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Capitulo 3
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El consejo de visires se encerró junto con el sultán, discutiendo y debatiendo de lo que se debía hacer. Sin embargo, Pixis ya sabía que la decisión estaba tomada. El sultán Willy no era alguien genuinamente alterable. Era determinado hasta puntos indiscutibles y era muy difícil hacerle cambiar de opinión, y una rebelión de Ucrania ya estaba prevista aunque no tan pronto. El factor sorpresa les había jugado en contra pero contrarrestarlo era lo único que podían hacer.
Entre conversaciones de movimientos estratégicos militares se encontraron que las fuerzas ucranianas estaban haciendo retroceder a las otomanas en Crimea (*). Era un desafío que Willy simplemente no podía tolerar, pero la provocación había llegado en un mal momento. Pixis no estaba de acuerdo con que el sultán debía ausentarse en un momento tan delicado, no cuando finalmente habían podido establecer comunicación con la monarquía francesa. Sin embargo, ya sea por honor o necedad, él no querría dejarle esto a sus comandantes, querría hacer las cosas por su propia mano.
Por desgracia, el asunto debía zanjarse hoy y el sultán ya había tomado su decisión, pasando de largo el consejo de sus visires. Cuando todos salieron, sin embargo, el visir Porco le atajó.
—Si perdemos el favor de la princesa, nos veremos en graves problemas—susurró.
—Lo sé.
—Entonces haz entrar en razón a su majestad.
La puerta se cerró pero él no salió. Willy seguía sentado en el escritorio, masajeando sus sienes con sus pulgares en un intento por calmar su jaqueca. Aun así se levantó y se sirvió un poco de vino, sirviendo otro vaso para Pixis.
—Ya sé lo que va a decir, gran visir—dijo ofreciéndole el vaso.
Pixis lo aceptó con una suave sonrisa.
—Por favor, su majestad. Deje algo de misterio a nuestro relación.
Willy rio suavemente.
—La princesa Frieda adora los jazmines—comentó casualmente mientras se sentaba en el banco que estaba al lado del fuego—. Dice que nunca los había visto hasta que llegó aqui y ahora son su flor favorita.
Willy asintió vagamente.
—Deberíamos ofrecerle algunas semillas para que pueda plantarlas en su tierra.
—Ya lo hice. Sin embargo, le advertí qué solo podrá disfrutar de ellos durante las épocas cálidas. El jazmín es una flor que abunda aquí debido al sol constante, pero nunca podría soportar la frialdad del invierno y su clima cambiante solo hará que se seque—Pixis hizo una breve pausa mirando significativamente al sultán—. Lo mismo pasará si descuidamos esta oportunidad.
Willy suspiró pero dejo que continuara hablando.
—La princesa ha sido muy indulgente para viajar hasta acá. Si ahora se va, la dinastía Reiss (*) lo verá como un insulto o una excusa para romper negociaciones y retirar su apoyo.
Ante sus palabras, el sultán se hizo a un lado y se sirvió otra copa, tomándosela en una sentada. Fue entonces cuando se permitió dejar salir sus verdaderos pensamientos, unos que se había estado reservando desde hacía meses, cuando la situación iba en declive.
—Envíe varias cartas al rey Reiss. Muchas. Constantes… pero solo me fue devuelta una y fue cuando decidió por cuenta propia enviar a su princesa hasta aquí para cerrar negociaciones. Yo le pedí que enviara a alguien más, a un visir que estuviera versado en relaciones diplomáticas e incluso me ofrecí a viajar hasta el palacio de Versalles para cerrar nuestros acuerdos pero él rechazó todo avance. ¿Sabes lo que significa eso?
Hizo una pausa dramática.
—Significa que no nos respeta. Para él nuestra nación no es más un campo vacío del cual sacar provecho, esa es la realidad. ¿Prueba de ello?—sonrió con sorna—: Envió a una mujer en su lugar. Todos sabemos que ella no heredará la corona, ni ningún otro cargo de vital relevancia, no será reina a menos que se case con algún otro príncipe mediocre digno de su estatus de algún otro reino, pero la envió de todos modos.
—Ella es la… joya del rey Rod. Usted mismo lo ha dicho, mi sultán—corrigió suavemente.
— ¿Joya?—rio con ironía, pero luego se inclinó al frente para poder estar más cerca—. ¿Qué clase de rey enviaría a su joya más preciada para que otros la tomen? ¿Qué clase de padre enviaría a su hija sola a una situación tan vulnerable?
—Ninguno—concedió Pixis, finalmente.
—Ninguno que en verdad le importara—sentenció con dureza—. No la envió como un regalo ni una muestra de confianza, sino como un insulto. Aun así, aqui estoy, permitiéndolo. Creo que el que ha sido indulgente he sido yo, tomando en cuenta que el resto de mi ascendencia ya habría hecho correr sangre. Llamalo debilidad, pero es lo que debe ser hecho. Y ahora lo que tengo que hacer es recuperar Crimea.
Pixis entendía eso. Y si bien él no compartía esas ideas procuró no desechar las creencias de su sultán porque, aunque rebuscadas, tenía bases de sobra para pensar de ese modo por mucho que le desagradara admitirlo. No se ofendía por su actitud aunque le preocupaba un poco que siguiera por ese camino. Después de todo, el imperio otomano se había construido a través de paranoias. Pero el sultán ya había tomado su decisión y nada podía hacer para evitarla.
Asintió y dejó el vaso prácticamente intacto en la mesa.
—Como ordene—accedió—. Haré todo lo posible porque la princesa Frieda lo tome lo mejor posible.
Willy asintió vagamente, luego tomó asiento y le convocó a hacer lo mismo.
—Hoy haremos una lista de acuerdos que deben seguir siendo discutidos en mi ausencia. Las bases y hasta que limite puedes ceder con el consejero Nile. Debes ser firme, no quiero encontrar ninguna sorpresa. Y… quiero que un hekim (*) vea a Eren en los próximos días.
—¿No cree que es un poco pronto para eso majestad?
—Será notable si mi consorte está embarazado o no, y quiero que sobre de ello bases la siguiente decisión.
Pixis asintió.
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Eren sabía de sobra que Willy estaría demasiado ocupado como para visitarlo pero cualquier alivio que pudo haber sentido por su ausencia se desvaneció después del incidente. El sargento había conseguido calarle en lo más profundo de su piel en mas de un sentido.
Lo odiaba.
Naturalmente estaba enojado todo el tiempo. No encontraba ninguna dificultad en sacar su furia con la gente a su alrededor, como si ellos fueran los responsables de su desgracia. Pero bien ahora podía sentir la culpa carcomiéndole. La furia y la ira siempre serían mejor que eso y el prefería estar enojado que sentirse miserable de su propio destino.
Porque todo se hacía muy real. Si bien Eren nunca correspondió a los sentimientos de Willy siempre se sintió culpable por el papel que a él le había tocado jugar. Aunque cuando se conocieron él era solo un niño.
Había pedido que le llevarán una botella de vino y ya llevaba media botella. Sabía que eso enfurecería a Willy si se enteraba, pero eso solo le produjo más satisfacción. Se había dejado caer en la alfombra con una sabana suave que cubría su cuerpo, hecho bolita mientras cantaba una canción en un murmullo suave. Llevaba rato mirando consumirse una vela que había había predispuesto para alumbrar su oscuridad. (*)
uletaj na kryl'jah vetra
(vuela en las alas de viento)
ty v kraj rodnoj, rodnaja pesnja nasha
(a las tierras nativas, querida canción)
tuda, gde my tebja svobodno peli
(ahi, donde te cantamos libremente)
Era la canción que su madre cantaba para él y para su hermana, siempre con la suave brisa del campo colándose por la ventana abierta, porque él odiaba la oscuridad y la luz de la luna siempre le brindaba consuelo. Siempre fue un llorón. Siempre fue un bebé.
Mientras cantaba pasó su mano suave y lentamente por la llama que se extendía cada vez más, consumiendo la vela de a poco. Pero pronto eso no fue suficiente, así que tomó la base de la misma y dejó un caer un poco en el dorso de su mano, haciendo una mueca de dolor al sentir la carne abrasandose por el calor de la cera. Pero no se apartó. Continuó haciéndolo un rato más, hasta que ya no sintió el dolor de su pecho quemándose por la propia miseria. Eso le brindó consuelo, al menos un poco.
O eso fue, hasta que tocaron a su puerta otra vez y Armin lo encontró con ojos llorosos y en una posición encorvada para darle más malas noticias.
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Despidieron a Willy cuando recién estaba amaneciendo, todos formados en fila y pidiendo su mano para besarla por turnos y darle sus bendiciones correspondientes por la campaña.
—Por favor, despídeme de Fille—pidió Willy a Maria—. Dile que la llevaré a la capital para pasear cuando regrese.
Maria asintió, aunque no menos entristecida y genuinamente preocupada. Todos sabían que Maria era su esposa más devota y más fiel, y Eren no dudaba que lo amaba intensamente. Siempre la compadeció por lo mismo.
Cuando pasó a su lado, Willy dejó que besara su mano y luego se inclinó para besar su frente. Y a pesar de que la actitud con el sultán nunca era buena, esta ocasión pudo percibir una tensión más latente.
—Lo hice por tu bien, mi pequeña estrella.
Eren no contestó y tampoco se dignó a mirarle a los ojos. Willy se rindió y él junto con una considerable parte del ejercito otomano emprendieron el viaje por las puertas reales, encaminadose a los puertos para viajar por el mar. Todos le observaron a través de las ventanas hasta que desaparecieron. Todos se retiraron de a poco, pero solo Eren y Sina se quedaron un momento más, como observando un horizonte al cual nunca se llega.
—Tu entrenamiento empezará pronto, según me dijeron—mencionó Sina.
Eren la miró por el borde sus ojos, como si le hubiese escupido en su plato de comida. Ella, sin embargo, no se retractó ni tampoco desvió la mirada. Solo le vio marcharse, agitando su velo traslúcido en su espalda, perdiéndose por el pasillo hasta desaparecer. Ella suspiró con cansancio.
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La mañana no había tomado a Levi de buen humor, tanto por acontecimientos recientes como por la extraña sensación que dejó la ausencia de Eren luego de que se fuera. Se había esperado muchas reacciones luego de su regaño, pero que no respondiera a su arrebato con la misma furia que lo caracterizaba le había descolocado un poco. Fue muda y cuasi madura. No comprendía el carácter del joven consorte ni lo que su tacto y olor habían provocado en él.
Levi no era un hombre casto desde hacía mucho tiempo. Pero los pocos y escasos amantes que había tenido fueron esporádicos y ninguno duraba demasiado tiempo a su lado, tanto por su carácter frívolo como por su compromiso con la milicia. Había tenido variados y diferentes en varias partes del mundo a las campañas que asistía, nada que un coqueteo suelto y una cama caliente no pudieran aliviar el estrés. Pero nunca se quedó. Aun así, había pocas cosas que le llamaban la atención, como que su deseo se disparaba cuando olía algo agradable.
Su obsesión por la limpieza y el orden no se limitaban únicamente a su posición militar, sino a su vida personal. Los olores limpios y perfumados siempre le llamaban la atención y esa era una característica de sus amantes. El olor que Eren había destilado, además del poco alcohol ingerido durante la cena, era uno a bosque, madera. No era dulce ni tampoco agrio, sino fresco sin ser demasiado dulzón. Nada que usaran las damas nobles ni en la corte para desviar la atención del verdadero mal olor en sus cuerpos. Levi repudiaba esos olores por esa misma razón, porque le recordaban que debajo de ese espeso maquillaje, esas pelucas pomposas y las multiples capas de telas solo había suciedad y mal olor. Levi había aprendido a disfrutar de la limpieza en otras culturas y lugares.
Eren ahora vestía ropas ataviadas y pulcras, sedas finas, delicadas y sueltas. Su piel canela ahora brillaba, resaltando más sus ojos y sus labios gruesos, su cabello ligeramente largo y suelto se veía sedoso, ya nada quedaba del joven prisionero en el desierto.
