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Vibra para mí

Summary:

Sherlock Holmes, Alpha de sangre pura, el mejor detective privado que existe y una de las personas más inteligentes del mundo... se aburre.
Al punto de aceptar ayudar a su hermano con una misión al otro lado del continente. Mycroft solo tiene una condicion: llevará un guardaespaldas y no habrá discución.
Entra en escena John Watson, soldado distinguido, curtido por sus años en la milicia y un Omega algo dañado.
Núnca antes se habia exigido más control en toda su vida que el que necesita Sherlock al instante de verlo.

¿Ceder o no ceder...? esa será la cuestión.
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Mycroft Holmes, el gobierno británico, el modelo de Alpha por excelencia... puede tenerlo todo, excepto lo único que lleva anhelando por años.

Con su problematico hermano menor lejos, la necesidad de actuar se vuelve cada vez más dificil de controlar.

El hielo puede congelar casi tanto como arder...¿no?

Notes:

Después de ver la serie y leer los libros siento que no hay un personaje que se ajuste mejor al formato Alpha como Sherlock. Nació para ser uno basicamente jajaj y me encanta explorar ese lado suyo.

Chapter 1: Capitulo 1

Chapter Text

Una racha de 22 casos resueltos en menos de una semana y contando. El próximo paso importante sería, muy a su pesar, entrar finalmente en el aburrido pero a la vez demasiado complejo mundo que era la burocracia británica, de la mano de su no tan querido hermano mayor. Ayudarlo a resolver un caso en su nombre no solo iba en contra de sus principios morales sino que para Sherlock era una desventaja para futuras posibles extorsiones. Nadie ganaba y empataba y eso de por si era un panorama horrendo de contemplar.

De camino a ultimar los detalles del caso, el paisaje por fuera del coche le resultó sumamente aburrido. La tela del traje negro hecha a medida que solía sentarle perfecta y cómoda, se vio arruinada por el último calor de su rutina ocurrido hace considerablemente poco tiempo, debiendo no menos que terminar por acostumbrarse a lidiar con esas partes suyas de Alpha pura sangre que odiaba.

El olfato prodigioso, la fuerza y ​​hasta la rapidez las asumía como verdaderos regalos, pero Sherlock no soportaba no controlar su cuerpo. La biología era su campo de estudio por excelencia, pero nada podía hacer frente a los cambios hormonales. Quizás orillarlo a terminar por aceptar la compañía de un omega, aun si el solo pensamiento le crispara el ánimo. No toleraba que lo tocaran más allá de sus personas de confianza. Nadie merece su atención tanto como sí mismo y quizás los casos que resuelve.

El pedido de Mycroft fue sencillo: destapar una de las células de la red de Moriarty instalada en Medio Oriente. Lugar que Sherlock conoció solo por fotos y que no le inspiró mucha confianza. La arena y el sol eran mala combinación, prefería por mucho la humedad apremiante de Londres. Como Mycroft no confiaba en que mantendría a raya su impulsividad, decidió contratar a un guardaespaldas entrenado de la milicia para que guiara y protegiera a su hermano. Las posibles excusas de su hermano menor quedaron descartadas ni bien Mycroft se las formuló él mismo. Sherlock podía ser inteligente, pero ambos sabían que su hermano mayor poseía más y mejores herramientas de persuasión. Eran su fuerte.

La reunión se llevaría a cabo en una especie de galpón/complejo a las afueras de Londres, monitoreado por todo el grupo de Mycroft y con la entrevista siendo grabada en todo momento. Las precauciones eran necesarias, los hermanos Holmes eran conocidos por sus intrincados juegos mentales que podrían fácilmente concluir en la obtención del control de toda la monarquía británica de así exigirlo. Era casi imposible engañarlos de alguna forma, estúpido el siquiera pensarlo.

Por supuesto que correría por cuenta de Mycroft el evaluar al grupo de guardaespaldas y elegir por el más apto, pero el propio Sherlock estaría presente en el lugar para captar cualquier cosa que llamara su atención de la reunión, o mejor dicho, cualquier falta de su hermano que le resultará útil para sus bromas personales. Le encantaba mofarse de su hermano, se lo merecía por no confiar en el increíble cerebro ni en las habilidades de Sherlock.

El depósito resulta aún más decadente una vez que el coche se adentra en él. Un recinto enorme de color gris metálico desde el suelo hasta el techo, increíblemente iluminado por reflectores alógenos similares a los utilizados en los estadios. El piso brillaba por el cúmulo de charcos de agua y aceite. El olor a grasa vieja combinado con humo le provocó un subidón de náuseas a Sherlock, detestaba los olores fuertes y pesados ​​​​en el paladar.
Antes de poder fijarse en cualquier otro detalle significativo, obviando el hecho de haber reconocido todo lo demás en menos de un minuto; Mycroft le dedicó una mirada a través del retrovisor desde el asiento delantero.

Sherlock apenas asintió y esperó a que su hermano descendiera para soltar un simple bufido al aire. Tamborileaba los dedos sobre el cuero del asiento, intentando retener las emociones dentro de sí. Escapar hacia su palacio mental sería lo más apropiado en ese momento, ubicando los archivos con la información sobre la misión y regresando a ellos por puro aburrimiento. Sherlock conocía tanto a Mycroft, ahora de pie en medio de aquel lugar lúgubre e indistinto mientras aguardaba inclinando el cuerpo sobre su paraguas favorito, a que los candidatos se empaparan de esa visión suya; la del poderoso Alfa de sangre pura mano derecha del gobierno británico y hermano de nada menos que el mejor detective del mundo, Sherlock Alfa Holmes. El dúo de cerebros más poderosos existentes.

Sin embargo, para Sherlock que podía observar todo desde detrás de los vidrios tintados del coche, la pose adoptada por su hermano solo dejaba en evidencia la poca efectividad conseguida tras años de dietas quebrantadas y regímenes para bajar de peso mal llevados. La elegancia propia de Mycroft era quizás lo único que podía ayudar a conseguir una pareja en un futuro que, en ambos hermanos, debía ocurrir pronto puesto que Sherlock ya contaba con 33 y su hermano con 41.

Para cuando tomo conciencia del hecho, los dedos de Sherlock dibujaban pequeñas siluetas sobre el asiento del pasajero.

Componía mientras esperaba.
Una suerte de fila larga comenzó a asomar por el extremo inferior del reciente, eran los candidatos al próximo examen minucioso llevado a cabo por Mycroft.
Por su parte Sherlock se había enamorado tanto de la melodía que estaba componiendo que dejó caer la cabeza contra el respaldo del asiento por un momento y simplemente cerró los ojos. En un instante su mente lo trasladó a su departamento en Baker Street, de pie cerca de la ventana con su violín sobre su hombro y la mirada perdida más allá de las calles de su hogar.

Los pasos iban resonando más cerca de donde se encontraba el coche hasta detenerse por completo. Un giro sutil en la composición clásica. Un aire fresco de cambio. La voz de Mycroft filtrándose por entre la melodía, dándoles la bienvenida a los candidatos y refiriéndose a ellos como "posibles guardaespaldas del detective Holmes". Una equivocación en el ritmo, algo de distracción involuntaria. El rostro de Sherlock cae por su propio peso hacia su derecha, siguiendo el rastro de un olor en particular. La partitura en blanco va llenándose de a poco con trozos de piezas que Sherlock ama secretamente. La respiración se acelera mientras el semblante sereno de hace un minuto desaparece para ser remplazado por otra cosa. Mucho más urgente. Deja de componer para pasar a sujetar con fuerza. Aún de pie en su departamento, ahora todo lo que inunda su hogar es el olor de algo nuevo, desconocido. Baja lentamente el violín desde su hombro y se queda allí absorto, esperando llenarse de ese aroma que flota sin tregua sobre sí mismo.

Incapaz de atreverse a abrir los ojos, Sherlock cree que ha alcanzado algún tipo de nuevo nirvana más allá del que le suelen proporcionar las drogas. Este olor remplaza a cualquier otro que haya olido antes, dejándolo al borde de un pedido urgente por clemencia.

Finalmente se ve libre del hechizo desconocido cuando puede regresar al plano de la realidad, dentro del auto de su hermano mayor, existiendo en un lugar que no significa nada para él. La capa de sudor bajo su piel está caliente, llevándole a tragar saliva para aliviar algo de la sequedad de su garganta. Una exhalación después, se devanaban los sesos buscando una explicación de lo que le acaba de suceder, cuando lo ve.

Los labios le hormiguean de necesidad. Sonriendo. No entiende por qué, pero lo hace. Solo... una mueca de felicidad desconocida para él tira de la comisura de sus labios y le permite por un momento quedarse prendado de la visión más allá del vidrio del coche.

Le indica con un solo golpe al chofer que convoque la presencia de su hermano con suma urgencia. Sherlock no es consciente del rostro de fastidio de su hermano ni de cómo le hace tambalear los ánimos el romperle de esa forma la atmósfera de seguridad que tanto le gustaba crear alrededor de cada una de sus reuniones. Un Alfa dominante por naturaleza de los espacios que monopoliza.

-Dime querido hermano, ¿qué quieres? - se tomó todo su tiempo antes de acomodarse debidamente y realizar la pregunta.

- Es él, el número cuatro - el tono empleado era el de claramente una orden.

- Creo que es mejor que me dejes terminar el proceso de evaluación...

-Es el numero cuatro. - Cortó Sherlock sin más.

- ¿Quieres explicarme por qué lo has elegido? Por qué dudo que quieras hacerme un favor resumiendo lo que has deducido de cada uno de ellos hasta ahora.

Sherlock tuvo que soltar una risa al aire antes de responder.

- Preferiría descubrirle al mundo alguno de tus secretos de la niñez que ayudarte con algo.

- ¿Entonces?

-Quiero el número cuatro porque es mío. -Sherlock respondió tajante. Tuvo que tomar el celular y centrar su atención en algo que lo mantuviera aferrado a su asiento. 

-Disculpa, ¿Qué?

-Es mi omega, mi pareja designada... es mío. Quiero lo que es mío.

Mycroft solo pudo emitir un gemido bajo de sorpresa. 

-Sherlock, tú...

-Estoy intentando mantener a raya la urgencia por no cruzar la distancia y arrancarle la garganta al resto de los presentes por el mero hecho de respirar cerca de él. Te agradecería que dejaras de lado la condescendencia y lo pusieras a salvo de su Alpha por ahora, o sea de mí. - tecleaba con fuerza cosas sin sentido, sintiendo como su euforia aumentaba a cada segundo.

Prosiguió un período de silencio que se extendió por varios minutos en los cuales Mycroft observaba a Sherlock, ambos sin posibilidad de encontrar un solo gramo de mentira en las palabras del otro.

- ¿Debo interpretarlo como lo dices entonces?

-¿De qué otra manera sino? Acabo de dar con nada menos que mi pareja designada, Mycroft, eso es lo que acaba de ocurrir. 

Chapter 2: Capítulo 2

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Iba a ser complicado explicarle a Lestrade que se tomaria un tiempo lejos de los casos a partir de ese momento. Incluso lo seria para su propia familia entender que muy posiblemente tuvieran que prescindir de la presencia de Sherlock por al menos un mes, mes y medio luego de terminar la mision en Oriente. La misma que presumía llegaría a su fin en unas dos semanas, quizas menos si la prisa lo arrastraba a su omega y a él en su plan.

El destino poco importaba, aunque para Sherlock una cabaña en las afueras de Londres con alguna playa desértica sería lo más conveniente. Su próximo calor estaba prefijado para esas fechas, sin embargo no contaba con el descubrimiento reciente de que su omega designado no solo existia sino que estaba a una desicion de serle entregado en bandeja de plata bajo el perfil de guardaespaldas del propio detective consultor.

Mycroft no pudo negarse al pedido de su hermano de encargarse de despedir al resto de candidatos hace tan solo unas horas atrás; sino tambien que eligiera al número 4 y viaje junto a Mycroft, dejando a Sherlock en un auto diferente y solo para que pudiera tranquilizarse lo suficiente. La voz de su hermano menor retumba aún en la mente del mayor de los Holmes: " No lo admitiria si no fuera necesario, lo sabes. Compartir un espacio tan reducido como el asiento trasero de un auto es demasiado apresurado aún". Un simple asentimiento por parte de ambos sanjó allí mismo el intercambio.

Una vez los tres se hallaron en completa soledad, juntos en el despacho personal de Mycroft, Sherlock ubicado a un lado de su hermano mayor, se tomo un segundo para apreciar a su pareja como habia querido hacerlo desde que su aroma lo atravezó sin más. El uniforme militar le sentaba de maravilla, ajustado en los lugares correctos, un repentino calentamiento de mejillas que Sherlock no pudo ni quiso esconder. De una estatura mas baja que la suya apenas por unos centimetros, le resultaba perfecto el solo pensar en acomodarlo sobre su pecho y protegerlo de cualquier posible amenaza. De cabello rubio arena y betas grises en algunas areas, contrastaria con el suyo negro a la perfeccion, hasta podria apostar que su futura descendencia sería una combinacion casi adorable de ambos, al menos eso solía decir su madre del propio Sherlock de niño. Su inexperiencia en el terreno de los "bebés" podia contrastarla con la certeza de como junto a su omega,lograrían tener hasta dos grupos de gemelos.

"Definitivamente seran 4 para empezar" pensó Sherlock.

Su hermano mycroft estaba sentado detras de un añejo escritorio de caoba lustrada, con la mirada al frente sobre el soldado y futura familia; leyendo en su porte el intento inutil por controlar el desconcierto; asi como la fuerza y algo de determinacion en ese par de ojos azules.

John por su parte miraba a ambos Holmes con desconfianza pero tambien con la certeza de estar en presencia de hombres no solo respetables sino con una cuota alta de peligrosidad que nada tenia que ver con lo fisico. John destacaba en ese sentido, pero los hermanos Holmes podrian desarmar su vida tal como la conocia con una simple llamada desde un celular. Escoltado entre dos hombres, mas el mayor de los Holmes hacia la casa de este ultimo, no necesitó de otras pruebas para confirmar lo complejo y secreto de la misión. La propuesta de volver a la accion en un campo similar al suyo, sin la presión de la milicia y con la certeza de un cuantioso pago una vez terminado el trabajo; le bastó a John para despertar esa misma mañana, dejando por fin a un lado la idea del suicidio. El miedo tras ese pensamiento recurrente durante las ultimas semanas fue acallado por la vena del deber y la presencia de su hermana. No podia morir. En verdad no podia. Debia existir algo aún que valiera la pena .

John pasaba la mirada desde Mycroft Holmes, el mayor de los hermanos y el mas civilizado en terminos practicos, hasta su hermano y futuro protegido que no le quitaba la vista a John desde el instante en que cruzó por el umbral de la puerta. La imposibilidad natural de John de captar el olor de los alphas era un alivio, de ser capaz de sentirlo no podria permanecer cerca de ellos por mucho tiempo antes de darse media vuelta y alejarse. No odiaba a los alphas, era simplemente la alta cuota de sumision que suponia el tener que obedecer a sus ordenes no dichas en voz alta por el simple hecho de que su cuerpo se rindiera a su naturaleza.

Aún así, eso no le significaba un problema a la hora de mirar, y para ser honesto, Joh quería seguir haciendolo. Sherlock Holmes era una obra de arte hecha persona. Sensillamente hermoso... pero nada mas. No por el momento. Podria mirarlo por horas, eso era verdad, pero mas alla de esa primera impresion, John no lograba apreciar aún al resto de él.

Al notar que el silencio se extendia por la habitacion sin intencion de romperse en la inmediatez, John carraspeó audiblemente para sobreponerse a la tension, con la postura recta y la mirada vuelta nuevamente al frente.

-Bien, doctor... Watson. ¿Ha comprendido la delicadeza detras de su trabajo? - inquirió Mycroft en un tono sugerente.

-Por supuesto Sr. Holmes.

- Perfecto. La fama de mi hermano lo precede, pero era necesario llevar a cabo una presentacion formal entre ambos para que el trato se cierre bajo mi presencia. - determinó tajante, sin perder por ello la elegancia.
Tras esas palabras Mycroft se puso de pie y camino hasta el otro lado de la habitacion. Le dirigio una mirada a Sherlock para que se pusiera de pie también.

-Capitán del Quinto Regimiento de Fusileros de Northumberland y Médico del ejército, John Hamish Watson, le presento al único detective consultor del mundo y su problema a partir de ahora, mi hermano William Sherlock Holmes.

Tanto Sherlock como John se quedan parados frente a frente, sin atinar a hacer ningun tipo de movimiento. John traga saliva de golpe por el sutil impacto de ver aun mas de cerca al famoso detective. Ni siquiera fue necesario que una sola palabra escapara por entre ese par de labios de un tono rosa palido, y sin embargo, John desearia oirlo hablar para conocer su voz. El brillo se intensifica cada vez más en la tormenta de tonos grises azulados que ya se forma con fuerza en ese par de ojos inquisidores.

Sherlock retuerce sus manos a la altura de su espada en un intento por controlar la euforia. Necesita estar mas cerca, amainar el flujo de aire que entra a sus pulmones y esta cargado con el aroma de su doctor.

John

"Mi doctor, capitan, omega..." repite en su mente. La sonrisa burlona escapa de sus labios sin poder contenerla. La perfeccion hecha a su medida. Solo suya.

En todo ese tiempo Mycroft de pie aun junto a Sherlock, tuvo que dar un paso adelante y carraspear para poder obtener nuevamente la atencion de la pareja.

-Si, por supuesto... señor Holmes.- dijo John apresuradamente. Parecia regresar al plano de realidad mientras extendia la mano hacia Sherlock en un intento por acabar con toda esa reunion tan protocolar y absurda.

- Solo sherlock, para tí- aclaró éste con voz profunda- hola John.

Chapter 3: Capítulo 3

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¿Qué tan bien puede camuflarse la esencia mortifera de alguien?

Sherlock le daba vueltas a esa misma pregunta sin atreverse a dar con una respuesta. En realidad habia dado con 23 posibles antes de completar los dos minutos y medio de observacion, pero repasandolas varias veces optó por elegir la primera de ellas, la que resultaba ser evidente para cualquiera que posara la vista en su actual objeto de estudio. John Hamish Watson era un arma letal en si mismo, rodeado de un aura pura y angelical. Inocente. Del tipo de inocencia que solo un sobreviviente de entornos hostiles suele emanar.

Su omega era un soldado con heridas ajenas y propias, y por supuesto, un defensor implacable de ambas partes. La evidencia fue el haberse permitido dormir durante el vuelo de aproximadamente siete horas frente a su "protegido" ( lo cerca que estaba esa palabra de confundirse con " prometido" lo hace sonreir internamente a Sherlock), sin dejar por ello de cubrir con sus manos los puntos mas importantes de debilidad y adoptando una postura recta, incomoda, en caso de que alguien osara atravesar su espacio personal mientras se mostraba vulnerable.

Sherlock llevaba más de dos de esas casi siete horas capturando cada detalle, deleitandose con el aroma que fluye apacible hasta llegar a alcanzarlo, ya tan dentro de su propio sistema sanguineo que Sherlock podria confundirlo con el suyo. John olia a miel combinada con ese shock inicial que sobreviene al beber un whisky seco para terminar con un picor en la garganta, que se vuelve suave cuando la miel funciona como un balsamo. Y de alli, vuelta a empezar. Sherlock podia permitirse relajarse lo suficiente con solo verlo. Tan parecido a una dosis muy infima pero constante de morfina.

Aún quedaban horas de vuelo por delante, la misión comenzaria ni bien arribaran a la ubicación por el momento secreta que Mycroft dispuso. Solamente John la conocía, fue la desición de su hermano mayor que su guardaespaldas fuese utilizado con ese fin y no que Sherlock le jugara alguno de sus trucos mentales para terminar por despistarlo y alejarlo mientras él tomaba el control de la misión y la llevaba a cabo a su antojo.

John debia ser útil, y vaya que lo era.

Los dedos de sherlock hormigueaban debajo de su piel, algo así como el comienzo controlado de un ataque de pánico. Era una especie de euforia proximante a desarrollarse pero que no terminaba por ocurrir. Sumado al hecho de que era la primera vez que Sherlock estaria en medio de la nada sin otra compañia que su omega destinado. Él seria la mente, pero esperaba por mucho que John le pusiera el "cuerpo a la situacion", se entregara por completo y pudiera darle a su futuro Alpha las respuestas a las preguntas que llevaban más de 20 años formulandose: ¿por que nadie lo habia elegido antes? ¿Que se siente el contacto de la piel contra otra completamente desconocida? ¿ Qué veía alguien con auténtico interés cuando lo miraba?.

Sherlock se habia desplazado casi sin darse cuenta hacia su palacio mental. Absorvía la imagen placida de John sentado enfrente, con la cabeza apenas ladeada hacia su izquierda, dejando al descubierto su cuello bronceado y sin marcas. Fue catalogando cada sensacion, respiro, movimiento del pecho de su omega en una sección especifica de su palacio, la primera que pudiera ubicar con facilidad ni bien entrara en el. Las imagenes alimentaban con migajas la necesidad subyacente de Sherlock, permitiendole a John jugar sin darse cuenta de alguna forma con él.

Y Sherlock amaba los juegos.

Detuvo apenas el ritmo de categorización que ya llevaba para alzar solo un dedo en dirección al pasillo del avión y detener abruptamente la marcha de la azafata que se acercaba.

-No te atrevas, yo lo haré. -lanzó la advertencia sin molestarse en alzar la voz o abrir los ojos. 

- Pero señor...

- Vete. - mantuvo el mismo tono pero le agregó algo de dureza hacia el final.

La azafata dio media vuelta y Sherlock finalmente abrió los ojos, regresando al plano real, dimensionando todo su entorno.

El jet privado de su hermano nunca logró sorprenderlo, aunque sabia que Mycroft esperaba secretamente lograrlo algun día. Era una especie de joya secundaria de la corona britanica, un obsequio tras el cierre de un trato importante. En resumidas cuentas: un juguete caro para presumir.

Sherlock se puso de pie con toda la elegancia propia en su porte, acomodo las lineas casi invisibles en su traje negro carbon y acorto la distancia hasta que solo un pie lo separaba de terminar sentado a horcajas de su omega. La vista desde allí era exquisita.

Nada me gustaria mas John, pero creo que te asustaria y no queremos eso.

Sherlock puso ambas manos sobre su espalda igual que habia hecho cuando su hermano mayor los obligo a enfrentarse durante esa presentacióm formal entre ambos. El primer vistazo en detalle a ese par de ojos azules. A esa mirada, dedujo Sherlock, de asombro por estar en presencia del mitico detective, un poco embelezada por su belleza en sí, y un tic cercano al ojo en señal de desilusión. John esperaba algo más impactante que solo la belleza de Sherlock. Él queria conocerlo, saber mas.

En ese caso, estaban en igualdad de condiciones... en realidad sherlock le llevaba algunos detalles mas de ventaja pero para él no contaba si no era algo que su omega quisiera compartir. Queria oirlo hablar, enojarse, llorar, gritar, suplicar. Si con solo abandonarse a una actividad tan mundana como dormir el capitan John Watson le regalaba a Sherlock el cuadro de inocencia mas perfecto;no podia esperar para ver ese millar de emociones emanando cual volcan de alli adentro.

Una poco de ayuda no le vendria mal

Sherlock fue inclinandose poco a poco hacia adelante, degustando a la par esa textura de la miel con la rasposidad inmediata del whisky. Sus labios inquietos por tener algo que decir, querer presionar contra esa piel a apenas centimetros de distancia. Se detuvo cuando llego a su objetivo.

- John...- susurró en voz baja. Su lengua deslizando lentamente la ultima letra por su paladar- John...-cambiaba el tono en cada repetición. Un poco mas bajo, mas grueso, hasta como una especie de orden- John, despierta.

Por suerte para Sherlock contaba con reflejos suficientes como para apartar a tiempo su rostro antes de que su omega se despertara sobresaltado, buscando el origen de esa voz.

Sus miradas se cruzaron a un respiro de distancia. La confusión en el rostro de John era todo un poema. Estaba regresando del mundo de los sueños, tratando de ubicarse y hasta determinando que tanto de sueño era real como para tener al único detective consultor del mundo al alcance de un dedo de distancia.

John aspiro aire de golpe y trago saliva con la misma rapidez. Ahora no solo estaba viendo el principio de la tormenta en esos ojos grises y brillantes, sino que estos parecian gritarle cosas que John no comprendia. Su entrenamiento le exigia mantener la mirada todo el tiempo en su superior, pero John estaba aun confuso por el sueño y el calor de la cercania de Sher... el señor Holmes.
Se hizo finalmente hacia atras y se aclaro la garganta antes de hablar.

-Señor yo... me disculpo por haberme quedado dormido. No volverá a suceder.

Sherlock por su parte tambien llevaba años entrenando las expresiones de su rostro para que mostraran lo que él elija a voluntad, excepto quizas el aburrimiento. Eso no podia fingirlo de ninguna manera. Pero si puede ahora enmascarar el placer que le produce que su pequeño Capitán lo trate con tanto formalismo como lo hace.

- Sé que no volverás a hacerlo John, tranquilo. Pero debo tenerte despierto para que podamos discutir algunas cuestiones de la mision. - dicho eso, Sherlock se alejó hasta retomar su ubicacion anterior, cruzandose de piernas y apoyando ambos dedos indices por debajo de su barbilla.

- Muy bien, ¿ Qué desea revisar exactamente Sr. Holmes?- preguntó John mientras se enderezaba en su propio asiento, adoptando una postura relajada pero no por ello menos alerta.

Desear... desear... hay muchas cosas mi John.

- Pues... tú eres el estratega en terminos de campo.

John aguardo a que Sherlock agregara algo mas, pero como no dijo nada y solo se limitaba a seguir viendolo, John retomó el ritmo de la conversación.

- No se nada diferente a lo que usted sabe Sr. Holmes. Su hermano solo me brindo la ubicación al momento de aterrizar para que pudiera orientarme desde alli, el resto será algo que deberemos ir desentrañando una vez inmersos en el conflicto.

-Llevamos menos de 24 horas en presencia del otro y ¿Me pides que confie ciegamente en ti John?- inquirio Sherlock ladeando la cabeza apenas un poco para darle mas enfasis a sus palabras.

John se arrellanó algo incomodo sobre su asiento ante la pregunta. La verdad era que no habia comenzado muy bien todo aquello. Su preferencia por sobre las del resto de candidatos al momento de elegirlo fue igual de desconcertante que el haber terminado aceptando alejarse de su familia, renunciar a la alta posibilidad de un trabajo decente como médico y hasta cruzar la mitad del mundo para proteger a un Alpha que destilaba poder por donde lo mirase. Las dudas eran palpables en el aire, pero tambien la oportunidad de abandonar su tendencia a revolcarse en su miseria y recobrar algo del sentido que supo tener durante la mayor parte de su vida. Queria esto. E iba a tenerlo.

