Work Text:
Undertale.
Au: Underswap
Pareja: Charisk
“Nunca más estarás solo”
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-[Fragmento 1: Hoy y recuerdos del ayer]-
Los rayos del sol golpearon su rostro nuevamente, indicándole que el astro rey estaba en su punto cúspide, su ceño se frunció ligeramente en una expresión de desagrado, detestaba enormemente despertar cada día sintiéndose... solo.
Pero se lo merecía, él no era como los otros niños, ni tampoco era como ella, el mismo Asriel se lo había dicho en la cara minutos posteriores a la salida del Underground.
¿Sabes algo, Chara? creo que Frisk no era la mejor persona... hubiera deseado tener una amiga como tú
Le dolió bastante, el rostro impactado que recibió su sucesora -quien sabía bien sobre su presencia dentro de su cabeza- al oir aquellas palabras por primera vez, fue monumental. Aún si el chico cabra no lo sabía, había dicho que la amistad entre él y Frisk había sido una pérdida de tiempo en la cara de este último.
Era doloroso y quería pedir perdón, pero internamente comprendía sus motivos, es decir, se lo tenía bien merecido; los llevó a ambos a la muerte con un plan extremadamente estúpido, destrozó la hermosa relación entre sus padres, hizo a Toriel tomar seis vidas humanas.
Todo por querer vengarse de esos asquerosos humanos que lo llamaron demonio únicamente por sus ojos.
"¡Por aquí, mamá!, ¡este lugar es bonito!"
Oh, la dulce ironía, demostrándole aún más que el karma y la vida en general eran unos desgraciados: aparentemente, una familia había venido de picnic ahora que la montaña era segura, y tuvo la suerte de escuchar al mocoso fungiendo de guía. Dormir en acostado en su propia tumba tenía sus ventajas, las flores doradas... no eran de su mayor agrado, la verdad, eran hermosas, pero estaban cargadas de malas memorias que aún ahora, -especialmente ahora- dejaban un desagradable y agrio sabor en su boca.
Eso, y un apretón en su pecho.
Mamá...
E irremediablemente se llevó una mano a la cara, justo donde tenía puesta su venda. Su mente comenzó a trabajar; su primera muerte había sucedido hacía exactamente mil años, muchas cosas habían cambiado desde ese entonces. No le gustaba rememorar el pasado, pero tras todo lo que había vivido... lo que él y Chara hicieron, ¿qué otra cosa podía hacer?
Su madre... la superficie... su vida...
Y el por qué siempre utilizaba esa maldita porquería en la cara.
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Fue hace mucho, mucho tiempo. Lo suficiente como para que la palabra "ciudades" todavía no existiera; todo era "villas", "pueblos" y "reinos".
El tiempo suficiente como para que la mentalidad humana se basara en creencias religiosas, hipócritas, desagradables. En aquel entonces, siempre se había preguntado por qué siempre tenían que estar leyendo las supuestas "sagradas escrituras" y ni una otra cosa más. Llegaba a ser no solamente agotador, sino irritante: podía recitar al completo la travesía del llamado mesías cuando su padre le cuestionaba para comprobar la veracidad de sus lecturas.
Y aún cuando lo hacía, nunca dejaba de darle esa mirada tan... hostil.
Su madre no era muy diferente, pese a que supuestamente, debería ser ella quien más le amara de los dos.
Todo el mundo, todo el maldito mundo le daba esa mirada sin justificación. Había oído y visto historias de madres que amaban a sus hijos, que leían o hablaban sobre aquel maldito libro con cariño, con amor, lo hacían sonar como si realmente fuera una actividad divertida. ¿Pero qué había de él?, ¿qué había que decir de su vida familiar?
¿Era su hogar cálido realmente?
“Te amo mamá”
Murmuró alguna vez, aventurándose a abrazar a su progenitora por la espalda mientras se encontraba cocinando el almuerzo de aquel día. Fue un simple capricho infantil, porque pese a todo, realmente adoraba a sus padres, porque la inocencia infantil algo que despreciaba en la actualidad venía de la mano con la insensatez y por supuesto, la ceguera.
"GKH"
Lo que vino a continuación, fue casi automático. El dolor punzante de un tobillo estrellándose contra su pequeña barriguita. Normalmente, su madre siempre ignoraba sus muestras de afecto, pero en esta ocasión totalmente diferente, respondió con un golpe, ¿por qué?: precisamente por su propia culpa, la había tomado desprevenida. El cuerpo del pequeño muchacho calló unos cuantos centímetros lejos de la mujer, aterrizando en su espalda.
Sus manitos fueron lentamente hasta la zona de impacto, sujetándola. Le había pegado con la fuerza suficiente como para que su naricita se moviece dos veces, y sus pequeños ojitos amenazaran con soltar lágrimas: su mirada fue hacia arriba, encontrándose con el rostro frío de su progenitora. Las pupilas marrones de la fémina plantadas en él desde lo alto, sin ni un ápice de remordimiento.
Era como si estuviera viendo a una cosa, no al niño que supuestamente debía amar.
No había cariño, ni siquiera algo de aprecio: ¿accidente? claro que no. Muy dentro de si, Frisk sabía que lo hizo a drede. Parte suya esperaba que se arrodillara para abrazarlo, que le llorara y le acariciara la barriga, que usara uno de sus hechizos de magia curativa para disipar el dolor, acariciarle la cabeza, la espalda, acunarlo cerca de ella para jurarle amor y perdón, porque eso era lo que debía de hacer una madre.
Eso era lo que hacían todas las madres con sus hijos... pero él no tenía ese lujo.
"No vuelvas a asustarme."
Ni siquiera escuchó un mísero "por favor". Su labio se movió temblorosamente, buscando algo de consuelo. Sollozó, casi gritándole que le demostrara algo de amor, aunque fuera una tomada de manos, ¡era su madre por todos los cielos!, pero no lo hizo. El terror, el dolor adentro de su pecho, y el dolor en su estómago le hicieron desistir de volver a probar suerte.
Solo entonces, comenzó a preguntarse si de verdad su madre le quería. Luego de seis largos años, siendo si bien no golpeado ni abusado, pero si ignorado y despreciado, empezaba a abrir lentamente sus ojitos. No era querido por sus progenitores, ni por nadie de su villa. El mundo, pese a todos los hermosos colores que tenía, solo le daba tonos apagados y amargos a esa pobre alma inocente.
Con padres que no le querían, una villa que le ignoraba y solo le daba miradas desdeñosas junto a la agobiante soledad, las cosas realmente no podían ir peor.
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Pero se equivocaba.
"Levántate."
Siempre se podía caer aún más bajo, esa era una lección que aprendió de la peor manera posible. Sobre todo porque primero se sintió llegar al paraíso tras escuchar la voz de su padre, ordenándole salir de su cama cerca del mediodía, algo extraño: un lujo. Y, por obvias razones, su mente le recordó de inmediato que día era cuando sus pies tocaron el suelo.
Su cumpleaños.
¿Acaso ese había sido su regalo?, alzó la cabeza para mirar directamente al rostro de su progenitor, su mirada carente de emoción y su expresión seria contrataban perfectamente con la mirada de su niño, llena de alegría mientras mostraba sus dientes en una sonrisa cariñosa. Casi como si fuera un perro, en ese momento, perdonó todos y cada uno de los golpes que le dieron tanto él como su madre.
Porque supuestamente le querían, incluso si era algo tan simple como ser el último en salir de la cama, con tal de que fuera algo de parte de ellos estaba más que satisfecho.
"Ponte los zapatos y ven, que sea rápido"
Tap tap tap tap
Sus firmes pisadas sonaron conforme salía de la habitación, cerrando la puerta tras de si. Ni siquiera quedó para verle asentir rápida y obedientemente; el muchacho de tez bronceada corrió hasta su guardarropa, sacando de inmediato su suéter celeste con una única raya magenta. Por breves momentos contempló la toga ceremonial que utilizaban cada domingo.
La, supuestamente, ropa "formal" del pueblo. Tomó su decisión de no llevarla en silencio, optando por simplemente obedecer las indicaciones de su padre, para luego correr en dirección a la salida de su hogar, bajando las escaleras. Justo como había pensado, ahí estaban los dos en el marco de la puerta, mirándole. Se arrepintió de inmediato por su estupidez al ver la tela blanca cubriendo sus ropas habituales.
¿Debería quizás preguntar si podía volver a subir?... no, el buen humor en ya era en si algo inusual en ellos, y no quería arruinar ese día.
“¡¿A dónde iremos?!”