Sin embargo, todos esos pensamientos lejos de darle validez a sus sentimientos solamente lo envolvían en un laberinto sin salida, pues no le haya sentido a tener la más minima atracción por alguien a quien -el consideraba- tan inmaduro. Le fastidiaba de sobre manera. Así que por la noche decidió zanjar el tema para concentrarse en lo que debía: su trabajo.
Si tenía suerte, no tendría que volver a toparse con el joven nunca. Sabía de sobra que rara vez se permitía ver a miembros del harem, así que dudaba verlo de nuevo. Eso le trajo paz. Eso hasta que Irvin le trajo las nuevas durante la mañana.
—No puedes pedirme eso.
—Lo estoy haciendo ahora.
—No me jodas, Irvin—dijo afilando su tono.
Había pocas personas a las que Levi les guardaba mínimo respeto. Irvin era uno de ellos, pero no dudaba hacerle ver cuando algo no le agradaba o le causaba alguna molestia. Esta vez, sentía que había sobre pasado los límites de su paciencia.
—Levi, créeme que esto no es solo un requisito personal. Son ordenes directas de la maxima autoridad.
—Cuando acepté acompañarte, pensé que por lo menos sería respetando mi rango y posición, no como un maldito bufón real.
—Entrenar es parte de tu posición, Levi. Lo has hecho antes.
—No me llamaste para esto, Irvin.
Ante su negativa, el semblante de su comandante cambió y endureció la mirada.
— ¿Dices que estás dispuesto a morir por tu rey pero no a romper tu orgullo por ella, Levi?
Levi abrió la boca para protestar, pero una de las damas de compañía les interrumpió, requiriendo su presencia frente a la princesa. Ante esto, Levi le lanzó una mirada inquisidora a su comandante, pero éste lucia igual de confundido que él. Aun así, obedeció y se presentó en uno de los jardines, donde la princesa ya tenía por costumbre desayunar al aire fresco.
Ella estaba sentada debajo de la carpa mientras sus damas se levantaban y se retiraban, dejándoles en relativa soledad. Él la saludó respetuosamente.
—Sargento—saludó ella de regreso y le “invitó” a sentarse a su lado. Él acató la muda orden y lo hizo, mientras servía el té—. Supongo que ya habrá escuchado de las nuevas noticias.
Levi asintió con parquedad.
—Platique de esto con el consejero Nile y el comandante Irvin, ellos no lo ven como una señal de que vayan a atacarnos, pero me temo que soy paranoica—dijo con calma, pero al pasar varios segundos sin respuesta, decidió verle—. ¿Usted qué cree?
Levi no era buena socializando, no porque fuera tímido o en su defecto poco sociable. Pero él era directo, no temía decir las cosas tal cual eran así fuera algo vulgar o desagradable y eso a la gente no le gustaba. Solo sus más allegados conocían su carácter y le respetaban a pesar del mismo. Debido a ello, se limitaba a que sus interacciones más vanas fueran cortas y silenciosas, eso evitaba malos entendidos.
—Si hubiera algo que temer, no estaríamos aquí ahora—dijo, simplemente.
Ella asintió, pareciendo recordar cómo era, no por nada habían pasado juntos varios meses en el desierto.
—De ser así, parece que tu posición a mi lado se volverá un poco tediosa. Aun así, me temo que pasaremos más tiempo aquí del que creíamos—comentó suavemente—. Creo que el hecho de que el sultán haya hecho una petición tan particular ayudará a que enriquezcamos más nuestros lazos.
Levi no estaba de acuerdo, pero antes de decir algo, ella le interrumpió poniendo frente a él un pequeño plato con un postre.
—Sería bueno que se congraciara con el joven sultán, tomando en cuenta los disgustos que se le pudo haber hecho pasar. Nada que no haya sido necesario o que no este totalmente justificado—rectificó de inmediato—. Pero para evitar conflictos, empezaremos sanando viejos desacuerdos.
Ella bebió de su taza de té. Levi tuvo el impulso de protestar, pero guardo la suficiente compostura para cerrar bien la boca, aun si esta decisión no le agradaba en lo más mínimo.
— ¿Esta claro, sargento?—preguntó suavemente.
Se resignó en ese instante.
—Como ordene, majestad—contestó con neutralidad.
La idea le pareció demasiado desagradable, pero ahora no tenía salida. Aun peor de ese acontecimiento, lo que mas le había sido pasado por el fango fue su orgullo. Porque si bien tenía razones y motivos, había sobrepasado cualquier protocolo u etiqueta con alguien que era directamente de la realeza otomana. Algo sumamente reprochable e inexcusable, actos que él mismo habría condenado de haber sido contra su propio reino.
Era simplemente inaceptable. Con ese nuevo pensamiento, trató de tomarse esa tarea más como una penitencia que como una burla. Un castigo que se merecía y qué llevaría a cabo para salvar su culpa y poder llevar a termino su misión en santa paz.
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El visir Pixis le guió hasta un jardín pequeño pero lindo donde ya tenían predispuesto lo que había solicitado para llevar a cabo el entrenamiento. Si bien se había limitado a pedir dos espadas para enseñarle a pelear a su propio modo, el visir le había llevado además otras espadas diferentes, hachas, arcos, y cuchillos.
Examinó una de ellas de cerca, desenvainándola y viendo el metal de cerca.
—El *Yatagan es pequeño pero letal—comentó Pixis—. En una mano hábil puede acabar fácilmente con los enemigos.
Levi asintió, él sabía de sobra el poder de esas armas, las había visto en acción antes y conocía su efectividad, pero le sorprendió la cantidad de arsenal predispuesto para un simple entrenamiento.
—¿Qué tanto esperan que le enseñe en unas pocas semanas?
—A ordenes del sultán: todo lo que pueda—contestó—. No quedó muy tranquilo luego de que nuestro sultán Eren fuera secuestrado tan… fácilmente.
—… ¿Es la primera vez que pasa algo así?—preguntó sutilmente.
Pixis no contestó de inmediato. De hecho, no contestó por varios segundos, tanto que Levi pensó que no lo haría, así que se predispuso a prepararse para cuando llegara el joven.
—No lo es—contestó—. Es por eso que el sultán tomó esta decisión.
—Ya. Es una decisión muy particular—comentó—. Nunca escuché que se entrenaran a los esposos u esposas de la realeza.
—Eren es un consorte pero de todas formas es un hombre. Sería diferente si fuese mujer, supongo que eso le da una ventaja.
Antes de seguir hablando, un joven sirviente de cabello dorado atravesó el jardín corriendo. Les hizo una reverencia a ambos y luego se inclinó cerca del visir para susurrar algo en su lengua. Supo que no era nada bueno cuando vio la expresión del visir. Y, a pesar de que la tarea era molesta, lo que le dijo a continuación le gustó todavía menos.
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Eren no levantó la vista del libro que leía de forma apacible. No le importó escuchar cómo Armin lo reprendía por la decisión que estaba tomando aunque no fue inmune a su regaño. La sultana Lara también lo había visitado y había intentado en vano reprenderlo duramente. La amenaza de que lo enviaría al cuarto frio tampoco le paso por alto pero ya se lo esperaba.
Mientras Willy estuviera fuera muchos carecían de autoridad para él, y lo sabían de sobra. La respuesta era simple: no podían herirle. Tampoco podían alejarlo ya que Willy nunca lo permitiría, así que sus opciones para meterlo en cintura eran limitadas. No podían obligarlo a hacer nada, otra característica de porque tanto odio en su contra. Irónicamente, Willy era su única protección para poder hacer lo que quería.
Armin entró en la habitación, pero esta vez ya no hizo su reverencia acostumbrada. Sabía de sobra que eso era un mero formalismo y que mientras estuvieran solos no pasaba nada si no lo cumplía. Le vio agitar la cabellera rubia en un movimiento negativo, mientras soltaba un suspiro resignado. Eren trató de ocultar una sonrisa de suficiencia.
—No estaba feliz—afirmó.
—Tenía una expresión muy seria… debió estar muy infeliz con ello.
—No te preocupes, es su expresión habitual. Lo superará.
Siguió leyendo pero Armin no parecía en lo más mínimo feliz con esa situación, fue y se paró frente a él con una expresión de cansancio.
—No vas a sermonearme tú también, Armin—dijo con calma.
—No lo hago por fastidiarte, Eren. Solo-—murmuró—…quiero saber si planeas hacer esto toda la vida.
—¿Qué?
—Complicarte las cosas a ti mismo.
Eren cerró el libro.
—Mi vida ya es suficientemente miserable como para que tú también me eches en cara esto.
—No lo sería si hicieras uso de tu cabeza—contestó firmemente.
Eren se rió brevemente, tanto por el formalismo usado como por la ironía del mismo.
—No es gracioso, Eren—dijo Armin, molesto.
—Es solo que es divertido—contestó con calma—…que creas que tengo alguna clase de poder.
Armin se llevó las manos a la cara y emitió un sonido de hastío.
—A mí me parece increíble que sea yo el que tenga que explicártelo—dijo sentándose frente a él en los cojines del suelo—. Eren, eres el consorte más amado del sultán, incluso por encima de la madre de su hija. Si quisieras, podrías tener el control del mismo harem, pero te has negado a dejar de lado tu orgullo.
Eren sintió un pinchazo doloroso ante esto.
—Sabes bien porque yo—comenzó, a la defensiva.
—Lo sé—interrumpió Armin antes de que siguiera—. Eren sé que eres una de las personas que más ha sufrido para llegar a este harem y durante todo este tiempo no te he envidiado—hizo una pausa—… pero debes empezar a tomar ventaja de las situaciones que se presentan si quieres salir de aquí.
— ¿Y qué ventaja podría ofrecerme ir con el sargento francés y ponerme a su disposición para que me muela a golpes?
—Un aliado.
Eren guardó silencio.
—Según lo que me contaste, ese hombre ya sabe o intuye que intentabas escapar, por lo tanto sabe que todo el secuestro fue una mentira. Una mentira que se le dijo al sultán. ¿Qué vas a hacer si un día cambia de opinión y decide contárselo a su majestad?—hizo otra pausa pero al ver que Eren no respondía, continuó—. El sultán ya te tiene suficientemente controlado… ¿en serio quieres que ajuste tu correa?
Al no ver respuesta, Armin se levantó y salió de la habitación para dejarle solo. Eren no se movió por un buen rato, pero aunque intento retomar su lectura las palabras de Armin le habían calado. Aunque era algo que supiera, no le gustaba que recalcaran sus errores. Rose también le había hecho ver cuánto se equivocaba por no sacar “ventaja de su situación”. Ese era el punto.
Él no quería sacar ventaja de su situación, porque hacerlo lo hacia todo muy real. Él casi negaba que era un prisionero, excepto que si lo era. Lo había sido desde que tenía catorce pero siempre quiso creer que en cualquier momento podría librarse de sus ataduras. El problema era que el tiempo pasaba y esa posibilidad se hacía cada vez más lejana.
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Levi pasó el resto de la noche en guardia con la princesa. Estaba sentado casualmente en medio de un barril cerca de la entrada limpiando sus cuchillas cuando Petra llegó con él para tomar la guardia, haciéndole el saludo con el puño en el corazón y luego pocisionandose a su lado. Se sumieron en un cómodo silencio que sólo se lleno por el sonido de los grillos del jardín y del suave aire meciéndose entre la maleza.
—Has estado muy callada desde que llegamos—comentó él, y no era para menos. Usualmente no iniciaba las conversaciones pero Petra había estado inusualmente callada con él. No le molestaba realmente, porque ella era una compañía bastante agradable que sabía callar u hablar cuando era el momento.
Aun así, ella vacilo en su respuesta antes de sonreír afablemente.
—Bueno, no tengo mucho que decir—afirmó—. Me he enfocado demasiado observando lo que pasa alrededor.
Él asintió y continuó con su labor.
— ¿Y qué has observado?—preguntó suavemente.
Ella tardó varios segundos en encontrar las palabras para responder.
—Que… la vida en el palacio no parece nada fácil.
El asintió nuevamente, pareciendo satisfecho con esa evaluación. Normalmente las mujeres de la edad de Petra ya estarían casadas o soñando con estarlo, sobre todo aspirando una vida como la de la realeza. Pero ella había estado demasiados años en el ejercito y sabía la verdad de la misma, no era sorpresa que había sobre pasado la edad para casarse con creces y no parecía tener ganas de hacerlo pronto. Irónicamente, él no pensaba lo mismo de ella. En el fondo, esperaba que Petra encontrara a alguien con quien pasar el resto de su vida lejos de la guerra, feliz y a salvo, incluso si eso significaba renunciar a un elemento tan adepto como ella.