- Le pido Sr. Holmes que confie en mis multiples habilidades y en el hecho de que puedo asegurarle, soy un hombre de honor- jamas le apartó la mirada mientras hablaba- puede confiar plenamenge en mi señor, por favor.

La sonrisa de suficiencia que se extendio cada vez mas por los labios de Sherlock le dio una respuesta a ambos. John respiro internamente algo mas relajado. Sherlock por su parte repetia en su mente una y otra vez las dos ultimas palabras.

Por favor...
Sr. Holmes... por favor
Sherlock... por favor

Alpha... por favor. 

Chapter 4: Capítulo 4

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¿Existen estados del ser que puedan sobrepasar al de la muerte y aún así sentirse como continuar respirando?

 

Para ser un médico con años de carrera en el campo de lo militar, John había estado cerca de la muerte en el sentido literal y figurado de la palabra. Su reciente escuadrón fue condecorado como uno de los mejores, aun si eso supusiera recibir varias balas en su lugar y alguna que otra cicatriz desagradable para el público en general. Público que se resumía en su médico de cabecera durante esos eternos tres meses en el hospital de campaña en Afganistán. La mejor misión de su vida y la arruinó por completo. Gritos desesperados, heridas atravesables con la mirada y otras invisibles más dolorosas aún. El pequeño desfile en su honor a su regreso fue una decepción para sí mismo. Quería que su ayuda llegara más allá de poder comprimirse en una mísera placa y una medalla guardada en lo profundo de un cajón. Amaba su trabajo, su ser ansiaba la adrenalina del combate cuerpo a cuerpo, mente a mente; Era completamente John Watson cuando estaba en la arena de combate, pero por fuera de eso, era solo… un médico.

 

El arribo desde el avión fue rápido y silencioso, el detective se mantenía con sus ojos puestos en él y su mente, creía John, en todo el entorno: remolinos de arena, dunas como único paisaje y un pueblo perdido en el medio de la nada. . Estaban completamente solos a merced del otro. 

 

Una vez atravesada la puerta de entrada a una de las casas, todo el semblante de John se relajó. Conocía estos ambientes, le gustaban. Sencillo, sucio, cálido en sus colores a causa del sol entrando a raudales desde cualquier esquina y, por supuesto, nada diferenciable al resto. Si pudiera mantener el tiempo suficiente allí, John crearía un perímetro bastante seguro para ambos. Las casas de una sola planta se distinguían por la posición de sus ventanas: algunas al frente, otras detrás, y una sola casa que parecía funcionar como un depósito. Debería ir a inspeccionarlas más tarde para determinar la distancia entre ellas y que tan rápido podrían moverse de necesitarlo en medio de la noche o en cualquier momento del día.

 

Sherlock permanecía de pie detrás de John, observando alternativamente al entorno ya su omega. sus hombros caídos ahora le indicaron una familiaridad con este tipo de lugares, interesante . Era obvia la predisposición de John por el riesgo mismo, pero para Sherlock era interesante como podría ser quien le dé a su pareja la adrenalina que necesitara. en todos los sentidos de la palabra. 

El calor le estaba jugando una mala pasada, combinado con el aroma intoxicante de John tan cerca. 

 

— Deberíamos…— las palabras se le quedaron atragantadas cuando notó al detective ubicado tan cerca de él. John se apartó enseñada, restándole importancia rápidamente. Entendía que cuando se ponía a analizar se olvidaba por completo del entorno, y por supuesto, de quienes formaban parte del mismo.

 

Sherlock le sonó antes de pasar junto a él para dirigirse hacia la pequeña habitación del fondo. Dos habitaciones por casa, ocho casas en total: tiempos calculados, secciones más vulnerables detalladas y riesgos posibles detectados.

 

—John, ¿Qué es lo que crees que va a suceder?— le preguntó Sherlock sin dejar de mirar hacia el interior de la habitación. Una sola cama.

 

Ni siquiera cuando intentas ser gracioso resulta querido hermano.

 

—Un posible ataque sorpresa en altas horas de la noche tal vez, aunque es poco probable. no saben que estamos aquí, corremos con esa ventaja.— John se restregó el sudor de la frente y se sentó con la espalda contra la pared en busca de un alivio, pero el calor se filtraba por todas las superficies en aquel lugar —Usted ¿Qué cree el señor Holmes?

 

—Aunque no me gusta repetirme, lo haré por ti. Mi nombre es Sherlock —respondió, antes de imitar a John y sentarse del otro lado de la habitación. Desabrochó el primer botón de su saco y soltó un pequeño suspiro antes de continuar—creo que la ventaja del tiempo es algo a tener en cuenta, pero no podemos quedarnos aquí más de dos días. deduzco que este pueblo está lejos de cualquier centro de civilización importante dejándonos tanto en ventaja como lo contrario. 

 

_¿A qué se refiere?

 

—Mi querido hermano se está jugando su puesto en el gobierno británico al concederme a mí esta misión. Si alguien no nos mata en menos de dos días, el clima, la deshidratación, el hambre o hasta el hastío, lo harán primero. — Sherlock media las respuestas en el rostro de John y tuvo que contenerse de atravesar la distancia y simplemente… se removió el cabello en un intento por tranquilizarse. los espacios cerrados iban a ser su perdición si continuaba por esa línea de pensamiento.

 

John por su parte corría con la ventaja de no distraerse con el olor del Alpha enfrente suyo, no al menos como para dejar de lado la misión y querer quedarse viendo por horas. Detestaba la facilidad con la que esos ojos lo llamaban cual faro en medio de la tormenta y todo su cuerpo parecía reaccionar. 

 

Por el amor de dios Watson eres un soldado, ahora su guardaespaldas, no una conquista de una noche; aunque estemos atrapados en el medio de la puta nada. 

 

— ¿Maldices también, John? eso no lo esperaba, no tan pronto al menos. —preguntó Sherlock con una mueca de sorpresa muy mal disimulada.

 

-What..?

 

—Eres como un libro abierto, puedo leerte sin siquiera intentarlo. Es divertido, pero no creo que quieras que siga por ese camino, ¿verdad John?

 

El siguiente silencio le desconcertó mucho más a Sherlock que al propio John. Este último comenzaba a comprender la parte del “Hastío” a la que hizo alusión el detective hacía un momento. El semblante casi relajado de recién fue abandonado de repente para adoptar su voz y hasta una postura de mayor impotencia frente al detective que continuaba mirándolo fijamente.

 

—Disculpe al señor Holmes pero prefiero que su habilidad de deducción la utilice en la misión, y no la malgaste en mí. Y también preferiría que se refiriera a mi persona como Watson, si es posible. — se aclaró la garganta rápidamente antes de continuar— ahora bien, debe decirme de qué va todo esto para poder comenzar a trazar un plan. ¿Qué es lo que estamos haciendo en un desierto en medio de la nada, Sr. Holmes?

 

El cambio en la actitud de su omega le dio escalofríos a Sherlock, pero no por las razones objetivas. Le restó importancia a lo que alguien más -alguien como Mycroft- podría considerar una falta de respeto y en su lugar lanzó una risa al aire, imposible de contener.

 

John fue frunciendo el ceño hasta sentir como le dolía el entrecejo. 

 

>> ¿Le parece que nuestras vidas son un juego señor Holmes? por que para mi no lo es<< preguntó John en un tono de voz más pausado pero no por ello menos profundo.

 

Sherlock respiró largamente antes de cuadrar los hombros e inclinarse hacia adelante para responder.

 

—Nada que te involucre a ti John sería un juego para mi.— dijo con toda la certeza implícita detrás de esas palabras. 

 

—¿De quién está hablando?- John continuaba con la misma expresión de suma confusión en su rostro. 

 

¿De que me estoy perdiendo exactamente aquí?

 

—Si tu mueres yo muerto, ¿no es así? eres mi guardaespaldas. — aclaró Sherlock al instante mismo en que John se hacía esa pregunta en su cabeza. 

 

—Por supuesto…— su actitud segura se trastoca un poco, antes de tener que desviar la mirada de la intensa tormenta de enfrente. Le provoca picazón en partes de su cuerpo que lo distraen. 

 

Sherlock continuó observandoló hasta que decidió que era momento de comenzar.

 

—Pues listo, está hecho. — de un solo movimiento, Sherlock se puso de pie y comenzó a caminar hacia la entrada de la habitación para regresar sobre sus pasos y así continuamente —debemos desarmar una célula del profesor Moriarty ubicada en algún lugar de este desierto. Lo más probable es que este hacia el noreste de nuestra ubicación actual, el cambio en el viraje del avión antes de descender fue de bastante ayuda. La comunicación con mi hermano queda descartada por al menos las primeras 24 horas y contando. 

 

—Podemos utilizar las horas nocturnas para avanzar hacia la zona que indica, solo que de equivocarse, perderíamos horas valiosas y la ventaja de pasar inadvertidos— John también se puso de pie para adoptar una postura relajada de brazos cruzados y piernas separadas. 

 

Vió al detective detener su marcha abruptamente para mirarlo.

 

—¿Dudas de mis habilidades John?— preguntó Sherlock con un alzamiento simple de sus cejas.

 

—Soy Watson para usted, y llevamos menos de 24 horas de conocernos Sr. Holmes, creo que desconfiar del otro es lo más lógico en estos casos.

 

Fue el turno de John de levantar sus cejas en respuesta. Toda esta conversación le pareció absurda en más de un sentido. El único detective consultor del mundo perdió el tiempo con juego de palabras y preguntas que no llegaban a ningun lugar en vez de comenzar por brindarle lo necesario a él como para accionar finalmente.

 

Sherlock tuvo que desviar la mirada de su omega para poder sonreír a gusto. La euforia que sentía recorrerle las venas por dentro y fuera solo incrementaba con cada interacción. 

 

¿Qué se necesita para que no quiera probarte a cada segundo John?

 

>> Faltan cinco horas y diecisiete minutos hasta que la noche sea lo suficientemente oscura como para poder abandonar esta casa y emprender la marcha. ¿Sabe manipular correctamente un arma Sr. Holmes?, no será necesario conmigo aquí, pero debo saberlo<< 

 

John había dado por terminada esa extraña forma de comunicación que parecía característica del Detective, no iba a perder el tiempo con algo así. Podría ser su superior por contrato, pero a millas de distancia de su bonito Londres, Sherlock Holmes estaba a su completa merced para manejarlo como quisiera. Ese pensamiento le dió algo más de coraje para tranquilizarse antes de pensar en el siguiente paso a seguir.

 

Las evasivas lo mantienen alerta pero le disgustan en igual medida. Su pareja le daría deliciosas peleas en un futuro, pensaba Sherlock mientras observaba cómo John se alejaba de él hacia cualquier lugar menos poblado por el detective. 

 

— Puedo cuidarlo si es lo que pregunta Sr. Watson, soy un Alpha de raza pura. — aseguró Sherlock con total naturalidad.

 

John dejó de caminar de repente. Las palabras del detective le provocaron que cada terminación nerviosa en su cuerpo se crispará. 

 

—Podría decir lo mismo en mi caso— respondió conteniendo la respiración.

 

—No eres un alfa, John— Sherlock dijo eso remarcando la obviedad de la situación.

 

En menos de un segundo, John se había parado a escasos centímetros de Sherlock. Alzaba la mirada hasta toparse con esos ojos que ahora parecían más oscuros que en todo el tiempo que llevaban de conocerse.

 

— Soy capaz de cuidar de ambos sin necesidad de presumir de ello ¿No es por lo que atravesé medio mundo para llegar hasta aquí, Sherlock?.

 

La eterna y repetitiva colisión de los planetas a millones de kilómetros de distancia de ellos, no suponía un problema tal como el que Sherlock estaba sintiendo en sí mismo en ese instante.

 

Mi nombre… en sus labios… en su voz…

 

¿Cómo era posible que hubiera logrado sobrevivir tantos años sin un mísero atisbo de esto... para caer en la cuenta de que su omega detestaba fuertemente a los alphas?... ¿y a su olor?

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—Encargate de Lestrade.

 

Esa fue la única petición que le dio su hermano menor antes de partir al medio del desierto junto con su omega designado.

Las palabras resonaban con fuerza dentro de la mente de Mycroft, lo perforaban de lado a lado. Quiso reír una vez perdió de vista la silueta de Sherlock tras su despedida. Esas mismas tres palabras lo acompañaron durante los próximos días entre reuniones con cancilleres y altos mandos de países vecinos. Lo acompañaron minutos antes de dejarse vencer por el sueño acumulado tras horas de viaje de un continente al otro. Hacía demasiado tiempo que nada parecido atormentaba al hombre de hielo, pero si había algo que debía admitirse a sí mismo era que desde hacía casi 25 años, Mycroft  sentía la urgencia en carne viva de "ocuparse" del detective inspector Lestrade.

 

Su respiración era acompasada en comparación con el tamborileo de sus dedos sobre la madera lustrada de su escritorio. Anthea había organizado una reunión después de dos semanas. Las llamadas de urgencia en busca de Sherlock fueron ignoradas al punto de tener que echar a la fuerza al inspector de las mismísimas puertas del club diógenes cuando, enfurecido, exigió ver al hermano mayor y gobierno britanico, el señor Mycroft Holmes.

Dos semanas y los minutos a su favor pasaban mientras el hombre de hielo permanecía a la espera. Lestrade estaba llegando tarde a la reunión. Otro motivo de risa para Mycroft; o lo hubiera sido si no estuviera intentando ignorar el ritmo desbocado de su propio corazón.

 

—¿Qué piensas?— el tintineo de los diminutos hielos lo distrajeron por unos instantes. Acercó el vaso hacia su nariz, más como una acción mecánica por deleitarse con el aroma propio del whiski, que algo relacionado a los nervios.

—¿Sobre qué?— Sherlock evaluaba las acciones de su hermano mayor.

—De tu omega, ¿Es lo que esperabas?

—Nunca esperé a nadie, y lo sabes. — respondió Sherlock sin titubear.

—¿Pero?— Mycroft se dio media vuelta para poder enfrentarse a las siguientes palabras.

—Es perfecto— el brillo en ese par de ojos gris tormenta, pareció refulgir.

—mmm…- soltó Mycroft, bebiendo un trago largo de su bebida.

—¿Qué quieres saber? Dilo.

—¿Qué se siente?— apenas las palabras abandonaron su boca, Mycroft se arrepintió.

Sherlock le dedicó una sola mirada de soslayo antes de responder.

—No puedes dejar de necesitarlo, en todos los sentidos.

 

Esa última conversación con su hermano menor develó más acerca de los sentimientos de Sherlock de lo que Mycroft creía conocer antes de ese día. Su hermano no solo quedó aprisionado por John Watson sino que además pudo hallar el complemento de su existencia en un soldado maltrecho que no parecía demasiado contento con el propio alpha. Y aún así, ambos se habían embarcado en una misión de vida o muerte, juntos. Que Mycroft contara con la información de primera mano acerca de que se siente descubrir a tu pareja designada, no cambiaba nada.

Porque el propio hombre de hielo había dado con esa información hacía mucho tiempo. Y sin embargo, no ha servido. Llego tarde, o demasiado temprano. Siempre se hizo esa pregunta, se cuestionó un millón y una de veces. ¿Cuál era el lugar que ocupaba en la línea de tiempo de su omega designado?

Cuando lo conoció diría que fue demasiado temprano para que ninguno de los dos pudiera reaccionar de la mejor manera. 25 años después, Mycroft cree haber llegado demasiado tarde. No, lo sabe. La alianza plateada en el dedo anular del inspector detective Gregory Lestrade es la confirmación, es la mismísima espada de Damocles oscilante sobre su propio corazón. Como aquel omega de cabello plateado, sonrisa deslumbrante y la mirada más enérgica que conocía; era y no era suyo a la misma vez.

No obstante, se había proclamado a sí mismo, desde el primer instante,  como amo y señor del aroma particular del inspector. Ese olor le hacía cosas a Mycroft. Subsistía a base de su recuerdo. Jamás quiso entrometerse una vez supo de la relación entre su omega y su hermano menor. Aun así, eso no impidió que rondara algunas veces por las escenas del crimen buscando desesperado un rastro de ese aroma en el aire. Combinado con muchos otros, se volvió experto en detectarlo. Su omega olía a tierra mojada por la lluvia y algo de tabaco puro. Era la frescura en su sonrisa y la decadencia en su mirada. La urgencia por querer atravesar las distancias y el desfallecimiento por sucumbir  a toda su persona.

25 años de pertenecer a alguien que no era suyo. En cuerpo y alma. Ni siquiera el menor de los Holmes sabía acerca del tormento del hombre de hielo. Hielo que perdía su capacidad de detener las palpitaciones de su corazón cada vez que vislumbraba una simple sonrisa de ese hombre. Su detective.

Su propio comportamiento avergonzaba a  Mycroft de maneras que no podía concebir, pero tampoco evitar. ¿Cómo podría? Estaba a  merced del destino, por mucho que odiara admitirlo. Jamas haria nada en contra de la voluntad de su pareja designada. Y la voluntad de Gregory Lestrade había sido, desde los últimos 10 años, permanecer casado con una mujer beta que no solo lo humilla sino que engaña con cualquier hombre que se atraviesa en su camino.

Lestrade, fiel a cualquier juramento hecho bajo su nombre, ya fuera el policial por su trabajo o el de matrimonio, permanecía firme junto a su esposa. Y Mycroft debía resignarse a ese hecho. Simple.

 

Volvió a observar el pequeño reloj de bolsillo. La hora seguía avanzando. En menos de cuatro horas llegaría el primer informe sobre el estado de la misión de Sherlock y su omega. Le había prometido a su hermano que no podría mantener contacto con ellos por las próximas 24 horas;pero a último momento decidió cambiar el rumbo de las cosas. Ahora existía una persona mas de vital importancia a la cual cuidar. John Watson era la otra mitad de Sherlock, por ende, todo lo implicado con su mera existencia caía bajo la responsabilidad de Mycroft.

 

El sonido de pasos acercándose lo paralizó por un instante en el lugar. La máscara del hombre de hielo jamás desaparecía de su rostro, pero esta vez la sintió deslizarse un poco de su lugar. Se permitió permanecer de espaldas a la puerta aún cuando esta se abrió con fuerza y una voz más que conocida vociferó hacia él.

 

—¿Dónde diablos está Sherlock?

 

El hombro derecho de Mycroft pareció moverse por inercia, y esa zona en particular, ardió bajo su ropa.

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Tamborileaba los dedos sobre el escritorio siguiendo algún tipo de melodía particular. Las teclas blancas y negras del piano de su casa se materializaban bajo sus dedos y le permitían por, al menos unos segundos, liberarlo de la prisión a la que estaba sometido por voluntad propia. El inspector Gregory Lestrade hablaba por teléfono con algún colega a escasos metros de distancia, mientras Mycroft permanecía con la mirada perdida, su propio cuerpo perdido en la batalla contra el aroma de su omega. Cada pocos segundos ladeaba la cabeza, queriendo profundizar en ese lugar desconocido, lo hacía lentamente, era tortuoso si arremetía contra ese aroma y se embebía de él.

El inspector, totalmente ajeno a los problemas que estaba teniendo Mycroft, desandaba de arriba hacia abajo los mismos cinco pasos en dirección hacia la salida de la oficina, y vuelta a ingresar. Se llevaba las manos al pelo, pasando los dedos por entre las hebras. Se contenía de elevar el tono de voz, para fracasar al segundo siguiente.

 

¿Qué te frustra, querido mío?

 

Gregory le lanzaba pequeñas miradas al mayor de los Holmes, pero se abstenía de prestarle demasiada atención; estaba abrumado por las circunstancias en las que se encontraba pero, en el fondo, Gregory no podía creer que había no solo dado con el misterioso "gran hermano" como solía llamarlo Sherlock, sino que le concedió todo el resto de la tarde para que hablaran de los casos que Sherlock dejó a medias. Intentó enmascarar su nerviosismo con envalentonamiento;pero nada parecía perturbar el semblante del señor Holmes. Le lanzó apenas una mirada cuando ingresó al grito de ( ¿dónde diablos está Sherlock? ) antes de que el otro se sentara detrás de su escritorio y le señalara que tomara asiento.

Gregory parpadeó algo confundido al principio, pero aceptó a regañadientes. Ya bastante tenía con la distracción que le suponía el hombre vestido como iba. Por favor, era la personificación del caballero perfecto, un alpha dotado con todo lo que podría desear más allá de sí mismo. Un aura de autoridad envolvente y una mirada penetrante capaz de poner de rodillas al propio papa.

 

Y solo por eso, me volvería un catolico consumado si pudiera.

 

Greg respira nuevamente antes de cortar la llamada y volver a ocupar su lugar en el sofá individual. Le echó una rápida mirada al alpha antes de hablar.

—El caso se complicó— dice sin vacilar. Quería estirar la mano y tomar la taza de té que la secretaria del señor Holmes le había traído; tan solo para poder distraerse con algo y no volver la atención al hombre de los trajes imposibles.

—Ya veo— la firmeza de su voz autoritaria, aun sin pretenderlo, le provocaba escalofríos a greg—¿como puedo serle de ayuda, inspector?

 

Dejándome de torturar con tu mera presencia, Mycroft maldito Holmes.

 

—No podría abusar de su tiempo, se por Sherlock que no es mucho, quizás me está dando demasiado del mismo ahora. ¿O me equivoco?

—No, no se equivoca— Mycroft le dedica una pequeña sonrisa de lado— pero quiero ayudar, se lo debo por lo que ha hecho por mi hermano.

—Yo no…— Greg no había podido mantener la mirada en la taza de té desde que Mycroft comenzó a hablar. No obstante, se vió interrumpido por este a mitad de su discurso.

—Haré lo que usted quiera, inspector.

 

Greg traga saliva de golpe y se pone de pie rápidamente. La cercanía a ese Alpha en particular le provocaba cosas debajo de la piel que no le gustaban, o lo hacían en demasía. Sus nervios de acero se tensaban dentro suyo, tirando en sentidos opuestos. En una especie de fricción asfixiante.

 

Mycroft ve a Gregory alejarse y solo puede dedicarle una sonrisa secreta.

 

Haría lo que quisieras, mi omega, tan solo tendrías que pedirlo.

 

Greg toma algunas respiraciones antes de poder decir cualquier cosa. Llevaba 10 años de conocer a los Holmes, quizás 10 años desde que comenzó una relación profesional con Sherlock y menos de cinco encuentros en esos 10 años con el mayor de los hermanos. Tener a disposición la ayuda del propio gobierno britanico no solo le brindaría una solución increíblemente rápida a su caso sino que contaría con el respaldo si algo de todo ello salía mal. Y por si fuera poco, sabía por el propio Sherlock que su hermano mayor podía resolver cualquier problema desde donde estuviera, sin necesidad de presentarse en la escena del crimen. Nadie sabria de su asociación, no haría falta. El único problema era el calor corporal que sentía Greg de solo tener a Mycroft cerca. De solo pensar en llamarlo por su nombre en voz alta...

 

—Ya que las probabilidades de un regreso repentino de Sherlock a Londres son escasas, le voy a pedir, señor Holmes, que me ayude en el caso que estoy llevando adelante.

—Está bien —Mycroft no le retira la mirada en ningún momento.

Greg decide por su propio bien, inclinarse por notar que el sonido de esos dedos largos y finos sobre la superficie de madera; se había detenido.

—¿Que va a pedir a cambio?—pregunta Greg, elevando el mentón sin darse cuenta.

Mycroft se queda en silencio por un instante. Alza una ceja, mientras un brillo fugaz entrecruza su mirada.

—El favor corre en ambos sentidos, inspector. Usted desea mi ayuda como reemplazo de Sherlock y yo gano algunos puntos extras con mis superiores— responde Mycroft, con calma.

Es el turno de Greg de fruncir el ceño.

—¿Puntos extras? Usted es el mismísimo gobierno britanico ¿o no?

Mycroft cierra la mano que mantenía sobre el regazo en un puño. La expresión de desconcierto de Gregory era casi adorable.

—No debería creer en todo lo que diga mi hermano, es... de exagerar las cosas.

 

Greg sonríe abiertamente antes esas palabras, y Mycroft se humedece los labios sin darse cuenta. La caricia fantasmal de pequeñas gotas de lluvia logra llegar hasta su boca. Lo saborea sin poder contener el gesto.

Mismo que no pasó desapercibido para Greg, quien a su vez, se muerde la lengua para no soltar un pequeño gemido. La tensión en el aire comenzaba a espesarse hacia los bordes

—Aceptaré su ayuda señor Holmes, pero con una condición — comenzó a decir Greg.

—Usted fue quien solicitó esto, inspector.

—Y usted aceptó ayudar, ¿verdad?

—En efecto— le responde Mycroft, con una sonrisa prendada de la comisura de los labios.

—Me enviará la resolución del caso a mi oficina mañana por la mañana.

 

Una especie de sudor frío le recorre el cuerpo a Mycroft y por poco no lanza un gruñido hacia su omega. Las órdenes, sin importar de parte de quien provinieran, eran su mundo, su propia biología; pero eso no fue lo que hizo que la sangre de Mycroft rugiera en sus venas. Gregory no quería pasar tiempo a solas a su lado. Todo en su comportamiento delataba un nerviosismo exacerbado. Gregory era transparente en sus acciones al igual que en sus emociones, esos ojos marrones adictivos jamás le había mentido a Mycroft. Su parte racional ni siquiera cuestionaba esto, el inspector que estaba de pie delante de él aguardando por una respuesta era un hombre dedicado a su profesión y más allá de las diferencias existentes entre el detective y Sherlock; este último tampoco solía mentir en lo que respecta a su hermano mayor. Greg podía querer ocultarlo cuanto quisiera, pero ambos sabían que el nombre Mycroft Holmes despertaba no sólo curiosidad sino cautela.  El problema era que la propia parte Alpha de Mycroft lo ignoraba por completo, obligandolo a querer poner en su lugar a su omega designado, no solo mostrándole sino que dejándole muy en claro a quién pertenecía y repitiendo las veces que fueran necesarias, que no había nada contra qué luchar cuando se trataba de su más grande anhelo.

 

Me pondría de rodillas cada vez, si tan solo fueras capaz de comprender quién eres para mi, Gregory.

 

—Muy bien, mi asistente se pondrá en contacto con usted, inspector— Mycroft se acomoda el traje impoluto de tres piezas mientras se pone de pie y comienza a rodear su escritorio; cuando Greg le hace una seña con la mano para detenerlo.

