien?
Su corazón dio un vuelco al escuchar su voz y se calmó: era Atem el que la había llevado hasta la orilla. Re’em asintió. Tenía la garganta irritada y no dejaba de toser. La ropa mojada le hacía tiritar de frío a pesar del sol intenso. Atem se acercó a ella, preocupado, mientras Re’em ordenaba sus recuerdos desbloqueados.
—¿Seguro que estás bien? —insistió mientras levantaba su cabeza con una mano.
Sus ojos se encontraron. Un torbellino de emociones atravesó el pecho de Re’em al ver de nuevo sus rubíes, esta vez con todos sus recuerdos intactos. No respondió. Re’em se incorporó y lo abrazó con fuerza. Atem se sorprendió por el gesto repentino, pero no tardó en relajarse y corresponder.
—Hueles a canela —susurró, feliz.
—¿Re’em? ¿Seguro que estás bien? —preguntó Atem por tercera vez.
La princesa se quedó unos instantes en silencio. Podía sentir sus corazones latiendo juntos y no quería que aquello terminara. Sin embargo, Re’em sabía que tenía que responder con sinceridad. Cerró los ojos y suspiró.
—Estoy mejor que nunca, me...
—¡¡Majestad!!
—¡¡Princesa!!
Los gritos la interrumpieron antes de que pudiera terminar la frase. Re’em escondió su rostro en el hombro del monarca, intentando aprovechar cada instante.
—¡Princesa! —exclamó Layla, corriendo hacia ella. Con ella llegaba Amir, empapado como ellos—. ¿Está bien, princesa?
Atem rompió el abrazo y se levantó.
—Llevadla de nuevo a bordo y secadla.
Re’em estuvo a punto de protestar cuando Layla le colocó un velo nuevo. La princesa suspiró: la oportunidad de decírselo había pasado. Ahora tendría que esperar a que estuvieran solos de nuevo.
—¿Dónde estamos? —exigió saber Atem.
—En el sepat del oryx, majestad —respondió el campesino, inclinándose.
¿Oryx? Re’em estuvo a punto de reír mientras Amir y Layla la llevaban de nuevo a la embarcación.
Notes:
Existe un nomo llamado Mȝ-ḥḏ (pronunciado como Mahad, más o menos) y que está traducido como oryx, aunque también significa cabeza de oryx (es el mismo símbolo para ambos). La escena de los hipopótamos ya la tenía pensada y escrita antes de saber cómo iban a terminar navegando por el Nilo, así que cuando vi un nomo con su nombre supe que el accidente debía tener lugar allí. Seguramente así fue como Takahashi le dio nombre a uno de sus personajes. Y seamos sinceros, creo que el nombre es perfecto para él, ya que dudo mucho que alguien pudiera disuadirle de tender aquella trampa a Bakura. De hecho, pienso que ni siquiera Atem habría podido, aunque lo encerrara en la mazmorra más profunda.
Chapter 36: Ainpu
Notes:
Este capítulo me ha llevado más tiempo de lo que esperaba, pero aquí está. Que disfrutes leyendo :)
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Re’em apenas fue consciente de lo que pasó después. La euforia inicial por la recuperación de su vida anterior fue sustituida por la preocupación. ¿Debía decirles a todos quién había sido? Aunque por otro lado, ¿eso importaba? Ni Yasmin ni Layla ni ningún miembro de su comitiva habían conocido a Mahado. No, la única persona que debía saberlo por el momento era Atem. Seguramente Isis ya lo sabía, o por lo menos lo sospechaba. En cuanto a Mana, Re’em estaba segura de que solo necesitaría verle el rostro durante su enlace para saberlo. Tal vez debería darle una explicación después de la boda o cuando regresaran a Waset, ya que Mana no sabía nada de la promesa que le había hecho a Atem antes de morir.
Re’em se dejó caer sobre la cama y cerró los ojos. Después del incidente la habían dejado descansar hasta que llegaran a la ciudad de Ainpu, donde tenían previsto comer y realizar la siguiente ofrenda. El suave movimiento del barco la habría adormecido durante aquel tiempo si Re’em no hubiera tenido tanto en qué pensar.
Lo primero que debía hacer era averiguar si Atem seguía sintiendo algo por él/ella. El problema estaba en cómo hacerlo. Re’em suspiró. Después de todo lo que había hecho para regresar a su lado no iba a rendirse. Sobre todo cuando se iba a convertir oficialmente en su reina. Sonrió ante la idea. Cuando conoció a Atem jamás imaginó que pasarían de la amistad al amor y al matrimonio. Ahora que Re’em podía recordarlo todo era evidente que había muchos momentos buenos que no había llegado a soñar. ¿Tal vez podía encontrar una prueba en ellos de que ella era quien decía ser? Tenía que tratarse de algo que solo Mahado podía saber y que no estuviera escrito en el papiro, ¿pero el qué?
Unos golpes en la puerta la sobresaltaron. Se incorporó mientras Layla entraba en la habitación.
—Ya estamos llegando, princesa. Deje que le arregle el pelo.
Re’em volvió a sumirse en sus pensamientos mientras su asistente trabajaba. Tenía que decirle la verdad lo antes posible. Tenía que hacer honor a su juramento como hija de Maat… Re’em sintió que la boca se le secaba. ¡¡Maat!! La conocía en persona, incluso tropezó con ella el día que la eligió para su adopción… Un momento, ¿y si aquel encuentro estaba planeado para que Re’em la escogiera? ¿Era eso posible? No, Maat era la diosa de la verdad y la justicia. Ella no haría una cosa así. En eso se diferenciaba de Mana; su ex aprendiz sí que inventaría estratagemas para salirse con la suya.
—Arreglado —anunció Layla.
Re’em miró el velo y suspiró mientras se lo colocaba. Qué ganas tenía de que llegara el día de la boda y ella pudiera dejar el velo para siempre.
∞∞∞
La estatua de Inpu que recibía a los visitantes del templo era imponente. Re’em notó que las personas que se acercaban no se atrevían a levantar demasiado la vista, como si admirar aquella representación del dios fuera a atraer la muerte instantánea.
—No sé por qué tenéis que hacerle ofrendas a él —se quejó Neith—. Se trata de una boda, no de un funeral.
Re’em hizo una mueca. Neith no diría eso si se hubiera encontrado al dios frente a frente. Reprimió un escalofrío al recordarlo.
—Es mejor no enfadar al dios que pesa los corazones, ¿no te parece? Podría matarnos si quisiera.
—Cualquier deidad tiene ese poder —discutió la nubia—. Por eso ellos son dioses y nosotros mortales. Además, ¿qué les importan a ellos las ofrendas? No es como si las fueran a disfrutar. Admitidlo, todo lo que lleváis lo van a disfrutar los sacerdotes del templo, precisamente los que menos necesitan llenar sus estómagos abultados.
Re’em no respondió. Debía reconocer que Neith tenía razón en lo que había dicho.
—A los dioses les importa la adoración que les hacemos —dijo Atem, zanjando la discusión de ambas mujeres—. Soy su representante en Kemet. Si yo no cumplo con esta tradición, ¿qué crees que harán los demás? Dejarán de adorarlos. ¿Crees que el país será tan próspero cuando los dioses nos den la espalda? No soy religioso y lo sabes, pero todas nuestras acciones tienen su eco en el equilibrio del mundo. ¿Cuántas veces te lo he dicho ya, Neith? ¿Cuándo vas a aprender algo que es tan importante para mi pueblo? Re’em lo entendió a la primera y eso demuestra que es adecuada para ser mi reina.
La princesa sonrió bajo el velo. Si Atem supiera…
—¡Está bien! No entiendo todo eso sobre el equilibrio, pero reconoced que vuestra boda sería más sencilla sin tener que hacer ofrendas por todo el país.
—Dejemos el tema y entremos.
Este templo también era diferente a los anteriores. Su distribución era parecida, con la diferencia de que sus paredes estaban decoradas con escenas del juicio y del más allá. Re’em miró con atención estas últimas para compararlas con las pruebas que había tenido que superar después de su muerte, pero no logró recordar. Frunció el ceño. Creía que había recuperado todos sus recuerdos, pero ahora se daba cuenta de que no era así. Recordaba claramente el dolor de Atem y el empujón de Inpu para que continuara con su travesía, y lo siguiente era estar delante de la balanza. Sabía que había superado varias pruebas entre ambas situaciones, aunque no recordaba ningún detalle.
—¡Re’em! ¡Vamos!
La princesa parpadeó y miró hacia Atem y Neith, que habían avanzado varios pasos y se habían detenido, esperándola. Apresuró el paso.
—¡Lo siento! Me he entretenido mirando los grabados.
La ceremonia transcurrió sin novedades. Sin embargo, una parte de su mente todavía intentaba recordar en qué habían consistido esas pruebas.
Notes:
Me ha costado un poco encontrar el enfoque para este capítulo. Seguramente se te haya hecho corto, sobre todo después de más de una semana, pero he preferido subirlo ahora que hacerlo más largo. Espero que te haya gustado :)
Chapter 37: De compras
Notes:
Unidades de peso:
Deben: 13,6g aproximadamente
Shat: 6,8g aproximadamente
Como se trata de metales, la medida variaba según el valor del metal en aquel momento.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
—Atem, ¿has traído lo que te pedí? —preguntó Neith.
Re’em la miró con curiosidad.
—Sí, aunque no entiendo por qué te empeñas en comprarlas en el mercado —respondió el monarca mientras sacaba un pequeño saco y se lo entregaba.
Neith se agarró a su brazo y sonrió.
—Sabes que aquí venden las mejores del país. Además, quiero hacerle un regalo a Re’em, ¿o es que no puedo?
—¿Por qué? —preguntó Re’em.
—Quiero celebrar nuestra amistad.
—¿Y qué regalo es?
La nubia amplió su sonrisa.
—No puedo decirlo todavía, es una sorpresa.
Atem se soltó de su agarre.
—Ya que vais de compras, yo regresaré. Tengo que hablar algunas cosas con Sennenmut. Os quiero de vuelta antes de que Ra se oculte.
—No te preocupes, no tardaremos tanto.
Re’em lo miró pensativa mientras se alejaba por la calle. Dos de los cuatro guardias de la escolta se marcharon con él. Amir y otro guardia se quedaron con ellas.
—Ven, vamos a comprar tu regalo.
—¿Por qué quieres que te acompañe?
—Para saber si te gusta antes de comprarlo.
Neith la agarró por el brazo y la guio por las calles de la ciudad. No tardaron en llegar a los puestos del mercado. Re’em se preguntó si se trataba de comida, pero pasaron de largo aquellos puestos.
—Creo que estaba por aquí… —murmuró Neith, deteniéndose y mirando a su alrededor.
A Re’em la asaltó un temor.
—Sabes cómo regresar, ¿verdad?
La nubia clavó la mirada en ella.
—¡Por supuesto que sé regresar! Mi sentido de la orientación es perfecto. Si no me equivoco, estamos muy cerca. Creo que es por esa calle.
Re’em la miró con escepticismo mientras doblaban la esquina.
—¿Crees?
En aquella zona había alfareros. ¿Le iba a comprar una vasija?, se preguntó Re’em, perpleja. Neith aceleró el paso.
—¡Aquí es!
Algunos puestos más allá vio que había un local. Neith fue directa hacia él y entró. Re’em la siguió. Los guardias se quedaron en la puerta. La frescura del interior alivió el calor que se había acumulado en su piel. Re’em se quedó fascinada: por todos lados había collares, anillos, pulseras y brazaletes, y en una sección vio pendientes a juego con cualquiera de los anteriores.
—¡Bienvenidas! —saludó el dueño—. Me llamo Hapimen. ¿En qué puedo servirles, jóvenes damas?
—Me gustaría comprarle un regalo a mi amiga, que sea elegante y sencillo. ¿Qué tienes disponible?
Hapimen sonrió.
—Han venido al lugar adecuado. Tenemos para todo tipo de gustos. ¿Qué material habían pensado? ¿Bronce, Plata, Oro? ¿Alguna gema en especial?
Re’em comenzó a mirar las joyas expuestas mientras Neith hablaba con el joyero. No mentía al decir que había de todo. Allí se encontraba una gran variedad de materiales y combinaciones posibles. Nunca le habían interesado demasiado las joyas, pero lo que allí podía ver había sido fabricado con gran habilidad, desde el diseño más sencillo hasta el más elaborado.
—¡Una gran elección, joven! —exclamó Hapimen mientras apartaba un colgante que ella no llegó a ver desde donde estaba.
—Re’em, ¿qué te parece?
Se acercó para examinarlo: Se trataba de un colgante forjado en oro y oro blanco, con la forma de un gato. Sonrió al notar que sus ojos eran dos rubíes.
—Es perfecto. ¿Puedo llevármelo puesto?
—¡Por supuesto! Yo mismo se lo pondré en cuanto nos pongamos de acuerdo con el precio.
Re’em pasó la mirada por los otros colgantes mientras Neith y Hapimen iniciaban el regateo. Otro colgante llamó su atención: el ojo de Hor hecho de oro, con un ónice por iris.
—¿Cuánto pide por éste?
Ambos detuvieron su discusión y miraron el colgante.
—Esa es una gran pieza, joven. Veo que tiene buen gusto. Vale un deben de oro, pero ya que van a comprar el otro, se lo dejo por la mitad, un shat de oro. En total, un deben y medio de oro.
—¿Nos toma el pelo? —se indignó Neith—. Le ofrezco dos deben de plata por ambos, y puede dar las gracias porque no valen tanto.
Re’em volvió a mirar el ojo de Hor mientras el regateo continuaba. Al final los compraron por un deben de oro y un shat de plata. Hapimen le colocó el colgante del gato como prometió mientras Re’em guardó el otro.
—¿No te lo vas a poner? —preguntó Neith.
—No es para mí, así que te agradecería que no lo mencionaras.
—Puedes confiar en mí. Ven, vamos a tomar algo.
Neith la llevó hasta una panadería. A varios puestos de distancia empezó a llegarles el aroma de los panes, pasteles y dulces recién hechos. Re’em sintió que la boca se le hacía agua en cuanto identificó el aroma del jácharu, miel horneada con diferentes frutos secos. En efecto, los dulces tenían un aspecto delicioso.
—Re’em, ¿qué te apetece tomar?
—Un jácharu de nueces.
Neith asintió.
—Pónganos un jácharu de nueces y otro de pistachos, por favor —pidió la nubia.
Re’em sintió que alguien tiraba de su ropa. Un niño de unos nueve años la miraba, suplicante. Sus ropas estaban raídas y sucias. ¿Cómo podía vivir en esas condiciones?
—Por favor, ayúdeme. Madre no despierta.
La princesa miró a su alrededor. Nadie prestaba atención al niño y no había ningún hory-seker cerca. Neith estaba hablando con el panadero. Amir se acercó y lo separó de ella. El niño empezó a llorar. Re’em miró mal al guardia antes de agacharse ante el pequeño.
—Cálmate y cuéntame qué ha pasado.
—No es una buena idea, princesa —aconsejó Amir.
—¡Solo es un niño! Me niego a dejarlo así.
El guardia negó, pero no dijo nada más. Re’em secó las lágrimas del pequeño.
—Vamos, tranquilo —le dijo con voz tranquila—. Cuéntame qué ha pasado con tu madre.
—Madre está muy enferma y me ha dicho que en esa calle hay una curandera, pero me da miedo ir solo. Ella ya no se mueve ni habla. ¡Por favor, señora! Solo será un momento. No tengo a quién recurrir.
—¿Y tu padre?
—Solo estamos madre y yo.
—No te preocupes, te acompañaré.
—¡Princesa!
Re’em se incorporó y clavó la mirada en él.
—Amir, no puedo dejarlo así. Además, es aquí al lado. Volveré enseguida.
Re’em se alejó con el niño antes de que el guardia pudiera impedirlo. Zigzaguearon entre la gente y enseguida llegaron a la calle, que era poco más que un callejón desierto. Tuvo un mal presentimiento, pero no podía dejar al niño solo y sin ayuda. Re’em miró a su alrededor mientras lo mantenía cerca de ella.
—No te separes de mí y no te entretengas, ¿de acuerdo? No es un buen lugar en el que estar —le dijo mientras se adentraban.
—Tienes toda la razón, preciosa —dijo una voz.
Tres hombres se acercaban de frente, tapando todo el callejón. Detrás de ellos había otros tres. El niño se soltó de su agarre y salió corriendo del callejón. Había caído en una trampa.
—¿Qué hace una mujer como tú en un callejón como este? ¿Te has perdido? —se burló uno.
Todos rieron mientras cerraban el círculo a su alrededor. Re’em evaluó la situación. Tenía que salir de allí y regresar a la calle principal, donde seguramente la estarían buscando. Una forma era poner a prueba sus habilidades de combate, pero Re’em no estaba segura de derrotarlos a todos a pesar de haber recuperado sus recuerdos. La otra forma de escapar era más rápida y segura… si tenía éxito.
—¿Qué pasa? ¿Se te ha comido la lengua el gato? ¿O es que crees que no somos suficiente para ti?
Re’em no respondió. Dejó que se acercaran un poco más mientras continuaban con sus bromas. Ahora estaban a pocos pasos de ella y la rodeaban en círculo. Perfecto.
—¿Por qué te tapas el rostro? ¿Tan fea eres que los demás no soportan ver tu rostro?
Re’em rio con ellos.
—Este velo me protege.
—¡Pero si puede hablar! —exclamó otro de ellos.
—¿De qué te protege ese trapo?
La princesa sonrió.
—Me alegro de que lo preguntes —respondió—. Me protege de cosas como del… ¡khent shemaj!
Una ráfaga de aire empezó a recorrer el callejón, levantando la arena del suelo y formando un remolino alrededor de Re’em. Los asaltantes quedaron cegados y chocaron unos con otros mientras la princesa aprovechaba la confusión para regresar a la calle principal. Nada más atravesar el muro de arena vio a Neith avanzando hacia ella.
—¡Princesa! ¿Se encuentra bien? ¿Le han hecho daño?
—Estoy bien —tranquilizó Re’em mientras Amir y el otro guardia las alcanzaban. Detrás de ellos llegaron varios hory-seker.
—¿Qué ha pasado aquí?
Re’em miró hacia atrás. El viento se había detenido y los seis hombres estaban en el suelo. Tres parecían haber chocado con las paredes, dos entre sí, y un tercero había quedado atrapado entre unas cajas y trataba de levantarse.
—Esos seis hombres han intentado robarme, pero un remolino de arena los ha cegado y he aprovechado para escapar.
—¿Un remolino de arena? —preguntó uno de ellos, extrañado, mientras los otros detenían a los asaltantes.
Re’em se encogió de hombros.
—Está bien, nosotros nos encargamos de ellos. Llevamos semanas intentando atraparlos. Pueden marcharse.
Nada más salir a la calle principal, Neith se volvió hacia ella.
—¿Seguro que estás bien? ¿No te han herido ni nada?
Re’em negó.
—No tuvieron ninguna oportunidad. ¿Cuál de los dos es mi jácharu?
Notes:
Khent shemaj: remolino de viento
Sí, Re'em desbloqueó su heka cuando recuperó sus recuerdos. Sin embargo, ella no estaba segura del todo porque no había intentado utilizar su magia. Espero que te haya gustado :)
Chapter 38: La prueba
Notes:
Recordatorio:
Abab: aparece
Iseb: desaparece
Tiw, nesui: sí, mi rey.Que disfrutes tanto leyendo como yo escribiendo :)
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
—¡¡¿Se puede saber en qué estabas pensado?!!
Re’em no se atrevía a levantar la mirada del suelo. Debería haber previsto que la noticia de lo sucedido llegaría antes que ellas. Sin embargo, la alegría de saber que había recuperado toda su magia compensaba el enfado de Atem.
—¡¿Cómo se te ocurre seguir a un desconocido hasta un callejón en una ciudad que no conoces?! —continuó mientras paseaba de un lado a otro—. ¿Eres consciente de las consecuencias que podían haber causado tu imprudencia? ¡No solo para Kemet, sino también para tu pueblo!
—Solo era un niño, majestad. No podía desentenderme.
Atem se detuvo, sorprendido por su respuesta.
—¡¡Un niño que te conducía a una trampa!! ¡Podrían haberte matado!
Re’em frunció el ceño.
—¿Y si no hubiera sido así? —replicó—. ¿Y si necesitaba ayuda de verdad?
Atem suspiró y se masajeó la frente. Re’em contuvo una sonrisa ante el familiar gesto.
—Le doy mi palabra de que tendré más cuidado —prometió. No quería preocupar o estresar a su rey.
Atem clavó la mirada en ella.
—Claro que lo harás, me aseguraré de ello. Desde ahora irás siempre acompañada cuando pasees por las ciudades. Puedes marcharte.
Re’em se inclinó y salió.
∞∞∞
Al día siguiente Re’em despertó con las primeras luces del día. Lo primero que notó fue el aroma a canela que llenaba sus pulmones. Apretó la nariz contra la almohada y sonrió. No era su Atem, pero en unas semanas despertaría a su lado, y eso la hacía feliz. Había cumplido su promesa. Solo le quedaba decírselo a Atem. Entonces su sonrisa se borró. ¿Cómo lo iba a hacer? Si estuvieran en Waset, lo consultaría con Mana. Ella había estado al lado de Atem durante aquellos dieciséis años y juntos podían encontrar la mejor manera de decírselo. Pero su ex aprendiz no estaba allí, y tampoco le gustaba la idea de que ella lo supiera antes que Atem, por muy buenos amigos que los tres hayan sido.
Decidida a terminar con aquella situación, Re’em sacó pluma y papiro y escribió una carta. Pasó un buen rato eligiendo cada palabra para explicarle su problema sin revelar todavía su identidad. Tras varios intentos, en los que utilizó su heka para borrar lo escrito y comenzar de nuevo, por fin quedó satisfecha con el resultado. Re’em dejó que se secara la tinta y la selló. Luego solo tuvo que pedirle a Layla que la enviara a Waset junto con el resto del correo. Después del desayuno Atem la llamó para hablar en privado en el despacho de Sennenmut. Cuando entró, Neith estaba a su lado. ¿Qué hacía ella allí?
—Re’em, ¿hay algo que quieras contarme?
La princesa tragó saliva. Si Atem hacía esa pregunta era porque sabía algo. De inmediato su mirada se desvió hacia la nubia, buscando alguna pista de lo que sabía el monarca, pero Neith ni se inmutó.
—Majestad, ahora que lo pregunta, hay algo que quiero contarle desde el accidente de ayer con los hipopótamos, pero no he encontrado el momento de hacerlo. He desbloqueado mi heka.
—No has encontrado el momento… —repitió Atem, pensativo—. ¿Ibas a esperar hasta después de la boda?
—¡No, claro que no! Tenía pensado contárselo ayer, pero después de lo que pasó con los bandidos quería esperar unos días hasta que usted se hubiera calmado.
—Hablando de eso, Neith me contó que tú provocaste el remolino de aire que te salvó, ¿es cierto?
Re’em se sorprendió. ¿La nubia lo había visto todo?
—Sí, majestad. Por eso no dudé en ayudar a aquel niño. Sabía que podía defenderme si había algún problema.
—¿Y si hubiera salido mal?
Re’em negó.
—Soy muy hábil con mi heka, majestad.
—¿Cómo lo sabes si nunca habías hecho magia? ¿O es que me has mentido y siempre has tenido ese poder?
—¡No, majestad! —respondió al instante—. Es complicado de explicar. Sin embargo, puedo hacer magia para usted cuando lo desee. Si quiere, puedo hacer una pequeña demostración ahora, aunque le advierto que no puedo mostrarle todo mi poder.
—¿Y por qué no? —preguntó Neith.
Atem se inclinó con interés. Él también se preguntaba lo mismo. Re’em suspiró. Había llegado el momento de la verdad.
—Porque mi heka es demasiado poderoso. Si utilizara ahora todo mi potencial, nuestras vidas correrían peligro. Estoy segura de que Mana le habrá hablado sobre eso, majestad.
Atem asintió.
—Sí, lo hizo. Haz la demostración. Con un hechizo sencillo será suficiente.
—Por supuesto, majestad. Será un placer.
Re’em cerró los ojos y respiró varias veces para calmar sus nervios. Buscó con su magia en el lugar que solía utilizar para guardar objetos. No estaba segura de si lo que buscaba seguía donde lo había dejado, pero había muchas posibilidades de que así fuera. Además, tenía que intentarlo. Sería la prueba definitiva para que Atem supiera todo lo que necesitaba saber sobre ella.
—Abab —dijo, extendiendo sus manos.
Re’em sonrió al notar el familiar peso del tablero de senet. Atem se tensó de inmediato al verlo mientras Neith miraba aquel objeto con indiferencia.
—¿Eso es todo? —preguntó la nubia unos instantes después—. Pensé que harías algo más espectacular, princesa.
—Silencio —dijo Atem mientras se acercaba a Re’em.
Ella le ofreció el tablero. El monarca lo cogió y lo examinó.
—Mana lo ha estado buscando durante años. ¿Cómo lo has hecho?
—La Duat es muy grande, majestad. Solo la persona que guarda un objeto allí puede recuperarlo.
Atem se mantuvo en silencio, pero su mirada hablaba por él. Re’em pudo ver la sorpresa, la nostalgia, el destello de comprensión y el dolor y la ira que le siguieron, antes de que sus ojos recuperasen esa mirada de fría indiferencia que Re’em odiaba.
—Guárdalo.
La princesa lo cogió y con un «iseb» el tablero de senet regresó a su lugar.
—No irás a confiar de nuevo en ella, ¿verdad? ¡Te ha mentido! ¿Qué más puede haberte ocultado? ¿Y si la han enviado para espiarnos? ¡No confíes en ella solo por un truco de magia!
Atem clavó la mirada en ella, claramente molesto con sus comentarios.
—Cállate, Neith. Si yo fuera tú, no la acusaría a la ligera. Esto es mucho más que un simple truco de magia. No te conviene hacerla enfadar.
La nubia rio.
—¿Lo dices por sus entrenamientos? No es rival para mí. ¿Su heka? Tampoco es gran cosa. No te tengo miedo, princesa.
Re’em sonrió.
—Eso ya lo veremos en nuestro próximo combate.
—¡Basta! Neith, hablo en serio. No vuelvas a acusar a Re’em de traición o lo lamentarás. El siguiente sacrificio que haremos es aquel que tanto deseabas hacer. Después regresarás a Waset como estaba previsto. Hasta entonces, no quiero ninguna disputa entre vosotras dos, ¿entendido?
Re’em se llevó el puño al corazón y se inclinó. El monarca volvió a tensarse.
—Tiw, nesui.
Atem miró a la nubia.
—¿Neith?
—Entendido, majestad. Nada de peleas.
—Eso espero. Vamos, deben de estar esperándonos para embarcar.
Notes:
Con este capítulo comienza la recta final de la historia... aunque no será tan recta como parece. Todavía quedan algunas curvas ;)
Chapter 39: El regalo
Notes:
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Chapter Text
Re’em intentó concentrarse en los movimientos de Neith. Sin embargo, la reacción de Atem ante su reciente demostración volvía una y otra vez a su mente.
—¿Se puede saber qué te pasa hoy? ¿Me estás dejando ganar? —se quejó la nubia tras desarmarla por quinta vez en menos de media hora.
—Lo siento, Neith. No puedo concentrarme. Será mejor que lo dejemos.
Ambas dejaron sus palos. Re’em vio a Atem, que se había limitado a mirar sus movimientos en silencio, y se dirigió hacia él, pero desapareció bajo cubierta sin pronunciar palabra. Re’em se detuvo y miró la trampilla por la que había desaparecido. ¿Por qué tenía la sensación de estar más lejos de él que antes?
—No entiendo por qué se comporta así, pero seguro que se le pasa —dijo Neith a su lado—. No puede estar enfadado toda la vida, ¿no crees?
Re’em asintió.
—Supongo que tienes razón.
—Princesa, no estarás molesta conmigo, ¿verdad? Me parecía demasiado importante para ocultárselo.
Re’em le sonrió.
—Sé que no tenías malas intenciones. No le des más vueltas.
Neith sonrió.
—Gracias por tu comprensión, princesa. Si ves que la situación no mejora, dímelo y te ayudaré. A fin de cuentas somos amigas.
—Es un detalle por tu parte, Neith. Gracias.
Una brisa impactó en su húmeda piel, estremeciéndolas.
—Será mejor que nos cambiemos de ropa.
—Sí, será lo mejor.
Re’em la siguió mientras bajaban. ¿Neith había sido sincera? Si la nubia no hubiera dicho nada, ¿Atem habría reaccionado mejor al saber quién era ella en realidad? ¿O tal vez se lo estaba imaginando y Atem solo necesitaba tiempo para asimilarlo? Re’em se hizo tantas preguntas mientras se quitaba el sudor y se cambiaba la ropa, que ya no estaba segura de nada. Solo deseaba volver a estar entre los brazos de Atem.
∞∞∞
Re’em miraba la actividad de los campesinos desde el barco mientras reunía el valor para hablar con Atem. El día anterior habían realizado la ofrenda a Net, diosa de la guerra y la caza que había inspirado el nombre de la nubia. Aquella misma mañana sus caminos se habían separado: Neith había cogido un barco que la llevaba de vuelta a Waset mientras ellos continuaban con su recorrido.
Atem subió a cubierta con Bakura. Ahora estaba segura de que ocultaban algo importante. La postura del monarca y la seriedad de su expresión así lo indicaba. Re’em dudó si debía acercarse o no, así que se tomó un momento para observar a su prometido. Atem había crecido en altura y ya era todo un hombre con su propia experiencia. Las pequeñas arrugas en su rostro daban testimonio del tiempo que había pasado. Años de los que ella no sabía nada. Tendría que remediar eso en cuanto pudiera. Re’em apretó en su mano el pequeño saco que había cogido y suplicó a Hwt-hor que la ayudara a hablar con Atem.
La mirada rubí se encontró con la suya como si hubiera escuchado su ruego silencioso. Atem despidió a Bakura y se dirigió hacia ella. Re’em se aferró a la barandilla.
—¿Querías hablar conmigo? —preguntó Atem llegando hasta ella—. ¿Vas a disculparte?
Re’em frunció el ceño.
—¿Disculparme? ¿Por qué?
Ella intentó recordar qué había hecho mal, pero Atem negó.
—Nada, cosas mías. ¿Qué llevas ahí?
Re’em sonrió.
—Compré un regalo para ti. No me he acordado hasta ahora —explicó mientras le entregaba el saco.
Atem lo abrió y sacó el colgante con el ojo de Hor.
—¿Esto es para mí? ¿Cuándo lo has comprado? —preguntó mientras lo examinaba.
—Cuando Neith y yo fuimos al joyero. ¿Te gusta?
Atem miró el colgante.
—No está mal —respondió con indiferencia.
Re’em lo miró perpleja. ¿Por qué no le gustaba el colgante? Iba a preguntarlo cuando Atem lo lanzó al río antes de que la princesa pudiera impedirlo.
—¡¡Majestad!! ¿Por qué ha hecho eso?
—No puedes presentarte después de dieciséis años con un regalo como si no hubiera pasado nada —siseó con los ojos brillando de furia—. No. Puedes.
Dio media vuelta y se marchó. Re’em miró el río con un nudo en la garganta. ¿Por qué había despreciado así su regalo? ¿Tanto la odiaba Atem? La princesa respiró hondo y parpadeó. Tras unos instantes y con un poco de magia, el colgante volvía a estar entre sus manos. Recogió el pequeño saco que había caído al suelo y lo guardó.
Re’em todavía estaba pensando en lo sucedido cuando pasó por delante del camarote de Emir. A pesar de su promesa hacía un par de días que no le visitaba. No había recibido ninguna otra queja de Jamal, pero ella no estaba tranquila del todo. Decidió entrar. Tal vez así su mente se distraería. El embajador estaba mirando por la ventana de su camarote cuando ella entró y cerró la puerta.
—Buenos días, princesa. Pensé que se había olvidado de mí.
—Siento no haber venido a verte. Han pasado demasiadas cosas en estos días —explicó mientras se sentaba delante del embajador.
Este se inclinó con interés.
—Jamal dijo algo de unos bandidos. ¿Se encuentra bien?
Re’em sonrió.
—Sí, estoy bien. No llegaron a tocarme.
—¿Qué pasó?
La princesa le contó lo sucedido, omitiendo la explicación sobre su heka. Emir la escrutó con la mirada cuando terminó. Re’em desvió la suya.
—Princesa, hace muchos años que nos conocemos. Hay más cosas que no me está contando, ¿verdad?
Re’em asintió.
—Hay algo que no sé si debería contarle. Es un tema privado entre Shuti Atem y yo.
Emir se tensó.
—No se habrá sobrepasado contigo, ¿verdad? Tu padre dejó bien claro que debías llegar virgen al matrimonio.
Re’em negó, aunque no estaba segura de cómo sentirse ante esto.
—Él siempre me ha respetado, no se preocupe por eso.
Emir suspiró de alivio.
—Me alegro. En este país tienen una idea peculiar sobre algo que solo un matrimonio debería disfrutar.
Re’em le miró con escepticismo.
—¿Entonces solo iba a jugar al senet con Sherdet cuando le atraparon colándose en el harén?
—¡Eso no era lo que parecía! —exclamó el embajador de inmediato—. Recibí un mensaje que… No importa. Eso ya forma parte del pasado. Cuénteme qué le preocupa, princesa. No necesita contarlo todo si no quiere, pero tal vez pueda aconsejarla.
Re’em sonrió.
—Gracias por la oferta, pero no sé por dónde empezar. Tampoco es algo que deba ir contando. Layla no lo entendería y Yasmin habla demasiado con la gente. Además, no está aquí.
—Sin embargo, debería hablar con alguien. La conozco lo suficiente para saber que algo la tiene preocupada.
—¿Tan evidente es?
—Solo para los que la hemos visto crecer.
Re’em sonrió.
—¿Promete guardar el secreto?
Emir rio.
—¿A quién se lo voy a contar? Estoy prisionero y después desapareceré de su vida. No se preocupe, le prometo que no se lo diré a nadie. Ni siquiera a Jamal. Usted es mi princesa y siempre lo será.
Re’em asintió.
—Sí, estoy segura de eso. ¿Recuerda esas pesadillas que tenía cuando era pequeña?
Emir asintió.
—Eran la preocupación de toda la Corte, sobre todo de Sus Majestades. Hasta que descubrieron lo de la canela.
—Desde entonces he soñado con trozos de la vida de Atem. Todos ellos vividos desde una persona muy cercana a él. Hace dos días, cuando caí al agua entre los hipopótamos, casi me ahogué. Entonces recuperé todos los recuerdos. Yo era una persona amada por Atem hasta que me asesinaron. Antes de morir le había prometido regresar y los dioses me permitieron renacer como la princesa Re’em, su prometida. Ayer le demostré quién era y desde entonces su actitud hacia mí es diferente.
La princesa se sorprendió al ser consciente de lo que había cambiado su vida en solo dos días. Tenía la sensación de que había pasado toda una vida desde que ella soñaba con Atem cada noche, ignorante de su verdadera identidad.
—Déjeme adivinar, princesa. ¿Está enfadado?
Re’em asintió.
—Le he hecho un regalo y lo ha lanzado por la borda. Ahora tiene a Neith y una hija… ¿Es posible que ya no me ame?
Si era así, la princesa estaba decidida a no interponerse entre ellos. Emir rio.
—Princesa, si él hubiera dejado de amarla la trataría con indiferencia o seguiría tratándola como hasta ahora. ¿No se da cuenta? Si está enfadado es porque le duele tenerla cerca, lo que significa que todavía siente algo por usted.
—¿Entonces qué me aconsejas?
—Paciencia. Busca la forma de acercarte a él y un día lo conseguirás.
Notes:
Espero que hayas disfrutado tanto como yo escribiendo :)
Chapter 40: Combatiendo la ira
Notes:
Que disfrutes leyendo tanto como yo escribiendo :)
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Chapter Text
Al día siguiente Re’em se levantó con la mente despejada y llena de energía. No sabía si Emir tenía razón, pero una cosa era evidente: Atem estaba furioso cuando arrojó su regalo al río. Así que aquella mañana Re’em salió de su camarote con un plan en mente. Cuando preguntó por Atem no le sorprendió saber que se había encerrado con Bakura en el despacho del capitán del barco. Se detuvo ante la puerta cerrada y llamó. Le pareció escuchar un ruido antes de que Atem le diera permiso para entrar.
—Re’em, ¿qué estás haciendo aquí? ¿No deberías estar transportando cubos con los criados?
La princesa respiró antes de levantar la mirada y enfrentar la hostilidad que se reflejaba en los ojos del monarca.
—Me dirigía a hacerlo cuando he recordado que Neith ya no está. No tengo a nadie contra quien luchar. ¿Querría entrenar conmigo más tarde, majestad?
Atem clavó la mirada en Re’em y ella se la sostuvo. Los instantes siguientes se le hicieron eternos.
—No puedo. Bakura y yo estamos ocupados —respondió mientras se inclinaba de nuevo sobre la mesa—. Pídeselo a Amir.
Re’em los miró durante un instante. Bakura los miraba con curiosidad mientras Atem tenía toda su atención puesta en los papiros que habían extendido sobre la mesa. Uno de ellos le resultó familiar, pero no supo por qué.
—¿Algo más?
Re’em parpadeó y miró a Atem, que seguía dándole la espalda.
—No, majestad. Eso es todo.
Atem asintió.
—Cierra cuando salgas.
Re’em se marchó y se dirigió a cubierta con un pensamiento en la mente: tenía que encontrar la manera de que Atem entrenara con ella.
∞∞∞
—Vamos, Amir, puedes hacerlo mejor.
El guardia movió la cabeza.
—Sigo pensando que esto no es una buena idea, princesa.
Re’em movió su palo. Amir bloqueó su ataque, pero no parecía tener intención de contraatacar. Llevaban así desde que había comenzado un rato antes. Más que un combate parecía un baile.
—Me da igual lo que pienses —replicó ella, exasperada—. Quiero entrenar, y si tú no me ayudas buscaré a otra persona que no tenga tantos miramientos en atacarme.
Un movimiento por el rabillo del ojo le indicó a Re’em que tenían un espectador. La princesa volvió a atacar, esta vez con tanta fuerza que logró acercarse a Amir.
—¿Vas a permitir que piensen que no puedes vencer a una mujer? —preguntó Re’em, señalando a Atem con la mirada. No era el único que los observaba. Al parecer había un pequeño grupo de sirvientes que se estaba dispersando ante la presencia intimidante del monarca.
Sus palabras parecieron surtir efecto. Amir la empujó y lanzó varios ataques seguidos, todos ellos fáciles de esquivar o detener. No era mucho pero al menos la atacaba. Re’em lo miró con diversión.
—¿Eso es todo? Me sorprende que te asignaran mi protección.
Amir se tensó un instante antes de atacarla con todas sus fuerzas. Sin embargo, bastaron unos pocos encuentros para que el palo volara de las manos del guardia. Re’em sonrió mientras ambos recuperaban el aliento.
—Te gané.
—Era evidente que eso iba a pasar. Amir atacaba como si fuera un niño —comentó Atem—. ¿Cuánto tiempo lleváis «entrenando»?
Re’em le miró con curiosidad.
—Una media hora.
Atem negó.
—Con él no vas a avanzar. Te tiene demasiada estima para atacarte en serio.
—Eso ya lo veo, pero no tengo otra opción. Le recuerdo que ha rechazado entrenarme. ¿O por fin va a aprovechar la oportunidad para atacarme como tanto desea?
Atem recogió el palo sin decir nada y le hizo una seña a Amir para que se retirase. Re’em sujetó su palo con firmeza: parecía que su plan estaba en marcha. Se observaron mientras avanzaban en círculo por la cubierta del barco. A la princesa no se le escapó la mirada calculadora de Atem, quien sin duda estaba buscando el mejor ángulo para atacar.
—Te arrepentirás de pelear conmigo —advirtió el monarca.
—Eso ya lo veremos —respondió Re’em sonriendo.
Atem la atacó al instante, sorprendiéndola, pero reaccionó a tiempo para detener el golpe. Para cualquiera que lo viera luchar, parecía que el monarca estaba concentrado en sus movimientos. Bajo esta fachada que Atem mantenía, Re’em sentía la fuerza de su furia dirigiendo cada movimiento, debilitando sus fuerzas, desestabilizando sus movimientos, buscando cualquier debilidad en su defensa para derrotarla. Después de un rato ambos jadeaban por el esfuerzo. Entonces Atem se dio cuenta de que la mitad del barco los estaba mirando.
—¡¿No tenéis nada mejor que hacer?! ¡¡Largo de aquí!! —bramó, logrando que Re’em diera un respingo.
En un instante los dejaron solos en la cubierta. Atem no esperó: atacó con una ferocidad que la sorprendió. El palo cortó el aire con un silbido. Re'em apenas tuvo tiempo de bloquearlo. El impacto resonó en la cubierta del barco y el golpe hizo temblar las tablas de madera bajo sus pies.
—¡¿Por qué?! —gritó Atem, lanzando otro golpe, que Re'em apenas pudo desviar—. ¡¿Por qué te pusiste en el camino de aquel puñal?!
Re'em no respondió de inmediato. Estaba demasiado enfocada en bloquear y esquivar los ataques de Atem. Cada golpe era más fuerte que el anterior. Cada movimiento del monarca estaba cargado de la ira y el dolor acumulados durante dieciséis largos años.
—¡¡Responde!! —rugió Atem con el rostro torcido por la furia y las lágrimas contenidas—. ¡¡Me dejaste solo!!
Re'em sintió las lágrimas brotar en sus propios ojos, pero se mantuvo firme.
—¡Lo hice para salvarte! —dijo entre respiraciones agitadas, desviando otro golpe—. No podía permitir que murieras.
Atem lanzó un golpe lateral que Re'em bloqueó con esfuerzo, pero el impacto la hizo retroceder.
—¡¡Te necesitaba!! —gritó Atem con voz quebrada—. ¡Te necesitaba conmigo!
Re'em aprovechó un momento de pausa en los ataques de su prometido para acercarse.
—Estoy aquí ahora —dijo con suavidad, aunque su voz temblaba—. Estoy aquí, Atem.
El siguiente ataque de Atem fue más lento, menos decidido. Re'em lo bloqueó con facilidad y dio un paso adelante. El monarca levantó su palo para asestar otro golpe, pero sus manos temblaban.
—¡No es suficiente! —gritó lleno de desesperación—. ¡¡Nunca será suficiente!!
Re'em bajó su palo y levantó la mano para tocar el hombro de Atem.
—Lo sé —dijo con voz suave pero firme—, pero estoy aquí ahora. Estoy contigo. Cumplí mi promesa y nunca volveré a dejarte.
Atem dejó caer su palo. Su pecho subía y bajaba con respiraciones pesadas. Sus ojos se encontraron con los de Re'em, llenos de dolor y amor.
—Te necesito —dijo en un susurro, con la voz rota—. Siempre te he necesitado a mi lado, meruti.
Despacio, Re’em lo envolvió en sus brazos.
—Y siempre estaré contigo, nesui —susurró.
Atem se dejó caer en el abrazo de Re'em, con las lágrimas fluyendo por sus mejillas. La princesa le dejó llorar mientras lo acercaba más a él. Poco a poco la calma sustituyó la furia y el dolor del monarca.
—Todavía estoy enfadado contigo —murmuró Atem desde su pecho—. Este abrazo no significa que te perdone. Solo es un momento de debilidad.
—Lo sé, nesui.
Re’em sonrió mientras acariciaba su espalda. Aquel era el Atem testarudo y orgulloso que conocía y amaba.
Notes:
Sospecho que la expresión "meruti" tendría una variante femenina cuando se dirige a una mujer, pero no estoy segura de cómo sería ni si se aplicaría en este caso. Así que para simplificar dejo la fórmula "mi amor" como "meruti", ya sea hombre o mujer. Espero que te haya gustado :)
Chapter 41: Llegada al Delta
Notes:
Me ha costado un poco centrar mi mente en en esta historia, pero aquí está. Finalmente la inspiración ha hecho su parte.
Que lo disfrutes leyendo tanto como yo escribiendo :)
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Esa mañana Re’em se levantó antes del amanecer. No tenía sueños desde que había recuperado sus recuerdos y en cierto modo los echaba de menos. Durante aquellas noches estaba con el antiguo Atem, el que confiaba en él con los ojos cerrados. Un pensamiento se filtró en su mente: ¿Y si ya no quería casarse con ella? ¿Y si era demasiado tarde para recuperar el vínculo que compartían? ¿Qué haría entonces?
La boca se le secó de repente. No, eso les llevaría a una guerra. Re’em bebió agua mientras intentaba apartar de su mente la posibilidad de que él anulara la boda. Se vistió y subió a cubierta sin hacer ruido. La brisa de la noche despejó su mente y refrescó su piel, disipando el temor que la había asaltado momentos antes. Aprovechó la soledad y la oscuridad para quitarse el velo y dejar que el aire acariciara su rostro, tan similar al de su anterior vida pero con los rasgos suavizados.
Re’em cerró los ojos y respiró. El día anterior Atem había admitido que la necesitaba a su lado, pero seguía enfadado. No podía culparle por eso. Si aquel día Atem hubiera muerto… Re’em sacudió la cabeza. Mejor no pensar en eso ahora. Sin embargo, ¿Atem seguía amándola como antes? ¿O solo había dicho eso porque echaba de menos a su protector y mejor amigo? Esperaba que su amor siguiera allí. Re’em se había sentido tan cerca de él mientras lo abrazaba como antes de que todo se estropeara por primera vez. Incluso creyó haber sentido otra vez el hilo que los había unido en su otra vida…
Un gañido rompió el silencio. Re’em abrió los ojos y buscó a su alrededor. El cielo empezaba a clarear, anunciando la salida del sol, y esa luz le permitió ver en el cielo un halcón. No tardó en identificar sus plumas moteadas mientras planeaba hacia a ella.
—¿Ankhara? —susurró con incredulidad.
El ave trazó un par de círculos antes de posarse en la barandilla del barco. Re’em sonrió y le acarició las plumas del pecho. Ankhara gañó con suavidad en respuesta y le mostró su pata. La princesa miró el pequeño estuche de cuero durante unos instantes. Recordaba con claridad haber recuperado la carta después de su pequeña demostración ante Atem y haberla destruido… ¿Qué tenía que decirle su alocada ex aprendiz? Ankhara gañó molesta, sobresaltándola. Re’em desató el mensaje y lo leyó:
«Neith me ha contado que has desbloqueado tu heka. ¡Felicidades! También me ha contado que has hecho aparecer un tablero de senet… ¿eres mi maestro? ¿Qué ha dicho Ate ¿No serás Mah ¿me harás ese mismo truco cuando nos veamos? ¿Cómo ha reaccionado el Príncipe al verlo? Responde por detrás, ¿de acuerdo?».
Re’em rio ante la impaciencia que ella mostraba en su mensaje. Ni siquiera había utilizado su magia para eliminar sus errores. Sin embargo, la intuición de Mana seguía intacta. Tras unos instantes que Ankhara aprovechó para arreglarse las plumas, Re’em hizo aparecer pluma y tintero, y escribió por detrás:
«Te haré esa misma demostración después de la boda si todavía estás interesada, aunque lo dudo. Atem está enfadado conmigo, pero estoy decidida a reconquistarle. ¿Algún consejo?».
Satisfecha con su respuesta, Re’em enrolló el trozo de papiro y lo aseguró bien en el estuche de cuero. El halcón alzó el vuelo y desapareció en el cielo que ya estaba siendo iluminado con los primeros rayos de sol.