—Ayer estuve en el harem… no vimos mucho, la verdad. Pero pudimos ver a sus concubinas… había una niña de diez años dentro.
—El sultán tiene un harem porque así lo estipula su ley o su tradición… da igual. Pero es probable que no toque a casi ningún miembro de su harem.
—Lo sé—cortó ella rápidamente, abochornada—. No fue correcto, perdón.
Él no dijo nada. Terminó de limpiar su espada y empezó a hacer su guardia correspondiente siguiendo el circuito acordado. La conversación con Petra solo le había hecho reflexionar, y bajo un extraño palpitar solo pudo pensar en que edad habría tenido Eren cuando llegó al harem.
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El ayuno al que le impusieron le estaba pasando la cuenta. Se había mareado en la mañana al despertar pero ni así se le permitió salir de su confinamiento. Así que hizo lo que el castigo demandaba, leer el coran tantas veces como fuese posible. Sin embargo, se encontró repitiendo una y otra vez una frase.
"Di: 'La Verdad viene de vuestro Señor. Que crea, crea; que no crea, no crea’”.(*)
El sonido de la puerta le hizo desenfocar la mirada del papel frente a él. Había apenas suficiente luz de una vela frágil junto al corán que apenas y pudo distinguir a la silueta que entró en su celda. Era Pixis. Él apartó la mirada, casi apenado. Lo único que lamentaba de su situación, era que a veces pasaba a llevar a gente que no tenía nada que ver en sus desgracias. El gran visir Pixis era uno de ellos, pues sabía la compasión que albergaba para con él, casi paternal y siempre estaba tratando de tapar sus desastres.
El hombre no dijo nada por un momento, solo se sentó a su lado en la alfombra predispuesta y sacó una botella pequeña de entre su ropa. Eren no necesitó preguntar que era, mientras le veía beber de una sentada.
—Que Alá me perdone—dijo haciendo un ademan el corán—. Él sabe por el sufrimiento que pasó cada vez que muevo la pierna…—hizo una mueca a su tobillo. Eren sabía que algo había pasado en el campo de batalla para que sufriera dolores crónicos. El alcohol era uno de sus pocos alicientes a ese dolor, el sultán lo sabía y no parecía tener problema con ello incluso si la misma corte lo despreciaba. Supuso que en ese sentido eran tal para cual.
—A veces Dios es más compasivo con unos que con otros—comentó.
—Lo es. Aunque no niego que estar ebrio todo el tiempo es algo bastante agradable—rio suavemente—. Uno se acostumbra a la enfermedad y a la medicina—hizo otra pausa para beber—. Dejaré de aburrirte con los achaques de un viejo senil e iré directo al grano. Solo vengo a informarte que el sargento Levi me pidió que te dijera que estaría esperando durante una hora en el área de arquería todos los días, a partir de hoy.
Eren lo vio sorprendido, pero también enojado y algo abochornado.
—Un gesto de buena voluntad.
—Eso es lo que pasa cuando el zorro se ve acorralado por los sabuesos…
Pixis volvió a reír, pero no contradijo, se puso de pie y señalo el corán nuevamente.
—Versículo 8:61. Me ayuda a pensar mejor cuando la ira me corroe—hizo un gesto de brindis con su botella, antes de guardársela de nuevo y salir de la celda.
Eren buscó el versículo sin prisa y lo leyó, sintiendo un palpitar de inestabilidad en su necia cabeza.
"Pero si los enemigos inclinan hacia la paz, inclínate también hacia ella y confía en Alá”.
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El cielo estaba inusualmente nublado. No pareciera que fuese a caer una tormenta, pero el cielo nublado solo contribuyó a que en el aire se creará un ambiente de bochorno. Estaba húmedo pero caliente, lo cual no mejoraba el estado de animo en general. Irvin se encontraba a su lado, viendo ausentemente los jardines, Levi notó eso y no dudó en averiguar porque.
—¿Que tramas?
Irvin suspiró y observó a su alrededor como si temiera que alguien más escuchara. En el patio de entrenamiento solo estaban algunos soldados otomanos vigilando y parte del escuadrón de Levi que siempre le acompañaba, pero a una distancia prudente, haciendo guardia.
—¿Las negociaciones no van bien?
—Estan… neutrales, por ahora. No ha habido ningún desacuerdo crucial por ahora. Pero el rey fue bastante intransigente respecto a ciertos convenios.
—¿Los han rechazado?
—Pospuesto. El gran visir Pixis ha dejado varios puntos pendientes.
—¿Respecto a qué?
—La corona esta dispuesta a compartir elementos militares importantes, entre ellos la pólvora. Pero solo a cambio de que el Imperio Otomano abran sus rutas marítimas con pase libre. (*)
—Adivino: se negaron.
—Quieren la receta para fabricarla por su cuenta, no quieren que se lo entreguemos.
—Bastante listo de su parte, pero malo para nosotros.
Irvin estuvo a punto de asentir, hasta que su mirada cambió tras ver detrás de Levi. Le dedico una mirada breve y pasó a su lado sin decir nada. Levi se giró justo a tiempo para ver a Irvin hacer una reverencia a Eren que iba camino en su dirección. Estaba con un ropaje más casual, casi europeo a sus ojos. Nada que ver con el atuendo de embrocados y entretejidos que usó en el pequeño banquete, ni tampoco el velo suave que se colgaba en su cabeza. A pesar de ello, ya sea porque así era o porque así lo percibía, Eren nunca dejaba de lado esa aura etérea que le acompañaba.
Todo en el era siempre hipnotizante, su caminar o incluso la forma en que llevaba las manos tras la espalda. Un rasgo distintivo de la nobleza. Cuando estuvo a solo un par de metros de distancia, se detuvo. No dijeron nada por unos segundos. No hasta que Eren bajó la cabeza y se inclinó breve pero suavemente.
Decir que no le sorprendió esa cortesía sería mentir, pero tuvo el impulso de sonreír cuando Eren le miró como si esperara algo de vuelta. Entendió de inmediato y aunque a su orgullo le pesó, se inclinó también pero al estilo europeo.
—Disculpeme, mi lord—interrumpió el joven de melena rubia con la cabeza abajo que, recién notó, le había acompañado—, pero el saludo correspondiente a un sultán e-
Vio como Eren alzaba la mano y Armin de inmediato dejó de hablar. Levi arqueó una ceja con incredulidad. El joven se inclinó nuevamente y se hizo a un lado sin rechistar. La muestra de poder, aunque sutil, no pasó desapercibida para él.
—El sol ya ha afectado su piel—señaló Eren a su cuello—. Le decimos piel de serpiente.
Levi se frotó instintivamente la mano contra su cuello y en efecto, la piel empezaba caérsele producto de la resequedad. Chistó con molestia mientras se aflojaba el pañuelo en el cuello y notaba que no solo se expandía ahi, sino en su nuca. Eren observó sus movimientos mientras se movía hasta la mesa con todas las armas predispuestas. Tomó el Kard (*) más pequeño y lo examinó con cuidado, casi admirando su forma y textura.
—No juegues con eso, te sacarás un ojo.
— ¿El ojo de quién?
Levi le vio al borde de los ojos en una mirada que intentaba ser intimidante, pero Eren le ignoró olímpicamente y siguió viendo las armas predispuestas una a una con aburrida atención. Apretó los labios y respiró hondo, pensando que tendría que conservar toda la paciencia posible.
—No te enseñaré a usar todas—comenzó de nuevo—. Tendrás que conformarte con que te enseñe a defenderte cuerpo a cuerpo.
Eren asintió despacio.
—Sé usar una espada y un cuchillo…—comentó.
—Pero no sabes desatarte las manos de una soga, según noté.
Ahora fue Eren quien apretó los labios y trató de contener una replica. Los soldados a su alrededor intercambiaron miradas entre divertidos y preocupados. A pesar de que Eren y Levi estaba haciendo un esfuerzo por enterrar el hacha de guerra, sus diferencias estaban a flor de piel y parecían -ambos- dinamita a punto de estallar.
Eren dejó el kard en la mesa de nuevo y se giró para enfrentarle. Se quedó parado, viéndole con una sonrisa casi retadora. Cuando el silencio se alargó demasiado, fue Eren quien lo rompió.
—Imagino que planea enseñarme algo en algún momento.
—Toma el yatagan o el kilij—ordenó fríamente mientras se deshacía del equipo tridimensional.
—Soy mejor con la lanza.
—Bien, tendrás tiempo para demostrarmelo después. No estoy aquí para enseñarte lo que ya sabes, así que muévete.
Eren no opuso resistencia, pero se le notaba tenso y sus expresiones no dejaban nada a la imaginación. En cuanto desenfundó su espada y se puso en una posición defensiva, Levi se acercó a él. Creyó por un momento, que se acercaría a darle alguna instrucción pero se sorprendió cuando levantó la espada y le embistió con ella. Eren pudo bloquearla con la suya pero el impacto fue tal que cayó de espaldas contra el suelo de forma abrupta.
—¡Qué hace!—gritó en su propia lengua, mirándole con terror e incredulidad.
—Muerto—soltó Levi sin inmutarse—. Así estarías ahora gracias a tu pésima postura. Levantate y hazlo de nuevo.
Levi se alejó y Eren se incorporó con dificultad, más asustado que herido.
—Pensé que me instruiría primero o algo así—dijo.
—No hay mejor maestro que la practica. El enemigo no se va a parar a decirte sus movimientos, tienes que prevenirlos y evitarlos de ser posible, o enfrentarte a él sino te queda de otra—hizo una pausa para contemplarle—. Ahora, preparate, esta vez no me detendré.
La amenaza fue vacía pero fue efectiva, pues Eren estuvo más a la defensiva a partir de ese momento. Milagrosamente, Eren fue más receptivo y no hubo más que un par de quejas inofensivas. Eso impresionó a Levi, quien por un momento creyó que Eren solo había asistido al entrenamiento para burlarse de él. Pero el joven se lo estaba tomando bastante serio y le demostró que, aunque inexperto, no era inútil y era bastante receptivo.
Eren, por su parte, usó el enfado acumulado y las derrotas que le precedieron como una oportunidad de demostrarle al sargento que no era tan indefenso como creía.
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El entrenamiento continuó hasta que el cielo se tintó de anaranjado. Eren estaba agotado, respiraba con dificultad y sudaba de forma casi incontrolable. Aun así, seguía poniendose de pie cada vez que Levi le derribaba, casi como si se negara a rendirse.
Realmente, Levi le había enseñado lo básico, posturas de defensa y nada de ataque. Su intención era instruirlo primero a cuidarse de sí mismo. Al principio, no habían obtenido muchos frutos, pero admiraba su determinación a no dejarse vencer. Cada vez que Eren conseguía bloquearlo, él cambiaba sus patrones de ataque para sorprenderlo y derrotarle.
En el último ataque, sin embargo, Eren logró desestabilizar su espada con la suya y hacerle retroceder. Viéndole decidido pero agotado, le concedió esa victoria.
—Terminamos por hoy—murmuró, mirando al cielo y luego a él—. Ven.
Eren soltó el arma de inmediato en el jardín y le siguió con pasos lentos y cansados hasta la pequeña carpa donde Armin ya tenía preparado una jarra con agua. Eren se dejó caer en las almohadas y permitió que Armin le pasara un trapo húmedo por la frente y el cuello. Otros criados se encargaron de servir a Levi, quien solo aceptó la copa de agua fresca por el momento.
Eren se sintió avasallado por tanta gente y pidió que se retiraran por un momento a una distancia prudente, algo que Levi agradeció en silencio. Se quedaron callados viendo caer el atardecer con el sonido de la hierba meciéndose con el viento, Eren con los ojos cerrados, intentando recuperar el aliento. Su mano estaba sobre los mismos, dejando ver el inicio de su muñeca y parte de su brazo.