—No es necesario que me acompañe hasta la salida, señor Holmes. Fue un... un verdadero placer volver a verlo. Hasta pronto.

 

Antes de que Mycroft pudiera responder, Greg salia por la puerta, cerrándola con un suave clic.

Mycroft se quedó observando la pequeña taza de té que le había ofrecido al inspector. De porcelana de la mejor calidad, no había sido tocada por nadie más que su asistente durante ese día.

 

Gregory

¿Cómo puedo hacer que... que me veas?

Chapter 7

Summary:

Johnlock

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Por supuesto que todo iba a torcerse al final. Una mala deducción podía ocurrirle a cualquier otro ser que no fuera el propio sherlock holmes, y ni siquiera era por orgullo que podía reconocer la verdad tras esa afirmación; sino más bien se debía al simple hecho de tener que soportar con cada gramo de entereza su necesidad apremiante por destruirlo todo. Frente a Sherlock, una verdadera visión como lo era John Hamish Watson, su omega designado; en pleno combate contra la supuesta "guardia" de James Moriarty.

 

La entrada subterránea fue más fácil de deducir que de hallar. Sherlock dejó que John hiciera una primera inspección rápida para no desanimarlo en cuestiones de entrenamiento militar, su omega era un hombre de principios marcados y le gustaba liderar.  Entre el calor del desierto, el agotamiento por falta de líquidos y el hambre por aunque fuese rozar algo más que el aire de su omega; Sherlock tardó algo más de un par de minutos en reaccionar una vez John terminó su trabajo de campo.

Llevaban unos cuantos metros bajo tierra, siguiendo las indicaciones de John. Las construcciones de ese tipo fueron bastante comunes durante la época de la guerra de Vietnam y, por supuesto, cualquier otro conflicto armado a desarrollarse en territorio desértico y sus alrededores.

Sherlock iba apenas dos pasos por detrás, atento a los detalles en las paredes y el techo, que le hablaban sobre la resistencia y composición de dichas estructuras; así como las marcas sobre el paso del tiempo y las posibilidades frente a un colapso inminente.

Al cabo de unos siete minutos y contando, el eco de unas voces retumbaron cerca; haciéndolos detenerse de inmediato. Debido a la escasez de luz, John buscó a tientas la mano de Sherlock, la tomó y comenzó a dibujarle unas indicaciones sobre su palma con el dedo. Esperaría por la señal de John para actuar, ni antes ni después.

Si no fuera porque se trataba de una verdadera situación peligrosa, Sherlock había juntado sus manos en un gesto para nada disimulado. No obstante, eso no le impidió saborear el aire cargado del olor de John, esa mezcla de miel con whisky, era algo verdaderamente fascinante.

Al primer contacto de John con los dos guardias de la base, la sucesión de eventos venideros fue en picada. John los eliminó en segundos disparandoles en la cabeza y haciéndole una seña a sherlock para que se acercara aún más y permaneciera allí; al ras de la sombra de john.

El plan era sencillo y predecible. Aguardar por al menos diez de ellos hasta lograr llegar a Moriarty. El túnel por el que comenzaron a andar se hizo más estrecho y por la rapidez al voltear a verlo, sherlock dedujo lo que su omega diría antes de que se moviera un solo ápice mas.

 

—No vas a separarte de mi, John— susurró Sherlock en su oído lo más lento que pudo. La sonrisa se le prendió de los labios al notar un pequeño temblor en el cuerpo de John.

 

La premisa de ese intercambio prometía muchas cosas, si tan solo un guardia beta no hubiera hecho lo que hizo. Sin poder salir del trance en el que habían caído, John bajó la guardia lo suficiente como para ser sacado a la fuerza y alejado de al lado de Sherlock. Una linterna aún más grande que la del detective, lo alumbró a los ojos directamente, cegandolo por un segundo. El grito de dolor de John se le quedó atravesado en el cráneo a Sherlock. Su lado alpha respondió de inmediato. Le quitó el arma al segundo guardia y le disparó justo en medio de la frente. El que retenía aún a John estaba lo suficientemente aturdido como para que éste se liberara propinándole un cabezazo justo a la altura de la nariz. Sherlock hizo su parte al darle un golpe en seco con la culata del arma. La linterna, desde el piso, hacía que la sombra de Sherlock se alargara hasta el infinito.

La respiración de Sherlock iba en camino a normalizarse cuando su vista cayó sobre John y el aire se le quedó atorado en medio de la garganta. Inhalo de golpe, sin poder parpadear.

 

¿John?...

 

Su omega estaba herido. El guardia le había clavado un cuchillo cerca del abdomen y lo arrastró al menos por lo que parecían dos centímetros. La mancha de sangre se extendía a una velocidad vertiginosa.

 

—sr. Holmes yo... — John intentaba que las palabras salieran claras por entre sus labios, pero le costaba concentrarse.

 

Sherlock continuaba prendado de esa mancha roja y como crecía justo por enfrente suyo.

 

>>sr... Sherlock, por favor. Ayudame<< John buscaba dar con ese par de ojos tormentosos que aun en la semioscuridad, parecían refulgir. Extiende la mano para tocar esa piel de porcelana si tan solo no estuviera al borde de comenzar a maldecir en varios idiomas.

 

¿Mi John? ¿herido...?

 

>>Sherlock por dios, me estoy muriendo, puedes... ayudarme<<

John se tambaleo un poco hacia atrás y su cuerpo cayó por su propio peso contra la pared de roca. El ruido pareció despertar a sherlock, por que antes de que John enfocara la vista nuevamente, el choque de un cuerpo más grande contra el suyo así como la palma de una mano caliente sobre la que mantenía para hacer presión en la herida; le quitaron todo el aire a john.

 

"Lo más seguro es volver al punto de extracción donde se encuentra la cama y quizás pueda conseguir agua de algún pozo cercano. En estas mismas instalaciones debe haber algún botiquín improvisado..."

 

Una vez lo acomodo con sumo cuidado en posición horizontal, Sherlock continuó meditando acerca de sus próximos pasos. Fue la mano de John, la misma que había mantenido en la cintura de Sherlock mientras permitía que el alpha lo llevara; la que ahora lo retenía junto a sí. Un chequeo rápido determinó que la herida de John era grave pero no al punto de considerarse mortífera. Necesitaba desinfección y una buena sutura.

 

—señor... — John hablaba con voz pausada, más por el dolor que por mérito propio. Quería tomar a su detective por las solapas de ese traje prístino y exigirle que deje de dar vueltas en su cabeza y los ayude— Sherlock, necesito que me ayudes.

 

Y yo necesito que estes bien John, necesito cuidarte bien.

 

Sherlock detuvo sus pensamientos y se giró a ver a su omega en aquella cama, la camisa de su uniforme ya bordó por la exposición de su sangre al aire libre y la presencia de oxígeno.

>>¿Puedes manejar una aguja? Debes coser la herida<< John desterró los formalismos de su mente en el instante en que comprendió que sólo a través de las órdenes, este alpha respondía.

—Por supuesto que sí, John. Soy un científico.

John quiso reírse por la seriedad en ese rostro de belleza etérea; pero el esfuerzo era demasiado doloroso como para que valiera la pena.

—En el bolso que traje, hay un botiquín pequeño. Utiliza...

Antes de que pudiera terminar de hablar, Sherlock ya salía de la habitación dejándolo solo por primera vez desde que llegaron. Si la casa fuese más grande y las habitaciones contaran con verdaderas separaciones entre si, John hubiera lanzado un grito de frustración al aire. No llevaba ni 24 horas como guardaespaldas y ya había fallado. Su reputación de héroe de guerra, hasta de habilidoso con las armas quedó descartada de un plumazo. La cercanía con cierto detective le hace perder la concentración y casi hace que los maten a ambos. Su supuesto as bajo la manga que representaba el no poder oler a los alphas; se convirtió rápidamente en un, y no únicamente, arma de doble filo.

 

No vas a pensar en cómo huele ni un segundo más, Watson.

 

Sherlock trabajaba mecánicamente, consiguiendo lo necesario para cocer a John y regulando la respiración a un ritmo que no delatase la verdadera naturaleza de sus pensamientos. El método científico se fue por la borda al instante de ver reposar a su pareja designada sin camisa, pálido y al borde de la muerte.

 

—Debes tirar un poco de alcohol sobre la herida y...

—Sé como hacerlo, John.

—Aún así, déjame que te explique cómo...

—Los médicos son los peores pacientes — rebatió Sherlock poniendo los ojos en blanco.

—Me permite opinar en voz alta sobre los ... los detectives? — John quería redoblar la apuesta, pero la pérdida de sangre le comenzaba a nublar la vista.

 

Ni siquiera lo intentes, John.

 

La parte alpha de su mente se bloqueó por el tiempo que le llevó cocer a su omega. No se percata de estar atravesando la piel dorada de John así como tampoco se da cuenta que contrae los dedos a voluntad por culpa del aroma de la sangre tan cerca de su nariz.

 

—No cierres los ojos, John.

—Distraeme entonces.

—¿Eso fue una orden, capitán?

—Puedo soñar con eso.

—No vas a soñar con nada. Mantén los ojos abiertos y escúchame— le exigió Sherlock antes de tomar un respiro y continuar— te convertiste en medico por que alguien de tu familia, presumo tu abuelo también lo fue y querías verte competente frente a una figura de autoridad como tu padre. Padre que, por obvias razones era un alpha y fue el detonante para tu aversión hacia el género.Por lo que diste con la solución de combinar la medicina con el ejército. Perdiste a la mayoría de tu escuadrón por culpa de decisiones que aún crees, fueron estúpidas, pero, error, fueron las decisiones necesarias para lograr traerte hasta m... devuelta con vida. La bala que te atravesó el hombro no fue la causa de tu deceso, querías volver aún cuando no podrias haber servido. Te obligaron a irte. Viviste con tu hermana por un tiempo y ahora disfrutas de la adrenalina que puede proporcionarte esta misión.

 

Sherlock mantuvo la mirada todo su discurso en la zona de la herida de John. Cuando consideró que estaba terminado, de primeras, no solo se topó con ese mar embravecido azul profundo sino que también con una hilera de dientes blancos expuestos sin inhibiciones.

—Eso fue brillante, señor Holmes, pero se equivocó usted en algo.

 

Por supuesto que tendrías una sonrisa magnífica.

 

—¿En qué?

—Mi padre odiaba el ejército.

 

Fue el turno de Sherlock de sonreír de manera deslumbrante.

 

—¿Terminaste?— John quiso palpar su costado mientras intentaba respirar con normalidad, pero el dolor punzante se agravaba a cada segundo.

—Aún no— la voz de Sherlock se tornó ronca y decayó en su cadencia.

John levantó la vista a tiempo de ver a Sherlock relamerse los labios.

—¿Qué...?

 

La sorpresiva intermitencia de aire frío y caliente sobre su herida, fue nimia para John en comparación con la suavidad de esos labios sobre su piel y la presión de esa lengua habil .

 

Cada gota de sangre de su omega era vida en los labios de Sherlock. Era agonizante luchar contra sus instintos, querer marcar cualquier parte del cuerpo de John y remitirse a utilizar sus conocimientos sobre la saliva del alpha para ayudar a que la herida cierre más rápido. Sus dientes se arrastraban apenas, era agonizante y dulce en partes iguales; el mismísimo borde del abismo.

 

¿A qué sabría mi boca sobre esa sonrisa si tan solo nos lo permitieramos, john?

 

—Sher…—John rebuscaba dentro suyo la fuerza para alzar la mano y detenerlo, quitárselo de encima. Hacerlo a un lado. Sujetar un manojo de esos rizos rebeldes y atraerlo más cerca, más profundo. John no podía dar con la fragancia natural del detective, pero cada terminación nerviosa de su cuerpo reaccionaba a él - Sherlock...

 

Antes de que pudiera continuar resistiendo, John Watson se desmayó.

Chapter Text

La mayoría de personas que han conocido a los hermanos Holmes, creen por primera vez que el hombre de hielo es, por defecto, Mycroft. Pero se equivocan. Cuando Sherlock es empujado a sus límites, su lado pragmático, herencia por parte de su madre, se pone a disposición. Pudiendo abrir a un enemigo con precisión quirúrjica sin siquiera tocarlo.

No obstante, si a ese panorama se le añade como elemento al recién descubierto compañero de vida de Sherlock siendo lastimado por nada menos que un beta común y corriente, la ecuacion tiende a complejizarse. Y por complejizar, Sherlock se refiere a deleitarse con el sufrimiento que le causará a dicho beta con la excusa -es menos primitivo pensarlo así- de obtener información sobre el paradero de Moriarty.

Una vez comprobo que John efectivamente se había desmayado, lo acomodó nuevamente en la camilla y no pudo contener el impulso de acercarse a su cuello para olerlo. Por pura inercia, la cabeza de Sherlock se inclina hacia su omega, cerrando los ojos al instante.

La fragilidad era un concepto que había experimentado más de una vez en carne propia. Su mente era demasiado frágil, volátil. Construia muros y los derribaba con la misma facilidad. Sus deducciones pudieron resolver casos que de lo contrario, hubieran durado abierto muchos años. Su mente era el eje de su existencia, tanto en el bueno como en el mal sentido.

Ahora, sin embargo, debía reconocer como su maltrecho "transporte" también había sufrido años de abuso de sustancias y mal cuidado por su entera culpa. Su necesidad y desvalorización lo llevaron a los límites más oscuros. De no haber sido por la ayuda de Lestrade e incluso de su hermano; Sherlock no estaría ahora alli: pudiendo alimentarse del aroma de su omega designado.

Absorbiendo el calor que emana de ambos cuerpos cuando entran en contacto así sea de manera ínfima. Una caricia o el fantasma de una, no importaba.


Su transporte ahora respondia a la cercania de John, queria tenerlo cerca. Lo necesitaba.

Sherlock jamás creyó que el contacto físico se volvería una necesidad en su vida, pero alli mismo, con las rafagas de whisky y miel tan cerca, comprobó lo equivocado que estaba.

Se alejo de John con lentitud, fijando la mirada en el suave subir y bajar de su pecho. Menos de 24 horas y su mundo entero fue puesto de cabeza por un capitán del ejército, médico, guardaespaldas y cuya recuerdo de su sangre en su paladar, sirve de principio a Sherlock para determinar como es que su fragilidad ahora correrá por cuenta de ese omega. El suyo.

Me haces sentir un hombre ridículo cuando pienso en nosotros, john.¿como es posible?

Sherlock toma el arma de John e inspecciona el cargador en un acto reflejo. Recuerda cuantas balas quedan y como fueron utilizadas cada una de ellas. El clic del cargador volviendo a su sitio también le recuerda que hay un asunto en la otra habitación que precisa de su atención y que, por ende, sabe que es momento de dejar detrás de si al Sherlock hombre para darle lugar al Sherlock bestia.

Su lado alfa.


La pulcritud de Mycroft Holmes podia medirse en sus carísimos trajes de tres piezas y en su rapidez para hacer caer imperios con solo una llamada de su celular. La pulcritud de Sherlock Holmes era más ruidosa y dependía enteramente de que tanto necesitaba descargar su frustración.

Sangre,huesos y carne de por medio.

Ingreso en la habitación donde había dejado el cuerpo del beta desmayado luego de haberle dado con la culata del arma en primer lugar. No despertó desde que lo abandonó por atender a John.
Sherlock lo ató a la silla más próxima y no se gastó en ponerle una mordaza para verlo suplicar en primer lugar. Debia ser rápido, pero no por ello menos doloroso.

El beta fue recobrando la conciencia poco a poco, con el rostro vuelto hacia el lado contrario a donde Sherlock permanecía de pie, esperando. Sus ojos marrones pestañearon varias veces con fuerza para finalmente fijarse en la figura del alfa. Su cuerpo se tenzó y amago a sentarse más recto, pero el agarre a la silla era demasiado fuerte como para poder cambiar de postura. Sherlock lo queria de esa forma.


—¿Dónde está Moriarty? —hizo la pregunta con un tono de voz neutral. El lugar al ser reducido, amplio el sonido como un eco.

El beta se quedó en silencio, observaba el ir y venír de Sherlock por enfrente suyo, sin quitarse la vista el uno del otro.


—¿Eres Sherlock Holmes? — el beta ladeó la cabeza apenas, antes de comenzar a sonreir de costado —No eres muy impresionante.

—Lo suficiente como para que seas tú el que esta atado y yo quien hace las preguntas inteligentes. ¿Dónde está Moriarty? —Sherlock continúa con la caminata, pasandose el arma de una mano a la otra.


—¿A eso llamas un interrogatorio inteligente? —pregunto el beta con ironia. Alzo una ceja haciendo énfasis en la pregunta, como si de por sí el escenario que le planteaba Sherlock fuese demasiado ridículo como para ser tomado en serio.


—El valor es proporcional a tu vida, así que si. Una pregunta simple por una vida aún más simple. Ahora, habla.

—¿Y el otro? el militar que venia contigo. ¿Lo mataste? —el beta lanzó una mirada hacia la puerta, pero la sonrisa arrepentida en el rostro de Sherlock, detuvo su inspección.


—No quieres saber.


—Es un omega ¿verdad? Pude olerlo cuando lo agarre por detrás y su olor, su olor era...—el discurso del beta fue interrumpido por el conteo en voz alta que comenzó Sherlock sin más.


—3,4,5,6,...— la caminata se detuvo. El alfa descanzó una de sus manos sobre su espalda y con la que sujetaba el arma, señaló al beta.


—¿Qué haces?


—Cuento la cantidad de dientes que vas a perder si sigues hablando de John.- dice Sherlock con una sonrisa en el rostro. Le quita el seguro al arma y yergue su figura sin dejar de observar al beta —ahora bien, ¿vas a responder la pregunta?

Un regusto amargo bajó por la garganta del beta al tragar saliva. Este alfa no era como se lo habían pintado, era menos genio y más otra cosa.


—¿Por qué no está el omega contigo?


—Al parecer no recuerdas, pero lo apuñalaste y, por ende, vas a morir. Establecidas las prioridades, ¿Dónde está moriarty?— Sherlock se acercó un paso y bajó el rostro hasta estar casi a la altura del beta —Seré rápido, lo prometo.


—Rusia...creo. —respondió a media voz. La respiración se le cortó ni bien entendió que ese alfa no estaba jugando con él. Iba a matarlo, era un hecho.


—¿Por qué lo cree? —Sherlock se retiró a su lugar anterior, el olor del beta de tan cerca era muy desagradable.


—Sebastian Moran —el beta se detuvo por un instante, pero sería inútil. Aquel alfa le sacaria la informacion de una forma u otra —dijo algo sobre Rusia, no pude oir bien.


Sherlock no le quitó la mirada, pudiendo leer la cuota de mentira y verdad en cada palabra que salia de la boca del beta. El silencio en la habitación solo se ve interrumpido por la respiración agitada del beta y la oscuridad que manaba de las paredes detrás de él.

El primer disparo fue parar a una de las rodillas de seguro rompiendo el hueso por la proximidad. El grito desgarrador del beta solo aumentó cuando un segundo disparo le alcanzo el derecho hombro. Luego, su lado izquierdo. No hubo vacilación de por medio entre cada disparo, hasta que finalmente la cabeza del beta cayó hacia adelante. El charco de sangre comenzó a ser absorbido por la tierra del suelo y la oscuridad tras el cuerpo del beta parecía retroceder.
-Perfecto, con eso me basta. </span;></...

Chapter 9

Notes:

Mystrade

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El cuello de la camisa rozaba casi imperceptible la zona en su hombro, y aun así el recuerdo de la marca despertaba en Mycroft emociones como en oleadas, intensas. Le tenía particular cariño a esa zona, lo calmaba en momentos de tensión, pero también llegaba a odiarlo, sobre todo durante las noches. Cuando tomaba plena conciencia de la ausencia al otro lado de su cama.

 Él debería estar allí, no solo cuando me visita en sueños.

Aun debajo de las múltiples capas de sus trajes, la marca clamaba por su atención, parecía llamarlo. La carpeta color manila descansaba junto a él en el asiento del coche. Faltaban menos de diez minutos para llegar a Scotland Yard. Eran cerca de las nueve de la noche, y luego de un vistazo rápido a las cámaras de seguridad,  no encontraría a nadie más que al detective inspector y algún guardia en la entrada. 

Una vez en el lugar, no hizo falta anunciarse. Mycroft buscaba una respuesta positiva de Gregory, que no pudiera negarse a último minuto como tampoco hacerlo una vez le explicara la situación detrás de su caso. 

Las personas implicadas y sus conexiones dificultan de sobremanera que el inspector llegue más allá de unos pocos pasos antes de que fuese retirado del caso. Mycroft conocía lo suficiente a su omega designado como para esperar un intercambio tenso entre ambos.

El verdadero problema fue su incapacidad de prever lo que acabaría sucediendo.

 

La oficina del DI era un mar de siluetas a causa de la luz tenue de una lámpara. Todas las sombras de allí dentro se afilaban en los bordes, mucho más aquellas cercanas a la luz. El propio inspector cayó dentro de esta clasificación una vez Mycroft hizo acto de presencia.

El único ruido además de las respiraciones de ambos fue el golpeteo de los dedos del Holmes mayor sobre su paraguas. La vista clavada en ese mar de chocolate espeso, áspero alrededor de los ojos. Cualquier plan anterior de Mycroft fue reemplazado por una expresión más amena de su parte, su omega había discutido con su esposa y las horas extras allí dentro eran en realidad horas de silenciosa compañía consigo mismo.

 

—Buenas noches, inspector — Mycroft quiso agregar una sonrisa tras esas palabras, pero se contuvo. La salida más rápida era ser directo, no encantador.

 

Greg, sentado detrás de su escritorio, sacudió la cabeza como si saliera de un trance. Las ojeras debajo de sus ojos no necesitaban más luz para hacerlas parecer más profundas; ya lo eran.

 

—sr. Holmes, ¿qué hace aquí?—el suspiro que quiso lanzar se le atoro en la garganta. Greg podía tener cierto interés por el alpha pura sangre, pero por respetar su posición era que no creía ni de cerca que Mycroft Holmes fuese un funcionario menor. 

Sherlock era un idiota, no un mentiroso. No al menos en lo que refiere a la imagen de su hermano.

 

—Tenemos que hablar del caso, es importante.

—Siéntese. ¿Quiere un café?— la pregunta salió con un tono automático difícil de disimular. inercia que por gusto. El peso de toda la jornada le pinchaba el cuerpo, la espalda. 

Necesitaba dormir, silencio y estar lejos del trabajo por al menos un par de horas.

 

—No, gracias. Quisiera que tomara asiento para poder ir al grano. — las manos enguantadas de Mycroft se cruzaron sobre su regazo —hay problemas.

 

—Excelente— enfatizó Greg, revoleando los ojos. La elegancia no era su terreno, mucho menos con 24 horas de resaca laboral encima. 

Sin darse cuenta se había puesto de pie para ir por los cafés, pero volvió a ocupar su lugar con rapidez. La desigualdad en la altura entre Mycroft y él era algo que lo distraía.

 

—No es posible que intervenga en el caso sin quitarlo antes del medio.

 

Greg se tenso al instante al oírlo. Algo de la niebla mental se disipó, dando lugar a la furia contenida detrás. Se aclaró la garganta y se arrellanó con más fuerza sobre la silla.

 

—Teníamos un acuerdo, sr. Holmes. Usted me ayudaba hasta que Sherlock volviera. Acepto hacerlo, ¿lo recuerda?

 

Mycroft quiso sonreír ante la insolencia de su omega, pero se mantuvo firme en su postura.

—Recuerdo cada cosa que hemos compartido, inspector —responde Mycroft antes de ladear la cabeza con interés. La furia de Gregory solo conseguía que su aroma se acrecentara, obligando a Mycroft a degustar su aroma favorito flotando en el aire— lamento no poder intervenir como acordamos. O deja el caso o me lo cede y podré mantenerlo al tanto.

 

—Con restricciones.

 

—Si, lamentablemente.

 

Greg aprieta los puños sobre la mesa y se pone de pie. Su traje desgastado le pesa en el cuerpo, quiere poder respirar tranquilo por un momento. No era por el caso en sí, era cobrar conciencia de lo rápido que descartaron años y años de esfuerzo, de guardias, experiencia. 

Alguien mejor, siempre habría alguien mejor que él.

 

El hecho de que ese alguien fuese el alfa pura sangre más imposible que ha conocido, tan seguro de sí mismo, tan etéreo... le hace hervir la sangre a Greg.

 

Alcanza la puerta de su oficina en apenas tres zancadas.

 

—Está bien, gracias por haber venido sr. Holmes.

Mycroft traga saliva con la seguridad de estar fuera del campo de visión de Gregory. Debe irse, lo sabe, pero el objeto de todos sus deseos está a pocos metros de distancia y el sufrimiento del omega le afecta de formas que no comprende. Se retuerce las manos antes de ponerse lentamente de pie y dar media vuelta.

 

Ahora la luz de la lámpara alcanza a Gregory desde su derecha, iluminando su rostro con mayor claridad. El dorado y el plateado siempre han sido puestos juntos por una razón, Mycroft cree entenderlo finalmente.

 

—Lamento...

 

—No, no lo hace. No le importa realmente nada de esto. Sé que ha leído el caso, es obvio, pero eso no significa que vaya a cambiar algo.— Greg lanzaba las palabras con una calma helada.

 

—La resolución es la prioridad...

 

—Son personas, sr. Holmes, no números. ¿Lo comprende?

 

—Por supuesto que sí, inspector. Conseguir cerrarlo es la prioridad— Mycroft camino hasta detenerse enfrente de  Greg.

 

Este último parecía no poder levantar la mirada, perdida en algún lugar de la alfombra.

 

—Gracias por nada, Mycroft... —sentenció Greg en un susurro.

 

Antes de que pudiera cerrar la puerta, Mycroft lo detuvo con el mango del paraguas. Hasta ese momento su mirada no hacía más que repasar las microexpresiones de su rostro. la duda, la furia, ¿la contradicción…?

En la periferia existía el plano de sus labios, pero una vez Greg levantó la vista, Mycroft  quedó atrapado en el millar de emociones que gritaban desde esos ojos.

 

—¿Qué ocurre, Gregory?— las palabras salieron más rápido que sus pensamientos por primera vez en su vida. 

 

Háblame, mi amor.

 

La mano que sostenía la puerta se aferró con más fuerza. La expresión de confusión en el rostro de Gregory cambió de súbito para ser reemplazada por una de desprecio.

 

—Dije que gracias sr. Holmes, ahora váyase.

 

Fue un error. Mycroft lo sabía.

 

Fue un error tal que, de haberlo pensado un segundo más, hubiera vuelto a cometer La mano de mycroft se condujo sola hacia el destino final. Aun con los guantes de cuero de por medio, pudo sentir algo de calor al rozar la mejilla de su omega designado.