—¿Desde cuándo te escribes con Mana?
Re’em se volvió para mirar al monarca, que estaba de pie a varios pasos de ella.
—Ha sido Mana la que me ha escrito.
Atem le sostuvo la mirada impasible. Aun así la princesa tragó saliva y reunió valor para hablar:
—¿Podemos hablar?
El monarca se tensó lo suficiente para que ella lo notara. Asintió después de unos segundos, pero no se acercó. Re’em cogió aire.
—¿La boda sigue adelante?
Atem apenas parpadeó, pero ella estaba segura de que la pregunta le había sorprendido.
—¿Por qué se iba a cancelar?
—Bueno… yo pensé que… que tú no querrías…
—No importa lo que yo quiera —replicó Atem, hostil—. Hace años que lo aprendí. Cancelar la boda nos conduciría a una guerra. ¿Algo más?
Re’em fue incapaz de hablar durante unos instantes. No esperaba que hablara con tanta amargura. Además, él no había bajado la guardia en ningún momento a pesar de estar solos. La princesa abrió la boca para decir algo, cualquier cosa que la acercara a Atem un poco más, cuando escucharon movimiento en el barco.
—Deberías ponerte el velo antes de que te vean.
Re’em miró hacia abajo. Todavía lo tenía colgando en su cintura. Lo desató y se lo puso. Cuando levantó la mirada Atem había desaparecido.
∞∞∞
Aquella mañana llegaron al Delta, iniciando la segunda etapa de su viaje, lo que significaba que el día de la boda estaba más cerca. Re’em no quería que su matrimonio comenzara de aquella manera. Además, todavía tenía que interceder por Emir y Sherdet, aunque la princesa sabía que en esas condiciones no conseguiría nada. La solución era evidente: tenía que reconquistar a Atem y el tiempo se le estaba acabando.
Re’em vio desde la proa cómo el río se ensanchaba poco antes de llegar al primer brazo, mientras la tierra prácticamente parecía emerger ante ella. No había pasado por allí desde que acompañó a Atem en un viaje que hicieron con Shuti Aknamkanon, cuando eran dos niños ajenos al futuro que les esperaba. Recordaba como si fuera ayer la decepción de su príncipe cuando supo que tendría que continuar con sus lecciones durante el viaje.
—Nunca había visto nada tan hermoso.
Re’em se volvió a mirar a Layla.
—Estoy de acuerdo —admitió.
La Tierra Negra era muy fértil a lo largo de todo el río, pero lo era todavía más en aquella zona. Los árboles eran más altos y frondosos, como si intentaran alcanzar la barca solar en su recorrido por el cielo. Los campos producían mejores cosechas y había una asombrosa variedad de aves.
—Princesa, la estaba buscando —dijo Layla, interrumpiendo sus pensamientos.
—¿Por qué?
—Tiene que prepararse para el desembarco.
Re’em asintió y la siguió al interior. Su conversación con Atem le había hecho olvidar la recepción que se había organizado para ellos. Ya que el barco era demasiado grande para recorrer los brazos y canales del río que tendrían que atravesar, se habían visto obligados a organizar una ruta por tierra que les permitiera terminar con las ofrendas previstas sin perder la comunicación con el barco.
Un par de horas después, cuando sus pies tocaron tierra firme, Re’em fue más consciente que nunca de que había bajado del navío como princesa y regresaría a él como reina.
Notes:
Con este capítulo termina la primera parte de su viaje. Me gustaría saber vuestra opinión sobre algo: ¿Emir debería ir con ellos, o debería ir directo a la ciudad donde se celebrará la boda y esperarlos allí? Antes de responder, recuerda que es un prisionero.
Espero que te haya gustado :)
Chapter 42: Una cálida bienvenida
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El sol estaba ya en lo alto mientras el barco se acercaba despacio al muelle. El río Hapy, calmado y majestuoso en aquella zona, reflejaba la luz como si se tratara de un gigantesco ankh. Atem, de pie en la proa del barco, observaba el bullicio en el muelle. Re'em se mantenía en silencio a su lado con su velo cubriéndole el rostro. De vez en cuando miraba a Atem de reojo. Detrás de ellos la escolta real, incluyendo a Amir y Bakura, y Emir, todavía bajo vigilancia, se preparaban para desembarcar.
El barco atracó con suavidad y los marineros aseguraron las cuerdas. Un grupo de músicos locales empezó a tocar una melodía festiva mientras el ady-mer avanzaba hacia el muelle acompañado por su séquito para recibir a sus distinguidos huéspedes. Su anfitrión, un hombre de mediana edad con la nariz ganchuda que llevaba una túnica de lino blanco, un collar de cuentas doradas y las manos llenas de anillos, sonrió ampliamente al ver al monarca.
—Bienvenido a nuestra humilde ciudad, majestad —saludó mientras hacía una reverencia profunda—. Soy Nebamun, su sirviente más leal. Es un honor recibirlo a usted y a su séquito. Espero que su viaje haya sido placentero.
Atem miró un instante a Re’em antes de volver a centrar su atención en el ady-mer y asentir.
—Gracias, Nebamun. Hemos disfrutado de las maravillas de Hapy en nuestro trayecto. Nos sentimos agradecidos por su hospitalidad y su oferta de hacer de esta ciudad uno de nuestros puntos de contacto.
—Por supuesto, majestad. Esta ciudad siempre está a su disposición para lo que necesite. —El hombre se volvió hacia ella y la saludó con otra reverencia—. Y bienvenida también usted, princesa Re'em. Que los dioses la bendigan en su viaje.
Re'em inclinó su cabeza hacia él.
—Gracias, Nebamun. Estoy ansiosa por conocer su tierra y a su gente.
El ady-mer hizo un gesto y varios sirvientes se acercaron con cestas llenas de frutas frescas, panes y flores, ofreciéndolos como símbolo de bienvenida. Atem aceptó las ofrendas con una sonrisa, agradeciendo la generosidad de Nebamun.
—Hemos preparado un banquete en su honor en mi residencia —anunció éste—. Mi mujer, Sitre, nos espera allí. Se toma muy en serio este tipo de eventos y está ultimando los detalles. Por favor, síganme. Les mostraré el camino.
El grupo empezó a avanzar desde el muelle hacia la residencia del nomarca, situada no muy lejos. El camino estaba adornado con flores y guirnaldas, y los ciudadanos se habían reunido para ver a su faraón y a la princesa. Los niños, asombrados con lo que veían, lanzaban pétalos de flores a su paso, mientras los adultos inclinaban la cabeza en señal de respeto.
—La gente aquí parece llena de alegría y devoción —comentó la princesa—. Es reconfortante ver tanto entusiasmo.
Atem asintió sin dejar de mirar al frente.
—Han prosperado gracias a la buena administración de Nebamun. Espero que nuestra visita fortalezca aún más nuestros lazos.
Re’em escrutó su rostro, buscando algún indicio que confirmara su creciente sospecha. Atem seguía mirando al frente, pero su cabeza estaba más erguida y su cuello parecía más rígido: él sabía que estaba siendo observado. Re’em desvió la mirada al frente. Si lo que ella intuía era cierto, Atem iba a necesitar pronto su heka y sus habilidades. Estaría alerta y preparada. No permitiría que los problemas entre Atem y ella alterasen la estabilidad del reino.
La residencia de Nebamun destacaba del resto de edificios. No solo por la amplitud del edificio, sino también por el colorido con el que sus paredes estaban adornadas. En el interior no había lugar en el que no destacara una columna con el grabado de alguna deidad, ni una pared que no tuviera un fresco con alguna escena de la vida cotidiana, al menos durante el recorrido que hizo el grupo mientras era conducido al salón principal. Allí varias mesas llenas de comida y bebida los esperaban, y el ambiente estaba lleno de aromas deliciosos y música suave. Nebamun los invitó a sentarse en los lugares de honor y el banquete comenzó. Los sirvientes se movían con destreza, sirviendo una variedad de platos exquisitos y jarras de vino. Sitre se acercó a Re'em con una sonrisa cálida y acogedora.
—Es un honor tener a la futura reina entre nosotros —dijo con una reverencia—. Espero que esté disfrutando de nuestra hospitalidad.
Re'em sonrió, agradecida por la amabilidad de Sitre.
—Vuestra hospitalidad es inigualable. Estoy impresionada por la belleza de este lugar y la generosidad de vuestra gente.
Sitre se sentó al lado de Re'em, sirviéndole una copa de vino.
—Es un placer escuchar eso. Aquí tenemos un dicho: lo que se recibe con abundancia hay que compartirlo con generosidad. Nosotros hemos prosperado y compartimos lo que tenemos.
—Es una buena filosofía —alabó Re’em.
Sitre sonrió e inclinó la cabeza.
—Gracias, alteza. Me encantaría mostrarle más de nuestra ciudad durante su estancia. Hay muchos lugares que creo que le encantarían.
Atem, observando la interacción con interés, empezó a hablar con Nebamun mientras Sitre y Re'em continuaban su conversación.
—Por favor, princesa, cuénteme. ¿Cómo…
—No hagas eso —interrumpió la princesa—. Creo que podríamos ser amigas y no me gusta que mis amigos no me tuteen.
En aquel instante sintió una mirada clavada en ella. Sabía de quién era y podía imaginar el motivo: Atem le había pedido infinidad de veces que le tuteara cuando todavía era príncipe. Sitre, en cambio, sonrió y asintió ante su petición.
—Cuéntame, Re'em, ¿cómo es pasar tanto tiempo viajando por el río? ¿No es agotador estar en constante movimiento? —preguntó Sitre, genuinamente interesada.
Re'em respondió mientras intentaba escuchar lo que decía Nebamun. En un momento dado vio por el rabillo del ojo que el ady-mer miraba a su alrededor y se inclinaba hacia Atem. Re’em aguzó el oído mientras fingía prestar toda su atención a un estofado de cordero que acababan de servir en la mesa.
—Majestad, hay un asunto importante del que debemos hablar en privado. He recibido noticias preocupantes sobre...
—Hablaremos de ello después —interrumpió Atem moviendo la mano—. Mientras tanto, disfrutemos del banquete que tu mujer nos ha organizado con tanto esmero.
Nebamun asintió y siguió comiendo. Atem continuó disfrutando del banquete como si el otro no hubiera dicho nada. Re’em volvió a centrarse en la conversación que mantenía con Sitre. No le importaba que Atem no quisiera contarle nada por el momento y pronto olvidó el asunto. Mientras la noche avanzaba, las dos mujeres se sumergieron en una conversación animada, riendo y compartiendo anécdotas. La calidez y la sinceridad de Sitre hicieron que Re'em se sintiera bienvenida y cómoda, anticipando con entusiasmo los días que pasarían juntas.
Notes:
Ya llevo cuarenta y dos capítulos y no sé cuántos me quedan para terminar la historia. Por alguna razón, cada historia que escribo es más larga que la anterior. Sin embargo, todos los capítulos tienen algo que contribuye a la trama o los personajes. A veces me pregunto si la historia mantiene el interés, pero entonces llegan vuestros comentarios y kudos, y las dudas desaparecen. Gracias por seguir leyendo y apoyando :)
Chapter 43: Hut-her-ib
Chapter Text
Llamaron con fuerza a la puerta mientras Layla la estaba peinando. Re’em apenas había abierto la boca para responder cuando la puerta se abrió y entró Atem.
—¿Majestad?
Las dos mujeres estaban sorprendidas. Layla se inclinó mientras el monarca clavaba la mirada en ella.
—Fuera —ordenó—. Tengo que hablar con mi futura reina.
Re’em tragó saliva mientras Layla obedecía. ¿Había hecho algo para que Atem se presentara allí a esas horas de la mañana? Imposible, ya que el día anterior no había sucedido nada relevante. El monarca paseaba de un lado a otro bajo la mirada de la princesa. No estaba enfadado sino inquieto. Re’em lo miró con curiosidad. ¿Por qué estaba allí?
—¿Atem? —llamó con suavidad.
El monarca se detuvo y la miró. Siguiendo un impulso Re’em se levantó y dio unos pasos hacia él. La detuvo la mirada de desconfianza de Atem.
—Sea lo que sea lo que te preocupe, estoy aquí —dijo la princesa ofreciendo su mano—. Siempre te apoyaré.
Atem no se movió. Re’em suspiró y se acercó hasta coger su mano. Los hombros de Atem se relajaron como si aquel simple gesto le hubiera quitado un gran peso de encima.
—Sé que está pasando algo que no me quieres contar —continuó la princesa con el mismo tono de voz mientras acariciaba su mano con el pulgar—, pero puedo imaginar de qué se trata.
Atem la escrutó con la mirada.
—¿Puedes?
Re’em asintió.
—Todo comenzó con la visita de Aahotep, ¿verdad? Parece un buen hombre y me alegro de que hayas podido contar con alguien tan leal durante mi ausencia.
—¿Y qué piensas de Nebamun?
Re’em sonrió.
—Sabía que me harías esa pregunta. Nebamun me parece demasiado complaciente. En circunstancias normales no le daría importancia.
Atem alzó una ceja.
—¿Circunstancias normales?
—Cuando no hay ninguna amenaza.
—Siempre hay amenazas. Recuerdo que decías eso cada vez que te pedía que te relajaras —añadió Atem, pensando en voz alta—. ¿Y en las circunstancias actuales?
—Su disposición puede ser agradecimiento por la prosperidad en la que vive, pero también puede que sea para desviar tu atención de otros asuntos. Mi consejo es que seas prudente y mantengas los ojos abiertos.
Atem pareció pensar en lo que había dicho. Re’em aprovechó aquel rato para disfrutar de la suavidad y calidez de su mano. No había dejado de acariciarla mientras hablaban y Atem no había hecho ningún gesto de rechazo. ¿Era una ilusa al alimentar sus esperanzas de recuperar su confianza con esa pequeña señal? Tal vez, pero era lo único que tenía. Además, si ya no existía ninguna posibilidad, ¿por qué Atem seguía pidiendo su consejo?
—Gracias por tu sinceridad —respondió Atem.
Re’em sintió su mano fría y vacía cuando el monarca retiró la suya. Sin embargo, ella se tragó su decepción y mantuvo su rostro neutro.
—Es un honor que hayas acudido a mí, Atem —respondió con sinceridad.
El monarca avanzaba ya hacia la puerta, pero se detuvo a medio camino y se giró.
—He oído que Sitre te va a mostrar la ciudad. Parece que os lleváis muy bien.
—Sí, así es. Ella es una buena mujer.
Atem se quedó unos instantes en silencio. Parecía que quería decir algo más y no se decidía a hablar.
—No te preocupes, Atem. Mi amor por ti es más fuerte que cualquier otra cosa o persona. Si me entero de algo te lo haré saber.
—Bien. Disfruta del paseo.
—Gracias, Atem. Que sea leve tu reunión con Nebamun. Te desearía que disfrutaras, pero sé nunca te han gustado este tipo de cosas.
Atem soltó una pequeña risa. El corazón de Re’em se aceleró.
—Como si pudiera divertirme en una reunión así.
La princesa rio.
—Siempre puedes venir con nosotras —ofreció.
Lo vio en su rostro: un instante de duda antes de negar con la cabeza.
—Sin embargo, hay algo más que quiero pedirte.
—Te daré todo lo que quieras —respondió al instante.
Atem la miró fijamente. Re’em no había tenido intención de decirlo así, pero las palabras habían salido de su corazón sin que pudiera evitarlo… y el monarca se había dado cuenta.
—No le digas a nadie lo que sabes ni lo que puedes hacer con tu heka. Si todo lo demás falla…
—Seré tu último recurso —terminó por él—. Lo sé. Puedes estar tranquilo, nadie sabe de lo que soy capaz de hacer.
—Excelente.
Atem se dio la vuelta para salir.
—Gracias por tu confianza. Significa mucho para mí.
Atem se detuvo con la mano en la puerta.
—No te engañes —respondió sin volverse—. Te confío mi seguridad y la del reino, no mi corazón.
—Pero por algo se empieza —respondió la princesa cuando Atem ya había cerrado la puerta tras él.
Layla volvió a entrar y terminó su tarea.
∞∞∞
—Hut-her-ib es una ciudad llena de historia y cultura.
Re’em apenas la escuchaba. La conversación con Atem daba vueltas por su cabeza sin que pudiera evitarlo. Sin embargo, hizo un esfuerzo por prestar atención a lo que Sitre le estaba contando.
—Nuestro primer destino será el Templo de Hor y Hwt-hor, un lugar muy sagrado para nosotros.
—He oído hablar de él. Estoy deseando verlo.
Re'em y Sitre salieron del palacio, acompañadas por un par de guardias y sirvientes. La princesa agradeció en silencio que Atem conociera su verdadera identidad, ya que eso le había hecho cambiar de idea en lo que a su seguridad se refería, aunque antes la había hecho jurar que no se pondría en peligro de nuevo. Sin embargo, Atem había amenazado execrarla si rompía su palabra. Re’em se estremeció al recordarlo: la mirada rubí que el monarca le había lanzado en aquel momento le decía que cumpliría su amenaza. Re’em sacudió la cabeza e hizo un esfuerzo por apartar el recuerdo de su mente.
En aquel momento ambas caminaban hacia el bullicioso centro de la ciudad. La abundancia se notaba en todas partes. Desde las ropas de los habitantes hasta la variedad de productos que se ofrecían en los diferentes puestos. Re’em miraba todo con interés, sobre todo cuando pasaban junto a una pastelería, donde el aroma del jácharu recién horneado le hacía la boca agua. Sitre sonrió al darse cuenta.
—¿Quieres probarlo? Te aseguro que aquí hacen los mejores de Kemet.
Re’em asintió.
—Me encantaría, gracias.
La princesa dio un mordisco al suyo en cuanto lo tuvo en sus manos y tuvo que darle la razón: era el mejor que había comido nunca. Miró interrogante a Sitre, que se encogió de hombros.
—No me preguntes cuál es el ingrediente secreto porque no lo sé. Los pasteleros solo se lo revelan a aquellos que van a heredar su negocio.
Comieron en silencio mientras continuaban su paseo. Finalmente llegaron ante un edificio rico en colores, con los relieves de Hor y Hwt-hor, y todas las paredes y columnas pintados con escenas mitológicas de ambas deidades.
—Este templo ha sido el corazón espiritual de nuestra ciudad durante siglos —explicó Sitre—. Los sacerdotes realizan aquí rituales diariamente para honrar a Hor y Hwt-hor.
Re'em observó los intrincados relieves que adornan las paredes y sonrió: necesitaría un poco de ayuda si quería recuperar el amor y la confianza de Atem.
Notes:
Esto no tiene mucho que ver con esta historia, pero sí con el idioma egipcio. Si Hor=Horus e ib=corazón, ¿es posible que el nombre del monte Horeb sea una deformación de Horib, que significaría "corazón de Horus"? Llevo ya algunos años pensando en esto y creo que tendría sentido, ya que los hebreos pudieron adoptar el nombre egipcio del monte debido a su larga estancia en el país. ¿Qué piensas? :)
Chapter 44: Buenas intenciones
Chapter Text
—Es realmente impresionante —susurró la princesa mirando el templo—. ¿Podríamos… podríamos entrar un momento?
—Claro, Re’em, pero no tenemos nada para ofrecer a los dioses…
—Ayer mencionaste un jardín. ¿Podría recoger algunas flores para la ofrenda?
Sitre sonrió.
—¡Por supuesto! No serías la primera que lo hace. Ven, el jardín está cerca de aquí.
No mentía. Solo tuvieron que atravesar una calle para llegar. Aquel lugar era enorme. Re’em se quedó sorprendida al ver gran variedad de flores de todos los colores, árboles robustos que daban buena sombra y además reconoció muchas plantas que se utilizaban con fines médicos. El paraíso debía de ser muy parecido a ese jardín.
—¿Plantas medicinales?
—Sí, aquí se abastecen los médicos para preparar sus remedios y los sacerdotes recogen flores para el templo y sus rituales. Adelante, recoge las flores que más te gusten.
Re’em sonrió. Miró durante un instante las diferentes flores y se agachó para hacer su ramo. Las primeras que llamaron su atención fueron varios iris de tono rojizo. Era como mirar los ojos de Atem. También recogió algunos malvaviscos y flores de loto que crecían en un estanque varios pasos más allá. La princesa revisó su ramo y su sonrisa se amplió. Una lástima que tuviera que dejarlo en el altar. Re’em comprobó que nadie la miraba antes de congelar y hacer desaparecer uno de los iris escarlata del ramo.
—Vamos.
Re'em y Sitre caminaron despacio por el templo de Hwt-hor, apreciando la majestuosidad de las columnas y el colorido de los relieves que contaban historias de devoción y amor. La luz del sol iluminaba el patio interior, creando un ambiente sereno y sagrado. Re'em se detuvo frente a un altar adornado con flores frescas y pequeñas ofrendas de comida. Aquel era el lugar perfecto para dirigirse a Hwt-hor. Sitre, notando su intención, le dio un suave apretón en el brazo.
—¿Deseas rezar aquí, princesa? —preguntó la mujer en un tono respetuoso.
—Sí, Sitre. Quisiera pedir la bendición de Hwt-hor —respondió Re'em con una mezcla de esperanza y determinación en su voz.
Sitre asintió y se retiró unos pasos para darle espacio. La princesa se acercó al altar y depositó el ramo con cuidado. Luego inclinó la cabeza y cerró los ojos, concentrándose en sus pensamientos y deseos.
—Oh, gran Hwt-hor, diosa del amor y la alegría, te ofrezco este humilde ramo. Guíame y bendíceme con tu gracia. Ayúdame a recuperar el corazón de Atem y a fortalecer el vínculo que una vez compartimos —susurró con voz apenas audible pero cargada de emoción.
Re'em permaneció en silencio unos momentos más, dejando que sus palabras fluyeran hacia la diosa. La brisa que soplaba a través del templo parecía llevar sus súplicas hasta los oídos divinos de Hwt-hor. Cuando abrió los ojos se sintió un poco más ligera, como si una parte de su carga emocional hubiera sido compartida con la diosa. Sitre volvió a acercarse, sonriéndole con comprensión.
—Que Hwt-hor te escuche y te conceda lo que tu corazón desea —dijo conmovida—. Ahora, deberíamos regresar al palacio. Shuti Atem y Nebamun habrán terminado su reunión.
Re’em asintió.
—Sí, será mejor que volvamos. Gracias por esta maravillosa mañana, Sitre.
Las dos mujeres regresaron a la residencia de Nebamun. Re’em sintió que su esperanza se renovaba después de rezar a la diosa. De repente tenía ganas de volver a ver a Atem. ¿Qué estaba haciendo ahora? ¿Pensaba en ella durante el día? Re’em aceleró el paso.
—¡Espera! No puedo ir tan rápido —se quejó Sitre—. Mis piernas son más cortas.
Re’em suspiró y redujo la velocidad.
—Discúlpame, Sitre. Tengo ganas de llegar.
La otra mujer soltó una suave risa.
—Se nota. Te ha hecho bien rezar. Entre tú y yo —añadió mientras se agarraba al brazo de la princesa, quien se inclinó un poco hacia Sitre para escucharla mejor—, ¿desde cuándo estás tan enamorada de él?
Re’em se irguió.
—¿De dónde sacas esa idea?
—Me he fijado en algunos detalles. Por ejemplo, ayer no dejabas de mirarle durante el banquete. Y te distraías con cualquier cosa que él decía o hacía. Lo amas, ¿verdad?
Re’em suspiró. Negarlo no serviría de nada. Sin embargo, todavía tenía dudas de que él volviera a confiar en ella como antes.
—No importa lo que yo sienta —murmuró pensativa.
—¡Claro que importa! Y te aseguro que tú le importas más de lo que parece. Me di cuenta en seguida de que él estaba pendiente de nuestra conversación. Creo que seréis muy felices juntos, ya lo verás.
Re’em pensó en lo que Sitre le decía mientras llegaban ante el edificio. Una vez dentro Re’em se dirigió a descansar hasta la hora de comer, pero no podía dejar de dar vueltas. ¿Sitre tenía razón o el interés de Atem en su conversación era por lo que habían hablado allí horas antes? No podía saberlo hasta que hablara con él, ¿pero cómo hacerlo?
Re’em estuvo así, sentada en la cama, hasta que escuchó el sonido de unos pasos que conocía muy bien. Abrió la puerta decidida a hablar con él, pero cualquier pensamiento se detuvo cuando se lo encontró en el pasillo mientras Atem se dirigía a su habitación. Parecía preocupado por algo. Atem levantó la mirada y la vio. Sus rubíes hicieron que los pies de Re’em se movieran solos hasta que estuvo ante él. Atem se detuvo.
—¿Ya has descansado? ¿Qué tal el paseo?
Re’em parpadeó al escuchar su voz.
—Bien. Ha sido agradable —logró responder sin apartar la mirada del monarca—. Yo…
La princesa se interrumpió cuando se le ocurrió una idea. Era arriesgado pero tal vez borrara la preocupación del rostro de Atem y sonriera como cuando era príncipe. Podía funcionar.
—¿Qué ibas a decir?
Re’em tragó saliva. ¿Por qué tenía la boca seca? Atem levantó una ceja.
—Tienes algo en el pelo.
Atem la miró. Re’em parpadeó de nuevo, sorprendida por haberlo dicho. Luego respiró y miró a su alrededor para asegurarse de que estaban solos mientras Atem revisaba su pelo con las manos.
—No hay nada.
—Pues sigue ahí.
—¿Dónde?
—Detrás de la oreja.
Atem frunció el ceño.
—¡No tengo nada ahí! —replicó con impaciencia—. ¿Es alguna broma?
Atem estaba más tenso de lo que pensaba. Re’em se encomendó a Hwt-hor y dio un paso hacia él.
—¿Me permites?
Atem la miró y asintió. La princesa acercó la mano despacio hasta que sus dedos acariciaron su pelo y su corazón se aceleró. Añoraba aquella época en la que podía hacerlo cuando quisiera. «Céntrate». Re’em murmuró unas palabras y el iris apareció entre sus dedos tal y como estaba cuando lo recogió. Luego se lo ofreció a Atem. Éste lo miró durante unos instantes, sorprendido.
—¿Cómo…?
—Lo he recogido antes para ti.
Atem se quedó mirando la flor. Una sonrisa estaba empezando a formarse en los labios del monarca. La princesa empezaba a sentirse feliz por su pequeño logro cuando de repente el rostro del monarca se endureció. Atem levantó la mirada; un escalofrío recorrió la espalda de Re’em.
—¿Qué pretendes con esto? ¿Hacerme olvidar todo el dolor y la soledad de los últimos dieciséis años?
—¡No, claro que no! Solo quiero verte sonreír. Antes te gustaba verme hacer magia. Pensé que por un rato podrías olvidar tus preocupaciones y volver a aquellos tiempos felices en los que disfrutabas de mi compañía.
El monarca abrió la boca para responder cuando una voz de mujer rompió el silencio.
—¡Majestad! ¡Alteza! —exclamó Sitre, acercándose con una sonrisa—. Me alegro de encontrarlos juntos. Iba a informarles de que la comida ya está preparada en el jardín —continuó la mujer. Si notaba la pesada atmósfera que había entre ellos, fingía muy bien—. ¡Qué flor más bonita! ¿La has recogido para él? ¡Sois adorables!
La pareja no respondió. Sitre los miró a ambos.
—¡Oh, lo siento! ¿Estoy interrumpiendo algo?
Atem tenía la mirada clavada en Re’em y ella no se atrevía ni a respirar: sus rubíes brillaban de furia.
—No, Sitre, no pasa nada —respondió Atem con una calma que pareció convencer a Sitre pero no engañó a Re’em—. Gracias por el aviso.
Atem dio media vuelta y se marchó. Re’em se quedó mirando la dirección por la que se había marchado. La alegría que había sentido desde que salió del templo se desvaneció. ¿De verdad tenía alguna oportunidad cuando ni siquiera le había hecho olvidar sus preocupaciones? Sitre dijo algo que ella no entendió. Poco después sintió que apretaban su brazo y Re’em volvió en sí. La flor escarlata ya no estaba en su mano.
—Estás pálida, Re’em. ¿Aviso a un médico?
Re’em negó.
—Gracias, pero no es necesario. Un par de horas de descanso y estaré como nueva. Discúlpame ante Nebamun.
Sitre inclinó la cabeza.
—Por supuesto, princesa. Que descanse.
Re’em regresó a su habitación, arrojó el velo a una esquina y se dejó caer en la cama.
Notes:
Creí que nunca lo escribiría. He estado unos días bloqueada y luego ha salido el capítulo entero de un tirón. Espero que te haya gustado :)
Chapter 45: Fiebre
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Por fin había llegado el día. Atem iba a ser su marido y serían felices para siempre. Todo el dolor y el sufrimiento se acabaría. Re’em sonrió bajo el velo mientras esperaba la llegada del monarca. Miró la posición del sol y se removió en su sitio. Tenían que salir ya hacia el templo. Miró a su alrededor. Todos estaban allí, esperando la llegada de Atem. La hora acordada para salir pasó y el monarca no llegaba. Se habría entretenido, en seguida aparecería. Una gata negra se restregó contra su pierna. Un sirviente se llevó a la gata de allí. A Re’em le resultó familiar, aunque no supo por qué.
El sol avanzó. Una hora. Re’em se paseó inquieta. Layla y Yasmin murmuraban explicaciones. Ningún miembro de la Corte sabía dónde estaba Atem.
Otra hora. La angustia consumió a la princesa. ¿Y si le había pasado algo? Miró a Mana, que negó con la cabeza. Seto tampoco parecía saber nada de él. Isis permanecía muy seria. Re’em avanzó hacia ella mientras un mal presentimiento crecía en su pecho. Justo cuando iba a preguntarle si sabía algo, las puertas se abrieron y Atem entró. Toda la preocupación desapareció de su mente al verle sano y salvo. Sonrió y fue a saludarle cuando el monarca la señaló.
—¡¡Arrestadla por espionaje!!
El terror la paralizó mientras los guardias cumplían la orden. Cuatro brazos fuertes la sujetaron mientras Re’em miraba a Atem con incredulidad.
—¿Creías que podías engañarme?
Re’em era incapaz de articular palabra. ¿Por qué Atem hacía esto?
—M-majestad, no sé…
—¡¡Has intentado engañarme!! No sé dónde conseguiste toda esa información sobre mí, pero se acabó. No voy a creer una sola de tus mentiras. Tú. No eres. Él.
Re’em fue incapaz de replicar. Tenía que tratarse de un error.
—¡Llevadla a las mazmorras! Luego la interrogaré.
Por su mente cruzó como un rayo el interrogatorio de Aknadin y el pánico la dominó.
—¡¡No!! ¡¡Atem, soy yo!! ¡¡Créeme!!
Atem agarró con fuerza su mandíbula. Re’em contuvo un jadeo de dolor mientras miraba aquellos ojos que querían quemarla viva.
—Los milagros no existen. Él no va a volver. El amor verdadero no existe. Deja de mentir. Luego ajustaremos cuentas tú y yo.
Neith rio.
—¡Te lo dije! Atem siempre vuelve a mí —se jactó la nubia mientras los guardias se la llevaban―. ¡Tú no eres nadie!
La voz de Neith la sacó de su parálisis.
—¡¡No!! ¡¡Atem, por favor!! ¡¡Escúchame!!
Re’em forcejeó con los guardias que la sujetaban. Empezaba a sudar por el esfuerzo sin conseguir ningún resultado. Tenía tanto calor que le costaba pensar con claridad. Solo una idea permanecía en su mente: hablar con él.
—¡¡Atem!! —gritó con todas sus fuerzas mientras la arrastraban por el pasillo.
—Re’em…
La princesa se agitó de nuevo con fuerza, intentando soltarse. La gata negra estaba sentada al final del pasillo a un estadio de ellos. El felino clavó sus ojos azules en ella y Re’em se sintió desnuda. ¿Sus ojos brillaban de satisfacción?
—Pagarás cara tu insolencia, necio mortal —siseó una voz femenina que nunca había escuchado.
Ante el asombro de Re’em, la gata le enseñó los dientes, sacó las uñas y saltó hacia ella. Mientras la gata estaba en el aire creció hasta tener el tamaño de un león. No. Ahora era una leona sedienta de sangre que no pararía hasta destriparla con sus garras. Gritó de terror.
—¡¡Re’em, despierta!!
Re’em se sentó, jadeando y con el cuerpo temblando de miedo. Sintió peso en un lado y unas manos que conocía muy bien cubrieron las suyas, que todavía temblaban por la pesadilla. Le costaba pensar con claridad.
—Estás en tu habitación, a salvo —tranquilizó Atem.
Escuchar su voz fue como un bálsamo. Re’em cerró los ojos y trató de normalizar su respiración, pero su cuerpo todavía temblaba. Tenía el pelo empapado y pegado a la piel. Atem le retiró unos mechones del rostro.
—Tengo frío —murmuró.
Atem se acercó más y la apretó contra su pecho. Escuchar sus latidos y sentir su respiración fue suficiente para calmar el pánico que se había instalado en ella. Re’em abrazó el torso del monarca y se aferró a él.
—¿Te sientes mejor? —preguntó Atem después de un rato en silencio, mientras acariciaba su espalda.
Re’em suspiró.
—Sí, gracias.
La princesa intentó separarse pero estaba demasiado débil.
—¿Puedo saber de qué iba la pesadilla?
Re’em sintió un nudo en la garganta al recordarlo. Escondió el rostro en él mientras se lo contaba. Atem la escuchó sin dejar de acariciarla.
—Tranquila, estás a salvo. Solo ha sido una pesadilla provocada por la fiebre.
¿Fiebre? ¿Pesadilla? Parecía tan real… Re’em se dio cuenta entonces de que el calor que sentía durante su pesadilla se había convertido en frío por el frescor de la noche. Un momento, ¿ya era de noche?
—¿Qué…? ¿Cuánto tiempo…?
—Solo unas horas —respondió Atem sin soltarla—. Layla vino a buscarte al ver que tardabas demasiado en levantarte y se dio cuenta de que estabas ardiendo. El médico te ha recetado descanso, algunos remedios y beber mucha agua.
Re’em intentó mirarle pero un fuerte dolor de cabeza y cuello, junto con una súbita sensación de náuseas, se lo impidió.
—Ten, bebe un poco.
Atem le ofreció un vaso con agua. Re’em lo aceptó sin separarse del todo de él, aunque sus manos seguían temblando. El monarca la ayudó a sujetar el vaso y beber. Re’em lo miró por el rabillo del ojo. ¿Estaba preocupado por ella?
—Siento lo de antes —susurró Atem—. Cuando Sitre dijo que no te encontrabas bien supe que había sido por mi culpa. Yo… te creo, Re’em. Sé que eres quien dices ser. Por eso reacciono mal cada vez que intentas acercarte.
Re’em escuchó con atención cada palabra. Podía sentir la tensión de su cuerpo y la vacilación en su voz. Atem intentaba acercarse a ella.
—¿No te has preguntado por qué siempre te llamo Re’em? —preguntó—. Porque duele demasiado. Cada rincón del palacio me recuerda a ti. Dejé de mencionar tu nombre porque me dolía escucharlo o decirlo. Re’em significa lo mismo y no duele.
La princesa no supo qué decir. Atem evitaba mirarla pero Re’em podía ver el dolor. Tenía que arreglar eso. Sin embargo, sentía que la cabeza le iba a estallar. ¿Tenía que decirle esto ahora, cuando ella no podía reconfortarle como le gustaría?
—Yo también lo siento, Atem —susurró Re’em mientras apretaba la mano del monarca—. Lamento haber muerto. Lamento el dolor que mi muerte te causó. Lamento haberte dejado solo durante los últimos dieciséis años. Lamento que tengas problemas para confiarme tu corazón de nuevo, pero si me das la oportunidad curaré cada herida. Te compensaré por cada lágrima que has derramado por mi culpa. Mi corazón te pertenece, Atem, y no se trata de una manera de hablar. Tu nombre estaba grabado a fuego en él cuando fue pesado en la balanza.
—¿Cómo puedo saber que dices la verdad? —murmuró mientras la escrutaba con la mirada.
Re’em cerró los ojos, buscando una respuesta.
—No puedo darte pruebas de que estoy siendo sincera —respondió, mirándolo con amor después de unos instantes de silencio—, pero dedicaré cada día de mi vida a compensarte. Ahora que te tengo de nuevo no voy a soltarte.
Re’em entrelazó sus dedos. La calidez de Atem se extendió por su cuerpo, dándole paz. Recordó con una sonrisa que siempre había sido así. El monarca le quitó el vaso y lo dejó en la mesilla.
—Vamos, necesitas descansar.
Re’em dejó que Atem la volviera a tumbar en la cama y la tapara. Solo entonces se dio cuenta de que había otra cama junto a la suya.
—Me quedaré hasta que te recuperes —explicó Atem al ver hacia dónde estaba mirando.
—No tienes que…
—Tú tampoco tenías por qué cuidarme cuando me mordió aquella rata, pero lo hiciste —interrumpió el monarca mientras se acomodaba en su cama—. Déjame hacer lo mismo por ti. Y ahora, a dormir.
Re’em sonrió, o al menos lo intentó, mientras cerraba los ojos y trataba de descansar. Atem estaba allí, cuidándola. Su pesadilla solo era un reflejo de sus temores. Ninguno vio a la gata negra de ojos azules que aprovechaba la oscuridad de la noche para enroscarse en una esquina de la habitación, satisfecha con su trabajo.
Notes:
Estaba enfriado cuando se me ocurrió esto... La inspiración viene cuando menos te lo esperas. :)
Chapter 46: Amenaza en las sombras
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El día siguiente lo pasó entre pesadillas provocadas por la fiebre. En ellas todos sus miedos y temores cobraban vida, impidiéndole descansar: soñó que Atem la repudiaba y la enviaba de regreso; una serpiente se colaba en la habitación y se deslizaba hacia Re’em mostrando sus colmillos, sin que ella pudiera gritar o moverse; vio a Queb y Rashida, que la repudiaban por haber renacido como mujer solo para estar de nuevo con Atem; vio a Neith alejándose en familia con Atem y la hija que tenían en común, dejándola atrás sola y olvidada. Re’em despertaba entre sudores, pero Atem siempre estaba allí para tranquilizarla. Tras la última pesadilla la princesa se negó a dormir de nuevo.
—Deberías intentarlo. Tu cuerpo lo necesita.
—Cada vez que me duermo tengo una pesadilla. Eso no es descansar —respondió con temor—. Atem, no dejes que me duerma de nuevo.
El monarca la observó durante unos instantes. Re’em parpadeó. A pesar de su miedo, su cuerpo reclamaba descanso.
—Entonces te daré algo de comida. Eso te ayudará a mantenerte despierta durante un rato.
Re’em aceptó. Las atenciones de Atem la ayudarían a olvidar el miedo que había sentido. Sin embargo, la princesa tuvo la sensación de que se estaba perdiendo algo. Una sensación que se mantuvo en el fondo de su mente mientras Atem la ayudaba a ponerse cómoda, le cortaba una pera y le ofrecía un trozo. Re’em iba a cogerlo cuando él alejó la fruta de su mano.
—Abre la boca.
Re’em se sonrojó al darse cuenta de que el monarca pretendía alimentarla.
—P-puedo hacerlo yo, no tienes que…
—Abre. La. Boca.
La mirada de Atem y su voz no admitían réplica. Re’em desvió la mirada mientras aceptaba el primer bocado.
—Estás enferma y voy a cuidar de ti, tanto si quieres como si no —ordenó mientras cortaba otro trozo—. Abre.
Esta vez Re’em obedeció sin protestar. Mientras masticaba pudo ver el cansancio y la preocupación que Atem intentaba ocultar. La culpa presionó su garganta, haciéndole más difícil tragar la comida, pero ella se obligó a seguir comiendo. Re’em no quería preocuparlo más ni ser una carga para él. Bastante daño le había causado ya. Desvió la mirada y se encontró con unos ojos azules que observaban todo desde una esquina. La princesa palideció al recordar su primera pesadilla.
—¿Re’em? ¿Qué sucede?
La princesa intentó decirlo, pero no le salió la voz. ¿Cómo era posible que nadie viera a la leona que los acechaba desde la esquina? ¿Y cómo había llegado hasta allí? Re’em levantó un dedo tembloroso y señaló al felino. Atem miró hacia el lugar que señalaba durante unos instantes y después clavó la mirada en ella.
—¿Qué hay ahí?
Re’em miró a Atem, intentando ignorar la presencia del animal que podía saltar sobre ellos y devorarlos en cualquier momento.
—U-una leona —susurró, temiendo que cualquier sonido alterase al animal.
Atem la miró sorprendido.
—¿Dentro de la habitación? —preguntó con incredulidad.
—¿No lo ves? ¡¡Si está allí!! —exclamó mientras el pánico la dominaba. Atem se levantó y se dirigió hacia el invisible felino—. ¡¡No te acerques!!
El monarca se detuvo y la miró, dando la espalda a la leona, que parecía entretenida con lo que estaba viendo. Si quisiera, el felino podría destripar a Atem de un zarpazo. Asustada por la idea, Re’em intentó levantarse pero se mareó y perdió el equilibrio. Atem llegó a tiempo para sujetarla y ayudarla a tumbarse de nuevo en la cama.
—No te levantes hasta que el médico lo permita —regañó Atem—. Estás muy débil.
—¿De verdad que no la ves? —preguntó la princesa mientras vigilaba los movimientos de la leona, que ahora parecía aburrida.
—Tal vez solo sea un espejismo provocado por la fiebre —murmuró el monarca, pensativo—. El médico dijo que podía suceder. Ahí no hay nada, Re’em. Además, ¿cómo iba a llegar una leona hasta aquí sin que nadie lo supiera? Ten, bebe un poco de agua.
Re’em obedeció. Sus manos temblaban mientras su mente funcionaba a toda velocidad. ¿Atem tenía razón? ¿Era solo una alucinación? Miró de reojo y la leona seguía allí, tranquila, como si estuviera en la sabana o el desierto. Los ojos se le empezaron a cerrar y solo entonces se dio cuenta de que Atem le había dado una dosis de amapola disuelta en el agua.
—Tú… —intentó reclamarle mientras las pocas fuerzas que tenía abandonaban su cuerpo.
—Es por tu bien, Re’em. Descansa. Esta vez no tendrás pesadillas.
Su conciencia se apagó mientras rezaba para que Atem tuviera razón. No quería pesadillas, ni gatas, ni serpientes que la atacaran, ni leonas que entraban en su habitación. Solo deseaba dormir y recuperar su salud.
Dormir.
Movimiento a su alrededor.
Una caricia y un beso en la frente.
—En seguida regreso.
Atem… ¿dónde vas?
Más movimiento. Una corriente de aire se filtró en la habitación. Re’em se estremeció. ¿No podría alguien cerrar la maldita puerta?
Susurros. Voces desconocidas. Pasos.
—El rey está distraído con la princesa. Ahora es el momento perfecto para ejecutar nuestro plan.
Re’em, a pesar de su debilidad, aguzó sus oídos. Su corazón comenzó a latir más rápido, no solo por la fiebre, sino por el temor que esas palabras le provocaban. ¿Iban a atacar a Atem?
—Sí, pero debemos ser cuidadosos —respondió otra voz—. Si alguien descubre nuestras intenciones, seremos ejecutados. La lealtad de los guardias no es segura.
Re’em intentó moverse para ver quién estaba hablando, pero su cuerpo no respondía. Solo podía escuchar mientras su mente trabajaba con frenesí para procesar la información.
—No te preocupes, tenemos aliados poderosos —tranquilizó la primera voz—. Actuaremos durante la próxima ceremonia. Todos estarán distraídos y podremos tomar el control.
¿Ceremonia? ¿De qué estaban hablando?
—¿Y qué haremos con la princesa? Si se recupera, podría delatarnos.
Parecían estar más cerca… ¿Habían entrado en la habitación? ¿Los atacaría la leona? Alguien se rio. Un escalofrío recorrió la espalda de la princesa.
—Para cuando ella se recupere será demasiado tarde. Además, es una extranjera. Será suficiente con inculparla para que la ejecuten —respondió la primera voz—. Ahora, vuelve a tus deberes antes de que alguien sospeche.
Re’em sintió que el dueño de la primera voz se alejaba. Sin embargo, no estaba sola. Podía sentir la presencia de la otra persona moviéndose por la habitación como si no pasara nada. Re’em intentó de nuevo abrir los ojos en vano. La amapola que había tomado antes seguía afectando a su cuerpo. Solo su mente estaba despierta, y ni siquiera lograba pensar con claridad. ¿Qué podía hacer? Fuera quien fuera se marcharía pronto y Re’em perdería la oportunidad de encontrar a los conspiradores.
Entonces su mente se iluminó con una idea, pero ¿funcionaría? Se le acababa el tiempo. Re’em utilizó toda su energía en concentrarse. Poco después los pasos se alejaron y el silencio volvió a la habitación. Re’em, exhausta, se dejó llevar mientras su mente ardía por la fiebre y la preocupación. ¿Quiénes eran esas personas? ¿Qué planeaban hacer? Debía advertir a Atem cuando regresara, pero ni siquiera podía abrir los ojos. ¿Cómo iba a aguantar hasta su regreso? Con un último esfuerzo, Re’em susurró el nombre de su amado antes de caer de nuevo en un sueño febril.
Notes:
Me estoy dando cuenta de que mis historias tienen cada vez más capítulos. Esto me plantea una duda: ¿debería escribir capítulos más largos o están bien como los estoy haciendo ahora? También hay que tener en cuenta que si intento hacerlos más largos, tardaré más tiempo en actualizar. ¿Qué piensas? ¿Están bien como están o intento alargarlos? Espero que te haya gustado :)
Chapter 47: ¿Petición aceptada?
Notes:
He pasado las últimas horas con la duda de subir o no el capítulo, y al final no me he podido resistir. Me he puesto a escribir y a lo que me he dado cuenta, ¡tenía casi 3000 palabras escritas! Así que he dejado una parte para el siguiente capítulo. Que disfrutes tanto leyendo como yo escribiendo :)
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La siguiente vez que Re’em abrió los ojos era de noche. Atem dormía profundamente en su cama. La sábana dejaba al descubierto su torso, donde vio con claridad algunas cicatrices cuyo origen desconocía. ¿En cuántas batallas le habían herido sin que ella lo supiera? Sus ojos se detuvieron en la que ella conocía. Se estremeció al recordar el día que casi lo encontró muerto en aquella cueva y desvió la mirada. Entonces dos destellos captaron su atención: la luz de la luna que entraba por la ventana se reflejaba en un par de colgantes que Atem llevaba puestos. ¿Podrían ser…? Re’em se incorporó despacio y se sentó en el borde de la cama. No había duda: el reflejo provenía de un colgante con la forma de un escorpión y otro con la forma de un ankh dorado. ¿Después de todos esos años Atem aún los llevaba?
Re’em acercó una mano a los colgantes, incrédula ante lo que veía, cuando una mano le sujetó la muñeca. El agarre era firme pero suave.
—¿No deberías estar durmiendo?
La princesa le miró: sus rubíes brillaban en medio de la penumbra.
—Acabo de despertarme y he visto los colgantes —explicó—. No puedo creer que aún los lleves.
—¿Por qué no?
Re’em desvió la mirada.
—Pensé que después de lo sucedido ya no querrías llevarlos.
«Sobre todo con la nueva familia que has creado», pensó con amargura. Atem la observó durante unos instantes. Luego se sentó y colocó la mano en su frente.
—Parece que la fiebre ha bajado, pero aún estás caliente —murmuró—. ¿Cómo te encuentras?