Preguntó con emoción, saliendo de la casa con dos zancadillas. Su madre cerró la puerta, empezando a caminar junto a su conyugue, él siguiéndolos de cerca. Los deseos por tomar las manos de ambos se manifestaron dentro suyo, pero de nuevo desistió. Caminando detrás de los dos, manteniendo una distancia prudente, no pudo evitar sonreír aquella tarde.
No le importó a donde le llevaran.
Pasar tiempo con sus padres, aún si eran pocas las ocasiones en las que le mostraban algún tipo de amor, eran lo suficientemente valiosas para él precisamente por ese factor, las atesoraba de igual manera.
Eran los únicos que realmente estaban a su lado, al final del día. Los rayos del mediodía proyectaban las sombras de la pareja en frente suyo, bañando además, todo el pueblo en un precioso tono anaranjado. Dentro de si, sentía que ese era un nuevo comienzo. Nunca le habían sacado a pasear en un cumpleaños, y por eso pensaba de esa manera.
"¡Ah!, ¡los Rolland!, ya han llegado, los estábamos esperando."
Sin embargo, los sueños y esperanzas del pobre castaño se derrumbaron en el momento en el que giraron por la calle que daba al centro del pueblo. Inmediatamente se percató de la muchedumbre; la voz de un hombre anciano les dio la bienvenida y, como si fueran hormigas obedeciendo a su reina, todos voltearon sus miradas hacia ellos, o más precisamente...
Hacia él.
En su sotana, el anciano vestía una enorme cruz carmesí acompañada de una cruz plateada colgando sobre su pecho. Era el sacerdote encargado de la iglesia de su pueblo, quien al contrario de todos sus feligreces, sonrió al verle. Sintió como los pelos de su nuca se erizaban ante aquella sonrisa, porque nunca se la había dado. Usualmente, él siempre mostraba desagrado o indiferencia para con él.
Pero... justo ese día, en ese mismo momento, le sonrió.
"Agárrenlo y tráiganlo"
Dos pares de manos fuertes y grandes le sujetaron de los brazos, arrastrándole a la fuerza. Frisk se removió de inmediato, sintiendo el peligro: sus piernas se movieron al igual que sus brazos tratando de soltarse, pero no hubo caso. El agarre se intensificó, llegando al punto de lastimarle: un quejido de dolor salió en respuesta, observando como el mar de personas se separaba en un camino directo a la pequeña plataforma en la que estaba parado el peligris.
“¡¿Mamá... Papá?!”
Llamó desesperado, volteando a mirar atrás en busca de apoyo. No obstante, ahí se quedaron, de pie. El castaño negó con la cabeza, incapaz de comprender lo que veía. Era cierto que sus padres nunca le habían demostrado amor directamente, también era cierto que su vida familiar estaba lejos de ser cálida y normal como la del común.
“¡¿PAPI?! ¡¿MAMI?!”
Pero muy dentro de si... siempre creyó que lo amaban.
Que cuando llegara el momento, lo protegerían de todo mal. Pero cuando sus rodillas tocaron el suelo de madera y lo obligaron a arrodillarse frente a todos los que alguna vez le dedicaron miradas, susurros y espaldas, sin que ninguno de ellos hiciera algo para intervenir y regresarlo a su lado, sintió como si su mundo se hubiera hecho pedazos.
Porque ya no podía encontrarlos.
Entre tantas personas, entre tanto blanco... no podía encontrar indicio alguno de sus padres. Ellos siempre habían sido parte de la muchedumbre fría, cruel, gris... no eran luces, no eran estrellas, ni tampoco los ángeles de la guarda que mencionaban en repetidas ocasiones en los párrafos de la biblia.
"¡Querida comunidad!, me presento ante ustedes de forma humilde con el poder y la vida que dios me ha dado para decirles que hoy... hoy, ¡haremos justicia!"
Comenzó, alzando los brazos como si se tratara de lo que algún día sería llamado maestro de orquesta, sus feligreses gritaron en ovación, alzando el puño derecho. No hubo o más bien, no consiguió detectar a nadie que no lo hiciera. Si bien no estaban presentes los niños, los jóvenes muy por el contrario si. Lleno de gozo, de dicha, comenzó a caminar en frente del demonio a sus espaldas, negando con la cabeza.
Su brazo derecho se extendió apuntando hacia abajo, en un gesto de negación, siendo seguido con la mirada por sus creyentes.
"¡Como todos saben, hombres y mujeres de dios!, ¡El día de hoy hace ocho años llegó a nuestro bello mundo una criatura salida del mismísimo infierno!, ¡Un demonio, como nunca antes se había visto!, uno que no posee ojos rojos como todos los otros lobos vestidos de cordero que caminan entre nosotros, ¡sino mil veces peor!"
Y luego le apuntó directamente a él. Su arrugado dedo señalando directamente el incrédulo rostro del chiquillo, cuyas lágrimas no tardaron en empezar a bajar. Guardó silencio, como si fuera leña siendo echada al fuego, para aumentar aún más la intensidad de la llama. La ira, la furia, el odio ardiente de la villa entera se avivó justo como deseaba, soltando entonces la bomba.
"Un demonio nocturno... cuyos ojos son morados. ¡Este niño, este horrible monstruo como los que antaño desterraron al inframundo nuestros predecesores, se ha colado y tomado la apariencia del fruto del amor entre Gabriel y Victoria Rolland!, ¡sin lugar a dudas, no es un humano!"
Otro grito en conjunto, aún más fuerte que el anterior, más brutal, más monstruoso, vino a continuación. El primero fue de halago, para inciar todo, pero en su lugar, el que llegaba a sus oídos... era más primitivo, bestial, ilógico. Un escalofrío recorrió la nuca del pobre castaño quien, solo entonces, pudo alcanzar a vislumbrar los rostros de sus queridos progenitores entre tantas caras desconocidas.
Su madre... su padre... los dos estaban llorando.
"¡ERES UN MONSTRUO!, ¡DIABLO, DIABLO, DIABLO!"
Movió la cabeza hacia la derecha justo a tiempo para proteger su cara, pues una mano fue hasta el suelo, agarrando una piedra y tirándosela. Como una reacción en cadena, solo bastó que uno lo hiciera para que los demás de igual manera se agacharan, buscando sin importar el tamaño, cualquier peñasco para poder lanzárselo. Sus sollozos finalmente comenzaron a salir, si bien le mantenían sujetado para evitar su escape, al menos no le obligaron a alzar la cabeza.
Eso no hizo la apedreada menos dolorosa.
Una tras otra, cayeron sobre su cuerpo con una puntería lo suficientemente buena como para no llegarle a ninguno de sus captores ni al sacerdote que inició su supuesto juicio. El ardor, la sangre, los insultos, iban y venían sin parar, mientras el líquido carmesí comenzaba a brotarle de las heridas que poco a poco empezaban a abrirse, una línea carmesí con su frente como epicentro descendió por su rostro, cayendo en sus labios.
"¡DEVUÉLVEME A MI HIJO, MALDITO DEMONIO!"
Todo tuvo sentido, cuando las palabras y la voz desgarradora de su amada madre junto a los insultos de su padre cayeron sobre sus orejas. El por qué siempre le habían rechazado, el por qué todos le daban la espalda, nadie nunca le quiso, porque según ellos, no era un ser humano... sino un demonio y, aparentemente, de la peor clase que podía haber.
Sus ojitos morados, llenos de tristeza y desesperación, miraron hacia adelante, buscando algo de compasión, luz... solo encontró ira y más rechazo.
Y la imborrable sonrisa de su juez.
"¡Basta, querida Victoria!... ¡comprendo el dolor que sufren usted, su marido, y todos nosotros desde tiempos recientes!, hemos tratado de santiguar noche tras noche a este pobre cordero, y nada ha funcionado. Ahora, su maldad se extiende por nuestras tierras, amenazando nuestras vidas: nunca antes habíamos pasado tanta hambruna y tenido cosechas tan pésimas... sin duda alguna, ya no hay nada que podamos hacer por vuestro hijo. Pero para proteger el futuro, los sueños y esperanzas de nuestras futuras generaciones, hemos de impedir que las pesadillas que causa este repugnante ser sigan aconteciendo."
Clap clap
Dos aplausos, y otro par más entraron. Frisk volteó su cabeza hacia la derecha, logrando vislumbrar a un hombre trayendo consigo una cuchara y un bol de oro, posicionándose frente a su señor, no sin antes dar una pequeña reverencia. El anciano sostuvo su cuchara, alzándola en lo alto con su mano derecha mientras su izquierda sostenía la cruz, como si se tratara de una bendición.