Greg parpadeo un par de veces sin poder librarse del trance en el que había caído. Medio enojado medio excitado. Para él, los puntos medios nunca llevan a nada, y mucho menos a nadie. Por lo que hizo lo que le pareció más sensato. Fulmino la distancia entre Mycroft y él y se estrelló contra esos labios suaves en textura, capaces de aniquilar naciones enteras.

 

Mycroft leyó la señal antes de que ocurriera nada, pero la descartó enseguida. No llegó a asimilar como el cuerpo de Gregory actuaba por él y lo empujaba en su favor. Robándole el aliento.

 

Lo que tenía de agresivo su omega lo tenía de dulce. Era en el entremedio donde la desesperación asomaba.

 

El golpe seco de su paraguas al dejarlo caer para estirar el brazo y rodear la cintura de su inspector. Con fuerza, con prisa.

Greg sintió el arrebato de Mycroft sobre su cuerpo y respondió profundizando más el beso. Algo estaba siendo castigado pero ninguno de los dos podía determinar qué era.

Un roce de dientes, una caricia entre lenguas, la presión justa en los rincones de mayor sensibilidad. Una batalla de voluntades con temblores y el aliento a medio camino. El empuje iba en ambos sentidos, Mycroft buscaba dar con más mientras que Greg imprimía mayor fuerza con los labios, sus dientes. 

La mano de Greg en la puerta cayó sobre el hombro de Mycroft para finalmente, empujarlo lejos.

Mycroft no lo soltó, no podía hacerlo. Su voluntad estaba sometida a la necesidad de su cuerpo, respondía a ella.

Gregory le sostenía la mirada con el ritmo de la sangre recorriendo cada una de sus venas a una velocidad vertiginosa.

La parte alpha de Mycroft necesitaba seguir adelante, saquear esa boca tenaz y afilada, reducir a su omega a gemidos bajos y derrita su semblante tenso lo suficiente como para calmarlo. No hizo nada de todo eso, no era correcto.

 

Mycroft soltó a Gregory con calma para no asustar a su omega y antes de que ninguno de los dos pudiera decir nada, se agacho para coger su paraguas y se marchó finalmente.

 

El sabor metálico en su boca por culpa de un mordisco para nada inocente de parte de Greg sobre sus labios; palidecía en comparación a la hoguera que le ardía en el pecho. El hambre despertando con cada paso que ponía de distancia entre la salida de Scotland Yard y su recién descubierta entrada al paraíso.

Chapter 10

Notes:

Mystrade

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—¿Qué se siente?— Apenas las palabras abandonan su boca, Mycroft se arrepiente.

—no puedes dejar de necesitarlo. En todos los sentidos.

 

Alcohol, una lista de tareas pendientes, correos por responder, más alcohol, corroborar por décima vez la ubicación de Sherlock. Cualquier cosa, la que fuera que no hiciese que SU recuerdo se convirtiera en todo para Mycroft. La conversación con su hermano acerca de su recientemente descubierto omega, John Watson, regresaba a él, y ni siquiera para atormentarlo. No era ese tipo de persona, Mycroft llevaba demasiados años de entrenamiento como para dejarse desarmar por los labios de un detective inspector, su aliento, su mera presencia, su olor... 25 años de autocontrol lanzados a la basura.

 

Mycroft se pone de pie sin saber qué hacer. La reserva especial de alcohol en su habitación privada en el club Diogenes, solía suficiente para estabilizarlo durante situaciones aún más apremiantes: problemas internacionales, algún secreto de la familia real por tapar e incluso en las largas noches en los hospitales cuando su hermano menor dejaba en sus manos, aun sin quererlo, el destino de su propia vida.

 

Más de 35 años fueron necesarios para forjar el carácter del hombre de hielo y así quería que continuara siendo. Aún cuando su Alpha le reclamaba cada vez con más insistencia por su vínculo unilateral. 

 

Un beso no basta, nada nunca le basta a Mycroft cuando piensa en Gregory Lestrade, pero debe. ¡¡MALDITA SEA TODO EL MUNDO, DEBE!!.

 

Los sentimientos son peores que las enfermedades.

 

Peor aún si la suya venía en un envase de ojos color chocolate y un cuerpo que puede sentirse tan cálido y firme bajo sus dedos. 

Un último trago largo lo termina por noquear. Se deja caer sobre el borde del sillón, sin fuerzas para resistir la catarata de emociones. Comienza a desajustar la corbata con una sola mano y desabrocharse los dos primeros botones para dejar ingresar mejor el aire. Hace frío en un sitio como el diógenes y ni siquiera por falta de una chimenea adecuada. Se trata más bien de los rayos lunares ingresando a raudales por el ventanal, grises.

 

Mycroft termina de deslizarse hasta el suelo y deja caer la cabeza en el mismo lugar donde segundos antes estaba semi sentado. No quiere cerrar los ojos, ya no cree ser capaz de querer detenerse. Sabe muy bien a quién va a ver, lo que va a volver a repetirle su mente como una maldita película.

 

Puedes conseguir lo que sea de quien sea Mycroft Holmes, excepto lo único que te importa. 

 

De poder verlo en ese estado, Mycroft puede jurar que no le alcanzaría la vida a Sherlock para burlarse lo suficiente. Era patética su necesidad, aún cuando su propio hermano fue víctima de su naturaleza, éste la aceptó tan bien y tan de inmediato que debe admitirlo, lo sorprendió por completo.

La mirada de Sherlock hacia John Watson durante la presentación en su oficina, ni siquiera necesitó ser sugerente, sólo le añadieron más peso a las palabras de Sherlock antes de irse. 

Y Mycroft sabía que aún le faltaba pasar una última prueba durante esa noche: borrar el video del beso de las cámaras de seguridad internas del Yard. Un pequeño favor en nombre de su omega designado y una tortura lenta para sí mismo.

Intentó ponerse de pie pero falló al primer intento. No pensaba tomar tanto, pero la situación era apremiante. Respiró hondo e intentó nuevamente. Pudo llegar hasta la silla de su escritorio y sentarse. Enfocó la mirada en su computadora y un par de minutos después, la imagen de las cámaras se reproducía delante suyo:

Greg sostenía la puerta de su oficina mientras miraba hacia el piso. Mycroft no apartaba la mirada de su omega. De repente, Greg levanta la mirada y sin tiempo para nada, lo besa. Toda la secuencia dura menos de cinco minutos.

 

Y aun así el calor por dentro es devastador

 

La mirada de Mycroft queda prendada del monitor, debatiéndose entre hacer una copia personal o simplemente borrar el archivo. Uno, dos, tres… un total de cinco respiraciones después, lo borra.

Toma su celular para teclear el mensaje y lo envía.

Puede vivir con el calor por dentro, con el recuerdo, con la necesidad. El hombre de hielo puede ordenar sus prioridades y proceder de la mejor manera para todos los involucrados. 

Mycroft sorbe el último trago de su vaso antes de lanzarlo al otro lado de la habitación, viendo como se estrella en miles de pedazos contra el suelo. 

 

Querer no es proporcional a tener, aún para él.

 

Nuestra relación se reducirá a consultas eventuales

sobre los casos, y reuniones sólo para aquellos

considerados urgentes. De lo contrario, su división dejará de recibirlos.

Espero no tener que repetirme, buenas noches Inspector.

Chapter 11

Notes:

johnlock (extrañe un poco escribir sobre ellos, jaja)

Chapter Text

La opresión no ocurre en el pecho sino en la garganta. Solo el resplandor de la luna en zic zac me guia hasta poder salir a la superficie. El sabor salado del agua en la boca me da arcadas, pero trago saliva y continuo nadando. No hay rumbo, nada visible más allá de unos pocos metros por delante. Necesito llegar, alcanzar tierra firme. El cansancio tira de mis piernas y quiero rendirme, cerrar los ojos y que el océano me trague entero. Sin embargo, algo dentro de mi lo impide. Un resplandor lejano aparece por apenas unos segundos para volver a desaparecer. Lo sigo, no sé que hago pero lo sigo. 

Si,  allí está, es real. 

Les exijo a mis brazos mucho mas, mas rapido, mas largo.

La luz parece comenzar a tomar forma finalmente, es constante ahora y brilla por sí misma. No se trata de la luna, ésta ya quedó atrás y su reflejo es apenas un manto demasiado liviano sobre el agua.

La luz continuará girando mientras me acerco, mas, solo un poco... de repente, la violencia del agua me golpea en todo el cuerpo, hundiéndome hasta el fondo. Estiró los brazos, gimo, quiero gritar pero nada sale, nada se oye.

Cierro los ojos, ya no queda más por… un calor cercano comienza a envolverme, me eleva junto con la marea furiosa del océano, sin embargo estoy tranquilo, en paz, en una burbuja donde no existe el peligro. 

Después de tantos años, me rindo sin más.

 

John regresa al mundo de la conciencia lentamente, sin sobresaltos, sólo abre los ojos a una oscuridad menor a la que suele habitar detrás de sus párpados. El calor en sus sueños era real. Venía en forma de un alpha alto, de cabello oscuro y ojos tormentosos que lo observaban de cerca mientras le sostenía la mano con fuerza.

 

—¿Capitan Watson?

 

John quiere reírse ante esa formalidad, pero no puede. No solo por la herida en su costado sino por que debería admitirse ante sí mismo lo cómodo que estaba acostado allí, con una especie de seguridad implícita entre ambos, flotando en el aire.

 

—Señor Holmes, ¿cuánto tiempo ha pasado?— pregunta, enderezandose hasta sentarse sobre la camilla. 

 

Los recuerdos previos y posteriores a su incidente pasan rápidamente por su mente, deteniéndose con interés en uno en particular: los labios suaves sobre su piel de cierto detective consultor.

 

—¿Podemos dejar de lado los formalismos ya?, estuviste dormido un par de horas, nada de qué preocuparse, doctor— Sherlock le sonríe de costado apenas, antes de soltar su mano y ponerse de pie — si ya te sientes bien, tenemos que irnos.

 

El saco del traje que llevaba Sherlock puesto antes de que John se desmayara, había desaparecido. La camisa blanca debajo no dejaba demasiado a la imaginación, si es que John se pusiera a imaginar siquiera. 

 

Carraspeó un poco y se puso de pie también, algo tambaleante al principio. Las instalaciones del tal Moriarty no eran tan complejas aún para un supuesto genio del mal, como se lo había descrito el mayor de los Holmes, Mycroft. John pensaba que esta misión sería como cualquier otra, excepto que nada fue en ese sentido en el momento en que vislumbró la figura de ambos alphas, y por supuesto, se topó de frente con su “protegido”.

 

—¿Te arrepientes de haber aceptado, John?— Sherlock lo miraba desde el otro lado de la habitación, con ambas manos en la espalda y la cabeza inclinada.

 

—¿Podría dejar de hacer eso?

 

—no, lo siento— una sonrisa de dientes blancos apareció de súbito— eres ruidoso cuando piensas, como todos los demás. pero, dime, ¿qué es lo que te preocupa? estamos a salvo contigo aquí.

 

Esa última frase descolocó algo dentro de John. Un alpha capaz de reconocer en voz alta que un omega podría protegerlo, era algo que no se veía todos los días.

 

Todo “él” en general es algo que jamás has visto, Watson.

¿Cuál es el nuevo plan?¿Su hermano se ha puesto en contacto?— preguntó John, intentando ignorar que Sherlock continuaba con su mirada puesta en cada cosa que hiciera.

 

—Maté al guardia que te apuñaló y me dijo algo sobre Rusia y un compañero de Moriarty. Le envié un mensaje a Mycroft pero aún no ha respondido— resumió Sherlock. Una simple ceja levantada y un encogimiento de hombros acompañaron esas palabras.

 

—¿que? ¿por qué lo mató?— John se adelantó algunos pasos por inercia. Al instante, notó que su arma no estaba en su funda y comenzó a buscarla con desesperación.

 

—Sólo fueron necesarias cuatro balas para que hablara— Sherlock es quien termina de acortar la distancia hasta pararse justo frente a John— creo que hasta ahora no nos hemos podido presentar como es debido, capitán Watson. Mi nombre es Sherlock Holmes, detective consultor y psicópata de alto rendimiento. 

 

El silencio que siguió a esa declaración fue mínimo, antes de que fuese el turno de John de ladear la cabeza.

 

—¿Y eso debería asustarme? comprende que he ido a la guerra, ¿verdad?— dice John, tragando saliva más lentamente de lo que usualmente lo haría en ese tipo de casos.

Aún cuando la realidad fuese que jamás se topó antes con un Alpha que se autoproclama psicópata de alto rendimiento, ni mucho menos.

 

Ahora la sonrisa de Sherlock es deslumbrante.

 

—Y es por eso mismo que me gustas, John. 

 

Lo que parece una auténtica batalla de miradas parece durar una eternidad hasta que John tiene que desviar la suya por culpa de la sonrisa que se abre paso lentamente hasta hacerlo soltar la risa.

 

—eres un idiota… —susurra John, lentamente.

 

—¿Se rie usted de que haya matado a una persona, pero el idiota soy yo, capitan?— Sherlock da un paso más, sin poder detenerse.

 

—Está bien, volvamos a lo importante. ¿Cuál es el plan exactamente?— la situación era ridícula en sí misma, aún cuando John supiera que no debería reírse con este Alpha de la muerte de alguien.

 

—ninguno.

 

—¿que?

—Hasta que mi querido hermano mayor no nos asegure la extracción, no podemos movernos de aquí, así que… — Sherlock se encaminó hacia la misma silla que ocupó mientras tomaba la mano de su omega— hablemos, John. 

 

John no atinó a moverse de su lugar. En cambio, se cruzó de brazos y giró la cabeza para observar a Sherlock acomodarse cual miembro de la realeza, todo miembros largos y esbeltez a raudales. Era imposible ignorarlo.

 

—¿Esta es su idea de confraternizar, señor Holmes? por qué no me interesa, sigue siendo mi protegido aun cuando haya sido quien mató para protegernos.

 

—Solo quiero conocerte, John.

 

—Pero…

 

—Quiero que tú me digas lo que sea importante para ti.

 

—¿por qué?—arremetió John con brusquedad

 

—Puedo leerte hasta cierto punto, lo más interesante es lo que me ocultas, al resto en general.—aclaró Sherlock, lamiéndose los labios con lentitud.

 

—Detective consultor y ¿psicólogo también?

 

—Solo soy alguien muy interesado en usted, capitán.— suelta Sherlock, bajando la voz y con ambas manos debajo del mentón en una pose similar a la de la oración.

 

—hableme de usted primero, entonces.

 

—hermano menor de dos, padres casados, madre matematica, padre con un “puesto menor en el gobierno”, igual que Mycroft. Me egresé de la universidad a los 21 años y hasta que me topé con el inspector Lestrade del Yard hace diez años, me la pasé en clínicas de rehabilitación por drogas o en callejones de Londres, consiguiendo esas mismas drogas. listo, ahora tú— durante todo su relato, Sherlock jamás dejó de mirar a John a los ojos.

 

La postura de poder de John decayó deprisa tras oír esas palabras. Parpadeó algunas veces y terminó por girarse enteramente antes de volver a hablar. 

 

—No hay más de lo que has dicho antes sobre mi… Sherlock.— El nombre se le escapó sin poder detenerse.

 

Lo que resultó en una nueva sonrisa lenta desplegándose en ese rostro de ángulos imposibles.

 

—¿Quién eres, John? no el médico o el soldado.

 

—¿Tu guardaespaldas?— atinó a responder, sonriendo.

 

—Está bien, con eso me basta por ahora.

 

La sonrisa en ambos era más bien una mueca, pero era real y eso era lo que importaba.

 

Eres mío John, es suficiente.

 

Hay algo más en él que solo cerebro y una belleza etérea, y eso es un comienzo.

Chapter 12

Notes:

JOHNLOCK

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Era reconfortante sentir el viento helado cortando por lo bajo y aun así, con fuerza. El viaje en avión fue tranquilo en comparación con la primera vez. John tuvo tiempo de replantearse algunas cuestiones referidas a su protegido, sobre todo aquellas que implicaban reconocer como era su cuerpo el primero en reaccionar antes que su mente. Se le hacía cada vez más difícil ignorar esas sonrisas ladeadas o esos ojos brillosos dirigidos a él cuando acertaba a una deducción de Sherlock, su risa casi infantil o esos saltos de improvisto que daba cuando una idea lo entusiasmaba demasiado. Era magnético de ver.

La curiosidad del detective consultor sobre su vida nunca se detuvo en su intensidad, lanzaba las preguntas en medio de su discurso sobre el plan a seguir, tazas de té o incluso silencios que, por alguna extraña razón, John comenzó a encontrar menos incómodos.

El hotel elegido por el mayor de los Holmes era discreto, alejado del centro de la ciudad pero no lo suficiente como para no poder dar con salidas rápidas del país de llegar a necesitarlo. Se registraron con nombres falsos y una premisa de ser un dúo de ingenieros invitados a una conferencia internacional. En palabras del propio Sherlock: “yo soy el cerebro y él es el cuerpo, funcionamos a la par”. Seguido de, por supuesto, una sonrisa deslumbrante que le regaló a la recepcionista. La misma que no se le pasó por alto a John, mucho menos la pequeña punzada de envidia cuando ella hizo el esfuerzo por devolver el gesto. 

 

Ahora mismo llevaba un rato simplemente observando el perfil del detective, de pie frente al ventanal de la habitación designada a él, justo a un lado de la suya. Debían ultimar detalles del plan pero no querían correr el riesgo de hacerlo en un lugar público, aún cuando estuvieron haciendo quizás algo aún peor y que iba en contra de la ley del propio país: compartir habitación siendo hombres adultos y profesionales prontos a ser condecorados.

 

—No sabemos como se ve este supuesto Sebastian, pero tienes la certeza de que asistirá a la fiesta. —John le dió un pequeño sorbo a su taza de té. 

 

Era diminuta en sus manos pero le brindaba el suficiente calor. Luego de haber estado en el desierto, el clima de Rusia le sentaba bien a su espíritu, no tanto así a su cuerpo, la herida en su hombro le molestaba apenas; pero la cercana a su abdomen palpitaba con insistencia.

 

—Tenemos la certeza de que no saben que vienes conmigo, si nos dividimos va a ser más fácil dar con él —dice Sherlock sin dejar de ver hacia el frente.

 

—No va a estar solo— enfatiza John.

 

—Por supuesto que no, John. 

 

—Entonces, no sabemos quién es ni quien lo acompañará, ¿estoy en lo correcto?— abandonó la taza junto a la pequeña mesa a su lado. Ya habían hablado de esto antes, pero por alguna razón quería asegurarse hasta el último punto. El incidente en el desierto aún le molestaba demasiado.

 

—Saben que estoy detrás de ellos, lo que pasó en Serbia debe haber llegado ya a oídos de Moriarty. No sabemos cómo luce su mano derecha, pero leer el interés de una persona en otra no es tan difícil— Sherlock gira la cabeza hasta posar la mirada en John y alzar una ceja. El pestañeo lento siguiente era innecesario y ambos lo sabían.

 

—¿Que se supone que haga entonces cuando descubras quién es Sebastian?—pregunta John, desviando la mirada.

 

—John, mírame— la voz de Sherlock descendió hasta volverse casi íntima— eso necesito que hagas. Que me mires de vez en cuando, que te intereses por alguna… persona, es una fiesta. Divertirte no estaría mal.

 

—soy tu guardaespaldas.

 

Eres mi omega, John. Debo cuidarte.

 

Sherlock abandonó la pose relajada frente al ventanal y caminó hasta el otro silloncito ubicado junto al espejo de cuerpo entero. Con el clima de Rusia, el belfast era un aditivo que no hacía más que aumentar ese aura de seguridad y misticismo que envuelve al detective como una segunda piel. 

 

—Lo sé, pero…

 

—Mi trabajo es cuidarlo, señor Holmes. Es primordial su seguridad, le debo rendir cuentas a su hermano y no puedo hacerlo si no me aseguro de que salga con vida de esta misión —John lanzó el peso de su cuerpo hacia adelante, apoyando los codos sobre sus muslos— ahora, no puedo ir a una fiesta a solo jugar. ¿cómo puedo ayudar, verdaderamente?

 

El silencio a continuación solo sentó las bases de la verdad no dicha en voz alta detrás: el peligro era inminente, no podía dejarse por fuera de la ecuación.

 

Sherlock ya no sonreía con suficiencia como hacía unos momentos, todo lo contrario, había algo indescifrable en su rostro que John ignoró en la medida de lo posible.

 

—¿Qué sugieres John?

 

—Es verdad que no saben quien soy ni la relación que tenemos, pero eso no tiene por que ser un impedimento.

 

—Continúa.

 

—¿Está unido, señor Holmes?— John lanzó la pregunta con la templanza de estar preguntando por el clima. Al menos intentó que sonara así.

 

Un fruncimiento de nariz fue la única muestra de fastidio en Sherlock antes de responder.

 

—Aún no, capitán Watson.

 

—¿Volvemos a los formalismos?—la pregunta no pretendía desviar el tema, o quizás sí. La verdad era que John no estaba del todo convencido de la propuesta que haría a continuación.

 

—¿Acaso importa? ¿Cual es el plan, John? no me gusta repetirme— Sherlock fue algo más implacable esta vez con su respuesta.

 

—¿Qué tan seguro es que el tal Moriarty aparecerá si sabe que estás aquí?

 

—un 45%, quizás 47%. Le gustan los juegos, atraparlo demasiado rápido no iría con su ideal de “supervillano”— responde Sherlock, sin poder evitar poner los ojos en blanco.

 

—No podemos dejar que continúe con sus células desperdigadas por todo el mundo, hay que terminarlo rapido — John se pasó la mano por el pelo y dejó caer la cabeza hacia adelante. A continuación, enderezó el cuerpo y apoyó el talón sobre la rodilla contraria— seré tu omega destinado, si sabe que algo tan importante como tu pareja te acompaña va a ser imposible que lo ignore.  

 

—No. — una mera expresión, suena tan neutral viniendo de Sherlock que John tarda un segundo más en reaccionar.

 

—Simplemente aparecer en su fiesta y jugar tus trucos deductivos no va a servir, Sherlock. Podemos fingir, somos adultos y esto es más importante que tu reputación, si eso es lo que te preocupa.

 

Si, la reputación de sociópata de alto rendimiento que tantos años me llevó construir y que con la simple mención de que eres un sobreviviente de la guerra; se hundió por y para siempre. Si, esa reputación me importa mucho más que tu vida, John. Por supuesto. ¡No seas ridículo!

 

—Está bien, pero necesito conocer a mi omega para eso, así que dime algo importante sobre ti, John— a pesar de la suavidad en su voz, el rostro de Sherlock continuaba pétreo.

 

Fue el turno de John de ponerse de pie y volverse hacia el paisaje fuera de aquella habitación. La nieve caía lenta y continua. La vista del color blanco inundando gran parte de la imagen lo centró lo suficiente antes de volver a hablar.

 

—Padre alcohólico, abusivo, odiaba el ejército pero amaba utilizar la disciplina dura casi tanto como ellos. Hermana menor, alcohólica a quien casi ya no veo pero amo demasiado. Madre… —John cerró los ojos y dejó que fuese la cadencia de su propia voz la que lo guiara— muerta de cáncer cuando era un niño. Quise convertirme en médico para entender su enfermedad, en soldado para entender a mi padre y en guardaespaldas para hacer sentir segura a las personas, ya que Harry no me dejó cuidarla jamás — un simple suspiro bajo— ¿es eso suficiente, Sherlock?

De ser capaces, ambos habrían elegido oír la misma cosa: la tranquilidad manando de la nieve al caer fuera. 

 

—si, John. Gracias.

 

John no quiso voltear a ver su expresión. Esa simple palabra “gracias”   desplegó un puente frágil aun entre ambos, pero tangible. Una especie de entendimiento traducible en una igualdad de condiciones. Ambos estaban hechos una mierda, al menos la cuestión del género — alpha y omega— podía pasar a un segundo plano por un rato.

Puedes hacer esto John, puedes protegerlo.

 

Sherlock se quedó observando la figura frente a él. Era real. Más allá de sus primeras impresiones y la necesidad de su lado alpha de recordarle a cada segundo que era de su propiedad por sobre el resto de cosas; John Watson era real. 

 

¿En qué te convertirás cuando descubras quién eres para mi, John? ¿Es acaso posible que seas más de lo que eres?

Chapter 13

Notes:

Mystrade ☺☺

Chapter Text

Greg llevaba varios minutos sin comprender del todo que le estaban gritando y más precisamente, cuál era de todos el reclamo central de Sarah.

 

—¿Vas a admitirlo?— sus mejillas llevaban un rato encendidas.

 

Parada cerca de la entrada del departamento, sus brazos cruzados no eran lo único en su pose que denotaba distancia. El frío en su mirada casi alcanzaba a cruzar toda la sala.

 

—¿El qué?— preguntó Greg, humedeciendose los labios por inercia. 

 

—Greg por dios, dilo. Ya no puedes soportar este matrimonio y has elegido engañarme — Sarah dió dos pasos en su dirección y bajó el tono de su voz —al menos ten la decencia de admitirlo.

 

Greg no pudo menos que sostenerle la mirada. Se había perdido más que algunos pasajes de la discusión, aún cuando comprendía el problema de raíz. Lograr decirlo en voz alta era otra cuestión.

 

—¿De qué hablas?

—Has aparecido esta mañana como si nada, ocho horas después de terminado tu turno. ¿ Qué crees que significa eso? ¿Eh?— su tono volvió a ser el mismo que el del principio. Sarah se acercó hasta el sofá y se quedó parada allí, sin atinar a sentarse. El corte recto de cabello le servía como una especie de cortina entre sus pensamientos y el propio Greg; aún aturdido en el otro extremo de la sala. 

 

La mente de Greg se debatía entre arremeter con una respuesta al enfado y la decepción: sin embargo, el enojo de Sarah no era del todo equivocado. Al fin y al cabo había besado al alpha del que llevaba medio enamorado desde hacía años. Nada menos que el gobierno britanico, el hermano mayor del mejor detective del mundo: Mycroft Holmes. 

 

Greg tuvo que desviar la mirada de su esposa porque temía que las emociones que le despertaba el mero recuerdo se le dibujaran en el rostro de manera evidente. Estaba casado, lo sabía, pero también estaba cansado. Y parece irónico que esas palabras se diferencien apenas por una N entremedio. 