A Re’em no se le pasó por alto el cambio de tema.
—Todavía me duele la cabeza y el cuello, y al moverme he sentido náuseas. Sin embargo, me siento más fuerte.
—Aun así, deberías seguir descansando. Permaneceremos aquí dos días más. El médico ha dicho que todavía estás débil para continuar con el viaje.
—Lo había olvidado por completo… ¿La boda será el mismo día?
Atem asintió.
—Tendremos que acortar nuestra estancia en algunos lugares, pero llegaremos a tiempo.
Re’em asintió.
—Llevas muchas horas durmiendo —continuó el monarca—. ¿Quieres comer algo?
Solo entonces la princesa fue consciente del hambre que tenía. Atem ordenó que le trajeran algo de comida y regresó a su cama, sentándose en frente de Re’em y de espaldas a la ventana. No podía ver bien sus ojos, pero sentía su mirada. Tal vez podría aprovechar para hablarle de lo que había escuchado. Sin embargo, ¿el monarca la creería o pensaría que se trataba de un sueño?
—Atem…
—¿Sí?
—¿Se va a celebrar alguna ceremonia?
Durante unos instantes Atem no respondió. Re’em desvió la mirada y jugó con la tela de su sábana.
—Sí, hoy se celebrará una en honor a Hwt-hor —respondió—. Nebamun me ha hablado antes sobre ella. Habrá un desfile por las calles y quiere que yo sea su invitado de honor. No estaba previsto porque hoy deberíamos estar en otra ciudad, pero ya que estamos aquí habría sido extraño que Nebamun no me invitara.
Re’em asintió, pensativa.
—¿Quién te lo ha mencionado?
—No lo sé. Dos personas hablaron sobre una ceremonia justo después de que te marcharas —explicó—. Ellos… dijeron más cosas.
Atem se inclinó hacia ella. Su aroma llenó sus pulmones y disipó parte del temor que sentía.
—Re’em, ¿qué te preocupa?
La princesa tragó saliva y miró a Atem. Sus rubíes la hechizaron en el acto. Lo que unos instantes antes parecía difícil de contar, ahora parecía lo más sencillo.
—Dijeron que era el momento ahora que estabas distraído por mi enfermedad —explicó sin dejar de mirarle—. Que era el momento de ejecutar su plan.
—¿Qué plan?
—No lo sé. Uno de ellos dijo que tenían aliados poderosos y que actuarían durante la próxima ceremonia.
—¿Dieron algún dato más?
Re’em lo pensó durante unos instantes. El dolor de cabeza que todavía tenía le hacía difícil recordar todo.
—Dijeron que no podían confiar en la lealtad de los guardias. También dijeron que para cuando yo me recuperara sería demasiado tarde, y que podrían acusarme de estar detrás de todo.
—¿Viste quiénes eran?
—Lo intenté, pero no podía abrir los ojos. Uno de ellos estuvo haciendo cosas en la habitación y lo marqué con mi heka para identificarlo después. Creo que era un sirviente. Atem, tengo miedo de que te maten.
—No me pasará nada. Bakura es leal. Él se encargará de mi protección durante la ceremonia.
Re’em negó.
—Él no sabe hacer magia —recordó con un nudo en la garganta—. ¿Y si te lanzan un hechizo? Debería ir contigo.
Atem negó.
—Tú te quedarás aquí, descansando.
—Pero, Atem…
El monarca puso un dedo en los labios de Re’em.
—No es negociable. Tú te quedas. Yo iré y estaré alerta. Tendré cuidado. Te lo prometo.
El pulgar que antes estaba sobre sus labios acariciaba ahora su mejilla. Su calidez la invitó a inclinar la cabeza. En lugar de ello, Re’em murmuró una palabra y el pequeño saco apareció en su regazo. Atem apartó la mano y miró con curiosidad mientras la princesa extrañaba el contacto del monarca.
—¿Qué guardas ahí?
Re’em sacó el colgante con el ojo de Hor, murmuró unas palabras y luego se lo ofreció a Atem.
—Este colgante te protegerá de cualquier ataque. Llévalo bajo la ropa. Solo entonces podré descansar tranquila.
El monarca lo cogió y asintió con seriedad. Acto seguido se lo colocó. El colgante quedaba a la altura de su pecho. Re’em sonrió, satisfecha.
—No confías en Bakura, ¿verdad?
—No confío tu seguridad a nadie que no sea yo —confesó desviando la mirada—. Por eso siempre fui tan exigente con mi entrenamiento. Ahora tengo que dejar que otras personas te protejan, y no me gusta. No estoy tranquila sabiendo que no estaré cerca para ayudarte, pero el colgante debería ser suficiente en el caso de que seas atacado.
«Siempre que el hechizo esté bien hecho». Aquel pensamiento la inquietó. Atem cogió sus manos y les dio un apretón tranquilizador.
—Mañana a estas horas estaré aquí, sano y salvo. Te lo prometo.
∞∞∞
Re’em apenas sintió el beso que Atem le dio en la frente antes de marcharse. Layla estaba allí, a unos pasos de distancia mientras el monarca se despedía de ella. Le tranquilizaba saber que llevaba su colgante, pero todavía tenía miedo de que algo saliera mal. Re’em no descansaría hasta ver regresar a Atem, sano y salvo. La leona seguía echada en la esquina de la habitación. Su presencia allí debía de obedecer a un propósito, pero ¿cuál era? La observó mientras Layla la distraía con cualquier tema de conversación. La leona se portaba bien: la mayor parte del tiempo observaba lo que sucedía en la habitación, pero también dormitaba o se aseaba a lametazos. Sin embargo, lo que más llamaba su atención era el color de sus ojos: un azul intenso que era difícil de olvidar. Re’em estaba casi segura de haberlos visto antes. Tal vez esa era la clave.
—¿Y si la culpa es de ese colgante? —preguntó Layla.
Re’em miró lo que su asistente señalaba: el colgante con forma de gato que Neith le había regalado. Los rubíes que hacían de ojos parecían cobrar vida bajo los rayos del sol que iluminaban la habitación. Re’em lo había aceptado porque le recordaban los ojos de Atem, pero ahora sentía que el color de ojos estaba mal. Un par de zafiros encajarían mejor en aquella figura que representaba a Bastet. Entonces lo recordó: la gata negra de ojos azules que se había enfadado cuando se negó a seguirla y abandonar a Atem.
De pronto la boca se le secó. Ya sabía por qué estaba allí aquella leona. Tal vez… ¿Tal vez podría pedirle ayuda? Miró un instante a la «pacífica» leona: la traspasaba con la mirada como si supiera lo que estaba pensando. Re’em desvió la mirada de inmediato, aterrada. Solo había una solución.
—Layla, creo que has dado con la clave para arreglar esto. Ayúdame a levantarme. ¡Rápido!
—Princesa, le di mi palabra…
—¡No me voy de paseo! Solo quiero rezar un poco. También necesito que prepares la alfombra y el incienso.
Layla extendió una pequeña alfombra en el lugar que la princesa le indicó, a dos pasos de la leona invisible. También colocó el incienso encendido entre la alfombra y el felino. Re’em se quedó sentada en el borde de la cama, negándose a levantar los ojos del suelo a pesar de la penetrante mirada que el felino clavaba en ella. Se concentró en su respiración e intentó relajarse mientras buscaba las palabras adecuadas. Aun así, el rato que pasó hasta que Layla lo tuvo todo preparado como ella quería se le hizo eterno.
—Ya está todo listo, princesa.
—Ayúdame a llegar hasta allí.
Layla, que no salía de su asombro, obedeció. Re’em pudo ver en su mirada que atribuía su petición a su enfermedad. Layla la ayudó a arrodillarse y se alejó unos pasos. Ahora estaba sola ante la leona, que seguía observando cada movimiento que hacía. Re’em se inclinó hacia delante. Las náuseas regresaron mientras apoyaba la frente en el suelo, pero se obligó a contenerlas.
—Gran Bastet, feroz Sejmet, diosas del amor y la guerra, del hogar y la destrucción —recitó con voz clara—. Yo, Re’em, me inclino ante tu presencia. En mi ceguera y orgullo, rechacé tu protección en mi vida pasada, buscando permanecer junto a Shuti Atem sin tu amparo. Por ello, hoy estoy abatida y enferma bajo tu ira justa. Os suplico, ¡oh, poderosas!, que perdonéis mi arrogancia y falta de fe. Reconozco mi error y me arrepiento profundamente. Vosotras, que tenéis el poder de otorgar la vida y quitarla, escuchad mi súplica. No pido clemencia para mí, pues reconozco que merezco vuestra ira. Pero suplico por la vida de Atem, Señor de las Dos Tierras y protector de nuestro pueblo. Su corazón es puro y su misión noble. Protegedle de aquellos que buscan su destrucción. Que vuestro manto de protección lo envuelva y vuestro ojo vigilante lo alerte del peligro. Si es necesario, tomad lo que queda de mi vida como ofrenda. Aceptad mi sacrificio a cambio de su seguridad. Dejad que mi sufrimiento alivie vuestra cólera y que mi devoción os sea grata. Que mi vida pasada y presente se consuman en la llama de vuestra misericordia. ¡Oh, Bastet! ¡Oh, Sejmet! Diosas de múltiples formas y poderes infinitos, escuchad mi ruego desesperado. Dejo mi destino en vuestras manos, con la esperanza de que, por vuestra gracia, Atem viva y reine en justicia y paz. En nombre del amor, la devoción y el arrepentimiento, ruego vuestra bendición.
La garganta se le cerró y las lágrimas escaparon de sus ojos sin que pudiera evitarlo. Re’em no dejó de suplicar por Atem con todo su corazón. Notó que la leona se movía, pero la princesa no se atrevió a levantar siquiera la cabeza. Las lágrimas habían empapado la alfombra sobre la que estaba cuando sintió una presión en su cabeza. Las náuseas desaparecieron y su mente se despejó por completo. Podía mover el cuello con normalidad. Estaba curada. El agradecimiento la llenó por completo, pero se convirtió en terror al recordar la oferta que había realizado durante su oración. ¿Es que Atem iba a morir?
Sus peores pensamientos fueron interrumpidos por un suave maullido y Re’em se incorporó. Ahora solo quedaba la gata negra que la miraba con amabilidad, o eso creyó interpretar la princesa. Re’em inclinó la cabeza en reconocimiento y mantuvo la mirada en el suelo.
—Jamás olvidaré lo que está haciendo por nosotros. Le doy mi palabra.
La gata maulló y se marchó por la ventana. Re’em no estaba segura de la respuesta que había recibido, pero necesitaba pensar que todo saldría bien. Layla, en cambio, estaba pálida.
—¿Te encuentras bien? —preguntó, preocupada de que la diosa solo hubiera traspasado la enfermedad a su asistente.
—S-sí, princesa. Estoy bien. Debería regresar a la cama y descansar.
Re’em sonrió.
—No será necesario. Como puedes ver, estoy curada. Prepárame un vestido. Le daré una sorpresa a Atem.
Layla la miró con cautela.
—Sería prudente avisar al médico antes de ir, princesa. Podría ser una falsa recuperación. Además, él se enfadará conmigo si le permito salir sin autorización del médico.
Re’em suspiró.
—Está bien, ve a buscarle.
Layla se detuvo ante la puerta y se dio la vuelta.
—Princesa, ¿cree que va a concederle su petición?
—Pronto lo sabremos, Layla —respondió Re’em sin saber qué pensar sobre lo sucedido—. Pronto lo sabremos.
Notes:
¿Qué piensas? ¿Qué crees que va a hacer Bastet/Sejmet? Espero que te haya gustado :)
Chapter 48: ¿Desinterés o egoísmo?
Notes:
No esperaba subirlo hoy, pero lo terminé antes de tiempo. Que disfrutes :)
(See the end of the chapter for more notes.)
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Re’em suspiró. El médico había revisado dos veces su estado porque no se creía su repentina recuperación. Al final había admitido su curación, pero aun así recomendó a la princesa que permaneciera un día más en la cama. Re’em no dijo nada mientras rezaba en silencio para que se marchara de una vez. Era más rápido hacerle creer que iba a seguir su consejo y salir en busca de Atem, que perder el valioso tiempo que no tenía discutiendo con él. Layla, que la conocía mejor, no se dejó engañar por su actitud sumisa y se quedó en la habitación. Así fue como Re’em perdió más tiempo discutiendo con ella.
—¡Si no salgo ahora, Atem podría morir!
—Y si sale y él se entera, yo seré la que muera.
—Layla, te lo he dicho muchas veces. Atem no te castigará. Yo me aseguro de eso.
La asistente negó.
—Lo siento, princesa, pero no puedo.
Re’em apretó la mandíbula. Le lanzaría un hechizo para dormir si no le hubiera prometido a Atem que nadie más tendría conocimiento de sus habilidades mágicas. ¿Cómo iba a salir de allí? Además, la algarabía que antes llegaba de la calle ya no se escuchaba. ¿Algún suceso había detenido la ceremonia o aquel silencio solo se debía a que el desfile se había alejado lo suficiente para que no quedara nadie por la zona?
—Por favor, princesa. Cuando Atem regrese podrá salir si lo desea.
—¿Y si no regresa? —preguntó Re’em preocupada—. Si Atem muere porque no me has dejado salir de aquí...
Un gañido y un aleteo que provenían de la ventana atrajo la atención de ambas mujeres: Ankhara estaba allí, posada en el alféizar, mirando con curiosidad. Con todo lo que había sucedido, Re’em había olvidado que esperaba una respuesta de Mana. Se acercó a Ankhara para recoger el mensaje.
—¡Tenga cuidado! Esas aves pueden ser peligrosas.
—No te preocupes, es el halcón de Mana. Trae un mensaje para mí.
Re’em acarició el ave como hacía siempre y desató el trozo de papiro: «Pronto será el día 8. Mi consejo es que estés a su lado. Demuéstrale que siempre podrá confiar en ti. Será difícil, pero si eres la persona que creo que eres, lo conseguirás». La princesa miró perpleja la respuesta de Mana. La mayor parte del mensaje no le decía nada que no sospechara ya, pero ¿por qué hablaba Mana del día 8?
—¿Qué haces levantada?
Re’em se irguió como si hubiera sido sorprendida en un delito y vio a Atem en la puerta escrutándola con la mirada. Layla había desaparecido. Re’em lo miró de arriba abajo: no había señal de que hubiera sido herido. Re’em pudo respirar tranquila de nuevo.
—¿No deberías estar descansando? —preguntó Atem mientras se adentraba en la habitación—. ¿Y qué es esa tontería que he escuchado sobre una curación milagrosa?
Re’em abrió los brazos y sonrió.
—No es ninguna tontería. Es verdad, Atem. Estoy curada. El médico lo ha comprobado.
Atem clavó la mirada en ella.
—Siéntate —ordenó, señalando la cama.
Re’em lo miró con curiosidad pero obedeció. Atem puso una mano en su frente y frunció el ceño.
—Parece que ya no hay fiebre… ¿Cómo te sientes?
Re’em sonrió.
—Estoy como nueva. Ya no tengo dolores ni cansancio ni náuseas. ¿Y tú? ¿Qué tal el desfile?
Atem la miró con cautela.
—Tenías razón, intentaron matarme. El colgante me salvó. Ese canalla se había disfrazado de sacerdote para acercarse a mí sin ser notado. Cuando esquivé su ataque y lo desarmé, intentó huir, pero un gato apareció de repente y se puso en su camino. Fue fácil arrestarlo.
—¿Era una gata negra con ojos azules? —preguntó Re’em.
Atem asintió.
—¿Cómo lo sabes? ¿Estabas allí? —añadió, entrecerrando los ojos.
Re’em le contó sobre su oración y cómo la leona la había curado de su enfermedad. Cuando terminó su explicación y miró a Atem, supo que había metido la pata. Se mantenía inexpresivo, pero sus ojos brillaban de furia.
—¿Atem? —preguntó tras unos instantes de silencio en los que el monarca se había dedicado a pasear por la habitación como un león enjaulado—. ¿Todo bien?
—¿Bien? —repitió el monarca despacio, deteniéndose.
Re’em sintió un escalofrío.
—No sé… —continuó Atem—. Dímelo tú… ¿Me estás diciendo que has ofrecido tu vida a cambio de la mía o he escuchado mal? —siseó.
Re’em se tensó. Durante su oración había olvidado por completo el trato que había hecho con Atem. Tragó saliva para deshacer el nudo de su garganta.
—Puedo explicarlo…
—¿De verdad? Adelante, explícame cómo pudiste ofrecer tu vida por la mía después de haberme prometido que no volverías a morir por mí. ¡Y ante la Señora de la Vida, ni más ni menos…!
Atem la miró, esperando una respuesta. Re’em se removió bajo su amenazante mirada.
—En aquel momento solo pensaba en salvar tu vida. Tenía que ofrecer algo a cambio para asegurarme de que accedía a protegerte. Además, esto no es lo mismo que la otra vez…
—¿De verdad? ¿Y qué pasará si viene a cobrar su deuda? ¡¡Tú morirás y yo volveré estar solo!! ¡Creía que habías aprendido algo después de lo que pasó, pero ya veo que no! ¡¡Sigues siendo una egoísta!!
Re’em negó, horrorizada por lo que Atem decía.
—¡¡No!! Atem, eso no es cierto —respondió, poniéndose en pie—. ¡¡Claro que he aprendido!! ¡¡No volveré a morir así!!
—¡¡¿Lo dices en serio?!! —gritó, furioso—. Me llevé tu colgante, Re’em. ¡Estaba protegido por tu hechizo y aun así, acabas de poner tu vida en manos de una deidad que puede matarte en cualquier momento! Lo tuyo es egoísmo. ¡¡No has aprendido nada!! Yo, en cambio, sí he aprendido una gran lección: no puedo confiar en ti.
—Atem...
—No, Re’em —interrumpió levantando una mano—. ¿Quieres dar tu vida otra vez? Adelante, pero conmigo no cuentes. Ya he tenido suficiente. Nunca volveré a cometer ese error.
Aquello fue como una bofetada. Re’em no pudo impedir que Atem saliera de allí hecho una furia mientras las lágrimas escocían en sus ojos.
—Nesui, lo siento…
Notes:
¿Qué opinas? ¿Crees que Mahado/Re'em es egoísta por proteger a Atem con su vida?
Chapter 49: Salvado
Notes:
Que disfrutes tanto leyendo como yo escribiendo :)
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Chapter Text
Re’em no había tenido tiempo para procesar la discusión que acababa de tener cuando Layla entró y le comunicó que Atem la esperaba en el despacho de Nebamun en una hora. Saber eso añadió un nudo en su estómago. ¿Por qué no se lo había dicho antes de marcharse así? Re’em se obligó a no pensar en ello mientras se arreglaba y se dirigía al despacho con puntualidad. Sin embargo, cuando llegó no había nadie. ¿Dónde se había metido Atem? Un sirviente llegó poco después con una jarra de agua y algo de fruta. Al verla dentro inclinó la cabeza.
—Shuti Atem me envía para decirle que le espere aquí. Le traigo algo de comida —explicó mientras dejaba la bandeja en la mesa.
—¿Dónde está ahora mi prometido?
—Interrogando al prisionero, princesa. Con su permiso.
Re’em se dejó caer sobre el asiento, desanimada. Un interrogatorio podía durar todo el día. ¿Por qué la había convocado tan pronto? A menos que… No, no podía ser. Atem no volvería a hacerlo, ¿verdad? No, no sería capaz. «Han pasado dieciséis años», replicó su mente. «Ya lo hizo una vez. ¿Por qué no lo iba a repetir?». Re’em movió la cabeza. Esta vez no ha muerto nadie. No tiene sentido. «Estaba furioso cuando se marchó. ¿Y si se desahoga con él?». La princesa sintió que le faltaba el aire. Tenía que ir con él cuanto antes. Aquello no podía suceder de nuevo. ¿Pero dónde lo estaría interrogando? De repente lo recordó: ¡¡Había mazmorras!! Sitre se lo había mencionado en algún momento. Atem tenía que estar allí. Re’em se levantó y salió del despacho. Una vez en el pasillo se detuvo y miró a su alrededor. ¿Cuál era el camino?
—¡¡Princesa Re’em!! ¿Qué haces aquí sola? ¿No deberías estar descansando?
Sitre se acercaba a paso rápido, sorprendida de verla allí. Re’em avanzó hacia ella.
—Estoy recuperada, como puedes ver. ¿Por dónde se accede a las mazmorras?
La esposa de Nebamun frunció el ceño.
—Disculpe mi indiscreción, princesa, ¿por qué quiere bajar ahí? No es un sitio adecuado para usted.
—Necesito hablar con mi prometido y sé que está allí. ¿Cuál es el camino?
—Seguro que todo está bien, princesa. Mejor vayamos a un lugar más agradable. ¿Has visto mi jardín? ―preguntó Sitre mientras la cogía del brazo―. Es precioso, te va a encantar. Además he conseguido unas semillas de…
—¡No! ―respondió Re’em liberándose del agarre de la mujer―. Necesito ver a Atem ya. Es urgente, Sitre. Si no me lo quieres decir, no importa. Encontraré el camino.
Sitre suspiró.
—Está bien, te acompañaré. Es por aquí.
La llevó por algunos pasillos pero Re’em apenas se fijó por dónde iban. Solo quería salvar a Atem. Bajaron las escaleras hasta el último piso, donde un par de guardias les cortaron el paso.
―Señoras, esto es una zona restringida. Será mejor que regresen.
Sitre se indignó.
―¡¡Soy la esposa de Nebamun, la dueña de esta casa!! ¡No tienes derecho a prohibirme la entrada!
―Son órdenes de Su Majestad, señora ―respondió el guardia inclinando la cabeza―. Nadie puede pasar sin su permiso expreso.
Re’em avanzó un paso.
―Entonces yo sí puedo. Shuti Atem ha reclamado mi presencia.
―Alteza, no hemos recibido aviso sobre su visita. No podemos dejarla pasar.
Re’em avanzó otro paso.
―Entiendo sus órdenes, pero como su prometida y vuestra futura reina tengo el derecho de estar a su lado en momentos críticos como éste. Además, si algo le pasa al prisionero y Atem lo lamenta, será vuestra responsabilidad por no dejarme llegar hasta él. ¿Estáis dispuestos a asumir ese riesgo?
Los guardias se miraron, inseguros.
—Déjenla pasar —apoyó Sitre—. Él no se enfadará si sabe que su prometida está aquí para ayudarlo.
—Está bien, alteza, usted puede pasar.
Re’em lanzó una mirada de agradecimiento a Sitre mientras los guardias se hacían a un lado. Una vez dentro se movió con rapidez. Nunca le habían gustado aquellos lugares, ni siquiera cuando tenía que entrar en las mazmorras debido a las obligaciones que tenía en su vida anterior. «Tal vez por eso Atem lo interrogaba allí, a pesar de las ratas. Para evitar que ella lo presenciara todo». Re’em apartó la idea de su mente y se concentró en encontrarlos cuanto antes. No fue difícil. La princesa solo escuchaba pequeñas patas recorriendo el lugar a su antojo y un sonido lejano, amortiguado por las paredes. De vez en cuando escuchaba alguna súplica o petición a su paso, pero las ignoró todas. Ella solo estaba allí por Atem. Dobló la esquina y unos pasos más allá encontró una puerta cerrada desde la que podía escuchar la voz de Atem mezclada con otros sonidos. Re’em utilizó su heka para abrirla y lo que vio la dejó paralizada: el prisionero estaba a los pies de Atem, malherido y hecho un ovillo, mientras el monarca levantaba un látigo. Había restos de sangre por todas partes.
―¡¡Responde o será peor!! ―amenazó, jadeando―. ¡¡¿Quién está detrás de todo?!!
Re’em miró al prisionero, que no se movió. Atem comenzó a mover la mano para descargar otro latigazo.
―¡¡Detente!!
El grito sorprendió al monarca, que detuvo el movimiento. Sus furiosos rubíes se clavaron ella, como si quisiera castigar al culpable de aquella interrupción.
―Re’em, ¿qué estás haciendo aquí? ―siseó―. ¿Quién te ha dejado pasar?
La princesa avanzó despacio. Atem todavía tenía el látigo en la mano y miraba cada movimiento que ella hacía.
―Atem, yo...
―¿Has venido para salvarlo? ―preguntó Atem―. No te creía tan altruista. ¿O es que estás con ellos? ¿También tengo que castigarte a ti?
Re’em negó.
―No quiero salvarle a él sino a ti. Atem, no es necesario que hagas esto. Hay personas que se dedican a esto. No tienes que mancharte las manos con su sangre.
―¿Salvarme? ―repitió levantando una ceja―. Hace años que tengo las manos manchadas de sangre. Uno más no importa.
Atem levantó el látigo, dispuesto a golpear de nuevo al prisionero. Re’em se adelantó y lo desarmó utilizando su heka.
―¡¡No te metas en esto!! ―bramó Atem―. ¡¡No tientes tu suerte, Re’em!! ¡¡Todavía estoy furioso contigo!!
―Lo sé, y por eso tengo que intervenir. No quiero que hagas nada de lo que te puedas arrepentir en el futuro. Atem, míralo. Está inconsciente. No puede responder a tus preguntas. No descargues tu furia con él o lo matarás antes de que hayamos llegado hasta el fondo de esto. Atem, estoy a tu lado. Lo resolveremos juntos, como siempre hemos hecho, pero deja esto por ahora y ven conmigo.
La princesa extendió la mano. Atem la miró con desconfianza mientras un aura de furia lo rodeaba. Re’em tragó saliva y mantuvo el contacto visual sin moverse. El monarca pasó a su lado y salió sin decir una palabra. La princesa soltó el aire que había retenido y le siguió.
Notes:
Creía que no lo iba a terminar, pero aquí está. Me ha costado un poco decidir qué hacer con este preso y su cómplice, que todavía sigue libre... Pero todo eso ya está arreglado y la historia avanza. Espero que te haya gustado :)
Chapter 50: Silencio
Notes:
Vaya, no me puedo creer que lleve cincuenta capítulos publicados porque todavía no sé los que quedan. Espero que disfrutes de la lectura :)
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Chapter Text
El carruaje dorado avanzaba por los caminos del Delta, escoltado por soldados, rodeado de la vegetación exuberante y los sonidos lejanos del agua. En su interior, el silencio era más opresivo que el calor. Solo hacía un par de horas que habían salido de Hut-her-ib, dejando al conspirador en las mazmorras y sus cómplices sin identificar. Re’em no había encontrado a la persona que había marcado con su heka. Tampoco sabían quién estaba detrás de todo. No habían descubierto nada, pero Re’em no podía pensar en eso. Su mente volvía siempre a cómo arreglar las cosas con Atem, y no tenía ni idea de por dónde empezar. El silencio al que su prometido la estaba sometiendo era una tortura. Re’em le miró, buscando alguna pista que le acercara a él.
—Atem, ¿podemos hablar sobre lo que ocurrió? No podemos seguir así.
El monarca no respondió. Ni siquiera apartó los ojos del paisaje. Re'em suspiró, intentando contener su frustración. Miró las manos de Atem, descansando sobre sus rodillas, pero sin moverse ni una pizca hacia ella. ¿La rechazaría si le cogía la mano?
—Sé que estás enfadado, pero ofrecí mi vida por tu protección porque te amo —explicó con suavidad—. No puedo soportar la idea de vivir sin ti.
Atem se giró para mirarla y Re’em deseó que no lo hubiera hecho: sus rubíes estaban llenos de una mezcla de dolor y rabia que la dejaron sin palabras. Sin embargo, el monarca no dijo nada. Solo la miró un momento antes de volver a girar la cabeza hacia la ventana. Re’em tragó saliva. Cada instante de silencio era una tortura. ¿Tenía alguna una oportunidad de acercarse a él? Lo intentó de nuevo, esta vez tocando su brazo. Atem se apartó un poco del toque de Re'em, con la mandíbula apretada.
—Por favor, Atem, dime qué puedo hacer para que esto mejore.
Atem levantó la mano para indicar que se callara.
—No quiero hablar de esto ahora, Re'em —respondió con rabia contenida.
La princesa no insistió. Dedicó el resto del trayecto a mirar el paisaje, intentando distraer su mente del hecho de que la persona que amaba la mantenía lejos de él. Apoyó la cabeza en la madera del carruaje y cerró los ojos. Tal vez dormir un poco la ayudaría a soportar el castigo.
El traqueteo se detuvo y Re’em abrió los ojos. El sol estaba en todo lo alto. ¿Se había dormido? Atem bajó del carruaje sin mirarla siquiera. Re’em suspiró y le siguió. El paisaje era hermoso. Mirara donde mirara rebosaba vida. En otras circunstancias lo habría disfrutado. Un sonido atrajo su atención hacia el segundo carruaje, donde viaja Emir. Al verla la saludó. Re’em se acercó. Tal vez la ayudara hablar con él. Al menos se distraería mientras descansaban.
―¿Qué tal el viaje, Emir? ¿Todo bien?
―Sí, princesa. Gracias por su interés. Sin embargo, veo que no puedo decir lo mismo de ustedes.
Re’em miró un instante a Atem, que se mantenía lejos pero les observaba. Al cruzarse sus miradas, los rubíes volvieron a brillar de furia durante un instante, logrando que Re’em desviara la mirada. ¿Qué podía hacer para que Atem la perdonara?
―Princesa ―llamó Emir, atrayendo de nuevo su atención―, ¿qué ha pasado ahora? Pensé que estabais mejor. ¿No ha cuidado de usted mientras estaba enferma? ¿Por qué está tan distante?
―Se ha enfadado conmigo por ofrecer mi vida a Sejmet a cambio de la suya.
Re’em volvió a mirar a Atem, que ahora estaba hablando con Bakura. Éste había dejado hombres de confianza en Hut-her-ib para reforzar la seguridad de las mazmorras y vigilar al prisionero. A Re’em seguía sin caerle bien, pero estaba de acuerdo con las medidas de seguridad que había tomado. Bakura sabía lo que hacía, pero no le daría la satisfacción de admitirlo en voz alta. El brillo del oro que Atem llevaba volvió a atraer su atención hacia él. Re’em se tomó su tiempo para mirarlo y suspiró. Emir rio, interrumpiendo sus pensamientos.
―Vaya par de tontos ―murmuró.
Re’em le miró sin comprender. Emir sonrió.
—Princesa, ha vuelto a cometer el mismo error. Él no necesita que dé su vida por protegerle.
—Lo sé, pero no puedo evitarlo. No sé cómo arreglar esto.
—Encontrará la manera, estoy seguro.
Re’em volvió a mirar a Atem, que seguía hablando con Bakura. Ojalá tuviera la misma fe que tenía Emir.
∞∞∞
Atem no la cogió de la mano mientras se dirigían al templo. Aquella vez iban a realizar la primera ofrenda dirigida a dos dioses a la vez, Hapy y Sobek, y ellos estaban más distanciados que nunca. Miró de reojo la mano de Atem. ¿Y si ella se la cogía? ¿La rechazaría delante de tanta gente? Flexionó los dedos, indecisa, mientras echaba de menos la calidez que sentía cuando se cogían de la mano. No, no iba a poner a Atem en un aprieto para que cediera. Aguantaría el castigo y buscaría su perdón.
Durante las últimas veinticuatro horas Re’em había tenido que fingir que no le afectaba que Atem caminara un paso más lejos de lo normal, o que no le dirigiera más palabras que las necesarias durante sus encuentros con los dos ady-mer de aquellas zonas, o que se adelantara sin preocuparse por dejarla atrás. Ni siquiera se esforzaba por disimular ante Emir. La princesa trató de seguir las palabras y cánticos de los sacerdotes, y puso todo su esfuerzo en formular una oración coherente. Pero una pregunta persistía en su mente: ¿acabaría ese silencio alguna vez? Ninguno de los dioses la respondió.
∞∞∞
Solo llevaban cuatro días desde que habían dejado atrás Hut-her-ib, pero bien podían ser cuatro décadas. Aquella parte del viaje la hacían en carruaje, excepto cuando tenían que cruzar algún canal. Así que allí estaban ellos dos, en un espacio cerrado la mayor parte del tiempo, sin hablar. Atem ni siquiera la miraba y cualquier intento de Re’em de establecer conversación moría de inmediato.
El carruaje se detuvo para que los caballos descansaran. Esta vez Re’em no perdió tiempo y se acercó a él.
—Atem, ¿podemos hablar un momento?
El monarca la miró unos instantes con frialdad. Re’em intentó respirar para calmar sus nervios. Atem asintió y se alejaron unos pasos.
—Sé que te he herido y yo trataré de compensarte por ello.
—¿Cómo vas a compensar lo que has hecho?
—Nesui, yo...
La princesa dio un paso hacia él. Atem retrocedió.
—No te acerques. Responde.
Re’em tragó saliva.
—Yo te amo. Sabes que todo lo que hice fue por amor. No puedo soportar la idea de perderte. No podría…
—¡¿Y crees que yo sí?! ¿Crees que ha sido fácil para mí vivir sin ti?
—No, sé que no lo ha sido pero tú eres más fuerte que yo —susurró con admiración—. Nunca me preocupó tu futuro porque tienes una fuerza interior muy superior a la mía. Sabía que saldrías adelante. Siempre lo haces.
Atem sacudió la cabeza.
—Ya no. Si quieres que vuelva a confiarte mi corazón, tendrás que darme mucho más que palabras bonitas. Tendrás que darme hechos. No se trata solo de tu sacrificio. Se trata de que actuaste por tu cuenta. De nuevo.
—Lo hice para protegerte —susurró Re’em con lágrimas en los ojos—. Pensé que...
—No, Re'em. Pensaste que podías decidir por ambos. Y eso no lo puedo aceptar.
El silencio cayó entre ellos, más pesado que nunca. Re'em vio el dolor en los ojos de Atem y supo que necesitaba darle tiempo, pero cada momento que pasaba sin resolver el conflicto era una tortura.
—Entonces te propongo que continuemos con los entrenamientos —dijo la princesa, desesperada por un pequeño acercamiento que permitiera arreglar las cosas en el futuro—. No necesitarás hablar y el ejercicio nos vendrá bien a los dos. Será una buena distracción.
Atem no respondió de inmediato. Re’em suplicó con todo su corazón que el monarca aceptara la propuesta. Tras unos instantes que le parecieron horas, Atem asintió.
—De acuerdo, pero sin conversaciones.
Re’em asintió mientras sentía que se quitaba un gran peso de encima.
—Tiw, nesui.
Notes:
Atem se lo está poniendo difícil, ¿verdad? Pero lo mejor es la reconciliación... ;)
Chapter 51: 8 de famenot
Notes:
Parece que esta semana las musas me acompañan. Que disfrutes leyendo tanto como yo escribiendo :)
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Chapter Text
Re’em había estado tan preocupada en acercarse a Atem que no se dio cuenta de qué día era hasta que el sol estuvo en todo lo alto. El monarca seguía sin hablarle, pero habían entrenado aquella mañana sin problema. Bueno, sin problema para Atem. La princesa había sudado de lo lindo mientras esquivaba los feroces ataques del monarca. A Re’em no le había quedado ninguna duda de que seguía enfadado con ella. Poco a poco sus ataques perdieron fuerza y la princesa aprovechó para desarmarlo y terminar el combate. Atem se limitó a asentir en reconocimiento de su derrota antes de levantarse él solo y alejarse de ella. Suspiró al recordarlo.
Mientras avanzaban por los caminos Re’em observó a Atem sin saber qué hacer. Durante la comida el monarca había bebido algo más de lo habitual, y desde entonces no había dejado el vino. Como el primer día que desapareció después de su llegada al palacio. Sabía que debía detener aquello, pero ¿cómo? Ni siquiera le dirigía la palabra. Cuando un sirviente se acercó al carruaje y le entregó la tercera botella, Re’em se cansó. Murmuró unas palabras y la magia rodeó el vehículo, impidiendo que nadie viera o escuchara lo que sucedía dentro. Atem, ocupado en beber de la nueva botella sin derramar el vino, ni siquiera se enteró.
―Atem, ¿qué está pasando?
Hizo como si no la hubiera escuchado. Re’em le quitó la botella.
―¡¡Oye, devuélvemela!!
―No hasta que hables conmigo.
Atem la fulminó con la mirada.
―No tengo nada que hablar contigo. ¡Devuélvemela!
―No. Esto no es la solución y lo sabes.
Atem clavó la mirada en la botella mientras Re’em se mantenía alerta para frustrar cualquier intento suyo de recuperarla.
―Pero es una buena distracción ―murmuró.
―¿Distracción de qué?
Atem tragó saliva y miró el paisaje. Re’em dejó la botella en el extremo más alejado del monarca, se quitó el velo y se acercó a él.
―Atem, puedes hablarme de lo que quieras. Estoy aquí, a tu lado. Déjame ayudarte.
El monarca negó sin dejar de mirar el paisaje.
―Lo intenté. Te dije lo doloroso que fue tu muerte para mí y no te importó ofrecer tu vida de nuevo sin pararte a pensar en el daño que eso podía hacerme. No puedes ayudarme. Devuélveme la botella.
Re’em no supo qué responder. Había tanto dolor en sus palabras que la princesa estuvo a punto de acceder a su petición y devolverle el vino. Entonces recordó lo que dijo la primera vez que lo encontró bebiendo. Aquel día estaba «celebrando» la muerte del amor eterno. Y era el ocho de tybi. Un escalofrío bajó por su espalda al darse cuenta de lo que estaba pasando.
―Es mi muerte, ¿verdad? —susurró—. Morí el día ocho… ¿Qué haces cada mes, Atem? ¿Qué estarías haciendo hoy si no estuviéramos de viaje?
Atem se tensó y la fulminó con la mirada.
―Lo que yo haga no es asunto tuyo. Dame la botella.
Re’em la cogió y la hizo desaparecer.
―No queda vino ―respondió.
Atem se abalanzó sobre ella y la agarró por los hombros, sorprendiéndola.
―¡¡Devuélveme la botella!! ―gritó mientras la sacudía.
Re’em agarró sus muñecas y trató de liberarse.
―No hasta que hables conmigo —respondió mientras intentaba detener al monarca—. ¿A dónde vas cada mes?
Atem se quedó paralizado, aferrado a ella. La ira había desaparecido de su rostro y había dejado paso a la tristeza. Parecía tan devastado que Re’em lo abrazó.
―Sé que es por mi culpa, Atem. Por eso estoy tan desesperada por ayudarte. No quiero que sufras más. Habla conmigo, por favor.
Atem tembló entre sus brazos. Re’em lo atrajo más hacia ella y esperó.
―Cada mes intentaba verte de nuevo ―confesó Atem con voz temblorosa―. Aprendí un hechizo para que tu alma volviera para hablar contigo, pero nunca funcionó. Llegué a pensar… que me habías olvidado.
―No, eso nunca podría pasar ―respondió Re’em de inmediato―. Jamás te olvidaré. Además, ahora estoy aquí, contigo. Envejeceré a tu lado como siempre debió ser. Lo siento mucho, nesui. No sabía que esto iba a ser tan duro para ti.
—¿Por qué no? ¡Tú lo eras todo para mí y no te importó!
—En aquel momento no me paré a pensar en todo lo que significaba para ti, Atem, pero ahora lo sé. Dame una oportunidad. Déjame curar tus heridas. Por favor, nesui. Sé que es difícil, pero he vuelto a nacer para envejecer a tu lado. ¿No es suficiente prueba de mi amor por ti?
—Ya te entregué mi corazón y lo dejaste caer. ¿Cómo voy a confiártelo de nuevo?
La respuesta de Atem fue tan dolorosa para Re’em como la daga que acabó con su vida anterior. La princesa cogió aire.
—Porque nunca volveré cometer ese error. No deseo nada más que hacerte feliz durante el resto de mi vida. En el fondo de tu corazón sabes que esto es cierto. Si no fuera así, ya me habrías devuelto el ojo de Hor que te regalé. Sé que no tengo derecho a pedirte esto, pero déjame estar ahí para ti. Por favor, nesui, déjame cuidarte como mereces.
Re’em acarició el pelo de Atem mientras hablaba. Lo sintió temblar y mojar su hombro.
—Estoy tan cansado de todo esto que ya no sé qué hacer —confesó después de un rato.
Re’em movió a Atem para que su cabeza se apoyara en el otro hombro mientras quedaba medio tumbado, y así seguir abrazándolo con más comodidad.
—Duerme un rato, nesui —aconsejó mientras le besaba en la cabeza—. Te sentará bien.
El monarca miró hacia el exterior, dudando.
—Nadie puede vernos ni escucharnos —explicó Re’em, adivinando su inquietud—. Te despertaré antes de que paremos. Nadie lo sabrá.
Atem se acomodó en su nueva postura y cerró los ojos. Re’em mantuvo su abrazo mientras el cuerpo del monarca se relajaba. Poco después se había dormido.
—Curaré tu corazón, nesui, te lo prometo. Aunque me lleve el resto de mi vida.
Notes:
He dudado si subirlo hoy o esperar. Tengo la sensación de que llevo muchas actualizaciones seguidas, pero no puedo evitarlo. Ahora tal vez tengáis que esperar una semana para leer el siguiente, quién sabe XD
Chapter 52: Como en los viejos tiempos
Chapter Text
Re’em pasó las siguientes dos horas viéndole dormir. Nunca se cansaría de ver su rostro en paz, de sentir su respiración y de llenar los pulmones con su aroma. Quería abrazarlo y no soltarlo nunca. Volvía a sentirse conectada con él a través de un hilo invisible, igual que en su vida anterior, y estaba dispuesta a proteger esa conexión a toda costa. Re’em era consciente de que Atem no iba a confiar en ella de la noche a la mañana, pero esperaba que su conversación los acercara lo suficiente. Atem se removió, acurrucándose más contra ella, y la princesa sonrió. Jamás volvería a romper el hilo.
El sol estaba bajo cuando la respiración de Atem cambió y sus ojos parpadearon. Re’em volvió a sonreír cuando finalmente enfocó su mirada en ella.
―¿Has descansado? ¿Cómo te encuentras?
Atem no se movió.
―Estoy aturdido ―respondió, cerrando los ojos y escondiéndose en su hombro.
―Has bebido demasiado. ¿Quieres que te prepare un remedio para la resaca?
Atem suspiró.
―Te lo agradecería.
El monarca se separó de ella y se acomodó en su asiento. Re’em se concentró en preparar la mezcla, alejando el impulso de volver a abrazar a Atem y sentarlo en su regazo. Cuando terminó de prepararlo y se lo ofreció a Atem, este se lo bebió sin pensarlo dos veces. Re’em estaba feliz mientras recogía el vaso y lo guardaba.
—¿Por qué sonríes?
—Porque te lo has bebido sin mirar lo que te daba —respondió—. Me hace feliz saber que todavía confías en mí para cuidarte.
—Confío en tus habilidades y tu inteligencia —respondió mientras volvía a mirar el paisaje—. Serías una necia si intentaras envenenarme. Además, conoces las consecuencias.
—Por supuesto, nesui.
Atem volvió a mirarla durante un instante, pensando en la respuesta que la princesa le había dado, pero en seguida volvió a centrar su atención en el paisaje. Re’em se puso el velo, deshizo el hechizo que envolvía el carruaje y se dedicó a mirar los lugares por los que pasaban sin dejar de sonreír.
Atem volvía a hablar con ella.
∞∞∞
—Majestad, ¿le apetece jugar una partida?
Atem clavó la mirada en el viejo tablero de senet que ella sostenía entre las manos. Con el estómago lleno y al calor de la hoguera, Re’em pensó que sería una buena oportunidad para acercarse un poco más a su prometido.
―¿Estás segura?
―Por supuesto, majestad. Estoy preparada para perder.
Atem volvió a mirar el tablero, pensativo. Re’em no necesitaba magia para saber lo que estaba pensando: Atem estaba buscando alguna razón oculta en su oferta.
―Sin embargo, he oído que hace años que no juega… ¿Tal vez es usted el que no está preparado para ganar? ―preguntó con inocencia.
Atem levantó la cabeza y Re’em vio en sus ojos ese brillo que tenía cuando aceptaba un desafío: lo había conseguido.
―Te venceré.
―¿Puedo ver la partida? ―preguntó Emir―. Nunca le he visto jugar y me han dicho que es imbatible.
Re’em clavó la mirada en el embajador.
―¿Nunca le has visto jugar durante todos estos años? ―preguntó sin poder disimular su sorpresa―. ¿A nada?
Emir negó.
―Siempre tenía un motivo para rechazar los desafíos.
Re’em no supo qué decir. Ellos dos solían jugar a cualquier cosa que se les ocurriera en cualquier momento. Y Mana también jugaba con ellos. Pocas cosas hacían más feliz a Atem que disfrutar de un buen juego. ¿Qué le había pasado a su rey?
―¿Jugamos o no? No tengo toda la noche.
Re’em reaccionó y asintió. Se sentaron uno frente al otro. Emir se sentó con ellos para ver la partida. Bakura hizo lo mismo, intrigado pero sin dejar de vigilar los alrededores. Contra todo pronóstico, Re’em ganó la primera partida. Emir la felicitó, pero la princesa apenas prestó atención. ¿Atem la había dejado ganar? No, él no hacía eso. El Atem que ella conocía no la dejaría ganar, pero tampoco habría dejado de jugar durante tantos años. La siguiente partida la ganó Atem. Por un instante Re’em vio a su príncipe feliz con algo tan sencillo como una victoria en un juego, y su corazón latió más rápido, antes de que Atem se pusiera serio para jugar la tercera y última partida.
Un sonido entre los arbustos alertó a Bakura, que se puso de pie con la mano en la espada. Amir, que nunca se alejaba demasiado de su princesa, hizo lo mismo. Los dos escrutaron la oscuridad. Atem, Re’em y Emir se olvidaron de la partida al notar la reacción de ambos guardianes. Los demás soldados también estaban escrutando los alrededores. La princesa aprovechó la distracción de todos para invocar su palo. A partir de ahí todo fue muy rápido.
―¡Alerta! Alguien se acerca ―advirtió Bakura.
Antes de que pudieran reaccionar, un grupo de ladrones armados irrumpió en el campamento, gritando y blandiendo sus armas.
―¡Rápido, saquen todo lo que puedan! ―gritó el que debía de ser su líder.
Atem y Re'em intercambiaron una mirada de determinación. Atem desenvainó su espada y Re'em agarró con fuerza su bastón de combate. Bakura y Amir se colocaron a su lado, listos para luchar. Emir, siempre vigilado por un par de guardias, se mantenía alerta.
―¡¡Defended el campamento!! ―ordenó Atem.
―¡Proteged los suministros! ¡No dejéis que se acerquen a los carruajes! ―añadió Bakura.
Los guardias se dispersaron, formando una línea defensiva. Bakura se lanzó hacia el líder de los ladrones, bloqueando un golpe y contraatacando con rapidez. Sus movimientos eran precisos y letales.
―¡Atem, cuida de los flancos!
Re’em apretó los labios al escuchar a Bakura. ¿Quién se creía para dar órdenes y hablar con tanta confianza a Atem? El monarca, en cambio, no pareció notar esto. Se movió con rapidez, derribando a dos ladrones con golpes certeros. Re'em, a su lado, utilizaba su bastón con habilidad, bloqueando y contraatacando con agilidad.
―¡Amir, a mi izquierda!
El leal soldado protector de Re'em apareció a su lado y luchó con ferocidad, protegiendo a Re'em y cubriendo su posición.
―¡Re'em, a mi derecha!
