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El día que el cielo rugió con alas de tormenta, nació una historia que ningún dragón o vikingo olvidaría jamás.
Virran, el más sabio de los Windwalkers, volaba entre rayos cuando en una de sus garras se encontraba una pequeña criatura humana envuelta en harapos. Para sorpresa de muchos de los que volaban cerca de él, ella no lloraba. Solo miraba al cielo, como si supiera que la tierra no la quería... Pero el cielo sí.
Virran descendió. Planó cerca de del océano y observó a la bebé con fascinación al ver que reía y extendía sus brazos como si quisiera tocar el agua.
El dragón ni pudo evitar soltar una risa gutural. Parecía ser que el Alaeterna tenía razón después de todo.
Después de lo que fueron días de viaje (en los que Virran se detuvo muy a menudo para descansar y alimentar a la pequeña con frutas hechas puré), la llevó al único lugar donde una criatura tan diminuta podría sobrevivir bajo su cuidado.
El Nido del Alaeterna.
...
Las dragonas no sabían qué hacer con ella.
-¿Una humana? ¿Aquí? ¿En nuestro hogar?- rugió Varka, la Dramillion más anciana.- ¿Te golpeaste con una nube, Virran?
Virran, solemne como siempre, solo rió de forma cansada.
-No la elegí yo. La eligió el cielo. Ella es a quién hemos estado esperando.
La criatura humana fue depositada entre musgos calientes. Abrió los ojos y, sin miedo, alzó los brazos hacia la enorme Varka.
La dragona gruñó... Y luego suspiró.
-Mira eso. No sabe temer... Ya me agrada.
-Solo voy a necesitar que la cuiden cuando yo no esté ocupado. Todavía sigo trabajando con Kreston.- sus alas se movieron como un tick nervioso al mencionar a la otra cría que estaba bajo su cuidado.- Mi plan es que cuando me encuentre trabajando ustedes puedan echarle un ojo. No deberían causarles problemas una vez los junte.
-Más vale que tu idea funcione, Virran. O si no la cría humana va a terminar en mi estómago.
...
Varka terminó amando a la pequeña.
Las dragonas adultas comenzaron a turnarse para cuidarla. Le tejían nidos con ramas, la abanicaban con alas durante el calor, y la alimentaban con frutas blandas robadas de los acantilados.
Y entonces, un día, con solo unas 12 lunas cumplidas, la criatura dio su primer rugido. O lo intentó.
-Gaaaaargh...- chilló, apenas audible.
-¡Está aprendiendo nuestro idioma!- gritó Skaari, una Libélula, entre risas.- ¡Una humana rugidora!
Ya sabían de antemano gracias a Virran que la cría fue llamada Hicca, aunque sospechaban que tal vés haya sido por el sonido travieso que hacía al estornudar.
...
En el Nido también vivía otro pequeño: un dragón negro como la medianoche, con ojos verdes como veneno dulce. Su nombre era Kreston.
Y al principio... Se odiaron.
O mejor dicho, Kreston la evitaba como la plaga en un inicio. Hicca insistía en pegársele como si fuera un parásito.
-¡Deja de seguirme!- gruñía él.
-¡Gaaargh!- gruñó Hicca con ternura.
Sus juegos consistían en Kreston huyendo de ella e Hicca atrapando sus orejas o cola para morderlas con sus nuevos dientes. Pero al final del día, siempre dormían espalda con espalda, calentándose con el calor del otro.
Crecieron como hermanos de ala. Y también como los mejores cómplices de travesuras.
Claro que Hicca era la principal causante de sus problemas.
...
A los cuatro años, Hicca trepó el lomo de Chimuelo (recién apodado de esa manera gracias a ella) por primera vez. Intentó gritar "¡al ataque!", pero lo que salió fue un "¡glub!" cuando se le llenó la boca de aire.
Chimuelo rugió de la risa y se lanzó en picada. Las dragonas los miraron desde lejos, meneando las cabezas.
-Van a matarse.- comentó Skaari.
-O conquistar el cielo.- aportó Leonore, una Mascavientos.
-O ambas.
-... Veinte pescados a que éstos dos van a terminar siendo pareja.- dijo Varka.
-Hecho.- contestaron ambas.
...
Hicca aprendió a comunicarse como un dragón: con gruñidos, silbidos y zarpazos de cariño. Las dragonas la cuidaban como a una hija, pero también la entrenaban como a una de las suyas.