Fue cuando Levi lo notó. Unas marcas muy pequeñas pero nítidas, que no contrastaban con el color de su piel natural. Fuese un impulso o no, Levi estiró la mano y tomó la muñeca del joven para examinarla mejor. Eren reaccionó de inmediato, sobre todo al notar a que lugar estaba mirando y se la arrebató en el acto.
Levi le cuestionó en silencio, pero Eren ni siquiera le dirigió la mirada, solo se quedó viendo el jardín como si nada pasara en un intento por aparentar indiferencia. Quizo indagar más, pero Eren habló primero.
— ¿Que tan malo fui?
Levi respiró hondo y decidió dejar el tema para otro día.
—Tanto como me esperaba—dijo—, pero por lo menos tienes energía para algo más que hablar, eso es bueno.
Eren soltó un bufido con una sonrisa socarrona.
—…Y usted es demasiado predecible para ser el hombre más grande de la humanidad.
—“Fuerte”—corrigió.
A veces era inevitable y se liaba entre las lenguas, sin mencionar que la forma en que funcionaba el francés y el turco no era para nada similar, así que a veces cometía errores de ese calibre. Pero contrario a lo que pensó, el sargento no lo usó para burlarse de él.
—Güçlü—repitió ahora en su lengua, como si lo saboreara.
—Guch-gul—dijo Levi.
A Eren se le escapó una risita genuina. La expresión vacia del sargento mientras repetía erróneamente una palabra simplemente le provocaba gracia. Sobre todo porque el sargento no mostraba expresión alguna, estaba vacía y hacía la imagen aun más surrealista. Levi le observó fijamente, tanto que llegó a ponerle nervioso al creer que le había hecho enfadar de nuevo.
—¿Q-Que?—preguntó finalmente.
Levi se encogió de hombros mientras daba una mirada discreta al jardín, dejandose caer a su lado con un gesto desganado.
—Solo pensaba, que motivos tendrías para irte de este lugar, siendo el consorte de un sultán.
La sonrisa de Eren desapareció por completo y le vio bajar la mirada a sus manos vacías, como si buscara la respuesta en ellas.
— ¿En serio cree que podría ser feliz aquí?
—Tu posición es bastante privilegiada.
—Ah, si. Se refiere a mi posición cuando su majestad me toma. Seguro que usted podría soportarlo bastante bien, ¿no es así?
Si bien, las palabras fueron amargas y el insulto era más que obvio, Levi no se enfadó, solo le escudriñó con una mirada que dejaba más interrogantes que respuestas.
—Sí tanto desprecias ser el concubino de un rey, entonces porque diablos estás aquí.
—¿De verdad cree que alguien me pidió opinión?—preguntó con seriedad, mirandole directamente a los ojos.
Por supuesto que ya lo suponía, era prácticamente un hecho, pero había querido que el joven lo admitiera con sus propios labios. Quería creer que todo era la ambición de un niño malcriado que provocaba destrozos con sus berrinches para aplacar un poco su consciencia, pero era obvio que se había equivocado. Los ojos verdes de ese joven solo demostraban la desesperación a la que se veían sometidas las personas más vulnerables ante aquellos que tenían poder. Se quedarón en silencio un momento. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió como un tonto y un desconsiderado, pero cuando estaba por excusarse y mandarlo de regreso al palacio, el joven nuevamente le sorprendió.
—Allá…—empezó, titubeante—… En su tierra… ¿Las cosas son diferentes?
—¿El que…? ¿Los matrimonios?
Eren se encogió de hombros. Levi respiró hondo y meditó un momento antes de contestar.
—No realmente. Tiene variaciones que chocan con esta cultura… pero los matrimonios arreglados también existen…
—¿Varia-ciones? ¿Cómo cuales?
—Solo se tiene permitido tener un consorte.
—Oh, en mi pueblo natal era similar…
—¿Eran cristianos?
—¿Cris-? No. Solo que, de donde vengo, solo podían tener más de una esposa si todas las partes consentían.
—Hmm—asintió, Levi—. Me imagino que no muchos matrimonios apoyaban esa idea.
Eren asintió y sonrió casi con nostalgia.
—¿Dondé esta tu pueblo?
Vio cómo el muchacho se ponía nervioso de nuevo y casi se arrepintió de esa pregunta.
—No puedo decírselo—dijo.
—¿Planeabas huir allá?
Eren se sonrojó y miró a su alrededor casi con pánico. La sinceridad del hombre aun le descolocaba y le sorprendía. Es por eso que decidió terminar esa conversación ahi mismo, antes de que se fuera de las manos.
—Ya ni siquiera existe. Da igual.
Eren se levantó y se puso sobre de él un kaftán (*) que ya tenían predispuesto. Estaba por irse, pues la conversación le había puesto de mal humor y le había arruinado la poca complicidad que había conseguido construir con el sargento. Sin embargo, antes de retirarse, se vio forzado a hacer la pregunta que venía atormentandole desde hacía rato.
—¿Le dirá la verdad al sultán?—preguntó suavemente.
No le estaba implorando ni pidiendo que guardara silencio. Solo le pedía honestidad para afrontar las consecuencias y estar preparado. Algo le decía que tenía que ser lo más sincero posible con este hombre, incluso sí no quería hacerlo.
—Sí quisiera hacerlo, lo habría hecho.
—Eso no responde mi pregunta… ¿Lo hará?
Levi chisto la lengua, mas enojado consigo mismo que con el joven.
—No—sinceró—… A cambio quiero algo.
Vio cómo se tensaba. Eren casi rie de sorna porque por un momento creyó que el soldado por lo menos tenía valores mínimos. Pero cuando estaba a punto de burlarse de él, este le atajó con su respuesta.
—Vas a enseñarme a hablar tu lengua…
Se giró hacia él.
—Pero… usted ya sabe hablar mi lengua…
Estuvo por brotar en sus labios el incidente del otro día, pero la vergüenza del mismo se lo impidió.
—Sé hablar sólo lo suficiente. Me enseñaras a hablarlo mejor.
Eren le asintió despacio, como si dudara de sus intenciones, y se marchó, dejándole solo en ese jardín donde ya empezaba a oscurecerse y donde el frescor del aire se hacía más intenso.
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La princesa se había sentado a la cabecera de la mesa, mientras veía a los visires y a sus propios consejeros hablar por turnos. A pesar de la tensión en el ambiente, no hubo mayor percance que leves interrupciones entre ellos, quizás algunos alzaron la voz, pero la princesa Frieda era consciente de que solo era cuestión de tiempo antes de que todo empezara a desmoronarse.
Había nacido y crecido dentro de la corte, por lo que estás juntas políticas no eran ajenas a su entorno. Y sí no se controlaban los daños y llegaban a términos medios, entonces todos los acuerdos llegarían a punto muerto. Ella no se había presentado formalmente en el consejo. Dejó que Nile y sus allegados se ocuparan de esos asunto siempre que la mantuvieran informada, pero con la ausencia de Willy decidió que era mejor entrar de lleno en ellas.
A los visires (exceptuando al visir Pixis) no pareció encantarles la idea. Era una reacción que ya se esperaba. No era tan diferente a la corte en Francia, ni fue tan diferente la reacción que tuvieron los nobles y vasallos de su padre cuando decidió enviarla a esa misión diplomática. Para todos, ella no era apta para dirigir ni mucho menos consolidar una apuesta tan importante como lo era una alianza con el imperio otomano. Nadie estaba de acuerdo con que ella llevara a cabo dicha operación, o si los hubo fue porque únicamente creyeron que su padre la había enviado para deshacerse de ella.
Sabía que no era cierto. Conocía a su padre y jamás la enviaría con intenciones indecorosas con el sultán ni tampoco esperando su muerte. Pero en momentos como esos, extrañaba su consejo y su guía, porque sentía que realmente los necesitaba. Se sentía rodeada y asediada, sintiendo que un solo paso en falso sería suficiente para juzgarla.
—Estoy de acuerdo con ello—mencionó Nile, atrayéndola de regreso al presente, mientras parpadeaba confundida—. Es por eso que es sorprendente que se siga poniendo en juicio las vías marítimas cuando ya quedó claro que serán beneficiosas para ambos.
—Ese no es el problema. El problema es que nuestras costas quedarán aun mas expuestas ante un ataque de los Hasburgo (*)—contradijo Carlo con calma.
—Un precio de la guerra que todos deberíamos conocer…
—Lo entendemos y lo asumimos—interrumpió Porco, otro visir—. Pero de ser así, necesitaremos armas para protegernos, su gracia. No puede pedirnos que resistamos al fuego con lo que tenemos cuando podemos usar un arma más poderosa.
—La corona esta dispuesta a-
—No va a convencernos con ese argumento tan bajo y mezquino de nuevo.
—¿Mezquino?
Antes de que la conversación fuera a más, el gran visir Pixis levantó la mano y pidió calma y orden.
—Mis amigos—llamó con calma—. Creo que hemos llegado a un punto muerto. Tenemos que volver a redireccionar esta conversación en un modo más… productivo. Empezando con enfocarnos de nuevo, en las intenciones de nuestros invitados—hizo un ademán a Nile, pero antes de que este tomara la palabra, continuó—. Por eso me gustaría saber la opinión de la portadora de voz de su majestad, el rey Reiss.
La señaló a ella directamente y todos los pares de ojos siguieron su dirección. Frieda, sorprendida y algo descolocada asintió. Se puso de pie, mientras entrelazaba sus manos con fuerza, intentando contener el nerviosismo que se había apoderado de ella. Carraspeó un poco para evitar el nudo en la garganta y pasó su mirada por todos los rostros que la observaban, cada uno con diferentes intenciones y juicios.
—Gracias, gran visir—dijo ella. Luego trató de enfocar la conversación tal como había dicho Pixis y tratando de dar una solución orgánica—. Soy consciente, mis visires de que el imperio otomano hará un gran sacrificio al darnos su fuerza naval… no intento demeritar su labor.
Luego suspiró con fuerza.
—Sin embargo, la corona francesa teme que la pólvora caiga en las manos equivocadas-
—¿Insinúa que hay espías en nuestra corte?—preguntó un visir, de los más ancianos con una expresión petulante y desagradable.
Ella abrió la boca para contradecir pero el consejero Nile se puso de pie de golpe y encaró fijamente al hombre sin decir una palabra. Por el rabillo del ojo pudo ver como sus dos soldados que la escoltaban en ese momento, daban un paso al frente también. Sin duda ese no era el efecto que quería.
—Basta—pidió.
Luego se giró a la mesa y, aunque temblando, tomó valor suficiente para hablar de nuevo sin que su voz titubeara.
—Es… “majestad” al final de cada pregunta, mi señor visir. No olvidé a quien tiene delante—dijo, mirándole. Luego se dirigió a todos en la sala—. Si los Hasburgo logran avanzar, no solo Francia, sino también Estambul se verá gravemente afectado. Esto es una inversión a largo plazo, caballeros… Desde que llegué no he parado de escuchar como la gran alianza entre nuestros reinos traerá prosperidad y gloría a nosotros, y cómo debemos trabajar juntos para conseguirlo. ¿Acaso fueron palabras vacías?
Todos murmuraron por lo bajo o asintieron pero ninguno la vio a los ojos.
—Majestad—habló otro, un joven alto y delgado, quizás el más joven de todos ahi—, disculpe nuestro atrevimiento. Por supuesto que no fueron palabras vacias… pero nuestro pueblo y nosotros mismos nos sentiríamos más seguros si hubiera una garantía de que no dejarán de proveernos…
Ella meditó por un momento, dividida entre las miradas expectantes de su propio consejo y de los visires a su lado. Finalmente, asintió.
—…En nombre de mi padre, puedo compartir nuestra receta con ustedes—concedió—. Sin embargo, retomando lo que mencioné, en cómo seremos aliados definitivos contra Hasburgo… Creo que sería conveniente… instalar una embajada francesa aquí…
Se escuchó un murmullo general entre todos los presentes, algunos indignados y otros acertivos, pero todos estaban sorprendidos. Ella enfocó su mirada en Pixis, intentando no dudar de su decisión ahora que la había tomado.
Después de que estuvieron hablando entre murmullos y susurros, el gran visir Pixis se giró a ella.