 

Su matrimonio era algo que quiso desde el minuto cero, creyó enamorarse de Sarah en la joven adultez y sin importarle que fuese una beta, le entregó lo mejor de sí por más de 15 años. Los primeros momentos fueron buenos, realmente buenos. Hasta que ya no pudo disimular la pesadez de regresar cada noche a casa y verla allí sólo, esperándolo. Sintiéndose ambos incómodos con la verdad que flotaba entre ellos pero nadie ponía en palabras: había un vacío enorme que nada que pudieran hacer, llenaría. Ni siquiera el entusiasmo durante el periodo en que intentaron tener hijos. 

 

Greg los quería, al menos le parecían un buen plan para llevar a cabo con Sarah, hasta que un par de intentos después, el vacío regresó con mayor fuerza. Y  mientras que Greg lo llenaba con trabajo y más trabajo, su esposa conseguía hacer listas cada vez más largas de reclamos para echarle en cara ni bien atravesaba el umbral de la puerta. Eso sumado a años de deslumbramiento por parte de Greg con respecto al mismísimo Sherlock Holmes. 

 

El alpha era increíble e igual de irritable. Trabajar a su lado le permitió a Greg descubrir cuánto faltaba en su vida, lo mucho que podía llegar a anhelar un vínculo real con un alpha puro. Cómo conformarse sonaba bien en un principio pero llegó a desdibujarse bajo capas y capas de observar de lejos la figura de traje cuyo paraguas y olor le debilitaba a Greg más que las piernas. Había una oportunidad de sentirse completo, el problema era con quienes se había despertado ese lado suyo.

 

Para cuando regresó desde su mundo interior a la realidad, el silencio en su apartamento era total. Sarah se había ido, no definitivamente. Algo de su fuerte presencia parecía flotar aún cerca del sofá de la sala. Necesitaban espacio, oxígeno. Había veces que su propia naturaleza asqueaba a Greg. 15 años junto a una persona que pudo demostrarle que era importante para alguien más que para él mismo, pero no, esa necesidad floreciente, esos arrebatos en su conducta cuando tan siquiera lo veía acercarse a una escena del crimen, lo oía hablar ...

 

Lo hubieras dejado hacerte lo que le viniera en gana.

 

Sonaba tan patético que no pudo más que reírse. Si, a pesar de saber que mas temprano que tarde se divorciaría, que ese idiota pomposo habia echado a perder su caso mas importante desde que Sherlock no estaba; a la única conclusión que podía arribar era como necesitaba odiarlo con todas sus fuerzas o que ambos se consumieran en un arrebato de lujuria; pero Greg estaba harto.

 

Logró largar todo el aire que llevaba conteniendo y se encaminó hacia la cocina. A pesar de la resaca que aún le perduraba en el cuerpo por la noche en vela en la oficina, unas dos latas de cerveza fría y la ropa a medio sacarse cuando pudo finalmente tirarse en la cama y dormirse en cuestión en segundos.

 

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El último pase de Ben había sido terrible, pero al menos no los había dejado por debajo del puntaje necesario para continuar con el partido. La tribuna estaba atiborrada de estudiantes, algunos profesores, personas ajenas a la universidad y, por encima de todos ellos, estaba él. Al menos su rostro aparecía perdido entre la marea de gente y con ese pensamiento es que Greg se conformó para continuar. 

 

Un choque en su hombro, algún que otro codazo en sus costillas y logra llegar al arco. Las luces del campo lo ciegan y el sonido es estridente. Se voltea a esperar por sus compañeros saltándole encima para festejar; pero el recuerdo cambia. 

 

Ahora está en medio de la biblioteca, el día anterior a ese mismo partido, observando la nuca del mismo chico con el que se había topado de frente una sola vez antes. Cuando esos ojos azules profundos le rehuyeron la mirada tan deprisa que Greg creyó haber visto mal. No pudo seguirlo porque sus amigos lo tenían agarrado del cuello y tiraban de él para involucrarse en la charla. Lo hizo, aún cuando los ojos se le iban hacia otro sitio.

 

Pero sus amigos no estaban en la biblioteca allí con él,  sí el chico de los ojos azules. Sentado con la postura más recta que Greg haya visto antes, escribiendo con una letra que de seguro era impecable como todo él. La sonrisa le asomaba sola de los labios, no podía contenerla. Despertaba en Greg una especie de fascinación y cierto desafío implícito. Quería acercarse solo para poder volver a verlo de frente y, a la vez, se conformaba con estudiarlo de lejos. 

 

Una vez más el sueño cambió y se vió a sí mismo en la mesa del chico, pero solo. A centímetros de sus dedos estaba lo único que pudo llevarse, además de sus recuerdos, sobre el extraño.

 

Un par de horas más tarde, le resultó extraño pensar como su mente lo llevó primero a soñar y ahora a rememorar ese recuerdo en específico cuando estaba en medio de una situación tan apremiante. A Greg le hubiera encantado saberlo.

 

—--------------------

—Señor, hay una situación urgente.

—¿Se trata de mi hermano?

—No, pero…

—No importa entonces, apuntala en la lista.

—Señor, no puedo hacer eso.

 

Mycroft no había levantado la vista de su papeleo desde hacía varias horas, incluso su secretaria y mano derecha Anthea sabía que no era un buen momento para importunar; y, aún así parecía empeñada en proceder. Mycroft se tragó el suspiro e hizo el mínimo movimiento de detener el bolígrafo y dirigir la mirada hacia la entrada de su oficina.

 

—Hubo una situación de rehenes en el Yard, el Inspector Lestrade está en el hospital.

Chapter 14

Notes:

MYSTRADE ♥

Chapter Text

¿Por qué las personas mas importantes de mi vida debían terminar en el hospital?

Aún cuando repasó varias veces la pregunta en su cabeza, Mycroft la creyó ridícula. Tanto Sherlock y su pasatiempo como detective como Gregory y su trabajo como policía; el peligro era inminente en ambos casos. Y, por supuesto, corría por cuenta de Mycroft asegurar el bienestar general. Uno por familiaridad y el otro por lealtad a su hermano y a sus deseos más profundos. 

 

Una vez hecho los arreglos necesarios, le entregó a Anthea su abrigo y paraguas antes de pasar a la habitación donde tenían a Gregory en observación. El diagnóstico del médico fue transferido a su celular unos diez minutos después de salir hacia el hospital. Nada grave, solo unas marcas alrededor del cuello por la presión de los asaltantes y la orden directa del propio Mycroft hacia el médico de que retuviera a su omega bajo la excusa de una estadía de una noche por posible conmoción cerebral.

La orden fue acatada de inmediato.

 

Su porte sereno soportó la mayor cantidad de tiempo posible hasta adentrarse en la habitación. Su lado alpha exige al límite de sus capacidades que acorte la distancia y se lance a respirar de la propia fuente el aroma de su pareja designada; por supuesto Mycroft Holmes no hizo nada más allá de dedicarse a juntar las manos por delante e inclinar apenas la cabeza para contemplar el ceño fruncido y la mala cara del paciente dedicada a su persona .

 

—¿Qué haces aquí?— La voz cansina de Greg iba acorde al cansancio de su semblante más que el de su cuerpo. Quería desaparecer en ese preciso instante, pero la suerte se empeñaba en hacerlo pasar vergüenza. Un poco la suerte y otro su estupido corazón latiendo cada vez más rápido por la presencia del alpha.

 

—Vine a ver como se encuentra, inspector— dice Mycroft con calma. 

 

—Deja de hacer eso¿si? Somos adultos. Nos besamos, por el amor de dios— suelta de repente, arrepintiéndose al instante. Sólo puede negar con la cabeza y concentrarse en otra cosa que no sean esos ojos azul glaciar clavados en su persona— Llamame greg—susurra al final.

 

—¿Cómo te encuentras, Gregory?

 

El único indicio de nerviosismo por parte del mayor de los Holmes es apenas el tamborileo de sus dedos contra su mano contraria.

 

—Bien, estoy bien. Espero a que llegue mi esposa— Greg se acomoda mejor en la cama, sin saber muy bien qué más hacer.

 

—Le comuniqué que su presencia no era necesaria, no estás en las mejores condiciones ahora— sentencia Mycroft mientras balancea su cabeza para afirmar su, para nada, inocente declaración.



—¿Cómo...?— El movimiento que hace es tan rápido que Greg siente que el mareo vuelve a aparecer. Pestañea varias veces y suelta un bufido — Por supuesto que sabes que hemos peleado. Sólo, ¿no podrías haberlo ignorado y solo dejarla pasar?

 

-No.

 

Mis años de lecciones sobre autocontrol se tachan cada vez más rápido por tu culpa, Gregory.

 

—¿Por qué?

 

—Por que no ayuda a tu recuperación— la pelusa inexistente sobre su hombro fue removida con el simple movimiento de su mano.

 

—¿Y desde cuándo te importa tanto mi vida? Si esto es por Sherlock…— arremete Greg, poniéndose de pie y queriendo acercarse, pero las palabras de Mycroft lo detienen en seco.

 

—Esto es por como respondí al beso que me dio el inspector. ¿Comprende? Necesito que estés a salvo, y la presencia de su esposa solo lo alteraría.

 

Greg no puede más que morderse los labios para no mandarlo al diablo. Era tan exasperante su sola presencia.

 

Sus malditos años de ser el gobierno británico sólo lo volvían mejor, mas… ÉL.

 

—Ese beso fue un error, es al menos a la conclusión que llegaste cuando enviaste ese mensaje ¿no?— Con las manos en las caderas, tuvo que pasar una de ellas por su cabello para intentar reducir el estrés que le producía este alpha en específico.

 

—En efecto—dice Mycroft, sin elevar el tono de su voz. 

 

Un error cuya consecuencia fue haber probado lo que llevaba 25 años esperando y como todo en su vida, debiera conformarse con esa sola vez. Estaba mucho mejor anhelando desde lejos como una sombra patética que existía para solo verlo cuidar de su hermano menor, aparentando indiferencia ante esos ojos y esa sonrisa. Obligándose a ser amable con la estúpida beta con quien estaba casado y se atrevía a engañar a nada menos que su omega designado, la pareja perfecta de Mycroft Holmes. 

 

Un error de cálculos, Inspector, sólo eso.



—¿Qué haces aquí, mycroft?— pregunta Greg sin querer contener el suspiro de resignación. 

 

—Llevamos 10 años de conocernos, creí que debía asegurarme de tu bienestar.

 

—Gracias, estoy bien. Y sé que lo correcto sería pedirte disculpas por lo que pasó en mi oficina... — Greg asiente para sí mismo antes de agregar— pero no quiero.

 

Muy bien Inspector, ha aprendido usted una de las reglas más importantes de las negociaciones: cualquier cálculo puede volver a realizarse hasta que el error inicial sea considerado apenas un contratiempo hacia un resultado más beneficioso.

 

—Me gustaría que me acompañaras a mi casa esta noche.

 

—¿Qué?— Greg entrecierra los ojos, esperando por el remate a esa afirmación.

 

—Soy la única persona que puede protegerte. No sabemos aún quién está detrás de la toma de rehenes y tu departamento no es un lugar seguro. Puedes quedarte en la habitación de huéspedes.

 

—Podrías mandar guardaespaldas a mi casa.

 

—Podría... pero no quiero—dice Mycroft, remarcando las últimas palabras. 

 

El silencio que sigue a continuación es roto por, si es posible, la pequeña sonrisa que asoma en los labios de Greg.

 

—Está bien, acepto.

Chapter 15

Notes:

Johnlock ☺☻♥

Chapter Text

Era un plan excelente por las mismas razones que no lo era. Las probabilidades de éxito oscilan entre un 60 a 65 por ciento a favor nuestro, solo si se quitaba el factor de mí omega parado justo enfrente de mi y con un traje hecho a medida —las cuales le transmití por mensaje a Mycroft para que al llegar estuviera nuestra ropa lista— más aún luego de haberme brindado la confianza suficiente para contarme acerca de su pasado.

 

—¿Límites?— pregunta Sherlock sin desviar la atención de los estúpidos gemelos que, de seguro, Mycroft se encargó de incluir con la milimétrica precisión de fastidiar a su hermano menor.

—Yo... ninguno— Responde John, de pie cerca de la entrada de la habitación. Hacía un rato ya que había terminado de prepararse, el resto del tiempo lo pasó buscando controlar su mente. Era un soldado en medio de una misión, nada más. Aún cuando podía ver el entrecejo fruncido de Sherlock concentrado en la tarea de acomodar sus mangas,  y no pudo evitar sonreír para sí— ¿Qué hay de tí?

 

—Ninguno, John— responde Sherlock, sin vacilar.

 

Al fin de cuentas lograría demostrarle al capitán Watson que era digno de ser su pareja real y como tal, podrían convertir la ocasión en una especie de prueba para ver cómo trabajaban juntos en esos términos. Bastaba con verlo de pie justo enfrente para que Sherlock leyera su historial de parejas— la mayoría de tiempo limitadas, pero aún así de un número considerable como para querer rastrearlas y dar con los nombres a efecto de que llegaran a manos de Mycroft. 

 

Es difícil abandonar el hábito posesivo cuando se es el mismísimo Sherlock Holmes.

 

—Necesito que me muerdas.

 

Sherlock levanta la mirada ante esas palabras. Su primer impulso es querer reír, sonreír al menos, pero no puede. No se trata solo de lo implícito en esa oración, sino de control. Alguien tan impulsivo como él debería medir sus ansias por su pareja, su cercanía, su olor tan familiar. Jamás haría nada que dañara a John, pero tampoco se conoce a sí mismo en profundidad cuando está tan cerca de su omega.

 

Abandona sobre la cama el último detalle por arreglar de su traje— el moño de seda— para acercarse a John. Un paso apenas los separa. Puede leer cada emoción que está atravesando por su mente y cuerpo, hasta el ritmo desbocado de su corazón. John no baja la mirada, nunca lo ha hecho desde que lo conoce y Sherlock sospecha que nunca lo hará. Su omega no se deja intimidar por nadie, sea un Alpha de mayor rango que él mismo o incluso uno más inteligente. Su integridad desarma las defensas de Sherlock una por una. No puede más que medir sus respiraciones y con un asentimiento, esperar por que John le dé acceso a su cuello.

 

La primera oleada de miel es cálida en la nariz de Sherlock, suave cuando se aleja y más picosa y fuerte cuanto más se acerca al cabello de John. Cree oír el principio de los acordes de esa melodía que comenzó a componer en el asiento trasero del coche de Mycroft.  La fuente misma de esa inspiración respiraba a centímetros suyo.

 

—Hazlo, Sherlock.

 

John se endereza e inclina la cabeza hacia adelante, dejando al descubierto la zona seleccionada. El lugar elegido es lo más cerca de la glándula de apareamiento sin llegar a ésta de manera peligrosa. Sherlock no pudo pensar antes de actuar, por lo general no lo hace, pero esta vez sabe que anticiparse solo lo llevaría a cometer una equivocación. Desliza su mano hasta alcanzar la de John y entrelazar los dedos. Acto seguido lleva ambas manos hacia la cintura de John y presiona hacia sí hasta que la espalda de su omega se apoya contra su pecho.

 

Cuando los dientes de Sherlock perforan la piel de John, este lanza una bocanada de aire que lleva conteniendo e intenta mantenerse de pie siguiendo el ritmo de su propia respiración.

 

El impulso de acercarse al otro es inmediato. John se deja caer hacia Sherlock y el alpha aprieta el cuerpo de su pareja, queriéndolo cerca. Siempre más cerca.

 

Ninguna cantidad del mejor alcohol volverá a ser suficiente.

 

Sherlock se aleja poco tiempo después, incapaz de limpiarse las diminutas gotas de sangre que quedan prendadas de las comisuras de sus labios. Se recompone rápido, fingir normalidad es uno de sus tantos talentos por lo que, cuando oye a John dar media vuelta hacia él; el detective ya ha regresado junto a la cama para recoger el moño tirado y arreglarse sin ayuda de un espejo. 

De poder verlo, John notaría el leve temblor en sus dedos así como podría adivinar el hormigueo persistente en su lengua.

 

Disimular la erección será un poco más complicado

 

—¿Estás listo? — Sherlock hace la pregunta aún si poder enfrentarlo. Necesita unas pocas respiraciones más. 

 

—Si — John mantiene la serenidad en su rostro mientras se retuerce las manos en la espalda por la necesidad de tocar la zona en su cuello. Las pulsaciones estaban comenzando a migrar hacia otras partes de su cuerpo que no eran su corazón.

 

—Perfecto, vayamos entonces.

 

El plan era sencillo: actuar como una pareja recién unida que no conoce los límites entre lo mucho que se necesitan y que tanto pueden soportar separados. Las consecuencias de sus conductas erráticas estarían justificadas, aún cuando se trate del único detective consultor del mundo y su omega. Algo mucho mayor que su inteligencia o que los juegos con villanos imposibles podía retener la atención de Sherlock Holmes: su vínculo predestinado.

 

Una vez se acercan a la entrada del gran salón, John cuadra los hombros con algo de sutileza y abandona el agarre sobre el brazo de Sherlock. Cuando éste último voltea a verlo, John le dedica su mejor sonrisa antes de deslizar su propio brazo por la cintura de Sherlock y acercar al detective para rozar sus labios apenas contra su mejilla.

 

— Iré por un trago, cariño, lo necesito.

 

—Por supuesto, diviértete — le susurra Sherlock, sólo cuando estaba seguro de que el gesto era sumamente íntimo y a la vez visible para los invitados cercanos a ellos. Eso y de que el olor de John lo alcanzara de lleno.  

 

La separación era necesaria o John podría rogarle a su protegido que se dejaran de juegos al menos por una noche. En el pasado, solía resolver las tensiones con un buen polvo, o varios de ellos en pocos días; pero ni que hablar de que esta situación era muy diferente a sus conquistas habituales. Sherlock Holmes era diferente. Desde su increíble cerebro hasta sus expresiones extrañas, sus métodos, su forma de doblegar la voluntad de John aún cuando no lo supiera. 

 

La poca paciencia de John la retuvo para sí mientras le daba las gracias al bartender y bebía su primer sorbo de licor luego de varias cajas de té. No se embriagaba al punto de perder la conciencia pero siempre era mejor el acting de un omega recién emparejado que logra soltarse porque sabe que su posesiva pareja podría destrozar todo el lugar con tal de mantenerlo a salvo.

 

Soy John Hamish Watson, Soldado condecorado, Capitán, Médico, Guardaespaldas. Pareja falsa de un Alpha genio. 

 

El siguiente trago largo fue por no haber podido dar tan rápido con una desventaja a su propio pensamiento como le hubiera gustado.

 

Sherlock ya había asegurado el perímetro en su mente, el salón, a pesar de estar relativamente concurrido permitía a cierto tipo de personas destacarse del resto. Llevaba una lista de cinco Alphas que encajaban con el perfil del tal Sebastian Moran, algunos omegas inclusive; pero dudaba de que alguien como Moriarty quisiera un omega como mano derecha. Son útiles, importantes; más no destacables para un “genio del mal” como se cree. Su límite es asimismo su mayor debilidad: la biología. 

A cada pocos pasos, Sherlock se detenía para echar una mirada hacia la zona del bar, ubicado junto a la orquesta. La figura de John resaltaba de entre las demás. La combinación de decoraciones en oro y blanco lo hacian lucir como un faro en medio de un mar de trajes negros y mujeres con vestidos extravagantes. No lograba distinguirla desde tan lejos, pero saber que John llevaba su marca, era suficiente. 

 

Su olor me conduce hacia él… ¿mi conductor de luz?

 

—¿Señor Holmes?— un susurro meloso detrás suyo, hizo que Sherlock perdiera la concentración. Y Sherlock detestaba perder.

 

Un simple cruce de miradas con esta mujer y su cerebro pareció leer las señales a una velocidad imposible: rica, hermosa, inteligente, experta en el sexo, sabe quien soy y más aún sabe a que he venido, falsa, con un deseo sexual en aumento, le gustan los juegos de poder.

 

—Disculpe, ¿nos conocemos?

 

—A partir de este momento haremos más que conocernos, señor Holmes— la mujer alza un centímetro el mentón antes de sonreír— Irene Adler, un placer.

 

Sus labios rojos permanecieron abiertos por unos segundos antes de volver a tocarse entre sí.

 

—Señorita Adler…

 

—Dígame, señor Holmes ¿qué ha descubierto sobre mí hasta ahora?, si desea  luego podría devolverle el favor— pregunta, manteniendo la cadencia de su voz en ese tono susurrante. La media sonrisa es solo un aditivo.

 

Pocas veces Sherlock se dejaba impresionar por la belleza, pero era aún peor cuando era acompañada de un cerebro y el encanto para utilizar ambas cosas a la vez.

 

—Permítame invitarla a bailar primero —Sherlock le extiende la mano, imitando su sonrisa a medias.

 

Irene no deja de sonreír en ningún momento mientras se acercan a la pista de baile y, por ende, a la zona del bar. Sherlock no se arriesga a cruzar miradas con John aún, no quiere jugar la carta de la pareja antes de saber quien es Irene Adler y cual es su misión.

 

—El desastre de Serbia no puede volver a ocurrir— enfatiza Irene.

 

—Planeo todo lo contrario, en realidad.

 

—¿Qué ha leído sobre mí?— un giro perfecto sobre sí misma y vuelve a apoyar su mano sobre el hombro de Sherlock, atrayendo un poco más cerca— su respiración ha cambiado, señor Holmes. 

 

—Una de las tantas consecuencias de bailar. ¿cómo es que me conoce?— Sherlock hace el esfuerzo por que el olor de esta Alpha no se pegue en su piel. 

 

—¿De verdad? creí que era mucho mejor que eso. Inclíneme— ordena Irene. La sonrisa en sus labios se ha ampliado una vez regresa a su postura inicial— Moriarty no está aquí.

 

—Pero usted sí, ¿por qué?

 

—Rumores de alguien… importante además de usted.

 

—¿Qué tan importante?—pregunta Sherlock con impaciencia.

 

—Una cuestión de debilidad— Irene se había acercado a centímetros de los labios de Sherlock. Conocía los trucos para saber cómo y cuándo dejar caer las pestañas o hasta ladear la cabeza para imitar la posición perfecta de un beso profundo.

 

La actuación de Irene se rompió al desviar la mirada por un instante. Un sólo paso hacia atrás y el cambio rotundo hacia una auténtica sonrisa de suficiencia.

Sherlock sintió primero ese conocido toque en su espalda baja antes de reaccionar buscando dar con la mirada de John; pero éste apenas se detuvo a su lado para hablarle al oído.

 

—Quiero que vayamos a nuestra habitación ahora y empieces a desvestirme por el moño que tanto tardaste en escoger para mi, cariño— Lo pide lentamente y deja caer su frente sobre el hombro de Sherlock. Cierra los ojos un par de segundos antes de girarse para mirar hacia la mujer deslumbrante que los observa con interés.

 

—La debilidad del genio— suelta Irene lamiéndose los labios.

 

—John Watson, la pareja designada de Sherlock, si— John aprieta con mayor fuerza la cintura del Alpha.

 

—Un soldado, nada menos — Irene le dedica una inclinación a Sherlock antes de volver sobre John— los dejaré continuar con sus planes de esta noche. 

 

—Srta. Adler…

 

—No está aquí, Señor Holmes. Buenas noches, caballeros.

 

La interrupción no era necesaria, Sherlock estaba hablando con esa mujer, bailando con ella, buscando sacarle información importante. A punto de besarla. La marca en el cuello de John le quemaba peor que la bala que le atravesó el hombro en medio de un desierto a kilómetros de distancia de cualquier alma humana. A esas alturas, fue cuestión de una suma simple para él: actos y consecuencias. 

 

—Sabe señor Holmes, resulta que si tengo un límite— comenzó John. Le había pedido a Sherlock que antes de despedirse por esa noche, pasara a su habitación para hablar de la misteriosa mujer y que tanto logró deducir el detective sobre los futuros planes de Moriarty—  mi límite es esa mujer y como fue que dejó que se le acercara tanto.

 

—¿John?— preguntó vacilante el detective. 

 

Sherlock había permanecido en silencio hasta ese momento. Las palabras de John se le grabaron a fuego en la mente ni bien terminó de susurrarlas. El resto de la velada pasó como un borrón, inutil, indiferente, eran datos que debían descartarse de su palacio de la memoria en pro de ampliar la habitación de John allí dentro.

 

Ahora estaba de pie viendo como su omega comenzaba por desabotonarse los dos primeros botones de su camisa, seguido por el broche de su moño. Antes de continuar, John clavó la mirada en Sherlock desde el otro lado de la habitación.

 

—De rodillas Sherlock, ahora.

Chapter 16

Notes:

Johnlock

Chapter Text

Fue la acción más fácil de su vida. No por orgullo o misericordia, Sherlock lo que necesitaba con cada fibra de su ser era poder tocar a John Watson ahora mismo.

Se puso de rodillas como se lo ordenó, inclinando la cabeza para ver mejor la zona del cuello de su omega desde aquella posición. Su lado alfa ronroneaba con la expectativa, cualquier cosa que quisiera darle sería bienvenida.

—¿Me dejarás quitarte el moño? Crei que era lo que querías— dice sherlock, finciendo decepcion.

—No dije que pudieras hablar— John terminó de desabotonarse la camisa y la corriente de aire en la habitación le sentó como una caricia lejana sobre el cuerpo. Ardía desde dentro, y el traje a medida no ayudaba demasiado.

—Me gusta cuando me das órdenes, John—Sherlock pestañea lentamente, llevando ambas manos a la espalda como si estuviera esposado. Lo haría si su omega se lo pidiera.

El lado militar de John era algo impresionante. No solo su cuerpo moldeado sino su puerta y esa combinación de ternura disfrazada en las líneas de su rostro. Sherlock respiraba con un poco de dificultad por ver tan lejos a su pareja y no sentado encima suyo, pudiendo recorrerlo con los dedos, su lengua, algunos lugares que ya conocía y otros tantos que ansiaba conocer.

—A mi me encantaria amordazarte para no tener que oirte— suelta John, con  algo de agresividad. 

Ese varítono al hablar... maldita sea sherlock holmes y su voz ronca.

John fue acercandose hasta detenerse a un palmo de distancia de Sherlock. Gracias a la diferencia de altura podia apreciar la formación en pleno apogeo de una tormenta de cielo casi negro en ese par de ojos. Sus pomulos altos y afilados. El maldito arco de cupido color rosado que John queria morder, marcar para que ninguna palabra volviera a salir de alli y, a misma vez, fueron todas las deducciones del detective dichas solo para el propio John.

—Fue apenas un baile, John—Sherlock quiso poner los ojos en blanco, pero su omega lo tomo por el menton y se inclinó más cerca.

—No me gusta compartir— Sentenció.

Era hipócrita de su parte pedir algo como fidelidad cuando la relación que mantenian era de indol profesional, pero la verdad era que John estaba cachondo ya esas alturas, la logica no era su campo de especialidad.

