Chapter Text
Seokjin no regresó horas después, ni al día siguiente. Jungkook no intentó indagar en el motivo de la pelea con su madre, pues en aquel momento le pareció que era temporal y, además, estaba ocupado en regresar a casa sin levantar sospechas. La señora Kim tampoco trató de explicárselo. Al ver a Jungkook llegar a altas horas de la madrugada, sonrió, lo abrazó con fuerza, diciéndole lo feliz que estaba de que estuviera ahí y le preparó un aperitivo antes de enviarlo a dormir. Cuando Jungkook, durante el desayuno, le preguntó sobre el paradero de Seokjin, ella enmudeció, siguió comiendo en silencio y después de unos minutos comenzó a hablar de un tema distinto.
A Jungkook, sin embargo, le parecía que no era del todo indiferente. Por la noche, cuando iba al baño, escuchó que la señora Kim hablaba por teléfono en su habitación. Se acercó a la puerta entreabierta para descifrar lo que decía:
—No te preocupes, cariño, sobrevivirán una semana más sin ti. Lo único que les hace falta a esas mujeres y a los niños es un buen baño… Sí, el olor es espantoso. Pero nadie se muere de un poco de mugre, cariño. Disfruta tu tiempo fuera y ven dentro de una semana, ¿sí? Prometo que te extrañaré.
La mañana siguiente la señora Kim le avisó que el director Kim había tenido un problema con su documentación y no regresaría en la fecha acordada. Jungkook se quedó sin palabras ante la noticia:
—¿Una semana? ¡Pero si Jaehyun agoniza en el hospital!
La señora Kim, frente a la estufa, lo miró, extrañada.
—¿Jaehyun?
Jungkook se dio cuenta de su agresividad al hablar y apaciguó su tono:
—El niño que siempre está en la enfermería.
—No sé de quién hablas, cariño —dijo la señora Kim, centrada en servir el arroz frito con kimchi en un plato redondo—. Pero no te preocupes tanto de esas cosas. El estrés es malo para tu piel. —Dejó el plato frente a Jungkook y le dedicó una sonrisa maternal—. Los asuntos difíciles son para los adultos, ¿sí?
Jungkook tuvo el impulso de seguir protestando, pero se contuvo al recordar que aquella mujer, por más bien que lo tratase, no era su madre y no tenía el derecho de cuestionarla. Sin embargo, ya no pudo probar más bocado y apenas si movió la comida en el plato para disimular que no podía llevársela a la boca.
Al llegar al orfanato, supo que la noticia no había pasado desapercibida. Nada más bajar del auto de la señora Kim, sintió encima las miradas de las cuidadoras. Fue incapaz de determinar si eran para él o para la señora Kim. Como fuese, se aferró a las correas de la mochila y caminó levemente encorvado, con los ojos clavados en el pavimento. Cuando iba a empujar la puerta, alguien lo tomó por el brazo: Era Hari, que lo dirigía al bosque rápidamente.
—¿Qué ocurre? —preguntó Jungkook, zafándose de su agarre.
Hari se detuvo y se volvió a verlo. La luz del sol que se colaba entre las hojas de los árboles iluminaba su rostro en partes desiguales: los ojos marrones, las orejas blancas y la frente despejada. La boca, las mejillas y el cuello permanecían cubiertas por la sombra del bosque, igual que Jungkook, al que ningún rayo solar tocaba.
—Te compraré un boleto de autobus. Deberías regresar con tus padres.
Jungkook puso cara de confusión y algo se revolvió en su estómago al darse cuenta de que Hari no parecía bromear y que sus palabras tenían más seriedad y preocupación de la que podía soportar.
—¿Con mis padres? ¿Por qué? ¿Qué ocurre?
—Ya no es seguro para ti aquí. Regresa a casa.
Jungkook dio unos pasos al frente. El sol acarició apenas su rostro.
—Hari, explícame lo que sucede. No puedo simplemente irme.
—¿Oíste las noticias de que el director Kim no volverá aún? Eso es lo que pasa.
—¿A qué te refieres?
—Jungkook, por favor, sígueme y ya. Eres un niño todavía. No tienes por qué involucrarte en esto —dijo Hari, exasperada, y le tendió la mano.
Jungkook dio un paso hacia atrás a modo de protesta. Hari pareció empezar a desesperarse y lo tomó por la muñeca a la fuerza.