—Es una propuesta muy particular la que pide, majestad. Usted… quedaría en completa desventaja si eso sucede…
—Entonces podemos establecer uniones matrimoniales. Estoy segura de que abundan descendientes de la dinastía otomana tanto como lo hay en la familia real. De ese modo, quedaríamos a la par, ambos.
Nile se removió inquieto en su asiento. La dirección que había tomado la conversación no le gustaba para nada pero no podía quitarle autoridad a la princesa contradiciendola frente a todos. Pixis pareció notar su descontento pero eso no evitó que se girara de nuevo hacia el resto de visires a zambullirse en otro debate silencioso.
—Majestad—quiso atajar Nile, pero ella le ignoró. Ya sabía lo que iba a decir y no quería oírlo.
Pixis se giró nuevamente.
—Hemos concordado que… aceptamos los terminos de la embajada, por ahora—remarcó—. Y en el futuro podemos negociar las alianzas de matrimonio…si la parece, majestad.
Ella asintió complacida.
—Entiendo que es una decisión importante, si.
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Más tarde, en su habitación, Nile pidió una audiencia privada. Estaba algo alterado y le costó recobrar la compostura para encararla.
—Majestad, quizás no comprenda la gravedad de la promesa que acaba de hacer.
—Lo comprendo más de lo que cree, consejero—contradijo ella—. Al igual que ellos.
Entonces él entendió, pero siguió observándola en busca de una respuesta.
—Los otomanos son personas muy orgullosas y también algo… cerradas. Nadie querría casar a su príncipe o princesa con alguien de la corte.
—Una jugada bastante audaz, sí me permite decir.
—O desesperada—corrigió ella—. Mi padre confía en que los acuerdos terminen de llenar los huecos que nos faltan para ganar la guerra contra Inglaterra. O volver a casa en una pieza, al menos. De todas formas, consolidar una embajada aquí creará presión para evitar que nos traicionen en un futuro cercano.
Él asintió.
— ¿Al rey le interesa saber esta noticia pronto?—preguntó, refiriendose a sí se lo informaría en su proxima carta o no.
—No. Se la hará saber cuando lleguemos. Después de todo, todavía tenemos que esperar a que el sultán Willy vuelva y acepte.
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Las siguientes semanas transcurrieron con más calma. Si bien, el acuerdo fue uno de tantos que aun había por discutir, el ambiente se relajó notablemente a partir de ese punto. Las juntas fueron más amenas y menos emocionales, tanto que a la princesa llegaron a serle aburridas. Incluso le había comentado la teoría a su consejero de que probablemente solo estaban haciendo tiempo antes de que Willy llegara y concluyeran los acuerdos. Él le pidió que no repitiera eso.
Sin embargo, la princesa rara vez veía a algún miembro del harem que no fuera el mismo Eren. En alguna ocasión presenció un entrenamiento pues estos no habían cesado. El sargento Levi se había tomado la tarea enserio, y ahora no solo le había enseñado a pelear cuerpo a cuerpo, sino que también había empezado a instruirle en el arco y flecha.
Eren disfrutaba mucho de sus clases, aun si podían ser estresantes y agotadoras. Había veces en que parecía que se odiaban a muerte, pues las peleas ya no solo se limitaban a manejo del arma sino también a combate con puño limpio. Levi se quejó de esto, pues no era propio de un soldado, pero se lo concedió, pues quizás llegara a necesitarlo en el futuro.
A su vez, Eren intentaba instruirlo en el idioma. Levi era rápido aprendiendo pero incluso si fue un reto para él, Eren no lo usaba para burlarse de él ni para cobrarse lo que sucedía en los entrenamientos. El joven era paciente y listo, sabía cómo instruirlo y de qué modo guiarlo.
De hecho, la mayor parte de sus peleas se originaban cuando Eren reaccionaba a algo que Levi dijera o hiciera, pero hasta el momento, había mantenido el perfil bajo.
Así, continuaron en una rutina que hizo los días mas llevaderos e interesantes. Lo más impresionante fue que, en algún punto, se encontraron hablando de cosas íntimas o banales como viejos camaradas. Como si la enemistad que tuvieron no hubiese existido nunca, sin saberlo ni notarlo.
—Dice que es un amante del té, pero nunca ha probado el té de menta.
Levi enarcó una ceja y acercó los labios a su taza humeante. Estaba nuevamente en el jardín, a la vista de todos. Se había predispuesto una mesa baja con cojines cómodos, al igual que un tentempié para calmar el hambre antes de la cena. La tinta y el papel que usaban para escribir y practicar habían sido puestas a un lado mientras descansaban. Levi probó olió la esencia encontrándola agradable y tomó un sorbo suave.
—Hm, nada mal.
Eren sonrió satisfecho.
—Pero sigo prefiriendo el té negro.
—No lo dudo. Pero el té de menta siempre me ayuda a dormir.
—¿Padeces de insomnio?
—Si… casi siempre.
Levi asintió.
—Te recomendaría la planta de lúpulos pero dudo que la tengan aquí.
—Escuché que instalaran una embajada aquí. Así que puede traérmela cuando venga de visita.
Levi se giró a verle confundido.
—¿Embajada? ¿Aquí?—preguntó, confundido— ¿Cómo sabes eso?
—Pensé que usted ya lo sabía. Es uno de los tratados a los que llegaron en las reuniones.
—Pero eso no responde como lo sabes tú.
—Los rumores vuelan en el palacio—dijo, encogiendose de hombros.
Levi asintió.
—Aun así, dudo que se me permita volver. Mi lugar esta en las filas.
Eren suspiró.
—Pues que suerte.
No por primera vez, Levi le observó cómo si intentara analizar cada una de sus reacciones. Eren no le miraba, estaba observando el jardín. Se veía especialmente guapo ese día, con un atuendo más ligero y con colores azul y verde musgo adornando su vestimenta, pero con una camisa ligera, producto del calor de la zona. Dejaba entrever su pecho desnudo y su cabello chocolate estaba suelto y enredado. No parecía para nada un muñequito de la corte pero se veía igual de hermoso y bello. No se preguntaba porque Willy lo había escogido, aunque si le intrigaba su fijación excesiva en él.
Aun así, quiso oirlo de sus propios labios, pero antes de que abriera la boca, fueron interrumpidos. Otro sirviente de cabello cortó y con un turbante pequeño se acercó hasta ellos, haciendo la reverencia correspondiente, para traerle un mensaje importante.
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La siguiente cena que se llevó a cabo fue más tranquila de lo que se esperaba. No era un banquete tan basto como cuando el sultán Willy estaba presente, pero si que abundaba el vino y la cerveza, poniendo a todos de mejor humor. La mayoría de los visires bebían con moderación, a excepción de Pixis, lo cual ya se había vuelto costumbre.
De ahí en fuera, casi todos eran soldados de la legión de reconocimiento, a los cuales Lara había dedicado la noche. Sobre todo, era una muestra de respeto y agradecimiento para la princesa por esperar ante el inoportuno percance de Willy.
Ambas estaban sentadas, agraciada en sus lugares, viendo la fiesta suceder entre antorchas que iluminaban la noche, con música llenado el salón e incluso varias criadas y concubinas bailando a su compas.
Pronto, también el salón se llenó de la conversación alegre y de risas, pequeñas discusiones al fondo que se acallaban de inmediato. Era una armonía que no se notaba muy seguido con la presencia del sultán. O eso creía Levi.
Sus consortes estaban desperdigados por el salón. La sultana Maria sentada al fondo con una expresión soñadora, mientras que la joven Sina bailaba al ritmo del tambor, provocando que su escuadrón casi babeara ante la imagen. El joven Floch se dedicaba a pedir más vino en su mesa y cuando cruzaron miradas, esté la desvió rápidamente. Ni siquiera se habían visto desde el incidente en el pasillo pero parecía haberle provocado una gran primera impresión. Este pensamiento le hizo sonreír. Sus ojos buscaron a Eren. Le vio al fondo, conversando cortante con su joven lazarillo Armin y su otra criada Mina. Se notaba aburrido y cansado, tanto o más que él. Y hoy, usaba ropas mas finas que las que estaba acostumbrado a usar en los entrenamientos.
Era sorprendente que a nadie le importara qué los consortes del sultán estuvieran tan desperdigados entre la gente, cuando no podían ni siquiera verlos tan abiertamente.
—Sargento—llamó Frieda y él se acercó, arrodillandose para estar a su altura e inclinandose en forma de reverencia—. No tiene caso que esté aquí. Vaya y disfrute de la fiesta.
—Por favor—pidió Lara en su lengua, de forma pausa y con un acento muy marcado—. Hicimos esta fiesta para nuestros invitados… La princesa Frieda estará bien, lo prometo.
Levi no tenía ningún interés en participar en ella, sobre todo porque no era su ambiente, pero siendo una orden indirecta, asintió y le echó una mirada severa a Nifa y Thomas. Ellos lo vieron con una expresión de profunda pena. Lamentaba que no pudieran disfrutar la noche como el resto de sus compañeros, pero no podía dejar a la princesa desprotegida, no importaba las promesas que le hiciera la sultana.
Se movió, abriéndose pasó entre la multitud. Sus ojos, sin embargo, seguían guiándole hasta el joven que permanecía sentado con una expresión distante.
—¡Levi!—gritó Pixis deteniéndole por el hombro— Damas y caballeros, ¡Este joven es el soldado más fuerte de la humanidad!
Todos gritaron a coro como si celebraran algo, sin duda desinhibidos por el alcohol. Levi se tapó la nariz discretamente cuando sintió su aliento a vino explotándole en la cara.
—Diganos sargento, cual es su récord de muertes. ¿Qué países ha librado con su poderosa espada?—preguntó arrastrando las palabras.
Sin intención de responder a ninguna pregunta, ni de seguir conviviendo con esa gente, él se deshizo de su agarre con una despedida cortés y se retiró. Ahora ya no veía a Eren, pero si que encontró a Irvin sentado con el consejero Nile. Sin embargo, se encontraba hablando amenamente con Armin, quien sonrojado les ofrecía mas fruta y cerveza.
Se giró, confundido, preguntándose dónde estaría el joven que estaba buscando, y ahora solo por lo que parecía. Se adentró en el pasillo, aprovechando la ausencia de ojos sobre de él y siguió el caminó hasta toparse en la entrada con un jardín interior.
Eren estaba parado, con una copa en la mano, bebiendo ausentemente, viendo a la nada. La ropa verde esmeralda que usaba estaba más embrocada y detallada que cualquier otra que le hubiera visto antes. El velo que traía, era transparente, sin embargo, y los holanes en sus mangas se agitaban con la brisa nocturna.
Se giró bruscamente, hasta que le vio y notó que se relajaba.
—Es usted—confirmó.
—No estas disfrutando de la fiesta—contestó acercandose.
—Lo estaba, a mi modo—dijo, haciendo un gesto a su copa.
—¿Acostumbras ahogar tus penas en alcohol?
—Sólo cuando me permiten beber—confirmó con un tono neutro y desganado.
Hubo un silencio tenso. Siempre lo había cuando Eren soltaba alguno de sus hábitos dañinos y él, irónicamente, se quedaba sin palabras. Podía adivinar su desesperación y la razón de los mismos, así que no se veía reprochándoselo ni tampoco aconsejándole cuando estaba en una posición aun más complicada que la suya.
—¿Qué?—preguntó Eren cuando lo atrapó observándole.
—Nada. Solo me preguntaba cómo llegaste al harem del sultán.
Eren volvió a ponerse tenso y nervioso, como siempre lo hacía cada vez que le preguntaba por sus orígenes. No estaba feliz con eso.
—…Usted es un soldado… debería de saber cómo suceden las cosas así.
—Lo hago. Pero muchos prisioneros se rinden porque no ya no tienen hogar al que volver, pero tú sí. Y sí aun intentas escapar…
—Si usted estuviera en mi posición, ¿no lo haría?
—No lo creo.
—Es fácil para usted decirlo—acusó con resentimiento.
—No lo hago. He visto suficiente del mundo para saber lo jodido que está, en estos momentos tú estás más a salvo aquí que en un campo de concentración.
—¡Yo he visto guerras!
—No las suficientes, me parece. Dime, ¿crees que un niño que muere de lepra en su hogar no desearía estar en tu lugar?