"Señoras y señores... ante ustedes y nuestro padre todopoderoso: arrancaremos los ojos del demonio que mató a Frisk Rolland para que no vuelva a perturbar este mundo con su mirada..."
Prácticamente lo transformaron en un festival. Una vez más, ahora con los dos brazos, saltaron, brincaron, gritaron, bramaron en alegría, observando a su pastor dándoles la espalda para encarar al chiquillo. Los ojos púrpuras del único hijo del matrimonio Rolland observaron el arrugado rostro de quien se hacía llamar hombre de dios, abriendo sus párpados en temor cuando le sujetó del mentón.
Los rayos del sol se reflejaron en el metal dorado de la cuchara, acercándose a su rostro.
“No... No... ¡Yo no soy un demonio!, ¡no lo soy!, ¡No lo soy, lo juro! ¡lo juro!”
bramó el pequeño infante, tratando de moverse y escapar, ahora si, verdaderamente asustado. Las fuerzas regresaron a su maltrecho cuerpo, intentó ponerse de pie para huir, pero los brazos y las palmas agarrando los suyos propios volvieron a obligarle a arrodillarse, esta vez llegando incluso a golpearle la espalda. Desesperado, observó al sacerdote, cerrando los párpados.
“¡POR FAVOR, SEÑOR HÉCTOR!, ¡NO SOY UN DEMONIO!, ¡NO ME HAGA DAÑO!”
Su voz se quebró, junto a su pequeño y débil corazón.
Perdiendo la pequeña ventaja que ganó, finalmente cedió ante el dolor y el cansancio emocional que le pesaba. Sus lágrimas, sus mocos, y la sangre en su rostro por todo el daño que recibió le hicieron sentirse aterrado. No había calor, no en sus padres, no en su pueblo, no en ninguna parte... ningún humano le quería, precisamente porque no le veían como uno de los suyos, únicamente por el color de sus iris.
Sollozó.
Snif snif snif
"Por favor... por favor créame... por favor..."
Las palabras comenzaron a deformarse cada vez más, hasta que ahora solo fueron gritos y llantos. No se percató de que, debido a la sorpresa, quienes antes le habrían estado maltratando cerraron la boca: ahora lo único que se escuchaba eran sus gimoteos de penuria.
Pero... aún con todo ese dolor, esas desgarradoras súplicas que solamente un niño puro podía emitir, cayeron en oídos sordos. Oídos llenos de miedo, de desprecio... de incertidumbre.
"¡QUE DIOS SE APIADE DE TU ALMA, DEMONIO CON PIEL HUMANA!"
Bramó furioso Héctor, callándole de una vez. Frisk fue sujetado de su mentón por el brazo del hombre agarrándole su izquierda, mientras el de su derecha le jalaba el pelo para obligarle a mirar directamente al rostro del viejo, cuya cuchara se acercó más a su rostro. Pudo sentirla introducirse en su cuenca izquierda, haciéndole chillar de desesperación.
Sus piernas se movieron, pateando la madera del piso.
"AHHHHHHHHHHHHHHH"
El grito que emitió cuando su vista desapareció acompañada con un gran dolor fue agudo como el de una niña gracias a sus cuerdas vocales infantiles, deformándose lentamente en uno grave gutural, casi como si de un animal se tratase, lo que no ayudó a mejorar la pésima imagen demoníaca que tenían de su persona, por supuesto: el horror se reflejó claramente en los rostros de la turba, que presenciaba el horror.
¿Horror por el acto que su pastor cometía?, ¡No, por todos los cielos!, horror porque finalmente podían ver la verdadera forma del muchacho, pues, ¿qué clase de ser humano sería capaz de gritar de esa manera?
No duró nada más que dos minutos. Las súplicas y los bramidos cesaron, junto a la voluntad y determinación que tenía el pequeño Rolland, cuyo cuerpo finalmente fue soltado par que cayera de cara al suelo, sin siquiera tratar de evitarlo. Saliva y más líquido carmesí descendía de su rostro, mezclándose con las lágrimas y el sabor metálico que bañaba su lengua.
Oscuridad.
Todo estaba oscuro.
Ya no estaba nada, ni sus padres, ni los rostros, ni las espaldas. Todo, absolutamente todo se había ido... salvo el dolor agudo que siempre había tenido adentro de su ser, ahora extendido hasta su cara, multiplicado cientos de veces. Sufriendo leves espasmos, de alguna manera, todavía estaba consciente, con la madera contra su mejilla derecha, el sudor que exhudó durante todo el proceso, su preciado líquido vital aún en sus labios.
Estaba totalmente ciego, pero no por ello estaba solo.
Héctor, alzando su magnum opus ante sus seguidores, cerró sus ojos en silencio, disfrutando del momento. Los rayos del sol golpeándole la espalda, iluminando el brillante metal, le daban una imagen divina, que de alguna manera no solo le confirmaba a él que había hecho lo correcto, sino que también acababa de sepultar todo vestigio de duda que pudiera haberse gestado en sus almas.
Su señor... estaba bendito por el mismo creador del mundo.
"Ahora hermanos, hermanas, como último acto... devolvamos a este demonio al infierno de donde salió, como último acto misericordioso, será llevado con sus congéneres o morirá y será enterrado por ellos"
Fueron sus últimas palabras, provocando una reacción en cadena: una vez más se separaron, dejando un camino libre, y asintiendo con la cabeza, volvieron a sujetar al chico de suéter azul de sus brazos, arrastrándole sin dificultad ni resistencia alguna. Los cánticos conforme el astro rey se ocultaba en el horizonte no se hicieron esperar, suplicándole piedad a dios padre por haber tenido a uno de sus más grandes enemigos entre ellos por ocho largos años.
Tal vez fuese por la oscuridad, el cansancio luego de su tortura, o la mera tristeza de ver lo que le habían hecho...
Pero Frisk Rolland, completamente sumergido en la negrura más infinita, terminó cayéndose dormido en el camino, arrullado por las cientos de voces que le acompañaron hasta la montaña donde, supuestamente, fueron encerrados los monstruos hace casi cinco centurias. Para cuando recuperó el conocimiento gracias al aún presente malestar de sus cuencas, se percató del olor a flora y fauna a su alrededor, junto a un dolor en la espalda.
No había muerto, pese a todos los esfuerzos de sus conocidos.
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Sigh
Un suspiro largo y tendido salió de sus labios, al mismo tiempo que su cabeza le sacaba de sus memorias. Como una cruel broma del destino, había terminado en el mismo lugar donde había comenzado todo, solo que ahora las flores doradas y no el pasto le acariciaban la espalda. ¿Qué tan irónica y desgraciada podía ser su vida?, según su propia experiencia y actual pesar, estaba condenado a la desdicha.
Pues su alma seguía doliéndole, atormentándole, y... aún cuando trató, jamás pudo rellenar el vacío que le dejó todo.
"Maldito seas..."
Espetó, finalmente optando por levantarse. Intentó, realmente hizo su mejor esfuerzo para odiar a su antiguo pueblo cuando recordaba el día en que perdió la vista… ya no podía hacerlo. Hacía más de quinientos años que el tiempo se llevó sus restos, muy probablemente, directo al infierno, pero ni siquiera podía tener esa victoria como consuelo: él seguía aquí, ellos no...
Pero al final, tuvieron razón.
Era un maldito demonio, el "Demonio ciego de Ebott", que regresó de entre los muertos y destruyó la línea temporal, pero aún así ni siquiera eso bastó para hacerle sentirse mejor, por eso terminó cumpliendo su último trato con ella, para luego nunca más volver a verla.
La octava caída, la siempre insistente y dulce chica cuyas manos bañó con el polvo del reino que había amado en vida, y la verdadera hermana que Asriel se merecía: Chara Dreemurr, el último pegamento que de alguna manera lograba hacer que sus padres se unieran de vez en cuando con el único propósito de hacerla feliz, ¿mientras él? terminó por destruirlo todo.
Literal, y figurativamente.
Tal como la primera vez en que despertó de su letargo, sus piernas comenzaron a llevarle por el camino que iba hasta los azulados pasillos de las ruinas, aún cuando no tenía ojos, ya conocía perfectamente aquel sitio y, realmente, el haber muerto para después resucitar como un espectro desalmado tenía múltiples beneficios. Si hubiera podido, habría llorado.
Quizás habría causado una mucha mejor impresión en ella, en lugar de simplemente espantarla.
"Hehehe..."
Temmie no estaba ahí para darle la bienvenida, ni tampoco el alguna vez rey de subsuelo; hacía un año que River Person, el último de los monstruos, abandonó la montaña para nunca más volver, así que pudo reír y escuchar sus carcajadas hacer eco. Era una completa payasa, he allí su tan buena relación con Sans y Happstablook, porque no había nadie que hiciera más feliz a los monstruos.