—Hari, suéltame. No me iré hasta que me expliques —le advirtió Jungkook mientras forcejeaban.
—¡Entiéndelo, Jungkook, ya no estás seguro aquí! ¡Regresa con tus padres!
Siguieron compartiendo gritos y exclamaciones, hasta que Jungkook no lo soportó más y la empujó. Hari cayó al suelo de bruces, igual que unos días atrás. Esta vez, sin embargo, Jungkook lo había hecho a conciencia.
—¡No me dejaste otra opción! —exclamó de inmediato Jungkook, percibiendo el latir asustado de su corazón ante la mirada consternada de Hari.
Un cuervo graznó a la distancia. Hari se puso de pie, limpiándose el pantalón sucio de tierra, y metió la mano en su bolsillo. Jungkook retrocedió al verla acercarse, creyendo que le daría una bien merecida cachetada. Cerró los ojos, preparándose para el impacto, pero lo único que llegó fue el tacto de un papel en la palma de su mano.
—Es la dirección de mi casa. Si tienes un mal presentimiento, ven de inmediato.
Jungkook contempló, desconcertado, el trozo de papel con una dirección escrita en tinta azul.
—H-hari…
—Por ahora no vuelvas al orfanato.
Hari se fue en silencio. Al perderla de vista, Jungkook, ofuscado, se guardó el papel en el bolsillo del pantalón y corrió lo más rápido que pudo hacia el apartamento de Yoongi, apretándose una mano contra el pecho. Lo embargaban las más terribles preguntas acerca de las cuidadoras, Hari, Seokjin, la señora y el señor Kim. «Debe ser todo una confusión», se dijo, pero no pudo convencerse. Nada más evocar la noche anterior, la pelea de Seokjin y su madre, las miradas de las cuidadoras y el rostro preocupado de Hari, se daba cuenta que había una verdad complicada que nadie quería admitirle y probablemente lo superaba.
Cuando llegó al edificio, escuchó risas por parte de los motociclistas que desde hace tiempo simplemente lo ignoraban. Al girarse, descubrió que era de él de quien se burlaban. No hizo preguntas: se limitó a continuar su camino con la cabeza gacha. En aquel momento, tuvo su primer mal presentimiento y quizá, si hubiese hecho caso al consejo de Hari, se habría evitado la sorpresa de que Yoongi no solo no estaba, sino que no aparecería esa noche.
Jungkook lo esperó, como ya era su costumbre, sentado frente a la puerta, aferrándose a la mochila. Pasada media hora comenzó a impacientarse y se regañó a sí mismo, diciendose que aquel no era un horario adecuado para visitarlo, que quizá estuviera en otro sitio. Se le ocurrió que podría estar en la iglesia, así que se puso de pie y emprendió el camino con ánimos renovados. Cuando estaba casi saliendo del bosque, le pareció escuchar una melodía de órgano desconocida y angelical. « Es Yoongi », se dijo. « Es su manera de tocar ». Al llamar a la puerta de la sacristía, sin embargo, la música fue reemplazada por un silencio repentino, como si la iglesia aguantase la respiración. Jungkook volvió a golpear la puerta, esta vez con más insistencia. Pero de nuevo no hubo respuesta. Antes de desistir y marcharse, advirtió una pequeña ventana redonda en la parte trasera. Estaba bastante alta, por lo que tuvo que pararse de puntillas para mirar a través del cristal polvoriento. Vio la sacristía igual que antes, hasta que, en una esquina, notó la presencia de un futón y una manta. « Debe ser del sacerdote », pensó. Mientras regresaba, se dio cuenta de que no, no era posible, pues el sacerdote vivía detrás de la iglesia, en una casa separada.
Se quedó dormido frente al apartamento de Yoongi, esperándolo. Despertó a causa de uno de los motociclistas que lo movía con insistencia. Era alto, corpulento, estaba rapado y fumaba un cigarrillo. Jungkook, adormilado, aceptó levantarse con su ayuda.
—¿Q-qué sucede? —preguntó Jungkook con voz ronca.
El motociclista le sacudió una telaraña del hombro, le acomodó la chaqueta y le ofreció su cigarro.
—Vete a casa, niño. Él no vendrá hoy.
Jungkook se atragantó con el humo del cigarro al escucharlo.
—¿Có… —tosió varias veces— cómo lo sabes?