Eren se quedó mudo.
—No creas que tu situación es la peor de todas. Desafortunada, sí, pero no es igual.
Eren suspiró.
—Me caía mejor cuando era cruel porque sí. Cuando es así de coherente, no puedo ni siquiera molestarme.
—Nunca fui cruel porque sí.
Eren enarcó una ceja. Se recargó contra un pilar mientras le miraba, pero sonrió contrario a lo que creía.
—Lo fue. El día que me llevó al armario, perdí dos cosas: la dignidad y mi velo bordado de oro.
Por un momento, Levi deseó tener una copa de vino para poder beber un sorbo y cubrirse la cara. Si se hubiera tratado de otra persona, se hubiera sonrojado, pero su rostro estoico ayudó a no descomponerse ante esa revelación. No entendía porque sacaba a tema ese incidente cuando habían evitado hablarlo hasta dónde podían, supuso que era el vino. Pero lo que realmente le avergonzaba, era saber que él tenía en posesión ese velo y se había visto incapaz de dejarlo tirado como de devolvérselo.
—Un momento, usted no…—murmuró Eren—… ¿tiene mi velo?
Se preguntó entonces, si realmente no había puesto un rostro tan indiferente cómo había creído o si simplemente Eren empezaba a conocerlo bien. Cualquiera de las dos era ridículas.
—No seas idiota. Porque tendría yo tu velo. No vale lo suficiente ni para cubrir mi almohada.
Eren no se intimidó ante esa amenaza, todo lo contrario, se ofendió y dio un paso al frente más cerca de él, aun con la copa en la mano.
—No lo sé, es usted quien no paraba de olisquearme como perro ese día—murmuró.
Levi se enardeció con esa declaración y se acercó también.
—Según recuerdo, era tú quien no dejaba de temblar como un ratón asustadizo.
Ya sea porque el vino hubiera hecho efecto en el chico o porque simplemente no estaba de humor, fue suficiente para considerarlo una ofensa. Le cruzo una bofetada tan fuerte, que resonó el eco en el pasillo. Levi no reaccionó de inmediato. Pero ante el impulso de la ira, y antes de que Eren se retirara lo embistió contra el muro y lo redujo fácilmente. El joven soltó un jadeo de sorpresa y dolor, pero su mirada siguió buscando la suya. Se resistió, y el entrenamiento que habían tenido juntos dio sus frutos, pues Eren le dio una patada que lo desestabilizó.
Aun así, Levi no tardó en reducirlo de nuevo, esta vez con su brazo contra su cuello y con su otra mano sostuvo sus muñecas sobre su cabeza. Eren bufaba embravecido, molesto por ser reducido tan fácilmente a pesar de que ambos eran hombres, así que lo observó con unos ojos que expresaban su ira. Pero, aunque encontró un sentimiento similar, también pudo sentir el aliento del sargento contra su rostro y pudo percibir que su cuerpo estaba prácticamente pegado al suyo.
Encontró también, una mirada que iba más allá de la ira.
Era casi de odio.
Pero no el odio que cualquiera le profesaría a un enemigo jurado. No como el odio que el sentía por Willy. Sino la clase odio que sentía alguien cuando no podía tener lo que la otra persona. De un deseo infinito y de un coraje inexplicable por ser incapaz de poseerlo. Había visto suficientes hombres a su alrededor que lo veían de ese modo, dispuestos a destruirlo solo porque no podían tenerlo.
Sin embargo, no sintió asco, rechazo, ni vergüenza cómo usualmente lo hacía. Sino que se encontró con un deseo inexplicable que le incitaba a tentar aun más esa mirada, como si no pudiera tener suficiente de ella. Algo debió reflejarse en sus propios ojos, pues Levi pronto se hizo para atrás como arrepintiéndose pero sin liberarle.
Pero antes de perder ese momento y -sin saber porqué- deseando mantener su mirada sobre de él, le dijo:
—¿Qué?—preguntó, provocativo. Abriendo la boca, dejando ver cómo su lengua articulaba cada frase en francés con un marcado acento—¿No puede con un simple ratón asustadizo? No me diga que los perros franceses son así de cobardes-
No alcanzó a terminar su frase, cuando Levi se había inclinado y le había robado un beso hambriento.
No fue amable, ni dulce ni romántico. Fue un choque de lenguas y dientes, fueron movimientos voraces que buscaban saciar una pasión mal gestionada desde el momento en que se conocieron. Eren apenas y tardó un momento en corresponderle. Los sentimientos y sensaciones eran nuevos, todo fue una explosión de emociones tan placenteros que lo aterrorizaban. Por eso, aunque intentaba alejarse, al mismo tiempo deseaba embriagarse con más.
Primero intentó girar el rostro y romper con el beso, escandalizado. Pero tan pronto como libró su boca, nuevamente era reclamada por los labios del sargento, quien no tuvo reparos en colar su lengua con la suya, en succionarla y morder suavemente esos labios carnosos.
Su determinación pronto murió y se encontró cerrando los ojos y permitiendo que le besara tanto como quisiera, correspondiendo tan torpemente pero con la misma pasión que lo encendía. Cuando eso sucedió, Levi soltó sus manos y las llevó a su rostro para inclinarlo mejor, mientras Eren cruzaba sus propios brazos alrededor de su cintura. El tacto de sus dedos frios en sus mejillas solo acrecentó el deseo.
No supo cuanto tiempo estuvieron envueltos en ese mar de sensaciones, pero debió ser el suficiente para sentir una humedad que pocas veces había sentido en su entrepierna.
No pensaba. Nada existía.
Ni Willy, ni el sultanato, ni las reglas, ni la moral, ni su historia. Todo se reducía a eso.
O al menos eso pensó, hasta que Levi le apartó bruscamente, dejándole en shock. Levi le estaba viendo sin verle, completamente ido también. Pero eso solo duró un momento, hasta que se dio la media vuelta y se marchó por un pasillo adyacente.
Se quedó ahí con el corazón palpitándole en los oídos e incapaz de moverse, ni siquiera notó que Mina había llegado, llamándole.
—Mi sultán Eren—dijo ella tocandole el brazo delicadamente—. ¿Esta bien?
Fue entonces, que fue consciente de cómo se veía y lo que había pasado. La copa en estaba en el suelo y él estaba agitado, sudado y con la ropa desacomodada. Todo le cayó como un balde de agua fria.
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Levi se quedó en su cuarto el resto de la fiesta y nadie osó interrumpirlo. Supuso que todos estaban lo suficientemente ebrios como para notar su ausencia, lo cual era bueno, porque no quería estar con nadie. Necesitaba tiempo para reflexionar. Como si intentara encontrar un mínimo de lógica a lo que había hecho.
Pero por más que intentaba encontrarle sentido, todo se enturbiaba bajó la luz de un enorme remordimiento que no paraba de carcomerlo.
Levi siempre se consideró como alguien de gran moral, con un honor impecable y que siempre anteponía su deber por sobre sus ambiciones personales, no importaba que tan retadores fueran las mimas. Por eso, lo que acababa de cometer no podía considerarlo como otra cosa más que un acto de vil traición a todo lo que concebía.
A su nación, a su rey, a su amigo, a su comandante y sobre todo: a sí mismo.
Quiso encontrar alguna excusa que justificara su actuar pero fue en vano. No había nada que pudiera justificar lo que había hecho. Su deber era simple. No debía ser una mente maestra, ni elaborar grandes planes ni tampoco entrometerse en tema políticos, solo debía cumplir su misión como soldado. Proteger a la princesa Frieda y traerla de regreso a casa, o morir en el intento.
Pero ahora había cometido un error de tal calibre, que podía costarle no solo la cabeza, sino también acabar con un acuerdo que involucraba a gente inocente. Todo debía ir de acuerdo al plan, y los sultanes (incluyendo a sus consortes) no debían ser para él más que otra que figuras políticas y de poder.
El problema es que Eren no era una figura política, ni de poder. Desde que lo conocía fue el antítesis de todo lo que debía ser él también. No era el consorte etereo y jurado a su esposo que se esperaba de él. Era un niño nacido de la guerra que dio a parar a un situación desesperada en un intento por eludir su fatal destino.
Era un malcriado, irascible e incluso egoísta. Esperaba lo peor de las personas y no se paraba a pensar sus actos antes de realizarlos.
Un humano, con muchos defectos, sí. Pero con incontables virtudes que habían terminado por cautivarlo cuando llegaron a conocerse. Era un joven apasionado y determinado, que aunque en una situación de lo más triste, buscaba un resquicio de esperanza.
En sus múltiples conversaciones, su convivencia diaria, Levi encontró, que Eren no estaba solo enojado. Sino que estaba devastado, solo y triste. Pero que conservaba un espíritu indomable y qué, en otras circunstancias, habría sido la persona más optimista y alegre del mundo.
Tocó sus labios y luego soltó un chasquido de molestia.
No podía olvidar el beso que habían compartido. Ver su parte mas feroz le había cautivado pero también le había movido a querer aplacar ese fuego con el propio… o a alimentarlo.
¿Lo había disfrutado? Si. ¿Quería repetirlo? Por supuesto. ¿Lo haría? De ninguna forma.
No podía permitirse caer de nuevo, no podía encender más ese deseo inaudito. Tenía que cortarlo de raíz y olvidarse del mismo. Así como también rezar porque nadie supiera de este incidente. Sin embargo, no estaba del todo seguro si Eren podría o querría guardar el secreto, a pesar de que era por la supervivencia de ambos. De ser así, tendría que zanjarlo de golpe y evitar si quiera, volverlo a mirar.
Ese pensamiento fue más amargo de lo que creyó.
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La resaca del día siguiente fue peor de lo que creyó. La cabeza le dolía y la hekim tuvo que socorrerle con tés y ordenarle descanso para que se recuperara pronto. No era la actitud digna de un miembro de la dinastía otomana, pero esta vez Lara no pudo castigarlo. No por ahora al menos. Lo cual estaba bien. Tenía la excusa perfecta para no salir ni dejarse ver.
No podía dar crédito a lo que acababa de pasar.
Cuando se encontró solo en aquel pasillo, con Mina mirándole con una enorme interrogante en la cara. No era para menos. Era un desastre y la desaparición de Levi solo lo había dejado con más dudas que respuestas. Al final, la había mandado a despachar y se había encerrado en su alcoba para beber como si no hubiera un mañana para intentar ahogar el nudo en la garganta.
El llanto que le siguió solo fue peor.
No era por el beso en si mismo, sino las consecuencias que podría traerle si alguien lo hubiera descubierto. Sabía que la “benevolencia” de Willy tenía un límite, lo posesivo que era, y que si este incidente llegaba a sus oídos, podía darse por muerto. No solo él, sino el sargento.
Sudó frio ante esa idea. Incluso si se sintió escandalizado por su beso y ofendido porque lo hubiera dejado de ese modo, no podía si quiera concebir que algo así le sucediera. No solo por él solo, sino también por toda la corte francesa. Willy no discriminaría a nadie al momento de castigarlo.
Aunque Eren se mostrara indiferente ante su posición, la realidad es que no lo era. No por el sultanato, sino por las vidas inocentes que acarreaba. La guerra no era algo que tomaba a la ligera.
A pesar de todo, lo que más le molestaba de todo era que… el sargento no hubiera continuado.
Esa parte egoísta solo quería zambullirse en sus brazos y dejar que lo asfixiara con su toque, pues le había hecho sentir lo que nadie había podido: placer. Y es que en su compañia, extrañamente, se sentía a salvo. El sargento era directo, transparente y con él podía serlo también. No tenía que fingir cuando algo no le agradaba o cuando estaba molesto. Tampoco evitaba ser irónico ni juguetón porque el sargento podía devolverle el golpe en igual medida. Eran iguales en muchos sentidos y eso le había traido paz.
Ahora todo se estaba desmoronando de nuevo. No tenía a quien acudir, nadie con quien desahogarse si quiera, porque todo estaba bajo dominio de su agresor. El lugar seguro que había construido sin saberlo, se había ido.