Sherlock no pudo evitar sonreir.

—¿Ya puedo desmayarme? No sabe lo sexy que suena cuando se enfada, el capitán Watson— Sherlock se acercó sus manos con rapidez para tomar a john de la cintura acercarlo hasta apoyar su menton en el abdomen de su omega, aún mirandolo. John liberó el rostro de Sherlock y comenzó a pasar sus dedos por entre los riesgos del detective. Con calma, en desorden.

Necesito aferrarme de algo más que solo la paciencia.

Sherlock, a pesar de estar ocupado oliendo a John, restregó con impaciencia las manos sobre la tela del traje. Aún demasiado lejos de tocar esa piel.
Cuando quiso quitarle la ropa a John para tirarla lejos y que no estorbara, se percató de la herida que él había ayudado a cerrar con su saliva. Pasó apenas la yema de los dedos por encima de la zona y sintió a su omega temblar.

—Estás herido, John— Las palabras le salieron más como un susurró a sí mismo. No podia dejar de sentir la suavidad ni el calor que emanaba de alli.

—Te necesito, Sherlock— dice John, imitando el susurro. El cosquilleo leve de esos dedos era poco, queria al detective más cerca.

Sherlock levantó una vez más la mirada antes de tirar de John sobre su regazo. Le quitó el saco y la camisa, incluido el moño que Jonh había dejado colgando detrás del traje por un solo prendedor. Toda la ropa fue a parar a algún sitio lejos de ellos.

Se miraron por un segundo. Ningunoo queria palabras, no importaban. Sherlock actuó primero, como siempre. Deboro a John de un solo beso. Sin permiso ni disculpas. Saqueó esa boca con la que llevaba imaginando desde que olió a su pareja aquella noche.

Lo sujeto de la nuca y con el otro brazo tocó cada pedazo de piel disponible. John gemía entre respiraciones a la par que dedos esos largos activaban cada terminación nerviosa, desde su torzo hasta su cintura. John se entrego por completo. Lo dulcemente agresivo que podía llegar a ser Sherlock lo desarmaba por completo. Apretaba en los lugares exactos para hacerlo desear más y acto seguido, se retraía para ser John quien fuese detrás de él.

Ignorar el bulto debajo de si era imposible para John, restregarse contra el con descaro era su venganza. Su agonica venganza. El corazón le latia a mil por hora mientras la respiración comenzaba a pesarle.
Se separaron cuando necesitaron aire. John aferrado a las solapas del traje de sherlock y este, empeñado en explorar con sus dedos el cuerpo de su pareja.

—Sigues con el traje puesto— replica John en un tono que busca reflejar seriedad— quitatelo.

—Si, mi capitán— Sherlock no hizo amague de moverse, en cambio miró a John por un instante antes de acercarse hasta su oído—¿me lo quitas?

John cierra los ojos y respira un par de veces antes de volver a abrirlos y tomar a Sherlock del pelo.

—Eres demasiado perezoso, ¿lo sabías?

—¿Va a castigarme?

John suelta a Sherlock y comienza a desvestirlo. Se toma todo el tiempo del mundo, aún cuando su protegido lo atraía más cerca tomandolo desde la cintura para besarlo en cada lugar que llegaba a alcanzar. Cada dos botones, John dejaba el trabajo por culpa de esos labios y su insistencia.

—Detente.

Sherlock enderezó la espalda y sus manos cayeron a ambos lados, laxas. Fue el turno de John de sacarle la parte de arriba del traje, dejando expuesta una piel pálida y casi perfecta. El contorno de algunas marcas de posibles accidentes pasados ​​no lograrían que el hambre de John Watson disminuyera. Lo supo ni bien cerro los labios sobre ese cuello largo y elegante. Como fue dejando con un reguero de besos, huellas de un tono rosa al principio, que luego queria que se volvieran rojas. Incluso violetas. Moretones todas ellas. Una ansia violenta lo tocó en el centro del estómago y John tuvo que morder esa piel, restregarse con más ganas sobre el bulto de Sherlock, pedirle al detective sin utilizar las palabras que lo llenará por completo.

Sherlock dejo escapar un gemido alto cuando los dientes de su omega le rasparon la piel antes de morderlo. En consecuencia, cerró ambas manos sobre esa espalda tonificada y dejó camino de marcas que solo lograron que john lo mordiera con más fuerza y ​​gruñera por lo bajo.

—John..— susurraba su nombre sin sentido. Solo queria oirlo en su boca, saborearlo.

Antes de que se diera cuenta, John lo tenia con la espalda contra el piso y sus manos alzadas sobre su cabeza. Cruzadas y sostenidas poe una sola de las de su omega. Con la otra, se mentenia sobre su peso para no aplastar a Sherlock. La diferencia de altura solo hacia que Jonh se estirara un poco más sobre el detective, a escasos centímetros, pecho a pecho.

—Esto es lo que haras ahora. Quiero que me dejes follarte hasta que me haya saciado de ti y luego cerraras la boca por lo que queda de la velada. ¿Esta bien?

—Lo que quieras, John— dice Sherlock, dedicándole una media sonrisa. Una niebla de confusión le nublaba el juicio, era por culpa del olor de la exitación de su omega. Estaba atravezandole el craneo de lado a lado y no había forma de mitigar aunque fuese un poco la necesidad—por favor...

A John se le escapó un gemido ante esas ultimas palabras. Se acercó a besar a Sherlock, a dejarse caer con cuidado sobre él mientras usaba la mano libre para desabrochar el cinturón y luego el suyo propio. Exploró esa boca, enredando sus lenguas y tirando del labio inferior del detective, queriendo dejarle una marca cerca de las comisuras.

John tuvo que sentarse para poder terminar de bajarse los pantalones. Soltó las manos de Sherlock y este al instante lo tomó por la cadera y cerro la distancia hasta que sus penes se tocaron, finalmente. Por la expresión de Sherlock—esa mezcla de un dulce dolor interminable— John supo que estaba igual o peor que él mismo. No había demasiado tiempo, aún quería jugar un poco más. Explorar a fondo el cuerpo del detective, pero la primera vez tendria que ser de inmediato.

Se ayudó con las manos, oyendo a Sherlock sisear con fuerza, tomó su pene y lo acomodo hasta su entrada. La preparación era inútil, John llevaba horas lubricado desde la mordida, sintiendo un vacio que solo un alfa idiota y extremadamente inteligente podía llenar.


La caida en seco los despertó por completo, derramandoles las sensaciones en ríos efímeros al principio pero cada vez más intensos Las punzadas por falta de aire, el cosquilleo en el estomago, y esos leguetazos placenteros que solo fueron en aumento luego de que John comenzara a moverse. De manera circular, lentamente. Queria provocar al detective, desarmarlo con movimientos sugestivos, casi juguetones. La sonrisa de su suficiencia en su rostro decia exactamente eso. Con los ojos clavados en los tormentosos grises, midiendose.

Sherlock lo dejaba hacer lo que quisiera, abandonandose despues de años a lo que su cuerpo queria y no ya su mente. Cerró las manos sobre su omega con insistencia cuando sintio que éste buscaba aumentar el ritmo de las embestidas. Dejandose caer con mas rapidez y soltura. Destrozandole las terminaciones nerviosas a su alfa en el proceso.

Ambos vibraban sintiendo el cuerpo del otro.

Cuando Sherlock leyó la tensión de John en sus expresiones, hizo acopio de toda su fuerza para rodearle la cintura y enderesarse. Al instante, John Cerro ambas manos por detrás del cuello de Sherlock. El cambio de postura llevo a que las embestidas fueran mas profundas ya que el pene de John se restregara sobre el abdomen de Sherlock; Obligandolo al omega a soltar pequeños gemidos desesperados.

Su alfa lo tomó con una de sus manos y comenzó a acariciarlo de arriba hacia abajo, lentamente. Ver a su omega así de liberado, solo hizo que Sherlock perdiera el control por completo. Se abalanzó nuevamente en busca de sus labios, ese sabor único de la miel, al whisky meloso. Mordisqueó con insistencia su labio inferior y fue cuando supo que John se rindió.

Ambos colapsaron al mismo tiempo. Sus jadeos interminables eran compartidos, Sherlock perseguía el aliento de su pareja mientras continuaba moviendo las caderas más lento ahora.
John tenia los ojos cerrados, no queria regresar de donde estaba. Los resquicios del orgasmo palpitaban por dentro, con menos fuerza cada vez.

—No...—comenzó a decir, pero sentia el cuerpo aún muy sensible y hasta el esfuerzo de hablar le recordaba que dentro suyo aún tenia el pene de un alpha puro— no dije que podias tocarme.

Sherlock dejó caer la frente sobre el hombro de John y soltó una carcajada, lisa y llanamente. John lo sigue al instante.

—¿Eso ameritará otro castigo, capitán?

—Depende.

—¿De qué?

—De que tan rápido seas para alzarme y llevarme a la cama, por que mi pierna me esta matando.

—Te dije que era algo psicosomático.

—Y yo, que eres un idiota.

Chapter 17

Notes:

JOHNLOCK +1 (tuve que cambiar la disposición de los capitulos para que la trama tuviera sentido) ☺☺☺

Chapter Text

Uno, dos, tres... listo. Ya estaba.

 

El barco enemigo no podría pasar sin antes cruzarse con el temerario capitán Barbarroja!!

 

Sherlock iba a desembarcar en la siguiente isla en busca de su tesoro cuando, sin poder refrenar a tiempo, resbaló cerca de la laguna y cayó de frente raspándose las rodillas. Se levantó deprisa, no quería que My lo viera allí tirado y se riera de él, o peor, que corriera a contarle a mamá que se había ensuciado la ropa. Se restregó la zona con las manos. No dolía, bueno quizás un poquito. La sangre y el barro se mezclaban en su dedo, Sherlock se quedó viendo a la sangre más oscura por sobre el barro chorreante más rápido. Se limpió los dedos en el suéter y pudo cruzar finalmente hacia la isla. Agarraba su espada con fuerza mientras se acomodaba mejor el sombrero sobre sus rizos rojizos. Tenía que estar listo para atacar a cualquier pirata enemigo que quisiera llegar antes a su tesoro. Se fue alejando de la orilla hacia el otro extremo del patio de su casa... de la isla, la enorme isla en medio del caribe. Sabía el nombre de muchas de ellas porque My se las había enseñado, con fotografías y todo. A Sherlock le gustaban las enormes piedras de alrededor; se imaginaba el agua chocando con fuerza y haciéndolas desaparecer. Eso y la arena dorada infinita. Nunca dejaba de darle el sol.

 

Sherlock miró hacia atrás, donde había dejado su barco. Estaba bien amarrado, con doble nudo. Le hubiera gustado tener un perro para llevar como guardián, pero mamá no quería mascotas en casa. Así que su única compañía era su hermano Mycroft— algunas veces — y su gran imaginación. Había estado en muchas islas ya, y la mayoría de ellas tenían un faro alto y tenebroso. Allí dentro se ocultaba el tesoro, a resguardo de los piratas malos.

 

Los libros de piratas eran divertidos pero a Sherlock le gustaba crear sus propias aventuras, agregarle muchos monstruos u obstáculos casi imposibles de sortear. Sherlock siempre ganaba, por supuesto, pero nunca había visto un faro de verdad, ni visitado uno. Mycroft le prometió que el próximo verano lo llevaría a conocer el más importante de Gran Bretaña. Se lo había jurado, con un papel firmado de por medio y todo. La firma de Mycroft , en el centro del papel, era elegante y larga en comparación al garabato de Sherlock en una esquina.  Su entusiasmo solo fue en aumento y en cada oportunidad, le recordaba a su hermano mayor la promesa que debía cumplir. Sherlock entendía las funciones básicas de los faros, pero poder verlo de cerca, recorrer su interior, era algo que ansiaba más que un día soleado.

 

Aquel fue uno muy soleado, y también fue el único día en toda su infancia que Sherlock no pudo encontrar el tesoro que buscaba .

 

Algo se movió a su lado. Una fuente de calor constante y un aroma demasiado penetrante en su nariz,guardado en su palacio de la memoria con ahínco, llegaba hasta él en oleadas poderosas. Sherlock regresó al mundo real justo cuando John Watson— su John — abría los ojos. Se miraron por un momento, pero ninguno pudo sostener por mucho tiempo la seriedad.

 

—Ni se te ocurra decir algo romántico —le advirtió John con la voz ronca y un ojo que ya se le cerraba de nuevo por culpa del sueño.

 

—¿Seguimos jugando a las órdenes? — Sherlock sonrió apenas y apretó su brazo alrededor de la cintura de John, para poder acercarlo y dejar un beso sobre su frente. Se quedó así, con el rostro vuelto hacia John y su mandíbula apoyada sobre la cabeza de éste.

 

—Técnicamente puedo ordenarte lo que sea, como capitán del ejército y tu omega— John se acomodó más cerca del hueco entre el hombro y el cuello de Sherlock, para dejar un par de besos perezosos allí mismo.

 

Sherlock había vuelto a cerrar los ojos. No respondió de inmediato, no pudo. Fotogramas de su infancia aún se reproducen en su mente, y ese asombro que solía despertarse en él cuando era niño, regresó de súbito, dejándolo sin palabras. Ese conocido torrente de adrenalina que le sobreviene cada vez que tenía un caso por resolver, se diluyó hasta convertirse en algo más liviano, pero igual de especial. 

 

No quería llegar hasta el misterio detrás de una escena del crimen, no. Solo quería jugar, volver a jugar. Acomodar las rocas en el agua, prepararse para el enfrentamiento letal, regresar a casa con sudor en la frente y una sonrisa de oreja a oreja para contarle a Mycroft como su trabajo como pirata había terminado, el mundo se había librado de los malos y Sherlock tenía permitido ser un niño normal —mejor dicho un holmes— otra vez. Cómo era ser tan libre y estar en paz.

 

—¿Sherlock? —las palabras de John salieron algo ahogadas por estar aún tan cerca de la piel del otro. 

 

John esperaba que el detective respondiera algo ingenioso de vuelta, pero el silencio que siguió le hizo despertarse por completo. Sin embargo, no se movió. Podía imaginar como Sherlock tenía los ojos cerrados y una sonrisa mínima prendada de los labios. Ese semblante suyo siempre tan alerta, desafiante y hasta algo despectivo, se comenzaba a desmoronar cuando entraba en un terreno de tanta intimidad. El propio John quería seguir allí recostado antes que enfrentarse a la nueva realidad entre ambos.

 

—”técnicamente”, te dieron de baja como capitán, John.

 

—Eres…— la frase a medio decir fue interrumpida por la mano de Sherlock entrelazando la libre de John.

 

—Un idiota, si. Creo que lo dijiste varias veces anoche. Eso y "sigue Sherlock" o "por dios..." y algunas muchas otras órdenes — el detective no pudo sostener la risa por mucho más tiempo.

 

John se echó para atrás para poder ver al alpha a los ojos, pero éste arremetió rápido con un solo objetivo en mente: una serie de besos entre lentos y furiosos. La intensidad variaba dependiendo de cuanto podían controlar la risa y el supuesto juego de poder que ninguno pretendía ganar.  El desgaste que les sobrevino les dió el pie para dos cosas claves: sellar los eventos de esa noche juntos y tener al fin la excusa de tener que levantarse de la cama para ir por el desayuno.

 

Ya vestidos y alimentados, el panorama se mostraba incierto una vez más. Sherlock tenía un plan a medias, con la aparición de la tal Irene Adler, ya no confiaba en que ni siquiera Sebastian Moran permaneciera aún en Rusia.

 

—¿Por qué crees que esa mujer trabaja con Moriarty?— John hizo la pregunta mientras revisaba su nueva valija. Con el traje a medida encargado a Mycroft, también había una cantidad de suministros básicos así como una cantidad importante de ropa acorde a cada uno. John no quería saber cómo era que el Holmes mayor hermano conocía sus preferencias a la hora de vestir.

 

—Él tiene algo que ella quiere, o al menos puede estar interesada. Recientemente — Sherlock escribía con rapidez en su celular. Su valija fue preparada por John en primer lugar, para que el detective pudiera servirse otra taza de té e ingresar en su palacio de la memoria sin distracciones tan banales como "ser un ser humano funcional".

 

—¿Tú?— John no volteó al hablar, pero no pudo disimular el énfasis en la pregunta.

 

—Si — Sherlock abrió los ojos justo a tiempo de ver a John de brazos cruzados, de pie en el borde de la cama— tranquilo Jonh, no haría nada con ella, solo necesito dar con la conexión.



—Ella sabe de nosotros y ahora también Moriarty.

 

—¿Cuál es el problema?

 

—No voy a dejar que esa mujer se acerque, ni ella ni nadie— John descruza los brazos para señalar el espacio entre ellos— Estamos juntos, destinados. ¿Cómo se supone que vaya a dejarte a solas con alguno de los dos?

 

Una sonrisa del tipo depredador iluminó el rostro del detective.

 

—Podríamos querer experimentar.

 

—¿De qué hablas?— John frunció el entrecejo, la mente del alpha podía dar con conexiones que le asustaban a la par que maravillaban. 

 

—Irene Adler es una dominatrix. Su interés por mi es un desafío que no llevaría a nada. Y aunque ambos sepamos como de mucho me gusta tu lado rudo, eres más del tipo sumiso. Complaciente, cariñoso y dispuesto con tu amante, John. — las características fueron numeradas con una delicadeza propia de una subasta de una joya cara.

 

—Y, por supuesto, soy un omega.

 

—Recién vinculado, imaginate. La pareja perfecta para una adicta a los fetiches sexuales.

 

John le dedicó una mirada de larga data a Sherlock antes de soltar un suspiro y negar con la cabeza.

 

—Creo que no fui muy claro cuando dije que tenía límites. Y eso implica cuidarte, Sherlock. No como la fachada de tu pareja sino como tu guardaespaldas.

 

John no esperó una respuesta de Sherlock. Regresó al trabajo de mirar fijamente la valija con su ropa y decidir... nada. Más bien contemplar el conjunto de telas y colores solo para tener algo con que mantener ocupadas las manos y sus pocos pensamientos coherentes.

 

Quiero matarlo tanto como quiero volver a besarlo. En el medio, el recuerdo de esa mujer bailando con él y las estúpidas hormonas omegan.

 

—Esta bien, sabía que te opondrías, así que hablé con Mycroft para que consiga algo bueno con que chantajearla— los pocos pasos que lo separaban de su omega, Sherlock los dió con serenidad—  Pero es un plan b, John.

 

—No lo creo- respondió, intentando anular el escalofrío en la espalda por la cercanía del detective. Justo a un palmo de unir su espalda con su pecho y que el recuerdo de la mordida le atenazó a John todo el cuerpo.



—La posesividad va a destruirlo, capitán— la burla en la voz del alpha fue mucho peor al ser susurrada en el oído de su omega.

 

—Es mi trabajo y como tal debo desempeñarlo a la perfección— su tono neutral se mantuvo mientras daba media vuelta para encarar al detective. Sin embargo, no logró refrenar su necesidad de redoblar la apuesta- me debo al gran Alpha Mycroft Holmes. El monarca de la familia, un espécimen de alpha increíble que...

 

—¡JOHN!

 

—¿Posesividad entonces, Sherlock?

 

No hicieron falta más deducciones o planes a poner en marcha. La información pedida a Mycroft iba en camino, la conexión entre alpha y omega estaba aclarada y desde el gran ventanal de la habitación ingresaban algunos rayos de sol, haciendo visibles las motas de polvo cayendo sobre los cuerpos enredados en la cama, con menos ropa cada vez, y ambas valijas abandonadas en un rincón. Una echa, la otra por rehacer.

Chapter 18

Notes:

MYSTRADE ☻♥

Chapter Text

El perfil de la tal Irene Adler era todo menos banal. La mujer tenía contactos no solo con James Moriarty sino que su red llegaba hasta altos funcionarios con los cuales el propio Mycroft se vio varias veces para tomar el té e incluso cerrar negociaciones. Tenía amigos poderosos, fue un punto a aclararle a su hermano menor cuando le envió la información requerida. Aun así, la siguiente calada a su cigarrillo la hizo observando la confirmación del envío de un documento con la única, pero existente debilidad de la srta. Adler. Una cuyas irónicas características Mycroft conocía de sobra. Un sumiso, o mejor dicho, Sherlock Scott Holmes siendo SU próximo modelo de sumiso. La advertencia de Sherlock le dejó en claro a Mycroft que la tal Irene ya había conocido al doctor Watson y la relación implícita entre ellos. El juego para ella estaba perdido antes de haber comenzado.

 

Terminó el cigarrillo y dejó que el aire de su estudio, viciado por el humo, le aletargara los sentidos. Para nada estaba tranquilo. Con la camisa remangada y los dos primeros botones abiertos, el calor de un vaso de whisky no sería suficiente. Ni siquiera dos o tres. Intentó llegar a oír cualquier ruido más allá del pasillo, pero no captó nada. Quizás sí el ritmo de su corazón un poco acelerado. 

 

Pudo deshacerse del inspector bastante rápido. Le indicó donde estaba la habitación de huéspedes y le pidió a Anthea que se encargara mientras él iba por una urgencia de último minuto. El mensaje de su asistente había llegado hacía media hora a su celular. Gregory solo pidió un té y le dio las gracias.

Mycroft no se creía en condiciones de tenerlo tan cerca, saber que alguien había osado lastimarlo y no poder actuar en consecuencia. La falta de brillo en la alianza matrimonial del inspector no hacía que la verdad fuese menos impactante.

 

Ahora está a salvo, está conmigo.

 

Sólo tras ese pensamiento es que pudo respirar un poco mejor. Las situaciones a su alrededor perdían el norte con mucha facilidad y lo arrastraban a tener que volverse el hombre de hielo para responder. La mayoría de veces lo lograba, ahora sin embargo, la mezcla del olor del tabaco con el de una lluvia en primavera despertaba el hambre en él. La lista de deseos bajo el nombre de Gregory Lestrade no dejaba de ampliarse. Su lado Alpha le exige compartir una ronda de besos como el sucedido en la oficina del inspector. Un leve roce de labios, algo que lo ayude a apaciguar la furia contenida.

 

Hacía mucho que no pasaba de una emoción a otra con tanta rapidez, las consecuencias de perderse así mismo nunca eran buenas; pero no podía evitarlo.

 

Separó el cuerpo de su escritorio y lo rodeó para ver el paisaje tras el gran ventanal. Las preguntas hervían en su mente buscando dar con respuestas, atajos para ordenar el caos en su palacio mental. Estaba a punto de cerrar los ojos y abandonarse a su interior — como había visto hacer a Sherlock desde hace años— cuando la puerta de su oficina se abrió con cautela.

 

Mycroft no dio media vuelta aún.

 

—No podía dormir— dijo Greg sin elevar el tono de voz. 

 

No podía ni mucho menos quería dormirse. Cuando se percató de que Mycroft lo dejaría al cuidado de su asistente, Greg se tragó las palabras, fue amable, intento cerrar los ojos para dormirse y no pensar; pero su cuerpo se negaba a liberar por completo la adrenalina de los sucesos del día y su mente solo se centraba en el alpha que llevaba deseando por años y que, por decoro y buenos modales, se negaba a actuar como ambos querían.

 

Dijo que quiso ese beso también

 

Y la realidad era que Greg necesitaba olvidarse de todo. Eran dos adultos, aún no hablaba con su esposa desde la pelea de la noche anterior y sus pensamientos exigen ser redirigidos hacia otra zona, más específicamente, hacia otro cuerpo cálido cuyo sabor de labios greg aún no olvida.

 

Le tomó menos de un minuto acortar la distancia hasta la oficina de Mycroft. No llamó a la puerta para ver si seguía allí. De no estarlo, lo buscaría donde fuera, solo quería verlo. Una vez dentro de la habitación, el perfil de suma concentración del Holmes mayor no fue lo que hizo flaquear a Greg. Era el aroma a café fuerte mezclado con vainilla — algo amargo con un toque dulce al final—  desperdigado por todo el lugar con mayor fuerza que en el resto de la casa. Su oficina parecía ser su refugio/santuario, en eso se parecía al propio Greg.

 

—¿Whisky?— Mycroft hizo la oferta sin levantar la mirada.

 

—Por favor— Greg dió un par de pasos dentro. Una vez Anthea lo dejó a solas en su habitación, Greg no había hecho más que quitarse la corbata y frotar varias veces las manos por la cara, rememorando por vez mil la secuencia en el trabajo. Un escalofrío involuntario le recorrió de pies a cabeza— ¿Qué sabes sobre el ataque a Scotland Yard que yo no sepa?.

 

—No mucho, y puede esperar hasta mañana — responde Mycroft al fin mirándolo a los ojos. El titubeo en su mano al alcanzar el vaso no pasó desapercibido para Greg.

 

—Ya es mañana. ¿Qué sabes Mycroft?

 

—La mitad es confidencial y la otra…— comenzó a decir, pero antes se detuvo para tomar un trago — también.

 

—Obviamente.



Mycroft soltó un suspiro lento.

 

¿Por qué te apareces luciendo así, cuando no puedo cuidarte como quiero?

 

—No es necesario volver a tener esta discusión.



—¿Qué parte exactamente?— aun queriendo contenerse, la pregunta le salió con brusquedad a Greg.

 

—¿Qué es lo que haces aquí, Gregory?— pregunta Mycroft más para sí mismo. La idea de prender otro cigarrillo y compartirlo con el inspector, fue descartada por su mente en cuestión de segundos. Medio degustaba uno con solo oler a su omega tan cerca.

 

Greg no quería dejar las cosas así, siempre terminando las conversaciones con el Holmes mayor como si detestara pasar más de cinco minutos en la misma habitación que él.



—¿Qué hay de Sherlock?— Greg lanza la pregunta con cautela, la mirada de hastío que le daba Mycroft era clara para él.

 

—Está en una misión para mí en medio oriente. Es todo lo que puedo decir— Mycroft rodea el escritorio y vuelve a ocupar el mismo lugar de antes. A apenas unos pasos de su inspector.

 

—¿Solo?

 

—Sí y no.

—Vamos, Mycroft. Intentó entablar una conversación pacífica— el regusto del whisky en el paladar se vuelve más fuerte— Conozco a tu hermano, sabes que cuando regrese me lo contará de todos modos— apuró el resto del trago para tener algo que hacer más allá de mirar al alpha.

 

—Serbia... y ha encontrado a su pareja designada.

 

El ataque de tos de Greg no fue una actuación. La quemazón en la garganta le hizo lagrimear un poco.

 

—¿En verdad? ¿Sherlock? ¿El mismo Sherlock que ambos conocemos?