Más feliz de lo que él jamás pudo.
Las ruinas habían sido abandonadas hacía muchísimo, muchísimo tiempo, pero ahora se sentían más solitarias que nunca. Recordaba como si hubiera sido ayer dos versiones de esa misma vista; por un lado, él montado sobre los hombros de su padre observando la civilización que de la noche a la mañana le amó tan profundamente, abriéndole los brazos sin pensarlo.
Pero por el otro...
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"¿Qué es este lugar?"
Habló la fémina de mejillas rosadas mirando hacia arriba de si para llamar su atención. Su amigo espectral llevó su mano al mentón, analizando las polvorientas casas, edificios, calles y locales con una fascinación perfectamente oculta por un rostro inexpresivo. Esta era la primera vez que veía con sus propios ojos a HOME, pues la última vez que se paró sobre ese balcón con los Dreemurr, estaba ciego.
Pero ahora, por fin, podía ver parte de su antiguo hogar.
Y, ciertamente... se veía desastrosamente horrible.
“Mi Pa—“
Se calló de inmediato. Aún no era tiempo de abrir la boca sobre su verdadero nombre, y mucho menos sobre la relación que tenía para con el cocinero de cabellos dorados. Ver como su entre comillas "compañera" ladeaba su cabeza hacia la derecha en confusión le hizo pensar rápido.
“Mi patrón solía contarme que este lugar antes era llamado "Home"... los monstruos lo transformaron en su casa luego de que los humanos les encerraran aquí abajo.”
"Ohhhh"
Como la niña que era, su boca se extendió en una enorme "O" mientras expresaba su fascinación ante la historia de aquellas fascinantes creaturas. No había llegado al subsuelo hacía más de dos días, aún cuando ya tenía conocimientos previos sobre sus aparentes poderes de manipular el tiempo, la idea de salir no cruzaba por su mente en absoluto.
Quizás esta chica había caído aquí para crecer y morir entre estas paredes, rodeada del amor paternal del solitario ex-rey de los monstruos.
“Es bonito... me habría gustado haber estado aquí antes...”
Mencionó la de suéter verde, volviendo a juguetear con la daga de plástico entre sus dedos. Sus párpados del ojo derecho se entrecerraron en molestia, viéndose incapaz de poder hacerla girar entre los mismos. El muchacho rió por unos segundos, negando con la cabeza producto de sus pucheros, cuando se enojaba, debía de admitir, hacía unas caras bastante encantadoras.
“¡No te rías!”
Exclamó, lanzándole el arma a su acompañante actual en un nulo intento por cerrarle la boca, pero el cuchillo traspasó su cuerpo clavándose entre dos ladrillos bastante lejos del suelo, para horror de la muchachita, quien emitió un grito de horror al ver su único medio de defensa fuera de su alcance producto de su ataque de ira infantil, todo mientras las incesantes carcajadas del fantasma plagaban sus oídos.
Ese día se la pasó tratando de recuperar la daga, rehusándose a emplear el punto de guardado para solucionar un problema tan simple, llegando incluso a llamar a Asgore para que pudiera recuperársela.
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"Realmente... eres una tonta..."
Sonrió, llevándose una mano al pecho cuando recordó como demostrando lo lista que era, pidió ayuda uno a uno a los monstruos cercanos para intentar ocultar de papá el hecho de que tenía esa porquería escondida en sus bolsillos. Chara era muchas cosas, pero de todas ellas, "Asesina" no era una de ellas. No por nada ella había logrado lo que él jamás consiguió.
Los unió a todos.
La pequeña pacifista, en sus incontables viajes participando activamente en las vidas de quienes trataban de robar su alma. Mostraba interés genuino en los problemas de los más insignificantes, mejorando sus vidas y siempre sonriendo mientras lo hacía... era una de las cosas que le demostraban que la humanidad realmente había cambiado durante todo el tiempo que pasó muerto.
Chara era el futuro.
Chara era las esperanzas y sueños de los monstruos encarnados.
Chara... era mejor que él en todos los aspectos.
Y por aquel mismo motivo llegó a odiarla más que a nadie en un principio; como aún tras haber alcanzado el mejor final posible, siguió repitiendo la ruta pacifista una, y otra, y otra vez, pese a que en un principio estaba tan... tan determinada a no usarlo a no ser que fuese estrictamente necesario.
El puñetazo que pegó a la mesa del comedor resonó por la antigua casa del guardián de aquella zona. No supo en qué momento entró al hogar del hombre cabra ni mucho menos cuando se sentó ahí, donde los cuatro solían comer pie cocinado por Toriel de manera tan cálida y cariñosa, haciendo movimientos torpes por no saber ubicarse bien sin sus globos oculares originalmente.
Frisk llevó su mano derecha a su cabeza en frustración, sujetando y jalando parte de su cabello por la ira, la frustración... le tenía resentimiento, porque tras todo lo que hizo, ella se ganó un final feliz eterno, acompañada de todos para irse con su jovial mueca alegre, robándole todo. Era doloroso, pero comprendía también que de los dos... ella era quien más merecía felicidad.
Porque él nunca dio nada de regreso a los Dreemurr ni a su querido pueblo.
En el fondo, entregó su alma a Asriel y trató de enloquecerlo aquel día porque quería darse el gusto de quemar su hogar hasta los cimientos, y usar las almas de todos para destrozar la barrera como castigo por arrebatarle su inocencia, su vista, su alegría.
Era egoísta, era cruel, déspota... todo lo que Papyrus solía decirle mientras estrellaba su cuerpo contra los dorados pilares del pasillo del juicio.
No pudo evitar sollozar. Puede que no tuviera globos oculares, pero aún asi seguía siendo capaz de lagrimear. Odiaba tener alma otra vez, lo despreciaba tanto, que no pudo evitar arrodillarse.
Antes, al menos era capaz de fingir ser alguien inexpresivo mientras era ella quien cursaba por cada centímetro de la caverna, experimentando, reaccionando, interactuando. Podía imaginarse y hasta cierto punto sentir lo que Chara sentía mientras sonreía, comiendo con Asgore, haciendo puzzles con Sans, comiendo en Muffet's con Papyrus, cocinando con Alphys hasta incendiar su hogar, cantar con Happstablook hasta que se quedara sin voz...
Ella le hacía sentir bien.
Como quisiera tener un alma otra vez
Solía pensar, habiendo olvidado por completo sus verdaderos sentimientos. Contrario a ella, que era un sol caluroso y brillante, él era una luna desagradable y fría que ni siquiera podía soportarse a si mismo.
"RRRAAARAGH"
Emitiendo un grito de frustración, invocó su fiel arma, otorgada por las manos de la reina para cortar maleza, como si fuera una guillotina, esta bajó clavándose en la mesa donde compartió tantas alegrías con el trío real, cortándola sin esfuerzo alguno y de paso también dejando un boquete en el suelo. Su pecho, moviéndose de adelante hacia atrás, le hizo percatarse de sus jadeos y el sudor.
Todo siempre le salía mal, todo siempre le salía malditamente mal.
Al menos había algo en lo que si era bueno además de hacer infelices a todos a su alrededor; autosabotearse a si mismo. Primero arruinó su nueva vida con los Dreemurr, luego arruinó su propia venganza contra sus congéneres, después acabó con la inocencia de Chara durante la ruta genocida, y ahora que había obtenido su alma o al menos una previa versión de la misma tras recrear el mundo entero deseaba volver a morirse.
Y ahora se arrepentía de destrozar la casa de sus padres.
“¡Váyance al diablo!”
Recriminó, buscando más furia, pero era inútil. Su nariz volvió a removerse, los mocos amenazando soltarse, dificultando su respiración. Si, sufría por sus acciones del ayer, del antier e incluso las de hoy, su corazón rogaba por el calor de una familia, ser parte del final feliz, volver a probar las comidas tanto buenas como malas de sus padres.
Quería experimentar el amor de los monstruos, quería ser feliz al lado de ellos, quería hablar con Chara, con Temmie, pedirle perdón a esa estúpida chimenea buena para nada.
¿Pero cómo hacerlo?, ¿cómo hacerlo cuando los había matado a todos con una sonrisa en la cara y verdaderamente había disfrutado ahogarlos en la miseria?