Era esa, una de las razones por las que siempre estuvo con pies de pluma alrededor de la gente. Él sabía el precio a pagar por la confianza que podía otorgarle a cualquiera. O sería falso o Willy se encargaría de arrebatarselo.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, mientras se acurrucaba con más fuerza bajo las mantas de su cama, ante este pensamiento. ¿Por qué todo tenía que ser así? ¿Por que estaba solo? ¿Por que seguía vivo?
—Mama…—susurró con la voz quebrada. Como si llamándola pudiera tenerla de vuelta a su lado…o ir hasta donde ella estuviera—…Grice…
Sea como sea. No podía permitir que algo así se repitiera.
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—…detuvieron su avance.
Pixis terminó de redactar las nuevas noticias a la sultana Lara, quien estaba en el jardín interior, viendo hacia abajo. Se encontraba agitando suavemente un abanico, mientras sus críticos ojos veían a la princesa Frieda caminar por el estanque con su séquito de guardias y damas de compañía. Tardó un momento antes de girarse y mostrar una expresión neutral.
—Imagino entonces, que tardará un par de semanas más de lo esperado.
—No tanto, en realidad. Sólo lo suficiente para recomponerse y esperar su rendición.
Ella suspiró. No por primera vez, el gran visir vio un claro descontento en su expresión. La princesa Lara era una mujer digna de la dinastía otomana. Descendiente de la sangre del gran Suleiman el magnífico. Era hermosa, pero también inteligente, analítica y presta al actuar. Conocía perfectamente de las relaciones políticas y era maestra para llevarlas a cabo. También era la primogénita. Lo único que le faltó para gobernar fue haber nacido varón.
A pesar de eso, ella asumió rápidamente su papel y lo llevó a cabo excelente. Era recatada, cortés, obediente y cuando su madre murió, tomó administración del harem lo mejor que pudo. El problema no era ella, en sí. El sultán pocas veces escuchaba consejo de su hermana y eso provocaba claras fricciones entre ambos. Lo peor era que también involucraban asuntos que la concernían a ella, como sus consortes y concubinas. Traer a Eren fue el inicio del declive.
Lara había propiciado dos excelentes uniones, empezando con María, quien era una de las mujeres más devotas al sultán sino es que la que más. Y más tarde con Floch, cuyo padre poseía las más grandes bovedas de cultivos de la nación, remediando la crisis de hambruna que había acometido años atras. Sina fue un añadido neutral que ella aprobó para que Willy no molestara a otras concubinas. Pero cuando trajo a Eren al harem y Rose se vio envuelta en polémica, la sultana se vio obligada a tratar de contener el escándalo y los daños colaterales.
Incluso ahora, era ella quien más contenía las consecuencias de su hermano, no solo en el ámbito matrimonial, sino en relaciones públicas, en la cara que daba a su pueblo. Lara se encargó de hacer la mayor campaña publicitaria para que la corte francesa fuera bien recibida. Ella era, quizás, la mano derecha del rey después de él.
Así que intuía su descontento en esos momentos pues, como siempre, Willy había pasado por delante de ella. Lara se paseó de regreso a la habitación y tomó la carta que había recibido.
—Se supone que debía estar aqui hace una semana para poder inaugurar el siguiente Imaret(*)en la provincia de Eyalet de Bagdad (*).
—Aun hay tiempo para llevarlo a cabo, mi sultana. Solo serán un par de semanas más.
—La gente que muere de hambre no tiene dos semanas—cortó ella de golpe.
Pixis suspiró, pero no pudo contradecirla.
—¿Que dijo el Beylerbey (*) Muller al respecto?—preguntó.
—Nos pidió más provisiones o más refuerzos.
—Entonces la situación esta llegando a su punto más crítico—dijo, masajeando su entrecejo con cansancio—. Las cosas serían más fáciles de sostener si pudieramos convencer a Eren de que asista a la inauguración…
Pixis no respondió, como siempre hacía cuando no estaba de acuerdo con algo.
—Por supuesto, eso no va a pasar—dijo ella.
—Ciertamente, aunque Eren accediera, nuestro sultán se ha mostrado inaccesible a dejarle volver a su tierra natal.
Lara suspiró con más fuerza.
—¿Acaso he perdido el juicio, gran visir? ¿Digo tantas incoherencias como para que mi hermano ignore cada consejo que le ofrezco?
Pixis pudo sentir la frustración en sus palabras, no por primera y última vez.
—Su…gracia siempre ha tenido un espíritu impetuoso e impulsivo.
—Siempre ha sido un egoista—contradijo ella con firmeza, cerrandole la boca—. El hecho de que tengamos que cuidar de esa frontera es gracias a la masacre que organizó su sabueso—suspiró con fuerza, como si intentara contener sus palabras—. Por cierto, ¿que ha sido de Gross?
—Sigue manteniendo el orden, segun sé.
Lara sonrió con ironía.
—Otra razón más para que Eren se rehusé a apoyarnos. Willy ni siquiera le destituyó de su cargo de Subasi (*)—luego procedió a entintar su pluma para empezar a escribir—. Pídele al beylerbey Muller que espere otro poco. Mientras tanto, enviaremos refuerzos janizaros.
—No es algo que recomendaría, mi sultana. La población de Bagdad ya está lo suficientemente tensa como para empeorarlo.
—Hasta que Willy regrese, no podemos hacer otra cosa.
—Podría, mi sultana, asistir usted por su cuenta.
Ella apretó los labios.
—Podría… pero no tendrá le mismo efecto sí lo hiciera él. No quiero alimentar las malas lenguas.
Pixis asintió. Por desgracia, aunque todos guardaban silencio, no quiere decir que nadie notara que Lara era quien limpiaba los desastres del sultán. Esto estaba cobrando fuerza entre los visires y temía mucho las consecuencias que podrían acarrear. Él más que nadie sabía lo sangrienta que era la historia de la sucesión entre el sultanato.
—Respecto a Eren, me pidió que suspendiera sus actividades con el sargento.
—¿Por qué motivo?—preguntó ella sin girarse.
—Me dijo que sospecha que está embarazado…
Lara detuvo la pluma, pero no se movió para encarar a Pixis. Él pudo percibir el ambiente tenso.
—¿La hekimbaçi ya lo ha revisado?—murmuró.
—No aun, pero no se siente bien. Según me han informado, no ha querido salir de su alcoba.
—Nada extraño, tomando en cuenta la cantidad de vino que bebió anoche. Que lo revisen—dijo volviendo a escribir.
—Aun así, no puede entrenar en ese estado.
—Entiendo. Entonces suspende las clases… si esta embarazado entonces no tendrá que volver a hacerlo nunca.
Pixis asintió. Hizo una reverencia y salió en silencio. Lara soltó la pluma y se recargó contra la silla en un gesto de meditación. Siempre que Eren recibía al sultán, Lara se conflictuaba con esos sentimientos.
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Los siguientes días pasaron sin pena ni gloria. Lo único resaltable, fue que las negociaciones llegaron a su fin, hasta que Willy regresara. El Imtiyaz (*) quedó completo, todos los visires lo firmaron, así como los consejeros.
Con el pasar del tiempo llegó la lluvia y la temperatura descendió considerablemente, convirtiendo el clima cálido y húmedo a uno más frio y fresco. Las lluvias no eran torrenciales, pero los franceses agradecieron el cambio de temperatura. Eso limitó las actividades dentro del palacio, las cuales se llevaron a cabo más frecuente en sus habitaciones.
La sultana Lara intentaba hacerle compañia a la princesa Frieda al menos una vez al día, pero a veces sus deberes reales le impedía visitarla. Lo que quería, sobre todo, era no fastidiarla demasiado con la ausencia de Willy.
Y mientras la legión de reconocimiento poco a poco se asentaba y se acostumbraba a su rutina, también se acomodaba entre los otomanos un poco más cada vez. Las relaciones no siempre eran las mejores, pero empezó a nacer una camaradería silenciosa que poco a poco rompía los conceptos que se tenían entre ambas razas. Los roces y las disputas estaban a la orden del día, eso era un hecho, pero al final todo seguía un curso sereno.
Levi no volvió a ver a Eren en todo ese tiempo.
La única explicación que le ofreció la sultana Lara, fue que por ahora debía guardar reposo y que sus entrenamientos, así como sus clases quedaban suspendidos. No tardó en comprender que iba todo eso, aunque le sorprendió que Eren diera el primer paso alejarse de él.
Bien, era lo mejor. O al menos trató de convencerse de ello. Pero la verdad, es que cierto recoveco en su interior le susurraba a lo que creía era su ego herido y al ardor que aun le quemaba por dentro. No podía creer que Eren hubiese tenido esa iniciativa así como tampoco podía entender que era lo que tenía en mente. Él sabía lo que sentía. La atracción que sintió por él y que culminó en ese impulso por besarle solo había sido gatillado por un deseo irremediable. Pero desconocía los sentimientos de Eren y de sus intenciones. En el momento, creyó que se trataba de un sentimiento reciprocó, pero ahora que lo había cortado de raíz empezaba a creer que solo se había burlado de él.
Sabía que era una idea absurda porque nada de eso importaba. Al final de cuentas, si Eren había decidido poner una barrera clara entre ambos era porque claramente no quería volver a intentarlo y tampoco querría ir a decírselo a su sultán por obvias razones.
La idea se acentuó en su cabeza y como si se tratase de una semilla de discordia se implantó y la dejó crecer. Porque hacerlo era mejor que asimilar un orgullo magullado.
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La mañana en que se dio lugar el fatídico día, Levi había encontrado a Erd hablando muy amenamente con una joven sirvienta y eso provocó que se quedara parado por el resto de la tarde en medio de la lluvia bajo ordenes de su sargento. La princesa Frieda observó eso atentamente, pero no le reprochó nada, acostumbrada a la forma en que sus militares repartían la disciplina.
—C-Capitan—titubeó Auruo—, ¿no cree que es demasiado?
Cualquier duda que tuviera, fue detenida por la mirada gélida que le envió el sargento, quien procedió a ignorarle y siguió su camino. Petra le dio un codazo a su compañero.
—Déjalo en paz—murmuró ella—. Ha estado de muy mal humor últimamente.
—S-Sí, ya lo noté.
Eso era otra cosa que le molestaba. Ultimamente las lenguas estaban demasiado activas y su temperamento las había incentivado. No era inmune al rumor de que muchos asociaban su cambio de humor al hecho de que ya no convivía con Eren. La epítome del asunto fue cuando escuchó a unos comerciantes salir del recinto comentando como “la joya del sultán” era capaz de encantar hasta a los soldados franceses. Eso le llevó a otra conclusión: Eren era un mito incluso para las masas otomanas. Nada más que alejado de la realidad.
En la privacidad de su habitación, se encargaba de limpiar sus botas con movimientos precisos y metódicos, una disciplina que le ayudaba a mantener la cabeza en su lugar. Fue cuando Irvin tocó a la puerta y entró sin esperar respuesta. Al notar la forma casual en la iba vestido no se levantó ni hizo el saludo correspondientes, solo siguió su tarea de forma tranquila.
— ¿Día ocupado?—preguntó con sorna.
—Casi rogaría porque algo malo pasara para así salir de la rutina—suspiró con cansancio a la vez que se dejaba caer en la silla de la habitación—. ¿Que hay de ti? Sin tus clases con el sultán Eren pareces más estresado…
Levi no contestó, ni hizo amago de hacerlo.
—Admito que planeaba pedirte que estrecharas los lazos con el joven—comentó—. Sería bueno tener una voz amiga que susurrara a los oídos del sultán.
—¿Ahora quieres hacerlo tu espía personal?—el tono venenoso salió sin esperarlo, tanto que hasta Irvin se sorprendió.
—No, no realmente. Solo lo suficiente para cuidar las relaciones entre naciones… la princesa Frieda no ha tenido suerte en su intento de entablar una amistad con él.
—Lo ha hecho con la sultana Lara.
—La sultana Lara solo estará al lado del sultán hasta que se case y él nombre a alguien más… El sultán Eren es un candidato perfecto, según me parece.
Levi se levantó y dejó las botas a un lado, pero también intentando apaciguar su carácter pues la conversación lo estaba poniendo de mal humor.
—Por rango sería la sultana María, ¿o no?
—El rango depende de quien prefiera el sultán y dado que Eren puede estar embarazado, no me sorprendería que lo nombrara regente del harem.