Varka le enseñó a esquivar rocas lanzadas como caramelos voladores.
Skaari la calmaba con historias hechas de fuego.
Nokka, una Sombra Sigilosa, la silenciosa, le daba su ala como manta.
Rikka, una Taladraco, la más joven, la llevaba de pesca saltando sobre ballenas dormidas.
Y todas las demás la amaban con esa rudeza cálida que solo los dragones conocen.
Cuando se caía, nadie corría a levantarla.Pero sí la rodeaban en círculo, rugiendo canciones antiguas para darle fuerza.
Cuando lloraba, no la abrazaban. Rugían con ella, hasta que el sonido le devolvía el poder.
Cuando tenía miedo, no la consolaban. Le enseñaban a rugir más fuerte.
Así criaban las madres dragones.
E Hicca, aún sin escamas ni alas, las amaba como si las tuviera.
...
Chimuelo y ella eran inseparables. Jugaban a saltar entre riscos, asustaban a los dragones dormidos con cáscaras de pescado en la cara, y se desafiaban en concursos de "quién escupe más lejos" (ella siempre perdía... pero con estilo).
Cabe aclarar que todas las ideas eran de Hicca.
Una vez, trataron de construir un nido propio. Usaron huesos de pez, ramas de arbusto y una tortuga dormida como almohada.
-No está mal.- dijo Chimuelo, orgulloso.
-La tortuga se mueve.- apuntó la chica.
-¡Más cómodo!
La tortuga no estuvo de acuerdo.
...
A los siete años, Hicca encontró su lugar favorito: una gruta de cristal que cantaba con los pasos. Cuando estaba sola, iba allí y escuchaba los ecos de sus pensamientos.
Chimuelo la encontró una vez cantando con una piedra.
-¿Te hablas a ti misma ahora, renacuajo?- preguntó de forma burlona.
-No. A mi eco.
-¿Y te responde?
-Sí. Y a veces, más bonito que tú.
Él frunció el hocico a la vez que ella reía. Después, se tiró a su lado.
-Tu eco no tiene tan buen pelaje.
-¿Pelaje? ¿Tienes complejo de oveja?
-¡Las ovejas no vuelan!
-¿Y tú sí? Porque la última vez te caíste en un nido de gaviotas.
-¡Fue táctico!
-Claro.
Chimuelo solo la empujó usando una de sus alas, aumentando el volúmen de las risas de la chica.
...
Pasaron los años. Sus juegos se volvieron vuelos. Sus bromas, miradas largas. Y sin saber cómo ni cuándo, se dieron cuenta de que se buscaban incluso cuando no hablaban.
A veces, Chimuelo desaparecía. Decía que necesitaba "pensar". Pero siempre regresaba con algo para ella: una piedra brillante, una flor de fuego, o una pluma rara.
-¿De dónde la sacaste?- preguntó Hicca cuando recibió una roca con forma de dragón.
-Secretos.
-¿Para qué?
-Para ti.- respondió con un sonrojo.
-¿Y por qué no la pusiste en mi cama directamente?
-Porque quería verte sonreír cuando la vieras.
Ella fingía que no le importaba.
Pero el corazón le rugía.
Quería pensar que solo eran regalos amistosos.
Ambos tenían la cara más roja que un tomate por el resto del día.
...
A veces, Hicca se preguntaba qué había más allá del Nido. Pero cada vez que lo pensaba, recordaba a Virran, a sus madres de fuego, y sobre todo a Chimuelo. Al final del día el pensamiento siempre se esfumaba como ceniza.
-No necesito alas.- le decía a Nokka-. Ya tengo quienes me enseñaron a volar.- le dijo con una sonrisa genuina.
La Sombra Sigilosa lloró un río y abrazó a Hicca durante dos horas. Virran tuvo que ir a su rescate.
...
A los catorce, Hicca era ya una fiera con corazón. Salvaje, ágil, un medio dragón sin escamas de mente curiosa y brillante. Su vínculo con Chimuelo era como un incendio lento: constante, brillante, e inevitable.
Y aunque el mundo exterior existía, para ellos no era más que una idea lejana.
Porque cuando naciste entre alas, cuando el fuego te arrulló, y cuando un dragón te llevó al cielo antes que a la cuna...
...No necesitas buscar un hogar.
Ya eres parte de uno.