Re'em se movió sincronizada con Atem, enfrentándose a los ladrones que se acercaban. Atem cortó a uno de los atacantes, mientras Re'em lo remataba con un golpe rápido. El siguiente ladrón obtuvo una respuesta parecida. La princesa sonrió. Aquello era como en los viejos tiempos; los dos enfrentándose en equipo al enemigo. Miró un instante a Atem y supo que él sentía lo mismo.
―¡Malditos! ¡No nos detendrán!
El líder de los ladrones avanzó hacia Atem, desatando una serie de ataques furiosos. Atem bloqueó y esquivó con destreza, pero la fuerza del ladrón era formidable. Re’em corrió hacia él.
―¡No te dejaré solo!
Re'em golpeó al líder con su bastón, distrayéndolo lo suficiente para que Atem pudiera contraatacar y desarmarlo.
―¡Cuidado, detrás de ti! ―advirtió Bakura mientras luchaba.
Un ladrón intentó atacar a Re'em por la espalda, pero Amir intervino, bloqueando el golpe y empujando al ladrón hacia Bakura, quien lo derribó con un fuerte golpe. Mientras tanto, Emir, aún bajo vigilancia, vio una oportunidad para demostrar su valía.
―Déjenme ayudar ―dijo a los guardias―. No huiré, lo prometo.
Los guardias dudaron por un momento y asintieron. Emir tomó una espada y se unió a la lucha, protegiendo a uno de los guardias que había sido atacado.
―¡Por Kemet!
La pelea no duró mucho más. Con el líder desarmado y sus hombres reducidos, los ladrones restantes comenzaron a retroceder, viendo que no podían ganar.
―¡Retirada! ¡Retirada!
Los ladrones huyeron hacia la oscuridad, dejando atrás a sus compañeros caídos. Atem, Re'em, Bakura, Amir y Emir se quedaron en guardia, respirando con dificultad pero victoriosos.
―Luchamos bien juntos.
―Sí, lo hicimos. Gracias por confiar en mí.
Atem se encogió de hombros.
―La situación lo requería.
Atem se alejó para revisar los daños, pero a Re’em no podía engañarla. Durante un rato habían vuelto a ser los de antes y ella no iba a olvidarlo. Bakura dio una palmada en el hombro de Emir.
―Buen trabajo, Emir. Luchas muy bien para ser embajador.
―Viniendo de ti, lo considero un cumplido.
Los dos rieron. Re’em miró a su alrededor. Solo algunos soldados habían sido heridos, pero el resto estaban bien. Atem se había asegurado de que ataban a los ladrones que habían quedado atrás. El campamento se recuperó rápidamente del ataque. Los guardias aseguraron el perímetro y los heridos fueron atendidos. Volvieron a sentarse junto al fuego. La princesa estaba tranquila por primera vez desde que recuperó sus recuerdos, segura de que su vínculo se estaba fortaleciendo.
Notes:
Me ha costado un poco centrarme en este capítulo porque esta semana me he encontrado en Youtube con una dimensión fascinante y terrorífica. Así que este nuevo universo está rondando por mi mente, y Atem y Mahado están deseando explorarlo... o no. Esta dimensión paralela me recuerda mucho al Reino de las Sombras, así que no será muy diferente. Sí, estoy planeando escribir un crossover con este otro mundo. No sé cuándo publicaré este nuevo proyecto. Necesito documentarme y estructurar la trama, aunque tendréis que tener paciencia. Esta dimensión se expande cada día que pasa y solo con la información que hay ahora, podría escribir 12000 capítulos XD Hasta que lo tenga preparado, terminaré esta historia y subiré otras que se me ocurran. Estoy emocionada con este proyecto. Será mi primer crossover y mi primera historia con toques de terror. Solo espero no soñar con esta dimensión mientras escribo. Nos vemos :)
Chapter 53: Per-usir
Notes:
¿Sabes qué me pasa cuando termino un capítulo? Que no puedo guardarlo mucho tiempo en el ordenador XD
Dyehuti: nombre antiguo del que deriva Tot
Que disfrutes leyendo :)
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Chapter Text
Al día siguiente llegaron a Per-usir. Los bandidos insistieron en que no sabían a quién atacaban. Su jefe les había dicho que habría mucho oro y joyas para todos. Bakura los interrogó durante un rato más, pero no obtuvo información nueva o diferente. Atem miró a Re’em.
—Ningún delincuente de su nivel cometería el error de atacar al Señor de las Dos Tierras y su futura reina, a menos que tuviera una recompensa diferente.
El monarca sopesó su respuesta y asintió.
—Vámonos. Ya no es asunto nuestro.
Los tres salieron de allí dejando a los bandidos bajo la jurisdicción del juez local.
∞∞∞
El templo de Usir era impresionante. No solo era un lugar de adoración al dios verde, también se decía que allí descansaban sus restos después de que Aset encontrara y uniera casi todos los pedazos. Rodeando el edificio estaban los jardines con varias lagunas, representando la fertilidad y el renacimiento. También estaban las salas hipóstilas, con enormes columnas decoradas con relieves de vivos colores que se elevaban hasta el techo, además de los diferentes santuarios distribuidos por el templo que estaban dedicados a otras divinidades.
—La leyenda es cierta —murmuró Re’em en cuanto entraron al recinto.
Atem la miró inquisitivo. La princesa miró a su alrededor y se acercó a Atem.
—Puedo sentir su presencia ―susurró―. Sus restos están aquí. ¿No lo notas?
El monarca negó, sorprendido. El resto del trayecto hasta el santuario lo hicieron en silencio reverente. Re’em recordó el juicio y entonces se dio cuenta de algo. La culpa oprimió su garganta. ¿Cómo había podido olvidarlos?
—Re’em, ¿te encuentras bien?
Atem la miraba con atención. La princesa sonrió.
—Sí, solo es algo que acabo de recordar.
Al contrario que en los otros templos, fueron hasta el santuario principal. Re’em había insistido en ver al dios cara a cara, aunque tuviera que quitarse el velo. Tenía una deuda muy grande con él. Solo el sacerdote se quedó con ellos. Depositaron la ofrenda a los pies de la estatua y se arrodillaron. Re’em esperó un instante a que Atem comenzara para empezar ella a susurrar su oración.
—Gran Usir, dios de la resurrección y la vida eterna, te ofrezco mi más sincero agradecimiento. Gracias por permitirme renacer, por darme esta nueva oportunidad de vivir y servir a Kemet. Mi vida es un regalo que valoro profundamente, y me comprometo a honrarte con cada acción y decisión que tome.
Al decir la última frase sintió una mirada clavada en ella. No necesitaba levantar los ojos del suelo para saber que se trataba de Atem lanzándole una indirecta. Re’em cerró los ojos y continuó rezando en silencio. «Usir, protector de las almas, quiero enviar un mensaje a los padres de mi vida anterior, Queb y Rashida. Ellos me dieron su amor y su guía, y su recuerdo aún vive en mi corazón. Por favor, hazles saber que su hijo los recuerda y los ama, que su sacrificio no fue en vano, y que sus enseñanzas me han acompañado a través del tiempo y el espacio. Diles también cuánto lamento no haberlos visto antes de renacer. Solo pensaba en regresar. Por favor, transmíteles mi arrepentimiento por eso. Gracias».
Una lágrima rodó por su mejilla. Re’em la secó al instante mientras abría los ojos y el sacerdote les daba las bendiciones. El monarca siguió mirándola, pero ella hizo como si no lo notara. No hablaron durante su salida del templo, pero Atem no le quitaba el ojo de encima.
―¿Por qué puedes sentir su presencia y yo no?
—Puede que sea porque lo conocí en persona —respondió Re’em mientras miraba los jardines.
Atem la miró con curiosidad.
―¿Cómo era estar en su presencia?
―Recuerdo que era imponente pero justo. Solo con tenerlo delante sabías que nada podía quedar oculto, que su veredicto siempre sería el adecuado y que nadie podría cambiar eso.
―Pero le convenciste para que te permitiera regresar.
―Eso es diferente. Además, alguien me ayudó a convencerlo. Yo estaba hablando de los juicios. No hay apelación posible cuando él realiza su sentencia.
Atem pensó en lo que le había dicho.
—Eso tiene sentido —respondió mientras se adentraban en las calles—. ¿Te apetece pasear por la ciudad?
Re’em sonrió. No le ofrecía pasear juntos desde que descubrió su verdadera identidad. Estaban avanzando.
—Contigo iría hasta el fin del mundo ―respondió con sinceridad.
∞∞∞
Re’em se dio cuenta mientras hacían su ofrenda a Dyehuti que quedaba menos de una semana para su cumpleaños, su boda, y todavía no había conseguido hablar con Atem sobre Emir y Sherdet. Pasó el resto del día buscando la manera de sacar el tema, pero el sol avanzaba por el cielo y Re’em todavía era incapaz de hablar de ello con Atem. ¿Por dónde podía empezar?
―Dilo de una vez.
Re’em dio un respingo en el asiento y miró a Atem, sorprendida.
―¡Oh, vamos! ―exclamó el monarca―. Has estado todo el día con la cabeza en otra parte y no has dejado de golpear la madera desde que nos hemos subido al carruaje. No es tan difícil de adivinar. Sea lo que sea dilo ya.
Re’em miró su mano. Atem tenía razón. Estaba golpeando la madera con uno de sus anillos. De inmediato quitó la mano y la dejó en su regazo.
―Hay un tema del que quiero hablarte casi desde que hemos salido de viaje, pero han pasado tantas cosas que no pude hacerlo, y después estabas enfadado conmigo. Esperaba que nosotros estuviéramos mejor antes de…
―¡Suéltalo ya! ―ordenó Atem, perdiendo la paciencia.
―¿De verdad vas a exiliar a Emir?
Atem frunció el ceño.
―¿Quieres una amnistía para él? Imposible. Tengo que dar ejemplo a los demás. Si ven que le perdono, sería un precedente para que otros se colasen en el harén. Ni hablar.
Re’em negó.
―No me refiero a eso. Sé que no vas a perdonarle, pero hay algo en todo esto que no me cuadra. Emir siempre ha sido muy respetuoso con las costumbres. ¿Por qué iba a entrar en una sección prohibida del palacio? Además, me mencionó que había recibido un mensaje. ¿Comprobaste eso?
Atem se tensó.
―¡Claro que sí! No encontramos ningún óstracon. Sherdet declaró que no había enviado ningún mensaje, pero confesó que estaban enamorados. El testimonio de Emir no se sostenía. ¿Crees que he sido tan imprudente de condenarlo sin comprobar todo antes?
―No, claro que no. Es que… hay algo raro. Además, Emir asegura que se suicidará después de la boda si no pueden estar juntos.
―Eso es chantaje.
―Está desesperado. Sherdet también puede cometer alguna locura. Si están enamorados, ¿por qué no les dejas estar juntos? Nosotros vamos a tener nuestro final feliz.
—Te veo muy segura de eso —interrumpió Atem.
—Estoy aquí, ¿no? Y nos vamos a casar. Tenemos la oportunidad de ser felices juntos. ¿Por qué no dejas que ellos también la tengan? ¿O es que todavía sientes algo por Sherdet? ―añadió sin poder evitar sentir un nudo en el estómago.
―Sí, todavía siento algo por ella, pero no como crees. La aprecio, eso es todo.
―¿Entonces por qué no la dejas ser feliz? Me contó lo que os pasó. Un golpe así es duro, lo sabes bien. ¿Por qué no la dejas rehacer su vida junto a alguien que la ama?
―Ellos han sellado su destino, Re’em.
―Pero…
―No insistas. No vuelvas a mencionar el tema si no quieres tener otra pelea. Todavía está por ver si realmente tendremos nuestro «final feliz».
Re’em apretó los labios, pero no le presionó. Si Atem no hacía nada, lo haría ella.
Notes:
Estaba escribiendo cuando me he dado cuenta de que falta poco para la boda. Van a pasar muchas cosas ;)
Chapter 54: Tensión
Notes:
Sé que estoy subiendo los capítulos muy seguidos, pero no puedo evitarlo. Que disfrutes :)
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Chapter Text
Acababan de hacer una ofrenda a Bastet por insistencia de Re’em. Mejor prevenir y estar a bien con la diosa. Atem estuvo de acuerdo. Ya solo les quedaba la última por hacer: a Aset, la diosa del matrimonio, y después de la ofrenda intercambiarían sus promesas. Antes tenían prevista una parada en Tjaru durante un par de días. Atem decía que era para devolverle la visita a su amigo, pero para Re’em era evidente que había otra razón más. Cuanto más se acercaban a la ciudad, más tensión parecía haber. Atem estaba más serio de lo normal. En cambio, Bakura parecía divertirse más cuando entrenaba. Se reía cada vez que derrotaba a alguien, lo que provocaba escalofríos en la princesa.
Aquella mañana Re’em se levantó dispuesta a conseguir que Atem hablara con ella sobre sus preocupaciones. Nada más salir de la tienda lo encontró entrenando con su espada. Re’em sonrió y entró de nuevo en su tienda. Poco después salió de ella con su ropa de entrenamiento y su palo, y se acercó con decisión a su prometido.
—¿Te importa si me uno a ti? Podríamos entrenar juntos.
Atem la miró un instante antes de asentir.
—Claro, Re'em, pero recuerda que no me voy a contener.
—No esperaría menos.
Atem cambió su espada por un palo. Su rostro seguía serio mientras hacían los primeros ejercicios.
—Veo tensión en tus movimientos... ¿Puedo saber qué es lo que te preocupa tanto, Atem? ¿Es por aquello que te contó Aahotep y que todavía no me has revelado del todo?
Aquellas preguntas parecieron sorprenderlo. El golpe que le lanzó a Re’em falló. Atem suspiró.
—¿Por eso quieres entrenar conmigo? ¿Para sonsacarme información? —preguntó mientras continuaban.
—No, quiero que cuentes conmigo. Eso es todo. Verte tan tenso me preocupa porque quiero ayudarte y no sé cómo.
Atem bajó el palo y Re’em hizo lo mismo.
—Te lo cuento durante el combate.
Re’em sonrió.
—Hecho.
Atem volvió a concentrarse y Re’em se puso en guardia.
—Es la situación en Tjaru —explicó mientras lanzaba los primeros ataques, tanteando a la princesa—. Aahotep me advirtió sobre una posible invasión, y cada día que pasa siento que la amenaza es más real. No puedo permitirme bajar la guardia.
—Y los dos ataques que has sufrido te lo han recordado.
Atem asintió mientras sus palos volvían a chocar, esta vez con más fuerza. Estuvieron un rato luchando en silencio, concentrados en los movimientos. Re’em pensó que Atem ya no iba a contarle nada más.
—Parece que los bandidos no tienen nada que ver, pero no estoy convencido del todo —continuó mientras calculaba por dónde atacar—. No dejo de pensar que si hay alguien poderoso detrás de todo…
—Esa persona podría haber contratado a los ladrones para matarnos en medio del robo —terminó Re’em por él mientras contraatacaba—. Si así fuera, ¿habría algún sospechoso?
Atem frunció el ceño y negó. Un par de ataques más los dejó jadeando. Ambos se tomaron unos instantes para recuperar el aliento.
—Entiendo tu preocupación, pero recuerda que no estás solo —dijo Re’em al ver la frustración del monarca—. Estamos juntos en esto y enfrentaré cualquier peligro contigo.
―Llevo tantos años acostumbrado a estar solo que olvido que ahora puedo contar contigo ―murmuró para sí, pero la princesa pudo escucharlo.
―Siempre estaré a tu lado, nesui.
Atem bajó el palo y la miró a los ojos, buscando algo. Re’em le sostuvo la mirada.
—Gracias, meruti—susurró, sorprendiéndola.
Acto seguido Atem la desarmó de un golpe y sonrió.
—He ganado.
Re’em todavía estaba recuperándose de la sorpresa cuando Atem se alejó.
—¡Eso es trampa! —reclamó, indignada—. ¡Quiero la revancha!
Atem se volvió y la miró, todavía sonriendo.
—¡Si crees que puedes ganar…!
Atem desapareció en su tienda, pero el hilo que los unía se había vuelto más fuerte. Re’em no dejó de sonreír en toda la mañana.
∞∞∞
Estaban cerca, muy cerca. Podía sentirlo. Re’em recordaba aquella zona, aunque era como estar en un sueño. Habían cruzado el otro brazo principal del río y se adentraban por tierra. Re’em miró con interés la zona, buscando los campos de cultivo que ella conocía y no tardó mucho tiempo en encontrar uno de ellos. Sin embargo, debía ser prudente. No podía ir allí durante el día o le harían demasiadas preguntas cuyas respuestas no le interesaban a nadie excepto a ella. Tendría que esperar. La burbuja de culpa no desaparecería hasta que regresara allí.
El carruaje entró en las murallas de la fortaleza. Como la primera vez que estuvo allí, los guardias los miraron mientras entraban, incluso los más cercanos se cuadraron, pero en seguida regresaron a sus tareas. Hacía unos tres meses que Re’em había estado allí, pero sentía como si hubiera pasado toda una vida. Ahora tenía que prestar más atención a cada detalle si quería que su plan funcionara…
Como la primera vez, se adentraron hasta la plaza central. Allí les esperaba Aahotep con su familia para recibirles.
—¡Atem, mi querido amigo! Es un honor y una alegría recibirte —saludó Aahotep en cuanto bajaron del carruaje—. Princesa, me alegro de verla de nuevo. Bienvenidos a Tjaru. Te presento a mi esposa Neferet y ellos son nuestros hijos, Senenmut, Merit, Khaemwaset y Nefertari.
Neferet se inclinó ante ellos.
—Es un honor recibirlos en nuestro hogar.
Senenmut, el hijo mayor, no quitaba los ojos de Atem.
—Es un placer conocerle por fin, majestad —dijo con evidente admiración—. He oído hablar mucho de los tiempos en los que mi padre luchó a su lado. Pronto tendré edad para ser un héroe como vosotros.
Atem se tensó.
—¡Senenmut! Ya hemos hablado de esto. Si te unes al ejército, te desheredo.
El monarca iba a decir algo, pero Merit, la hija mayor, se puso en seguida delante de su hermano.
—Bienvenidos a Tjaru —saludó, inclinándose como había hecho su madre.
Re’em sonrió. El hermano menor los saludó con seriedad en su rostro.
—Estamos a su disposición.
Nefertari, la más pequeña, miraba a la princesa como si fuera una diosa que hubiera bajado del cielo ante ella.
—Princesa Re'em, he oído mucho sobre ti. ¿De verdad llevas siempre ese velo?
—¡Nefertari! Muestra más respeto.
La niña bajó la cabeza, arrepentida.
—Lo siento, princesa —se disculpó la mujer—. A veces habla sin pensar.
Re’em rio.
—No tiene que disculparse. Es normal a su edad.
—De todas formas, disculpen a nuestros hijos —continuó Neferet—. Lo que queremos decirles es que son bienvenidos. Esperamos que su estancia aquí sea cómoda y segura.
Bakura, que hasta entonces se había mantenido en silencio, parecía impaciente.
—Gracias por su hospitalidad. ¿Podemos hablar en privado sobre la situación actual?
Aahotep asintió.
—Por supuesto, pero primero déjennos ofrecerles algo de descanso y refresco. Han tenido un largo viaje.
Atem clavó la mirada en Bakura.
—Habrá tiempo para todo —le dijo en tono de advertencia—. Aceptemos la hospitalidad de Aahotep.
Bakura asintió, pero le dirigió una mirada molesta. Re’em apretó los labios. ¿Cómo podía soportar Atem que le acompañara alguien tan maleducado? Decidida a apartarlo de su mente, la princesa siguió a su prometido mientras miraba con curiosidad el edificio. El interior del palacio era fresco y amplio, adornado con hermosos tapices y estatuas. Los sirvientes habían preparado un banquete en un salón amplio, con frutas, hogazas de pan, carnes y vino. Entonces Re’em se dio cuenta de que estaba hambrienta.
—Por favor, siéntanse como en casa. Lo hemos preparado en su honor.
—Gracias, Aahotep. Tus atenciones son siempre impecables. Por cierto, hay un plato que me gustaría que tu cocinero preparase, si no te causa mucha molestia.
—¡Claro que se puede hacer! ¿En qué plato habías pensado?
Atem susurró su petición en el oído de Aahotep, quien sonrió y asintió. Re’em no pudo escuchar lo que decía, así que dirigió su atención hacia Neferet.
—Tjaru es una ciudad hermosa. Deben de estar muy orgullosos.
Neferet sonrió.
—Lo estamos, pero también debemos mantenernos alerta. Estos tiempos son inciertos.
La princesa le dio la razón. Durante el resto del banquete observó a Aahotep y su familia, tratando de captar cualquier señal de tensión o preocupación. Sabía que la situación en Tjaru no era fácil, y quería estar preparada para cualquier cosa.
Notes:
No sé qué haré cuando escriba mi siguiente proyecto. Me estoy acostumbrando a subir los capítulos cuando los termino. Hace un día que terminé de escribir éste y apenas he aguantado hasta ahora... De todas formas, quiero escribirlo entero para asegurarme de que la trama tiene el ritmo adecuado. Es difícil detectar o corregir esto cuando se sube mientras se escribe. Sin embargo, haré lo posible para no estar demasiado tiempo sin subir historias :)
Chapter 55: Culpa
Notes:
Sé que estoy actualizando más seguido que antes, pero no puedo evitarlo. Quizá sea porque tengo algunas escenas escritas desde hace tiempo, entre ellas más de la mitad de este capítulo. Que disfrutes :)
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Chapter Text
Aahotep los guio hasta la sala de reuniones después del banquete de bienvenida. Atem, Re'em y Bakura se encontraron enseguida sentados alrededor de una mesa de madera, cubierta de mapas y documentos. La tensión en el aire era palpable.
―Las tropas hicsas se están movilizando cerca de nuestras fronteras. Uno de nuestros espías interceptó un mensaje firmado por Yakubher —informó Aahotep.
―¡Eso no tiene sentido! ―protestó Re’em―. Mi padre quiere la paz. Durante toda mi vida me educó para mantener la paz. ¿Por qué insistiría tanto si su intención fuera la guerra?
―Para ganar tiempo, princesa ―replicó Bakura―. ¿No habéis disfrutado de dieciséis años de paz? Tiempo de sobra para preparar un ejército y armamento suficiente.
Re’em negó, horrorizada con las acusaciones. Su padre no le haría eso, ¿verdad?
―¿Y quién nos asegura que tú no eres su espía dentro de nuestras fronteras? ―continuó el jefe de los medjay―. ¿Y si le has estado pasando información durante todo este tiempo? Ni siquiera deberías estar aquí.
―¡¡Jamás haría eso!! ―estalló mientras se ponía en pie, enfadada por la acusación―. ¡¡Mi lugar siempre estará al lado de Atem!!
―¿De verdad? ―se burló Bakura.
―¡¡Basta!! ―intervino Atem, dando un golpe en la mesa―. Bakura, cállate. Ya has dejado bien clara tu opinión.
El otro hizo una mueca, pero obedeció. Parecía divertirse con la reacción de la princesa, que seguía de pie, fulminándolo con la mirada. Ella conocía varios hechizos que harían que Bakura se arrepintiera de sus palabras, pero le había prometido a Atem que nadie descubriría su magia hasta que fuera necesario. Así que Re’em contuvo su heka y se lo imaginó sufriendo cada uno de los hechizos. Fue sorprendentemente satisfactorio. Se concentró tanto en eso que no escuchó la voz que la llamaba hasta que una mano la agarró del brazo y tiró de ella.
―Re’em, mírame ―decía Atem con suavidad.
La princesa se esforzó por apartar la mirada de Bakura y clavarla en el monarca.
―Olvida lo que Bakura ha dicho ―pidió Atem con suavidad―. Tu lealtad está fuera discusión para mí. No me importa lo que los demás digan o piensen. No tienes que demostrar nada. Siéntate.
Re’em obedeció. La mano de Atem había bajado hasta apretar la suya con suavidad, dejando un agradable hormigueo a su paso. Aquella sensación pareció tranquilizar su mente. La princesa aprovechó para entrelazar sus dedos. Atem no hizo ningún intento de soltarse mientras discutían los datos que tenían y las diferentes opciones para repeler la invasión. Re’em no prestó mucha atención. ¿Y si Bakura tenía razón? ¿Y si el padre que tenía en esta vida estaba detrás de una nueva guerra? Re’em se negaba a creerlo, pero después de lo que le había sucedido a Atem con su tío, cualquier cosa era posible.
∞∞∞
Aquella noche Re’em no podía dormir, así que aprovechó para poner en marcha su plan. Sacó una túnica con capucha que había conseguido durante el día y se escabulló por los pasillos. La princesa aprovechó la oscuridad para ocultarse de la mirada de los guardias. Sabía que tenían una rutina de vigilancia. Siempre la había. Re’em solo había tardado un rato en descubrir cuál era mientras esperaba en un rincón oscuro. Luego, un pequeño hechizo para dormir le permitió cruzar la muralla hacia los campos de cultivo.
A pesar de estar ya fuera, la princesa caminó aprovechando la oscuridad de algunas zonas hasta que se encontró rodeada de árboles, a una distancia prudencial. Después Re’em se detuvo para orientarse. Hacía muchos años que no iba por aquella zona, pero tras unos instantes la princesa encontró el camino y avanzó con naturalidad, como si fuera un habitante más de la zona. Ése era el truco para que nadie se fijara demasiado en ella.
Re’em llegó a divisar el pueblo más cercano después de una media hora, pero en vez de entrar lo rodeó y continuó por un camino secundario. En silencio rezó para que nadie la asaltara. Podía defenderse sola, pero si se enteraban de que había salido de noche tendría que dar explicaciones y Atem se enfadaría de nuevo. No podía permitirlo después de lo que le estaba costando recuperar su confianza.
Un chasquido tras ella la hizo detenerse y girar. No vio a nadie y no escuchó ningún otro ruido en la noche, ni siquiera los grillos. Aquello le puso los pelos de punta. Tal vez era la oscuridad o la soledad, pero de repente Re’em sentía que la observaban y ya no estaba segura de que estuviera haciendo lo correcto. Tal vez debería hablar con Atem e intentar ir durante el día. Sin embargo, ya estaba demasiado cerca de su destino para dar marcha atrás. La princesa se giró y continuó su camino a paso rápido.
No tardó mucho en llegar. Re’em paró en seco mientras el aire escapaba de sus pulmones ante lo que veía: la casa tenía las paredes recién pintadas, la puerta de madera y las contraventanas habían sido cambiadas, y unos pasos más allá podía ver la sombra de los primeros brotes de la cosecha.
La casa estaba habitada. Una familia que no conocía había adquirido aquellos terrenos y había establecido allí su nuevo hogar. El pánico en ella aumentó ante lo que eso podía significar. ¿Y si ellos ya no estaban allí? Re’em cerró los ojos y respiró, intentando mantener la calma. Lo mejor era comprobarlo y salir de dudas. La princesa envolvió la casa con su magia, garantizando que no pudieran verla ni escucharla desde dentro. Luego se dirigió a la parte trasera, rezando a los dioses para que todavía estuvieran allí. Re’em se detuvo, horrorizada: habían plantado un jardín con flores y árboles.
—No… —gimió mientras corría al lugar donde debería estar el altar de piedra—. No, no, no…
La princesa se dejó caer y comenzó a cavar entre las plantas mientras el dolor y la culpa le oprimían el corazón. ¿Por qué no estaban? ¿Era un castigo? ¡¡Ellos no tenían la culpa de tener un mal hijo!! ¿Por qué los dioses no la castigaban a ella en lugar de perturbar su descanso eterno? Por primera vez deseó que Sejmet hubiera cumplido con su objetivo y la hubiera matado. Re’em cavó con más ahínco mientras el pánico crecía. Las uñas se le llenaron de tierra y se hizo pequeños cortes en las manos mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. ¿Cómo había podido ser tan egoísta? ¡¡Ellos no se lo merecían!!
—Re’em —llamó alguien desde su espalda.
¿Y si se había equivocado de sitio? Sí, tenía que ser eso. Ella comenzó a cavar en otra parte, ajena a la voz que la llamaba una y otra vez mientras se acercaba. Los ojos le escocían demasiado para ver lo que hacía, pero siguió cavando hasta que sintió unas manos sobre las suyas. Aquel simple contacto hizo que corazón diera un vuelco.
—Para, Re’em, te estás haciendo daño ―dijo la voz de Atem.
—Tengo que encontrarlos —sollozó mientras intentaba continuar con su tarea—. Yo… regresé sin verles. Solo pensaba en cumplir mi promesa y ni siquiera les dije que iba a volver a tu lado. Tengo que pedirles perdón y asegurarme de que descansan en paz.
La voz se le quebró. El agarre en sus manos se volvió firme.
—Ellos ya no están aquí.
Re’em parpadeó mientras procesaba sus palabras. Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas, aclarando su visión. Levantó la mirada y se encontró con un par de rubíes llenos de preocupación. Re’em quería preguntar, pero la voz no le salió. La culpa atenazaba su garganta. Sin embargo, la pregunta debía de estar reflejada en ella de alguna manera porque Atem respondió:
—Hace años ordené que los sacaran de aquí y los trasladaran a la tumba de su hijo. Pensé que querrían descansar junto a él. Después cedí la casa y los terrenos a una familia necesitada.
Re’em lloró de alivio. Atem soltó sus manos y la abrazó. La princesa apoyó la cabeza en el hombro del monarca y se desahogó.
—Ellos están bien, meruti —susurró Atem mientras acariciaba su espalda.
—Soy un mal hijo… Ni siquiera se me ocurrió verlos antes de volver…
Atem suspiró mientras acariciaba su pelo.
—No, Re’em, no lo eres —susurró—. Estoy seguro de que están muy orgullosos de ti. Cálmate.
Re’em lo intentó, pero el llanto no paraba. La culpa y el alivio se mezclaban sin que pudiera evitarlo. Atem siguió susurrando palabras tranquilizadoras hasta que se quedó sin lágrimas. Solo entonces Re’em se dio cuenta de la fuerza con que el monarca la estaba abrazando, como si intentara fundirse con ella.
—Te he mojado…
—No importa —dijo Atem, cortando la disculpa que Re’em estaba a punto de soltar—. Yo también lo siento, meruti. Estaba tan dolido por el pasado que no he visto el sacrificio que has hecho para estar de nuevo conmigo. Podías haber ido con ellos y recuperar el tiempo que no pudisteis estar juntos. En lugar de eso, regresaste sin verlos ni una vez. Tú me has prometido envejecer a mi lado y yo te prometo aprovechar al máximo esta oportunidad. No puedo olvidar de un día para otro todo el daño que me causó tu muerte, pero no voy a rechazarte más.
Re’em no podía creer lo que escuchaba. ¿Atem la dejaba entrar de nuevo en su corazón? Se separó con la intención de preguntárselo, pero el monarca la miraba con tanto amor que su mente se quedó en blanco. Atem se acercó y unió sus labios.
Re’em cerró los ojos y se abandonó en aquel beso. El primero de su nueva vida.
Notes:
Ayer terminé este capítulo, y tenía pensado esperar un día más antes de publicarlo. (No me gusta subirlos tan seguido porque os malacostumbro XD). Sin embargo, hoy no he tenido un buen día. Cosas de mi padre y su diabetes... La cuestión es que quería darme el placer de dejaros esto por aquí y disfrutar juntos de esta linda pareja :)
Chapter 56: Conflicto generacional
Notes:
He tenido una semana complicada, pero la inspiración ha hecho su parte. Que disfrutes tanto leyendo como yo escribiendo :)
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Chapter Text
Aquella noche le costó dormir. Re’em no podía dejar de pensar en el beso que se habían dado, ni en la calidez del cuerpo de Atem entre sus brazos. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez. Se había dado cuenta cuando Atem siguió abrazándola un rato después del beso. Re’em no se quejó, pero reconoció que era peligroso que se quedaran allí. Regresaron cogidos de la mano, ya que ninguno de los dos quería soltar al otro. Al día siguiente despertó feliz. Re’em hundió el rostro en la almohada y respiró el aroma a canela. Una sonrisa se formó en su rostro al pensar que pronto se iban a casar y despertaría a su lado cada mañana. Apenas quedaban unos días para eso.
Re’em no dejaba de sonreír mientras Layla la ayudaba a arreglarse, que la miró con curiosidad pero no dijo nada.
—¡Princesa! —exclamó de repente, sobresaltando a Re’em— ¿Qué le ha pasado en las manos?
Re’em bajó la mirada. Sus manos tenían pequeños cortes y restos de tierra. Lo había olvidado por completo.
—Pues… yo… —balbuceó sin saber bien cómo explicarle lo que había sucedido.
—Déjeme que se las cure.
Re’em la dejó hacer. En poco tiempo sus manos estaban casi como nuevas. Casi no se veían las pequeñas heridas.
—No habrá ido a ver a su prometido en plena noche, ¿verdad?
La princesa se irguió.
—No podía dormir anoche y salí a dar una vuelta. Un poco más tarde me encontré con Atem —explicó. Básicamente era la verdad—. ¿Cómo has sabido…?
—Tu sonrisa lo dice todo. Me alegro de que estéis bien. No me gusta cómo te ha tratado durante estos últimos días. Espero que sea un buen marido para ti.
Re’em amplió su sonrisa.
—Estoy segura de que lo será —respondió mientras recordaba el beso.
Cuando bajó a desayunar encontró a Atem en el pasillo. El monarca sonrió en cuanto la vio.
―¿Has dormido bien?
―Sí, Atem ―respondió con otra sonrisa―. Espero que tú también.
Atem asintió sin dejar de sonreír.
―Hacía años que no dormía tan bien ―dijo mientras la cogía de la mano.
―Vaya, vaya, ¿qué ha sucedido durante la noche? ―preguntó Aahotep mientras se acercaba a ellos.
Atem se puso serio, pero no soltó su mano.
―Lo que pase entre ella y yo no es asunto tuyo ―respondió con naturalidad mientras se dirigían al comedor.
Re’em se mordió el labio para contener la risa. Aahotep iba a decir algo cuando llegó su familia e intercambiaron saludos. Re’em en seguida notó que el hijo mayor parecía disgustado con su padre mientras se sentaban alrededor de la mesa.
―Aahotep ―llamó Re’em―, no quiero ser indiscreta, pero ¿hay algún problema con Senenmut? ¿Puedo ayudaros en algo?
El ady-mer miró un instante a su hijo y negó.
―Te agradezco tu oferta, pero no hay nada que puedas hacer.
Senenmut, al escuchar la conversación entre su padre y la princesa, intervino al instante.
―Padre, he tomado una decisión: quiero alistarme en el ejército. Es hora de que haga mi parte por Kemet, como tú lo hiciste en su momento.
Un silencio tenso se instaló en la habitación. Todos los ojos se volvieron hacia Aahotep, cuyo rostro se oscureció de inmediato. Atem y Re'em intercambiaron miradas, conscientes de que estaban a punto de presenciar una conversación importante.
―¿Alistarte? ¡No permitiré que te arrojes a esa locura! He luchado en la guerra, he visto a amigos y hermanos morir. No voy a dejar que mi propio hijo se enfrente a ese horror.
Re’em sabía por su vida anterior lo que Aahotep quería decir, y no se lo deseaba a nadie.
―Pero, padre, quiero seguir tus pasos y los de Shuti Atem. Kemet sigue enfrentando amenazas, y no puedo quedarme aquí sin hacer nada. Ya no soy un niño.
Aahotep golpeó la mesa con tanta fuerza que todos se sobresaltaron y los cubiertos tintinearon sobre la mesa. Detrás de la ira que estaba mostrando, Re’em pudo ver la preocupación que Aahotep sentía por su hijo.
―¡No sabes de lo que hablas, Senenmut! La guerra no es una aventura gloriosa. Es sangre, sufrimiento y muerte. Si insistes en esto, estarás traicionando todo por lo que he luchado, y no tendré más remedio que desheredarte.
Todos permanecieron en silencio, incapaces de evitar que aquella discusión empeorase. Senenmut se levantó, rojo de ira.
―Si eso es lo que piensas, entonces ya no soy tu hijo. Prefiero perderlo todo a vivir en la sombra del miedo.
―¡Senenmut! ―exclamó Neferet, horrorizada―. No digas eso. ¡Somos tu familia!
―Lo siento, madre, pero es evidente que él no piensa lo mismo.
―¡Deja de decir tonterías y siéntate! ―exclamó Aahotep.
Senenmut clavó la mirada en su padre.
―Ya no es mi padre. Usted mismo lo ha dicho. Ya no tengo por qué obedecerle.
Hizo un saludo a los demás y se marchó. Neferet lo llamó a gritos.
―¡Haz algo! ―pidió a su marido―. ¡No puedes dejar que se marche así!
Aahotep parecía envejecido de repente. Su mujer se levantó y siguió a Senenmut. Atem, que había estado observando en silencio, se inclinó hacia su amigo, colocando una mano sobre su hombro.
―No es fácil ver a nuestros hijos tomar sus propias decisiones, pero a veces debemos confiar en ellos.
Aahotep lo miró con tristeza.
―Es mi mayor temor, Atem. No quiero que conozca el dolor que yo sufrí, ni que pague el precio que nosotros pagamos por esta paz.
―Aahotep ―intervino Re’em con suavidad―, quizá puedas mostrarle lo que significó realmente la guerra para ti. Si comprende lo que has pasado, tal vez pueda tomar una decisión con pleno conocimiento. Después solo tienes que confiar en la educación que le habéis dado. Creo que es lo mejor que puedes hacer como padre sin decidir por él.
El ady-mer la miró sorprendido.
―Eres muy sabia. Atem, has tenido mucha suerte de que sea tu esposa. Será una gran reina.
Re’em negó.
―No es para tanto.
Atem la miró con admiración.
―Aahotep tiene razón. Tú siempre has demostrado ser una persona sabia. Por eso siempre he escuchado tus consejos.
Re’em desvió la mirada, dando gracias de llevar el velo.
―Aahotep ―dijo Atem a su amigo―, sigue sus consejos y verás que todo se arregla. Ahora solo necesita tiempo para tranquilizarse. Luego podréis hablar con calma sobre esto. Pero recuerda siempre que él ya no es un niño.
Aahotep asintió.
―Sí, lo sé, pero no puedo evitarlo. Todavía lo veo correteando por la casa, huyendo de su niñera y de mi mujer porque no quería irse a dormir… Lamento el espectáculo. Organizaré una comida en el jardín para compensaros.
Atem asintió.
―Me parece bien, pero recuerda mi petición de ayer…
―¡Sí, sí, por supuesto! Ya está todo organizado.
Re’em los miró con curiosidad. ¿Qué se traía Atem entre manos? Por su expresión supo que sería inútil preguntar, así que miró a los otros hijos de Aahotep. Parecían acostumbrados a aquellas discusiones, ya que volvían a comer con normalidad. Re’em suspiró y terminó su desayuno mientras intentaba adivinar qué había preparado Atem para la hora de comer.
Notes:
Me costó retomar la historia después del beso. ¿Cómo continuar después de una escena así? He tenido que probar varias cosas, hasta que he encontrado algo que no sea relleno. Atem tiene preparada una sorpresa desde el día anterior, antes del beso... ¿Qué será? Tendrás que esperar para saberlo ;)
Chapter 57: Hablando del futuro
Chapter Text
—¿Te gustaría dar un paseo por los jardines?
Re’em aceptó la propuesta de Atem, pero enseguida sintió mariposas en el estómago. Era la primera vez que estarían ellos dos solos después del beso. Bueno, Amir los seguía a unos pasos de distancia, pero ella estaba tan acostumbrada que muchas veces olvidaba que estaba ahí. Atem la llevó al exterior del edificio sin soltarle la mano. Re’em lo siguió mientras disfrutaba en silencio del contacto. Pronto la sombra de los árboles los protegió del sol, que empezaba a coger altura en el cielo. Debía de ser la hora cuarta según los cálculos de Re’em.
Se instalaron en un rincón del jardín mientras Amir se quedaba en el borde para darles intimidad. Atem apoyó la cabeza en su hombro y suspiró. Re’em lo miró. La preocupación era evidente por la tensión de su cuerpo. La princesa lo envolvió con un brazo y lo atrajo a ella. El monarca se acomodó en su nueva posición y cerró los ojos mientras su cuerpo se relajaba.
―Todo saldrá bien, Atem. Juntos mantendremos la paz. Ya lo verás ―tranquilizó mientras apartaba el flequillo de su rostro.
Atem sonrió.
―Contigo a mi lado, estoy seguro de ello ―admitió.
Re’em sonrió. Un chapoteo llamó su atención: más allá, en el estanque del jardín, Neferet y tres de sus hijos disfrutaban de la mañana. Las dos niñas chapoteaban felices mientras el hijo menor parecía jugar por los alrededores. Al verlos juntos en familia una idea asaltó su mente y se maldijo en silencio. ¿Cómo había podido olvidar eso? ¡Era un aspecto fundamental en el que ella no tenía experiencia!
―¿Re’em? ―preguntó Atem al sentir la tensión de la princesa.
La princesa no respondió. Los niños estaban felices mientras su madre cuidaba de ellos. La responsabilidad la abrumó. Sintió sobre ella la mirada curiosa de Atem mientras se incorporaba, pero ella era incapaz de apartar los ojos de la familia feliz. Hasta que el monarca se interpuso en su campo de visión.
―¿Qué te ocurre? ―preguntó con el ceño fruncido.
Re’em tragó saliva.
―No puedo hacerlo, Atem ―susurró―. No puedo ser tu reina.
Atem entrecerró los ojos.
―¿Por qué no?
Re’em desvió la mirada. Atem metió las manos bajo el velo y sujetó su rostro, obligándola a mirarle. El cálido contacto aceleró el corazón de Re’em. Sus ojos demandaban una respuesta.
―Toda mi educación ha girado en torno a ti, y a todo lo que debía hacer y decir como reina, pero no me dijeron qué debía hacer como madre del futuro rey ―explicó con temor―. No tengo experiencia ni conocimientos para hacer eso. ¿Cómo voy a criarlo? ¿Qué le voy a enseñar? Lo único que me han dicho es que debo darte hijos, pero nada más. Deberías casarte con Neith. Ya tenéis una hija y por lo poco que he visto parece ser una buena madre. Sé que seréis felices juntos.
Atem la miró desconcertado durante unos instantes mientras procesaba todo lo que la princesa había dicho. Luego su rostro se ensombreció.
―Re’em, escúchame con atención ―dijo Atem mientras acariciaba la mandíbula de la princesa con sus pulgares―: tú serás mi reina y la madre de mi heredero. Nadie más. En su momento no comprendí la insistencia de Isis en este matrimonio, pero ahora le doy las gracias por no rendirse. Habría perdido mi última oportunidad de estar contigo. En cuanto a lo de ser madre, ¿crees que Neith sabía lo que tenía que hacer cuando tuvo a Ankhesenamón? No, igual que ninguna de tus madres lo sabían la primera vez que dieron a luz. Ni ella sabía lo que tendría que hacer para criar a Senenmut ―añadió, señalando a Neferet con la cabeza―. Ni yo tengo muy claro lo que tendré que hacer con nuestros hijos, a pesar de tener ya una hija.
―Pero Neith te hace feliz…
―Re’em ―interrumpió Atem―, si tengo que elegir entre ambas, te elijo a ti. Es más, te elijo a ti antes que a cualquier otra, porque la única persona que realmente me hace feliz eres tú. Sherdet y Neith me han ayudado a vivir con el vacío que dejaste en mi corazón, y siempre estaré agradecido con ellas por eso, pero nunca las amé. No como te amo a ti.
―¿Entonces no te importa que ahora sea una mujer?
Atem parpadeó.
―¿A ti te importa que yo sea más mayor que tú?
Re’em negó.
―Sigues siendo el mismo Atem del que me enamoré.
―Tú también eres la misma persona. No importa si eres hombre o mujer. Amo tu forma de ser.
Atem acarició su mejilla y Re’em inclinó la cabeza.
—Lo único que te pido es que te mantengas a mi lado —añadió—. Lo demás podemos resolverlo juntos, pero no soportaría perderte de nuevo.
Re’em juntó sus frentes.
—Te lo he prometido y haré todo lo que esté en mi mano para cumplir mi promesa —recordó mientras clavaba la mirada en los rubíes de Atem.
El pulgar rozó sus labios y durante un instante Re’em sintió el beso de la noche anterior. Cuando volvió a mirar a Atem, supo que él también estaba recordándolo.
—Ojalá no te pusieras este maldito velo —murmuró el monarca.
Re’em sonrió y besó la mano que la estaba acariciando. Los ojos de Atem se oscurecieron.
—Es mejor cumplir con las tradiciones.
Atem bufó mientras retiraba la mano y miraba al cielo. Re’em reprimió una queja.
—Creo que Aahotep quería comprobar cuánto has mejorado en la lucha. Voy a ver si ha terminado su reunión con Bakura. Espérame aquí.
—Tiw, nesui.
Atem se alejó, no sin antes dirigirle una mirada que hizo hervir la sangre de Re’em. Todavía le estaba mirando cuando Amir se acercó a ella.
—No debería confiar en él, princesa.
Re’em lo observó con curiosidad. Parecía molesto.
—¿Qué quieres decir?
—Ese hombre cambia su actitud igual que el viento cambia de dirección. Alguien que la ignora durante días y luego la halaga no es de fiar. Cualquier día lo encontrará con otra mujer y se dará cuenta de que todo eran falsas promesas para contentarla.
Re’em no sabía qué tenía Amir en contra de Atem. Era la primera vez que veía una actitud tan hostil. Sin embargo, Re’em sintió una punzada al escuchar la última frase. No le gustaba imaginarlo en brazos de otra, pero Atem era el rey. Tenía derecho a tener todas las amantes y esposas que quisiera. La princesa reprimió un escalofrío.
—Amir, no vuelvas a decir esas cosas de él —le respondió con voz firme—. Será mi marido, no lo olvides. Lo entenderé si quieres renunciar a tu puesto y regresar con mi padre, pero si te quedas tendrás que aceptarlo como tu rey. No tienes otra opción.
Notes:
Creo que la impaciencia me está ganando. Voy a hacer un pequeño spoiler... ¡¡¡Habrá boda!!! Mentira, no es un spoiler, pero tengo tantas ganas de subir esa parte de la historia que sospecho que esa es la razón de que los capítulos me estén saliendo con más rapidez... Capítulo que actualizo, capítulo que estoy más cerca de la boda de estos dos tortolitos :)
Chapter 58: Hablando claro
Chapter Text
El sol del mediodía bañaba con su cálida luz la terraza donde Aahotep había dispuesto una mesa decorada con esmero bajo un toldo para recibir a sus invitados. Re'em observó con curiosidad los platos que los sirvientes colocaban frente a cada uno de ellos. Atem, sentado a su lado, permanecía en silencio con una expresión enigmática que a la princesa le recordó cuando su príncipe tramaba algo.
—Espero que disfrutes de la comida, Re'em —dijo Atem de repente, rompiendo el silencio. Había una ligera sonrisa en sus labios, una que aceleraba el corazón de Re’em igual que la primera vez que la vio en su vida anterior.
Re'em se inclinó hacia su plato y sus ojos se iluminaron al reconocer las berenjenas rellenas. El aroma especiado le trajo recuerdos de su tierra natal y del día en que Aahotep había hecho que las prepararan en Waset. Miró a Atem con una mezcla de sorpresa y gratitud.
—No puedo creer que hayas hecho esto —dijo la princesa, incapaz de ocultar su emoción—. Es... es perfecto. Gracias, Atem.