Frisk Dreemurr, en completa soledad, volvió a sujetar el mástil de su arma, arrastrándola pesadamente tras de si mientras bajaba al segundo piso que le llevaría a Snowdin. Aún seguía sintiendo los pecados bajar por su espalda, cuando trataba tan arduamente de ignorarlos. Ese peso moral y emocional... si hubiera sido su yo de hacía siglos no habría sentido ni una pizca de arrepentimiento.
Había sido culpa de ella.
Fue Chara la que le hizo sentir, le hizo ver y admirar lo que por tanto estuvo ignorando: el amor que los monstruos le ofrecían, la segunda oportunidad que buscaba, y cuando rememoraba su primera vida, se percataba de todos los intentos y el arduo esfuerzo que debieron invertir Asgore, Toriel y Asriel en hacerle llevar una existencia plena, disfrutable.
Siempre dándoles la espalda, pensando en su venganza, en su dolor, culpándolos, despreciándolos, no pudo percatarse de lo que había ignorado hasta que vino ella a abrirle los ojos que no tenía, de cierta forma... siempre estuvo viendo oscuridad.
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-[Fragmento 2: Verdades nunca antes dichas]-
"Prrrr"
El frío viento de Snowdin golpeándole la cara le hizo percatarse de lo helado del pequeño pueblito tras la partida de sus habitantes. Muchos habían tenido la decencia de dejar luces apagadas y puertas cerradas el día de su partida, pero hubo otros varios que, en su emoción por ver la superficie, los avances humanos y especialmente sentir los rayos del sol mientras observaban el vasto cielo azul, salieron a toda velocidad.
Por ende, un año después, aquella en algún momento jovial y alegre ciudad llena de vida, niños y espíritu navideño, tristemente ahora no era nada más que un temible pueblo fantasma lentamente empezando a ser devorado por la falta de atención.
Esa idea se le hizo deprimente... pero más que idea, era una realidad: Snowdin algún día quedaría enterrada bajo la nieve, sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo. En alguna de las pasadas líneas temporales pacifistas, recordaba que Toriel dio la iniciativa de abandonar al Subsuelo eternamente en lugar de convertirlo en un centro turístico como tantos querían.
De esa manera, se transformaría en un recuerdo y al mismo tiempo una tumba sagrada para los seis muchachos que se sacrificaron por ellos.
Pero era su hogar... su maldito hogar.
Cliink~... cliiink~... whamp
Por un breve instante, las bisagras de alguna puerta resonaron gracias al viento obligándola a moverse. Varios copos de nieve se adherían a su piel y ropa, haciéndole temblar. El sonido de sus pisadas en la nieve resonando por todas partes, gracias a los pocos sonidos, hacían eco que le traía recuerdos para nada agradables de esa chimenea buena para nada.
Papyrus.
Su némesis, su juez, su adversario, y a quien más había lastimado después de su compañera.
“ERES EL TIPO DE PERSONA QUE NUNCA SERÁ FELIZ, ¿VERDAD?”
La imagen del adicto a la miel hablándole de manera tan despiadada como si fuera lo más natural del mundo, mientras su mano derecha sostenía el cigarrillo que se terminaba, iluminado por el dorado resplandor del pasillo del juicio, llegó a su mente de golpe. El hogar de la familia esqueleto no se había salvado de la completa aniquilación por parte del frío manto blanco.
Sin las luces navideñas, ni las cartas en el buzón de Papyrus, el hoyo en el tejado...
Era una vista postapocalíptica, descorazonadora incluso. Se habían llevado todo cuando partieron, dejando nada más que una choza de madera tratando de resistir el paso del tiempo.
Pero aún había algo llamándole para torturarlo más; la repostería "Muffet's", aún conservaba su característico olor a azúcar que calaba hasta sus tuétanos, más presente que nunca. El príncipe adoptivo negó con la cabeza, cerrando la puerta tras de si luego de que una fuerte ventisca la golpeara. Pese a que su cama estaba esperándole calentita en New Home, no se sentía merecedor de ese privilegio.
Era un vagabundo en su propio reino, durmiendo donde fuera, y por supuesto, el antiguo local de la morena también se transformó en uno de sus múltiples refugios.
"... A este lugar realmente le vendría bien algo de música"
Murmuró el primer caído, caminando hasta la barra. Un único banquillo ahí, que tras soportar su peso se tambaleó ligeramente. Había sido reparado por él mismo, pues la tacaña por primera vez en su vida decidió dejarlo ahí y llevarse los otros aún en perfecto estado. Sus dedos tocaron la fría madera, oyendo el silbar de la nieve, empañando los cristales.
Su cuerpo se sentía más pesado junto a sus párpados, tanto que no pudo evitar acostar la cabeza entre los brazos.
Papyrus y Chara... Chara...
Oh, Chara. La única que se quedó en ese monte mirándole tras el final pacifista, la única que le preguntó si quería venir con ellos, con el sol del nuevo comienzo pegándole directamente, mientras a él solo le cubrían las sombras oscuras de la entrada del subsuelo. Esos ojos rojos que le habrían costado la vida en su época, cargados de preocupación, no viéndole con asco ni como un demonio pese a que la hizo llorar mientras se carcajeaba y la obligaba a matar todo lo que encontrara hasta tomar el control.
¿Habría olvidado ella... la única, entre comillas, "cita" que tuvieron?
.
.
Suuurp~
Toda repostería que se respetara, tenía que vender bebidas azucaradas y, por muy avara que fuera aquella brillante cocinera, sus productos valían totalmente la pena, aún cuando un esfuerzo monumental de vender semillas a Flowey en la Villa Polen de Waterfall para costearse algo, la recompensa era más que satisfactoria. Frisk observaba a Chara de forma atenta, sentado en el banquillo que normalmente ocuparía esa pobre excusa de comediante, obviamente, sin ser visto por nadie.
¿Seguro de que no quieres que te pida nada, Frisk?
Insistió por millonésima vez su supuesta sucesora, hablándole mentalmente para guardar las apariencias. El espectro negó con la cabeza, volteando a mirar a su alrededor. Uno de los brazos de Muffet acariciaba constantemente una masa, transformándola en una dona a paso lento pero seguro. Algunos monstruos infantiles comían en las mesas de atrás, e incluso había algunos bailando cerca de la rocola.
El tono morado de las paredes y las luces le daba un aspecto nocturno bastante relajante que contrastaba hermosamente con el blanco brillante de afuera.
Por muy tentadora que sonara su oferta, obviamente no podía comer nada al ser un espíritu invisible y, además, podía secretamente sentir si lo deseaba algo de las papilas gustativas de la joven.
La de tez blanquecina se percató del silencio de su compañero de aventuras, despegando sus labios de la pajilla para observarlo. El castaño no había continuado con su exploración visual, optando en su lugar por mirar al suelo de manera desanimada, melancólica, casi podía llamársele... tristeza. Siendo el tipo de persona que era, se preocupó inmediatamente.
¿Estás bien?
Preguntó Determinación segunda al primero de los dos, sabiendo que la escuchó claramente. El mayor de los hermanos Dreemurr entreabrió sus ojos por unos breves instantes, queriendo contemplar de manera más clara el suelo pese a ser capaz de ver perfectamente con sus párpados cerrados. La octava, por supuesto, no fue capaz de percatarse del acto de su antecesor.
[¿Alguna vez te has arrepentido de algo, Compañera?]
La respuesta que recibió la tomó por sorpresa. Ya habían hecho suficientes líneas pacifistas como para que el secreto de su identidad se desvelara, pero aún así, por aquel entonces la ruta genocida aún estaba muy lejos de llegar, he allí que la confusión e interés de la de mejillas rosadas fuese mayúsculo. Frisk, recordaba claramente cuáles eran sus problemas.
Sin un alma, su ira había desparecido en gran parte, por lo tanto tenía la cabeza fría y podía darse el lujo de meditar sobre lo que había hecho cuando estaba vivo, y la condena a la que se sometió tanto a si mismo como a Asriel, encerrándolo en ese estúpido perro/gato/ o lo que fuese.
Y el hecho de ver sus acciones ahora como un tercero, sin el resentimiento de por medio, sumado al hecho de no sentir ni una sola pizca de remordimiento... le dejaba incrédulo.
¿A qué te refieres, Frisk?
Indudablemente pensaba en que se refería a Asriel, pero no podía estar más alejada de la verdad. El fantasma suspiró, mirando una vez más a quien ahora portaba su espíritu. La forma tan esperanzada, dulce y hasta de cierta manera triste en la que el chico cabra dijo abiertamente haber deseado una amiga como ella resonó en sus oídos. Negó con la cabeza, buscando quitarle peso a la carga emocional que ponía sobre sus hombros.