 

—¿Suena tan difícil contemplar que un Holmes pueda establecer un vínculo real?— la frialdad en esas palabras era posible palparse hasta con la yema de los dedos.

 

—Me parece extraño que sherlock, el genio idiota, pueda querer unirse a alguien. ¿Cómo es su pareja? me refiero a ¿como un omega puede estar a la altura de alguien como Sherlock Holmes?— la curiosidad en verdad hacía mella en él. 

 

Greg quiso disimular la incomodidad aún presente en su garganta y no solo por la bebida. Le dolían los moretones, y la presión de esos dedos fantasmales cortándole el suministro de aire.

 

—Así funcionan las parejas designadas, no por lógica. Es principalmente, biología— Mycroft se oyó dando una respuesta automática a Greg, su atención centrada en el collar en tonos bordó que rodeaba el cuello de su pareja y que ahora es visible para él. El puño de su mano libre quería golpear cualquier cosa a su alcance.

 

Tienes razón, Mycroft, la biología me ha traído hasta aquí .

 

La falta de una respuesta de parte de Greg sumió al Holmes mayor en un silencio cómodo. Fue el punto de partida para Greg. La actitud relajada, los recuerdos de ese día tan largo y extremo, la desinhibición a esas horas de la noche. Greg solo esperaba que el conjunto de factores fueran suficientes.

 

—Necesito que seas sincero con lo que voy a preguntarte— y ni bien terminó de decir la oración, su seguridad se fue al traste. 

 

Greg no quería sinceridad, buscaba más bien una confiemacion en toda regla para lo que estaba a punto de hacer. No esperaba ser mejor que Sarah solo por prevenirse y lo sabía; aun así la información le daba a su mente algo en que ocuparse  hasta que la culpa tomara su lugar.

 

—Nada relacionado al trabajo, por favor.

 

—¿Mi esposa me es infiel?— Greg vió dudar a Mycroft Holmes por quizás primera vez en su vida — dímelo.

 

—Si.



—¿Desde cuándo?

 

Otro lapsus de silencio, acompañado de un duelo de miradas y un último trago por parte de Mycroft a su bebida. Greg acortó la distancia hasta detenerse a un palmo del alpha.

 

—¿Desde cuándo, Mycroft?

 

—Esta conversación debería tenerla con su esposa, inspector.

 

—No, la estoy teniendo contigo porque eres un amigo para mí y quiero que...

 

—Usted y yo no podemos ser amigos — sentenció Mycroft en tono despectivo. 

 

Dejó el vaso vacío a un lado y se puso  de pie en toda su altura. Había apenas unos centímetros de diferencia, pero mucha distancia del tipo invisible entre ambos.

 

—¿Solo me mantienes bajo vigilancia por Sherlock?— Greg se acercó para dejar el vaso cerca del de Mycroft y entrar en su espacio personal.

 

—¿Por qué está aquí, inspector?.

 

¿Por qué me haces esto, Gregory?

 

—¿Usted qué cree, señor Holmes?

 

—Es tarde— suelta Mycroft, dispuesto a irse de su oficina hasta de su propia casa si hacía falta sin con eso lograba volver a pensar con claridad.

 

Antes de dar siquiera un paso, Greg estira su mano para rodear la nuca del Holmes mayor y lo atrae hacia sí para besarlo.

 

Fue igual o peor que en su oficina. La urgencia de Greg golpeó de lleno con la aparente indiferencia de Mycroft, resultando en una conducta de un alpha frente a su pareja designada por la cual llevaba esperando 25 años. Ya no dispuesto a ceder el control sino a tomarlo. Y así lo hizo. Su brazo se ancló en la cintura de Greg mientras su mano libre iba desabrochando los botones de su camisa, sin ningún tipo de culpa por llegar a tocar esa piel bronceada. Recorrer con sus dedos desde su abdomen hasta su espalda y de arriba hacia abajo. 

 

Greg soltó un gemido que fue acallado por los labios de Mycroft, tan hambrientos de contacto que solo se detenía cuando el aire era indispensable. Los movió a ambos hasta que el cuerpo del inspector golpeó con poca elegancia la puerta de entrada a la oficina. Una risa baja escapó de Greg al sentir el frío de la madera detrás.

 

Ahí está mi hombre de hielo

 

Una de las manos de Greg no abandonó la nuca de Mycroft,  mientras que la otra tiraba del chaleco del alpha sin conseguir abrirlo. El tira y flojera era complicado cuando todos sus sentidos responden a una urgencia marcada por el sabor del café más dulce, el calor de sentir piel contra piel y acortar la distancia ya inexistente entre ellos. No quiso, pero Greg tuvo que detener el beso para poder tomar aire y lograr lo que quería.

 

A esas alturas, la mente racional de Mycroft lo había abandonado ni bien Gregory estrelló sus labios contra los suyos. Una especie de costumbre por lo visto, algo que pensó que podría controlar hasta que su cuerpo respondía por sí mismo, buscando dar con el acceso casi completo al cuerpo su omega. El hormigueo no hacía más que crecer, los impulsos por consumir, marcar con sus dientes, retener a su pareja. Suya.

 

Greg apoyó la cabeza contra la puerta y dejó que Mycroft explorará cuanto quisiera. Quería tantas cosas, pero aún se veía incapaz de hablar. Algo perdido en los jadeos bajos y la respiración entrecortada que para cuando abrió los ojos, vio a Mycroft tensarse, con la vista clavada en su cuello. Una sola caricia suave como la de una pluma rozo esa zona, pero Greg lo sintió en el centro del estómago.

 

—Voy a encontrarlos— a pesar de lo ronca que se había vuelto su voz, aún conservaba el tono de frío profesionalismo.

 

—Sé que lo harás —confirmó Greg en voz alta.

 

Ambas frentes estaban unidas, sus respiraciones se habían ralentizado lo suficiente como para poder tomar conciencia de lo que ocurriría. Los dedos de greg perdidos entre las hebras de pelo rojizas mientras los de Mycroft trazaban semicírculos en la cadera del inspector.  

 

—No es necesario que le pagues con la misma moneda — dice Mycroft, como último bastión de su entereza y caballerosidad.

 

Greg le sonríe ampliamente. Por supuesto que saldría con algo como eso.

 

—¿Eso es un no?— pregunta, mientras termina finalmente de desabrochar ese chaleco y hace otro tanto con su saco y camisa que Mycroft ya  medio logró abrir en el camino.

 

Un pestañeo lento y Greg vuelve a sentir su cabeza golpear contra la puerta por la fuerza de un beso demoledor.

Chapter 19

Notes:

MYSTRADE

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Se quedó en la cama esperando porque tuviera alguna pesadilla, hasta ansiaba que así fuera. Sonaba egoísta, pero por primera vez en muchos años Mycroft Holmes quería permitirse serlo. Desde contemplar la rítmica respiración, los ronquidos bajos mal disimulados hasta los movimientos desproporcionados; el inspector Gregory Lestrade — su omega— dormitaba a su lado en la habitación del Mycroft después de pasar la noche juntos. Incluso sin contar los anteriores, este último motivo era más que suficiente para que el hombre de hielo no quisiera moverse de allí.

 

Mycroft fue por su computadora portátil luego de que Gregory cayera rendido tras la sesión sexual. En los recovecos de su palacio mental buscaba sonar recto, fallando al instante tras revivir el sabor de Greg aún persistente en su boca. El de su piel, sus labios juntos, su carne cuando lo mordía en diferentes lugares... y, por supuesto, el de su orgasmo inundandole la garganta.

 

Es una completa distracción aun dormido 

 

Mycroft acaricia con la punta de sus dedos la zona de pequeños surcos en la frente de su inspector. Hubo momentos durante la noche donde los sueños de Gregory se tornaron agresivos y otros donde parecía inundarlo una especie de paz, después de éstos era que Mycroft le oía lanzar un pequeño suspiro entre los labios. 

A pesar de haber pasado noches en compañía de uno que otro omega que, al otro día pretendía olvidar de su mente ( la lista era corta y su memoria privilegiada), para Mycroft no era comparable a esto. Esta escena que construyó junto con Gregory desde que este ingresó en su oficina. Llevaba horas dejándose atravesar por medio de todos los sentidos a disposición por el aroma de la lluvia fresca. Una especie de ecosistema personal, con ligeros toques de café que eran propios. 

 

Buscó la mano de Greg perdida por entre las sábanas y la entrelazó con la suya, besándole por el dorso y manteniendo ambas manos a la altura de sus labios. La imagen le transmitía la suficiente paz como para cerrar los ojos por unos instantes y permitirse sentir.

 

La confianza es algo ligero… y muy frágil.

 

Cuando abrió los ojos nuevamente vió asomar el sol por la ventana. Mycroft dejó a un lado su computadora, acomodó la mano de Greg debajo de la sábana y se dedicó a buscar un bolígrafo.

 

Debo acabar con esto rápido

 

Si por él fuera, haría el trabajo él mismo, pero no podía atravesar ese límite. Lo que sí haría era ceder en cuanto a ese límite y apartarse para ver los resultados. Una carta blanca para el enemigo, un paso riesgoso en detrimento de un premio mucho mayor que la dignidad. 

 

Mycroft sonrió hacia la figura ignorante de sus pensamientos antes de salir de la habitación.



Uno de sus mejores polvos de la última década, por no querer admitir que quizás el mejor en varias décadas. 

Greg despertó sobresaltado, como de costumbre. Su trabajo no le daba tiempo para procesar los sucesos, excepto cuando lo último que recuerdas de la noche anterior es al mismísimo Mycroft Holmes rogando —varias veces— por hacerte sexo oral. 

 

Sus sueños tenían limitaciones que el propio Greg desconocía.

 

Al girar la cabeza para buscarlo no le sorprendió ver el otro lado de la cama vacío. Le gusta llevar al límite a Greg para después darle lo que quiere con creces.

 

Y este es el momento donde dejo de rememorar 

 

Se levantó sin más, quería darse un baño y alistarse para hacerle frente a la próxima etapa de lo que sea que signifique pasar la noche en la cama del Holmes Mayor. Para sorpresa de Greg no tuvo que esperar demasiado para dar con un indicio sobre eso. Su celular, junto con una nota a puño y letra de Mycroft, descansa sobre su mesita de noche.

 

Llámala y explicate.

 

Greg soltó un suspiro y se pasó la mano por el cabello mojado. La realidad era que no había demasiado que explicar sobre una infidelidad. Podría reclamarle a Sarah, podría hasta enfrentar al imbécil con el que se acostaba y amenazarlo. Lo cierto de todo eso era que no le importaba. El matrimonio se caía en picada y tarde o temprano su ignorancia dejaría de jugarle a favor para develar la realidad: Greg no sentía más que un cariño fraternal por su esposa, la parte de la admiración por ella desapareció luego del primer engaño. No necesito que Mycroft se lo dijera, era una conclusión a la que Greg pudo llegar solo.

 

Acostarse con Mycroft, oírlo gemir su nombre, desvestirlo pieza por pieza… no era comparable a nada anterior. Y quería que eso siguiera así, por lo que tomó el celular e hizo la llamada. 

Alrededor de media hora después, Greg bajaba las escaleras para buscar a su alpha con una decisión en mente. 

 

—Café?— Mycroft hizo la pregunta desde el otro lado de la cocina, de espaldas a la entrada. 

 

Greg al verlo y sobre todo oirlo, no pudo evitar sonreír.

 

—Me he dado cuenta que desde que nos conocemos siempre soy quien ofrece el café, así que déjame prepararlo.

 

Se acercó a la encimera donde Mycroft acomodaba ciertas cosas en una bandeja de plata. 

 

—Eres mi invitado— rebatió Mycroft sin dejar de mover objetos de un sitio a otro.

 

—¿Puedes sólo decir que sí?— Greg apoyó la cadera contra la encimera y volteó el cuerpo hacia el alpha, cruzando los brazos. Mientras admiraba la vista, recorría con la lengua sus dientes.

 

—Cuente con ello siempre, Inspector— Mycroft acomoda la última pieza para, acto seguido, dar un paso atrás y permitirle a Greg poder desenvolverse con comodidad.

 

Greg niega con la cabeza y se lanza a darle un beso en un arrebato casi adolescente.

 

—Buenos días— le susurra Greg sobre los labios entreabiertos de Mycroft. 

 

—Hola, Gregory— la sonrisa de su detective es contagiosa por lo que le devuelve el beso con mayor determinación. Jamás satisfecho de ese simple contacto.

 

Greg le muerde el labio inferior y Mycroft se aleja apenas para mirarlo.




—¿qué opinas de hacer algo hoy? Tengo unos días libres y pensé... ¿aceptarías  cenar conmigo?— Greg hace la pregunta con la intención de comenzar a preparar desayuno, cuando la respuesta de Mycroft lo detiene en seco.

 

—No— Suelta con seriedad. El intercambio de miradas y aún más el silencio de entremedio parece congelar la escena, hasta que Mycroft sonríe abiertamente y es su turno de regresarle el beso a Gregory —¿usted inspector aceptaría acompañarme a cenar? — cada una de sus palabras parecen rozar la piel de Gregory—  ¿y a la hora del almuerzo? — un gemido bajo escapó de Greg —¿Y quizás más tarde ver una película juntos?

 

La sesión de besos fue interrumpida por este último, después de que su cuerpo comenzara a reaccionar a la voz ronca de su alpha.

 

—¿Cuáles son sus verdaderas intenciones, señor Holmes?

 

—¿No puede suponerlas, inspector?

 

—¿Alguna vez responderás algo de forma directa?

 

—Tal vez ... ¿Qué crees tú?— le pregunta a su omega, pero cualquier respuesta por parte de Greg, es acallada por un nuevo arrebato de Mycroft. 

 

Las manos de ambos insaciables por el cuerpo del otro. Una mordida algo fuerte al lóbulo de la oreja de Greg es suficiente para que Mycroft sepa que ganó.

 

—¿Puedo tener los honores de cocinarte?

 

—Está bien —cedió Greg al verse acorralado por su necesidad de necesitar aire para seguir funcionado— solo porque quiero verte cocinar. Un evento trascendental en cuanto a mi idea sobre ti.

 

—¿Qué idea?— la pregunta le salió a Mycroft más como una afirmación.

 

—¿”El hombre de hielo”?

 

—mmm…— Tuvo que hacer un esfuerzo para no poner los ojos en blanco delante de Gregory.

 

—¿Lo niegas?— Greg sonreía mientras le daba un pequeño beso cerca de la base del cuello y pasaba de largo hacia la isla de la cocina. Tomó asiento sin perderse una sola de las acciones de Mycroft.

 

—¿Te lo parezco?

 

—Si, pero es parte de tú atractivo. Eso y las discusiones indescifrables que tienes con Sherlock, e incluso esos discursos burocráticos eternos que sueles dar cuando te apareces en las escenas de algún crimen.

 

Mycroft le lanza una pequeña sonrisa y se dispone a cocinar. Pasan menos de diez minutos antes de que vuelva a hablar.

 

—Debe resultar fácil ser un omega irresistible, no solo por tener un olor embriagador sino también una alta inteligencia y un físico más que atractivo — la mueca de suficiencia no desaparece de sus labios al enumerar las características. Le lanza una pequeña mirada a Gregory y se deleita con el rubor que aparece en su rostro — los halagos te desestabilizan más de lo que pensé.

 

—Ser encantador no va salvarte de que califique el desayuno. Aunque sospecho que será perfecto, como todo lo que un Holmes hace— dice Greg, sin vacilar. 

 

Mycroft no responde enseguida sino más bien le dedica una última mirada intensa y asiente al comentario de su inspector.

 

El silencio que sigue es cómodo, casi doméstico. Excepto por que para ninguno de los dos la domesticidad suele asociarse a escenas memorables o recuerdos felices. Había un término que aplicaba mejor a ellos y era la cotidianeidad, sobre todo aquella que da la rutina laboral. Acciones de sobra conocidas, repetirlas mecánicamente para darle espacio a otras preocupaciones de una índole por lo general opuesta — en el caso de Greg sobre su próximo divorcio, en el caso de Mycroft sobre la presencia de su omega en su casa y hasta en su piel—.



—Si, tenía razón— Dice Greg luego de dar varios bocados a los huevos revueltos y las tostadas. El olor del café era intenso, delicioso.

 

Aún así, un sustituto pobre para SU olor

 

—Y parece que siempre la última palabra, Gregory— responde Mycroft, dando un sorbo a su taza de Té, algo distraído por el brillo de esos ojos marrones chocolate que tanta atención le ponían.

 

—Eso te gusta de mí, Mycroft.

 

—Es una de las partes, si.

 

—Dejame terminar de desayunar y me muestra de que otras partes hablamos—soltó Greg con calma. Su propia taza de café reducida a la mitad ahora.

 

—Con mucho gusto.

 

Mi amor.

 

Greg no pudo evitar reírse por lo bajo y negar con la cabeza. O era irritable o era irresistible; los extremos de los que hacía gala su hombre de hielo podían desarmarlo en cuestión de segundos. 

 

Verlo a centímetros suyo, haberlo probado desde cada esquina de su cuerpo a las siguientes, verlo reírse… Mycroft sostenía la taza de porcelana entre sus dedos con esa sensación que era una mezcla entre la delicadeza y las ganas por soltarla para verla hacerse añicos contra el piso. Se sentía débil cerca de Greg, humano.

 

Quiero serlo, con y por él.

 

Las horas siguientes lo retuvieron en una burbuja de la cual buscó absorber la mayor cantidad de sensaciones posibles. Su memoria no le fallaba, pero así mismo su mente solía resentirse con Mycroft y negarle recuerdos valiosos, como un mecanismo de defensa inútil; Mycroft Holmes era experto en reconocer y adelantarse a sus patrones autodestructivos. Así fue como reconoció que su felicidad no era algo que pudiera durar más de 24 horas. 


Porque mientras olía a su omega recostado contra su pecho, lo besaba sin prisa y le oía relatar anécdotas de su trabajo — dejando a Mycroft el placer de cuidarlo y complacerlo— sucedía que, del otro lado del mundo, su pequeño hermano se moría.

Chapter 20

Summary:

JOHNLOCK 💔

Chapter Text

No debería estar aquí.

El pasillo del ala este se veía menos luminoso que de costumbre, pero Sherlock lo atribuyó a sus escasas visitas a ese lado de su palacio de la memoria. Allí conservaba recuerdos del tipo prohibidos, aún para sí mismo. Desde Mycroft yéndose a la universidad, su propio paso por una y sus posteriores recuerdos fragmentados hasta conocer a Lestrade. Dentro de un par de habitaciones ubicadas bajando las escaleras principales, ese sector donde se encontraban sus memorias más oscuras. Las noches blancas donde la luz no provenía del propio ingenio de Sherlock, ni siquiera del mundo a su alrededor. Era producto de ese bálsamo de calma que le envolvía la mente una vez que la droga entraba en su sistema. Las lágrimas que solían caer desde sus ojos le nublaban muchas veces la visión, pero eso ya no importaba. 

Dejó de importar cuando el ruido cesó, dejó de importar cuando su hermano se fue, dejó de importar cuando su propio reflejo en el espejo le traicionaba creyendo que a alguien mas que a sí mismo podía importarle.

Sherlock caminó en sentido contrario hacia la entrada de su palacio, buscando dar con alguna señal sobre por qué estaba allí en ese momento. No percibía sonidos en el plano de la realidad que pudieran ayudarlo, sólo la certeza de que le estaba costando concentrarse. Un juego de sombras alargadas se proyectan en las paredes e igual de rápido, desaparecen. Sherlock sube las escaleras una vez más e intenta ingresar al salón principal. Empuja las puertas de madera pero no ceden. Golpea ambas manos con fuerza, al punto de sentir el temblor de la carne contra la solidez.

Alguien grita.

Sherlock se detiene enseguida y oye. El grito regresa con mayor fuerza, hace eco a su alrededor hasta alcanzarlo. Le perfora a la altura de las sienes y el impacto lo obliga a doblarse sobre sí mismo. Las paredes de su palacio tiemblan un poco más que su cuerpo. 

El flujo natural de sus pensamientos se ralentiza como nunca antes, y las sombras ahora adquieren una forma parecida a una persona… a alguien que Sherlock necesita desesperadamente.
Con el peso muerto de su cuerpo, se pone de pie y baja las escaleras, peldaño a peldaño, entre la confusión y el anhelo.

¿Dónde…?

La sombra se pierde detrás de una de las puertas prohibidas de Sherlock. Una de tantas. No puede negarse, la sigue. Incluso el piso debajo de sus pies comienza a temblar, pero no le importa. Es la primera vez desde que Mycroft le enseño a crear su palacio de la memoria, que no está solo allí dentro. Aun cuando jamás quiso a nadie, esa sombra es suya, lo sabe.

La puerta en cuestión cede al primer toque de los dedos de Sherlock sobre la superficie. No desvía la mirada hacia los lados, se concentra en la sombra. En los destellos dorados que parece desprender a medida que avanza por la mente de Sherlock con total confianza. 

¿Qué quiere?

No puede hacer la pregunta en voz alta, porque jamás ha necesitado hablar con nadie más que consigo mismo en su mente. Aguarda, se traga las preguntas y tan solo, espera.

La sombra se detiene cerca del piano, el piano de su padre.

Sherlock se tensa y quiere gritar. Quiere gritarle que se aleje o que siquiera lo mire de frente para saber qué es lo que está ocurriendo.
Pero la sombra solo estira lo que parece ser un dedo y roza una tecla cualquiera. La nota resuena en medio del pecho de Sherlock, desgarrandolo.

antes de nada, la sombra levanta la cabeza y mira directamente hacia Sherlock.

¿Tú…?

Atina a salir corriendo, pero la puerta se había cerrado, atrapandolo otra vez en ese recuerdo. La sombra comienza a desvanecerse hasta que el color de un humo gris casi extinto, asciende en volutas ínfimas hacia el techo. 

El derrumbe se vuelve inevitable.

El grito de Sherlock nada logra contra los escombros en los que se  ha convertido la habitación a su alrededor. 

Araña las baldosas, se destroza las uñas en una búsqueda inutil por sentir algo más que desesperación. Su mente se fragmentaba y Sherlock era un mero espectador atrapado en medio de la destrucción.

No tenía a donde huir, ya no había un sitio dentro suyo que salvar. 

No lo hubo esa noche a sus ocho años cuando su padre murió, y no lo habría ahora, de pie en medio de los restos donde conservaba sus mejores recuerdos. 

La habitación pasó a ser un espacio blanco, infinito, inconmensurable. Un pozo a cientos de kilómetros por debajo del nivel del mar o, por el contrario, la terraza del edificio más alto de la ciudad. No importaba. 

 

La sombra lo abandonó, su padre murió, y Sherlock quiere dejarse caer.

 

Irse.

 

Alguien a quien quiso se fue, y ahora, alguien a quien quiere se muere delante suyo. 

 

El rostro de su John sufriendo es lo último que puede ver.

 

La caída… no puede doler ya.

Chapter 21

Notes:

Mystrade

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La culpa es una emoción que ya no le cabe en el cuerpo. Después de años de entrenamiento, de contemplaciones, de secretos; Mycroft había llegado a la conclusión de que si preocuparse era una desventaja, sentir culpa era imposible. Por que para empezar, debería dejar de verla cada vez que abre los ojos como si de un ente corpóreo se tratase. La famosa picazón que sabe, suele acosar a los peces de colores con respecto a la culpa, en Mycroft se convierte en un taladro perforando sus sienes.

La llamada ocurrió cerca del alba. Cuatro palabras y una inhalación de aire lenta después, bastaron para desestabilizarlo: “La misión ha fallado”.

Lo pusieron al tanto de todos los movimientos antes de siquiera haber salido de su casa. Un viaje en avión de por medio no sería suficiente para reorganizarse a sí mismo y poder adelantarse al próximo paso, por la simple razón de que no había uno por hacer.

 

La misión falló. 

 

Mycroft aprieta sus ojos contra la palma de sus manos, en un gesto sin fuerza. Se le escapa por entre los dedos la sensación de seguridad. Es alguien capaz de revertir una guerra, desarmarla pieza por pieza, cambiar los bandos a su antojo; es capaz de convertirse en el gobierno britanico tanto o más de lo que le gusta presumir a Sherlock al respecto… y, sin embargo, esto es algo que no comprendía. 

 

Mycroft Edward Holmes no comprendía algo.

 

Podría sonar irónico, hasta gracioso, si tan solo el ejercicio de tragar saliva no lo ahogara más de lo que lo liberaba.
Da con su reloj de bolsillo: pasó media hora entre la última vez y esa. Acaricia el frío contorno del metal y cierra los ojos. Vaciar el avión de cualquier vestigio de alcohol fue una orden directa, una de las primeras. Debía contentarse con rememorar el olor.

 

Una imagen rápidamente reclamó la atención de Mycroft: Gregory, besándolo con pereza y sonriendo.

 

Tuvo que respirar despacio para regresar al presente. 

 

Tenía miedo. El gran Mycroft Holmes estaba aterrado. Los años de atravesar el deterioro de alguien como su hermano pequeño iban en ambos sentidos: Sherlock sufría el daño mientras que era Mycroft quien cargaba con las consecuencias. Aun de aquellas que ambos hermanos decían carecer: las emocionales.

 

La herida de su partida a la universidad, la herida de la muerte de su padre, la herida de… de Eurus.

 

Que Sherlock no haya llegado a conocer a su hermana no significaba que Mycroft no sufriera por ambos, todo lo contrario. La culpa no es solo es una carga emocional, es un detonante. Hunde tanto como impulsa. Todo ello envuelto en la figura del orden, de lo correcto.

 

Cuando su padre murió, Mycroft lamentó no haber heredado las condiciones de Eurus. Ella fue trasladada a la edad de 10 años y su existencia dejó de ser. Ella no tuvo que presenciar el funeral, Mycroft si. Supo desde la llamada del hospital que su madre atendió con consternación en el rostro, que su infancia como tal había terminado. Los hospitales siempre son sinónimo de pérdidas. Con su padre se fue su infancia, Con Sherlock su libertad y ahora… no quiere admitirse a sí mismo que es lo que perderá.

 

A menos de una hora de arribar a Rusia, el contacto de Mycroft pudo dar con los videos. En el primero se mostraban casi tres horas de torturas ininterrumpidas, involucrando todo tipo de objetos. Los gritos iban en aumento así como la brutalidad con la cual se buscaba minimizarlos. 
El segundo video era de una duración menor, pero no así su crudeza. 

 

El fin de ambos era el mismo: destruir.

 

Mycroft no pudo dar con otra palabra. Cuando llegara hasta Sherlock y éste recuperara la conciencia, sería él y nadie más quien debería explicar, hasta mostrar cómo fue que logró que conociera a su omega, lo convirtiera en su guardaespaldas, y… permitió que lo torturaran hasta la muerte.