El rey asintió, con una suavidad en su mirada que contrastaba con los días de tensión que habían compartido. Bakura y Aahotep intercambiaron miradas cómplices, conscientes del significado de aquel gesto. Mientras los demás comenzaban a comer, Re'em se dejó llevar por la calidez del momento, disfrutando no solo del sabor familiar de la comida, sino también del sutil pero poderoso mensaje de Atem: tenían una segunda oportunidad que no iba a desaprovechar.
―¿Qué tal el combate de antes? ―inició Atem la conversación―. ¿Quién ha ganado?
Re’em se abstuvo de responder mientras seguía disfrutando de las berenjenas.
―Tu prometida no deja de sorprenderme ―respondió con admiración.
―Te ha derrotado, ¿verdad? ―adivinó Atem.
―¿Derrotarme? ¡No he tenido ninguna oportunidad! ¿Qué le has enseñado?
El monarca rio. Re’em sonrió entre bocado y bocado. ¿Qué diría si supiera que tuvo el mismo maestro que Atem cuando eran niños?
―Re’em aprende con rapidez. Ya te advertí que había mejorado mucho.
―Sin embargo, tuve que recurrir a todos mis conocimientos para derrotarte ―intervino la princesa―. No ha sido fácil.
Era cierto. Re’em había tenido que desempolvar algunas estrategias de combate de su anterior vida para derrotarlo. Aahotep movió la mano en desacuerdo mientras terminaba de masticar.
―Re’em, eres demasiado humilde ―respondió―. Has avanzado mucho desde la primera vez que llegaste aquí. Puedes y deberías estar orgullosa de eso.
―Gracias, Aahotep. ¿Y tu familia? ¿No come con nosotros?
―Neferet ha decidido llevarse a los niños a pasar el día con unos amigos para que podáis estar tranquilos durante vuestro último día aquí.
—¿Sigue empeñado en ser soldado? ―preguntó con cautela.
Aahotep suspiró.
—Senenmut está decidido y no sabemos cómo manejarlo.
―Amigo mío, creo que nadie sabe cómo manejar estas situaciones hasta que se presentan —dijo Atem—. Ten paciencia.
Aahotep asintió resignado al escuchar el consejo de Atem. Re’em continuó comiendo mientras pensaba en su conversación anterior con el monarca. Tal vez no sería tan malo ser madre si él estaba a su lado. Siempre habían enfrentado juntos todos los desafíos y habían salido airosos. Mientras comía sintió una mirada sobre ella. Levantó la cabeza y vio a Amir con una expresión sombría en la pequeña mesa que habían colocado para él. Cuando ella le miró, el guardián cambió su expresión por completo: sonrió y se centró en su comida. Re’em frunció el ceño. Aquella situación le resultaba familiar...
―Meruti, ¿todo bien?
Su intuición se confirmó al ver a Amir tensar la mandíbula cuando Atem habló. Tendría que volver a hablar con él en cuanto pudiera. Re’em volvió a mirar a Atem y sonrió.
―Tiw, nesui. Gracias por la sorpresa ―respondió con amor―. Me ha encantado.
Atem sonrió satisfecho.
―A partir de ahora te cuidaré más ―prometió, apretando su mano con amor.
―Y yo a ti ―respondió Re’em mientras entrelazaba sus dedos.
―Creo que voy a vomitar ―murmuró Bakura mientras se removía en su asiento.
―No le hagáis caso —dijo Aahotep—. Hacéis buena pareja y me encanta veros tan felices.
Re’em y Atem se miraron sin soltar sus manos.
—Gracias, amigo, te agradecemos tu apoyo.
La princesa asintió, confirmando las palabras del monarca. Re’em volvió a sentir la mirada de Amir sobre ella. Tenía que encontrar una oportunidad para hablar, a ser posible antes de salir de allí. Amir merecía saber la verdad.
∞∞∞
Re’em respiró el aire fresco de la mañana. Apenas estaba amaneciendo. La princesa levantó la mirada para contemplar los colores que empezaban a llenar el cielo.
Re'em había acudido al jardín, sola, para despedirse de aquel lugar. Como había previsto, Amir la siguió a distancia. Una vez que el cielo empezaba a volverse azul con la salida del sol, Re’em hizo una seña a Amir, quien miró a su alrededor y acudió a su llamada. Los pájaros comenzaron a cantar a su alrededor.
—¿Me llamaba, princesa?
Re’em asintió, pero se tomó unos instantes para observarle mientras buscaba las palabras adecuadas. Debía manejar el asunto con cuidado.
—Amir, me preocupa verte así —susurró—. Nos conocemos desde hace mucho tiempo y sé leer en tus ojos cuándo algo te perturba. ¿Por qué no me hablas?
Amir miró hacia el estanque, a un par de pasos de ellos.
—No es nada, princesa. Mi deber es protegerte, no molestarte con mis pensamientos.
Re’em frunció los labios.
—Sabes que confío en ti más que en nadie, Amir —dijo con firmeza—. Si algo te preocupa, me lo dirás. No solo soy tu princesa, también soy tu amiga. ¿O ya lo has olvidado?
Amir levantó la mirada hacia ella después de unos instantes. La intensidad con la que lo hacía dejó a Re’em sin palabras.
—Princesa… Re'em… Es difícil para mí veros con él. Vosotros, juntos… es como si pertenecierais a otro mundo, uno en el que no tengo lugar.
Re’em suspiró. Había tenido la esperanza de estar equivocada, pero su intuición se estaba confirmando.
—Amir, entiendo lo que sientes más de lo que crees. Ven, siéntate conmigo y te contaré algo de mí que no sabes.
Amir la miró con escepticismo, pero obedeció.
—Antes de empezar, quiero que me dejes hablar hasta el final. Luego responderé a todas tus preguntas.
Amir asintió.
—Así lo haré.
Re’em se armó de valor y le explicó todo. Desde las pesadillas y sueños hasta quién era en su anterior vida y su relación con Atem, y cuándo recuperó sus recuerdos de su vida anterior. La princesa habló sin mirarle, temiendo que la rechazara, pero Amir se quedó en silencio durante todo su discurso.
—Parece que Atem cambia de humor sin más —explicó—, pero en realidad está dolido por mi muerte. No quiere que eso vuelva a suceder. Se enteró de que ofrecí mi vida a cambio de que los dioses le protegieran del atentado que yo no podía impedir. Por eso dejó de hablarme estos días atrás. Anoche se dio cuenta de que lo había sacrificado todo por volver a su lado y me ha prometido aprovechar esta oportunidad. No te lo cuento para hacerte daño, Amir. Lo hago porque somos amigos y confío en ti.
Amir no dijo nada. Re’em levantó la mirada y vio que tenía una expresión seria en el rostro. Había escuchado cada palabra y eso aliviaba su temor. Si Amir no había salido corriendo, había esperanza para que su amistad continuara.
—Por eso dijo antes que entendía lo que yo sentía…
Re’em asintió.
—Cuando era Mahado, yo amaba a Atem. Era mi amigo, mi compañero, y lo protegía con mi vida. Pero ese amor… durante años fue imposible. Atem era mi destino, pero no de la manera que mi corazón deseaba. Mi amor por él me dio fuerzas, pero también me enseñó a aceptar lo que no podía ser.
—¿Y cómo lo soportó?
Re'em sonrió con tristeza.
—Lo soporté porque sabía que mi lugar estaba a su lado, sin importar en qué forma. Primero como su protector y como su amigo. Después, cuando tuve la suerte de ser correspondido, como su amor… y ahora, después de tantos años, como su legítima esposa. Esta nueva oportunidad nos trae nuevos desafíos, pero el amor que sentimos el uno por el otro trasciende cualquier forma o circunstancia.
Amir apartó la mirada de ella.
—Pero yo no soy como ese Mahado del que me habla. No tengo esa fortaleza. Mi amor por usted me consume… y sé que no puede ser correspondido.
Re’em colocó una mano sobre su hombro.
—Amir, tu amor es noble y te honra más de lo que imaginas, pero mi corazón pertenece a Atem. No solo por lo que fue en el pasado, sino por lo que es ahora, en esta vida. No puedo corresponderte de la forma en que deseas, pero eso no disminuye lo que eres para mí. Eres un pilar en mi vida, mi protector, mi amigo. Y aunque no puedas ser más que eso, te pido que sigas a mi lado, como lo has hecho siempre. Sin embargo, no soy tan egoísta como para causarte más dolor del necesario. Lo entenderé si decides regresar a tu hogar.
Amir volvió a mirarla después de unos instantes. Había tristeza en sus ojos, pero también una fuerte determinación.
—Siempre estaré a vuestro lado, mi señora. Siempre.
Re’em asintió con comprensión y ternura.
—Gracias, Amir. Significa mucho para mí.
Notes:
Tal vez el siguiente capítulo tarde un poco más. Ya tenía una idea de cómo escribir éste cuando subí el anterior. Esta vez no tengo la idea del todo clara, así que no te sorprendas si tardo una semana en actualizar. Espero que te haya gustado :)
Chapter 59: Una mala noticia
Chapter Text
Cada hora que pasaba estaban más cerca de Iunu. Re’em no podía quitárselo de la mente, a pesar de que quedaban dos días para su llegada a la ciudad y tres para la boda. Lo más probable era que Isis y Yasmin estuvieran en ese momento asegurándose de que todo estuviera preparado para la celebración. Mana estaría viajando con el resto de los miembros de la Corte, si no habían llegado ya. Neith y Ankhesenamón también estarían allí cuando ellos llegaran.
Re’em sintió un nudo en la garganta. ¿Cómo se iban a organizar después de la boda? Mana no le había dicho dónde dormiría ella. ¿Atem la dejaría dormir con él o preferiría asignarle una habitación en el harén? Había prometido aprovechar esta oportunidad, pero también había confesado que no podía confiarle su corazón como si nada. Re’em era consciente de que tendría que demostrarle a Atem cada día que podía contar con ella, pero ¿eso significaba que tendrían que dormir en habitaciones separadas durante un tiempo? ¿Continuaría durmiendo en la misma habitación que estaba ahora? Re’em se removió, pensando cómo hablar de esto con Atem.
―¿Qué te preocupa ahora? ―preguntó el monarca, dejando con la boca abierta a su prometida, literalmente, justo cuando Re’em se había decidido a hablar.
―Me preguntaba qué va a pasar después de la boda. ¿Dónde dormiré? ¿Qué va a pasar con Neith y Sherdet?
Atem levantó una ceja.
―¿Te preocupa dónde vas a dormir? Creía que estaba bastante claro.
Re’em tragó saliva.
―¿De verdad? —preguntó, desviando la mirada.
Atem la observó durante unos instantes.
―Serás mi reina. Dormirás conmigo.
La tensión desapareció de su cuerpo al escuchar eso. Atem rio con suavidad al notarlo.
―¿Crees que voy a dejar que pases las noches sola después de soportar dieciséis años sin ti? ―preguntó mientras le cogía la mano.
Re’em dejó que la agradable sensación calmara sus temores antes de responder.
―Sé que te he hecho sufrir y pensé que tal vez querrías algo de espacio.
―Digamos que tendrás que compensarme todas las noches con tu compañía. Será tu castigo.
Re’em sonrió.
―Acepto el castigo, nesui ―respondió apretando su mano.
―¿Cuál es el problema con Neith? ¿No sois amigas?
―No tengo problemas con ella, pero pensé que tal vez quieras tener tu espacio para poder visitarla ―dijo desviando la mirada―. Sigue siendo la madre de tu hija.
―Neith siempre formará parte de mi vida, pero corté mi relación con ella antes de salir de viaje. Si lo prefieres, la enviaré a un templo en otra ciudad. Como te dije, te elijo a ti antes que a cualquier otra mujer.
Re’em consideró la idea un instante antes de negar con la cabeza.
―No quiero que Neith se vaya del harén. Reconozco que estaría más tranquila si ella no estuviera en palacio, pero es una princesa. Podrías tener problemas por alejarla de la Corte. Además, ¿qué pasaría con Ankhesenamón? Ella dejaría de ver a uno de sus padres y sufriría. No quiero ser responsable de eso.
Atem la miró fijamente. Re’em no podía ver bien el color de sus ojos, pero tenía la sensación de que se habían oscurecido.
―Gracias ―susurró con voz ronca.
Re’em reconoció ese tono de voz. Atem besó su muñeca con suavidad, provocando un escalofrío que recorrió su cuerpo. Tragó saliva con dificultad.
—¿Y qué pasará con Sherdet? —preguntó con un hilo de voz.
—No tiene sentido que se quede en el harén —dijo entre beso y beso—. Podría volver a suceder. Se quedará en el templo de Aset en Iunu. Será lo mejor. Ya le he enviado una carta a Mana con las instrucciones.
Re’em permaneció en silencio. Si Sherdet iba a quedarse en Iunu, significaba que estaban trasladando todas sus pertenencias allí. Era demasiado tarde para hacer que Atem cambiara de idea, pero… ¿tal vez podrían aprovechar eso? La mente de Re’em funcionaba a mil, trazando un plan. Ni siquiera fue consciente hasta un rato después de que Atem había detenido sus besos y la estaba observando en silencio, como si pudiera ver lo que Re’em estaba pensando…
—¿Nesui? —preguntó cuando se dio cuenta de esto.
El carruaje se detuvo y la sacudida que dio pareció sacar a Atem de su trance. El monarca parpadeó y miró al exterior. Re’em lo miró con curiosidad mientras bajaban del carruaje. ¿Atem había visto lo que estaba pensando? Por el bien de Emir y Sherdet, esperaba que no... La princesa sacó la idea de su mente y aprovechó el descanso para estirar las piernas y mirar a su alrededor. Emir también había bajado de su carruaje y Re’em se acercó a él.
—¿Hay alguna novedad sobre Sherdet? —preguntó el embajador antes de que ella dijera nada.
Re’em negó.
—No he logrado convencerle, pero tengo un plan —le dijo mientras se aseguraba de que nadie más podía escuchar su conversación.
—¿Qué plan?
—Lo sabrás en el último momento. Antes tengo que hablar con algunas personas, y no puedo hacerlo hasta que lleguemos a Iunu.
Mientras hablaban, Bakura conversaba con lo que parecía ser un mensajero. No le gustó la expresión de su rostro. Poco después lo vio dirigirse hacia Atem y el rostro de éste se ensombreció. Los tres hablaron durante todo el descanso. Re’em tuvo un mal presentimiento, pero no quiso interrumpir.
—¿De qué estarán hablando? —preguntó Emir.
—No lo sé, pero seguro que nada bueno. Atem está tenso y preocupado.
Re’em esperó en vano que terminaran de hablar mientras hacía compañía a Emir. Incluso temió que Atem y Bakura siguieran hablando durante el viaje, pero eso no sucedió. Se separaron cuando terminó el descanso y Re’em siguió al monarca al interior del carruaje.
—Han matado a ese desgraciado —dijo Atem en cuanto se pusieron en marcha y nadie les escuchaba.
Re’em lo miró, intentando adivinar de quién estaba hablando, hasta que recordó lo sucedido en Hut-her-ib.
—¿Cómo? ¿No estaba vigilado?
—Día y noche, con los hombres de refuerzo que Bakura dejó allí. Alguien logró envenenarlo a través de su comida. El vigilante de turno lo encontró muerto a la mañana siguiente y ya no pudieron hacer nada. Nebamun está investigando lo sucedido. ¡¡Maldición!! —exclamó, lanzando algo a la pared del carruaje—. Quería interrogarlo de nuevo durante el viaje de regreso.
Re’em recogió el papiro que había rodado por el suelo y leyó el mensaje. Llevaba el sello de Nebamun y explicaba lo sucedido de una manera tan rebuscada que la princesa tuvo que leerlo tres veces para captar todo lo que decía. Además de lo que Atem le había dicho, Nebamun se disculpaba por lo sucedido y acusaba a un miembro del personal de servicio que por lo visto había desaparecido. Re’em estuvo a punto de descartar esto último cuando recordó la conversación que había escuchado durante su enfermedad.
—Nebamun sospecha que podría ser algún sirviente ―señaló Re’em.
Atem hizo una mueca.
—Una pista falsa, sin duda. Hay mil motivos para que un sirviente desaparezca. Además, siempre se acusa en estos casos a personas que no pueden defenderse. No voy a culpar a nadie sin pruebas, Re’em. No sería justo.
La princesa sonrió.
—Sin embargo, si Nebamun tiene razón, habrá una prueba.
Atem la miró con curiosidad.
—¿A qué prueba te refieres?
—¿Recuerdas que escuché la conversación y marqué con mi heka a uno de ellos? ¿Alguien que podría ser un sirviente de Nebamun?
Atem se irguió.
—Si es la misma persona, llevará tu marca.
Re’em asintió.
—Una marca que detectarás sin problemas. Siempre has podido sentir mis hechizos.
—Sí, y todavía no sé por qué. Nunca he llegado a identificar los hechizos de Mana hasta que notaba sus efectos...
Re’em no supo qué decir. Ella tampoco tenía una explicación para eso. Leyó la carta una vez más, por si había pasado algo por alto, y miró a Atem. La sonrisa de antes ya no estaba, tenía la mirada perdida en el horizonte y sus hombros se habían tensado. Re’em frunció los labios. Tras unos instantes de espeso silencio, murmuró un hechizo. Atem la miró de reojo.
―Quiero practicar un poco con mi heka. No lo he hecho desde que recuperé mi magia.
Atem volvió a mirar el exterior.
―Mientras no destruyas el carruaje…
―Solo serán unos pequeños hechizos.
El monarca no respondió. Re’em murmuró una palabra y el papiro desapareció. Se concentró y con un gesto suave creó una pequeña esfera de luz flotante que cambiaba de colores entre el dorado y el púrpura, proyectando un suave resplandor en las paredes del carruaje. Mientras la esfera flotaba, Re'em concentró su energía en potenciar su propio aroma, el relajante olor a lavanda, mezclándolo con el aire que circulaba en el interior. Re’em miró de reojo a Atem. Sus hombros empezaban a relajarse poco a poco, aunque él no parecía notarlo. Estaba funcionando. Solo tenía que atraer un poco más su atención.
Con un movimiento delicado de sus manos, Re'em hizo aparecer figuras animadas de animales que empezaron a correr alrededor de la esfera de luz, entrelazándose y cambiando de forma, como si fueran criaturas de un sueño. Leones que cazaban antílopes, y luego se transformaban en cocodrilos o elefantes, y éstos se transformaban en peces que eran capturados por ibis. Atem se giró al notar los cambios de luz, capturando con la vista las figuras juguetonas. El aroma a lavanda se había vuelto más intenso, pero Atem no parecía notarlo todavía. Lo único que hizo fue recostarse en su asiento sin dejar de mirar las figuras.
Re'em invocó unas pequeñas flores mágicas que brotaron de la nada. Sus pétalos se abrieron con gracia, llenando el espacio con un brillo suave y cálido de todos los colores. La princesa volvió a mirar a Atem, que ahora tenía su atención puesta en las flores y estaba formando una sonrisa pequeña pero genuina, igual que cuando era príncipe. El ambiente entero parecía haber cambiado. El aroma a lavanda, ahora más fuerte, lo envolvía como un abrazo invisible. Re’em esperaba recordarle con eso que estaba a su lado y que podía contar con ella en los momentos más oscuros.
Atem suspiró, relajado, mientras parecía abandonarse en el abrazo invisible de lavanda.
Notes:
Bueno, al final la inspiración hizo su parte y he tardado menos de lo que pensaba. La boda se acerca... :)
Chapter 60: La reunión
Notes:
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Chapter Text
Re’em no podía evitar que su pierna se moviera sola. Aquel día llegaban a Iunu. Estaba prevista una recepción y por la tarde la princesa tendría que probarse el vestido que llevaría al día siguiente, por si necesitaba un ajuste de última hora. Re’em dudaba que fuera necesario, ya que el ejercicio que había estado haciendo la mantenía en forma. Y luego estaba lo de Emir y Sherdet. No dejaba de rezar a Hwt-hor para que esos dos tuvieran un final feliz. Se lo merecían. Re’em tenía pensado hacer todo lo posible por ellos, pero nunca venía mal un poco de ayuda divina.
—¿Jugamos una partida de senet? —propuso Atem.
—¿Aquí? ¿Ahora?
—¿Por qué no? Tenemos tiempo y la última vez que jugamos quedamos iguales. Tú ganaste una y yo otra.
—El movimiento podría tirar o mover las piezas…
Atem arqueó una ceja.
—¿Prefieres seguir perdida en tus pensamientos durante el resto del viaje y ponerte más nerviosa?
Re’em lo miró sorprendida. Atem veía a través de ella con la misma facilidad que en su anterior vida.
—Está bien, vamos a jugar.
Re’em sacó el tablero y lo puso entre los dos.
—Esta vez jugaré con carretes —dijo Atem.
La princesa asintió. Atem lanzó los palos y obtuvo un resultado favorable. Con una sonrisa confiada, movió su primer carrete, marcando el inicio del juego. Mientras tanto, Re’em recordó la última vez que jugó con los conos contra Atem dieciséis años atrás. No se le escapó el hecho de que poco después vivió la época más feliz de su anterior vida.
—Tu turno.
Re’em parpadeó. Atem le ofrecía los palos mientras la miraba con curiosidad.
—¿En qué piensas?
—En aquella partida que jugamos hace tanto tiempo —respondió mientras movía sus conos—. Tú jugabas con los carretes y días después nos casamos, y ahora sucederá lo mismo.
—No, lo mismo no —susurró Atem mientras aceptaba los palos.
Re’em sintió que su corazón se aceleraba mientras sus dedos se rozaban, pero no se paró a disfrutar de ello. La respuesta del monarca la intrigaba. Atem lanzó y movió sus piezas.
—Esta vez nuestro matrimonio durará muchos años —aclaró mientras la miraba desafiante.
Re’em sonrió y asintió.
—Toda nuestra vida —prometió.
Atem recogió los palos y se los dio.
—Tu turno —dijo con una pequeña sonrisa.
Re’em los aceptó, asegurándose de acariciar la mano del monarca.
∞∞∞
A medida que el carruaje avanzaba por el camino, los primeros destellos de la ciudad de Iunu se hacían visibles en el horizonte. La luz del sol se reflejaba en los altos obeliscos que se alzaban hacia el cielo, como dedos gigantes apuntando a los dioses. Iunu, la Ciudad del Sol, emergía ante ellos con todo su esplendor, rodeada de palmeras datileras y campos de trigo dorado que parecían extenderse hasta donde alcanza la vista.
A las puertas de la ciudad les recibió el frenético ritmo de sus habitantes: en seguida se vieron rodeados de diferentes puestos en los que comerciantes con coloridas túnicas negociaban precios y multitud de artesanos exhibían sus productos, desde exquisitas joyas hasta delicadas cerámicas, todo con un brillo que recordaba al oro del sol que la ciudad veneraba. Las calles estaban llenas de vida: niños corriendo, riendo y jugando, mientras los sacerdotes y acólitos del gran templo de Ra se movían en procesión hacia el santuario.
Re’em no puedo evitar mirarlo todo con interés. Los nervios que había vuelto a sentir horas antes habían quedado olvidados. A su lado escuchó una suave risa. Re’em se irguió y lo miró.
—Siempre he admirado tu sed de conocimiento —confesó el monarca—. Cuando éramos niños devorabas cada libro que caía en tus manos y querías conocer otras culturas. Me alegro de que eso no haya cambiado.
Re’em no supo qué responder a eso. Mientras se acercaban al palacio la princesa pudo sentir el peso de la historia y la importancia de aquella ciudad. No solo como un centro de poder, sino también como un lugar donde la conexión con los dioses era palpable, donde cada rincón parecía vibrar con la energía del sol al que estaba dedicada.
—Nunca antes había estado aquí —murmuró mientras seguía admirando la ciudad y fijándose en cada detalle.
—Tienes razón…
La arquitectura era imponente; los edificios estaban decorados con intrincados relieves que representaban escenas de la mitología egipcia y los logros de reyes anteriores. Sin embargo, los ojos de Re’em no se abrieron de asombro hasta que pasaron junto al templo de Ra, con altos muros que protegían el recinto sagrado. Ra era la principal deidad de aquella ciudad, y como tal le presentarían sus respetos, pero también había templo cercano dedicado a Aset. Apenas tuvo tiempo de verlo mientras pasaban de largo.
No tardaron en llegar a su destino. Atem bajó primero y ofreció su mano a Re’em, que la aceptó con gusto. Cualquier excusa era válida para tocar a Atem. La calidez de su mano logró acelerar el corazón de la princesa, quien sonrió sin poder evitarlo. Por lo que pudo notar por el rabillo del ojo, Atem también debía de sentir lo mismo porque estaba esbozando una sonrisa. Cuando miró al frente se dio cuenta de que toda la Corte había salido a recibirlos. En seguida vio a Sherdet, que parecía más delgada que antes. Re’em intentó hacer contacto visual para tranquilizarla, pero ella solo tenía ojos para Emir. Neith también estaba allí, más seria de lo que recordaba, cogiendo de la mano a Ankhesenamón, que parecía ansiosa por saludar a su padre. Detrás de ellas estaba Mana, con la mirada clavada en ella. Re’em se mordió el labio para no reír mientras la veía entrecerrar los ojos.
—Bienvenidos a mi humilde morada, majestad, alteza —exclamó un hombre mientras se acercaban—. Princesa Re’em, soy Khety y tengo el honor de ser vuestro anfitrión durante vuestra estancia aquí.
—Es un placer conocerle. Muchas gracias por su hospitalidad —dijo Re’em mientras Atem saludaba al hombre con un movimiento de cabeza.
El hombre se inclinó respetuosamente.
—Por aquí, por favor —dijo mientras les invitaba a seguirle—. Imagino que estarán agotados por el viaje. Sus habitaciones ya están preparadas.
Re’em sintió que todo el cansancio del viaje la alcanzaba en ese momento. Se aferró a la mano que todavía sujetaba mientras dejaba escapar un suspiro.
—¿Te encuentras bien? —susurró Atem.
Re’em asintió.
—Estoy agotada.
Atem guio la mano de Re’em para que se agarrara de su brazo.
—Apóyate si lo necesitas.
—Gracias, pero no es necesario. Estoy bien.
Siguieron a Khety mientras les mostraba su “humilde morada”. Durante todo el trayecto Re’em mantuvo su agarre sobre el brazo de Atem y se sorprendió un par de veces apoyándose en el monarca a pesar de lo que había dicho antes. Atem hizo como si no lo notara, pero una suave sonrisa se instaló en su rostro hasta que se retiraron a sus habitaciones.
Re’em apenas tuvo tiempo de echar de menos la cercanía de Atem cuando el sueño la reclamó.
∞∞∞
No dejaba de moverse por la habitación. ¿Por qué estaban tardando tanto? ¿Y si Atem lo descubría todo? No, no podía pensar así. Todavía no habían hecho nada malo. Re’em cerró los ojos y respiró hondo varias veces. Aun así, solo cuando escuchó la puerta abrirse y cerrarse detrás de Yasmin y Mana, pudo respirar tranquila.
—¿Os ha visto alguien?
Ambas mujeres negaron.
—¿Atem sigue en su habitación?
—Eso creo…
—¿Por qué estoy aquí? —preguntó Mana, que no había dejado de mirar a la princesa con sospecha.
Re’em las miró durante un instante.
—Necesito vuestra ayuda para llevar a cabo un plan —dijo con cautela—. Antes de contaros nada, debo decir que si nos descubren, podrían acusarnos de obstrucción a la justicia y desobediencia.
Re’em no pudo seguir hablando aunque hubiera querido. Mana chilló tan fuerte que Yasmin y Re’em casi se quedaron sordas.
—¡¡No me lo puedo creer!! —exclamó Mana, emocionada—. Tú, la persona más formal del mundo, incitándome a la rebelión. ¡¡Ser princesa te ha mejorado!!
Re’em intentó acallarla.
—¡¡Mana, no grites!! Podrían escucharnos…
Mana sonrió con confianza.
—Estoy segura de que ya has pensado en eso.
Re’em tragó saliva. Su alocada amiga tenía razón. No había podido resistir la tentación de insonorizar la habitación con un hechizo. Sin embargo, no podía admitirlo delante de Yasmin.
—¡Eso no importa! —advirtió—. Mana, esta reunión es peligrosa. Por eso quiero saber si me ayudaréis antes de contaros nada.
La ex aprendiz se fingió ofendida.
—¡¡Por supuesto que te ayudaré!! Somos amigas, ¿no?
Re’em sonrió y asintió.
—Tenía que asegurarme. ¿Y tú, Yasmin? ¿Vas a ayudarme?
La aludida miró a ambas, un poco insegura, antes de asentir con seriedad.
—Siempre podrá contar conmigo, princesa.
—¿Qué es eso tan peligroso que vamos a hacer? —pregunto Mana.
—Vamos a ayudar a Sherdet y Emir a que tengan su final feliz.
Notes:
Sesenta capítulos. No me lo puedo creer. Y todavía faltan algunos para terminar esta historia. Espero que hayas disfrutado :)
Chapter 61: La boda
Notes:
Asegúrate de haber leído el capítulo anterior antes de continuar con éste. Que lo disfrutes :)
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Chapter Text
El templo de Aset, ubicado junto al templo de Ra, se alzaba majestuosamente ante ellos rodeado de flores y palmeras. Atem y Re'em, vestidos con sus ropas ceremoniales, acababan de salir del templo contiguo y se dirigieron al altar donde harían la segunda ofrenda del día. El altar estaba adornado con lirios y lotos, y una estatua de la diosa Aset con sus alas protectoras se alzaba en el centro. Sacerdotes y sacerdotisas del templo los esperaban, cantando himnos en honor a la diosa. Re’em había ido hasta allí con el velo, pero no tardó en quitárselo. Lo dejó como ofrenda en el altar, junto con las flores y frutas que habían llevado.
―Oh, gran Aset, diosa de la magia y protectora del matrimonio, te ofrecemos estas humildes ofrendas. Bendice nuestra unión y protégenos con tus alas.
Atem hizo una reverencia profunda.
―Aset, madre divina, te pedimos que nos guíes y nos otorgues tu favor en este día sagrado.
La sacerdotisa principal se acercó, bendiciendo a la pareja con agua sagrada y pronunciando palabras de protección y prosperidad.
―Que Aset los proteja y bendiga esta unión con amor y felicidad eterna.
Después de la ofrenda, la ceremonia de la boda tuvo lugar en los jardines del templo. Los asistentes, incluyendo familia, amigos y dignatarios, se reunieron en un círculo alrededor de la pareja. Re’em pudo escuchar algunos murmullos al ver su rostro por primera vez, pero ella se mantuvo solemne. Sintió la mirada azulada de Seto clavada en ella. Re’em intentó actuar como si no se hubiera dado cuenta, pero la ponía nerviosa. Sin embargo, la olvidó en un instante: Mana la había visto y había ahogado un grito. Re’em tuvo que morderse la mejilla para evitar reír. El día anterior su amiga había lanzado indirectas sobre su verdadera identidad, pero una cosa era sospechar algo y otra confirmarlo. A pesar del alboroto, Mana parecía contenta y eso era todo lo que la futura reina necesitaba saber.
Isis se adelantó hacia ellos, silenciando cualquier revuelo entre los presentes, y comenzó con la segunda razón por la que estaban todos allí: la boda.
―Hoy, bajo la mirada benevolente de los dioses, nos reunimos para unir en sagrado matrimonio a Shuti Atem y la princesa Re'em.
Isis les hizo una seña. La pareja se tomó de las manos y clavaron la mirada en el otro. Re’em sintió que el resto del mundo se desvanecía.
―Re'em, prometo amarte, honrarte y protegerte, ahora y siempre, como mi igual y mi compañera en todos los aspectos de mi vida.
―Prometo estar a tu lado, Atem, en la alegría y en la adversidad, cumpliendo con mis deberes, acompañándote en todo momento, ayudándote a mantener la paz y la prosperidad de nuestro reino.
Isis alzó las manos al cielo.
―Que los dioses bendigan esta unión, otorgándoles sabiduría, fortaleza y amor eterno. Que juntos guíen a Kemet hacia un futuro brillante.
La voz de la consejera llegaba como un sonido lejano, pero se esforzó por escucharla. Todavía tenía que recibir su nombre como reina. Entonces Isis clavó la mirada en Re’em.
―Por la voluntad de los dioses y en reconocimiento a tu honor y compromiso, te nombro Ma'atneferu, «la que cumple sus promesas». Como reina, portarás este nombre con orgullo y rectitud.
Re'em asintió, emocionada.
―Acepto este nombre con humildad y determinación.
―En nombre de los dioses y por el poder conferido en mí, declaro a Atem y Ma'atneferu unidos en matrimonio. Podéis besaron como confirmación de vuestras promesas, rey y reina de Kemet.
Los invitados estallaron en aplausos y vítores, lanzando pétalos sobre ellos, mientras Atem y Re'em se besaban. La nueva reina no tuvo problemas para identificar un grito de júbilo que eclipsaba todos lo demás y que le provocó una sonrisa. En seguida se acercaron todos a felicitar a la pareja. En contra de lo esperado, Mana no parecía tener prisa por acercarse a ellos.
―¡¡Por fin!! ―exclamó mientras se acercaba con las brazos abiertos hacia ella. Re’em aceptó el abrazo, riendo―. ¡Me alegro tanto de que os halláis casado! Isis tenía razón cuando me dijo que eras la adecuada para Atem. ¿Cuándo me haréis tía?
Re’em se tensó.
—¡Ma-Mana! —regaño mientras miraba a su alrededor.
Nadie parecía estar escuchando, pero nunca se sabía. Atem la fulminó con la mirada.
―¡Acabamos de casarnos! No seas impaciente.
Mana sonrió a pesar del regaño del monarca.
―En cualquier caso, me alegro de que por fin estéis juntos. Habéis superado muchos obstáculos para llegar hasta aquí. No dejéis que nada ni nadie os separe nunca más.
Como si fuera una señal, Neith se acercó con su hija de la mano. Re’em sintió un nudo en el estómago. Atem se agachó y abrazó a su pequeña.
—Enhorabuena —dijo Neith con una sonrisa—. Que seáis muy felices juntos.
Re’em sonrió ante los buenos deseos de la nubia.
—Gracias, Neith. Significa mucho para mí que me aceptes como esposa de Atem.
—Hago lo que sea necesario por mi pequeña.
Re’em tuvo una extraña sensación al escucharlo, pero mantuvo su sonrisa. Se sintió aliviada cuando Neith regresó junto a Ankhesenamón, quien todavía estaba con su padre. Sin embargo, ver a los tres juntos borró lo que quedaba de su sonrisa. Atem estaba tan feliz…
—Solo es la madre de su hija —dijo Mana a su lado—. Él siempre te ha amado a ti.
Re’em suspiró.
—Lo sé, Atem me lo ha dicho. Incluso estaba dispuesto a echarla del harén si yo se lo pedía.
Mana la miró con ojos de cachorro.
—Por favor, hazme feliz y dime que Neith se marcha para siempre.
Re’em soltó una risa.
—Lo siento, Mana. Me negé a que Neith se fuera.
Mana hizo un puchero.
—¿Por qué? ¿No tienes piedad de mí?
—Ankhesenamón merece crecer junto sus dos padres. No puedo quitarle eso.
Re’em había mantenido la mirada en su marido y su hija. Marido. Tenía que acostumbrarse a esa palabra… Una risita de Mana la sacó de sus pensamientos. Re’em la interrogó con la mirada.
—Serás una buena madre —dijo Mana.
Re’em la miró sin saber bien qué decir.
—Regresemos —dijo Atem, ofreciéndole la mano con una sonrisa.
Re’em la aceptó y sonrió cuando entrelazaron sus dedos. Mana los miraba con una sonrisa mientras regresaban al palacio. Mientras se dirigían al comedor notó un rastro familiar de magia. Re’em miró a su alrededor, buscando a la persona que dejaba ese rastro, pero no consiguió identificarla. Había demasiada gente moviéndose de un lado a otro. Atem apretó su mano, llamando su atención.
—¿Sucede algo?
Re’em se mordió el labio. Había demasiada gente para hablar, aunque no tuvo que hacerlo. Atem pareció entender y la llevó en silencio hasta la mesa principal del comedor, que ya estaba preparado para el banquete de celebración. Habían colocado varias mesas repletas de diferentes manjares: frutas frescas, panes suaves, pescado y carne asados, y dulces bañados en miel. La música suave llenaba el aire mientras los bailarines se movían con gracia. La luz de las antorchas titilaba en las paredes del gran salón, creando un ambiente cálido y acogedor. Cuando el banquete había comenzado y nadie les prestaba atención, Atem se inclinó hacia ella.
—¿Qué era eso que te preocupaba antes?
Re’em se acercó a él, asegurándose de que nadie les estaba escuchando.
—El cómplice que marqué con mi heka está aquí, pero no he conseguido identificarlo.
Atem la miró.
—¿Estás preocupada?
—¿Por tu seguridad? Siempre. No quiero ser viuda tan pronto.
Atem suspiró y le cogió la mano. Re’em dejó que la agradable sensación aplacara su inquietud.
—Re’em, no me va a pasar nada —susurró intentando calmarla—. Llevo puesto tu colgante y te tengo a ti a mi lado. Juntos somos invencibles.
Re’em se perdió en aquellos rubíes que con el brillo de las antorchas y las lámparas de aceite, parecían tener vida propia. La música del banquete pareció cada vez más lejana mientras Atem estiraba su mano libre y acariciaba su mejilla.
—Creía que no podría volver a ser feliz porque te habías ido —continuó el monarca—. Has desafiado y superado todo lo que yo consideraba imposible y has regresado a mi lado. Ahora estamos juntos. Casados. Un milagro por el que doy gracias a todos los dioses. No sé quién es esa persona ni lo que planea, pero sí sé que la atraparemos. ¿Podemos disfrutar durante unas horas sin pensar en nada más, hemeti?
El apelativo, pronunciado con amor, dejó a Re’em sin aliento. Su corazón latía con fuerza mientras las caricias de Atem en su mano y en su mejilla dejaban su mente en blanco. Le costaba recordar de qué estaban hablando, mucho menos formular una respuesta adecuada. Atem rio con suavidad. Re’em desvió la mirada. Sus ojos cayeron sobre Mana, que los estaba mirando con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Por todos los dioses, ustedes dos son tan adorables que me dan ganas de vomitar! —exclamó Mana con una risa jovial, llamando la atención de algunos invitados cercanos.
—Mana, ¿no puedes dejarnos disfrutar de nuestro momento en paz? —dijo Atem, fingiendo un tono de reproche, pero sus ojos brillaban con diversión.
—¡Oh, vamos, príncipe! —respondió Mana con un puchero exagerado—. ¡Después de todo lo que hemos pasado juntos tengo derecho a burlarme un poco!
Ambos rieron. Re’em sacudió la cabeza ante la actitud juguetona de su amiga.
—No cambiarás nunca, ¿verdad?
Mana negó, ampliando su sonrisa.
—Soy demasiado mayor para eso. Tendré que buscarme a alguien que me ayude a soportar tanto azúcar, ¿verdad, Yasmin? —añadió, guiñándole un ojo.
La aludida rio también. Las dos se habían sentado juntas y parecían llevarse bien. Eso era bueno. Ayudaría a ocultar su plan. Atem besó a Re’em en el dorso de la mano mientras la apretaba un poco más fuerte.
—Que todos sean testigos —dijo en voz alta, dirigiéndose a los presentes y provocando algunas risas y murmullos—. La felicidad que siento en este momento no tiene comparación. Mi corazón está completo con Re'em a mi lado.
La nueva reina apretó su mano con fuerza, conmovida por sus palabras.
—Y el mío, Atem, nesui —respondió con voz clara.
Los invitados aplaudieron ante la demostración de amor. Mana soltó un suspiro dramático.
—¡Definitivamente tendré que encontrar a alguien! —declaró ella con exageración, haciendo reír a todos los que la escuchaban.
El banquete continuó, lleno de risas, música y alegría, con Atem y Re'em robándose miradas y sonrisas, y Mana manteniendo el ánimo ligero y festivo, tal como siempre lo había hecho. Se lo pasaron tan bien que Re’em olvidó por completo identificar al cómplice desaparecido.
Notes:
El significado del nuevo nombre de Re'em no es exacto, pero es una forma más poética de decir lo que quería decir. Además, como nombre me parecía más adecuado que la traducción literal. Espero que te haya gustado. Todavía quedan algunos capítulos, así que podremos disfrutar de esta linda pareja ;)
Chapter 62: La marca
Notes:
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Re’em paseó la mirada por el salón cuando terminó de comer. En las mesas empezaban a aparecer asientos vacíos. Neith había solicitado retirarse porque Ankhesenamón se había dormido y quería llevarla a su habitación. Kisara había hecho lo mismo con sus hijos, ayudada por Seto. Algunos se habían levantado para hablar y estaban agrupados de pie. Aahotep y Neferet estaban bailando junto a los músicos. Se los veía muy enamorados y Re’em los miró con una sonrisa. Ojalá ellos también siguieran tan enamorados con el paso de los años. Atem estaba hablando con algunos nobles en aquel momento, así que pudo observar a la pareja bailar sincronizada con una punzada de envidia. Si ella supiera moverse como ellos…
—¿Te gustaría bailar conmigo? —preguntó Atem en voz baja, inclinándose cerca de su oído para que solo ella pudiera oírlo.
Re'em levantó la vista, sorprendida. Sus ojos se encontraron con los de Atem, llenos de calidez y comprensión. Su primer instinto fue negarse; el miedo a parecer torpe o ridícula frente a todos la frenó.
—Atem, yo… no sé bailar —admitió en un susurro, su voz apenas audible por encima de la música.
El monarca rio con suavidad, tranquilizando un poco sus nervios.
—No se trata de saber —le respondió con amor—. Se trata de disfrutar el momento. No necesitas ser perfecta, solo estar conmigo.
Re’em volvió a mirar a la pareja que bailaba, insegura.
―Mahado, yo te guiaré ―dijo con firmeza―. Confía en mí.
La reina se quedó sin palabras. Era la primera vez que Atem utilizaba su antiguo nombre. Su cuerpo se movió por voluntad propia, aceptando la mano del monarca y levantándose, mientras el aire regresaba a sus pulmones. Atem tomó su mano con delicadeza y la guio hacia la pista de baile. Aunque su corazón latía con fuerza y la inseguridad la asaltaba, los ojos de Atem nunca se apartaron de los suyos, brindándole la seguridad que necesitaba. La música pareció suavizarse a su alrededor y, por un momento, era como si fueran los únicos en el salón.
Atem la guio en un paso simple, manteniendo sus movimientos lentos y medidos, sin apresurarse. Re'em lo siguió; al principio con torpeza, tropezando ligeramente con sus propios pies, pero Atem la sostuvo con firmeza y una sonrisa alentadora.
—Lo estás haciendo mejor de lo que crees —susurró Atem.
Sus palabras fueron un bálsamo para los nervios de Re'em. Aun así, ella solo pudo esbozar una sonrisa nerviosa en respuesta mientras se concentraba en el baile.
―¿Nunca te enseñaron? ―preguntó Atem con curiosidad en la voz.
Re’em negó mientras seguía sus movimientos.
―Lo intentaron, pero mi instructor insistía en que era un caso perdido. Tropezaba constantemente y él decía que no era capaz de moverme al ritmo de la música.
Atem se tensó y dejó de moverse por un instante.
―Tu instructor era un inepto ―dijo mientras retomaba el baile―. Tú eres capaz de esto y mucho más.
Re’em sonrió. De repente sintió que seguía mejor los movimientos de Atem, a pesar de que este hacía movimientos más difíciles que los anteriores. Re’em lo observó y lo imitó.
―¿Lo ves? Solo necesitabas al instructor adecuado.
Re’em logró disfrutar de la experiencia, riéndose suavemente cuando cometía algún error y sintiendo que cada paso la acercaba más a Atem. Poco después empezó una melodía más lenta. Re’em sintió que el corazón se le iba a salir del pecho cuando Atem la acercó a él y comenzó a bailar más despacio. Poco después su cercanía la ayudó a tranquilizarse por completo y dejarse llevar. Atem pareció apoyarse más en ella.
—Gracias —murmuró Re'em, su voz apenas un susurro—. Por todo.
Atem besó su mandíbula.
—Siempre estaré aquí para ti, Re'em. Siempre.
Ella asintió.
―Y yo para ti, Atem. Durante el resto de mi vida.
Los rubíes brillaron. Re’em sintió que se acercaban. No, era ella que inclinaba la cabeza, como si los ojos de Atem la hubieran hipnotizado. Podía sentir sus respiraciones mezclándose cuando algo llamó su atención. Re’em levantó la cabeza de inmediato mientras miraba a su alrededor. Era distante, pero estaba allí con ellos. Debía de estar en el otro lado del comedor. Recorrió la zona con la mirada, buscando caras familiares.
―¿Re’em?
―Está aquí.
Atem se tensó.
―¿Dónde? Apenas lo noto…
Re’em se abrió paso entre buena parte de los invitados que se habían puesto a bailar. Cuando por fin llegaron hasta el extremo del comedor, la marca se seguía sintiendo distante. Amir y Bakura, siempre vigilantes, se acercaron a la pareja.
―Seguidnos ―ordenó Atem―. El cómplice que desapareció está aquí.
―¿Dónde? ―preguntó Bakura mientras Amir miraba a su alrededor.
Re’em encontró el rastro que había perdido unos instantes antes.
―Por aquí.
Se metió por un pasillo. Los demás la siguieron.
―¿Cómo lo…?
Atem silenció la pregunta mientras Re’em seguía el rastro. Cada vez estaba más cerca hasta que lo sintió detrás de una puerta cerrada.
―Está aquí dentro ―susurró.
Atem se puso delante de Re’em y empujó. La puerta de la habitación se abrió con un chirrido, revelando el interior débilmente iluminado. Atem, seguido de cerca por Re'em, Amir, y Bakura, entró en la estancia mientras sus miradas recorrían con rapidez el espacio. Cerca de una mesa llena de papeles desordenados y frascos de tinta estaban Neith y Rashid, de pie, sorprendidos por la repentina irrupción. Tras ellos, medio oculto por las sombras, estaba el sirviente que tenía la marca de Re’em. Neith se adelantó hacia ellos, sorprendida.
—¡Atem! ¿Qué haces aquí?
Atem clavó la mirada en ella.
—¿Qué hago yo aquí? —susurró de tal forma que a Re’em le recorrió un escalofrío por la espalda—. La verdad es que es una historia un poco larga. ¿Por dónde empiezo?
—Hwt-her-ib —susurró Re’em, atrayendo una mirada fría de la nubia.
Atem se volvió y le sonrió.
—Gracias, hemeti.
Re’em curvó los labios un instante antes de centrar toda su atención en los movimientos de los sospechosos, preparada para actuar en caso necesario. Atem comenzó a pasear por la habitación.
—Como bien ha dicho Re’em, todo comenzó allí. Dos personas hablaron de una conspiración, y de que alguien importante los apoyaba. Re’em estaba enferma cuando lo escuchó…
—Entonces fue una alucinación…
—¡Silencio! —ordenó Atem a la nubia que le había interrumpido—. Como iba diciendo, ella estaba demasiado débil para abrir los ojos, así que marcó con su heka a una de las personas. ¿Y adivina qué? Esa persona está en esta habitación. Hemos seguido a tu hombre hasta aquí, Neith. Ya no hay más escondites ni mentiras que puedan salvarte.
Neith frunció el ceño. Su mirada pasó rápidamente de Atem a Re'em, y luego a los hombres que los acompañaban. Rashid dio un paso hacia adelante, pero Bakura alzó su espada, apuntando a su pecho.
—Ni un paso más.