[Olvídalo, son cosas que no te incumben]
Cortó el tema de inmediato, cruzando los brazos en una pose obstinada. Chara, quien para ese entonces ya empezaba a comprender sus reacciones, supo de inmediato que sería incapaz de sacarle más respuestas al muchacho, desgraciadamente, hasta ahí quedaría el tema. No dudaba en que había plantado las semillas de la incertidumbre en la cabeza de la octava caída, pero...
No importa lo que hiciera, no aceptaría su ayuda, y quizás fue ese motivo que le llevó a la ruta genocida tiempo después.
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Munch Munch Munch~
Mordió los últimos restos de su barra de caramelo con ahínco. Conforme los trozos de una de sus últimas reservas descendían por su garganta, el hijo de los monarcas salía de sus recuerdos, sentado en el mismo lugar donde alguna vez solía flotar de manera constante, cuando ella venía aquí a atiborrarse de chucherías o simplemente comprar algunas cuantas golosinas a la araña morada.
Si alguna vez volvía a ver a Muffet, tenía que darle las gracias por hacer sus dulces con magia, he allí que no tuvieran fecha de vencimiento, aunque... tarde o temprano tendría que ir a buscar más a la superficie, para su gran horror.
¿Por qué siquiera estoy haciendo esto?
Pensó, parándose para mirar a la puerta que le devolvería a las calles de Snowdin, teniendo la zona que alguna vez Alphys solía patrullar como siguiente punto de partida. ¿Quería ver su hogar otra vez, cubierto de polvo, empapado de sabores agridulces, memorias que no pudo disfrutar?, ¿o simplemente estaba anhelando automutilarse emocionalmente, dándose cuenta de todo el calor que había desperdiciado a lo largo de los años?
Fuese cual fuera el motivo, Frisk Dreemurr supo dentro de si, que no se detendría. Su cuerpo y alma le rogaban seguir avanzando, como si siguiera los pasos de la fémina con mejillas rosadas, como si fuera la línea temporal original, siempre yendo en dirección al castillo buscando volver a casa.
Su casa, donde había muerto y sumido a su familia en la desesperación absoluta.
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Splash Splash Splash
Una pequeña roca salpicó tres veces, antes de sumergirse en el fondo del agua para no volver. Ya fuese el subsuelo empezando finalmente a entrar en su fase final, o precisamente porque nadie estaba para hablarles, las flores echo estaban marchitándose, apagándose un poco más con cada día que pasaba. Su hermoso resplandor celeste ya no brillaba, pero al menos las rocas brillantes del techo simulando estrellas seguían persistiendo.
Era tan hermoso y bello...
El lugar que a Asriel más le gustaba visitar
La mano derecha del genocida viajó hasta el colgante aún descansando en su pecho. "Mejores amigos por siempre" le había prometido el pequeño niño cabra de ojos esmeralda, aún cuando muy probablemente podía ver lo roto y podrido que estaba su ser. Y lo intentó, noche tras noche, ser el mejor hermano y amigo que siempre había deseado, Asgore el buen padre amoroso y atento que Gabriel no fue.
Toriel, un mar de amor, comprensión y ternura ilimitadas, pura como la nieve, con una mirada paciente, regando y demostrándole sus conocimientos en jardinería, buscando tenerle bajo su ala para enseñarle todo lo que pudiese, como Asgore trataba en cuanto a gastronomía se trataba, en nada se parecía a Victoria, que siempre reaccionaba de mala manera cuando le demostraba afecto.
Hicieron su mejor esfuerzo para intentar salvarlo.
Chara hizo su mejor esfuerzo...
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"Entonces... ¿te arrepientes de algo?"
Pasó mucho, pero mucho tiempo para que aquel día llegara. ¿Qué línea temporal había sido la anterior a aquella?, había perdido la cuenta luego de que hubiese descubierto una manera para hacer que tanto Asgore como Alphys fuesen monarcas al mismo tiempo, ¿cómo había sido capaz de tal hazaña?, Chara estaba aprendiendo a manipular a las personas como si se tratasen de títeres, lenta pero segura como una tortuga.
[¿Uh?... ¿de qué hablas?]
Se hizo el tonto en aquella ocasión. Su sucesora, quien tenía los pies descalzos, metidos en el agua para disfrutar plenamente de la zona que habitaba la capitana, justo como hiciera él antaño, mantuvo la mirada al frente, no mirando nada particular, sino simplemente reflexionando. Frisk había aprendido que el tiempo era un bastardo en múltiples sentidos.
Especialmente porque gracias a este, ella empezaba a comprenderlo más de lo que le gustaría.
"Tengo una buena memoria, Frisk. Y tú también."
Replicó, perdiendo su sonrisa que traía comúnmente. La World Master, ahora con un rostro serio como pocas veces se la veía, plantó sus ojos fijamente en los de él. El espectro quien generalmente trataba de mantenerse en un estado de ánimo negativo, por primera vez en mucho tiempo se sintió verdaderamente intimidado: Chara, la siempre feliz, sonriente, alegre y animada chica que llegaba a ser irritante por su insistencia en arreglar todo...
Ahora mismo, parecía enfadada.
"Quiero ayudarte, ¿por qué no me dejas como todos los demás?"
Su mano fue a parar a una de las suyas, aún cuando no podía tocarlo, se detuvo justo en el momento en el que sus dedos tocaron el dorso de su izquierda. Quien fuera el futuro de los monstruos y los humanos bajó la mirada, observando fijamente como de alguna manera, había logrado rodearle parte de la palma con sus dedos de manera casi perfecta.
Ahora, cuando recordaba aquel momento, no podía evitar sentirse mal. Dentro de si, había querido acabar con todo. Gritarle, llorarle todo el sufrimiento por el que había pasado en su primera vida.
Sus arrepentimientos.
Lo mucho que le dolió el que todos siempre le dieran la espalda, el cómo aún pese a que consideraba a los Dreemurr su familia, no podía evitar extrañar y desear haber recibido amor por parte de los que le trajeron al mundo.
El como ver a su madre llorar maldiciéndole por supuestamente haberle arrebatado a su hijo, le trajo pesadillas de las cuales nunca sabía cuándo terminaban producto de la ceguera.
Y todo el arrepentimiento que le causaba el saber que había destruido por completo al trío de cabras que cumplieron todas las demandas que hizo antes de caer al subsuelo. Amor, cariño, atención, un hogar caliente... todo lo tiró a la basura.
Así era como se sentía hoy en día... pero en aquel momento...
[¡NO ME TOQUES, MALDITA MANÍATICA!]
Recriminó, gritando con todas las fuerzas de sus inexistentes pulmones. Se apartó de inmediato, llegando a superar con creces la pequeña determinación e ira que había conseguido la joven, haciéndola retroceder. El agua se removió conforme lo hicieron los pies de la caída, aún cuando Frisk no podía hacerle daño alguno, eso no quitaba el hecho de que emocionalmente si era capaz de hacerlo.
Y ese grito.
Ese... rugido casi animal.
El de suéter azul, cuyo cuerpo se hiperventilaba de manera constante, volvió a sentir la llama del odio implacable dentro de su espíritu. ¿Con qué derecho, luego de tantas líneas temporales, venía ella a decirle abiertamente que quería encontrar una forma de ayudarle?, ¿cuánto tiempo había pasado desde la línea temporal original? por muy buena memoria que tuviesen los dos... ya ni siquiera recordaban qué hicieron exactamente y en qué orden.
¿Y solo ahora, luego de tantos años, venía con cara de hipócrita a decirle "déjame ayudarte"?
Le había quitado todo.
Su hermano, su trono, sus padres, su lugar como salvador del subsuelo, reduciéndolo a nada más que un fantasma parlanchín que traducía el lenguaje nativo de su raza, pero que ahora ya ni siquiera para eso servía.
[¡¿COMO TE ATREVES A HABLARME ASÍ?!, ¡¿QUÉ VAS A SABER TÚ DE MI?!]
Finiquitó, acercándose a ella e inclinándose para imponerse con ayuda de su voz, llegando a asustarla y hacerla retroceder. Y es que estaba sintiéndolo; todas las emociones del Determinación anterior, alojándose en su alma por primera vez. Ira, dolor, furia, odio, fuego, fuego, fuego, un ardor que realmente llegó a aterrarla, lo suficiente como para que dejara de ver a donde iba.
Splash
Terminando por caer empapándose en el agua, siendo esto lo que sacó al muchacho de su estado fúrico, percatándose de las consecuencias de sus actos. Ese radiante rayo de sol vestida de verde, jamás soltando lágrimas, encarando a la vida determinadamente como un cálido fuego amigo en plena noche, estaba apoyada en sus brazos, con sus piernas y cinturas sumergidas en el agua.