Levi abrió los ojos, pero no se giró.
—¿Está embarazado? —preguntó con voz controlada.
—Según se murmura. Podría ser, el sultán se fue hace apenas un par de meses.
Él no contestó.
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Eren se paseaba caminaba por las caballerizas con calma. La sultana le había concedido ese permiso luego de comportarse tal como ella quería y, quizás, porque se sentía un poco culpable por el diagnostico de la hekim. Él se había reservado sus sentimientos, pero el hecho de que luciera algo devastado había ayudado a mantener su imagen. Sus acompañantes le esperaron en la entrada mientras él se paseaba viendo las cabezas de los caballos sobresalir, relinchando y bufando a su paso.
Se detuvo frente a un hermoso semental marrón que relinchó con suavidad al verle acercarse. Le acarició tras la oreja con calma, simplemente sintiendo su textura.
—¿Ese era tu maldito plan todo este tiempo?
Eren se sobresaltó cuando el sargento salió detrás de una columna para confrontarlo. Escuchar su voz después de tanto tiempo le provocó una sensación extraña, hacia rato que ni siquiera se veían.
— ¿Que-?
—¿Buscabas con quien enredarte mientras tu sultán estaba fuera y ahora que haz conseguido lo que quería te haces a un lado?
—¿De qué esta hablando?
—No juegues conmigo, mocoso—dijo acercandose peligrosamente—. Ahora que esperas al hijo de tu sultán decidiste deshacerte de los que te estorban.
—¿Embar-? ¡Qué! ¡Yo no estoy embarazado!—gritó, escandalizado.
Eso fue suficiente para callarlo, al menos por un momento. Eren miro a los lados, temeroso de que alguien los oyera.
—¿Que es lo que quiere de mi?
Levi le asió del brazo y lo acercó.
—Quiero que dejes de actuar como una maldita serpiente que-
—¡Deje ya de insultarme!—gritó, harto— ¡Soy yo el que debería estar molesto!
—¿Porque sería eso?
—Porque tuvo la osadía de besarme y dejarme tirado como si nada.
Levi titubeó un momento. La forma tan directa y tajante con la que Eren le hablaba le desconcertaba, pues el joven no solía ser tan abierto.
—Si… imagino que te reiste lo suficiente de mi después de eso.
—No, no lo hice. Me deprimió, de hecho. Me sentí asustado, sucio y usado… y a usted no le importó.
—¿A mi? ¿Quien fue el que canceló todo contacto conmigo?
—Si tanto quería verme, ¿porque no me buscó?
Era la segunda vez que ese niño le cerraba la boca, un hecho que le estaba fastidiando.
—Eso pensé—dijo Eren—, ¿quien es el que juega con quien, eh?
Levi apretó un poco su agarre, lo que provocó que Eren gimiera de dolor y se deshiciera del agarre en el acto. Enarcó una ceja con incredulidad. Sabía que tenía fuerza pero no había sido para tanto. A menos que…
—Nuevamente—murmuró gélidamente—, te estas lastimando.
Eren se permitió ruborizarse de vergüenza y desviar la mirada.
—No le interesa—dijo lúgubremente, luego se giró dispuesto a alejarse—. Lárguese; sabe muy bien como hacerlo.
Si no lo conociera bien, juraría que su voz acababa de quebrarse. Sintió una opresión en el corazón que no quiso reconocer el voz alta. Eren se mantuvo distante y callado, acariciando el hocico del caballo que lo permitía dócilmente. Levi pudo inspeccionarlo mejor. Hoy se veía particularmente bonito, más natural, pero más delgado. Vestía ropa masculina pero en tonos claros y suaves, con un velo traslucido posado en su cabeza. Se preguntó, en que momento había empezado a considerar a este joven hermoso o cómo se había atrevido a si quiera permitir que su imagen vagara en su memoria. No quería reconocerlo, pero había extrañado su contacto, o incluso verlo. Y por un momento, se sintió como un miserable por no ser capaz de admitírselo ni siquiera a sí mismo y hacer pagar al joven por algo de lo que no tenía responsabilidad.
Vio la salida pensando que era lo mejor. Poner distancia y cortar lazos era lo mejor que podía hacer en una situación así porque ni siquiera sabía como había podido ir a recriminarle nada en primer lugar. Pero se había sentido utilizado en un juego que él mismo se había inventado, sin saber que Eren compartía esos mismos sentimientos. Ahora se tomaba a sí mismo como un desconsiderado y egoísta, algo que era muy común últimamente. Y estaba harto de sentirse así.
Sus pies se movieron sin pensarlo.
Cuando se puso a la altura de Eren, pudo notar como este parpadeaba e intentaba quitarse las lágrimas de los ojos rápidamente, sorprendido por no verle marcharse. Levi no le miraba, como si estuviera avergonzado de sus acciones.
—…Duraste un tiempo sin hacerlo.
Eren realmente no quería hablar del tema, no con él al menos, pero la forma tan vacilante en que se mostraba le generaba sentimientos conflictivos. Se oía suave, con su característico tono ronco y atrayente, como derrotado ante él. Eso solo generó un nudo en su garganta, como si supiera los siguientes movimientos. Aun así no pudo evitar seguirle la corriente, apenas a sabiendas de cuanto había extrañado ese contacto. Las tardes despreocupadas donde entrenaban y hablaban se habían vuelto algo tan rutinario que lo echaba mucho de menos. Se tocó el brazo donde tenía las quemaduras hechas un día atrás, como un recordatorio de cuanto le había echado de menos.
—Lo hice—sinceró—. El tiempo que estuve con usted… paré por un momento. No sentía ninguna necesidad.
Levi le vio con sorpresa e, incluso si no quería admitírtelo, casi alagado, pero más curioso que otra cosa.
— ¿Por qué?
—No lo sé, no me pregunte—murmuró molesto, mientras sentía el calor saltando en su rostro.
A veces, esos ataques tan honestos de Eren le descolocaban por completo, sobre todo porque siempre era evasivo con muchas cosas. Suspiró.
—Yo también—se limitó a decir, pues por lo que valía, al menos Eren había sido sincero con él desde el principio y merecía lo mismo de vuelta.
Fue el turno de Eren de observarle, analizando si lo que le estaba diciendo era una mentira o una burla, pero sea lo que sea que haya encontrado debió convencerlo porque puso una mano distraídamente en la madera del establo. Levi miro esta acción atentamente, pero viendo en su rostro una expresión de completa desesperanza, casi miserable. Era algo que compartían ambos, porque si bien habían encontrado sentimientos desagradables el uno por el otro también habían hallado un deseo inconcebible. Y era tan fuerte que no habían podido superarlo en ese tiempo separados, solo se había incrementado. Pero la situación no era para nada favorecedora para ninguno, pues sin importar lo que hicieran estaban condenados al fracaso. No había nada que ganar de ello.
Y aun asi-
— ¿Por qué esta tan enojado conmigo?—dijo Eren en un susurro, casi lastimero, como si fuera un niño pequeño incapaz de comprender el enfado de un padre.
—No contigo; conmigo—contestó—. La realidad es que yo mismo no he podido encontrar una solución tangible a esta situación.
—Alejarse podría haber funcionado.
—Alejarse fue una mierda.
Eren soltó una risita en bufido.
—Lo sé… pero no hay otra más que esa, ¿o no?
Levi pudo percibir el anhelo reprimido en sus palabras. A pesar de que intentó enfocarse en su deber como soldado, en su moral o en la misma racionalidad que se esperaba de la situación, todo llegaba a un punto muerto. No sabía como ese joven podía tener tanto poder sobre él con su sola presencia. Y así, como si nada, decidió rendirse ante esa fuerza inexplicable que lo empujaba más y más al abismo. Sin pensarlo, quizás midiendo las consecuencias pero ignorándolas todas, haciendo su pecado aun mayor si es que eso era posible.
Puso una mano sobre la suya, sintiendo la calidez de la misma y el temblor notorio. Eren no le miró de vuelta, quizás temeroso a hacerse una falsa esperanza. Le dolió el tan solo imaginar, cuanto había pasado ese joven solo para no reservarse un rayo de luz en esa oscuridad.
—La hay.
Sus ojos verdes le lanzaron una mirada llena de sorpresa. Levi pensó que se veía hermoso incluso cuando lloraba, con sus mejillas sonrojadas, sus espesas pestañas húmedas y sus labios entreabiertos.
—¿Qué…?
—Ya lo dije, no me hagas repetirlo.
Eren rio suavemente, más porque la situación le parecía surreal que por genuina alegría. Levi intentó retirar la mano al ver su reacción.
—No, no—se apresuró a decir Eren mientras se la retenía.
Se hizo otro silencio, que solo era interrumpido por los sonidos de los caballos y las voces amortiguadas del exterior donde se llevaban a cabo los entrenamientos equinos. El aire levantó su velo con suavidad y Levi se encargó de moverlo para ver su rostro. Eren le permitió el contacto y se inclinó suavemente contra la palma de su mano, sintiéndola fria.
Eren ya había cerrado los ojos cuando Levi se inclinó y probó sus labios. Tan suave y docilmente, que sintió lo que nunca había sentido con nadie, ni siquiera con su esposo. Puro y terso placer.
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(*)Durante el siglo XVII, el Imperio Otomano expandió su control sobre la región de Crimea, que estaba habitada por tártaros y estaba ubicada en la actual Ucrania. Esto llevó a enfrentamientos entre los tártaros y los cosacos ucranianos, así como a conflictos indirectos entre el Imperio Otomano y la Mancomunidad de Polonia-Lituania.
(*)Reiss = Borbones. Olvidé mencionar que, como antes todo era más allegado a las dinastias que otra cosa, entonces, en este universo, digamos que los Reiss reemplaza a los Borbones la cual fue la dinastia francesa más prominente de la época.
(*)Hekim se llamaba a los médicos de la época, y era los sanadores personales de la realeza y de la corte. Normalmente era hekim femeninas quienes se encargaban de cuidar de las concubinas del harem, mejor llamabas “hekimbaci”.
(*) Fly away on the wings wind del Prince Igor. Una canción de origen ruso sin ninguna correlación especial con la historia o el imperio otomano, pero me gustó la tonada.
(*)Yatagan: Es una arma blanca originaria de Asia. Es un cuchillo de hoja recurvada o de doble curva, lo que facilita su uso indistinto de corte o punta. De un filo y contrafilo corrido hacia el exterior.
(*)Versículo 18:29 del Corán. Este habla del libre albedrío, la elección justa entre decidir entre el bien y el mal.
(*) Licencia creativa: La polvora tiene sus origenes en China y se expandió por el Medio Oriente, llegando tardiamente a Europa. En este caso, es al reves, y son los europeos quienes la poseen antes que los otomanos.
(*)Kard. El kard era una daga de origen persa que también se encontraba en el Imperio Otomano. Tenía una hoja corta y recta con un solo filo y una empuñadura que podía ser de metal, madera o marfil.
(*) Kaftan. No sé si lo había mencionado antes pero eran similares a los vestidos “entaris” pero más sueltos y sobre otra ropa.
(*) Los Hasburgo: El Imperio Otomano y la Casa de Habsburgo, una de las dinastías más influyentes de Europa, tuvieron numerosos conflictos a lo largo de los siglos XVI y XVII. Estos enfrentamientos fueron en gran parte resultado de las ambiciones territoriales y religiosas de ambas potencias, que competían por el control de regiones clave en Europa Central y los Balcanes.
(*) Imaret, o comederos públicos, donde se les ofrecia comida gratuita a los pobres, viajeros, estudiantes entre otros.
(*)Eyalet de Bagdad. Como su nombre lo dice, era la provincia que comprendía la parte de Bagdad en Irak, conquistado por el sultán Suleiman el magnífico.
(*) Beylerbey. Eran los equivalentes a los gobernadores principales de las provincias quienes, a su vez, gobernaban sobre autoridades más pequeñas.
(*) Subasi. El jefe de policía de una ciudad o distrito. Su responsabilidad principal era mantener el orden público, prevenir delitos y supervisar la seguridad local.
(*) Imtiyaz. El documento utilizado para formalizar acuerdos y tratados con otras naciones se llamaba capitulación (en turco, "imtiyaz")