Re’em lo miró con tristeza. Fue solo un instante, pero fue todo lo que la nubia necesitó. Con un movimiento rápido y calculado, Neith sacó una daga oculta en su túnica y se lanzó hacia Re'em, gritando de rabia.
—¡Maldita seas, princesa! ¡No dejaré que me lo arrebates todo!
Re'em reaccionó instintivamente. Levantó una mano y, nada más susurrar «ankh», un escudo de energía mágica chisporroteó en el aire frente a ella. La daga chocó contra el escudo invisible, deteniéndose a un codo de su rostro antes de caer al suelo con un sonido metálico.
Atem se movió con rapidez, colocándose entre Neith y Re'em, mientras Amir y Bakura se lanzaban hacia Rashid y el cómplice, desarmándolos con destreza y rapidez. Los sonidos del forcejeo llenaron la habitación mientras los dos conspiradores eran sometidos.
—Yo no te he quitado nada que fuera tuyo, Neith. Eso lo has hecho tú sola —dijo mientras extendía su escudo para proteger al monarca—. En cuanto a Atem, no puedes perder lo que nunca tuviste.
La nubia volvió a rugir de rabia y se lanzó contra Re’em. Esta sonrió cuando un muro invisible le impidió acercarse a la pareja.
—¡¡Te mataré!! —exclamó mientras buscaba la manera de atravesar el escudo.
—¡Neith, detente ahora! —ordenó Atem—. No tienes ninguna posibilidad.
—¡Ella es el enemigo, no yo! —exclamó, retrocediendo—. ¡Yo he estado a tu lado en tus peores momentos, mientras que su padre ha movilizado a su ejército para atacarte! ¡¡Ella es la traidora!!
Atem se tensó. Re’em podía verlo desde donde estaba.
—Mi padre no tiene nada que ver en esto —se defendió Re’em.
Atem extendió una mano hacia atrás.
—Lo sé, hemeti.
—¿Vas a creer a una recién llegada antes que a mí?
—Tengo pruebas de que ni ella ni Yakubher están relacionados con esto, Neith. Deja de acusarla.
La nubia rio.
—Eso no te lo crees ni tú. Esas pruebas no existen.
Atem suspiró.
—Te equivocas. Debo reconocer que habéis utilizado unos códigos muy similares a los que Yakubher utiliza, pero no lo suficiente. Una ojeada de Emir a las supuestas órdenes fue todo lo que necesité para confirmar que eran falsas. Nunca hubo intención de romper la alianza. Además, como ya te dije, Re’em ha demostrado tener más lealtad hacia mí que nadie que haya conocido. No te atrevas a compararte con ella, porque siempre saldrás perdiendo.
Neith miró a todos lados, buscando una salida. Re’em se estaba preparando para detener su huida cuando de repente escucharon el sonido de pasos apresurados en el pasillo. Aahotep entró en la habitación, sosteniendo un rollo de papiro con el sello roto en una mano.
—¡Por fin os encuentro! Atem, veo que ya lo habéis descubierto —dijo mientras veía la situación.
—¿Para qué me buscabas? —preguntó el monarca sin apartar la mirada de Neith.
—Acaban de llegar las pruebas que necesitábamos. Los espías han regresado con estos documentos. Todo está aquí: la correspondencia entre Neith y Rashid y sus cómplices, y sus planes para sabotear la paz.
La expresión de la nubia se oscureció aún más al escuchar esas palabras. Re’em no le quitó el ojo de encima. Sabía que las personas que no tienen nada que perder son capaces de hacer cualquier cosa.
—Neith, has cometido una gran traición —dijo Atem—. Serás juzgada por tus actos y Kemet no mostrará misericordia.
—Es mejor que te entregues, Neith —susurró Re’em—. Si intentas escapar, no saldrás viva de aquí. Hazlo por tu hija.
Neith bajó la cabeza, derrotada. Re'em bajó despacio el escudo mágico. Atem se volvió hacia ella, asegurándose de que estuviera bien. Sus miradas se encontraron por un momento y Re'em asintió, indicando que estaban a salvo. Mientras tanto, Bakura y Amir mantenían a Rashid y al cómplice bajo control, asegurándose de que no intentaran nada más.
La habitación se quedó en silencio, con las llamas de las antorchas parpadeando en las paredes, mientras el destino de los conspiradores estaba decidido.
∞∞∞
A Re’em le costaba mantener la calma mientras se dirigían a la habitación. Atem le había cogido la mano y la estaba acariciando, pero no era suficiente. Aun así, el monarca solo rompió el silencio cuando entraron en su dormitorio y le indicó que se sentara en la cama. Re’em obedeció. Atem se sentó a su lado.
—Hemeti, ¿qué te pone tan nerviosa? —preguntó con suavidad—. Tienes recuerdos de nosotros juntos. ¿Qué es lo que te asusta?
Re’em tragó saliva.
—E-es mi primera vez como mujer —murmuró—. ¿Y si no soy suficiente?
Atem sujetó y acarició su rostro, animándola a mirarle. Re’em levantó los ojos del suelo y se quedó sin aliento. Atem la miraba con tanto amor que las dudas que antes la atormentaban se desvanecieron.
—Tú siempre serás suficiente para mí —respondió—. Iremos tan despacio como necesites. Te lo prometo.
Atem juntó sus frentes. Re’em cerró los ojos, y dejó que su aroma y calidez la calmaran mientras sentía su mano acariciando su nuca. Era la segunda vez ese día que Atem disipaba sus temores.
—Tengo algo para ti.
Re’em lo miró con curiosidad mientras Atem se quitaba un colgante que le impidió ver.
—Cierra los ojos —pidió.
Los ojos de Atem brillaban de entusiasmo, y si algo le hacía feliz no podía ser malo. Re’em obedeció. Atem se colocó tras ella y le abrochó el colgante.
—Ya puedes abrirlos.
Re’em miró el colgante que le había puesto y luego a Atem, que había regresado a su lado con una sonrisa en su rostro.
—Atem… esto es…
—Siempre ha sido tuyo y ya es hora de que lo vuelvas a tener. Esta vez espero que lo lleves siempre.
Re’em asintió mientras apretaba en su mano el pequeño ankh dorado.
—Nunca me lo quitaré —prometió.
Re’em no dejó que Atem respondiera. Sujetó su barbilla y lo besó, intentando transmitirle todo el amor y el agradecimiento que sentía. El monarca sonrió antes de iniciar el siguiente beso. No se separaron en toda la noche.
Notes:
Quería escribir todo el día de la boda en un capítulo, pero era demasiado largo. Aun así, este es el capítulo más largo que he escrito. Tengo muy claro lo que queda por escribir y no puedo esperar para publicarlo, aunque eso signifique terminar con esta historia. Espero que te haya gustado :)
Chapter 63: Rechazo
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Re’em estaba tan cómoda que ni siquiera quería abrir los ojos. El peso que sentía en la mitad de su cuerpo, junto con la calidez familiar, le hicieron suspirar y acurrucarse más mientras a su mente llegaban recuerdos que aceleraron su corazón. Su piel hormigueó cuando Atem se movió en sueños. Solo entonces Re’em abrió los ojos para ver dormir a su marido. La luz de la mañana llenaba la habitación por completo, pero no le sorprendió que ninguno de los dos se hubiera despertado antes. Atem había cumplido su palabra y se había tomado su tiempo, lo que también les había quitado algunas horas de sueño. No importaba. Estaban juntos y nadie los iba a separar.
Re’em besó su frente y llenó los pulmones con su aroma. Los ojos de Atem se movieron como si estuviera a punto de despertar, pero no se abrieron. El brazo que Atem tenía rodeando su cintura la apretó, pegando más sus cuerpos. Re’em sonrió y correspondió el apretón mientras acariciaba su pelo. Después de un rato, las pestañas de Atem aletearon y sus ojos se abrieron, mostrando ese color rojizo que la dejaba sin respiración. Re’em amplió su sonrisa.
―Buenos días, dormilón ―se burló sin dejar de sonreír.
Atem parpadeó un par de veces antes de enfocar la mirada en ella.
―Buenos días, madrugadora ―respondió con el mismo tono burlón.
Ambos rieron. Atem la besó y volvió a acomodarse en ella. Re’em suspiró feliz mientras acariciaba su pelo.
―Deberíamos levantarnos. Es tarde ―dijo después de un rato―. Tenemos que regresar a Waset.
―No hay prisa ―respondió mientras acariciaba el brazo de Re’em, erizándole la piel―. El barco no puede irse sin nosotros.
Re’em no insistió. Estaba demasiado a gusto para actuar como una persona responsable y sensata. Además, estaba segura de que no tardaría mucho tiempo en aparecer alguien y romper su burbuja. Su suposición se vio confirmada cuando escuchó voces en el pasillo, acercándose a ellos. Atem enterró el rostro en su cuello.
―Dioses, tened piedad de mí ―murmuró, haciendo reír a Re’em―. Que no vengan aquí.
Ella lo abrazó fuerte en respuesta.
―No te preocupes, no nos separaremos.
Re’em estaba repartiendo suaves besos por el hombro de Atem cuando la puerta se abrió y entró Mana, seguida de cerca por Yasmin.
―Siento interrumpir, pero esto es urgente ―dijo Mana.
―Le dije que todavía no os habíais levantado, pero…
―No pasa nada, Yasmin ―tranquilizó Re’em al notar la seriedad con la que Mana había hablado―. ¿Qué ocurre?
―Se trata de Ankhesenamón.
Atem, que hasta ese momento se había hecho el dormido, se incorporó al instante. Re’em se estremeció de frío cuando se separaron y se tapó más.
―¿Qué le ocurre?
―Insiste en ver a su madre. Sabe que algo no va bien y no hace nada más que preguntar por ella desde ayer. La dormí con un poco de amapola, pero nada más levantarse ha pedido verla y no sé qué decirle.
Atem se tensó. Re’em acarició la espalda del monarca en señal de apoyo.
―¡¿Y ahora me lo dices?! ¿Por qué no me dijiste nada ayer?
―¡¡No quería estropear vuestra boda!! Además, tenías que cumplir con el acuerdo, ¿recuerdas?
Atem suspiró y miró a Re’em. Ella se sentó y le besó en la frente.
―Ve con ella. Ahora te necesita más que yo.
Atem se volvió hacia Mana.
―¿Dónde está ahora?
―En su habitación. Le he dicho que volvería en seguida.
―Vuelve a su lado y no dejes que salga. No quiero que se entere de lo sucedido por nadie más. Iré a verla en cuanto me haya vestido.
Mana asintió y se marchó. Atem miró a Yasmin, que se había quedado allí.
―¿Algo más?
Yasmin se mordió el labio.
―T-tengo que recoger el pañuelo, majestad.
Atem parpadeó y miró a Re’em.
―La prueba de que hemos cumplido los términos de la alianza.
Atem movió la cabeza.
―Algunas cosas nunca las entenderé ―murmuró.
Ella se rio. Atem se acercó a Re’em y le dio un beso.
―Te compensaré como mereces.
―No es necesario, Atem ―respondió acariciando su mejilla―. Es tu hija. Puedo compartirte con con ella.
Aquel pequeño gesto provocó un agradable hormigueo en su cuerpo, y a juzgar por la mirada de Atem, él también lo sentía.
―Aun así te compensaré ―prometió el monarca con una mirada que hizo hervir su sangre.
Re’em respondió con otro beso, reticente a dejarlo marchar. Atem respondió con entusiasmo hasta que se quedaron sin aire.
―Espérame ―susurró.
Re’em rio con suavidad mientras Atem se levantaba y se dirigía al baño. Yasmin carraspeó, recordando a la pareja su presencia.
—Majestad, ¿puedo llevármelo o tendré que esperar a que zarpen en el barco? —preguntó Yasmin con seriedad mientras en sus labios se formaba una sonrisa pícara.
Re’em negó, divertida con la indirecta de su amiga. Se sentó en el borde de la cama y se levantó mientras Yasmin recogía el pañuelo y se marchaba. Una vez estuvieron solos de nuevo se acercó al baño que había en la sala contigua. Atem parecía preocupado y triste. Re’em se metió en el baño con él y le frotó la espalda con pequeños masajes. No tardó en relajarse con sus atenciones. Cuando terminó, Atem la atrajo hacia él y apoyó la cabeza en su hombro.
―¿Cómo voy a decírselo?
―Diciéndoselo.
Atem la fulminó con la mirada. Re’em le besó y el monarca no pudo mantener su ceño fruncido. La reina sonrió al notar cómo el cuerpo de Atem volvía a relajarse, cómo se aferraba a ella, cómo encadenaba besos uno tras otro...
―Ve con ella ―susurró en cuanto Atem se separó de sus labios.
El monarca hizo un leve puchero antes de darle un último beso y salir del baño. Re’em intentó disfrutar de aquel momento de tranquilidad, pero el agua estaba demasiado fría sin Atem. No tardó en salir y vestirse. Quería hablar con Emir antes de que se marchara. Por el pasillo se podía oír la voz de Atem y su corazón se aceleró. Hacía poco que se habían separado y ya quería estar de nuevo a su lado. Un instante después se sorprendió escuchando detrás de la puerta.
—… A veces, los adultos hacen cosas que están mal. Y ahora... tu madre tiene que asumir las consecuencias de sus actos.
La voz de Atem provocó un nudo en su garganta. Re’em abrió la puerta sin pensarlo. Atem estaba arrodillado ante su hija, que todavía estaba llorando. De pronto se quedó sin voz. ¿Qué estaba haciendo ella allí? Aquello era un asunto entre padre e hija.
―Re’em, ¿ha sucedido algo?
La reina parpadeó. Atem la había visto y se había incorporado.
—Lo siento, no quería interrumpir. Te he oído y… ¿todo está bien? —preguntó Re'em con cautela, acercándose un poco más, con sus ojos moviéndose entre padre e hija.
Ankhesenamón alzó la vista hacia ella. Sus hermosos ojos, tan parecidos a los de su padre, la dejaron sin aliento. En su pequeño rostro surgió una mezcla de emociones: confusión, dolor, y algo más profundo, una chispa de rechazo. Re’em se inclinó hacia Ankhesenamón.
―¿Cómo estás?
—¡Tú no eres mi madre! —gritó la niña, dando un paso atrás. Sus palabras eran como dagas directas al corazón de Re'em—. ¡No puedes reemplazarla!
Re’em se esforzó por ocultar el dolor que le producía ver el rechazo en aquellos ojos que tanto amaba. Era como si Atem la estuviera rechazando otra vez.
—Ankhesenamón, yo no quiero reemplazar a tu madre —dijo Re'em con suavidad—. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ayudarte, para estar contigo... cuando lo necesites.
La niña apartó la mirada. Se limpió las lágrimas de su rostro mientras se escondía tras las piernas de su padre.
—No la quiero aquí —murmuró, su voz llena de tristeza—. ¡¡Quiero ver a madre!!
El impacto de aquellas palabras golpeó a Re'em, aunque mantuvo la compostura. Sabía que Ankhesenamón estaba confundida y dolida, pero el rechazo seguía siendo difícil de soportar. Atem tomó a su hija en brazos, abrazándola con fuerza, y miró a su esposa con una expresión que decía más de lo que las palabras podían expresar.
—Ankhesenamón, por favor —susurró Atem con tristeza—. Sé que es difícil, peque, pero todos estamos aquí para ti. Y Re'em solo quiere ayudarte.
La niña se acurrucó más contra su padre, ocultándose de Re’em mientras sollozaba. Estuvo a punto de acariciar a Ankhesenamón. Después de todo, ella no merecía sufrir así. Sin embargo, verla aferrándose a su padre de aquella manera la disuadió de hacerlo. Atem agarró la mano que Re’em había dejado a medio camino y la apretó mientras dejaba un beso en ella. Aquel gesto permitió a la reina respirar de nuevo, aunque todavía tenía un nudo en el estómago.
—No te preocupes, Atem. Dale tiempo —dijo con una pequeña sonrisa forzada.
Atem esbozó una sonrisa.
―Eso iba a decirte yo ―respondió guiñando el ojo.
Sin decir nada más Re’em se dio la vuelta para darles espacio, dejando que padre e hija lidiaran con sus sentimientos. Mientras se alejaba, volvió a escuchar la voz suave de Atem intentar consolar a la niña.
—Vamos, peque. Tu madre... cometió un error, pero Re'em no tiene la culpa.
La reina dobló la esquina y se detuvo un instante para respirar. Necesitaba estar centrada para hablar con Emir y asegurarse de que no haría ninguna tontería durante su traslado o su exilio.
Notes:
Como ves, la boda no es el final de esta historia. Todavía quedan algunos capítulos más. Y por supuesto, con sealshipping. Atem y Mahado están pidiendo más tiempo para estar juntos. ¿A que son adorables? ;)
Chapter 64: La despedida
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Cuando Re’em entró a la habitación de Emir, Sherdet estaba con él.
—Majestad —saludaron mientras se inclinaban.
—Para vosotros solo Re’em.
Emir se acercó cojeando.
—¿Es cierto lo que Sherdet me ha contado? ¿Que ella y yo…?
Re’em lo acalló antes de que pudiera terminar la frase.
—Sí, siempre que te muestres resignado. Los guardias no sospecharán si piensan que has aceptado tu destino y bajarán la guardia. Además, una vez que estés fuera del país no se preocuparán más por ti, a menos que regreses. ¿Tienes pensado ya dónde te vas a instalar?
—Sí, he pensado que…
—No me lo digas. Es más seguro. Yasmin se encargará de contarme si habéis tenido éxito.
Sherdet la abrazó.
—Gracias por todo, Re’em. Te estás arriesgando mucho por nosotros. Nunca lo olvidaré.
La reina le dio unas palmaditas en la espalda.
—Yo tampoco ―dijo Emir inclinando la cabeza mientras Sherdet le cogía de la mano con una sonrisa de oreja a oreja―. ¿Cómo podemos pagarte este favor?
―Sed felices. Es lo único que os pido.
En ese momento la puerta se abrió. La pareja se soltó y se inclinó a modo de saludo mientras Atem se adentraba en la habitación. Su mirada barrió la escena antes de fijarse en su esposa.
―Me dijeron que estabas aquí ―dijo, ignorando a la pareja―. Tengo que hablar contigo.
Re’em recordó que venía de hablar con la niña y asintió.
―Emir, cuídate mucho.
―Gracias, majestad. Igualmente.
Re’em siguió a Atem hacia la salida. Su expresión era neutra, pero podía ver en sus ojos que tenía algo importante que decirle. Sin embargo, Atem se mantuvo callado todo el camino hasta su habitación. Re’em le seguía en silencio. Más de una vez quiso cogerle de la mano y acariciarla, pero no se atrevió. ¿Tal vez la reacción de Ankhesenamón había cambiado todo entre ellos? ¿Y si Atem se arrepentía de su boda? La boca se le secó al pensarlo. No ayudaba que el monarca se dedicara a pasear por la habitación sin soltar una palabra.
―Atem, ¿qué sucede? ―preguntó con suavidad.
El monarca se detuvo y la miró. Su expresión seguía siendo neutra y eso no era una buena señal. Re’em tragó saliva mientras sostenía su mirada.
―Ankhesenamón está triste y asustada con lo sucedido.
Re’em asintió.
―Es normal ―susurró mientras se acercaba a su marido―. Su madre se ha convertido en una traidora, ya no estará más a su lado y además tiene que aguantar a la nueva esposa de su padre.
―Sobre ella y sus cómplices, he pensado que lo mejor será que viajen en un barco. Así Ankhesenamón podrá visitar a su madre durante el viaje.
Re’em pensó un instante en las palabras de Atem y volvió a asentir.
―Me parece bien, pero no es eso lo que querías contarme, ¿verdad? Temes que me oponga a lo que estás evitando decir.
Atem la miró sorprendido, pero no respondió. Re’em sonrió, decidida a terminar con el mal rato que el monarca estaba pasando.
―No tengo ningún problema en que Ankhesenamón nos acompañe. Te necesita a su lado. Y tú a ella.
Atem suspiró, aliviado. Re’em lo abrazó.
―Jamás me interpondré entre vosotros, Atem ―susurró.
―Gracias, hemeti ―respondió mientras se apoyaba más en ella.
Re’em acarició su espalda mientras Atem la abrazaba con fuerza.
―Sin embargo ―dijo Re’em después de un rato―, ¿es seguro trasladarlos en barco? Muchos de los hombres que ha traído Bakura son guerreros nubios. ¿Y si se amotinan y remontan el río?
Atem rio con suavidad, acelerando su corazón. Nunca se cansaría de escuchar su risa. Re’em estaba segura de ello.
―Está todo previsto. Confía en mí. Bakura sabe lo que tiene que hacer.
∞∞∞
―¡Re’em, te voy a echar de menos! ―se quejó Yasmin mientras la abrazaba.
―Y yo a ti, pero recuerda que mi padre te dejó acompañarme para que hicieras esto.
―¡Ahora tendré que casarme yo también!
Re’em sonrió.
―No irás a quejarte de tu prometido, ¿verdad? Te recuerdo que has tenido mucha suerte con él ―dijo mientras su mente recreaba al joven noble que estaría deseando volver a abrazar a su amiga.
―Al menos, no me iré sola.
Amir se removió en su sitio.
―Majestad, ¿está segura de esto? ¿No prefiere que me quede a su lado?
―Amir, mi leal amigo, claro que lo preferiría, y lo harás cuando regreses si todavía quieres hacerlo. Pero me quedaré más tranquila si proteges a Yasmin durante su viaje. ¿Harás eso por mí?
El guardián se inclinó.
―Eso está hecho, majestad.
―Bien, así tendrás tiempo para pensar si realmente quieres volver a mi lado.
Amir la miró horrorizado.
―¡¡Claro que volveré!! Si usted lo desea…
Re’em sonrió.
―Me hará feliz que vuelvas si eso es lo que realmente deseas. Por ahora, prométeme que pensarás en serio lo que vas a hacer con tu vida durante este viaje. Si te hace feliz quedarte allí, solo tienes que decirlo. Tendrás todas mis bendiciones.
Amir asintió con seriedad.
―Le prometo pensarlo, pero ya sabe cuál será mi elección. Hasta dentro de unas semanas, mi reina.
Re’em sonrió y lo abrazó. Amir, sorprendido, le dio unas palmadas en la espalda.
―Piénsalo bien ―susurró ella en su oído―. No quiero que luego te arrepientas de tu decisión.
―Lo sé, mi reina. Tenga cuidado mientras estoy fuera.
Re’em se separó y asintió. Amir se alejó unos pasos.
―Te escribiré cuando llegue ―prometió su amiga.
―Estaré esperando noticias.
Yasmin la abrazó por última vez y se secó una lágrima imaginaria. La reina rio y negó. Iba a echar de menos las locuras de su amiga. La pareja desapareció por las calles de la ciudad mientras Re’em se quedaba unos instantes en la puerta. Amir se parecía a ella más de lo que creía.
∞∞∞
Aquella tarde partieron hacia Waset. Re’em y Atem, con Ankhesenamón agarrada a la mano de su padre, se dirigieron hacia el imponente barco que les esperaba para llevarles de regreso a Waset. Al lado había otro, más humilde en comparación, pero con seguridad reforzada. En él habían embarcado ya los tres conspiradores. Una vez detenidos, iba a ser muy fácil dispersar las tropas que habían empezado a acampar al otro lado de la frontera. Un hombre de confianza de Bakura había partido unas horas antes con un documento sellado por la propia Re’em ordenando a las tropas que regresaran, acompañado por una pequeña escolta. Las tropas destinadas a Tjaru, junto con el destacamento extra que estaba de camino, eran más que suficientes para convencerlos en caso de que se negaran a marchar… sin mencionar el castigo que podrían recibir de Yakubher por desobedecerla. Castigo que Re’em se había asegurado de mencionar.
—Padre, ¿cuándo podré ver a madre?
La vocecilla de la niña la sacó de sus reflexiones. Atem se agachó para ponerse a su altura.
—Ahora no puede ser, peque, pero te prometo que esta noche podrás dormir con ella.
La cara de Ankhesenamón se iluminó mientras asentía. Sus pequeños rubíes cobraron vida y Re’em sonrió al notarlo. Atem la miró con curiosidad cuando se incorporó.
—No soporto ver tus ojos tristes —susurró mientras subían al barco.
Atem frunció el ceño.
—Ahora no estoy triste…
Re’em amplió su sonrisa.
—Ella tiene tus ojos.
Atem parpadeó y miró a su hija. Entonces la comprensión cruzó su rostro y sonrió.
—Así que es eso…
Fue el turno de la reina de mirarlo con curiosidad. A su alrededor estaban haciendo las maniobras para levar el ancla y adentrarse en el río, pero Re’em no se fijó en eso. Su atención estaba en Atem, que le estaba diciendo algo a la niña. Ankhesenamón le dio un beso a su padre en la mejilla y desapareció bajo cubierta, de la mano de una de las criadas. Cuando Atem miró a Re’em, pareció sorprenderse de que lo estuviera mirando.
—¿Qué significa tu comentario? —preguntó sin poder contener su curiosidad por más tiempo.
Atem cogió su mano y la acarició.
—Me preguntaba por qué te había afectado tanto que ella te rechazara esta mañana —respondió con seriedad—. Ahora lo sé. Siento haberte rechazado cuando supe quién eras. Debió dolerte mucho.
Re’em negó mientras acariciaba la mano de Atem. Sentirla era tranquilizador.
—Fue un castigo justo, Atem. No te lamentes por eso. Fue tu rechazo lo que hizo que me diera cuenta de tu dolor. Eso hace que esta segunda oportunidad sea tan valiosa para mí como para ti.
La expresión de Atem se suavizó mientras ella besaba su mano.
—¿Cómo puedes ser tan comprensiva? —murmuró.
—Crecí observándote —recordó Re’em mientras mantenía la mano del monarca cerca de su corazón—. Me había resignado a amarte en silencio, así que muchas veces te observaba sin que te dieras cuenta. Por eso puedo adivinar tus pensamientos. Sé que ahora estás dolido por la traición de Neith y preocupado por Ankhesenamón.
—Creo que eso es evidente para cualquiera.
—No para aquellos que solo te consideran un ser divino y olvidan que también eres humano. Sin embargo, yo puedo ver la profundidad de tus sentimientos. Todavía crees en la bondad de las personas a pesar de todo lo que has vivido, por mucho que hayas intentado ocultarlo con una máscara. Por eso dudaste de que Yakubher quisiera romper la tregua. Y también sé que una parte de ti no entiende las acciones de Neith.
Atem apretó su mano, sorprendido por la última afirmación de Re’em.
—Supongo que soy un ingenuo…
—Lo dices como si fuera algo malo.
―¿Y no lo es? ―preguntó, levantando una ceja.
―Piensa que si no fueras «ingenuo», nunca habrías creído en mí. Me habrías acusado de traición y habrías enviado tropas a la frontera. Habrías provocado una guerra. Tu supuesta ingenuidad ha mantenido la paz y ha evitado muchas muertes. Para mí no eres ingenuo, Atem. Tú tienes fe en los hombres a pesar de sufrir sus traiciones. Una fe inquebrantable que ha salvado muchas vidas.
Atem parecía haberse quedado sin palabras. Durante unos instantes se limitó a mirarla. Re’em no pudo apartar sus ojos de aquellos rubíes que brillaban como hogueras, calentando su cuerpo desde dentro. Atem soltó su mano y la subió a su nuca.
—¿Y ahora, hemeti? —susurró mientras la acariciaba—. ¿Sabes en qué estoy pensando?
Re’em inclinó la cabeza hasta juntar sus frentes.
―Tiw, nesui.
Atem sonrió antes de cerrar la distancia que los separaba y unir sus labios. Re’em cerró los ojos y se dejó llevar.
Notes:
El plan de Re'em se pone en marcha por fin. Espero que hayas disfrutado del capítulo ;)
Chapter 65: El primer paso
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
―Atem, creo que deberíamos acampar aquí.
―Re’em, solo hace dos horas que hemos salido y todavía podemos navegar una hora más.
―Lo sé, pero se me ha ocurrido una idea para animar a Ankhesenamón.
Atem la miró con curiosidad. Re’em se limitó a mover la cabeza en dirección a la orilla del río. El monarca vio lo que estaba señalando y comprendió.
―¿Estás segura de lo que vas a hacer? Esta mañana Ankhesenamón no quería ni verte, y dudo que haya cambiado de idea tan pronto…
―Esto la ayudará. Déjame intentarlo.
Atem la observó.
―¿Tanto te duele su rechazo que estás dispuesta a intentar esto? ―preguntó preocupado.
Re’em se sorprendió.
―Yo también te he observado durante años, hemeti.
―Necesito intentarlo. Cuanto antes empiece a acercarme a ella, antes me aceptará.
Atem acarició su mejilla. Un agradable hormigueo se extendió por su piel, acelerando su corazón.
―Lo entiendo, pero me preocupa que esto te cause más dolor.
Re’em besó su mano.
—¿Te preocupas por mí?
—Siempre.
—Entonces déjame hacer esto.
Atem la observó durante unos instantes y luego se separó de Re’em, que se mordió el labio para evitar protestar.
—¡Capitán! Pasaremos aquí la noche. Da las órdenes.
—¡Sí, majestad!
Re’em sonrió mientras la tripulación maniobraba. Se quedó en la barandilla, observando la ribera y pensando lo que iba a hacer. Así, cuando pudo bajar a tierra firme, no tuvo más que adentrarse unos pasos para coger los hibiscos elegidos, sentarse y comenzar su tarea. Más cerca de la orilla, los sirvientes se afanaban en preparar una hoguera para cocinar la cena. El murmullo de sus voces creaba un ambiente de paz y calma, mientras el aroma a flores y a hierba húmeda flotaba en el aire.
Re’em cogió las dos primeras flores y las enredó como le habían enseñado de pequeña. Luego fue añadiendo de una en una todas las que había recogido. Tan concentrada estaba que no escuchó los pasos que se acercaban ni la presencia de alguien que la estaba observando.
—¿De verdad lo haces tú sola? —preguntó la niña, inclinándose hacia adelante para ver mejor.
Re’em la miró un instante antes de sonreír y continuar con su tarea.
—Sí —respondió con suavidad, enredando con delicadeza los tallos flexibles entre sus dedos—, no es tan difícil. Además, estas flores tienen un toque especial —añadió, guiñando un ojo.
Ankhesenamón parpadeó con curiosidad. Entonces Re'em susurró unas palabras casi imperceptibles mientras añadía la última flor al collar y una ligera brisa pareció envolver las flores. A simple vista no había cambiado nada, pero Re'em sonrió.
—¿Sabes hacer magia? —preguntó Ankhesenamón con cautela.
Re’em asintió.
—Este pequeño hechizo evitará que las flores se marchiten o que el collar se deshaga —explicó mientras tomaba el collar terminado y lo colocaba con suavidad alrededor del cuello de la niña.
Re’em observó con satisfacción cómo los ojos de Ankhesenamón se iluminaban mientras miraba las flores, cuyos pétalos rojos realzaban su color. Luego la niña volvió a mirar con asombro a la reina.
—¿Lo has hecho para mí?
—Resaltan tu mirada. ¿Te gustan?
La niña tocó las flores con dedos delicados y esbozó una tímida sonrisa.
—Gracias... y lo siento —murmuró de repente—. Por lo de antes... por haberte rechazado. Yo... echo de menos a mi mamá.
Re'em sonrió y acarició con ternura el cabello de la niña.
—Lo sé y está bien sentir eso. No intento reemplazar a tu madre, pero espero que podamos entendernos y querernos a nuestra manera. ¿Me das la oportunidad de ser tu amiga?
El viento fresco del atardecer sopló con suavidad, haciendo que las flores del collar ondearan alrededor del cuello de Ankhesenamón. En ese momento la niña se dejó llevar por un impulso y abrazó a Re'em, quien correspondió el gesto entre sorprendida y conmovida.
—¿Me enseñas a hacerle un collar a madre?
—Claro, princesa. Ven, vamos a elegir las flores.
Re’em se levantó y le dio la mano a la niña. Mientras se paseaban por la zona, la reina se sintió observada y levantó la mirada por instinto. Un par de rubíes observaban con amor cada movimiento que las dos hacían. Sonrió a su marido mientras pensaba que tenía que recoger más hibiscos.
∞∞∞
Atem estaba pensativo cuando las dos se acercaron a la hoguera para cenar. Ankhesenamón se adelantó y pidió permiso para ir con su madre, que estaba sentada al otro lado. Atem asintió y la niña se alejó feliz, orgullosa por el collar que había hecho para su madre. Re’em le puso el segundo collar de hibiscos a su marido y se sentó a su lado. Atem miró con curiosidad y esbozó una sonrisa mientras miraba las flores antes de ponerse serio.
―¿Habéis hecho las paces?
Re’em frunció el ceño al notar el cambio en la actitud de Atem. ¿Qué había pasado con su buen humor? Un sirviente se acercó con comida.
―Sí, ahora somos amigas.
Atem asintió mientras aceptaba su ración.
―Me alegro.
La reina parpadeó ante la falta de emoción con la que lo había dicho.
―¿Qué te parece tu collar?
―Es bonito —respondió con voz neutra.
Re’em lo observó. Atem comía en silencio. Intentó hacer lo mismo, pero no le gustaba el muro que el monarca había levantado entre ellos. Apenas había comido algunos bocados cuando se sintió obligada a romper el maldito silencio.
—Atem, ¿qué…?
—Me ha llegado un mensaje del templo de Aset, informándome de que Sherdet no se ha presentado hoy como estaba previsto. Estoy pensando qué debo responder.
Atem clavó la mirada en ella y Re’em se estremeció. Se le había quitado el apetito. Removió el guiso mientras pensaba qué decir.
—¡Ankhesenamón! —llamó Atem, sobresaltando a Re’em.
La niña miró a su padre desde el otro lado. Sus ojos reflejaban la luz de la hoguera como dos pequeñas llamas. A su lado, Neith lucía el collar de su hija.
—¡Ven, peque, quiero contarte una historia!
Re’em lo miró con curiosidad. ¿A qué venía el cambio de tema? Sin embargo, Re’em supo que no había sido así cuando un momento después sus miradas volvieron a cruzarse. Ankhesenamón observaba con ojos curiosos a su padre. Atem suavizó su expresión al ver la expectación en los ojos de su hija.
—Hay algo que quiero compartir contigo, peque —dijo el monarca con voz calmada, lanzando una mirada rápida a Re'em.
¿Le iba a hablar a su hija de lo que había pasado? No, eso no tenía sentido…
—Es una vieja historia de justicia y perseverancia, una que me contaron cuando era joven.
La niña se acomodó con los ojos brillando con expectación, ansiosa por oír lo que su padre tenía que decir, mientras Re'em bajaba la mirada a su comida.
—Hace mucho tiempo —comenzó Atem—, vivía un campesino que sufrió una gran injusticia. Un hombre rico y poderoso le arrebató sus bienes, y en lugar de tomar represalias por su cuenta, el campesino decidió buscar justicia de la manera correcta. Caminó largas distancias hasta la capital y habló con gran elocuencia ante el visir, pidiendo que la ley se cumpliera.
La niña observaba a su padre con admiración, encantada por la forma en que relataba la historia. Atem hizo una pausa mientras su mirada volvía a clavarse en Re’em, quien sintió un escalofrío recorriendo su espalda. Solo pudo respirar de nuevo cuando el monarca volvió a centrar su atención en la niña.
—El campesino podría haber intentado hacer las cosas a su manera, engañando o tomando venganza, pero en su lugar confió en la justicia. Al final, su persistencia fue recompensada porque la verdad siempre encuentra su camino.
Atem clavó los ojos en Re'em al pronunciar esas últimas palabras.
—Así, Ankhesenamón, debemos recordar que a veces, aunque parezca más fácil actuar en secreto, es más importante confiar en quienes nos rodean y seguir el camino de la verdad.
Por el rabillo del ojo vio que la niña asentía, impresionada por la moraleja. Sin embargo, Re'em captó la indirecta: Atem lo sabía. El monarca había hablado para su hija, pero sus palabras estaban dirigidas a ella, recordándole que no había seguido ese camino de confianza y justicia que él defendía al haber ayudado a Emir y Sherdet sin consultarle. No solo lo sabía, sino que la estaba acusando de abandonar el camino que había jurado recorrer como hija de Maat. El silencio que siguió fue más pesado que el anterior, o eso le pareció a Re’em. Atem se inclinó hacia su hija, acariciándole el cabello con ternura.
—Recuerda siempre esto, peque: La justicia y la verdad son las mejores compañeras en cualquier camino.
Re'em, sintiendo la mirada de Atem, decidió no responder de inmediato, pero en su interior ya empezaba a reflexionar. Intuía que Atem no estaba enfadado por lo sucedido o su reacción habría sido muy diferente. Sin embargo, una cosa estaba clara: tenían una conversación pendiente.
Notes:
La historia que Atem le cuenta a su hija es una adaptación de un cuento egipcio que yo desconocía hasta hace poco: el cuento del campesino elocuente. Al leer la historia me di cuenta de que contenía una lección para Re'em, así que la he incluido. Espero que te haya gustado :)
Chapter 66: La senda de Maat
Notes:
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Re'em se inclinó hacia la ventana del camarote, observando las aguas que brillaban bajo la luz de la luna mientras el barco se deslizaba. Era precioso. Lástima que la intensa mirada de Atem clavada en su nuca le impidiera disfrutarlo. No necesitaba mirar para imaginar en qué posición estaba el monarca: de pie, con expresión seria y los brazos cruzados. Sabía que estaba esperando una explicación.
Re'em suspiró, sabiendo que tenía que romper el silencio. Se giró y se obligó a contener la sonrisa que amenazaba con formarse en su rostro al verlo exactamente como lo había imaginado. Incluso tenía el ceño fruncido.
—Sé lo que vas a decir.
Atem arqueó una ceja.
—¿De verdad?
—No debí actuar a tus espaldas —murmuró Re’em con sinceridad mientras sus manos jugaban con la tela de su vestido—. Intenté decírtelo, Atem. Intenté explicarte por qué creía que Emir y Sherdet merecían estar juntos, pero cuando vi que el dolor afectaba a tu decisión sobre ellos… sentí que debía hacer algo. No ha sido un simple capricho o una desobediencia deliberada, nesui. Fue… una cuestión de justicia.
Atem la miró. Su expresión permanecía firme, pero sus ojos chispearon.
—¿Justicia? —repitió él, con voz calmada, acercándose a ella—. ¿Y la justicia que yo represento como Señor de las Dos Tierras? ¿Crees que Maat solo te habla a ti?
Re'em negó, sintiendo el peso de sus palabras. Sabía que Atem tenía razón, pero también estaba segura de que sus acciones no habían sido contrarias a Maat en su esencia.
—No, claro que no —respondió—. Pero el camino de maat no es solo leyes y reglas, Atem. Es equilibrio y armonía. Ayudar a dos personas que se aman no me pareció una traición a mi juramento a la diosa. Sentí que estaba haciendo lo correcto según mi conciencia. Lo que hice fue por compasión y amor, los mismos valores que Maat representa.
Atem permaneció en silencio, dejando que sus palabras se asentaran en el aire. Aquello la tranquilizó. Atem la estaba escuchando a pesar de haber actuado a sus espaldas.
—Sabía que si te lo decía abiertamente no lo aprobarías —continuó—, pero no podía quedarme de brazos cruzados y ver sufrir a dos personas sin hacer nada. Intenté equilibrar mi lealtad a ti y mi deber como hija de Maat, pero admito que… tal vez me dejé llevar por mi propio juicio.
Re’em guardó silencio, dando tiempo a Atem a procesar sus palabras. Había sido sincera y esperaba que se diera cuenta de que no había egoísmo ni traición en sus acciones. En realidad, ahora que lo explicaba en voz alta tomó conciencia del conflicto que la había impulsado a actuar. Solo era cuestión de tiempo que Atem se diera cuenta también.
El monarca exhaló profundamente y tomó las manos de Re'em con suavidad. Su mirada se volvió cálida mientras la observaba.
—Lo sé, hemeti… conozco tu corazón —dijo en voz baja—. Pero no puedes actuar a mis espaldas si quieres que confíe en ti. Ahora somos uno. No puedes tomar decisiones importantes por tu cuenta. Si hubieras confiado más en mí y en nuestra relación, habríamos encontrado una solución.
Re'em asintió, agradeciendo su comprensión, pero también sintiendo el peso de sus palabras. Atem no estaba enfadado con ella. La tormenta había pasado y pudo respirar tranquila. ¿Qué había hecho para merecer su amor?
—Tienes razón, nesui… Debí confiar más en ti —admitió, estrechando las manos de Atem—. Pero… ¿nunca has estado en una situación en la que lo correcto y lo justo parecen estar en dos caminos diferentes?
Atem la miró con una ligera sonrisa.
—Me ocurre todos los días, Re'em. Pero por eso confío en tu criterio, y necesito que tú confíes en el mío. Ahora que somos iguales podemos equilibrar esos caminos. ¿Prometes hablar conmigo antes de actuar a mis espaldas?
Re’em asintió, sonriendo.
—Lo prometo, nesui.
Atem acarició su rostro con amor, dejando un hormigueo en su piel que aceleró su corazón. Re’em inclinó la cabeza para facilitarle el acceso, pero en lugar de seguir acariciándola, el monarca la besó.
—¿Sabes por qué no puedo enfadarme contigo? —murmuró Atem.
Re’em, con la mente en blanco y el corazón latiendo desbocado, tardó en formular una respuesta coherente.
—¿Porque me amas?
Atem rio con suavidad y volvió a juntar sus labios durante un instante.
—Por supuesto, hemeti, pero hay otra razón.
Re’em abrió los ojos, pero solo para mirar los labios de su marido y buscar el momento de volver a besarlos.
—¿Cuál?
—Sabía lo que tramabas —confesó antes de volver a besarla—. Sentí la barrera que levantaste en tu dormitorio, y vi a Yasmin y Mana salir de él. No fue difícil imaginar el motivo, sobre todo cuando vi la sonrisa de Mana. Os dejé actuar porque confío en tu criterio.
¿Atem lo sabía desde el principio? Re’em no pudo articular palabra después de procesar las palabras que su amado había susurrado, recorriendo con besos su mandíbula y cuello. Intentó formular palabras pero desistió mientras sentía que su cuerpo ardía y su mente se quedaba en blanco.
∞∞∞
El sol de la mañana ya acariciaba la superficie del río cuando Re'em vio a Ankhesenamón regresar al barco. Estaba en el otro extremo de la cubierta mientras observaba a la niña caminar con pasos más lentos que de costumbre. Algo la preocupaba. El collar de flores que habían hecho juntas la tarde anterior todavía colgaba alrededor de su cuello. Sin embargo, las manos de la niña lo tocaban con torpeza. Sus pequeños dedos se deslizaban por los pétalos de hibisco con un gesto que no se parecía en nada al entusiasmo que había mostrado la noche anterior.
Re'em tuvo un mal presentimiento.
Cuando la noche anterior Ankhesenamón había recibido el regalo, sus ojos habían brillado de felicidad e incluso se había disculpado por su rechazo anterior. Pero algo había sucedido para cambiar eso. Había una carga en su forma de andar, como si llevara consigo más que el simple peso de aquel collar de flores.
Algo le habían dicho. Re’em podía sentirlo.
La niña alzó la vista brevemente cuando Re'em se acercó. Sus ojos rojizos, que tanto le recordaban a Atem, la miraron con una mezcla de vacilación y... ¿desconfianza? La reina tragó saliva.
—¿Cómo has pasado la noche, Ankhesenamón? —preguntó con suavidad para no incomodarla.
Ankhesenamón tardó un poco en responder. Sus dedos jugueteaban con una de las flores del collar.
—Bien —dijo con tono frío y distante.
Nada de la dulzura de la noche anterior. Re'em frunció el ceño un poco, inclinándose hacia la niña para observarla mejor.
—¿Le gustó a tu madre el collar que le hiciste?—preguntó, intentando romper el hielo.
Su pregunta consiguió una breve sonrisa, justo antes de que volviera la duda a su mirada. Ankhesenamón no respondió de inmediato. Al contrario, bajó la mirada al collar y luego volvió a mirarla, esta vez con una expresión casi desafiante.
—Mi madre dice que... —empezó a decir, pero se detuvo, mordiendo su labio inferior.
El corazón de Re'em dio un vuelco mientras su presentimiento se intensificaba.
—¿Qué dice tu madre? —preguntó con cuidado, aunque ya podía imaginar la respuesta.
—Dice que... que la magia que usas no es buena. Que tal vez estés usando el collar para... para hacer que me guste. Para que olvide a mi verdadera madre —respondió Ankhesenamón con voz temblorosa pero con la mirada firme.
Re'em sintió un pinchazo en el pecho mientras su presentimiento se hacía realidad, pero trató de mantener la calma. Se inclinó con suavidad hasta quedar a la altura de la niña, buscando sus ojos.
—Ankhesenamón —dijo con ternura—, nunca usaría mi magia para engañarte. Ni a ti ni a nadie. Quiero que me conozcas por cómo soy de verdad, no por hechizos ni encantamientos.
La niña apartó la mirada con los labios apretados en una pequeña línea de duda.
—¿Te gustaría que te mostrara cómo es mi magia? —preguntó Re'em.
Ankhesenamón la miró de nuevo con curiosidad pero sin bajar la guardia. Re'em extendió la mano con suavidad hacia una de las flores del collar y en cuanto sus dedos tocaron el pétalo de hibisco, este comenzó a brillar con una luz suave y dorada. La niña lo miró con asombro.
—Esto es lo que mi magia hace —susurró Re'em, sonriendo—. Solo quiero que seas feliz. Que estas flores te acompañen sin deshacerse ni marchitarse, porque mereces algo hermoso que dure, igual que tú.
Ankhesenamón miró la flor iluminada durante varios momentos. Finalmente, con una leve sonrisa que asomaba en las comisuras de sus labios, levantó la vista hacia Re'em.
—Mi madre dice que eres peligrosa —susurró la niña con cautela.
—Tu madre tiene miedo de lo que no entiende —respondió Re'em con calma, manteniendo la luz del hechizo—. Les pasa a muchos adultos. Pero tú eres más fuerte que cualquier miedo. Lo sé.
Ankhesenamón no dijo nada más. Solo bajó la vista, insegura, sus manos aún jugando con el collar, pero Re'em sintió que, poco a poco, algo en la barrera entre ellas empezaba a ceder.
Notes:
Parece que Neith no se rinde ;)
Chapter 67: Temores y alegrías
Notes:
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Re’em pasó el resto de la mañana entrenando. Mientras tanto, Atem y Ankhesenamón estaban sentados en la proa, hablando y riendo. A la reina le reconfortó verlos juntos. Le recordaba otra época en la que Atem y Mana se divertían… y Mahado acababa convirtiéndose en cómplice de muchas de sus travesuras. Echando la vista atrás, Re’em sabía que no podía ser de otra manera. Atem era su debilidad y siempre lo sería. Entonces escuchó algo: un suave ruido entre la madera. Re’em detuvo un instante sus movimientos, tratando de descubrir el origen, sin resultado. Solo se oía el rumor de los remos que los impulsaban y la voz de Atem contando la primera vez que viajó en barco con su padre. Re’em se relajó. ¿Lo habría imaginado?
Retomó los movimientos que estaba practicando mientras su mente seguía la voz de Atem y regresaba al pasado. De repente volvió a escucharlo: parecían pequeñas patas rascando la madera. Re’em se tensó al instante y buscó de nuevo el origen, esta vez tomándose tiempo para fijarse en cada detalle. Lo encontró entre unos barriles de la cubierta: una pequeña sombra se deslizó tan rápido que casi escapó de su vista. La voz de Atem se detuvo y Re’em se arriesgó a mirar de reojo: Atem estaba de pie, rígido, mirando el mismo lugar que ella. Ankhesenamón lo miraba con preocupación.