—Todos en el pueblo lo saben —contestó el motociclista y se encogió de hombros—. ¿Quieres que te dé un aventón? Vives en la de la loca, ¿no?
Jungkook negó con la cabeza.
—En casa de la señora y el director Kim.
—Es lo mismo.
«Le daré un aventón a este niño», le avisó el motociclista a sus compañeros mientras le tendía un casco a Jungkook y le indicaba cómo subirse. Sus compañeros se limitaron a asentir con la cabeza. Jungkook habría esperado que se burlaran del motociclista, tal como se burlaban de Yoongi y él, pero no se inmutaron ni siquiera cuando, en su ignorancia, se abrazó de la cintura del motociclista, quien sin más le pidió que lo sujetara por los hombros.
El viento le inflaba la camiseta mientras contemplaba, maravillado, paisajes del pueblo que no conocía. Descubrió, ante las luces del atardecer, la vida fuera del orfanato. Fue apenas una visión fugaz, una imagen difusa de bares, restaurantes, tiendas y personas desconocidas. En su ciudad natal probablemente podría encontrar una vida más rica, más amplia, más compleja. Pero, al igual que en aquel pueblo, estaba restringida para sus ojos.
Los viajes en motocicleta eran distintos de sus caminatas en el bosque con Yoongi. No era solo la rapidez o el acceso a lugares nuevos, sino también la posibilidad de ser visto y aceptado. Al lado de aquel motociclista, estaba exento de burlas o miradas extrañas. No comprendía la razón hasta que avistó su reflejo en una vitrina. « Parezco… normal », pensó. Quizá era que a la distancia y con el casco puesto era imposible detallar su rostro y el secreto oculto en la redondez de sus ojos. O quizá simplemente fuese capaz de camuflarse. No importaba la razón: disfrutaba la libertad de mostrarse al mundo.
—Hasta aquí llego, niño —dijo el motociclista, parando a cinco minutos de la casa de la señora Kim.
Jungkook bajó del vehículo y se quitó el casco.
—Muchas gracias, señor…
El motociclista río.
—No soy tan viejo como parezco. Me llamo Kim Namjoon. Por cierto… —se acomodó los guantes de cuero— no le digas a tu anfitriona que estuviste conmigo o se pondrá loca. Es un consejo.
Jungkook asintió con la cabeza sin más y permaneció unos segundos escuchando el ronroneo del motor y viendo la estela de humo que dejaba tras de sí. « Kim Namjoon… », repitió en voz baja, preguntándose la razón de su sugerencia.
La señora Kim lo recibió en casa mientras preparaba la cena. Lucía más radiante que otros días y era tanto su ánimo que Jungkook incluso la sorprendió tarareando una canción.
—¡Ah, querido, no te vi entrar! —se disculpó tímidamente—. Siéntate, acabaré de cocinar en diez minutos.
—Iré a ducharme —dijo Jungkook con voz lacónica y se fue al baño, ignorando la mirada de la señora Kim clavada en su espalda.
«La señora Kim ha comenzado a sufrir insomnio. Me lo dijo cuando comíamos. Aunque a mí me pareció que era más bien un aviso. Estuvo toda la noche en vigilia, por lo que me fue imposible ir con Yoongi.
Kim Namjoon me dijo que no volviera. Pero él no sabe que Yoongi y yo nos vemos cada noche. Probablemente tampoco imagina las cosas que hacemos a solas. Debe pensar que soy un amigo cualquiera que lo busca en horarios imprudentes. Ignora que soy de vital importancia en la vida de Yoongi: que sé que tarda quince minutos en dormir, que me abraza con fuerza y pega su frente a mi pecho durante los descuidos del sueño, que se avergüenza cuando se despierta y descubre que ha babeado y solo se tranquiliza si le doy un beso en la mejilla —aunque finja asco. Kim Namjoon no conoce a Yoongi. No como yo.
Mañana le pediré disculpas por mi ausencia, si es que la señora Kim se duerme al fin».
El insomnio de la señora Kim, sin embargo, persistió unos días más. Jungkook siguió sin poder encontrar a Yoongi por las mañanas y tardes, cuando las miradas y el cada vez más evidente mal trato de las cuidadoras lo ahuyentaban del orfanato. Hari ya ni siquiera le dirigía la palabra. Si Jungkook se le acercaba, fingía tener algo que hacer y se despedía rápidamente. Esta frialdad lo desconcertaba y no tardó en pasarle factura: por las noches, atrapado en su habitación, se descubría sumido en un llanto silencioso. Pensaba en Yoongi y la calidez con la que lo tocaba y decía su nombre.