 

 

Un hospital de distancia, y Mycroft Holmes perdería a su hermano para siempre.

Chapter 22

Notes:

Mystrade

Chapter Text

El hormigueo que acompaña a cualquier escalofrío le distrae de sus pensamientos por una décima de segundo. Llevaba horas en la misma postura: algo reclinado hacia adelante, con una mano sostiene el mango del paraguas mientras que la otra descansa a centímetros de la de Sherlock. El hombre que entró hecho una furia, caminando a la par de las enfermeras que arrastraban la camilla con el cuerpo de su hermano; quedó del otro lado de la puerta de la habitación. 

Mycroft tuvo que contenerse como tantas otras veces, respirar y recuperar el control. La combinación del zumbido de las máquinas, una respiración artificial y la suya propia; le corroe por dentro, al igual que lo hace el agua con una piedra. Se abre paso lentamente, pero de forma segura. Rechazo los dos primeros ofrecimientos de café para poder hacer las llamadas correspondientes. Anthea comprendió que no era un desaire a su trabajo, la mente de Mycroft suele encontrar orden en medio del caos. Siempre ha sido así. Las situaciones que ameritan su ingenio son ahora las mismas que utiliza para distraerse.

Cuando Anthea lo dejó a solas con Sherlock, Mycroft se desplomó contra la silla de visitas y lanzó un gemido entrecortado al aire. No había una pizca de enojo a la cual aferrarse. Por supuesto que no. Mycroft veía asomar la sombra de la culpa por el rabillo del ojo. Lo necesario para encontrar al doctor Watson, regresarlo a Sherlock y hasta... hasta hacer que el propio Mycroft pueda volver con Gregory; todas esas cosas aguardaban por él en algún sitio inalcanzable.

Recostó su mano sobre la de Sherlock. El calor era suyo, lo sabía. El cuerpo de su hermano estaba frío. La mayoría de veces que sufrió una recaída, lo último que lograban los médicos era que el cuerpo recuperase su temperatura normal. Más alta que el promedio entre betas y omegas.

Mycroft quedó prendado de la imagen de sus manos juntas, arrimadas, y no pudo evitar que se le oprimiera el pecho. El consuelo en su familia es una práctica inexistente. Un par de hijos Alpha, con un genio desbordante, el privilegio de pertenecer a un linaje puro y acaudalado. No había espacio para nada lo suficientemente importante de lamentar. La muerte de su padre fue por causas naturales. La condición de Eurus era consecuencia de su extraordinaria mente. El silencio de su pequeño Sherlock ... un precio a pagar. Algo que recordaría en cada oportunidad desde que Mycroft lo abandonó para irse a la universidad.

 

¿Cómo se procede en estos casos?

 

Un suspiro de resignación logra hacer que abandone esa silla y salga al pasillo, no por nada en especial. De igual forma el escarnio iba por dentro. El ala del hospital ya conocía la forma de proceder cuando llegaba su hermano. La discreción, la seguridad reforzada, el silencio en nombre del propio Mycroft. Por primera vez, ese mismo silencio que suele buscar desesperado, es el mismo que lo obliga ahora a detenerse, cerrar los ojos y tomarse un minuto. Su palacio de la memoria lo bombardea con imágenes de las últimas horas. Destellos de felicidad doméstica, la risa despreocupada, la posibilidad de tener cerca el aroma que llevaba tanto tiempo deseando con desesperación desde lejos…

 

—¡MYCROFT!.

No era su mente, aunque hubiese preferido que lo fuera. Levantó la mirada, se dedicó a parpadear un par de veces y dio media vuelta para regresar a la habitación con su hermano, para pedirle a Anthea que lo actualice sobre el origen de los videos de las torturas, para sentarse a contar las veces que Sherlock respira y olvidarse de él, de su omega mirándolo con esos ojos que lo desarman a Mycroft más allá de sí mismo.

 

Sacalo del hospital

 

Envía un primer mensaje, acompañado enseguida por otro.

 

Activa el código de seguridad 5 con él.

 

 


Greg sostenía la sonrisa más para sí mismo que para el chofer privado que lo estaba llevando hacia el hospital. Despertar por segunda vez sin Mycroft cerca le divirtió lo suficiente como para atreverse a bajar las escaleras con menos ropa de lo considerado decente; hasta que su búsqueda por los alrededores se tornó infructuosa. Subió a la habitación para llamarlo desde su celular, pero se detuvo al ver un mensaje de un número desconocido.

 

Emergencia con el Holmes menor. Un auto lo espera abajo.  A

 

Su lado policial se activó al instante. Se puso su ropa y corrió hasta la puerta de entrada. A medida que la distancia se acorta, la preocupación de Greg aumenta. Fueron varias las veces que pudo llegar a tiempo de impedir que Sherlock cometiera una idiotez, mayor que la que lo había llevado a esos estados en primer lugar. Y tras ninguna de ellas, Greg regresaba siendo el mismo. Su trabajo era ver las diferentes caras de la maldad, el problema surge cuando la desesperación se asemeja tanto y solo queda recurrir a la propia destrucción.

Greg aleja cualquier pensamiento referido al Holmes mayor. Haber compartido la cama no era el punto de partida de Greg para saber que Mycroft odiaba que le tuvieran lástima. Las primeras interacciones en los hospitales, pasillos de las cárceles en Scotland Yard y hasta en las escenas de los crímenes; le bastaron para resumir su teoría en pocas palabras pero significativas miradas. Leerlo, eso fue en parte lo que le gustó del alpha. Aprender sus especie de manías para poder usarlas en su contra y lograr hacerlo reír. 

 

Una mueca rara, pero adorable.

 

El auto se detuvo en la entrada. Greg vió a Anthea de pie cerca de la recepción. Al acercarse, una inclinación de cabeza bastó para que la siguiera en silencio. El ritmo de un hospital— privado y de alta complejidad — no se detuvo al aparecer Greg. Las enfermeras eran quizás menos ruidosas, pero allí terminaba la diferencia con el resto de centros médicos. Todos los que estaban allí esperaban algo, ya fuese una respuesta o una orden; resultando en el caos intermedio que alarga las horas entre una u otra.
Anthea esperó a que Greg entrara en el ascensor y marcó el piso 14. 
Ascender lentamente no era lo complicado, Greg hubiera preferido tomar las escaleras para no tener tiempo de pensar, estar ocupado con su respiración desbocada o el dolor en sus rodillas. 

 

¿Por qué? ¿Cuál es la causa esta vez para que lo haya hecho?

 

Ese tipo de pensamientos lo acosan mientras ve que el ascensor llega al piso y las puertas se abren. Medio pasillo y un giro a la derecha después, lo vé. El hombre misterioso, la fuerza invisible tras el detective consultor, el alpha de raza pura del cual Greg se enamoró de forma sutil.

 

—¡MYCROFT!

 

El nombre se le escapó desde el centro del pecho. Greg atinó a acercarse, pero bastó un intercambio de miradas para sentir el peso de la mano de Anthea en su brazo, empujándolo en sentido contrario al de Mycroft.

 

—Venga conmigo, Inspector.

 

Fue el golpe en seco de la puerta al cerrarse el que devolvió a Greg a la realidad un par de minutos después.

 

—¿Qué…? ¿qué pasó?— sentía la boca pastosa por el tiempo que llevaba sin hablar.

 

Anthea, sentada enfrente suyo, dejó de teclear en su celular para mirarlo directamente a los ojos.

 

—Espere aquí un momento, él vendrá por usted.

 

—Sherlock, él…

 

—El señor Holmes vendrá a verlo cuando esté listo. 

 

A Greg le hubiera gustado discutir, revelarse, pero por la tensión en la mujer enfrente suyo supo que sería mejor mantener la calma e intentar controlar la incertidumbre. Greg era bueno consolando a otros, en parte por su trabajo y otro tanto por su condición de Omega. Sólo esperaba que el hombre que quería para sí, realmente lo dejara acercarse.

 

 

Menos de media hora después, la figura de Mycroft se acercaba lenta pero decidida hacia la entrada del hospital. Greg no esperó ninguna indicación, bajó del auto y fue hasta él. El olor de la angustia le dió de lleno antes de recibir el peso de la frente de Mycroft apoyada en su hombro. Aun con la voz entrecortada, Greg logró oírlo.

 

—Perdóname, pero te necesito.

Chapter 23

Notes:

Mystrade

Chapter Text

Greg era bueno la mayoría de veces para sobrellevar las situaciones de rehenes. Fue durante la última en el Yard que falló casi de forma irremediable. Sin embargo, el silencio de Mycroft a su lado, era nada en comparación a la incertidumbre que lo envolvía en esos casos.

Después de encubrir la necesidad de abrazarlo en la puerta del hospital, Greg llevó al alpha al auto mientras tanto le pedía a Anthea  que cuidara de Sherlock hasta nuevo aviso. Mycroft no se negó a sus órdenes, mucho menos cuando pudieron tener un espacio privado solo para ellos donde ceder a su deseos por completo.

Simples, tan mundanos que Mycroft se sorprendió de poder abrazar a su Gregory, juntar sus cuerpos y cerrar los ojos sin el miedo latente de estar alerta.

Greg recibió a su alpha con las manos abiertas. No pudo hablar en voz alta, ni hacía falta, más bien lo atrajo hacia sí y enterró su nariz en su cuello. La pulcritud del traje deshecho entre sus dedos casi tanto como la respiración de ambos. Llenarse los pulmones del embriagador aroma de su otra mitad, solo eso querían. La pronta aparición de las palabras los separaría en más de una forma, antes de que eso suceda tienen esto; la posibilidad de sostenerse.

 

¿Dime como…?

 

No seas nada más que esto, por favor.


Mycroft es el primero en separarse y desviar la mirada hacia el frente. Greg hace otro tanto, pero antes le toma de la mano.
Sus respiraciones agitadas caen poco a poco en un ritmo continuo, más pausado. Greg gira su mano y entrelaza los dedos. Aprieta fuerte y Mycroft le devuelve la acción de forma automática.

—Lo torturaron por varias horas.

La voz del alpha siempre le impresionaba, pero esta vez fue el leve titubeo del final el que hizo a Greg tragar saliva.

—Vivirá— afirma con seguridad.

—No lo sé— Los dedos de Mycroft se sueltan un poco.

—Lo hará, es fuerte.

—No estoy hablando de Sherlock— dice Mycroft, y espera a que Greg diga algo más antes de continuar—  A él también lo torturaron, pero a su  pareja, el doctor...

—¿Qué pasó con él?

—No se donde está — suelta Mycroft, y es su mano libre la que se cierra con fuerza sobre su muslo.

—Mycroft…— Greg voltea a ver el rostro del Holmes mayor, y es su perfil el que lo recibe.

—¿Cómo voy a decírselo?— la solidez en sus palabras era alarmante.

—Le diremos juntos.

 

Mycroft extiende la palma de su mano antes de sacar su celular del bolsillo interior de su traje y dejarlo suspendido entre él y Greg. Éste último sabe que no va a obtener nada más por el momento, así que toma el celular. Sin contraseñas, una sola carpeta con dos videos de duración importantes. 
Greg no puede ver más que unos minutos para comprender lo que está sucediendo. El panorama que se abría ante ellos era de una vastedad desoladora. 

 

—¿Seré capaz de decirle a alguien como mi hermano que perdí de vista a su omega?— dice Mycroft sin elevar el tono ni dejar de ver hacia el frente. 

—No fue tu culpa—suelta Greg rápidamente.

Mycroft toma su celular de la mano de Greg y se suelta de su agarre.

—Deberías irte.

—No, no vas a hacer eso— “No te atrevas, Mycroft”.

—Inspector…— el suspiro de resignación de Mycroft es más doloroso de lo que parece a simple vista.

—Estoy pensando en Sherlock. Si no vas a ser tu quien se lo diga, déjamelo a mí— propone Greg. Su mano no se aleja del calor del cuerpo de Mycroft.

—Es igual.

—No...

—Su omega fue torturado por horas y está desaparecido, Gregory. Su pareja designada, ¿Lo entiendes?

Ese par de ojos gris azulados se clavaron en Greg con algo similar al desprecio.

—Si, pero…— Greg quiso acercarse a Mycroft, pero éste lo detuvo con el movimiento de su cuerpo al alejarse.

—No, no lo sabe. Será mejor que vuelva al trabajo— Un ajuste de corbata y unas últimas palabras— Lo llamaré si despierta.

 

El golpe en seco de la puerta Mycroft lo sintió hasta en el último recoveco de sus huesos. La cálida lluvia que lo envolvió en la puerta del hospital se transformó durante toda su conversación en una llovizna helada en pleno invierno. No era capaz de lidiar con su omega en esos momentos, no más que con la desaparición del doctor Watson. En ambos casos, tanto el suyo como el de su hermano, saber que encontraron a sus parejas sólo podía entenderse hacia el futuro. O en el caso de Mycroft, empezar hace unos 25 años atrás.

 


Otra noche de estudio arruinada. El ruido del pasillo, aunque suave, llegaba hasta la habitación y parecía ampliar su volumen con insistencia. Eso sumado al fastidio de Mycroft elevándose por sobre sí mismo hasta alcanzar el techo. 

La universidad había sido una idea magnífica ni bien su tío Rudy se la planteó. Su paso rápido por aquellas aulas con un futuro asegurado en las filas del M15 y posteriormente un puesto gubernamental que, por razones de seguridad, se le presentaría al resto del mundo como de menor calibre; resumía su ideal de futuro a la perfección.

Fue oír la propuesta y que las ideas sobre los nuevos conocimientos a adquirir se asentaran en la mente de Mycroft con rapidez. Quizás la única mancha en ese recuerdo fuese la mirada que le dedicó Sherlock cuando su madre le comentó la ida de su hermano mayor a la universidad. Lugar donde no estaba admitido y, sobretodo, le impedía a Mycroft volver a pasar cada fin de semana juntos. 

La decepción fue la única vía de comunicación que mantuvieron con su hermano hasta su partida.

Ahora, observando el título del libro que leía por segunda vez, más por placer que por necesidad, se le hizo insoportable. Mycroft no necesito llegar a la universidad para darse cuenta de que los únicos amigos que haría serían esos mismos libros y algún que otro profesor que lo envidiaba en secreto por sus conocimientos. Decir que querer amigos era algo más para su pequeño hermano que para él, era en parte mentira. Mycroft estaba por encima del resto, pero aun así se necesita de ese resto para sentirse superior.  

Las burlas, bromas y comentarios mal intencionados en cuanto a su inteligencia o incluso su peso, lo orillaron a dejar de intentar cualquier interacción tras las primeras semanas. Siendo ya el segundo año, todo su cuerpo respondió tensandose cuando esa misma noche cerca de la medianoche, alguien comenzó a tocar a su puerta con insistencia. 

La luz tenue de su lámpara de estudio era la única prendida en la habitación, logrando un efecto de alargamiento de la sombra de la puerta sobre el piso de madera. No tenía miedo, estaba intrigado y sobre todo fastidiado.

Esperó a que quien sea, se diese cuenta de su error y diera marcha atrás. Pero el toque volvió a sonar enseguida. Seguido por unas cuantas risas en voz alta y una conversación inentendible.

Antes de que Mycrodft pudiera ponerse de pie para echar al desconocido, la puerta se abrió con fuerza, golpeando contra la pared contraria.
El sonido no fue lo que hizo que se sobresaltara, fue el cuerpo vacilante y una cabellera castaña seguida por una abrupta alzadura de cabeza, lo que lo paralizó en su sitio. 

Mycroft parpadeo varias veces y se cruzó de brazos sin saber muy bien qué hacer. Conocía al extraño, y eso era quizás lo peor.

 

—Eyyyyy.... ¿hola?— intentó decir el intruso, seguido por el despliegue de la sonrisa más espléndida que Mycroft jamás conocería— tú... ehhh... ¿chicos?

—Es aquí, si. Quédate ahí lestrade, vendremos por tí en un rato. Diviértete amigo.

 

La otra voz que permanecía afuera y era desconocida, cerró la puerta antes de que nadie pudiera agregar algo.
Mycroft sentía su corazón palpitando con fuerza, pero su expresión no delataba nada.

Lestrade continuaba mirándolo con esos ojos inquisidores como si pudiera leerlo desde la distancia.

 

—Hola... yo... Greg, si, Greg... — sonrisa perfecta, una mano por el pelo y un intento fallido de poner la otra en su cintura —¿que hay? ¿Quién eres?.

 

Una especie de puchero demasiado tierno para que Mycrodr pudiera ignorarlo, transformó a Gregory Lestrade en el rompecorazones que toda la universidad conoció en menos de 24 horas y de cuyo efecto nadie, absolutamente nadie se salvaba.

 

—Tú te metiste en mi habitación a medianoche, ¿no debería ser quien haga la pregunta en primer lugar?

 

La carcajada de Gregory rompió con la quietud del ambiente, volviendo a sobresaltar a Mycroft. Greg negaba con la cabeza lentamente sin dejar de mirarlo.

 

—No entendí nada de lo que dijiste, extraño mio... — respondió Greg volviendo a reír.

 

Mycroft hubiera querido poner los ojos en blanco. Le molestaba comprobar cómo había fallado en sus análisis por que si, su noche de estudio podría empeorar.

 

—Soy Mycroft Holmes y tu eres Gregory Lestrade. Estas en mi habitación, ¿por qué?.

 

Greg se fue acercando tambaleante sin quitarle la mirada entrecerrada, a medio camino de la somnolencia.

Cuando estaba a menos de un paso de cerca, se detuvo.

Ninguno decía nada. Mycroft no ignoraba cómo su corazón parecía querer abandonar su cuerpo de lo rápido que bombeaba sangre; mientras perdía el rumbo de sus respiraciones.

 

—Tienes ojos lindos... Mycro...Mycr... Myc— asintió Greg para sí mismo, satisfecho de sus medias palabras.

 

Mycroft no pudo evitar alzar una ceja. Nadie había utilizado jamás un apodo con él, mucho menos este omega.

 

—Gracias— es lo único que se atreve a responder.

—No... — se apresura a decir Greg. Acorta la distancia hasta estar a un palmo de tocarse — no digas eso,no puedes.

 

Mycroft ya no sabía si eran sus labios o sus ojos quienes le hablaban. Tampoco le importaba demasiado, la vista era abrumadora. La atención de alguien como Gregory Lestrade sobre él, no podía entenderlo. La única barrera entre sus cuerpos eran los brazos cruzados de Mycroft que utilizaba a modo de armadura.

 

—¿Por qué no?

 

Si alguien era capaz de hacer vibrar la sangre de Mycroft Holmes era Gregory Lestrade con solo sonreír.

 

—Porque me hace querer besarte... — ni bien terminó de decir esas palabras, la sonrisa de Greg se esfumó. Comenzó a ampliar la mirada hasta que tragó saliva de golpe. Sus atención perdida en nada en concreto — Ay dios yo... no, yo...

 

La entereza forma el carácter y el rechazo formaba a Mycroft Holmes. Soltó el aire que llevaba conteniendo desde hacía un rato, para finalmente descruzar los brazos y soltar las palabras con el tono de voz más neutral posible.

 

—Si esto es parte de una broma, puede decirle a sus amigos que me ha engañado. Bien hecho. Ahora si eres tan amable, te ruego...

—¿Qué broma?— preguntó Greg de repente, volviendo a mirarlo de frente. Incluso se acercó tanto a Mycroft que este se vio aprisionado entre su escritorio y el cuerpo de Greg.

—Que estés aquí.

—no es broma, les pedí que...  amigos que... venir aquí. Quería venir aquí— enfatizó Greg, frunciendo el ceño.

—¿Por qué?— Hasta ese momento el aroma del omega no le había causado el suficiente efecto, pero tan de cerca la lluvia dentro de la habitación estaba próxima a convertirse en tormenta.

—Beso... quiero besarte.

 

Y acto seguido, Mycroft sintió un par de labios suaves y cálidos sobre los suyos, ejerciendo presión. De ser posible se hubiera hundido en su propio escritorio, incapaz de huir hacia ningún lugar. La presión se hizo insoportable y Mycroft arremetió contra Greg tomándolo del cuello para atraerlo mucho más cerca. La torpeza que lo había caracterizado toda su vida lo abandonó en ese preciso momento. 
Entre los gemidos bajos del omega y los escalofríos que sentía Mycroft  subiéndole por el cuerpo; fue el calor a la altura del vientre el que crecía sin parar.  La sedosidad de engancharse de ese cabello castaño rebelde, tanto o más que su dueño, lo desarmaba con  cada segundo que pasaba.

Greg a pesar de su estado empujó a Mycroft contra el escritorio hasta casi dejarlo sentado y comenzó un reguero de besos que lo llevaron desde la mandíbula del alpha, pasando por el nacimiento de su cuello. Con dedos torpes logró abrirle los primeros botones de la camisa y reciente detuvo sus caricias cuando alcanzó la altura de su hombro.

Greg se alejó apenas un poco para intentar calmar su respiración, la necesidad de continuar batallando con la droga que era el olor a chocolate derretido y vainilla del alpha en su lengua. El autocontrol le duró menos que un suspiro antes de lanzarse de lleno y hundir los dientes en la carne blanda.

El gemido alto y claro de Mycroft les dejó en claro a ambos que estaban quemándose por dentro por el otro.

Mycroft cerró los ojos y se abandonó al deseo, la calidez de Gregory. La excitación estaba haciendo estragos en su cuerpo, pero no quiso separarse ni un milímetro. Le dolía el hombro pero más aún le dolían las manos por la necesidad de acercarse,de sentir el cuerpo del omega delante suyo. Incitó a greg a hundir los dientes mucho más profundo, lanzando la cabeza hacia atrás y apagando su lado racional

Era tan solo un alpha siendo mordido por el omega que lo cautivó desde la primera vez. El resto no importaba.

Greg se separó después de un gemido largo y antes de que pudiera lamer la herida para no dejar una huella permanente, Mycroft lo sintió relajarse contra sí al punto de dormirse.
Mycroft atinó a agarrarlo justo antes de que cayera al suelo. Lo acomodó sobre su hombro sano y se permitió unos minutos antes de acomodarlo en la cama y esperar porque sus amigos volvieran a buscarlo.

Esa fue la noche que alguien se atrevió a romper todas y cada una de las barreras de Mycroft Edward Holmes con tan solo una sonrisa y un beso. La huella indeleble es la misma que cada mañana se queda mirando mientras se viste para salvar al mundo de la ruina; y es la misma que le mostró que desde ese momento y para siempre pertenecía a Gregory Lestrade.

 

¿Cómo podrías entender todo lo que significas para mi?

Chapter 24

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Todo lo que quedaba de si, era la intermitencia de un pulso. Erratico, tenue y sin sonido. El resto era oscuridad absoluta. El pulso vibraba por debajo de su piel, o eso era lo que pensó en primera instancia. 

Error.

Sherlock jamás se equivocaba, mucho menos cuando estaba dentro de su mente. El problema era que, para ser sincero consigo mismo, no sabía muy bien qué era lo que estaba por delante de sí en ese momento. Se sentía como tomarle el pulso a alguien más, cercano pero no propio.

 

Abrió los ojos. 

 

Nada.

 

La oscuridad seguía existiendo. El eco del pulso era más bien una vibración en sí misma. No podía determinar de dónde venía, sólo su necesidad por seguirlo. Mientras su versión mental no sufría dolor alguno, la devastación ocurrida dentro de su palacio de la memoria no logró atravesarlo de otra forma que con indiferencia. absoluta.

Los escombros en los que se convirtieron años de información, recuerdos, ideas… hasta sueños, se acumulaban a su lado en pilas infinitas. Va descubriendo medias torres, miles de pedazos de aquello que supone, componen a una persona.  A Sherlock Holmes. Los atraviesa rápidamente de una vez .

Si tiene pulso, tiene un sentido. Todo debe tenerlo. Los fantasmas de sus versiones olvidadas asomaron sus rostros apenas, temerosos de esta vez si, enfrentarse a la aniquilación final.
Sherlock solo les dedicó una mirada, indiferente. Las luces no se encendieron a su paso, las corrientes de aire transportan el tan conocido frío de sus noches miserables. Solo, aterrado más allá de su propia piel.

 

¿Qué ha ocurrido… conmigo?

 

La persona que se había jactado siempre de saber quien era, lo que quería, a quien debía prestarle atención o por el contrario, no merecía más que una mirada de desprecio inutil de su parte. 

 

El gran detective, el alpha de pura sangre, la mente brillante. 

 

Todo ello reducido a un pulso débil.

Sherlock tenía que lograr dar con el orígen de ese pulso para hallar respuestas. Los misterios siempre fueron el eje de su vida. En ese momento, ya no era nadie.

Se deja arrastrar por la frecuencia, llegará a algún lugar, tal vez. 

 

 

El primer batir de sus pestañas fue suficiente para que Mycroft se ponga de pie enseguida. La visión nuevamente de esos tan conocidos ojos azules le impactó de lleno. Los hermanos Holmes se quedaron viendo por un instante demasiado largo, antes de que Sherlock inhale aire con desesperación y se mueva con prisa.

 

—Tranquilo querido Hermano — Mycroft buscó poner una mano sobre el hombro de Sherlock, pero este se hizo a un lado.

 

—¿Dónde está?— oír su voz algo débil le resultó extraño. 

 

Mycroft le sostuvo la mirada antes de desviarla para ir a tomar asiento nuevamente. Con calma, acomodó el paraguas en su mano y respiró antes de responder.

 

—No lo sé.

 

—¿De verdad Mycroft? ¿Lo perdiste?

 

—Perdóname, Sherlock— Respondió sinceramente. No se atrevía a levantar la mirada aún.

 

—¿Qué?— Sherlock pestañeó un par de veces. ¿Había oído bien? ¿Mycroft le pedía perdón?

 

—John, él…— empezó Mycroft a decir, tan familiarizado ya con el doctor - como con la culpa - que en su mente lo trataba por su nombre de pila.

 

—James, Mycroft ¿Dónde está moriarty?— preguntó Sherlock con insistencia. Pudo leer en el rostro de su hermano, en cuestión de segundos, quizás la mayor cantidad de emociones que había atravesado en toda su vida.

 

El silencio que se hizo a continuación cayó por su propio peso entre ambos. Sherlock comenzó a tomar conciencia de los dolores atenazando sin piedad a su transporte. 

 

Mycroft solo se dedicó a realizar una cuenta regresiva en su mente: 6, 5, 4, 3, 2, 1…

 

—¿Y quién es John?.

Notes:

No soy partidaría de la idea de "la perdida de memoria" en las historias en general, pero en esta es muy necesaria para la trama jajaja. Perdón!!!