—¿Padre?
Entonces todo sucedió muy rápido: la rata salió de su escondite y se movió por la cubierta. Atem retrocedió, obligando a la niña a hacer lo mismo. Re’em se movió con rapidez. Anticipó los movimientos del pequeño animal y bajó su palo con precisión. El golpe certero hizo que la rata chillara y corriera aturdida hacia el borde. Re’em solo tuvo que hacer un movimiento más para echarla del barco.
—¿Estáis bien?
La niña asintió sin dejar de mirar a su padre, que todavía parecía tenso. Re’em se acercó a Atem.
—¿Nesui? —preguntó con preocupación.
Atem pareció salir de su trance al escuchar el apodo.
—Sí... —respondió con voz ligeramente temblorosa—. No pensé que una simple rata...
Atem hizo una pausa, mientras procesaba lo sucedido y su rostro volvía a coger color. Re’em casi sonrió al pensar en lo avergonzado que debía de sentirse por su reacción. Ankhesenamón miraba a su padre con una mezcla de confusión y preocupación. No estaba acostumbrada a verlo así. Re’em le apartó un mechón de la cara, lo que hizo que Atem la mirara.
—Está bien, nesui —susurró con voz tranquilizadora mientras acariciaba su mejilla—. Es normal que tengas miedo, ¿recuerdas?
Atem esbozó una sonrisa.
—Lo importante es cómo respondemos a ese miedo.
Re’em asintió, satisfecha de que Atem recordara todavía lo que su padre le había enseñado. El monarca estampó un beso en la mano de Re’em.
—Gracias, hemeti.
—¿Padre? ¿Qué ha pasado?
Los dos bajaron la mirada hacia Ankhesenamón, que parecía preocupada y confusa. Atem se agachó a su altura.
—Durante un instante he tenido miedo, peque. Eso es todo. ¿Te he asustado?
La niña asintió.
—Un poco. ¿Tú también tienes miedo? —preguntó sorprendida.
Atem sonrió.
—Por supuesto, peque. Los adultos también tenemos miedo.
—¿De una rata?
Atem se estremeció.
—Tu padre tuvo una experiencia mala con una cuando tenía tu edad —explicó Re’em con suavidad, atrayendo la curiosa mirada de la niña—. Desde entonces no soporta las ratas.
Ankhesenamón miró pensativa a su padre, que todavía se estaba recuperando, antes de abrazar a Re’em.
—Gracias por proteger a mi padre —susurró en la cintura de la reina.
Re’em sonrió. Luego se soltó y se arrodilló para quedar a su altura.
—Ankhesenamón, yo siempre protegeré a tu padre —dijo con determinación.
Atem cogió su rostro y la besó. Re’em apenas fue capaz de igualar su ritmo antes de que sus labios se separaran.
—Esta noche trataré de demostrarte lo agradecido que estoy de que seas mi esposa, aunque no creo que lo consiga nunca —susurró.
Re’em solo tuvo que mirar las hogueras que ardían en sus ojos para saber que era cierto: Atem nunca conseguiría transmitirle todo lo que sentía por ella, igual que Re’em nunca conseguiría transmitirle todo el amor que sentía por él. Igual que era imposible que abarcaran con sus manos las aguas de Hapy. Sin embargo, Re’em estaba segura de que ninguno de los dos dejaría de intentarlo, como si hubieran comenzado un juego que ninguno de los dos querría dejar de jugar.
Mientras se miraban, Re’em pudo intuir que aquella noche Atem no la iba a soltar. Su cuerpo se estremeció por la anticipación.
∞∞∞
Re’em miró con curiosidad a Atem. Aquella tarde había ordenado que se detuvieran antes de lo previsto. El monarca no le había dicho el motivo y Re’em sabía que no lo iba a hacer aunque se lo preguntara. La única pista que tenía era su sonrisa y el brillo de sus ojos. Igual que cuando era príncipe. Re’em sonrió. Si le hacía feliz darle una sorpresa, ella no iba a oponerse. Se apoyó en la barandilla y disfrutó del momento.
Cuando por fin aseguraron el barco y colocaron la pasarela, Atem bajó a tierra seguido de cerca por Ankhesenamón y Re’em. La niña se moría de curiosidad, pero se mantuvo en silencio al ver que su padre no respondía a sus primeras preguntas. Re’em, por su parte, dejaba que Atem la guiara.
—¡Aquí están! —exclamó tras una breve búsqueda por la orilla.
Re’em se acercó, ansiosa por saciar su curiosidad: había varias piedras planas por la zona. Sonrió al ver a Atem recoger algunas.
—¿Padre? —preguntó la niña.
—Cuando éramos pequeños, Mahado y yo solíamos lanzar piedras al río para ver cuántas veces podían rebotar en la superficie antes de hundirse. ¿Qué os parece si lo intentamos? —propuso, con un brillo travieso en los ojos.
Re’em amplió su sonrisa y asintió.
—¿Quién era Mahado?
Atem miró a su hija.
—Mahado era mi mejor amigo. Siempre me ganaba en esto.
—Nunca me has hablado de él…
El corazón de Re’em se estrujó al escuchar el susurro de la niña. Atem se incorporó y las miró.
—Mahado murió protegiéndome, peque. Si no te he hablado antes de él era porque me dolía recordarlo.
Re’em bajó la cabeza.
—Lo siento —murmuró con un nudo en la garganta—. Lamento que sufrieras tanto.
Atem avanzó hacia ella.
—Eso está en el pasado, hemeti —dijo mientras le ofrecía algunas piedras—. Ahora, demuéstrame tu habilidad.
Re’em lo miró un instante. La sonrisa de Atem borró de su mente cualquier disculpa que pudiera formular.
—Empezaré yo.
Atem lanzó la primera piedra, que rebotó tres veces en la superficie del río antes de hundirse. Ankhesenamón dio un pequeño grito de alegría. Atem se volvió hacia su esposa con un brillo desafiante en la mirada.
—¿Podrás mejorarlo? —dijo con una sonrisa.
Re’em sonrió.
—Haré lo que pueda, nesui —respondió con humildad.
La reina se concentró y lanzó su piedra. Rebotó una, dos, tres… y cuatro veces antes de sumergirse. Re’em se volvió hacia ellos, que la miraban con incredulidad.
—No puede ser… —suspiró Atem.
Re’em lo miró con ternura. Nunca había podido derrotarle en este juego, por muchas veces que Atem lo desafiara.
—¡Es increíble! ¿Me enseñarás a hacerlo? —preguntó Ankhesenamón con admiración.
Re’em le sonrió.
—Por supuesto, princesa. Hay una técnica especial para hacerlo. Ven aquí.
La niña se acercó, cogió su piedra e imitó los movimientos de Re’em. Consiguió que rebotara dos veces antes de hundirse.
—No te preocupes, princesa. Solo tienes que practicar y un día conseguirás vencer a tu padre —añadió con un guiño.
Ankhesenamón rio, alegrando a Re’em. Atem murmuró algo sobre una conspiración contra él. La reina apenas le escuchó. Era la primera vez que hacía reír a la niña. Tal vez sus miedos eran infundados y Neith no tenía nada que ver con su actitud distante de aquella mañana. Atem lanzó otra piedra, logrando los mismos rebotes que antes.
—Admítelo, no puedes derrotarme en esto —se burló Re’em.
Atem frunció el ceño.
—Hace años que no hago esto. Estoy desentrenado, nada más.
Justo en ese momento Re'em notó que algo cambiaba en la expresión de Ankhesenamón. La sonrisa de la niña se desvaneció cuando su mirada se dirigió hacia el segundo barco, del que Neith estaba bajando a tierra. Ankhesenamón jugó con la piedra que tenía en las manos antes de dejarla caer y correr hacia su madre, que los observaba desde la distancia. Re’em suspiró. Tal vez no era solo su imaginación.
Notes:
Asumamos que es la primera vez que se encuentran con una rata en el barco, ¿de acuerdo?
Cada capítulo que escribo es un capítulo menos para que esta historia termine... Ya tengo planeado el último pero no sé cuántos habrá en medio. No serán muchos. Me gusta demasiado el sealshipping para querer que se acabe, pero al mismo tiempo no puedo esperar para subir el último capítulo.
Chapter 68: Misión cumplida
Notes:
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Un gañido la despertó antes del alba. Re’em miró a Atem, que parecía dormir ajeno al jaleo que el halcón estaba provocando tan temprano. Sonrió y le besó en la frente antes de levantarse, ponerse una túnica a toda prisa y salir al exterior. Ankhara estaba posada en la barandilla del barco. Re’em se acercó y le quitó el mensaje: «Misión cumplida. Regreso a Waset».
—Tal vez debería escribir una respuesta adecuada —dijo una voz detrás de ella.
Re’em se sobresaltó. Atem la había seguido y ni siquiera se había dado cuenta. ¿Tan concentrada estaba en llegar hasta el ave que no había notado su presencia?
―¿Qué respuesta? ―preguntó con curiosidad.
Atem sonrió.
―Dame tinta y pluma.
Re’em obedeció. Atem le dio la vuelta al papiro y escribió algo con rapidez. Lo enrolló antes de que Re’em tuviera la oportunidad de verlo y lo metió en el pequeño estuche de cuero que Ankhara tenía en la pata.
―Nesui, ¿qué has respondido? ―preguntó sin poder ocultar su curiosidad.
Atem rio.
―Lo sabrás a su debido tiempo, hemeti. Solo lamento no estar ahí para ver la cara de Mana cuando lo lea.
Re’em sonrió al ver la expresión de Atem mientras guardaba la pluma y la tinta. La misma cara que ponía cuando había hecho una travesura. De pronto Re’em intuyó lo que Atem acababa de hacer.
―No me gustaría estar en la piel de Mana ―murmuró mientras imaginaba a su antigua aprendiz esperando algún castigo por parte del monarca.
Atem no respondió. En aquel momento el cielo comenzaba a iluminarse con los primeros rayos del sol. El agua del río comenzaba a teñirse de dorado mientras la luz aumentaba. Durante un rato se quedaron los dos callados, disfrutando del sonido de la naturaleza que despertaba a su alrededor. Instintivamente movió su mano buscando la de Atem. Re’em sintió que estaban destinados a amarse desde que nacieron. La prueba estaba en la cadena que todavía la unía al monarca. La había echado de menos.
―He rezado tanto para volver a estar contigo, mi Mahado, que ahora que ha sucedido pienso que estoy en un sueño del que despertaré en cualquier momento ―susurró Atem.
Re’em se volvió y acarició su mejilla con la mano libre.
―Esto no es un sueño, nesui. Estoy aquí y no me voy a ir a ninguna parte.
Colocó la mano del monarca sobre su corazón y la mantuvo ahí.
―¿Puedes sentirlo? —preguntó con suavidad. Atem asintió—. Ha latido durante dieciséis años con el único propósito de volver a estar contigo, porque tú eres su dueño. Para siempre.
Atem esbozó una sonrisa.
—Y mi corazón ha latido dieciséis años anhelando estar de nuevo contigo. Al final los dioses nos han bendecido con esta oportunidad. Debemos de caerles bien.
Re’em sonrió.
—Por lo menos le caemos bien a una diosa —dijo guiñando un ojo.
—¿A cuál?
—Me sorprende que no lo hayas sospechado ya. ¿No te has encontrado durante estos años con una joven que se parece a Mana en su forma de ser? La conocimos en aquella ciudad…
Atem se sorprendió con la revelación.
―Entonces… ella es…
Re’em asintió.
―Le debemos esta oportunidad, ya que me ayudó a regresar contigo.
―Entonces le haré una ofrenda especial cada año en agradecimiento. Por ahora voy a aprovechar.
Atem la abrazó por el cuello y la besó. Re’em lo abrazó y lo acercó más. Solo se separaron cuando escucharon unos pasos que se acercaban. Ankhesenamón regresaba después de pasar la noche con Neith.
―Buenos días, peque. ¿Has dormido bien?
La niña sonrió a su padre y asintió. Re’em los observó en silencio mientras Ankhesenamón le contaba a Atem los juegos que había jugado con su madre antes de dormir. La decisión de su marido de dejar que la niña viera a su madre parecía animarla y ayudarla con aquella situación. Re’em suspiró. Los que más sufren los errores de los adultos son los niños. Finalmente Ankhesenamón la vio de pie, un par de pasos detrás de Atem.
―Buenos días, princesa ―saludó con una sonrisa mientras se acercaba a ellos―. Me alegro de que lo hayas pasado bien.
La niña frunció el ceño. Re’em dejó de sonreír.
―Gracias ―murmuró Ankhesenamón, desviando la mirada.
La reina tragó saliva. En un instante parecía haber cambiado el ambiente. ¿O era su imaginación? Además, había algo diferente en ella, aunque no sabía identificar qué era. Tras unos instantes lo notó: la niña ya no llevaba el collar de flores.
―Princesa, ¿no llevabas anoche el collar de flores que tanto te gustaba? ¿Dónde está?
La niña se dio la vuelta y se dirigió hacia el interior sin responder. Atem, sorprendido por la falta de respeto, dio un paso adelante.
―Ankhesenamón ―dijo con firmeza―, responde a tu madrastra.
La niña se giró, con los ojos encendidos por la furia y el dolor. Re’em nunca la había visto así.
―¡Ella no es mi madre! ―replicó.
El aire pareció congelarse entre ellos. Re'em sintió un golpe en el pecho mientras Atem se tensaba a su lado.
―¡Ankhesenamón, ven…!
Re’em agarró el brazo de Atem, interrumpiéndolo antes de que regañara a la niña.
―Está bien ―dijo con suavidad mientras esbozaba una sonrisa―. No pasa nada, Atem. Déjala.
Re'em miró a la niña con compasión.
―Ankhesenamón, sé que esto no es fácil para ti pero yo estoy aquí para apoyarte. No voy a reemplazar a nadie.
La niña no respondió. Se limitó a darles la espalda y marcharse, dejando a Atem y Re'em bajo la suave luz del amanecer y atrapando a la pareja entre la furia y el dolor que la pequeña arrastraba.
―Tiene que aprender respetarte ―dijo Atem, soltándose de su agarre.
Parecía enfadado y molesto por la situación. Re’em comenzó a acariciar su brazo.
―Sé que te preocupas por mí y por cómo me afecta esta situación. Te lo agradezco de todo corazón, nesui, pero ahora lo más importante es cómo está ella. Sé que cuando acepte todo lo que ha pasado volverá a la normalidad. Ankhesenamón ha recibido una buena educación que volverá a mostrar cuando esté mejor. Por ahora, lo único que quiere como todo niño es que sus padres estén juntos. Está frustrada y enfadada con la situación. Dale tiempo.
Re’em no supo si eran las caricias o sus palabras, pero Atem pareció relajarse.
―Echaba esto de menos.
―¿El qué?
Atem no respondió de inmediato. Se limitó a acariciar su pelo durante unos instantes.
―La habilidad que tienes para decir las palabras adecuadas y tranquilizarme. Solo tú puedes hacer eso.
Re’em sonrió.
―Será porque siempre me escuchas.
―Me resulta imposible no hacerlo cuando provocas este efecto en mí.
No supo qué responder, así que lo abrazó. Atem se relajó al instante mientras correspondía el abrazo. Pronto les llegó el aroma del pan recién horneado, recordándoles que tenían que desayunar antes de continuar con su viaje.
—Ayer estaba feliz con nosotros —murmuró Atem—. ¿Qué le ha pasado?
Re’em no respondió. Era mejor no involucrarse. Atem suspiró.
—Voy a hablar con ella.
—No tardes mucho —dijo antes de besarle.
Atem murmuró algo antes de separarse de ella y desaparecer en el interior.
Notes:
Estos días no he podido dedicar mucho tiempo a escribir. Espero tener más tiempo a partir de ahora. Nos vemos :)
Chapter 69: ¿Madre o madrastra?
Notes:
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Al cabo de un rato, cuando ya estaba arreglada y esperando la llegada de padre e hija para desayunar, Re’em los vio bajar del barco. En ese momento Atem le estaba diciendo algo a la niña, que asentía en silencio. El monarca levantó la mirada cuando sus pies pisaron la orilla y sus miradas se encontraron: Atem estaba enfadado.
—Re’em, ¿puedes quedarte con ella hasta que vuelva? Tengo que hablar con alguien.
La reina tragó saliva y asintió. Cualquiera de los que pudieran estar mirando en ese momento pensaría que todo estaba bien. Re’em podía ver la tensión en el cuerpo de Atem mientras contenía su ira ante su hija. Como la calma que precedía a la tormenta. El monarca se había girado para marcharse cuando Re’em le sujetó la mano.
—Nesui, no hagas nada de lo que luego te puedas arrepentir —susurró mientras acariciaba su mano.
Él la miró con ojos fríos y calculadores. Re’em reprimió un escalofrío.
—No dirías eso si hubieras escuchado lo mismo que yo pero no temas. Solo hablaré con ella —respondió. Atem apretó su mano y la soltó. Luego sonrió a su hija—. Peque, sé buena y no te muevas de aquí pase lo que pase, ¿de acuerdo? Vuelvo enseguida.
Atem se marchó a paso rápido. Re’em se sentó con la niña, que no se atrevía a mirarla. No sabía decir si era porque se avergonzaba o porque estaba confusa, pero la dejó jugar tranquila con las flores más cercanas. Sin embargo, la calma no duró mucho tiempo.
—¡¡Tú, maldita bruja, aléjate de mi hija!! —gritó Neith desde el barco, sobresaltándolas a las dos.
Re’em se levantó y se situó delante de Ankhesenamón mientras la nubia, rodeada de soldados, intentaba bajar.
—¡¡Neith, compórtate!! —ordenó Atem detrás de ella.
—¡¡Esa bruja te tiene hechizado!! ¡¿No ves cómo te manipula?! ¡¡Quiere alejarme de mi hija y tú la estás ayudando!! —Se giró de nuevo y clavó la mirada en su hija—. ¡¡Ankhesenamón, cariño, ven con tu madre!! ¡¡Esa bruja quiere separarnos!!
Re’em miró a la niña, que parecía confundida con las palabras de Neith.
—¿Madre?
—No la escuches, princesa —tranquilizó Re’em—. Tiene miedo de perderte, pero eso no va a pasar. Pase lo que pase ella siempre será tu madre.
Ankhesenamón paseó la mirada entre las dos mujeres, indecisa. Al ver que la niña no se movía, Neith empezó a luchar contra uno de los soldados mientras intentaba salir del cerco.
—¡¡Ven aquí, Ankhesenamón!! ¡¡Aléjate de ella!! ¿Es que ya te has olvidado de quién es tu verdadera madre? ¿De todo lo que he hecho por ti? ¿De lo mucho que te he protegido siempre? Esa mujer nunca te querrá como yo lo hago… ¡¿Vas a dejar que ella nos separe?!
—¡¡Peque, no la escuches y quédate donde estás!! —gritó Atem—. Enseguida voy contigo.
Luego clavó la mirada en Re’em, que asintió. Se concentró y creó una barrera alrededor de las dos, que vieron cómo Bakura reducía a la nubia sin esfuerzo. Neith gritó algo más mientras forcejeaba pero ya no podían escucharla. Atem le respondió. Los soldados que la rodeaban cerraron más el cerco y ya no pudieron verla.
—¿Madre ya no me querrá porque estoy contigo? —susurró Ankhesenamón.
Re’em se dio cuenta de las lágrimas que empezaban a escapar de sus ojos. Se agachó y la cogió en brazos.
—No, princesa —tranquilizó mientras la abrazaba—. Tu madre y tú compartís un vínculo que nadie podrá romper. Además, ya te dije que solo quiero ser tu amiga. No te preocupes. No tienes que elegir a nadie.
Ankhesenamón se aferró a ella, ocultándose de las miradas de los demás. Re’em masajeó su espalda mientras la niña se desahogaba. Levantó la mirada hacia el barco y ya no había nadie. Seguramente Atem la había obligado a regresar al interior para proteger a su hija. Aun así, Re’em mantuvo la insonorización. Si Neith había salido una vez, podría volver a hacerlo. Se sentó con la niña en brazos y le susurró palabras tranquilizadoras mientras esperaban. Ankhesenamón se limitó a refugiarse más en ella.
—Hueles tan bien…
Re’em sonrió.
―Gracias, princesa. Tú también.
Poco a poco los sollozos disminuyeron. Casi habían desaparecido cuando un rato después Atem fue hacia ellas y sonrió al verlas. Re’em rompió la barrera mágica.
―Peque, qué suerte tienes ―dijo Atem en tono alegre.
Ankhesenamón se separó lo suficiente para girarse y mirar a su padre, con algunas lágrimas corriendo por sus mejillas.
―¿Suerte? ―preguntó confundida.
Re’em lo miró con curiosidad mientras se sentaba junto a ellas. Atem asintió a su hija.
―Estás con las persona que da los mejores abrazos de todo Kemet.
―¿En serio?
―¡Por supuesto! ―dijo mientras secaba las mejillas de su hija―. Siempre que Re’em me ha abrazado, he sentido como si tuviera una armadura puesta. ¿No lo notas?
Re’em miró perpleja a Atem, que le pasó un brazo por la cintura. Su cuerpo se apoyó en el de su marido y se relajó. Entre sus brazos, la niña asintió.
―¿Madre me odia? —susurró de tal forma que ninguno de los dos la habría escuchado si no estuvieran pegados a ella.
―No, peque, solo estaba asustada —respondió Atem—. Esta noche no podrás dormir con ella, pero mañana por la mañana iremos a verla juntos. ¿Que te parece?
—¿De verdad? —preguntó emocionada.
Re’em sintió un nudo en el estómago al imaginárselos a los tres juntos, pero se sintió mejor cuando Atem la estrechó con fuerza. Ankhesenamón la miró con duda.
—No te enfadarás si vamos a verla, ¿verdad?
Re’em soltó una suave risa.
—¿Por qué iba a enfadarme, princesa? Neith es tu madre. Jamás te impediría verla.
—¿Lo ves, peque? No tienes que elegir a nadie.
—Pero madre dijo…
—No importa lo que te haya dicho —tranquilizó Atem—. Ella nunca dejará de amarte.
Durante aquel rato en el que estuvieron los tres juntos, Re’em sintió por primera vez que Ankhesenamón la aceptaba como parte de la familia. Tal vez la niña podría enseñarle a ser una buena madre.
Notes:
Cada vez quedan menos capítulos... y quedan pocos aunque no lo parezca. Espero que te haya gustado :)
Chapter 70: Día en familia
Chapter Text
Re’em se sorprendió al descubrir que Bakura no viajaría más con ellos en el barco. Atem lo había mirado un instante, justo antes de subir con ella y su hija. El otro había asentido y se había embarcado en el tercer navío, uno que Re’em había supuesto que los escoltaba durante su viaje de regreso. Pero ahora, al ver al protector de Atem subiendo a él, se preguntó si no habría otro motivo para su presencia.
—Quiero pasar estos dos días que quedan sin nadie que nos observe constantemente —explicó Atem cuando le preguntó—. Además, Bakura tiene que viajar hasta la frontera.
—¿Sucede algo grave? —preguntó, preocupada por un posible ataque.
Atem negó.
—Solo tiene que comprobar una cosa —aseguró.
Re’em frunció el ceño.
—¿No se supone que él te protege? ¡No debería…!
Atem clavó la mirada en ella, interrumpiendo su queja. Re’em desvió la mirada.
—¿Es que vas a permitir que me maten?
—¡¡No, claro que no!! —exclamó, horrorizada ante la idea.
—¿Ves como estoy a salvo? —señaló mientras le guiñaba el ojo.
Re’em no discutió. Atem tenía razón al afirmar que estaba seguro a su lado. Sin embargo, no le gustaba que Bakura viajara en otro barco.
—Hemeti, ¿en qué estás pensando?
Re’em miró el paisaje mientras ordenaba sus ideas. Atem se quedó a su lado en silencio. El barco se deslizaba por las aguas del río, impulsado por el viento que soplaba en aquel momento.
—Supongo que me he acostumbrado a la presencia de Bakura —respondió después de unos instantes.
A su lado escuchó una suave risa que aceleró su corazón, como siempre hacía.
—¿Eso significa que admites que Bakura está a la altura de su puesto?
Re’em no respondió. Tampoco era necesario.
—Ven, tengo planes para hoy.
—¿Planes?
No obtuvo respuesta. Dejó que Atem la llevara al interior del barco mientras lo miraba, intentando adivinar lo que pasaba por la mente de su marido. Lo único que notó fue que su mirada brillaba como hacía mucho tiempo que no lo hacía. Re’em sonrió. Con gusto haría cualquier cosa que Atem tuviera planeada si eso mantenía aquel brillo en sus ojos.
Para su sorpresa Atem la llevó hasta la puerta del despacho. El mismo en el que una vez entró y vio todos aquellos papiros extendidos sobre la mesa. Papiros que ahora sabía que eran mapas.
—¿Padre? ¿Re’em? ¿He hecho algo malo?
Atem sonrió a su hija.
—No, peque. Tengo una sorpresa para las dos.
—¿Una sorpresa?
Atem asintió.
—¿Preparadas?
Re’em y Ankhesenamón asintieron, muertas de curiosidad. Atem abrió la puerta. Sobre la mesa, en la que normalmente había papiros, se podían ver varios tableros de juegos de mesa. Re’em los miró todos, asombrada. Incluso vio algunos que no eran egipcios. Sin embargo, faltaba uno.
—¿De dónde han salido todos estos juegos? —preguntó sin poder evitarlo.
Atem rio con suavidad.
—Antes de regresar ordené que los subieran al barco. Los voy a dejar aquí, en el barco, por si en algún momento surge la oportunidad de jugar.
Re’em movió la cabeza con una sonrisa.
—Debí imaginarlo —dijo—. Pero, nesui, te falta uno.
Atem frunció el ceño y miró la mesa.
—No, he sacado todos.
—Falta el senet.
—Ese tablero lo guardas tú, hemeti —respondió con una sonrisa.
Re’em se concentró e invocó el tablero. Ankhesenamón la miró con los ojos abiertos.
—¡¿Cómo has hecho eso?!
—Un mago nunca revela sus secretos —respondió mientras guiñaba el ojo.
La niña hizo un puchero. Atem rio.
—Peque, Re’em siempre responde lo mismo. Es frustrante, lo sé. No te enfades por eso, ¿de acuerdo?
Ankhesenamón asintió. Atem pasó la mirada de un juego a otro.
—A ver, ¿cuál jugamos primero?
∞∞∞
Re’em suspiró de alivio cuando por fin se deslizó bajo la sábana y cerró los ojos. Había sido un día intenso. Mientras estaban todos entretenidos en el despacho con los juegos de mesa, los sirvientes habían preparado el juego de la tarde: la búsqueda del tesoro. Ankhesenamón demostró ser tan lista como su padre y ganó el juego: un colgante con la forma de una flor de loto. Sus ojos se iluminaron en cuanto lo vio y se lo puso con una sonrisa que le duró el resto del día.
Un peso a su lado la devolvió a la realidad. Sin abrir los ojos abrazó a Atem. Éste la besó.
—Gracias, hemeti.
Re’em suspiró.
—No tienes que dármelas —murmuró.
Atem se acurrucó más contra ella.
—Claro que sí —susurró en su oído—. Después de todo la dejaste ganar. Estaba tan entusiasmada que no se quitará el colgante en mucho tiempo. Mereces una recompensa por hacerla feliz.
Atem mordisqueó su oreja, enviando un escalofrío por todo su cuerpo que aceleró su corazón y calentando su sangre.
Iba a ser una larga noche.
∞∞∞
Re’em ya no sabía qué hacer. Atem había desaparecido cuando despertó a media mañana. Le dijeron que había ido con Ankhesenamón a ver a Neith, pero nadie le dijo cuándo regresarían al barco. Las horas pasaban y no tenía noticias. Había entrenado y después había meditado. Por la tarde se había encerrado en el camarote y había practicado con su heka. Cualquier cosa que mantuviera su mente alejada de la idea de que Atem estaba con Neith. A saber qué estaría intentando la nubia para poner a Atem en su contra… Re’em movió la cabeza. Atem no caería en eso. Además, la conocía desde siempre. Nada de lo que dijera Neith podría separarlos. Pero entonces, ¿por qué pasaba todo el día con ella?
Re’em salió al exterior, aunque solo fuera para despejar su mente. Una vez fuera respiró hondo y miró a su alrededor. Ya solo quedaban un par de horas para el ocaso. Pronto se detendrían para pasar la noche. Al día siguiente regresarían a Waset y recuperarían la rutina… Re’em abrió los ojos. ¿Se traba de eso? ¿Tan sencilla era la respuesta?
El barco comenzó las maniobras para acercarse a la orilla mientras Re’em sonreía. Pronto volvería a estar con Atem. Su cuerpo bullía de energía ante la idea de volver a estar cerca de él. No se había dado cuenta de lo mucho que buscaba inconscientemente mirar o tocar a su marido hasta aquel día. El que se había convertido en el más largo de su nueva vida.
Re’em miró con interés cada movimiento que hacía la tripulación, ansiosa por pisar tierra firme. Miró hacia popa y le agradó ver que los otros dos barcos estaban haciendo lo mismo. Cada latido se le hizo eterno mientras anclaban el barco y colocaban la pasarela. Bajó del barco al mismo tiempo que Atem, que iba de la mano con su hija, pero fue incapaz de esperar a que él se acercara. Re’em apresuró el paso y lo abrazó con fuerza.
—No puedo respirar —se quejó Atem.
Re’em lo soltó.
—Lo siento, no he podido evitarlo.
Atem acarició su mejilla.
—¿Tanto me has echado de menos?
Re’em apretó su mano contra su rostro y suspiró.
—Tiw, nesui. Cuando desperté ya te habías ido. Ha sido… difícil aguantar todo el día sin verte.
—Lo siento, hemeti. No era mi intención tardar tanto tiempo. Neith quería que Ankhesenamón pasara la noche con ella y me negué. En su lugar, dejé que pasara todo el día con ella. Te lo compensaré.
Atem acarició sus labios con el pulgar y Re’em recordó la noche anterior.
—No es necesario —respondió antes de besar su mano—. Me basta con que no te alejes de mí durante los próximos días.
Atem sonrió.
—No te preocupes por eso. No eres la única que lo ha pasado mal —respondió justo antes de besarla—. No tengo intención de perderte de vista durante el resto de mi vida.
Re’em sonrió.
—Padre, ¿puedo sentarme junto a madre?
La voz de la niña los arrancó de su burbuja. Atem se puso serio. Re’em lo vio dudar.
—Nesui, lo que decidas estará bien —tranquilizó mientras apretaba su mano.
El cuerpo de Atem pareció relajarse al escuchar eso.
—De acuerdo, peque, pero en cuanto termines de cenar te vienes con nosotros.
Ankhesenamón asintió feliz. Atem la observó mientras la niña se acercaba a su madre, que había bajado ya del barco. No parecía convencido.
—No sé si es buena idea…
—Lo haces para que pase el mayor tiempo posible con su madre antes de que lleguemos a Waset, ¿verdad?
Atem asintió sorprendido.
—Temo que Neith intente ponerla de nuevo en tu contra.
Re’em sonrió.
—Creo que ya es tarde para eso. Además, sé que podremos manejarlo en caso de que sea así. Y una última cena agradable con su madre será un buen recuerdo para Ankhesenamón.
Atem asintió, aunque no parecía muy convencido.
—Vamos a sentarnos cerca de ellas, por si acaso.
Re’em no se opuso. Todavía estaban cogidos de la mano mientras se sentaban junto al fuego. Hablaron de muchas cosas durante la cena sin dejar de prestar atención a la niña y su madre.
∞∞∞
Algo la despertó en mitad de la noche. Voces y gritos rompían el silencio. Re’em logró zafarse del agarre de Atem, que dormía profundamente, ponerse algo y salir al exterior. No había luna que iluminara la noche, lo que dificultaba ver qué estaba sucediendo. Sin embargo, una cosa era evidente: los gritos y las voces provenían de los dos barcos de atrás.
Notes:
La calma antes de la tormenta...
Chapter 71: Ródope
Notes:
Vaya, no tenía pensado subir hoy el capítulo pero la inspiración ha hecho su parte y no podía dejarlo más tiempo en mi ordenador. Que disfrutes tanto leyendo como yo escribiendo ;)
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Re’em fue a la parte trasera del barco y escrutó la oscuridad. Los gritos provenían de gente que había caído al agua; y las voces, de los que intentaban rescatarlos. Uno de ellos nadó hasta ella y Re’em lo ayudó a subir. Lo reconoció al instante como uno de los soldados que viajaba con los prisioneros. Re’em sintió un nudo en la garganta.
―Majestad, tengo que hablar con él ―dijo antes de que Re’em abriera la boca―. Los nubios se han amotinado y han tomado el control del barco.
―¿Qué es todo este alboroto? ―preguntó Atem, que acababa de llegar.
Re’em levantó la mirada mientras el soldado ponía a Atem al corriente. Volvió a mirar hacia la oscuridad pero solo lograba distinguir la silueta de uno de los barcos. ¿Dónde estaba el otro? Cerró los ojos durante unos instantes y los volvió a abrir. Con la visión más adaptada a la oscuridad Re’em logró sentir, más que ver, algo que parecía deslizarse cerca de la orilla opuesta. Miró al barco de Bakura, cuyos tripulantes todavía estaban rescatando personas del río. No les daría tiempo a alcanzarla. El barco de los fugitivos ya les había sacado ventaja. Tras ella, Atem seguía hablando con el soldado. Solo había una cosa que Re’em podía hacer para impedir su fuga. Cerró los ojos y se concentró. Poco después los abrió y extendió la mano. Ante ella, las aguas comenzaron a agitarse.
―¡¡Detente!!
El grito de Atem le hizo perder la concentración y el agua del río volvió a fluir con calma. Re’em clavó la mirada en él.
―Van a…
―Lo sé, hemeti. Deja que se marchen.
Re’em parpadeó, sorprendida por la tranquilidad de su voz, pero no dijo nada. Atem siempre tenía una razón detrás de sus decisiones, un plan que muchas veces solo él conocía. Apretó los puños y respiró profundamente, controlando el impulso de actuar. «Confía en él». Después Re’em asintió. Los dos vieron en silencio cómo el barco se alejaba en la oscuridad de la noche. Re’em tuvo la sensación de que alguien que no lograba ver les devolvía la mirada.
Entonces un pequeño sonido detrás de ellos llamó su atención. Ankhesenamón había salido del camarote, con el rostro medio adormilado y el cabello revuelto. La niña se frotaba los ojos, pero algo la hizo detenerse en seco. Sus ojos pequeños se entrecerraron mientras miraba a la oscuridad y se clavaban en algún punto tras las pareja.
—¡¡Madre!! —gritó con desesperación y, antes de que Re'em o Atem pudieran reaccionar, la niña corrió hacia el borde de la cubierta, con los brazos estirados hacia el barco que se alejaba.
Re'em se tensó al instante y se lanzó hacia ella, pero Atem fue más rápido y alcanzó a su hija primero, sujetándola antes de que se inclinara demasiado sobre el borde.
—¡¡Madre!! —repitió Ankhesenamón, pataleando en los brazos de su padre—. ¡¡No te vayas, por favor!!
Pero el barco seguía alejándose y Neith no respondió. Atem la levantó en brazos y la alejó del borde mientras la niña rompía a llorar, con la mirada fija en un punto del barco. Re’em entrecerró los ojos y lo escaneó. Solo entonces logró identificar la silueta de una mujer. La sensación de ser observada no había sido producto de su imaginación después de todo.
Re'em se volvió y dio un paso adelante, queriendo calmar a la niña. Se inclinó hacia ella con la voz dulce pero firme.
—Ankhesenamón, yo… yo sé que es difícil, pero…
—¡¡Tú no sabes nada!! —sollozó la niña, apartándose de ella con brusquedad—. ¡¡No eres mi madre!!
Esas palabras se clavaron como una daga en el corazón de Re'em pero logró mantener la calma, observando cómo Atem hacía lo posible por consolarla. Ankhesenamón seguía llorando, destrozada, y la única cosa que Re'em podía hacer era quedarse ahí, mirando cómo el lazo entre madre e hija se rompía y sabiendo que sería muy difícil restaurarlo.
Con la voz rota y refugiada entre los brazos de su padre, Ankhesenamón murmuró:
—¿Por qué me ha dejado?
La pregunta los dejó a ambos sin voz. Atem miró a Re’em y esta se vio arrancada de su parálisis. Se acercó mientras concentraba su heka en su aroma, mezclándolo con la brisa nocturna igual que había hecho días atrás, y acarició la espalda de Ankhesenamón, que al notarlo se acurrucó más contra su padre. Re’em envolvió con su aroma de lavanda a la niña, cuyo llanto se redujo a leves sollozos.
—Nosotros no tenemos la respuesta, peque —susurró Atem mientras miraba con agradecimiento a su esposa.
Re’em acarició la espalda de la pequeña durante un rato más. Mientras lo hacía, sintió que otro barco los adelantaba. Al levantar la mirada vio a Bakura dando órdenes. Al pasar por su lado inclinó la cabeza en reconocimiento y continuó con su persecución. Re’em abrió la boca para hacer un comentario pero la forma en la que el monarca seguía el barco con la mirada le hizo cambiar de idea. Además, no quería hablar de ello con Ankhesenamón delante.
—Voy a acostarla —susurró Atem.
Re’em asintió. Mientras él se dirigía hacia la habitación de la niña para acostarla, ella se dirigió al camarote que compartía con Atem y esperó. Estaba casi segura de que los ojos del monarca brillaban de satisfacción cuando vio a Bakura, pero con la oscuridad de la noche era difícil de detectar... ¿Y si se lo había imaginado?
El crujido de la madera le recordó que ya había pasado un rato. Re’em prestó atención a los sonidos del barco, esperando escuchar los pasos de Atem. Solo había silencio, así que siguió esperando su regreso.
Y esperó.
Y esperó.
Cansada de no saber nada y un poco preocupada por padre e hija, Re’em salió y fue al camarote de Ankhesenamón con pasos suaves. En un instantes llegó a la puerta y la entreabrió. Dentro, Atem estaba sentado junto a la cama, acariciando el cabello de su hija, quien todavía tenía el rostro empapado en lágrimas. Al ver a Re'em, le dedicó una mirada de comprensión y se levantó despacio.
—No quiere dormir —susurró Atem, apartándose para que pudiera acercarse.
Re'em asintió mientras se sentaba en el borde de la cama y observaba a Ankhesenamón con una mirada cálida y reconfortante. La pequeña aún respiraba con dificultad y su rostro estaba lleno de tristeza. Se le encogió el corazón al verla.
—Princesa —comenzó Re'em con voz suave y pausada—, ¿puedo contarte una historia? Es una de mis favoritas. Se trata de una joven llamada Ródope.
―¿Ródope? ―preguntó Atem, intrigado―. Creo que nunca he escuchado esa historia… ¿Qué te parece si la escuchamos juntos, peque?
La niña no respondió, pero Re'em vio cómo sus pequeños ojos se entrecerraban un poco, como si la curiosidad luchara contra el cansancio y el dolor. Atem se quedó a un lado, escuchando también, mientras Re'em empezaba a narrar la historia.
—Hace mucho tiempo vivía una joven llamada Ródope. Era muy hermosa, con cabellos dorados como el sol y ojos tan brillantes como las estrellas —comenzó Re'em mientras su voz iba adquiriendo un tono melódico—. Pero Ródope no era feliz. Había sido traída a Kemet desde una tierra lejana y no se sentía como uno de nosotros. Trabajaba duro todos los días, cuidando de su amo y de sus jardines, y nadie parecía notar su bondad ni su belleza.
Ankhesenamón la miraba de reojo ahora, intrigada, aunque su semblante seguía siendo serio.
—Un día —continuó Re'em, acariciando la manta—, mientras Ródope estaba lavando su ropa junto al río, apareció un hermoso halcón. Volaba tan alto que su sombra la cubrió como un manto. El halcón descendió de repente en picado y tomó una de las sandalias de Ródope, llevándola en sus garras al cielo. Ella se quedó sorprendida y triste, pues esas sandalias eran su única posesión especial. Habían sido un regalo y perder una era como perder un recuerdo agradable de su estancia en Kemet.
Ankhesenamón parecía más atenta, y Re'em aprovechó para seguir la historia con mayor ternura. Atem se había sentado al otro lado de la cama para escucharla mejor.
—Pero ese halcón no era un pájaro cualquiera —continuó Re'em—. Era el mensajero del rey, que lo había enviado en busca de algo importante. El halcón voló hasta el palacio, donde dejó caer la sandalia en las manos de su dueño. En cuanto él vio la delicada sandalia, supo que pertenecía a alguien especial. Ordenó que todos los rincones de Kemet fueran registrados hasta encontrar a la dueña de la sandalia.
Ankhesenamón se movió un poco, acurrucándose más en las sábanas, claramente interesada en cómo terminaba la historia. Sus ojos parecían luchar por mantenerse abiertos. Re’em se concentró en terminar su relato.
—Después de mucho buscar y cuando el rey estaba comenzando a desesperarse, encontró a Ródope. —Re'em sonrió—. Y cuando la vio, supo que ella era diferente. No por su apariencia, sino porque vio en sus ojos la bondad y la fortaleza que había demostrado en su vida. La llevó al palacio y la convirtió en reina, pues comprendió que el verdadero valor de una persona no se encuentra solo en su exterior, sino en su corazón.
Con sus pestañas aleteando, Ankhesenamón murmuró algo. Su voz todavía sonaba triste.
—¿Ródope… fue feliz?
Re'em se inclinó un poco más, acariciando la frente de Ankhesenamón.
—Sí, lo fue —respondió en un susurro—. Porque aunque había sufrido, Ródope encontró alguien que la entendió y la valoró por lo que realmente era. Todos merecemos ser vistos por quienes somos, Ankhesenamón. Y a veces, incluso si parece que el mundo se ha vuelto en nuestra contra, siempre hay alguien que nos cuida, que nos quiere. Como el rey a Ródope.
Mientras terminaba su historia, Atem había cogido su mano y ahora la apretaba con suavidad. La niña cerró los ojos poco a poco, y su padre dejó escapar un leve suspiro de alivio. Ambos se quedaron allí un rato más, vigilando mientras Ankhesenamón caía en un sueño profundo.
Notes:
Sí, es el cuento original de la cenicienta, más o menos. Tengo entendido que es un cuento griego pero como sucede en Egipto, he aprovechado para contarlo. Espero que te haya gustado ;)
Chapter 72: Últimas horas de viaje
Notes:
Me ha llevado más tiempo del que esperaba pero al final ha salido un capitulo más largo. Así que disfruta de la lectura ;)
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Aquella mañana la despertó un beso. Fue casi un roce, como si Atem no quisiera alterar su sueño. Re’em sonrió y se aferró a él.
―¿Me despertarás así todas las mañanas? ―murmuró sin dejar de sonreír.
Atem rio mientras repartía besos por su cuello y clavícula. Re’em suspiró feliz.
―Siempre que pueda ―respondió el monarca entre beso y beso.
Re’em abrió los ojos y repartió besos por la piel que tenía a su alcance. La luz inundaba la habitación y el barco se estaba moviendo. Frunció el ceño al notarlo.
―¿Cuánto tiempo he estado dormida? ¿Qué hora es?
―Debe de ser mitad de mañana o algo así. No te preocupes, hemeti, yo también acabo de despertar.
―¿Nos estamos moviendo?
Atem tarareó sin interrumpir su tarea.
―Les dije que continuaran el viaje tanto si nos levantábamos como si no.
Atem había comenzado a acariciar su piel mientras hablaba, y entonces se dio cuenta de que ella también estaba trazando dibujos sin sentido en la espalda de su marido. Su marido. La sola idea aceleró su corazón más que las caricias que recibía. ¿Algún día se acostumbraría a la idea de ser la reina oficial de Atem?
―¿En qué piensas?
Re’em parpadeó. Había detenido sus caricias sin darse cuenta.
―En la suerte que tengo ―respondió mientras apartaba un mechón de pelo de su rostro.
Atem sonrió.
—La misma que yo —respondió antes de darle otro beso.
Re’em correspondió con entusiasmo. Aquella era su última mañana libre y tenía la intención de aprovecharla al máximo. Estaba claro que Atem también. Al menos hasta que escucharon unos golpes en la puerta.
—¡Adelante! —ladró Atem, molesto con la interrupción.
A pesar de que compartía el sentimiento, Re’em tuvo que reprimir una risa. La mirada que Atem lanzó en su dirección mientras se incorporaba indicaba que no había tenido mucho éxito al ocultarla.
—Majestades —dijo la niñera que cuidaba de Ankhesenamón mientras hacía una reverencia.
—¿Qué ocurre? —preguntó Atem preocupado.
—La princesa no se ha levantado de la cama ni ha querido comer.
Atem suspiró.
—Vuelve con ella. Enseguida iré a verla.
La niñera asintió y se marchó. Re’em se sentó y lo abrazó por la espalda. El cuerpo de Atem se inclinó hacia atrás y se apoyó en ella.
—Quería pasar la mañana aquí, contigo ―se quejó, haciendo un puchero―. ¿Es que nunca vamos a estar tranquilos?
―Ella solo se queda en la cama, siguiendo tu ejemplo ―murmuró mientras repartía besos por su hombro. Entonces tuvo una idea―. ¿Y si la traes aquí?
Atem clavó la mirada en ella.
―¿Traerla? ¿Has visto cómo hemos dejado la habitación? ―preguntó mientras hacía un movimiento con la mano, señalando el desastre que habían causado.
Re’em sonrió.
―Nada que no se pueda arreglar mientras vas a por ella. Layla puede cambiar las sábanas mientras yo ordeno todo lo demás.
Atem lo pensó unos instantes mientras se relajaba con los besos que recibía.
―Si me sigues provocando nunca la traeré ―amenazó.
―¿Provocando? ―preguntó Re’em, sorprendida.
―Sí, hemeti. No lo niegues. Me estás provocando para que no salga de esta cama ―respondió volviéndose hacia ella.
Re’em se sintió orgullosa del tono oscuro que tenían sus ojos. Le besó de nuevo en la boca hasta dejarlo sin aliento. El aroma y el sabor de Atem la embriagaron sin que pudiera evitarlo.
―Eres tú el que me provoca para que no te deje marchar, nesui ―respondió con voz ronca.
―La idea ha sido tuya.
Re’em suspiró. Atem tenía razón pero ella empezaba a lamentarlo. ¿Por qué iba a compartirlo con nadie? Lo abrazó más fuerte. Atem rio mientras se acurrucaba más contra ella.
―¿Te arrepientes de haberlo propuesto?
―Una parte de mí no quiere dejarte marchar ―admitió―, pero sé que tú no estarás tranquilo. Sería egoísta mantenerte lejos de tu hija. Mi oferta sigue en pie. Así estaremos cerca.
Atem sonrió orgulloso antes de depositar un beso en su mejilla.
―Gracias, Mahado. Te recompensaré.
Re’em fue incapaz de reaccionar mientras Atem se levantaba y se arreglaba. Solo la había llamado por su antiguo nombre en unas pocas ocasiones y siempre con un tono reverente. Casi como si fuera sagrado para él. Tendría que hablar con Atem sobre eso.