Pronto la desesperación comenzó a cegarlo. Escribía compulsivamente y no se detenía incluso cuando el dolor en la mano era insoportable. Las palabras perdían el significado o se plasmaban sin filtros, igualando el flujo de su pensamiento. Al tercer día se quedó sin espacios en blanco y cedió a la necesidad de pedirle a la señora Kim una libreta nueva. Ella no le propuso ir de compras, ni le preguntó qué tipo de libreta quería. A la hora de la cena le entregó un cuaderno escolar medio polvoriento con un versículo escrito en la portada: «Si vuelves al Todopoderoso, serás restaurado». Debajo, un gran y atractivo logo: «Casa SANARE».
—¿Te gusta? Lo vendían afuera de la Iglesia —comentó la señora Kim mientras sacaba el kimchi de la nevera.
Jungkook forzó una sonrisa, pero no pudo evitar decir:
—Pensaba que solo había misa los domingos.
—La compré la semana pasada de casualidad.
Jungkook no se fio de sus palabras y confirmó sus sospechas antes de dormir, al notar que había páginas arrancadas y en la contraportada, escrito con tinta roja y una letra desprolija: «Volver a Él». Era la única señal que había quedado de su dueño. Jungkook quiso indagar más, pero la falta de sosiego lo llevó a retomar la escritura.
La cuarta noche sin Yoongi, la señora Kim se quedó pensativa un instante frente a la estufa, pareció recordar algo importante y de la alacena sacó un frasco de cristal marrón que puso en el comedor.
—¿Qué es? —preguntó Jungkook.
—Me lo consiguió la vecina. Son gotas contra el insomnio. Dijo que dormiré como un bebé. —La señora Kim se giró, asustada, al percibir olor a quemado y regresó a atender la sartén—. ¿Puedes servir un vaso con agua, querido? Y le pones cinco gotas. Me lo tomaré en un momento.
Jungkook se levantó de inmediato a cumplir su petición. Sin embargo, cuando iba a abrir el frasco, leyó el nombre de la sustancia escrita con plumón en una etiqueta blanca: «Passiflora incarnata». Reconocía la flor y sus efectos. Era inofensiva en la dosis instruida por la señora Kim. « Tengo que salir hoy », pensó, contemplando el frasco. Contuvo el aliento mientras evaluaba los riesgos de lo que estaba a punto de hacer. « Solo se desmayará un poco », se dijo. « No morirá. Es solo pasiflora ». Jungkook se mordió el labio inferior, preso del remordimiento y de la posibilidad de que aquel frasco en realidad pudiera resultar letal. El eco de los latidos de su corazón retumbaba en sus oídos. « Pero tengo que salir hoy. No puedo quedarme una noche más ». Inspiró. Espiró. El cuerpo sabía lo que quería. Y lo llevaría a cabo si desconectaba el freno en su cabeza. « Hazlo, Jungkook. Hazlo ». Inspiró. Espiró.
« Es un crimen ».
« Yoongi... »
« Hazlo ».
—Déjalo en la mesa, querido —le dijo la señora Kim sin mirarlo.
Jungkook se sobresaltó, pero finalmente sirvió un chorro en el vaso y lo dejó frente al asiento de la señora Kim. Charlaron de las mismas trivialidades mientras comían. Jungkook se limitaba a asentir con la cabeza, temeroso de que pudiera vomitar la verdad de lo que había hecho. La señora Kim, ensimismada en sus propias palabras, no se daba cuenta de la ausencia de respuesta. Al acabar, Jungkook acordó lavar los platos y la señora Kim se tomó el vaso con agua y se despidió.
Jungkook, frente al fregadero, la vio irse. Unos segundos después escuchó un estruendo. Se acercó al pasillo en silencio y encontró a la señora Kim desmayada a cuatro pasos de su habitación. Sin reacción y enmudecido, la cargó en su hombro —era la señora Kim bastante ligera—, la depositó con cuidado en su cama, la cobijó y salió apresurado de casa.