Tenía los ojos abiertos, temblando, ¿por el frío, quizás?... ¿o era por él?
Chara nunca había estado cerca de llorar, ni siquiera cuando se enfrentó a Toriel, estaba confiada en su poder de resucitar... pero ahora, justo en ese momento, podía ver dos pequeñas gotas salinas asomándose por esos ojitos.
Había sido él quien la llevó a ese estado... él, y sollo él, que ni siquiera era capaz de ponerle un dedo encima.
[... No vuelvas a hablarme, nunca]
Pero, fiel a su eterno resentimiento de esos días... no se inmutó. Frisk desapareció, dándole la espalda a su compañera de viajes, haciéndose invisible para su ojo aún cuando estaba allí.
No fue suficiente. Fue ese día, ese día preciso, cuando estuvo a punto de hacer llorar a la única persona que aún podía interactuar con él y mostrarle aunque fuera algo de afecto, que pudo reencontrarse con su determinación: iba a hacerla sufrir del peor modo posible, aún si le costaba una eternidad, por todo lo que le había hecho, por todo lo que Asriel y sus súbditos le habían hecho.
Le habían botado a la basura, le habían olvidado.
E iban a pagar... todos lo harían.
De un modo u otro.
.
.
"Afff... afff... que calor... "
Siempre había odiado a Hotland, incluso como un fantasma.
El constante sonido de la lava bajo sus pies hirviendo, como si fuese a saltar en cualquier momento para freírlo por completo, el vapor asfixiante dificultándole respirar, y el maldito sudor escurriéndosele por la piel, pegándole la ropa como si fuera una capa más de su carne... le hacían irritarse el doble de lo que normalmente su propia mente lograba.
Pero ya casi había llegado a casa.
El como Undyne era capaz de sobrevivir mientras trabajaba en Hotland siendo un maldito pescado era un misterio, pero al mismo tiempo, no por nada era la científica real; terminó creándose un dispositivo hidratador que hacía su vida más llevadera.
Una muy buena y dulce chica, cometió errores, pero por lo menos no había tratado de destruir la humanidad como él.
Cough cough cough
Frisk se llevó una de sus manos a su boca, no pudiendo resistir las ganas de toser. Se había quitado su suéter, amarrándolo a su cadera. Era difícil, si, pero nada era peor que tener su venda empapada de sudor, haciendo presión contra su cara, sus párpados. El genocida sonrió, conociendo el camino de memoria... dar un paso erróneo podría costarle la vida, junto a una muerte dolorosa.
¿Que se sentiría caer y ser consumido por la lava?
Muchas veces había contemplado arrojarse a aquellos ríos ardientes, se llevarían todo. Su alma, su LOVE, su mente... y quizás, con un poco de suerte, le darían el calor que ahora había perdido gracias a la fría soledad en la que le habían abandonado.
Siempre solo, siempre por su culpa.
No estaban las guardias 3 y 4 para hacerle compañía, ni tampoco los Vulkins, o Tsunderplane tratando de coquetear con su compañera. El corazón destrozado de aquella avioneta loca cuando Chara le dijo abiertamente que no estaba interesada en ella seguía dándole ganas de reír, era la primera vez que había visto un romance fracasar de manera tan abrupta.
El fuego, el calor... le recordaban a Grillby, y su pequeño establecimiento que calcinaba todo lo que se cruzaba por ahí, junto a los pobres intentos de Napstaton por producir una pista de música decente.
Siempre le había agradado aquel amable DJ, alguien humilde, sencillo que por azares de la vida logró conectar lo suficiente con la pelirroja como para que esta le otorgara un cuerpo robótico, justo lo necesario para cumplir su sueño. Ver a Napstaton llegar poco a poco hasta lo más alto de su carrera por primera vez, donde los altavoces del núcleo sonaban a todo dar mientras Chara bailaba sin descanso...
Sonriendo.
Riendo.
Gozando.
Todo era tan mágico e irreal, comparado a lo que vivía hoy en día.
POP~
Una burbuja de lava se reventó, conforme subía las escaleras que le llevaban al interior del pequeño hotel creado en honor a la estrella musical. Sus luces apagadas, sus ventanas abiertas, vacío en su totalidad, era aún más deprimente que Snowdin. Frisk observó el elevador, no molestándose en subir por este pues incluso el Núcleo había sido desconectado.
Iba a ser un largo camino sin la electricidad para ayudarle.
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-[Fragmento 3: Siempre contigo]-
"... Hola, ya llegué..."
Dijo a la nada misma, siendo bienvenido por el color gris y monótono de su casa. Las similitudes con las ruinas eran abrumadoras, pero acogedoras. Justo como era de esperarse, las cosas no habían cambiado en absoluto; toda la casa cubierta de polvo, sus pies arrastrándose por la madera incolora limpiaron el polvo. El muchacho se arrastró pesadamente hasta la mesa donde alguna vez compartió comidas calientes con su familia.
Eran como fantasmas.
“¡Frisk!, ¿te gusta este dibujo que hice?; ¡somos yo, tú, mamá y papá!”
Gritó su hermanito alguna vez, interrumpiéndole mientras se servía un tazón lleno de cereal una tarde. Su temperamento, siempre explosivo por no poder ser capaz de seguir adelante, especialmente por tener que usar aquella venda todos los días para esconder sus cuencas, sacaba lo peor de él. Su ceño se frunció tras soltar la cuchara, volteándose para mirar al muchacho.
Luego le mostró sus dientes, en una expresión colérica.
“¡Solo dibujas porquerías, Asriel!, ¡Ya lárgate de aquí!, ¡¿QUIERES?!”
Recriminó, pegándole un empujón al heredero del trono, no lo suficientemente fuerte para tirarlo al suelo, pero si para matar todo su buen humor. El niño de pelaje blanco arqueó las cejas en tristeza, asintiendo. Cabizbajo, se fue a paso lento a alguna otra parte de la casa, no volviendo a tratar de animarle por el resto del día. Frisk por el contrario, ni le prestó atención, concentrándose en su merienda.
No le importó cuanto lastimara a Asriel, porque supuestamente los monstruos estaban hechos de amor, así que debía de aguantarse. Ellos le habían acogido cuando estaba muriéndose, así que estaban obligados a lidiar con él.
Si tan solo hubiese hecho esa carga más llevadera... Azzy no se entristecía por su actitud, como él siempre había pensado. No era porque siempre le gritara y tachara sus esfuerzos de inútiles, infantiles, tontos, demandándole que madurara cada día durante todo el tiempo que vivieron bajo el mismo techo.
No, lo que les rompía el corazón a esos tres bonachones era exactamente la misma cosa: ver como en lugar de alzarse a la luz, se hundía más en su miseria. Ellos sufrían por su estado, no sus acciones.
Y al final, todo tenía un límite.
Snif... Snif...
Él lo había alcanzado, hacía mucho tiempo.
El ángel de los monstruos llegó, como tanto habían deseado: destruyó la barrera una última vez, y los llevó a un nuevo mañana de la mano de su embajadora... luego de que el demonio destruyera el mundo con sus propias manos, riéndose hasta quedarse sin voz.
Como tal, había sido abandonado, dejado a su suerte.
Frisk Dreemurr... no, simplemente Frisk pues nunca había tenido un lugar al cual pertenecer recostó su cabeza en su mano, sintiendo la cálida piel de sus dedos en su frente y la tela presionarse contra sus párpados. El demonio de ojos violetas, sabiendo que estaba solo, se dio la oportunidad de regresar al único lugar donde siempre había sido bienvenido.
La oscuridad.
Swsshhh~
El pedazo blanco cayó al suelo, junto al hechizo que ya sabía de memoria gracias a su padre. Totalmente a ciegas, se tapó los ojos con ambas manos. Su nariz, una vez más se movió, sollozando. No había nadie, en ninguna parte, ni un solo rayo de luz ni de calor para hacerle compañía.
"Lo arruiné todo... ¡siempre arruino todo, maldita sea... !"
Lloró, mientras respiraba de forma agitada. Lentamente, por fin, luego de tanto tiempo, se permitió llorar como deseaba. Al final del día, pese a todo lo que había hecho, era solo un niño pequeño que había buscado el amor de una familia, pero que se nutrió de odio hasta la médula. Y ahora que ya no le quedaba más, estaba desesperado porque todo terminara.
Los pecados. Las miradas de rechazo, antes solo de los humanos, ahora serían de los monstruos, de Asriel, de Asgore, de Toriel. Perfectamente recreados en su cabeza, justo como en su villa, nadie se acercaba a él porque sabían lo que era. Sabían lo que hizo; y como lo disfrutó. No importó quien era, ni quien fue, ni cuanto rogara de rodillas por perdón.