Layla entró con sábanas limpias, sacándola de su inmovilidad. Re’em parpadeó y miró a su alrededor. Atem había salido y no tenía mucho tiempo. Se levantó con rapidez, se lavó y se vistió mientras Layla arreglaba la cama. En cuanto se marchó con las sábanas sucias, Re’em utilizó su heka para ordenar la habitación. Apenas se había cepillado el pelo cuando Atem entró con la niña en brazos. Sonrió al verlos.
—Buenos días, princesa —saludó mientras los tres se acomodaban en la cama.
Ankhesenamón no respondió. Se limitó a acurrucarse junto a su padre, escondiendo su rostro. Atem frunció el ceño. Abrió la boca para hablar pero Re’em lo detuvo con un gesto. En ese momento un par de sirvientes entraron con bandejas llenas de comida. El estómago de Re’em protestó mientras un delicioso aroma llenaba la habitación.
—¡Qué delicia! —exclamó Re’em, intentando animar a la niña—. Se me hace la boca agua con este aroma. ¿No tienes hambre, princesa?
La niña no se movió ni dijo nada. Atem las miró a ambas con preocupación.
—Peque, tienes que comer algo.
Re’em se acercó a la comida recién hecha. Había varios tipos de panes y bollos recién hechos, huevos cocidos, queso de cabra, perca, sidra de manzana y varias frutas. Sus ojos pasaron por cada alimento, indecisa, mientras la boca se le hacía agua. Atem rio.
—Ojalá pudieras ver la cara que tienes, hemeti. Parece que no has comido en una semana. Deberías verla tú también, peque.
Re’em hizo como si no lo hubiera escuchado y cogió un poco de queso con pan y un huevo cocido. Solo cuando tuvo la comida en el estómago su mente dejó de concentrarse en comer y sintió que la miraban. Desde la cama, dos pares de rubíes observaban cada movimiento. Los de Atem tenían una chispa de diversión. Los de la niña todavía reflejaban tristeza, pero al menos ya no lloraba.
―Ven, princesa. Esto está muy rico. Pruébalo. Está recién hecho.
Ankhesenamón miró el pan con miel que Re’em le ofrecía. Parecía debatirse entre la tristeza que sentía y el hambre que el aroma de la comida debía de haber despertado en ella.
―Adelante, peque ―animó Atem―. Necesitas comer para hacerte grande y fuerte.
La niña no respondió, pero finalmente se bajó de la cama y caminó despacio hasta Re’em, que seguía ofreciéndole el pan. Tras un instante más de duda, Ankhesenamón lo cogió y comenzó a mordisquearlo. Re’em sonrió y miró a Atem, que parecía aliviado y agradecido mientras se acercaba a ellas. Besó a Re’em en la frente y cogió a su hija en brazos para sentarla sobre sus piernas.
∞∞∞
Atem no dejaba de sonreír y Re’em estaba segura del motivo: la Corte llegaría en unas horas al palacio, así que Mana ya no tendría dónde esconderse. Re’em no necesitaba preguntarle para saber que había estado saboreando la situación desde que notaron que Mana no llegaba el día que ellos desembarcaron. Ni el siguiente. De hecho, ambos intuían que su amiga de la infancia se había refugiado entre los miembros de la Corte para retrasar su regreso el mayor tiempo posible. Re’em seguía sin saber qué había respondido Atem. En realidad poco importaba. Pobre Mana. Debía de estar con los nervios a flor de piel.
—Nesui…
—¿Sí, hemeti?
—No seas muy duro con ella. Después de todo la idea fue mía.
La miró un instante pero no dijo nada. Atem lo estaba disfrutando y lo disfrutaría más cuando Mana estuviera ante él, retorciéndose de nervios.
—Vamos, hemeti, no seas aguafiestas —dijo el monarca con la misma cara que ponía cuando era príncipe—. Déjame tener mi pequeña venganza.
Re’em fue incapaz de convencerle. Sus ojos suplicantes seguían siendo su debilidad. Suspiró. A pesar de los años, Atem y Mana se comportaban igual que cuando eran niños.
∞∞∞
Re’em miró a Atem. Los dos estaban ante las puertas del gran salón del palacio, esperando. Atem fingió que no notaba su mirada mientras se arreglaba la ropa y cada adorno que llevaba, despacio, exasperándola.
—Nesui, creo que ya es suficiente. Acaba con esto de una vez.
Atem clavó una mirada inocente en ella.
—Hemeti, no sé de qué me hablas. Solo me estoy asegurando de que llevo todo bien. Como representante de los dioses debo estar impecable.
Re’em cruzó los brazos y entrecerró los ojos. Atem dejó de acicalarse y le ofreció la mano mientras hacía señas para que abrieran la puerta. Aliviada, Re’em aceptó su mano y entraron. Dentro del gran salón, Mana se giró en cuanto la puerta se abrió. Al verlos hizo un saludo torpe y sonrió nerviosa.
—Bienvenida, Mana. Espero que hayas tenido un buen viaje de regreso —dijo Re’em, intentando calmar los nervios de su amiga.
—S-sí, mi reina. Gracias.
Aquella breve interacción pareció relajarla un poco, pero Atem tenía otros planes.
—Mana, me alegra verte de regreso —dijo Atem con una calma que no reflejaba si estaba complacido o molesto.
Mana se inclinó un poco, como si el peso de la responsabilidad la presionara hacia el suelo.
—Gracias, majestad —respondió ella, sin poder evitar que su voz temblara un poco.
Re’em le sonrió, pero antes de que pudiera decir algo Atem intervino:
—Recibimos tu mensaje y respondí. ¿Te acuerdas?
Mana se tensó y asintió. Atem las miró a ambas y esperó unos instantes antes de continuar:
—Hiciste lo que creíste correcto —dijo lentamente—, aunque preferiría que me hubieras consultado antes —continuó con los ojos fijos en Mana, como si estuviera evaluando su reacción—. Pero también sabía lo que pretendías. Lo que las dos pretendíais.
Re’em tragó saliva. ¿No había aclarado esto con él y había quedado resuelto? Mana respiraba con dificultad, esperando el golpe. Atem finalmente dejó salir una pequeña sonrisa, sorprendiéndola.
—No te preocupes, no habrá castigo. Sabía lo que planeabais y lo permití —dijo con una media sonrisa. Re’em soltó el aire que había retenido sin darse cuenta. Luego Atem se inclinó un poco hacia Mana y, en un tono más bajo, añadió—: Aunque te divertiste demasiado creyendo que escapabas de mi control. Reconócelo.
Mana se quedó paralizada un instante antes de dejar salir un suspiro de alivio. Re'em dio un paso hacia ella, colocando una mano reconfortante sobre su hombro.
—Mana, has hecho un gran trabajo —dijo con suavidad—. Y estoy segura de que Atem también lo reconoce aunque no lo diga.
Atem se alejó unos pasos, todavía con una sonrisa juguetona.
—Podías haberme avisado —se quejó Mana, haciendo un puchero—. ¡¡Casi me da un infarto!!
—Lo siento, Mana —se disculpó Re’em—. Atem no me dejó hacerlo.
El aludido arqueó una ceja.
—Como si tú no hubieras disfrutado con esto.
Re’em levantó las manos.
—Yo intenté convencerte de que no la hicieras sufrir, ¿recuerdas?
Atem se acercó a ella tanto que podía sentir el calor de su cuerpo, aunque no se tocaban. Se quedó sin aliento. Sus ojos eran todo lo que Re’em veía. Ni pudo ni quiso apartar la mirada.
—Tampoco te esforzaste mucho por convencerme, hemeti —susurró.
Mana carraspeó. Ambos la miraron.
—Sois una pareja adorable —dijo sonriendo de oreja a oreja.
Notes:
Ya estamos llegando al final. Es curioso, cuando empecé no pensaba que me llevara tanto tiempo, y sin embargo se me ha hecho corto... Ahora solo me queda escribir el capítulo final. Puede que me lleve algo de tiempo, ya que quiero que el final sea lo mejor posible. Confío en que no me llevará más de una semana. Espero que te haya gustado :)
Chapter 73: Larga vida a la reina
Notes:
Creo que este es el capítulo más largo que he escrito hasta ahora. Que disfrutes de la lectura :)
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Chapter Text
Re’em no podía dormir. Su mente no dejaba de dar vueltas a pesar de lo cansada que estaba. Al día siguiente todas las miradas de Kemet estarían puestas en ella. Su único consuelo era saber que no tendría que pronunciar un discurso ante todos los altos cargos del país. Un leve apretón en su cintura le recordó que no estaba sola. Atem dormía a su lado. Re’em sonrió al ver su rostro tranquilo. Cualquier preocupación se esfumó durante unos instantes. Su rey-dios le había confiado su corazón desde siempre, sin importarle que fuera hombre o mujer, su clase social ni sus defectos, y seguía haciéndolo a pesar del dolor que le había causado. Se le hizo un nudo en la garganta. ¿Cómo iba a estar a la altura de un rey así? ¿Cómo podía ser digna de reinar a su lado? Re’em suspiró.
―Duerme… ―murmuró Atem sin despertar del todo mientras se acurrucaba a su lado.
―No puedo.
Atem suspiró.
―¿Qué te preocupa? ―preguntó sin abrir los ojos.
Re’em tragó saliva. ¿Y si Atem decidía dar marcha atrás? El monarca clavó la mirada en ella como si hubiera leído su mente.
―¿Es por la ceremonia?
―¿Y si no estoy a la altura? ¿Y si te avergüenzo?
Atem se puso serio.
―Hemeti, llevas dieciséis años preparándote para esto. Claro que estás a la altura. Además, si lo que te preocupa es avergonzarme puedes estar tranquila. Eso jamás sucederá.
Re’em no estaba tan segura. Atem acarició su mejilla.
―Siempre te he admirado y estoy orgulloso de que seas mi esposa. Eso no cambiará nunca, hemeti.
―No se trata solo de eso…
―Lo sé. Temes que me pierdan el respeto si cometes algún fallo. Eso no me preocupa porque siempre estaré a tu lado. Juntos podremos con todo.
Atem unió sus labios antes de que Re’em pudiera decir nada más. Bajo sus caricias y besos su mente se quedó en blanco y su cuerpo por fin se relajó.
∞∞∞
Intentó calmar sus nervios mientras esperaba la llegada de Layla con el vestido que utilizaría, uno nuevo que Atem había encargado especialmente para aquel día. Ni siquiera le había dejado verlo antes de su «coronación» como reina principal, si se podía llamar así a la ceremonia. En realidad era más bien una presentación ante los dirigentes y nobles del país que luego tendrían que jurarle lealtad como su reina.
Re’em ya estaba dando vueltas por la habitación cuando la puerta se abrió. Se quedó sin aliento cuando vio a Atem vestido con una túnica de lino bordada con dibujos dorados que también tenían algunas joyas incrustadas; en vez de su diadema habitual de oro con el ojo de Hor, llevaba puesta la corona con el disco solar enmarcado por dos cobras protectoras; su collar era más ancho, con joyas también, y cubría todo su pecho; y su capa era más elaborada que la sencilla que utilizaba a diario. Por separado parecía que era demasiado para el estilo de Atem, pero todo junto y colocado sobre él lo convertían en un ser divino.
―Re’em, ¿te encuentras bien?
La voz divertida de Atem la sacó de su sorpresa.
―Sí, yo… estoy esperando que Layla traiga el vestido ―murmuró.
―¿Qué te parece? ¿Cómo me queda? ―preguntó al notar que Re’em no podía apartar la mirada de él.
―Estás… divino ―logró responder.
Atem sonrió.
―Tú también lo estarás cuando terminemos de arreglarte, hemeti.
―¿Terminemos? ―preguntó confundida.
Atem le mostró un trozo de tela que llevaba en la mano.
―¿Me harías el favor de taparte los ojos antes de que regrese Layla? Quiero que la primera vez que lo veas lo lleves puesto.
Re’em lo miró sorprendida, pero de nuevo los rubíes del monarca lograron que su cuerpo se moviera solo, aceptando la tela.
―Déjame ayudarte.
Re’em se arrodilló para que Atem pudiera asegurar el nudo. Después sintió que una de sus manos bajaba por su pelo, acariciando sus mechones. La calma invadió su cuerpo. Era curioso el efecto que Atem podía provocar en ella con un gesto tan sencillo.
―No tardaremos mucho ―aseguró mientras rozaba su mejilla con los dedos.
Re’em se estremeció y se inclinó hacia su mano. Atem soltó una pequeña risa.
—¿Tanto me has echado de menos? —preguntó con diversión.
Aquella mañana Re’em se había despertado sola en la enorme cama, y lo único que le habían dicho era que Atem estaba hablando con Bakura, que acababa de regresar de su persecución. Así que la respuesta era «sí, mucho», pero Layla regresó antes de que pudiera decirlo. Varios pasos más entraron con ella y la curiosidad de Re’em aumentó.
—Hemeti, ponte de pie para que te puedan vestir.
Re’em obedeció en silencio, intentando escuchar cualquier palabra que pudieran intercambiar. Fueran quienes fueran las que habían entrado no dijeron una palabra mientras le quitaban el vestido que se había puesto al levantarse y deslizaban otra tela sobre su cuerpo. Atem debía de haberles ordenado que no dijeran nada en su presencia, así que Re’em tuvo que conformarse con el roce de la suave tela sobre su piel. Creyó que habían terminado cuando sintió su cuerpo cubierto, pero entonces le colocaron algo más pesado sobre la tela y lo ajustaron a su cuerpo sin oprimirlo. Después algunas sirvientas le colocaron brazaletes en brazos y piernas mientras otras engancharon algo a sus hombros, añadiendo un peso extra en su espalda. Luego sintió que se alejaban y el sonido de algo que arrastraban.
—Ya puedes mirar.
Re’em se quitó la venda. Lo primero que vio fueron sus brazos cubiertos con nuevos brazaletes de oro con diferentes figuras. Habían movido ante ella el espejo de bronce y su reflejo la dejó sin palabras: su vestido de lino estaba bordado con plumas doradas y le habían colocado una pieza de oro que cubría su torso, pero lo que llamó su atención fueron las dos piezas que tenía sobre sus hombros. Se giró un poco y se dio cuenta de que le habían añadido una capa a juego con el vestido… ¡y con capucha! Miró sorprendida a su marido, que se limitó a sonreír. Re’em cogió con cuidado la capucha y la colocó sobre su cabeza. Atem rio.
—Ya veo que te encanta mi regalo.
Re’em le sonrió agradecida desde su capucha.
—Es perfecto, nesui. Gracias.
—Eres mi Gran Esposa Real. Deben verte como tal.
—Todavía falta el maquillaje —recordó Layla.
Re’em asintió y se quitó la capucha. Durante los minutos siguientes Layla la maquilló bajo la silenciosa mirada del monarca. Aquello puso un poco nerviosa a Re’em, pero la sensación se esfumaba cuando veía su rostro sonriente y sus rubíes brillando de orgullo.
—Ya está —anunció Layla.
El monarca negó.
—Aún te falta un detalle, hemeti.
Atem se acercó al único cofre que permanecía cerrado y levantó la tapa. Re’em intentó ver el interior pero desde donde estaba era imposible. Entonces Atem sacó con cuidado una tiara de oro con lapislázuli incrustado en diferentes tonos de azul. Re’em logró distinguir el diseño de varias plumas entrelazadas que disminuían de tamaño conforme se acercaban a los extremos. Fue incapaz de decir nada. Jamás se le había ocurrido llevar cualquier tipo de tiara o corona. Inclinó la cabeza ante Atem. Cuando sintió el peso en su cabeza se levantó y miró de nuevo su reflejo. No se reconoció con todo lo que llevaba puesto.
―Princesa, estás deslumbrante ―alabó la asistente con una sonrisa, atrayendo la atención de la pareja.
Re’em sonrió.
―Gracias, Layla.
―V-voy a comprobar si está todo preparado ―murmuró al notar la intensa mirada de Atem.
Layla se inclinó y se deslizó fuera de la habitación.
―La has asustado.
—¿Yo? Si no es capaz de aguantar mi mirada, es problema suyo. Además, no estoy de acuerdo con su observación ―respondió mientras se acercaba a ella.
―¿Por qué no?
―Porque no estás deslumbrante —susurró Atem—. Estás divina.
Re’em sonrió. Los rubíes de Atem seguían brillando y Re’em no pudo apartar la mirada de ellos mientras ella cogía su mano y la besaba.
—Gracias, nesui.
Alguien llamó a la puerta.
―¿Quién es? ―preguntó Atem.
La puerta se abrió y el sirviente se inclinó.
―Majestades, ya es la hora ―anunció manteniendo la puerta abierta.
Atem le ofreció la mano y Re’em la aceptó. No se soltaron mientras atravesaban los pasillos del palacio hasta que se subieron a sus palanquines. Nada más abrir las puertas del recinto, la multitud estalló en vítores. Aquello le recordó su llegada al palacio y lo nerviosa que estaba por conocer a su marido. Ahora aquel recuerdo que parecía de otra persona le hizo sonreír.
No tardaron mucho en llegar a su destino. El incienso y las flores de loto perfumaban todo el recinto cuando Atem y Re’em entraron en el templo de Amón. El interior estaba iluminado por la luz tenue de antorchas y lámparas de aceite que proyectaban sombras sobre las altas columnas decoradas. La gente del pueblo y los sacerdotes, vestidos con túnicas blancas, se habían congregado en los alrededores para presenciar la ofrenda. El sumo sacerdote del templo los esperaba junto al altar, flanqueado por estatuas de Amón con el carnero sagrado y decorado con coronas de flores y joyas.
Atem y Re’em avanzaron despacio. Sus pies apenas tocaban el suelo mientras cada paso resonaba suavemente en la piedra del templo. Ambos se inclinaron frente al altar. Atem entregó el primer tributo: una jarra de oro llena de agua sagrada del río, símbolo de la vida y la fertilidad que esperaban para Kemet. Vertió el agua sobre el altar en un acto de purificación y respeto mientras susurraba palabras de gratitud y promesas de protección al dios.
Luego Re’em presentó su ofrenda: un incensario adornado con amatistas y lapislázuli, del que surgía un espeso humo perfumado que se elevaba despacio, formando espirales que ascendían como si fueran a alcanzar el mismo cielo. Con un movimiento cuidadoso, Re’em levantó el incensario y lo balanceó alrededor del altar mientras oraba por el favor de Amón durante su reinado.
El sumo sacerdote se acercó, bendiciéndolos y pronunciando palabras de prosperidad y paz para su reinado mientras los asistentes observaban en respetuoso silencio. Atem y Re’em asintieron con solemnidad antes de inclinarse una vez más ante el altar, sellando la ceremonia de ofrenda. Durante el camino de regreso al palacio hubo más vítores pero Re’em no los escuchaba. La ofrenda había dejado una paz en su interior que había aplacado todos los nervios que antes había sentido.
Volvieron a darse la mano cuando caminaron hasta la sala del trono. Sabía que allí la esperaba su propio trono, colocado a la derecha del de Atem, pero no estaba preparada para lo que vio: su trono también era de oro y tenía la misma forma que el de Atem, pero el respaldo estaba repleto de estrellas plateadas. También se dio cuenta de que tenía dos cabezas de leones, una a cada lado, pero había algo diferente en ellas. Y en la base tenía otro diseño plateado, pero no pudo verlo todo con detalle. ¿Flores de loto, quizá? Hizo un esfuerzo para mantener su rostro inexpresivo y fingir que ya lo había visto antes. ¿Atem tendría preparada alguna sorpresa más?
A su lado Atem soltó una leve risa, pero casi sonó como si hubiera soltado una carcajada. Solo entonces se dio cuenta del silencio que llenaba la sala. Conforme se acercaban Re’em logró ver más dibujos plateados a ambos lados del trono. Los miró con curiosidad pero no hizo ningún intento de identificarlos. Ya tendría tiempo para eso. Atem la llevó hasta lo alto de la escalinata y se sentaron. Sin que nadie dijera nada, los miembros de la Corte se acercaron uno a uno, se inclinaron y le besaron las manos y los pies, reconociéndola como su reina y jurándole lealtad.
Cuando llegó el turno de Bakura, Re’em se preguntó qué noticias había traído. ¿Habían capturado a Neith y los demás? ¿Estarían ya en las mazmorras, esperando su sentencia? Su rostro no le dio ninguna pista. La siguiente fue Mana, que apretó sus manos con afecto antes de besarlas. Re’em sonrió y correspondió el apretón. Tras los miembros de la Corte estaban esperando un grupo de sumos sacerdotes procedentes de los diferentes templos del país, y el resto de nobles y dirigentes que habían acudido. Le alegró ver que había conocido a la mayoría durante su larga travesía. Re’em saludó con una leve sonrisa a aquellos a los que reconoció.
Después de un rato, cuando el último noble se alejó de ella, Atem se levantó y dio un paso adelante. Todas las miradas se dirigieron hacia él, que hizo una seña a un sirviente. Re’em vio que llevaba algo hecho de oro sobre un cojín, pero no fue capaz de distinguir qué era.
—Hoy, ante los dioses y el pueblo de Kemet, otorgo este símbolo de honor a quien no solo es mi reina, sino a quien ha demostrado ser una firme defensora de la paz y una valiosa aliada en la protección de nuestro reino.
Re’em todavía no había procesado las palabras de Atem cuando se giró ante ella y vio lo que llevaba en las manos: la mosca de oro. Atem se la colocó con delicadeza y la joya resplandeció en su pecho como un emblema de la lealtad que siempre había demostrado. Atem le sonrió con afecto y orgullo, y el gesto fue seguido por una serie de vítores por parte de los asistentes, que se elevaban hacia el techo del salón como una proclamación de aceptación.
—¡¡Larga vida a la reina!! ¡¡Larga vida a Ma’atneferu!! ¡¡Que reine en paz y gloria!!
Re’em fue incapaz de hablar, pero miró con gratitud y amor al monarca. Por supuesto que tenía que haber una última sorpresa...
Tocó el colgante, incrédula ante lo que acababa de suceder. Atem dio unas palmadas y un ejército de sirvientes entró con varias mesas bajas y cojines. Algunos sirvientes colocaron ante Atem y Re’em una mesa colocada sobre un pequeño estrado y les ofrecieron algunos cojines para que estuvieran más cómodos. Un detalle que Re’em agradeció. Necesitaría tiempo para acostumbrarse a la dureza de su trono. Atem, en cambio, parecía acostumbrado. Una vez que las mesas estuvieron repartidas por todo el salón, entraron más sirvientes con comida y bebida para todos. Los invitados se sentaron en pequeños grupos alrededor de las mesas mientras la música comenzaba a sonar.
Re’em miró de reojo a Atem. Esta era la mejor oportunidad para hacer las preguntas que daban vueltas por su mente.
—Atem…
—Dime, hemeti.
—¿Qué noticias ha traído Bakura?
Atem sonrió.
—No me ha dicho nada que no hubiera previsto —respondió antes de empezar a comer.
Re’em lo miró con curiosidad mientras él masticaba.
—¿Qué quieres decir?
—Neith creyó que podría escapar de la justicia. Pensó que encontraría refugio en Nubia. Me subestimó.
Atem no dijo nada más mientras seguía comiendo. Re’em también comió en silencio durante un rato mientras pensaba en todo lo que había sucedido con la nubia y la extraña tranquilidad de Atem cuando escapó ante ellos.
Entonces comprendió lo que Atem insinuaba.
Iba a decirlo cuando se acercó Aahotep para felicitarla por la condecoración. No era extraño. La mayoría de los invitados y ellos mismos habían terminado de comer. Conversaron un rato y cuando regresó a su mesa, otro noble que ella apenas recordaba la felicitó. Se limitó a agradecérselo y luego dejó que Atem conversara con él. Re’em aprovechó para pasear la mirada por la sala y sus ojos se cruzaron con los de Mana. Como si fuera una señal esperada, su amiga se levantó y se acercó. Atem seguía inmerso en su conversación con el noble.
—¡¡Felicidades!! —exclamó Mana con una sonrisa.
—Gracias, pero no es para tanto…
Mana se aseguró de que nadie las escuchaba y se acercó más a Re’em.
—Eres la primera persona a la que Atem entrega dos moscas de oro —añadió guiñando un ojo.
Luego desapareció escaleras abajo y se sentó en su mesa como si no hubiera dicho nada. Re’em clavó la mirada en ella, esperando alguna indicación que aclarara lo que había escuchado, pero su antigua aprendiz ignoró su mirada por completo. Re’em suspiró.
—¿En qué piensas? —preguntó Atem.
Re’em lo miró. El noble se había marchado.
—Mana ha dicho que soy la primera persona a la que le entregas dos moscas de oro. ¿Qué ha querido decir?
Una sonrisa triste se formó en el rostro de Atem y Re’em lamentó haber preguntado.
—Mana lo ha hecho a propósito, para que yo te lo cuente.
Re’em cogió su mano y la apretó, intentando alejarlo de los malos recuerdos.
—No tienes que responder si te pone triste.
Atem correspondió el apretón.
—No pasa nada, hemeti. Supongo que ahora que estás aquí ya no importa. Yo… la primera mosca de oro que te di fue después de tu muerte. Le ordené a Mana que utilizara su heka para ocultarla bajo las vendas que utilizaron para momificar tu cuerpo. Por mucho que me doliera, tu sacrificio demostraba tu valor y lealtad. Debía recompensarte de alguna manera.
Re’em acarició su mano con el pulgar.
—Creí que me dabas esta mosca por ambas vidas, porque no creo que haya hecho nada esta vez para merecerla.
Atem negó.
—Esta vez has hecho una cosa diferente y ese es el motivo por el que hoy recibes esta condecoración.
—¿El qué?
—Utilizaste tu heka en vez de intentar arrebatarle el cuchillo por la fuerza. Te mantuviste a salvo mientras nos protegías. Sé que no es algo que tengas costumbre de hacer y por eso lo aprecio. Espero que a partir de ahora actúes siempre así, porque no soportaría perderte de nuevo.
Re’em asintió con seriedad.
—Así lo haré, nesui.
—Eso espero.
—Por cierto, creo que ya sé lo que ha pasado con Neith.
—Cuéntame qué has deducido —animó el monarca, recuperando el brillo de su mirada.
—Mientras yo escribía la orden para ordenar la retirada del ejército de mi padre de la frontera, tú escribiste al rey nubio informándole de todo lo sucedido —explicó mientras seguía acariciando la mano de Atem—. Así que cuando ellos llegaron allí se encontraron con un rey colérico en lugar de un rey que escuchara lo que Neith pudiera contarle…
Atem asintió, orgulloso.
—Bakura no fue tras ellos para atraparlos, sino para evitar que volvieran a Kemet —confirmó—. De hecho, ha traído un mensaje del rey informando sobre la sentencia que han recibido por su traición. Luego te lo enseñaré si lo deseas.
—¿Y si Neith no hubiera intentado escapar? ¿Qué habrías hecho con ella?
—Enviarla allí —respondió con frialdad—. Neith es una princesa a pesar de todo. Si la hubiera ejecutado aquí podría haber tenido problemas con nuestros aliados.
Re’em se estremeció. No por Neith, sino por la forma en la que Atem hablaba del tema. Su frialdad le ponía los pelos de punta. Después de todo, estaba hablando del futuro de una mujer con la que había tenido una hija. No había duda de que todas las traiciones que Atem había sufrido a lo largo de su vida habían dejado una huella profunda en él.
Re’em no volvió a sacar el tema durante el resto del día. Sin embargo, aquella noche se dedicó a cubrir de besos y caricias a su rey, esperando borrar algún día todo el dolor que Atem había tenido que soportar sin ella. Y al mismo tiempo, una promesa silenciosa de que a partir de entonces vivirían felices para siempre.
Notes:
Espero que te haya gustado. Gracias por leer hasta el final y por todos vuestros kudos y comentarios. Nos veremos en la próxima historia :)
Chapter 74: Felices para siempre
Notes:
¡¡Sorpresa!! No sabía si este capítulo iba a tomar forma o no, pero aquí está. Que lo disfrutes ;)
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Chapter Text
Re’em cerró los ojos y respiró. Al principio de su reinado trabajaba casi de sol a sol, pasando de una responsabilidad a otra y esforzándose por dar lo mejor. Atem se había dado cuenta y había tenido que hablar con ella para que tomara pequeños descansos entre sus tareas. Añadió molesto que «no se había casado con un fantasma para verla solo por las noches». Recordarlo todavía le provocaba a Re’em una sonrisa. Desde entonces se esforzó por apartar algo de tiempo cada día para estar con él y enseguida se sumergió en una rutina que le permitía descansar y disfrutar.
Atem siempre la mantenía al día de todo lo que sucedía y escuchaba todos sus consejos. Re’em también le contaba cualquier novedad cuando cenaban o las pocas veces en que todavía podían mirar las estrellas. Y durante los ratos libres que tenía durante el día Re’em había vuelto a coger la costumbre de salir al jardín, igual que cuando estudiaba para formar parte de la Corte. Incluso Atem había recuperado esa costumbre y se reunía con ella, aunque solo fuera durante un rato. Sin embargo, aquellos momentos de tranquilidad de los que ambos disfrutaban iban a cambiar por completo en unos pocos meses.
Re’em llenó de nuevo sus pulmones con el aroma del jardín mientras disfrutaba de la sombra del árbol. El mismo que los había visto crecer. Sonrió ante los numerosos recuerdos que acudían a su mente mientras el sonido de los pájaros la sumía con rapidez en un estado de letargo. El agotamiento que sentía con frecuencia durante las últimas semanas logró dominar su cuerpo y su mente, durmiéndola sin que apenas se diera cuenta.
Un sonido suave y constante, totalmente diferente al de las aves del jardín, se filtró en su sueño. Poco a poco el sonido se volvió más intenso, despertándola, aunque su cuerpo se rebelaba. «Solo un poco más», intentó decir sin abrir los ojos. El rítmico sonido se detuvo, sustituido por una suave risa. Su corazón se aceleró y a punto estuvo de despertar del todo. Fue entonces cuando la mitad de su mente, la que en ese momento estaba despierta, se dio cuenta de que no estaba sola.
Abrió los ojos al instante.
—Deberías echarte un rato en la cama, hemeti. Necesitas descansar.
—¿Cuánto…?
Un bostezo la obligó a interrumpir la frase.
—No lo sé —respondió Atem a su lado mientras examinaba un trozo de lapislázuli bajo la luz del sol—. Cuando yo he venido ya estabas roncando.
Re’em frunció el ceño.
—Yo no ronco.
Atem se limitó a sonreír mientras regresaba a su tarea. Re’em parpadeó y miró a su alrededor. Luego su atención se enfocó en él con curiosidad.
—¿Qué estás haciendo?
—Estoy tallando un amuleto que proteja a nuestro hijo.
Re’em sonrió mientras se acariciaba el vientre. Cuando le dijeron que estaba embarazada le entró el pánico. No se veía capaz de ser madre, pero allí estaba Atem para recordarle lo bien que había manejado el dolor de Ankhesenamón tras la fuga de Neith. Volvió a fijarse en él. Su ceño estaba fruncido, concentrado de nuevo en su tarea. En aquel momento se dedicaba a pulir la forma de la pieza. Parecía tan ilusionado como si fuera el primer hijo que iba a tener.
—¿Qué símbolo vas a tallar?
—Por un lado tallaré el ojo de Hor.
—¿Y por el otro?
Atem negó.
—El otro dependerá de si es niño o niña.
Dicho esto continuó con su tarea. Re’em se acarició el vientre, pensativa.
—¿Y si pudiera averiguarlo antes de su nacimiento?
Atem se detuvo.
—¿Cómo? ¿Utilizando tu heka?
Re’em asintió con una sonrisa. Al principio sus ojos brillaron de curiosidad pero poco después ese brillo se apagó.
—No deberías realizar ningún hechizo durante el embarazo —recordó Atem—. Podría afectar al bebé. Además, te recuerdo que últimamente estás agotada. El médico te ha recomendado descanso y tranquilidad. No deberías gastar en esto la poca energía que consigues recuperar con tus remedios.
—¡No voy a dañarnos! —replicó, ofendida—. Solo utilizaré un poquito de heka. Tendré cuidado, te lo prometo.
Atem suspiró.
—Está bien, pero detente al menor síntoma de cansancio.
Re’em asintió con una sonrisa. Atem la miró pensativo un instante más antes de volver a su tarea. Re’em apoyó la espalda en el tronco del árbol y cerró los ojos. Dejó que los sonidos la ayudaran a relajarse mientras se concentraba en su vientre. Le costó un poco identificar dónde terminaba su cuerpo y comenzaba el del bebé, pero una vez que lo logró fue más sencillo.
Era una niña.
Re’em abrió los ojos y lo miró.
―¿Seguro que no quieres saberlo?
Atem interrumpió su tarea y la miró.
―¿Ya lo sabes?
Re’em asintió. Atem la miró unos instantes con la duda reflejada en su mirada. Re’em sonrió cuando notó que la curiosidad iba ganando al miedo.
―¡¡Majestad!!
Ambos se giraron al escuchar el grito. Un sirviente se acercaba corriendo, pero Amir se interpuso en su camino y lo detuvo a varios pasos de ellos.
―¿Traes un mensaje? ―preguntó Atem, señalando el papiro sellado que llevaba en la mano.
―A-así es, majestad. H-ha llegado un mensajero hace unos instantes desde Nubia, p-pero no es para usted.
―¿Para quién es? —preguntó con curiosidad—. ¿Para mi esposa? ¡Habla!
El sirviente saltó al escuchar la orden. Miró un instante a Re’em e inclinó la cabeza mientras tragaba saliva.
―N-no, m-majestades. E-es para la princesa.
Atem se tensó.
―¡¡¿Cómo has dicho?!!
Re’em puso una mano en su brazo mientras extendía la otra hacia el sirviente.
―Dámelo a mí ―dijo con una sonrisa.
Amir la miró y Re’em asintió. El guardián se apartó. El sirviente miró un instante a Atem y tragó saliva. Luego se acercó con cautela a Re’em y le entregó el papiro sellado.
―Gracias, puedes retirarte.
El sirviente hizo una inclinación torpe y desapareció en dirección al edificio. Re’em soltó una suave risa. El mensaje desapareció de sus manos.
―¡¡¿Te hace gracia que Neith le escriba a su hija después de dos años de silencio?!!
Amir se tensó e hizo ademán de acercarse mientras Atem se levantaba y estrujaba la carta de rabia. Re’em detuvo a su guardián con un gesto.
―Claro que no, nesui ―respondió con suavidad sin levantarse―. Era por el miedo del pobre hombre que lo ha traído. Lo has asustado.
―¡¿Cómo se atreve a escribir ahora?!! ―exclamó, paseando de un lado a otro sacudiendo la carta―. ¡¡Después de lo que nos ha costado conseguir que supere su abandono!!
Re’em no podía discutir eso. La niña había pasado meses llorando por las noches, y durante un tiempo tuvieron que dormir con ella para que dejara de tener pesadillas. Incluso tuvo que recurrir a su heka más de una vez para que se durmiera...
―Nesui, tranquilízate.
―¡¡¿Que me tranquilice?!! ―bramó.
Instintivamente Re’em protegió su vientre. El rostro de Atem, que un instante antes estaba desfigurado por la furia, se suavizó.
―Lo siento, hemeti. Yo… ―suspiró―, no sé qué hacer. Esto me supera. ¿Sería un mal padre si rompo la carta sin más?
Re’em dio unas palmadas en la hierba. Atem se acercó y se sentó. Re’em tiró de él hasta que su cabeza quedó apoyada en su muslo.
―¿Recuerdas lo que dijiste cuando yo dudaba de mis habilidades como madre? ―preguntó mientras acariciaba su pelo.
Atem cerró los ojos. Poco a poco su cuerpo se relajó. Re’em esperó un rato sin dejar de acariciarle.
―Que ningún padre sabe lo que tiene que hacer ―murmuró―. Todos hacemos lo que podemos.
―Eres un buen padre porque sé que decidas lo que decidas, lo harás pensando en el beneficio de tu hija.
―¿De verdad lo crees? ―preguntó Atem, girándose para mirarla.
―No lo creo, nesui. Lo sé ―susurró sin poder apartar la mirada de él―. Y yo estoy a tu lado. Siempre.
Los rubíes brillaron. Atem se sentó, dejando caer la carta arrugada, y cogió con suavidad el rostro de Re’em.
―Repítelo ―susurró.
―Siempre estaré a tu lado.
―Siempre…
Atem unió sus labios. No importaba nada más.
―La romperé ―decidió.
―No creo que sea buena idea. ¿Qué pasará si Ankhesenamón se entera de que no le has entregado la carta de su madre?
―¿Qué esperas que haga? ¿Darle la carta y permitir que vuelva a manipularla?
Re’em acarició su rostro mientras buscaba una solución intermedia. Ankhesenamón crecería y tarde o temprano querría saber qué había sido de su madre. Hasta ese momento no había preguntado. Ellos habían intentado explicarle que habían casado a Neith con un noble y le habían prohibido regresar a Kemet, pero la niña se había negado a escuchar en cuanto se dio cuenta de que querían hablarle de su madre.
Un beso la arrancó de sus pensamientos y dejó su mente en blanco.
―No hay otra solución, ¿verdad? ―susurró Atem―. Debo entregarle la carta.
―Eso sería lo mejor, sí. No puedes obligarla a olvidar a su madre. Sería malo para ella. Y para vuestra relación. No voy a permitir que te odie por esto.
―Tampoco quiero que la ponga en tu contra, hemeti. Sé cuánto daño te hizo aquella situación y no quiero que se repita.
Re’em acarició su rostro.
―Lo sé, nesui, pero… ¿y si la dejamos elegir a ella?
Atem la miró con curiosidad.
―¿Dejarla elegir?
―Ahora tiene ocho años. Creo que es suficiente edad para decidir si quiere leer la carta o no. Además, tengo la sensación de que Neith ya no puede influir en ella como antes. Ahora me conoce un poco más. Y tu hija es tan lista como lo eras tú a su edad. También dudo que olvide lo que su madre le hizo con tanta facilidad.
Atem la estrechó entre sus brazos y durante un rato escondió el rostro en su cuello. Re’em se limitó a acariciar su pelo hasta que Atem depositó un beso en su hombro.
―Está bien. Le entregaré la carta, pero si Neith nos hace más daño las destruiré sin abrir.
―Me parece justo.
Atem la ayudó a levantarse y recogió la carta que había dejado caer.
—La has arrugado demasiado, nesui.
Re’em cogió la carta y la alisó con una palabra. Atem entrecerró los ojos.
—Estás utilizando demasiado heka hoy, hemeti.
Re’em le quitó importancia, pero a los pocos pasos tuvo que apoyarse en Atem, quien suspiró y movió la cabeza. Aun así no hizo ningún reproche. Después de todo, el consejo de Re’em le había sacado de una encrucijada.
∞∞∞
El sol de la tarde bañaba el jardín del palacio mientras las hojas de los árboles danzaban al ritmo de la brisa cálida. Después del almuerzo los miembros de la familia real disfrutaban de su día libre. Re'em, apoyada contra el tronco más cercano, aprovechó la tranquilidad para descansar mientras los niños jugaban.
Atem se sentó a su lado. Su mirada se fijó en él. La edad empezaba a reflejarse más en su rostro y ya podían verse arrugas más profundas y algunas canas en sus sienes, pero todavía tenía mucha energía y su mirada seguía teniendo el mismo brillo de siempre. Atem pasó un brazo por su espalda. Re’em sonrió mientras su corazón se aceleraba. Habían pasado ya diez años desde su boda, pero ella solo lo sabía por la rapidez con la que sus hijos estaban creciendo. El amor que sentían seguía siendo tan intenso como el primer día.
Re’em apoyó su cuerpo en el de Atem y suspiró. Él acarició su brazo, distraído por los juegos de los niños. Ella los miró desde aquella posición tan cómoda: Ankhesenamón ya se había convertido en una joven mujer y tenía a todos los nobles de su edad compitiendo por llamar su atención. Sin embargo, en aquel momento la joven jugaba con sus hermanastros, con los que se llevaba muy bien a pesar de su diferencia de edad.
Ankhesenamón se había quitado las sandalias y corría descalza sobre la hierba, con su vestido de lino ondeando con elegancia mientras perseguía a sus hermanastros.
Maatkare, la primera hija de Re'em y Atem, tenía ya ocho años, y era curiosa y valiente. Su pelo castaño con mechas rubias se movía tras ella mientras corría, y sus rubíes brillaban con una mezcla de admiración y picardía. Con una risa alegre esquivaba los intentos de Ankhesenamón de atraparla, pero sin perder de vista a su hermano pequeño, protegiéndolo durante el juego. Maatkare era hábil para imaginar historias y aventuras, y en ese momento estaba convencida de que eran dos exploradores huyendo de un monstruo mitológico. Re’em no la perdió de vista: no sería la primera vez que hechizaba «accidentalmente» a alguno de sus hermanos. Si no hubiera salido de su vientre, habría jurado que era hija de Mana.
Heba, con seis años, era el más pequeño y tenía la energía de una tormenta de verano. De los tres, era el que a primera vista se parecía más a su padre, sobre todo por su pelo, aunque de cerca se distinguían algunas diferencias: solo tenía pelo rubio en el flequillo, sus ojos eran tan grandes como los de Shimon y el color de estos era una mezcla perfecta entre el tono oscuro de su madre y el rojo de su padre, dando lugar a una mirada violácea que Re’em nunca había visto antes.
En aquel momento sus pequeños pies descalzos apenas rozaban el suelo mientras corría detrás de Maatkare, riendo sin parar. Heba había heredado la sonrisa encantadora de su padre y la serenidad de su madre, pero también era travieso como Atem a su edad. Mientras Maatkare lo mantenía a salvo, él buscaba formas de sorprender a su hermanastra, ocultándose detrás de los arbustos y asomando para hacerla reír. Ankhesenamón fingió un suspiro exasperado y se detuvo un momento, apoyando las manos en las caderas.
—¡No puedo creer lo rápido que corréis! Quizás me estoy haciendo vieja —se quejó mientras miraba con cariño a sus hermanos.
Maatkare se volvió y lanzó una sonrisa traviesa.
—¡O quizás no eres tan ágil como dices, hermana! —replicó, sacando la lengua de manera juguetona.
Ankhesenamón soltó una carcajada y corrió hacia ellos con renovada energía. Heba se apresuró a esconderse detrás de Maatkare.
—¡Sálvame!
Maatkare se irguió con fingida valentía.
—¡No temas, Heba! ¡Juntos podemos vencer a la gran Ankhesenamón!
—¿Cómo pueden tener tanta energía? —preguntó Atem, asombrado, sin apartar la mirada de ellos.
Re’em rio. En aquel momento estaba cogiendo piedras para lanzarlas al estanque.
—¿De verdad no lo sabes?
Atem la miró y parpadeó, desconcertado.
—No.
—Es evidente que lo han heredado de ti, nesui. ¿Has olvidado ya todas las travesuras que hacías con Mana?
Atem la estrechó entre sus brazos.
―Recuerdo vagamente que teníamos un cómplice que nos ayudaba… ¿Cómo se llamaba? No me acuerdo...
Re’em sonrió mientras Atem fingía pensar.
―Pues yo solo recuerdo que mi príncipe tenía la costumbre de meterse en líos ―señaló con los ojos entrecerrados―, y acababa involucrándome de alguna manera.
Atem clavó la mirada en ella.
―Tienes razón, pero siempre podías haberme delatado y nunca lo hiciste ―susurró mientras acariciaba su rostro―. Elegías ser mi cómplice, arriesgándote a enfrentar la ira de Shimon o la de mi padre. Eso hacía que nuestra amistad fuera más valiosa para mí.
Re’em besó sus dedos.
―Tienes una mirada muy convincente ―murmuró.
Atem rio. No fue una risa fuerte, pero estaban tan cerca el uno del otro que Re’em sintió la vibración en su propio cuerpo. Ninguno se dio cuenta de que no estaban solos hasta que alguien carraspeó. Ankhesenamón se acercaba a Re'em y Atem con una sonrisa luminosa, aunque parecía un poco nerviosa. Sostenía en la mano una piedra suave y redondeada que brillaba bajo el sol.
―¡¡Madre, mira!! ―exclamó la joven con la voz llena de orgullo―, he enseñado a Heba a lanzar piedras como tú me enseñaste a mí. ¡Y ha aprendido muy rápido!
Re’em sonrió mientras su mente viajaba años atrás, a la primera vez que Ankhesenamón la llamó «madre». Cuando le preguntó el motivo, la niña solo respondió que «su padre reía mucho más cuando estaba con ella». En aquel momento Re'em solo pudo parpadear, sorprendida por la forma en que Ankhesenamón había hablado, mientras una agradable calidez se extendía por su pecho. Una calidez que seguía sintiendo a pesar del tiempo transcurrido.
―¡¡Eso es fantástico!! ―alabó.
Atem asintió sin soltar a su esposa.
―Muy bien, peque.
Ankhesenamón lo fulminó con la mirada.
—¡¡Ya no soy una niña!! —se quejó.
Re’em rio.
―Tienes razón, pero tu padre no lo puede evitar —intercedió—. Ankhesenamón, trae a tus hermanos. Hay algo que quiero contaros a todos.
La joven abrió los ojos.
―¡¡Estás embarazada!!
Atem clavó de nuevo la mirada en ella.
―¿Hemeti?
Re’em negó.
―¡No, no es eso! Quiero contaros una historia. Tráelos.
―Sí, madre.
Atem la miró con curiosidad mientras Ankhesenamón obedecía.
―Ya es hora de que conozcan nuestra historia, nesui. Tienen derecho a saberlo todo.
La comprensión cruzó su rostro y asintió.
―De acuerdo, pero es demasiado larga. Nos turnaremos para contársela.
Re’em volvió a apoyarse en él.
―Tiw, nesui.
Atem iba a decir algo cuando los niños llegaron, hablando los dos a la vez.
―¡Silencio! ―ordenó―. Vuestra madre y yo hemos decidido contaros cómo nos conocimos.
Ankhesenamón suspiró.
―Yo ya conozco esa historia, padre. Estaba presente. ¿Puedo retirarme a mi habitación?
―No, porque la historia comienza mucho antes de lo que piensas. Tú solo conoces una parte muy pequeña.
La joven se sentó junto a sus hermanastros y los miró con los ojos brillando de curiosidad.
―Bien, yo empezaré a contar la historia ―anunció Atem―, y luego Re’em continuará. ¿Preparados?
Miró a cada uno de ellos, asegurándose de que todos le prestaban atención, antes de empezar a contar la historia. Re’em también los miró, feliz al darse cuenta de que por fin tenían su «felices para siempre».
—Érase una vez en Kemet…
Notes:
Sí, la descripción de Heba se corresponde con la de Yugi. El color de sus ojos podría ser resultado de mezclar los de Atem y Mahado. En cuanto a la hija, es algo que rondaba por mi mente desde hace tiempo. Gracias por todo el apoyo que me habéis dado. Ahora sí, nos vemos en la siguiente historia :)
Chapter 75: Algunas imágenes
Chapter Text
No, no hay más capítulos. Solo quería compartir por aquí un par de imágenes. Espero que las disfrutes :)
Esta no sé de quién es. La encontré en una publicación de Facebook y me inspiró para describir la ropa que lleva Re'em durante su ceremonia. En la imagen no hay ninguna capa, pero decidí añadir una al recordar que Mahado sí la lleva.
Esta imagen la hizo mi amiga Indi, a la que conocí a través de un juego. Ella hace esto por afición, para que las pongamos como imagen de avatar en el juego. Sin embargo, me gustó tanto esta representación de Maat, tan presente en esta historia, que he decidido compartirla en agradecimiento por todo el apoyo recibido :)
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