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You belong with me

Chapter 5: 05

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Leorio intentaba analizar las expresiones de Retz. Pensó que quizás si tuviera los conocimientos de Pakunoda sería una tarea más sencilla. Admiraba que de solo observar a los estudiantes era como si los conociera de toda la vida, obteniendo la información que necesitaba.

¿De verdad tanto se reflejaba en la persona pero no podía verlo?

La manera de hablar, la mirada, el lenguaje corporal...

Sin duda alguna era una de las mejores psicólogas que tuvo el placer de conocer.

—Hace varias semanas... No sé con exactitud en que día sucedió. Gon me acompañó una tarde donde mis amistades salieron temprano de la clase así que estuvimos sin interrupciones hasta que nos alejamos de la escuela. Nos quedamos en uno de los parques donde compartimos gran parte de nuestra amistad. —sonrió brevemente. —Entonces mientras nos mecíamos en los columpios me dijo que le gustaba. Sus ojos brillaron y estaba tan seguro de sus palabras que me sentí mal por no responderle con seguridad.

Retz guardó silencio. Veía el suelo hasta que decidió volver a hablar:

—Cometí un grave error.

—¿A qué te refieres? —Leorio observó por la puerta notando como varios estudiantes miraban curiosos. Se levantó para cerrarla y luego acomodar sus lentes.

—Yo... —mordió su labio. —Le dije lo que ocurrió a una de mis amigas y ella empezó a comentarlo a los demás. Al transcurrir pocos días ya el salón supo lo que paso. Comenzaron a tratarlo mal, dejarlo por fuera en las actividades. Ta-también lo lastimaron, ni si quiera puedo verlo... ¡Es mi culpa!—su voz se quebró.

—Retz... —sacó un pañuelo del bolsillo de su traje. —Ten. —se mantuvo a su lado con una mano sobre su hombro.

—Gra-gracias. —sollozó limpiando las lágrimas que seguían cayendo.

Quizás Retz temía de si volvía a decirle a otra persona sucedería lo mismo. Por eso le pidió que no le dijera a nadie.

Aunque los rumores eran sumamente dramáticos, estaban tan distorsionados a la realidad que no pudo evitar tensar la mandíbula. Lo último que escuchó era que Gon estaba acosando a Retz para que aceptara a salir con él.

Volvió a la realidad al ver los ojos turquesa verle. Estaban algo irritados.

Dudaba en responder. No quería arruinar la situación si elegía sus palabras incorrectamente.

Leorio entendía que todo se desencadenó por confiar en la persona equivocada.

—¿Quién es la amiga a la que le contaste sobre esto? —Leorio esperó ver su reacción.

—Anita... Pe-pero ella no pudo ser quien empezó con los rumores, no sería capaz de hacerlo.

¿Cómo saberlo? Era muy complicado tener pruebas concisas. Sin contar que Anita era una joven de buen estatus, líder de las porristas desde varios años consecutivos. Tenía un registro académico impecable a su favor.

—Escucha, no voy a señalar a nadie. Lo que me importa ahora es que te agradezco que tengas esa confianza conmigo.

—Pero... Gon seguramente está molesto conmigo. —dobló el pedazo de tela sobre su regazo.

—¿Por qué lo dices?

—Arruiné su vida.

No pudo evitar reír. Retz le observó confundido.

—El no sería capaz de eso. Es la persona más noble que conozco.

Gon se ha levantado y continuado sin importarle las dificultades de las circunstancias. Ha sonreído con tanta facilidad a pesar de que sus días han sido oscuros. Tan admirable es su fortaleza que comparado con su espíritu se consideraba patético.

Sí... Luz. Una luz que no se apagaba por más que lo intentaran. Es lo más acertado para describirlo.

Ojalá hubiese actuado de igual manera cuando falleció su mejor amigo Pietro, en vez de caer en el vicio del alcohol durante años. Pero no podía ser tan duro consigo mismo, cualquiera se dejaría sumergir en la tristeza en vez de hacer algo para impedirlo.

—¡Bien! No te quitaré más tiempo, si me necesitas sabes dónde encontrarme. —acomodó la silla que había usado dejándola en su puesto. —Haré lo posible por apoyarlo, puedes contar conmigo.

—¡Muchas gracias! —hizo una reverencia para marcharse.

Por otro lado, Gon caminaba para tomar su siguiente clase. Pensaba en el trabajo que tenía que entregar para esa semana. 

Salió de su burbuja cuando notó aquella cabellera blanca, retrocedió hasta llegar a la puerta para esconderse.

No entendía. Se supone que compartió un momento agradable con él pero ahora no quería que lo reconociera. Varios estudiantes le miraban extrañados, hasta que una joven adulta que pasaba de casualidad mantuvo su atención en el azabache.

Pakunoda fijó su vista para detenerse. Siempre creyó en su corazonada, más que todo por una de sus amigas que solían comentarle a menudo que le hiciera caso a su sexto sentido. Sumando esto, era altamente sensible cuando tratar con cualquiera que necesitara su apoyo. Los ojos de Gon estaban perdidos a tal punto que perdieron su brillo característico.

Quizás aprovechando el estado ausente del alumno habló con el profesor que se encontraba adentro. Fue cuestión de segundos para cuando regresó ya estaba al lado de él.