Jamás volverían a quererle, y no tenía derecho de suplicar.
“Lo siento... lo siento tanto”
Sus brazos no soportaron más su peso, dejándose caer de cara contra la mesa, golpeándose la frente y parte de la nariz. Una posición similar a la usada en Muffet's, donde usaba los mismos como almohada. Ya había tomado una decisión, mientras la tristeza finalmente empezaba a tragárselo vivo. Quizás no había sufrido lo suficiente para pagar por todo...
Quizás iría al infierno por sus errores.
Pero, por primera vez, iba a tomar la decisión correcta; haría justicia, usando el arma que diseñó especialmente para matar a sus padres y a todos los de su pueblo natal.
La idea, por muy cruda que fuera, le trajo algo de paz y tranquilidad -bastante, para su sorpresa-, llegando incluso a parecerle más atrayente con cada segundo transcurrido. Tal vez usar las flores como hizo para suicidarse sería algo poético, pero lento... y ya no podía esperar más. Cuando llegara la noche, el alma que tomó como pago se partiría en dos.
El castaño, deteniendo sus sollozos, no pudo evitar esbozar una sonrisa.
"Supongo que... aquí es donde acaba mi historia..."
Musitó, mirando al frente, donde estaba la pequeña maceta con una flor dorada ya marchitada. Extendió sus dedos, lentamente hasta que sintió un pétalo arrugado y seco en la punta del índice. El primero de los ocho infantes acarició aquella planta, su única compañera restante. Algo de vida tenía dentro de esta, o eso quería creer. Sería su testigo, la última que le vería con vida.
Y de eso al menos podía sentirse orgulloso.
"Las cosas no tienen que ser así... ¿lo sabes, cierto?"
Se levantó súbita y bruscamente de la silla, tirándola en el proceso. Frisk, dándose la vuelta, se agachó para encontrar su venda tan rápido como pudiese; sus dedos temblorosos tocaron el suelo, una y otra vez, tanteándolo en busca de su preciado objeto.
Eso, hasta que unas manos le detuvieron, agarrándole las suyas con la firmeza suficiente para detenérselas. Aún cuando no podía ver nada, sus oídos reconocieron esa voz al instante. Justo como en Waterfall, pero ahora podía sentirla a la perfección: tenía un toque suave, aún si estaba empleando fuerza, no dejaba de ser gentil, fiel a su naturaleza pura.
No necesitó su venda para saber que estaba sonriendo.
"Frisk... por favor... deja de esconderte de mi"
Se sintió como un niño pequeño. Pese a superarla en varias centurias, ahora mismo, ella hacía gala del fruto de todas esas líneas temporales, viéndole como un libro abierto. No tenía su venda puesta para ocultar sus expresiones, ni tampoco la fuerza emocional suficiente para aparentar enojo. ¿Cuánto tiempo había estado viéndole?, probablemente desde hace un par de minutos.
Aún así... ya estaba cansado.
Entre tanta oscuridad, por fin había encontrado algo de luz y calor.
"C... Chara... "
Su voz se quebró aún más, cuando en un gesto de desesperación pura, rodeó el cuello de la amante del chocolate con sus brazos, buscando consuelo. La octava cerró los ojos, correspondiendo el abrazo sin chistar, rodeándole con los suyos propios. Apegándole, sin importarle que sus rodillas estuviesen ensuciándose. Más temprano que tarde, sintió los espasmos invadir el cuerpo de su compañero.
Y luego, finalmente, vinieron los gritos.
"Lo siento... ¡Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento tanto!"
Repetía constantemente en su hombro, negando con la cabeza porque sabía que no tenía derecho a pedir perdón. Sus dedos estrujaron su suéter fuertemente, como si fuera una ilusión que en cualquier momento terminaría, la pequeña protegida de Asgore llevó su mano izquierda a la cabellera marrón del príncipe, acariciándola repetidamente. Su expresión alegre aún presente, se mezcló con sus cejas arqueadas.
Ahora si podía verlo claramente, sin nada de por medio.
E iba a darle todo el tiempo que necesitara.
"No te preocupes, compañero... yo estoy aquí... jamás podría olvidarme de ti... jamás... "
Los gritos que contuvo durante toda una vida resonaron en la capital de su reino por un largo... largo rato.
Pero sin importar que, la humana mantuvo su promesa y su determinación, ayudándole a persistir ante toda la desesperación que él siempre quiso descargar.
.
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-[Epílogo: Un futuro radiante]-
Había pasado el tiempo suficiente como para que el día llegara a su fin, empezando a teñir el gran azul de un tono anaranjado. Chara, con la vista fija en el rey de los astros, frotaba insistentemente su pulgar contra su piel en un gesto circular, dándole apoyo y además, tratando de calmarlo. Luego de haber tenido un quiebre emocional durante varias horas consecutivas... lo que más necesitaba ahora, era afecto.
"¿Puedes ver sin tu venda?"
Negó, moviendo la cabeza de izquierda a derecha múltiples veces. Ya no era un fantasma después de todo, estaba sujeto a ciertas leyes del mundo físico y de su propio cuerpo, únicamente había recuperado el mismo, habiéndolo poseído y salido él mismo de la tumba en la que le sepultó su padre -y luego volviendo a poner las flores por respeto, no por gusto- pero no quitaba el hecho de que sus globos oculares no estaban.
La tercera de los Dreemurr ganó una expresión lastimera.
Temía esa respuesta.
"Aún así... aún cuando no tienes ojos yo... quisiera ver qué es lo que esconden tus parpados"
Continuó, sorprendiendo al humano. Frisk, quien tenía la susodicha puesta, abrió la boca en un gesto de incredulidad, haciéndola reír. El "jijiji" que escuchó se le hizo tierno, y a ella de igual manera su boca abierta. Debía admitir, esto confirmaba sus múltiples teorías de que al final del día, Frisk siempre había tenido algo de luz y bondad dentro de él.
Aún cuando no había conseguido sacarle toda la historia de su pasado... el que hubiera sido ella quien le consolara, era un comienzo.
Por eso, sostuvo sus manos con determinación mirándole directamente a la cara. El color subió por las mejillas de la embajadora, y sintió su corazón comenzar a latir, estaba llena de determinación, la suficiente como para no dejar que sus emociones tomaran el control en aquella ocasión.
"Por favor, Frisk... déjame ver."
Suspiró, ante su insistencia. Sabiendo que no podría hacer nada para detenerla, simplemente dejó ir el agarre, llevando ambas manos a su nuca para deshacer el nudo que unía la tela, sosteniéndola. Chara observó atentamente el rostro al descubierto de su amigo, y luego observó, con los pelos de punta y el corazón en la boca, sus párpados comenzar a abrirse a paso lento.
Decían que los ojos eran la ventana al alma.
Aún sin globos oculares, cuando no podía ver nada...
En medio de la oscuridad que había sido la vida de Frisk Rolland, dos pequeños luceros violetas persistían desde aquellos días, rehusándose a morir y entregarse a la completa resignación. No era tan diferente de los hermanos esqueleto, pero sin duda alguna no eran más que reflejos del corazón carmesí descansando en su pecho, no podía ver nada a través de estos.
Pero aún así...
"¿Y bien?... ¿soy horrible, verdad?"
Su autoestima bajó inmediatamente, al no sentirla moverse ni emitir sonido alguno. No obstante, toda duda desapareció cuando sintió las palmas de su compañera descansar en sus hombros, jalándole hacia ella con una fuerza salida de la nada.
Chu~
Un sabor achocolatado que acompañó una sensación húmeda en sus labios le sacó de sus casillas lo suficiente como para dejarle tiezo como una estatua. El príncipe cerró sus cuencas una vez más, reuniendo valor suficiente para abrazarse a la octava. Chara, alegre de sentirse correspondida, fue aún más lejos: sus brazos se enrollaron alrededor del cuello de su predecesor, y este la apegó aún más a si.
Ahí, en frente del sol, a las afueras del Underground, donde alguna vez estuvieron todos sus amigos de pie hacía un año...
El primer caído por primera vez en mucho tiempo pudo ver la luz que el futuro le deparaba.
Y debía admitirlo... era lo más cálido y brillante que jamás había visto. No tuvo que tener ojos ni hacer comparación alguna con el sol para saberlo. Ahí entre sus brazos, se hallaba la única luz que necesitaba para ser feliz, para sobrevivir.
Nunca más tendría que estar solo, con Chara entre sus brazos.
Fin.