Corrió y corrió y corrió. Atravesó la oscuridad espesa del bosque sin siquiera notarla. Lo único que había frente a sus pupilas era el rostro de Yoongi. Aquel rostro que se dibujaba de inmediato, sin esfuerzo, pausas o errores. El sonido de sus pasos y el coro de los insectos eran ruidos lejanos, bloqueados por la repetición maníaca, enfermiza, obsesiva de su nombre. Si antes lo atormentaban pensamientos incontrolables, ahora lo apaciguaba aquella iteración encadenada e interminable. Por cada pensamiento indeseado, cien veces su nombre.
« ¿Es mi maldad congénita o aprendida? »
« Yoongi.
Yoongi .
Yoongi.
Yoongi».
« Los ojos de tu madre ».
« Yoongi…
Yoongi. Yoon.. Yoongi».
« Congénita ».
« Aprendida ».
«Yoongi. Yoongi. Yoongi».
—¡Yoongi!
—Qué.
Fue tan grande la alegría de Jungkook al verlo que no deparó en su aspecto agotado y deplorable. Sin preguntar, lo envolvió en un abrazo que deshizo de inmediato al escuchar sus quejidos de dolor.
—¿Qué sucede? ¿Está todo bien? —preguntó Jungkook, preocupado. Entonces advirtió, al fin, los moretones en los brazos, la camisa blanca rasgada, el cabello menta desteñido y desordenado. Tuvo la impresión de haberlo visto de esa manera antes, pero al igual que en ese momento, no pudo descifrar el por qué lucía así.
—Entra —respondió Yoongi, sacando el juego de llaves de su bolsillo.
Al abrir la puerta, Jungkook percibió un inusual olor a polvo y humedad, muy distinto al aroma a limpio que siempre desprendía el apartamento.
—¿No habías venido a dormir?
No hubo respuesta. Y Jungkook, nada más poner un pie dentro de la habitación, reparó en un suéter blanco demasiado ancho para ser de Yoongi. Se quedó inmóvil, sin aliento, al darse cuenta de lo que significaba.
—¿Estuviste con alguien más? —dijo apenas, en un hilo de voz, aterrado de lo que pudiese escuchar.
Se miraron a los ojos. En Yoongi no había una sola señal que pudiera confirmarle o negarle a Jungkook su pregunta.
—Ayúdame a darme un baño.
La luz del departamento se apagó sin previo aviso. Jungkook no recibió explicaciones al respecto. Solo vio a Yoongi encender velas a tanteo en el baño. Para su fortuna, todavía tenían agua y un suave rumor acompañaba al chorro que llenaba la bañera. Yoongi extendió los brazos hacia arriba:
—Quítame la ropa.
Jungkook atendió su petición tímidamente. « Sin embargo, con cada prenda menos, su cuerpo se revestía de las luces del fuego ». Tomó asiento en un banquito de plástico para ayudarlo a lavarse el cabello, pero antes de que pudiese alcanzar el champú, Yoongi lo sujetó por la muñeca y guió su mano hacia la bañera.
—Ven conmigo.
Jungkook, dubitativo, asintió con la cabeza. « Su piel se rozaba con la mía. Yo actuaba como estúpido. Me sonrojaba como si jamás lo hubiese visto de esa manera ». El agua oscilaba de un lado a otro, transfigurando los colores de la noche. « Sospechaba desde entonces que tenía a otro » .
—Estuviste con alguien más… —repitió Jungkook con el estómago revuelto.
Yoongi lo atrajo más cerca y juntó sus frentes. «Admito que era débil. Que un beso bastaba para apaciguarme. Podía tomarme cuando quisiera. Y eso hizo».
« Las caricias apagaban la sed de explicaciones. Su amor no requería argumentos. Entregarse a él era un acto de fé tan peligroso como sencillo. Sus brazos se aferraban a mi espalda. El cabello húmedo le cubría el rostro. Cerraba los ojos. Abría la boca. Decía mi nombre. Jungkook, Jungkook, Jungkook. Y le creía. La voz quebrada me parecía una señal de que aquella era la primera vez que entonaba un nombre. Se quitaba la coraza para mostrarme un interior herido y me confiaba la tarea única de repararlo con mis manos. Yo era indispensable. Era parte de un mundo reservado para los dos, hecho a nuestra medida, incapaz de funcionar en caso de ausencia. Yo creía. Imaginaba. Inventaba. Pero él dibujaba las imágenes, escribía los disparadores, conjuraba escenarios.
Aquella noche, por primera vez, sentí que me amaban ».