—¿Tienes un momento? —reaccionó para asentir. Pakunoda empezó a caminar hacia su oficina. El pasillo pronto estuvo vacío, los tacones sonaban en cierto ritmo mientras le seguía.

La puerta fue abierta. Adentro se encontraba un sillón clásico de los consultorios; un escritorio, varios cuadros en la pared donde salían certificados y fotografías personales.

Gon se distrajo observando su entorno, avergonzado miró hacia la psicóloga que se acercaba colocando una silla al frente mientras hacía lo mismo pero tomando asiento en el mueble.

—Cuéntame, ¿cómo te sientes? —cruzó sus piernas. 

Una simple pregunta que era difícil de responder. Los pies se movieron en el aire para mirar hacia el suelo.

—¿Está bien sino sé qué contestar a esa pregunta?

Pakunoda le observó sin decir nada. Apartó  pequeño bloc de notas que tenía en las manos.

—Bien. Entonces puedes decirme cualquier cosa que se te venga a la cabeza.

De algún extraño modo bajó un poco la guardia, nunca estuvo en una terapia en su vida así que se sentía expuesto. Era tonto porque a pesar de su personalidad introvertida nunca tuvo temor a mostrar lo que le pasaba.

Decirlo en voz alta con otra persona presente le ocasionaba escalofríos. 

—Te diré un pequeño secreto. Cuando se trata de terapia siempre se deben involucrar las personas que forman parte en el círculo social del paciente. Ver un único punto de vista dificulta bastante en tratar a un solo individuo. —miró hacia la ventana. —Pero no todos son capaces de enfrentarse a aquello que desean ocultar. Escapan; es la forma en la que la mayoría decide para evitarlo. —volvió a verle con una pequeña sonrisa. —Puedes preguntarle a cualquiera, la mayoría te dirán que si son capaces pero a la hora de la verdad nadie se lo propone ni tiene el valor necesario para enfrentarse asimismo. Lo estás haciendo aunque estás pasando una situación difícil, eso es de admirar.

Gon tuvo un nudo en la garganta. Sin darse cuenta las lágrimas iban cayendo silenciosamente hasta humedecer la tela de su pantalón.

—Pe-pero... No he dicho nada todavía. —Pakunoda sacó un pañuelo para dárselo.

—Es cierto. Aunque en ocasiones valen más las acciones que las palabras. ¿Quieres mejorar de verdad?

—¡S-sí! —se sonó la nariz. —Dis-disculpe...

Volvió a considerar las palabras que le había dicho al principio. Un recuerdo vino a su mente, donde sin darse cuenta su alrededor parecía estar en armonía.

—¿Puedo hablarle de algo que me sucedió de pequeño? —comentó con emoción. La profesional asintió.

Estaba logrando un avance bastante rápido.

Cayó la tarde y con ella Killua salió de la escuela con su mejor amigo Ikalgo, le acompañaba a buscar su patineta.

—¡Esa cosa se te va a romper! Podrías comprar una más bonita, cool... No parezca que la sacaste del basurero y... —no pudo seguir hablando porque Killua le apretó la nariz con fuerza.

Pidió clemencia.

—Hablas demasiado. Me gusta mucho, no podría imaginarme cambiarla. —la observó entre sus manos mientras caminaban. Tenía un dibujo hecho a marcador de Alluka diciendo ''¡Te amo mucho, hermano!''

Sonrió con nostalgia.

—Oye, ¿que tal si me quedo en tu casa? —preguntó mientras sobaba su nariz enrojecida. 

—Lo siento, estoy atrasado con las tareas así que mejor lo dejamos para otro día. —dejó su patineta en el suelo para chocar los puños. —Nos vemos mañana.

Las luces se fueron encendiendo mientras pasaba por la calle, estaba oscureciendo bastante pronto para ser tan temprano. Se detuvo en una tienda para comprar algunos dulces, la que atendía el local lo conocía por ser un cliente habitual.

La música era agradable, parecía estar de moda otra vez los ritmos de los 80. Necesitaba alejarse de su hogar, estaba abrumado de los constantes reproches de su familia, las llamadas de su novia y esa presión de ser perfecto en todo.

Cerró la puerta del frigorífico, tomando quizás unos diez helados de diferente sabor. 

Dejó los productos en la caja tomando un dulce con forma de conejo de un color naranja para abrirlo.

Apenas prestó atención a lo que tenía que pagar, estaba pensando en que nunca tuvo nada en su vida donde tuviera que decidir por su cuenta. Si no eran sus padres que lo manejaban también intervenía su hermano.

Ni siquiera le gustaba Anita, en general jamás se interesó en ninguna mujer. Olían bien, algunas sabían cómo atraer con sus atributos pero nunca más de eso.

Mordió el dulce rompiéndolo en dos.

¿Por cuánto tiempo seguiría callado?

Llegó a su casa con las bolsas a mano para subir a su habitación. Milluki estaba en su cuarto como siempre, la luz debajo de la puerta lo delataba. 

Adentró cerró con seguro para sentarse en la cama y cambiarse. Apenas se colocó una camiseta de tirantes para empezar a comer el ansiado helado que por alguna razón no sabía cómo siempre.

Revisó, tal vez estaba vencido y ni siquiera se tomó la molestia de fijarse.

No lo estaba.

La luz del cuarto vecino de al frente iluminó el suyo en la completa oscuridad.